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GIANFRANCO BETTIN

LOS SOCIOLOGOS DE LA CIUDAD

Editorial Gustavo Gili, S. A.


Colección Arquitectura/Perspectivas GG
Barcelona-29 Rosellón, 87-89.
Madrid-6 Alcántara, 21. 1064
Buenos Aires, Cochabamba, 154-158.
03100 México, D.F., Amores, 2027.
Bogotá Diagonal 45 # 16 B-11.
Santiago de Chile Santa Victoria, 151.
Título original: I Sociologi della Cittá
Versión castellana de Mariuccia Galfetti
Revisión general por Mercé Tatjer Mir
© Societá Editrice II Mulino, Bologna, 1979
y para la edición castellana
© Editorial Gustavo Gili, S. A., Barcelona, 1982
Printed in Spain
ISBN: 84-252-1122-0
Depósito legal: B. 27.139-1982
Industria Gráfica Ferrer Coli, S. A.
Pasaje Solsona, s/n. - Barcelona-14

Índice

Prefacio
Introducción

I. Max Weber y la sociología de la ciudad


1.Concepto y categorías de la ciudad. El mercado como institución urbana
2. La ciudad oriental
3. La ciudad occidental
4. La ciudad aristocrática y la ciudad plebeya
5. La ciudad autocéfala y el racionalismo occidental

II. Karl Marx y Friedrich Engels. Sobre la formación de la ciudad capitalista


1. El pensamiento marxista y el desarrollo urbano
2. La división social del trabajo y el conflicto ciudad -campo
3. Formas de propiedad y formas de organización social
4. La ciudad medieval
5. La ciudad comercial
6. El sistema de fábrica y la ciudad industrial
7. La situación del proletariado urbano
8. Ciudad, conflicto de clase y anarquía social
9. Proceso de proletarización y difusión urbana
10. Casa, ciudad y estructura social en el “Capital”
11. El problema de la vivienda
12. Ciudad del capital y ciudad utópica

III. Georg Simmel: El individuo y la metrópoli


1. Individuo y sociedad
2. Personalidad, vida metropolitana y valor de cambio
3. La actitud “blasé”, la cultura del dinero y la mutación social
4. Ciudad, control social y libertad individual
5. Psicología de lo urbano y sociología formal

IV. Park, Burgess y McKenzie: La ecología de la ciudad


1. La escuela de ecología urbana
2. Robert E. Park y la Chicago de los años veinte
3. Park y la ecología humana
4. Comunidad urbana y competición
5. La organización urbana entre comunidad y sociedad
6. Orden y cambio social en la ciudad
7. Estructura biótica y cultura
8. El concepto de área natural
9. Ernest W. Burgess: la expansión urbana como proceso
10. R. D. McKenzie: comunidad y desarrollo urbano
11. El vecindario
12. El desarrollo urbano y la “supercomunidad” metropolitana
13. La neo-ecología

V. Segregación y urbanismo en la sociología de Louis Wirth


1. Sociología, consenso y acción social
2. With y la sociología urbana
3. El “ghetto”
4. Urbanismo como modo de vida (“Urbanism as a Way of Life”)
5. Wirth y la ecología

VI. Clases sociales y poder en una ciudad “media”: las investigaciones de los Lynd
1. Los estudios sobre comunidades
2. Clase trabajadora y clase del “business
3. “Working Clase”, industrialización y cambio urbano
4. El mito de la movilidad social
5. La crisis y la estructura de clase
6. El poder de comunidad y la familia X
7. Vida cotidiana y conciencia de clase
8. La complicación de la estructura de clase: la pirámide a seis niveles
9. La estratificación y las relaciones sociales en la ciudad

VII. Henri Lefebvre: del derecho a la ciudad a la producción del espacio urbano
1. Nuevas tendencias en la sociología urbana
2. La sociedad urbana
2
3. Los “niveles” del fenómeno urbano
4. Conocimiento y praxis urbana. La crítica del urbanismo
5. El derecho a la ciudad y la centralidad urbana
6. La producción del espacio
7. Los intelectuales y el espacio urbano

VIII. Manuel Castells: La estructura urbana entre instituciones y movimientos urbanos


1. La sociología urbana como ideología
2. La fase precientífica de la sociología urbana
3. Materialismo histórico y análisis de lo urbano
4. La estructura urbana
5. La política urbana
6. El Estado y el consumo colectivo
7. Luchas urbanas y desigualdad social
8. Hipótesis alternativas sobre movimientos sociales urbanos

Conclusiones
Notas

Prefacio

El libro de Bettin se sitúa en el cruce entre la historia del pensamiento sociológico y la sociología
urbana. Constituye un considerable avance en el campo de los ensayos, hasta hoy no muy numerosos, sobre
la historia del pensamiento sociológico de la ciudad. Esta historia, dada la importancia que el fenómeno
urbano tiene en la sociedad moderna y particularmente en Occidente, es hoy día indispensable: en las
ciudades nacen los caracteres, los problemas, los conflictos que definen la presente época; en ella se anticipan
los temas del futuro. Sí, todavía se puede hablar propiamente de ciudad en la sociedad actual, intrínsecamente
urbana, casi “totalmente urbana”, como diría uno de los protagonistas del libro.

No es, pues, excesivo insistir en los varios y dispersos precedentes a los que Bettin se refiere. Mientras
tanto, conviene recordar que los intentos de reconstrucción histórica dignos de mención se sitúan todos
después de 1960, con la excepción del ensayo de Denis Szabo de 1953, L'étude de la société urbaine, el cual,
sin embargo, omite las aportaciones clásicas. Entre estas últimas debemos recordar, en primer lugar, por su
importancia objetiva, el capítulo dedicado por Martindale a la teoría de la ciudad, en Community, Character
and Clvilization, de 1963 ( 1 ). E incluso después, la mayoría de las aportaciones sobre el tema tienen,
significativamente, la dimensión de una introducción, de un capítulo, de un ensayo aislado, aunque a veces de
gran calidad. Baste mencionar aquí las Introducciones de G. Martinottí y de G. F. Elía a las excelentes
antologías a cargo del primero en 1968 (Cíttá e analisi sociologica) y del segundo en 1971 (Soclologia urbana);
y la Introducción del propio Bettin a una tercera antología, de la que se encargó personalmente en 1978
(Socíologla e cittá). Lugar destacado merece, naturalmente, The Urban Process de L. Reissman, de 1964; es,
sin embargo, este último libro un intento de reconsiderar la historia de la sociología a fin de sentar las bases
para una teoría de la sociedad urbana, leyendo las diversas aportaciones a tenor de criterios particulares,
bastante reductivos, y renunciando a aquel estudio detenido de los grandes autores, de los “clásicos”, tan
querido a Bettin.

El nuevo libro de Bettin se compone, en efecto, de ocho “estudios” sobre autores clásicos, de Marx a
Weber, de Simmel a Lynd; sobre una escuela famosa, la ecológica, con Park y Wirth, y sobre dos franceses
actuales, Lefebvre y Castells, quienes se han hecho célebres por sus ideas, a veces muy discutidas, sobre

1
Originalmente era la Introducción a la versión Inglesa de Die Stadt de Max Weber.

3
materia urbana. “Estudios” relacionados entre sí por el hilo discreto de una visión de conjunto, aún en
formación, y centrados más bien en el indicador común de temas, problemas, perspectivas, que en esquemas
teóricos más o menos pretenciosos, como hicieron otros, forzando a sus autores.

La primera proposición decisiva de Bettin consiste, de todas maneras, en la elección misma de los
autores y en la selección ulterior de su discurso. Bettin nos presenta, de hecho, pensadores enteramente
“filourbanos”, que dan a la ciudad un valor positivo en su reflexión global. Para todos ellos la ciudad es
sinónimo de emancipación, condición de vida más alta. Casi no merece la pena aludir aquí a la relación entre
ciudad y revolución en Marx. O a la diferente manera en la que la ciudad emancipa al individuo en Weber, en
Simmel y en los ecólogos. Al tipo superior de hombre y de relación social que, según Weber, tiene su origen
en la ciudad (occidental). Al conflicto urbano como fuerza privilegiada de transformación y progreso en
Castells. Y, por fin, a la sociedad totalmente urbana, como emancipación total, en la utopía de Lefebvre.

Naturalmente, con todo esto no quiero decir que Bettin no deje sobresalir también los elementos del
discurso ajeno que captan los límites y las sombras de la vida de la ciudad-. Así, por ejemplo, no descuida el
tema de la caída de la solidaridad humana directa, sugerido por Simmel y otros; o el gran tema de la
desorganización social como condición endémica de la gran ciudad, elaborado de manera muy eficaz por los
ecólogos de Chicago; o aquél, no menos sugestivo, propuesto en primer lugar por los Lynd, del poder
escondido, ejercido por unos pocos sobre la ciudad. Sin embargo, pienso que la visión de Bettin es
fundamentalmente “filourbana”, con una serie de interesantes consecuencias que el lector podrá apreciar.

Lamentamos que Bettin no haya logrado desarrollar y terminar un capítulo difícil que le preocupa
desde hace tiempo, donde intenta medirse con el pensamiento sociológico italiano contemporáneo sobre la
ciudad, aquel pensamiento parcialmente evocado en las páginas seleccionadas por la ya citada antología.
Aparte los especialistas ya nombrados, y otros más, existen muchos sociólogos italianos que han escrito
obras de investigación y reflexiones sobre la ciudad, como A. Ardigó, F. Ferrarotti, A. Palazzo y yo mismo,
además de obras importantes para el estudio de la ciudad contemporánea como las de F. Alberoni, G.
Germani y A. Pizzorno. Según mi opinión, que es, creo, también la de Bettin, no hay duda alguna de que de
la confrontación entre estos autores podría surgir una visión de conjunto más madura y articulada, con
mayor adhesión a ciertas realidades contemporáneas que tienen particular importancia en nuestro país. Este
libro es sólo un paso hacia adelante, aunque importante, en un camino nuevo y difícil, pero tiene el mérito de
indicar de manera clara la tarea a realizar por quienes deseen avanzar en esta línea de investigación.

Luciano Cavalli

4
Introducción

1. La ciudad moderna constituye una categoría sociológica compleja, cuya naturaleza, elementos
constitutivos y fuerza cultural son originariamente occidentales y europeos. La relación entre ciudad
occidental y ciudad moderna tiene profundas raíces históricas, raíces que encontramos en las peculiares
condiciones sociales, políticas y económicas que acompañan a la constitución de nuevas formas urbanas en
diversos períodos de la historia de la democracia occidental.

La polis del siglo V a. C. y, sobre todo, la ciudad medieval de Occidente se caracterizaba por el derecho
sobre el suelo y por la condición jurídica de los ciudadanos, organizados en una comunidad, elementos que
no hallaremos -a no ser de manera embrionaria- en el mundo no europeo y que son decisivos para el
nacimiento y desarrollo de las ciudades de la época industrial. La propiedad del suelo libremente alienable en
las ciudades medievales y, en particular, la naturaleza de la ciudad como grupo asociado en forma
institucional, dotado de órganos especiales, sujetos a un derecho común sólo vigente para ellos, se configuran
como los verdaderos y propios presupuestos de la formación de la ciudad moderna. Por esto no es casual
que en los países no europeos, especialmente en los territorios asiáticos, donde los vínculos tradicionales de
familia y de casta imposibilitaron el nacimiento de una instalación urbana “autocéfala” (por usar un atributo
muy querido a Max Weber), las formas urbanas de vida se hicieran posibles más tarde; sustancialmente en las
condiciones de transformación social del siglo XX, a través de una especie de proceso emulador de las
formas urbanas occidentales preexistentes.

Esta tesis europocéntrica sobre el origen y la formación de la ciudad -que no olvida, sin embargo, la
existencia de formas parcialmente urbanas no occidentales, contemporáneas y precedentes- constituye el
objeto de análisis históricos y sociológicos clásicos, hacia los cuales muchos estudiosos adoptan hoy una
actitud de desconfianza. Es, no obstante, erróneo -o mixtificador, como prefieren decir algunos- sostener
que las formas urbanas y metropolitanas se desarrollaron en áreas no occidentales simplemente por la acción
de un efecto demostrativo internacional, sobre todo porque esta hipótesis no considera la acción de violenta
constricción, subrayada por el análisis marxista, que la ciudad “imperialista” ejerció sobre dichas áreas. Pero
es evidente que sólo en el mundo occidental se desarrolló el proceso de liberación de una forma urbana
autónoma. Estudiar las condiciones que la han hecho posible, considerar los obstáculos que han impedido a
veces su potencial desarrollo, así como ocuparse de los aspectos determinantes de la crisis social y política
que la aflige actualmente, significa contribuir a la creación de aquellas hipótesis sociológicas generales de cuya
ausencia los estudios empíricos sobre la ciudad contemporánea no dejan de lamentarse.

2. La cuestión urbana constituye, quizás, el principal problema de nuestro tiempo; las contradicciones
que desencadena se reflejan directamente en las disciplinas científicas que deberían intervenir para definirla y
para preparar concretos procesos de solución que se hacen cada vez más apremiantes. El problema requiere,
pues, la aportación de las ciencias sociales y, específicamente, de la sociología, pero a menudo la respuesta
que se ofrece es, al mismo tiempo, lapidaria y desalentadora: la sociología de la ciudad está en crisis. La
aportación de esta sociología, dedicada a la elaboración sociológica teórico empírica, quedaría limitada a una
multiplicidad de investigaciones sobre los varios aspectos de la vida urbana. Los resultados de estas
investigaciones carecerían de un marco teórico de referencia y no contribuirían a su formación en cuanto que
a menudo pertenecen a situaciones y a actitudes excesivamente específicas, sobre cuya base es difícil fundar
un proceso de abstracción y de generalización. Se sostiene, además, que la tendencia a la superposición entre
sociedad urbana y sociedad global privaría a la sociología urbana de su objeto de investigación, hasta el punto
de que sería difícil justificar su existencia como disciplina autónoma. Nos encontramos así frente a un
interesante problema, para cuya interpretación la sociología del conocimiento podría ofrecer instrumentos
útiles. Por un lado, una realidad concreta, la realidad social de la ciudad y de la metrópoli que transforma y
pone en crisis los valores culturales y las instituciones; por otro lado, la crisis de una disciplina y, más en
general, del pensamiento que habría de hallar la clave interpretativa de esta realidad para hacerla más
comprensible (controlable) a quienes hoy la padecen.

¿En qué dirección hay, pues, que actuar? No abundan las alternativas. En este ensayo se presentan los
resultados del intento de reconstruir, de manera crítica, algunas aportaciones clásicas y otras más recientes de
5
la reflexión sociológica sobre la ciudad. Es un intento, es decir, una operación no concluida, en el que se
subsiguen análisis caracterizados por intereses científicos y por metodologías diferentes.

Expondremos primero el pensamiento de Weber, haciendo una excepción en el criterio de exposición


cronológica, porque su teoría introduce y encuadra correctamente la cuestión del desarrollo urbano
occidental mediante el estudio de los caracteres sociales, políticos y económicos que empiezan históricamente
el proceso. A la nueva lectura de las páginas de Weber, dedicadas a los orígenes de la ciudad occidental y a la
significación que asume la confrontación ideal típica entre ciudad occidental y ciudad oriental, seguirá una
elaboración sistemática de las observaciones de Marx y de Engels sobre el conflicto entre ciudad y campo y
sobre la influencia de este contraste en el marco de la historia urbana. Estas dos primeras aportaciones
resaltan la fecundidad de un acercamiento teórico, fundado en el método histórico-comparativo, a pesar de la
distancia entre las respectivas hipótesis de fondo. La tercera aportación del pensamiento sociológico europeo
se debe a Georg Simmel. Le dedicaremos especial atención porque documenta el interés de un trabajo
interdisciplinar y sobre todo el tipo de transformación que favorece el ambiente metropolitano, a nivel de
personalidad. Se trata, claramente, de una aportación que complementa la de Weber o, mejor dicho, que la
completa, poniendo de manifiesto las hipótesis relativas a una fase histórica del desarrollo urbano occidental
que Weber trata, en particular, en clave de análisis del proceso de crecimiento de la burocratización. Una
sistematización sintética del enorme trabajo desarrollado por la Escuela ecológica de Chicago sobre la
fenomenología social típica de la gran ciudad, el tratamiento crítico de los estudios de Louis Wirth sobre la
segregación y sobre el urbanismo, y una nueva lectura de dos investigaciones de los Lynd sobre Middletown,
dentro de la perspectiva de la estratificación social y del poder de comunidad, constituyen, en su ejemplaridad
distinta, los desarrollos más importantes de la sociología de la ciudad en una cultura sociológica que intenta
librarse del planteamiento derivado de los estudiosos europeos. Se estudia la ciudad occidental en el
multiforme aspecto asumido en los primeros decenios del siglo XX, en el contexto americano, matriz de una
nueva sociedad y, por tanto, de nuevas teorías y de nuevos temas de investigación. Las etapas sucesivas, por
cierto no definidas, del itinerario recorrido por la sociología urbana nos devuelven a Europa y al examen de
la obra de dos famosos autores contemporáneos, Henri Lefebvre y Manuel Castells. El primero condensa en
torno a la cuestión de la democracia urbana una gama de intervenciones sugestivas, subrayando en su incisivo
alcance histórico y en su carga “revolucionarla” el sentido de la progresiva urbanización de la sociedad. El
segundo concibe la ciudad como típico producto de la actual fase del capitalismo, como campo natural de la
colisión de los intereses de clase, e indica, en el estudio de la relación entre ciudad, territorio y Estado, dicho
en otros términos, en la problemática de la política urbana, marxísticamente interpretada, las nuevas fronteras
de la sociología de la ciudad. La heterogeneidad de los elementos confrontados es, sin embargo, más aparente
que real. De la confrontación derivan las ideas, lo conceptos, las hipótesis que se relacionan unitariamente en
la urgencia de individualizar líneas de interpretación útiles tanto para construir una teoría de la ciudad, como
para estimular proyectos operativos, a quienes tienen la responsabilidad de administrar los asuntos urbanos.

3. Es evidente, y quien escribe estas líneas lo sabe perfectamente, que una reseña así concebida olvida
aportaciones de gran interés realizadas por estudiosos contemporáneos, comprometidos, desde hace tiempo,
en una acción de investigación que une de manera responsable el compromiso científico con el compromiso
político, siguiendo la enseñanza de la mejor tradición sociológica. Una reseña es, sin embargo, por propia
definición, selectiva. La selección efectuada responde a dos criterios ordenadores que hay que salvaguardar
simultáneamente: elegir los análisis que permiten un nuevo recorrido de la historia de la sociología de la
ciudad occidental a través de los estudios sobre los diferentes tipos urbanos y volver a estudiar las
aportaciones que determinaron los términos teóricos y metodológicos de la cuestión urbana y del respectivo
debate sociológico, inaugurando nuevas sendas para el trabajo empírico.

A este propósito, una nueva lectura del ensayo weberiano Die Stadt(1921) podría ofrecer una
indicación bivalente. En primer lugar, la preocupación de encontrar una respuesta a la importante
interrogación sobre los orígenes y la naturaleza de la civilización occidental (en cuyo ámbito se mueve el
desarrollo de la ciudad) proporciona una clave interpretativa sobre los orígenes de la forma urbana en la que
todavía vivimos. Se basa en la observación según la cual insistir en la autonomía política de la ciudad -como
característica importante del burgo medieval y, por tanto, como característica exclusiva de la ciudad
occidental en sus orígenes- puede llevar a una falsificación, cuando esta variante se utilice para interpretar el
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papel de la ciudad industrial como forma económica y social sucesiva. Pero es necesario aclarar que con la
autonomía de la ciudad medieval se crea aquel salto cualitativo -el proceso de emancipación del ciudadano, o
mejor dicho, del “grupo social de los ciudadanos- del que derivan, a través de sucesivos desarrollos, formas
urbanas con caracteres diferentes. Olvidar esta fase originaria significa privarse de un punto de referencia
utilizable como parámetro para la comparación de formas urbanas más próximas a nosotros; significa
también privarse de la posibilidad de obtener sugerencias que puedan dar un nuevo sentido a la vida urbana
contemporánea. Obvia, e incluso superficial, parece la objeción de que es absurdo soñar con la vuelta al
burgo medieval, precisamente hoy, cuando tenemos ante nosotros la ciudad mundial, la metrópoli tentacular,
la conurbación. El habitante de estas nuevas formas urbanas es sin duda menos “ciudadano” que el habitante
de la ciudad occidental tal como la define Weber. Ya no es ni portador ni realizador de valores que permiten
vivir como un ciudadano de una comunidad. Si se tiene en cuenta el poder de algunos centros económicos y
de aquellas agencias políticas que influyen con sus intervenciones y, más a menudo, con sus silencios en el
comportamiento cotidiano del habitante de la ciudad moderna, se comprende la necesidad de crear las
condiciones que permitan al ciudadano tomar parte, de forma responsable, en los procesos decisivos que le
implican directamente. Sólo así se podrán recuperar aquellos valores de libertad y racionalidad que
constituyen la suprema garantía de una vida urbana y que hoy representan no ya la defensa de una tradición
que desaparece, sino más bien la meta que hay que alcanzar. Nos preguntamos si una respuesta racional al
problema de descentralización del poder solucionaría aquel problema más amplio que podríamos definir
como el problema de la actuación de la democracia urbana. No es éste el lugar más idóneo para responder a
tan vastas interrogaciones; mas sí es cierto que se necesita, y con urgencia, una respuesta; así lo demuestran
las contradicciones y los costes inherentes a la vida de la gran ciudad y de una sociedad a la que parece
grotesco asociar, descaradamente, el adjetivo “urbana. El análisis weberiano proporciona preciosas
indicaciones en este sentido; no así otros intentos teóricos “fuera vía” como el que, por ejemplo, se inspira
en la teoría funcionalista. Weber nos advierte que el protagonista del desarrollo urbano es el hombre con sus
ideas, con su responsabilidad de ser racional; un protagonista sin posibilidad de abdicación, que ha de
encontrar el modo de frenar los condicionamientos provocados por él mismo y que ahora amenazan con
ahogarlo. Es ésta una función menos genérica de lo que se cree, una tarea que solidarizará potencialmente
unas sociedades que durante mucho tiempo siguieron caminos diferentes y a las que unen intereses
divergentes, pues la puesta del juego es alta y arrastra a todos.

En segundo lugar, la invitación a revisar la aportación weberiana depende de la convicción de que sus
resultados sean fundamentales en cuanto representan el fruto de un estudio sistemático y global del
fenómeno urbano. La utilización combinada del método histórico-comparativo y de un instrumento eurístico
como tipo ideal crea el núcleo de una teoría de la ciudad empíricamente fundada que sirve de amonestación a
la pobreza de ideas de que adolece la sociología urbana contemporánea, limitada a veces a un ámbito de
carácter sociográfico. No se puede entonces disentir de quienes sostienen la importancia de esta aportación y
las de otros pensadores que, a caballo entre los siglos XIX y XX, individualizan las peculiares instituciones de
la ciudad y construyen los modelos interpretativos basados en un material eminentemente histórico.

4. El pensamiento marxista sobre la ciudad introduce perspectivas afines, o claramente divergentes y


antitéticas, según el caso. El análisis se desarrolla en una dirección políticamente instrumental, y, en
consecuencia, se concede privilegio al momento conflictivo. Tanto los fundadores de la teoría como los que,
actualmente, la continúan en sus hipótesis de base, sostienen que sólo y únicamente a través del conflicto de
clase se alcanzará una sociedad libre de las contradicciones que acompañan el crecimiento de la ciudad ca-
pitalista. He aquí el punto más fuerte y a la vez el más débil del análisis. Weber y Simmel refuerzan
incontestablemente en sus teorías la tesis opuesta según la cual otros niveles de estudio -el de la política y de
la personalidad, entendidos como datos culturales específicos de la ciudad- son autónomamente influyentes.
Es evidente que se trata de variantes que influyen en la organización social de la ciudad, en su dinámica y en
su estabilidad, en una medida que, en ciertas fases históricas, es igual o superior a aquella dependencia de las
modalidades de producción y de las relaciones objetivas de clase que se relacionan con ellas.

Ciudad y campo representan en la teoría marxista dos polos interdependientes entre los cuales se
desarrolla la dinámica conflictiva que, en varias épocas, provoca la transformación social. Este aspecto
teórico es crucial para la sistematización crítica de la contribución marxiana y para la clarificación de los
7
momentos sobresalientes del desarrollo social. Sin embargo, hoy día esto parece menos importante para las
finalidades eurísticas tanto porque se realiza un tipo de superación de la contradicción ciudad/campo, como
porque las nuevas formas asumidas por la realidad urbana aconsejan, incluso dentro de una aproximación
marxista, una revisión teórica en unión con los procesos políticos y económicos de nuestro tiempo, más allá
de cualquier posición fideísta. La sutileza del análisis tiene, sin embargo, mucha importancia, sobre todo
cuando valora en sus efectos sociales la difusión del sistema de fabricación en el territorio. Engels, en
particular, indaga con perspicacia las consecuencias que este proceso tiene sobre la vida cotidiana del
proletariado en las grandes ciudades inglesas de la primera mitad del siglo XIX. Los resultados de esta
indagación son dignos de tener en cuenta, pues Engels introduce temáticas muy actuales, como la
producción del espacio urbano y su uso socialmente diferenciado, como se acostumbra decir en la
terminología corriente, propuesta por la corriente estructuralista de la sociología urbana francesa.

El siguiente examen de los textos de Marx no admite las tesis expeditivas de quienes sostienen que
Marx y Engels reducen la cuestión urbana a la de la vivienda. Tanto Marx como Engels reconducen este
problema específico dentro de la reflexión más general sobre la alienación urbana y, en especial, al tema de la
lucha de clases. La ciudad se analiza no sólo como lugar de patología social y de desestabilización, sino como
matriz de los procesos que “desestructuran” un sistema y fraguan un nuevo actor histórico: el proletariado
industrial, protagonista de una refundación de la sociedad. Como es notorio, esta hipótesis fundamental
queda pendiente de una verificación concreta y definitiva. La historia de la ciudad la invalida repetidas veces;
raras son las situaciones, como la Comuna, que parecían experimentarla positivamente e inaugurar una nueva
ciudad. A una distancia de más de cien años, la crisis urbana actual verifica la coherencia de dicho modelo
teórico. Es evidente que esta teoría pertenece al pensamiento filourbano, hasta el punto, a veces, de parecer
contaminada por el evolucionismo del siglo XIX. Nos enfrentamos también con las justificaciones de las
violencias ocasionadas por la industrialización, en cuanto proceso que reexaminado a la luz de los principios
dei materialismo histórico deviene necesario, con los costes sociales vinculados al crecimiento económico y a
la destrucción del orden social preexistente, como fase preparatoria e imprescindible de la futura ciudad.
Entonces, ¿deberá pasar por fuerza la palíngenesia a través del embrutecimiento y de la violencia? La
superación del tipo de ciudad que viene experimentándose desde hace ya más de dos siglos, ¿debe en verdad
confiarse al imperativo de la expropiación violenta de la propiedad privada de los medios de producción?
¿No es, quizá, cada vez más evidente que esta fórmula, por sí sola, no es suficiente para alcanzar el objetivo
proclamado por la sociedad socialista? Otros análisis sociológicos demuestran de forma muy lúcida cuáles
son los obstáculos culturales y políticos que alejan en el tiempo el alcance de la meta, desnaturalizándola y
haciéndola menos sugestiva.

5. Georg Simmel, en su clásico ensayo Díe Grosstádte und das Geistesleben (1903), desarrolla el tema
sociológicamente importante y complejo de la influencia de la gran ciudad moderna en la personalidad y en la
vida mental de sus habitantes. Con su refinada teoría sobre la relación individuo metrópoli realiza
simplemente la verificación de aquella hipótesis, propia de una importante corriente de pensamiento, para la
cual la historia de la cultura occidental coincide con un proceso de progresiva afirmación y emancipación del
individuo. ¿Cómo interviene la metrópoli en este proceso? Simmel ilustra, con penetración inigualable, la
relación que se establece entre la economía del dinero y la cultura urbana, o mejor, entre la economía
ciudadana, caracterizada por la difusión del valor de cambio, y las formas de interacción interindividuales. La
metrópoli plasma un tipo de vida mental caracterizado por la actitud blasé; surge una personalidad urbana
predominantemente reservada, desconfiada, apática e insensible a las fuerzas solidarias.

La metrópoli occidental, como sede de transformación e innovación y como lugar de exaltación de la


acción social electiva, constituye potencialmente una forma de organización social que, más que otras, puede
Ilevar'a cabo el objetivo de plena actuación del valor de libertad individual. Sin embargo, al mismo tiempo, se
evidencian potentes fuerzas de signo opuesto. Son fuerzas que alimentan la cultura del dinero y, por tanto,
un comportamiento social bárbaramente racional.

Simmel es, sin duda alguna, un pensador filourbano. La extensión metropolitana, entendida como
proceso que engloba todas las otras formas de organización social preexistentes en el territorio, se valora
positivamente en cuanto que rompe aquellos esquemas culturales, mezquinos y sofocantes, propios de la vida
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comunitaria -no urbana. La teoría simmeliana remite, en parte, a la célebre tesis de Durkheim que confiere un
valor éticamente positivo al imperativo de la especialización profesional, como norma de la conciencia
colectiva de una sociedad “superior” fundada en la división del trabajo. La identidad, la autonomía, la libertad
del hombre metropolitano dependen así de este modo específico de relación con los demás, del vínculo de
interdependencia necesaria y económicamente coactiva. Pero, nos preguntamos, ¿no se corre el riesgo de
reducir la significación de libertad? ¿No es quizá verdad que, de un modo inintencional, Simmel nos descubre
las raíces de la opresión que empobrece la experiencia social de quien vive en la gran ciudad moderna?
Durkheim, coherente con su teoría, proponía un remedio sociológicamente adecuado a los riesgos que
derivaban de la división del trabajo. Exigía el aumento de la participación, a través de una red de instituciones
colectivas, intermedias entre el individuo y el Estado, que originarían un consenso responsable y una
solidaridad indispensables al nuevo y complejo marco social, propio de la ciudad industrial. Simmel omite
estos temas, actualmente muy discutidos, y tampoco recoge las implicaciones sociopolíticas de la cuestión.
Sin embargo, su teoría se desarrollaría más tarde, en el ámbito de aquella etapa fundamental de la historia de
la sociología de la ciudad que representa la Escuela ecológica de Chicago. Se trata, no obstante, de una
influencia donde se interponen los caracteres peculiares que la sociología asumió en un contexto dominado
por una perspectiva positivista y pragmática, donde prevalecen nuevas orientaciones y nuevos problemas,
profundamente diferentes de los que animaban la cultura sociológica europea del siglo XIX.

6. La experiencia de la Escuela ecológica nace en el seno de aquel famoso departamento de sociología


fundado en Chicago por Albion Small en 1892. A partir de 1915 un grupo de investigadores calificados, que
con el tiempo se hará más numeroso, se compromete en el desarrollo de un ambicioso proyecto de
investigación sobre la ciudad, animado por Robert Ezra Park. El proyecto quedará resumido en el famoso
ensayo “The City: Suggestions for the Investigation of Human in the Urban Environment”, publicado por
primera vez en el número de marzo de 1916 del American Journal of Sociology. El trabajo apareció después
como el primero de varios ensayos en el pequeño volumen The City (1925), cuando ya habían salido a la luz
varias investigaciones empíricas e, incluso, ya se había publicado The Hobo (1923) de Nels Anderson.

Con la Escuela ecológica la sociología de la ciudad asume la imagen pública de una ciencia empírica
que se basa en los problemas contemporáneos con la intención declarada de contribuir a su solución. Se
analiza la ciudad dentro de una perspectiva biática, como el ambiente donde los hombres compiten entre sí
para apropiarse de los recursos disponibles. Este planteamiento es fácilmente criticable bajo diversos
aspectos, pero, bien mirado, es quizá menos simplista de lo que se afirma. La crisis urbana depende de las
trabas de un mecanismo de distribución de los recursos, tendencialmente orientado hacia el equilibrio
comunitario, una meta que, sin embargo, resulta de hecho inalcanzable dados los ritmos de desarrollo urbano
típico de la metrópoli.

El rápido crecimiento por la urbanización continua favorece la división del trabajo y la difusión de una
cultura urbana que Park y Wirth perciben todavía como cultura emancipadora. Por otro lado, la Escuela
ecológica delinea claramente un modelo de ciudad que no es, en absoluto, distante del que se puede
proponer hoy día: la ciudad crisol, de grupos diferentes e intereses divergentes, la ciudad como forma de
organización social perennemente inestable, a punto de caer en el caos, la ciudad que sufre de gigantismo y
que se extiende sobre el territorio perdiendo una connotación unitaria y tal vez su especificidad.

El interés casi exclusivo por la investigación empírica aplicada a fenómenos de patología social parece
probarlas preocupaciones de orden cultural y político que motivaron profesionalmente a muchos de estos
estudiosos. Park se detiene a menudo, gracias al concepto de área natural, en la acción de los mecanismos de
comunicación y de integración que operan en la ciudad al lado de tendencias competitivas, exasperadas y
disgregantes. Identifica de manera perspicaz nuevas formas de control social que proponen vínculos y
solidaridad entre sujetos y grupos dispersos en el territorio, distantes incluso en el plan social y en el de la
experiencia vital. La ciudad capitalista no se presenta aquí como un cruel Moloch; los espacios de libertad se
reducen, pero no desaparecen aun en las condiciones más desesperadas y opresivas. No se estudia la des-
viación con el objetivo primario de la represión, sino más bien como fenómeno representativo de las
transformaciones culturales dependientes de la vida urbana, como un problema a resolver y sondear con
sistematicidad científica, pero también como hecho social, valorado con la sensibilidad de un investigador
9
que participa, como ser humano y como habitante de la metrópoli, de una misma experiencia común. La
lección de Park es, en este sentido, ejemplar y supera aquellos límites de planteamiento teórico y
metodológico que comúnmente se le reprochan.

La enseñanza parkiana alcanzará su desarrollo de manos de uno de sus alumnos más dotados: Louis
Wirth. Wirth expone una teoría sobre el papel del sociólogo que encuentra en la gran ciudad moderna el
terreno de aplicación ideal. El sociólogo debe adoptar una deontología bivalente, como observador partícipe
de la experiencia cotidiana del hombre común y como policy-maker, la teoría no tiene sentido si no se
transforma en práctica social. Wirth no se preocupa de ocultar la ideología democrático-reformista que le
anima en su investigación sobre la ciudad: El principal objetivo de sus estudios y de su actividad como
planificador es la organización de un consenso, participante y responsable en la vida de la colectividad
urbana; en otros términos, propone la integración social como meta política y como modelo de organización
de vida. No es un objetivo de fácil alcance, y así lo demuestra el compromiso profesional asumido por el
propio Wirth, quien deja constancia de que, sin este objetivo, la ciudad como foyer de civilisation se puede
convertir rápidamente en un lugar de decadencia, violencia y atropello.

En el capítulo que dedicamos a este autor se indica que los temas de la segregación y del urbanismo
son los temas centrales de su aportación. Wirth los desarrolla, sugiriendo una metodología basada en el
encuentro entre investi gación histórica e investigación sociológica. Este planteamiento lo separa netamente
de la perspectiva ecológica de sus maestros. El célebre ensayo teórico Urbanism as a Way of Life (1938) y
otras aportaciones del Wirth más maduro ponen de relieve hasta qué punto las raíces de su formación
cultural ahondan en la ecología humana. Su “definición minimal= de la ciudad es, de hecho, una
transformación de las orientaciones teóricas parkianas. Sin embargo, debemos apreciar la exigencia teórica
que mueve a Wirth a elaborar esta aportación. Intenta fundir en un marco sincrético la ecología urbana con
las teorías sociológicas de Weber, Simmel y Durkheim. El resultado es válído, sobre todo porque Wirth
organiza coherentemente una serie de propuestas sociológicas relativas a los efectos sociales generales,
partiendo de tres conceptos en la definición de la ciudad; número, densidad y heterogeneidad cultural de los
habitantes.

La función del sociólogo urbano es individuar las formas de acción social que sobresalen en “a
relatively large, dense and permanent settlement of socially heterogeneous individuals”. El urbanismo como
medio de vida puede analizarse empíricamente desde tres perspectivas interrelacionadas: como una estructura
física, formada por una base demográfica, por una tecnología y por un orden ecológico; como un sistema de
organización social al que constituyen una estructura típica, una red de instituciones y un modelo de
relaciones sociales, y como un conjunto de actitudes, de ideas y de personalidades. Aquí nos limitaremos a
recordar que, siguiendo el camino marcado por Simmel y Durkheim, Wirth propone una serie de
observaciones empíricas donde se evidencia que en la ciudad moderna el proceso de individualización es
necesariamente exasperado, que la comunicación se basa, preferentemente, en formas indirectas, de modo
que la delegación se convierte en un procedimiento indispensable para la expresión y la defensa de los
intereses individuales dentro de un contexto social cada vez más complicado.

Los desarrollos empíricos sucesivos ponen de manifiesto las transformaciones ocurridas en la


problemática urbana y, por tanto, la necesidad de elaboraciones teóricas adecuadas. En este ensayo se lee
entre líneas la gran preocupación de Wirth: que el consenso democrático no pueda traducirse en actuación
concreta dentro de la dimensión económica y social determinada por la metrópoli. Se trata, quizá, de'una de
las indicaciones más importantes de su experiencia de estudioso de la sociedad urbana, una interrogación
todavía válida, pese a las condiciones mucho más complejas que concurren en la vida de la ciudad actual.

7. Tal vez cause cierta perplejidad ver incluidos aquí, dentro de la sociología de la ciudad, ciertos
estudios sobre comunidades. Se trata de los célebres trabajos de Robert y Helen Lynd, Middletown (1929), y
Middletown in Transition (1937). Varios son los motivos que aconsejaron esta selección así como el
tratamiento selectivo del amplio material de investigación: a) los Lynd exploran un contexto particular, el de
la ciudad pequeño-media, tema todavía hoy muy poco estudiado de forma empírica, a pesar del abundante
material que ofrece a la teoría sociológica; b) estos estudios constituyen una experiencia pionera, pero
10
rigurosamente documentada, que abrió nuevos caminos para investigaciones originales, como la del poder de
comunidad, de gran actualidad para el análisis sociológico de la ciudad; c) se completa, de este modo, la
reseña crítica sobre las aportaciones más significativas de la sociología americana después de los años veinte y
se hace constar que la metrópoli no es la única realidad socioterritorial que forma parte de un estudio en
aquellos años tan importantes para el desarrollo de esta rama sociológica.

El mérito metodológico de la investigación sobre las ciudades de esta dimensión es el de presentarse


como “a total-situation study”, es decir, como un estudio global que permite, aunque sea dentro de los
límites de la comunidad preseleccionada, la verificación de hipótesis sociológicas fundamentales sobre
fenómenos interrelacionados. Como se sabe, el campo real de la investigación es Muncie, una pequeña
ciudad en el Estado de Indiana, en el Middle West de Estados Unidos. El estudio de Middletown se centra
en su proceso de industrialización y, luego, en los años que siguen inmediatamente a la gran crisis de 1929.
Estas investigaciones contienen para el estudioso contemporáneo puntos básicos de reflexión,
particularmente en lo que se refiere a algunas temáticas, como, por ejemplo, la relación entre industrialización
y transformación institucional, la estratificación social y los efectos de la pertenencia de clase sobre la
conducta de los individuos; la influencia de la variable poder de comunidad sobre la estabilidad y la
transformación social.

Las investigaciones de los Lynd evidencian interesantes convergencias con los estudios efectuados en
las grandes ciudades y avalan, implícitamente, la célebre hipótesis de que en la sociedad capitalista se
desarrollan procesos que homogeneizan de modo progresivo aquellas formas de organización social
históricamente diferenciadas y territorialmente distantes. La cultura urbana, incluso en la ciudad media, se
transforma en “cultura material" y es, tendencialmente, una variable que depende del área del getting a living.
Este sector institucional es el que estructura, en concreto, el comportamiento de los habitantes de
Middletown incluso en otras esferas, en la privada y en la pública.

Los Lynd demuestran, con gran abundancia de datos y con una objetividad rara en la investigación
empírica, que la pertenencia a una clase social significa un acondicionamiento permanente, impensable en un
marco social que en apariencia se caracteriza por su fuerte dinámica. La transformación, consecuencia de la
industrialización, se refleja en las modalidades de trabajo, en las costumbres y en los valores de base, en la
vidad familiar, en la escuela, en las creencias religiosas, pero con una intensidad y con unos efectos que varían
profundamente según la diferente situación de clase. Los Lynd indican brevemente las principales fuentes de
la desigualdad social que generan división, separación, debilitación de la solidaridad, empobrecimiento en el
plano comunitario.

La investigación empírica, en este caso, desarrolla plenamente su carga demixtificadora y su valor de


instrumento cognoscitivo indispensable para una práctica social innovadora. Hay que pensar en la movilidad
social reducida a un valor-mito, inexistente de hecho, en una fase de consolidación de la industrialización
capitalista. Los Lynd demuestran que los elementos tradicionales de una cultura y de una ideología que no
corresponden ya a la realidad social desarrollan, sin embargo, una función importante de mantenimiento del
consenso y, por tanto, de integración en el ámbito de una sociedad donde, empero, se enfrentan intereses
objetivamente antagonistas. Más todavía, el descubrimiento de la familia X, centro de las diversas
manifestaciones del poder local, revela que las clases sociales, aunque formadas por conjuntos de individuos
con intereses divergentes, evidencian su incapacidad, culturalmente motivable, para transformarse en grupos
conscientes, organizados, que promuevan una transformación de dirección distinta o, al menos, una crítica de
la situación que los condiciona.

La crisis económica comporta, como efecto directo, una ulterior devaluación de la incidencia de las
clases sociales en la vida de la comunidad. Los desarrollos económicos, la inclusión de Middletown en un
mercado de horizontes cada vez más amplios, los contactos cada vez más fáciles y más frecuentes con un
tejido metropolitano que constituye la realidad emergente y dominante a escala nacional determinan una
complicación de la estratificación de clase. Pero este dato, bien mirado, representa simplemente una
constancia sociográfica. El poder de comunidad es la expresión directa y multiforme del poder económico,
que es un poder concentrado en las manos de unos pocos sujetos relacionados entre sí por vínculos
11
familiares y de casta. Las otras componentes sociales expresan un consenso casi unánime con respecto a las
manifestaciones concretas de este poder; se está conforme, de manera acrítica, con las líneas de gestión
diseñadas por el vértice de la business class, en particular por los X. La democracia se reduce aquí a un mero
rito, a un cumplimiento de procedimientos que mantienen artificialmente con vida una cultura política
simbólica, dentro de un desinterés general. La realidad de la política local debe encontrarse en la gestión de
los negocios colectivos, controlada por un grupo social y económicamente hegemónico. Este tipo de poder
parece preferir el recurso a la manipulación, lo que puede fácilmente explicar el consenso y la apatía de la
comunidad, pero también el vaciamiento de un modelo de vida democrática que se revela anacrónico,
incapaz de funcionar en las nuevas condiciones económicas, características de Middletown.

En 1953 Floyd Hunter publica su trabajo de investigación Community Power Structure sobre Atlanta y
se enfrenta a una estructura de poder local, sustancialmente análoga a la descubierta por los Lynd en una
ciudad diez veces más pequeña. Otros estudios efectuados en otras grandes ciudades americanas, y no sólo
americanas, invalidaron este modelo o, por lo menos, redujeron la tentación de aplicarlo de manera
generalizada, y propusieron modelos pluralistas, basados en metodologías alternativas. No es éste el lugar
adecuado para entrar en un debate todavía abierto y, a veces, incluso áspero. Aquí están las investigaciones de
los Lynd, y tienen una significación que va más allá de la querelle metodológica. Las observaciones sobre la
influencia de la variable del poder local abren el camino a una perspectiva de análisis unificante que revela la
parcialidad de una aproximación sociológica tradicional basada únicamente en el estudio de los valores y de
las clases sociales.

8. En Europa el interés por los estudios sociológicos sobre la ciudad se restablece en la posguerra.
Estos estudios adoptan primero la forma de investigaciones empíricas centradas en problemas sociales
generados por la vida urbana. Mas no se piense que la investigación tiene como fin exclusivo las
intervenciones aplicables de programación social y territorial. En realidad, muchas de estas experiencias
empíricas manifiestan el conocimiento del nuevo papel que desarrolla la ciudad, transformando sus funciones
tradicionales y la sociedad entera hacia direcciones imprevisibles. Es cada vez más evidente que la ampliación
de la dimensión urbana de la sociedad significa transformación de los valores, de los comportamientos, de la
estructura social más que trans• formación de la economía. Y, sobre todo, es evidente que este desarrollo de
la sociedad en la ciudad comporta un inevitable proceso de disolución de la propia ciudad como forma de
organización social y política y anticipa una crisis de más amplias proporciones y de éxitos inciertos.

En un primer momento, frente a estas interrogaciones motivadas por la fenomenología urbana, cada
vez más documentada en su violento dramatismo se empleó la instrumentación conceptual y metodológica
elaborada por la socio logía americana. Pero, luego, se afirma la exigencia de recuperar el pensamiento
sociológico de los clásicos y la convicción de que es necesario emprender nuevos caminos, explorar de forma
empírica y teórica nuevas áreas si se quiere penetrar en la problemática social de la gran ciudad en su
complejidad.

Henri Lefebvre, con su multiforme experiencia intelectual, representa bastante bien aquel contexto
entre sociología y filosofía de la ciudad, entre humanismo y marxismo, que renueva los caminos de la
sociología de la ciudad occidental. Uno de sus mayores méritos es sin duda el de haber definido los límites
entre los cuales es posible aplicar la teoría marxiana en el análisis urbano. Los esquemas analíticos que ofrece
el marxismo deben revisarse y adaptarse a una perspectiva en la que el tema central de nuestro tiempo no es
ya el desarrollo industrial, sino el desarrollo urbano.

Lefebvre forma parte de los numerosos pensadores que creen en la desaparición de la ciudad. Según
esta hipótesis, la historia social se mueve hacia la urbanización total. La sociedad urbana, se argumenta, es la
meta que debe alcanzarse. Sin embargo, Lefebvre la propone como un objetivo definido sólo virtualmente.
Vuelve a recorrer, con Weber y con Marx, el camino de la ciudad occidental. Define admirablemente la
imagen de la ciudad política, cediendo a la tentación de reformular el modelo a la luz de los desarrollos
políticos contemporáneos. El punto central de su análisis se centra en la reflexión sobre la crisis de la ciudad.
Aquí reside la clave de la lectura de muchas de sus obras, de gran utilidad para comprender cómo desde el
estadio de la crisis, concebida en su dimensión “planetaria” puesto que la urbanización actúa a escala
12
mundial, se puede llegar, dialécticamente, a su superación, a la sociedad urbana concebida como sociedad
totalmente liberada. “La sociedad urbana nace sobre las ruinas de la ciudad”.

Con apasionada lucidez se descubren los mecanismos de la segregación, de la heterodirección y de la


apatía cívica preferidos por la estrategia antiurbana, y dirigidos hacia la disolución de las relaciones sociales y
hacia el control de la ciudad, gracias a la intervención servil de muchos aficionados a las disciplinas del
territorio. Lefebvre, como otros autores examinados aquí, propone una ciencia de lo urbano, como economía
política del espacio, que se opone a la estrategia antiurbana. Esta ciencia se relaciona con una praxis política
renovada que se alimenta de la utopía. Sus propuestas de autogestión generalizada y de actuación del derecho
a la ciudad resultan tan sugestivas como indefinidas y poco practicables.

La explosión de la ciudad histórica producida por el capitalismo nos introduce en una fase irreversible
donde, sin embargo, se define un nuevo tipo de espacio, el espacio diferencial, evocado como espacio
alternativo. La ciudad del capital monopolista y la producción del espacio, acompañada por una intervención
creciente y decisiva del Estado, no anulan, empero, la fuerza de emancipación que de siempre acompaña al
desarrollo urbano. La lectura antidogmática y heterodoxa de Marx que propone Lefebvre, particularmente en
su teoría de la producción del espacio, se traduce en el imperativo de abandonar la ideología urbanista,
groseramente productivista, y en la exaltación de una nueva apropiación, individual y colectiva, del espacio
urbano y de la vida cotidiana. Pero es bien fácil observar que a este proyecto de revolución urbana le falta un
actor concreto, políticamente plausible, que lo sostenga y que inicie su actuación. A pesar de esto, la
inversión del planteamiento materialista, que sus epígonos “de izquierda” le reprochan, es quizá la indicación
teórica más original de Lefebvre, sobre la que se puede trabajar para el futuro.

9. En los años setenta el debate sociológico sobre la ciudad registra un salto cualitativo. Un grupo de
estudiosos, particularmente interesados en la investigación empírica y en la discusión crítica del “pasado
teórico” de la socio logía de la ciudad, se coordina de modo informal -incluso mediante instrumentos de
información y de análisis como el “International Journal of Urban and Regional Research” (1977)- y vuelve a
definir las líneas de trabajo características de esta área, adelantando metodologías, conceptos y temas de
trabajo nuevos e importantes. La ciudad y el territorio se estudian dentro de un concepto marxista, pero en
clave no homogénea, como producto del capitalismo monopolista y, por tanto, como matriz de las
contradicciones que dividen la sociedad entera.

Ray Pahl, ¡van Szelenyi, Jordi Borja, Jean Lojkine y Manuel Castells son los exponentes más activos de
esta nueva corriente de los estudios urbanos. Sin embargo, es sobre este último autor sobre quien se
concentra nuestra atención: su obra, aunque lejos de estar concluida, merece ser objeto de reflexión crítica
por varios motivos. En primer lugar, el hecho de que Castells es, en cierto sentido, un jefe de escuela, puesto
que inauguró algunos temas de investigación muy prometedores y típicos del estudio en cuestión.

Una parte importante de la elaboración de Castells está dedicada a la crítica sistemática y dura (aunque
no convincente) de la sociología urbana “tradicional”, a la que reprocha su carácter ideológico. Una de sus
funciones consistiría en ocultar detrás de la neutra etiqueta del atributo urbano una realidad económica y
política densa de contradicciones y administrada en el interés exclusivo y opresivo de una clase dominante
(jamás claramente definida).

El mito de la cultura urbana parece, en cambio, resistir bastante bien los ataques críticos de Castells; del
mismo modo, no parece plausible una devaluación global de toda la producción sociológica pre-Castells con
una argumentación del siguiente tipo: la clase dominante elabora una sociología de la modernidad en su
único beneficio, convirtiendo en “naturales” las contradicciones efecto del desarrollo capitalista gracias a la
legitimación ofrecida por los sociólogos ideologizantes, quienes (esto al menos parece leerse entre líneas)
serían las víctimas, de buena fe, de esta maquinación.

Es difícil, sin embargo, dejar de apreciar el rigor y la coherencia de más de diez años de trabajo
dedicados con pasión a aquella tesis donde Castells demuestra que la problemática urbana encontrará una
solución por medio de la lucha de clases. Por otro lado, sus estudios sobre movimientos sociales urbanos no
13
favorecen siempre la hipótesis marxista de transformación social, por lo menos porque documentan muy
bien la aparición de nuevas figuras sociales, diferentes del movimiento obrero organizado, en la escena del
conflicto, adoptando prácticas políticas de efectos alternos e inciertos, pero diferenciados y originales.

La contribución teóricamente más significativa es, acaso, la que se encuentra en su reflexión sobre las
relaciones entre Estado, consumo colectivo y vida urbana. En el capítulo que le dedicamos aquí recorremos
sintéticamente los momentos sobresalientes de su investigación: el concepto de estructura urbana y, en
particular, la idea de que no es posible construir una teoría sociológica de la ciudad sin el estudio de la
política urbana, área de conexión entre la intervención del Estado, la lucha de clases y el uso capitalista de la
ciudad y del territorio. El Estado organiza por medio del consumo colectivo la vida cotidiana, apoyando la
gestión de los consumos individuales organizada por el mercado. La política urbana se convierte en el centro
de análisis del fenómeno urbano, puesto que refleja una dialéctica política concreta, la colisión, que existe
desde hace tiempo, dentro de la ciudad capitalista entre el Estado y las clases sociales. La planificación urbana
no es otra cosa que la intervención del aparato político-jurídico que tutela el modo de producción existente y
los intereses que le son inherentes. Los movimientos sociales urbanos tienden. por el contrario, a una
modificación estructural del sistema urbano y apuntan al establecimiento de una nueva relación con el
Estado, erosionando su poder y reforzando la lucha de clases. Esta y otras temáticas abiertas y exploradas
por Castells provocan perplejidad, interés e interrogación. No podría ser de otra manera, puesto que él puso
en marcha procesos no concluidos y, por tanto, no analizables de modo concluyente. Un punto aparece, sin
embargo, en toda su evidente fuerza de persuasión: la cuestión urbana es cuestión política. A este propósito
se podría incluso sostener que se manifiestan más de una convergencia entre los autores examinados en este
ensayo, a pesar de sus distintos exámenes teóricos y metodológicos y de sus distintas experiencias. Hay que
preguntarse, y la interrogación tiene sobre todo un significado político, a qué vienen estos intentos de
desenredar, desde puntos de vista tan distantes, un nudo tan complicado como el desarrollo urbano
occidental. La respuesta debe buscarse en las teorías expuestas que parecen reencontrarse en la preocupación
y en la esperanza de que la ciudad no pierda su carácter de espacio de libertad y de potencial emancipación
colectiva.

14
I. Max Weber y la sociología de la ciudad

La invitación a una nueva lectura de Max Weber nace del convencimiento de que su aportación
representa una etapa importante en la construcción de aquellas hipótesis sociológicas generales que los
estudiosos de la ciudad echan a menudo en falta. La teoría weberiana desarrolla, en efecto, un conjunto de
hipótesis sobre la base de un vasto material histórico-sociológico-político, cuyo examen nos da una respuesta
al problema de los orígenes de un tipo urbano fundamental: la pequeña ciudad medieval. Se trata de una
aportación interpretativa que mantiene todavía hoy todo su valor tanto en el plano teórico como en el
metodológico. Las páginas de Weber son el resultado de un estudio sistemático y global del fenómeno
urbano y de su dinámica en un momento particular de su historia, un estudio que sirve de advertencia a las
tendencias sociográficas comúnmente imperantes en el sector1. El recurso al método históricocomparativo y
el uso del tipo ideal como principal instrumento eurístico permiten a Weber formular el núcleo de una teoría
del desarrollo urbano occidental que pone claramente en evidencia los límites de otros planteamientos, por
ejemplo los de derivación ecológica2.

En páginas sucesivas se seguirá, sustancialmente, el esquema desarrollado en el ensayo Die Stadt,


publicado, después de la muerte del autor, por primera vez en el “Archiv für Sozialwissenschaft und
Sozialpolitik” (Vol. XLVII de 1920 a 1921). Fue redactado probablemente entre 1911 y 1913, aunque im-
portantes ideas desarrolladas aquí están ya presentes en estudios anteriores de Weber3. Este estudio se
incluirá en Economía y sociedad, donde constituye la sección VIII de la parte II, con el significativo título
“La dominación no legítima (Tipología de las ciudades)”4. Las ideas centrales desarrolladas en este estudio
vuelven a estar presentes, admirablemente condensadas, en uno de los últimos escritos de Weber,
Wirtschaftsgeschichte (1919-1920), publicado de forma póstuma en 1923.5

A esta parte del análisis weberiano no se le concedió, a menudo, la debida importancia, al menos con
respecto a otras. En cambio encontramos aquí afirmaciones e hipótesis que, atentamente valoradas, podrían
ser útiles incluso para la interpretación general del pensamiento del autor." Sin duda alguna, la riqueza del
material que Weber presenta en este escrito, que puede considerarse también como una historia parcial de la
democracia europea, se presta a una lectura selectiva bajo varios ángulos; en nuestro caso, ya lo hemos dicho,
es imprescindible evidenciar lo que puede proporcionar un planteamiento para una teoría de la ciudad.

1. Concepto y categorías de la ciudad. El mercado como institución urbana

El intento weberiano de llegar a la definición de ciudad se desarrolla siguiendo variados y múltiples


criterios, hasta el punto de que el lector podría tener una desfavorable impresión de eclecticismo. Se trata, en
cambio, de una manera de proceder cauta y rigurosa en la búsqueda de una definición privilegiada en la
utilización de datos, conceptos y definiciones rehusados in toto o en parte cuando no resulten convenientes
en la confrontación con la evidencia de la historia universal.

Se presentan como funciones que caracterizan el asentamiento urbano; en primer lugar la función
económica, luego la función político-administrativa. Ciertos aspectos típicamente sociológicos adquieren
sucesivamente un relieve central: el “carácter de grupo” de la comunidad ciudadana y la calificación de linaje
del habitante de la ciudad occidental.

De hecho, Weber, al inicio de su estudio, se refiere también a una concepción usual de la ciudad,
basada en un carácter meramente demográfico. La ciudad se formaría por “un asentamiento de casas
estrechamente colindantes que constituyen un asentamiento compacto y tan amplio que impedirá aquel
conocimiento recíproco específico y personal entre los habitantes, tan característico del grupo de vecindad”?

Este y otros fragmentos demuestran, además, la familiaridad de Weber con las teorías europeas sobre
la ciudad y, en particular, con la teoría psicosociológica de Georg Simmel 8 También en otros capítulos de
Economía y sociedad se evoca indirectamente esta teoría que relaciona el comportamiento urbano con
variables como la densidad y la dimensión del asentamiento. Densidad y dimensión se consideran como
condiciones de la ausencia de relaciones primarias en el contexto ciudadano .9 El concepto de comunidad
15
vecinal resultaría compuesto por dos elementos: una vecindad sobre base local y una común situación de
interés, que deriva de la proximidad residencial. Las observaciones más interesantes conciernen, sin embargo,
a la manifestación de este tipo de actuación comunitaria en el contexto urbano y no urbano. “La "comunidad
vecinal" puede naturalmente asumir un aspecto exterior muy diferente según el tipo de asentamiento -cortijos
aislados o pueblo, calles ciudades o "colmena humana"-; y también la actuación de comunidad que representa
puede tener intensidades muy distintas y, en ciertas circunstancias, en especial en las condiciones de la ciudad
moderna, puede a veces bajar casi hasta cero”.'1 Weber continúa con una penetrante descripción de la
relación social en el ambiente urbano, a la que sigue una breve comparación con el ambiente rural:

Aunque tropezamos a menudo, agradablemente sorprendidos, con un alto grado de servicialidad y desinterés entre los
vecinos de una casa pobre de vecindad, lo corriente es la tendencia, no sólo en esa vecindad pasajera del tranvía, del tren, del hotel,
sino en la permanente casa de alquiler, a mantener la distancia a pesar de -o quizá por- la proximidad física; sólo en un
momento de peligro común es posible esperar una cierta acción comunitaria. No podemos detenernos ahora a explicar por qué en
las modernas condiciones de vida y como consecuencia de una dirección específica del “sentimiento de dignidad” operada por ellas
se presenta este fenómeno de forma tan llamativa. Por el momento nos interesa señalar que también las relaciones estables de la
vecindad rural muestran, y ciertamente en todo tiempo, este doble aspecto: el campesino está muy lejos de desear que se
inmiscuyan, aun con la mejor intención, en sus asuntos. La “acción comunitaria” no es la regla, sino la excepción11...

