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El síntoma en la psicosis 09/12/2013- Por Lujan Iuale -

A partir de tomar la definición que Lacan dio sobre el síntoma como "lo analizable",
la autora se propone situar una interrogación válida acerca del síntoma en las Psicosis.
Nos recuerda, que, si bien los síntomas permiten a veces orientar un diagnóstico, no son
necesariamente "lo analizable", y que en las Psicosis su especificidad estará dada por
aquello que no se dialectiza. Por último, nos propone una interesante "segunda vuelta"
donde, desde la última enseñanza de Lacan, será tomado el síntoma como
"acontecimiento de un cuerpo"; es que en palabras de la autora " El síntoma enlaza lo real
de lalengua con el cuerpo, hace cuerpo" también en Las psicosis.

Lo analizable

Me convoca en esta oportunidad la interrogación acerca del estatuto del síntoma en


la psicosis. Pero hay una cuestión preliminar a la posibilidad de delimitar a qué llamamos,
en psicoanálisis, síntoma psicótico, y es partir de la interrogación por la conceptualización
de síntoma desde la cual haremos pie.

En una serie de textos Lacan definió al síntoma como lo analizable. Hallamos esa
referencia en el Seminario 5, en “La significación del falo” y el Seminario 12. Dice: “Llamo
aquí síntoma, en su sentido más general, tanto al síntoma mórbido como al sueño o a
cualquier cosa analizable. Lo que llamo síntoma, es lo que es analizable” (1).

Luego en “La significación del falo” vuelve a este mismo punto y sostiene que cuando
hablamos de “los síntomas en el sentido analítico del término, queremos decir de lo que es
analizable en las neurosis, las perversiones y las psicosis” (2).

En “El psicoanálisis y su enseñanza” insiste en discernir lo analizable y dice: “El síntoma


psicoanalizable, ya sea normal o patológico, se distingue no sólo del indicio diagnóstico,
sino de toda forma captable de pura expresividad en que está sostenido por una estructura
que es idéntica a la estructura del lenguaje. Y con esto no diremos una estructura que haya
que situar en una semiología cualquiera pretendidamente generalizada que hay que sacar
de su limbo, sino la estructura del lenguaje tal como se manifiesta en los lenguajes que
llamaré positivos, los que son efectivamente hablados por masas humanas” (3).
Antes de ir al Seminario 12, se torna crucial resaltar la distinción del síntoma como
indicio diagnóstico, del síntoma analizable. En sintonía con esta distinción podemos volver
a la Conferencia 17 (4), a propósito de los síntomas neuróticos, Freud ponía el acento en
las particularidades de lo que llamaba “síntomas típicos”, como aquellos que en todos los
casos son más o menos semejantes y en los cuales, las diferencias individuales
desaparecen o se reducen de forma tal que resulta difícil conectarlos con el vivenciar
individual. Pero, dice Freud, “Sobre este trasfondo de un mismo tenor, los enfermos
singulares engastan sus condiciones individuales, sus caprichos, podría decirse, que en los
diversos casos se contradicen directamente unos a otros” (5). “Estos síntomas típicos
parecen resistirse a una fácil reconducción histórica, y al mismo tiempo, mediante estos
síntomas típicos nos orientamos para formular el diagnóstico” (6).

Conviene situar entonces que lo típico del síntoma orienta el diagnóstico, pero no es
necesariamente lo analizable. Otro tema será a qué llamamos analizable en la psicosis,
pero allí entraríamos en el terreno del manejo de la transferencia, de los modos en que
operamos, de las particularidades que cobra allí la posición del analista. Y por otro lado en
la última cita a la que hicimos referencia, está la articulación del síntoma con la estructura
del lenguaje. En este punto es que podemos leer la afirmación de Lacan en su escrito “De
una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, cuando dice a propósito
de la psicosis que “en ningún sitio el síntoma, si se sabe leerlo, está más claramente
articulado en la estructura misma”(7).

Todo el esfuerzo del Seminario 3 se centra en demostrar cómo se pone en juego en el


