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PANIC ATTACK: ESE EXTRAÑO INVISIBLE QUE NOS HABITA

Psic. Luis Gonçalvez Boggio


DEFINICIÓN y SÍNTOMAS
En la década del 60 varios investigadores científicos comenzaron a diferenciar inesperados
ataques de ansiedad de otras manifestaciones de ansiedad.
La clasificación diagnóstica oficial de síndrome de pánico ocurrió en 1980 con la publicación del
DSM III, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical of
Mental Disorders) de la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association).
Según esta clasificación el síndrome de pánico pertenece a los trastornos de ansiedad, junto con
las fobias, el trastorno por estrés postraumático (TEPT/PTSD), el trastorno por estrés agudo, los
trastornos obsesivo-compulsivos, el trastorno de ansiedad generalizada, etc.
El síndrome de pánico se caracteriza por la aparición de ataques de pánico inesperados y
recurrentes.
Los ataques de pánico o crisis consisten en períodos de intensa ansiedad acompañados de
algunos síntomas específicos, por lo general relacionados a desequilibrios del sistema nervioso
vegetativo.
Los más comunes son:
 Palpitaciones, dolor en el pecho, opresión torácica, taquicardia, alteraciones vasculares,
alteraciones cardiorrespiratorias,
 sensación de falta de aire, de ahogo, dificultad de respirar, falta de aliento,
 hormigueos, parestesias,
 sudoración, escalofríos, ondas de calor, sofocaciones,
 temblores o sacudidas,
 hipersensibilidad,
 vértigo, dificultades de orientación espacio-temporal, atontamiento,
 boca seca,
 náuseas o molestias abdominales,
 pérdida del foco visual, alteraciones visuales,
 despersonalización (sensación de estar separado de uno mismo), desrealización
(sensación de irrealidad)
 miedo de desmayarse, de perder el control, de enloquecer, de morir.
No todos estos síntomas parecen estar presentes en las crisis pero algunos siempre van a estar.
Los síntomas comienzan súbitamente y se acentúan rápidamente. Muchas veces acompañados
de una sensación de catástrofe o de muerte inminente o por un ansia de escapar de la situación.
Según el DSM IV, los estudios epidemiológicos elaborados internacionalmente indican de forma
consistente que la prevalencia del síndrome de pánico se sitúa entre el 1,5 y el 3,5 %. Entre 1/3 y
la mitad de las personas diagnosticadas de síndrome de pánico en la población general presentan
además este trastorno con agorafobia.
La intensidad de los síntomas puede llevar al desarrollo de un cuadro hipocondríaco. Es decir, a
diferencia de un trastorno obsesivo-compulsivo donde el sujeto siente rechazo y le teme a
determinados pensamientos o compulsiones, a diferencia de una fobia donde la persona teme a
una situación o a un objeto específico fuera de ella, en el pánico la persona teme a lo que ocurre
en su propio cuerpo (“estoy teniendo un ataque cardíaco”, “voy a enloquecer”, “me voy a morir”).
Desde el punto de vista bioenergético podríamos decir que el síndrome de pánico es una fobia en
la cual el sujeto tiene miedo de las reacciones de su propio cuerpo.
Las personas con pánico viven su cuerpo como si fuera una amenaza constante.
La percepción se vuelca para las manifestaciones somáticas que parecen caóticas y que
producen un miedo intenso, llevando a la persona a una experiencia de intensa ansiedad.
Si la histeria fue la psicopatología más destacada a comienzos del siglo pasado, si la depresión
fue la enfermedad predominante en la segunda mitad del siglo pasado, si en los ochenta y los
noventa se despliega el auge de los trastornos narcisistas, este nuevo siglo parece despuntar con
nuevos escenarios atravesados por patologías, biopatías y trastornos derivadas de una emoción
predominante: el miedo.

1
La crisis de pánico es una experiencia de un pico máximo de ansiedad llevada al extremo. El
pánico es el último grado del continuum creciente del miedo. Para Stanley Keleman el continuum
del miedo (atención-ansiedad-pánico) es una secuencia de formas emergentes en el proceso de
lidiar con lo nuevo y con lo estresante. Inicialmente respondemos con más atención a lo que está
ocurriendo (hay una reacción de alarma inicial, el organismo tiende a endurecerse, disminuye su
respiración, activa los telerreceptores y dirige su atención). Si esta movilización es suficiente para
dar cuenta de lo que ocurre, con un reconocimiento adecuado de la situación y de sus efectos, la
reacción de alerta se deshace. Pero si el grado de afectación y de amenaza fuera más intenso
podemos reaccionar con aislamiento, fuga o con rabia y enfrentamiento. En el caso de que la
situación nos amenazara aun más intensamente y comenzáramos a sentirnos sin capacidad de
dar cuenta de lo que ocurre, el miedo y la ansiedad pueden aumentar encaminándose hacia el
pánico (en donde la situación se vuelve en extremo excesiva e insoportable). Encontramos por lo
tanto distintas direcciones de respuestas. En las reacciones de lucha y enfrentamiento hay un
aumento de la organización de las formas somáticas. En las respuestas de fuga, retroceso y
aislamiento hay una pérdida de la organización de las formas somáticas. Si no podemos ni
avanzar, ni retroceder, no consiguiendo lidiar con la situación, nuestro organismo puede
desarrollar una reacción de ansiedad y de pánico, que posteriormente puede derivar en tristeza,
abatimiento, desánimo, colapso y/o depresión. En conclusión, si bien la experiencia emocional de
pánico puede ser una experiencia normal que muchos podemos sentir en una situación muy
intensa, la reacción de pánico que ocurre en los estados de síndrome de pánico es excesiva. Es
decir, la persona percibe que lo que lo afecta (el peligro invisible que viene de dentro de ella) es
excesivo, no pudiendo organizar sus recursos internos 1.
Es decir el sujeto alcanza un punto en su continuum del miedo en la cual lo que le afecta es
excesivo y no consigue organizar sus recursos internos.
Desde el punto de vista bioenergético el pánico es una de las respuestas biológicas más viejas y
antiguas que podemos desarrollar frente al peligro. Cuando se ve amenazado, el cuerpo entra en
un estado de alerta o simpaticotonía. El ritmo cardíaco aumenta, la sangre fluye a las
extremidades para prepararnos para correr o pelear.