Observaciones de este tipo anuncian incluso las teorías posteriores de Louis Wirth, para quien la
interacción entre diferentes tipos de sujetos en el contexto urbano “tiende a romper la rigidez de las castas y
a complicar la estructura de clase”. Los límites relacionados con una hipótesis de esta naturaleza se
evidencian, sin embargo, en la confrontación con el análisis weberiano, que se cuida de poner en primer
término la incidencia de la variable “poder” con el fin de interpretar el orden y la transformación social en la
ciudad de épocas diversas y de culturas alejadas.12

Weber procede gradualmente en la formulación de su teoría. Después de haber probado, valiéndose de


numerosos casos históricos, la insuficiencia del criterio demográfico, inicia el examen de algunas instituciones
urbanas fundamentales. Este examen le llevará a una primera definición de ciudad elaborada en términos
económicos. En estas páginas encontramos datos y conceptos que se repetirán varias veces en el curso del
procedimiento, especialmente a propósito de la contraposición entre ciudad occidental y ciudad oriental.

Contemplada desde una perspectiva económica, la ciudad es un asentamiento cuyos habitantes


obtienen sus rentas predominantemente por medio de una actividad industrial multilateral y cubren sus
necesidades esencialmente in loco, gracias a una actividad regular de intercambios de bienes. Es más, en
virtud de esta fuerza económica autónoma la ciudad ejerce una influencia determinante sobre el resto del
territorio no urbano.

Hablamos de .ciudad en sentido económico -escribe Weber- cuando la población local satisface una parte económicamente
relevante de su demanda diaria en el mercado local y una parte también esencial mediante productos que los habitantes de la
localidad y la población de los alrededores producen o adquieren para colocarlos en el mercado. Toda ciudad en el sentido que
aquí damos a la palabra es una “localidad de mercado”, es decir, cuenta como centro económico del asentamiento con un mercado
local, en el cual, en virtud de una especialización permanente de la producción económica, también la población no urbana se
abastece de productos industriales o de artículos de comercio o de ambos, y, como es natural, los habitantes de la ciudad
intercambian los productos especiales de sus economías respectivas y satisfacen de este modo sus necesidades13.

Esta definición podría dejarnos un tanto perplejos si no consideráramos la importancia que el mismo
Weber confiere en otros escritos a las instituciones económicas como instituciones particularmente
características de las diversas organizaciones sociales14. Y, dentro de esta perspectiva, el tratamiento del
mercado y la comparación de esta institución con el oikos asume gran relevancia15. El mercado, cargado de
las características ambigüedades del tipo ideal weberiano, fuente y símbolo sobre una base racional, encuentra
en la ciudad europea de la Edad Media su plena y efímera realización como institución propiamente urbana.
Según la definición que podemos encontrar en Economía y sociedad, el mercado se caracteriza por la libertad
de acceso y de mercadería, pero también por normas que lo protegen desde el exterior y racionalizan la
carrera individual hacia el beneficio. En este sentido, cada mercado constituye una forma embrional no tanto
16
del capitalismo, sino más bien del capitalismo moderno: “el sentido económicamente racional de las reglas de
mercado se ha incrementado históricamente con el aumento de la libertad formal de mercado y de la
universalidad de su acceso”.16 Cada mercado es, por tanto, un intento de conciliación entre libertad
personal, tal como viene concedida por la racionalización, y disciplina de grupo, de comunidad. Así pues, la
definición de la ciudad supera con mucho la perspectiva económica, puesto que tiende ante todo a subrayar
la diferencia social y política entre oikos y ciudad económicamente definida por el libre mercado.

De la parcial libertad de los actores en el mercado, regulado siempre por normas de varios tipos, nace
una nueva y peculiar relación. Entre compradores y vendedores se establece un contrato social, voluntario y
fugaz; se desarrolla una relación entre extraños, y esta relación favorece el abandono, aunque sólo sea
temporal, de otros grupos sociales relativos a los varios actores contratantes. El que forma parte de un oikos
o de una ciudad-principado 17 no es, en cambio, un verdadero sujeto económico en cuanto que está
condicionado por la economía del oikos o, al menos, por la capacidad de adquisición de la administración del
príncipe. Bajo este perfil se justifica la adopción (aunque parcial) de una definición económica de ciudad. La
efímera asociación mediante intercambio de bienes en el mercado constituye para Weber el arquetipo de la
acción social racional.

Esta asociación se realiza exclusivamente entre las dos partes interesadas, pero dentro de un marco
más amplio donde se mueven indiferentemente todos los interesados en el comercio. El comerciar
presupone siempre una actuación de comunidad en cuanto que las ofertas hechas en el mercado se dirigen de
forma anónima a la potencial parte adversaria y a probables concursantes, conocidos o no. La comunidad de
mercado así constituida favorece una serie de relaciones impersonales (“secundarias”) entre los
interesados.18

H. P. Bahrdt -en su perspicaz examen del análisis de Weber- hace notar que el margen de libre elección
de quien actúa en el mercado se fija por el hecho de ser dueño de sus propias decisiones, es decir, por el
hecho de ser un verdadero y propio sujeto económico.19

El mercado -dice- es la forma más antigua de una esfera pública en sentido sociológico... donde existe una tendencia a la
constitución de una ciudad, en el sentido descrito por Max Weber, donde la autonomía cotidiana está relacionada
permanentemente con el mercado; la parte de esfera pública perteneciente a la masa de los ciudadanos no es sólo una excepción
festiva, sino una forma cotidiana de la conducta social. Esto hace posible, y hasta cierto punto verosímil, el desarrollo de otras
formas de esfera pública, como, por ejemplo, una esfera pública política.20

El comportamiento social urbano recibe su connotación original por parte de la economía ciudadana.

Según esta hipótesis, Bahrdt formula una teoría de la ciudad como sistema donde se manifiesta una
tendencia a la polarización, en los dos términos de aglomeración social pública y privada, con la desaparición
de los sectores intermedíos de la vida. Se revaloriza así, bajo el perfil eminentemente sociológico, la teoría
“económica” de Weber. Lo que Bahrdt no dice (y Weber nos lo advierte implícitamente) es que puede
practicarse una transformación de las condiciones de mercado a la que corresponderá necesariamente una
transformación en la esfera urbana.21

Intentaremos reflexionar sobre estas transformaciones, tan cercanas a nosotros, y sobre los efectos en
el sistema social urbano, aceptando la hipótesis de Bahrdt según la cual desde el mercado se desarrolla la
esfera pública, y desde ésta, otros subtipos de esferas públicas (como, por ejemplo, la esfera pública política).
La vida de una aglomeración se califica tanto más urbana, cuanto más intensamente se manifiesta la
polarización y la relación entre esfera pública y esfera privada. Ahora bien, frente a una transformación de
aquellas condiciones económicas que parecen hallarse en el origen de la forma urbana autónoma occidental,
nos podemos encontrar ante una extensión desmedida de la esfera privada y ante una sustancial
desnaturalización de la esfera pública: de hecho, la mayoría de los actores en el mercado controlado por los
nuevos monopolios no son ya verdaderos y propios sujetos económicos.

17
El resultado natural de esta reestructuración de mercado podría ser la desaparición de la “ciudad” y la
vuelta a formas comparables a las de un nuevo oíkos. Pero, como veremos, el mismo Weber rehúsa esta
interpretación económica de la ciudad por prevaleciente y exclusiva y desarrolla otros órdenes de con-
sideraciones.

Hay que reconocer que el esquema de Bahrdt permite una interesante extrapolación de la definición
económica de ciudad que debemos a Weber. Sin embargo, a este propósito se imponen dos observaciones.
El discurso de Bahrdt es una síntesis inteligente, pero descriptiva, de un estado de hecho, que se traduce en
lo sustancial en una interpretación limitativa del análisis weberiano. Además de la tesis implícita de la
desaparición del mercado entendido como símbolo de una esfera pública, Weber aspiraba a una
interpretación explicativa del fenómeno. Weber va más allá de esta definición económica no tanto por el
hecho de encontrarla poco extensiva para la caracterización de los fenómenos sociales que le interesan, o
para la definición de una idea personal de democracia, sino más bien porque su meta es la investigación
histórica de aquellos factores capaces de explicar el desigual desarrollo de las formas urbanas.

Esta búsqueda se cumple precisamente a través de la confrontación entre fenómenos económicos,


sociales y políticos. El problema de las relaciones entre esfera política y esfera económica reviste una
importancia particular en el ensayo sobre la ciudad. En este sentido se debe valorar también la decisión de
Weber de intentar superar una simple definición económica. La posición teórica de Weber sobre las
relaciones entre economía y política es particularmente clara en este texto: el paradigma, resultado de las
ejemplificaciones históricas, “se basa en dos proposiciones: 1) los grupos son el sostén de las actividades, de
los intereses y de los sistemas económicos; 2) el desarrollo de la actividad económica depende de la lucha
política entre estos grupos”22. La realización del mercado depende, entonces, del conjunto de leyes que
regulan la evolución histórica: leyes que recurren siempre a los elementos constitutivos de las instituciones
políticas23 pero también leyes del desarrollo de la civilización “racional”. El estudio weberiano sobre los
efectos sociales de la presencia y de la desaparición del mercado desemboca en una conclusión pesimista
sobre las chances de supervivencia de la democracia en la sociedad moderna, una conclusión en la que, se
aleja (no interesa aquí establecer si legítimamente o no) de teorías como la de. Bahrdt.

El mercado, tal como aparece en sus efímeras realizaciones, no es otra cosa sino una simple etapa
reservada, gracias a un “milagro” querido por la historia, a una sociedad particular. De las definiciones
“complementarias” de ciudad se deduce claramente que las mejores realizaciones del mercado, asociadas al
desarrollo del urbanismo típico de la Edad Media occidental, provienen del efecto de una acumulación de
factores favorables y difícilmente reproducibles. Resulta evidente que las mismas condiciones de desarrollo
del mercado acaban por ahogarlo. El mercado representa el estadio inicial, apenas delineado, de la
reglamentación burocrática del capitalismo moderno, compatible con la libertad individual y el espíritu de
comunidad sólo si permanece en este estadio. El profundo pesimismo político de Weber se extiende también
a la visión de la experiencia urbana.

Para concluir, por lo que se refiere a la función económica ciudadana, es necesario recordar que Weber
elabora una tipología de las ciudades en relación a una pluralidad de aspectos que esta función puede asumir.
Una tipología muy importante es la de la ciudad de consumidores. Se presenta -con matices diferentes24 - en
los lugares donde domina la residencia de “grandes consumidores” que gastan in loco sus rentas procedentes
del exterior de la ciudad. A esta tipología se contrapone la ciudad de los productores, cuya capacidad de
adquisición se basa en la industria que abastece otros territorios. Además de la ciudad industrial, como tipo
ulterior, se distingue la ciudad de comerciantes, cuyo poder adquisitivo, como el de la ciudad de productores,
está fundado en actividades desarrolladas in loco. En este caso no se trata todavía de una producción
garantizada por los emprendedores industriales, por otros profesionales y por los obreros, sino más bien de
la distribución de bienes y de productos industriales efectuada por los comerciantes y por una industria de
transportes.

La alusión a ciudades metropolitanas como sede de financieros y de grandes bancos, o de grandes


sociedades por acciones y de centrales de “carteles”, tiene particular interés para la interpretación del
fenómeno del centro de la ciudad. La concentración de importantes beneficios por parte de las grandes
18
empresas en estas ciudades, donde operan los dirigentes del sistema industrial, condiciona su expansión y
crea una especialización de la instalación con privilegio del centro, pernio propulsor de la vida económica
urbana25.

Pero el concepto de “ciudad” puede y debe comprenderse -escribe Weber- no sólo dentro de una serie
de conceptos económicos, sino también dentro de una serie de conceptos políticos. Una característica
importante tanto por el concepto político de ciudad, como por la historia de la estructura urbana, es la ciudad
como sede de una fortaleza y de una guarnición. Se trata de una característica completamente desaparecida
actualmente y que tampoco estaba muy difundida en el pasado. Sin embargo, “generalmente la ciudadela y las
murallas son propias de la ciudad oriental y de la antigua ciudad mediterránea, y así aparecen en el normal
concepto de ciudad de la Edad Media”26. En correspondencia con los diversos grados de desarrollo de la
forma urbana se individualiza así una diferente configuración política y militar del grupo de poder que crea el
proceso evolutivo de la ciudad o que participa en él. Este es el punto ímportante que debemos tomar en
consideración cuando tratamos de la ciudad medieval occidental.

Una vez más Weber nos guía hacia coriceptualizaciones ulteriores, que le permiten concluir su
investigación con una definición en la que se presentan, al lado de variables precedentemente analizadas,
nuevos caracteres de naturaleza propiamente sociológica.

No toda “ciudad en sentido económico, ni toda fortaleza que en sentido políticoadministrativo suponía un derecho
particular de los habitantes, constituyen un “ayuntamiento”. El ayuntamiento urbano, en el pleno sentido del vocablo, como
fenómeno extendido, únicamente lo ha conocido el Occidente. También lo conoció una parte del Oriente Medio (Siria y Fenicia,
acaso Mesopotamia), pero sólo temporalmente y en germen. Pues para que se produjera este fenómeno era precisa la existencia de
asentamientos de carácter industrial-mercantil bastante pronunciado con las siguientes características: fortaleza, mercado, tribunal
propio y derecho al menos parcialmente propio, carácter de grupo social y en consecuencia una autonomía y autocefalia aunque
sólo fuese parcial, con una administración por parte de los órganos de autoridad en cuyo nombramiento los ciudadanos participan
de algún modo27.

Se perfilan así los trazos esenciales de la ciudad occidental, como sistema de fuerzas e instituciones que
forman un cuerpo social peculiar y autónomo, el cual madura sólo en condiciones especiales en ciertas partes
del mundo, en una determinada época. Las ciudades asiáticas no presentan un carácter de grupo autónomo;
desconocen el concepto de ciudadano en contraposición al concepto de campesino. El habitante de la ciudad
china, del pueblo ruso y de la ciudad india podía eventualmente pertenecer a organismos profesionales
(asociaciones, corporaciones locales) con sede en la ciudad. Podía incluso ser miembro de distritos
administrativos que correspondían a la subdivisión de la ciudad en áreas donde se ejercía el derecho de los
funcionarios de policía y donde los ciudadanos disfrutaban de algunas atribuciones. Pero. jamás disfrutaban
de un derecho procesal como ciudadanos y tampoco conocían los tribunales elegidos por ellos mismos de
forma autónoma28.

Weber suministra en Die Stadt, en Wírtschaftsgeschichte y en las investigaciones sobre antiguas


religiones numerosos datos descriptivos sobre la estructura político-social de las ciudades orientales. Intenta
explicar, de esta manera, las razones por las que estas ciudades desconocen el derecho de ciudadanía y el
carácter “corporativo” de la ciudad homo organismo “autocéfalo”. Esta parte del análisis, aunque de carácter
marcadamente histórico, tiene un relieve de primer orden en el ámbito de la sociología urbana weberiana.

2. La ciudad oriental

En Mesopotamia, en Egipto y, sobre todo, en la antigua China las ciudades constituían a menudo el
resultado de una selección arbitraria del poder absoluto. El jefe político y militar con su séquito era el
fundador y el dueño indiscutible.

Se impedía, o al menos se limitaba, cualquier forma de organización comunitaria de los residentes. El


habitante de la ciudad no perdía sus pertenencias sociales precedentes. Continuaba siendo miembro de un
grupo familiar, de una tribu, de un pueblo, y debía obedecer las normas que regían la vida de estas institu-
19
ciones. Además, los cultos religiosos de las diferentes familias y las sanciones que consolidaban las uniones
de clan de cada individuo impedían poderosamente las transformaciones de un grupo de ciudadanos en un
organismo unitario de individuos dotados de los mismos derechos y de los mismos deberes. La familia de
origen confería asimismo a sus miembros el status social. Ouien perteneciera a las familias dominantes no
disfrutaba de derecho político alguno; quien, en cambio, los disfrutaba gracias a su nacimiento seguía
manteniendo su relación tradicional con el clan, puesto que únicamente éste legitimaba su participación en el
gobierno de la ciudad.

El punto fundamental es, sin embargo, el siguiente: la ciudad oriental representa la manifestación
concreta de la potencia soberana, que la crea y regula su vida. La ciudad oriental es una ciudad
“heterodirigida” por excelencia.

La ciudad fue en gran medida en todo el mundo un asentamiento común formado por gentes extrañas a la localidad. El
príncipe guerrero chino, el mesopotámico, el egipcio y hasta en ocasiones el griego funda la ciudad y la “desfunda”, y no sólo
asienta en ella a quien. libremente se ofrece, sino que, si hace falta y le es posible, la puebla con material humano robado. Esto
ocurre sobre todo en Mesopotamia, donde los asentados tienen que construir primero el canal que hará posible el nacimiento de la
ciudad en el desierto. Pero, como el príncipe sigue siendo el señor absoluto, con su aparato administrativo y sus funcionarios, no
surge ayuntamiento alguno ni siquiera en germen. Los asentados continuaban siendo a menudo tribus diferentes sin connubio
recíproco. Y donde no ocurría esto, los asentados seguían perteneciendo a sus anteriores asociaciones locales y clanes29.

En la economía del análisis weberiano la antigua China y la India representan los casos más
interesantes de sistemas sociales donde se desarrolla una forma urbana antitética a la occidental.30 Hay que
examinarlos uno por uno.

Confirmando las tesis principales de la investigación de Weber, Etíenne Balazs sugiere que todos los
términos usados para indicar el asentamiento urbano en China reconducen al período feudal y recuerdan,
aparentemente, aquellos mismos elementos (fortaleza, muralla, mercado) a los que usualmente nos hemos
referido cuando elaboramos las varias teorías sobre el desarrollo urbano de Occidente31.

La ciudad china se desarrolla desde la periferia hacia el centro: las murallas y las puertas son sus partes
fundamentales, muestras distintivas de la ciudad. Geomancia y culto religioso influyen, junto con el poder
político, en la edificación del asentamiento urbano. Las murallas, construidas en primer lugar, constituyen
junto con el palacio del soberano la parte más significativa de la ciudad, concebida globalmente. El espacio
cercado por las murallas se llenará lentamente de viviendas y de edificios “públicos”, incluidos todos en un
esquema urbanístico simple y preordenado. Las ciudades se subdividen en barrios rectangulares cercados a su
vez (la forma en ángulo recto tiene un fundamento religioso); las calles son siempre ortogonales# El paso de
un barrio a otro se efectúa por medio de verjas que se abren sobre las calles principales sólo durante el día;
después del ocaso cada barrio queda completamente separado de los otros, y la ciudad se transforma en un
ordenado complejo de “ghettos” sobre los que la policía imperial puede ejercer un amplio control. En el
centro -también cercado por murallas y cuidadosamente vigilado- se encuentran los palacios de la
administración imperial. A su lado el mercado, cuya actividad, precios y abastecimientos se controlan
severamente.32

Desde un perfil económico, la ciudad china puede asimilarse al tipo de ciudad de consumidores, dado
que la economía ciudadana se rige predominantemente mediante el consumo de las rentas de las autoridades
y de las clases acomodadas, rentas “políticamente determinadas” 33 Uno de los raros elementos de
diferenciación (prácticamente el más importante) entre las ciudades chinas es su -rango”, carácter que se
relaciona únicamente con el “rango” de los mandarines que allí residen para el ejercicio de sus funciones.

La ciudad, fundada por la autoridad para obtener ventajas económicas sobre base fiscal, se incrementa
demográficamente con el traslado forzoso ' de la población; la sinecia coactiva es un proceso normal que
implica incluso numerosos grupos familiares acomodados 34 Así pues, la prosperidad de la ciudad no deriva
del espíritu emprendedor de los ciudadanos, sino de la eficacia de la administración imperial y, sobre todo, de
la reglamentación de las aguas. Weber, sin embargo, no ignoraba que las asociaciones organizadas sobre
20
bases profesionales ejercieron durante cierto período una absoluta soberanía sobre sus miembros; proveían a
una serie de funciones (asistencia y gastos procesales, asistencia económica, etc.) que en el contexto
extraurbano asumía el clan35.

Es más, estas organizaciones podían incluso limitar el poder de los funcionarios locales.

El funcionario chino se hallaba por lo regular absolutamente impotente ante las asociaciones locales, profesionales y de
clan, cuando éstas hacían un frente unido en circunstancias particulares, y perdía su cargo en los casos en que se le hacía una
seria oposición común. La obstrucción, el boicot, el cierre de tiendas y el abandono del trabajo por parte de los artesanos y
comerciantes en caso de opresión concreta eran cosa cotidiana (en tiempos de la monarquía burocrática) y limitaban el poder del
funcionario... Por otra parte, encontramos en China y en la India ciertas competencias concretas de las guildas o de otras
asociaciones profesionales por la necesidad de facto que tiene el funcionario de ponerse de acuerdo con ellas. Ocurría asimismo que
los jefes de estas asociaciones aplicaron varias medidas coactivas contra terceros. Pero en todo esto no existe normalmente otra cosa
que el poder de hecho de determinadas asociaciones en determinados casos, que afectan a sus concretos intereses de grupo. Por lo
general, no hay una asociación común representativa de una comunidad de ciudadanos en cuanto tales. Este concepto falta por
completo. Falta sobre todo la calificación específicamente estamental de los habitantes de la ciudad36.

Por otro lado, el poder de los funcionarios imperiales en sus manifestaciones normales, es decir,
cuando no lo ejercían de forma abusiva, impide cualquier comportamiento independiente por parte de
grupos que sobre la base del poder económico podrían minar el orden político-social tradicional. Los
funcionarios controlan el mercado tasando las mercancías y las contrataciones, fijando precios y el tipo de
interés como compensación a la paz de mercado, garantizada por sus autoridades. Llegaban incluso a
controlar la calidad de algunos productos e impedían que los que pertenecían a ciertos estratos sociales
usasen un tipo de vestido no conforme a su status. En definitiva, impedían que surgiese en la ciudad una
política económica sobre base autónoma 37 La casta de los burócratas era, sin duda alguna, el grupo social
más influyente en el ámbito urbano, y su constante acción de vigilancia obstaculizaba el desarrollo en la
ciudad de aquellas fuerzas innovadoras que en Occidente llevaron a la formación del municipio.

En cambio, los pequeños pueblos disfrutaban de ciertas libertades. Quien quería huir por un motivo u
otro de la ciudad y de la opresión de los burócratas se refugiaba a la sombra de la “confederación de los
ancianos, que era casi omnipotente. Los notables del lugar gobernaban de forma autónoma el pueblo, que se
libraba así con cierta facilidad de la autoridad imperial38. Por lo demás, incluso el “ciudadano que se
enriquecía mantenía relaciones personales con el clan y con el pueblo de origen, mientras que no mostraba
interés alguno en desarrollar relaciones de solidaridad con otros potenciales “burgueses 39

En suma, como obvia consecuencia de la autoridad burocrática y de la ausencia de autonomía política


en la vida de la ciudad china, no existe el fenómeno de un ejército ciudadano basado en la autofinanciación.
El poder militar era de hecho, de exclusiva competencia del poder imperial. Weber atribuye la falta de
organismos públicamente reconocidos que regularicen de forma libre y cooperativa la industria y el comercio
-organismos de los que se beneficiará la economía medieval occidental- a esta impotencia militar de las
corporaciones y de las ciudades40.

Para concluir: en China no se desarrolló nunca el concepto de ciudad como entidad independiente. No
se desarrolló una administración autónoma, ni existió una elaboración de leyes ciudadanas; la ciudad china no
reivindicó nunca sus derechos frente al gobierno de las provincias y al gobierno central.

La ciudad china permanecerá como centro administrativo de un área más amplia, sin adquirir el
carácter de municipalidad41.

Weber desarrolló análogas consideraciones respecto a la ciudad de la India. Este inmenso país estaba
formado por poblaciones étnicamente diferentes y había sido víctima repetidas veces de invasiones. Los
conquistadores, sobre la base del principio de la endogamia, favorecieron el sistema de las castas. Este
principio, que regula el connubium, fue más tarde reforzado por creencias mágicas que atribuían al individuo
derechos y deberes sobre bases adscritas. Los conquistadores, además, contribuyeron a la particular
21
caracterización de los asentamientos, que no variará con el tiempo y que relegará la ciudad a un papel
marginal. Los nobles viven en los pueblos de sus antepasados y tienen bajo su control a campesinos,
artesanos y parias. Todos estos grupos están exclusivamente al servicio de las castas dominantes. Los
productos de marcada especialización artesanal quedan confinados dentro del pueblo y de la residencia
principesca; no se desarrolla aquel fenómeno de mercado libre que tanta importancia tiene en la historia de la
ciudad occidental42.

Vicisitudes sucesivas acompañan al desarrollo de las corporaciones en la India; éstas aparecieron con el
budismo y florecieron especialmente alrededor del siglo III a.C. Como se sabe, eran organizaciones que
reagrupaban sobre bases hereditarias a los comerciantes y que adquirieron relieve sólo cuando éstos, gracias a
sus riquezas, podían apoyar con el préstamo a este o a aquel príncipe en las luchas intestinas. Naturalmente
se ha de recordar que a la organización de las corporaciones se superpone el sistema de castas, que establece
rigurosamente -sobre una base religiosa- quién debe dedicarse a las diferentes formas de comercio, etc43.

Don Martindale y Reinhard Bendix hacen notar -con Weber- que, cuando apareció el budismo y el
jainismo, estaban presentes todas las condiciones de un considerable desarrollo urbano: estas religiones, sin
embargo, eran re ligiones de paz, que impedían un desarrollo urbano fundado sobre un poder militar
autónomo. Las ciudades permanecieron siempre en manos de los príncipes ,44 y el poder económico de las
corporaciones jamás se convirtió en poder político.

La influencia tradicionalista de las castas fue determinante... en la India -después del triunfo de los reyes patrimoniales y
de los brahmanes (en oposición al clan)- la casta endógama y con exclusiva impidió la formación de una asociación de ciudadanos
basada en una igualdad jurídica general, sacra y urbana de connubium, de comensalidad y de solidaridad frente al exterior...
dándose la circunstancia de que la India contaba con una población que, desde el punto de vista jurídico, era rural en un noventa
por ciento, mientras que en China las ciudades poseen una importancia mucho mayor45.

3. La ciudad occidental

La ciudad occidental medieval, y en particular su tipo ideal, desarrollado en Italia y en la región al


Norte de los Alpes, se presenta de forma claramente antitética a la ciudad oriental, aunque en ambas se
encuentren instituciones similares. La ciudad medieval, como la ciudad asiática, es de hecho sede de mercado,
sede de actividad productiva y está provista de una fortaleza. En ambos tipos encontramos la presencia de
corporaciones artesanales y de asociaciones de comerciantes. Son asimilables, en suma, por la heterogeneidad
social de sus habitantes46.

Pero un examen más atento nos revela dos caracteres esenciales que las diferencian; dos condiciones -
que con la aportación de otras variables permitirán el desarrollo de modernas ciudades industriales sólo en
Occidente: una diferencia en el derecho sobre el suelo urbano y una distinta posición jurídica personal para el
habitante de la ciudad. El suelo urbano podía venderse libremente, se convertía en un instrumento de crédito
y adquiría el valor de capital, amparando la función mercantil ya prevalente 47 y favoreciendo una libre
edificación de la ciudad 48.

Además, como dice un viejo proverbio: “El aire de la ciudad nos hace libres” (Die Stadtluft macht
frei). La ciudad es un lugar de emancipación de la servidumbre gracias al provecho obtenido de una libre
actividad económica.

El desarrollo de las fuerzas económico-comerciales generaba un proceso de urbanización que era


necesario favorecer y salvaguardar: el siervo, de hecho, después de cierto período de tiempo de permanencia
en la ciudad ya no podía ser reclamado por su dueño. “La ciudadanía usurpaba así la facultad de ruptura del
derecho señorial, y ésta fue una gran innovación sustancialmente revolucionaria de la ciudad occidental de la
Edad Media... Las diferencias de clase desaparecían por tanto en la ciudad, al menos en cuanto comportaban
una diferencia entre libertad y no libertad normal49.

22
El nacimiento de nuevas solidaridades y la pérdida de antiguas pertenencias sociales refuerzan la típica
comunidad urbana medieval. Esta, “como grupo asociado en forma institucional, dotado de órganos
especiales y característicos”, queda constituida por individuos que, en calidad de pertenecientes a una ciudad,
ingresan en la jurisdicción de un derecho común exclusivo para ellos. Los ciudadanos constituyen un grupo
“concebido como un hermanamiento”, acompañado de un relativo símbolo religioso (santo patrono de la
ciudad) que refuerza con la actividad del culto la relación comunitaria.

La ciudad medieval era, pues, una comunidad de culto cristiano, fundada en la relación que unía a cada
ciudadano por su pertenencia a un grupo confesional; no se trataba de una unión ritual de diferentes clanes.
“La plena idoneidad en formar parte de la comunidad eclesiástica, y no -como en la Antigüedad (y en la
ciudad oriental)- del clan que poseía todo poder ritual, constituía el presupuesto de la calificación de
ciudadano” 50. Es más, el cristianismo, que fue la religión de dichas comunidades -tan renovadas en muchos
aspectos y sin los límites mágicos ni los tabúes de las ciudades orientales-, eliminó cualquier función religiosa
relacionada con el grupo familiar de origen.

“Los clanes perdieron muy pronto toda importancia como elementos constitutivos de la ciudad. Esta
se convirtió en una confederación de ciudadanos particulares [...], de modo que la pertenencia de los
ciudadanos a comunidades extraciudadanas perdía prácticamente cualquier significado frente a la comunidad
ciudadana.” 51 Por lo menos en aquellos casos en que la ciudad se fundaba libremente y no por graciosa
concesión señorial, el ciudadano “entraba a formar parte de la ciudadanía como individuo particular, y como
tal prestaba el juramento de ciudadano. La pertenencia personal a la asociación local de la ciudad, y no al clan
o a la tribu, garantizaba su posición jurídica personal de ciudadano”52.

Weber, siempre fiel a su teoría plurifactorial, pone de manifiesto cómo este debilitamiento de la
comunidad doméstica y de su autoridad, típico del Occidente medieval, se debía a la intervención decisiva de
nuevas fuerzas económicas que creaban nuevas asociaciones fundadas sobre una base racional 53 Y es
exactamente aquí, en la descripción de las fuerzas sociales y económicas que acompañan los albores del
proceso de desarrollo urbano occidental, donde el lector podrá encontrar la confirmación de la debilidad de
la tesis de los que sostienen que la hipótesis weberiana considera exclusivamente la variable de los valores
culturales54.

La teoría de Weber sobre los orígenes de la ciudad occidental recuerda incluso el punto de vista de
Marx, en cuanto que la transformación social en ambiente urbano se contempla como una transformación en
las posiciones de los grupos sociales fundamentales, provocada por interacción y por conflicto. El conflicto
de intereses económicos, políticos y sociales se encuentra en la base de la ciudad occidental, en su estado
naciente.55

Sin embargo, Weber tomó en consideración las variables de naturaleza económica, pues éstas
representan una manifestación externa del poder social de determinados grupos. La solidaridad entre
ciudadanos forma lo que Weber llama “el sostén de la actuación de grupo” y constituye una respuesta-
oposición a las presiones. practicadas desde el exterior56.

Veamos ahora, brevemente, cómo se caracteriza sociológicamente los orígenes de la ciudad occidental.

Al realizar el análisis de este proceso es necesario distinguir entre los aspectos decisivos desde la perspectiva sociológica y
política, cosa que no siempre ha ocurrido en la pugna de las “teorías que tratan de explicar el fenómeno “ciudad”. Desde el
punto de vista jurídico-formal, lo mismo la corporación de los burgueses que sus funcionarios se constituyeron “legítimamente”
mediante privilegios (reales o ficticios) de los poderes políticos y en ocasiones también de los señores territoriales. Pero la realidad
sólo parcialmente correspondió a este esquema jurídico-formal. A menudo, y precisamente en los casos más importantes, ocurrió
algo bien diferente, una usurpación revolucionaria desde el punto de vista jurídico-formal57.

Génova y Colonia constituyen ejemplos -citados por Weber- de antiguas y grandes ciudades, cuyos
“ciudadanos” deciden fundar de nuevo políticamente la comunidad urbana sobre la base de un acto de
hermanamiento jurado, que tiene como finalidad la usurpación del poder constituido.
23
La coniuratio ordena una preexistente situación de anarquía. En las ciudades se entrecruzan
pretensiones diversas de poder, que proceden de la autoridad episcopal, de los grandes feudatarios y del
poder regio; pero el grupo jurado, constituido por la comunidad entera, prevalecerá sobre la base de la
posesión exclusiva de potencia militar dentro de las murallas urbanas. El desarrollo de un verdadero y propio
movimiento revolucionario contra los vínculos feudales aportará conquistas políticas. Demolidos los castillos
imperiales, episcopales y señoriales, no se permitirá la construcción de otros dentro de un determinado radio
del área urbana, prohibiéndose asimismo a las autoridades tradicionalmente hostiles residir dentro de las
murallas.

Las bases diferentes de la ciudad occidental con respecto a la oriental resultan también evidentes en la
diferente caracterización sociológico-económica de la fuerza militar. En Oriente un soberano dirige
burocráticamente la potencia militar; se obtiene así “la separación del soldado de los medios bélicos y la
impotencia militar de los súbditos [...] el ciudadano era un no-militar”58. En Occidente impera, en cambio, el
principio del autoequipamiento del ejército, lo que tiene como consecuencia, por un lado, la independencia
militar del ciudadano particular y, por otro, que el señor debe basar su potencia militar en la obediencia de los
componentes del ejército, hallándose impotente ante el surgimiento de grupos que rehusan obedecer sus
sucesivas pretensiones económicas y que pueden armarse autónomamente. Y es sobre estas bases -indica
Webercómo se puede explicar el nacimiento autónomo de las comunidades ciudadanas corporativas.

¿Cuáles son las características de los varios tipos de unión existentes en la ciudad medieval? “Las
ciudades no "surgieron de las corporaciones", como a menudo se pensó, sino, al contrario, las corporaciones
han tenido generalmente su origen en las ciudades.” 59 Estas asociaciones, en su origen, no tenían finalidades
políticas, sino que proveían a toda una serie de funciones desarrolladas en el territorio extraurbano por clan,
lo que también ocurría, como se recordará, en la ciudad china. Las corporaciones asistían a sus miembros
cuando eran amenazados personalmente, y en caso de necesidad económica; moderaban los conflictos entre
los miembros; organizaban periódicamente banquetes y representaban los intereses económicos comunes
siempre que era necesario. Las corporaciones -una vez conquistado el control de la ciudad- emprendieron
una política económica urbana, cuyo objetivo principal era el mantenimiento de la actividad y del nivel de
subsistencia 60. Otras finalidades consistían en proteger el mercado ciudadano del uso indiscriminado de los
campesinos61, proteger al artesanado de la competencia no sólo exterior, sino también de la de otros
artesanos cofrades. A la artesanía se reserva el mercado ciudadano, defendiéndolo de la importación de
ciertos productos; la corporación se preocupa también de que nadie se enriquezca a expensas de otros, fija
los horarios de trabajo, impone los precios, prohíbe la propaganda del producto, establece las técnicas de
trabajo, etc. El monopolio del oficio tiene como contrapartida la eliminación de la iniciativa no controlada
por la comunidad: se crea así una síntesis feliz, jamás repetida, entre individuo y colectividad; la estabilidad de
la producción es la condición del equilibrio comunitario.

A veces, pero no siempre, en la investigación weberiana permanecen en la sombra algunos elementos


indicativos de la parcial democraticidad del tipo urbano occidental. Piénsese en la estratificación jerárquica en
el seno de la corporación y, sobre todo, en la presencia de masas “proletarias que en su crecimiento
romperán, en un momento sucesivo, el precario equilibrio político de la comunidad62. Pero en este punto
nada podemos reprochar a Weber; su análisis no traiciona por cierto su primera finalidad: la individualización
de la tipicidad originaria de la ciudad occidental 63

4. La ciudad aristocrática y la ciudad plebeya

La contraposición entre los dos tipos urbanos, ciudad oriental y ciudad occidental, mencionada con
anterioridad, se funda en la individuación de caracteres peculiares del comportamiento urbano en contextos y
épocas distintos. No obstante, esta dicotomía no excluye, como cualquier otro fenómeno sociológico, que los
tipos ideales “se entrecrucen doquiera y continuamente”. El análisis de Weber sobre la ciudad se desarrolla y
se completa, de hecho, con el tratamiento de tipos urbanos comprendidos en los anteriores y que los
complementan.

24
Por ejemplo, Weber distingue dos “subtipos” dentro del tipo fundamental de la ciudad occidental, la
ciudad antigua y la ciudad medieval. En primer lugar, a la ciudad antigua le faltó siempre aquel carácter
“corporativo” peculiar de la ciudad medieval; en segundo lugar, mientras que en la ciudad antigua rigen las
formas de desigualdad, en la ciudad de la Edad Media existe una tendencia a la igualdad de clases, es decir,
que la ciudadanía tiende a absorber las diferencias sea de status, sea de clase,

En el Occidente medieval existe además un claro contraste entre la ciudad del Norte y la ciudad del Sur
de Europa. En el Norte uno de los privilegios de los ciudadanos era el de prohibir la residencia urbana a las
familias de la nobleza; en el Sur -como ya hemos visto- ocurre lo opuesto: la aristocracia tiende a elegir la
ciudad como residencia propia estable. En el Norte tiene lugar la reacción de la aristocracia que cierra sus
puertas a las grandes familias burguesas; en el Sur, en cambio, existe una conmistión más o menos pacífica
que favorecerá sobre todo el desarrollo económico de la ciudad. Weber hace notar, además, que en el Sur la
nobleza era una fuerza militarmente consistente y peligrosa para la autonomía de las ciudades. Estas últimas
tenían gran interés en ganarse los favores de los nobles, aliarse con ellos y atraerlos dentro de las murallas. En
caso de hostilidades, los caballeros habrían podido impedir fácilmente el abastecimiento alimenticio de la
población urbana, aun cuando no fuese tan fácil apoderarse por la fuerza de una plaza cuya defensa se
hubiese preparado adecuadamente .64

Es en extremo importante la contraposición entre el tipo de ciudad aristocrática y el tipo de ciudad


plebeya. El tipo de ciudad aristocrática se configura tanto en la polis griega del siglo VIII a.C., como en
algunas ciudades italianas de la baja Edad Media.

¿Cómo se caracteriza el tipo urbano aristocrático en la Grecia antigua? En la mayoría de los casos nos
encontramos ante una ciudad costera65, en cuyos orígenes existe un proceso de sinecia. De hecho, el
asentamiento común derivaba de la vecindad de grupos de notables, poseedores de fundos (linajes), que se
amparaban bajo la protección de una fortaleza con la condescendencia de la voluntad regia o en acuerdo no
forzado con ella. “El elemento esencial para la constitución de la polis -escribe Weber- era, sin embargo, en
línea teórica, el hermanamiento de los linajes en una comunidad cultural o, dicho de otra manera, la
sustitución de los pritaneos dé cada linaje por el ayuntamiento de la ciudad, donde los pritaneos celebran
juntos sus banquetes”66. Sin embargo, nos apresuramos a afirmar que no se trataba de un hermanamiento
análogo al medieval, puesto que existía el culto exclusivo del linaje, lo que constituye la forma estable de culto
que opera cotidianamente. El exclusivismo sagrado de los clanes entre ellos mismos y hacia los extraños no
desaparecerá hasta el advenimiento del cristianismo -fenómeno principal de la ciudad- después de algunas
etapas esenciales: profecía hebraica, milagro de Pentecostés y, por fin, actitud revolucionaria de Pablo hacia
los no circuncisos en Antioquía67.

Otra especie del genus “ciudad aristocrática” se encuentra, como ya hemos visto, en siglos sucesivos en
algunas ciudades italianas. En ciertos casos la ciudad se desarrolla en la forma típica de un grupo de clase,
aunque dirigido por un círculo más o menos amplío de notables; no se realiza, por tanto, el tipo “puro” de
ciudad occidental, o se realizará sólo en momentos posteriores a esta fase de transición, después de “una
serie de revoluciones”.

Incluso en este caso, Weber designa el grupo de notables -verdadera y propia clase dominante- con el
nombre de “linajes”. El período en el que los linajes manifiestan su influencia se definirá como “el período
del poder aristocrático”. A todos los linajes “era común el hecho de que su posición de potencia social se
apoya en la posesión inmobiliaria y en una renta que no derivaba de una propia empresa industrial... En la
Edad Media su clase quedaba determinada, de modo específico, por una característica de conducta externa,
es decir, por una conducta de vida caballeresca”68. Una norma de casta prohibía, de hecho, a todos los
miembros de aquellos linajes que tenían una influencia importante cualquier actividad emprendedora. Weber
subraya que los linajes medievales de las grandes ciudades marítimas no eran ciertamente insensibles a las auri
sacra (ames, pero que “despreciaban en cambio la forma racional, organizada en empresas, y por tanto
burguesa en este sentido específico de la actividad lucrativa, esto es, del trabajo lucrativo sistemático”69.
Naturalmente, esta peculiaridad tenía una particular caracterización política, puesto que la admisión en las
tareas del gobierno urbano se determinaba exclusivamente sobre la base de la pertenencia familiar. El
25
principio de admisión, basado en la clase, prevalecía sobre cualquier consideración de competencia
administrativa et similia; la burocracia urbana ejercía una influencia limitada o nula. En realidad, imperaba el
carácter hereditario de la posición de gobierno.

Pero el poder de los linajes se verá aniquilado por el desarrollo urbano que se determinó “por leyes
propias, es decir, sin la intervención de poderes extraciudadanos”, gracias al ascenso del “pueblo”, empujado
por nuevas fuerzas económicas y políticas. Una vez más el análisis weberiano se refiere -como a un caso
particular- a las ciudades italianas. “El pueblo italiano... era una comunidad política distinta dentro del ámbito
comunal, con funcionarios propios, con finanzas propias, con una propia constitución militar, vale decir un
Estado dentro del Estado -en el sentido más antiguo- y el primer grupo político consabidamente ilegítimo y
revolucionario”70.

¿Cómo se desarrolló la nueva forma urbana? ¿Qué fuerzas influyeron decididamente sobre los orígenes
de la ciudad plebeya o democrática? A este propósito Weber formula algunas hipótesis, aunque sea de
manera inorgánica. Ciertas anotaciones, aparentemente marginales, tendrían que corregirse y ampliarse. Por
ejemplo, Weber sostiene que el desarrollo de la potencia económica y política de la nobleza ciudadana
favoreció “la residencia en la ciudad de linajes con tenor de vida caballeresco”71. Esta observación implica
probablemente una conexión entre la consolidación de una nueva clase urbana –antagonista del grupo
aristocrático- y el conspicuo comportamiento de consumo, estimulado por el ambiente ciudadano, típico del
aristócrata, que adopta este tipo de conducta como índice de la propia fuerza respecto a los demás, nobles o
no nobles. Esto parece confirmado indirectamente por las observaciones del mismo

Weber, para quien en el movimiento de democratización de la ciudad influyeron notablemente “los


insultos y las amenazas personales dirigidos al pueblo por la nobleza”, es decir, “el orgullo social de casta de
los caballeros y el natural resentimiento de la población ciudadana chocaban entre sí”72. Además, el pueblo
se aprovechó naturalmente de las luchas intestinas entre nobles y, gracias al refuerzo de la propia infantería -
”en conexión con los comienzos de una técnica militar racional”-, logró dominar a la nobleza.

Llegados a este punto, enlazamos con hipótesis y observaciones ya formuladas cuando se trató de la
ciudad de Occidente. Weber subraya, en particular, el papel de la autonomía económica de la ciudad medieval
y de las autonomías de otra naturaleza relacionadas con aquélla.

5. La ciudad autocéfala y el racionalismo occidental

Las corporaciones suministran los medios necesarios para conseguir este cambio político y social. “En
sentido económico, el pueblo se componía de elementos bastante distintos [...], sobre todo de empresarios
por un lado y de artesanos por otro. Los primeros, al principio, dirigieron la lucha contra los linajes
caballerescos; crearon y financiaron el hermanamiento jurado contra los linajes, mientras que las
corporaciones industriales proporcionaron las masas necesarias para la lucha”73. Pero no sólo las masas. De
estas organizaciones salieron también las clases intelectuales (juristas, jueces, médicos, etc.). Estos, en calidad
de miembros del pueblo, dieron al pueblo un apoyo técnico administrativo, suministraron los cuadros
dirigentes de una nueva clase política, que logró sustituir a la aristocrática, destruyendo el monopolio de los
cargos públicos, apoyado en el principio de la admisión en base a la clase a que pertenecían. Una vez más,
Weber pone de relieve que “los éxitos del pueblo se consiguieron a costa de luchas violentas, a menudo
sanguinarias y tenaces”74.

La ciudad que nace de este contraste entre grupos sociales tan diferentes se presenta a los ojos del
estudioso con unas características que no siempre se verifican en todos los casos concretos. Sin embargo,
Weber, por regla general, aunque tenga en cuenta estas diferencias significativas, logra fijar en un tipo ideal
los caracteres fundamentales que sintetizan las tendencias uniformes y dominantes. En el momento
culminante de esta edad de oro de la ciudad democrática, el modelo urbano se define en las siguientes
direcciones: autonomía política; reglamento jurídico autónomo de la ciudad como cuerpo propio, de las
asociaciones y de las corporaciones; autonomía en la jurisdicción y en la administración; poder tributario
relativo a los ciudadanos y libertad por lo que concierne a imposiciones fiscales externas; derecho de
26
mercado y policía autónoma de la industria y del comercio; 75 actitud particular -diferente según las
ciudades- frente a las clases no ciudadanas (nobleza terrateniente, subalternos del señor feudal, ciero)76.

En conclusión, cuando se habla de la ciudad en sentido weberiano, se habla de la ciudad en sentido


propio, de la ciudad que decide de forma autónoma 'su vida y que responde a las exigencias de la entera
colectividad urbana -o por lo menos a las necesidades de la mayoría de los habitantes comprometídos en
actividades económicas- prescindiendo de cualquier privilegio, individual o de grupo, establecido
irracionalmente. Una prueba de todo ello reside en el hecho de que “... en las típicas ciudades medievales de
Occidente el trabajo de los esclavos tuvo una importancia económica cada vez más reducida, y al final no
tuvo ya importancia alguna. En ningún lugar las potentes corporaciones hubieran tolerado la formación de
una clase artesanal constituida por esclavos que pagaran una cuota personal a sus dueños, como
competidores de la libre industria77”.

Weber reconoce que este tipo de ciudad nace también en función de nuevos intereses económicos que
orientarán su ulterior desarrollo y afirma que, mientras el ciudadano antiguo era homo políticus, “la situación
política del ciudadano medieval lo orienta hacia el homo oeconomicus”.78 Pero de su análisis se deduce
claramente que las apetencias individuales encuentran un potente obstáculo en la reglamentación colectiva
por parte de las corporaciones.

Nace así la ciudad, se perfecciona un modelo urbano muy diferente de la jaula burocratizada en la que
se desarrolla la vida cotidiana de millones de hombres idiotizados por los ritmos productivos y por las leyes
del consumo de masas. En este punto, parecen muy poco sólidas las observaciones de quienes, preocupados
sobre todo por resolver la sociología de forma histórica, sostienen que la sociología weberiana de la ciudad
consiste exclusivamente en la sociología de una clase determinada: la burguesía, organizada políticamente. Es
difícil afirmar que Weber se limita a un análisis de este género; su problemática, como ya hemos visto, es
indudablemente más amplia. Tampoco su sociología de la ciudad puede reducirse exclusivamente a “una
historia comparada de las clases ciudadanas, que clarifica las singularidades políticas, económicas y jurídicas,
donde se evidencia que el ciudadano antiguo no es el burgués, el demos y la plebs no son el "Pueblo", y el
proletario antiguo, ciudadano "desclasado" porque, despojado por deudas de su propiedad, nada tiene que
ver con el proletario medieval, pequeño artesano excluido de las artes mayores, y menos aún con el obrero
industrial moderno”79. Sin duda alguna, Weber estaba capacitado para elaborar, gracias a su amplísimo
conocimiento histórico, una clasificación a este nivel; incluso acudía con frecuencia a las distinciones arriba
mencionadas. Debemos subrayar más bien que el tipo ideal weberiano de ciudad no es un instrumento
eurístico, desanclado de la historia (es decir, “totalmente negativo”), sino que se basa en la historia y le
permite aclararla con el fin de captar los aspectos más calificativos en determinadas épocas.

Como confirmación de todo esto, recordemos que el análisis weberiano se caracteriza por una
continuidad sustancial, aunque, en sus últimos desarrollos, se encuentren nuevos intereses y nuevos acentos.
De hecho, vemos que en Lineas de historia universal social y económica (1919-1920) la ciudad occidental, se
relaciona para Weber estrechamente con los caracteres fundamentales de nuestra civilización.

Sólo el Occidente conoce un derecho racional, creado por los juristas, interpretado y empleado racionalmente. Sólo en
Occidente se encuentra el concepto de ciudadano (civis romanus, citoyen, bourgeois), porque sólo en Occidente se encuentra una
ciudad en el sentido específico de la palabra. Además, sólo el Occidente posee una ciencia en el sentido actual. Teología, filosofía,
meditación sobre los últimos problemas de la vida fueron cosas conocidas por chinos e indios, acaso con una profundidad como
nunca la sintió el europeo; pero una ciencia y una técnica racionales fueron cosas desconocidas para aquellas culturas. Finalmente
la cultura occidental se distingue de todas las demás, todavía, por la presencia de personas con una ética racional de existencia.
En todas partes encontramos la magia y la religión, pero sólo es peculiar de Occidente el fundamento religioso del régimen de
vida, cuya consecuencia había de ser un racionalismo específico80.

Por tanto, en la formación de la ciudad concurren factores económicos, políticos, militares y religiosos,
cuya respectiva influencia es de difícil determinación. Todos estos factores se presentan, en un momento
dado de la historia de la ciudad, en una lograda combinación que facilita la maduración y la realización de
ciertos valores-guía por obra de ciertos grupos sociales. El análisis de Weber confirma así, una vez más, que
27
en Occidente se desarrolló una forma urbana peculiar, un modelo al que podemos referirnos útilmente
todavía hoy.

II. Karl Marx y Friedrich Engels.


Sobre la formación de la ciudad capitalista

1. El pensamiento marxista y el desarrollo urbano

Proponer una nueva lectura del análisis de Marx y de Engels sobre el desarrollo urbano occidental
significa, en concreto, seguir un itinerario que, a través de recorridos no siempre muy definidos, reúne un
conjunto heterogéneo de fragmentos teóricos. No obstante, creemos poder decir que los problemas
suscitados por la cuestión urbana legitiman sobradamente un propósito de este tipo. Este intento se realiza
con el pleno conocimiento de que la elaboración de una hipótesis marxiana sobre la ciudad sólo es posible a
través de una lectura sistemática de las obras y de un paciente trabajo de recomposición de los pasajes más
significativos. Se trata de una operación de recomposición, quizá filológicamente arbitraria, susceptible de
fáciles críticas. Sin embargo, la arbitrariedad parece mitigada por la importancia de los contenidos (datos,
observaciones, hipótesis) hallados en las distintas obras y por la metodología que sugieren.

No hace falta apenas recordar aquí que el pensamiento marxista es un pensamiento crítico en el
sentido de que se propone filtrar las escorias metafísicas de la teoría social, redescubriendo la relación entre
pensamiento y realidad, desarrollando un análisis de presupuestos “reales” y apuntando hacia una
construcción teórica que sirva de instrumento de transformación y mutación de la sociedad. Constituye una
perspectiva particularmente atrayente para quienes intentan comprender aquel hecho social que surge de
nuestra época que es la ciudad. Las implicaciones de este método resultan más evidentes a través de un
simple ejemplo. El investigador debe elaborar sus conceptos apoyándose -como punto de referencia en los
individuos “reales”, en su acción y en sus condiciones materiales de vida. Dado que el carácter de. una
sociedad nace de las condiciones materiales de producción que la caracterizan, se puede fácilmente deducir
que su calificación como sociedad urbana no tiene mucho sentido; al contrario, esto significa desviar su
interpretación; el atributo “urbano” escondería, en su neutra aceptación, las contradicciones inherentes a esta
realidad y a los mecanismos económicos que la determinan.

Es necesario, empero, hacer algunas advertencias preliminares. Marx propone una línea de
interpretación que exalta la influencia de un único factor, el factor económico, sobre el desarrollo social. Un
punto de vista de gran interés, especialmente para el estudio de la ciudad moderna, pero no un punto de vista
exhaustivo, ya que la fenomenología urbana es bastante compleja tanto en sus orígenes como en sus
desarrollos. Además, debemos recordar que Marx analiza el pasado utilizando categorías elaboradas con
referencia a la estructura social de su época, forzando la interpretación del pasado para llegar a una
interpretación coherente con la de su presente histórico. Esta posición metodológica, antitética a la de la
sociología weberiana, tiende a explicar el acontecimiento histórico, en una dirección unívoca, exaltando cierto
tipo de rígidas consecuencias y dejando en la sombra puntos de vista alternativos, importantes para su
interpretación. Con esto no queremos decir que el análisis marxiano esté exento de fuerza heurística; al
contrario, queremos sostener que sólo a través de oportunas verificaciones y comprobaciones se podrá
explotar toda su riqueza. Preguntémonos ahora: ¿Cuáles son los límites, cuáles son los tipos históricos de
ciudad, cuál es el ámbito de las sociedades para poder sostener que la estructura social debe interpretarse
exclusivamente sobre la base del estudio de la estructura de las relaciones de producción? Esta verificación
puede cumplirse componiendo en un posible mosaico las varias contribuciones de Marx y de Engels sobre
las etapas del desarrollo urbano y, en segunda instancia, comparando esta hipótesis con la de otros autores,
en particular, con la realidad empírica de la ciudad capitalista y poscapitalista.

La problemática de la ciudad se relaciona directamente con los temas centrales en el pensamiento de


Marx y de Engels, aunque no recibe un tratamiento privilegiado, La ideología alemana (1846) es quizá la obra
que se enfrenta con la cuestión de forma más orgánica, puesto que Marx y Engels conectan el análisis sobre
el desarrollo urbano con sus teorías (interdependientes) sobre el conflicto entre ciudad y campo y sobre la
división del trabajo. Otras observaciones aparecen en Grundrisse (1857-1858) y en El Capital (1867) y
28
relacionan la problemática urbana con los principios del materialismo histórico, avalando una perspectiva
sociológica interesada en el conflicto que actualmente parece ganar espacio; por otro lado, a través de una
lectura “temática” de estos pasajes, como escribe H. Lefebvre, se puede comprobar en qué medida el aparato
conceptual del marxismo es un instrumento útil para una teoría sociológica de la ciudad.

2. La división social del trabajo y el conflicto ciudad-campo

La separación entre ciudad y campo incluye la naturaleza de una contradicción entre dos “sociedades”,
una contradicción, fundamental en varios sentidos, que comporta antagonismo y conflicto. Esta separación-
conflicto se desarrolla y aumenta cuando la sociedad se hace más compleja; “el antagonismo entre ciudad y
campo empieza con el paso de la barbarie a la civilización, de la organización tribal al Estado, de la localidad
a la nación y se extiende a través de toda la historia de la civilización hasta nuestros días”1. En el análisis
marx-engelsiano no se trata, por cierto, de una dinámica conflictiva que procede a través de estadios
sucesivos, exenta de regresiones y demoras. De las pocas páginas dedicadas al tema se deduce claramente que
la ciudad y el campo son la expresión de intereses divergentes, que esta diferencia de intereses se manifiesta á
través de la lucha entre las instituciones y entre las clases sociales portadoras de estos intereses; que el
conflicto contempla la ciudad y el campo alternativamente como protagonistas en el intento de informar
sobre ellos mismos a la totalidad de la sociedad. Ciudad y campo son dos diferentes puntos de partida que
caracterizan diversamente las épocas, son los polos de un conflicto estructural de cuya superación saldrá una
nueva sociedad.

¿Qué se halla en los orígenes de esta divergencia de intereses entre dos tipos de sociedad? ¿Qué hay en
las raíces de este antagonismo que atraviesa la historia entera de la sociedad occidental, desde la Antigüedad
hasta nuestros días?. Un proceso: el proceso de la división social del trabajo. “La división del trabajo en el
interior de una nación provoca, ante todo, la separación del trabajo industrial y comercial del trabajo agrícola
y con ello la separación entre ciudad y campo, además del contraste de sus intereses”2.

Esta respuesta no excluye, sin embargo, la presencia de conflictos dentro del ámbito de cada una de
estas dos sociedades, la rural y la urbana. El desarrollo progresivo de la división social del trabajó genera, de
hecho, dentro de las varias actividades, “diferentes subdivisiones entre individuos que cooperan en
determinados trabajos; se trata, también en este caso, de subdivisiones que contraponen grupos sociales
portadores de intereses divergentes”.

