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L-Gante, Dipy y los discursos

del odio
Por Fernando D'Addario

04 de julio de 2021

Ejercicio práctico para todos aquellos que aman sumergirse en


mundos paralelos: leer --opción no excluyente, alcanza con
imaginar-- las reacciones de una parte de la aldea viral a la
reivindicación que hizo Cristina de la política Conectar Igualdad,
vinculada a la historia del trapero L-Gante. No es necesario
reproducirlas. Alcanza con describirlas como cadenas de indignación
y odio de clase desparramadas por los foristas de diversos medios
(se recomienda, eso si, la capusottiana y desopilante intervención de
Eduardo Feinmann, no se la pierdan). 

La de L-Gante podría ser una de esas historias que tanto les gusta a
los neoliberales: "era pobre, solo tenía una netbook y ahora triunfa
en el mundo con su música". En principio, tendría más épica que la
vida del dentista que triunfa en Estados Unidos vendiendo
empanadas. Pero no. 

En primer lugar, claro, por la mediación de la vicepresidenta. Hay un


aura fatalista que envuelve cada una de sus intervenciones: diga lo
que diga (e inclusive si no dice nada, porque algo estará
tramando) se le buscará la vuelta para desviar el
núcleo ideológico de su discurso y focalizar en algún detalle
anecdótico que encienda el resentimiento de los conservadores más
sensibles. El montaje de colectoras distractivas se vuelve de lo más
ecléctico porque Cristina es generosa en digresiones coloquiales. En
este caso aparecen inspirados "críticos musicales" y policías de
costumbres que apelan a falacias insostenibles en cualquier terreno
lógico: se le adjudican a la expresidenta hasta los males que reflejan
las letras de L-Gante. Como si ella hubiese escrito las canciones o
hubiera sido su mentora intelectual.  

Pero hay otro punto. Aunque burda y en algún punto hilarante, la


operación no es inocente. El desenfoque responde a la necesidad de
invisibilizar el fondo de la cuestión. Incluso cierto progresismo bien
pensante se deja arrastrar al subsuelo del debate. Resulta obvio
pero vale señalarlo: se discute sobre el gusto de Cristina, o sobre su
presunto aval a un "mal ejemplo" para la juventud, porque no se
quiere discutir el rol del Estado como dinamizador social y
regulador del mercado. 

La historia del dentista que triunfa en Estados Unidos


vendiendo empanadas es aleccionadora. Acá no se puede, la
solución es individual y está afuera. Como consuelo doméstico a L-
Gante se le podría haber aplicado el mismo código meritocrático que
consagra al Dipy. Pero en la biografía de L-Gante hay un detalle
adicional que incomoda: la intervención del Estado, con la
entrega masiva de netbooks, para paliar una desventaja tecnológica
de origen. Ese -insuficiente- elemento reparador, que funciona como
modesto punto de partida para que los excluidos tengan más
herramientas en la jungla, es inadmisible para la derecha. En la
cosmovisión neoliberal ni siquiera sería aplicable un
"emprendedurismo de Estado", adaptación a la sociedad algoritmica
de lo que antes se conocía como "ascenso social".    

Ya se sabe que el Poder propaga una ideología individualista pero


actúa como clase. Fomenta indignaciones por cuestiones
epidérmicas para preservar sus privilegios estructurales. Enfermos
de literalidad, miles de trolls ad honorem trabajan como fuerza de
choque de esos pocos que están muy interesados en Cristina pero
no precisamente en sus gustos musicales. Tienen otras prioridades.
Imaginan y promueven un futuro amenizado por una batalla a todo
o nada entre "Dipys" y "L-Gantes". 

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