Un ataque de pánico provoca la reacción más rápida y compleja que se conozca dentro del
cuerpo humano. Altera inmediatamente el funcionamiento de los ojos, muchas de las glándulas
importantes, cerebro, corazón, pulmones, estómago, intestinos, páncreas, riñones y vejiga, y los
grupos musculares más importantes. Dentro del sistema cardiovascular el corazón aumenta su
grado de contracción, y la presión se eleva al bombear la sangre hacia las arterias. Los vasos que
canalizan la sangre hacia los órganos vitales y músculos esqueléticos se expanden, aumentando
el flujo sanguíneo, mientras que los vasos de los brazos, piernas y otras partes menos vitales del
cuerpo comienzan a constreñirse, reduciendo el flujo en esas áreas.
Cuando un animal capta una amenaza, el cerebro reptiliano, primitivo, construido para la
supervivencia, toma la posta. La supervivencia en la naturaleza demanda que los cuerpos
respondan como si el peligro fuese real y presente, preparándose para luchar o huir. Las
respuestas fisiológicas de las personas modernas al peligro, se mueven dentro del mismo estado
energético, altamente cargado. Cuando las respuestas de ataque o huida son exitosas y la
persona puede escapar o enfrentar a su atacante, el cuerpo vuelve a su homeostasis. La energía
es descargada al defenderse contra el peligro activa y efectivamente, y el sistema nervioso vuelve
al nivel normal de funcionamiento.
Pero en el pánico la auto-regulación no está funcionando. Uno de los factores que contribuye a
sentirse sobrepasado durante un ataque de pánico es la imposibilidad de identificar el evento
desencadenante. El cuerpo está en un estado de activación alto, listo para atacar o huir, pero el
peligro no es identificable. La persona no puede encontrar el estímulo al que su cuerpo está
reaccionando y los síntomas (el estado de alerta) se vuelven atemorizantes. Ellos mismos se
convierten en fuente de ansiedad. El estado de alerta corporal parece desproporcionado a la
situación. Y si la situación es psicológicamente amenazante para la persona, puede haber
importantes fuerzas intrapsíquicas que le impidan buscar el escape o el soporte que necesita.
1
Para profundizar en esta corriente neo-reichiana (Psicología Formativa), se recomiendan los textos de Stanley
Keleman “Anatomía emocional” (1985; Edcs. Deesclée De Brouwer) y “La experiencia somática” (1987; Edcs.
Deesclée De Brouwer).
2
Si pensamos desde la perspectiva esquizoanalítica, en el pánico el peligro es invisible. Es un
extraño que habita el cuerpo del sujeto. Ese extraño no tiene nombre, es un desconocido que
habita y domina la vida de la persona. Son sentimientos, sensaciones, (micro partículas de
experiencia, dirían Deleuze y Guattari), que están marginalizadas de un territorio existencial
dominante (Deleuze y Guattari; 1980)2.
La persona se descubre activada en sus respuestas y padrones de lucha, de fuga, etc., frente a
algo desconocido (el extraño) dentro de sí. Lo visible es apenas la taquicardia, la falta de aire, etc.
Podemos comenzar a adelantar una hipótesis: hay una reacción de miedo frente a una excitación
interna (invisible, sin forma) que no encuentra un modo de expresión.
Siguiendo esta primera hipótesis podemos enunciar una segunda, que nos permitiría entender lo
singular del síndrome de pánico: hay una desconexión entre la experiencia somática y la
cognitiva. La persona vive un enorme extrañamiento en relación a su propio cuerpo, en relación a
las sensaciones orgánicas vividas dentro de su piel 3.
La persona reacciona con pánico frente a un peligro que viene de su interior.
¿Pero pánico frente a qué, frente a qué peligro?
Esta es una de las preguntas más importantes a ser respondida por todo sujeto que presenta
síndrome de pánico, ya que apunta a las causas que lo llevaron al estado de pánico.
La respuesta a esa pregunta siempre es singular. Cada persona tiene sus propios motivos, y
todas tienen, al menos, un motivo.
¿Por qué comienza el pánico en ese momento particular?
PREDISPOSICÓN AL PÁNICO
Clínicamente podemos encontrar distintos modos de respuesta a lo excesivo, que pueden llevar a
diferentes estados psicopatológicos: shock traumático o estrés postraumático, depresión, manía,
desconexión, disociación, pánico, etc. Estas respuestas singulares dependen de la historia de
agresiones vividas por la persona, de su modo característico de lidiar con las experiencias
estresantes, de su repertorio de formas somáticas, de sus herencias constitucionales, etc.
La hipótesis que adelantamos anteriormente es que encontramos una mayor predisposición al
pánico en aquellas personas que tienen mayor facilidad de desconectar la experiencia cognitiva
de la experiencia somática.
El origen de esa desconexión está relacionado a experiencias emocionales muy intensas, tanto
presentes como pasadas.
Clínicamente encontramos una mayor tendencia a la desconexión en personas que tuvieron
experiencias traumáticas en forma muy precoz (en los primeros días o meses de vida). En esos
momentos el mecanismo de desconexión es uno de los pocos recursos de protección disponibles
frente a las experiencias excesivas.
Estas personas parecen tener más chances de desarrollar pánico en algún momento de la vida,
ya que mantienen organizado un patrón de desconexión a lo largo de los años.
Caracterialmente, podemos observar que las personas con dislocamiento superior de la energía,
especialmente las personas con trazos caracteriales visuales (E. Baker; 1967), están más
propensas a desarrollar el pánico4.
Emocionalmente, vemos la predisposición al pánico, en personas con dificultades de integración
de la vivencia corporal, con tendencias vinculares simbióticas y con dificultades de lidiar con
emociones y con contenidos subjetivos interiores.
La segunda hipótesis que manejaremos es que detrás de la desconexión cognición-soma hay
siempre una excitación que no encuentra un modo de expresión.

2
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix: “Las Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia”; Pre-Textos.
3
Estas hipótesis y su desarrollo en este ateneo clínico están tomadas del artículo “A Síndrome de Pánico numa
perspectiva formativa” de Arthur Tiago Scarpato. Revista del Departamento Reichiano del Instituto Sedes Sapientiae
nro. 10 (2001, SP/BR).

4
Como veremos más adelante, el dislocamiento superior se caracteriza por el poco contacto con la base (pies,
piernas y pelvis) y por un predominio energético de la zona supra-diafragmática. Para profundizar en los trazos de
carácter visuales ver “O labirinto humano: As causas do bloqueio da energia sexual”; Summus Ed. del Dr. Elsworth
Baker.