En el análisis realizado en la Ideología alemana parece, no obstante, que entre estas contradicciones
inherentes a la división del trabajo y a su manera de proyectarse socialmente en la realidad urbana y en la
realidad rural existe una especie de jerarquía o, mejor dicho, una relación entre continente y contenido. Sirva
de ejemplo un caso histórico crucial para el desarrollo urbano y para el desarrollo político occidental; es en el
ámbito más general del conflicto entre ciudad y campo donde podemos comprender mejor los contrastes
entre los propietarios nobles y los campesinos siervos; entre los maestros artesanos, los aprendices y los
jornaleros. Todos los conflictos de clase “menores”, por decirlo de alguna manera, que puedan manifestarse
con mayor o menor virulencia, que puedan permanecer adormecidos durante largo tiempo, quedan sin
embargo incluidos en el conflicto de fondo entre ciudad y campo y en el conflicto más amplio y, sobre todo,
históricamente más importante, entre las clases sociales que representan sus intereses. Queda claro un punto
esencial: la dinámica social nace del conflicto dialéctico entro-ciudad y campo.

Marx y Engels se ocupan también, naturalmente, de los “subtipos” conflictivos y de sus interrelaciones;
pero su atención se dirige casi exclusivamente a la forma conflictiva más general, de modo que creemos
poder afirmar que el conflicto ciudad-campo se analiza, implícitamente, como una forma transitoria de
conflicto3. Un punto de vista no exento de posibilidades de crítica. Además, conviene tener en cuenta que
ellos no dieron nunca al tema un tratamiento definitivo, ni siquiera amplio y orgánico. Los estudiosos que
vivieron los sucesivos desarrollos sociales han podido observar los efectos derivados de esta contradicción y
considerar, con razón, que la hipótesis marx-engelsiana tiene un sentido y encuentra una correspondencia en
la realidad histórica hasta el momento en que se afirma un tipo de organización social urbana: la gran ciudad
industrial, forma penetrada de la totalidad social que tiende a identificarse con la sociedad entera Es en esta
29
fase, de hecho, cuando el conflicto ciudad-campo adquiere un carácter directo, sin mediación alguna; no sólo
se convierte en conflicto violento, como nunca antes sucediera, sino que genera una superación hacía
direcciones no pronosticadas por los dos Dioscuros del socialismo, caracterizadas por una descarada
exaltación de los intereses y de los “valores” de la ciudad capitalista. Es significativo el hecho de que autores
marxistas no discutan la importancia conceptual de la dicotomía ciudad-campo o, por lo menos, la vuelvan a
proponer a nivel mundial y en términos no coincidentes ya con los marx-engelsianos, puesto que la
referencia empírica general se ha transformado. Esto, sin embargo, no quita valor a la perspectiva analítica
aquí examinada, más bien la revaloriza como perspectiva histórica.

Para aclarar el punto de vista de Marx y de Engels es necesario volver a examinar la idea de
correspondencia-superposición entre las diversas etapas del proceso de la división del trabajo y las distintas
formas de propiedad, pero limitándose a individuar los tipos de organización social relacionados con este
proceso. De éste nace, en definitiva, la historia de la sociedad, aun cuando (hay que aclararlo inmediatamente)
se abre una aparente digresión, el principio dinámico (y conflictivo) de la división social del trabajo no actúa
como variable independiente, ni como única variable importante, sobre los desarrollos y sobre las
transformaciones de la organización social De hecho, este principio se manifiesta para Marx y Engels y
también para otros autores, como por ejemplo Durkheim, en una cierta fase, en unión con algunas
condiciones -a menudo no controlables socialmente- como el aumento de la población y el paralelo aumento
de las necesidades4.

3. Formas de propiedad y formas de organización social

En el aumento de la población -una especie de causa causarum reside la razón, quizá primaria, de la
división del trabajo (una razón, sin embargo, difícil de profundizar y de comprender, como no es fácil
interpretar la respuesta en términos de división del trabajo que la sociedad da a los problemas inherentes al
aumento demográfico y a la distribución de la población en el territorio).

La división del trabajo en su origen, era simplemente la división en el acto sexual que asumía luego una
caracterización espontánea debido a las disposiciones naturales, a la necesidad o a la casualidad. Nos
encontramos en una sociedad preurbana, donde la naturaleza orienta el comportamiento social de manera
determinante. El aumento de la población,-acontecimiento natural, incluso en el sentido de que ciertas
condiciones propias del ambiente extrasocial puedan facilitarlo, es la causa real del trabajo, de la división
entre trabajo manual y trabajo intelectual, y constituye una contradicción a través de la cual se puede
comprender perfectamente el significado de la dinámica conflictiva entre ciudad y -campo.

Los períodos correspondientes a los diferentes estadios de desarrollo de la división social del trabajo
no son otra cosa que la expresión de las diversas formas históricas de la propiedad, dadas ciertas
circunstancias y siempre bajo la influencia de las condiciones mencionadas, como el aumento, la concentra-
ción y la dispersión de la población, que atribuyen cierta configuración a las relaciones entre los individuos o,
mejor dicho, a sus condiciones materiales de producción5.

La propiedad tribal comunitaria es la forma originaria de propiedad presente en una sociedad donde el
conflicto ciudad-campo no existe, donde la división del trabajo es embrional y natural, ya que opera sobre
todo a nivel de institución familiar. Marx y Engels hablan de “prolongación de la división natural del trabajo
en la familia”. La misma sociedad es únicamente la proyección del esquema de las relaciones sociales
familiares, una proyección que tiende, sin embargo, a exaltar, en una escala más amplia, las contradicciones
latentes o manifiestas en este estrecho ámbito institucional.

El crecimiento demográfico, el aumento de las necesidades y la ampliación de las “relaciones externas,


originadas tanto por la guerra como por el trueque” favorecen la producción, alterando la naturalidad de la
división del trabajo. En los orígenes, por tanto, no existe ni la ciudad, ni el campo definido como sociedad
antitética a la sociedad urbana; en los orígenes existe una organización social elemental tanto por su
dimensión como por su estructura, su actividad y sus necesidades, formada por numerosas células aisladas.

30
La ciudad constituye una especie de pecado original que interrumpe necesariamente este estadio natural para
hacer frente al crecimiento de la sociedad.

Con la unión de las tribus en una ciudad, unión originada por contrato o por conquista, nace la
segunda forma de propiedad: la propiedad de la comunidad antigua y del Estado. Esta forma de propiedad
“no presupone como base el campo, sino la ciudad como sede ya creada (centro) de los agricultores (propie-
tarios de tierras). El agro se presenta como territorio de la ciudad6.

Con esto podemos avanzar una hipótesis interesante, aunque no totalmente delineada, sobre la ciudad
antigua. “La historia de la Antigüedad clásica es una historia de ciudades, pero de ciudades basadas en la
propiedad de la tierra y en la agricultura”; así pues, si se contempla la sociedad en términos de relación,
ciudad-campo se observa un proceso activo y cualificador de “ruralización de la ciudad”7.

¿Cómo se origina la agro-ciudad de la Antigüedad? Existe naturalmente una competición entre


comunidades por la apropiación de la tierra. “La guerra es, de este modo, la gran tarea general, el gran trabajo
colectivo” necesario a la comunidad para poder establecer las condiciones objetivas de la propiedad y, por
tanto, de la existencia para las familias que la constituyen. La organización militar es decisiva, y “base de esta
organización militar es la concentración de las viviendas en la ciudad”8. La propiedad de la tierra es privada,
pero se trata de una propiedad privada mediatizada colectivamente por la ciudad.

Para complementar lo tratado por Marx, es quizás oportuno recordar brevemente cómo se organizaba
la ciudad antigua (grecoitálica), puesto que este organismo es el que resiste los peligrosos acontecimientos de
la Alta Edad Media, tanto en la Italia víctima de las invasiones bárbaras, como en la Italia que permanece
unida al Imperio de Oriente. Se sabe perfectamente que la configuración de este tipo urbano se basa en un
complejo de edificios dispuestos sobre un cuadrado, circundado por la fortificación y las murallas, símbolos
sagrados y medios de defensa al mismo tiempo. El cardo maximus y el decumanus maximus se cruzan
formando el centralísimo forum, donde se desarrolla la vida política y económica de la ciudad. La población
socialmente inferior (obreros y artesanos), la que se denominaba rusticana plebs, es extra muros posita, es
decir, vive en la periferia de la ciudad, en un área de huertos atravesada por calles que desde los continentia
aedificia (los edificios adosados a las murallas) se ramifican en el radio de una milla. Más allá de los mille
passus, medidos por las portae, comienza el territorium, es decir, el campo verdadero y propio. Esta
subdivisión territorial y residencial es la proyección de una especie de jerarquía sociopolítica que ordena a los
habitantes de la civitas. Pero los cives en sentido propio viven sólo en el centro urbano, mientras que la
civitas no se extenderá durante mucho tiempo a la rusticana plebs.

La ciudad antigua debe interpretarse como un polo militar administrativo y de control político y no
como una entidad económica. Existe, pues, una articulación de funciones divididas entre ciudad y campo
que, sin embargo, no confieren a la relación ciudad-campo la forma de un conflicto abierto. Hasta la
afirmación de la ciudad imperial, prototipo anticipado de la metrópoli colonizada, es quizá más correcto
expresarse en términos de contigüidad entre lo rural y lo urbano.

La ciudad antigua se convierte en la expresión política y colectiva de un poder que se ejerce


manteniendo sus raíces en el mundo exterior a la ciudad. La ciudad sintetiza y sublima en el concepto de
ciudadanía las relaciones sociales sobreentendidas por la propiedad de tierras.

Y es el propio carácter de la propiedad lo que nos ayuda a comprender esta situación. Si comparamos -
juntamente con Marx- el mundo antiguo, el mundo germánico y la sociedad asiática, vemos claramente cómo
el elemento de la propiedad y sus distintas formas constituyen un importante discrimante factor en el plano
social, a nivel de comunidad. La comunidad, de hecho, se entiende en el mundo antiguo como unión, como
entidad estatal, como ciudad. Para los germanos, en cambio, es reunión pero no unidad, porque “no es la
propiedad de cada uno que se presenta mediatizada por la comunidad, sino que es la existencia de la
propiedad común que se presenta como mediatizada, es decir, como relación recíproca de sujetos
autónomos”. “En el mundo antiguo la totalidad económica viene dada por la ciudad, con su marca rural; en
el mundo germánico viene dada por cada vivienda, que a su vez es simplemente un punto en el campo que le
31
pertenece; no se trata de una concentración de muchos propietarios, sino de una familia como unidad
autónoma. En la forma asiática (por lo menos en la predominante) no existe propiedad, sino sólo posesión
de lo individual; la comunidad es el verdadero y propio propietario efectivo, y, por tanto, la propiedad es
únicamente propiedad colectiva de la tierra. Entre los antiguos (los romanos constituyen el ejemplo más
clásico, pues en el mundo romano el fenómeno aparece en su forma más pura y significativa) existe una
forma antitética de propiedad pública de tierras y de propiedad privada de tierras, de tal manera que la
segunda es mediatizada por la primera, o bien la primera existe en esta doble forma. El propietario privado
de tierras es así al mismo tiempo ciudadano urbano. Desde el punto de vista económico la ciudadanía estatal
se resuelve simplemente convirtiendo al campesino en habitante de una ciudad”9. Hay que hacer notar que
aquí se registra una convergencia con el análisis weberiano, que también enlaza la ciudadanía antigua de pleno
derecho del individuo con la propiedad de un fundus que lo sostenga económicamente10.

El sistema político antiguo entra en crisis cuando esta forma de propiedad se “desnaturaliza”. Cuando
“la propiedad privada, poseída en común por los miembros activos del Estado que, frente a los esclavos,
están obligados a permanecer en esta forma natural de asociación”, deja lugar a la propiedad privada
inmobiliaria, se preparan las condiciones que provocarán la decadencia de la entera organización social y con
ella del poder político del pueblo. La ciudad imperial, fruto decadente de esta transformación de la
propiedad, quedará prisionera de sí misma y de su modo de producción esclavista; víctima del
superconsumo, no será capaz de superarse y morirá arrastrando consigo un sistema urbano que giraba en
torno suyo. La victoriosa invasión de los bárbaros hará retroceder la sociedad hacia formas de organización
sobre base tribal, pero sólo se tratará de una fuerte sacudida, la última, que aniquilará un mundo ya
condenado por la historia y preparará un estadio sucesivo: las “condiciones preexistentes y la manera como
fue organizada la conquista, condicionada por aquéllas, provocaron, bajo la influencia de la constitución
militar germánica, el desarrollo de la propiedad feudal”11.

La tercera y sucesiva forma de propiedad es la propiedad feudal. Como ya hemos dicho, se desarrolla
en una situación de destrucción de las fuerzas productivas debida a la crisis política (decadencia del imperio e
invasiones), a debilitación económica y, nótese, a regresión demográfica. El feudo es un universo social
restringido y estable dentro del cual se cumplen todas las experiencias sociales, políticas y económicas. Pero,
¿cuáles son las causas de la restricción y de la estabilidad de la dimensión social feudal?.

En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 Marx propone como causa del carácter estático de
la propiedad feudal la peculiaridad de la relación que se establece entre el señor y la tierra por un lado, y entre
el siervo y la tierra por otro. La tierra se personaliza en el señor dándole el nombre; el siervo es un accesorio
de la tierra. Las relaciones de poder entre señor y siervo se condicionan, además, a la naturaleza “personal”
de la relación entre la tierra y quienes la poseen.

La finca -escibe el joven Marx- aparece como cuerpo inorgánico de su señor. De aquí el aforismo: “Nulle terre sans
maitre” en el que se expresa la conexión del señorío y la propiedad territorial. Del mismo modo, la dominación de la propiedad
territorial no aparece inmediatamente como dominación del capital puro. La relación en que sus súbditos están con ella es más la
relación con la propia patria. Es un estrecho modo de nacionalidad12.

El suelo, objeto de la propiedad, no tiene valor comercial; por esta causa las relaciones sociales que se
desarrollan en el feudo, debido a la íntima relación con la propiedad, con una propiedad de semejante
naturaleza, serán transparentes. Hay que esperar que “la propiedad de la tierra, la raíz de la propiedad
privada, sea completamente absorbida por el movimiento de esta última y se transforme en mercancía. La
metamorfosis de la propiedad hará que “en lugar del casamiento de honor con la tierra se celebre un
casamiento de interés; la tierra se convertirá entonces en valor venal, igual que el hombre13.Y la ciudad será
precisamente la sede privilegiada de esta metamorfosis con consecuencias sociales de alcance revolucionario.

Sin embargo la división del trabajo, por el momento, queda relativamente limitada tanto en el campo
como en la ciudad; durante un largo periodo de tiempo la sociedad rural absorbe la urbana, condicionándola
en formas múltiples. El campo informa la sociedad entera e intenta organizarla sobre la base de órdenes
paralelos a los órdenes sociales característicos de la organización feudal.
32
En la industria, en oposición a la propiedad inmobiliaria, sólo se expresa el modo de nacimiento y la oposición en que se
ha formado la industria en relación con la - agricultura. Esta diferencia subsiste únicamente como un tipo especial de trabajo,
como una diferencia esencial, importante, vital, mientras que la industria (la vida urbana) se forma frente a la propiedad rural
(la vida aristocrática feudal) y lleva todavía en sí misma el carácter feudal de su contrario bajo la forma de monopolio, gremio,
corporación, etc., dentro de cuyas determinaciones el trabajo tiene aún más aparente significación social, tiene aún el significado de
la comunidad real, no ha progresado hasta la indiferencia respecto del propio contenido, hasta el pleno ser para sí mismo, es decir,
hasta la abstracción de todo otro ser, y por ello no ha llegado aún a capital liberado14.

En los Manuscritos, pero sobre todo en la Ideologia alemana, se subrayan dos aspectos particulares e
importantes que aclaran los términos de la relación ciudad;campo en esta fase que preparará una sucesiva
forma histórica de propiedad: a) la correspondencia entre posesión de tierras por parte de los nobles (basada
en la condición de siervos de los pequeños agricultores) y la propiedad corporativa en las ciudades (basada en
las capacidades productivas de cada artesano provisto de un capital “natural” que subordina a sí mismo el
trabajo de los aprendices y de los jornaleros, ex siervos venidos a la ciudad); b) la exigencia de una
experiencia asociativa en el contexto urbano que constituye la respuesta de un grupo social económica y
políticamente emergente, impulsado por el desarrollo de la producción artesanal autónoma, dirigida hacia un
mercado libre15. Ciudad y campo se separarán cuando las nuevas condiciones sociales y económicas
maduradas en la ciudad, o mejor dicho, maduradas en la antítesis entre ciudad y campo, separen el capital de
la propiedad de tierras. El capital, en cuanto propiedad que se basa en el trabajo y en el intercambio, adquirirá
de hecho una vida propia, independiente de la propiedad de tierras. Pero, ¿cuáles son los procesos que
permiten la consumación de esta escisión?

4. La ciudad medieval

Así pues, la Edad Media “se movía desde el campo” porque en el campo actuaba una forma de
propiedad que extendía también al ambiente urbano aquella connotación “natural” que estaba en vigor en el
ámbito del feudo. Pero este movimiento, que tuvo su origen en el campo, se volcará sobre sí mismo.

El desarrollo urbano medieval tendrá como consecuencia característica la subordinación del campo a la
ciudad y el desplazamiento de lo que nuestros autores llaman “el punto de partida” de nuevos desarrollos de
la historia social. Marx y Engels distinguen dos tipos de ciudad medieval: las ciudades tradicionales, con su
historia, y las ciudades nuevas que nacen y se extienden sobre todo gracias a la afluencia de los ex-
campesinos siervos. En este tipo de ciudad se asientan los fundamentos de una nueva ordenación de la
estratificación social y de importantes transformaciones políticas. “De los siervos de la gleba de la Edad
Media surge el pueblo llano de las primeras ciudades: de este pueblo llano saldrán los primeros elementos de
la burguesía”16.

La fuerza económica de este nuevo grupo social residía originariamente en la posesión de un


instrumento de trabajo individual y en las capacidades propias de trabajo. Es una fuerza económica natural,
en el sentido literal del término, que se organiza y se refuerza a través del asociacionismo, impulsada por un
conjunto de condiciones económicas y políticas internas y, en buena medida, externas a la ciudad. Gracias a
la expansión de esta fuerza social la ciudad usurpará el poder aristocrático y dará origen a una nueva
organización política: el municipio. El esquema topográfico tripartito de la ciudad antigua, con todas las
fricciones que existían entre sus componentes, socialmente muy heterogéneos, se modifica muy lentamente.
Con el desarrollo comunal se acentuarán -con las implicaciones políticas antidemocráticas que le son
connaturales- las subdivisiones entre urbs, suburbium (por contaminación con el germánico Burg se habla de
suburbio) y campo. Incluso la historiografía contemporánea no marxista no duda en subrayar los elementos
aristocráticos y de naturaleza oligárquica que se encuentran en la constitución comunal originaria.

Hay que buscar las raíces de esta dificultad para instaurar una política urbana plenamente democrática
en la heterogeneidad de la composición de clase de la población ciudadana y, específicamente, en la diferente
influencia política (y económica) de los distintos grupos sociales. Los burgueses quedaron absorbidos por la
ciudad, son los cives mediani que participan en el gobierno urbano, al lado de los cives maiores (nobleza
33
menor asentada en la ciudad, propietarios inmobiliarios y rentistas) y de los nouveaux riches burgueses que,
con su dinero, adquieren tierras y títulos nobiliarios. A éstos debemos añadir el pueblo, si bien en un plano
de relativa paridad política. El pueblo, heterogéneamente compuesto (artesanos, mercaderes, obreros,
jornaleros) tiene derechos políticos y participa en la vida pública.

Estos grupos sociales tan diferentes están unidos por un hecho político importante, son “ciudadanos”
porque participaron conjuntamente en la lucha contra el comes, el señor feudal, y conjuntamente defienden
el fruto de esta victoriosa batalla. A los “ciudadanos” se contraponen, no siempre violentamente, otros
grupos sociales de distinta consistencia, esencialmente faltos de derechos políticos, aunque no se les
considere esclavos en la ciudad comunal; parece difícil, no obstante, afirmar que eran sólo formalmente
libres: constituyen el pueblo llano (trabajadores asalariados más humildes y servidumbre), es decir, los
comitatini, los campesinos y los extranjeros. Y en este hecho, quizá, se basa la crítica al materialismo
histórico cuando analiza la organización municipal insistiendo en el factor económico como único factor,
incluso para la interpretación de las transformaciones político-institucionales.

Es necesario subrayar cómo Marx y Engels no atribuyen suficiente peso a aquellos valores de libertad y
a aquel carácter de “autocefalía” de la ciudad comunal que, en cambio, encuentran un lugar preponderante en
el análisis weberiano. Tienden aquellos autores a reducir este nuevo tipo de comunidad urbana a una simple
comunidad de intereses económicos. “Estas ciudades eran verdaderas "asociaciones" impulsadas por la
necesidad inmediata, por la preocupación de proteger la propiedad y de multiplicar los medios de defensa de
cada miembro”17. Una interpretación muy aguda y consecuente, pero reductora, puesto que omite
deliberadamente elementos importantes para la comprensión de los orígenes de este tipo histórico de ciudad
y los aspectos que la contraponen al campo, así como para poder individuar las fases sucesivas de su
transformación. Una reducción que deriva de una precisa elección metodológica, de una elección antitética a
la desarrollada anteriormente por Max Weber.

Marx y Engels miran al pasado con los ojos del presente y subrayan así dos elementos de tensión
presentes en la ciudad medieval; elementos, sin embargo, que en los orígenes eran más potenciales que
efectivamente operantes en cuanto a alteración del orden urbano: a) la plebe, compuesta por ex-siervos
huidos y contrapuesta al conjunto de ciudadanos organizados; b) las relaciones sociales en el ámbito del
oficio, que contraponen aprendices a maestros. “La plebe de estas ciudades, compuesta por individuos
extraños entre ellos, llegados de forma aislada, desorganizados y contrapuestos a una fuerza organizada,
equipada militarmente, que los vigilaba cuidadosamente, carecía de todo poder18. Pero no debemos olvidar
que la plebe, aunque no influyente como los magnates, estaba protegida de las eventuales reivindicaciones
provenientes extra-muros, tenía libertad para abandonar la ciudad y, aunque sólo de manera indirecta, estaba
protegida por las corporaciones que querían evitar todo intento de explotación capitalista que la hubiese
devuelto a la condición de no sujeto, de instrumento y de apéndice de la propiedad feudal de las tierras, de la
que con gran esfuerzo se había liberado.

El análisis que se desarrolla en términos “reales”, es decir, en términos de necesidad económica, no


parece, por tanto, exhaustivo. Una proposición como la siguiente: “la necesidad del trabajo asalariado en las
ciudades creó la plebe” se convierte en un instrumento para una interpretación útil, pero parcial, del
desarrollo urbano en esta fase. ¿Por qué los siervos continúan llegando a las ciudades, si esto significa, en
concreto, la sujeción a una nueva forma de servidumbre? Aparte de la importancia de la distinción en el
plano de los derechos políticos entre “pueblo” y “pueblo llano”, creemos poder afirmar que las experiencias
de libertad son comunes a la población urbana en su conjunto, y que el desarrollo urbano comunal puede
comprenderse a fondo sólo si se tiene en cuenta esta importante base de consenso. La presencia conjunta en
el ámbito de la ciudad de grupos sociales con intereses divergentes no producirá, en muchos casos y durante
un largo período de tiempo, formas conflictivas graves, precisamente porque la integración urbana está
garantizada por la contraposición entre organización social democrática (ciudad-municipio) y organización
social autocrática (feudo)19.

Por lo que se refiere al conflicto que depende de las relaciones de trabajo se ha de hacer notar que:

34
los oficiales y aprendices de cada oficio se hallaban organizados como mejor cuadraba al interés de los maestros; la relación
patriarcal que les unía a los maestros de los gremios dotaba a éstos de un doble poder, por una parte mediante su influencia
directa sobre la vida entera de los oficiales, y por otra parte porque para los oficiales que trabajaban con el mismo maestro, éste
constituía un nexo real de unión que los mantenía en cohesión frente a los oficiales de los demás maestros y los separaba de éstos;
por último, los oficiales se hallaban vinculados a la organización existente por su interés en llegar a ser un día maestros20.

A propósito de este segundo aspecto conflictivo, dentro de la ciudad, se ha de subrayar su carácter


residual, relacionado con la persistencia en el ambiente urbano de formas de organización en las relaciones
sociales productivas, que provienen de la organización de la sociedad rural y de las relaciones de naturaleza
feudal que allí dominaban. Además, se trata de una forma de conflicto cuyo carácter potencial, y por tanto
limitativo en los efectos de transformación, proviene del hecho de que no todas las relaciones sociales
reciben su forma de las relaciones productivas. Incluso los aprendices eran ciudadanos pleno jure al igual que
los maestros. Los conflictos que la división del trabajo prepara y genera en la ciudad quedaban limitados, en
su manifestación y en su intensidad, por la originalidad del carácter político de la ciudad: expresión autónoma
de la voluntad de los ciudadanos en cuanto ciudadanos.

El análisis marx-engelsiano es, sin embargo, importante en cuanto que advierte que el conflicto central
es precisamente el conflicto entre ciudad y campo, un conflicto cuya fuerza hace que las contradicciones
presentes en las ciudades no tengan efectos de amplio alcance y no incidan en la capacidad de la propia
ciudad para organizarse unitariamente contra el poder extraurbano, creando una fuerza militar defensiva
autónoma y, sobre todo, desarrollando una política económica que someterá cada vez más al campo. En
cambio, el análisis resulta menos convincente cuanto más desvaloriza la hipótesis según la cual la lucha entre
ciudad y campo tiene en este preciso momento un importante significado político: es la lucha entre dos tipos
de poder: uno emergente y otro en vías de desaparición, con dos bases sociales y económicas distintas. El
desarrollo económico contribuye, de hecho, a determinar la afirmación de la ciudad sobre el campo, aunque
sea gracias a la autonomía militar urbana. Pero el desarrollo económico hubiese estado condicionado y no se
hubiera extendido más tarde al territorio entero, arrasando toda resistencia, si los propios principios de
autonomía y libertad no hubiesen obrado en las mismas relaciones de mercado y no hubiesen informado
todas las demás esferas de la vida social.

5. La ciudad comercial

La conexión existente entre economía y sociedad es, sin embargo, de gran utilidad en el plano
heurístico, particularmente cuando se hace referencia a los desarrollos sucesivos a la época comunal. La
conexión entre economía y sociedad permite verificar la influencia cada vez más decisiva de la actuación
económica en la historia urbana occidental: la economía de mercado se convierte, de hecho, en un
importante canal para la difusión de productos de cualquier tipo, incluso de “productos” culturales y
políticos.

La ciudad medieval era una ciudad natural. Ya hemos dicho que el capital allí presente era capital

natural, formado por la vivienda, las herramientas del oficio y la clientela tradicional y hereditaria, capital irrealizable
por razón del incipiente intercambio y de la escasa circulación, y que se heredaba de padres a hijos. No era, como en los tiempos
modernos, un capital tasable en dinero, por lo que tanto da que se invierta en tales o cuales cosas, sino un capital directamente
vinculado con el trabajo determinado y concreto de su poseedor e inseparable de él; era, por tanto, en este sentido un capital
estable21.

La ciudad medieval, económicamente basada en un capital natural, se contrapone a la ciudad comercial


y a la sucesiva ciudad industrial donde prevalecerán otras formas de capital (aunque relacionadas entre ellas),
es decir, respectivamente, el capital móvil y el capital industrial.

En el plano social estos tipos urbanos son completamente diferentes. Con el capital móvil, no
relacionado ya al trabajo del propietario, se creará una escisión de clases decisiva para la organización social
de la ciudad. El paso de un tipo urbano a otro se determina una vez más por la división del trabajo; en
35
particular por la división entre productores y comerciantes. La nueva clase de los comerciantes rompe el
aislamiento de cada unidad urbana:

las ciudades se relacionan unas con otras, de una ciudad a otra se llevan nuevos instrumentos de trabajo, y la separación
entre la producción y el intercambio no tarda en provocar una nueva división de la producción entre las distintas ciudades y
pronto vemos cómo cada una de ellas tiende a explotar predominantemente una rama industrial. La limitación inicial a una
determinada localidad comienza a desaparecer poco a poco22.

Nace la ciudad comercial. En este nuevo tipo urbano se encuentra la fuente de un proceso de
unificación no sólo económico, sino también cultural, que preparará una importante victoria de la ciudad
sobre el campo y, sucesiva mente, la absorción de la ciudad en el Estado nacional.

La intensificación de las relaciones comerciales favorece la acumulación de fuerzas productivas


desarrolladas en una localidad determinada, asegura su duración y permite su difusión. Se forma así la base
económica de un tipo de ciudad, fundada exclusivamente en el comercio, plataforma a su vez de un tipo
urbano sucesivo. La ciudad comercial quita al campo una función productiva originariamente subsidiaria, la
primera función productiva manufacturera: la industria textil. La ciudad comercial introducirá esta función
productiva en un cuadro económico más amplio, donde se desarrollará según modalidades y con finalidades
distintas de las originarias. Nace una nueva categoría de productores, la de los tejedores, cuya actividad
abarcará un mercado con fronteras cada vez más indefinidas.

La industria textil, tanto por su particular naturaleza como por la intervención de la división del trabajo
entre varias ciudades, se desarrolla sin el control de las corporaciones. Su crecimiento está relacionado con la
división del trabajo entre las ciudades, pero también con otras condiciones: “una progresiva concentración de
la población -sobre todo en el campo- y del capital”, cuya acumulación en unas pocas manos depende de las
corporaciones y de los comercios.

Debido a la expansión manufacturera, pueblos y pequeñas villas se transforman en ciudades y, a


menudo, en las ciudades más importantes. La manufactura absorbe como fuerza de trabajo tanto a los
campesinos rechazados o mal retribuidos de las ciudades corporativas como a las masas de vagabundos y
actúa, así, como fuerza de innovación y ruptura sobre dos frentes23. Por un lado, limita ulteriormente la
influencia del campo y, por el otro, debilita la influencia de la ciudad corporativa. Pero no hay que olvidar
que, según Marx, todo esto tiene lugar por la aportación determinante de un nuevo tipo de capital: el capital
móvil o comercial. Una vez más la variable económica se adelanta como clave explicativa para el análisis de la
transformación. El capital móvil es capital en sentido moderno. En la manufactura se advierte su influencia si
observamos la transformación que sufre la relación entre trabajador y patrón. Esta relación “en las ciudades
más grandes, propiamente manufactureras, perdió muy pronto casi todo rasgo patriarcal”24 y se convirtió
exclusivamente en una relación de dinero, una relación comercial, para ser más exactos.

El desarrollo económico prosigue en los siglos sucesivos con contradicciones y desequilibrios. El


comercio aventaja a la manufactura; esta discordia se proyecta en el plano territorial, con importantes
consecuencias también en el plano social: “las ciudades comerciales y, especialmente las ciudades marineras,
se transforman relativamente en ciudades civiles y se convierten en centros de la gran burguesía, mientras que
las ciudades industriales conservan un espíritu totalmente pequeñoburgués”25.

Se llega así a un período en el que la división del trabajo es maximizada, a un período en el que domina
la gran industria. ¿Cuáles son los efectos a una escala más amplia? La competencia es universal; el mercado se
orienta hacia una dimensión mundial. El comercio debe subordinarse ahora a la industria; cualquier relación
“natural” se resuelve en una relación de dinero. A través de la gran industria nace un nuevo tipo de
asentamiento urbano que se reproduce con una rapidez sin precedentes fundando nuevas ciudades y
trastornando las existentes. La gran industria, “en lugar de las ciudades naturales, creó las grandes ciudades
industriales modernas, edificadas de un día para otro. Allí donde penetró, destruyó la artesanía y, en general,
todos los estadios anteriores a la industria. Completó la victoria de la ciudad comercial sobre el campo”26.
Un juicio sucinto que encuentra un fundamento empírico en un estudio de juventud de Engels, al que es
36
necesario hacer referencia; se trata de uno de los primeros análisis de la ciudad industrial basado, como se
dice con la terminología que tanto gusta a la sociología actual, en un método crítico. El caso examinado es el
del desarrollo urbano-índustrial en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, es decir, en aquella
sociedad matriz del desarrollo industrial capitalista.

6. El sistema de fábrica y la ciudad industrial

Engels se propone analizar el modo de vida de la mayoría de los habitantes de la ciudad industrial -
mayoría formada por proletarios- e intenta verificar, en particular, “cuál es la influencia que ejerce sobre ella
la gran ciudad”. Este ensayo- investigación constituye aún hoy un documento de gran interés para el
sociólogo que quiera reconstruir las etapas del desarrollo urbano occidental27.

El joven Engels señala, de hecho, las contradicciones que animan la vida urbana de la época y nos
ayuda a comprender, en toda su dramática importancia, a qué precio se realizó el tipo urbano en el que,
mutatis mutandis, aún hoy vivimos. Engels es un observador que participa y emplea auténticas fuentes
documentadas28, hace referencia a observaciones efectuadas durante su militancia política y encuadra,
finalmente, el conjunto de datos recogidos en un marco teórico -las hipótesis claves del materialismo
histórico- que a través de la actividad investigadora confirmará y al mismo tiempo posibilitará una ulterior
clarificación.

La situación del proletariado inglés del siglo XIX es el resultado de un proceso de transformación
social rápido y radical, cuyos agentes principales, según Engels, son la división del trabajo, la explotación de
nuevos tipos de energía y, sobre todo, la difusión de nuevas técnicas de producción relacionadas con la
invención de la máquina a vapor y la de las máquinas para la elaboración del algodón. El desarrollo de las
fuerzas productivas no se agota ciertamente en esta fase tecnológica y reclama, de hecho, una nueva
distribución y una “mejor” utilización de una de las componentes fundamentales del proceso de producción
industrial: la fuerza-trabajo. La concentración de la población transforma a su vez la nación entera,
generando una importante y rápida transformación de las condiciones económicas y sociales de aquellos
estratos sociales que constituirán la mano de obra industrial.

La contraposición entre ciudad y campo adquiere aún nuevas connotaciones a través de una dinámica
conocida, pero a una escala tan amplia, que no tiene precedentes históricos. Los viejos tejedores-agricultores,
cuya vida “al nivel moral e intelectual de la gente del campo” se ajustaba económica y socialmente a las
decisiones del squire (hacendado) -al que están unidos por una relación de dependencia de carácter feudal-
contemplan la destrucción de su mundo cotidiano, hecho de tranquilidad, de ritmos productivos artesanales y
de relaciones sociales patriarcales y apacibles. La difusión de la jenny (máquina para hilar) y los cambios de
las condiciones de mercado les obligan a transformar su papel de productores. Primero son simples
tejedores, luego deben abandonar el campo o la proximidad de la ciudad por un mundo desconocido y
asentarse en la ciudad como simples obreros en busca de trabajo. El mismo destino arrastra a los pequeños
propietarios y a los arrendatarios (yeomen) que administraban de manera tradicional sus tierras. La tierra
abandonada por los nuevos obreros de la industria la ocupan los grandes arrendatarios que condenan al
hambre a los yeomen, transformándolos en proletariado agrícola y en obreros tejedores29.

La invención de nuevas máquinas y su perfeccionamiento continuo -de 1785 datan la mule y la


aplicación de la máquina a vapor de Watt a las máquinas para hilar- racionalizan y aumentan posteriormente
la producción.

Nace el sistema de fábrica, con notables consecuencias sobre la ciudad y sobre el territorio en su
conjunto. El sistema de fábrica arraiga no sólo en las ciudades preexistentes, sino que se extiende más allá,
siguiendo el riguroso criterio económico de la localización más conveniente, alterando el tejido social,
urbanizando la nación entera. La concentración del capital, precisa para iniciar la gran industria, provocará
necesariamente una fuerte centralización de la población obrera. Se desarrolla un efecto multiplicador activo
en una única dirección: la de la fundación y difusión de una forma de agregado urbano caracterizado por una
expansión sin límites.
37
“Así pues, del pequeño pueblo nace una pequeña ciudad, de la pequeña nace una gran ciudad.” Y la
gran ciudad ejercerá una fuerza de atracción tanto sobre el proletariado como sobre los empresarios, cada vez
mayor a causa de las ventajas económicas propias de un asentamiento de amplias dimensiones30. Rige una
especie de ley según la cual cuanto mayor es una ciudad, más rápidamente se engrandece. Pero, ¿cuáles son
los efectos sociales del aumento progresivo de la población urbana debido a la fuerza de atracción de la
ciudad industrial?

7. La situación del proletariado urbano

Engels afirma de manera muy clara que la densidad urbana confiere a las relaciones sociales la huella de
la indiferencia, del aislamiento y del conflicto. En los orígenes de las míseras condiciones de vida, de la lucha
cruel y del caos social que caracterizan la vida de la gran ciudad se encuentra la división entre burguesía y
proletariado, la división entre los que poseen y los que no poseen los medios de subsistencia y de
producción, la división entre los que dominan y los que obedecen. Como observa Henri Lefebvre, Engels
nos introduce en el tema de la “muchedumbre solitaria” y de la atomización social. Alienación significa para
Engels práctica de la vida cotidiana de la clase obrera no sólo en el lugar de trabajo, sino también en la
familia, en el domicilio y en la calle31.

La brutal indiferencia, el duro aislamiento de cada individuo en sus intereses privados aparecen tanto más desagradables
y chocantes, cuanto más juntos están estos individuos en un pequeño espacio, y aun sabiendo que el aislamiento de cada uno, ese
sórdido egoísmo, es por doquier el principio básico de nuestra sociedad actual, en ningún caso aparece tan vergonzosamente al
descubierto, tan consciente, como aquí, entre la multitud de las grandes ciudades. La descomposición de la humanidad en
mónadas, cada una de las cuales tiene un principio de vida particular y un fin especial, el mundo de los átomos, se lleva aquí a
sus últimos extremos.

De aquí proviene también la guerra social, la guerra de todos contra todos está aquí abiertamente declarada [...]. Los
hombres se consideran recíprocamente como sujetos de uso, cada uno explota al otro, y ocurre que los más fuertes aplastan a los
más débiles y que unos pocos poderosos, es decir, los capitalistas, atraen todo para sí, mientras a los más numerosos, a los más
humildes, apenas les queda para vivir32.

Llegados a este punto, es evidente que la división del trabajo que opera dentro de la ciudad adquiere
una importancia de primer orden, principalmente en el sentido de que la división en clases, generada por la
ciudad, alimenta un conflicto que, iniciado en la ciudad, se extenderá a la ciudad entera. El campo se somete
a la ciudad. El desarrollo procede y se impone por medio de la forma de organización social urbana que
desgasta el campo, con el consiguiente desarraigo de la población y su transformación en clase obrera.

El desorden urbano es una manifestación necesaria del orden burgués, de un orden partidario, de clase,
que se realiza a través de las relaciones productivas capitalistas, basadas en una acción de explotación. La
ciudad refleja y alimenta esta fundamental contradicción social que salta a la vista del observador en todos
sus aspectos. El caso de Manchester, ciudad preferida en el análisis de Engels, es ejemplar33. Engels anota
observaciones de carácter ecológico que subrayan un aspecto esencial de la organización social urbana: el
proceso de segregación de los habitantes. De gran utilidad es, además, la comparación de su penetrante
denuncia con las asépticas descripciones de los ecólogos de Chicago. La city cumple funciones
exclusivamente directivas y comerciales, en homenaje al principio de la división del trabajo que domina ya
todo el territorio y regula la distribución de la población que allí vive y produce. Alrededor del corazón de la
ciudad se extiende una amplia franja de barrios obreros, y más allá de ésta se sitúa la zona residencial de la
media y alta burguesía.

Pero, ¿cuál es el tipo de relación que existe entre las varias componentes sociales del universo urbano?
El urbanismo hipócrita permite que las residencias de las clases dominantes estén unidas al centro, sin que
éstas tengan una visión directa de la desolación de los barrios obreros.

38
La ciudad está construida de modo que puede vivirse en ella durante años y años y pasear diariamente de un extremo a
otro sin encontrar un barrio obrero o tener contacto con obreros, a menos que vaya uno allí de paseo o por sus propios negocios...
Y lo bueno del caso es que los aristócratas del dinero, para trasladarse a sus oficinas en el centro de la ciudad por el camino más
corto, pueden atravesar todos los barrios obreros sin darse por enterados de que están junto a la mayor miseria34.

Todo esto es posible gracias a la función mimética desarrollada por las numerosas tiendas de la
pequeña burguesía. Estas tiendas levantan una ininterrumpida y decorosa fachada en todas las calles
principales que unen, como hemos dicho, la city con los barrios residenciales. Lo cual demuestra que el
desorden es aparente, que su casualidad es relativa. El espacio urbano-industrial se organiza en
correspondencia con una jerarquía de funciones económicas desarrolladas por los diferentes estratos sociales:
los barrios obreros son un espacio-mercancía, cuyo valor de cambio está en relación directa con el
crecimiento industrial de la ciudad y con la creciente demanda de viviendas proveniente del proletariado
asentado en la ciudad.

Engels analiza dos tipos de barrios obreros: los barrios de la ciudad antigua y los barrios de
construcción más reciente. En la ciudad antigua se observa un fenómeno de sucesión entre obreros
autóctonos y obreros irlandeses o emigrantes procedentes del campo. Estos sustituyen a los primeros en la
ocupación de las viviendas más miserables y se amontonan en casas-tugurios, construidas en los pequeños
huecos entre una vivienda y otra.

Sobre la base de sus observaciones relativas al uso del espacio habitable en las zonas más nuevas de la
ciudad, se puede comprobar que esta humillante situación deriva de una acción responsable de los que
gobiernan económicamente la ciudad, una acción orientada exclusivamente hacia el máximo rendimiento.
Aquí los cottages obreros se construyen en su mayoría según el sistema de las tres hileras paralelas que
permite al contratista una mejor explotación del espacio y una diferenciación en los alquileres según la hilera
en que se habita35. Aire y luz se transforman así, en la ciudad del capital, en mercancía, una mercancía cuyo
precio, mientras aumente esta caótica expansión, será cada vez más alto. La naturaleza se controla hasta tal
punto que queda incorporada al “biencasa”, hace aumentar el valor de cambio con ventaja para el propietario
de este bien, que contribuye a asegurar -a duras penas en aquella época- la reproducción de la fuerza-trabajo.
Aire y luz se convierten así en una pertenencia de la vivienda, muy bien remunerados para el propietario. Por
lo que se refiere a otras zonas de la ciudad, donde se levantaron nuevos barrios obreros, Engels denuncia la
existencia de un proceso de obsolescencia programada de la vivienda. La duración de una casa obrera se
calcula, como promedio, no superior a los cuarenta años y depende, en buena medida, del conflicto de
intereses determinado por la separación entre la propiedad del suelo y la propiedad de la construcción que allí
se edifica. Este conflicto se codifica con la norma que prevé, al término del período de alquiler del suelo, que
éste vuelva al antiguo propietario con todo lo que, eventualmente, se haya edificado en él. Se crean así las
condiciones para construir casas obreras de corta vida.

El conflicto entre dos formas de propiedad se descarga, de hecho, sobre el inquilino, obligado a vivir
bajo un techo a menudo no digno del nombre de casa. A este propósito recordamos que también el joven
Marx se ocupó de la alienación obrera en la ciudad industrial, triunfo de la propiedad privada. Concentró su
atención en la manera en la que la ciudad del capital resuelve (as necesidades de vivienda en una página de los
Manuscritos, donde revela la carga deshumanizadora de la propiedad privada. El proceso, alienante, de un
refinamiento continuo de las necesidades y de los medios para satisfacer estas necesidades que la ciudad
ofrece a sus habitantes que carecen de propiedad (e incluso a los que la poseen)

produce, por una parte, el refinamiento de las necesidades y de sus medios; por otra, un salvajismo bestial, una plena,
brutal y abstracta simplicidad de las necesidades, o mejor, simplemente se reproduce a sí mismo en sentido opuesto. Incluso la
necesidad del aire libre deja de ser en el obrero una necesidad; el hombre retorna a la caverna, envenenada ahora por la mefítica
pestilencia de la civilización y que habita sólo de manera precaria, como una posesión ajena que puede escapársele cualquier día,
de la que puede ser arrojado cualquier día si no paga. Tiene que pagar por esa casa mortuoria. La luminosa morada que
Prometeo señala, según Esquilo, como uno de los grandes dones con los que ha convertido a los salvajes en hombres no existe
para el obrero. La luz, el aire, la más elemental limpieza animal, deja de ser una necesidad para el hombre. La basura, esta
corrupción y podredumbre del hombre, la cloaca de la civilización (esto hay que entenderlo literalmente) se convierte para él en un
39
elemento vital. El completo y antínatural abandono, la naturaleza podrida, se convierten en su elemento vital. Sus sentidos dejan
de existir no ya en su forma humana, ni siquiera en una forma deshumanizada, ni siquiera en una forma animal36.

8. Ciudad, conflicto de clase y anarquía social

La mayoría de los habitantes de Manchester, al igual que los de otras ciudades protoindustriales, la
constituyen, según Engels, los obreros. Estos satisfacen una necesidad fundamental, la del alojamiento, así
como otras necesidades esenciales, soportando su condición de dominados. El obrero no consume, incluso
sería mejor decir que es consumido. El empresario, el propietario de la vivienda, los comerciantes que le
venden los alimentos o los vestidos exprimen al máximo sus recursos, sin preocuparse -en esta fase- ni
siquiera de asegurar un nivel de vida mínimo para la reproducción de aquella fuerzatrabajo tan necesaria al
desarrollo industrial37 Nos hallamos en una fase de expansión inquieta que se alterna con períodos de
crisis38; en una fase donde la población obrera urbana es un elemento útil e incluso indispensable para el
desarrollo, pero del cual se puede disponer como se dispone de un bien libre, al igual que el aire y el agua. El
campo e Irlanda constituyen una rica reserva que incrementa el ejército de la mano de obra. Esta abundancia
de fuerza de trabajo disponible impide en los momentos de desarrollo el aumento de los salarios y actúa
como cámara de compensación en los momentos de crisis.

Esta reserva constituye en tiempos de crisis una inmensa multitud, y en períodos intermedios, que pueden considerarse un
término medio entre la prosperidad y la crisis, es siempre bastante numerosa. Es la “población superflua de Inglaterra, población
que mediante la mendicidad y los hurtos, la limpieza de calles, la recolección de estiércol, la venta ambulante con carritos o asnos,
u otros trabajitos de ocasión, sobrelleva una mísera existencia. En todas las grandes ciudades puede verse a muchos individuos de
este tipo, que con los pequeños servicios ocasionales “mantienen unida el alma al cuerpo”. como dicen los ingleses39.

Esta población “superflua”, cuya calificación social fluctúa entre proletariado y subproletariado, se
dedica a menudo a la mendicidad.

Pero la mendicidad de estos hombres tiene un carácter particular. Acostumbran a andar con su familia y a cantar en las
calles una canción que es una plegaria, o solicitan con un recitado la caridad de los vecinos. Y es extraño que estos mendigos se
encuentren casi exclusivamente en los barrios obreros, como si la caridad perteneciese casi exclusivamente a los trabajadores40.

Es una forma de solidaridad entre personas sobre las que pesa un destino común. Una forma
semejante de solidaridad, en la crisis, mancomuna a obreros y a pequeños tenderos que les venden a crédito
41

En las grandes ciudades se acumula así un gran potencial conflictivo. Las condiciones de vida, entre las
que el alojamiento ocupa una posición importante, impiden sin embargo la organización de los intereses
comunes y hacen que las rebeliones de grupo sean raras. Las reacciones más difundidas a estas condiciones
de vida, a menudo indignas del hombre, son el delito42, la abyección moral, el alcoholismo, la debilidad,
hasta llegar a la disolución de los vínculos familiares 43. La situación social y económica de los obreros es
inestable. La ciudad puede transformarse, en ciertos momentos, en un caos. Delincuencia y crimen pueden
constituirse en norma, y sus habitantes pueden convertirse, de un momento a otro, en una multitud de
mendigos a merced de la muerte tanto por inanición como por epidemia 44.

Pero la vida de las grandes ciudades prepara también un futuro diferente para quienes sufren la
condición de explotados indefensos. Un hombre nuevo se gesta en la condición urbana donde las masas -
llegadas recientemente a la ciudad- parecen ineptas, socialmente desorganizadas, moralmente débiles y sin
objetivo fijo.

Si la concentración de la población obra desarrollando y estimando la clase de poseedores, produce, todavía más
rápidamente, el desarrollo de los obreros. Los obreros comienzan a sentirse una clase en su conjunto y advierten que, aunque sean
individualmente débiles, unidos constituyen una fuerza. La separación de la burguesía, la diferente instrucción, sus distintas
condiciones de vida vienen a dar a los trabajadores ideas y percepciones propias; los obreros toman conciencia de su opresión y
adquieren una importancia social y política. Las grandes ciudades son el foco del movimiento obrero; en ellas los obreros han
40
comenzado, en primer lugar, a reflexionar sobre su condición y a combatirla; en ellas aparece el contraste entre la burguesía y el
proletariado; de ellas han salido las uniones obreras, el cartismo y el socialismo.

Las grandes ciudades padecen la enfermedad del cuerpo social, enfermedad que presenta en el campo una forma crónica y
que en ellas se transforma en aguda, con lo que surge a la luz la verdadera naturaleza del mal y el medio apropiado para
curarla.

Sin las grandes ciudades y su creciente acción sobre el desarrollo de la inteligencia, los trabajadores no estarían tan
adelantados como lo están ahora45.

Se delinea aquí un discurso sobre las condiciones que convierten a la clase obrera en una clase per se,
un discurso que se articulará y se desarrollará más ampliamente en el Manifiesto.

9. Proceso de proletarización y difusión urbana

En el Manifiesto del partido comunista (1848) la ciudad se presenta como un producto cultural
consecuente a la acción económica de una clase social históricamente hegemónica, la burguesía, que la usa
como instrumento de su afirmación. La burguesía es la clase protagonista de un proceso de transformación
social revolucionario que se caracteriza tanto por la capacidad de emancipación de las masas, como por la
fuerza de difusión de la civilización.

La burguesía ha sometido el campo a la dominación de la ciudad. Ha creado ciudades enormes, ha incrementado en alto
grado el número de la población urbana con relación a la rural, sustrayendo así una considerable parte de la población al
idiotismo de la vida rural. Ha hecho depender a los países bárbaros y semibárbaros de los civilizados, a los pueblos campesinos
de los pueblos burgueses, al Oriente del Occidente. La burguesía va superando cada vez más la fragmentación de los medios de
producción, de la propiedad y de la población. Ha centralizado los medios de producción y ha concentrado la propiedad en unas
pocas manos46.

La ciudad se concibe como una fase necesaria en la historia del capital; la ciudad, centro de desarrollo
de las fuerzas productivas y sede propulsora de la sociedad entera, se caracteriza, en la lectura marxiana de
este proceso de reestructuración rápida y violenta de la sociedad, más por su fuerza de civilización que por su
carga deshumanizadora y de degradación de la vida cotidiana de las masas en la ciudad. Sin embargo, en la
ciudad de la burguesía se perfila la ciudad del futuro; la burguesía crea el proletariado que crece con ella y
lucha contra ella, preparando las condiciones para la superación de la sociedad capitalista. La ciudad es
entonces algo más que el escenario donde madura una sociedad totalmente liberada. La vida urbana permite
la transformación de la clase obrera, que de mero agregado estadístico pasa a ser una clase per se, un actor
político. También el conflicto de clase adquiere nuevas y decisivas connotaciones, precisamente en relación
con los caracteres de la organización social urbana, tanto a nivel de producción (la vida de fábrica) como a
nivel de cotidianidad (las condiciones de alojamiento). El conflicto de clase desborda el estrecho ámbito de
cada fábrica y de las diferentes categorías productivas para manifestarse en un plano distinto del salario y de
la simple reivindicación sindical: su objetivo será la sociedad socialista, una sociedad que encuentra en las
diversas manifestaciones de la crisis urbana las precondiciones de su fundación. La gran ciudad favorece los
procesos de difusión de solidaridad, promoviendo aquellas situaciones objetivas de homogeneidad social que
arrastran a la mayoría de los habitantes hacia una acción política consciente. La gran ciudad acelera la
proletarizacíón de sus habitantes que no poseen medios de producción; la clase obrera aumenta en número y
en influencia social; la gran ciudad industrial concentra al proletariado y le confiere, por lo menos
potencialmente, una enorme fuerza de choque, facilitando, además, las comunicaciones, elemento esencial
para la organización política del movimiento obrero47. La sociología empíríca contemporánea ha puesto
muchos interrogantes a este modelo de transformación social que proponía, como protagonista de la nueva
ciudad, a una clase social cuya composición y cuya capacidad de acción política tuvieron influencias distintas
-modificando las previsiones marxianas- según los sucesivos desarrollos económicos y sociales que se
produjeron precisamente en la ciudad del capital. Por otro lado, es necesario subrayar que el análisis
marxíano anticipa de forma muy aguda algunos temas centrales del debate contemporáneo sobre la relación
ciudad-sociedadterritorio, aspectos que conducen la cuestión urbana hacía una interpretación marxista del
41
desarrollo social. La relación ciudad-campo adquiere una nueva forma. La ciudad capitalista le confiere un
carácter histórico, puesto que la conflíctívidad relacionada con el desarrollo del proletariado urbano, como
movimiento organizado, es el producto político de la nueva dimensión urbana de la sociedad que se va
perfilando como fase de la necesaria superación del viejo antagonismo. Esta superación es entendida como
un efecto del proceso de penetración progresivo del capital en la sociedad.

La ruptura de las condiciones naturales de trabajo y la desaparición de la relación tradicional con el


suelo, como elemento fundamental de la producción, cuentan tal vez entre los aspectos económicos más
importantes de la revolución industrial que se cumple en las ciudades y gracias a las ciudades. La producción
industrial destruye, de manera quizás irreversible, un principio básico de la producción social, el del recambio
orgánico entre sociedad y naturaleza, entre hombre y tierra. La devastación de la naturaleza provoca la
supresión de la autonomía y de la subjetividad del productor. Marx representa la devastación del ambiente
natural provocado por la gran industria sin deplorar la pérdida de una supuesta edad de oro.

En la órbita de la agricultura es donde la gran industria tiene una eficacia más revolucionaria, puesto que destruye el
reducto de la sociedad antigua, el campesino”, sustituyéndolo por el obrero asalariado. De este modo, las necesidades de
transformación y los antagonismos del campo se nivelan con los de la ciudad. La explotación rutinaria e irracional es sustituida
por la aplicación tecnológica y consciente de la ciencia. La ruptura del primitivo vínculo familiar entre la agricultura y la
manufactura, que rodeaba las manifestaciones incipientes de ambas, se consuma con el régimen capitalista de producción. Pero, al
mismo tiempo, este régimen crea las condiciones materiales para una nueva y más alta síntesis o coordinación de la agricultura y
la industria, sobre la base de sus formas desarrolladas en un sentido antagónico. Al crecer de un modo incesante el predominio de
la población urbana, aglutinada por ella en grandes centros, la producción capitalista acumula, de una parte, la fuerza histórica
motriz de la sociedad, mientras que, de otra parte, perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra; es decir, el retorno a la
tierra de los elementos de ésta consumidos por el hombre en forma de alimento y de vestido, que constituye la condición natural
eterna sobre la que descansa la fecundidad permanente del suelo. Al mismo tiempo, destruye la salud física de los obreros y,
arrasando las bases primitivas y naturales de aquel metabolismo, obliga a restaurarlo sistemáticamente como ley reguladora de la
producción social y bajo una forma adecuada al pleno desarrollo del hombre. En la agricultura, al igual que en la manufactura,
la transformación capitalista del proceso de producción es a la vez el martirio del productor, pues el instrumento de trabajo se
enfrenta con el obrero como instrumento de sojuzgamiento de explotación y de miseria, y la combinación social de los procesos de
trabajo como opresión organizada de su vitalidad, de su libertad y de su independencia individual. La dispersión de los obreros
del campo en grandes superficies vence su fuerza de resistencia, al paso que la concentración robustece la fuerza de resistencia de
los obreros de la ciudad. Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza
productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero.
Además, todo progreso realizado en la agricultura capitalista no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino
también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intesificación de su fertilidad dentro de un período de
tiempo determinado es a la vez un paso hacia el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso
de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya un país, como ocurre por ejemplo con Estados Unidos de América,
sobre la gran industria, como base de su desarrollo.

Por tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción
socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre48.

Actualmente es quizá casi demasiado fácil individualizar las deficiencias del modelo marxiano cuando
preveía una revolución urbana en términos de una revolución proletaria. Sin embargo, hay que destacar su
fuerza previsible y su lucidez cuando trata el tema de las consecuencias de la expansión territorial del capital
industrial. De este modo se nos descubre uno de los mecanismos, acaso el principal, que confiere una nueva
forma al ordenamiento urbano de la sociedad. Quedan, no obstante, por descubrir las contradicciones que
acompañan esta nueva fase así como los actores sociales que se hacen cargo de ella y que serán los
portadores de las nuevas tendencias de transformación social y política. Los medios de transporte y de
comunicación adquieren una importancia decisiva, sobre todo cuando la producción se basa en el
intercambio. El capital fomenta la producción de medios de comunicación, puesto que el comercio en amplia
escala se convierte en una condición esencial de la producción. La realización del valor de la mercancía se
efectúa en el momento de su colocación en el mercado; por consiguiente, la circulación del capital encuentra
su acondicionamiento espacial en el transporte o, mejor dicho, en la velocidad del transporte.
42
Sin embargo, este elemento espacial es importante puesto que la extensión del mercado y la cambiabilidad del producto
dependen de él. El capital desarrolla las fuerzas productivas reduciendo los gastos de esta circulación real (en el espacio) por
medio de una disminución de sus costos de valoración [...]. El tiempo necesario para la circulación determinará, por tanto, la
cantidad de producto susceptible de fabricarse en un lapso de tiempo dado, así como el número de veces en que el capital, en un
tiempo dado, podrá valorarse, reproducir y multiplicar su valor [...]. Mientras que, por una parte, el capital debe tender a
superar toda barrera local al tráfico, es decir, al cambio, para conquistar el mundo entero y hacer de él un mercado, por otra
parte, tiende a destruir el espacio gracias al tiempo, esto es, a reducir al mínimo el tiempo que cuesta el movimiento de un lugar a
otro. Cuanto más desarrollado esté el capital, más amplio es, pues, el mercado en el que circula; sin embargo, cuanto mayor sea
la trayectoria espacial de su circulación, en mayor medida tenderá a una extensión espacial del mercado y, por tanto, a la
destrucción del espacio gracias al tiempo49.

