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LA CONSAGRACIÓN A MARÍA
1. QUÉ ES LA CONSAGRACIÓN
Consagrarse a María ha sido una práctica constante en la Iglesia, tanto para las
personas a título individual como para las familias, comunidades y naciones. Los Papas,
en varias ocasiones, en momentos claves de la vida de la Iglesia, han dado ellos mismos
el ejemplo de esta práctica. A ese respecto, he aquí lo que dijo el Papa Pablo VI:
Al encomendarla al apóstol Juan, y con él a los hijos de la Iglesia, más aún a todos
los hombres, Cristo no atenuaba, sino que confirmaba, su papel exclusivo como
Salvador del mundo. María es el esplendor que no ensombrece la luz de Cristo, porque
vive en Él y para Él. Todo en ella es “Fiat”: Ella es la Inmaculada, es transparencia y
plenitud de gracia.
Con la confianza que brota de sabernos hijos suyos, los miembros del Movimiento
Familiar Cristiano y todas las demás familias que quieran acompañarnos, nos
reuniremos junto con nuestros Pastores en torno la venerada imagen del Pilar, buscando
su amparo, su materna protección e implorando su intercesión ante los desafíos ocultos
del futuro.
Con nuestra peregrinación queremos confiarle el futuro que nos espera, rogándole
que nos acompañe en nuestro camino. Somos hombres y mujeres de una época
extraordinaria, tan apasionante como rica de contradicciones. La humanidad posee hoy
instrumentos de potencia inaudita. Puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un
cúmulo de escombros. Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir en las
fuentes mismas de la vida: Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a
pisotear el respeto debido a cada ser humano. Hoy, como nunca en el pasado, la
humanidad está en una encrucijada. Y, una vez más, la salvación está sólo y
enteramente en Jesucristo, hijo de María Virgen.
Vamos al Pilar, a la casa de la Virgen para pedirle que nos acoja y para también
nosotros acogerla en nuestra casa (cf. Jn 19, 27), para aprender de ella a ser como su
Hijo. Vamos a decirle: ¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Nos ponemos en camino para confiar a sus cuidados maternos a nosotros mismos, a
nuestras familias, a la Iglesia y al mundo entero. Le pediremos que ruegue por nosotros
a su querido Hijo, para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo, el Espíritu de
verdad que es fuente de vida. Pediremos que el Espíritu abra los corazones a la justicia y
al amor, guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca y hacia un
firme deseo de paz. Le encomendaremos a todos los hombres, comenzando por los más
débiles: a los niños que aún no han visto la luz y a los que han nacido en medio de la
pobreza y el sufrimiento; a los jóvenes en busca de sentido, a las personas que no tienen
trabajo y a las que padecen hambre o enfermedad. Le encomendamos a las familias
rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos y sin esperanza.
A continuación ofrecemos dos breves textos de dos conocidos santos y del ya casi
Beato Juan Pablo II sobre la consagración a la Virgen y su poderosa intercesión.
"¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este
mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no
quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!.
"En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a
María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir
los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
Todos los haberes de nuestra alma son ante Dios, el Padre de familia, menos de
lo que sería para un rey la manzana agusanada que para pagar el arriendo le presentara
un pobre colono de su majestad. ¿Qué haría éste, si fuera listo y tuviera cabida ante la
reina? Acudiría a ella que, llena de bondad con el pobre campesino y de respeto para
con el rey, embellecería la fruta, quitándole lo dañado y colocándola en una bandeja de
oro, rodeada de flores. ¿Cómo no aceptaría el rey condescendiente y hasta gustoso, de
manos de la reina, el obsequio de su arrendatario?
Lo poco que puedas ofrecer a Dios, dice san Bernardo, ofrécelo por manos de
María, si no quieres ser rechazado.
¡Ah! Dios mío, ¡cuán poco es lo que hacemos! Pero cuánto aumentará el valor si
lo confiamos a María con plena disponibilidad. Ella tan generosa como es, conforme al
dicho popular, por un huevo te dará un buey, es decir, corresponde a nuestro obsequio
comunicándose del todo a nosotros con sus méritos y santidad. Colocará nuestros
presentes en la bandeja de oro de su amor, nos revestirá de Jesucristo como Rebeca a
Jacob con los vestidos de su primogénito. De suerte que, tras renunciar a nuestro
egoísmo y autosuficiencia para honrarla, nos encontraremos revestidos de dobles
vestiduras (cfr. Prov 37,21), es decir, de los méritos de Jesucristo y de María y seremos
para los demás como el buen olor de Jesucristo.
San Luis María Grignion de Montfort constituye para mí una significativa figura de
referencia, que me ha iluminado en momentos importantes de la vida. Cuando trabajaba
en la fábrica Solvay de Cracovia siendo seminarista clandestino, mi director espiritual
me aconsejó meditar en el "Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen".
Leí y releí muchas veces y con gran provecho espiritual este valioso librito de ascética,
cuya portada azul se había manchado con sosa cáustica.
Asimismo, ahora doy gracias al Señor por haber podido experimentar que la acogida
de María en la vida en Cristo y en el Espíritu introduce al creyente en el centro mismo
del misterio trinitario.