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8. DESCARTES (1596-1650)
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El año 1600 queman a Giordano Bruno en Roma junto a un Tíber escéptico respecto de la
tolerancia humana. John Donne (1572-1631) escribirá:
Tras las convulsiones del Renacimiento (ruptura definitiva de la cristiandad por las reformas
luterana, calvinista, anglicana...; descubrimiento de América y sus habitantes; humanismo; revolución
científica...), el orden medieval y sus ideales estaba herido de muerte. El siglo XVII heredaba una
mentalidad con tendencia a la dispersión, a pesar del afán por someterse a un orden que cada vez se
mostraba más artificial, resultado de la razón que pretende proyectarse sobre la realidad para iluminar
las zonas sombreadas. Surge una tensión que veremos a lo largo de toda esta época: las sombras del
mundo frente a la transparencia de una razón artificiosa que trata de arrojar luz.
Lo barroco se contrapone a lo clásico. Así, si lo clásico puede caracterizarse como un gusto
orientado a lo estático y al orden, tratando de reproducir lo que existe en la realidad (orden, ausencia de
movimiento que adivinaban Parménides, Platón...), el barroco se define como el gusto que tiende a la
excitación del orden: exageración del equilibrio, de la armonía, a través de la repetición y la variación,
llegándose al desorden; o a través del exceso más allá de todo límite; o a través del cambio o la
metamorfosis que nos hablan de un mundo inestable; o, incluso, a través del caos mismo. Si el mundo
es complejo, complicado, lleno de pliegues y repliegues, no quedará otro remedio que idear, ingeniar
modelos que traten de explicarlo en su complejidad.
Expresión de esta complicación/complejidad es el gusto por los laberintos, presentes en
multitud de jardines. Todo se distorsiona, se retuerce y pervierte, también en la mente humana y sus
representaciones, porque tal vez todo esté ya en la realidad de esa manera. Hombres y mujeres
barrocos aparecen, casi siempre, como personajes desengañados, y de ahí su afán por mostrar lo
inestable, lo mudable de la realidad (en palabras del Discreto gracianesco, «no hay estado, sino
constante mutabilidad de todo»), la condición temporal y fugaz de todo lo existente, su extravagancia
(piénsese en el gusto por los «monstruos», errores (?) de la naturaleza...) que conduce, por ejemplo, a
un «artificialismo», presente tanto en la poesía de Góngora como en las visiones mecanicistas del
Universo, o en el instrumento barroco por excelencia, el reloj. Los monarcas se complacen en fiestas
palaciegas en los jardines-laberintos, en las que tienen lugar juegos de agua y artificio, mientras suena
de fondo la expresiva música de Händel. Asistimos a algo así como a la reconstrucción de una
realidad en la que ya no se espera encontrar el antiguo orden (reflejo en última instancia de la
realidad); reconstrucción que acaba por desinteresarse de la realidad del mundo para confiar sólo en su
propio lenguaje.
Cuando la razón no logra hacer transparente la realidad, aparece la sombra, la apariencia y, con
ellas, la sospecha y la desconfianza; si el mundo es opaco, si la transparencia es imposible, sólo cabe
aspirar a representar, a hacer verosímil lo opaco. Se renuncia, de ese modo, a la verdad entendida
como identidad entre pensamiento y realidad. Disuelta la simetría entre sujeto y objeto, nace la duda, la
vacilación, un no saber a qué atenerse, que ha de crear una actitud de cautela, de recelo, de dolor...
De traiciones, cautelas, asechanzas supieron mucho quienes tuvieron que aprender a sobrevivir
en tiempos tormentosos. Si Giordano Bruno había sido quemado, Campanella o el propio Galileo
conocieron la humillante prisión. Quien no tomaba precauciones, quien no aprendía incluso a fingir,
claudicaba en algún sentido; así los mencionados casos, a los que habría que añadir la represión
religiosa, con excomunión, de Spinoza, o el destierro y confinamiento de Quevedo por razones de alta
política. Tal vez Molière quiso parodiar, con su Tartuffe, un personaje que abundaba: alguien que
había hecho de la impostura y el fingimiento un arte de la supervivencia.
Esta puesta en escena de una gran simulación, consecuencia tal vez de un cierto pesimismo,
lleva a una tensión entre lo que se es y lo que se querría ser. Conflicto éste de difícil solución, que dará
lugar a algunos de los grandes mitos modernos: Don Quijote o el conflicto entre realidad y apariencia;
Don Juan o el conflicto entre realidad y deseo; Segismundo o el fracaso de las mediaciones.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
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Es en este clima donde se fragua la llamada modernidad, con sujetos como Velázquez o El
Greco, Rubens o Rembrandt; le Grand Siècle francés, Descartes, Pascal o Spinoza; las guerras de
religión, las muertes de Cervantes y Shakespeare, la primera revolución política moderna, la primera
ejecución de un monarca «absoluto»; pero además Newton, Leibniz, Bach o Händel. Si el
Renacimiento había recuperado la dignidad humana, saltando por encima del orden medieval para
rescatar un «ideal» antiguo, clásico, el Barroco declara, con toda crueldad, la miseria de nuestra
condición. Igual que hará La Rochefoucauld, Quevedo desmonta y desenmascara la moral vigente,
mostrando la hipocresía que la anima. Lo humano es sórdido, tal y como nos revela el tema del pícaro,
o la literatura de los Sueños, o El Criticón gracianesco, tópicos que igualmente encuentran su hueco en
las artes visuales: piénsese en el tratamiento de enanos, minusválidos físicos y psíquicos, en
Velázquez; o el acercamiento irónico, sarcástico a ratos, que este mismo realiza a la mitología y a la
épica.
Frente a ese mundo, la tentación del escepticismo parece clara. Si con Don Quijote somos
incapaces de alcanzar un criterio de verdad que nos permita decidir si ante nuestros ojos hay molinos o
gigantes (o cuál es nuestra auténtica realidad social, histórica...), y con Don Juan (o con el príncipe de
Dinamarca) somos eterno objeto de una duda moral; si sueño y vigilia parecen ser lo mismo para
Segismundo, o el espectador de Las Meninas se ve inmerso en un juego de simetrías imposibles,
parece que habría que concluir, cuando menos, preguntándonos, con Montaigne, Que sais-je ?
La Cristiandad herida o, lo que es lo mismo, Europa dividida políticamente, con un equilibrio
de fuerzas de difícil digestión, convierten la cuestión teórica del escepticismo y la verdad en asunto
crucial. Hay que refundamentar en todos los terrenos, pero sobre todo en el del conocimiento (ciencia)
y en el de la religión. En el terreno de las ideas, se impone a lo largo del siglo XVII la necesidad de
andar con pies de plomo, de buscar seguridades, de cimentar lo que se ha tambaleado e incluso
reconstruir lo que ha acabado por desmoronarse. El mundo aparece como un todo inestable.
Contemplemos dicha mutabilidad, el paso del tiempo, los relojes, la fugacidad de la vida, la necesidad
de vivir plenamente el momento... El siglo XVII ha «descubierto» el tiempo y el dinamismo; y eso,
llevado al terreno de los seres humanos, es descubrir la conciencia y la subjetividad. Pero no olvidemos
que algunos creen que ha llegado el momento de poner orden.
Y aquí el filósofo Descartes, quien pretende dar respuesta, desde la voluntad de verdad, a los
problemas del conocimiento, proponiendo el orden, la claridad, el método que permitan a cualquiera
salir de su propio laberinto, independientemente de la inspiración, el genio o la agudeza. Supongamos
en todo un orden matemático de certeza apodíctica. Porque la razón bien dirigida no puede
equivocarse. Este francés de La Haya, Turenne, formado en el que probablemente fuera el mejor
colegio de Francia en la época (el que los jesuitas habían abierto en La Flèche), va a cobrar conciencia
en seguida de la escandalosa situación del conocimiento en sus días: frente a la universalidad y
necesidad con que se presenta un saber axiomático como el de la matemática, ni los científicos
naturales ni los filósofos parecen ponerse de acuerdo sobre verdad alguna. Sus muchos ires y venires,
pasando por ciudades, ejércitos, guerras... le confirman en su tesis de la «opinabilidad» de todo. Pero
para vivir, para combatir, para aprender, se hace necesario erradicar la duda y su imperio, el
escepticismo.
¿Hay motivos serios para la duda, para la discordia, para la controversia? Importante es la queja
respecto del totum revolutum1 en las costumbres, creencias, tradiciones... Las escuelas se pierden en
interminables debates que nunca parecen llegar al corazón de los problemas, las políticas se enfrentan
reclamando alternativamente sus derechos y sus verdades... En mitad del invierno, arrimado al
rescoldo de una estufa, Descartes, como si de un prestidigitador se tratara, nos va a proponer cambiar
la realidad sobre la que tan confiados apoyamos los pies cada mañana, por la conciencia, la
subjetividad, el «yo». ¿Y eso cómo se hace? Poniéndolo todo en duda, sirviéndose de la duda
metódica, que es la varita mágica de toda la modernidad, un suspicaz instrumento que pone a prueba
las verdades, las creencias, las confianzas y seguridades hasta ver si se tienen en pie o necesitan algún
punto de apoyo. Claro que no se trata de la duda de los escépticos, «que dudan sólo por dudar», sino de
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Tótum revolútum. Conjunto de muchas cosas sin orden, revoltijo.
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una duda que trata de encontrar terreno firme sobre el que seguir construyendo, edificando el
conocimiento.
