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Profesora: Valeria Sardi

Alumna: Micaela Anahí Pizarro

Señoras lectoras

Las bibliotecas siguen siendo el mismo escenario vacío. Los libros desfilan sus tapas
solemnes a les espectadores (invisibles) de los grandes saberes académicos.
El conocimiento está al alcance de la mano que logre sortear los obstáculos de la realeza
literaria y consiga así una credencial en la que se anote día y fecha en la que se saca a dar una
vuelta a alguno de los olvidados que aguardan en las estanterías.
Tengo esa credencial. Como la tuve antes, en forma de persona. El poder de pedir a antojo
mío cualquier cantidad de ejemplares. Tengo el mismo poder de leer desde Woolf hasta Puig,
quizás Lorca, quizás Lemebel…
¿por qué entonces cada página se vuelve infinita? ¿por qué no puedo avanzar cada vez que entro en
contacto con ellas? Son preguntas que vuelven a menudo. Y cada vez, estoy más seguro de ciertas
respuestas. He intentado leer así, he puesto toda mi voluntad.
Casi como un ritual, repito siempre la rutina, el hábito, el modo, pero no hay manera de
empezarla o de sostenerla, se los juro.

Libro en mano, lector sentado en una silla de biblioteca, silencio…


Ritmo de lectura: izquierda a derecha, línea, sintagma, grafemas encadenados, conceptos,
oraciones, inhalo, exhalo. Leer con las voces de la mente. Silencio.

Desde que dejé la realeza, mis ojos se empeñan en no leer, se revolucionaron, abdicaron a su
rol de comunicadores. Nada llega a mi mente, no hay palabras. Solo el silencio biblioteral. Se
los juro. Las sillas impolutas me miran. No entienden y yo tampoco. No entiendo y si intento
no tiene sentido. Los libros también me miran, me preguntan, ¿qué estás leyendo
actualmente? ¿por qué no buscaste su biografía? Silencio. Cada tanto me discuten: los
clásicos son mejores. Cada tanto reflexionan: Los libros no hablan de pasar el tiempo, hablan
de otras vidas.

Y yo otra vez, abdico a la lectura. El ritual es una farsa. Ya no sé si quiero leer en silencio,
porque todo intenta hablarme, se los juro. Reponen su voz, la hacen presencia. La lectora
nada común aparece todo el tiempo. Me mira, y repone todo lo que su dueña diría, o quizás,
lo que me está diciendo en este momento, mientras lee a solas, y quizás pensó que yo también
le estaría hablando, contandole del beso de la mujer araña. Quizás el ritual está mal, quizás
que nos digan que se puede leer en silencio está mal, quizás, una vez que tenemos una amiga
de lecturas, ya no hay manera de volver al silencio. No hay manera de que conseguir el
silencio absoluto haga más sabrosas estas páginas.

Solo digo, desde mi humilde opinión, de estudiante universitario y ex mayordomo real,


señoras lectoras, que la lectura silenciosa es una práctica sobrevalorada. Diganme, ¿acaso las
voces que aparecen dentro de sus cabezas, en tonadas diferentes a la suyas, con comentarios,
con recuerdos, con reflexiones , cada vez que terminan un párrafo, un capítulo, son sinónimo
Profesora: Valeria Sardi
Alumna: Micaela Anahí Pizarro

de silencio? ¿cuántas veces las voces de sus amigas y sus comentarios sobre determinado
capítulo o determinado libro aparecieron cuando empezaban una página nueva? ¿cuántas
veces pensaron en el libro que le recomendarían a una amiga al terminarlo? ¿cuántas veces
quisieron leerles a ellas un fragmento, un párrafo, una parte de un libro en ese preciso
instante? Por más que estemos solxs, nunca estamos en silencio. Así que déjenme decirles, en
vez de contestarle a sus amigas con las voces de la mente, lean juntas, de a dos, de a tres, de a
cuarenta si quieren. La lectura silenciosa es otra mentira más para hacernos creer que estamos
mejor solxs. No pierdan la oportunidad señoras, lean con sus amigas, yo ya perdí a la mía.

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