3
Por lo general, en la mayoría de los pacientes con pánico podemos encontrar en la anamnesis
importantes sentimientos infantiles de indefensión y de soledad, en donde la creencia en el
mundo y en los propios recursos fueron severamente dañados y quebrados.
COMPRENSIÓN BIOENERGÉTICA Y FENOMENOLOGÍA CORPORAL
Desde la perspectiva del Análisis Bioenergético Reichiano podemos ordenar la comprensión
sintomática de los disturbios de pánico en tres niveles:
 La desorganización del segmento ocular.
 El poco contacto emocional con la parte inferior del cuerpo.
 La contracción crónica del segmento diafragmático y del segmento torácico.
La desorganización del segmento ocular produce un perjuicio directo de la visión binocular focal.
En las personas con pánico encontramos un flujo intenso de energía y de emoción hacia la
cabeza que desorganiza su auto-percepción.
En las crisis de pánico el movimiento energético es ascendente. La energía sube, saliendo de las
piernas en dirección a la cabeza, produciendo movimientos involuntarios (temblores, sacudidas),
inseguridad y miedo a caerse.
El corazón “se dispara” (taquicardia), hay un estrechamiento de la garganta (sofocamiento) y una
inundación energética de la cabeza, que puede derivar en confusión, rubor en el rostro,
desorganización de la percepción, despersonalización, etc.
La persona con pánico vive una inundación de la cabeza por emociones y estímulos más allá de
su capacidad de integración de la conciencia.
El segmento ocular se encuentra siempre sobrecargado, en un estado de inundación energética,
lo cual produce la desorganización perceptiva y las alteraciones del sistema nervioso vegetativo.
Esta desorganización perceptiva activa las ideas de morir o de enloquecer, consecuencia de la
desorganización del sistema energético que sustenta la identidad yoica.
Desde el punto de vista bioenergético podemos observar una contracción en el núcleo del
segmento ocular y una expansión en su superficie.
La contracción profunda genera la confusión mental, la sensación de atontamiento, el vértigo y las
alteraciones bioquímicas. Externamente la contracción profunda es perceptible en las pupilas
dilatadas.
La expansión superficial deja a la cabeza caliente, expande el campo de energía y mantiene a la
persona en estado de vigilancia. Los órganos de los sentidos (especialmente los ojos) se vuelcan
para la percepción del campo, inundando la conciencia con una gran cantidad de estímulos sin
selectividad. En consecuencia, vamos a encontrar en estas personas gran dificultad de
permanecer en ambientes con muchas personas, con estímulos fuertes, etc. Por lo cual la
persona con pánico va a buscar estar aislado para evitar esta sobrecarga.
Esta desorganización perceptiva contribuye a que las personas con pánico hagan constantemente
interpretaciones equivocadas y catastróficas de sus sensaciones corporales, intensificando la
vigilancia sobre su propio cuerpo.
Por ejemplo, cada sensación diferente o más intensa del cuerpo (alteración del ritmo cardíaco,
sensación de pérdida de equilibrio, falta de aire, etc.) puede ser percibida como una señal de que
“aquello está viniendo de nuevo”, lo que lleva a una vigilancia permanente y constante de que
algo pueda salirse fuera de control.
La vigilancia intensifica la difusión y la expansión del campo energético, generando la sensación
de estar “yéndose” (muriendo, desmayándose o volviéndose loco), de ahí el miedo de las propias
sensaciones corporales. Esta expansión del campo energético puede llevar, a su vez, a la pérdida
de la sensación de corporeidad (déficit de enraizamiento).
La persona con síndrome de pánico parece no estar bien enraizada en su cuerpo. El poco
contacto emocional con la parte inferior del cuerpo (abdomen, pelvis, piernas y pies) genera un
sub-enraizamiento (falta de grounding).
Así como encontramos un déficit de enraizamiento también ocurre lo mismo con el centramiento.
Hay dificultad de centrar la energía en su cuerpo. Como vimos anteriormente, su cuerpo es vivido
como una fuente de amenazas. Esa falta de confianza en su propio cuerpo, se ve traducida en
una profunda suspicacia hacia las sensaciones orgánicas y hacia el funcionamiento natural del
organismo. Los peligros vienen de adentro, vienen del propio cuerpo. Y en esa experiencia de

4
peligro interno, el sujeto con predisposición al pánico reacciona con ansiedad, con angustia y con
miedo, lo que lo lleva a los síntomas físicos, emocionales y cognitivos anteriormente descritos.
Estos estados de ansiedad son acompañados por alteraciones respiratorias, que por lo general
producen situaciones de hiperventilación.
La contracción crónica del segmento diafragmático, y del segmento torácico producen varios
efectos somato-psíquicos.
La intensa contracción del anillo diafragmático genera una sobrecarga energética en la parte
superior del cuerpo (que se intensifica hacia arriba en el segmento ocular), disminuyendo el flujo
de energía para la parte inferior del cuerpo (segmentos abdominal y pélvico).
La contracción diafragmática puede generar alteraciones digestivas (mala digestión, náuseas,
vómito, malestar estomacal, mal aliento), alteraciones intestinales (diarrea, constipación) y
alteraciones sexuales (disminución del deseo sexual, falta de placer, inseguridad en el segmento
pélvico, falta de firmeza en las piernas).
El pecho se presenta en una actitud inspiratoria crónica, no pudiendo ceder a la espiración. Esta
actitud, independientemente del estado de pánico, puede producir dolor torácico, angustia,
ansiedad, sofocamiento, falta de aire, taquicardia y arritmia cardiaca. Como el pecho no puede
ceder no hay contacto con las emociones profundas, aunque hay veces que la sobrecarga puede
llevar a llantos inmotivados que funcionan con un efecto de vaciamiento energético, aliviando de
esta manera la tensión interna.
La contracción crónica de los segmentos torácico y diafragmático intensifican a nivel del SNA la
simpaticotonía, mientras que la sobrecarga del segmento ocular genera en éste una
parasimpaticotonía superficial y una simpaticotonía del núcleo.
La contracción crónica del segmento diafragmático junto con la desconexión y desorganización de
la auto percepción (contracción del segmento ocular) son bloqueos energéticos que mantienen a
la persona en estado de alerta frente a la posibilidad de entrar nuevamente en crisis (estado de
pre-crisis).