Y así, el matemático Descartes pone en duda el testimonio de los sentidos. Después de todo, ya
nos han engañado muchas veces. Toda la astronomía precopernicana estaba montada sobre una infor-
mación incorrectamente interpretada por culpa de los sentidos. Pero además, ¿quién no ha sufrido
alguna vez ilusiones ópticas, acústicas? La Ronda nocturna de Rembrandt es un ejemplo de engaño
(con la anuencia de nuestros ojos) de cómo se puede encender una luz donde sólo hay lienzo, aceite y
pigmentos. ¿Y qué decir de la apoteosis de la arquitectura barroca, en la cúpula de la iglesia de Jesús,
en Roma, bajo cuyos «efectos» somos transportados a un infinito meramente representado? En
definitiva, nuestros sentidos no son la prueba irrefutable de la presencia de un mundo inmediato. Más
bien el mundo se ha vuelto algo problemático, de dudosa y difícil verificación directa. Podría, incluso,
ser una ilusión, un sueño. Porque, ¿qué diferencia hay entre éste y la vigilia? Recuérdese lo que un
contemporáneo de Descartes, Calderón, escribiría al respecto:
Y así como Don Quijote había vivido a lomos de un mundo que sólo él parecía ver, para
«recobrar» al final de sus días la razón y declarar a su sobrina: «yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las
sombras caliginosas de la ignorancia...», así también Descartes anhela un «juicio libre y claro» que
remonte el vuelo por encima de las brumas de una realidad soñada o, al menos, cuestionable. Se puede
dudar de la realidad exterior, se puede dudar de la vida «vivida»... pero de lo que no cabe dudar es de
que yo estoy dudando. Que soy, pues, algo que duda, es decir, alguien que piensa y, por lo mismo,
existe. Y esta afirmación va a servir para construir todo el edificio de la realidad, el conocimiento en su
totalidad; porque va a resultar, para el juicio libre y claro de Descartes, que tenemos evidencia, o sea,
claridad y distinción, de unas cuantas verdades en el interior de nuestra conciencia. Ideas que no he
creado yo, que no he obtenido a partir de experiencia alguna, sino que están ahí, conmigo,
inmediatamente, desde que tengo conciencia (en realidad desde que nazco). Por eso este francés que
vivió más tiempo fuera que dentro de su país, llamará a esas verdades que fundan todo el
conocimiento, ideas innatas, como la de mi propia existencia, la de la existencia de Dios, las verdades
de la matemática... Surge así una manera de hacer y entender el conocimiento que ha venido
llamándose racionalismo, por cuanto lo fundamenta todo en la razón. Y ese mismo racionalismo
cartesiano, que a la hora de explicar el mundo se convierte en mecanicismo, le hará decir después a su
autor: «He descrito la tierra y el universo visible entero, tomando como modelo una máquina, sin que
interviniese nada que no fuese figura y movimiento.» Pero la garantía que la razón tiene de estar
actuando correctamente al considerar así el mundo, la validez que mi conocimiento del mundo (ese
mundo que habíamos puesto entre paréntesis) necesita, la encuentra en última instancia en el apoyo y
el respaldo de Dios. Sé que Dios existe –es una de las ideas innatas– y sé que Dios es el ser veraz por
excelencia, la verdad misma. Por consiguiente, Dios no puede engañarme si yo me guío ordenada,
cuidadosamente, con arreglo a pasos, siguiendo un método.
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1. CONTEXTO
Entre los siglos XV y XVII se consolida lo que conocemos como mundo moderno. La
explicación y dominación científico-técnica del mundo, la aparición de la idea de progreso, la
concepción democrático-liberal del Estado, etc., son de naturaleza «moderna». Si en los siglos XV y
XVI asistimos a la irrupción de estos elementos en escena, a lo largo de los siglos XVII y XVIII,
vemos su triunfo definitivo.
Hacia la mitad del siglo XVI tienen lugar en Europa una serie de crisis, que abarcan todo el
siglo XVII. Tras una época de esperanza como fue el Renacimiento, sucede un periodo de crisis y
desequilibrios. El siglo XVII es un siglo de crisis económica y demográfica, el siglo del Barroco, y del
triunfo del racionalismo. Un siglo inquieto en el que se buscan nuevas soluciones para los graves
problemas económicos, políticos y religiosos que por aquel entonces estaban afectando a Europa.
Lo más característico del siglo XVII en el aspecto económico-social es el gran desarrollo de la
burguesía vinculada al capitalismo mercantilista, favorecido por la expansión del comercio marítimo y
colonial y la afluencia de metales preciosos de las minas europeas y americanas, que provocan un alza
de precios.
Esto unido a las innovaciones en las técnicas marítima, industrial y agrícola auguran un gran
desarrollo económico que se manifiesta en el desarrollo del capitalismo comercial. Se perfila el tipo de
capitalista emprendedor, práctico, que reclama la libertad individual frente a corporaciones y señoríos
e incluso frente a concepciones morales y religiosas.
Sin embargo, las guerras, la peste y una sucesión de malas cosechas traen consigo el hambre
(en numerosos lugares de Europa –Ruán, Amiens, Cumberland, etc.– causó la muerte de hasta un 20%
de la población) y una crisis económica a lo largo del siglo, crisis que afectará también al terreno
social, cultural, etc.
El siglo XVII es, en lo político, el siglo de las monarquías absolutas: Luis XIV (el Rey Sol), en
Francia; Felipe IV, en España; la dictadura de Cromwell, y el absolutismo de Carlos II en Inglaterra.
(Hobbes será el teórico defensor del absolutismo: en su Leviatán había apelado al Estado como la
instancia capaz de evitar las continuas guerras civiles; mientras que con Locke aparece, dentro del
problema del origen de la sociedad como un contrato, la devaluación del absolutismo mediante el
control parlamentario de las decisiones reales, especialmente en Inglaterra.)
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Los profundos cambios operados en los tres siglos anteriores han llevado al espíritu humano a
refugiarse en aquello que en sí mismo le ofrece alguna seguridad: la razón. La nueva etapa de la
filosofía que abre Descartes (1596-1650) se denominará, por tanto, «racionalismo».
La filosofía experimenta una completa renovación en la obra del francés, hasta el punto en que
ésta consistirá en el desarrollo más o menos fiel (generalmente con muchas innovaciones) del
programa cartesiano (el racionalismo) o bien en la elaboración de un programa alternativo (el
empirismo), definido en gran medida como reacción a los principios asentados por Descartes. Así,
pues, dos grandes corrientes filosóficas van a dominar el pensamiento moderno: el racionalismo y el
empirismo. A finales del siglo XVIII, Kant, uno de los mayores filósofos de todos los tiempos,
intentará sintetizarlas en un sistema único.
Si con Descartes se abrió paso y se afirmó definitivamente la autonomía de la razón, el
idealismo de Hegel (1770-1831), por su parte, suele ser considerado el último gran sistema filosófico
de la modernidad. Puede decirse, por tanto, que la filosofía moderna se desarrolló a lo largo de los
siglos XVII y XVIII, hasta la Revolución Francesa, y sus consecuencias, no sólo políticas, sino
también culturales y filosóficas, se dejaron sentir en las décadas siguientes.
A este respecto, Descartes tratará de poner de relieve las reglas que debe seguir dicho método, a
fin de que mediante ellas la razón pueda vigilarse a sí misma, pues utilizando dichas reglas resulta
«imposible tomar lo falso por verdadero y sin ningún esfuerzo mental inútil, sino aumentando gradual-
mente la ciencia, conducirán al conocimiento verdadero de todo cuanto se sea capaz de conocer». De
este modo, Descartes nos dirá que existe una sola razón, luego existirá un solo método y una sola
ciencia: el método y la ciencia racionales.
En la primera de sus Reglas para la dirección del espíritu afirma Descartes: «Todas las
diversas ciencias no son otra cosa que la sabiduría humana, la cual permanece una e idéntica, aun
cuando se aplique a objetos diversos, y no recibe de ellos más distinción que la que recibe la luz del sol
de los diversos objetos que ilumina.» Las distintas ciencias y los diversos saberes son, pues,
manifestaciones de un saber único.
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Esta concepción unitaria del saber proviene, en último término, de una concepción unitaria de
la razón. La sabiduría (bona mens) es única porque la razón es única: la razón que distingue lo
verdadero de lo falso, lo conveniente de lo inconveniente, la razón que se aplica al conocimiento
teórico de la verdad y al ordenamiento práctico de la conducta, es una y la misma.
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duda es metódica, es una exigencia del método en su momento analítico. El escalonamiento de los
motivos para dudar presentados por Descartes hace que la duda adquiera la máxima radicalidad.
1. La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en las falacias
de los sentidos, que nos inducen a veces a error. Ahora bien, ¿qué garantía existe de que no nos
inducen siempre a error? La mayoría de los hombres consideran altamente improbable que los sentidos
nos induzcan siempre a error, pero la improbabilidad no equivale a la certeza y, por eso, la posibilidad
de dudar acerca del testimonio de los sentidos no queda totalmente eliminada.
2. El mal uso de la razón: las razones que creemos rigurosas y verdaderas pueden ser erróneas
y falsas:
«Puesto que hay hombres que yerran al razonar, aun acerca de las cosas más simples de la
geometría y cometen paralogismos2, juzgué que yo estaba tan expuesto al error como otro cualquiera y
rechacé como falsas todas las razones que anteriormente tuve como demostrativas» (Discurso del
método, IV).
3. Cabe, pues, dudar de que las cosas sean como las percibimos por medio de los sentidos, pero
ello no nos permite dudar de que existan las cosas que percibimos. De ahí que Descartes añada una
tercera razón –más radical– para dudar: la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. A veces
los sueños nos muestran mundos de objetos con extremada viveza, y al despertar descubrimos que tales
universos no tienen existencia real. ¿Cómo distinguir el estado de sueño del de vigilia y cómo alcanzar
certeza absoluta de que el mundo que percibimos es real? (Como en el caso de las falacias de los
sentidos, la mayoría de los hombres –si no todos– cuentan con criterios para distinguir la vigilia del
sueño; pero estos criterios no sirven para fundamentar una certeza absoluta.)
4. La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño permite dudar de la existencia de las cosas
y del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades, como las matemáticas: dormidos o despiertos,
los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados en la geometría de Euclides. De ahí que Descartes
añada el cuarto y más radical motivo de duda: tal vez exista algún espíritu maligno –escribe
Descartes– «de extremado poder e inteligencia, que pone todo su empeño en inducirme a error»
(Meditaciones, 1). Esta hipótesis del «genio maligno» equivale a suponer que tal vez el entendimiento
humano es de tal naturaleza que se equivoca siempre y necesariamente cuando piensa captar la verdad.