Así pues, la trama urbana vista como conjunto de centros productivos racionaliza e intensifica
progresivamente su red de infraestructuras: las carreteras, los ríos navegables, los ferrocarriles, se convierten
en elementos indispensables para la circulación y la propagación del capital. La modernización y la
construcción de nuevas infraestructuras que aumentan el radio territorial de influencia capitalista y con ello
sus posibilidades de producción y de reproducción están, en un primer tiempo, a cargo del Estado, mientras
que, en una fase sucesiva de desarrollo, el capital asume directamente la gestión del territorio, encontrando en
un determinado ordenamiento del territorio una variable crucial para su crecimiento ulterior. Estas páginas
de los Grundrisse, según Manfredo Tafuri, son de una actualidad desconcertante, y gracias a su capacidad
explicativa es posible comprender a fondo algunas elaboraciones de la cultura urbanista contemporánea, así
como -lo que parece más importante- los mecanismos que presiden el desarrollo metropolitano
contemporáneo. “Toda la ideología de la ciudad-región, de moda en los años sesenta de nuestro siglo, y la
realidad del territorio urbanizado por medio de continuas conurbaciones están aquí, anticipadas por Marx,
sobre la simple base de una atenta lectura de las tendencias capitalistas.. Pero aún hay más. Marx sugiere ya,
con este análisis de la dinámica de la propagación territorial del capital, la dirección emprendida por la
sociedad urbana en la superación de la dicotomía ciudad-campo. “Ninguna alternativa anticapitalista, por
tanto, en la eliminación del antagonismo ciudad-campo. El final de aquel antagonismo será sólo un momento
de la generalización, aplicada a todo el territorio, de las estructuras de la producción y del mercado
capitalista”50. Es aquí donde el marxismo establece sus distancias, de manera clara y definitiva, con las
utopías del siglo XIX y con las sugerencias románticas propias de la ideología antiurbana y antiindustrial.

10. Casa, ciudad y estructura social en el "Capital"

Es sorprendente el silencio casi absoluto de la crítica, generalmente tan atenta en recuperar y subrayar
incluso algunos pasajes y algunas observaciones fragmentarias, a propósito de unas páginas del Capital donde
Marx alude a datos estadísticos y a observaciones teóricas de evidente interés, relativos al problema de la
vivienda y del desarrollo urbano en la Inglaterra de mediados del siglo XIX 51 En el capítulo 23 del primer
libro del Capital Marx presenta, en particular, la situación de la vivienda de las grandes ciudades industriales
como prueba concreta de la ley del pauperismo o miseria creciente, prueba basada en datos señalados en las
grandes encuestas promovidas por la autoridad pública." Marx observa que “para una mayor clarificación de
las leyes de la acumulación es necesario examinar también la situación del obrero fuera del taller, o sea, las
condiciones de alimentación y de vivienda del obrero”.ss Pero es en el problema de la vivienda, como efecto
evidente del estado de miseria en el que la burguesía abandona al proletariado de las grandes ciudades y del
campo, donde Marx concentra toda su atención54.

La ciudad industrial es un amontonamiento forzado de fuerza-trabajo. “Todo observador sin prejuicios


puede ver que cuanto más masiva sea la centralización de los medios de producción, tanto mayor será el
correspondiente amontonamiento de los obreros en el mismo espacio; es decir, cuanto más rápida sea la
acumulación capitalista, tanto más miserables serán las condiciones de alojamiento de los obreros”55 Y estas
condiciones de los obreros descubren precisamente el carácter antagónico de las relaciones de producción
capitalista. Con el desarrollo de la industria y con la afluencia de fuerza-trabajo en las grandes ciudades,
aumentan las demoliciones de los barrios antiguos. La propiedad urbana se enriquece gracias a la
especulación y a la renta del suelo, subiendo más allá de todo límite soportable el precio de los alquileres. El
43
amontonamiento en los barrios obreros y su degradación se acentuarán todavía más a través de la política de
saneamiento urbano, cuya finalidad real es la edificación de un centro que desarrolle funciones comerciales y
directivas cada vez más idóneas para el predominio de la burguesía urbana, clase urbana hegemónica.

La amplitud del proceso de proletarización relacionado con las condiciones de la vivienda es evidente
en la amplia gama de clases sociales que engloba, “incluso aquella parte de la clase obrera que vive en mejores
condiciones, conjuntamente con los pequeños comerciantes y otros elementos de la clase media baja, sufrirá
cada vez más bajo estas indignas condiciones de alojamiento”56. En esencia, los términos empleados para la
valoración de la condición de la vivienda son: la densidad de los habitantes y la condición inadecuada de la
vivienda. Concretamente, Marx hace referencia a la cubicación disponible per capita, al aire y a la luz, a la
calefacción, a la presencia de servicios específicos y funcionales dentro del barrio, al nivel de alquiler. Hay
que notar en este punto específico, con referencia a la situación londinense, que las operaciones de
renovación urbana comportan tal aumento en los alquileres, que muy pocos obreros podrán pagarse más de
una habitación, mientras que un proceso de auténtica destrucción de las áreas de residencia obrera exacerba
“el empaquetamiento humano” de los proletarios a quienes el reglamento de higiene pública prohibe
desplazarse en busca de un techo en áreas más decorosas.

Se puede quizá sostener que estas páginas contienen, implícitamente, una ley de la creciente entropía de
la sociedad urbana como resultado del modo de producción capitalista. Este principio se manifiesta de forma
física en el caos urbanístico y constructivo, y de forma social en el aumento de la movilidad territorial de
amplias masas de población. La demolición de las casas constituye -también en los distritos rurales- el
aspecto más evidente del proceso de destrucción de los equilibrios socioterritoriales preexistentes, sin que se
reconstituyan unas condiciones de vida humanamente aceptables. Además, la voluntad de segregación de las
clases inferiores y la avidez de los propietarios de inmuebles representan, en esta fase, el carácter opresivo
inherente a la formación de la ciudad moderna. Pero es la movilidad lo que nos hará comprender el impacto
del nuevo modo de producción en el territorio.

Es preciso considerar la primera gran emigración capitalista en el ámbito del conflicto entre ciudad y
campo. Se refiere a los campesinos que en conformidad con “los métodos idílicos de la acumulación
originaria” serán desposeídos de la propiedad del suelo, expulsados de las comunidades originarias y
transformados en proletariado fuera de la ley, elemento indispensable para el desarrollo industrial de las
ciudades. La ciudad impone unas transformaciones radicales a la producción agrícola, del mismo modo que
impone el capital industrial al mercado nacional. “Sólo la gran industria ofrece, con sus máquinas, la base
constante de la agricultura capitalista, expropia radicalmente la enorme mayoría de la población rural y lleva a
término la separación entre agricultura e industria doméstica rural, extirpando las raíces de esta última... la
hilatura y la industria textil.” 57 Por medio de esta revolución en el campo se manifiesta de modo patente una
superpoblación relativa, esto es, un excedente de población aspirante al trabajo con respecto a la población
efectivamente ocupada, fenómeno que alimenta de manera irregular pero constante, si así se puede decir, el
mercado del trabajo urbano. “La superpoblación latente” constituye la principal componente del proceso de
traslado de la población rural hacia la ciudad, una componente que aumenta, de forma peligrosa para el orden
establecido, los estratos pobres de la población y acentúa las tensiones y los problemas urbanos. La
subyugación del campo por parte de la economía ciudadana se cumple bajo el signo de una violencia
protegida legalmente y relacionada objetivamente con la penetración del capital en la agricultura.

Por tanto, una parte de la población rural se encuentra constantemente abocada a verse absorbida por el proletariado
urbano o manufacturero y en acecho de circunstancias propicias para esta transformación... Como vemos, esta fuente de
superpoblación relativa flota constantemente. Pero su flujo constante hacia las ciudades presupone la existencia en el propio
campo de una superpoblación latente constante, cuyo volumen sólo se pone de manifiesto cuando por excepción se abren de par en
par las compuertas de desagüe58.

Conjuntamente con la ruptura de los equilibrios físicos se evidencia claramente en el hábitat de la gran
ciudad industrial la ruptura de los equilibrios psicológicos. Sobre este aspecto de la vida urbana, ya subrayado
por Engels, surge de forma natural una comparación con el amplio material empírico que la Escuela de
Chicago estudiará en 1925; la comparación permite además la individualización de procesos análogos (por
44
ejemplo, la reestructuración del centro, la huida de la ciudad por parte de las clases pudientes) y confirma la
relación entre el estado global del hábitat, la ruptura de los esquemas de comportamiento social y el grado de
desviación, fruto de la expansión urbana, presentes también en la metrópoli americana a principios de siglo.

La anomía, como típico hecho social del hábitat urbanizado, constituye por tanto el tercer tema de
reflexión de estas páginas del Capital. La anomía se manifiesta en dos niveles estrechamente relacionados: el
primero -ya examinado- trata de la pérdida de la relación fundamental con la tierra y de la disolución del
grupo familiar. La casa obrera, espacio donde estos dos elementos actuaban en conjunto y en concreto,
desaparece con la invasión del modo de producción capitalista en la estructura de la vivienda. La casa obrera
se confunde con los centros de producción capitalista, y esta superposición, con consecuencias sociales
quebrantadoras, se evidencia en las mistresses houses, en las lace and straw plalt schools, en el verdadero y
propio trabajo a domicilio, en las workhouses y en las situaciones de nomadismo obrero59. Durante los
períodos de producción históricamente anteriores, la casa coincidía con el espacio donde se cumplía la
experiencia del trabajo: el trabajo constituía la base de la autarquía familiar tanto en el caso de la familia
campesina, como en el caso de la familia artesana. La familia no produce mercancías, sino productos,
basándose en un principio de división del trabajo natural. “Las diferencias de sexo y de edad, como las
condiciones naturales de trabajo que varían según el cambio de estación, regulan la distribución de aquellas
funciones entre la familia y el trabajo de los distintos miembros60.” El modo de producción capitalista
destruye brutalmente este sistema de distribución de las tareas familiares, así como los valores que lo
sostenían. Los datos señalados por Marx, basándose en los Reports del doctor Hunter, son impresionantes.
La desaparición de la casa, como lugar donde ejercía un tipo de institución familiar integrado, que todavía no
estaba sujeto a la explotación ocasionada por la división social del trabajo y por el desarrollo capitalista,
genera el embrutecimiento físico y moral más extremo de todos los miembros de este grupo, sin distinción
de sexo y de generación, no sólo en las grandes ciudades, sino también en los pueblos del campo 61.

El problema urbano, como una metástasis, hace mella también en las posibilidades de vida de las clases
dominantes. La burguesía toma conciencia de este estado de cosas, causado en gran medida por las caóticas
condiciones de alojamiento del proletariado urbano. A través de sus representantes públicos promueve una
serie de disposiciones: leyes sobre la sanidad, Nuisance Removal Acts, diez Actas sobre higiene pública
votará el Parlamento entre 1847 y 1864; además, se efectúan numerosas indagaciones sobre la vivienda, que
el propio Marx usa a menudo. Estos esfuerzos filantrópicos serán muy pronto inútiles: “el flujo y reflujo del
capital y del trabajo” anulan los intentos reformistas más comprometidos. “El carácter antagónico de la
acumulación capitalista y, por tanto, de las relaciones de propiedades capitalistas en general se hace así tan
evidente, que incluso las relaciones oficiales inglesas sobre el tema contienen ataques heterodoxos contra "la
propiedad y sus derechos". Esta calamidad aumenta a la par que el desarrollo industrial con la acumulción del
capital, con el crecimiento y con el "embellecimiento" de las ciudades”62. No se puede pensar en una mejora
de las condiciones del hábitat sin proceder, en primer lugar, a la anulación de la propiedad privada. El
proyecto de transformación de la sociedad pasa por un proceso revolucionario que interrumpe y reorganiza
las directivas de transformación emprendidas por el modo de producción capitalista. En primer lugar se sitúa
la ruptura de una relación históricamente definida entre sociedad y naturaleza, entre sociedad y ambiente.

Cuando Marx habla de la naturaleza, tenemos la impresión de que su pensamiento se desarrolla en dos
niveles. Por un lado, la naturaleza como la produce el hombre -la estructura asumida por el paisaje, el
desarrollo que depende del uso de los recursos-; por el otro, la naturaleza como conjunto de limitaciones
impuestas al hombre y a su organización social en el momento de la producción, de modo que las
comunidades humanas puedan crecer y asumir configuraciones peculiares también en relación con el
ambiente natural que las acoge. La naturaleza es un conjunto de posibilidades y de limitaciones, y, en relación
con ellas, el hombre produce lo que podemos llamar naturaleza. El modc de producción capitalista confiere a
la naturaleza un valor de cambio, pero con esta transformación se desarrolla un proceso de confusión que es
también proceso de degradación y de destrucción. Lefebvre, basándose en esta temática, individualizará en
esta contradicción el punto de partida del espacio catastrófico del espacio capitalista. Pero lo que para este
autor constituye el preludio de la fundación de una sociedad urbana, también podría representar para otros el
comienzo de un recorrido sin retorno; la cuestión queda abierta. Aquí sólo podemos observar que ni este
tipo de tensión entre la sociedad y su ambiente, ni las condiciones de la vivienda y su pobreza, forman la base
45
de un proceso de toma de conciencia revolucionaria capaz de elaborar un proyecto de una nueva fundación
social. En todo caso, las huellas de este proceso -aunque no sean siempre positivamente válidas- se
evidencian con mucha más fuerza en la metrópoli y en el espacio urbano contemporáneo, que en los años
que vieron el crecimiento de la ciudad industrial. Tanto Marx como Engels manifiestan, sin embargo, más de
una vez su fe casi acrítica en el amontonamiento físico y psíquico típico de la situación urbana que tiene,
como fondo negativo, la condición social en que vive la población rural, residual, débil y reaccionaria63.

Se ha de advertir además que en el Capital ciudad y campo quedan extrañamente indefinidos tanto
como polos distintos de la sociedad, como en su interrelación. Para Marx, la separación entre ciudad y campo
constituye la base de cada división del trabajo desarrollado y mediatizado por el intercambio de mercancía, y
“se puede decir que toda la historia económica de la sociedad se resume en el movimiento de este
antagonismo, del que no nos ocuparemos más aquí”64. Marx describe las relaciones entre la población de la
ciudad y la población del campo, la expropiación de los campesinos, determinada por el capital acumulado en
las ciudades con la usura y el comercio, el proceso de revitalización de las ciudades que se cumple gracias a la
continua emigración de la población rural, la desaparición de la industria doméstica y la consiguiente
implantación de “cuarteles”, donde se desarrolla la producción urbana, la formación de un mercado interior
necesario a la gran industria, la división del trabajo entre manufactura y agricultura. Los elementos claves que
caracterizan la oposición ciudad campo se centran en una compleja visión del modelo de transformación
inaugurado por el desarrollo industrial, pero el Capital no analiza el tema ni directa ni completamente. La
preocupación principal es el análisis del modo de producción capitalista; el examen a este respecto es
necesariamente parcial. Marx parece querer demostrar por encima de todo que tanto la ciudad como el
campo, con el modo de producción capitalista, se sujetarán a las mismas leyes. Como ejemplo, he aquí la
ilustración del principio de empobrecimiento de la tierra.

La gran industria y la gran agricultura gestionada industrialmente trabajan en común. Si originariamente se dividieron
por el hecho de que la primera dilapida y arruina predominantemente la fuerza de trabajo y después la fuerza natural del
hombre, mientras que la segunda dilapida la fuerza natural de la tierra, más tarde, en cambio, se dan la mano, en cuanto que el
sistema industrial en el campo agota también la energía de los obreros, y la industria y el comercio, por su parte, proporcionan a
la agricultura los medios para depauperar la tierra65.

La ciudad queda definida de manera totalmente negativa; Marx no intenta definir los caracteres
urbanos de la sociedad que debería surgir de la superación de la ciudad capitalista. Lefebvre, en cambio, lo
intentará, siguiendo su camino, cien años más tarde. A este propósito habría que precisar que la distinción
entre valor de uso precapitalista y valor de uso postcapitalista se propone como un pasaje interpretativo,
necesario para proyectar la ciudad futura como ciudad socialista66. El Capital ofrece, por tanto, los primeros
principios para una teoría del hábitat no sólo económicamente circunscrita, sino también históricamente bien
delimitada. No por esto el análisis será menos rico y menos articulado que el que encontramos en los
Grundrisse y en la Ideología alemana.

11. El problema de la vivienda

Consideración aparte merece, finalmente, este escrito de Engels, centrado en un problema específico y
considerado como menor en el ámbito de la perspectiva de análisis marxiano, redactado en forma de cáustico
panfleto contra

el socialismo “pequeño burgués” de carácter proudhoniano67. Constituye, sin embargo, un texto


importante, hasta el punto de que actualmente hay quien lo considera como la palabra definitiva del
marxismo sobre el problema urbano68. Engels subraya la conexión existente entre el proceso dialéctico
ciudad-campo y el potente desarrollo de la ciudad capitalista. Además, proporciona las necesarias
indicaciones para que la política urbana no anule el impacto revolucionario de la clase obrera,
transformándose en una fuerza cómplice del sistema. Un texto, por tanto, que, pese a las referencias positivas
hechas por el autor con respecto a los utopistas, pretende ser lo opuesto a la utopía: desenmascara las
maniobras manipuladoras de la ciudad burguesa en perjuicio del proletariado revolucionario y critica
ferozmente, en el plano político y científico, el reaccionario y “superado” socialismo reformista de Proudhon.
46
Quienes actualmente se ocupan de los problemas de la ciudad reconocen que los objetivos indicados
por Engels están todavía por lograr, y que el “problema de la vivienda” continúa existiendo, de forma
distinta, con matices y protagonistas nuevos, en la ciudad y en la metrópoli neocapitalistas. Pero también se
evidencia de modo muy claro, a través de este problema específico, la debilidad profética del materialismo
histórico. A la fuerza del análisis no corresponde la previsión política de Engels, basada tanto en la exaltación
de la capacidad revolucionaria de las masas obreras, como en la profecía-corolario del próximo fin de la
ciudad del capital. Pero, precisamente gracias a la comparación entre la realidad empírica contemporánea y
las páginas de Engels, es posible comprender mejor la gran fuerza de recuperación del potencial conflictivo y
la estabilidad sustancial (o quizá la transformación hacia niveles sucesivos de equilibrio) de la ciudad
burguesa.

Naturalmente, la cuestión permanece abierta de manera especial para quienes creen que el conflicto
está en la base de la sociedad urbana y que las salidas de este conflicto no vendrán dadas, necesariamente y
siempre, por nuevos niveles de equilibrio, conseguidos por medio de la superación racionalizadora de las
contradicciones sociales y económicas. Se trata de una enseñanza elemental, sacada de la historia urbana
occidental, llena de desarrollos, de pausas, de transformaciones radicales y de fases dominadas por procesos
de involución. Por otro lado, es necesario hoy día poner de manifiesto y valorar el hecho -difícilmente
contestable- de que la propuesta reformista contra la que se lanza nuestro autor parece adquirir una firme
consistencia -incluso para un próximo futuro- en ciertas actitudes manifestadas por la clase obrera
moderna69. ¿Es que Engels, a pesar suyo, permanece entonces en el ámbito de la utopía? Para intentar dar
una respuesta a esta interrogación es preciso profundizar en el texto.

Según Engels, la falta de viviendas para las clases pobres constituye únicamente uno de los efectos
negativos -entre los más evidentes, pero no entre los más importantes- del trastorno social ocasionado por la
transformación de una determinada forma de producción, la manufactura desarrollada en empresas de
pequeñas dimensiones para un mercado relativamente amplio, en otra, la gran industria que actúa para un
mercado nacional y mundial. El fenómeno de la escasez de viviendas alcanza aspectos dramáticos sobre todo
en aquellas ciudades que no son originariamente industriales y que se encuentran, de improviso, en el centro
de un proceso de crecimiento mal tolerado por la preexistente estructura ciudadana en general Engels centra
primeramente su atención en el caso de la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX; un país que se está
industrializando activamente, en amplia escala, desde hace pocos decenios y que, todavía en el momento en
que Engels escribe, desarrolla en buena medida este proceso basándose en la industria doméstica relacionada
con la agricultura.

Engels, tanto en el Prólogo de 1887, como en los artículos de 1872, pone en evidencia cómo la
posesión de la vivienda y del campo aseguran al obrero de la industria doméstica cierto bienestar; sin
embargo, una vez desarrollada la gran industria, este hecho se convierte en perjudicial para la totalidad de la
clase trabajadora, reduciendo su salario a niveles mínimos.

Lo que la familia gana con el cultivo de su huerto y de su parcela de tierra el capitalista lo deduce, invocando la
competencia, del precio de la fuerza de trabajo. Los obreros están obligados a aceptar cualquier salario, pues de otro modo no
percibirían absolutamente nada, y no pueden vivir únicamente del producto de sus tierras. Y, por otra parte, estas tierras que
cultivan son ataduras que les impiden buscar otra ocupación [...]. El peso terrible de esos salarios, tradicionalmente mantenidos
muy por debajo del valor de la fuerza de trabajo, actúa asimismo sobre los salarios de los obreros de las grandes ciudades incluso
haciéndolos descender por debajo de aquel valor; tanto más, cuanto que también en las ciudades la industria a domicilio mal
retribuida ha ocupado el lugar del antiguo artesanado, y también allí hace bajar el nivel general de los salarios70.

A esto debe añadirse que con el desarrollo industrial se crea un mercado del trabajo que impone en
todo el territorio una fuerte movilidad a la fuerza-trabajo. De esta manera, la industria a domicilio se reduce
fuertemente y se recupera una cantidad importante de mano de obra que, en términos costes-beneficios, no
tiene interés alguno en dejar el campo, pero que se siente, sin embargo, atraída, incluso culturalmente, por el
ambiente urbano. Se crean, por tanto, unas condiciones generales que impiden al mecanismo descrito más
arriba actuar de manera duradera como forma importante de conflicto de intereses dentro de una clase. En
47
los países industrialmente avanzados, el obrero de la industria a domicilio será sustituido por el proletariado
urbano de las grandes ciudades, y el sucesivo desarrollo capitalista alterará ulteriormente los estratos
residuales del grupo social campesino, imponiendo una reestructuración de la actividad productiva primaria
y, en consecuencia, del estrato social implicado en estas renovadas relaciones de producción.

La seguridad de la vivienda es una quimera para el obrero urbano.

Y no sólo para él. La escasez de viviendas une a la clase obrera con las clases oprimidas de siempre y,
hoy, escribe Engels, también con una parte de la pequeña burguesía. La vivienda empeora cualitativamente a
causa del progresivo aumento de la demanda por parte de una masa muy grande de recién llegados a la
ciudad. Los alquileres aumentan y crecen también las incomodidades debido al número cada vez mayor de
personas que ocupan cada vivienda. Para muchos es incluso difícil encontrar cualquier tipo de organización.

Engels individualiza claramente el mecanismo especulativo del suelo que actúa en la ciudad moderna;
las áreas centrales adquieren un valor cada vez mayor con el crecimiento de la ciudad; se sustituyen los viejos
edificios del centro, y la población más pobre que allí residía se ve obligada a mudarse hacia la periferia.
Tenemos aquí la manera burguesa de resolver el problema de la escasez de la vivienda, gracias a la adopción
de lo que Engels llama el método Haussmann.

Entiendo aquí por “Haussmann” la práctica, ya generalizada, de abrir brechas en los distritos obreros, especialmente en
los situados en el centro de nuestras grandes ciudades, bien responda esto a una preocupación por la sanidad, a un deseo de
embellecimiento, a la demanda de grandes locales comerciales en el centro o a las exigencias de la circulación, como instalación de
vías férreas, calles, etc. Sea cual fuere el motivo, el resultado es en todas partes el mismo: las callejuelas y callejones más
escandalosos desaparecen, y la burguesía se jacta ruidosamente de este gran éxito... pero pronto callejuelas y callejones reaparecen
en otro lugar, a menudo en la inmediata vecindad71.

Engels, en la dura polémica con Proudhon, tiende a subrayar más veces la marginal importancia del
problema de la escasez de viviendas dentro de una perspectiva de riguroso análisis marxista y de
transformación revolucionaria de la sociedad hacia una sociedad socialista. Proudhon sostiene que el arrenda-
tario representa para el propietario de la casa lo que el obrero asalariado para el empresario capitalista. Pero
esto no es verdad. La falta de viviendas “no es en absoluto una consecuencia directa de la explotación del
trabajador en cuanto tal por el capitalismo”72. Los propietarios de las casas son una “subespecie” de
capitalistas, un enemigo menor que no compra fuerza-trabajo y que no obliga a producir plusvalía. Es verdad
que la plusvalía producida por el obrero se distribuye bajo forma de beneficio para el comerciante, de
impuestos y de renta del suelo, etc., entre las distintas “subespecies de capitalistas; pero la relación entre
obrero y propietario de casa es simplemente una relación comercial normal, una normal compraventa de
mercancías entre dos sujetos, lo que no implica directamente la calidad de productor de plusvalía del obrero
industrial. “Sean cuales sean las ventajas excesivas que el propietario obtenga del inquilino, nunca tiene lugar
aquí otra cosa que el traspaso de un valor ya existente, producido con anterioridad; la suma total de los
valores poseídos conjuntamente por el propietario y el inquilino no experimenta variación alguna73.

Sostener, como sostienen los proudhonianos, que la solución del problema de la vivienda es
importante para llegar a la sociedad socialista, que la abolición de la vivienda de alquiler es una
“reivindicación de primer orden” y que para alcanzar el objetivo de la propiedad de la vivienda por parte de
quien la habita es necesario transformar el alquiler en plazos que cubrirán el precio de la vivienda, rescatando
así la propiedad, no sólo significa hacer retroceder el pensamiento y el movimiento socialistas a posiciones
reaccionarias de sustancial defensa de los intereses de la pequeña burguesía74 sino también proponer solu-
ciones prácticas que no se sostienen económicamente y que se fundamentan en el ridículo hecho de que es
suficiente un decreto legislativo para transformar condiciones sociales que tienen en otras partes su base real.
Con esto Engels es coherente con su teoría política y se presenta como adversario decidido de reformas en
las que únicamente ve una detención del desarrollo socialista de la sociedad.

Señalemos de paso que lo que precede vale por todas !as denominadas reformas sociales que tienden a realizar economías o
a bajar los precios de los medios de subsistencia del obrero. O bien se aplican de una manera general y dan lugar a una dis
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minución proporcional de los salarios, o bien son experiencias aisladas, en cuyo caso el simple hecho de ser excepcionales
demuestra que su aplicación a gran escala es incompatible con el modo de producción capitalista en vigor75.

Engels, al revés de Proudhon, defiende y exalta la Revolución Industrial por haber liberado las fuerzas
y las capacidades productivas de un modo que no tiene precedentes en la historia de la humanidad y por
haber creado así las condiciones de una real emancipación de las masas oprimidas76. La gran ciudad y la
escasez de viviendas constituyen ciertamente una etapa que hay que superar, pero una etapa históricamente
necesaria e incluso positiva en este proceso de desarrollo. Proudhon, en cambio, ve en este mismo problema
una importante confirmación de su visión de la sociedad industrial concebida como una sociedad patológica.
Aspira a un mundo donde el modo de producción imite los modelos preindustriales, basados en el trabajo
individual, cuyo producto independiente pueda inmediatamente llevarse al mercado y consumirse.

Se trata de modelos ya superados por el desarrollo social, y este pensamiento es, según Engels, un
pensamiento reaccionario. Engels ironiza, quizá de manera demasiado sumaria, sobre la propuesta concreta
del acceso a la vivienda por medio de plazos, contraponiéndole la dura realidad de la vida cotidiana del
obrero industrial, condenado a cambiar de vivienda y a menudo de ciudad de residencia77. Un último
argumento, directamente relacionado con los precedentes, ataca a los proudhonianos, pero está poco
desarrollado, aunque presente diversas implicaciones sociológicas y políticas que hacen referencia a lo
acontecido y a lo que todavía ocurre en las sociedades industriales avanzadas: la creación en el ámbito del
proletariado urbano de un estrato privilegiado de obreros propietarios de casas. Según Engels, esto podría
representar un peligro para la solidaridad de clase y un serio obstáculo para la revolución78.

Engels critica duramente también otros remedios propuestos y, a veces, empleados por la burguesía
para resolver el problema: las colonias obreras que los empresarios promovieron en la proximidad de la
fábrica y cerca de las ciudades, la cooperación mutualista y la asistencia estatal. Por lo que se refiere a las
colonias obreras está claro tanto para Engels como para los empresarios capitalistas, que “en la industria
situada en los distritos campesinos el gasto para la construcción de viviendas obreras constituye una parte
necesaria del total del capital de instalación, parte que producirá una fuerte renta directa e indirecta”. Sin
considerar el hecho de que ser propietario de casas obreras puede ser un óptimo instrumento de presión
sobre estos obreros, por ejemplo, en el momento en que se declaran en huelga79. Por lo que se refiere a las
denominadas building societies, éstas sólo funcionan como instrumento especulativo, mientras que el
Estado, en cuanto “poder colectivo organizado de las clases pudientes, de los propietarios inmobiliarios y de
los "capitalistas" no tiene intención alguna de resolver el problema y se ocupará, al máximo, una vez que
ciertos paliativos superficiales sean comunes, de emplearlos de manera uniforme y por todas partes80.

12. Ciudad del capital y ciudad utópica

A Engels no le interesa proponer una solución detallada del problema, cosa que afirma continuamente.
Y no le puede interesar precisamente por el rigor de su socialismo científico y por el temor-aversión de caer
en la utopía. La so lución del problema específico se encuentra entonces y en consecuencia en la solución del
problema principal. Sólo por medio de la abolición del modo capitalista de producción se obtendrá una
solución práctica del problema social en todos sus aspectos. Esto significa que el problema de la vivienda
encontrará una respuesta adecuada con el nacimiento de una nueva ciudad, apartada de la producción
capitalista, donde desaparecerán las formas de apropiación anexas al modo de producción capitalista, formas
de apropiación que en la actualidad crean y se aprovechan de la escasez de viviendas.

Engels no renuncia, sin embargo, a una sugerencia coyuntural: la expropiación de los actuales
propietarios por parte de los miserables que carecen de techo y por los obreros que viven hacinados en la
gran ciudad del capital.

“La escasez de viviendas puede remediarse inmediatamente con la expropiación de una parte de las
viviendas de lujo de las clases dominantes y mediante la admisión de nuevos arrendatarios en las demás.” 81
Sin embargo, no parece que aquí se avalen, inopinadamente, experiencias de expropiación violenta,
desancladas del marco de las relaciones de producción en cuya transformación está la solución efectiva del
49
problema. Volvemos la atención a algunas anotaciones del propio Engels: la expropiación de la casa no es la
expropiación de un medio de producción, así como el capitalista propietario inmobiliario no es el empresario
industrial.

La eliminación del modo de producción capitalista coincide con la eliminación de la antítesis entre
ciudad y campo, antítesis “que la actual sociedad capitalista ha llevado a su grado más alto” y cuya
eliminación -sostiene con energía Engels- no es en absoluto utópica.

La eliminación de la oposición entre la ciudad y el campo no es más utópica que la eliminación del antagonismo entre
capitalistas y asalariados, y se convierte cada día más en una exigencia práctica de la producción industrial y de la producción
agrícola. Nadie la reclamó con más energía que Liebig en sus obras sobre la química agrícola, en las cuales pide como cosa
fundamental, constantemente, que el hombre devuelva a la tierra lo que recibe de ella, y en las que demuestra que sólo la
existencia de las ciudades, sobre todo de las grandes ciudades, es obstáculo para ello. Cuando se observa que solamente aquí, en
Londres, se arrojan diariamente al mar, a costa de enormes gastos, una cantidad de abonos naturales mayor de la que puede
producir el reino de Sajonia, y las formidables instalaciones que son necesarias para impedir que esos abonos envenenen todo
Londres, resulta que la utópica eliminación de la oposición entre la ciudad y el campo tiene una base maravillosamente
práctica82.

En estas páginas Engels sólo esboza el tipo de sociedad que deriva de la superación de la dicotomía
conflictiva entre ciudad y campo. El primer acto será siempre el de la eliminación de la gran aglomeración
urbana, y en consecuencia

sólo la distribución lo más uniforme posible de la población por todo el país y una estrecha asociación de las producciones
industrial y agrícola, junto con la extensión de los medios de comunicación que se hará entonces necesaria, podrán liberar a la
población rural del aislamiento y el embrutecimiento en los que vegeta, situación que no ha cambiado casi desde hace milenios 83.

Con estas pocas líneas de análisis engelsíano llegamos necesariamente a la formulación de la siguiente
pregunta: la renuncia a ciertos procesos, como el de la concentración de fuerzas productivas desarrollada por
la gran ciudad, renuncia pronosticada en la propuesta engelsiana, ¿no llevará consigo una pérdida, una
limitación en el desarrollo de la capacidad productiva, fuente primaria de la emancipación social de la
colectividad entera?84. Más aún: ¿cuáles serán las condiciones para que el aislamiento social en el que se
encontrarían estas nuevas comunidades, de limitada dimensión, relacionadas entre ellas pero dispersas en el
territorio, no se transforme en un agente de empobrecimiento cultural y político, comparable con el
idiotismo del campo del que se quejan a menudo nuestros autores, o, en muchos otros aspectos, parecido a
las neurosis del suburbio de las que hablan numerosos sociólogos contemporáneos?

La utopía -prosigue Engels- no reside en el hecho de afirmar que los hombres no se liberarán totalmente de las cadenas
forjadas por su pasado histórico hasta eliminar la oposición entre ciudad y campo; la utopía comienza en el momento en que se
pretende prescribir la forma en la cual debe resolverse esta o aquella oposición en la sociedad actual “partiendo de las condiciones
existentes”85.

Ha transcurrido un siglo; un siglo durante el cual el modo de producción capitalista, con diversas
vicisitudes, se ha extendido de forma desmesurada, y ya es imposible negar que el desarrollo urbano ha
proseguido de manera inexorable en la exasperación de la antítesis entre ciudad y campo, llegando a su
superación. De hecho, esta distinción ha perdido, económica y sociológicamente, su significación tanto en
los países capitalistas como en los países no capitalistas que se han desarrollado industrialmente en amplia
escala. La producción agrícola sólo tiene sentido cuando se uniforma con los esquemas productivos de la
industria y se coordina con ella. La sociedad rural ya no tiene fuerza para contraponerse a la sociedad urbana
o, mejor, metropolitana; ha quedado englobada en esta última y se ha convertido en un apéndice urbanizado.
Engels lucha por tanto contra la utopía burguesa, pero ¿hasta qué punto podemos sostener que lo haya
hecho con éxito?

Otras distinciones adquieren importancia, otros conflictos se convierten en esenciales y se imponen.


En cambio, podemos llamar la atención con más oportunidad sobre la hipótesis de que la distinción ciudad-
50
campo se presenta en su forma de conflicto violento a un nuevo nivel, el de la relación entre países
desarrollados y países llamados subdesarrollados, a un nivel, pues, de relación entre colonia y metrópoli. Pero
el problema contiene nuevos aspectos y nuevas posibilidades de desarrollo, sólo parcialmente comparables -
siguiendo la utilización del análisis marx-engelsíano- al conflicto entre ciudad y campo como se presentaba en
la sociedad capitalista competitiva, que sigue siendo el marco histórico dentro del cual dicho análisis se
desarrolla.

III. Georg Simmel: El individuo y la metrópoli

1. Individuo y sociedad

la historia social, en su trayectoria dominante, lleva al desarrollo continuo de las grandes ciudades. Las
grandes ciudades tienen en el pensamiento de Georg Simmel -como escribe Nisbet la misma importancia que
la de mocracia para Tocqueville, el capitalismo para Marx, la burocracia para Weber.1 Así pues, una nueva
lectura del clásico ensayo Metrópoli y personalidad 2 se presenta llena de interés.

La sociología simmeliana nos descubre, de hecho, aquellos aspectos de profunda transformación


ocasionados por el cambio de las formas solidarias de la comunidad tradicional en las formas sociales
articuladas de la gran ciudad. En el centro del estudio, en éste y en otros numerosos ensayos, se sitúa el
individuo, entidad sociológicamente indefinida, pero fuente esencial de lo social, que se desenvuelve
emancipándose progresivamente de las constricciones del grupo, sin lograr no obstante una total
emancipación. Los mecanismos económicos de la sociedad urbana constituyen a este respecto una fuerza
activa en modo ambivalente, y se interpretan en el análisis simmeliano como elementos cruciales del peculiar
proceso de socialización que encuentra en la ciudad, o mejor en la cultura urbana, un agente cada vez más
importante, cada vez más extendido. Simmel penetra así en un área de investigación empírica de gran
actualidad: la comunicación y la interacción social en la sociedad urbana. Su examen integra útilmente el
análisis en clave de clase social, que no sólo puede dejar en la sombra problemas relevantes, sino que resulta
incluso menos ajustado a la realidad procesal de la ciudad moderna, puesto que en la ciudad se desarrolla una
acción de masificación social que arrolla incluso las barreras de las clases sociales.

Simmel formula algunas hipótesis-clave, centradas en la relación cultural del dinero/desarrollo de la


personalidad del habitante de la metrópoli. El individuo se contrapone a la sociedad tecnológicamente
evolucionada, carac terizada por nuevas formas de agregación que contienen para el individuo
condicionamientos decisivos. De aquí deriva una sugerencia de perspectiva para la sociología de la ciudad: el
análisis sociológico no debe reducirse al estudio de la organización social metropolitana en clave
demográfico-territorial, sino que ha de concentrarse en las formas psíquicas de la vida social, o mejor en
aquellas formas psíquicas particulares que nacen de la interacción entre individuos.

Según Simmel, el desarrollo de la naturaleza humana se deforma por la intervención de la sociedad,


entidad superior al individuo y necesariamente coartadora. La vida social se manifiesta en sus contenidos
super individuales, que asumen la forma de fuerzas externas a las que cada componente de la sociedad .Jebe;
de grado o por fuerza, adaptarse. Simmel parece defender una concepción de la historia como lucha perpetua
entre el individuo (esencialmente libre) y un ambiente opresivo por definición (la naturaleza y también las
fuerzas sociales, las tradiciones históricas). Originariamente, el individuo se encontraba frente a un ambiente
natural, antagonista y portador al mismo tiempo de recursos para la supervivencia; hoy, en cambio, el
individuo y el grupo se realizan en un ambiente social artificial, producido por ellos mismos y dominado por
“el aspecto tecnológico de la existencia, para usar una expresión simmeliana. Este condicionamiento, que el
individuo asume, opera en la metrópoli, el espacio social por excelencia de nuestra época; la acción del
ambiente social metropolitano no actúa, empero, sin hallar resistencia. Hay que señalar, por otro lado, que
Simmel insiste en la adaptación del individuo a las “demandas= de la sociedad o, por lo menos, tiende a
delimitar a este ámbito su análisis, suprimiendo así la posibilidad de individualizar otros aspectos
sociológicamente preocupantes que nacen, de modo inevitable, dé la forma específica de conflicto activo
entre individuo y sociedad .3

51
2. Personalidad, vida metropolitana y valor de cambio

El análisis simmeliano se desarrolla a partir de una afirmación aferente a la psicología social: “la base
psicológica del tipo de personalidad característico de la sociedad metropolitana consiste en la intensificación
de las estimulaciones nerviosas (Nervenleben) que derivan de las mutaciones, rápidas e ininterrumpidas, de
los estímulos internos y externos” .4 Esta afirmación no puede separarse de un postulado antropológico que
rige la sociología de Simmel: el hombre es por naturaleza y esencialmente, un ser selectivo y discriminante.
Toda libertad es libertad de selección; las posibilidades y las capacidades de selección se manifiestan bajo
formas siempre idénticas en un ambiente dominado por la tradición, pero en un ambiente social moderno se
presentarán en transformación continua y siempre en mayor número. La metrópoli actúa como la matriz
social del empuje constante hacia la elección y la selección que modela la sociedad moderna. En este sentido,
la gran ciudad se impone sobre el resto del cuerpo social como reino potencial de la libertad, como ambiente
ideal para activar aquella propensión a la libertad propia dé la naturaleza humana. Pero en la metrópoli
también tiene lugar la lucha constante entre individuo y ambiente, como ya hemos visto. En las condiciones
de vida metropolitana esta característica imborrable de la historia humana se desarrolla en el ámbito de un
cuadro general de comportamiento que puede convertirse en un peligro para la personalidad. El desgaste
provocado por la sucesión de impresiones siempre nuevas, por la densidad de las sensaciones improvistas e
imprevistas -en vez de desembocar en la psicosis- estimula, según Simmel, gracias a la reacción voluntaria de
autodefensa del individuo, la adaptación de la psique, actuando sobre aquel nivel “más superficial,
transparente y consciente= que es el raciocinio. Simmel distingue dos tipos de “fuerzas internas”: las fuerzas
profundas (sentimientos y relaciones afectivas) que se desarrollan más fácilmente dentro de un ritmo de
costumbre ininterrumpida, y las fuerzas superficiales, el raciocinio, más fácilmente adaptables. Como
respuesta a la angustiosa mutabilidad de los estímulos externos, el habitante de la metrópoli “desarrollaría un
órgano que lo protegería y libraría del clima amenazador que lo rodea; es decir, la reacción se realizaría con el
intelecto y no con el corazón”5.

A este propósito Simmel recupera la conocida dicotomía toennesiana (Gemeinschaft-Gesellschaft),


adaptándola oportunamente. De hecho, la contraposición significativa no se sitúa ya entre comunidad rural y
colectividad urbana, sino entre comunidad rural y pequeña ciudad por un lado, y metrópoli por el otro. A
estos dos polos, modelos de las formas de organización social existente en el país, corresponden dos vidas
psíquicas divergentes. La primera está dominada por la costumbre, por el ritmo lento y uniforme de las
sensaciones, por la insistencia sobre la emotividad y el sentimiento, mientras que la segunda se caracteriza
por la mutación constante, por el ritmo febril de las sensaciones, e insiste en el conocimiento racional como
elemento que determina de forma esencial la personalidad y como arma de defensa, necesaria y exclusiva (“la
facultad intelectual sirve así de defensa a la vida sujetiva contra el poder opresor de la vida metropolitana”).
El análisis simmeliano nos proporciona, implícitamente, una sugerencia importante: la dialéctica entre dos
tipos de sociedad contrapuestos (Gemeinschaft/Gesellschaft; campo-ciudad) no tiene ya una importancia
decisiva para evidenciar las líneas de desarrollo social. La realidad metropolitana es el dato histórico y
sociológico que no sólo hace de framework al objeto del análisis, sino que constituye el punto de partida para
un estudio de la sociedad moderna.

Esta “actitud intelectualista” que convierte en típico al habitante de la metrópoli occidental está
relacionada -según Simmel- con el tipo de economía dominante en el contexto metropolitano. Así pues, su
análisis se limita propiamente al ámbito contemporáneo, esto es, a una ciudad que se ha transformado en
metrópoli gracias a una economía monetaria basada en un número cada vez mayor de cambios y en la
consiguiente extensión del mercado. Simmel recoge y desarrolla las implicaciones sociológicas contenidas en
un proceso económico de este tipo. Las relaciones sociales ya no son personales en el sentido de que no se
trata (ya no se trata) de relaciones entre individualidades, sino que se basan exclusivamente en “el
rendimiento objetivo mensurable”, -en una simple valoración objetiva del debe y del haber”.

La relación económica anterior a esta fase de exaltación del valor de cambio estaba fundada en unos
tratos sociales más complejos que incluían la relación directa (a veces incluso el conocimiento personal) entre
productores y consumidores. En el mismo producto, en la importancia atribuida a su aspecto cualitativo, se
advertía esta forma de interacción social entre los actores económicos (interacción inspirada “en una más
52
genuina individualidad”). En el mercado metropolitano, en cambio, el productor está lejos del consumidor:
actúa en un ámbito y según modalidades que no permiten a la demanda (a los consumidores del producto)
manifestarse, condicionando la acción del productor con la imposición de un tipo de producto más que otro.
En la esfera económica se verifica una delegación casi absoluta del consumidor al productor; el anonimato
caracteriza de manera decisiva la nueva modalidad de cambio, y la relación de mercado asume un aspecto
eminentemente pragmático, o, como escribe Simmel, “de brutal pragmatismo”. El valor de cambio suprime
casi el valor de uso del producto (o por lo menos es tendencialmente indiferente a él).

El medium de la relación, el dinero, se convierte en el parámetro de las relaciones sociales


racionalizadas en función de la motivación de adjudicarse este bien. El dinero se convierte en centro
alrededor del cual se mueven las relaciones interindividuales y desarrolla una función cultural de primera
importancia, desvalorizando las relaciones emotivas y revalorizando las relaciones racionales, expresión del
cálculo para la adjudicación. La cosificación creciente de las relaciones sociales transforma la mentalidad, y la
mentalidad, a su vez -dentro de un juego de reciprocidad entre dos elementos donde es difícil establecer una
única conexión causal-, incrementa la cosificación de la relación social. “El dinero sólo implica una relación
con todo lo que es universalmente común y solicitado por el cambio de valor y reduce toda calidad y toda
individualidad a la pregunta: ¿cuánto?” 6.

3. La actitud "blasé", la cultura del dinero y la mutación social

La metrópoli se organiza o, mejor dicho, organiza el comportamiento cotidiano de sus numerosos


habitantes en función de esta forma de racionalidad económica. Su ritmo se apoya en elementos como la
puntualidad, la precisión del acuerdo, la certeza de la Identidad; elementos que se convierten en verdaderos y
propios valores, inspiradores de un nuevo patrimonio normativo determinante, transmitido a través de las
generaciones.

La base esencial de las manifestaciones de la vida cotidiana reside, pues, según Simmei, en la economía
monetaria y, específicamente, en la naturaleza calculable del dinero. Así se explica aquella tendencia a anular
o, por lo menos, a contener en la metrópoli toda irracionalidad, es decir, todo lo que no entra en este
esquema, las actitudes, los valores, los comportamientos que se resisten a adoptar la ideología cuantificadora
del dinero.

Otra variable estructural que debe considerarse de forma autónoma; a título interpretativo, se sitúa,
según Simmel, en la dimensión y en la dinámica expansiva del asentamiento urbano. “La puntualidad, el
cálculo, la exactitud, se imponen en razón de la complejidad y de la difusión de la vida metropolitana, y no
sólo están más íntimamente relacionados con su economía del dinero y con su carácter intelectualista. Estas
características influyen además en los contenidos de la vida y favorecen la eliminación de los predominantes
impulsos irracionales instintivos que tienden a determinar la existencia desde el interior, en vez de recibir
desde el exterior el modelo de vida general, perfectamente esquematizado. Es cierto que todavía podemos
descubrir en la metrópoli algunos tipos particulares de personalidad caracterizados por impulsos irracionales,
pero éstos contrastan con la típica vida metropolitana7. La existencia metropolitana ¿no se traduce, pues, en
un proceso de encarcelamiento de la personalidad?

Los rasgos socialmente relevantes del carácter se definen desde el exterior, y su desarrollo queda
delimitado por unas fronteras muy rígidas.8 Es más, las estimulaciones nerviosas continuas y llenas de
contrastes (en el sentido de que someten el comportamiento a direcciones a veces opuestas) generan,
difunden y consolidan una actitud psíquica que se manifiesta en el habitante de la metrópoli desde los
primeros años de vida: la actitud denominada “blasé”.

La esencia de la actitud blasé reside en la insensibilidad hacia toda distinción, pero esto no significa,
como en el caso de la insuficiencia mental, que los objetos no se perciban, sino más bien que el significado y
diverso valor de las cosas, y por con siguiente las cosas mismas, se perciben como no esenciales. El individuo
blasé se apoya en un plano uniforme y de una tonalidad opaca; ningún objeto merece preferencia con

53
respecto a otro: este estado de ánimo es el fiel reflejo subjetivo de una completa interiorización de la
economía del dinero9.

Una actitud, pues, exenta de reacciones emotivas, una actitud de sustancial indiferencia frente a la
novedad y a la diversidad, una actitud que es el resultado de la presión social que rodea al individuo,
neutralizando éticamente su conciencia al entrar en relación con los objetos y transformando también, en
este mismo sentido, la relación con sus semejantes.

Entonces, nos preguntamos, ¿en qué elementos se basa Simmel para sostener que los mismos factores
que por un lado generan el carácter impersonal de la vida social metropolitana, por el otro promueven “una
subjetividad fuerte mente personal”? Precisamente sobre la base de su análisis podemos decir que en la
metrópoli del dinero nace una falsa subjetividad, una subjetividad que ha abdicado de la autonomía
individual, negándose a sí misma en el preciso instante en que no quiere reconocerse en el otro. Con el otro
se entra en relación manteniéndolo socialmente distante y funcionalizando la relación exclusivamente de cara
a la adquisición económica. No se puede hablar de desarrollo de la subjetividad en sentido propio. Se trata,
en cambio, de un desarrollo unilateral y sin normas del potencial psíquico defensivo que posee la
personalidad. Pero la personalidad tiende a quedar sofocada, y se atrofian sus facultades de enriquecimiento
intelectual individual, autónomo y de enriquecimiento emotivo. El individuo es simplemente uno entre cien
mil; un ser solitario entre una multitud de seres solitarios, semejantes a él en esta indiferencia; una unidad en
una masa amorfa de individuos idénticamente apáticos, incapaces de cualquier sentimiento que no responda
a las reglas de una sociedad fundada sobre el valor de cambio. El sujeto mantiene su identidad gracias a un
papel económicamente predeterminado en el ámbito de un sistema donde el espacio para la expresión de una
racionalidad no económica es muy reducido. Es ésta la primera de una serie de observaciones que se
imponen si seguimos los puntos centrales de la argumentación de Simmel, quien, por otra parte, trata de
evitarla preocupado en defender, recuperar y resucitar al individuo. Pero sin un análisis crítico de la
condición social y económica de la metrópoli, en cuyo ámbito concreto se mueve y es condicionado el
individuo, no se puede interpretar el significado social de esta aspiración a la libertad que debería caracterizar
la relación individuo-sociedad. La independencia del individuo es la expresión de una sociedad administrada
por la mediación social del libre mercado, compuesto de interrelaciones entre sujetos libres e independientes.
“La competencia -afirmará Simmel años más tarde en su Sozíologie- desarrolla el carácter específico del
individuo dentro de la proporción numérica de los participantes en la misma competencia.”

Pero, ¿qué tipo de relación existe entre la metrópoli y el libre mercado? La metrópoli resurgió de sus
cenizas y creó un mercado en el que deben suprimirse, o por lo menos reprimirse por todos los medios, los
residuos de la libertad de unos individuos que de actores económicos han pasado a ser objetos de acción
económica. Entonces nos parece legítimo sostener que la efectividad del análisis simmeliano reside en la
fuerza con la que sugiere, a su pesar, los efectos sociales del comportamiento de este homo oeconomícus,
falso protagonista de una metrópoli sin espíritu.

Ya hemos visto que la singular estructura psicológica del habitante metropolitano constituye la
respuesta defensiva necesariamente generada por el sistema nervioso individual. Las condiciones de vida
metropolitanas, caracterizadas por una fuerte concentración demográfica y por una condensación de objetos
que alteran el ambiente “natural del hombre, a menudo a un ritmo tan acelerado que no permite una
adaptación equilibrada, excitan al máximo el sistema nervioso, y la “autoconservación de algunas
personalidades se obtiene sólo con la devaluación de todo el mundo objetivo, devaluación que acabará por
arrastrar la propia personalidad del individuo hacia un sentimiento igualmente indiferente a cualquier valor”
10. La imagen del habitante de la metrópoli es por tanto la de un ilota, insensatamente apático, una imagen
que constituye una anticipación de aquella que algunos críticos han realizado más recientemente de la vida
urbana11.

Este proceso de allanamiento del individuo que conduce a un estilo de vida asocial es, a pesar de todo -
según Simmel-, una garantía “a un margen especial de libertad personal. No se llega, pues, a aquellas
conclusiones que parecían consecuentes con el análisis, y esto se debe al esfuerzo constante de Simmel por
separar lo negativo de la metrópoli12. En estas páginas no encontramos nostalgia alguna por la organización
54
social de la pequeña comunidad; es todavía el Individuo (entidad sociológicamente indefinida e inconsistente)
quien tiene el deber de renovar una sociedad cosificada y cosificante. Pero, ¿cómo?

La libertad que garantiza este alucinante monstruo metropolitano parece más bien egoísmo estéril,
antecámara del caos social. Simmel habla también de “reserva” del habitante de la metrópoli y sostiene que la
desconfianza y la “antipatía latente” reforzaron la indiferencia y el desinterés hacia los demás.

La relación social en el ambiente metropolitano presenta una naturaleza potencialmente conflictiva, de


tal manera que parece “natural que los individuos se distancien de los demás y rehúsen formas de
asociacionismo económicamente incompletas.

En breve, se hará preciso una adecuación-superación de las posiciones de Simmel. Un análisis


sociológico de la vida metropolitana que asuma los términos del análisis simmeliano (economía monetaria =
tipo psíquico metropolitano = cultura del dinero) no puede ser tan abstracto como para descuidar un dato
empírico fundamental: la desigualdad de los habitantes de la ciudad, determinada precisamente en términos
económicos y sociales, corre el riesgo de ser acusada de filosofismo mixtificador. Es sorprendente que de un
análisis inintencionalmente despiadado de la cultura metropolitana no nazca una alternativa de mutación más
definida. Esta limitación se relaciona con el “formalismo de la sociología simmeliana, la cual comporta
diversas consecuencias. Simmel no determina el sujeto histórico que originó y exaltó esta forma de economía,
expresión concreta de formas sociales que alcanzaron cierto estadio de su desarrollo. Descuida el hecho de
que en el contexto metropolitano actúan clases y rangos a los que se puede imputar cierto tipo de desarrollo,
así como a ellos y a sus intereses se puede atribuir una posibilidad de cambio13. En este sentido la utilidad de
la contribución simmeliana es limitada. La mejor demostración de esta limitación nos la proporcionan las
interesantes observaciones de carácter histórico sobre el desarrollo urbano occidental realizadas por Simmel
en la parte final de su ensayo, donde subraya fuertemente la relación entre estructuras económicas y
organización social, pero sin hacer referencia a los procesos de escisión y de recomposición de clases y
rangos sociales que, inevitablemente, acompañan la evolución paralela de la economía y de la sociedad. En
otros términos, no se tiene en cuenta la variable “desigualdad social y el hecho -evidente en la historia urbana
occidental, y no sólo en la occidentalde que la metrópoli incide en la estructura social para preparar una
nueva estructura de grupos sociales con diferentes funciones, más consonantes con los caracteres típicos de
la fase de urbanización específicamente considerada14. Además, no se puede pasar por alto la incoherencia
entre la descripción implícitamente “catastrófica” de la metrópoli y la fe, pese a todo, en su futuro. Una
incoherencia en la misma línea de la inspiración evolucionista del pensamiento simmeliano: la humanidad
sólo puede caminar de la oscuridad hacia la luz, el individuo ha conquistado la autonomía y, sobre todo en
esta fase de la historia urbana, necesita de la diferencia.

Algunos estudiosos de la sociología de Simmel asocian, muy oportunamente, su análisis con las críticas
“aristocráticas del proceso de cosificación”15. El pensamiento simmeliano, basado en la constatación de la
imposibilidad de comunicación en una sociedad dominada por el mercado, se entrecruza con aquella filosofía
de la crisis que tuvo como intérprete sociológico más importante a Max Weber. Por lo que concierne a la
sociología de la ciudad en particular, la perspectiva delineada por Simmel anticipa, de manera evidente,
aquellos análisis de carácter humanista, como por ejemplo los de Lefebvre, que se realizarán en una época
más reciente, cuando el potencial “negativo” de transformación social contenido en la economía
metropolitana se haya extendido a todo el territorio, poniendo en acción, quizá, todas sus posibilidades.

4. Ciudad, control social y libertad individual

Según Simmel, la individualidad del habitante de la metrópoli es el resultado de un proceso que exalta
la independencia del individuo respecto al grupo (o a los grupos) de pertenencia, según un esquema evolutivo
que recuerda la contraposición entre solidaridad orgánica y solidaridad mecánica teorizada por Durkheim. En
correspondencia con las diversas formas históricamente asumidas por la ciudad occidental, se pueden fijar las
diferentes etapas de este proceso bivalente de “independencia individual y de diferenciación dentro del
mismo individuo”. El proceso se acelera coincidiendo con la ampliación de la dimensión cuantitativa del
asentamiento social y con la consiguiente necesidad de la división del trabajo. El individuo, en efecto,
55
multiplica los contactos con el ambiente social, fuera de su grupo de pertenencia; aumenta también su
movilidad dentro del territorio y, en general, se emancipa de las relaciones que lo unían a los demás
miembros de la comunidad.

El control social en la antigua polis, por ejemplo, se basaba en la densidad del asentamiento, densidad
reforzada por los peligros provenientes del exterior. De la misma manera, “la vida de la pequeña ciudad de la
Antigüedad y de la Edad Media interponía unas barreras a todo movimiento y a todo contacto del individuo
con el exterior e impedía así la independencia individual y la diferenciación dentro del individuo mismo”16.
Las instituciones religiosas y las instituciones políticas -elementos centrípetos de la organización social
urbanaregulaban de forma rígida el comportamiento social de los habitantes, determinando una especie de
“recelo del conjunto social hacia el individuo, cuya vida peculiar estaba hasta tal punto destruida que el único
medio de compensación que aquél podía utilizar era comportarse como un tirano con su propia familia”17.
Hoy, en cambio, en la gran ciudad y en la metrópoli esta forma de control institucional ha disminuido
mucho.

En este punto es interesante comprobar qué tipo de análisis desarrolla Simmel cuando se basa en una
conexión -de por sí muy válida- entre aspecto cuantitativo de la vida social metropolitana y rasgos
cualitativos del carácter.

Es preciso entender la libertad del habitante de la metrópoli -según Simmel-en un sentido


espiritualizado y refinado”. Se aclara por fin la naturaleza de esta libertad, garantizada por la forma histórica
que surge, la metrópoli, comparando la independencia intelectual con la mezquindad y el prejuicio típicos de
la mentalidad de la pequeña ciudad.