Además de la desconexión psique-soma y de la desorganización de los patrones somáticos, otro
recurso utilizado por personas con pánico para lidiar con la excitación interna es la depresión.
La depresión puede ser un modo de protegerse frente al pánico. Limitando y disminuyendo la
vitalidad y la pulsación emocional, se puede utilizar un recurso de protección para evitar el pánico.
Es decir, una persona con pánico que se deprime está limitando su motilidad y su movilidad,
disminuyendo su sensibilidad, hasta que esté en condiciones de lidiar con un mayor nivel de
excitación, con forma y sentido.
POSTURA TERAPÉUTICA FACILITADORA
Es muy común que el paciente ya haya consultado al médico general, al cardiólogo, al neurólogo,
y que los exámenes clínicos y de laboratorio realizados no presenten anormalidades que
justifiquen tantas alteraciones vegetativas.
Muchas veces estos pacientes llegan a nuestra consulta con una gran desconfianza en el
diagnóstico médico (“cómo que no estoy enfermo si casi me muero”). En estos casos es
conveniente dar una serie de informaciones acerca del síndrome de pánico, para que pueda
confiar en el diagnóstico médico de que no hay una enfermedad cardiaca o neurológica. Esta
información predispondrá al paciente a aceptar los trabajos corporales que sugeriremos más
adelante.
Otros pacientes (esta tendencia la hemos constatado en los últimos cinco años) ya llegan
diagnosticados o auto-diagnosticados: “tengo síndrome de pánico”. Por lo general, ya fueron
atendidos en las guardias de los hospitales o en las puertas de las emergencias móviles,
habiendo sido incluso medicados con ansiolíticos y antidepresivos.
Otros han estado años en psicoterapia de corte psicoanalítico sin lograr buenos resultados, ya
que no se abordaba en profundidad la vía que eligió el paciente para la simbolización y expresión
de sus conflictos: su propio cuerpo.
En la recepción del paciente el trabajo en el área cognitiva es importante, en la medida que le
permite al consultante recibir información acerca de los mecanismos que desencadenan y
mantienen los ataques de pánico. Esta psico-educación le va a dar la posibilidad de reinterpretar
sus síntomas físicos a la luz de la nueva información, de forma tal que el significado atribuido
originariamente a los síntomas (“me estoy muriendo”), puedan transformarse en una
5
interpretación no catastrófica (“estoy teniendo un ataque de pánico, pero no me voy a morir”),
reduciendo por lo tanto la ansiedad concomitante.
No siempre el relato de los pacientes se corresponde con lo realmente vivido. Por ejemplo, son
muy comunes las alteraciones en la percepción del tiempo. Las crisis (que pueden tener una
duración de 10 a 20 minutos) son percibidas teniendo una duración mayor (“pasé toda la tarde
llorando”). El esclarecimiento de este hecho ayuda a los pacientes a disminuir las crisis.
Podemos consignar al paciente a que utilice registros de los pensamientos, sentimientos o hechos
que anteceden en el tiempo al ataque de pánico. Estas cartografías nos van a permitir recabar
datos de cuales pueden ser los disparadores del ataque, y reestructurar en su mapa vital una
reformulación positiva del síntoma (por ejemplo: “cada vez que Ud. tiene un ataque de pánico, su
cuerpo le está indicando que está sobrecargado de estrés y que tiene que parar”).
Otro aspecto central es el tema de la confianza: en su propio cuerpo, en la alianza terapéutica,
etc.
La confianza es un factor determinante para el tratamiento y para ayudar a los pacientes a dejar
progresivamente la medicación. Frecuentemente la medicación pasa a ser una “seguridad
ortopédica”, impidiendo de esta manera focalizar el tratamiento psicoterapéutico en la capacidad
de auto-regulación del organismo, y en la creencia positiva del funcionamiento natural y saludable
del propio cuerpo.
Aun cuando el médico pueda recomendar el abandono de la medicación, los pacientes temen
abandonarla. En estos casos sugerimos conversar con su médico el retiro paulatino de la
medicación, esclareciendo al mismo tiempo la importancia de retomar su vida sin su uso. Por lo
general, sugerimos retirar la medicación en el fin de semana, para poder experimentar sin ella. En
el caso de que no se consiga en la primera tentativa, continuamos insistiendo en esta medida
progresiva y gradualmente.
El objetivo clínico es ayudar al paciente a confiar en su cuerpo y en su capacidad de mantener el
equilibrio de su flujo energético. Y en este sentido, la paciencia y la firmeza del psicoterapeuta son
herramientas decisivas en todo el proceso.
Es muy importante que el psicoterapeuta esté calmado y con confianza (sensaciones que debe
además transmitir al paciente permanentemente), que puede entender las dinámicas energético-
emocionales y además acompañar la progresiva liberación de las emociones más profundas.
La persona con pánico tiene la necesidad urgente de expresar con detalle sus peores miedos y
fantasías y sus sensaciones corporales, que pueden haber estado reprimidas durante mucho
tiempo.
Para exponerlo en términos bien sencillos, en el trabajo con pacientes con síndrome de pánico,
creemos que el psicoterapeuta debe tener una postura facilitadora que acoja la demanda del
paciente de la misma manera que acogería y tranquilizaría a un niño pequeño que se despierta en
el medio de la noche, después de haber tenido una pesadilla.
Obviamente, el paciente necesita que el psicoterapeuta no esté shockeado, ni aterrorizado, ni
juzgándolo, y necesita percibir que se siente relajado y con calma en la situación
contratransferencial.
Normalmente les relatamos a los pacientes el resultado obtenido en situaciones semejantes a la
suya, aunque sin prometerle nada en su caso particular. Esta información elimina la creencia de
que su situación es única, favoreciendo la dirección de la cura sintomática.
Hemos visto conveniente además, al reconocer la existencia del síndrome de pánico en el
paciente, adelantarnos haciendo preguntas en relación a los síntomas esperados. Esta actitud
favorece la relación de confianza, permite que el paciente se sienta comprendido en sus síntomas
y ayuda a develarle el “misterio” en el que vive en relación a su propio cuerpo.
Otro aspecto importante es mostrar un apoyo inmediato y permanente. La persona con pánico se
siente totalmente perdida y sin recursos para librarse de una situación irresistiblemente
amenazadora. Cuando los pacientes están en este estado pueden hacer cualquier cosa para
intentar revertir la intolerable ansiedad 5. Por lo general, sienten una necesidad inmediata de
5
Un paciente me relataba subjetivamente de esta manera los ataques de pánico: “imaginate un grito muy fuerte que
viene de afuera; bueno, el pánico no es un grito que viene de afuera, es un grito muy intenso que viene de adentro”.
