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Sentido del sufrimiento humano

Autor: Javier Núñez 
Edición:222
Sección: Coloquio

El dolor es acompañante de todo hombre. Una de sus definiciones, entre las muchas posibles y
ninguna del todo satisfactoria, es: “resonancia cualitativa específica que, afectando en mayor o
menor amplitud a toda la persona, provoca que el sujeto se sienta amenazado en la integridad de
su yo”.

Desde la perspectiva filosófica se estima como algo malo en sí pero que puede ser útil y
provechoso, ya que el sufrimiento no es un mal absoluto. La actitud médica ante él ha de ser la de
aliviarlo o suprimirlo. El hecho de que pueda convertirse en algo positivo no hace pensar que no
haya que curarlo. El dolor puede provocar efectos nocivos a la integridad psico-física de la
persona.

Siendo el dolor el compañero más frecuente de las enfermedades, y dado que su presencia rebasa
a éstas y acompaña al hombre buena parte de su vida, hemos de enfrentarnos a su misterio con el
fin de manejarlo mejor y ver cuáles son las actitudes maduras que pueden ayudarnos, sobre todo
en aquellos casos en los que no es posible suprimirlo del todo.

Se dice dolor a cualquier sufrimiento físico, moral o espiritual. Para el dolor se requieren dos cosas:
la presencia de un mal y el conocimiento de tal presencia. Aquí usaremos dolor y sufrimiento como
sinónimos y le daremos un enfoque humanista y filosófico.

AMISTAD Y DOLOR

Se trata de una experiencia subjetiva, personal y desagradable, en relación a un daño real o


potencial. El factor psicológico cambia de sujeto a sujeto, desde el estado de aceptación,
estoicismo o resignación, hasta situaciones de angustia, ansiedad y temor que pueden llegar a la
desesperación y el suicidio. El dolor varía según diversos factores: cultura, experiencias anteriores,
comprensión y conocimiento de las causas, distracción, fatiga, estado de conciencia, etcétera.
Llamamos con la misma palabra la pérdida de un ser querido, que la sensación producida por
cualquier herida. El dolor humano tiene muchos y complejos componentes subjetivos y
sentimentales.

El significado del dolor ha sido diversamente valorado. Para Lieche es un “regalo siniestro” que
empequeñece al hombre. Para López Ibor el dolor individualiza y personaliza. Kant afirmó que el
dolor es aguijón de la acción y base del sentimiento real de la vida. Fichte, Jünger y Schopenhauer
le dieron interpretaciones positivas para el desarrollo espiritual.

El dolor sensible atrae grandemente la atención del alma, pues es natural que ésta rechace con
toda su fuerza lo que le es tan contrario. Cuando el dolor es intenso, el hombre está impedido para
aprender otra cosa o meditar sobre lo ya sabido, porque está dificultada la consideración de la
razón. Tanto el dolor como la tristeza se mitigan por la compasión de los amigos, porque en cierta
forma, la compasión del amigo se compara a la ayuda que ofrece quien coloca el hombro para
soportar un peso, y el que sufre, al ver la compasión, nota el esfuerzo del amigo por aliviarle y eso
aumenta su fortaleza para sufrir; entiende que su amigo le ama y eso es algo que deleita.

LA MEDICINA ANTE EL DOLOR

El dolor posee, en sí mismo, una función terapéutica ya que “agiliza el confluir de la reacción física
y psíquica del hombre ante el ataque del mal” y porque es una llamada a la medicina para una
terapia que lo alivie o suprima.

A largo plazo, el dolor puede impedir alcanzar bienes e intereses superiores y provocar efectos
nocivos a la integridad psico-física de la persona. Un sufrimiento demasiado intenso puede
disminuir o impedir el dominio del espíritu. Así que es legítimo, y a veces obligado, prevenirlo,
aliviarlo y eliminarlo. Tanto la analgesia como la anestesia, al intervenir directamente en aquellos
tipos más agresivos y perturbadores de dolor, hacen que la persona se recupere a sí misma,
haciéndole más humana la experiencia del sufrir.

En ocasiones el empleo de fármacos y técnicas analgésicas y anestésicas comportan la supresión


o disminución de la conciencia y el uso de las facultades superiores. En cuanto tales intervenciones
están dirigidas no a la pérdida de la conciencia y de la libertad, sino a quitar sensibilidad al dolor,
se mantienen en los límites de la sola necesidad clínica y se consideran éticamente legítimos.

EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO

Si la persona logra encontrar sentido al sufrir, hallará alegría en medio del dolor.

El hombre conoce bien los sufrimientos del mundo animal, sin embargo, lo que expresamos con la
palabra sufrimiento parece ser particularmente esencial a la naturaleza humana. El sufrimiento es
tan profundo como lo es el hombre porque manifiesta, a su manera, su profundidad propia y, de
algún modo, la supera. Parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos
en lo que está en cierto sentido “destinado” a superarse a sí mismo.

Dice Viktor Frankl que “el hombre madura en el dolor y crece en él; y estas experiencias
desgraciadas le dan mucho más de lo que habrían podido darle grandes éxitos amorosos”, y si
bien el placer no es lo que da sentido a la vida, “tampoco la ausencia del placer es capaz de privar
a la vida de sentido”.

El sufrimiento suscita en los demás compasión y respeto, y a su manera, atemoriza. El respeto es


la más profunda necesidad del corazón. Ese respeto nos lleva a superar la timidez y afrontarlo,
atrevernos a tocar algo que es tan intangible para aliviarlo.