Una vez más se trata de una hipótesis improbable, pero que nos permite dudar de todos nuestros
conocimientos.
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Argumentación o razonamiento falso que parece o que es tomado como verdadero.
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«Pienso, luego existo» no sólo va a constituir la primera verdad, sino que en ella encontrará
Descartes el criterio de toda otra verdad, es decir, el criterio que le permitirá distinguir lo verdadero de
lo falso, el acierto del error.
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Tenemos ya una verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como sujeto pensante. Esta
existencia indubitable del yo no parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra realidad.
En efecto, aunque yo lo piense, tal vez el mundo no exista en realidad (podemos, según Descartes,
dudar de su existencia); lo único cierto es que yo pienso que el mundo existe. ¿Cómo demostrar la
existencia de una realidad extramental, exterior al pensamiento? ¿Cómo conseguir la certeza de que
existe algo aparte de mi pensamiento, exterior a él?
El problema es enorme, sin duda, ya que a Descartes no le queda más remedio que deducir la
existencia de la realidad a partir de la existencia del pensamiento. Así lo exige el ideal deductivo: de la
primera verdad, «yo pienso», han de extraerse todos nuestros conocimientos, incluido, claro está, el
conocimiento de que existen realidades extramentales.
Antes de seguir adelante con la deducción, veamos, como hace Descartes, qué elementos
tenemos para llevarla a cabo. El inventario nos muestra que contamos con dos: el pensamiento como
actividad (yo pienso) y las ideas que piensa. En el ejemplo citado, «yo pienso que el mundo existe»,
esta fórmula nos pone de manifiesto la existencia de tres factores: el yo que piensa, cuya existencia es
indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es dudosa y problemática,
y las ideas de «mundo» y de «existencia» que indudablemente poseo (tal vez el mundo no exista, pero
no puede dudarse de que poseo las ideas de «mundo» y de «existencia», ya que si no las poseyera no
podría pensar que el mundo existe).
De este análisis concluye Descartes que el pensamiento siempre piensa ideas3. ¿Cómo
garantizar, pues, que a la idea de mundo corresponde la realidad del mundo?
La afirmación de que el objeto del pensamiento son las ideas lleva a Descartes a distinguir
cuidadosamente dos aspectos en ellas: las ideas en cuanto que son actos mentales («modos del
pensamiento», en expresión de Descartes) y las ideas en cuanto que poseen un contenido objetivo.
Como actos mentales, todas las ideas poseen la misma realidad; en cuanto a su contenido, su realidad
es diversa: «En cuanto que las ideas son sólo modos del pensamiento, no reconozco desigualdad
alguna entre ellas y todas ellas parecen provenir de mí del mismo modo, pero en tanto que la una
representa una cosa, y la otra, otra, es evidente que son muy distintas entre sí. Sin duda alguna, en
efecto, aquellas ideas que me representan sustancias son algo más y poseen en sí, por así decirlo, más
realidad objetiva que aquellas que representan sólo modos o accidentes.» (Meditaciones, III.)
Hay, pues, que partir de las ideas. Hay que someterlas a un análisis cuidadoso para descubrir si
alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento y salir a la realidad extramental. Al
realizar este análisis, Descartes distingue tres tipos de ideas:
1. Ideas adventicias, las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las ideas de
hombre, de árbol, los colores, etc.). Hemos escrito «parecen provenir», y no «provienen», porque aún
no nos consta la existencia de una realidad exterior.
2. Ideas facticias, las que construye la mente a partir de otras ideas (la idea de un caballo con
alas, etc.).
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Es importante señalar que el concepto de «idea» en Descartes cambia con respecto al de la filosofía
anterior. Para ésta el pensamiento no recae sobre las ideas, sino directamente sobre las cosas: si yo pienso que el mundo
existe, estoy pensando en el mundo y no en mi idea de mundo. Para Descartes, por el contrario, el pensamiento no recae
directamente sobre las cosas (cuya existencia no nos consta en principio), sino sobre las ideas: en el ejemplo utilizado, yo
no pienso en el mundo, sino en la idea de mundo (la idea es una representación o fotografía que contemplamos).
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Es claro que ninguna de estas ideas puede servirnos como punto de partida para la
demostración de la existencia de la realidad extramental: las adventicias, porque parecen provenir del
exterior y, por tanto, su validez depende de la problemática existencia de la realidad extramental; las
facticias, porque al ser construidas por el pensamiento, su validez es cuestionable.
3. Existen, sin embargo, algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que no son ni
adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden provenir de la experiencia externa ni tampoco son
construidas a partir de otras, ¿cuál es su origen? La única contestación posible es que el pensamiento
las posee en sí mismo, es decir, que son innatas. (Henos aquí ya ante la afirmación fundamental del
racionalismo de que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros
conocimientos son innatas.) Ideas innatas son, por ejemplo, la de «pensamiento» y la de «existencia»,
que no son construidas por mí ni proceden de experiencia externa alguna, sino que las encuentro en la
percepción misma del «pienso, luego existo».
Entre las ideas innatas, Descartes descubre la idea de infinito, que se apresura a identificar con
la idea de Dios (Dios = infinito). Con argumentos convincentes demuestra Descartes que la idea de
Dios no es adventicia (evidentemente, ya que no poseemos experiencia directa de Dios), y con
argumentos menos convincentes se esfuerza en demostrar que tampoco es facticia. Contra la opinión
tradicional de que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito,
Descartes afirma que la idea de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud. Ésta no deriva,
pues, de aquélla; no es facticia.
En las distintas obras de Descartes encontramos varias veces repetida la demostración de la
existencia de Dios; pero, en conjunto, podemos reducir todas sus pruebas a las tres siguientes:
1ª demostración (gnoseológica): parte de la idea de perfección presente en nosotros. Pero yo
no puedo ser causa de tal idea –puesto que soy imperfecto–; luego tiene que haber sido puesta en mí
por un ser realmente perfecto, esto es, por Dios.
2ª demostración (basada en la causalidad): parte de la dependencia de mi ser (de la
contingencia de la existencia). Esta segunda prueba es subsidiaria de la anterior. Partiendo del hecho
de que soy un ser contingente, es decir, que no puedo existir por mí mismo, concluye la existencia de
un ser del que dependo: Dios.
Argumento basado en la imperfección y dependencia de mi ser. Esta prueba parte de la
contingencia de mí mismo como ser finito. Dios será en esta prueba causa de mí.
3ª demostración («Argumento ontológico»): ya utilizado en la Edad Media por San Anselmo.
Esta prueba parte de la idea de Dios como la de un ser absolutamente perfecto. Lo esencial del
argumento: en la idea de Dios está comprendida su existencia. Pasos: 1) En la idea de Dios está
comprendido el ser absolutamente perfecto. 2) El existir realmente hace de algo más perfecto que el
existir sólo en el pensamiento o que en la mera posibilidad de existir. 3) La existencia necesaria y
eterna está comprendida en la idea de un ser absolutamente perfecto. 4) Luego Dios existe.
La tercera demostración consiste en la aplicación del criterio a la idea de Dios, y se sintetiza en
las siguientes razones: todo aquello que concibo clara y distintamente existe; ahora bien, cuando
examinamos qué es Dios, vemos claro y distintamente que a su esencia corresponde necesariamente la
existencia; luego Dios tiene que existir.
Así pues, con la demostración de la existencia de Dios cae por tierra la hipótesis del genio
maligno y, al mismo tiempo, se pone de relieve que todas las cosas dependen de Dios y que Éste no me
engaña. Dios se convierte en la garantía de que todo lo que concibo clara y distintamente es verdadero.
La existencia del mundo, pues, es demostrada a partir de la existencia de Dios: puesto que Dios
existe y es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe,
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luego el mundo existe. Dios aparece así como garantía de que a mis ideas corresponde un mundo, una
realidad extramental.
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el correspondiente registro en el alma, o con ocasión de un deseo del alma establece el correspondiente
movimiento en el cuerpo; Spinoza (1632-1677) afirmó, a su vez, que todo es Dios y, que el cuerpo y el
alma son meros atributos de la única realidad, es decir, de la realidad divina; J. O. de la Mettrie
mantuvo que el ser humano era únicamente cuerpo y éste, como el de cualquier otro animal, mera
máquina.
Hasta ahora hemos insistido preferentemente en los aspectos relativos a la teoría del
conocimiento racionalista: innatismo de las ideas, ideal de un sistema deductivo cuyo prototipo es el
saber matemático, concepción de la realidad como un orden racional, etc. Se trata, sin duda, de
elementos esenciales y significativos del racionalismo. Sin embargo, la motivación última de la
filosofía racionalista no se halla tanto en su interés por el conocimiento científico-teórico de la
realidad, cuanto en una honda preocupación por el hombre, por la orientación de la conducta
humana, de modo que sea posible una vida plenamente racional.
Esta preocupación por la conducta humana aparece explícitamente afirmada por Descartes en la
primera parte del Discurso del método, al exponer la trayectoria de su propia actividad filosófica:
«Sentía continuamente un deseo imperioso de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, con el fin
de ver claro en mis acciones y caminar con seguridad en esta vida.» El objetivo último que Descartes
persigue a través de la filosofía es, pues, la solución de un problema antropológico: el de fundar la
libertad en la razón, a fin de que su uso racional haga posible alcanzar la felicidad y la perfección
humanas.
Al ocuparnos de la concepción platónica del alma, veíamos las dificultades que tenía Platón a la
hora de explicar las relaciones existentes entre la parte racional y las partes inferiores del alma.
Descartes separa el alma del cuerpo de una manera más radical aún que lo hiciera el platonismo,
considerándolos sustancias autónomas y autosuficientes. De este modo se agudiza el problema de la
relación, calificada por Descartes como «combate», entre las partes inferior y superior del alma, entre
los apetitos naturales o pasiones, de un lado, y la razón y la voluntad, de otro. ¿Cuál es el origen de las
pasiones, cómo afectan a la parte superior del alma y cuál es el comportamiento de ésta con respecto a
aquéllas?
