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Al entender al Derecho como una unidad, no se pueden admitir dentro del sistema
dos normas contradictorias que a la vez exijan o prohiban la misma acción.
Si recordamos los conceptos de dos elementos del delito: tipicidad (descripción
formal del eventual hecho punible) y antijuridicidad (contradicción del hecho con el
derecho mientras no concurra una causa de justificación) llegamos a entender el
funcionamiento de esta regla.
Las reglas están contenidas en las figuras delictivas y también sus excepciones, pero
no solo en leyes penales sino y, en virtud de la unidad del derecho y de la unidad de lo
ilícito, en todo el ordenamiento positivo -es indiferente que la rama sea: civil,
administrativo o comercial- ya que lo justo y lo injusto resultan de la integridad del
sistema.
Parecería que la tesis más aceptable sobre el fundamento de la justificación es la que
sostiene que en caso de conflicto entre dos bienes jurídicos, debe salvarse el preponderante
para el derecho positivo, conforme al orden jerárquico de las leyes establecido en nuestra
Constitución Nacional en su art. 31 y la especial composición de los tipos en cuanto a su
valor relativo. Esto se deduce, en forma práctica, a partir de las sanciones que el código
conmina en la Parte Especial, en una relación directa entre el bien protegido y la pena.
Si una acción es útil para la conservación del bien jurídico, no puede, al mismo
tiempo, contrariar la norma que tiene la misión de tutelarlo, pero esa conducta tiene un
límite: que sea el medio adecuado para ello.
1) La antijuridicidad material
Según la más autorizada doctrina, el Código Penal Argentino agota las causas de
exclusión de la antijuridicidad, sin dejar vacíos que, para salvar situáciones de equidad,
deban ser llenados por causas supralegales de justificación, desde que el art. 34 inciso 4º,
permite el ingreso de la totalidad del orden jurídico como fuente de justificación de
acciones típicas.
Planteando la cuestión, dice Alexander Graf Zu Dohna: "Es un error de gran peso, en el
que aún hoy incurren en gran parte la teoría y totalmente la práctica, el creer que el
material crítico para la valoración jurídica de la conducta humana se encuentra
totalmente y sin falta alguna en el orden jurídico en el sentido de los preceptos jurídicos
técnicamente formados". Y agrega: "Con ello se olvidan las dos cosas siguientes.
Primero, que llevamos con nosotros -como supuesto lógico un enorme tesoro de
representaciones y apreciaciones morales como contenido firme de nuestro desarrollo
cultural sobre cuya base, que se da por natural e indiscutible, se edifica ante todo el
sistema jurídico, haciéndolos parte integrante de él. Segundo, que en ningún caso, el
espíritu del derecho encuentra su expresión inequívoca en la formulación técnica de los
preceptos jurídicos concretos, por lo que, no ya para la evolución legislativa, sino para la
mera aplicación acertada del derecho, importa descubrir la verdadera figura de los
pensamientos jurídicos que se nos aparecen en forma velada" ( "La Ilicitud", traducción
del Dr. Faustino Ballué, Editorial Jurídica Mexicana, México 1959, pág. 3 y 4).
Jiménez de Asúa que trata de entrar en la esencia material de lo antijurídico, dice que para
conocer si un acto típico se ajusta a derecho, es necesario seguir tres etapas: a) si
expresamente la ley acogió la excepción de la antijuridicidad (como la muerte de un
hombre en legitima defensa); b) si, en caso contrario, el hecho se verificó en
cumplimiento de un fin reconócido por el Estado (como si un deportista golpea a otro
en el boxeo cuyas reglas se observaron escrupulosamente); c) si en un acto,
conveniente a la vida social, se vulneran bienes jurídicos para mantener otros de
mayor trascendencia e importancia. De tal modo postula que, en lugar de enunciar
causas de justifícación se establezca un concepto real sobre ausencia de antijuridicidad y
una fórmula amplia que justifique (op. cit., T. III, p. 992).
En la búsqueda de los elementos que hacen que una acción adecuada a un tipo penal y que
no encuadre en ninguna causa de justificación puede ser igualmente licita, se han esbozado
distintas teorías.