De igual manera que en la época feudal el hombre “libre” era aquel que se sujetaba a las leyes de la
tierra, es decir, a la ley del ámbito social más amplio, y el hombre no libre era aquel que dependía sólo del
derecho del grupo restringido de una asociación feudal, permaneciendo excluido de la órbita social más
amplia, también el hombre metropolitano es libre en el sentido más espiritual y más sutil, en contraste con la
mezquindad y los prejuicios que limitan al hombre de la pequeña ciudad18.

Simmel va más lejos todavía cuando afirma que la libertad individual procede de la progresiva
extensión funcional de la metrópoli más allá de sus confines materiales, definiéndola como “complemento
lógico e histórico de esta extensión”. El siguiente texto constituye un interesante ejemplo de cómo el análisis
sociológico encuentra una limitación importante no sólo en la abstracción formal, sino en particular en los
intentos de formulación de principios heurísticos aplicables a un estudio metahistórico de la sociedad:

Nosotros reconocemos la validez factual e histórica de la relación siguiente: el contenido y las formas
más extendidas y generales de vida están unidos del modo más íntimo a los más individuales: tienen un
estadio preparatorio en común, es decir, encuentran su enemigo en las formaciones y en los reagrupamientos
restringidos, cuya conservación pone a entrambos en un estado de defensa contra la expansión y la gene-
ralización hacia el exterior, y contra el libre movimiento individual hacia el interior19.

La metrópoli sería, pues, la sede de la libertad, ya que elabora un modo de vida que permite a todo ser
humano expresar de modo particular e incomparable su naturaleza. Simmel relaciona explícitamente la
libertad con la especialización funcional que rige en la vida económica, sin captar adecuadamente aquellas
implicaciones alienantes que el proceso de división de trabajo conlleva para la mayoría de los individuos. Con
el crecimiento de la ciudad se refuerza el proceso de división del trabajo. El individuo se ve en la obligación
de especializarse en sus prestaciones a fin de desarrollar una función que lo hace insustituible y socialmente
apreciado, y por tanto capaz de proveer con éxito a su propio sustento. Además, afirma Simmel, “este
proceso promueve la diferenciación, el refinamiento, el enriquecimiento de las necesidades del público, lo
que obviamente conduce a crecientes diferencias personales en el ámbito de este público”. Pero, ¿cómo es
posible ignorar que esta diferenciación basada en la economía se produce a menudo en el interés exclusivo
del provecho? También en este punto el análisis simmeliano exige una integración. Hay que observar, de
hecho, que las funciones desarrolladas en el ámbito metropolitano no se sitúan todas en un mismo plano y
56
que junto al proceso de división del trabajo actúa un proceso de racionalización de la producción que
convierte algunas funciones en más fungibles, en el sentido de que su simplicidad permite sustituir fácilmente
al que la cumple, incluso por un medio mecánico. Las necesidades y las diferencias a las que aspira la
colectividad no son a menudo producto de selecciones autónomamente elaboradas, sino más bien el fruto de
decisiones de quienes controlan los ritmos y los desarrollos de la producción y, por tanto, los desarrollos del
mercado metropolitano. Es necesario calificar a través de estas líneas el proceso “que produce la transición
hacia la individualización de los rasgos mentales y psíquicos que causa la ciudad proporcionalmente a su
dimensión para no correr el riesgo de tomar la excentricidad alienada por aspiración a la libertad, para no
correr el riesgo de desnaturalizar uno de los valores fundamentales producidos por la cultura urbana
occidental.

5. Psicología de lo urbano y sociología formal

Simmel, basándose en su esquema, determina ulteriores proposiciones sobre el comportamiento del


individuo y sobre las dificultades que encuentra la personalidad para su realización. El habitante de la
metrópoli quiere y debe llamar la atención ajena. Si desea mantener la autoestima debe ser reconocido, y a
este fin ha de llamar sobre sí la atención de su círculo social, llegando incluso, si es necesario, a un
comportamiento “extravagante o “excéntrico”. La estabilidad de su propia imagen social queda asegurada
con relativa facilidad en el contexto rural o en la pequeña ciudad, donde las interacciones se repiten
cotidianamente, se prolongan en el tiempo y se establecen entre los mismos actores. En cambio, en el
contexto metropolitano la situación es distinta; las relaciones sociales son frecuentes, rápidas y “huidizas”,
pero, sobre todo, se desarrollan entre una multiplicidad de extraños, renovándose continuamente. Aparece
entonces el problema de confiar la imagen colectiva de uno mismo a actitudes externas, tipificadas, que se
asumen a menudo con pesar, o sin pleno conocimiento, con peligro de desaparición de la propia identidad20.
Pero, ¿no estará precisamente aquí la confirmación de que la metrópoli, su economía y el proceso de división
del trabajo que constituye su base impiden “que sigamos las leyes de nuestra naturaleza particular”? La
superficialidad en la que se manifiesta y se satisface esta búsqueda de la propia identidad, ¿no será más bien el
producto cultural de la presión niveladora de la ciudad capitalista que propaga y fuerza el consumo,
explotando esta exigencia de lo “distinto” presente en la psicología colectiva y conteniéndola, al mismo
tiempo, dentro de canales innocuos?

No parece fácil, incluso para Simmel, huir de estas interrogaciones. De hecho, se reanuda y se subraya
la problemática centrada en la alternativa condicionamiento/potencial libertador, que el ambiente
metropolitáno proporciona al individuo. Y se adelanta, aunque en forma embrionaria, la que más tarde será
denominada hipótesis del cultural lag21.

Simmel observa que la vida metropolitana se expresa por medio de una contradicción fundamental
entre dos culturas: la cultura objetiva, es decir, la cultura que se incorpora a las cosas, a los productos (cultura
que deriva de la evolución tecnológica), y la cultura individual, que comprende todos aquellos elementos que
constituyen la expresión del progreso cultural del individuo. La primera es mucho más dominante y ejerce
una presión constrictiva sobre la segunda, especialmente a causa de la división del trabajo que reduce al
individuo “a simple engranaje de una enorme organización de objetos y de poderes, que le impiden
determinar cualquier desarrollo, espiritualidad y valor; de formas subjetivas se convierten en formas de vida
puramente objetivas”22. ¿Es ésta una perspectiva sin salida? Simmel parece, implícitamente, sustentar alguna
esperanza, al menos cuando sostiene que la necesidad de una plena realización del individuo permanece a
nivel latente en las conciencias23. La ciudad aparece, pues, como un lugar de esperanza, sobre todo porque
representa el lugar ideal de tensión dialéctica entre la vida y las formas: conflicto entre la voluntad de libertad,
entendida aquí de forma reductora, como diferenciación, y la tendencia a la racionalización, cuyo objetivo es
la uniformidad, la indiferenciación. Simmel concibe la ciudad como el lugar de expresión de una necesidad de
libertad. Poco importa si esta necesidad todavía no está satisfecha; el simple hecho de que se manifieste es ya
una garantía de victoria a largo plazo24. Lo único que lamentamos es que en su análisis no determine -ni
siquiera lo intenta- las condiciones para que esta necesidad se transforme en conciencia que motive una
acción de renovación valiente, ni las circunstancias en las que los habitantes de la metrópoli encontrarían la
energía suficiente para sacudirse la jaula enajenante, construida por la “hipertrofia de la cultura objetiva”,
57
empezando así un proceso de plena realización de su personalidad. Objetivo al que el propio Simmel parece
conceder mucha importancia. Esta limitación se relaciona con el planteamiento metodológico general propio
de la sociología formal.

En la sociología de Simmel se encuentran algunas antinomias no resueltas de modo convincente, como


por ejemplo la relativa a la forma y al contenido de la acción social. ¿Es que la sociología se convierte
entonces en una especie de “geometría del mundo social”25 construida gracias a la capacidad del investigador
de individualizar y clasificar formas asumidas por la interacción social? 26 Para Simmel “la sociología estudia
el modo en que las relaciones entre individuos se convierten en fenómenos sociales: su campo de
investigación estará representado por las formas de asociaciones como tales, aisladas de la diferencia de los
contenidos que ellas recubren una y otra vez”.27 El análisis de las relaciones entre individuos deja en la
sombra, por tanto, cualquier elemento concreto que pueda caracterizarlas en un momento dado: la “forma”
de la relación será siempre idéntica a sí misma; su especificación histórica, de contenido variable, es
sustancialmente insignificante para la ciencia sociológica. La crítica es inevitable. Abstraer de las concretas y
complejas manifestaciones histórico-sociales formas simples para utilizarlas en la construcción de la
sociología significa desarrollar una ciencia gracias a hábiles y brillantes ejercicios analíticos y, además, seguir
un camino que cierra al investigador toda posibilidad de comprender la sociedad28.

El análisis de Simmel puede suscitar algunas dudas, pero no debemos olvidar que gracias a sus agudas
observaciones y a sus enfoques originales, proporcionó temáticas fundamentales a la sociología urbana
contemporánea. Basta citar, por ejemplo, la variable psicosociológica como variable clave que descubre los
efectos de la organización social metropolitana sobre la personalidad y sobre sus manifestaciones “públicas”.

No debemos olvidar, asimismo, que esta perspectiva específica se enmarca dentro de una problemática
más amplia. Simmel es consciente, y nos hace partícipes, del tributo que la sociedad exige a sus miembros en
su transforma ción hacia formas organizativas más complejas. Es interesante señalar a este propósito la
ausencia de cualquier posición antiurbana en el análisis simmeliano. Es más, Simmel insiste en recalcar que el
carácter del individuo metropolitano (blasé, reservado, desconfiado) no constituye un elemento de
disociación, sino que es una forma de “socialización” funcional en la complejidad de la organización social29.

Es necesario, para concluir, recordar un último punto: la gran dimensión del asentamiento se considera
-conjuntamente con la economía urbana- un factor incidente en la calidad de las relaciones sociales. Se
establece, así, una conexión directa entre dimensiones del asentamiento y caracterización sociopsicológica de
sus habitantes. Una conexión examinada -más o menos críticamente- por muchos autores (baste recordar,
además de Weber, a Hellpach, Wirth, Riessman). Queda sin embargo por aclarar, en la obra de Simmel,
cómo actúa efectivamente esta relación de naturaleza causal: su teoría, a este respecto, no puede ciertamente
considerarse una “teoría deductiva” 11 pero es necesario y también interesante aclarar dicha relación a través
de un análisis secundario de las investigaciones empíricas realizadas más recientemente dentro del área de la
denominada psicología de lo urbano. Se podrá de este modo integrar dos niveles de análisis, con resultados
probablemente provechosos para una teoría sociológica de la ciudad que desee enriquecerse también gracias
a la contribución de otras ciencias sociales.

IV. Park, Burgess y McKenzie: La ecología de la ciudad

1. La escuela de ecología urbana

El estudio de la ciudad se desarrolló, en contextos culturales diferentes, más o menos en el mismo


período, adoptando un planteamiento metodológico persiguiendo objetivos diversos. En Europa, y
particularmente en Alemania, dominaba la tendencia a desarrollar un análisis teórico, basado en el método
histórico-comparativo: el caso de Max Weber es ejemplar. En Inglaterra, en cambio, el estudio de la ciudad se
relacionaba íntimamente con el espíritu pragmático de intervención y asumía el carácter de la social welfare
survey. Finalmente, en América, y de modo especial en la Universidad de Chicago, la sociología de la ciudad
evolucionaba paralelamente a la ecología, es decir, intentando aplicar una ciencia natural a la organización

58
social urbana. En 1925, gracias a este intento, la sociología urbana recibe un reconocimiento oficial, como
disciplina autónoma, por la Asociación americana de sociología que le dedica un coloquio.

Por nuestra parte, tenemos el propósito de examinar aquí los resultados esenciales de este tercer
enfoque. Dejando de lado el análisis de las causas de la transposición conceptual y metodológica de las
ciencias naturales a las ciencias de la sociedad -causas que podemos descubrir en la preocupación de los
sociólogos por independizar la sociología de la filosofía y de otras ciencias sociales académicamente rivales,
como la economía, y sobre todo en la preocupación de dotar a la sociología de un aparato conceptual y de
métodos científicamente irrefutables-, es necesario subrayar aquí el significado de la ciudad como objeto de
estudio. La tendencia a hacer coincidir ciudad y sociedad, tendencia que constituye actualmente, en opinión
de algunas personas, el principal obstáculo para poder justificar la sociología urbana como disciplina
autónoma, proporcionó en aquellos años un firme motivo para crear esta rama del análisis sociológico.

Horkheimer y Adorno sostienen que, después de la Revolución Industrial, la imposibilidad de


comprender la sociedad en su globalidad engendraba la contraposición entre dos métodos de conocimiento:
por un lado “los intentos de teorización interpretativa, por el otro la simple exigencia de constatación
empírica de los “hechos sociales. Se trata de una problemática muy bien trazada y rica en matices.
Ateniéndonos a estos autores, debemos recordar que la sociedad se presenta a los ojos de quienes la
observan como un “dato cada vez más complejo, de manera que la investigación científica experimenta de
manera profunda todos aquellos procesos que complican la organización social, es decir, el objeto del
análisis.

Se buscaba desesperadamente una vía de salida a esta situación, un método que permitiese unir la
certeza y el control de la ciencia moderna con la posibilidad de aclarar la conexión del todo. En otras
palabras, se iba a la búsqueda de modelos y tipos de sociedad actual que fuesen a la vez objetos concretos de
investigación y concentrasen, casi en el foco de un espacio cóncavo, la sustancia difusa del todo. En la
moderna sociedad de masas, que ha visto avanzar a la par la industrialización y la urbanización, la ciudad
parecía ofrecerse, sin más, como modelo de estructura y tendencias sociales típicas, y hacia ella se centró la
atención de los sociólogos muy tempranamente 1.

El experimento de la Escuela de Chicago se relaciona con estos propósitos: un grupo de estudiosos se


reúne en torno a Robert Ezra Park y a su proyecto de Investigaciones sobre el ambiente urbano.

Al lado de los “urbanólogos” en sentido estricto, como E. Burgess, R. McKenzie, E. Zorbaugh y L.


Wirth, encontramos, entre otros, a algunos estudiosos como G. H. Mead, W. Ogburn, F. Merrill, R. Redfield,
S. Stouffer, H. Lassvvell y E. Bogardus, quienes, partiendo de un interés común por el análisis de los efectos
sociales de la urbanización, inician unas investigaciones que constituyen el principio de diversas
especializaciones de la sociología contemporánea: además de la sociología urbana podemos recordar la
sociología de la familia, la sociología de la opinión pública y de los mass-media, la sociología de las
profesiones y el estudio del social change. Este desarrollo de la sociología, articulado sobre varios frentes, se
verá fuertemente estimulado por el American Journal of Sociology y por la Unlversity of Chicago Press, dos
iniciativas culturales que reflejan la atmósfera de acumulación y de continuidad de estudio y de investigación
garantizada por Park. Así pues, es fácil comprender la importancia del debate crítico, iniciado desde hace
tiempo, sobre la Escuela “urbana” de Chicago, un debate que asumió a menudo tonos ásperos y que se
convirtió en una polémica sobre las tendencias seguidas por la sociología americana en general.

No podemos olvidar que los diferentes exponentes de la Escuela y sus alumnos tienen en común
intereses y métodos de investigación. Pero es necesario destacar a los exponentes más importantes de la
corriente ecológica que desarrollaron un pensamiento original, incluso para poder distanciarnos de cincuenta
años de discusiones más o menos afortunadas y no siempre científicamente interesantes. De un examen tan
selectivo surgen como figuras principales R. Park y L. Wirth, mientras que las contribuciones de E. Burgess y
de R. McKenzie, aunque estimulantes, son en efecto los resultados de brillantes investigaciones sobre
temáticas parkianas. Lo que nos proponemos es un nuevo examen de carácter ahistórico, precisamente
porque existe una tendencia general a insistir sobre la importancia histórica de la escuela de Chicago,
59
descuidando, sin embargo, la recuperación de sus aportaciones aplicables a la ciudad actual. Esto no significa
negar que las observaciones de Park se basan en gran medida en una determinada realidad empírica; significa
más bien que es necesario sacar provecho de esta gran experiencia de investigación urbana y resaltar todo lo
que pueda orientar al estudioso hacia niveles más profundos de conocimiento. Una finalidad que es posible
alcanzar a través del esfuerzo acumulativo y de una puesta a punto de las contribuciones definidas, aunque
puedan parecer históricamente superadas y propias de un ambiente diverso, sobretodo para quienes creen
que el estudio sociológico de la ciudad es mera sociografía del presente.

2. Robert E. Park y la Chicago de los años veinte

Los problemas de un período histórico y las ansias de una sociedad marcan las principales temáticas de
la reflexión y de la búsqueda empírica. El análisis sociológico refleja, a menudo, en las modalidades de su
desarrollo el contenido social del lugar de nacimiento. Es más, se podría incluso sostener que la exigencia de
sistematización teórica y el empeño en una investigación sobre el terreno prevalecen, alternativamente, en
relación con las cuestiones que, en un momento dado y en una determinada sociedad, se imponen como
problemas centrales. El brutal crecimiento de la ciudad representa, sin duda, en Estados Unidos, en los años
veinte, el nudo social y político de cuya solución puede depender la estabilidad del conjunto de la sociedad.
Tenemos un buen ejemplo en el crecimiento de Chicago. En 1900 contaba con 1.700.000 habitantes, en 1920
con 2.700.000, en 1930 con 3.400.000; cada diez años, pues, se añaden a la ciudad más de 500.000 nuevos
habitantes, y su número se duplica en el breve tiempo de treinta años. Magma de grupos étnicos, de
nacionalidades y de clases sociales distintas, la gran ciudad es el punto de llegada de un amplio flujo
migratorio proveniente de Europa, de las pequeñas ciudades y de las comunidades rurales de la América de la
época. El paro, la falta de viviendas, el crimen y la confusión caracterizan la vida urbana, en neta
contraposición con el cuadro social típico de las comunidades de origen de la mayor parte de la población
recién llegada a la ciudad. Así pues, la ciudad ocupa el centro de los intereses sociológicos. El estudio de una
situación social compleja y en rápida transformación nace de la necesidad de reconstruir un orden social
“normal, aunque concebido sobre la base de la comparación con el ambiente rural, con el clima social de las
comunidades locales y con las formas de control social tradicionales. Frente a una ciudad que representa una
masa creciente de organismos en lucha para satisfacer las necesidades elementales de supervivencia, el
recurso a los estudios de tipo ecológico, que se inspiran en el pensamiento de Darwin, aparece menos
abstruso de lo que hoy la crítica quiere hacernos creer. Se puede entonces comprender mucho mejor la
tendencia de los investigadores a sobrevalorar la base biológica de la sociedad y a desarrollar el estudio de la
“desorganización social” a través de una imponente actividad investigadora sobre el terreno.

La Chicago de los años veinte a treinta constituía un terreno ideal para las indagaciones de quienes se
ocupaban de los fenómenos de desorganización social y de variación institucional. Esta ciudad, como ya
hemos dicho, era, en aquel período, uno de los casos más macroscópicos de “explosión” urbana registrados
en la historia de la ciudad occidental. La City of the Big Shoulders -como la denominó en su famosa oda Carl
Sandburg, en 1914- condensaba las tendencias de una sociedad entera que se estaba renovando a través de
procesos que alternaban incesantemente desarrollo y crisis 2. En este “ojo del tifón” se concentraba, y no
podía ser de otra manera, la atención de las investigaciones. Entre 1916 y 1939 se desarrollaron
investigaciones e interpretaciones que quedan, aunque sea dentro de los límites que inevitablemente
presentan los estudios pioneros, como ejemplos insuperables de un estudio organizado sobre la ciudad.

Nos viene entonces a los labios la pregunta: ¿qué sentido tiene examinar de nuevo un análisis como
éste, enfocado sobre una única ciudad americana y, en particular, sobre fenómenos conflictivos que hoy
asumen caracteres totalmente diferentes? Para responder a esta pregunta se ha de distinguir primero entre la
contribución teórica y la contribución empírica de la Escuela de Chicago. Si bien es verdad que, por lo que
concierne a la aportación empírica, las famosas investigaciones de Trasher, Zorbaugh, Anderson y otros
quedan ancladas en una realidad ya lejana 3 también es cierto que la contribución teórica de los fundadores
de esta escuela y, en particular, la de Park, constituye todavía hoy una fuente aprovechable para extraer
conceptos e hipótesis que pueden utilizarse en el estudio de la ciudad occidental contemporánea. Quien
contempla la ciudad moderna, aunque sea discutible hoy hablar de “ciudad”, no puede olvidar demasiado
fácilmente las elaboraciones teóricas realizadas por la primera generación de la Escuela de Chicago. Y es
60
inútil intentar disimular que la mísera situación teórica de la sociología urbana actual impone, por lo menos,
este nuevo examen.

3. Park y la ecología humana

El pensamiento de Park es el más rico en ideas, pero, al mismo tiempo, su lectura resulta más compleja
debido a la multiplicidad de los temas tratados en su obra, formada por breves ensayos y por una miscelánea
de textos 4. Lo que más dificulta el análisis es, quizá, la perenne tensión que se advierte en el curso de toda su
investigación entre una sincera preocupación teórica y una voluntad de atestiguar y de registrar fielmente, en
toda su riqueza, la fenomenología social de la ciudad. Dos tendencias que representan dos exigencias intelec-
tuales distintas y fundamentales. Su formación profesional bivalente, de periodista y de filósofo social, se
refleja en sus escritos provocando discrepancias y cierta sensación de malestar, a causa de la personalidad
“huidiza” del autor, de temperamento “teorizante pero no sistemático”, como justamente se ha escrito 5.
Quien toma en consideración sólo sus construcciones teóricas más abstractas, omitiendo sus escritos
aparentemente más realistas y descriptivos, mutila sin duda su trabajo; corre el riesgo, en particular, de dejar
en la sombra la preocupación política que ocupa un lugar preponderante en su búsqueda, y se priva así de
una de sus aportaciones meramente teóricas. El empleo de las metáforas ecológicas, por ejemplo, debe
estudiarse con cautela, a menos que uno se dé por satisfecho con una estéril lectura literal. La complejidad de
la vida urbana exige -según Park- la adopción de una pluralidad de perspectivas si se quiere estudiarla e
interpretarla en todas sus facetas. Así pues, son igualmente legítimos los estudios geográficos, los económicos
y los ecológicos. No se puede pretender alcanzar la comprensión de la ciudad limitándose al estudio de la
organización física. Otros fenómenos, como por ejemplo las profesiones (expresión peculiar de una
economía ciudadana basada en la exasperada división del trabajo) y la cultura urbana (típica manifestación de
la ciudad en cuanto “sede natural del hombre civilizado), constituirán el objeto imprescindible de análisis si
queremos algo más que una visión parcial y deformada del ambiente urbano.

Esta enunciación metodológica, que requiere un análisis interdisciplinario, no encuentra sin embargo
una aplicación concreta en el desarrollo del discurso parkiano y, de hecho, más bien queda desmentida.

La ciudad -escribe Park- es sobre todo un estado de ánimo, un conjunto de costumbres y tradiciones,
de actitudes y de sentimientos organizados dentro de estas costumbres transmitidas mediante esta tradición.
En otras palabras, la ciudad no es solamente un mecanismo físico y una construcción artificial: está implicada
en el proceso vital de las gentes que la forman; es un producto de la naturaleza y en particular de la naturaleza
humana 6.

Se evidencia aquí la preocupación de fijar algunos postulados con los que podemos relacionar los
orígenes y el carácter específico de la ciudad, así como la preocupación de delimitar el fenómeno urbano
dentro de un marco teórico más amplio que, por cierto, no tiene en igual consideración la aportación
interdisciplinaria mencionada más arriba.

Si queremos entender el alcance y los límites de la ecología urbana tal como la concibe Park, es
necesario remontarse al marco más amplio propio de la ecología humana, de la cual, por otro lado, es
considerado como uno de los fundadores. En este marco debemos detenernos brevemente, aunque, en
apariencia, esta digresión nos pueda parecer extraña a los fines declarados en nuestro nuevo enfoque. La
ecología humana, en la interpretación parkiana, como viene definida en el ensayo-manifiesto Human
Ecology, expresa, más que una exigencia interdisciplinaria, la voluntad de restablecer la perspectiva del
darwinismo social en el análisis de la sociedad contemporánea. En este texto se refiere obligatoriamente no
sólo a Darwin, sino además a las interpretaciones de su obra realizadas por los naturalistas y por algunos
geógrafos. La ecología humana, “ciencia distinta y separada”, se presenta a manera de una concepción
filosófica del mundo, organizada alrededor de algunos conceptos claves y caracterizada por un darwinismo
social modernizado. Dentro de esta perspectiva se abandona la idea de evolución conjuntamente con la otra
idea de selección de la especie y, en cambio, se resalta tanto el principio de la lucha por la existencia, como la
tendencia a la solidaridad entre especies de un mismo conjunto humano. Con referencia a la ecología
humana, Park se remite no sólo a una actitud científica que atribuye a los naturalistas -una actitud
61
antiespeculativa, basada en la verificación empírica para la cual, por otro lado, no le hubiera sido difícil en los
años veinte encontrar otros modelos-, sino ante todo a una concepción de orden social definido sin
ambigüedades.

Esta manifestación de un orden viviente, mutable pero persistente entre organismos en competición -
organismos que presentan intereses en conflicto pero relacionados- proporciona las bases para una
concepción de un orden social que trasciende la especie particular y de una sociedad fundada sobre una base
biótica más que cultural 7.

Aquí la lucha por la existencia, en la que Park insiste, no es ya tanto una lucha entre individuos o entre
especies, como una lucha entre cada especie y su ambiente; es la-lucha de agregados humanos que se
organizan, como en las comunidades animales, y que unen todas sus energías para resistir la presión de las
fuerzas externas, no mejor definidas. Park evidencia las relaciones que se establecen entre las diversas
especies en el interior de un mismo hábitat y subraya que los naturalistas advierten una tendencia al cierre
progresivo de los hábitat, con un desarrollo paralelo de la cooperación entre miembros de cada especie y
también entre especies diferentes y en competición, tendencia constitutiva de comunidades más amplias,
unidades básicas de la vida orgánica.

En el interior de los confines de un sistema la unidad individual de la población está implicada en un


proceso de cooperación competitiva que ha dado a dicha interrelación el carácter de economía natural. A este
tipo de hábitat y a sus habitantes -sean plantas, animales u hombres- los ecólogos han aplicado el término
“comunidad”. Las características de una comunidad así definidas son: a) una población territorialmente
organizada, b) más o menos arraigada al suelo que ocupa, c) cuyas unidades particulares viven en relación de
mutua dependencia, en simbiosis. Verdadero y propio “superorganismo”, la comunidad tiende a organizarse
para defender su propia identidad recurriendo al mecanismo de la competición.

Citando a Spencer, Park precisa que la comunidad

adopta un mecanismo (de competición) para regular el número de sus miembros y para preservar el
equilibrio entre las especies en competencia que en concreto la componen. Manteniendo este equilibrio
biótico, la comunidad preserva su identidad e integridad a través de los cambios y vicisitudes a las que se ve
sometida en el curso de la evolución desde la primera hasta la última fase de su existencia 8.

En el esquema parkiano las fuerzas contra las cuales hay que defender esta identidad no están
representadas por las otras comunidades, sino por procesos internos a la comunidad o a su ambiente. Las
mayores amenazas se identifican, en efecto, con la “crisis ambiental”, es decir, con las modificaciones de la
relación entre población y recursos naturales del hábitat. Con esta crisis se inicia un mecanismo,
constantemente verificado, de aumento salvaje de la competición hasta la llegada de una nueva fase de la
división del trabajo social adaptada a las nuevas condiciones de vida, y hasta que la cooperación no quede
sustituida por la competición. A esta fase estática, destinada a ser destruida por las crisis ambientales, podría
aplicarse, cuando se trata de comunidades humanas, el concepto de “sociedad”. “Se puede considerar
presente el tipo de orden denominado sociedad cuando la competición declina hasta cierto estadio. Desde el
punto de vista ecológico se habla de sociedad simplemente con referencia a un área donde la competición
biótica se ha atenuado y donde la lucha por la existencia ha asumido formas más sutiles y sublimadas.” 9.
Esta fase de sociedad sería artificialmente reforzada, en el caso de las comunidades humanas, por algunas de
sus características específicas, o sea, por una “estructura institucional radicada en las costumbres y en las
tradiciones”10 erigida sobre la comunidad biótica Esta estructura funcionaría como instrumento de super-
vivencia en el sentido de que tiende a mejorar el grado de resistencia a la crisis por parte de la sociedad,
gracias a un perfeccionamiento del mecanismo de competición que comporta su disminución en el sistema
social entero y una consolidación cultural de las comunicaciones. “En las sociedades humanas, en contraste
con las animales, la competición y la libertad del individuo se hallan limitadas por la costumbre y por el
consenso, pero los efectos de la competición biótica permanecen evidentes en el orden social y en la sucesión
de los acontecimientos” 11.

62
Esta perspectiva, aplicada al estudio de la ciudad, induce a Park a opinar que la cultura urbana,
constelación de instituciones y organización moral, no tiene carácter autónomo, separado de “leyes naturales.
Más todavía, la sociedad urbana, al igual que cualquier otra sociedad, haría derivar, en último término, sus
instituciones de la combinación de fuerzas “vitales” que actúan en el ámbito de “cualquier área natural de
morada humana” y que tienden naturalmente a la generación de una reagrupación organizada. El conjunto
cultural urbano está dotado de tipicidad con respecto al pueblo y, más en general, con respecto a la vida rural,
pero, juntamente a estos aspectos de la vida social, hay que interpretarlo como una respuesta a las
necesidades de los individuos que lo constituyen. Además, la totalidad, la ciudad como entidad global,
prevalece sobre las partes componentes, adquiere su autonomía y ejerce su influencia. La organización física
y la organización moral de la ciudad actúan una sobre otra, se influyen recíprocamente. La amplia
organización de los habitantes, “una vez formada se impone como un hecho externo bruto 12 para después
plasmarlos según el esquema y los intereses que ella íncorpora”. Esto significa sustancialmente que la
organización urbana es sólo un “reflejo”, una de las muchas soluciones posibles al problema de la relación
hombre-ambiente: relación que se conforma a los principios ecológicos fundamentales.

4. Comunidad urbana y competición

En primer lugar, es necesario aclarar que este enfoque se aplica a un tipo de ciudad concebido, más o
menos explícitamente, como ambiente socialmente aislado. De hecho, la ciudad se contemplará como una
entidad per se, una unidad ecológica, inserta por supuesto en un territorio nacional y en una red de relaciones
con otras ciudades, pero que puede considerarse todavía como comunidad autónoma. Park no nos habla aún
de la megalópoli. Park se ocupa principalmente de la gran ciudad industrial y la considera un “laboratorio
social” que se subdivide en una serie de subáreas “naturales” a las que se puede aplicar técnicas de estudio y
de observación análogas a las que se aplican al mundo natural.13

El orden ecológico de la ciudad se presenta como el resultado de una serie de procesos de interacción.
Y, más precisamente, es el resultado de algunos tipos fundamentales de interacción: competición, conflicto,
adaptación y asimilación. La competición se identifica, como ya hemos visto, con la lucha por la existencia.
Se trata de un principio inmanente, constante e impersonal que actúa a nivel biótico, con la función de
controlar y de regular las relaciones entre los organismos. De la competición, de la lucha por la vida, no sólo
nace la organización ecológica, sino también “la organización profesional de la comunidad” fundada en la
división del trabajo. Park parece configurar como inevitable y constrictivo este proceso que informa la
organización social y económica y que parece no dejar sitio a la libertad individual para manifestarse. “Antes
o después, cada individuo es impulsado por la rivalidad (competition) con todos los demás miembros de la
comunidad a hacer las cosas que puede hacer más que las que quisiera hacer. Raramente nuestras ambiciones
secretas se realizan en nuestras ocupaciones efectivas. La lucha por la vida no sólo determina, en último
análisis, el lugar donde vivimos dentro de la comunidad, sino también lo que hacemos”.14

La competición, a nivel social, asume la forma de conflicto.15 El conflicto tiene esencialmente una
naturaleza social no sólo en el sentido de considerar el proceso de competición cuando se manifiesta en una
esfera diferente a la biótica, sino también porque implica una toma de conciencia. Los individuos, en cuanto
seres pensantes, advierten su obligación de “competir” e intervienen en el proceso con su fuerza de seres
racionales, aunque sin posibilidad de contrastar con éxito la acción de las fuerzas subsociales. Esto significa
que en la base de la interacción y del conflicto se sitúa, como proceso originario y predominante, el proceso
de competición. Del conflicto social nace una sociedad políticamente organizada, dotada de normas que
afirman aquel elemento constrictivo inherente a la competición. Park escribe:

En cierta medida tienen razón algunos sociólogos al afirmar que han concebido la sociedad como
provista de una existencia del todo independiente de los individuos que la componen en un momento dado.
En estas circunstancias la condición natural del individuo en la sociedad es una condición de conflicto -
conflicto con los otros individuos, naturalmente, pero sobre todo con las convenciones y las reglas del grupo
social del cual es miembro-. La libertad personal, la expresión del sí mismo... es, por tanto, una búsqueda, si
no infructuosa, sí sin término 16.

63
Lucha por la vida y conflicto constituyen, pues, las condiciones que presiden la relación entre los
hombres y la relación hombre-ambiente, determinando cierta distribución territorial de los individuos y su
“vocación” profesional. La organización comunitaria, como veremos mejor más adelante, representa una
situación determinada de manera mecanicista por la acción reguladora de estos . mismos principios. En
consecuencia, frente a situaciones de esta naturaleza, los individuos tendrán problemas de adaptación a cierto
orden social -una vez resueltos, podrán quizás atenuar las consecuencias de la condición conflictiva-, o
problemas de asimilación recíproca, que se resolverán por medio de profundos y continuos contactos
sociales 17. De hecho, Park, continuando la teoría de W. J. Thomas sobre los cuatro deseos fundamentales
del hombre (deseo de nuevas experiencias, de seguridad, de respuesta y de reconocimiento), opina que de
una manera o de otra estos deseos deben realizarse 18. Tal finalidad ha de alcanzarse en cualquier tipo de
comunidad; también y sobre todo en situaciones de cambio social rápido y violento. Park cita, como ejemplo,
el caso de crecimiento demográfico por incremento social, es decir, debido a un flujo migratorio. Revela que
en este caso el proceso de asimilación -una forma de metabolismo del organismo social- incluye problemas
gravísimos que se resuelven de manera distinta en relación a grupos culturalmente distintos. Estos problemas
implican una intervención especialmente a nivel de “educación” y sacuden la estabilidad del orden social
preexistente. 19

“Predominio” (dominance) y “sucesión”, en fin, constituyen otros dos procesos complementarios a los
precedentes, deducidos por analogía de la ecología animal y vegetal y extensibles a la ecología urbana.
Predominio y su cesión son funciones dependientes -por citar literalmente a Park- de la competición y actúan
para establecer y mantener el orden comunitario 20. La competición económica de las industrias y de las
organizaciones comerciales para poder situarse en una posición estratégica en un territorio dado determina, a
largo plazo, las características esenciales de la comunidad urbana y genera el área de predominio (area of
dominance), es decir, el área donde el precio del suelo es más elevado. El principio del predominio tiene
tendencia a establecer el orden ecológico de la ciudad y las relaciones recíprocas entre las diferentes áreas de
la ciudad.

La realidad urbana es, sin embargo, una realidad dinámica que pasa de una primera fase de inestabilidad
a una fase sucesiva de relativa estabilidad. Con el término “sucesión” se indica precisamente aquella serie de
acontecimientos que sobresalen en la comunidad cuando ésta se desarrolla y crece, transformándose en sus
características esenciales. Es típico el caso de un grupo étnico que invade un área y sustituye -convirtiéndose
en grupo dominante- al grupo étnicamente distinto que ocupaba antes la zona. Otro caso de sucesión se
verifica después de la transformación de función y de uso del área, por ejemplo, cuando ésta pasa a ser de
zona residencial a zona de carácter comercial. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero es más útil señalar,
con Park, que el estudio de los fenómenos de sucesión implica el estudio de los procesos que hacen surgir
una nueva sociedad del seno de la vieja. Así pues, los investigadores no deben limitarse al análisis
morfológico del cambio, han de analizar también sus causas 21. Pero, por desgracia, tanto para Park como
para los demás ecólogos urbanos, este principio metodológico permanecerá en la esfera de las intenciones no
realizadas.

5. La organización urbana entre comunidad y sociedad

Park sabe perfectamente que aun en la caótica vida ciudadana conviven, junto a la competición, otras
tendencias que mantienen unidos a los hombres en una comunidad de ideales y de aspiraciones, a pesar de
aquellos impulsos “naturales” que les llevan al conflicto. Por tanto, la organización social se articula, incluso
en la ciudad, en dos niveles analíticamente distintos y característicos de las comunidades humanas: el biótico
y el cultural. Ambos niveles se uniforman a principios distintos: si la ley de la lucha por la sobrevivencia
prevalece a nivel biótico, el principio de la comunicación y del consenso, la tradición y el orden moral
prevalecen a nivel cultural.

El equilibrio biótico -sostiene Park- y el equilibrio social se mantienen simultáneamente por la


interacción de cuatro factores: población, tecnología, costumbres y creencias (cultura no material) y recursos
naturales ofrecidos por el hábitat. La ecología humana intenta analizar dos órdenes de procesos: en primer
lugar los que mantienen el equilibrio biótico y el equilibrio social cuando éstos se hallan establecidos; en
64
segundo lugar, intenta interpretar aquellos procesos que, después de perturbaciones del equilibrio
establecido, implican el paso de un orden relativamente estable a otro 22.

Ambos niveles, que Park denomina respectivamente comunidad y sociedad 23 son interdepend¡entes.
Las fuerzas que se liberan a nivel biótico en las organizaciones sociales más evolucionadas -la ciudad
representa su prototipo se manifiestan bajo formas más sutiles y sublimadas. La cultural superstructure se
basa en la biotic substructure: es decir, los valores culturales, el orden moral, son la expresión de un orden
ecológico que representa la base esencial de la sociedad.

Este breve excursus pone en evidencia las dos tendencias fundamentales, indisolubles aunque a veces
contradictorias, del pensamiento de Park. Por un lado, la elaboración teórica, basada en fragmentos
conceptuales copiados del vocabulario de los naturalistas, cuya tendencia es la de asimilar la ciudad a otras
comunidades humanas y negar, implícitamente, la peculiaridad del ambiente urbano; por el otro, la tendencia
a exaltar, o más simplemente la voluntad de definir, todo lo que en su ciudad, la Chicago de los años veinte,
es diferente, típico y característico. Park propone una definición de ciudad como "laboratorio social”, ideal
para aquellos investigadores que trabajan en un proyecto operativo, pero la ciudad es también comunidad
humana que vive en un estado de crisis ambiental. Sin embargo, la teorización ecológica no asume su
verdadera significación si no se la compara con este deseo, casi obsesivo, de caracterizar lo urbano, que se
manifiesta con mayor claridad en los escritos de Park dedicados a los oficios, a las profesiones y a los
personajes característicos de la vida en la gran ciudad 24.

Park no expone una verdadera teoría de la ciudad, y también en este sentido la herencia de Simmel en
sus escritos es menos importante de lo que a menudo se ha dicho. La ciudad es un ambiente definido de
manera antitética a la pequeña comunidad; en ella aparece, como aspecto dominante, una cultura material que
alienta nuevas solidaridades no ya en una comunidad de sentimientos, sino en una convergencia de intereses.
“En estos últimos años, los modernos métodos de transporte y de comunicación urbanos -el ferrocarril
eléctrico, el automóvil, el teléfono y la radio- han cambiado, de manera silenciosa y rápida, la organización
social e industrial de la ciudad moderna.” 25 La mutación institucional en la ciudad se relaciona también con
la debilitación de las relaciones sociales de tipo primario. El análisis parkiano, a este respecto, diverge -y no
en poca medida- de la propuesta de Simmel y es quizá menos original. Park habla, todavía, a menudo de una
mutación en las instituciones que representan la expresión natural de las relaciones de tipo primario. “En una
gran ciudad, donáe la población es inestable, donde padres e hijos trabajan fuera de casa y a menudo en
lugares alejados de la ciudad, donde millares de personas viven durante años cerca unas de otras sin
conocerse ni siquiera superficialmente, estas relaciones íntimas del grupo primario se debilitan, y el orden
moral en que se apoyaban se disuelve gradualmente” 26.

Park atribuye al ambiente urbano una fuerte potencialidad de secularización, interpretada en relación a
las posibilidades de selección ofrecidas al individuo por la vida ciudadana y en función de la fuerte
competencia existente entre múltiples sectas. Esta competición transforma los organismos religiosos en entes
de servicio social que, según Park, contribuyen a propagar, en la ciudad, una serie de subcomunidades. Se
reforman así ciertas formas de solidaridad que refuerzan la relación primaria y alimentan la “esfera del
sentímiento”.

Los términos más adecuados para resumir los caracteres de la ciudad parkiana tienen, sin embargo, una
evidente derivación durkheimiana: la ciudad es una sociedad en fase de efervescencia social prolongada. La
ciudad, tal como la describe Park, evoca raramente la idea de una comunidad orgánica; más a menudo la
ciudad se caracteriza como “estructura institucional basada en las costumbres y en las tradiciones” erigidas
sobre la “comunidad biótica”, una estructura que resiste la transformación desde el exterior y que favorece la
mutación desde el interior, según una línea de razonamiento que puede asimilarse casi demasiado fácilmente
con la de Durkheim cuando expone su concepto de “conciencia colectiva”.

Las comunidades urbanas se definen, como se sabe, por cuatro elementos: población, costumbres y
creencias, patrimonio de conocimientos tecnológicos, recursos naturales del hábitat. Los elementos culturales
desarrollan una importante función en la supervivencia de la comunidad, y por esta razón ocupan un lugar
65
preponderante en el análisis ecológico 27. La obra de Park, considerada de forma global, se presenta como
una interpretación de la influencia de la crisis ambiental en los mecanismos culturales de comunicación
activos en el ámbito de la sociedad. Por crisis ambiental se entiende la compleja situación determinada
cuando la presión de la población, respecto a los recursos del hábitat, alcanza cierto grado de intensidad. El
ambiente urbano se concibe como un producto mecánico de la densidad física, en una visión que es
totalmente antitética a la de Simmel, quien propone un modelo de ciudad como símbolo de la sociedad y
fruto de una evolución cultural y mental comprobable a escala colectiva. En cambio, en el pensamiento de
Park mentalidad y cultura son dictadas, en gran parte, por la simple relación intercurrente entre población y
territorio. Las férreas leyes de la densidad interfieren en los modos de organización social, y no resulta nada
fácil defender este tipo de enfoque de las acusaciones de determinismo biológico cuando se tropieza con
postulados de este tenor: “la organización de la ciudad, el carácter del ambiente urbano y de la disciplina que
impone están determinados, en último término, por la entidad de la población, por su concentración y por su
distribución dentro del área ciudadana” 28. Tal afirmación, llevada a sus últimas consecuencias, corre el
riesgo de convertir en superfluo todo esfuerzo interpretativo ulterior y todo intento de intervención sobre la
realidad urbana; pero Park, como veremos, no cae fácilmente en el puro determinismo ambiental, a pesar de
que concibe el hábitat urbano centrado en la dimensión demográfica de la ciudad, o, mejor dicho, en la
presión demográfica (intensidad del ritmo de urbanización).

6. Orden y cambio social en la ciudad

La ciudad, caracterizada por la inestabilidad y por la creciente dependencia del individuo respecto a la
comunidad, “exalta el bien y el mal de la naturaleza humana. En el estudio de la ciudad Park se deja llevar por
presupuestos teóricos indudablemente durkheimianos; de hecho considera que “el hombre nace con las
pasiones, los instintos y los apetitos incontrolados e indisciplinados. En el interés del bienestar común, la
civilización reclama a veces la supresión y, siempre, el control de estas disposiciones naturales y salvajes.
Imponiendo al individuo su disciplina y plasmándolo según su modelo aceptado por la comunidad las
suprime a veces, pero más a menudo encuentra una expresión sustitutiva bajo formas socialmente válidas o,
por lo menos, innocuas” 29. Y siempre dentro de esta óptica, podemos comprender la fe inquebrantable de
Park en las ciencias sociales como instrumento de intervención sobre la vida urbana, el interés preponderante
por la dimensión de la integración social y la implícita superposición entre control social y defensa del orden
social concebida como defensa de “civilización”.

Control social y comportamiento colectivo constituyen dos aspectos de la vida social que contribuyen a
explicar su dinamismo y que son de gran actualidad para quienes observan la ciudad occidental en sus
desarrollos político-sociales más recientes. Y es precisamente en las páginas dedicadas a estos temas donde
mejor podemos apreciar la influencia de Durkheim en la Escuela de Chicago. Park relaciona la mutación de
la organización social de la ciudad moderna con el desarrollo de la tecnología y de los medios de transporte,
indisolublemente asociado a la urbanización 30. “La naturaleza general de estas mutaciones es evidente en el
hecho de que el desarrollo de las ciudades se acompaña de la sustitución de las relaciones indirectas y
"secundarias" por las relaciones directas, inmediatas y "primarias" en las asociaciones de individuos en la
comunidad... Bajo las influencias disgregantes de la vida ciudadana, la mayor parte de nuestras instituciones
tradicionales -la iglesia, la escuela, la familia se modificaron de forma notable” 31. Juntamente con la
disolución progresiva de este tipo de relaciones sociales y de las instituciones fundamentales asistimos a la
debilitación y a la desaparición gradual de aquel orden moral tradicional que se basaba en dichas relaciones.

La relajación de aquellos vínculos que unían al individuo con un determinado espacio donde se agotaba
su vida de ser social y la disminución de la influencia de los grupos primarios favorecen en gran medida,
según Park, el aumento de la desorganización social, de la confusión y del crimen en la gran ciudad. En breve
se alterarán aquellas condiciones preexistentes que garantizaban cierto tipo de control social. Mientras
Durkheim hablaba de anomia, Park habla de “movilización del individuo” y -siguiendo a W. I. Thomas- de
“individualización”, es decir, habla de procesos de los cuales también subraya las implicaciones positivas.

66
Aquí Park demuestra que sabe desprenderse de dos condicionamientos típicos de su escuela y de
algunas corrientes de la sociología americana: a) la nostalgia por la comunidad preindustrial, paraíso perdido
de la humanidad y b) la exaltación acrítica de los valores fundamentales del american way of life. Escribe:

Gran parte de los habitantes de la ciudad, incluidos aquellos que viven en viviendas populares y en
apartamentos [... ] se cruzan, pero no se conocen entre ellos [...]. Esto permite a los individuos pasar
rápidamente y fácilmente de un ambiente moral a otro, y alienta el fascinante aunque peligroso experimento
de vivir al mismo tiempo en mundos diversos contiguos y sin embargo completamente separados. Todo ello
tiende a conferir a la vida ciudadana un carácter superficial y casual, a complicar las relaciones sociales y a
producir nuevos y divergentes tipos de individuos...

Park subraya además que la constricción inherente al sistema social urbano ofrece, como contrapartida,
una potencial libertad de expresión, especialmente para quienes proceden de una pequeña comunidad donde
el control social es muy opresivo. “A la larga, cada individuo encuentra, entre las diversas manifestaciones de
la vida ciudadana, el tipo de ambiente en el que puede desarrollarse y sentirse a gusto; encontrará en poco
tiempo el clima moral donde su peculiar naturaleza podrá hallar los estímulos que confieren una expresión
completa y libre a sus disposiciones innatas.” Así se explica la atracción continua que ejerce la gran ciudad.

Se puede sostener que motivos de este tipo -prosigue Park- tienen su raíz no ya en el interés, ni siquiera
en el sentimiento, sino en algo más originario y profundo que impele a muchos, si no a la mayor parte de los
jóvenes, hombres o mujeres, desde la seguridad de sus casas del campo hacia la gran confusión y explosiva
excitación de la vida ciudadana. En una pequeña comunidad el hombre desprovisto de excentricidad y de
talento parece disponer de mayores posibilidades de éxito. La pequeña comunidad tolera con frecuencia
excentricidad; la ciudad, por el contrario, la recompensa. En la pequeña comunidad el criminal, el anormal y
el hombre de talento no encuentran aquellas amplias posibilidades de desarrollar sus capacidades innatas que
se encuentran invariablemente en una gran ciudad 32.

Park define como “regiones morales” aquellas zonas de la ciudad “donde prevalece un código moral
desviado”. Si bien es verdad que los valores típicos de la middle-casas americana siguen siendo el parámetro
fundamental para com parar la desviación, también lo es que Park no se deja condicionar demasiado por este
parámetro. El afirma, de hecho, que “debemos aceptar estas regiones morales y las personas más o menos
excéntricas y excepcionales que allí viven, por lo menos en cierto sentido, como parte integrante de la vida
natural, si no normal, de la ciudad” 33

Por otro lado, está claro que incluso el individuo “excepcional” busca a sus símiles y que encuentra en
los demás un sostén “moral” del que no puede prescindir. Una vez más se confirma que la ciudad se sostiene
no sólo en la competición, sino también en la comunicación que se desarrolla entre sus habitantes.

Según Park, para llegar a una interpretación exhaustiva del control social es necesario tener una idea
clara del comportamiento colectivo.

La ciudad, y en particular la gran ciudad -donde más que en otros lugares las relaciones deben ser
verosímilmente impersonales, racionales y definidas en términos de intereses y de dinero-, es un verdadero y
propio laboratorio para la investigación del comportamiento colectivo. En el ambiente urbano las huelgas y
los pequeños movimientos revolucionarios son endémicos. La ciudad, y especialmente la metrópoli, se halla
en un equilibrio inestable; en consecuencia, los amplios agregados accidentales y mutables que constituyen
nuestra población urbana están en estado de perpetua agitación, agitados por el viento de cada nueva
doctrina, sujetos a continuas alarmas, por lo cual la comunidad se encuentra en una situación de crisis
permanente 34.

El problema de quienes estudian la ciudad consiste en identificar las fases de este proceso continuo. La
forma más simple de acción colectiva viene dada por la inquietud social (social unrest); se trata de una
primera fase que transforma la agitación individual en una acción social por medio de una “reacción circular”
de transmisión y de reflejo del descontento de un individuo a otro 35. Las fases sucesivas están constituidas
67
por los movimientos de masas y por la formación de nuevas instituciones o, al menos, por una modificación
de las ínstítuciones precedentes. La ciudad se ordena así sobre una nueva forma de equilibrio relativamente
estable. Nacen formas “secundarias” de control social: la moda ocupa el lugar de la costumbre, y “la opinión
pública se convierte en la fuerza dominante del control social”, así como la prensa 36, la publicidad y los
nuevos tipos profesionales.

La identificación de estas nuevas formas de integración o, mejor dicho, citando una expresión de Park,
de estos modos de “organización de las energías” Incumbe precisamente al sociólogo. La investigación
sociológica asume entonces una importante dimensión política y se pone al servicio de un ideal. La
comunidad ideal de Park está constituida por un conjunto articulado de grupos libres de desarrollar su
identidad y determinada por un carácter democrático entendido como comunicación, cooperación y
liberación de vínculos “feudales”. Park pronostica una síntesis entre “individualización” y comunidad como
esferas del sentimiento, una reconciliación entre dos ciudades símbolos del objetivo de su trabajo. Su
finalidad, más allá de cualquier actitud que mire al pasado, parece ser la de querer mantener la ciudad-
comunidad en el seno de la ciudad ambiente urbano. Sin embargo, es nuestro deber señalar que la voluntad
reformista de Park encuentra una de sus mayores limitaciones en su incapacidad de interpretar críticamente
las estructuras económicas del orden social en el que vive el habitante de la ciudad. Park, por ejemplo, no
pone nunca en tela de juicio el mecanismo de la renta inmobiliaria. Una vez más la espina dorsal de la teoría
parkiana está constituida por el enfoque ecológico que lo lleva a afirmar que la interacción y la comunicación
entre los individuos tiene lugar, sobre todo, en las esferas del instinto y del sentimiento. “El control social
surge más o menos espontáneamente en respuesta directa a las influencias personales y al sentimiento
público; es el resultado de un acuerdo personal más que la formulación de un principio racional y abstracto.”
37. Afirmaciones como ésta, que prescinden de una valoración del poder en la ciudad, de una
individualización de los grupos más influyentes, de la dinámica conflictiva entre grupos sociales con intereses
divergentes, no pueden sino dejarnos perplejos 38.

7. Estructura biótica y cultura

La sobrevaloración de la importancia del sentimiento comunitario en los procesos de control social,


basada en la distinción entre comunidad y sociedad, constituye sin duda el talón de Aquiles de la teoría
parkiana. En contra de esta dicotomía se lanzaron acreditados críticos, a menudo con una violencia injustifi-
cada o, por lo menos, excesiva 39. Hay quien reprocha a Park no haber aclarado suficientemente la relación
entre ambos niveles (L. Reissmann); hay quien cree, con razón, que esta premisa teórica del esquema
dicotómico no fue seguida por los propios ecólogos cuando desarrollaron los estudios empíricos,
malinterpretando el concepto de comunidad y superponiéndolo al de sociedad (M. A. Alihan) 40. Y, por fin,
hay quien sostiene que no es posible comprender ciertos fenómenos como la competición y la división del
trabajo, es decir, que no es posible comprender los procesos fundamentales de la ciudad industrial si no se
considera como variable independiente un sistema de valores (W. L. Kolb).

Creemos correcto el reproche que se le hace a Park de no especificar de forma clara la distinción entre
comunidad y sociedad, y precisamente porque de esta distinción deriva, en definitiva, la autonomía y la
justificación de la teoría ecológica, pero también es verdad que es suficiente una atenta lectura de este autor
para darse cuenta del peso que atribuye a los aspectos morales de la sociedad, aunque no use explícitamente
el término value-orientations 41. La “superestructura” cultural (cultural superstructure) se impone
automáticamente, como elemento de dirección y de control, sobre la estructura de base biótica (biotic
substructure); la competición encuentra un elemento de freno y de regulación en la tradición y en la cultura.
El mismo afirma que, “sea como fuere, las interacciones entre los seres humanos son muy variadas y más
complicadas de lo que indica esta dicotomía, simbiótico y cultural” 42.

Pero -según Park- el sociólogo, para desarrollar su actividad de investigación, debe empezar por
ocuparse de la comunidad. La comunidad es un objeto visible, con territorio y con límites. Sus instituciones,
la población y sus elementos fundamentales pueden proyectarse en un mapa y pueden tratarse según el
método estadístico. En esta selección metodológica se inspiran todos los estudios empíricos desarrollados en
la Chicago de los años veinte, pero precisamente a esta misma selección se deben también las principales
68
debilidades, los injustificados apriorismos, las limitaciones del enfoque ecológico. Sin embargo, para nuestro
fin no es necesario detenernos demasiado en esta crítica, ya clásica; otras aporías se manifiestan de modo
evidente como expresión de un positivismo exacerbado. Cuando Park afirma que “las mismas fuerzas
producen por doquier los mismos resultados”, quiere defender, en primera instancia, la legitimidad de un
análisis científico de los fenómenos sociales. La confusión entre dos términos, “fuerzas” y “factores”, hace,
no obstante, que la ciencia ecológica se deslice hacia una especie de animismo precientífico. Según Park,
algunos elementos externos a la ciudad -las “fuerzas”- actúan sobre la comunidad como sobre cualquier área
natural, provocando una reagrupación ordenada y típica de su población y de sus instituciones. La ecología
humana se define como el estudio de estas fuerzas. En otros términos, la ecología, entendida de esta manera,
no se interesa por los procesos mediante los cuales las “fuerzas” intervienen en la comunidad. Es inútil
subrayar que el determínismo que deriva de este planteamiento entra en contradicción directa con la
exigencia, muchas veces manifestada por Park, de favorecer un “cambio desde el interior” de las comuni-
dades humanas, sobre una base cultural. Más en general, se puede señalar que el esquema ecológico
encuentra un límite decisivo propio como instrumento de explicación de los procesos de cambio social
activos en el interior de la comunidad urbana. Este límite se relaciona, sin duda alguna, con la negativa de
Park de asumir las premisas fundamentales del evolucionismo darwiniano que dan coherencia al darwinismo
social. Nos encontramos en presencia de un darwinismo social edulcorado, en el cual, después de la censura
del principio de selección natural y de su medio de transmisión: el factor hereditario, sólo queda la lucha
entre las especies y desaparece el evolucionismo. Park no aclara nunca plenamente lo que ocurre en caso de
“crisis”, en qué se traduce la reorganización del equilibrio social que interviene sucesivamente, cuáles son las
cualidades individuales requeridas para resistir mejor a la crisis y para enfrentarse con la competición. Entre
otras cosas, hay que señalar que Park habla de lucha, y que la “especialización”, en su visión, no sustituye
enteramente a la competición. La hipótesis de fondo parece ser la de una relativa estabilidad de las áreas
naturales que, sin embargo, se transformarían lentamente dentro de sus propias delimitaciones geográficas, y
de una movilidad intensa de los individuos que aumenta con el proceso de urbanización. Los procesos del
factor hereditario, no sólo los materiales, sino incluso los de los sentimientos comunitarios, se eliminarán del
análisis en beneficio de determinismos ecológicos poco definidos.

El vicio real del enfoque ecológico se encuentra en la indebida superposición entre factores
explicativos y fenómenos a explicar. El meollo de la investigación ecológica, según Park, reside en el estudio
de las relaciones entre equilibrio biótico y equilibrio social 43 La “balanza biótica”, definida por la relación
recursos del hábitat/población, es también un producto social; los recursos del hábitat se determinan a través
de las fuerzas productivas, del estado de la tecnología y de las relaciones de producción, de los cuales
deberían ser factor explicativo. El razonamiento ecológico propuesto por Park conduce al investigador hacia
una comparación entre una serie casi infinita de elementos que se explican a sí mismos, dentro de un marco
teórico, cuya única definición sería de carácter espacial, la del hábitat, que queda sin embargo indefinida en
sus posibilidades de clara individualización por parte del investigador. En este sentido la ecología urbana
como esquema de explicación científica corre el riesgo de adquirir connotaciones tautológicas.

8. El concepto de área natural

Una vez expuestas las incongruencias y el simplismo de estos argumentos teóricos y metodológicos,
también debemos señalar que en el pensamiento parkiano se encuentran algunos elementos que no se
pueden reducir a mera etapa histórica de la investigación empírica sobre la ciudad y cuya originalidad es
todavía poco conocida. Una miríada de esquemas analíticos, expresados en formas de conceptos operativos,
constituye quizá su contribución más significativa. Se habla de conceptos operativos con referencia a su
indeterminación, a la variabilidad de sus contornos y a su carácter de instrumentos empíricos de reflexión,
base para la construcción de modelos interpretativos ad hoc.