Pasiones son, para Descartes, las percepciones o sentimientos que hay en nosotros y que afectan
al alma sin tener su origen en ella. Su origen se halla en las fuerzas que actúan en el cuerpo,
denominadas por Descartes «espíritus vitales». Las pasiones, por tanto, son: 1), involuntarias: su
aparición, su surgimiento, escapa al control y al dominio del alma racional, ya que no se originan en
ellas; 2), inmediatas, y 3), no siempre racionales, es decir, no siempre acordes con la razón; de ahí
que puedan significar para el alma una cierta servidumbre: «Las pasiones agitan diversamente la
voluntad, y así hacen al alma esclava e infeliz.»
En este punto Descartes toca el tema, típicamente estoico, del autodominio, del autocontrol. Por
lo demás, la actitud cartesiana ante las pasiones no es absolutamente negativa. No hay que rechazarlas
o erradicarlas por principio, por el mero hecho de su existencia; no hay que enfrentarse a las pasiones
como tales, sino a la fuerza ciega con que tratan de arrastrar la voluntad de un modo inmediato, sin
dejar lugar para la reflexión razonable.
La tarea del alma en relación con las pasiones consiste, pues, en someterlas y ordenarlas
conforme al dictamen de la razón. La razón, en efecto, descubre y muestra el bien que, como tal,
puede ser querido por la voluntad. La razón suministra no sólo el criterio adecuado con respecto a las
pasiones, sino también la fuerza necesaria para oponerse a ellas; las armas de que se vale la parte
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superior del alma, escribe Descartes, son «juicios firmes y determinados referidos al conocimiento del
bien y del mal, según los cuales ha decidido conducir las acciones de su vida».
Con el término «yo» expresa Descartes la naturaleza más íntima y propia del ser humano. Del
yo poseemos un conocimiento directo, intuitivo, claro y distinto, que se manifiesta en el «yo pienso».
El yo como sustancia pensante (res cogitans) es centro y sujeto de actividades anímicas que, en último
término, se reducen a dos facultades, el entendimiento y la voluntad: «Todos los modos del
pensamiento, que experimentamos en nosotros, pueden reducirse, en general, a dos: uno es la
percepción u operación del entendimiento; el otro, la volición u operación de la voluntad. En efecto, el
sentir, el imaginar y el entender puro no son sino diversos modos del percibir, así como desear,
rechazar, afirmar, negar, dudar, son distintos modos de querer.» (Principios de la filosofía, 1, 32.)
La voluntad se caracteriza por ser libre, y la libertad ocupa un lugar central en la filosofía
cartesiana:
a) La existencia de la libertad es indudable; es –dice Descartes– «tan evidente que ha de
considerarse una de las nociones primeras y máximamente comunes que hay innatas en nosotros»
(ibíd. 1, 39).
b) El ejercicio de la libertad, en fin, constituye un elemento básico del proyecto de Descartes: la
libertad nos permite ser dueños tanto de la naturaleza (el objetivo último del conocimiento, para
Descartes como para Bacon, es el dominio de la naturaleza) como de nuestras propias acciones. (Entre
las acciones significativas que hacen posible la libertad figura la duda, la decisión de dudar, de que,
como vimos, parte toda la filosofía de Descartes.)
¿En qué consiste exactamente la libertad, su ejercicio? La libertad consiste en elegir lo que es
propuesto por el entendimiento como bueno y verdadero.
La libertad no es, pues, la indiferencia ni la arbitrariedad, sino el sometimiento positivo de la
voluntad al entendimiento, que descubre el orden de lo real, procediendo de un modo deductivo-
matemático.
4.1. PUBLICACIÓN
El Discurso del método para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias se publicó
el 8 de junio de 16374, y apareció seguido de tres ensayos científicos: La Dióptrica, Los Meteoros y La
Geometría. Hay críticos que sostienen que el autor no atribuyó al Discurso la importancia que le daría
la posteridad, sino que lo consideró tan sólo como la introducción a los tres ensayos científicos, que
tenían valor en sí mismos.
Ha de tenerse en cuenta que el contenido de las dos partes seleccionadas ha sido desarrollado
por Descartes en otras obras (las Reglas, las Meditaciones, los Principios), por lo general de un modo
más riguroso y detallado. Téngase en cuenta también que desde el punto de vista formal el Discurso
del método presenta dos características importantes: 1), está escrito en francés y no en latín, lengua
científica y culta del momento. Descartes ofrece la siguiente explicación: «Y si escribo en francés..., y
no en latín..., es porque espero que aquellos que solamente se sirven de su razón natural, carente de
todo prejuicio, juzgarán más correctamente mis opiniones que aquellos que no aceptan sino el
pensamiento antiguo» (Discurso, parte sexta); 2), está escrito en forma autobiográfica. Al respecto, él
mismo señala: «así, pues, no es mi deseo enseñar en este tratado el método que cada persona debe
seguir para dirigir adecuadamente su razón; únicamente intento presentar cómo me he esforzado en
dirigir la mía» (Discurso, parte primera).
4
En 1633 había sido condenado Galileo.
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Estos dos rasgos muestran que Descartes: 1), es consciente de que su filosofía constituye una
ruptura con toda la filosofía anterior (de ahí su apelación a la «razón natural» frente a los prejuicios
de los eruditos mantenedores de la tradición), y 2), adopta cautelas ante el rechazo institucional que
pueda sufrir (de ahí su insistencia en que no pretende conseguir adeptos para su filosofía, sino
solamente exponer su trayectoria personal).
4.2. CONTENIDO
De las seis partes que componen el Discurso, tan sólo la primera, la segunda y la cuarta
ofrecen real interés filosófico. El resto de la obra tiene interés en la medida en que arroja alguna luz
sobre las ideas contenidas en las partes mencionadas. Nos dice Descartes, en la presentación de la obra,
que:
a) En la primera parte, «se encontrarán diversas consideraciones acerca de las ciencias».
Explica su «diseño», presenta al lector no tanto conocimientos nuevos como la propuesta de un nuevo
método de proceder en la investigación del saber. A continuación realiza un balance de las ciencias de
su tiempo; el resultado es negativo: no ofrecen un conocimiento claro y seguro, ni siquiera ofrecen
aquello que es útil para la conducta personal. Descartes decide entonces viajar con la esperanza de
descubrir la verdad; vana tentativa, de nuevo descubre diversidad de opiniones y contradicciones entre
costumbres y pueblos, cosa que ya había descubierto en los libros. Decide, por último, indagar la
verdad en sí mismo, en su propio pensamiento.
b) En la segunda parte, aparecen las famosas cuatro reglas del método. Éstas se hallan
precedidas por una crítica a la lógica clásica, y en particular al silogismo, que revela la ruptura de
Descartes con el pensamiento metodológico tradicional.
c) En la tercera parte, expone su «moral provisional», cuestión que no volverá a tocar, sino
incidentalmente, en ninguna de sus obras posteriores, pero a la que dedicará buen número de cartas.
Descartes no se atreve a romper el «statu quo» de su época, respeta sus costumbres y creencias.
d) En la cuarta parte es donde se exponen las ideas esenciales de la filosofía cartesiana. Se
indica ahí cómo llegó a la primera verdad –«pienso, luego soy»–, cómo puede extraerse de esta
proposición el criterio de verdad, y cuál es la naturaleza de nuestra alma, así como las pruebas de la
existencia de Dios y la existencia del mundo extramental.
e) En la quinta parte, se detalla el orden seguido en sus investigaciones de física. Resume las
cuestiones que contenía su Tratado del mundo –que decidió no publicar debido a la condena de Galileo
en 1633–, y expone en particular la constitución y el movimiento del corazón, y la diferencia que hay
entre el hombre y los animales: éstos carecen de pensamiento o alma racional. Los animales no tienen
alma y el alma del hombre es enteramente independiente del cuerpo e inmortal.
f) En la sexta parte nos dice el autor qué cosas juzga necesarias para proseguir en la
investigación de la naturaleza y nos revela las razones que le impulsaron a escribir y a publicar la
presenta obra.
4.3. SIGNIFICACIÓN
El Discurso del método marca una nueva actitud en el pensamiento europeo: con él se inicia,
en rigor, la filosofía moderna. Puede tomarse este escrito como la expresión de la totalidad del
pensamiento de Descartes.
La aportación del Discurso del método es múltiple, pero admite su reducción a dos elementos
principales: afirmación de la razón como criterio fundamental de verdad y fuente principal de
conocimiento, y descubrimiento de la conciencia como realidad primera y punto obligado de
partida del filosofar. Por tal razón, Descartes inicia a un mismo tiempo dos movimientos fundamen-
tales de la filosofía moderna: el racionalismo y el idealismo.
a) Racionalismo: Buena parte de la filosofía moderna se nutre directamente de sus ideas. Así
ocurre con Spinoza, Malebranche y Leibniz. Y el propio Kant (1724-1804), acaso el filósofo de mayor
relieve en la Edad Moderna.
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«claro» aquello presente y manifiesto a un espíritu atento, y por «distinto» aquello que es preciso y
diferente de todo lo demás. La intuición, a su vez, es el acto del entendimiento por el cual alcanzamos
un conocimiento evidente. De ahí que la evidencia sea inmediata y que no se requiera ninguna otra
operación del espíritu para que el objeto se nos revele en su plenitud. Hay que evitar la precipitación y
la prevención. La precipitación consiste en aceptar como verdadero lo que aún no es evidente, esto es,
claro y distinto. La prevención consiste en negarse a aceptar una idea a pesar de ser clara y distinta.