Ese grito “que viene de adentro” quizás sea una manera singular de proponer un cambio, y quizás sea un grito
lanzado a un Otro, para que lo pueda leer y decodificar.
6
atención. En principio, es conveniente con estos pacientes estar a su disposición ya que la
persona en pánico querrá ver al psicoterapeuta tan a menudo como lo necesite (sea diariamente
o sólo una o dos veces por semana) 6. ¿Hasta cuando? Hasta que los síntomas extremos
disminuyan a niveles tolerables. A menudo, el punto crítico del pánico disminuye tan pronto como
los pacientes saben que el psicoterapeuta los verá muy pronto. Algunos pueden esperar hasta la
noche. Otros se calman escuchando la voz del psicoterapeuta en el contestador telefónico 7.
La presencia disponible del psicoterapeuta (junto a su destreza, su comprensión y su cuidado) es
una contribución sustancial para ayudar al paciente a revertir su sentimiento de dispersión,
disolución y de abandono que puede sentir en los momentos previos a las crisis y ataques de
pánico.
En orden de no favorecer una relación clínica de dependencia, ya en las primeras sesiones vamos
introduciendo pedagógicamente información tranquilizadora para que el paciente pueda entender
cómo se producen sus síntomas, cómo se intensifican y cómo puede comenzar a controlarlos.
Por ejemplo, dándole información clara sobre la producción y el uso de energía desde la
respiración, y cómo se van produciendo determinados síntomas a partir de situaciones de
hiperventilación.
TERAPÉUTICA
Hay que discriminar en los pacientes con pánico:
a) La persona que viene a terapia en estado de colapso ansioso con poca o falta total
de integración yoica (generalmente pacientes con déficit de acorazamiento: estructuras
psicóticas, borders, trastornos disociativos, con trazos de carácter esquizoides, esquizo-
orales, etc.).
b) La persona que comienza terapia con ataques de pánico pero que tiene algún grado
de estructura yoica, así como también un trabajo y un funcionamiento social (generalmente
estructuras neuróticas, con trazos de carácter masoquistas, rígidos, etc.).
Es muy importante para la persona que está paralizada por el miedo y el terror tratar de entender
el proceso general de lo que le está sucediendo.
En el trabajo analítico y en la verbalización, el psicoterapeuta debe ayudar al sujeto a realizar sus
asociaciones con preguntas e indagaciones contactantes, siempre evadiendo la intelectualización.
Es mucho más importante que el paciente llegue a sus propias comprensiones, a sus propios
insights, a que el psicoterapeuta se los señale racionalmente.
Si el paciente comienza a asociar libremente y se dispersa en una verbalización extensa y sin
contacto, es importante que el psicoterapeuta lo pueda ayudar a comenzar a organizar el material
discordante. Otras veces el psicoterapeuta debe parar el monólogo frenético y focalizar en lo que
paciente teme en el momento.
Por ejemplo, podemos pedirle que pase a posición supina, que se recueste, que pare de hablar,
que respire profundamente, al mismo tiempo que tocamos suavemente su cabeza, su pecho, su
diafragma, o su abdomen. El contacto físico suave es a menudo, en las situaciones de pánico,
mucho más tranquilizador que cualquier respuesta verbal.
Como veíamos anteriormente, aunque las sensaciones corporales sean reales, intensas y
asustadoras, el paciente con pánico hace interpretaciones erróneas sobre ellas, aumentando
considerablemente la ansiedad y generando así un círculo vicioso. Se comporta como un
detective en relación a sus sensaciones corporales. Si bien sus percepciones son reales, su
interpretación es exagerada, generando una disociación entre el nivel corporal y el psicológico.
El trabajo verbal se concentra, en primera instancia, en las interpretaciones que el paciente hace
de sus sensaciones, procurando el esclarecimiento y la reinterpretación terapéutica basados en la
vivencia psicorporal de la terapia.
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A esta actitud psicoterapéutica le llamamos Simbiosis Constructiva, ya que le permitimos al paciente la “regresión
simbiótica” por un tiempo, estando atentos de no privarlo en su demanda de atención pero tampoco “dando de más”,
lo que socavaría sus posibilidades de auto-regulación.
7
Para muchos pacientes escuchar la voz de su psicoterapeuta, incluso por teléfono, los apacigua. Por eso es
conveniente, en esta fase de “simbiosis constructiva”, darle libertad al paciente para que llame al psicoterapeuta
cuando así lo necesite (generalmente en los momentos previos a la aparición de una crisis). Una paciente me
contaba, luego de atravesada esta fase, que llamarme y escuchar mi contestadota le producía un alivio similar al de
un infante que está jugando al cuarto oscuro y, en el medio de la oscuridad, le responden afirmativamente, a su
pregunta: “¿estás ahí?”.
7
Buscamos, de esta manera, ampliar la comprensión de los procesos afectivos, reviendo los
acontecimientos y los modos de lidiar con el pánico.
Analíticamente cartografiamos:
a) La historia de traumas del paciente.
b) Las transiciones, los cambios, las presiones presentes en los momentos en que el
pánico comenzó.
c) Las formas de las estrategias de vida que no alcanzaron para enfrentar los
acontecimientos.
d) Las formas actuales y los procesos emergentes, buscando conectar a la persona
con su proceso formativo, con su realidad y con su organización somática (Stanley
Keleman; 1987).
Esquizoanalíticamente buscamos:
a) La creación continua de nuevas formas existenciales en el proceso de formación y
de construcción de territorios existenciales.
b) Abrir los territorios existenciales a nuevos sentidos y afectos.
c) Reconocer las formas singulares y los regímenes afectivos que surgen de los
encuentros, tomando contacto con los nuevos sentidos de vida que puedan derivar de
dichas afectaciones.
La terapéutica se encamina para la reorganización de la personalidad. El paciente inundado por
emociones que exceden su capacidad de integración yoica, necesita recursos para lidiar con esa
situación traumática.
El paciente aprende técnicas para poder influir en sus crisis.
La terapia bioenergética con estos pacientes nos va a permitir colocar la mente y el cuerpo juntos,
y ayudar a la persona a que esté en control de su cuerpo.