Consideremos, por ejemplo, el concepto operativo más conocido, el de área natural, y examinemos su
contenido. Es fruto de una perspectiva analítica, iniciada por Park, cuya utilidad es todavía hoy indiscutible
como primera etapa necesaria para un estudio sociológico de la ciudad. La ciudad, con su crecimiento y su
organización, es el producto de un conjunto de fuerzas que se pueden describir e interpretar, como ya hemos
visto, a través de un enfoque particular: el enfoque ecológico. Cada ciudad, aunque tenga una organización y
69
una historia particulares, desarrolla tendencias y crea situaciones que, dentro de ciertos límites, se encuentran
de forma similar por doquier. Estas fuerzas, que actúan constantemente, generan en el tejido urbano una
determinada distribución de la población y cumplen funciones muy definidas. Según Park, la comunidad
urbana se ofrece al observador atento como un conjunto de áreas más pequeñas, distintas unas de otras, pero
todas más o menos típicas, que están definidas por una característica clave: su "función” o principio
catalizador de la comunidad que allí vive. Toda gran ciudad tiene su centro comercial, sus áreas exclusiva-
mente residenciales, sus áreas industriales, sus ciudades satélites. “Toda ciudad americana tiene sus slums
(barrios bajos); sus "ghettos"; sus colonias de inmigrados, zonas que conservan una cultura más o menos
extranjera y exótica. Casi toda gran ciudad tiene sus barrios habitados por bohemios y vagabundos, donde la
vida es más libre, más aventurera y más solitaria que en cualquier otra zona. Estas son las denominadas áreas
naturales” 44.

Pero, ¿qué determina exactamente este atributo “natural” que la Escuela de Chicago y Park en
particular emplean de modo tan amplio? Una zona es un área natural -responde Park- en varios sentidos 45.
En primer lugar, porque nace, existe y se desarrolla sin planificación alguna y porque persigue una función,
aun cuando -se trata sobre todo del caso del slum- esta función no se considera, por lo general, deseable. Las
áreas monofuncionales, por ejemplo, responden, según Park, a las necesidades de la producción en una
sociedad “diferenciada”. Puesto que la proximidad y la relación de vecindad representan la base de toda
asociación elemental no sólo en la pequeña comunidad, sino también en la vida ciudadana, las áreas naturales
constituyen la versión urbana de la respuesta a una necesidad de asociacionismo. Las “fuerzas” que provocan
cierta inestabilidad en la población y la movilidad que ofrecen los medios de transporte debilitan la ciudad-
comunidad que pierde significación para el individuo. Al mismo tiempo se refuerzan los vínculos de
vecindad; un ejemplo patente nos lo ofrece el aislamiento de los inmigrados y de las colectividades raciales,
que se mantienen allí donde existe el prejuicio racial, es decir: “allí donde los individuos de la misma raza o
de la misma ocupación viven conjuntamente en grupos aislados, el sentimiento de vecindad tiende a fundirse
con los antagonismos raciales y con los intereses de clase” 46.

En segundo lugar, este tipo de área urbana es natural porque tiene una historia “natural”, se convierte
ella misma en elemento biológico sometido a las leyes de la naturaleza. Es el producto, en términos
históricos, de quien ha vivido allí y de quien allí continúa viviendo.

Con el paso del tiempo cada zona o cada barrio de la ciudad asumen algo del carácter de sus
habitantes; cada parte distinta de la ciudad se colorea inevitablemente de los sentimientos particulares de su
población. En consecuencia, aquello que al prin cipio era una simple expresión geográfica se transforma en
una vecindad, esto es, en una localidad caracterizada por unos sentimientos propios, por unas tradiciones
propias y por una historia propia. Dentro de esta vecindad se mantiene, de todos modos, la continuidad de
los procesos históricos: el pasado se impone sobre el presente, y la vida de cada localidad transcurre con un
determinado impulso, más o menos independiente de la amplia esfera de vida e intereses que la rodean 47.

El carácter “natural” de las áreas urbanas deriva del hecho de que fa ciudad no se concibe -ya lo hemos
visto- como mero producto artificial, sino que, dentro de ciertos límites, es también un organismo que
obedece sus leyes y cumple con determinadas funciones, diversas y típicas para cada área. Finalmente, estas
áreas son “naturales” también desde otro punto de vista. Las diversas áreas de la ciudad, consideradas como
expresión del carácter lógico (“natural”) de las acciones humanas, son naturales en el sentido de que son
susceptibles de conceptualización. Y esto en virtud de la ecuación, establecida por Park en polémica
metodológica, naturaleza = posibilidad de conocimiento científico: “incluso podemos llamar naturaleza de las
cosas lo que entra en los conceptos, o, para expresarnos del modo más conciso posible: la naturaleza es la
realidad con referencia a lo general. Así la palabra adquiere en primer lugar una significación lógica” 48.

Es evidente que un concepto caracterizado de manera tan compleja no podía dejar de suscitar ásperas
críticas y ciertas reservas. Calificar algunos fenómenos como naturales significa, entre otras cosas, avalar,
aunque de manera no intencíonal, cierto conservadurismo. Considerar el Central Business District, los
terrenos más costosos, como una “zona natural”, significa aceptar el libre mercado del suelo como un
principio inmutable y no sindicable. En efecto, Park no pensó nunca en poner en tela de juicio ni el tipo de
70
organización de acceso al territorio ni su empleo, que tenía muy a la vista. El recurso al concepto con
finalidad de investigación empírica es también limitado. El mismo Park prefirió relegar su función heurística
casi exclusivamente al ámbito del estudio del comportamiento desviado, sin desarrollar otras implicaciones
potencialmente contenidas en él y útiles, quizá, para una teoría sociológica de la ciudad 49.

Por otro lado, insiste en los límites de la tendencia a la autoperpetuación de estas áreas. Por ejemplo,
en la zona denominada de segundo asentamiento, formada por los barrios más “salubres”, se registra una
nueva situación cosmopolita, también inestable, derivada de la vecindad de individuos que participaron y se
aprovecharon del proceso de selección social y que provienen de otras áreas de la ciudad, étnica y
culturalmente distintas.

En definitiva, las críticas realizadas a este concepto, si bien justificadas, deben usarse con cierta cautela,
aunque no puedan aducirse motivos serios para su rechazo. No es posible concordar plenamente con la
valoración crítica propuesta por M. Stein. Este señala que: a) las áreas naturales no han formado
recientemente ningún objeto notable de investigación; b) los “ghettos” y los slums, estudiados por la Escuela
de Chicago en los años veinte, son distintos a las áreas segregadas de nuestro tiempo; c) los estudios de Park
y de sus colegas sobre Chicago y sus subcomunidades se pueden valorar positivamente como contribuciones
de un estudio específico del caso relativo a los efectos de una particular forma de urbanización sobre una
comunidad particular y en un determinado intervalo de tiempo 50. No es fácil desmentir esta severa
valoración de Stein. Ni Park, ni sus colegas o alumnos desarrollaron sistemáticamente investigaciones
comparadas en otras ciudades.

¿Qué queda entonces de la teoría de Park y de sus hipótesis sobre las áreas naturales? ¿En qué pueden
servir al investigador contemporáneo que se enfrenta con el problema de la organización urbana? Según
Stein, el trabajo teórico empírico de la Escuela de Chicago puede servir de guía para el estudio de los
problemas de fondo de la organización y de la desorganización de las ciudades americanas de los años veinte.
Actualmente su utilización es todavía viable, puesto que para el estudio profundo de una ciudad moderna es
necesario relacionarse con la situación social precedente. El problema de urbanización es, en efecto, un
hecho histórico y social que se desarrolla de manera diferente según los contextos y las épocas. Para
interpretarlo en las formas y en las consecuencias en que hoy, se manifiesta hay que tener presente los
modelos pasados que, de manera distinta, condicionan precisamente los actuales aspectos.

En líneas generales, podemos decir que si es justo que los sociólogos adopten en la investigación
empírica una perspectiva histórica que les ayude a Interpretar los fenómenos analizados, más lo es todavía
que todo ello sirva para el estudio de la ciudad contemporánea que constituye una realidad dinámica por
excelencia. No se puede, sin embargo, reducir en medida tan excesiva como lo hace Stein toda la
contribución de la Escuela de Chicago.

A este propósito, es interesante recordar las conclusiones de una verificación empírica sistemática,
aunque ya antigua, efectuada por P. Hatt. Su estudio sobre el centro del Seattie tiene el mérito de “distinguir
entre las áreas naturales vistas como construcciones lógicas, estadísticas, integradas en un programa de
investigación (o de administración) y el concepto de área natural como conjunto de factores espaciales y
sociales que actúan con un carácter constrictivo sobre los habitantes de un área definida geográfica y
culturalmente 51. Concebida como instrumento de investigación adaptable al problema específico que se
somete al análisis, el área natural constituye un esquema de organización de los datos empíricos cuantitativos
difícilmente reemplazable. Es cierto asimismo que con el concepto de área natural se afirma la primera
contribución importante del análisis sociológico a la planificación territorial.

Park nos advierte que existen obstáculos en la posible realización de una rígida planificación urbana; el
estudio y el control de las relaciones sociales en el contexto urbano puede efectuarse con éxito sólo si
también se tiene en cuenta estos elementos no convencionales.52 De hecho, no hay duda de que el principio
de la competición, especialmente en una economía de libre mercado, explica la dinámica urbana, pero
también es cierto que la segregación de la población en las diferentes áreas naturales, caracterizadas por un
valor distinto del suelo, puede explicarse de otra manera. En realidad, en la segregación juegan un papel
71
importante y autónomo ciertos factores culturales que refuerzan la atracción y la repulsión, provocando
aislamiento pero también solidaridad. Hay que hacer notar además que en el área natural actúan procesos
particulares de socialización; en ella se desarrolla un proceso de integración gradual del inmigrado, del recién
llegado; se persigue una función de defensa frente a ciertas subcomunidades diferentes y hostiles, y se forja
además la ciudad futura.

En el pensamiento de Park, Burgess y McKenzie, por citar los autores más famosos, se encuentran
categorías e indicaciones conceptuales susceptibles de una aplicación que va más allá del contexto específico
y social de la época que las ha inspirado. El concepto de área natural es criticable, pero, si se considera a un
nivel más alto de abstracción, ofrece unos puntos interpretativos útiles también para el sociólogo urbano
actual. La ciudad es ciertamente una entidad cualitativamente diferente de las partes que la componen, pero
para comprenderla es necesario considerar también estas partes en su historia, en su “naturaleza, en sus
relaciones recíprocas. Y, de este modo, el investigador podrá aprovechar la contribución parkiana.

Algunos elementos fundamentales de la sociedad urbana: una determinada dimensión demográfica,


cierta organización del espacio en el interior del asentamiento, ciertos valores y ciertos comportamientos,
constituyen los efectos “naturales del proceso de desarrollo tecnológico y de la Industrialización. Se
componen de diferente manera, generando contradicciones, desequilibrios, fenómenos de movilidad y
mecanismos de formación y de organización de subcomunidades en el asentamiento más amplio; todos estos
aspectos ponen en evidencia, aunque sea con las diferencias provocadas por circunstancias distintas, los
mecanismos identificados por Park y sus colegas.

La ciudad, concebida como mosaico de agregados sociales no planificados, constituye el modelo de


análisis más conocido entre los propuestos por Park y, precisamente, en función del concepto de área
natural. Sin embargo, no es el único; en sus escritos se encuentran fácilmente otros esquemas analíticos
fecundos, algunos sólo esbozados. Tres particularmente importantes. Se refieren a:

1. la urbanización y sus relaciones con los mecanismos de control social; 53


2. la lucha por el espacio, sin explicar nunca con claridad lo que significa para un grupo el poder sobre
un determinado espacio. Aparentemente existe una conexión entre el asentamiento de un grupo en el espacio
urbano central y la dominación cultural de este mismo grupo. El centro de las ciudades es también centro
estratégico de la superestructura de la sociedad, aquel centro de donde emanan los valores fundamentales
para el consenso; en este sentido se podrá incluso sostener, quizá paradójicamente, que Park anuncia a
Castelis;
3. la ciudad como sistema político, unidad funcional, cuya supervivencia depende de los flujos de
comunicación y de la capacidad de adaptación. Aparecen así, en Park,los precedentes de los análisis
funcionalistas de la política urbana, un filón que se ha desarrollado sólo recientemente.

9. Ernest W. Burgess: la expansión urbana como proceso

Mientras el análisis de Park tenía como finalidad aclarar los mecanismos que dirigen la organización
social de la ciudad, Ernest W. Burgess intentaba elaborar los instrumentos conceptuales de utilización más
inmediata: su conocida hipótesis de los círculos concéntricos constituye, tal vez, la aportación más famosa de
la Escuela de Chicago.

Burgess intenta expresar, en su modelo circular, las ideas esenciales para un estudio de la expansión de
la ciudad como producto de un proceso que se desarrolla en varias fases. Una serie de cinco círculos
concéntricos representaría, simultáneamente, las fases sucesivas de expansión en un determinado territorio y
la diversidad sociocultural de las áreas determinadas por el desarrollo urbano. Nos encontramos frente a un
diagrama que condensa las tendencias de expansión de toda forma urbana, tendencias de expansión que se
manifiestan radialmente a partir de un centro. El centro representa el asentamiento originario. Contiene en sí
mismo, como un microcosmo, la ciudad tal como se irá enucieando sucesivamente en una serie de zonas
diferenciadas; cada una de ellas cumple funciones particulares, indispensables al conjunto.

72
Alrededor del barrio comercial central (Central Business District),54

se encuentra normalmente un área de transición que está ocupada por empresas comerciales y
pequeñas industrias. Una tercera área está habitada por los obreros de la industria que han huido del área
deteriorada, pero que quieren vivir cerca del lugar de trabajo. Después de esta zona está el área residencial
ocupada por edificios de apartamentos de lujo, o por barrios privilegiados y “restringidos” con viviendas.
Más allá de los confines de la ciudad está la zona de los trabajadores pendulares, constituida por las áreas
suburbanas o ciudades satélites, y situada a media o una hora de viaje del barrio comercial 55.

Los confines de las zonas, tal como se presentan en el diagrama, constituirían, si es lícito leer entre
líneas el escrito de Burgess, una especie de fotografía de la ciudad en un determinado grado de su expansión,
grado que por cierto no es definido y es susceptible de ulteriores mutaciones. Bastaría pensar en lo que puede
suceder en una conurbación cuando los procesos de expansión de dos o más ciudades -procesos que pueden
realizarse con variable intensidad hagan que los círculos periféricos se superpongan a los de otra ciudad.

El proceso de expansión urbana se realiza por medio de un conjunto de dos procesos


complementarios: extensión-sucesión, centralización-descentralización. Cada zona tiene tendencia a
extenderse en superficie, lo que provoca como inmediata consecuencia la invasión del área contigua y una
verdadera y propia sustitución de los habitantes. A las “grandes familias” suceden los trabajadores
independientes. En el área deteriorada, habitada ahora por neoinmigrados y por delincuentes habituales,
residían pocos años antes los trabajadores autóctonos.

El barrio comercial central es el corazón del organismo ciudadano. Ejerce una atracción determinante
sobre todas las demás zonas 56 gracias a los servicios públicos y a los equipamientos recreativo-culturales o
de diferente tipo que allí actúan. También el sistema de transportes tiende a hacer gravitar hacia el núcleo
central la población de la ciudad, pero las dificultades ocasionadas por la congestión de este núcleo y la
creciente complejidad de los transportes urbanos favorecen un proceso que actúa en dirección opuesta: la
descentralización urbana.

Burgess habla apenas de descentralización. Ouizá porque, en la época en que escribía, este proceso
todavía no podía valorarse en toda su importancia, en cuanto a reorganización racional y democrática del
sistema social urbano. Burgess, de hecho, se limita a señalar las novedades patentes en el sistema distributivo
comercial, novedades causadas por el nacimiento de las áreas comerciales menores que, sin embargo,
continúan dependiendo, en una especie de descentralización-centralizada, del núcleo comercial originario. El
modelo monocéntrico de Burgess queda a salvo y permanece invariable en su linealidad.

La hipótesis propuesta por Burgess tuvo acogidas muy diferentes: muchos la aceptaron como modelo
para la interpretación de los datos más variados sobre desorganización social en el territorio urbano 57 otros
la encontraron válida para aplicarla a contextos urbanos específicos 58, pero no faltaron las críticas que, a
menudo, desembocaron en propuestas de modelos alternativos 59. De las críticas más significativas nos
ocuparemos aquí, aunque sea brevemente.

En primer lugar, se sostiene un razonamiento que parece casi obvio: existe el hecho indiscutible de que
la forma de muchísimas ciudades no se adapta -o muy poco- a un modelo espacial circular; 60 es más, con
frecuencia las ciudades revelan una forma única, propia y, de todas maneras, fuertemente irregular, en
relación a la hipótesis del desarrollo en zonas perfectamente concéntricas. El mismo Burgess está dispuesto a
admitir la acción de elementos que caracterizan de manera irregular, por lo que se refiere a su hipótesis, las
específicas situaciones urbanas. A pesar de esto, considera que estas “irregularidades” son fruto de la acción
de factores “distorsionadores” que no invalidan su esquema a nivel general 61. Además, no se puede negar
que en la ciudad se desarrolla, por regla general, un proceso de crecimiento que tiene como efecto la
formación de una estructura urbana distinta según las zonas. Esta tendencia debe tomarse en consideración si
se quiere dar una interpretación de la dinámica urbana lo más comprensiva posible.

73
M. R. Davie desarrolló una crítica todavía más dura al modelo Burgess. Sostiene que dentro de cada
espacio formado por círculos concéntricos se encuentran los datos más heterogéneos y que no existe
correspondencia alguna entre zonas circulares y áreas naturales, puesto que estos espacios geométricos
“cortan” los vínculos culturales y funcionales. Sostiene, además, que el centro comercial, es decir, el corazón
de la ciudad, tiene tendencia a asumir formas irregulares o, por lo menos, en ángulo recto más que circulares.
Sin embargo, estas críticas parecen derivar más bien de una interpretación equivocada de los argumentos
ecológicos. La estructura espacial de un área, tal como se proyecta sobre un mapa, no debe necesariamente
coincidir con la estructura ecológica del área. La estructura ecológica queda determinada por un proceso de
abstracción a partir de la pura estructura espacial y física de la zona, en términos de distancia ecológica de
coste-tiempo. R. McKenzie, por ejemplo, hace una clara distinción entre distancia ecológica y distancia lineal
62, afirmando que la distancia ecológica no se valora con las mismas unidades de medida que la distancia
espacial, sino en términos de unidad-tiempo empleado en recorrerla. De todo esto resulta que dos o más
puntos situados a distancias distintas con referencia a un punto X (que se asume como centro de una área
determinada) pueden, en términos ecológicos, es decir, en términos de coste-tiempo, situarse todos a una
distancia equivalente de dicho punto X. Davie, como otros, se olvidó de esta distinción, y su crítica bajo este
aspecto, aunque menos burda que la precedente, no destruye la hipótesis Burgess. En términos de coste-
tiempo, dadas como constantes ciertas características de los transportes urbanos, la estructura espacial a
retículos rectangulares del Central Business District se superpone a una forma circular ideal 63.

No se puede olvidar, además, el concepto de “gradiente”. Cuando se habla de gradiente, se hace


referencia al gradual “crecimiento” o “decrecimiento” de fenómeno a medida que nos alejamos de un centro
dominante. Es evidente entonces que también Burgess conocía perfectamente el hecho de que las
características de cada una de sus zonas (o áreas naturales, dado que él tiene tendencia a insertarlas en su
esquema) no eran por cierto distintas, de forma clara, en relación a los confines circulares. En cambio, era
más plausible suponer que estos caracteres se presentasen en la realidad con una intensidad distinta de una
zona a otra y que los confines se fijaron convencionalmente para fines analíticos.

Se ha señalado además que Burgess excluía de su hipótesis la presencia de la industria pesada. Por
tanto, se le discutió que este factor de desarrollo fuese -como él sostenía- un elemento deformador del
asentamiento ecológico urbano. En efecto, es necesaria una nueva formulación del modelo de círculos
concéntricos, puesto que se trata de un modelo históricamente relativo a una determinada fase de desarrollo
de la ciudad. La hipótesis Burgess constituye una interpretación de datos específicos sobre una ciudad
determinada en un momento dado de su historia; su valor general y su aplicación a contextos urbanos
diferentes están condicionados por la historia de la ciudad. Cuantos más centros dominantes sustituyan el
centro dominante originario, y la ciudad policéntrica se convierta -como ya ha ocurrido- en una realidad
operante, o bien, más simplemente, en los casos donde la gran industria se convierta en uno de los motores
de la economía urbana, más nos encontraremos frente a una forma urbana superior, y la hipótesis Burgess
será inaplicable o, al menos, sólo parcialmente aplicable 64.

Sin embargo, por regla general, algunas de sus interpretaciones del desarrollo urbano despiertan cierta
perplejidad. Por ejemplo, es evidente que la dislocación residencial de los habitantes no puede explicarse
meramente en términos de distancia lineal partiendo del Central Business District, como sugirió en su
modelo. Nos parece justo objetar que la distribución de la población en el ámbito del territorio urbano y
extraurbano tiene lugar en función de una gama de variables como son: la localización espacial (precedente o
sucesiva en orden de tiempo) de los demás grupos sociales, económica y étnicamente diferentes; el tipo de
vivienda, y la antigüedad de la ciudad 65. Se trata evidentemente de un límite interpretativo, ocasionado por
la generalidad de un enfoque pionero e impreciso, aunque rico en intuiciones 66.

10. R. D. McKenzie: comunidad y desarrollo urbano

El tercer gran nombre de la Escuela de Chicago es Roderick McKenzie. La contribución de este


investigador tiene importancia sobre todo porque, a diferencia de los dos autores precedentes, su objetivo
específico es la metrópoli y porque fue uno de los primeros sociólogos que se ocupó de esta nueva
“dimensión de la organización urbana.
74
Sin embargo, debemos señalar, siguiendo la sugerencia de Martindale 67 que McKenzie se ocupó
también de una sistematización más cuidadosa del pensamiento ecológico aplicado a la ciudad. Dado que el
enfoque ecológico domina la concepción de este autor en lo referente a organización social en el espacio
urbano, nos parece conveniente, a este propósito, referir aquí algunas de sus consideraciones.

La ecología humana, según McKenzie, estudia “las relaciones espaciales y temporales de los seres
humanos bajo la influencia de las fuerzas selectivas, distributivas y apropiadas que actúan en el ambiente.
Desde el punto de vista ecológico se pueden distinguir cuatro tipos de comunidades 68. El primer tipo es “la
comunidad de servicio primario, como por ejemplo el centro agrícola, minero o pesquero, es decir, el centro
caracterizado por la ausencia de actividad industrial y con la dimensión limitada. La ciudad comercial
constituye el segundo tipo de comunidad; desarrolla eminentemente “la función secundaria en el proceso
distributivo de las mercancías desde las comunidades primarias a los mercados mundiales y de éstos a las
comunidades primarias.

El tercer tipo comunitario es la ciudad industrial que desarrolla también las funciones efectuadas por
los dos primeros tipos de comunidad. Una comunidad industrial no tiene límites en cuanto a dimensión: su
expansión se relaciona con su capacidad productiva y con la organización comercial de sus industrias. “El
cuarto tipo es una comunidad sin base económica autónoma. Consigue sus medios de subsistencia en otras
partes del mundo, y es posible que no desarrolle función alguna (directa) en la producción y en la
distribución de las mercancías. Ejemplos de este tipo comunitario son las ciudades universitarias, las ciudades
basadas en una economía turística, las que Weber denomina ciudades de consumidores 69.

Se observará que esta clasificación recuerda la de Max Weber; este último adoptaba un criterio
económico -como criterio parcial- con el fin de individualizar varias categorías de ciudades. Ahora bien, se
puede reprochar a McKenzie el haber adoptado un enfoque limitativo, precisamente porque es exclu-
sivamente económico en la elaboración de esta tipología de las comunidades. La comunidad, y por tanto
también la ciudad en sus varias formas, obedece, según McKenzie, a una ley de desarrollo cíclico. Existe una
tendencia a la expansión hasta un determinado límite (punto culminante o apogeo) en el que la comunidad
alcanza un estado de equilibrio entre dimensión y recursos económicos. Pero este estado se altera a menudo
por la intervención de un nuevo elemento. Un nuevo sistema de comunicaciones, un nuevo tipo de industria
o una reorganización de la base económica existente determinan el inicio de un nuevo ciclo de adaptación
que no implica necesariamente el descenso de la comunidad. De hecho, existen dos posibilidades. Puede
ocurrir que se reduzca la base económica local y que por ello parte de la población se vea obligada a emigrar
o, al menos, a un movimiento de desplazamiento pendular que la reintegre, incluso cotidianamente, gracias a
los medios de transporte, a la comunidad originaria. Pero también puede verificarse el comienzo de un ciclo
de desarrollo y de ulterior diferenciación.

A este propósito, McKenzie, como ya lo hicieron sus colegas, subraya los peligros que pueden derivar
para el orden social de un desarrollo comunitario violento e imprevisto. “Las migraciones de población,
derivadas de estas imprevistas fuerzas de atracción y generadas por excepcionales formas de liberación en el
desarrollo de la comunidad, pueden producir un desarrollo que va mucho más allá de la culminación natural
de su desarrollo cíclico, dando lugar a una situación de crisis, a una inesperada recaída, a una desorganización
e incluso al pánico. Las denominadas "ciudades del boom" experimentaron estos movimientos de masa de la
población más allá de la culminación natural 70.

11. El vecindario

McKenzie se interesa principalmente por la “supercomunidad” metropolitana. Pero esto no le impide


interesarse por el análisis de formas comunitarias de dimensión más limitada. En realidad, está íntimamente
convencido de que para interpretar adecuadamente la organización urbana en sus dimensiones regionales e
interregionales se debe estudiar también el centro de la ciudad y la comunidad local 71 Postula, por tanto,
una estrecha interdependencia entre niveles espacialmente distantes y diferentes y, en particular, entre centro
y periferia.
75
Y nos parece oportuno señalar ahora algunas anotaciones interesantes sobre la vida del vecindario 72:

“El efecto general de los continuos procesos de invasión y de ordenación subdivide la comunidad
desarrollada en áreas bien definidas, cada una con su propia capacidad selectiva y su propia cultura.” 73 Se
trata de las áreas naturales, que también McKenzie define en relación al valor de los terrenos, creyendo que
éste sea un índice suficiente para caracterizarlas respecto al centro ciudadano y para determinar su
clasificación. Añade, sin embargo, algunas observaciones sobre la distribución de los habitantes en el tejido
urbano en relación a caracteres como edad, sexo y estado civil, que confieren al concepto de área natural una
connotación menos vinculada a las rígidas referencias económicas. McKenzie observa que en el centro de la
ciudad se registra un constante aumento de población y que contemporáneamente se manifiesta un rápido
descenso de sujetos en edad escolar. “El tipo de población más estable, es decir, las parejas casadas con
niños, se alejan del centro de la ciudad, mientras que los adultos más móviles y con menor responsabilidad se
amontonan en las zonas de los hoteles y de las viviendas próximas al corazón de la comunidad.” Es un
fenómeno con importantes consecuencias, sobre todo para el control social: al tipo de población que
abandona el centro ciudadano -y que McKenzie hubiese podido describir mejor usando también otras
variables- se atribuyen valores y comportamientos relacionados con la tradición. De hecho: “Los vecindarios
donde reside el tipo de población más estable, donde prevalecen mujeres y niños, son los guardianes de las
costumbres que tienen una función estabilizadora y represiva” 74.

El vecindario tenía para todos los miembros de la Escuela de Chicago una función importante en
cuanto que representaba una continuación, o, mejor dicho, la supervivencia de formas de solidaridad social
preindustriales dentro de la caótica gran ciudad. Burgess recomendaba el estudio del vecindario como forma
de comunidad local en estrecha relación con toda la evolución de la vida ciudadana 75. Park subrayaba que
“los intereses y las asociaciones locales generan sentimientos locales y que en un sistema donde la residencia
constituye la base de la participación en el gobierno el vecindario se convierte en el fundamento del control
político”.

Observaba, además, que esta forma comunitaria -fundamental para la democracia- tenía tendencia a
disolverse con la expansión de la ciudad y que con el aumento de la movilidad de la población en el territorio
nacían nuevas solidaridades en las colonias de los inmigrados y en los “ghettos” raciales 76. McKenzie tiene
en cuenta estas observaciones parkianas. Una vez sentado que el sentimiento de vecindario surge más
fácilmente cuando el orden físico de la ciudad permite una precisa diferencia entre vecindario y comunidad
más amplia, McKenzie sostiene que para el desarrollo del vecindario son necesarias tanto la homogeneidad
como la estabilidad de la población, acompañadas de un alto porcentaje de propietarios de viviendas. Es
evidente que se refiere a un tipo particular de vecindario que sobrevive gracias a la función estabilizadora de
la propiedad inmobiliaria, la cual se opondría -con relativo éxito- a la alta movilidad residencial urbana, típica
de la mayoría de la población de las grandes ciudades. También ciertos aspectos meramente cuantitativos,
como el número de las familias o la configuración urbanística de un área, al igual que otras condiciones,
influyen en la participación en la vida de la comunidad local; pero no hay que hacerse ilusiones -observa
justamente McKenzie-, esta participación no es un hecho espontáneo y natural como muchos creen. En
realidad, el interés por los acontecimientos locales es casi siempre el resultado, más o menos artificial, de un
esfuerzo de promoción de unos pocos elementos dotados de capacidad y entusiasmo. Finalmente, observa
McKenzie -sin desarrollar ulteriormente este punto-, si la acción de grupo tiene un valor per se de naturaleza
moral, también el valor económico de las zonas con una intensa vida de vecindad se eleva, hasta el punto de
que los agentes inmobiliarios favorecen estas actividades de carácter social 77. Se trata de un fenómeno rico
en implicaciones: en la ciudad, incluso la relación de tipo primario se convierte en mercancía,
transformándose y asumiendo formas funcionales para satisfacer un tipo particular de necesidades 78

12. El desarrollo urbano y la "supercomunidad" metropolitana

La ciudad tiene tendencia a. desarrollarse a través de una centralización creciente, a la que más tarde
seguirá un proceso de descentralización. La estructura física de la ciudad sigue siendo siempre el objeto
preferente del análisis ecológico. Según McKenzie, la ecología no se agota en el análisis de la organización
76
espacial del comportamiento social, pero la configuración de las calles y de las demás vías de comunicación
constituye la espina dorsal de la vida ciudadana. Con la expansión cuantitativa de la ciudad se desarrolla, de
modo particular, un proceso de diferenciación y de segregación social. Se desarrolla la competición para
lograr posiciones más ventajosas, acompañada de una serie de “invasiones”. La ciudad se convierte así en un
escenario de amplias transformaciones que, sin embargo, no alcanzan nunca, para McKenzie, el grado de
conflictos radicales y violentos o, de todos modos, relacionados con el choque de intereses divergentes entre
grupos socialmente diferenciados. Se describe y se enmarca el mecanismo de la mutación social urbana
dentro del ámbito teórico que sitúa en primer plano la relación entre hombre y ambiente físico.

El estudioso de la ciudad registra con meticulosidad los desplazamientos, calcula escrupulosamente las
frecuencias de los casos de comportamiento desviado y su posición en el territorio, clasifica los tipos de
invasión y las con diciones que las generan. Pero podemos observar que no se ocupa, o muy poco, de las
actitudes, de los intereses, de las necesidades de los sujetos y de los grupos implicados, como protagonistas o
como simples comparsas, en estos procesos que forman la gran ciudad. No se puede negar que los
desplazamientos de la población estén condicionados por las transformaciones de los medios de transporte,
por el deterioro de los asentamientos y el desarrollo industrial. También es verdad que la redistribución de
esta población va unida a “un proceso de desplazamiento y de selección, determinado por las características
del invasor y por el área invadida, pero, ¿acaso podemos decir que, una vez averiguado todo esto, hemos
comprendido de verdad cómo “funciona” la ciudad? La perspectiva ecológica ¿es una perspectiva que nos
suministra una interpretación concluyente?, ¿no será, quizás, una perspectiva de análisis limitada por la manía
taxonómica de quien la adopta? Basta recordar las investigaciones de los Lund para observar inmediatamente
cuáles son las transformaciones que ocasiona el proceso de urbanización en el ordenamiento institucional de
una comunidad y qué tipo de observaciones interpretativas y qué problemática olvida el enfoque ecológico.

El interés que McKenzie demuestra por el cambio, unido a la convicción de que la cultura tecnológica
constituye la fuerza innovadora dominante de la época, orientará sus estudios hacia la nueva dimensión que
asumió la ciudad. Amos Hawley subraya 79 la atracción casi romántica que McKenzie sentía por la capacidad
humana para superar el condicionamiento de la distancia.

La conquista del territorio y la posibilidad de fáciles y rápidos desplazamientos tienen consecuencias en


la organización de la comunidad. Ya hemos observado cómo para McKenzie la expansión urbana implica
procesos ecológicos centrífugos y centrípetos 80, gracias a los cuales el centro podrá desarrollar un número
creciente de funciones sobre un tejido urbano que se dilata progresivamente. Es evidente que el aumento de
las dimensiones del sistema puede provocar una crisis precisamente en sus centros vitales; pero, gracias a la
cultura tecnológica y al crecimiento de la productividad, se superarán tanto los costes y tiempos del
movimiento como los problemas de congestión. Está claro pues que, dentro de esta concepción del cambio
social en la ciudad, juegan varios factores y que, en este caso, McKenzie parece rechazar una perspectiva de
carácter exclusivamente ecológico sin privilegiar factor alguno 81.

Pero examinemos ahora con más detenimiento su aportación teórica sobre el tema “metrópoli”,
aportación que constituye el resultado de una larga actividad de investigación empírica 82. El crecimiento
metropolitano consiste en la redistribución de la población de un determinado país alrededor de las ciudades
dominantes. Esta redistribución, causada en primer lugar por el desarrollo industrial y, en una segunda fase,
por el desarrollo del sector terciario, se realiza gracias a los modernos medios de comunicación. “Reduciendo
la escalé de la distancia local, el vehículo a motor ensanchaba el horizonte comunitario e introducía una
división territorial del trabajo única en la historia de los asentamientos. El gran centro pudo extender el radio
de su influencia; su población y muchas de sus instituciones, liberadas gracias al dominio del transporte
ferroviario, se dispersaron por todo el territorio circundante.” Desaparece, en consecuencia, la distinción
precisa entre lo rural y lo urbano. Se desarrolla un sistema donde el espacio social se organiza sobre nuevas
bases en torno a un polo dominante y propulsor: el sistema metropolitano que tiende a extenderse y a
uniformar todos los demás asentamientos “menores” existentes en su área territorial de influencia.

Ciudades y pueblos en otro tiempo independientes, y también las zonas agrícolas, se han convertido en
parte de este complejo urbano. Este nuevo tipo de supercomunidad organizada en torno a un punto central
77
dominante, que abarca numerosos centros diferenciados de actividad, no coincide con el fenómeno
metropolitano determinado por la vía férrea, ya sea por la complejidad de su división del trabajo, ya sea por la
movilidad de su población. Su vocación territorial viene definida en términos de transporte motorizado y de
competencia con otras regiones. Este nuevo tipo de comunidad metropolitana se relega a las grandes
ciudades. Se convierte en la unidad comunitaria donde se conforman las relaciones locales de un extremo a
otro del país 83.

La supercomunidad metropolitana comprende diversas comunidades de influencia económico-cultural


menor. “En este modelo una ciudad dominante [...] funciona como unidad integradora. En otras palabras, se
está desarrollando en los Estados Unidos, y de hecho en todo el mundo moderno, un modelo de
asentamiento que se puede definir como regionalismo urbano. Este nuevo tipo de regionalismo urbano
difiere del regionalismo de las épocas precedentes en que es más un producto del contacto y de la división
del trabajo que de un aislamiento meramente geográfico.” 84. Por tanto, la metrópoli no se compone sim-
plemente de un centro y de un territorio contiguo. La metrópoli es un “mosaico” muy especializado,
compuesto de subáreas de cuya unión surge una nueva entidad funcional. A través del proceso de
diferenciación las unidades antes aisladas, centros urbanos semi¡ndepend¡entes, asumen ahora nuevas
funciones especializadas dentro de un proceso de división del trabajo que gira alrededor de la comunidad
metropolitana concebida como unidad global. McKenzie la llama indiferentemente supercity,
supercommunity, metropolitan community, o city region 85.

Hay que hacer notar, sin embargo, de paso, que el proceso de diferenciación funcional comporta
también la desaparición definitiva de las comunidades menores. La profusión del automóvil, por ejemplo, ha
destruido la autonomía de mercado de muchos pequeños centros, facilitando el acceso a los mercados de las
grandes ciudades. No puede olvidarse que el desarrollo metropolitano incluye costes sociales y que, en
concomitancia con todo eso, se verifican fenómenos como la urbanización y el abandono de los campos y de
las ciudades más pequeñas, fenómenos de los que derivan contradicciones en términos económicos y sociales
dentro de una determinada sociedad. Se trata de una problemática compleja que incluye una serie de
interrogantes a los que el investigador social debe dar una respuesta basada en la interpretación de los datos
que esta nueva realidad le ofrece de forma violenta.

Las comunidades metropolitanas, según McKenzie, asumen un carácter uniforme en su estructura


económica e institucional. Mas este hecho no impide que en el interior de la ciudad, autosuficiente desde el
punto de vista económico y cultural, domine la heterogeneidad, debida también a la alta especialización de las
ocupaciones. Se observa además una tendencia centrífuga que implica tanto a quienes pertenecen a las white-
collar classes (descentralización suburbana de las residencias) como a la gran industria (localización periférica
de los establecimientos). Obviamente, hay que buscar las causas de esta tendencia en la congestión urbana. Se
verifica asimismo un proceso cambiante en el valor económico de las áreas urbanas, en dependencia de su
deterioro y de la alta demanda de áreas periféricas. Todo ello permite formular la hipótesis de que se está
produciendo un proceso de obsolescencia acelerada del viejo modelo urbano y que, al agravarse estas
contradicciones, es urgente la intervención de una autoridad de gobierno capaz de enfrentarse y de resolver
tan complejos problemas 86.

Pero la comunidad metropolitana es, según McKenzie, una entidad funcional, una respuesta necesaria a
aquellas necesidades que el ambiente impone al hombre. ¿En qué sentido la comunidad metropolitana es
funcional? ¿Es verdad que satisface necesidades, o más bien crea un mayor número? La organización
metropolitana, al parecer de algunos, satisface una particular categoría de necesidades, las falsas necesidades o
las necesidades inducidas. Es necesario preguntarse si este modo de organización de la sociedad urbana no
conduce a la destrucción del hábitat, a la creación de personalidades heterodirigidas, en definitiva, a la
destrucción del hombre-ciudadano. El ambiente metropolitano, además, ya no es el ambiente como elemento
dado, antagonista del hombre. En la gran ciudad, en la metrópoli, nos encontramos cada vez con más
frecuencia frente a un tipo de ambiente que no constituye un dato de por sí independiente de la presencia del
hombre como ser racional y social. El ambiente se ha convertido en producto del hombre, y este dato que
podría representar una conquista, una base sobre lá cual crear una sociedad distinta, que guíe nuevas energías

78
así liberadas de una lucha fundamental hacia fines más elevados de tipo colectivo, se traduce en cambio en su
opuesto.

Hablar del sistema social metropolitano en términos de comunidad se hace comprensible sólo si
citamos lo que la ecología entiende por comunidad: “la unidad de estudio de la ecología es el organismo
comunitario (ya lo había dicho Robert Park) constituido, al mismo tiempo, por una agregación de individuos,
un hábitat geográfico y cultural y una unidad biosocial interrelacionada e independiente. La comunidad así
concebida tiene muchas cosas en común con la comunidad vegetal y animal. Sus unidades componentes se
sostienen conjuntamente por la interdependencia que nace de la especialización y de la división del trabajo”
Y Pero si, por ejemplo, nos interrogamos sobre el modo en el que esta “comunidad” considera la acción de
los habitantes como sujetos que deciden -o que simplemente están capacitados para comprender los
diferentes aspectos de su vida cotidiana-, entonces tal vez advertiríamos que la definición ecológica olvida
elementos que la sociología urbana debe tener en cuenta si no quiere renunciar a su función de ciencia social
y por tanto de ciencia al servicio del ciudadano.

13. La neo-ecología

Hemos desatendido aquí el análisis de la aportación empírica de la Escuela, convencidos de que en el


momento actual de crisis de la sociología urbana -crisis causada sobre todo por la imposibilidad de
sistematizar las observaciones empíricas en un marco conceptual satisfactorio- es más útil examinar una
contribución de naturaleza teórica. Sin embargo, somos conscientes de esta distinción artificíosa, realizada
con finalidad meramente analítica. También resulta evidente que actualmente sólo es posible salvar unos
pocos conceptos de esta elaboración teórica. Las críticas de orden general dirigidas a la Escuela ecológica son
diversas. Para concluir, podemos citar dos de ellas. Sin embargo, debemos advertir que demasiado a menudo
estas críticas olvidan la importancia histórica de este “experimento” sobre la ciudad occidental, así como
subrayar sus méritos. Por otra parte, las insuficiencias e ingenuidades metodológicas -que frecuentemente se
le reprochan- son relativas cuando se tiene en cuenta el desarrollo de la investigación sociológica de aquellos
años.

La crítica más dura es sin duda la siguiente: poniendo en entredicho el significado de la sociología y por
tanto de la sociología urbana en la sociedad actual, se llega a una propuesta de sociología “alternativa”. Esta
crítica, frente al crecimiento incesante de las contradicciones económicas y sociales en la ciudad moderna,
denuncia la sustancial “neutralidad” política del pensamiento de Park y de la ecología tout court, como
pensamiento que permanece a nivel de una información, fría y acrítica, de los hechos urbanos, o que se sitúa,
en la mejor de las hipótesis, en un plano “abstractamente científico”. “La base ecológica -se dice- elide
historia, economía y política.” 88 La segunda crítica la realizan aquellos que prefieren expresarse con cierta
cautela sobre la importancia de la ecología urbana como método para el desarrollo de una teoría de la ciudad.
Para los fines deseados es evidente que este tipo de valoración interesa de una manera particular. Louis Wirth
es un ejemplo de esta actitud crítica: ejemplo que hay que examinar también porque Wirth vivió en primera
persona la vida de la Escuela, junto con sus fundadores. Wirth evita considerar la ecología como una rama de
la sociología y prefiere presentarla como “una perspectiva, un método, una disciplina general que sirve de
base a todas las ciencias sociales”. Sabe que

la acumulación de amplias colecciones de material preciso y descriptivo con su representación gráfica


por medio de mapas y diagramas ha conducido a algún investigador a asumir que los hechos se explican por
sí mismos, y que un conjunto de hechos ecológicos pueden interpretarse adecuadamente en términos de
otros datos ecológicos [...]. Este punto de vista no tiene en cuenta el hecho de que la vida social es un todo
complejo e interdependiente. Las condiciones materiales de existencia son, naturalmente, factores
importantes, en los que un conjunto de hechos ecológicos pueden recibir adecuada interpretación..., pero
deben quedar relegados a su papel de elementos “condicionantes”, sin adquirir jamás el rango de factores
“determinantes” 89 A la ecología le queda el mérito de haber adoptado una perspectiva de análisis que
considera la ciudad como un inmenso laboratorio social. Y desde esta perspectiva el observador se
acostumbra a trabajar en un ambiente como si no fuera parte integrante del mismo; de este modo puede
intentar con mayores posibilidades de éxito individualizar la uniformidad de los comportamientos, los
79
procesos de transformación y las tendencias en curso. Es imposible no estar de acuerdo con Wirth: la
ecología constituye un medio útil para el estudio de la ciudad. Pero no puede darnos, sin la ayuda de otras
ciencias sociales y de los métodos elaborados por éstas, un cuadro interpretativo exhaustivo de los
fenómenos urbanos. El hecho, en fin, de haberse aprovechado de conceptos y métodos propios de las
ciencias naturales constituye por cierto una debilidad original, pero no le impidió y no le impide prestar un
servicio útil al estudioso de la ciudad. Se trata de una valoración que expresamos con relativa prudencia, a
pesar de los desarrollos sucesivos del análisis ecológico.

A partir de los años cincuenta se asiste de hecho a un revíval ecológico o, en muchos casos, al
desarrollo de intentos de mediación entre el enfoque ecológico y el sociológico. Estos intentos se relacionan
sólo indirectamente con la problemática que nos preocupa aquí y, además, su influencia innovadora es
limitada, así que la trataremos sólo brevemente. La neoecología o ecología neoclásica, cuyo fundador es
Amos Hawley, se esfuerza en abrir nuevos campos de investigación para la ecología más allá del ámbito
específicamente urbano, sin renunciar sustancialmente a los principios “teóricos” ya elaborados por Park.
Resulta casi demasiado fácil argumentar críticamente este enfoque 90. Autores más próximos a nosotros,
como Otis Duncan y Leo Schnore, proponen de nuevo la dimensión morfológica de la ecología. Siguen
siempre con un enfoque cultural muy reducido, repitiendo una vez más, también en la ecología neoclásica, la
criticada dicotomía comunidad-sociedad 91. Por último, hay que recordar algunos enfoques que tienden a la
revalorización de conceptos fundamentales elaborados por la Escuela ecológica. Por ejemplo, el concepto de
área natural se empleó de nuevo por la social area analysis. Eshref Shevky y Wandell Bell, de hecho, se
esfuerzan en situar en un ámbito exclusivamente social el concepto de área natural, superando los
condicionamientos geográfico-espaciales impuestos por la ecología 92. Esta operación se basa en el uso de
métodos estadísticos refinados para la elaboración de census tracts y en la adopción de tres variables-base:
nivel social (social rank), urbanización y segregación. En relación con estas variables se clasifica a la
población de una ciudad llegando a un resultado al que sería posible contraponer otros tipos de clasificación,
fundados en variables distintas, sobre cuyo significado se podría discutir largamente.

Para establecer una elaboración de carácter teórico sobre la ciudad es sin duda más provechosa una
nueva lectura de los ecólogos “clásicos”, precisamente porque sus preocupaciones teóricas y de investigación
estaban directa mente relacionadas con el contexto urbano y porque su actitud metodológica, aunque simple,
era en definitiva menos equivocada que la adoptada por sus epígonos 93.

V. Segregación y urbanismo en la sociología de Louis Wirth

1. Sociología, consenso y acción social

Existen pocos escritos que comenten la obra de Louis Wirth y todos se caracterizaron, al menos
durante un largo período de tiempo, por una convergencia de juicio. Wirth era “acusado”, por decirlo de
alguna manera, de no haber elaborado un sistema teórico y de falta de originalidad en aquella parte de su
pensamiento dedicada al análisis de los problemas cruciales para la teoría sociológica contemporánea. En
cambio, ciertas reseñas críticas más recientes tienden a revalorizar su contribución teórica, aunque siempre
dentro del ámbito de una crítica radical de la sociología urbana. De todos modos, nos parece oportuna una
corrección de la valoración que se ha hecho de este insigne sociólogo de la ciudad, precisamente para poder
recuperar los principios más importantes, útiles a nuestros fines 1.

En primer lugar, es necesario subrayar que Wirth rehusó de forma deliberada concentrar sus esfuerzos
en una dirección exclusivamente teórica. Y esto porque tenía su propia concepción de la importancia del
investigador en relación con los problemas de la ciudad.

En segundo lugar, hay que señalar que los distintos autores con los que Wirth dialogó -de Weber a
Mannheim, de Toennies a Park- le proporcionaron las categorías fundamentales para el análisis de la
sociedad, aportaciones que él asimiló y reelaboró en una forma peculiar. De hecho, las insertó dentro de un
cuadro teórico que posee el mérito de evidenciar el problema del consenso como problema principal de
nuestra sociedad.
80
Finalmente, en tercer lugar, es necesario señalar que precisamente este autor realiza algunas de las
contribuciones “teóricas” más interesantes para aquella rama de la sociología que se ocupó de la vida urbana.
Han pasado ya casi cuarenta años desde su famoso ensayo Urbanism as a Way of Life (1938), pero quien se
ocupa de la ciudad y, en particular, de la ciudad occidental no puede prescindir de él 2.

Nuestro propósito aquí es centrar la atención propiamente en la sociología de la ciudad elaborada por
Wirth. Esta selección está motivada por la convicción -ya explicada en otro lugar- de que para construir una
teoría sobre la ciudad es necesario favorecer también una reflexión crítica de las contribuciones disponibles.
Un trabajo preliminar de esta naturaleza, que intenta por un lado evidenciar las carencias, los puntos débiles y
las incongruencias de los análisis “clásicos” y, por otro lado, individualizar en estos análisis conceptos e
hipótesis estimulantes, puede parecer superfluo a quien estime preciso construir ex novo un sistema teórico.
En efecto, esta necesidad parece fuera de discusión cuando se trata -como en este caso- de analizar y
comprender una forma de organización social: la ciudad moderna, que en muchos aspectos es distinta de las
formas analizadas en períodos antecedentes. Sin embargo, es necesario un presupuesto metodológico en
cualquier análisis cuya finalidad sea la de preparar el terreno para una teoría de la ciudad: la ciudad es un
producto histórico, es decir, un modo de organización de las relaciones sociales que están sujetas a
transformaciones continuas y, por tanto, un modo nunca idéntico a sí mismo. Importantes mutaciones, tanto
cuantitativas como cualitativas, caracterizan las distintas fases; pero, por otro lado, es difícil negar que entre
una forma urbana y las formas sucesivas no existan conexiones. Es más, es difícil negar que coexistan, en
cierto sentido, formas contemporáneas con formas anteriores. Como ejemplo podemos citar la existencia de
los centros históricos y de la city, que todavía hoy condicionan con sus características el comportamiento de
gran parte de los habitantes de la ciudad.

La forma urbana contemporánea ofrece al observador “nuevos” datos, que le permiten captar aspectos
típicos, líneas de tendencia, uniformidad y contradicciones nunca registradas con anterioridad. Sin embargo,
el cuadro general está totalmente por construir. La sociología urbana no logra actualmente resolver un
problema fundamental, tan fundamental que peligran el significado y la autonomía de una disciplina. En
realidad, se trata de formular una teoría capaz de interpretar la vida urbana en toda su complejidad. ¿Cómo
contestar a problema tan difícil? Trabajando en varias direcciones. Una dirección que podría ser fecunda,
insistimos, es precisamente la de volver a examinar, de forma crítica, lo que la sociología ya ha dicho sobre la
ciudad.

Una reseña crítica de la reflexión ajena presupone que la teoría formulada, por ejemplo, por Wirth sea,
en cierta medida, la expresión de una determinada sociedad urbana. En efecto, su teoría tiene como
referencia más general una sociedad que ha alcanzado un determinado grado de desarrollo, con sus
problemas y con sus contradicciones internas. Por otro lado, si aceptamos la hipótesis de que entre una
forma urbana y las formas sucesivas existe conexión, no vemos por qué no podemos volver a utilizar, aunque
críticamente, una perspectiva de análisis ya propuesta. Los aspectos de la vida de la ciudad occidental en los
años treinta vuelven a presentarse parcialmente en la ciudad de los años setenta; la interpretación entonces
propuesta puede ayudar, y no poco, a la resolución de los problemas de análisis que preocupan hoy a la
sociología de la ciudad. Hay que tener presente, en particular, que ciertas fases típicas de la ciudad americana
de los años treinta pueden presentarse en la ciudad italiana contemporánea. El análisis elaborado para aquel
tipo de ciudad podría entonces aplicarse, no sin éxito, a la comprensión de las características de nuestro
desarrollo urbano más reciente.

Por lo que se refiere a la contribución de Wirth, hay que añadir que su formación cultural en el ámbito
de la Escuela ecológica de Chicago y su acreditada experiencia de investigador en el sector de los problemas
urbanos hacen interesante y útil el examen de sus ensayos. Más bien debemos preguntarnos si es legítimo
olvidar por completo aquella parte de su pensamiento que desarrolla un análisis sociológico general.
Distinguir en un autor distintos sectores de análisis y privilegiar el examen de uno de éstos puede implicar
ciertas falsificaciones desagradables. Intentaremos atenuar, aunque sea parcialmente, la arbitrariedad de una
perspectiva selectiva con una breve síntesis introductoria.

81
El pensamiento de Louis Wirth, como estudioso de la ciudad, resulta complejo. De la estrecha relación
de tres perspectivas nace su peculiar concepción del papel del sociólogo y de la sociología. Wirth es un
observador atento que quiere elaborar análisis sobre fenómenos sociales, pero que no quiere elaborar un
sistema teórico; es un profesor convencido más por la utilidad social del conocimiento que por la
indispensabilidad de la especulación pura; es, por fin, un pollcy maker que se enfrenta con la problemática
política, postulando el uso del conocimiento científico con el objetivo principal de cambiar y reformar la
sociedad estudiada. Reinhard Bendix sostiene que la concepción de la teoría sociológica de Wirth se debe a la
influencia que Park y la Escuela de Chicago tuvieron sobre él. De hecho, Wirth está profundamente
convencido de que un sociólogo debe percibir dentro de lo posible, de forma participativa, la experiencia
vivida por los sujetos que estudia. Así pues, la sociología encuentra su objeto en las experiencias de la vida
del hombre común. El peligro de inútiles y falsas abstracciones se evitará mediante una verificación empírica,
que la experiencia directa del científico social ofrece 3.

Wirth afirma luego que la tarea fundamental de la sociología es el estudio del consenso; es decir, la
comprensión del comportamiento condicionado por la vida de grupo regulada por valores fundamentales. El
carácter de una sociedad se evidencia en la capacidad de los sujetos que la constituyen para comprenderse
recíprocamente y actuar de forma solidaria en vista de objetivos comunes, obedeciendo a normas también
comunes 4. De hecho, Wirth asume aquella distinción entre comunidad y sociedad que estaba en la base de la
elaboración teórica de la Escuela ecológica. “Lo que convierte cada comunidad en una sociedad parece ser el
hecho de que la vida social del hombre comporta invariablemente cierto grado de comunicación” 5. Es más,
la posibilidad de desarrollar una acción colectiva a través de la participación de los miembros de una sociedad
puede verse reducida seriamente a causa de los límites que encuentra la comunicación. El consenso puede
quedar destruido por la progresiva debilitación de la comunicación entre individuos y grupos que deberían
actuar solidariamente 6 pero la destrucción del consenso lleva inevitablemente a la destrucción de la
sociedad.

Este es el punto fundamental que Wirth subraya en toda su obra, tanto en sus estudios de sociología
urbana, como en el análisis del problema racial y en los estudios de sociología del conocimiento 7. Este
problema está relacionado con el profundo interés que Wirth demostró siempre por la defensa y la
afirmación de la libertad individual. Interés que se refleja en una concepción original de la importancia de los
juicios de valor en la sociedad y en una interesante posición metodológica sobre el problema de las relaciones
entre juicios de valor y conocimiento científico 8.

Pero el individuo no puede separarse del grupo: el uno no tiene sentido sin el otro 9. El individuo logra
su libertad y la realiza sólo a través de su pertenencia a un grupo. Ahora bien, el dilema de una sociedad
compleja como es la sociedad industrializada y urbanizada está precisamente en la dificultad de defender este
valor de la libertad. Dilema que se podrá resolver únicamente por medio de la voluntad de construir el
consenso a través de un difícil proceso de discusión, negociación y continua interacción social.

Para formar democráticamente este consenso en una sociedad de masas como la sociedad actual es
necesario, según Wirth, recurrir a una especie de ingeniería social donde el sociólogo esté comprometido con
el cumplimiento de un deber al mismo tiempo científico y cívico. Puesto que el consenso se basa
esencialmente en el sentimiento de identificación con un grupo y en la libre participación de cada uno en la
vida de la comunidad, es importante aclarar la relación que existe entre consenso y medios de comunicación
de masas. Wirth se preocupa además de subrayar los peligros del uso manipulador de estos canales
privilegiados para la transmisión de valores, instrumentos formidables en las manos del poder económico,
político y social. El problema fundamental es entonces el del control democrático de los mass media 10.

También Wirth se había formulado la pregunta crucial: ¿Cómo se sostiene conjuntamente la sociedad?
Según él, la cohesión social proviene de la relación que une a los individuos a un determinado ambiente.
Cada individuo entra en relación con otro, relación caracterizada por cierto grado de solidaridad, en primer
lugar, gracias a un contacto de carácter “material”. De este tipo de relación nace la comunidad en sentido
ecológico. El principio de la división del trabajo y la competición económica para satisfacer los intereses,
tanto personales como comunes, constituye, junto con la cultura, la tradición y las normas, la base sobre la
82
cual se puede fundar el consenso, concebido aquí como acción concertada, capaz de movilizar las energías de
la colectividad 11.

Hay que señalar, sin embargo, que Wirth advertía que no era posible “construir” una acción colectiva
consciente sobre bases de exclusiva naturaleza económica. De hecho, afirma que entre los individuos que
mantienen relaciones de interdependencia únicamente económicas (y espaciales) puede subsistir una distancia
social y cultural. Nace así el problema de facilitar un proceso de integración social consciente, fruto de la tan
proclamada participación colectiva en las decisiones. Pero es necesario añadir que Wirth no se propuso
nunca indicar de manera más explícita cómo construir un orden social fundado en la participación
generalizada, y que tampoco supo ver claramente los nuevos problemas que una sociedad de este tipo
hubiera inevitablemente suscitado 12.

Wirth tuvo, más bien, el mérito de sostener enérgicamente la esterilidad del conocimiento si éste no se
utiliza para la acción política. También la planificación social se concibe como instrumento para liberar a los
individuos de los condicionamientos y de los límites puestos a sus libertades, es decir, la posibilidad de
decidir de forma autónoma el propio destino. La planificación social se contempla de modo pragmático,
como una técnica a utilizar para la organización democrática del consenso en una sociedad de masas 13. La
sociología y las demás ciencias pueden ofrecer una contribución indispensable a la planificación, pero sólo si
se tiene una concepción particular de las ciencias sociales. Realmente ,-hace notar una vez más Wirth-, el
sociólogo es un verdadero científico si sabe experimentar los problemas en primera persona y si se
compromete directamente en su solución. Debemos reconocer que nuestro autor dedicó toda su vida pro-
fesional a este modo de concebir la sociología como acción social más que como ciencia abstracta 14.

