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Está fuera de toda discusión que sólo hay derechos humanos en puridad jurídica,
si se dan determinadas circunstancias:
a) Que una norma jurídica los reconozca, inclusive en la forma abierta que
contiene el artículo 44 de la Constitución, ya que "los derechos y garantías que
otorga la Constitución, no excluyen otros que, aunque no figuren expresamente en
ella, son inherentes a la persona humana";
b) Que dicha norma derive la posibilidad de su ejercicio;
c) Que su desconocimiento, infracción o limitación del ejercicio, legitime al titular
del derecho para pretender o reclamar de los tribunales el restablecimiento de la
situación y la tutela jurídica pertinente, con uso, si es el caso, del aparato coactivo
del Estado; y,
d) Que el Estado ponga a disposición del titular del derecho de amparo, un
instrumento eficaz para actuar su pretensión de tutela o protección.
El proceso de amparo es uno de esos instrumentos. No el único, ya que el
proceso en general y algunos mecanismos administrativos, se encaminan también
a tutelar los derechos humanos. Eso sí, el proceso de amparo es el instrumento
más adecuado, desde luego que está específicamente destinado a producir con
rapidez y eficacia la tutela jurisdiccional. Es el proceso especializado en el campo
de los derechos humanos.
En la práctica, según lo que venimos diciendo, se da la siguiente secuencia:
1o. Uno de los derechos humanos ha sido reconocido o establecido por la
Constitución, la ley o los tratados y convenciones aceptados y ratificados por
Guatemala;
2o. Surge para alguien la pretensión de ejercer o gozar de tal derecho;
3o. Se impide o limita el ejercicio del derecho en cuestión;
4o. Se ejercita el derecho de amparo, como poder jurídico que faculta para acudir
a los órganos jurisdiccionales en reclamo de la tutela o protección estatal, y de las
medidas concretas pertinentes;
5o. Se pone en marcha el proceso judicial específico, esto es, el amparo.
Cuestiones generales
Para fijar el concepto del proceso de amparo en el derecho guatemalteco, es
necesario tener en cuenta que se trata de una parte del sistema general de
garantías constitucionales y defensa del orden constitucional, cuya regulación es
objeto del título VI de la Constitución. Por garantías constitucionales se entienden
los medios, instrumentos, procedimientos e instituciones destinados a asegurar el
respeto, la efectividad del goce y la exigibilidad de los derechos individuales.
Como bien decía Carlos Sánchez Viamonte, es necesario hacer la distinción entre
"declaraciones", "derechos" y "garantías", constituyendo éstas últimas "la
protección jurídica de esos derechos y de esas declaraciones llevada al máximo
grado de eficacia práctica".1 Para el jurista brasileño José Alfonso da Silva, las
"garantías son los medios puestos a disposición de los individuos y ciudadanos
para provocar la intervención de las autoridades competentes, para sanar o
corregir la ilegalidad y el abuso de poder en perjuicio de derechos e intereses
individuales". Considera que "son garantías constitucionales en la medida en que
son instrumentos destinados a asegurar el goce de derechos violados o en vías de
ser violados o simplemente no atendidos".2