8. SEGUNDA REGLA: Habla Descartes de «dificultades». Una dificultad está constituida por
un complejo de cuestiones. De ahí la necesidad, indicada por esta regla, de dividir las cuestiones hasta
alcanzar los elementos más simples, que serán captados por medio de la intuición. Será simple una idea
que precede a otra en el orden de la deducción. Los objetos más simples son los que Descartes llama
naturalezas simples, que son elementos indivisibles y que constituyen el último término del
conocimiento. La intuición, captadora de naturalezas simples, es «tan distinta y fácil que no deja
ninguna duda sobre lo conocido».
9. TERCERA REGLA: Una vez que la división de las dificultades «en tantas partes como fuere
posible» nos permite alcanzar las naturalezas simples, que captamos por intuición, conduciremos
ordenadamente los pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ir
ascendiendo poco a poco, hasta el conocimiento de los más compuestos. Este ascenso deductivo nos
permitirá llevar a las dificultades, que son complejas, la misma seguridad que tenemos de captar, por
intuición, los elementos o naturalezas simples.
10. CUARTA REGLA: Revisión general. Debemos «hacer en todo enumeraciones tan
complejas y revisiones tan generales que estemos seguros de no omitir nada».
11. LAS MATEMÁTICAS COMO MODELO: Se ve con claridad en este pasaje que Descartes
toma a las matemáticas como modelo del conocimiento cierto y evidente, pues extiende el método y el
criterio matemático a toda la esfera del conocimiento humano.
12. BÚSQUEDA DE PRIMEROS PRINCIPIOS PARA LA FILOSOFÍA: Al advertir que todos
los principios de las ciencias debían tomarse de la filosofía, donde aún no hallaba ninguno cierto, pensé
que era necesario, ante todo, tratar de establecerlos en ella. Descartes se decide a elaborar una
metafísica que sirviera de base a la física.
Este capítulo constituye el núcleo central del Discurso. En él Descartes aborda los fundamentos
de su metafísica siguiendo las reglas del método propuestas en la segunda parte. La búsqueda de la
certeza implica poner en práctica la duda metódica y provisional en todo el ámbito del conocimiento,
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tras lo cual Descartes descubre un principio indubitable: «Yo pienso, luego soy», el ser pensante que
existe independientemente de toda cosa material. Es un principio evidente porque es claro y distinto,
de donde se sigue que la claridad y distinción de las ideas será el criterio a seguir en la búsqueda de la
verdad.
A partir de aquí Descartes pasa a establecer la existencia de Dios a través de tres
argumentaciones. La existencia de Dios, fuente de toda perfección y verdad, prueba también la
existencia del mundo exterior, pues garantiza la evidencia de nuestras ideas claras y distintas.
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8. REALIDAD DEL MUNDO EXTERNO: Dios es la garantía de que las cosas que vemos y
tocamos existen, porque Él es perfecto y veraz y no nos puede engañar. Descartes demuestra primero
la existencia de Dios y, basado en la veracidad divina, la existencia de las cosas corporales, invirtiendo
el orden tradicional que intentaba demostrar la existencia de Dios a partir del mundo sensible y del
orden que en él advertimos.
5. VOCABULARIO
ÁLGEBRA. Parte de las matemáticas que trata de la cantidad en general, valiéndose de símbolos para
su representación, cuyo objeto es simplificar y generalizar las cuestiones relativas a los números.
Descartes, gran matemático, introdujo la notación de los exponentes y los principios de su cálculo.
ALMA, MENTE. Sustancia pensante, es decir sustancia (véase) cuya naturaleza o esencia
consiste en pensar (cogitare. Véase cogito). Es realmente distinta e independiente del cuerpo, como lo
demuestra el hecho de que podemos concebirla sin necesidad de recurrir a la idea de éste. Descartes
utiliza a menudo la expresión «unión sustancial» (de origen aristotélico y empleada por los
escolásticos) para referirse a la relación entre el alma o mente y el cuerpo. Sin embargo, su doctrina es
radicalmente distinta de la escolástica: para ésta, la «unión sustancial» comporta que alma y cuerpo
constituyen una sustancia, mientras que para Descartes se trata de dos sustancias realmente distintas; el
alma, a diferencia del cuerpo, es una sustancia inextensa que puede existir sin éste.
El dualismo antropológico de Descartes arranca de Platón, recoge el planteamiento neoplatónico
incorporado al cristianismo por San Agustín, pero no es una consecuencia de su posición en el tema de
las sustancias.
ANÁLISIS. Método empleado por los geómetras griegos como Arquímedes o Apolonio (s.III-II a.C.),
por el que se parte de la solución del problema propuesto y se trata de fundamentarlo y justificarlo a
través de otra proposición del sistema ya demostrada. Descartes usa frecuentemente el término
«análisis» como método destinado a solucionar un problema mediante ecuaciones, tal como ocurre en
la geometría analítica. Pero no se limitó a su uso matemático, sino que lo generalizó. Es entonces un
procedimiento de descomposición de lo complejo en lo simple, hasta llegar a sus elementos más
simples, aprehensibles por intuición, como aparece en la regla 2ª.
CERTEZA. En algunos autores la certeza hace referencia a la seguridad del asentimiento de la mente
a la verdad, y se contrapone a la duda y a la opinión. En Descartes es sinónimo de evidencia.
CIRCUNSPECCIÓN. Actitud de prudencia mental que en el camino del razonar evita cualquier
precipitación o falta de fundamento a la hora de enjuiciar. Sobre ello vuelve a insistir en la regla 1ª,
aunque también advierte contra el defecto contrario, la prevención. Uno y otro extremos impiden el
recto avance racional.
CLARIDAD. Una de las notas características del criterio de certeza. Es la presencia o manifestación
tal de un conocimiento a la mente atenta que a ésta no le queda más remedio que asentir, ya que se
conocen todos los elementos que lo integran.
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COGITO. Literalmente, yo pienso. Con esta palabra se alude a la fórmula completa, cogito ergo sum
(«pienso, luego existo») en que se expresa la primera verdad del sistema de Descartes.
El pensamiento es la esencia o naturaleza del alma y comprende todos los actos de los cuales el
sujeto es consciente de modo inmediato. Descartes lo explica así: «En la palabra “pensamiento”
(cogitatio) incluyo todo lo que está en nosotros, de tal modo que somos conscientes inmediatamente de
ello. Así, pensamientos son todas las operaciones de la voluntad, del entendimiento, de la imaginación
y de los sentidos. Ahora bien, he añadido la palabra “inmediatamente” con el fin de excluir todo lo que
se sigue de aquellas operaciones: por ejemplo, el movimiento voluntario tiene ciertamente el pensa-
miento como principio, pero él mismo no es, sin embargo, pensamiento.» (Segundas respuestas).
CONOCIMIENTO CIERTO. Es un conocimiento verdadero y firme, que constituye el ideal
cognoscitivo que se propone Descartes apoyándose en su razón, bien encaminada por un método
adecuado. Descartes lamenta que la mayoría se deja guiar más por la costumbre y la moda que por ese
objetivo supremo.
CUERPO. «Por cuerpo entiendo todo lo que termina en alguna figura, lo que puede estar incluido en
algún lugar y llenar un espacio de tal modo que otro cuerpo quede excluido, que puede ser sentido o
por el tacto o por la vista, o por el oído, o por el gusto, o por el olfato, que puede moverse de diversas
maneras, no por sí mismo sino por algo ajeno por el cual se trocado y del cual reciba su impresión»
(Meditaciones metafísicas, II). Y en Segundas respuestas, def. 7 propone la siguiente definición: «Se
llama cuerpo a la sustancia que es sujeto inmediato de la extensión local y de los accidentes que
presuponen la extensión, como las figuras, la situación, el movimiento local, etc.» Es la «sustancia
extensa», distinta de la «sustancia pensante». El hombre es una realidad dual: su cuerpo y su alma son
dos tipos distintos de realidad, dos sustancias. La esencia de los cuerpos es la extensión.
Al reducir el cuerpo (la materia) a la extensión, Descartes propició una concepción mecanicista de la
naturaleza.
DEDUCCIÓN. Operación del espíritu que consiste en la inferencia rigurosa a partir de conocimientos
ciertos. Es una sucesión ordenada de evidencias. La deducción en su doble funcionamiento –analítica o
sintética– es la operación que preside la 2ª y la 3ª reglas del método. Todo el sistema cartesiano está
presidido por el ideal deductivo de las matemáticas. (V.: intuición).
DIOS. Es la sustancia infinita, el ser perfecto, cuya existencia se hace evidente a mi espíritu y es
garantía de la veracidad de mi razón cuando sigue el camino o método adecuado. Los atributos de
infinitud, eternidad, inmutabilidad, omnisciencia, omnipotencia, subsistencia en sí mismo y
omniperfección constituyen la naturaleza de Dios.
Descartes lo define como «aquella sustancia que entendemos que es sumamente perfecta y en la cual
no concebimos absolutamente nada que contenga algún defecto o limitación de perfección» (Segundas
respuestas, def. 9).
Descartes sostuvo que la existencia de Dios puede ser demostrada a partir de la idea de «lo
sumamente perfecto» mediante dos argumentos: a), el argumento basado en que la realidad objetiva
de esta idea solamente puede ser causada por un ser que posea tal realidad efectivamente, y b), el
argumento «ontológico», según el cual la idea del ser sumamente perfecto incluye todas las
perfecciones y, por tanto, incluye la existencia real del mismo.
DISTINCIÓN. La otra condición necesaria de la evidencia. Una idea es distinta cuando no puede ser
confundida con otra, porque aparece separada y diferente de las demás.
ESCEPTICISMO. Doctrina filosófica que niega la capacidad del conocimiento para alcanzar la
verdad. Únicamente la duda es una posición adecuada. En la parte III del Discurso Descartes advierte
que no pretende imitar «a los escépticos, que sólo dudan por dudar y pretenden estar siempre
irresolutos». La duda metódica de Descartes, que él introduce como un esfuerzo voluntario, es todo lo
contrario de la duda escéptica, ya que se trata de encontrar una verdad tan firme y segura que resista las
suposiciones de los escépticos. La duda escéptica, de origen griego (Pirrón), tuvo su versión
renacentista en Montaigne, entre otros.