2. Wirth y la sociología urbana

Desde sus primeros escritos Wirth manifestó un vivo interés por los problemas de la vida urbana,
juzgándolos como problemas típicos de nuestro tiempo 15. Y es con estos problemas con los que el
investigador habrá de medirse si quiere cumplir con su deber de conocer para intervenir políticamente.

En 1925, cuando Wirth sólo tenía veintiocho años, publicó en el clásico The City una bibliografía
razonada de sociología urbana que documentaba su amplio conocimiento en este campo y que será durante
muchos años un instru mento indispensable de trabajo 16. En el mismo año redactó también The Ghetto,
una obra que sólo aparentemente se sitúa dentro de la línea de las demás investigaciones de la Escuela
ecológica, por el hecho de concentrarse en el problema de la segregación dentro del ambiente urbano. The
Ghetto es su tesis doctoral y se publicará tres años más tarde. En este estudio se revela el profundo interés
que Wirth demostraba por la historia, interés que, como veremos mejor, es uno de los motivos que lo
apartan de los fundadores de la ecología urbana.

El compromiso político” lo llevará -en 1937- a redactar como coautor el volumen Our Cities: Their
Role in the National Economy, que constituye uno de los primeros esfuerzos empíricos de la sociología
académica, con la finalidad de proporcionar al Gobierno federal norteamericano ciertos conocimientos sobre
la ordenación urbana nacional. En 1938 acabará su ensayo más famoso: Urhanism as a Way of Life, que
puede considerarse como una de las contribuciones teóricamente más refinadas para la interpretación de los
fenómenos sociales presentes en la ciudad. Nótese, entre otras cosas, que este ensayo se escribió cuando el
autor era consultor del Committee on Urbanism of the National Resources Planning Board y cooperaba -
desde 1935- con la administración Roosevelt en el renacimiento económico-social de su país de adopción.
En años sucesivos, Wirth se dedicará sobre todo al estudio de una perspectiva de análisis regional de las áreas
urbanizadas; y en la posguerra se comprometerá a fondo en una actividad de planificación social de la ciudad
de Chicago y del Estado de Illinois. Estudiará, en particular, el problema de las minorías raciales que siempre
lo había apasionado 17.

Opinamos que es necesario ahora en nuestro estudio detenernos en dos textos: The Ghetto y
Urbanism as a Way of Life (Urbanismo como modo de vida), puesto que son dos textos ejemplares de las
tendencias clave del análisis wirthiano.
83
3. El "ghetto"

Con el término “ghetto -escribe Wirth- se acostumbra indicar tanto el barrio judío existente en una
ciudad, como aquellas áreas naturales de primer asentamiento formadas por los inmigrados de distintos tipos,
por minorías que sufren esta forma de marginación 18. De aquí el interés por este estudio que ofrece hoy la
oportunidad de comparar tipos y formas distintas de segregación, además de constituir un ejemplo
históricamente importante en el desarrollo de la sociología urbana.

La historia del “ghetto” es la historia del conflicto entre judío y “gentil”, un conflicto que se manifiesta
en una pluralidad de formas (conflicto de grupo, conflicto individual) y que no excluye los fenómenos de
atracción recíproca de más de los de repulsión. Pero para Wirth la historia del “ghetto” es también la historia
de una institución social; así pues, los resultados de este análisis ofrecen posibilidades de generalización. Para
el sociólogo “el "ghetto" representa un estudio de la naturaleza humana; revela los varios y sutiles motivos
que conducen a los hombres a actuar como actúan. Al sociólogo le interesan menos los decretos emanados
por los soberanos y los cuerpos legislativos, que los motivos fundamentales que los determinaron y las
relaciones humanas que constituyen su expresión formal. El "ghetto" no es sólo un hecho físico, sino tam-
bién una forma mentis” 19. Esto significa que en el análisis de un hecho social es necesario tener en cuenta,
con fines interpretativos, no sólo aquellos elementos susceptibles de elaboración estadística, sino también las
normas y los valores culturales que forman la esencia del hecho social. Y esto permite sostener ulteriormente
la originalidad del enfoque-Wirth, en comparación con la Escuela ecológica 20. Y es precisamente en virtud
del relativismo cultural -debido a los valores típicos de cada grupo étnico- como se explica la originaria
segregación voluntaria del pueblo judío.

En los países occidentales, ya en la Alta Edad Media, sin que se hubiese registrado una intervención de
las autoridades, numerosos historiadores observan la presencia de comunidades judías segregadas
voluntariamente. La auto segregación se explica, en primer lugar, por motivos de orden general (la presencia
de una comunidad separada era “funcional” para el tipo de orden social existente en la ciudad medieval),
pero sobre todo por elementos de orden cultural (los judíos para cumplir su precepto religioso necesitan de
su propia organización comunitaria) y de orden económico (la profesión prevaleciente entre los judíos los
aislaba en una parte determinada de la ciudad, tal como ocurría en aquel entonces con quienes ejercían otras
profesiones) 21.

Al “ghetto” voluntario -debido, sin duda alguna, también al sentido de superioridad del judío frente a
otros miembros de la comunidad- sigue más tarde el “ghetto” forzoso, que acentuará todavía más aquel
aislamiento ya natural del pueblo judío. Y precisamente a propósito de este segundo tipo de “ghetto” el
análisis se hace particularmente agudo en el plano sociológico, gracias al uso inteligente de datos de
naturaleza histórica. De modo particular, cuando Wirth describe las relaciones existentes entre el ambiente
“comunitario” segregado y la personalidad.

El aislamiento social forzoso y la endogamia, basada en normas de carácter religioso escrupulosamente


observadas, contribuyen de modo determinante a formar el tipo social del judío. “La combinación de los
distintos caracteres de la existencia del "ghetto" tendía a desarrollar y a perpetuar un tipo de judío definido...
Uno de estos aspectos lo constituían los grandes esfuerzos realizados para casar a cada miembro del grupo:
no existían restricciones rigurosas contra matrimonios entre parientes próximos, muy al contrario, se alentaba
frecuentemente estos matrimonios” 22. La endogamia comportará, sin embargo, efectos degenerantes: el
porcentaje de enfermedades mentales -según Wirth- era, de hecho, excesivamente alto entre la población
judía.

El conjunto de condiciones desfavorables que caracteriza la vida de los judíos relegados en el “ghetto”
los marca incluso físicamente (por ejemplo, con la denominada curva del “ghetto” se indicaba la incapacidad
de sostener la espina dorsal erguida a causa de la debilidad física general), los acostumbra a un
comportamiento determinado y a asumir determinadas actitudes. “Siglos de confinamiento en el "ghetto", de

84
ostracismo social, de incesantes sufrimientos... son factores que originaron un tipo psíquico característico,
que se manifiesta en aquella máscara expresiva considerada peculiarmente "judía"“ 23.

A todos estos factores se añaden otros caracteres adquiridos, que no se transmiten de forma
hereditaria, pero que tipifican a los ojos de los gentiles el grupo social judío. Entre estos caracteres tenemos
la famosa y peculiar “orientación de la atención”, es decir, la dirección de las costumbres y de los intereses de
los judíos formados durante siglos de vida en común dentro de áreas urbanas segregadas 24.

El tercer momento históricamente importante del “ghetto” judío es el del denominado “ghetto
moderno”. Esta forma es cronológicamente sucesiva a la del “ghetto” voluntario y a la del “ghetto” forzoso y
se relaciona con la historia de los judíos en América. El “ghetto moderno”, en cierto sentido, ya no es un
refugio institucional ofrecido a los judíos en un ambiente que les es hostil, sino más bien una forma de
segregación temporal característica de todo movimiento de inmigración. Pero con todo esto no desaparece el
Judenschmerz.

El sentimiento de exclusión que sufren y que generan los judíos vuelve a estar presente en esta “nueva
sociedad”, a cuyo crecimiento el judío podía y debía contribuir, junto a otros grupos étnicos, en un plano de
sustancial autonomía. Se cumplirá así un proceso de emancipación (y de “modernización”) de los propios
valores tradicionales, aunque este proceso tendrá para sus protagonistas un coste notable, incluso psicológico
25.

No obstante, en la sociedad americana, siempre dispuesta a aceptar cualquier transformación, se


evidencian ciertos valores y ciertos prejuicios de forma más radical que en otros lugares, incluso cuando no
existe manifiestamente presión racial alguna; en lo más profundo de la psiquis hebraica vive siempre el
Judenschmerz como componente cultural esencial. Se desarrolla así en los adultos de la segunda generación
de inmigrados una tendencia a asumir de nuevo aquellos modelos tradicionales de comportamiento que
habían sido abandonados. Por consiguiente, se puede avanzar la hipótesis de que “la integración social no
tiene lugar a nivel de individuos, sino a través de la mediación de grupos, cuya característica esencial es la de
basarse en criterios adscritos, o casi adscritos, como la religión. La segregación ecológica no es ya un
indicador de exclusión y de marginalidad (como ocurre todavía en el caso de los negros), sino el resultado de
la voluntad de ciertos grupos de mantener una identidad propia” 26.

Para concluir esta rápida síntesis creemos necesario subrayar los límites y el valor de esta obra “menor”
del Wirth sociólogo urbano; 27 es el único libro de su amplia producción escrito bajo la forma de ensayo
breve. Hay que hacer notar in primis que la hipótesis tan calurosamente sostenida por Wirth -es decir, la
tendencia hacia la plena asimilación del grupo judío en una sociedad abierta-, se reveló sólo parcialmente
válida. La comunidad judía se encierra en sí misma y tiende a restablecer, aunque sea con la adopción de
comportamientos y valores nuevos, el “ghetto” denominado voluntario. Todo esto se expresa en una forma
de autosegregación donde -a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con el grupo étnico negro- el grupo
hebraico está en posición de plena participación en los beneficios sociales y económicos ofrecidos por la
sociedad americana y, al mismo tiempo, está animado por una decidida voluntad de preservar su propia
integridad, diferenciándose bajo varios aspectos. Sin embargo, hay que reconocer que Wirth supo ver ya en
los años treinta la existencia de tendencias que, por un lado, mantenían y reforzaban la comunidad hebraica
como grupo social diferenciado, mientras que, por otro lado, empujaban, sobre todo a las jóvenes
generaciones, a sumergirse en el inmenso crisol de la metrópoli americana 28.

Sobre la base del material comparativo acumulado por Wirth, nos parece posible, en este punto,
formular algunas hipótesis útiles para una teoría de la vida urbana (hipótesis que, obviamente, se deberá
desarrollar o corregir oportu namente utilizando otras investigaciones):

- no se puede considerar, sic et simpliciter, el “ghetto” como un área natural; en la mayoría de los casos
constituye la manifestación evidente de una subordinación económico-política de algunos grupos sociales,
limitados en su posibilidad de libre expresión;

85
- la organización espacial dentro de la cual una comunidad se ve obligada a vivir contribuye -dadas
ciertas condiciones- a reforzar los valores, a modelar las actitudes psíquicas e, incluso, a favorecer en sus
miembros algunas profesiones más que otras. Estos efectos de segregación forzosa tienden a perdurar y a
transformarse, una vez cesadas las presiones externas, en causas de segregación voluntaria; - en condiciones
prolongadas de segregación (tanto forzosa como voluntaria) nace un tipo de personalidad, divulgado en el
ambiente urbano, que puede definirse del hombre marginal. Este tipo de personalidad puede convertirse en
un rasgo cultural; así que, incluso la totalidad de un grupo étnico asume la marginalidad como componente
social y psicológica, componente que puede transmitirse de generación en generación, condicionando el
comportamiento social de los miembros de este grupo (“el "ghetto" no es sólo un hecho físico -decía Wirth-,
sino también una forma mentis”) 29.

4. Urbanismo como modo de vida ("Urbanism as a Way of Life")

En este ensayo Wirth se propone colmar el vacío teórico que existe en relación a la ciudad concebida
como entidad social. De hecho, se lamenta de que “no tenemos todavía un corpus sistemático global de
hipótesis sintéticas que puedan derivar de una serie de postulados contenidos implícitamente en una
definición sociológica de la ciudad, ni tampoco hemos logrado abstraer estas hipótesis del conocimiento
sociológico general que poseemos y que puedan confirmarse mediante la investigación empírica” 30.

Intentaremos ahora aclarar si la definición de ciudad tal como se elabora en este “clásico” de la
sociología urbana responde a las exigencias teóricas mencionadas e intentaremos verificar, al mismo tiempo,
si esa definición puede mantenerse en la confrontación directa con la realidad empírica. Tanto Max Weber
como Robert Park habían ya intentado formular una teoría sistemática en este campo, pero Wirth acusa a
estos dos autores de no presentar un modelo teórico organizado de manera satisfactoria y de permanecer en
un nivel que sólo se aproxima a la teoría. En realidad, Wirth no ignora el camino abierto por Weber y utiliza
ampliamente las ideas de la Escuela ecológica de Chicago.

Wirth advierte además que una definición correctamente enfocada no debería considerar sólo las
características fundamentales comunes a los asentamientos que se califican como urbanos, sino que una
definición de este tipo debería permitir también la individualización de importantes variaciones para lograr
una clasificación de tipos de ciudades, precisamente porque cada tipo de ciudad presenta su manera de
organización social y ejerce una influencia distinta en sus habitantes 31. Wirth nos propone, ante todo, una
especie de teoría “intermedia”, un modelo dinámico que abra el camino a nuevas investigaciones empíricas y
prepare, por consiguiente, las condiciones indispensables para una acción social innovadora e incisiva sobre
situaciones y problemas específicos y diferentes. Por tanto, insiste en la exigencia de distinguir tanto el
urbanismo de la urbanización, como el industrialismo del capitalismo moderno. El urbanismo indica “aquel
conjunto de elementos que forma el característico tipo de vida de la ciudad, mientras que la urbanización
denota “el desarrollo y la extensión de estos factores”: 32 presumiblemente (aunque Wirth no lo diga), en
términos de influencia y de atracción de población en relación con las áreas no urbanas, es decir, en términos
verificables cuantitativamente. El urbanismo, concebido precisamente como típico modo de vida social,
existió en aquellos asentamientos que deben considerarse ciudad, aunque no habían nacido todavía ni la
tecnología mecánica, ni la producción estándar, ni la organización del trabajo formalmente libre. Todos estos
últimos factores son responsables, en cambio, del desarrollo urbano moderno.

Se llega así a la propuesta de una definición mínima de ciudad, donde la combinación de número,
densidad y heterogeneidad social de la población proporciona un nuevo criterio definidor: “para fines
sociológicos, una ciudad puede definirse como un asentamiento relativamente grande, denso y permanente
de individuos socialmente heterogéneos” 33. Esta definición sugiere, como dice Wirth, algunos postulados.
De estos postulados se intenta deducir una teoría del urbanismo formulada dentro del marco del
conocimiento disponible en aquel entonces sobre grupos sociales.

Veremos más adelante si es correcto calificar esta definición como sociológica. En cambio, es
necesario remarcar, desde ahora, que Wirth concentrará todo su análisis en la ciudad moderna, dejando de
lado de forma sistemática el propósito de desarrollar un tratamiento metahistórico de la ciudad. Esta teoría
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del urbanismo se presenta como un modelo poliédrico. Es simultáneamente una teoría de la ciudad de molde
durkheimiano (por ejemplo, la anomia y la formalización de lo social en las instituciones se proponen como
momentos de reflexión para quien estudia la influencia de la ciudad en la ordenación estructural de la
sociedad) y una teoría de la ciudad en sentido demográfico que, sin embargo, estudia también la influencia
del ambiente urbano sobre la personalidad, siguiendo las líneas de interpretación Psicosociológica
inauguradas por Simmel. Wirth deduce, en efecto, de los caracteres propios del fenómeno urbano elementos
sugestivos para la interpretación de los procesos sociales tanto a nivel “estructural”, como a nivel “de
conocimiento” y “de comportamiento” 34.

Además, la influencia de la ecología urbana en Wirth es evidente. En la primera hipótesis formulada el


tipo de vida urbana -es decir, una forma, una calidad, para decirlo de alguna manera, del comportamiento
social- se relaciona con factores cuantitativos como el número y la densidad de los habitantes. Esta forma de
determinismo, típica de los fundadores de la Escuela de Chicago, será moderadamente atenuada por la
afirmación de que las instituciones sociales, y asimismo el tipo de vida urbano, pueden desarrollarse
separadamente de los factores materiales y ambientales que los han originado.

Wirth analiza luego el número y la densidad de los habitantes como factores separados, puesto que
tienen efectos distintos bajo el perfil social. Un número elevado de habitantes genera varias consecuencias.
En primer lugar, “un gran número de habitantes implica... una mayor extensión de las variaciones
individuales. Además, cuanto mayor sea el número de individuos que participan en un proceso de
interacción, tanto mayor será la diferencia potencial entre ellos”.35. Así pues, a pesar del ambiguo subrayado
del atributo “potencial” en el texto de Wirth, puede parecer que la heterogeneidad social de los habitantes
desciende hasta el rango de variable dependiente de la dimensión cuantitativa del agregado urbano. La
influencia parkiana no sólo queda reconfirmada, sino reforzada cuando se sostiene inmediatamente después
que: a) de la heterogeneidad nace la segregación espacial en la ciudad y, por tanto, la división del ambiente
urbano en áreas naturales 36; b) que la solidaridad típica de la comunidad rural es sustituida en la ciudad por
los mecanismos de competición y de control social formalizado.

En segundo lugar, basándose explícitamente en Weber y especialmente en Simmel, el gran número de


habitantes y, por tanto, “la multiplicación de las personas en recíproca interacción en condiciones que
imposibilitan el contacto como personalidades completas producen aquella segmentación de las relaciones
humanas que a veces algunos estudios de la vida espiritual de la ciudad tomaron como una explicación del
carácter "esquizoide" de la personalidad urbana” 37.

El habitante de la ciudad está condenado, como un nuevo Tántalo, a encontrarse con muchos, pero a
permanecer siempre solo, precisamente porque la relación con los demás, esencial para aquella parte de la
personalidad que tiene una naturaleza social, se racionaliza y se hace cada vez menos emotiva, transformán-
dose en una dirección utilitarista. El contacto social en el ambiente urbano es superficial, anónimo y rápido;
nace así la personalidad típica del habitante de la ciudad que se manifiesta externamente en la actitud blasé, y
en la tendencia a transformar incluso los vínculos de amistad en un instrumento para su realización con
finalidades egoístas. Además: el número de habitantes no sólo impide un conocimiento directo y profundo,
sino que obliga también a la comunicación a servirse de medios indirectos. Los procesos de representación y
de delegación constituyen en la ciudad el único modo a disposición de los habitantes para defender sus
propios intereses. Por lo que se refiere a la importancia social de la concentración de habitantes en un
espacio X, Wirth se limita a referirse a Durkheim (el Durkheim de la División del trabajo social), el cual
declara que a un aumento de densidad demográfica corresponde diferenciación y especialización: únicas
soluciones al problema de la supervivencia de sociedades en continua expansión. “La densidad, por tanto,
refuerza los efectos del número en la diversificación de los hombres y de su actividad y en el aumento de la
complejidad de la estructura social” 38. Sin embargo, surge la sospecha -también a la luz de otras
proposiciones que ilustran las consecuencias sociales de la variable densidad- de que exista conceptualmente
una superposición entre número y densidad: el número de los habitantes, de hecho, no parece tener las
consecuencias sociológicas que se le imputan mientras no se le considere en relación a un determinado
espacio-ambiente (dotado de un número Z de recursos).

87
El espacio, de hecho, se convierte en un patrimonio raro que adquiere un valor económico distinto en
las distintas partes de la ciudad. El espacio condiciona la organización social de la ciudad en el sentido de que
influye, con su valor económico, en la distribución de los habitantes y en su comportamiento cotidiano,
estableciendo en qué lugar deben residir, en qué lugar deben trabajar, etc. La falta de espacio obliga a
frecuentes relaciones y ello facilita el conocimiento de las situaciones sociales y culturales contradictorias. La
falta de espacio genera congestión en el movimiento de los habitantes; surgen así tensiones y problemas que
la ciudad moderna no logra solucionar fácilmente.

Wirth desarrolla asimismo algunas consideraciones que conciernen a la heterogeneidad sociocultural de


los habitantes de la ciudad 39. Con este término se refiere a las diferencias raciales y étnicas, de idioma, de
renta y de status.

Las ciudades -como ya había dicho Park- atraen a tipos diferentes, viven de estas diferencias y, además,
subrayan la tipicidad de sus habitantes. Con este carácter se relaciona también la fuerte heterogeneidad de los
grupos sociales presentes en el rriflieu urbano. Como se decía cada individuo debe afiliarse a una pluralidad
de grupos que satisfacen diversas funciones, en conformidad con las diversidades de las exigencias y de los
intereses de cada uno. Ocurre así que esta pertenencia pluralista excluye la devoción total del individuo a un
grupo y que la movilidad social implica una ulterior mutación en las pertenencias.

La sociedad urbana se compondrá, dentro de un corto espacio de tiempo, de organizaciones que


suplen la incapacidad del individuo de percibir su posición en el conjunto social y que tutelan sus intereses,
representándolo. Pero, al lado de estos grupos institucionales que son el armazón de la ciudad moderna,
existen también las “masas fluidas”, constituidas por aquellos individuos que no forman parte de ninguna
organización. El cambio social en el ambiente urbano se relaciona, en amplia medida, con las dificultades -
para los agentes del control social de prever el comportamiento colectivo de estos habitantes no integrados.
Esta última hipótesis se puede, sin embargo, invalidar con bastante facilidad, porque es demasiado genérica
en su formulación. De hecho: a) los grupos sociales institucionalizados que dirigen económicamente la
ciudad moderna en Occidente toman, en la mayoría de los casos, decisiones que condicionan su desarrollo
tanto económico como social; b) las “masas fluidas” juegan a menudo un papel de aceptación pasiva y están
sometidas a la tendencia niveladora del “proceso de despersonificación”, relacionado, más o menos, según lo
que sugiere el propio Wirth, con la economía urbana: una economía basada en la moderna tecnología, en la
producción de masas y en un mercado impersonal de amplísimas dimensiones 40; c) en la colectividad
urbana el comportamiento social es, en definitiva, mucho más previsible de cuanto permite suponer la
variable de la heterogeneidad. Esto significa que tanto la acción del proceso del control formal -a relacionar,
según Wirth, con estos grupos no mejor identificados que “componen la estructura social de la ciudad”-,
como la routine cotidiana de la vida urbana, que es, en definitiva, un “corolario” de la acción de estos grupos,
cumplen satisfactoriamente con la tarea de mantener “integrada”, durante largos períodos de tiempo, la
organización social ciudadana.

Hay que añadir, no obstante -y el mérito es de Wirth- que los puntos centrales de su investigación nos
devuelven al problema del consenso y al dramático contraste entre la exigencia de libertad del individuo y la
necesidad de forzar, “de subordinar una parte de su individualidad a las exigencias de la comunidad más
amplia y, en esta medida, sumergirse a sí mismo en el movimiento de masas” 41. De hecho, ésta es la única
condición para que se verifique una participación social y política del individuo en la vida de la ciudad.

5. Wirth y la ecología

Muchos investigadores de la ciudad suscitaron una amplia discusión referente a las afirmaciones
contenidas en este ensayo, criticándolo desde el punto de vista empírico y teórico. Se sostuvo, por ejemplo,
basándose en investigaciones empíricas, que la integración social en el contexto urbano no tiene lugar,
predominantemente, como decía Wirth, entre titulares de cargos “impersonales”. La población urbana no se
halla constituida únicamente por sujetos que entran frecuentemente en contacto de manera superficial y
transitoria, orientando su comportamiento sólo en una dirección utilitarista, bajo el perfil económico. La
desaparición de vínculos afectivos y la soledad del habitante de la ciudad serían las primeras consecuencias de
88
este modelo de vida urbana trazado por Wirth, que tendría, sin embargo, más el valor de “mito” que el de
una proposición con base científica. En efecto, numerosas investigaciones efectuadas en diferentes ciudades
norteamericanas demuestran que la interacción social es frecuente y que los grupos primarios son numerosos
y juegan un papel importante en la vida de cada día 42. Las afirmaciones de Wirth se refieren -según estos
críticos- más bien a situaciones excepcionales: en la realidad, los vínculos amistosos existen, se establecen
entre vecinos y no son necesariamente funcionales al cálculo utilitarista y a la carrera profesional. También las
relaciones familiares serían susceptibles de una más eficaz interpretación si se hubiese adoptado el concepto
de familia extensa modificada, en cuyo seno aparecen frecuentemente relaciones de mutua ayuda y de
asistencia.

A esta clase de estudios que, entre otras cosas, tienden a medir cuantitativamente la frecuencia de la
interacción entre individuos con el fin de invalidar las hipótesis Wirth, se ha objetado justamente 43 en
primer lugar, que Wirth se preocupa de manera explícita de la calidad de las relaciones y no de su frecuencia
44 y, en segundo lugar, que estos críticos se concentran exclusivamente, o casi exclusivamente, en las
relaciones amistosas y de parentesco, mientras que Wirth se ocupaba de toda la red de relaciones sociales del
habitante de la ciudad. Por otro lado, las relaciones sociales de tipo secundario ocupan indiscutiblemente una
amplia parte de la vida cotidiana; baste pensar en la importancia de la experiencia del trabajo, en el
comportamiento de consumo y en el tiempo libre. Pero, incluso la más reciente, o quizá la más sistemática
confrontación de la hipótesis wirthiana con la realidad investigada de forma empírica, la de C. Fischer, no
permite una valoración verdaderamente definitiva 45 Fischer señala justamente, que en la mayoría de los
fenómenos que Wirth asocia al urbanismo no se evidencian datos útiles para una verificación precisa; entre
otras cosas, muchas investigaciones no permiten distinguir claramente el urbanismo de la urbanización, los
efectos sociales de la vida en la ciudad del movimiento hacia la ciudad. Sólo se puede afirmar, con reserva,
que el análisis de Wirth es correcto sobre todo en lo referente a los aspectos críticos de la vida social en la
ciudad, y particularmente cuando se ocupa de la desviación. Por otro lado, es necesario especificar que
muchas observaciones son aplicables sólo a las clases socialmente inferiores (en especial, las consideraciones
sobre la desorganización social) y a las superiores (por ejemplo, las observaciones sobre la racionalidad del
temperamento urbano y sobre la actitud blasé), pero no se pueden extender, en cambio, con toda seguridad a
la masa de habitantes pertenecientes a estratos sociales intermedios. Además, Wirth no explica por qué el
malestar endémico de la dimensión urbana de la sociedad no se traduce en un empeoramiento del conflicto
social. No explica con claridad cuáles son los mecanismos que influyen en la negación de la integración y de
la unidad social de la ciudad. Tiene más éxito aquella parte de la crítica que imputa a Wirth querer conciliar a
toda costa el urbanismo con el ideal norteamericano del consenso y con la exaltación acrítica del proceso de
progresiva individualización de la vida ciudadana. Las dudas más serias son, entonces, las que se refieren a los
aspectos teóricos de este ensayo.

Entre estas críticas la más importante es aún hoy la que formuló Herbert Gans, quien hace a Wirth una
crítica cerrada, basada bien en lo empírico, en cuanto que utiliza un análisis secundario de investigación, bien
en lo teórico, en cuanto que se propone desmantelar la definición de ciudad articulada sobre las tres
conocidas variables 46 Según Gans, del análisis del ensayo de Wirth se deduce que el carácter urbano es el
carácter fundamental de toda la sociedad. Y esto está fuera de toda duda, puesto que escribía: “La dirección
de los cambios que se desarrollan con el urbanismo transformará, para bien o para mal, no sólo la ciudad,
sino el mundo entero”. El análisis de Wirth sería entonces un análisis que no diferencia los estilos de vida
existentes en la ciudad de los que existen en asentamientos de otros tipos presentes en la sociedad moderna.
Wirth, sostenía además, que el sistema social urbano se asimilaba progresivamente a la definición de
Gesellschaft, dada por Toennies, tendencia que, según algunos, él habría considerado indeseable.

Si en tiempos de Wirth una comparación entre asentamientos preurbanos podía ser útil a las
finalidades teóricas, hoy -siempre según Gans- quien estudia la ciudad tiene el deber de comparar los
distintos tipos de asentamientos existentes dentro y fuera del contexto urbano. Y Gans señala
particularmente la importancia de dos procesos que Wirth no tomó en consideración: el movimiento de
descentralización de la industria y el importante desarrollo de los suburbios; añade asimismo otras críticas de
menor importancia 47. Sin embargo, Gans olvida o menosprecia algunos elementos importantes del ensayo
de Wirth. Así pues, su crítica, a nuestro parecer, será sustancialmente útil en un solo punto.
89
Urbanismo como modo de vida nació para satisfacer unas exigencias teóricas; la valoración reductora
de Gans no puede aceptarse porque Wirth, por un lado, desarrollaba su análisis después de una larga
experiencia de investigación 48 que le proporcionaba un amplio conocimiento de la realidad urbana en sus
múltiples aspectos y, por otro lado, porque conocía como pocos la literatura de la ciudad. No es justo además
sostener que en este ensayo se evidencia demasiado la problemática social, política y económica de los años
en que fue escrito.

Wirth estaba atento a los cambios del sistema social en aquellos años y en los sucesivos. En 1951,
señalaba que los procesos de descentralización de la industria y el de la expansión de los suburbios generaban
-en Estados Unidos en particular, pero también en cualquier otro lugar- una nueva realidad que obligaba a un
nuevo planteamiento del significado conceptual de los atributos “urbano” y “rural”. Dadas las dificultades
para resolver de forma válida este problema teórico, volvía a proponer, sustancialmente, las tesis expresadas
en 1938 49. No puede además olvidarse que Wirth fue uno de los pocos sociólogos urbanos movidos por un
sincero escrúpulo de introducir la dimensión histórica en el análisis sociológico; así como tampoco se puede
olvidar que el concepto de urbanismo por él delineado expresa un modo de vida existente en la ciudad de
masas, consumista, de ritmos convulsos y en continuo crecimiento. Relaciona este tipo de concepto con un
tipo de ciudad que tiene su precisa colocación en la historia de la sociedad urbana occidental. Mas no por
esto podemos dar la razón a Gans cuando sostiene que las condiciones sociales aquí descritas son típicas y
exclusivas de los años treinta. Ni tampoco cuando sostiene, más específicamente, que los habitantes de la
ciudad norteamericana no tenían entonces la posibilidad de efectuar libremente ciertas selecciones, dadas
ciertas condiciones contingentes de crisis que “congelaban” de manera peculiar la organización social urbana,
frenando la movilidad residencial de los habitantes. Sería más correcto afirmar que este ensayo está dedicado
a la ciudad occidental, o mejor, al habitante de la ciudad occidental, con el fin de comparar el problema del
consenso democrático con la nueva dimensión económica, política y social de un sistema industrialmente
avanzado que tiende a coartar la libertad individual. Entonces nos parece aún más correcto preguntarnos si
Wirth logró individualizar en su definición las causas de esta transformación, cuyos efectos sociales describió
de forma tan brillante. Y es aquí donde Gans evidencia la principal debilidad de la tesis Wirth 50. De hecho,
Wirth, basando su definición sobre todo en número y densidad, se demuestra más ecólogo de lo que querría
ser. En primer lugar, olvida que la variable heterogeneidad cultural es una variable independiente e
importante para comprender la vida urbana con un enfoque sociológico 51 y, en segundo lugar, que número
y densidad son a su vez simples efectos de aquellos procesos económico-sociales y de aquellos valores que
acompañan la urbanización. Por otro lado, no se puede omitir que el autor nos habla de su ensayo como de
un intento de sistematización teórica y que las variables que indica juegan indudablemente un papel
autónomo como concausas, condicionando fuertemente la vida urbana moderna 52. Wirth tiene sin embargo
el mérito de haber organizado un cuerpo de proposiciones relativas a los aspectos cruciales de la vida urbana
contemporánea y de haber indicado, siguiendo el camino trazado por los clásicos, las líneas imprescindibles
para la investigación: baste pensar en la relación entre organización social, organización espacial urbana y
personalidad del habitante 53.

Todavía más incomprensibles son los intentos de quienes pretenden colocar a este autor en el ámbito
del pensamiento antiurbano, sin comprender que, en realidad, Wirth estaba animado en su reflexión por el
ansia de resolver una problemática mucho más profunda. Se puede sostener que a él también se le presentaba
el problema de ver sobre qué bases era posible crear un orden social que no implicase la pérdida de los
valores fundamentales en la historia de la ciudad occidental. Pero no se puede sostener que propusiese
deliberadamente la vuelta a la comunidad preindustrial, demasiado a menudo mitificada como panacea
utopista para las contradicciones y los desequilibrios presentes en la ciudad 54. Por lo menos dos cualidades
de Wírth desmienten esta crítica: su capacidad de observación y de búsqueda sobre la realidad de su tiempo y,
en especial, su empeño constante en resolver racionalmente los problemas de su sociedad ofreciendo su
propia contribución de sociólogo comprometido, no sólo como investigador, sino también como ciudadano.

VI. Clases sociales y poder en una ciudad “media”: las investigaciones de los Lynd

1. Los estudios sobre comunidades


90
En una brillante lección de sociología redactada por los miembros del Instituto para la investigación
social de Frankfurt se sostiene que

las grandes ciudades presentan dentro de sus límites todas aquellas características de complejidad,
inmensidad no transparente y alienación que hacen difícil orientar la investigación: y la investigación sobre las
grandes ciudades se encuentra ante las mismas dificultades con las que se encuentra la enunciación empírica
sobre la sociedad en su conjunto. De aquí la idea de llevar a cabo investigaciones modelo sobre las ciudades
de dimensiones medias donde se espera poder estudiar las tendencias del urbanismo y sus consecuencias
sociales sobre un material aún lo bastante limitado para poder abarcarlos casi enteramente 1.

Esta orientación ocultaba, quizás, en un primer momento el deseo de los investigadores de extrapolar
de la investigación sobre la ciudad media conclusiones aplicables a la sociedad global; sin embargo, sea como
sea, no se puede cierta mente negar la utilidad de los estudios sobre comunidades tanto para la investigación
como para la teoría sociológica. Los estudios sobre comunidades no sólo proporcionan la base empírica
necesaria para una comprensión sociológica más amplia, sino que, cuando se atribuye a la comunidad el valor
de una variable independiente, permiten afrontar, en concreto, el análisis de los efectos de la organización
social sobre el comportamiento humano.

Las investigaciones de Robert y Helen Lynd representan dentro de este sector del trabajo sociológico
una contribución pionera ya clásica que, sin embargo, sigue teniendo el valor de un modelo al que es
conveniente todavía referirse. Como ya es sabido, se trata de un estudio sobre una pequeña ciudad del
Middle West, realizado en el curso de dos períodos importantes de la historia norteamericana moderna,
caracterizados respectivamente por la difusión del proceso de industrialización en todo el territorio nacional
y por la Gran Depresión. Horkheimer y Adorno ponen de manifiesto cómo de un estudio tan empíricamente
limitado pueden surgir elementos de valor teórico más general:

el interés de los Lynd no se dirigía en primer lugar a datos estadísticamente verificables, sino a la
interacción de las condiciones económicas y sociales por un lado y de las normas y concepciones subjetivas
de la población, por otro, partiendo del presupuesto de que la comunidad estudiada y su desarrollo se
hallaban determinados, en gran medida, por las formas que esta interrelación venía asumiendo. Fue, sobre
todo, al repetir la investigación sobre el mismo objeto, cuando los Lynd lograron descubrir la interacción
existente entre infraestructura y superestructura. Además, particularmente en el período de la crisis
económica, pudieron mostrar cómo la ciudad no funcionaba como una monada social, sino que dependía de
los procesos que envolvían al conjunto de la sociedad 2.

Parece claro, pues, que la sociología de la ciudad no puede desentenderse de este filón investigador que
sólo aparentemente está a latere; ni tampoco conviene ignorar que esta aportación específica de los Lynd
tiene un valor ejem plar. Por otro lado, no parece oportuno desarrollar en estas páginas un análisis global,
crítico y comparativo, de las dos monografías; 3 creemos, en cambio, más conveniente adoptar una
perspectiva selectiva que se refiera a la temática de las clases sociales y del poder a nivel de comunidad local,
temática importantísima para los estudios de política urbana.

Las dos investigaciones sobre Middletown 4 ofrecen al estudioso de la estratificación social un material
empírico original y útil en muchos aspectos. Estas investigaciones demuestran que el hecho de relacionar el
análisis de las clases con un contexto social relativamente amplio, que se puede controlar mejor y de forma
directa --por tanto mucho más comprensible para quienes investigan-, constituye una ventaja, por ejemplo,
para la formulación de hipótesis que estudian las relaciones entre la dimensión de la estratificación social y la
dimensión institucional. Ambas investigaciones aquí examinadas facilitan una verificación empírica: a) con
referencia a un marco social -la pequeña ciudad- en vía de transformación por el impacto de la
industrialización; b) con referencia a un proceso de progresiva introducción de una comunidad local en un
tejido social y económico metropolitano, cuyas contradicciones se reflejan, con efectos de cierto relieve,
también en la estratificación social local.

91
Pero el mayor mérito de un enfoque de este tipo reside quizás en el hecho de que constituye una
especie de trámite exclusivo para recobrar datos y formular hipótesis y teorías sobre la estratificación. No es
casual que entre las etapas más significativas de la investigación sociológica en este sector, desde el estudio de
Engels sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra en adelante, se sitúen, precisamente, aquellas
investigaciones localmente orientadas sobre el terreno 5. Pero también es cierto que el aspecto de la
estratificación social en las investigaciones sobre Muncie no es un aspecto exclusivo; sin embargo, es difícil
negar que no se trata de uno de los aspectos más importantes y que la contribución empírica de los Lynd
constituye un importante momento en la historia del análisis de la estratificación social en la sociedad
occidental industrializada.

2. Clase trabajadora y clase del "business"

Veamos ahora cómo los Lynd caracterizan a las clases sociales en su primera investigación. Señalan que
el área del gettíng a living -área clave para el cambio social comunitario- se caracteriza inmediatamente a los
ojos del investiga dor por la mezcla de actividades diversas. La exigencia primaria de poner orden en el
magma de los datos y la necesidad de reducir la diversidad empírica a unidad conceptual obligan al
investigador a fijar dos géneros de actividades predominantes. Se distinguen así dos grupos sociales
diferentes que los Lynd definen como working class y business class 6.

¿Cuáles son los criterios que sostienen esta definición? “En general, los miembros del primer grupo
orientan sus actividades lucrativas especialmente hacia las cosas, utilizando instrumentos materiales en la
fabricación de objetos y en el cumplimiento de servicios, mientras que los miembros del segundo grupo
dirigen sus actividades hacia las personas, en particular, vendiendo o difundiendo cosas, servicios e ideas” 7.
La articulación de las clases sociales en la Middletown de 1925 gira por tanto alrededor de una dicotomía,
expresión de un enfoque metodológico quizás ingenuo, pero empíricamente eficaz. Según este enfoque,
parece que los Lynd atribuyen una importancia decisiva, en primera instancia, al criterio de la función
económica y, en segundo lugar, a la división entre trabajo material y trabajo no material como categorías que
crean una vertiente divisoria no sólo económica, sino también cultural, en el ámbito de una comunidad que
se está industrializando a ritmo veloz. Los Lynd aclaran seguidamente su punto de vista cuando ponen junto
a la definición principal otras definiciones; todas ellas, sin embargo, conducen de nuevo a la ya citada.

Otros términos que pueden ser utilizados para diferenciar estos dos grupos, en base a su actividad
profesional, son los siguientes: personas que dirigen su actividad hacia las cosas y personas que dirigen su
actividad hacia las personas; los que trabajan con las manos y los que trabajan hablando; los que hacen las
cosas y los que las venden o difunden cosas o ideas; los que usan instrumentos materiales y los que emplean
varios medios institucionales no materiales 8.

Un modelo de estratificación social así concebido no presenta, evidentemente, ningún ascendiente


marxiano, tanto porque los Lynd no conocían en aquellos años el pensamiento de Marx, como porque esta
dicotomía no se funda en la nota discriminante propiedad/no propiedad de los medios de producción. La
diversidad de función productiva -y la dicotomía de clase sobre la que se basa depende de un proceso de
cambio fundado en la economía, pero también condicionado culturalmente. La división en clases es
asimismo, en esta primera investigación, un efecto de la posesión o no posesión de diferentes capacidades
que facilitan u obstruyen la introducción en el ámbito de un proceso de cambio referente a toda la
comunidad, obligándola, por así decirlo, a adoptar nuevos esquemas de conducta social y a dudar de
costumbres y valores consolidados.

Es oportuno subrayar que el descubrimiento de esta dicotomía de clase -que divide en dos a la ciudad
entera- confiere a la investigación una “perspectiva marcadamente sociológica que, sin duda alguna, no
hubiese derivado del empleo exclusivo del esquema antropológico a seis voces que los Lynd tomaron de las
investigaciones de W. H. R. Rivers sobre comunidades primitivas. Es ciertamente interesante señalar que, de
este modo, los Lynd introducen en la sociología de la estratificación social norteamericana un valioso
elemento de novedad. Los Lynd conocían, obviamente, los esquemas de clasificación tradicionalmente
adoptados por sus colegas, en particular, la tripartíción en clases inferior, media y superior basada en criterios
92
de tipo principalmente psicológico (autoidentificación), o bien en indicadores como la renta y el prestigio,
cuyo uso determinaba una superposición conceptual entre estrato y clase social. Pero los Lynd rechazan este
enfoque en coherencia con su selección de fondo que une las clases al área de vida productiva 9; se produce
así una abertura hacia una interpretación más convincente de la segunda investigación, que relacionará más
directamente las clases con el poder económico capitalista.

No se puede tampoco menospreciar una ulterior consecuencia, positiva en el plano metodológico. El


recurso a la actividad profesional, como criterio principal que permite distribuir socialmente a los miembros
de la comunidad, exime las observaciones empíricas, efectuadas sobre el tema de la estratificación, de los
condicionamientos específicos que provienen inevitablemente del campo donde se desarrolla en concreto la
investigación. La distinción entre trabajo manual y trabajo “intelectual” es susceptible de aplicación general;
ello confiere un valor “objetivo” a las observaciones que dependen de su uso, además de un carácter
particularmente incisivo al análisis de los fenómenos relacionados con la estratificación. A contrariis: si los
Lynd hubiesen optado, como ocurrió con otros investigadores, por el criterio de la autocolocación social de
los entrevistados, habrían quedado vinculados a una discutible (y mal controlable) percepción subjetiva de la
posición social y, sobre todo, a situaciones excesivamente específicas de la comunidad objeto de la
investigación. De este modo, en cambio, se refuerza tanto la representatividad de los resultados, como la
posibilidad de comparación no sólo con la investigación sucesiva, sino también con otras investigaciones que
adopten un criterio análogo.

Tres anotaciones integran preliminarmente la descripción de esta primera hipótesis lyndiana sobre la
estructura de clase. En primer lugar, los investigadores conocían los límites de una dicotomía tan
simplificada. Por su explícita admisión,

esta dicotomía sacrifica las gradaciones existentes entre las dos clases principales y deja también en la
sombra “una zona límite en la que algunos miembros de los dos grupos se superponen o se confunden”. Mas
la escrupulosidad con que presentan los datos sobre los varios aspectos de la vida cotidiana de los com-
ponentes de las dos agrupaciones atenúa este inconveniente, efecto normal de la utilización de todo criterio
de clasificación.

La segunda anotación se refiere a la distinta amplitud cuantitativa de las dos clases sociales. La clase
“obrera” está constituida por el 71 % de los sujetos económicamente activos, mientras que la clase
“empresarial” representa el 29 %. Se trata de un dato cuantitativo, rico en implicaciones cualitativas si
tenemos presente la observación de los Lynd de que “el simple hecho de haber nacido en una o en otra parte
de la vertiente, constituida grosso modo por estos dos grupos, representa el factor cultural específico más
significativo que influye en lo que una persona hace durante el día en el curso de su vida” 10.

Finalmente, recordemos el siguiente postulado sociológico fijado por los Lynd: “cada discusión sobre
las características de los grupos es, necesariamente, sólo una aproximación, y, por tanto, no se debe nunca
perder de vista el hecho de que la conducta de los individuos constituye la base de la conducta social” 11. Un
postulado al que R. Lynd permanecerá fiel toda su vida, dedicada a la investigación de la sociedad, y que tiene
influencias indirectas, pero importantes, en sus análisis sobre la estratificación social y, particularmente, en la
relación entre estratificación y cambio social. Habría quizá que reconocer que este postulado tiene una
correspondencia real en la sociedad o -si se prefiere adoptar la terminología lyndiana- en la cultura
norteamericana de la época.

La escrupulosa precisión en la presentación de los datos, la variedad y la abundancia de observaciones


minuciosas, pero organizadas por una inteligencia poco común, confieren interés a este primer análisis de las
diferencias de clase. El análisis de los Lynd se desarrolla en concreto a través de un entretejimiento de
distintas variables. El área institucional del getting a living enmarca una serie de observaciones referentes a la
estratificación social, nacidas de la aproximación entre las variables edad, sexo, nivel de inteligencia y la
variable de la pertenencia de clase.

93
Sin embargo, en la investigación destaca un profundo estudio de la situación de la clase obrera. Sin
duda alguna, los investigadores llegaron a este enfoque por circunstancias objetivas impuestas por el campo
de investigación, como la fuerte preponderancia numérica de la clase obrera, y por elementos subjetivos, por
ejemplo, la reticencia de los miembros de la clase empresarial a proporcionar datos y noticias sobre su propio
trabajo y, más en general, sobre su propia condición social 12.

El estudio de los distintos aspectos de la vida de los miembros de estas dos clases sociales se realiza
con cierta falta de sistematización. Esto no impide al lector ver a las working class y business class como
entidades reales, profunda mente distintas. Dos mundos sociales que conviven ignorándose recíprocamente y
que mantienen sólo aquellos contactos necesarios, impuestos por algunos sectores de la vida comunitaria.

3. "Working Class", industrialización y cambio urbano

Los datos que comprueban esta división social son numerosos. El desarrollo de la industrialización
favorece un proceso de cambio que afecta sobre todo al que nace y vive como miembro de la working class.
Y esto en el sentido de que los costes del cambio -a varios niveles, psicológico, social y, naturalmente, a nivel
económico (tipo de trabajo y nivel de renta)- serán sufragados especialmente por esta clase.

La working class está constituida por un grupo social, en buena medida de origen campesino, que en el
transcurso de una generación sufrió un proceso de readaptación en todas las experiencias que caracterizan la
vida cotidiana de un individuo en sus relaciones con la comunidad. La institución familiar, por ejemplo, se
renueva cuando el papel femenino se convierte en papel activo en el ámbito productivo, externo a la familia;
pero se trata de una transformación que atañe casi exclusivamente a la mujer-madre de familia de la working
class. Únicamente la mujer casada de esta clase se ve obligada, por un nuevo proceso cultural, basado en la
difusión de la autoridad económica, a realizar trabajos como miembro de la clase obrera, fuera del ámbito
doméstico. El precario balance familiar que depende de la ocupación inestable del marido y la aspiración de
mejorar la vida de sus hijos elevando su nivel de instrucción impulsan este proceso de falsa emancipación
femenina que se traduce exclusivamente en un aumento de las rentas y de las posibilidades de gasto para la
familia de la working class. Como consecuencia indirecta, se delega en la escuela la función educativa,
proceso mucho más acentuado en la familia de la clase obrera. Pero de este proceso el joven saca
simplemente un provecho relativo, porque --como demuestran los datos de los Lynd- su posición de partida
es particularmente desventajosa con respecto a la de sus coetáneos nacidos en la business class. Baste
recordar que distintas circunstancias sociales influyen en el nivel de inteligencia, hasta el punto de que un
análisis de los coeficientes intelectuales de alumnos que frecuentan la primera clase de las escuelas públicas
demuestra que más del 86 % de ellos, pertenecientes a familias de la business class, tiene un coeficiente de
inteligencia normal y superior al normal, mientras que un fuerte porcentaje (más del 42 %) de alumnos
pertenecientes a familias de la working class tiene un coeficiente inferior al normal 13.

El trabajo constituye otro elemento para poder comprender las diferentes experiencias de vida de estas
dos subcomunidades. El trabajo de la clase obrera es un trabajo que se realiza mediante máquinas. La
experiencia productiva es para el obrero una experiencia estrechamente relacionada con las capacidades
fisiológicas de resistencia a los ritmos de un trabajo en cadena 14. Habilidad y destreza tienen poca
importancia; la edad del obrero decide su rendimiento productivo. Así pues, de la edad de un miembro de la
working class dependen colocación y cotización en el mercado del trabajo, además de su situación social. El
obrero anciano es un desarraigado, mientras que “entre la clase empresarial de M. la edad avanzada parece
significar, en mucha mayor medida que para la clase obrera, un aumento o consolidación de poder y de
prestigio social” 15.

En general, se puede decir que la experiencia laboral de los obreros empieza muy pronto, entre los 14 y
los 18 años. Madurez y decadencia también se anticipan con respeto a las fases análogas vividas por los
miembros de la clase empresarial. Y se puede decir que la industrialización determinó -especialmente para la
working class y mucho menos para la business class- profundas transformaciones en la experiencia de
trabajo.

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A partir del momento en que la población abandona la vida menos indirecta de la hacienda rural o del
pueblo, los instrumentos industriales se hacen más y más complicados, se produce un sensible aumento en el
número y en la complejidad de los rituales institucionales mediante los cuales los productos especializados
del obrero se traducen en les elementos biológicos y sociales esenciales para la vida. El grupo empresarial se
beneficia de vivir dedicándose precisamente a estos rituales institucionales. Estos constituyen, para la
mayoría, una elaboración de instrumentos análogos, incluso más simples, a los existentes hacia 1900 y no
presentan cambios espectaculares como los del paso del trabajo manual al mecánico 16.

El comerciante, el viajante, el empleado de banco, el abogado -por citar algunos tipos profesionales de
la business class- desarrollan una actividad en muchos aspectos idéntica a la que desarrollaban antes de la
industrialización.

La población obrera de M. tiene débiles raíces en la comunidad. El desarrollo industrial favorece una
tendencia migratoria de la fuerza-trabajo que de este modo hace frente al paro cíclico que la afecta incluso en
esta pequeña ciudad 17. Generalmente, sé puede definir la vida de la mayoría de los habitantes como una
vida vivida al margen de la comunidad no sólo en el sentido residencial, sino también social y políticamente.
La clase obrera habita las zonas menos agradables de la ciudad y a menudo viviendas angostas y miserables.
Una especie de discriminación silenciosa acompaña la experiencia escolar de sus miembros más jóvenes; la
clase obrera frecuenta iglesias e instituciones asociativas distintas de las que frecuenta la clase empresarial. No
se puede hablar, en particular, de una verdadera vida asociativa obrera. A principios de los años treinta la
organización sindical formaba un centro muy activo de coordinación de las actividades obreras e influía no
sólo en el trabajo, sino también en el tiempo libre, en la educación y en la asistencia. La función social del
sindicato decayó progresivamente y con ella el propio sindicato. Según los Lynd, a este deterioro asociativo
concurrieron los desarrollos tecnológicos, el aumento de los salarios, además de las relativas
transformaciones institucionales en el área del tiempo libre que cambiaron su carácter a través de la difusión
del automóvil.

Todo lo contrario ocurre con los miembros de la business class. Ellos participan activamente en la vida
de varios círculos ciudadanos. Fundan incluso nuevos círculos sobre la base paraprofesional, funcionalizando
la vida asociativa con el fin de desarrollar sus propias actividades productivas y reforzando, indirectamente,
una solidaridad de grupo que convierte la business class en la única clase social consciente de sus funciones y
de sus intereses, es decir, organizada para una enérgica defensa frente al resto de la comunidad.

Siguiendo esta perspectiva analítica que subraya las diferencias existentes entre las dos clases sociales
fundamentales, tendríamos que ocuparnos también de las numerosas observaciones que contiene esta
investigación. Pero no nos es posible enumerarlas todas. Nos parece más oportuno poner punto final a este
tema, tan decisivo para el primer estudio de Muncie, citando la aguda síntesis crítica de L. Cavalli:

la insuficiencia crítica de los criterios distintivos se manifiesta de lleno, sin embargo, a medida que
nuestros autores avanzan en la investigación con este válido instrumento de una concepción clasista
dicotómica. Los Lynd descubren siempre nuevas diferencias (y contraposiciones) entre las dos clases, que
pueden agruparse en cinco categorías: a) diferencias de renta; b) diferencias de estilo de vida (barrios,
vivienda, ajuar, vestuario, comidas, tiempo libre); c) diferencias de chance social (que se concretan pronto en
diferencias de coeficientes de inteligencia y de oportunidad escolar); d) diferencias de intereses económicos
(que se manifiestan por parte del business especialmente por el interés de mantener una reserva de obreros
desocupados y en consecuencia mantener bajos los salarios, y por parte de !os obreros por el interés en
mantener el pleno empleo y salarios altos); e) diferencia de poder social y político que, para ser exactos,
estaba todo en manos de los business, o mejor dicho de su núcleo interno capitalista en el cual se apoyaba
para defender sus intereses económicos descritos y, más en general, su dominio (se percibe la lucha contra el
movimiento obrero organizado y contra el disenso) 18.

4, El mito de la movilidad social

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La estructura de clase así evidenciada, ¿es o no una estructura rígida? ¿Se trata de una estructura de
clase que se desenvuelve de acuerdo con las transformaciones de la comunidad, o bien su estabilidad y su
rigidez constituyen una condición imprescindible a la finalidad de mantener el nuevo tipo de economía que
sostiene la vida de la ciudad? ¿Se amplían o se limitan las posibilidades de cambio de posición social y de
pertenencia de clase?

Los datos de los Lynd, referentes a la clase obrera, sobre el tema de la movilidad social dentro de una
misma generación o de una generación a otra nos llevan a una conclusión univoca, la movilidad social es un
valor-mito, un elemento cultural que forma parte de una ideología tradicional que ya no tiene sentido,
desmentida por la realidad de manera muy clara sobre todo en esta primera fase de expansión económica
capitalista. Los obreros no sólo no tienen la posibilidad concreta de abandonar su condición de asalariados y
de transformarse en pequeños empresarios, puesto que el mercado está ya controlado por empresas
mecanizadas, con abundancia de capital, sino que incluso en el ámbito del trabajo de fábrica tienen muy
pocas chances de mejorar. Y esto ocurre por dos motivos: la no disponibilidad de puestos de encargados y la
tendencia, debido al desarrollo del sistema administrativo, a emplear a niveles intermedios personales técnica-
mente preparados; el obrero común, totalmente agotado por su trabajo cotidiano, no tiene ni tiempo ni
energía para adquirir este tipo de conocimientos.

Quedan el deseo y la esperanza de un resarcimiento social para las generaciones sucesivas: la conquista
de la movilidad intergeneracional por medio de la escuela. En estas esperanzas una parte de las familias de la
working class concentra sus esfuerzos y sus sacrificios; pero también para este tipo de movilidad los datos de
los Lynd no dejan entrever previsiones favorables. Es cierto que los jóvenes de la clase obrera que frecuentan
la hlgh school (y no son muchos) ponen sus miras en trabajos de la clase empresarial, pero los obstáculos
para la realización de estos proyectos no son fáciles de superar. La escuela es un lujo que pocos se puede
permitir, y para el joven de la working class que, gracias a la ayuda de la familia y a un título de estudios, logra
huir de su destino natural, no es fácil sacudirse la pertenencia originaria de clase; de hecho, “una vez llegado a
un determinado puesto de trabajo, las oportunidades para un posible ascenso parecen bastante limitadas” 19.
En una palabra, es posible avanzar la hipótesis de que la industrialización rompe sólo parcialmente con el
tradicionalismo típico de la comunidad preindustrial. El status social sigue dependiendo, en gran medida, de
elementos predeterminados. La ausencia de perspectivas, junto con el trabajo inestable y frustrante, crea una
actitud típica de la psicología de la clase obrera que no ve solución ni presente ni futura; una actitud que en
las relaciones entre clases resta potencialidad al conflicto y, por tanto, contribuye a la estabilidad de la
estructura de clase.

Se puede decir entonces que en Middletown no existe conflicto de clase. Es más correcto hablar de
convivencia, una convivencia basada en la distancia social y en la indiferencia. La confrontación cotidiana
entre las clases, en muchas áreas de la vida comunitaria, no se traduce en un conflicto abierto organizado; ni
siquiera podemos decir que el conflicto esté latente. Los Lynd documentan con todo detalle cómo la
confrontación entre grupos sociales con intereses objetivamente contrapuestos se resuelve a favor de la clase
empresarial, dentro de un consenso general, fundado en valores comunes a ambas clases.

La business class juega, más o menos conscientemente, el papel de un grupo de referencia positiva,
cuyos modelos de conducta actúan como modelos guía también para la working class. Los Lynd señalan,
especialmente, los modelos de consumo como comportamiento divulgado, sustitutivo y justificativo de las
frustraciones acumuladas en la experiencia del trabajo que absorbe las mejores energías de la colectividad. Y
es precisamente sobre esta base de consumo como la clase obrera acepta las reglas del juego y soporta los
sacrificios que esta adaptación a la cultura industrial le impone. No debemos olvidar además que los Lynd
ponen de manifiesto muchos signos de tradicionalismo en el comportamiento de la clase obrera, como por
ejemplo todo lo que se refiere a educación de los hijos y a prácticas religiosas. De este modo, la clase
empresarial puede desarrollar sin molestias su acción de agente principal del control social, consiguiendo
privilegios e incluso prestigio. Last but not least contribuye a la formación de esta situación el desarrollo de
una economía basada en el crédito a plazos que actúa como “a repressive agent tending to standardize
widening sectors of the habits of the business class”.

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Llegados a este punto, podemos adelantar la hipótesis (aunque los Lynd no la expresan claramente) de
que un cambio en la estructura de clase y en las relaciones entre las clases muy difícilmente puede provenir de
factores endógenos a la comunidad. El desarrollo de la situación económica y social nacional e internacional
en los años inmediatamente sucesivos, su influencia sobre la comunidad y los datos presentados a este
propósito en la segunda investigación permiten a los Lynd, y a nosotros con ellos, efectuar una verificación
casi experimental de esta hipótesis.

