Está en la página 1de 2

Caía la tarde y tres amigos abandonaban la escuela, dispuestos siempre a

fastidiar a todo el que se cruzara en su camino, por el simple ser y el simple estar.
La temperatura, en muchas ocasiones coqueteaba con hasta los cuarenta grados
Celsius, otras el frío y el viento calaban en la piel y los huesos, sin embargo, para
ellos esto no tenía relevancia alguna, era el momento de arrancar un recorrido que
cada uno concluiría con su llegada a sus respectivos hogares.
En ocasiones las sesiones de clase del día habían concluido con una “cascarita”
(partido informal callejero de algún deporte, principalmente en nuestro caso, futbol)
de las 6 ó 7 de la tarde hasta las 7:30 u 8 de la noche, aunque el día arrancaba a
las 7 en punto de la mañana, sin excusas ni pretextos, la energía y el ánimo no
decaían en ningún momento. Esta película se podía ver de lunes a viernes, de
septiembre a junio. Quince años hacían posibles todas estas odiseas.
Descendíamos al centro de la ciudad por “la bajada del 8” hasta la calle Hidalgo;
siempre que las finanzas lo permitían, solíamos hacer un alto en “La subidita” o
“La Pasadita”, no recuerdo bien cuál era el nombre de la refresquería,
permaneciendo en ella para luego continuar el trayecto.
Tomábamos la calle Hidalgo, caminando por ella desde el 8 hasta el 17, algunas
veces hacíamos un alto en un hotel que se encontraba sobre dicha avenida, pues
este contaba con una mesa de billar y una de futbolito. Ese establecimiento fue
testigo de nuestras prodigiosas hazañas en la práctica de ambas distracciones.
Recuerdo la ocasión en que, mientras unos jugábamos al billar, otros practicaban
el futbolito y, alguien ejecutó en la mesa de billar un prodigioso tiro en el que la
bola blanca abandonó el paño, voló, botó una vez contra el piso y… entró en una
portería del futbolito. A aquel camarada, obvio decirlo, le cayó encima una nutrida
lluvia de improperios, como consecuencia de su prodigiosa ejecución. Había
perdido el turno en la partida de billar y provocó la interrupción del partido en el
futbolito, de modo tal que su grupo de admiradores fue bastante nutrido.
Bien, al llegar al 17 doblábamos al norte, rumbo a Carrera Torres, con una parada
técnica en la Matamoros, donde había una panadería en la que, siempre que era
posible, adquiría una concha de $1.00, muy grande, misma de la que solía
consumir la mitad antes de llegar a casa, donde, con una taza de café, terminaba
el resto para proceder a tomar la cena.
Al llegar a Carrera Torres doblábamos con rumbo al 16 y continuábamos por esta
hasta llegar la altura de la mitad entre Chihuahua y Coahuila, era ahí donde me
separaba del trío para llegar a mi hogar. Benito continuaba por dos cuadras más y
Cano, ya en solitario, continuaba hasta llegar a su hogar. Recuerdo que cuando le
preguntábamos en donde vivía, él daba como referencia la casa que estaba donde
había tres pilares. Mucho tiempo después, ya siendo adulto, identifiqué los tres
pilares.
Como con los mosqueteros del rey de Francia, éramos cuatro y no tres, el cuarto
integrante del grupo era Carry, de muy grata memoria. Él no nos acompañaba
porque su recorrido era distinto al nuestro, si acaso bajaba el 8 con nosotros. Otra
posible causa de no acompañarnos, tal vez haya sido económica; siempre tuve la
impresión de que él era el de menos recursos de ese tipo, no era el más humilde
de los cuatro, creo que era el único humilde.
La partida final la estamos haciendo en otro orden, se fue Carry, Cano le siguió y,
finalmente se les ha unido Benito. Algún día volveremos a vernos, sin duda y,
entonces volveremos a fastidiar al que se atraviese. Hasta entonces…

También podría gustarte