ESENCIA. En el texto se refiere al verdadero ser de mi «yo», que no es otro que el pensamiento. La
naturaleza propia del hombre es su pensamiento, atributo esencial de su alma, por el cual es lo que es,
enteramente distinta del cuerpo y más fácil de conocer que éste.
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(al excluir el error), y b), la facilidad en el progreso del cono-cimiento; c) hasta alcanzar el máximo
posible de conocimiento verdadero.
En el Discurso del método Descartes propone sus cuatro célebres reglas. Con todo, el método es más
que meras reglas o recetas: expresa la estructura y funcionamiento “matemáticos” de la razón.
Así, se refiere al proceso de reducción de lo complejo a lo simple (análisis) y al progreso a partir del
conocimiento de lo simple (síntesis), así como a las operaciones primarias de la mente, la intuición y
la deducción.
Descartes considera necesario encontrar dicho método para avanzar en la investigación de la verdad. A
ello dedica fundamentalmente su Discurso del método y su Reglas para la dirección de la mente,
intentando recoger las ventajas del método de la lógica y de las matemáticas evitando sus defectos. El
método cartesiano debe fundarse en la unidad y simplicidad de la propia razón humana y tiene que ser
aplicable a todos los dominios del saber y del obrar.
NATURALEZA CORPORAL. El atributo o naturaleza de los cuerpos es la extensión.
NATURALEZA INTELIGENTE. Con ello de-signa Descartes a la sustancia pensante, el alma,
distinta del cuerpo.
OPINIÓN. Es un término cargado de significado en la historia de la filosofía. Para Platón es un esta-o
de la mente entre la ignorancia y la ciencia, más cercano a ésta que la mera creencia. Descartes utiliza
repetidamente el término para designar los puntos de vista mantenidos por la filosofía anterior, el
aristotelismo escolástico y suareciano, estudiados por él en La Flèche, basados en el criterio de auto-
ridad, a los que nuestro autor contrapone el verdadero conocimiento fundado en la razón. Posterior-
mente ha venido a significar un estado de aserción de la mente distinto de la duda y de la certeza.
PARALOGISMO. El paralogismo es un razonamiento incorrecto; se diferencia del sofisma,
razonamiento también incorrecto, en que en éste hay una intención de engañar o convencer al
interlocutor, mientras que en el paralogismo no. Descartes rechaza como segundo paso de su duda
metódica, por el peligro siempre presente de cometer dichos paralogismos, basarse en los
razonamientos que antes había tenido por demostrativos. (Kant hará del término un uso específico en
su crítica de la psicología racional.)
RAZÓN. Es la dimensión fundamental del hombre para Descartes. Es sinónimo de bona mens («buen
sentido»), facultad innata que permite al ser humano establecer juicios correctos y distinguir la verdad
del error. El conocimiento y el comportamiento propiamente humanos tienen su origen y fundamento
en la racionalidad humana. La razón es unitaria para todos los hombres, y ello permite adquirir una
ciencia universal y única. La importancia dada a la razón dará nombre a esta posición filosófica (racio-
nalismo). Todo el pensamiento de Descartes consistirá en la búsqueda y aplicación de un método capaz
de conducir a la razón a su objetivo: la verdad teórica y práctica.
SENTIDOS. Descartes cuenta a los sentidos entre las facultades que deben ayudar al pensamiento a
encontrar la verdad. Pero en sí mismos no son fuente de verdad porque son falibles. En la búsqueda de
una verdad incontrovertible, el fundamento no puede venir por la vía sensible, y constituyen el primer
ámbito de la duda metódica. Constantemente se nos advierte de la facilidad con que el conocimiento
sensible cae en el error, y su claridad no puede confundirse con la racional.
SER PERFECTO. Es el atributo fundamental de la sustancia infinita, Dios. El ser del hombre es
imperfecto. La presencia en el yo pensante de la idea de ser perfecto, que no ha podido proceder de
ninguna realidad imperfecta, es la prueba de la existencia de dicho Ser. La perfección de Dios excluye
la hipótesis de que sea engañador: es veraz, y garantía de la veracidad de mis facultades cognoscitivas.
SILOGISMO. Forma de razonamiento deductivo que, según Aristóteles, consiste en la unión de ideas,
en las que al asentar una cosa, se sigue necesariamente la posición de otra distinta. La escolástica lo
utilizó profusamente. El silogismo no añade nada nuevo, pues la conclusión está implícita en las
premisas. De ahí la dura crítica de Descartes al silogismo como técnica lógica superflua, inútil e
incluso nociva (Reglas para la dirección de la mente, II y X).
SUSTANCIA. Noción clave en Aristóteles y la Escolástica. En Descartes y Leibniz hay resonancias
de dicha concepción. Descartes define la sustancia insistiendo en su carácter de independencia: es
«aquello que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir» (Principios, I,
51). Y también como «el sujeto inmediato de todo atributo del cual tenemos una idea real» (Segundas
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respuestas, def. 5). Cada sustancia se determina por un atributo que expresa su esencia o
naturaleza: así, el pensamiento es el atributo del alma (sustancia pensante), la extensión lo es del
cuerpo (sustancia extensa) y la infinitud, en fin, lo es de Dios (sustancia infinita). De este modo se
configura la doctrina cartesiana de las tres sustancias.
A partir de la noción cartesiana de sustancia, Spinoza llegó a afirmar la existencia de una única
sustancia infinita (Dios o la Naturaleza), dotada de infinitos atributos, y Leibniz afirmó la existencia de
infinitas sustancias o mónadas.
VERDAD. Este término llena toda la historia de la filosofía. Tiene un doble sentido: con respecto a
una proposición (su contrario es falsedad) y con respecto a una realidad (su contrario es ilusión,
apariencia, inexistencia). Para Descartes es la meta indiscutible del conocimiento y el objetivo de su
filosofía: «aprender a distinguir lo verdadero de lo falso». Para ello necesita encontrar una verdad
Discurso del método (Trad. G. Quintas Alonso).
VOLUNTAD. Todas las operaciones de la mente (modos del pensamiento) son, según Descartes: a),
percepciones (operaciones del entendimiento), o b), voliciones (operaciones de la voluntad).
Voliciones son «desear, rechazar, afirmar, negar y dudar». Como juzgar (afirmar, negar) es una
operación de la voluntad, Descartes sitúa en ésta la fuente de nuestros errores. El error tiene lugar
cuando la voluntad afirma en situaciones en que el entendimiento no percibe con claridad.
La voluntad es libre de suyo. Cuando la percepción del bien es clara, la voluntad se inclina
«infaliblemente» hacia él, si bien «de un modo voluntario y libre».
YO. En filosofía «yo» o «el yo» designa una realidad, o una forma de realidad equivalente a la
persona, a la conciencia o a la identidad personal. Puede usarse en tres sentidos: el psicológico (aquello
que subyace a los actos mentales), el epistemológico (la sustancia cognoscente o la estructura de actos
cognoscentes) y el metafísico (realidad fundamental, el alma). Descartes incorpora todos esos sentidos,
como sujeto de la duda, del pensamiento que indudablemente tiene: la realidad «pienso/existo» es la
base desde la que recompone el edificio derruido por la duda. Posteriormente la filosofía ha discutido
dicha sustancialidad que para Descartes es plenamente evidente: la «sustancia pensante». Sin pensa-
miento, yo no sería: yo soy pensamiento.
Discurso del método (Trad. G. Quintas Alonso) ANÁLISIS COMENTARIO
PARTE 2ª: EL MÉTODO
SEGUNDA PARTE CARTESIANO Y SUS REGLAS
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Todo esto fue la causa por la que pensaba que era Se trata, pues, de diseñar un método que elimine los defectos
sin perder sus aportaciones positivas. Tal como la lógica
preciso indagar otro método que, asimilando las ven-
tradicional postulaba, un método que sirviera para el recto
tajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y uso de la razón; que fuese semejante al análisis geométrico
como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve en el descubrimiento de nuevas verdades; y que, como el
para los vicios de tal forma que un álgebra moderna, estuviese basado en reglas claras y fijas,
aplicadas estrictamente.
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Estado está mejor regido cuando no existen más que Un método con los preceptos mínimos, pero observados
unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, siempre con toda fidelidad; un proceder con orden basado en
de la misma forma, en lugar del gran número de pre- las principales operaciones de la mente (de hecho, Descartes
ceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que redujo las «Reglas para la dirección de la mente» a estas
cuatro):
tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de
que tomase la firme y constante resolución de no in-
cumplir ni una sola vez su observancia. Primer precepto: de la evidencia; con dos aspectos:
[1.1. Regla de la evidencia] a) El principio de evidencia se establece como único criterio
El primero consistía en no admitir cosa alguna como de verdad.
verdadera si no se la había conocido evidentemente La evidencia es una intuición intelectual inmediata que se
como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la resiste a todo aquello que implique duda; no admite grados,
precipitación y la prevención, admitiendo exclusiva- o se da o no se da, rechazándose todo lo que se presenta sólo
mente en mis juicios aquello que se presentara tan como probable o verosímil (RDM, II). Se excluyen, como
clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera obstáculos para llegar a la evidencia, la precipitación, que
conlleva aceptar como evidente algo que tras una primera
motivo alguno para ponerlo en duda.
impresión favorable es sólo oscuro y confuso; y la
prevención, actitud mental de no aceptar aquello que se nos
muestra con claridad y distinción; esto sería propio de una
razón pusilánime que no sabe conducir ni avanzar
adecuadamente.
b) Se señalan las condiciones necesarias para la evidencia: la
claridad y la distinción.
Claridad es aquella idea «que se muestra de modo presente
y manifiesto a un espíritu atento» (Principios de filosofía, I,
§45), esto es, cuando se conocen todos los elementos que la
integran. Una idea es distinta cuando no puede ser confun-
dida con otra. «Denomino conocimiento distinto aquel que
es tan preciso y tan diferente de los demás, que no compren-
de en sí más que aquello que es manifiesto al que lo
considera como es debido» (Principios de filosofía, I, §45).