fenómeno psicótico el retorno en lo real de un significante forcluído en lo simbólico. En ese
seminario Lacan distingue claramente creencia y certeza. Dice que en verdad el psicótico
no cree en la realidad de la alucinación, pero no duda de que eso le concierna. En este
punto la certeza constituye lo típico de la psicosis, y por ende lo no analizable o al menos
lo que claramente no dialectiza. Es precisamente ese núcleo duro, incurable. Puede variar
la forma de presentación del fenómeno psicótico, puede atemperarse, pero lo que no cede
es la certeza de que eso le está dirigido. Este es un punto inquebrantable. Se abre así una
doble dimensión del síntoma, presente en los distintos tipos clínicos: el síntoma analizable,
y el síntoma incurable. El primero más cercano a la primera clínica, aunque Lacan no lo
abandona, el segundo como efecto de la última enseñanza. Podríamos decir entonces que
el síntoma psicótico típico es la certeza y como tal orienta el diagnóstico, pero que eso no
es el síntoma analizable en la psicosis.
Recuerdo una paciente que llegó a consulta a los 30 años. Cuenta que “todo cambió
desde el momento en que se recibió de abogada”. Decide ponerse un estudio y abandonar
su trabajo de administrativa. Cuenta que en determinado momento advierte que le han
hackeado la cuenta de mail, y que a partir de allí nota que la siguen. Se atrinchera en su
casa y pasa días enteros encerrada espiando por la ventana. En un barrio cercano, matan
a un empresario y me cuenta que “eso fue claramente un mensaje para ella”. No sabe por
qué le están haciendo eso, ni quienes son; pero constata una y otra vez su presencia.
Llega un día desesperada diciendo que después de 20 años se han puesto a arreglar la
calle donde vive: “dejaron un montículo de piedras, con una más grande arriba, mirando
hacia mi casa. ¿Sabés que era? Una lápida”. En el transcurso del tratamiento decide
“colgar el título” (en términos de no dedicarse a la profesión), frase que bien podía
utilizarse para habilitarse en el ejercicio de una profesión. Las intervenciones se
mantuvieron en la vía de alojar el delirio, pero apuntando a relativizar a ese Otro que todo
lo podía ver y escuchar, así como también a avalar su decisión de no ejercer la profesión.
Eso y la medicación (estaba con una dosis mínima) hicieron su efecto en términos de
reducción progresiva del delirio que abarcaba toda su vida. En un momento dado me dice
que está mejor, que se da cuenta que no podía ser que se hubiesen metido en la
computadora, pinchado las líneas, etc. Llega a decir: “estaba loca”. Pero, agrega, “lo de la
lápida era para mí, a mí nadie me saca eso de la cabeza”.

Esta paciente era una paranoica, y tal como señala Lacan en el Seminario 12, “no solo
recibe signos de algo” (…) Lo que recibe “es el signo que en alguna parte se sabe lo que
quieren decir esos signos, que él no conoce” (8). Y antes había señalado que “Hay siempre
en el síntoma la indicación de que él es cuestión de saber”. Habla de la psicosis y dice que
“sabe que existe un significado, pero en la medida en que no está segura de él en nada”. Y
agrega algo central: el síntoma analítico incluye al analista. Toma el ejemplo de la
presentación de enfermos para distinguirla de la clásica presentación que hacía la
psiquiatría, afirmando que no habría síntoma acabado sin ese diálogo entre dos. Y por
último dirá que “el síntoma es algo que se señala”. “Como un sujeto que sabe que eso le
concierne, pero que no sabe lo que es” (10).

Saber, certeza y creencia son los tres de Wittgenstein, al final de su vida. Si bien no nos
vamos a explayar en este punto, vemos resurgir esta tríada en Lacan respecto al síntoma
psicótico: el psicótico no sabe por qué es víctima del Otro; no cree necesariamente en la
realidad de su alucinación; pero tiene certeza de que eso le concierne.
Una segunda vuelta: el síntoma como acontecimiento de cuerpo

La última parte de la enseñanza de Lacan está atravesada por la división del


registro simbólico: lalengua materna como lo que hace trauma, inyecta un goce del que
hay que desprenderse e introduce la desregulación en el viviente. El lenguaje en cambio,
opera como aparato de goce, y por ende un tratamiento posible éste. Para Lacan no hay
organismo, y el trauma es leído como el haber sufrido una lengua entre otras. Lalengua
deja trazas que podrán o no borrarse, que podrán o no volverse letra. Cuando ello no
acontece el significante permanece en su cara real, y el efecto sobre el cuerpo se verifica
en la cadaverización, puesto que el objeto a tiene que constituirse como un objeto
inanimado para que el cuerpo se anime (11). Así todo ser hablante está afectado por
lalengua, desregulado en su goce. De eso se desprende la aserción de Lacan de que el
ser hablante no es un cuerpo, tiene uno, y ese cuerpo dice puede levantar campamento en
cualquier momento. A lo largo de su obra es posible rastrear la ajenidad del cuerpo, y
como la neurosis vía la sutura con el nombre propio y las identificaciones, cree que es ese
cuerpo que porta. Wittgenstein en Sobre la certeza dice: “Si alguien dice “Tengo un
cuerpo”, se le puede preguntar ¿quién habla por esa boca?” (12). Denuncia de este modo
la discordia que impera entre el cuerpo y el sujeto de la enunciación. Pero no solo eso, sino
que da un paso más para interrogar además a quién va dirigido eso que se dice. Se
pregunta: “¿A quién dice alguien que sabe una cosa? A sí mismo o a otra persona. Si se lo
dice a sí mismo ¿cómo se distingue de la constatación de que tiene la certeza de que las
cosas son así? No existe ninguna seguridad subjetiva de que yo sepa alguna cosa. La
certeza es subjetiva, pero no el saber” (13) Y luego agrega: “Si alguien me dijera que
dudaba de tener un cuerpo, lo tomaría por loco. Pero no sabría que querría decir
convencerlo de que lo tenía. Y si le hubiera dicho alguna cosa que hubiera eliminado su
duda no sabría ni cómo ni por qué” (14) “No sé cómo se ha de utilizar “Tengo un cuerpo”
(15).