Para Graf Zu Dohna, antijurídico no es lo que está prohibido por el hecho de estarlo
sino que, al contrario, se debe afirmar que el ordenamiento jurídico prohibe lo que
resulta antijurídico. Luego, la antijuridicidad resulta el presupuesto de toda
prohibición en general y debe encontrarse en las razones que motiven al legislador
tanto ha establecer prohibiciones como a conceder facultades. Esas razones las
encuentra en la justicia y nos dice que una conducta es injusta cuando no concuerda,
en su situación especial, con el ideal social (Jiménez de Asúa, op. cit., T. III, p. 997).
En síntesis, y según las palabras de Dohna "El elemento de ilicitud implica pues que la
conducta en cuestión debe estar en oposición con la idea de lo correcto o justo, que no
pueda ser pensada como recto medio para un fin recto" ("La Ilicitud", cit. p. 67).
Para Franz von Liszt la antijuridicidad material significa una conducta contraria a la
sociedad y por eso será conforme a la norma toda conducta que responda a los fines
del orden jurídico y por tanto a la misma convivencia humana. Precisando el concepto
señala que existe antijuridicidad cuando una conducta lesiona o pone en peligro un
bien jurídico y agrega que sólo es materialmente injusta cuando contradice el orden
jurídico que regula los fines de la vida social en común (J. de Asúa, op. cit., T. III, p.
1001; Jimémez Huerta, op. cit., p. 58).
Para Max Ernesto Mayer es antijurídico el acto contrario a las normas de cultura.
Sostiene, al efecto, que junto a cada norma de derecho hay una norma de cultura con
la que se corresponde. Señala, además, que el ordenamiento jurídico reconoce
implícitamente como justo lo que se reputa como tal según las buenas costumbres,
exigiendo de los tribunales la aplicación de las normas de cultura en cuanto han sido
reconocidas por el Estado( confr. Soler, op. cit., T. 1, p. 321).
A) La legítima defensa
Es un caso especial del estado de necesidad que implica la acción y efecto de
defender o defenderse, significando: amparar, librar o proteger.
Cualquier bien jurídico puede ser objeto de una agresión y, por lo tanto, defendible.
En la actualidad, además de la vida y la integridad física, todos los intereses que el
derecho positivo reconoce al individuo, sean personalísimos, patrimoniales o de familia,
pueden ser defendidos legítimamente.
Las palabras del Código, en el art. 34 inc. 6º y 7º: “…defensa de la persona o de sus
derechos” son claras y no distinguen, perdiendo actualidad la opinión de Herrera que
motivara la interpretación de más de un Tribunal, cuando entendía la fórmula legal relativa
únicamente a los derechos inherentes a las personas respecto a su vida o integridad
personal.
El artículo 34, incisos 6º y 7º del Código Penal, regula el instituto de la legítima defensa de
los derechos, el Estado y la sociedad.
El artículo 34, inciso 6º, del Código Penal supedita su existencia a la concurrencia de los
siguientes requisitos: 1) agresión ilegítima; 2) necesidad racional del medio empleado
para impedirla o repelerla; 3) falta de provocación suficiente por parte del que se
defiende.
Dice Jiménez de Asúa que la agresión desde el punto de vista del sujeto activo es el acto
con el que el agente tiende a poner en peligro o a lesionar un interés de otra persona,
jurídicamente tutelado, y desde la perspectiva del agredido es la indebida ingerencia en un
estado existente y que constituye un derecho subjetivo propio o ajeno ("Tratado de Derecho
Penal", Editorial Losada, Bueno: Aires, 1961, T. IV, p. 160).
El tema central a analizar en los supuestos de legitma defensa es la exigencia normativa que
presupone el instituto en cuanto a la "necesidad racional del medio empleado para
impedirla o repelerla".
La medida para juzgar la necesidad racional del medio empleado la proporciona, en primer
lugar, la naturaleza y gravedad de la agresión, la que resultará no solamente de la
comparación de los instrumentos usados sino también de las condiciones personales del
agresor y del agredido.
Asimismo debe tenerse en cuenta, a los fines de apreciar esta exigencia legal, me refiero a
la racionalidad del medio elegido para repelar la agresión, debe realizarse la ponderación
del bien jurídico que se defiende.
Dado que basar exclusivamente una defensa racional en un ataque puede importar, frente a
casos concretos, un importante agravio a la sensibilidad jurídica, como lo pone de resalto el
ejemplo de Soler según el cual es perfectamente posible que un sujeto no tenga más
posibilidad de impedir que en carnaval lo mojen, y no apelar a sus armas, ya que nadie
juzgaría que en ese caso obró en legítima defensa (op. cit.,,T.I, p. 361; Jiménes de Asúa,
idem, T. IV, p. 208).