Claridad y distinción son, pues, las condiciones necesa-
rias de la evidencia y la exigencia necesaria para la
verdad.
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no se preceden naturalmente los unos a los otros. b) Partir del conocimiento claro y distinto de estos elemen-
tos indivisibles o «naturalezas simples» (Ver la Regla XII).
c) Plantear este orden lógico para pasar de lo simple a lo
complejo aunque no aparezca, pues toda idea deducida habrá
de estar justificada por el criterio de evidencia.
Se insiste en el orden como esencial al método.
5
La filosofía escolástica establecía diversas ciencias matemáticas según la diversidad de sus objetos: matemáticas puras –
aritmética, geometría–; matemáticas mixtas –música, óptica, etc.–; matemáticas aplicadas –mecánica, hidráulica, etc. Una de las
características del método cartesiano será tender a la unidad de las ciencias desde el pensamiento que las constituye, en lugar de
diferenciarlas a través de sus objetos, como sucedía en la filosofía escolástica.
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En el método matemático, la imaginación apoya el entendimiento en lugar de anteponerse a él.
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Invierno de 1619-1620
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menos de la mejor forma que me fue posible. del saber, incorporando en la unidad racional a todas las
ciencias, en particular la física y la ética, teniendo como
base y fundamento a la filosofía. La correcta aplicación del
Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del método se presenta como «necesaria» y «lo más importante
mismo habituaba progresivamente mi ingenio a con- del mundo». Pero nuevamente, como hizo al exponer el
primer precepto del método, señala el peligro de la
cebir de forma más clara y distinta sus objetos y precipitación y la prevención. Para evitarlos, decide dedi-
puesto que no lo había limitado a materia alguna en car años al acopio de experiencias y a la reflexión profunda.
particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a De hecho, emprende una serie de viajes, a partir de ese año
dificultades propias de otras ciencias al igual que lo (1619) en el que contaba con 23 años, hasta nueve años más
había realizado con las del Álgebra. Con esto no tarde (1628).
quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas Vocabulario: OPINIÓN, EXPERIENCIAS.
dificultades que se presentasen en un primer momento, Fruto de ese trabajo interior fueron, según señala él mismo,
pues esto hubiera sido contrario al orden que el sus Meditaciones metafísicas, trabajadas en Holanda desde
método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que octubre de 1628 a julio del año siguiente.
sus principios deberían estar tomados de la filosofía,
en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que
era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y
puesto que era lo más importante en el mundo y se
trataba de un tema en el que la precipitación y la
prevención eran los defectos que más se debían temer,
juzgué que no debía intentar tal tarea hasta que no
tuviese una madurez superior a la que se posee a los
veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no
hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en
prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas
las malas opiniones y realizando un acopio de
experiencias que deberían constituir la materia de mis
razonamientos, como ejercitándome siempre en el
método que me había prescrito con el fin de 3. Fundamentos de la metafísica cartesiana: la primera
afianzarme en su uso cada vez más. verdad, Dios, el mundo.
Descartes hace referencia a su trabajo de reflexión, recogido,
como hemos dicho, en sus Meditaciones metafísicas. Como
CUARTA PARTE anota el traductor, Quintás Alonso, «en algún momento,
Descartes reconoció que esta parte era “la más importante”
No sé si debo entreteneros con las primeras medita- pero también “la menos elaborada” (...) Fue consciente en
todo momento de que “la metafísica es una ciencia que casi
ciones allí realizadas, pues son tan metafísicas8 y tan
nadie entiende” (...). Incluso llega a dejar constancia de que
poco comunes, que no serán del gusto de todos. “la experiencia le ha hecho conocer que la mayor parte de
los espíritus que poseen facilidad para entender los
razonamientos de la metafísica son, sin embargo, incapaces
de concebir los del álgebra y, recíproca-mente, aquellos que
comprenden fácilmente los de ésta son incapaces de
concebir los de aquélla”».
Las palabras con que abre esta parte expresan sus temores.
Vocabulario: METAFÍSICA.
Introducción: Se plantea la necesidad de fundamentar el
valor absoluto del método.
3.1. La búsqueda del criterio de verdad
En el ámbito de los comportamientos prácticos o de las
costumbres, muchas veces hay que seguir, por prudencia
elemental, opiniones discutibles o inciertas, para no compli-
Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre carse la vida, que a la larga tendría efectos desastrosos,
la solidez de los fundamentos que he establecido, me como nuestro autor señaló al principio de la 2ª parte del
encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Discurso. En la 3ª parte, que no recoge nuestro texto,
Descartes ha sugerido las recomendaciones que llama
8
En el sentido de rigurosas y abstractas. En este capítulo Descartes aborda los fundamentos de su metafísica sobre los que se
basará luego su física; se establece así un criterio de verdad firme y sólido a partir del cual se deduce la existencia del alma, de Dios y del
mundo.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
8. DESCARTES (1596-1650)
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Hacía tiempo que había advertido que, en relación con «moral provisional» o «de aprovisionamiento», fieles a este
las costumbres, es necesario en algunas ocasiones opi- espíritu conservador y, a la vez, de una gran lucidez y
niones muy inciertas tal como si fuesen indudables9, sentido práctico.
según he advertido anteriormente. Pero puesto que de- Ahora quiere centrarse en la investigación teórica de la
verdad, objetivo primordial de su pensamiento, tanto más
seaba entregarme solamente a la búsqueda de la ver-
cuanto que la primera regla del método que quiere funda-
dad, mentar firmemente exige la evidencia y el rechazo de todas
las opiniones dudosas.
9
Se refiere a la segunda máxima de la moral provisional, la cual considera lo probable como cierto.
10
Desde el punto de vista teórico, la búsqueda de la verdad excluye la duda; el conocimiento sólo puede ser o absolutamente
verdadero o absolutamente falso, no existen grados intermedios.
11
Descartes introduce la duda no como fin sino como medio para encontrar la verdad; no es una duda escéptica, sino metódica y
provisional, que conduce a la verdad.
12
Esta proposición desvanece la duda ante la inmediatez del pensar como puro pensar; es de carácter intuitivo, pues el mero
hecho de que pienso implica por sí mismo mi existencia.
13
Esta proposición, «pienso, luego soy», se constituye en el criterio de verdad de toda la filosofía. El carácter epistemológico de
su evidencia clara y distinta, significa que no puede ser negado pues se caería en contradicción. Se establece, además, como paradigma de
toda verdad; a partir de este principio, todo lo que se conciba clara y distintamente podrá ser aceptado como verdadero.
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14
Pensamiento significa todas las operaciones propias de la voluntad, del entendimiento, de la imaginación, «todo lo que ocurre
en nosotros cuando estamos conscientes y hasta donde hay en nosotros conciencia de esos hechos. De manera que no sólo comprender,
querer, imaginar, sino también sentir, significan aquí lo mismo que pensar» (Principios de la filosofía, I, §9); pensamiento es también
«una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, no quiere y, también, imagina y siente» (Meditaciones metafísicas, II).
15
Se insiste en la independencia de la sustancia pensante, frente a la sustancia extensa, del alma frente al cuerpo; esta
independencia, sin embargo, no será total, pues todo quedará subordinado a la existencia de Dios.
16
Según Descartes, el alma y el cuerpo son dos sustancias diferentes y no una sola sustancia como se mantenía en la tesis
aristotélico-tomista. El alma es más fácil de conocer que el cuerpo, para Descartes, ya que tenemos un conocimiento intuitivo y directo de
ella. Y además es condición necesaria para conocer el cuerpo, porque todo conocimiento verdadero presupone la existencia del «cogito».
17
Este principio «para pensar es necesario ser» es la clave lógica del desarrollo intuitivo del «cogito».
18
La evidencia de la proposición «pienso, luego soy» se convierte en regla general y criterio universal prototipo de toda verdad y
certeza: «las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas».
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19
Para demostrar la existencia de Dios, Descartes parte de nuevo del hecho de que duda –lo que implica estar seguro de que
existe–, reflexión que le demuestra que, a pesar de su ser imperfecto, posee la idea innata de lo perfecto. También en las Meditaciones
metafísicas se apoya en esta idea de lo perfecto e infinito para demostrar la existencia de Dios.
20
En conclusión, como la perfección no puede proceder de la imperfección, es preciso que Dios exista y sea la causa de esta idea
que yo tengo de la perfección.
21
Sin límites. Existir por sí mismo y por siempre. No estar sometido al cambio. Poseer un completo conocimiento de todo. Tener
poder total y absoluto.
22
Para corroborar la tesis anterior, Descartes introduce una hipótesis accidental: si yo existiese como ser único e independiente,
debería poseer las perfecciones atribuidas a Dios; sin embargo, no las poseo; luego, es necesario que mi ser dependa de otro ser más
perfecto, Dios.
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medida en que es posible a la mía, solamente debía decir, señalando lo que Dios no es y llegando a la idea de
considerar todas aquellas cosas de las que encontraba perfección sólo aplicable a él.)
en mí alguna idea y si poseerlas o no suponía En contraposición aparece la naturaleza de Dios: a partir de
perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas mi imperfección, y de la idea innata del Ser perfecto, éste
aparece con los siguientes atributos: infinidad, eternidad,
ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí
inmutabilidad, omnisciencia, omnipotencia...
todas las otras. Este argumento, en el que Descartes recuerda aun usándolos
con libertad «los términos de la escuela» (escolástica) en la
que él se educó, tiene como base el principio de causalidad
que vertebraba las pruebas tomistas de la existencia de Dios.
Es como un eco de la cuarta vía, la más platónica de las
usadas por Santo Tomás.
Aparecen también los caminos para conocer la naturaleza de
Dios, pero siempre a partir de las ideas:
-las que indican imperfección (p.e., duda, inconstancia,
tristeza) no pueden aceptarse como realizadas en Dios,
De este modo me percataba de que la duda, la mientras que aquellas cuyo contenido indica perfección,
inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden deben estar realizadas plenamente en Él.