En “Joyce el síntoma”, Lacan insiste en que el hombre tiene un cuerpo y nombra al


síntoma como “suceso de cuerpo, ligado a lo que se tiene” (16) Y agrega que tener es
poder hacer con lo que se tiene algo” (17) Dice además que hay en la escritura de Joyce
un goce opaco, por quedar precisamente excluido del sentido. Este punto es interesante
para pensar dos vertientes: una es la de la perturbación que lalengua introduce a nivel del
goce, otra es la respuesta por la vía del síntoma como acontecimiento de cuerpo. El
síntoma enlaza lo real de lalengua con el cuerpo, hace cuerpo. Hacerse un cuerpo,
subjetivar el cuerpo, he ahí el corazón del parlêtre. La psicosis no está excluida de esta
dimensión, aunque los modos de hacerse un cuerpo difieran del anudamiento que
constatamos en las neurosis. Por eso “… el síntoma es la particularidad, es lo que nos
hace a cada uno un signo diferente de la relación que tenemos, en tanto seres hablantes,
con lo real” (18).

Bibliografía:

1. Lacan, Jacques: El Seminario 5. Las formaciones del inconsciente. Paidos. Bs. As. P
332

2. Lacan, Jacques: “La significación del falo” Escritos II. Siglo XXI. P 665

3. Lacan, Jacques: “El psicoanálisis y su enseñanza”. Escritos I. Siglo XXI. P 426

4. Freud, Sigmund: “17° Conferencia. El sentido de los síntomas” En OC. Tomo XVI. AE.
1990

5. Op. Cit. 248

6. Op. Cit. 248

7. Lacan, Jacques: “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”
En Escritos II. Siglo XXI, p 519

8. Lacan, Jacques: Seminario 12. Problemas cruciales del psicoanálisis. Inédito. P 127

9. Lacan relaciona a la psicosis con el lekton: “El Significado (λεκτόν: lektón, en plural
lektá): es “el ente mismo indicado o revelado por el sonido que aprehendemos como
subsistiendo junto con [o sea, en] nuestro pensamiento”. Literalmente λεκτόν significa “lo
que está significado o mentado”. Lo mentado cuando se habla sobre lo percibido es una
cierta afirmación acerca de un cuerpo, llamada por algunos “afirmación”, “proposición” o
“aserción”. Otra definición de lektón ofrecida por los estoicos es: “Aquello que subsiste en
conformidad con una representación racional”. Es lo que no se “aprehende” cuando no se
entiende el idioma en el que el signo es expresado. Siguiendo nuestro ejemplo, los sonidos
emitidos al decir “el carro anda” expresan en el español lo mismo que en el inglés “the car
runs” y en el alemán “der Wagen fährt” pero si no conocemos alguno de estos idiomas no
nos representaremos el lektón. Los Lektá se subdividen a su vez en dos:

1.1.3. Completos: su enunciación es completa en sí mismos, se diferencian dos subclases:


1.1.3.1. Proposiciones, es la subclase más importante de ellos, éstas son lektá completos
que son asertóricos (susceptibles de ser verdadero o falso) en sí mismos.

1.1.3.2. Completos que no son asertóricos, tales como: las preguntas, saludos,
imperativos, sugerencias, ruegos, etc.

1.1.4. Deficientes: su enunciación es incompleta, por ejemplo “anda”, es incompleta puesto


que no se sabe quién. Divididos en dos:

1.1.4.1. Sujeto: para designar nombres propios o nombres de clase.

1.1.4.2. Predicado: –no es signo ni objeto físico–, para designar verbo. Es un lektón
deficiente que se combina con un sujeto para formar proposición”. Fragmento extraído de
www.logica1.wikispaces.com/file/view/Lógica+de+los+Estoicos.docx.

10. Op. Cit. 128

11. Lacan, Jacques: Discurso de clausura a las jornadas sobre la infancia alienada.

12. Wittgenstein,Ludwig: Sobre la certeza. Gedisa. España. 2003 p 245

13. Op. Cit. Pp245-46

14. Op. Cit. P 264

15. Op. Cit. P 264

16. Lacan, Jacques: “Joyce el síntoma II” En Uno por Uno. N° 45. Año 1997 p 13

17. Op. Cit. P 10

18. Lacan, Jacques: Respuesta al comentario de André Albert sobre la regla fundamental.
Ficha de la cátedra de Clínica de adultos. UBA. Facultad de psicología.

Intervenciones en una Melancolía por Viviana San Martín

(*) Trabajo presentado en la Jornada del Seminario de Presentación de Pacientes


Psicóticos, Hospital Manuel Belgrano, 11 de diciembre 1993.

Mario es un hombre de 56 años, que concurre a Hospital de Día desde hace tres años.
Cuando llega, relata varios tratamientos anteriores que incluyen medicación e
internaciones, siempre en relación a sus numerosos intentos de suicidio. Ingirió veneno
para ratas, para cucarachas, para hormigas.... Últimamente también, lo había intentado
con los fármacos, que a su modo de ver, eran algo así como un veneno.

Vive con su madre anciana, que es prácticamente ciega. Siempre vivió velando por ella:
antes porque era alcohólica y ahora porque fuma hasta cuando come. Su padre falleció
hace cuatro años, luego de una larga enfermedad. Si bien es el mayor de cuatro
hermanos, fue él quien cuidó de su padre hasta que murió, así como ahora lo hace con su
madre y antes, mientras estuvo casado, con sus suegros. En síntesis, una vida sacrificada
a la enfermedad del Otro.