Es por eso que dice Soler que no será posible, por falta de actualidad, la legítima defensa
contra un ataque pasado o contra la violación consumada del bien jurídico agredido, pues
carecería de todo poder de evitación del mal, que es el fundamento de la reacción defensiva
(op. cit., T. I, p. 364).
Existe legítima defensa cuando, “el que en defensa de su persona o de sus derechos,
empleando un medio racionalmente necesario para impedir o repeler una agresión ilegítima
y sin que medie provocación suficiente de su parte, le ocasiona un perjuicio a la persona o
derechos del agresor”.
1.2.1. Requisitos:
6) El que obrare en defensa propia o de sus derechos, siempre que concurriesen las
siguientes circunstancias:
a) agresión ilegítima;
b) necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla;
c) falta de provocación suficiente por parte del que se defiende.
Se entenderá que concurren estas circunstancias respecto de aquel que durante la
noche rechazare el escalamiento o fractura de los cercados, paredes o entradas de su
casa o departamento habitado o de sus dependencias, cualquiera que sea el daño
ocasionado al agresor.
Igualmente respecto de aquel que encontrare a un extraño dentro de su hogar,
siempre que haya resistencia”.
Sólo una agresión antijurídica de una persona a los bienes de otra, posibilitan la
legítima defensa. Esto equivale a una agresión sin derecho que el agredido no está obligado
a soportar, llevándolo a una defensa necesaria. Se menciona como excepción cuando el
ataque está justificado, sea que el autor se encuentre en ejercicio de la patria potestad, de un
cargo público o de su derecho. No existe justificación de justificación. Sin embargo el
abuso del derecho puede determinar la ilegitimidad de la agresión.
También falta la agresión antijurídica cuando el que amenaza producir una lesión
realiza un comportamiento sin peligro en sí y es la víctima quien se sitúa en esa situación.
La ley prevé casos en los cuales por razones de tiempo o lugar existe una agresión
ilegítima y la reacción de quien se defiende es considerada necesaria y racional, cualquiera
sea el daño ocasionado al agresor.
Estos casos especiales de defensa tienen su fundamento en la situación de hecho que
muestra la gravedad de la agresión y por ello es racional la necesidad del agredido de
emplear todos los medios a su alcance para repeler el ataque.
Escalar muros ajenos en horas nocturnas (falta de luz natural) o la fractura de
lugares cerrados de una casa, departamento o sus dependencias (en el que vive gente, aún
de forma momentánea) constituye una agresión ilegítima aunque no se haya concretado en
un acometimiento. La fractura comprende la perforación y la entrada puede no ser la del
acceso habitual de la vivienda, pudiendo llegarse al interior por el techo.
1.4. Defensa de Terceros
Según el art. 34 inc. 7º de nuestro Código Penal, hay legítima defensa de la persona
o derechos de otro (sean parientes o extraños), si éste es objeto de una agresión ilegítima y
el autor emplea un medio racionalmente necesario para impedirla o repelerla, siempre que
el agredido no haya provocado suficientemente la agresión o, en caso contrario, que no
haya participado en ella el tercero defensor.
Es una justificación para el actuar de una persona (quien no ha sido agredido) que
interviene en defensa de otra, aunque ésta haya provocado suficientemente, la exigencia es
que el defensor no haya intervenido en ella ni como coautor, cómplice o instigador.
Es uniforme la idea de situación de peligro para un bien, las diferencias surgen,
entre otros, de la comparación de bienes y de la idea de mal causado.
Por lo que actúa de iure, el que lesiona bienes jurídicos ajenos para salvar un bien
propio o ajeno que se encuentra amenazado. Este bien debe ser de mayor valor que el
sacrificado.
Si bien la situación de necesidad es la base de todos estos permisos legales en los
cuales se produce una colisión de bienes, el estado de necesidad propiamente dicho es una
causa de justificación.