En su dimensión subjetiva es algo casi inefable e intransferible; pero en su dimensión objetiva


exige ser tratado, meditado, concebido en la forma de un explícito problema, hacer preguntas de
fondo y buscar respuestas. Es un tema que toca centralmente a la medicina, en cuanto ciencia y
arte, y éste es su sector más conocido. Pero el sufrimiento es un tema más vasto, variado y
pluridimensional que su sola dimensión terapéutica. El sufrimiento es algo más amplio que la
enfermedad, más complejo y, a la vez, más enraizado en la humanidad misma.

Hay que distinguir entre sufrimiento físico y moral. Esta división tiene como fundamento la doble
dimensión humana: cuerpo y espíritu. Se puede hablar de dolor del cuerpo y dolor del alma,
sabiendo que los dos conmueven a la persona en su totalidad unificante: ambos dolores afectan al
alma y al cuerpo, no sólo en su aspecto psíquico. El sufrimiento moral no es ciertamente menor
que el físico, aunque está menos identificado y menos alcanzado por la terapéutica.

DON DE SÍ

El sufrimiento hermana a los hombres. La prueba del destino o la necesidad de comprensión y de


atención los une y, quizá, lo que más lo logra es la persistente pregunta acerca del sentido de tal
situación. El mundo del sufrimiento es muy disperso por los sujetos que afecta pero, en sí mismo,
contiene un singular desafío a la comunión y a la solidaridad.

El sufrimiento no es un bien sino un mal al que, por la grandeza moral y los valores del hombre,
puede sacársele partido y convertir, así, la experiencia dolorosa, en fuente de enriquecimiento
personal para el que sufre y quienes le rodean.

El proceso interior no se desarrolla de igual manera en todos. Incluso la persona que llega a la
plenitud de la respuesta positiva, a menudo comenzó y se instauró ahí con mucha dificultad. El
punto de partida es diverso como distinta la disposición de cada quien cuando sobreviene el
sufrimiento. Lo usual es recibirlo con una protesta y con un ¿por qué?, y suele requerir mucho
tiempo llegar a darle sentido. (Este camino) se facilita a la persona con profundas convicciones
religiosas.

De cualquier modo, para encontrar significado al dolor hay que superar el sentido de su inutilidad,
lo que lo vuelve más difícil, consume al hombre en sí mismo y le hace pensar que es una carga
para los demás.

El ayudar a las personas que sufren es todo un arte. Es necesario detenerse junto a ellas y no de
cualquier manera. No por curiosidad sino con disponibilidad. Con una inclinación interior que posee
su expresión emotiva. Únicamente ayuda quien sabe acercarse al prójimo y verlo como otro yo,
según su capacidad de com-padecerse, de sufrir, el dolor ajeno. Esto cansa, pero llevado de forma
madura, enriquece. No todos pueden hacerlo: se requiere capacidad de sufrir y soportar el dolor
con fortaleza, para que el sufrimiento ajeno no sea algo destructivo para el sujeto que pretende
ayudar. Hay que saber ofrecer ayuda, dentro de lo posible, y ayuda eficaz. Hace falta don de sí,
capacidad de apertura del propio yo al yo ajeno. El mundo del sufrimiento invoca sin pausa otro
mundo: el del amor al prójimo, de aquel “amor desinteresado que brota en su corazón y en sus
obras”.
LLAMADA A LA VIDA

El dolor despierta también los valores fundamentales de quienes rodean al enfermo: la solidaridad,
el amor humano y cristiano… y muchos otros que son marco de la vida social y combaten “las
diversas formas de odio, violencia, crueldad, desprecio por el hombre, o las formas de la mera
insensibilidad, o sea, la indiferencia hacia el prójimo y sus sufrimientos”. No se explica la profesión
del equipo sanitario vivida con pasividad frente al dolor humano. Cuando no se pueda curar el
dolor, todo médico o enfermera debe saber compadecer y aliviar. Mayores dotes requieren algunos
especialistas para atender a enfermos terminales, servicios de urgencia, oncología y otras áreas
afines.

El sufrimiento inevitable es una llamada a quien lo padece para hacer de él un bien; y quienes le
rodean, están llamados a “hacer un bien a quien sufre”. Esta bipolaridad da sentido al sufrimiento.
Es un encuentro del hombre consigo mismo, con su propia humanidad, dignidad y misión. Muchas
veces el sufrimiento es dramático, pero cuando se aprende a valorar, se convierte en fuente de
bien. Un budista contemporáneo afirmaba algo semejante: “Aceptamos que la vida necesariamente
nos involucra en el sufrimiento, no intentamos evitar todo dolor pero tampoco lo buscamos ni
aceptamos el sufrimiento innecesario; el sufrimiento de los demás es en parte también nuestro y
esto nos hace de alguna manera responsables de dar alivio al que lo necesita”.

La llamada cultura de la muerte sólo acoge la vida con determinadas condiciones, al rechazar a los
limitados, minusválidos, enfermos incurables y terminales. Surge entonces la tentación de eliminar
el sufrimiento desde su raíz anticipando el momento de la muerte. La causa: un ambiente cultural
que no ve en el sufrimiento ningún significado o valor; es más, lo considera como el mal por
excelencia, que debe eliminarse a toda costa.

Esto nace cuando prevalece la tendencia a apreciar la vida sólo en la medida en que produce
placer y bienestar.

Frente a ello, Juan Pablo II clama: “No hay vidas que carezcan de significado. Las criaturas por
nacer deben estar protegidas en su derecho a la vida. La integridad física y mental de los enfermos
incurables y de las personas gravemente minusválidas debe ser inviolable. Los enfermos en fase
terminal deben ser apoyados y asistidos en el pleno respeto de su dignidad”.

Hay que afirmar la cultura de la vida. En ella, el dolor “puede contribuir al perfeccionamiento de la
persona, pues le ayuda a preguntarse por el sentido de su vida y, de esa forma, puede colaborar a
la felicidad personal”.

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