Sus hermanos, que no viven con él, le reprochan el no cuidar bien a la madre, y además, lo
tratan de "parásito" porque hace seis años que no trabaja. Él dice que no puede porque
está constantemente mareado. Se siente una rata, una cucaracha, una hormiga: así lo
expresa y lo delatan tanto su aspecto como las maneras que utiliza para terminar con su
vida. Está envenenado: su veneno se lo rocía en la boca y se reserva alguna dosis para
salpicar a los que lo rodean. Les provoca angustia e impotencia por su anunciada e
inminente muerte. Están cansados de sus intentos de matarse: uno de sus hermanos es
quien lo trae aquí.

Pero Mario no fue siempre este oscuro objeto de deshecho, este cuadro de desolación y
despojo. Por el contrario, él tuvo muchas pertenencias: una esposa por casi veinte años a
quien, según sus palabras, se ocupaba de tener "como a una reina". Un hijo que estudiaba
en los mejores colegios, que vestía ropas de marcas costosas y poseía variados juguetes.
Tenía la casa más linda de la cuadra, auto, camioneta. Fue dueño de varios comercios. En
fin, todo era una fiesta de brillo para la mirada.

Le gustaban los autos: trabajó como chofer y hasta tuvo un taller mecánico.

En este mundo ideal, él creía haber modelado a su mujer como la arcilla de su


pensamiento: una pareja debía ser armoniosa, sin lugar para mentiras ni desacuerdos.
Quería diálogo en la cena y no soportaba que ella tuviera la televisión encendida. A la letra:
no soportaba la tele-visión, la visión - lejos de ella. En otras palabras, quería moldear un
Otro a su medida que no anduviera abriendo grietas poniendo en juego su propio deseo.
Un Otro que respondiera en espejo a este Ideal que él había encarnado en ella. Así, vivía
pendiente de su mujer. Como era de esperar, cuando ella hizo presente su deseo, se fue
con otro hombre y él, que vivía "pendiente" de ella, se cayó.

Su esposa era un Otro que reflejaba su propia imagen, en la medida que algo no
imaginario la sostenía, permaneciendo oculto. Me refiero a ese carozo real, que en tanto
esté velado, funciona como causa del deseo: el objeto a. Presumo que se trataba del
objeto "mirada", por el "brillo" para el que tanto trabajaba. Cuando este Otro se fue, el
objeto que guardaba en su interior perdió su cubierta imaginaria y retornó en su valor de
nada, ya que sólo valía como causa del deseo cuando estaba perdido y lo imaginario
cubría su falta. El objeto se volvió sombra.

En "Duelo y Melancolía" (1), Freud remarca que el melancólico sabe que perdió algo, pero
no sabe exactamente qué fue lo que perdió. A diferencia del duelo, la pérdida es
inconsciente. Explica esta particularidad dando cuenta de un hecho observable: "si en el
duelo el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo"
(2). Se refiere a la rebaja en la autoestima y a los autorreproches que se manifiestan como
rasgos diferenciales en estos enfermos. Por lo tanto, señala que lo que verdaderamente ha
perdido el melancólico tiene que ver con su yo. Ante la pérdida del objeto, el yo, en lugar
de iniciar el proceso que lleva al retiro de la carga del objeto y a su sustitución por uno
nuevo, nos encontramos con que la carga demostró ser poco resistente y quedó
abandonada, pero la libido, no cargó un objeto nuevo sino que retornó al yo. Pero allí no
encontró un uso cualquiera: se identificó con el objeto abandonado. En este caso, no se
trata de una identificación con su ex mujer, sino con el objeto que ella guardaba, que, sin
su cobertura, se convirtió en una sombra.

Dice Freud: " La sombra del objeto cayó sobre el yo, que a partir de ese momento puede
ser considerado una instancia especial, como un objeto y en realidad, como el objeto
abandonado" (3). El duelo no puede proseguirse porque ha sido rechazada la pérdida, el
objeto causa del desengaño ha sido integrado al yo y allí mortificado, en detrimento del yo,
que sufre las consecuencias. En otros términos: la sombra del objeto ha caído sobre el
sujeto, a quien el superyó maltrata con su mandato de goce mortífero.

Ahora bien, ¿por qué este paciente tuvo una salida melancólica en lugar de un duelo
normal?
Hacía tiempo que su mujer daba claros indicios de que estaba saliendo con otro hombre.
Su reacción era la de "no querer saber nada de eso", me inclino a pensarlo en un sentido
forclusivo, ya que más tarde este "desconocimiento" retornó en un episodio delirante.

Cuando en determinado momento, ella se va de su casa con el otro hombre, Mario se


desespera: la busca en hospitales, comisarías, pone avisos en los diarios, investiga, viaja.
Dice: "Ya ahí, mi razón se iba perdiendo".