NUÑEZ, sostiene que nuestra ley encuentra el criterio rector de la impunidad del
hecho cometido en estado de necesidad, en el mayor interés que el derecho tiene en que se
evite el mal mayor, representando una causa objetiva de justificación y, al diferenciar la
conducta del coaccionado con el que obra necesitado, considera la imposibilidad de que la
diferencia fundamental entre ambas situaciones tenga carácter subjetivo. La distinción
radica en que el derecho no castiga, en un caso, porque el autor actúa para salvar el bien
prevaleciente y en el otro, sólo mira el temor que constriñe la libre determinación de la
voluntad del autor.
El estado de necesidad se puede definir como la situación en que se encuentra una persona
que para salvar un bien en peligro debe lesionar mediante una conducta penalmente típica
otro bien de un tercero que representa un interés jurídico menos valioso (Ricardo C. Núñez,
"Derecho Penal Argentino", Editorial Bibliográfica Argentina, Buenos Aires, 1964, T. I, p.
316). Es una causa de justificación que recepta nuestro Código Penal al establecer que no es
punible "el que causare un mal por evitar otro mayor inminente a que ha sido extraño".
El mal menor que se causa tiene que ser un hecho típico que afécte cualquier bien jurídico,
propio o ajeno, con la condición de que debe ser objetivamente menor que el mal evitado.
La comparación estimativa del valor de los bienes se hará frente al caso concreto,
atendiendo al sentido liberal de nuestro derecho, a las escalas penales con que conmina la
lesión de los distintos bienes, recurriendo a la interpretación sistemática; tomando en cuenta
que la vida del hombre y la conservación sustancial de su persona están en la cúspide de la
valoración jurídica.
El mal amenazado debe ser inminente, esto es que no puede haber estado de necesidad si el
mal mayor no está por suceder actualmente, lo que implica que el peligro de sufrirlo sea
efectivo y de realización inmediata.
Por eso sostenía Pacheco que "no basta, por consiguiente, que el mal sea posible; no basta
que se le vea lejano: es menester que exista, es menester que se presente próximo,
inminente. Aunque haya comenzado la tormenta, no es permitido arrojar el cargamento al
agua, en tanto que el buque se conserva bien, que obedece a la maniobra, que el agua no lo
inunda incesante e irresistible" ("El Código Penal concordado y comentado", Madrid, 1881,
T. I, p. 163).
Para Jiménez Huerta, la acción lesiva sólo es necesaria cuando es inevitable, razón por la
cual entiende que en el concepto de necesidad se halla ínsito el de inevitabilidad ("La
Antijuricidad", Imprenta Universitaria, México, 1952, p. 330; en el mismo sentido, Jiménez
de Asúa, T. IV, p. 397, Suprema Corte de Buenos Aires. La Ley, T. 53, P. 344; Fontán
Balestra, T. II, parágrafo 33, y: "el requisito se refiere a la elección, por parte del que obra,
de un medio de salvación entre dos o más. En la alternativa, el que obra debe elegir siempre
el mal menor...").
Aunque no exige inevitabilidad, señala Núñez que no se puede invocar estado de necesidad
sin que el autor esté frente a la alternativa de actuar o de que, no actuando o procediendo de
una manera inocente o más benigna, se efectivice el riesgo para el bien más valioso. Ese
autor agrega poco más adelante, que para satisfacer la medida de la necesidad basta la
adecuación racional, en medida y correspondencia, del mal causado para evitar el que
amenaza. Y presenta este ejemplo: "Si alguien que se muere de hambre, en vez de robar un
pan o lo primero que le viene a la mano para satisfacer su necesidad, elige un restaurante y
se hace servir una suculenta comida, tal acto no puede ser justificado" (T. I, ps. 328 y 329).
Solo que el juicio sobre la posibilidad de recurrir a un medio menos dañoso para
conjurar el peligro para el bien de mayor entidad, debe ser formulado, en cada caso
concreto, por el juez, y atemperarse a las circunstancias de los hechos; ha de valorarse, no
con el ánimo del juzgador fuera de peligro, sino con el que tiene el necesitado envuelto
en él (Jiménez Huerta, op. cit., p. 311).
Además de requerir la ley que el autor sea extraño al mal mayor cuyos efectos quiere evitar,
en forma unánime, la doctrina niega la existencia de la eximente para aquellas personas
que tienen la obligación de soportar el peligro. La limitación resulta de los preceptos
jurídicos particulares inherentes a ciertos estados, profesiones o actividades que demandan
el sacrificio de lo propio en servicio de lo ajeno. Tal obligación debe provenir de la ley,
entendida en sentido amplio y comprensiva de una ley en sentido formal, una ordenanza,
decreto, reglamentación y aun de un convenio fundado en ellas.