El paciente aprende técnicas para disminuir la intensidad de las crisis: acentuando la identificación
con el cuerpo, focalizando y centrando la atención en el funcionamiento espontáneo y en las
respuestas naturales del organismo, afinando la discriminación yo-mundo, ampliando los
recursos internos para adquirir una comprensión coherente de las reacciones de su cuerpo frente
al estrés.
Lo primero que le vamos a enseñar al paciente es enraizamiento bioenergético bien simple,
complementando los trabajos de grounding con ejercicios de centramiento, respiración y
relajación muscular. Estas técnicas están orientadas a interrumpir la retroalimentación entre el
componente fisiológico de la ansiedad (por ejemplo la hiperventilación o la tensión muscular
aguda o crónica) con el aspecto emocional subyacente (rabia, miedo).
Una técnica que utilizamos para enseñarle al paciente a tranquilizarse y disminuir los niveles de
ansiedad es respirar en forma suave, lenta y profunda, utilizando las cuatro fases rítmicas de la
respiración (inspiración, retención de aire, espiración y retención en vacío). Se le consigna al
paciente sentarse cómodamente con su mano derecha en el corazón y su mano izquierda en la
barriga, presionando suavemente los pies contra el suelo en la espiración, de una forma bien leve,
haciendo conciente el segmento torácico y abdominal. Si queremos establecer un contacto de
soporte, una mano del terapeuta puede colocarse en la nuca del paciente y la otra sobre la mano
izquierda del paciente que está haciendo conciente la respiración abdominal.
Otra técnica respiratoria consiste en sentarse con la espalda recta y los hombros hacia atrás de
modo tal que la cabeza sea sostenida por la columna como si fuese estirada hacia arriba por un
hilo en la nuca. Los pies deben tener buen contacto con el suelo, los brazos se apoyan en los
muslos o cuelgan a los costados, los músculos están lo más relajados posibles. Se le pide al
paciente que respire lentamente como por un tubito -como por una “pajita”- hasta el vientre.
Cuando los pulmones están llenos, se le pide que pare, que retenga la respiración por poco
tiempo y que comience a espirar lentamente, otra vez como si soplara por un sorbito. Al final de la
espiración, se le consigna que largue todo el aire y que espere, haga una pequeña pausa, hasta
que sienta la necesidad de inspirar nuevamente. Luego se le pide que permita a su cuerpo
respirar más lento y profundo, con la ayuda de un conteo que va realizando el terapeuta en voz

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alta. Primero en las espiraciones “5, 4, 3, 2, 1, pausa”, luego durante las inspiraciones “1, 2, 3, 4,
5, pausa”. Siempre respirando como por una pajita 8.
En segunda instancia le enseñamos al paciente a limitar las crisis y a evitarlas, hasta alcanzar un
punto en el desarrollo de la terapia en que ya las mismas no suceden más.
Cuanto más sabe el paciente acerca de cómo se desarrolla el pánico en su cuerpo más va a
disminuir el miedo subyacente. En este sentido es muy importante que la persona pueda
administrar lo que le acontece en un ataque de pánico.
Si ayudamos al paciente a confiar en su cuerpo, luego de pocas sesiones podremos hacer posible
trabajar dinámicamente otros puntos, dejar la medicación prescripta, mejorar su calidad de vida
(por ejemplo disminuyendo las pesadillas: los sueños van cambiando las pautas corporales y de
movimiento hacia otra organización. El paciente que se soñaba atemorizado y congelado en una
respuesta de contracción, comienza a luchar, a escaparse, a calmarse y encontrar lugares
seguros, aproximándose poco a poco a otra realidad psico-somática).
Para ello le damos seguridad a través de nuevas pautas de pequeños movimientos que quizás, en
un principio el paciente los viva como “placenteramente peligrosos o peligrosamente placenteros”
(como me decía la primer paciente que atendí con pánico en el año 92). Por ejemplo, a diferencia
de un trabajo clásico con masoquistas en donde la expresión biofísica y emocional es de mucha
descarga, rabia y vibraciones, al trabajar con un paciente con pánico o en shock los niveles de
soporte, contención, centramiento y enraizamiento son claves.
Tenemos que tomar en cuenta además que cuando trabajamos con síndrome de pánico los
pacientes generalmente tienen otros problemas además del pánico. El pánico no es un trazo de
carácter. Muchas veces debajo del pánico comienzan a aparecer situaciones traumáticas. Y como
sabemos desde la Clínica Bioenergética, el trabajar con trauma lleva tiempo. Una de las claves
del trabajo con trauma es darle al paciente el tiempo que necesite para que pueda desarrollar
niveles importantes de seguridad interna y externa que le permitan luego integrarse y expresarse
sin sufrir ninguna retraumatización iatrogénica.
Al llegar a este momento comenzamos a trabajar con los contenidos más profundos, buscando
desbloquear las emociones, los momentos de transición, los acontecimientos traumáticos que
causaron la desorganización. Este puede ser un momento de contacto con las angustias, con los
dolores, con los cambios profundos de la personalidad.
Es aquí cuando comenzamos a incluir el análisis caracterial, no antes.
En caso de persistir el pánico la cuestión más importante será la reorganización energética y el
reequilibrio vegetativo.
Creemos que es aconsejable y prudente no iniciar el trabajo con el carácter si el mismo se
encuentra encubierto por los disturbios energéticos y vegetativos.
Por ejemplo, antes del pánico un paciente podría ser caracterialmente activo, productivo,
participativo, expansivo, valiente, amoroso, mientras que luego de instalado el síndrome de pánico
ese mismo paciente puede perder su empleo, tener crisis conyugales, desarrollar una incapacidad
de manejar, de salir de la casa, de viajar, de quedarse solo, tornándose dependiente, agresivo,
evitando las situaciones sociales tales como reuniones, fiestas, etc. En estos momentos es
cuando puede comenzar a recibir críticas de su entorno del tipo de “no tenés fuerza de voluntad”,
“no querés asumir responsabilidades”, “no querés madurar”, etc.
Al momento de entrar a trabajar con el carácter no debemos descuidar ni las conductas, ni las
configuraciones vinculares o sistemas de relaciones que puedan estar manteniendo los síntomas.