Finalmente la encuentra y la hace volver. Pero no hay palabras, no hablan del asunto. El,
que supuestamente bregaba por el diálogo en la pareja, no dice nada. No hay reproches.
Tampoco él piensa nada del estilo: ¿qué nos pasó? Ni se hace preguntas: ¿por qué hace
un tiempo que soy impotente sexualmente con ella? ¿por qué permití que mi padre se
entrometiera en mi matrimonio y maltratara a mi mujer? ¿por qué vivían con sus suegros?,
estas preguntas que debieron haberse formulado en ese momento, volvieron más tarde
como autorreproches. Al no haber palabras, el sujeto quedó borrado, al no aparecer ningún
significante que represente al sujeto para otro significante. Solo estaba desesperado y
quería que volviera.

Pero la que volvió no era la de antes. por más que él desconociera sistemáticamente lo
que estaba ocurriendo, su "razón" ya se había perdido: Por un lado, "su razón", la causa de
su deseo, no habitaba más en ella. Por otro lado, "su razón", su equilibrio, se había perdido
junto con ella: hizo un delirio paranoide. Ella lo estaba envenenando. Lo no dicho vía el
significante, retornó con la fijeza de la letra de un delirio. Para justificar su idea de
envenenamiento, dice: "Ella me estaba metiendo un polvo en el mate".

Efectivamente, ella algo le estaba metiendo...

Un polvo...

En el mate...

Estaba envenenado...

Pero no reaccionaba. Su respuesta fue un delirio. He aquí su texto:


"Yo siempre todas las mañanas me preparaba un té antes de ir a trabajar y ese día,
cuando confirmé mi idea, en lugar de poner el saquito en la taza, tiro primero el líquido de
la pava en la taza. Y la noto de un color rosado. No era del óxido, era como un polvillo que
había en la pava. Entonces yo guardé el agua en un frasco de mermelada limpia que uno
siempre tiene guardado, para hacerlo analizar y me lo llevo a la camioneta. Cuando me voy
para trabajar, ya me estaba encontrando sin fuerzas, entonces no fui al trabajo, sería por
los mates que ella me venía dando. Esperé a que abriera una química cerca de casa.
Cuando abre, me voy a ver al químico. Él me dice que cuestión de agua no analiza, que
tengo que ir a Obras Sanitarias antes de las 24 horas. Agarré, me fui a casa, previo
comprar unas medialunas. Mi mujer estaba durmiendo y guardo el pote entre medio de
unas tazas así a la tarde lo voy a llevar a Obras Sanitarias. Mi señora me escucha y dice:
"Ahora me levanto ¡qué pasó que no fuiste a trabajar? -sintió ruido de que volví- Ahora me
levanto y te hago unos mates. Y cuando se levanta, agarra la esponja y el detergente y
empieza a lavar la pava por dentro. Eso ya me extrañó, porque la pava se lava sólo por
fuera, salvo que uno haya hervido leche... Agarré y me fui a dormir. No le pregunté, no sé,
no me podía desahogar en el momento. Y después cuando me levanto, busco el frasco y
ella lo había tirado. Le pregunté, -le dije que era para un análisis-. No me di cuenta -dijo-.
Esta estaría parando la oreja cuando yo guardé el frasco entre medio de las copas para
después llevarlo a analizar; ahí ya considero que me estaba metiendo algo..."

Mario menciona esto en casa de su hermana y ella le cree. Los hechos se precipitan
estando él casi en estado de perplejidad:

"Me sacan de mi casa al hacer el comentario en lo de mi hermana de que mi mujer me


estaba metiendo algo. Me dijeron que no tomara nada, por si me estaba envenenando. Me
llevaron a una abogada. Habló mi hermana, porque yo no podía gesticular palabra. Dijo:
haga una denuncia policial si hace abandono del hogar, antes que las cosas pasen a
mayores. Hice lo que me dijeron y me fui a casa de mi madre".

A esto le sigue un breve período maníaco que pareciera un intento de negar la pérdida que
había sufrido:

"Me agarró el delirio del baile y del show. Salía todas las noches, no dormía, tomaba las
pastillas con whisky, estaba todas las noches con una mina distinta".
Luego, la melancolía, la depresión y los autorreproches:

"Cometí atrocidades; dejé a mi hijo a los 13 años y eso no me lo perdono. No tendría que
haber dejado a mi familia. Lo que me correspondió de la casa, le dí la plata a mi hijo y
después me dije: ahora me tengo que amasijar. El mea culpa, dejé a mi hijo cuando más
me necesitaba. No pudo estudiar arquitectura por mi culpa. Yo quería dejarle la piedra
fundamental de algo y no lo hice".

Comienza a cuidar de su padre, que por entonces sufre una hemiplejia. Cuando su hijo
más lo necesitaba, el volvió a cuidar a su padre.

Hace malos negocios, se hace estafar, pierde sus bienes y con ellos también pierde a su
última pareja, una mujer con la que había salido dos años. Cuando su padre muere, ya no
tiene nada, ni trabaja más.

"No pude derramar una lágrima cuando mi padre murió. Lo odio porque siempre fue un
jugador, un matón, un compadrito que por sus andanzas dejaba a mi madre sola en la
crianza de cuatro hijos. Por eso ella le daba a la botella. Chupaba todo el día".

Podríamos decir que éste era un padre que dejaba a sus hijos a merced de esta madre
que chupaba...

Un padre que lo dejó a él en el lugar de objeto chupado por el Otro primordial: vivió
siempre mortificado por lo que su madre chupaba o fumaba, peleando con ella por esa
razón.