2.1. Requisitos
De allí surgen los requisitos de este instituto: 1) inminencia del mal para el que obra
o para un tercero; 2) imposibilidad de evitar el mal por otros medios: 3) que el mal que se
causa sea menor que el que se trata de evitar; 4) que el autor sea extraño al mal mayor
inminente y 5) que el autor no esté obligado a soportarlo.
Mal es el daño o lesión a un interés individual o social de otro (también puede
considerarse: bienes o deberes) y ese mal es el hecho descripto en una figura delictiva.
Los bienes jurídicos amparados no están limitados en nuestra ley ya que el estado de
necesidad se encuentra en la parte General del Código y no se realiza una especificación de
los mismos. La ley considera el mal evitado y el causado.
El mal que se cause debe ser para alejar el peligro, sea para el sujeto que lo produce
o para un tercero, pero siempre debe lesionarse un bien ajeno, si fuere propio constituiría un
acto de disposición.
El mal evitado debe ser mayor. Para determinar el valor relativo de los bienes, debe
partirse de las escalas penales de la Parte especial del Código, en un análisis in concreto:
bien con bien y deber con deber. “…si el criterio no fuere concluyente debe acudirse a la
interpretación sistemática, conforme a los principios generales de la justificación y de la
interpretación de la ley, rechazándose criterios supralegales de cultura o ideal del derecho”.
Es decir, la valoración debe provenir del derecho y no de criterios individuales.
El mal causado debe ser menor que el evitado, ello considerado objetivamente y
apreciado en la totalidad del orden jurídico que permite distinguir además del valor relativo
de los bienes, la licitud o ilicitud del obrar.
También se requiere que el mal sea inminente, es decir actual, que esté próximo a
suceder, que aparezca como de realización inmediata y que se tema que si se espera, la
ayuda llegará demasiado tarde, el autor debe encontrarse en la disyuntiva de cometer un
delito o provocar un mal mayor.
Debe existir la imposibilidad de evitar el mal por otros medios, esto quiere decir
que el utilizado es la única forma para evitar el peligro. La ley argentina no contiene este
requisito en su articulado pero surge del mismo sentido de la necesidad. El sujeto debe
haber tenido la posibilidad de elegir entre dos o más medios para alejar el peligro y su
decisión debe recaer sobre el menos gravoso, caso contrario su conducta encuadraría en un
exceso.
El sujeto que obra necesitado debe haber sido extraño a la amenaza de daño, es
decir, no lo debe haber provocado. Al respecto encontramos dos posturas en doctrina: una
que excluye el estado de necesidad en los casos en que el sujeto provocó dolosamente y
otra, que agrega la situación originada en un actuar culposo.
Tampoco se encuentra en la ley la exigencia de que el que obra no debe estar
legalmente obligado a soportar el mal. El deber de afrontar el riesgo debe ser impuesto
jurídicamente (en sentido lato) por ej.: integrantes del cuerpo de bomberos, policía, fuerzas
armadas, etcétera o, nacer de un contrato, por ej.: bañeros, tripulantes de buques o de
aeronaves, etcétera. Estas obligaciones jurídicas no son absolutas, los límites surgen ante
una gran desproporción de los bienes en peligro, “prevalece el deber, pero en la medida, y
de común… que no exija hechos extraordinarios en servicio de alguien (v. gr. el propio
sacrificio para la salvación de un tercero)”, o que el bombero arriesgue su vida para salvar
bienes patrimoniales. Si el mal no está ordenado jurídicamente, el agente no está obligado a
obrar, su conducta sería ilegítima.
El aspecto subjetivo de la justificante aparece en que el mal menor deber haber sido
causado para evitar otro mal mayor o inminente. Debe existir ese fin o ánimo de salvación,
si el beneficio resultare sin este componente subjetivo sería casual y ajeno a este instituto.
A pesar de lo dicho, ante ciertas puestas en peligro de bienes jurídicos tan valiosos
como la vida, puede justificarse hasta el caso de matar dolosamente a una persona, como en
el estado de necesidad defensivo y, lo que se trata es de factores adicionales que nos llevan
a la justificación, los cuales no son referidos a la valoración de la vida humana en sí misma.