Por ejemplo, ayudando a la familia a aprender a reconocer cómo determinadas conductas del
núcleo familiar alimentan el espiral de ansiedad del paciente en lugar de frenarla. O connotando
positivamente ciertos comentarios familiares que podrían aumentar la ansiedad del paciente, por
ejemplo: “cuando su compañero le dice que no le pasa nada, en realidad está expresando sus
deseos de verla bien, y no minimizando lo que Ud. siente. Claro que esto a Ud. no la ayuda, pero
quizás pueda escuchar la preocupación implícita que hay en las palabras de su compañero”.

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Los ejercicios respiratorios se deben practicar dos veces por día, todos los días, durante 10 minutos. Después de
dos semanas tanto la hiperexcitación como la predisposición al pánico se verán claramente reducidos ya que el nivel
de estrés acumulado va bajando lentamente día a día.

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A medida que va saliendo de las fases de crisis buscamos que el paciente pueda identificar y
asimilar los sentimientos y sensaciones que lo habían llevado al pánico. Esto implica reconocer
las transiciones, los cambios en la vida que no estaban siendo elaborados, buscando modos más
vitales y menos defensivos de lidiar con los encuentros y las afectaciones.
En todos los momentos de transición de la vida pueden ocurrir acontecimientos críticos,
experiencias excesivas que traspasan las posibilidades de asimilación de algunas personas,
produciendo un sufrimiento emocional que derive en pánico.
Por ejemplo, transiciones difíciles pueden ocurrir en los cambios de las fases de la vida como las
primeras socializaciones, la entrada en la pubertad, la salida de la adolescencia, el pasaje para la
vida adulta, la jubilación, el crecimiento de los hijos. Otros momentos críticos de transición puede
ser la pérdida de un trabajo, una mudanza, un cambio de país, el fin de un relacionamiento
afectivo, la muerte de un ser querido, el nacimiento de un hijo, un aborto, etc.
Muchas personas no se dan cuenta de estos pasajes, de estas crisis, y apenas sienten sus
efectos posteriores y sus síntomas. Estos momentos críticos pueden derivar en un proceso de
desequilibrio interno, de marginalización de partes de sí, que puede llevar, a algunas personas, a
desarrollar el síndrome de pánico.
Siguiendo la hipótesis central de este ateneo: especialmente en aquellas personas que presentan
una acentuada tendencia a la desconexión psique-soma.
El origen del síndrome de pánico puede ser buscado en la historia de vida de la persona. Nos
concentramos en la época en la que comenzaron las crisis. Por lo general, encontramos aspectos
importantes de su vivencia que fueron dejados de lado, retornando posteriormente como
elementos extraños a la propia persona, llevándola a la respuesta de pánico.
El trabajo biofísico lo realizamos desde el inicio del proceso terapéutico. Lo consideramos
fundamental ya que:
a) permite un abordaje profundo sobre la dinámica basal del pánico;
b) actúa sobre la cuestión central de la integración cognición-soma;
c) desarrolla la funciones de enraizamiento corporal y de centramiento emocional,
contribuyendo a solucionar el problema de la desorganización energética;
d) posibilita un manejo de los estados de ansiedad, de angustia y de pánico con
resultados favorables significativos, sin desplazamientos sintomáticos posteriores.
La técnica más efectiva que hemos integrado al Análisis Bioenergético Reichiano para el
tratamiento de los trastornos de ansiedad es la del EMDR (Eye Movement Desensitization and
Reprocessing / Movimientos Oculares, Desensibilización y Reprocesamiento a través de
Movimientos Oculares), lo que ha fortalecido considerablemente nuestra metodología de trabajo.
Esta nueva técnica, desarrollada por Francine Shapiro a partir de 1987, nos permite realizar un
trabajo de estimulación bilateral a través de movimientos oculares, del tapping y de la
sonorización bilateral, junto a las técnicas reichianas tradicionales (actings neuromusculares,
ejercicios de respiración y movimiento, posturas de enraizamiento, etc.), unidas a protocolos
específicos para el trabajo verbal que facilitan su aplicación. Al igual que las técnicas reichianas
que fomentan la auto-regulación organísmica, EMDR es una metodología que utiliza la capacidad
innata de nuestro cerebro para el procesamiento de las situaciones traumáticas.
También hemos visto que los síntomas emocionales son eficazmente abordados combinando el
Análisis Bioenergético Reichiano con TFT (Thought Field Therapy / Terapia del campo del
pensamiento), logrando al igual que con EMDR o TIR (Traumatic Incident Reduction / Reducción
del incidente traumático), desensibilizar los recuerdos traumáticos de los ataques de pánico, así
como neutralizar la ansiedad anticipatoria frente a las situaciones en que probablemente pueda
desencadenarse los mismos.
Los tres pilares del trabajo corporal bioenergético para el tratamiento del pánico son:
 La movilización del segmento ocular.
 La flexibilización y el desbloqueo de los segmentos torácico y diafragmático.
 El trabajo con la base (pelvis, pies y piernas).
Algunos de los objetivos buscados con el trabajo con los ojos son:
-Desarrollar la integración psique-soma a través del pasaje del estado de contracción crónica del
núcleo del segmento ocular a un estado pulsátil y funcional.
-Aumentar la cohesión del campo energético.
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-Ayudar a expandir el núcleo energético contraído.
-Desarrollar la visión binocular, convergente y focal, y la capacidad de estar en contacto con las
sensaciones del mirar.
-Acentuar las sensaciones corporales y la posibilidad de contenerlas sin necesidad de
desconectarse de ellas, disociarlas o escindirlas.
-Contribuir a una mayor identificación con el cuerpo.
-Permitir tomar contacto con los registros psíquicos precoces relacionados a las vivencias
traumáticas, para realizar posteriormente un reprocesamiento y una desensibilización de los
mismos.
-Traer a la persona para el aquí y el ahora disminuyendo su ansiedad y las emociones o
sensaciones negativas.
Una de las técnicas más importantes que utilizamos para el desbloqueo del segmento ocular es la
movilización ocular con estimulación luminosa.
Se le sugiere al paciente la realización de cuatro actings neuromusculares (punto fijo,
acomodación y convergencia, lateralización, y rotación), junto a una foto-estimulación que
realizamos con la luz de una linterna de bolsillo. Este trabajo se puede combinar con toques,
masajes y digito presiones controladas en el segmento ocular, desde el rostro hasta la nuca, que
favorecen el desbloqueo del anillo ocular y el descenso energético en la dirección céfalo-caudal.
Los actings expresivo-emocionales activan la expansión del núcleo, la percepción objetiva y el
proceso de focalización de la atención, disminuyendo la expansión superficial del campo visual (la
percepción periférica) y la expansión del campo energético (los sistemas de vigilancia).