A continuación voy a relatarles algunos tramos de su tratamiento:

Mario comienza siempre las entrevistas expresando su intención de liquidarse por no


soportar más su sufrimiento. Luego contabiliza una y otra vez todo lo que tenía y perdió. Se
reprocha todos los pecados que cometió en su vida y concluye como empezó, al saludo de
su analista: "hasta la próxima", responde con un "si llego". Sus días parecen calcados, sus
entrevistas también.

A este disco rayado que insiste más allá de su voluntad, la palabra no lo toca. No hay
transferencia simbólica que permita vía asociación libre operar sobre el síntoma con la
llave de la interpretación. El sentido cristalizado de su relato, resiste todo embate: ningún
juego con el equívoco de su palabra cuestiona la fijeza del cuadro que pinta.

Con el tiempo este relato rígido, sólo puede ser interrumpido. Cuando se lo interroga sobre
su vida posterior a la separación, se desvía volviendo a lo de siempre. Le digo: "No
empiece otra vez con el disco rayado, estaba hablando de otra cosa".

Hace intentos de cambiar de analista: falta a sus entrevistas y luego le solicita entrevista a
la profesional que le administra la medicación, aprovechando esta posibilidad del
dispositivo. Por supuesto que para hablar de esto "que siempre vuelve al mismo lugar".
Advertida la maniobra, es reconducido a su espacio de entrevistas.

De todas maneras, su posición no variaba un ápice. Sin embargo, nunca dejó de venir a
todas las instancias del Hospital de Día: entrevistas individuales, de control de medicación
y talleres. El resto del tiempo, estaba en la cama, elucubrando acerca de la manera en que
iba a autoeliminarse y maquinando sobre su pasado, sin poder detener su pensamiento;
más bien siendo objeto de él. Rescato un sueño relatado en una entrevista:

"Anoche soñé que volvía a mi barrio, bien trajeado, la gente me reconocía, la gente me
recibía bien".

Este sueño insinúa en sus letras, una intervención posible, que sólo a posteriori puedo ser
leída así.

En "La Tercera" (4), Lacan presenta en el plano el nudo borromeo de la siguiente manera:

[grafico]

Los tres registros, lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, anudados de manera tal que
ninguno penetra el agujero del otro, aunque cualquiera de los tres que se corte los otros
dos también se separan. Anudando las tres cuerdas, el objeto a.

Lacan nos propone situar en los lugares de intersección, letras que designan distintos tipos
de goce. Entre lo Real y lo Simbólico, un goce que está al alcance del sujeto, el goce fálico:
J F, permite que lo Simbólico, sea eficaz en el campo de lo Real. Logra que la palabra
interpretativa del analista opere sobre la cara real del síntoma por el lugar que la
transferencia le da.

En la intersección entre lo Simbólico y lo Imaginario, Lacan pone el "sentido". Este goce, se


relaciona con el sentido de la vida que cada uno reclama y al que el sujeto se ofrece en
sacrificio: por Dios o por la Patria hasta algunos dan la vida, con tal que ésta tenga algún
sentido. Pero este mundo que cada uno habita, se sostiene por un objeto que es su causa:
el objeto a. De lo contrario, perdida esta razón que es el objeto, la vida se torna un sin
sentido, como el continuo padecer de este paciente lo confirma.

Por último, hay un goce exterior a la palabra, entre lo Imaginario y lo Real: el goce del Otro.
Goce en el que el sujeto queda atrapado como objeto, al sustituir el significante que al Otro
le falta. De esto pareciera sufrir Mario: algo lo habita (lo que llamo "el disco rayado"), que le
dice todo el tiempo "parásito, cucaracha, no servís para nada" que él no puede frenar. Este
goce no es acotable por la interpretación, como este caso me lo enseñó magistralmente.
Sólo la intervención en lo Real, se dirige a un efecto de la estructura en la intersección de
lo Imaginario y lo Real, allí donde el sujeto se ofrece al Otro que lo habita como un objeto
de goce. Pero veamos si este enunciado general sobre la Intervención en lo Real, se
comprueba en su singularidad:

Comenzamos a fijar nuestra atención en la ropa con la cual este paciente venía al Hospital.
Así nos enteramos, que esos "trapos viejos" que vestía eran ropas de su padre muerto.
Tanto en las entrevistas individuales como en las de control de medicación, se intervino al
respecto. Por ejemplo:

- ¿Hasta cuándo se va a vestir así?

- Usted está vivo... ¿por qué usa ropa de un muerto?

En referencia a un saco todo roído que era de su padre:

- ¿Cuándo se va a sacar el muerto de encima?

En relación al mismo saco, otro día:

- Ah! ¡No!, para entrar al consultorio deje el muerto afuera...


Por primera vez, algo que venía de nosotros hacía alguna mella en él. Empezó a venir con
otra ropa, aclarando antes de entrar a la entrevista: "esto es mío", sin que nadie le
preguntara nada. Paulatinamente, comenzó a mejorar su aspecto. Hasta que un buen día
vino a la entrevista vestido con una camisa floreada, y en lugar de comenzar con su
consabido "me quiero eliminar", dijo: "vengo de una entrevista laboral". Se trataba de una
agencia de remises que necesitaba un chofer. Desempolvó su vieja pasión por los autos.
Me explicó de motores, en su discurso se multiplicaron las metáforas mecánicas. Al otro
día comenzó a trabajar, luego de "diez años de no manejar", nos dirá. Se desenvuelve
bien.