El artículo 34, inciso del Código Penal declara no punible al "que obrare en
cumplimiento de un deber o en el legitimo ejercicio de su derecho, autoridad o cargo". En
esta disposición, conocida tradicionalmente como el cumplimiento de la ley, se engloba
tanto dicha justificante como la del legítimo ejercicio de un derecho. Es razonable que las
conductas llevadas a cabo en tales circunstancias no sean antijurídicas, pues, en caso
contrario, habría una contradicción entre las ramas de un mismo ordenamiento jurídico.
Una permitiría la realización de determinado acto y otra lo penaría.
Dice Soler que en la regla se agrupan las acciones que la ley directamente
manda y que el sujeto directamente cumple y aquellas que sencillamente el derecho no
prohibe, (op. cit., T. I, p. 330). Agrega dicho autor que las expresiones deber, autoridad,
cargo, tienen un valor estrictamente jurídico, razón por la cual la acción realizada en
cumplimiento de un deber es justa, cuando ese deber estaba jurídicamente impuesto o, en
los demás casos, cuando la autoridad o el cargo eran funcionalmente atribuidos por el
derecho. En los tres casos -dice- se actúan prescripciones positivas de la ley, realizadas por
quien es justamente el órgano ejecutor de esa voluntad.
Por eso, el que cumpliendo un deber impuesto por la ley, ejerciendo una
autoridad o un cargo, realiza un acto típico que la ley le manda ejecutar, dadas ciertas
circunstancias, no delinque, actúa en derecho (op. Y loc. cit., comf. Núñez, T. 1, p. 400;
Fontán Balestra, T. II, parágrafos 30 y 31).
La expresión ley tiene un sentido amplio, comprensivo de toda regla general,
sea dictada por el poder legislativo, o un reglamento, ordenanza o disposición municipal
(Soler, op. cit., p. 332; Núñez, T. I, p. 401).
El ejercicio legítimo de un derecho consiste en realizar las acciones autorizadas por
la ley. Ello surge del principio general de no contradicción del derecho. Nuestra
Constitución Nacional en su art. 19 dice: “…Ningún habitante de la Nación, será obligado a
hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohibe”. Entre la obligación y la
prohibición existe un espacio, dentro del cual el individuo puede desarrollar sus actos. Y no
exclusivamente en esta regla, sino en otros derechos constitucionales (expresos o
implícitos) como: profesar libremente su culto, no declarar contra sí mismo y los derivados
de los tratados incorporados en la reforma Constitucional de 1994.
El que un hecho considerado lícito por otra rama del derecho no pueda castigarse,
en principio, por el Derecho Penal, “es por algo más que la unidad del ordenamiento
jurídico: es por la función de ultima ratio del Derecho Penal dentro del conjunto unitario
del ordenamiento jurídico”.
La ley civil, en la primera parte del art. mencionado nos habla del ejercicio regular
de un derecho y también se refiere al ejercicio abusivo del mismo. “La ley no ampara el
ejercicio abusivo de los derechos. Se considera tal al que contraríe los fines que aquella
tuvo en mira al reconocerlos o al que exceda los límites impuestos por la buena fe, la moral
y las buenas costumbres”, pero esa generalidad no basta para pensar en un hecho
antijurídico sino que la conducta, además, deberá concretar un tipo legal.
El Código Penal Argentino no considera punible, según su art. 34 inc. 4º: “…El que
obrare…en el legítimo ejercicio de su derecho…”.
De la legitimidad del ejercicio -ejercicio regular- resulta una doble limitación: de
contenido y de forma. Superando esos límites nos encontramos en un exceso o en un abuso
del derecho, ambas acciones antijurídicas.
El exceso por razón del contenido surge cuando se lesiona un derecho de otro como
consecuencia de realizar actos que van más allá de lo autorizado de acuerdo al caso
concreto (p. ej.: si el que ejerce el derecho de retención exige una suma mayor de la
adeudada).
Se abusa del derecho en razón del objeto, cuando se lo ejerce con un fin distinto del
autorizado por el derecho (p. ej.: los actos realizados en cualquiera de las ramas del arte de
curar) o cuando se lo ejerce usando medios o vías distintas a las autorizadas por la ley (p.
ej.: utilizar las vías de hecho en cambio de las de derecho -justicia por propia mano). La
consecuencia en los casos del abuso sería la responsabilidad dolosa.
