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Krelko
Estaba allí, recortado contra el mar y el cielo apenas diferenciados por una
tenue línea. Su perfil se delineaba estilizado, debiendo admitir que su figura,
desconocida por cierto, era bella. Los cabellos, por el fuerte viento que venía
del océano, volaba hacia atrás.
El ruido del mar era hondo. Sordo. Misterioso, aunque debía reconocer que la
presencia de él le imprimía más misterio.
Krelko, por su parte, estaba estático. Sólo sus ojos verticales observaban, sin
pestañear, pues, carecía de aquellos adminículos, la figura recortada contra el
mar.
Krelko dio también dos pasos, pero en sentido contrario, hacia atrás.
A su lado estaban sus hermanos. Ellos también, con el mismo temor, dieron
dos acompasados pasos hacia atrás, como si fuesen un cuerpo de gimnastas
rítmicos.
Krelko no pudo siquiera hablar con sus hermanos. Tenía la mente embotada,
sin comunicación, sin contacto. Todos estaban extasiados. La figura llenaba
sus últimos rincones, aún la coraza rojiza que no los agobiaba como se podría
suponer.
El hombre sólo miraba al mar. Sobre la inmensa playa, lejana a todo vestigio de
civilización, no alcanzó a divisar señales de vida. Estaba solo con la naturaleza.
Inmenso, dueño absoluto del mar y del cielo, un poco esclavo también de su
soledad y de su paz.
La figura tomó una posición horizontal sobre la arena. Como un militar, Krelko
se detuvo. Sus hermanos pararon sincronizadamente.
El hombre miraba directamente hacia las nubes. Estas, como movidas por
fuerzas extrañas, fueron tomando formas inauditas. Una sensación de estar
vigilado le llegó al hombre.
-Son las nubes- se dijo, con voz fuerte. Las nubes tenían raras formas que
jugueteaban en el cielo.
Todos tenían formas de seres vivientes, igual que las nubes pero, al contrario
que éstas, sin movimiento, como si se tratase de un gran cementerio de
animales embalsamados.
El hombre volvió a mirar hacia el mar. Sus ojos tenían una extraña luz cuando
hacia él miraban.
Krelko vio que se le venía encima uno de los troncos que la figura había
empezado de nuevo a patear. Plegó los ojos y se escondió bajo su coraza.
La figura empezó a tapar, con sus pies, los huecos que había en la playa. Cada
vez había más huecos. La figura, en su nueva diversión, no se alcanzaba. El
podía notar los mil ojitos verticales que lo miraban.
Los orificios eran cada vez más. Una extraña atracción movía al hombre hacia
el sitio donde los pequeños huecos eran más tupidos. Una especie de música
lo llevaba hacia allá, un extraño zumbido, una solemne voluntad. Algo así como
la necesidad de un encuentro.
Sus flexibles caderas parecieron aún más flexibles. Había cierta fragilidad en él
como la de algo que se va a derrumbar, a quebrarse.
Los pasitos empezaron a sonar como un tun tun agitado. Acompasado. Los
ojos verticales a veces, otras horizontales. Unas veces sólo coraza. Otras sus
cuerpos completos. Pero los pasitos iban creciendo, multiplicándose como un
mensaje.
Ni siquiera supo lo que eran. Sólo los mil dolores crecientes por su cuerpo eran
una realidad. Luego, el contacto con la arena y los terribles picotones, o
mordiscos, cubriéndolo todo.
Krelko estaba rígido como un General. Movió sus grandes manos y empezó a
morder con ellas una oreja de la figura, cubierta ahora por corazas rojas y
voraces.
Después, dando el ejemplo, empezó a limpiar los huecos que había tapado el
hombre.