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esto es, de comunicar los conocimientos y las experiencias, prevenir los peligros y
cooperar a que los otros sean personas menos imperfectas. Esta exigencia óntica no
es un agregado en nuestras vidas del cual podamos prescindir, como si se tratara de
un adorno. Nosotros estamos esencialmente vinculados con los demás, conformamos
una comunidad con los otros o, en otros términos, todos compartimos un mismo
destino que tenemos que alcanzar, todos somos responsables los unos de los otros o
todos nos encontramos navegando en un mismo barco. Pero esto no es suficiente
todavía para que la exigencia de educar sea moral, esto es, que tenga el sentido de
“obligación” de conciencia. Bien podríamos hallarnos en un mismo barco
accidentalmente, sin que el hecho de compartir la embarcación conlleve la solidaridad
entre sus tripulantes, preocupándonos cada uno de nosotros en su lugar por lo que le
sea cómodo o útil. Al respecto dice Ismael Quiles:
Pero en el impulso a educar a los demás sentimos algo más que un interés de utilidad o
comodidad o desahogo comunicativo. Sentimos un «deber», una responsabilidad; y por
ello, nos encontramos mal en nuestro propio ser interior cuando no respondemos a esa
exigencia de educar, enseñar, participar, orientar, fortalecer, u otras formas de educación
de nuestros semejantes.1
1QUILES, ISMAEL, Filosofía de la educación personalista, Universidad del Salvador, Buenos Aires, 2005, pp. 101-
102.
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Podemos concluir, entonces, que todo ser humano, por ser justamente
persona, es, por su esencia, educando y educador, no sólo por una exigencia óntica,
sino también por una exigencia moral, responsable y autoconsciente de sí.