Es la potestad que posee una persona sobre otra en virtud de una disposición legal.
Se desenvuelve dentro del ámbito privado de las relaciones familiares, implicando la
facultad de educación y corrección de ambos padres, tutores o curadores, respecto de sus
hijos menores no emancipados -sean matrimoniales, extramatrimoniales o adoptados- de
sus pupilos o incapaces.
Constituye una facultad legal, no sólo un deber y es el imperio o supremacía sobre
otro, por ello algunos autores lo llaman derecho disciplinario. El educar e instruir a los
hijos va mucho más allá del mínimo que sería exigible por ley, concretándose según los
padres estimen oportuno, siempre que se encuentre dentro de los límites: -objetivo- de
la moderación y -subjetivo- del ánimus corrigendi. Es un derecho deber de formación y
protección integral en lo físico y en lo moral.
El ejercicio de este derecho subjetivo debe interpretarse restrictivamente por las
posibles violencias que conlleva. Las normas autorizantes están contenidas en el Código
Civil (arts. 264 y ss.; 399 y ss. y 468 y ss.). No existe un derecho de corrección del marido
respecto de la mujer ya que colisionaría con el articulado de la Constitución Nacional que
prohibe cualquier clase de discriminación por razón del sexo, además de las pautas
culturales existentes en nuestro país.
Esta justificante se encuentra en el art. 34 inc. 4º del C.P. significando el ejercicio
del propio poder de decisión o ejecución correspondiente a un cargo.
4. Obediencia debida
Nuestro Código Penal la contempla en el art. 34: “...5) El que obrare en virtud de
obediencia debida”.
Su tratamiento difiere si se trata de una orden legítima o de una orden ilegítima por
ser de carácter delictuoso; en el primer caso, la consumación de un hecho típico será lícito,
es decir, estará justificado; en el segundo caso, surgen las distintas teorías que tratan el
tema.
Los requisitos de esta eximente que enuncian los autores son: a) debe existir una
relación jerárquica de naturaleza pública, b) la obediencia debe provenir de una orden
formalmente legítima, c) esa orden debe ser substancialmente ilegítima, d) el agente
debe conocer que la orden es formalmente correcta y substancialmente ilegítima y e) no
debe tener la posibilidad de examinar la legitimidad del contenido. Se descarta así la
impunidad por error.
Nuñez considera que la obligación jurídica de obedecer del jerárquicamente
subordinado, debe tener su fuente en una orden formalmente legítima emitida por el
mandante. Esa legitimidad exige que la orden satisfaga las siguientes condiciones: a) que
entre el que emite la orden y su destinatario medie una vinculación jurídica de naturaleza
pública que autorice al primero a expedirla; b) que la orden llene las formalidades
legalmente exigidas para el caso de que se trata. A diferencia de lo que sucede respecto del
fondo de la orden, el destinatario tiene derecho a examinar la forma de la orden y a no
convertirse en su ejecutor si falta alguna de las exigencias formales…Es posible, sin
embargo, que si por error el inferior ha creído en la legitimidad formal de la orden , no
responda delictivamente por ausencia de culpabilidad.
5) El exceso
Establecida la antijuridicidad de una conducta, por ser típica y por no estar
comprendida en ninguna causa de justificación y por contravenir las normas de cultura u
otras ópticas semejantes en las que reposa el concepto de la antijuridicidad material, resta
establecer si, no obstante ser ilícita, puede subsumirse en la regla del exceso contenida en el
artículo 35 del Código Penal: "El que hubiere excedido los límites impuestos por la ley, o la
autoridad o por la necesidad, será castigado con la pena fijada para el delito por culpa o
imprudencia".
La fórmula, que está referida a todos los casos de justificación, se funda en el
temor que suscita en el necesitado la situación misma de peligro, en la cual no resulta justo
ni humano exigir un discernimiento preciso de los medios de salvación (Carrara,
"Progamma del Corso Di Diritto Criminale", lla. Ed., 1924, parágrafo 297, nota, cit. por
Soler, op. cit., T. I, p. 389, que comparte y amplía el criterio; Núñez, op. cit., T.I, p. 428, lo
extiende, también, a los casos en que media una imprudencia por parte de la gente en la
apreciación de las circunstancias).