-a partir de las ideas sobre los seres corpóreos,
estar en Dios, puesto que a mí mismo me hubiese
prescindiendo de su existencia real o irreal, se ve la
complacido en alto grado el verme libre de ellas. distinción radical entre lo corporal y lo pensante, los cuerpos
Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y y las almas que cuando se dan unidos, p.e. en hombre,
corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que apuntan a un dualismo que implica composición y por ello,
todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, dependencia. Se apunta aquí el tema de las sustancias,
no podía negar que esas ideas estuvieran verdadera- plenamente independiente la de Dios y dependientes las de
mente en mi pensamiento. Pero puesto que había co- las criaturas.
nocido en mí muy claramente que la naturaleza inteli- Vocabulario: CUERPO, SUSTANCIA, NATURALEZA
gente es distinta de la corporal, considerando que toda INTELIGENTE, NATURALEZA CORPORAL, DIOS,
composición indica dependencia y que ésta es ALMA.
manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no
podía ser una perfección de Dios al estar compuesto de
estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo
estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuer-
pos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras
naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser
debía depender de su poder de forma tal que tales
naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo
momento23. 3.6.4. 3ª prueba: el argumento ontológico. (La idea misma
de perfección implica la existencia.)
A partir de las indagaciones en el campo de las matemáticas,
Posteriormente quise indagar otras verdades y habién- en concreto sobre el espacio geométrico, y haciendo
dome propuesto el objeto de los geómetras, que con- referencia de nuevo al supremo criterio de la evidencia en
cebía como un cuerpo continuo24 o un espacio indefi- cuanto a la existencia de dicho espacio, se vuelve al tema de
nidamente extenso en longitud, anchura y altura o Dios.
profundidad, divisible en diversas partes, que podían La idea misma de Dios, ser absolutamente perfecto, implica
poner diversas figuras y magnitudes, así como ser la existencia. Si no se admite como existencia, la idea del ser
movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues absolutamente perfecto no es tal, ya que no aparece la
los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algu- suprema perfección de la existencia.
nas de las demostraciones más simples. Y habiendo (Recordar el tratamiento de San Anselmo y la crítica de
Santo Tomás, que apunta a un salto ilegítimo entre el orden
advertido que esta gran certeza que todo el mundo les
del pensamiento y el orden real. Kant, al tratar la idea de
atribuye, no está fundada sino que se las concibe con Dios y rechazar toda demostración científica tanto «a
23
El ser humano está formado por dos sustancias; es como una máquina acoplada a un espíritu. Esta unión es sólo de
composición o adición, en la cual los sumandos, aunque diversos entre sí, dependen del todo; la dependencia, sin embargo, conlleva
subordinación e imperfección; mas Dios no está subordinado a nada ni nadie, subsiste por sí mismo porque es perfecto.
24
Esto es, divisible en partes a su vez divisibles. La “res extensa” o lo corpóreo, la materia, tiene como propiedad esencial el ser
divisible en partes divisibles.
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evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he posteriori» como «a priori», y trasladarla al campo de los
expuesto25, advertí que nada había en ellas que me postulados de la Razón práctica, volverá de nuevo sobre el
asegurase de la existencia de su objeto26. Así, por asunto.)
ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un trián-
gulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen
iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me
aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo.
Por el contrario, examinando de nuevo la idea que
tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia
estaba comprendida en la misma de igual forma que en
la del triángulo está comprendida la de que sus tres
ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera
que todas sus partes equidisten del centro e incluso
con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo
menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe
3.6.5. Explicación y respuesta de las dificultades en
como lo pueda ser cualquier demostración de la conocer a Dios y al alma.
geometría27. Descartes explica que muchos encuentren dificultad en
Pero lo que motiva que existan muchas personas per- aceptar el conocimiento de las realidades no corporales,
suadidas de que hay una gran dificultad en conocerle Dios y el alma. El apego a lo sensible, la falta de costumbre
en pensar por encima de los sentidos y la imaginación, está
y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el
en la raíz de dicha dificultad. Se descalifica el conocimiento
que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas puramente sensible.
sensibles y que están hasta tal punto habituados a no Encontramos aquí de nuevo la base de la teoría racionalista
considerar cuestión alguna que no sean capaces de y la descalificación de la línea empirista, desarrollada en su
imaginar (como de pensar propiamente relacionado época, cuya orientación cree advertir en la afirmación
con las cosas materiales), que todo aquello que no es aristotélica recogida por la Escolástica de que «nada hay en
imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bas- el entendimiento que primero no haya impresionado los
tante manifiesto en la máxima que los mismos filó- sentidos». Descartes se propone devolver a la razón todo su
sofos defienden como verdadera en las escuelas, según protagonismo.
la cual nada hay en el entendimiento que previamente
no haya impresionado los sentidos28. En efecto, las
ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los
sentidos y me parece que los que desean emplear su
imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que
si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o
sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el
sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad
de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído,
mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros
sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro
3.7. La existencia del mundo exterior*
entendimiento no interviniese.
3.7.1. La veracidad y perfección divinas, garantía de toda
En fin, si aún hay hombres que no están suficiente- evidencia.
mente persuadidos de la existencia de Dios y de su
alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo
que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales
piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la
25
Se refiere a la regla de la evidencia, primera regla del método.
26
La existencia de las sustancias pensante y extensa se subordina a la existencia de Dios.
27
Esta prueba, denominada desde Kant (1724-1804) “argumento ontológico”, fue formulada por Anselmo de Canterbury (1033-
1109) en el cap. III del Proslogium. Descartes la recoge también en las Meditaciones metafísicas III y IV, en términos parecidos a éstos:
no sé si Dios existe; pero entre los contenidos de mi conciencia tengo la idea de Dios como el ser más perfecto que se puede pensar. La
existencia es una perfección. Luego Dios existe. La existencia está, pues, comprendida en la misma esencia de Dios, con la misma
necesidad que en un triángulo rectángulo sus tres ángulos son iguales a dos rectos.
28
Fundamento teórico de la filosofía aristotélica, mantiene que el conocimiento humano se inicia en los sentidos y acaba en el
entendimiento o razón.
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existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, Retoma los argumentos utilizados para plantear su duda
son menos ciertas. metódica, ahora para afirmar la poca seguridad que ofrece el
conocimiento sensible. Se reitera en que la existencia de
Pues, aunque se tenga una seguridad moral29 de la Dios es el presupuesto necesario para confiar en la veracidad
existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se de nuestra experiencia. Dios es incluso el fundamento de la
peque de extravagancia, no se puede dudar de las regla de la evidencia. Se alude a la realidad objetiva de las
mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de ideas, cuya claridad y distinción avalan su verdad, porque
razón, cuando se trata de una certeza metafísica30, no provienen de Dios, ser perfecto e infinito.
se puede negar que sea razón suficiente para no estar Vocabulario: SENTIDOS, IMAGINACIÓN.
enteramente seguro el haber constatado que es posible
imaginarse de igual forma, estando dormido, que se
tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, Demostrada la existencia de un Dios perfecto y veraz,
sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo Descartes pasa a probar la existencia del mundo exterior
podemos saber que los pensamientos tenidos en el y corpóreo. Dios se convierte aquí en el criterio de
sueño son más falsos que los otros, dado que verdad que desvanece la duda; ha hecho que mis
frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? sentidos me muestren las cosas del mundo exterior
Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cues- como si fuesen reales. Dios no puede engañarme. Luego
tión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón el mundo exterior debe de existir (la naturaleza de este
alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no mundo exterior se explica en la quinta parte del
presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer Discurso; también en las Meditaciones metafísicas, VI,
se analiza la existencia del mundo externo).
lugar, incluso lo que anteriormente he considerado
como una regla (a saber: que lo concebido clara y
distintamente es verdadero) no es válido más que si
Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en
nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras
ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de
Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas,
no pueden ser sino verdaderas31. De modo que, si bien
frecuentemente poseemos algunas que encierran
falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en
las que algo es confuso y oscuro, pues en esto
participan de la nada, es decir, que no se dan en
nosotros sino porque no somos totalmente perfectos.
Es evidente que no existe una repugnancia menor en
defender que la falsedad o la imperfección, en tanto
que tal, procedan de Dios, que existe en defender que
la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no
conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y
verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por
claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no
3.7.2. Dios, fundamento de la verdad de las ideas del
tendríamos razón alguna que nos asegurara de que
mundo exterior.
tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas. El mundo exterior, la sustancia extensa: la física.
Teniendo a Dios como garantía de la veracidad de nuestra
Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el razón, si respeta en todo el método racional, ya es posible
alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es para Descartes completar su sistema, haciendo referencia a
fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando la existencia real del mundo exterior y a sus características,
dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar que la física puede y debe investigar. Ya se puede salir del
de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando yo y abordar el conocimiento científico sobre la realidad
29
Así es: la existencia del mundo corpóreo es sólo una “certeza moral” o probable, y, por tanto, menos cierta que la existencia de
Dios o del alma; no obstante, es suficiente para las necesidades de la vida práctica.
30
La “certeza metafísica” es aquella que establece una relación de necesidad independientemente de todo hecho y además es
indubitable, como, por ejemplo, “el todo es mayor que la parte”, o “ si pienso, yo soy”. Descartes sostiene que las certezas físicas, hechos
que sólo son empíricamente verdaderos, como la existencia del mundo exterior, se fundamentan en la certeza metafísica de la existencia
y veracidad divinas.
31
Dios garantiza la verdad de las ideas claras y distintas, luego las ideas claras y distintas, las ideas innatas de las sustancias finita
e infinita, provienen de Dios.
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32
Sólo el entendimiento o la razón a través de los datos que nos proporcionan los sentidos puede distinguir la propiedad esencial
de los objetos sin la cual las cosas serían inconcebibles o serían diferentes.
33
Dios, Ser perfecto, Bueno y Veraz, es, por tanto, el fundamento y el origen de toda verdad. Dios no nos puede engañar,
garantiza la verdad de nuestras ideas, de la ciencia, y suprime la duda.
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