Preferentemente trabajamos estas técnicas con el paciente en posición supina. Esta posición (que
llamamos enraizamiento horizontal) es más regresiva y facilitadora del contacto con el nivel
corporal visceral, alivia los temores frente a sensaciones más profundas y trae la vivencia de estar
siendo cuidado y de no estar desamparado.
El objetivo del trabajo con el segmento torácico y con el segmento diafragmático es el de
restablecer la pulsación bioenergética y corporal a través del trabajo respiratorio, permitiendo un
mejor contacto con las emociones.
Algunas de las técnicas utilizadas para el desbloqueo del tórax y del diafragma son:
-Toques torácicos, diafragmáticos y abdominales para liberar el descenso de la energía.
-Trabajo en el taburete bioenergético (stool) para flexibilizar la coraza. Por ejemplo, podemos
trabajar en el taburete con la fase espiratoria, ampliando la espiración sin esfuerzo y emitiendo un
largo suspiro, permaneciendo un tiempo sin espirar. La ampliación de la capacidad espiratoria
abre otros caminos para la descarga energética, trayendo la posibilidad de relajación y de alivio
de la sobrecarga emocional ascendente.
-Actings para el 5to. y 6to. segmentos (respiración profunda, “gato”, “remador”, “medusa”) para
liberar el diafragma y el abdomen, aliviando de esta manera la sobrecarga de los segmentos
superiores del cuerpo. Estas técnicas de respiración activan las funciones digestivas, intestinales
(psicoperistaltismo) y las funciones sexuales, intensificando el flujo energético para la base.
-Una vez que se estableció una relación de confianza y hay un buen rapport con el trabajo
biofísico, se puede proponer al paciente un trabajo de hipernea. La finalidad del mismo es
producir una experiencia similar a la que se genera en el ataque de pánico, pero esta vez en un
contexto seguro, confiable y tranquilizador, haciendo participar al paciente en la producción de los
síntomas y en su alivio. Se debe alertar al paciente que este trabajo promoverá sensaciones
semejantes a las que vive en los momentos de crisis. Siendo conveniente anticipar las
sensaciones que puede sentir (hormigueos en las manos, en la boca, mareo, sensación de
desmayo, etc.), pidiéndole al paciente que comunique las mismas antes de que traspase su límite
de tolerancia. Luego se pasa a respirar profundamente pero sin ningún esfuerzo, para activar la
función parasimpática, que ayuda al reequilibrio del sistema vegetativo.
En el trabajo con la base utilizamos varias formas de enraizamiento vertical con el objetivo de
concientizar al paciente de la sensibilidad, de la fuerza y de la seguridad de sus piernas, junto a
su función de soporte y equilibrio.
Para el trabajo con la base proponemos:

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-Posturas de enraizamiento vertical (toma de tierra, arco, arco invertido, etc.) para obtener más
firmeza, más confianza en la base, lo que se logra con un mejor y mayor contacto con la tierra
(para el Análisis Bioenergético la tierra representa la realidad).
-Trabajos expresivos con las piernas (kicking, enraizamiento aéreo, taburete bioenergético) para
fortalecer los músculos subcargados, para desarrollar la sensibilidad de la base, generando una
mayor movilización energética hacia los segmentos inferiores, para facilitar la integración de las
sensaciones y emociones sexuales y agresivas.
-Cambios de postura (de forma) y estiramientos para mejorar la organización del eje corporal.
ACTITUDES DIARIAS FACILITADORAS
Usualmente, sesión tras sesión, vamos desarrollando actitudes diarias facilitadoras para disminuir
los síntomas y espacializar la reincidencia de las crisis, indicándole al paciente la realización de
tareas directivas domiciliarias puntuales.
Buscamos darle confianza al paciente para que pueda comenzar a hacer cosas solo: salir, venir a
la sesión sin compañía, volver a manejar, etc.
La recuperación de la confianza básica es muy importante y, como decía anteriormente, se logra
con la psicoeducación y con una actitud terapéutica facilitadora que de soporte y contención 9,
hasta que el paciente logre revertir el desarreglo vegetativo y se reencuentre nuevamente con
niveles importantes de auto-regulación organísmica.
Cuando el nivel de angustia y de ansiedad lo permite le sugerimos al paciente:
-La realización de caminatas diarias que facilitan el descenso de la energía para la parte inferior
del cuerpo, aliviando la sobrecarga superior y fortaleciendo la seguridad de las piernas.
-Acciones musculares para traer energía al cuerpo intensificando la vivencia de corporeidad:
danza, meditaciones dinámicas, movimientos rítmicos de piernas y pelvis, saltar la cuerda, etc.
-Búsqueda de placer en la relación sexual (o en su defecto en la masturbación).
Le sugerimos además:
-Tomar baños ligeramente fríos que descarguen la expansión superficial y faciliten la contracción
de la superficie hacia el centro. Normalmente el paciente con pánico evita los baños pues el
contacto con el agua caliente y el vapor intensifican la expansión del campo energético y las
perturbaciones de la percepción.
-Beber mucha agua, que alivia la sobrecarga energética y elimina las toxinas resultantes de la
paralización energética (estasis).
-Atención focal en cualquier actividad lúdica como tirar dardos, por ejemplo, o en cualquier
actividad rutinaria como dibujar, hacer tricot, crochet, etc. Con el mismo objetivo se le puede pedir
al paciente que realice durante 10 minutos diarios un ejercicio de focalización y convergencia. Por
ejemplo, estirando lentamente desde la nariz hacia adelante en forma horizontal, una cuerda,
cinta o cordón de aproximadamente un metro de largo.
PRONÓSTICO
Uno de los criterios importantes para evaluar los tratamientos para el síndrome de pánico es su
eficacia en la prevención de nuevas crisis y de futuras recaídas.
La repetición de las crisis y la disminución del tiempo entre las mismas favorece el desarrollo de
fobias y cuadros hipocondríacos, además de aumentar la inseguridad, disminuir la autoestima y la
confianza en el propio cuerpo.
Las investigaciones actuales demostraron que la posibilidad de recaídas es menor cuando hay
intervención psicológica, y es mayor cuando el tratamiento es utilizado sólo por medio de
medicamentos.

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Esta actitud contenedora implica el dar soporte hasta en los más pequeños gestos. Por ejemplo, vemos que el
paciente tiene frío, lo tapo.
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