En entrevistas posteriores, a las que viene elegantemente vestido, me cuenta sobre la ropa
que lleva a la lavandería, a la tintorería, la que se piensa comprar. Además, piensa ir al
médico "para recauchutarse" -afirma. A la pregunta sobre qué piensa hacer con su recién
ganado dinero, responde. "Mejorar mi presencia, porque como dice el dicho, -como estés
vestido, serás recibido". Aquí resignifico aquel sueño donde él vuelve al barrio "trajeado" y
entonces el Otro, un Otro más propiciatorio, lo recibe bien y lo reconoce como valioso.

Ahora, desde la lectura de sus efectos, planteo esta intervención como una Intervención en
lo Real, en la medida que operó fundamentalmente en la intersección de lo Imaginario y lo
Real, entre lo Imaginario de su vestimenta y lo Real del Objeto "mirada". A partir de esto
algo cayó:

"Quiero recuperar el tiempo perdido" nos dirá.

El prolongado tiempo de su melancolía -casi 13 años-, pudo ser nombrado por primera vez
como "perdido".

Hubo un corte, el tiempo del goce en el sufrimiento del que era objeto, devino un goce
acotado al poder gozar de un objeto al que él maneja. Vuelve a interesarse por las
mujeres:

"Estoy tirando el anzuelo, a ver si pica alguna". -nos grafica.

En el cara a cara de las entrevistas, se puso en juego una mirada que no gozaba con la
persistencia de la imagen del "cadáver harapiento" que él era. Una mirada deseante: "al
muerto no lo miro más". En oposición a la mirada de su madre, que, aunque ciega, mira.
Porque la mirada tiene que ver con el deseo, no con la calidad de vidente o no vidente. El
Otro es el que refleja la imagen a la cual el sujeto se identifica y con la cual se "viste". La
imagen-vestimenta que cubre la desnudez del objeto a es la cubierta imaginaria que se
necesita, para no quedar reducido a un esqueleto. Esta imagen se sostiene en algo que no
se ve pero se siente: la mirada. Y este Otro-pantalla, no hacía más que mostrarle siempre
la misma foto: aquella que lo fijaba como el bastón blanco de su madre o el enfermero de
viejos achacados. Con esta imagen como ropa no se luce muy bien ante los ojos de los
otros que no son el Otro primordial.

El tema del envenenamiento (el Otro me envenena, yo -identificado al objeto del Otro- me
enveneno), se relaciona también con esta mirada mortífera que viene del Otro, lo que
Lacan llama la "invidia". La invidia no es lo mismo que la envidia, sino que en su raíz
"videre" (ver), señala su relación con la mirada. Según nos dice en el Seminario II (5),
produce el mismo efecto de una "ponzoña": paraliza, pone pálido, marea, mata.

El denominado "mal de ojo", reconoce este origen y justamente, era una de las cuestiones
que Mario traía a sus entrevistas: suponía que estaba "ojeado", que había sido víctima de
un "daño". Este "mal de ojo", este "ojo malo", es un ojo voraz que, al posarse sobre nuestro
cuerpo, atraviesa nuestras vestiduras imaginarias y eso uno lo percibe. Es un ojo que a
uno lo fija a un cuadro y por esa fijeza, nos trae enfermedad y desventura. Por esta
característica de provocar detención en una imagen, Lacan afirma: "es la fascinación, cuyo
efecto es detener el movimiento y literalmente, matar la vida". (6). Por el desarrollo de este
caso me pareció interesante esta afirmación de Lacan: "Se trata de despojar al mal de ojo
de la mirada, para conjurarlo". (7)

Finalmente, voy a recordar una cita de Lacan del Seminario R.S.I. de febrero de 1975, para
poder hacer algunos comentarios. Dice así:

"El efecto de sentido exigible del discurso analítico no es imaginario. No es tampoco


simbólico. Es preciso que sea real". (8)

¿Qué querrá decir "efecto de sentido real"?

Propongo una lectura de esta enigmática frase: que lo exigible al discurso analítico es que
haya un efecto de cura. Si bien con esta interpretación, no estoy planteando que este
paciente esté "curado", hubo una modificación importante en lo real de su posición.
Cuando hablamos de dirección de la cura, lo entiendo como una hipótesis a confirmar,
como algo que uno presume que tendría que tomar cierto rumbo, para llegar a un fin: la
cura. Pero hasta tanto no se arribe a algo de este destino, no podemos saber si la hipótesis
es correcta o incorrecta. Alertados ya de los peligros del "furor curandis", considero
necesario introducir una distinción: una cosa es que la cura psicoanalítica se dé por
añadidura y otra que no se produzca nunca. Porque de operarse este deslizamiento, no
ponemos a prueba nuestras hipótesis teóricas. Y al así actuar ¿qué diferencia nuestra
teoría psicoanalítica de un delirio? Freud no tuvo inconvenientes, como Lacan lo subrayó,
en reconocer que el delirio de Schreber sobre los "rayos de Dios" tenía una llamativa
coincidencia con su teoría de la libido. Incluso se "atajó", aclarando que él la había
construido antes de leer el libro de Schreber. (9). Creo que la posibilidad de establecer la
diferencia reside en que podamos ponerla a prueba, y en base a los efectos clínicos,
ratificarla o rectificarla.

Porque si sólo exigiéramos de ella el requisito, por ejemplo, de la lógica interna, el


delirio puede gozar de ella también y si solamente se tratara de poner nombres para
describir y dar cuenta de ciertos fenómenos, daría lo mismo bautizarlos: rayos de Dios,
libido u objeto a.

Tampoco se trata de caer en un alegre abandono de la teoría, en nombre de una


supuesta "clínica en sí misma", que se autoriza en una intuición que desconoce sus
verdaderas determinaciones y que comulga en la creencia de una "objetividad" positivista
de los efectos. Estos se interpretan siempre desde una determinada teoría, es más, son
producidos por determinada teoría al articularse con lo particular en la singularidad.
Necesitamos de la abstracción teórica para justificar por qué determinado hecho lo
consideramos un efecto de una operación analítica y no una mera modificación "cosmética"
debida a algún influjo sugestivo, que retornaría luego con mayor virulencia. Si de manera
general, consideramos cura, por ejemplo, a aquello que se produce tras la caída de un
objeto, donde éste se muda de objeto pulsional gozoso a objeto causa del deseo,
evidentemente resultan imprescindibles todos estos conceptos (objeto, goce, pulsión,
deseo), para poder engendrar ese corte, para después corroborarlo y además, para que
otros analistas puedan confirmarlo o discutirlo. Entiendo por "poner a prueba la teoría" el
contrastar nuestras elucubraciones en la singular eficacia que tengan para operar sobre lo
real del goce, aunque necesariamente debamos realizarlo haciendo un rodeo: el de no
esperar demasiado en cuanto a lo terapéutico.

Este trabajo pretendió encuadrarse en esta perspectiva. Seguramente, dejó varios


cabos sueltos en el camino. Reconozco dos, que quizá causen un futuro trabajo: pensar
qué aporta este caso en relación a la ubicación estructural de la melancolía y el de formular
alguna presunción sobre qué dirección debería tomar esta cura a partir de ahora. Quizá
ambas cuestiones estén emparentadas.

Notas:

1- FREUD, Sigmund: "Duelo y Melancolía" en Obras Completas, vol. XIV, Amorrortu


Editores, Bs. As. 1989.

2- op. cit. p. 243.

3- op. cit. p. 246.

4- Lacan - Jacques: "La Tercera" en Intervenciones y Textos, volumen 2, Manantial, Bs. As,
1988.

5- Lacan - Jacques: "¿Qué es un cuadro?" en Los cuatro conceptos fundamentales del


Psicoanálisis, libro 11, Paidós, Argentina, 1987.

6- op. cit. P. 124.

7- Ibid.

8- LACAN, Jacques R.S.I., II febr. 1975, clase 5.

9- FREUD, Sigmund "Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber)"


en Obras Completas, vol XII, Amorrortu Editores, Bs. As., p. 72.

Obras Consultadas:

CANCINA, Pura. "El dolor de existir... y la melancolía", Homo Sapiens Ediciones Rosario,


1992.
"La Melancolía" en Las Psicosis, Homo Sapiens Rosario, 1993.

"Clínica de la Melancolía" en Lacan...efectos en la clínica de las psicosis, Sergio Rodríguez


(comp.), Lugar Editorial, Bs. As. 1993.

- DJIAN, Patrick ."Enfoque psicoanalítico del suicidio" en En los límites de la transferencia,
Juan D. Nasio (comp.), Ediciones Nueva Visión Bs. As. 1987.

- FERNANDEZ, Elida. "Delirio de Negación de Cottard" en Diagnosticar las psicosis, Data


Editora, Bs. As., 1993.

- GRANDINETTI, José "La psicosis maníaco depresiva (algunas consideraciones


clínicas)"en Lacan... efectos en la clínica de las psicosis, Sergio Rodríguez (comp.), Lugar
Editorial Bs. As., 1993.

- HEINRICH, Haydée. Borde R S de la neurosis, Homo Sapiens Ediciones, Rosario, 1993.

- LACAN, Jacques "Hamlet: un caso clínico" en Lacan Oral, Xavier Bóveda Ediciones, Bs.
As., 1983.

- NASIO, Juan. La mirada en psicoanálisis, Gedisa Editorial, Barcelona, 1992.

- RUPOLO, Héctor "La melancolía una vieja historia" en Conferencias y Escritos


psicoanalíticos, Tekne, Bs. As., 1987.

- VEGH, Isidoro. Intervención en lo Real" trabajo presentado en las Jornadas de la E.F.B.A.


realizadas en julio de 1991 acerca de: "El padre en la clínica lacaniana".

"El melancólico objeto del maldecir" en Matices del psicoanálisis, Editorial Agalma,
Argentina, 1991.

"Paso a paso con Lacan: el objeto y sus destinos", Seminario dictado en 1985. Fichas de la
E.F.B.A. Serie Seminarios.

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