5. La crisis y la estructura de clase

En 1929 el mundo occidental asiste asombrado a la explosión de una crisis que atraviesa Estados
Unidos y se propaga por todas partes. Sus efectos maléficos, incluso los políticos, perduraron durante
muchos años. No podemos desarrollar aquí las consideraciones que encajan en la amplia y complicada pro-
blemática contenida en Middletown in Transition 20. Será suficiente recordar que los Lynd volvieron a
Muncie en 1935 para observar los efectos causados en la ciudad por la Gran Depresión, y será más útil la
consideración de las innovaciones y persistencias en el campo de la estratificación social.

Un proceso de crisis económica de tan amplias proporciones incide evidentemente y a varios niveles en
las condiciones de vida de los habitantes de Middletwon e imprime nuevas direcciones al modelo dicotómico
de la estructura de clase que ocupa todavía un lugar importante en este segundo análisis lyndiano. La
atención del investigador se dirige casi por entero a un nuevo hecho importante: el descubrimiento del poder
de una familia, la familia X, que constituye un punto esencial para comprender la articulación, relativamente
nueva, de las relaciones dentro y entre las dos clases sociales fundamentales. Incluso creemos poder afirmar
que una interpretación significativa de la situación de clase en la Middletown de los años treinta sólo es
posible a través del análisis del control manipulativo (o no manipulativo) que esta familia -vértice de la
business classejerce sobre la base de su poder económico. El descubrimiento del poder de comunidad
permite trascender el aspecto meramente descriptivo de la diferente posición social de los miembros de las
dos clases principales, caracterizados ya en la primera investigación, y facilita además la comprensión de la
formación de nuevos subgrupos dentro de la dicotomía de base.

Que el descubrimiento del poder de comunidad sea el elemento nuevo más importante lo prueba
asimismo el hecho de que un análisis puntual, parcialmente sistemático, aunque breve, de la nueva
articulación de clase se encuentra sólo en las últimas páginas del informe. Lynd relega, por tanto, a un papel
secundario -quizá más a conciencia de lo que parece- los nuevos aspectos de la estratificación social, movido
probablemente por la íntima convicción de que en este largo período el conflicto de clase -admitiendo que se
hubiese desarrollado- habría tenido como protagonistas a los dos grupos fundamentales, o acaso porque
pensaba que, fuera como fuese su desarrollo, la nueva articulación de las clases sólo habría significado un
hecho transitorio que no determinaría, por lo que se refiere al cambio, aquellos impulsos decisivos, cuyo
origen debe buscarse en otra parte. Como quiera que sea, aquí sólo es posible recuperar en sus líneas
esenciales la reconstrucción lyndiana. Su importancia está fuera de dudas tanto por la novedad dentro de un
contexto específico, como, más en general, dentro del ámbito de los estudios empíricos -pocos en verdad-
realizados sucesivamente, referentes a las clases sociales en otros contextos y que explican las tendencias de la
estratificación en una sociedad industrialmente avanzada.

Middletown sufrirá la crisis, de una forma consistente, sólo algunos años más tarde que las grandes
ciudades. Según los Lynd, una especie de defensa psicológica se extiende en la opinión de la comunidad, es
decir, en la opinión de la clase empresarial, que se obstina en rechazar la crisis como un hecho concreto que
pueda provocar desequilibrios no sólo en la vida productiva, sino en todo un sistema social aceptado ya
desde hace tiempo 21. Se puede hablar de un relajamiento de la vida económica sólo durante el período
1930-1931. Pero, si para los miembros de la business class no existía una verdadera y propia crisis
ocupacional, un obrero de cada cuatro, ya durante el año 1930, había perdido su puesto de trabajo. Más
tarde, en 1933-1934, se ve muy claramente cómo dos factores -la crisis y la National Recovery
Administration- estimulan, aunque de modo efímero, la organización sindical obrera y crean un embrión de
conflicto de clase que será abortado muy pronto. El fantasma del radicalismo se asoma tímidamente a la
escena en 1933. Y esto es más que suficiente para crear inseguridad y temores en la clase empresarial. Esta
97
clase reaccionará incrementando la organización interempresarial e intentará desalentar por todos los medios
la organización de la mano de obra. Se extiende también un credo cívico basado en tres principios
relacionados entre sí, según los cuales una producción en función del provecho, una ciudad sin sindicatos y
“un mercado favorable al trabajo” (es decir, con una oferta de mano de obra que exceda a la demanda) son
las condiciones necesarias para salvaguardar el interés común y el bienestar de toda la ciudad.

Si, por un lado, podemos sostener que la crisis subraya los aspectos de división social, ya presentes
anteriormente con la dicotomía clase obrera - clase empresarial, por otro lado, debemos señalar con Lynd
que

el temor, el resentimiento, la inseguridad y la desilusión han sido para los obreros de Middletown, en
gran medida, una experiencia individual de cada obrero, no ya una cosa generalizada en una experiencia de
clase. También el movimiento sindical que ello ha suscitado tiende a ser esporádico, personal y débil; es una
expresión del resentimiento personal más que un acto de identificación con el desarrollo de un movimiento,
o de una rebelión contra una contradicción económica que se considera establecida de modo permanente 22.

Entre paréntesis, en cambio, es necesario advertir que uno de los principales efectos de la depresión
fue el de aumentar desmedidamente la masa de los obreros semicualificados, obligando también a los obreros
especializados a aceptar cualquier trabajo para sobrevivir, imponiendo salarios más bajos para todos. Lynd
observa cómo este proceso de notable descualifícación disminuye todavía más las de por sí limitadas
posibilidades de promoción social del obrero, puesto que siguen presentes aquellos obstáculos a la movilidad
intra e intergeneracional señalados diez años antes 23. Pero, en este sentido, es decisiva la tendencia a la gran
empresa. La depresión refuerza un proceso ya de hecho que se manifiesta en un lento crecimiento del
número de las empresas, en la desaparición de muchas empresas administradas por pequeños empresarios y
en un rápido incremento en la dimensión de la empresa. La depresión refuerza, al mismo tiempo, una gestión
concentrada en los recursos económicos, y no sólo económicos, en Muncie como en cualquier otra parte de
Estados Unidos en aquella época. Este proceso de concentración tiene gran influencia en la estructura de
clase. El efecto más evidente -como decíamos más arriba- es el de favorecer la formación de una clase
superior dentro de la business class y la ascensión de una familia, vértice de esta upper class que actúa como
un mecanismo de control sobre toda la clase empresarial y sobre el resto de la comunidad entera.

6. El poder de comunidad y la familia X

No es posible reseñar, analítica y ampliamente, los varios elementos que componen la trama de
intereses que giran alrededor de la familia X 24. Su poder se extiende a las distintas áreas institucionales y, en
cierto sentido, puede afirmarse que en el ámbito de una commercial culture es “natural” que exista una total
correspondencia entre poder económico y poder social. La familia X controla las fuentes de crédito, controla
financieramente varias industrias y millares de puestos de trabajo. Tiene a sus órdenes los mejores elementos
de las profesiones liberales de la ciudad, administra el desarrollo urbano efectuando hábiles operaciones
especulativas; se interesa por la vida de la escuela y su funcionamiento, pone a disposición de la comunidad
muchos equipamientos para el tiempo libre; realiza actividades filantrópicas consiguiendo prestigio y consi-
deración. La imagen pública de esta familia es sustancialmente positiva y, por extraño que parezca, incluso
Lynd es partícipe de este consenso casi unánime cuando dice que la acción comunitaria de los X protege
ciertamente los intereses de grupo, pero también beneficia a la colectividad entera y se realiza con éxito
porque es conforme a aquellos valores que tradicionalmente informan la cultura local. Aunque luego y sólo
de forma extemporánea alude a un intento de interpretación generalizadora, observando que:

Middletown tiene por esta razón actualmente la compensación de una familia reinante. El poder de
esta familia ha llegado a ser enorme, hasta el punto de diferenciar, de algún modo, la ciudad de otras que
tienen un tipo de control más difuso. Si se considera el modelo de M. simplemente como la concentración y
la personalización del tipo de control que la posesión del capital brinda al grupo empresarial en nuestra
cultura, la' situación de M. puede juzgarse como una especie de compendio del sistema de control de la clase
empresarial norteamericana. Esto puede, por otra parte, anticipar un modelo que llegará a ser, sin duda, más

98
predominante en el futuro, cuando la clase poseedora de la propiedad busque proteger aún más sus poderes
de control 25.

Pero, preguntémonos, ¿frente a qué amenaza y por parte de quién?

En el caso analizado, el poder de comunidad es una supergestación del poder económico que se
manifiesta con el consenso, más o menos completo, de las distintas componentes sociales de la ciudad, que
se conforman, cuando no las aplauden abiertamente, con las decisiones tomadas por el vértice de la clase
empresarial. El control capilar y directo, organizado por el núcleo más importante de la business class, no es
sólo la expresión de una actitud defensiva de los intereses de un grupo limitado y de la clase social que lo
sostiene más de cerca. Se trata de una acción constante, concertada con la finalidad de mantener una
hegemonía económica, política y social por parte de quienes controlan los medios de producción, acción que
desvirtúa la administración central y aquellos centros de decisión externos a la clase empresarial que casi no
existen en la ciudad estudiada. Las consecuencias son graves. Como observa L. Cavalli, “en M. la democracia
ha sido reducida a una forma vacía y sus instituciones, como otras principales; sustraídas a la comunidad y
transformadas, de instrumento de libre crecimiento para la comunidad, en instrumento de dominio sobre
ella” 26.

7. Vida cotidiana y conciencia de clase

Por tanto, la influencia de los X constituye, insistimos una vez más, el aspecto más importante de la
nueva configuración de la estructura de clase después de la depresión. Otros aspectos de la estratificación se
presentan de forma análoga o muy parecida a la descrita en la Middletown de los años veinte. Por ejemplo:
son siempre y sobre todo las mujeres casadas de la clase obrera quienes realizan una actividad profesional
retribuida para completar el deficiente balance familiar. La depresión alienta tímida y temporalmente el
trabajo de las jóvenes mujeres casadas de la clase empresarial con el fin de facilitar al joven marido el inicio
de su carrera. De todas maneras, existe siempre la actitud tradicionalmente hostil al trabajo femenino. Más
todavía: en la Middletown de 1935 se presenta, en los dos polos de la escala social, una actitud relativamente
nueva en lo que se refiere al comportamiento durante el tiempo libre.

Para la nueva clase superior, las actividades en el tiempo libre no tienen ya ninguna relación con el
trabajo, son más bien el símbolo expresivo de la conquista de un status social que permite a este grupo
diferenciarse de la más amplia clase del business, transformándolo en un grupo culturalmente orientado hacia
la Norteamérica metropolitana, con raíces cada vez más débiles en la realidad local -que también se encuentra
en una fase de transformación en la misma dirección-. Para la clase obrera, en cambio, se puede decir que la
depresión tuvo el efecto de incrementar los servicios públicos destinados a actividades recreativas colectivas:
una innovación, sin embargo, destinada a desaparecer con la vuelta a la prosperidad económica. Para la clase
obrera el tiempo libre significa siempre tiempo de no trabajo, donde se concentra y se satisface una aguda
necesidad de compensación a las frustraciones acumuladas con el trabajo. Así pues, es comprensible el apego
emotivo del obrero por ciertos bienes como el automóvil. En 1935, como diez años antes, el automóvil
representa para la clase obrera la adquisición de una condición social negada en el trabajo y “simboliza,
mucho más que cualquier otra posesión a su alcance, el vivir, el divertirse, lo que estimula a seguir
trabajando” 27. Para la clase empresarial, en general, el significado de tiempo libre permaneció estable. El
tiempo libre, para los hombres, es secundario en relación a la actividad profesional. Se trabaja no para gozar
del fruto del trabajo durante el tiempo libre, sino para continuar acumulando dinero, para hacer carrera, para
ocupar un lugar más importante en la consideración de los miembros de la business class. Todos consumen
afanosamente sus mejores energías en esta carrera sin fin hacia la conquista de los medios para vivir una vida
que no puede vivirse por falta de tiempo libre. Es la herencia de una cultura pasada que mantiene intactos en
el grupo socialmente más representativo e influyente valores de naturaleza malthusiana y que sanciona
positivamente sólo aquellos principios emotivamente arraigados en la época precedente a la Revolución
Industrial: la necesidad de un trabajo duro, la frugalidad, los peligros vinculados a una excesiva disponibilidad
de tiempo libre y la “esencial bondad moral del esfuerzo del individuo para situarse mejor como la mejor
manera de prestar una contribución personal al bienestar del grupo”?a Está claro que estos valores forman la
base del comportamiento de la clase empresarial -con excepción del nuevo pequeño grupo del vértice-, que
99
los usa también como parámetro de valoración del comportamiento de la clase obrera. Esta última, bien o
mal, se conforma aun cuando la realidad cotidiana de clase le impondría elaborar valores nuevos y
alternativos.

Hay que insistir, por tanto, para poder comprender las relaciones que fluyen entre las distintas partes
de la estructura de clase, en la acción de control social realizada por los X, por sus delegados ad hoc entre los
miembros de la business class y por la clase empresarial en su conjunta frente a la comunidad entera. El
análisis de las elecciones presidenciales de 1936 ofrece un ejemplo de cómo la clase empresarial desalienta
sistemáticamente la participación política de los obreros e impide una toma de posición política y de partido
a favor de Roosevelt y del gobierno federal. La clase obrera no actúa ciertamente como una entidad
políticamente homogénea, y Lynd puede escribir que:

en esta situación la dispersa inercia de la opinión de la clase obrera de la ciudad -con respecto a la más
locuaz y coherente de la clase empresarial- puede transformarse en una exasperación de la división de clases.
Pero no existen actualmente dentro de la clase obrera de Middletown ni la moral de clase ni las fuentes de
información ni la dirección personal necesaria para un desarrollo de este tipo. Mucho depende de que los
“buenos tiempos” vuelvan de forma tan convincente como en los años veinte. Si esto ocurre, el más
arraigado modelo de fidelidad política hacia los viejos símbolos, más allá de la disponibilidad de cada uno de
estos átomos de la clase obrera a danzar al son de la flauta que les será tocada desde un automóvil y que
pueda divertirles, transformará su momentánea posición en la escena política durante la New Deal y durante
las elecciones de 1936 en un sueño sólo recordado vagamente 29.

Se confirma una vez más que la clase obrera es clase en el plano analítico, pero no lo es, por cierto, en
el plano de acción social. Acepta con negligencia procesos y desarrollos que la implican directamente y que
deciden la clase empresarial y su élite 30.

Lynd se detiene en este aspecto de esencial estabilidad que caracteriza las relaciones entre las clases,
aspecto crucial para comprender el mecanismo que asegura a la comunidad un cambio equilibrado. Lynd
individualiza algunos elementos que dificultan el nacimiento de una acción de clase en sentido propio por
parte de la working class. A este propósito, entre las circunstancias-obstáculo más importantes debemos
señalar el reciente origen rural del obrero de M. y “todos aquellos hábitos de pensamiento producto de la
actividad aislada y autosuficiente del trabajo agrícola a las que el obrero permanece fiel. M. es una pequeña
ciudad que no se opone a esta actitud mental y al sentido de pertenencia “a la tierra” que la caracteriza. El
obrero de M. es un “buen americano” y por tanto un individualista, que tiene o quiere tener un trabajo al cual
dedicarse con energía para progresar. Aunque esta posibilidad de progreso se vuelva Incierta, siempre quedan
los hijos que frecuentan el college y que le recuerdan que el mañana será mejor. Solidaridad de clase y
propensión a la sindicalización le son extrañas. Cuando la gravedad de la situación económica le obliga a
afiliarse a un sindicato, este tipo de obrero pretende tocar con sus manos y muy pronto las ventajas, de lo
contrario volverá solo a la contienda. No existe, por otro lado, en la cultura norteamericana una institución
que estimule su conciencia de clase y lo induzca a elaborar generalizaciones que le hagan comprender la
relación entre su vida precaria y aquel proceso creado por los hombres: la economía capitalista 31.

8. La complicación de la estructura de clase: la pirámide a seis niveles

En la Middletown de 1935 la presencia del gran capital, local y nacional, y el desarrollo de las relaciones
entre la pequeña ciudad y la sociedad metropolitana influyen en la estructura de clase a través de directrices
complementarias, sobre todo diferenciando cada una de las dos componentes sociales fundamentales en tres
subgrupos distintos.

Antes de examinar más de cerca esta nueva confíguracíón de la estratificación social hay que hacer
notar que la escisión más significativa se produce en la business class. Esta clase ofrece una contraposición
interna de intereses que -aunque no se traduzcan en formas consistentes de conflicto entre clasesconstituye
una nueva e importante tendencia, un nuevo modo de ser de la clase empresarial que puede tener
consecuencias. Si en 1925 era posible hablar de esta clase como de una clase media amplia, sin distinciones,
100
relativamente compacta y organizada 32 hoy este grupo muestra claramente señales de resquebrajaduras de
cierta importancia. Tan importantes, que la unidad de esta clase parece depender más de los elementos de
confrontación con la otra gran clase, la clase trabajadora, que de los factores de solidaridad activos en su
interior. Dicho esto, debemos señalar además que no podemos ir en esta hipótesis más allá de las rápidas
observaciones que Lynd realiza. El análisis sobre estos temas cruciales no está muy desarrollado,
probablemente por falta de una exhaustiva posesión de datos 33 y, correlativamente, por el hecho de que las
tendencias indicadas son recientes y todavía no han generado innovaciones radicales en el comportamiento
de las clases y de la comunidad. Es el propio Lynd quien sugiere estas consideraciones cuando escribe que el
“carácter de clase media por esencia se aplica todavía hoy a la ciudad. En la escena nacional, Middletown
representa, en su lucha actual para conservar la unidad, la lucha de una pequeña ciudad de la vieja clase media
para defenderse contra otras pequeñas ciudades de la “vieja” clase media, similares a ella, y también contra la
presión del gran capital que irrumpe” 34.

Las nuevas líneas de división de clase nos presentan las dos clases sociales fundamentales
transformadas y fundidas en una gran pirámide a seis niveles distintos, incluso por su amplitud. Sin embargo,
el modelo es demasiado esquemático., Lynd no habla de movimientos de cambio entre los distintos niveles,
fija una situación que es in fieri y cuyos efectos todavía deben manifestarse en su totalidad. Bajo este
esquematismo se puede, no obstante, distinguir un activo proceso de progresivo desclasamiento para una
buena parte de los miembros de la vieja clase media, proceso que Lynd intuyó muy bien en Muncie y que
otros sociólogos describieron más ampliamente con referencia a todo el país 35.

Los grupos individualizados son seis: tres para la business class y tres para la working class: I) un
pequeño grupo que comprende los grandes empresarios de M., los banqueros y los directores de las grandes
sociedades nacionales con sede local. Este grupo representa el vértice de la vieja business class, se define
como upper class y se mueve alrededor de los X; actúa como un grupo de control y fija también los
estándares comunitarios de comportamiento de consumo y de tiempo libre. Este grupo sólo tiene aparentes
raíces locales. Se orienta cada vez más decididamente hacia los intereses del gran capital y actúa por tanto con
visión metropolitana, a menudo en antagonismo con los representantes menores de la business class local; II)
un grupo más amplio, pero no amplio en sentido absoluto, en el que se encuentran los empresarios menos
importantes, los comerciantes y los que se dedican a las profesiones liberales, en una condición social y
económica segura, y un grupo de dependientes del gran capital, presente en M., los mejor remunerados.
Socialmente homogéneo, este segundo grupo manifiesta en su interior varias divergencias. De hecho, en
ciertos casos, los empresarios, los que se dedican a las profesiones liberales y los comerciantes actúan como
paladines de la “vieja Middletown contra las decisiones tomadas por el gran capital que no siempre
corresponden a sus intereses. En cambio, los burócratas privilegiados se adhieren acrítica e
incondicionalmente al big business. Nótese, sin embargo, que entre el grupo I y el grupo II existe, en los
momentos cruciales, una solidaridad completa, sin reservas, frente al resto de la comunidad; III) un grupo
decididamente residual, heterogéneo en muchos aspectos. En él encontramos profesionales menores,
comerciantes al por menor, pequeños empresarios, empleados y dependientes. Lynd distingue este amplio
grupo III de la business class en base a un criterio de distanciamiento social respecto al grupo II y sobre todo
al I. Incluye en este grupo a quien desarrolla actividades de business class pero “nunca logrará ser
socialmente igual al segundo grupo y tampoco posee aquella facilidad de contactos con el primer grupo que
caracteriza, en cambio, el segundo” 36.

Estas tres fracciones de la business class son psicológicamente solidarias, según Lynd, en
contraposición con los otros tres subgrupos constituidos por la working class. Pero, en términos
económicos, el grupo III se encuentra en fuerte desventaja frente a los dos primeros. Su sentido de
pertenencia a las “gente de cuello blanco” le permite distanciarse de la clase trabajadora, pero son
precisamente los dos primeros grupos de la business class, con su solidaridad espontánea y concreta y con la
adopción de una actitud de “cordial tolerancia”, los que decretan la separación social de esta amplia parte
periférica de la clase empresarial que, en este punto, será mejor denominar clase media asalariada.

Muy próximo a este grupo III de la business class está el grupo constituido por la aristocracia obrera
local: jefes de talleres y obreros altamente cualificados con un estándar de vida y unas aspiraciones que
101
coinciden con los de la clase media asalariada. En el quinto estrato, en cambio, se sitúa la mayoría de la clase
obrera, formada por obreros semicualificados o no cualificados; por debajo de este nivel se encuentra una
especie de subproletariado con inclusión de algunos “pobres blancos” y de obreros que no tienen un trabajo
regular.

9. La estratificación y las relaciones sociales en la ciudad

Esta rápida descripción de la nueva estratificación social en M. -construida principalmente sobre una
base económica, pero con apuntes que dejan entrever claramente cómo en el interior de la estructura de clase
influyen ciertos elementos que Weber definiría como típicos de un comportamiento de rango- se
complementa con algunas observaciones relativas a otros tipos de división social que actúan de forma más o
menos importante en la vida de la comunidad local como efecto de la acción de variables de naturaleza no
económica. Examinémoslas distinta y rápidamente.

- Ser miembro de una “vieja familia confiere un prestigio social que puede moderar la aceptación social
de una persona o de una familia sólo económicamente elegible. Pero la variable del Local-Community Status
37 no es, por cierto, un agente importante de división social, especialmente en una sociedad donde el sistema
capitalista de producción y de vida se ha afirmado ya.

- Las creencias religiosas, por lo que se refiere a cohesión y división social, son un elemento menos
significativo de lo que fue en el pasado. “Pero, puesto que la iglesia, esencialmente pasiva, cambia su posición
y será utilizada por las fuerzas existentes en la comunidad, la identificación de clase de las distintas iglesias
tiende a aumentar cuando se hacen más patentes las diferencias de clases en la ciudad y la pertenencia
nominal a las iglesias socialmente "justas" constituye todavía un medio importante para lograr una identidad
social.” 38 Ser católico, además, significa una separación en todas las clases sociales. La hostilidad local al
internacionalismo y la superposición de religión y patriotismo hacen que la comunidad mire con descon-
fianza a quien profesa “una religión que depende de un cuartel general internacional..

- La distinción entre población blanca y población negra constituye “la línea de división más profunda
que la comunidad admite ciegamente”. La hostilidad más abierta hacia la población de color proviene casi
exclusivamente de la clase obrera, que ve su trabajo amenazado por los negros que se ofrecen como mano de
obra a precios más bajos. La clase empresarial, en cambio, es más tolerante, puesto que los negros son para
ella un cómodo instrumento económico; con todo esto no queremos decir que en M. no existan prejuicios y
que los sentimientos raciales no puedan dar lugar a violencias.

Un último elemento -difícil de medir- influye en la cohesión y en la división sociales: el aumento de


dimensión de la comunidad que se transforma en una dirección propiamente urbana. En 1925, Middletown
contaba con 36.500 habitantes, diez años después tiene 47.000 habitantes. El crecimiento del volumen de la
población puede causar, en el plano social y según Lynd, los siguientes efectos: a) una debilitación del tipo de
relación social face to face que caracterizaba la vida de la pequeña ciudad; b) una mayor selectividad en las
formas de la la vida asociativa y una debilitación general de las esperanzas de participación en las actividades
locales. Pero aquí es importante distinguir el grupo de rentas más elevadas de los demás grupos de rentas
medias-inferiores y bajas. De hecho, es probable que “la organización social formal, que implica una
asociación repetida con las mismas personas, tienda a sustituir el contacto y la organización informales; esto
tiende a verificarse de forma más rápida en la clase social superior que en las inferiores de la escala social,
cristalizando así con mayor rapidez en la primera un sentido de solidaridad de clase”; 39 c) el aumento de la
dimensión comunitaria se acompaña de una concentración del poder. A su vez, esta centralización
contribuye, como ya hemos visto, a subrayar las diferencias sociales entre quien manda y sus más cercanos
colaboradores y la mayoría gobernada y manipulada. Los que se encuentran en los peldaños más bajos de la
escala social son ciudadanos marginales, sin verdadera relación con la comunidad. Incluso “las áreas
residenciales tienden a convertirse en áreas más aisladas y más homogéneas. Elementos externos, como el
lugar de residencia, adquieren importancia como modo de localizar a una persona en una población más
amplia y menos familiar” 40

102
A pesar de esto, la unidad social constituirá siempre un objeto esencial para quien dirige la ciudad. Y,
aunque se trate de un objetivo que se alcanza sólo aparentemente, será perseguido para poder mantener un
nivel de integración que permita a los pocos que ostentan el poder conservarlo y ejercerlo sin molestias. Por
un lado, éstos se preocuparán de “invocar cada vez más toscos símbolos emotivos de tipo no selectivo que
les permitan guiar a las masas” y, por otro lado, representan la única fuente autorizada de ideologías y
símbolos para la comunidad, la cual no será ya capaz de dar vida de forma espontánea y desde abajo a una
cultura autónoma e independiente.

Estos análisis complementarios de las variables que influyen en la distribución social de los habitantes
de M. no quiebran, sin embargo, el dato fundamental de la división en clases en relación a la renta, o mejor
dicho en relación al tipo de actividad económica desarrollada. Es más, refuerzan este criterio “económico”
demostrando su carácter determinante. Sin embargo, no es difícil para el lector que quiera profundizar en la
estructura de clase comunitaria, tan rica en datos y articulada según la perspectiva del poder de comunidad,
darse cuenta de que la propiedad y el control de los medios de producción ratifican la pertenencia a la “clase”
dominante en la ciudad. Las demás clases tienen sentido sólo en cuanto se relacionan con el vértice de la
escala social. Este vértice, en virtud de su fuerza económica, es -directa o indirectamente- el principal agente
político y cultural de la ciudad. Este vértice, que no es correcto definir como clase y que se basa en el control
del gran capital, es una élite que dirige a las demás clases. Pero, por lo que se refiere a estas últimas, no sería
quizás impropio hablar en términos de categorías sociales incapaces de una actuación socialmente
importante, dóciles instrumentos en las hábiles manos de los X y de unos pocos más. Una hipótesis muy
significativa en el plano empírico y en el teórico, sobre todo si los resultados de estas investigaciones fuesen
susceptibles de generalización. Se trata de un problema importante, pero no nos es posible, ni lo creemos
oportuno, discutirlo aquí 41.

En conclusión, podemos señalar que, mientras los exponentes de la Escuela de Chicago no dudan en
deducir de sus búsquedas realizadas en un determinado contexto conclusiones generales aplicables a la
sociedad urbanizada, los Lynd tienen tendencia a restringir el ámbito de aplicación de su interpretación
sociológica a la comunidad local que les ha proporcionado el material de observación empírica. Algunas
hipótesis relativas a la organización de la vida social y política de Middletown indican sugestivas vías de
investigación y alternativas con respecto a las de los ecólogos urbanos. Sirva de ejemplo la insistencia
lyndiana sobre la posibilidad de que los sistemas de control social actúen en interés de un grupo o contra los
intereses ajenos; una hipótesis teórica que supera la de R. Park, según el cual el control social actúa
tendencialmente de forma funcional sobre la comunidad urbana entera. Sin embargo, parece correcto
relacionar estrechamente estos puntos interpretativos con el tipo de análisis empírico realizado por los Lynd.
Especialmente cuando en la segunda investigación nos encontramos con una revisión centrada en la
colocación en el vértice de la familia X, parece evidente que los investigadores conectan la posición
económica de clase con la distribución del poder y con la influencia en la comunidad, de una manera
susceptible de verificación empírica, en un grado mayor de lo que usualmente hacen los sociólogos urbanos.
Hay que subrayar una vez más que una estructura del poder local tan elitista y tan profundamente relacionada
con la potencia económica de una familia constituye un dato empírico anclado en la historia social de una
comunidad específica, estudiada en una determinada fase de la sociedad más amplia donde esta comunidad se
sitúa 42. Mas hay que reconocer que los Lynd abrieron con esta investigación nuevas perspectivas no sólo
para los estudios de comunidades, sino también para el estudio de temáticas sociológicas más generales.

VII. Henri Lefebvre: del derecho a la ciudad a la producción del espacio urbano

1. Nuevas tendencias en la sociología urbana

Ya a partir de los años cincuenta, en algunos países europeos donde se manifiesta un mayor interés por
las temáticas relacionadas con el urbanismo, se asiste a una intensificación continua de los estudios en este
sector 1. De este desarrollo podemos, quizá, destacar algunas fases características, temporalmente distintas
pero esencialmente interdepend¡entes: a) el estudio de la ciudad se desarrolla, también en estas sociedades,
bajo la urgencia de los problemas impuestos por la urbanización al que vive en la ciudad y al que administra
la ciudad: la investigación tendrá entonces para algunos investigadores la finalidad de intervenir en la
103
planificación con precisos objetivos de =reequilibrio”; b) otros autores escogerán el estudio de la ciudad
como tema central para la comprensión de nuestro tiempo, un tema que relaciona la sociología
contemporánea con sus mejores tradiciones de pensamiento, un tema que permite e impone una renovación,
una nueva formulación y una adecuación del pensamiento de los clásicos a las nuevas dimensiones de lo
social; c) el estudio de la ciudad se centra, finalmente, en la problemática de la relación poder-territorio, en
sus múltiples implicaciones, incrementando un área de investigación, la de la política urbana, valorada
actualmente y por muchos como el área primaria para la interpretación de las dinámicas socioterritoriales.

En la primera fase se registra una mayor continuidad y afinidad con la aportación de la Escuela
ecológica. Paul-Henry Chombart de Lauwe, con su publicación en 1952 de Paris et 1'aggiomératíon
parisienne, renueva un filón de estudios empíricos que había tenido predecesores ilustres, especialmente en la
Inglaterra de finales de 1800, y en particular recupera y aplica a un peculiar contexto socioterritorial esquemas
que toma prestados de la ecología urbana, logrando resultados interesantes. Chombart de Lauwe se califica,
así, como el exponente de un planteamiento empíricamente refinado y riguroso, constantemente empeñado
en la crítica del proceso de urbanización y de su carga deshumanizadora, pero siempre dentro de una
tradición de pensamiento filourbano muy arraigada en Francia 2.

Nosotros, evidentemente, privilegiaremos aquí a aquellos autores que representan y animan las dos
fases sucesivas, aunque no podamos negar la arbitrariedad de una clara distinción entre contribuciones que
forman a menudo un cuerpo de conocimientos entrelazados. Henri Lefebvre y Manuel Castells representan
un momento de continuidad por lo que se refiere a la reflexión sociológica clásica y, al mismo tiempo, se
encuentran entre los exponentes más estimulantes de aquellas nuevas direcciones investigadoras que debaten
las temáticas de fondo, relativas a la sociedad urbana contemporánea y a los dilemas políticos que la
acompañan.

La fase “urbana” de la reflexión de Henri Lefebvre se sitúa en la cumbre de una experiencia intelectual
de amplio alcance, ecléctica pero profundamente vivida. Esta fase encaja bastante bien en el complejo marco
de un trabajo de filósofo social y de marxista moderno, más marxista que sociólogo, que califica su
personalidad científica. Para este autor la sociedad urbana constituye una referencia empírica insustituible,
una fuente inagotable de datos para la verificación de las ideas, un campo ideal para la aplicación práctica de
las categorías filosóficas nacidas de un pensamiento marxista heterodoxo y abierto a la influencia de las
modernas ciencias sociales. Lefebvre experimenta la crisis del marxismo y la crisis con él relacionada de la
sociedad entendida también como ambiente de vida, provisto de la sensibilidad y de los instrumentos típicos
del humanista culto que aborrece la sumisión a la especialización científica por sí misma, desanclada de una
perspectiva orientada políticamente.

Lefebvre pone en claro la insuficiencia del pensamiento marxiano que se dedica exclusivamente a
descifrar las implicaciones del proceso de industrialización.

Para el mismo Marx, la industrialización contenía en sí su finalidad, su sentido [...] Marx no ha


mostrado (en su época no podía hacerlo) que la urbanización y lo urbano contienen el sentido de la
industrialización. No ha visto que la producción industrial implicaba la urbanización de la sociedad y que el
dominio de las potencialidades de la industria exigía conocimientos específicos relativos a la urbanización. La
producción industrial, después de un cierto crecimiento, produce la urbanización, permite las condiciones y
abre las posibilidades de ésta. La problemática se desplaza y se convierte en problemática del desarrollo
urbano. Las obras de Marx (en particular el Capital) contenían preciosas indicaciones sobre la ciudad y
especialmente sobre las relaciones históricas entre ciudad y campo, pero no plantean el problema urbano. En
la época de Marx sólo estaba planteado el problema del alojamiento estudiado por Engels. Y, sin embargo, el
problema de la ciudad desborda inmensamente el alojamiento 3.

Cuando se afirma que el proceso de industrialización genera la urbanización se hace una observación
banal. Pero esto no justifica el desinterés por un problema que, según Lefebvre, se está convirtiendo en
apremiante: ¿no es quizás evidente que las consecuencias desencadenadas por la urbanización asumen un
peso superior a su causa primera, la industrialización? Es necesario derribar el procedimiento corriente que
104
confiere un valor accidental, exterior, al crecimiento cuantitativo de la ciudad. La dilatación cuantitativa de la
producción industrial se traduce en un fenómeno cualitativo, del que nace una nueva problemática, la
problemática urbana. Quien insiste en aplicar a esta nueva realidad modelos y esquemas interpretativos que
se basan en la vieja racionalidad, la racionalidad de la empresa industrial, su organización y su proceso de
división del trabajo que le son inherentes, comete un notable error teórico. Es necesario interpretar esta
nueva forma de sociedad a la luz de nuevas categorías, es necesario elaborar una nueva forma de
racionalidad: la racionalidad urbana.

2. La sociedad urbana

En el fondo del pensamiento de Lefebvre late la conciencia de la fuerza fragmentadora de la


urbanización, de “este proceso inducido, que puede definirse de carga-explosión de la ciudad”, del que nace
“una problemática inquietante, sobre todo cuando se quiere pasar del análisis a la síntesis, de las
constataciones al proyecto” 4. La urbanización total es la hipótesis guía de Lefebvre: la historia de la sociedad
se traduce en movimiento hacia su progresiva urbanización. Actualmente vivimos en el período del
“campociego”: la ciudad tiende a desaparecer, pero la sociedad urbana todavía no se ha realizado. Postulado
central: el desarrollo de la sociedad sólo puede concebirse a través de la realización de la sociedad urbana.
Debemos aclarar que cuando Lefebvre habla de sociedad urbana establece “la tendencia, la orientación, la
virtualidad más que un hecho consumado 5. Con el concepto de sociedad urbana se designa una realidad
históricamente específica; el término, sin embargo, está cargado de ambigüedad, precisamente porque se
aplica a una realidad in fieri, a una sociedad que no se ha completado, que más bien está todavía en sus
albores.

Lefebvre formula la hipótesis de la urbanización completa de la sociedad f en términos de objeto digno


de análisis científico y, simultáneamente, como objetivo de praxis política. Siempre con una finalidad analítica
considera que este proceso tiene un origen y un complemento en el curso de un iter histórico, en cuyo fondo
se sitúa de forma privilegiada la sociedad occidental y la sociedad europea en particular. Este recorrido se
inicia con la fase de la ausencia de urbanización hasta llegar a la sociedad urbana, que ya no es sociedad
virtual ,sino sociedad real. El fenómeno urbano adquiere una dimensión espacial y una dimensión temporal,
simbolizadas por Lefebvre en un esquema que sólo una tosca lectura podría valorar como síntesis de un
enfoque evolucionista de la historia urbana occidental 6.

Ciudad Ciudad Ciudad Zona


----> ----> ---->
política comercial industrial crítica

0 --------------------------------------------------->100
 
trasvase 
de lo agrícola 
hacia lo urbano 

implosión explosión
(concentración urbana,
éxodo rural,
extensión del tejido urbano,
subordinación completa de lo
agrícola a lo urbano)

El orden y el cambio en el primer tipo histórico de ciudad (tipo ideal), la ciudad política, dependen del
poder. Nos parece obvio señalar, a este propósito, que la reflexión de Lefebvre es asimilable a la weberiana.
El poder actúa como entidad, sustancia histórica extraña y hostil al mercado, por lo menos en una primera
fase. La heterotopia del mercado y la clase socialmente inferior de los sujetos y de los grupos que practican el

105
arte del comercio marcan este carácter económico, aunque esencial para la forma urbana. En cierto punto -
fase crítica, momento de ruptura- el mercado suplanta al foro. La ciudad es espacio de encuentro de personas
y de cosas, es el lugar del intercambio. El intercambio se convierte en la función urbana por excelencia. La
ciudad comercial sustituye a la ciudad política. Las consecuencias se hacen sentir en amplia escala en el
territorio externo a la ciudad. La ciudad pierde el carácter de aislamiento que la contramarcaba como forma
distinta y extraña de organización social, se verifica un “trasvase de lo agrícola hacia lo urbano”. La ciudad
subordina a sí misma de manera total y quizá definitiva (pero este aspecto de la hipótesis suscita más de una
perplejidad) el territorio que la circunda. El campo pierde aquel carácter de sociedad adquirido por un
primado histórico y cultural durante milenios. La ciudad rompe la relación directa misteriosa sacra que unía al
hombre con la naturaleza, nace una nueva era social. El análisis realizado en la Ideología alemana se refleja
fielmente en el discurso de Lefebvre. Con la transformación del capital de comercial en industrial, se pasa al
tipo urbano sucesivo. Pero la ciudad sigue, una vez más, a través de momentos de ruptura, determinados en
la realidad urbana por la no-ciudad. La industria se localiza cerca de las fuentes de energía, y por tanto es
parcialmente indiferente a la ciudad, o mejor dicho la considera como un instrumento que somete a su
propio desarrollo. El corporativismo de la ciudad comercial funciona como una débil defensa, pero cede muy
pronto al choque de la industrialización. La continuidad sólo subsiste de forma aparente. La industria
representa la anticiudad que penetra en lo urbano y lo hace estallar. La extensión de la ciudad después de la
industrialización, el tejido urbano, expresión de esta proliferación del espacio urbano, significa la disolución
de la ciudad 7. La periferia, los suburbios, las ciudades satélites representan únicamente el espacio material
concreto de una nueva fase histórica, preparada por la ciudad industrial. El proceso es global, producido por
el contraste: implosión-explosión, concentración sin precedentes-proyección y quiebra hacia el exterior.

No tiene sentido hablar de la sociedad urbana en términos de una superestructura en relación a una
estructura económica, capitalista o socialista. La ciudad industrial se convierte en fuerza productiva e impone
a la problemática urbana una dimensión planetaria, preparando y anunciando la fase crítica. El dato central
del problema urbano contemporáneo es: la crisis de la ciudad es mundial. Motivos heterogéneos: políticos,
económicos, culturales, conducen a un efecto único: la disolución morfológica de la ciudad. Según Lefebvre,
no es fácil desarrollar una comparación crítica de fenómenos aparentemente tan distantes entre sí. No es fácil
homogeneizar en una confrontación las bindonvilles de los países subdesarrollados y el tejido urbano de las
sociedades industrializadas. Sólo se puede constatar que la fase crítica se debe a un conjunto de contra-
dicciones que producen efectos de cambio social activos dentro de una escala sin precedentes en la historia
urbana. Toda la sociedad está implicada en una crisis de transformación. “La sociedad urbana nace sobre la
ruinas de la ciudad.” Se anulan las distinciones históricas y sociológicamente fundamentales, primera entre
todas las distinción entre ciudad y campo. Pero también se confunden los tres niveles (proceso global de
industrialización y de urbanización; sociedad urbana, plano específico de la ciudad; modalidad de habitación y
modulación de lo cotidiano en lo urbano) donde se articulaba la vida social. “Los contornos del punto crítico
se presentan precisamente de este modo: la vida urbana, la sociedad urbana y lo urbano separados de cierta
práctica social, de su base morfológica semidestruida, mientras buscan una nueva base” 8. El proceso
dialéctico sigue una parábola precisa: la ciudad -su negación determinada por el proceso de industrialización -
, su reconstrucción dentro de la sociedad entera. La nueva dimensión urbana, sin embargo, es otra cosa con
respecto a la ciudad, se manifiesta más bien en virtud de la contradicción típica de nuestro tiempo: la
explosión de la ciudad.

3. Los "niveles" del fenómeno urbano

Como hemos podido ver, Lefebvre traza sobre un eje temporal-espacial las etapas relevantes,
originadas por un análisis diacrónico de los varios niveles que asume la formación económica y social. La
historia social se define por medio de las secuencias dialécticas de tres épocas: agrícola, industrial, urbana. La
ciudad política cede el lugar a la ciudad comercial, que, a su vez, será suplantada por el proceso de
industrialización que niega la forma-ciudad e impulsa la sociedad hacia la urbanización integral. Pero es
precisamente la urbanización generalizada la que permite la recomposición de lo urbano a nivel superior por
medio de la maduración de aquel potencial hasta hoy mantenido en germen y ahogado. La industria se
somete a la urbanización que ella misma ha provocado, y esta fase es la que confiere significación a la
revolución urbana, fase de transición que desembocará en una nueva era: lo urbano, que representa el final de
106
la historia. El cuadro se completa con un análisis de carácter sincrónico sobre la situación urbana
contemporánea.

Lefebvre hace una distinción entre tres niveles que queremos señalar, puesto que integra útilmente el
tratamiento de la producción del espacio que tendrá lugar pocos años más tarde. Los tres niveles son: un
nivel global (G), un nivel mixto (M) y un nivel privado (P). A nivel global se manifiesta el poder político del
Estado; una ideología y una estrategia orientan su acción en el ámbito del espacio institucional. La influencia
del Estado se manifiesta esencialmente de dos maneras: interviene come fuerza que controla el proceso de
división social del trabajo y sus efectos en el mercado, o bien como agente de mera conservación que tiende a
mantener, reproduciéndolas, sus bases de máxima institución. En este caso el Estado conserva todas las
separaciones que puedan garantizarle su objetivo, la división entre ciudad y campo, entre trabajo manual y
trabajo intelectual y, por fin, entre gobernados y gobernantes. “El Estado organizaría así, para poderlo
utilizar, el desarrollo desigual en el esfuerzo hacia la homogeneidad global.9 El nivel mixto es el nivel
específico de la ciudad, analíticamente individualible a través de la sustracción del nivel G y del nivel P. Este
nivel se define como sistema bivalente de funciones y de servicios activos en la ciudad, y de la ciudad hacia su
hinterland: un sistema que se organiza alrededor de instituciones y de “agentes urbanos locales y de la clase
dirigente que ellos representan. El tercer nivel (la vivienda) es fuertemente revalorizado por Lefebvre, que
contrapone de forma polémica hábitat y vivienda. El nivel P no puede reducirse al rango de microsociedad,
donde dominan las relaciones primarias y los grupos familiares y de vecindad.

Lefebvre revela la naturaleza opresora del hábitat, fruto de una pretenciosa racionalidad urbanística que
sólo es “aplicación de un espacio global homogéneo y cuantitativo, obligación para el que allí vive de dejarse
encerrar en cajas, jaulas o machines á habite” 10. Son páginas donde vibra una vena de humanismo y de
utopía que confiere concreción al derecho a la ciudad, al concepto de espacio diferencial y de apropiación,
elementos muy importantes en el pensamiento de Lefebvre. El primado de esta visión corresponde al nivel
de vivienda. La reforma debe ser radical y por tanto encaminarse a la inversión de la lógica imperante que se
mantiene incluso en esta fase crítica. La vivienda no puede concebirse como un residuo y un subproducto de
los niveles superiores. La ideología productiva y el espacio político sometido a los intereses del crecimiento
son legados del espacio industrial que exige, en cambio, una inversión de tendencia en relación con las
contradicciones que él mismo provocó. De esta hipótesis crítica proviene una revisión y un complemento del
esquema espacio-temporal, como indicaremos a continuación: 11

Nivel G (global, lógica y estrategia política del espacio)

0------------------------------------>----------------------------------------------------------->100
Nivel M (mixto, ambiente mediador)
Nivel P (privado: la vivienda)
1ª fase critica
(la agricultura
subordinada a
la industrialización) 
Siglo XVI en Europa
(Renacimiento y
Reforma)

2ª fase crítica
a) subordinación de la industria a la urbaliización;
b) subordinación de lo global a lo urbano y de lo
urbano a la vivienda

4. Conocimiento y praxis urbana. La crítica del urbanismo

Algunos métodos descriptivos ponen en evidencia los caracteres del fenómeno urbano, su extensión y
su complejidad. La ecología urbana se ocupa de las unidades de vecindad y del modelo de relaciones sociales
107
que se desarrollan en las áreas de residencia; la fenomenología analiza los flujos de la vida urbana y los
múltiples elementos que unen a los habitantes de la ciudad a su espacio. Pero, observa Lefebvre, únicamente
con la descripción se permanece en la superficie; algunas relaciones sociales, como las relaciones de
producción y de cambio, que parecen abstractas en relación a lo vivido, no se comprenden realmente. Esta
perspectiva distinta deja entrever, por epemplo, una red de mercados que se entrecruzan en el espacio de la
ciudad, pero la ciudad no es simplemente un lugar de tránsito y de cambio, está también vinculada a la pro-
ducción; así pues, la centralidad emergerá como tema de estudio. Una ciencia del fenómeno urbano no puede
concebirse de manera tradicional, como un mosaico de fragmentos de conocimiento extraídos de las distintas
disciplinas especializadas. Por otro lado, cuanto más profundiza en su campo de estudio una ciencia
específica, más pone de relieve un residuo, un “algo” que pertenece a un sector distinto del suyo y que sin
embargo posee un valor crucial que se ha de traspasar a otras metodologías, a otras disciplinas. El
economista traspasa al psicólogo y al sociólogo, etc. Queda sin resolver una necesidad científica de totalidad
que vuelve a plantear la cuestión, ya antigua, de si la ciudad y el fenómeno urbano pueden o no ser objeto de
ciencia. Lefebvre no parece dudar sobre este punto:

El concepto de ciudad ya no corresponde a un objeto social. Es, pues, sociológicamente un


seudoconcepto [...]. La realidad urbana aparece hoy más bien como un desorden -que esconde un orden a
descubrir- que como objeto [...]. Antes que la de un objeto dado delante de la reflexión, la realidad del
fenómeno sería la de un objeto virtual. Si hay un concepto sociológico es el de la “sociedad urbana”. Por
tanto, no depende solamente de la sociología. La sociedad urbana toma forma con su orden y desorden
específicos. Esta realidad comprende un conjunto de problemas: la problemática urbana 12.

Un fenómeno, un proceso llevado a efecto, de este alcance plantea de forma urgente el problema de
una teoría que lo domine y de una práctica que lo oriente. El sensible esfuerzo realizado por las ciencias
“fragmentarias” produce una gama de hipótesis que Lefebvre describe para demostrar sus límites: conver-
gencia, integración, pragmatismo, operacionismo, jerarquización, experimentalismo 13. También la
interdisciplinariedad es un mito científicamente irrealizable. Lefebvre adelanta, entonces, la noción de
estrategia urbana. Conocimiento y praxis van a la par, y su propuesta contiene puntos de reflexión ya
conocidos.

El conocimiento del fenómeno urbano no puede constituirse como ciencia más que en y por la
formación consciente de una praxis urbana que sustituya a la praxis industrial, ahora alcanzada con su propia
racionalidad... No puede pensarse ya en un “pensamiento de la ciudad” que se limite bien a optimízar la
industrialización y sus consecuencias, bien a deplorar la alienación de la sociedad industrial (por
individualismo atomizante, o por supe rorgan1zación), bien, en fin, a desear el retorno a la antigua
comunidad ciudadana griega o medieval. Estos pretendidos modelos no son más que variantes de la ideología
urbanística 14.

La critica de la vida cotidiana asume un nuevo papel. Explotación del hombre por el hombre,
heterodirección y apatía política constituyen los elementos endémicos de la cotidianidad. Son los resultados
de la estrategia que adopta como mecanismo de su actuación la segregación social. Los elementos de la
sociedad se apartan unos de otros en el espacio, y esta separación comporta la disolución de las relaciones
sociales.

El pensamiento crítico pone de manifiesto los mecanismos de manipulación que envuelven la masa
urbanizada, enjuicia las estructuras y la ideología, aclara los límites de las ciencias parcelarias y los empleos
prácticos e ilícitos que se hacen. Con la reflexión crítica, afirma Lefebvre, la sociología urbana encontrará un
equilibrio con contornos más definidos. La ciencia de lo urbano debe responder a las necesidades concretas e
inmediatas, conocimiento y praxis política se ajustan a una única estrategia que no puede prescindir ni de la
imaginación ni de la utopía. La transformación de la vida cotidiana incluye en su programa la utilización
óptima de todos los medios técnicos y de todos los recursos y conocimientos científicos de la sociedad
urbana. En el razonamiento de Lefebvre, sin embargo, esta propuesta se presenta de una manera un tanto
desenfocada, porque queda desanclada de una estrategia política precisa:

108
La estrategia del conocimiento implica: a) la crítica radical de lo que se denomina urbanismo, de su
ambigüedad, de sus contradicciones [...]; b) la elaboración de una ciencia del fenómeno urbano partiendo de
su forma y de sus contenidos [...]. La estrategia política implica: a) introducción de la problemática urbana en
la vida política colocando aquélla en primer plano; b) la elaboración de un programa cuyo primer artículo sea
la autogestión generalizada [...]; c) la introducción en el sistema contractual ampliado, transformado,
concretado, del “derecho a la ciudad (es decir, el derecho a no estar excluido de la centralidad y de su
movimiento) 15.

En la era urbana de la sociedad se concretará el dominio de la libertad y la afirmación de un nuevo


humanismo, esto es, de un nuevo tipo de hombre “para el cual y por medio del cual la ciudad y su propia
vida cotidiana en la ciudad se convierte en obra, apropiación, valor de uso” 16. La ciudad definida por
Lefebvre como centralidad, la ciudad como hecho histórico-social que determina el desarrollo de la sociedad
de la Antigüedad a la Edad Media y a la época industrial parece condenada por el capitalismo. La degradación
de lo urbano proviene del conflicto entre valor de uso y valor de cambio. “La ciudad y la realidad urbana
dependen del valor de uso. El valor de cambio, la generalización de la mercancía producida por la industrial
ízación, tienden a destruir, subordinándola, la ciudad y la realidad urbana, receptáculos del valor de uso,
gérmenes de un virtual predominio y de una revaloración del uso” 17. Pero no sólo la búsqueda del provecho
modifica, negativamente, la estructura social de la ciudad y genera un tejido urbano que será la matriz de una
nueva dimensión de la economía y de una nueva morfología del territorio. Lefebvre atribuye una parte
importante del proceso de descalabro de la ciudad a los límites de las estrategias urbanas, a los errores de los
análisis que han frustrado los experimentos de barrios y de nuevas ciudades. Las raíces del fracaso deben
buscarse en la inteligencia analítica que dirige la proyección de los nuevos asentamientos, verdaderos y
propios laboratorios, donde se intenta en vano reconstituir artificialmente una vida social ya alterada en sus
caracteres ciudadanos. La inteligencia “analítica explica todo su poder uniformante y reductor; la ciudad se
convierte en mera adición de elementos unifuncionales, mientras que urbano significa afuncional,
confrontación y contraste entre lo funcional y lo gratuito.

Lo urbano es el resultado de la combinación de tres caracteres estrechamente asociados: el


transfuncional (representado por el monumento, expresión de la creatividad colectiva y de la tensión utopista
de la ciudad), el multifuncional (expresado por la calle, fundamento de la sociabilidad y teatro espontáneo), el
lúdico (momento omnipresente y “difundido en el espacio de la ciudad más allá del tiempo y del
comportamiento recreativo después del trabajo).18 La perspectiva que se inspira en el funcionalismo integral
atenúa cada vez más aquel sustrato de espontaneidad social sin el cual las estructuras arquitectónicas y
urbanísticas, incluso las más racionales y las refinadas técnicamente, quedan sin aquel valor auténticamente
“recreativo” que especifica lo urbano.

El espacio ha perdido actualmente su carácter de indiferencia que provenía de su función residual de


mero contenedor de objetos producidos por el sistema industrial. La naturaleza social de las fuerzas
productivas se vislumbra hoy en la producción social del espacio. La producción del espacio no es cierta-
mente un hecho históricamente nuevo; los grupos dominantes plasmaron siempre su espacio urbano. El
hecho nuevo, en cambio, es evidente en la extensión sin precedentes de la actividad productiva, donde el
capitalismo está interesado en emplear el espacio en la producción de plusvalía. “La producción industrial y el
capitalismo se adueñaron de las ciudades históricas. El capitalismo las manoseó y todavía las está
modificando según sus exigencias (económicas, políticas, culturales, etc.). La ciudad, más o menos
"reventada" en "banlieues", periferias, aglomeraciones satélites, se convierte al mismo tiempo en centro de
decisiones y fuente de beneficios. Y no sólo para la especulación y la construcción denominadas todavía
"inmobiliarias", a pesar de que el espacio se movilice. En los tejidos urbanos, a través de su caos, existe un
consumo productivo, el del espacio, de las vías de comunicación, de los edificios. Se emplea allí una inmensa
cantidad de fuerza-trabajo, tan productiva como la fuerza-trabajo ocupada en la manutención y en la
alimentación de las máquinas. Más todavía: en el tejido urbano que se multiplica alrededor de los centros (de
manera desordenada y totalmente irracional) existe una baja composición orgánica de capital y, por tanto, en
términos marxistas, una gran formación de plusvalía” 19. La función real, la más importante aunque sea la
más escondida, que desarrolla el espacio es la compleja función de formar y de dividir, en una nueva forma,
la superproducción de la sociedad. En este punto Lefebvre insiste en su crítica del urbanismo como ideología
109
manipuladora que encubre la nueva estrategia del capital, disimulando su finalidad real. El urbanismo
contribuye a la acción de opresión frente al usuario de la ciudad; la proyección, penetrada de fe creadora y
sostenida por la “mitología del Arquitecto”, no sacude de su abulia a los interesados que, a veces, intenta
balbucear sus aspiraciones sin que nadie las tome en serio,-pero que, en la mayoría de los casos, confieren su
representación a los competentes y a sus representantes. El urbanismo olvida las necesidades sociales;
víctima del fetichismo del espacio se ilusiona en crear el espacio, pensando que de este modo controlará
también de la mejor manera la vida cotidiana y creará nuevas relaciones sociales entre los habitantes de la
ciudad. La reflexión crítica pone en evidencia cómo el urbanista, incluso sin ser consciente de ello, es un
urbanista de clase que con sus representaciones limita ulteriormente la práctica del valor de uso ya
fuertemente reducida en todo el territorio por el despliegue del valor de cambio y por el mundo de la
mercancía. El urbanismo, por tanto, se define como una superestructura de la sociedad burocrática de
consumo dirigido, que organiza el espacio habitado a la luz de una racionalidad que, más o menos de buena
fe, se pronuncia por la neutralidad de un espacio que es, en cambio, espacio político 20. El espacio adopta un
valor de cambio; el espacio se convierte en mercancía intercambiable, como todas las demás. Los lugares
tienen un precio que se relaciona directamente con su coste-tiempo de producción. La proyección de casas,
modeladas como células teóricas y efectivamente intercambiables, confiere una lúgubre concreción a esta
hipótesis que establece una economía política del espacio. Arquitectos y urbanistas con sus grafismos
“íntervienen como reductores de la realidad que ellos pretenden representar y que, por otro lado, sólo es una
imagen del "modo de vida" admitido y por consiguiente impuesto en el hábitat” 21. En una escala mayor de
la organización territorial se incluyen en este espacio intercambiable, que es espacio contenido, recorridos,
infraestructuras y servicios colectivos. El plan declara obedecer a las exigencias técnicas y cubre espacios,
ambientes naturales y habitantes; estos últimos, reducidos a cuerpos segregados, desplazados, condensados,
viven exclusivamente en nombre de una cuantificación racional que es, en último término, económica y
financiera.

5. El derecho a la ciudad y la centralidad urbana

Lefebvre señala, de manera original, poco marxista y a veces incluso ingenua, como vía alternativa a la
alienación generada por la urbanización capitalista el cambio del sistema de decisión que rige en la ciudad. Es
necesario restituir al individuo el poder de decisión sobre su ambiente cotidiano. La participación local en las
decisiones tendría una fuerte carga liberadora; la intervención directa de los usuarios mejoraría la calidad de la
vivienda y permitiría circuir !'impasse en el que se encuentra el pensamiento urbanístico contemporáneo; un
pensamiento áridamente tecnológico, sin imaginación y sin capacidad para la investigación utópica. Pero,
¿pueden los usuarios, en calidad de actores implicados directamente en lo cotidiano, romper el filtro
constituido por los especialistas del territorio, que piensan y actúan siguiendo una concepción abstracta del
espacio? Los expertos, con sus proyectos apartados de la vida, producirían una ideología de adaptación que
implicaría al usuario, convirtiéndolo en un ser apático, no partícipe, alienado frente a la casa, al barrio, a la
ciudad. ¿Qué hacer entonces? Al contrario de lo que esperábamos, no es fácil encontrar en los ensayos
“urbanos de Lefebvre la indicación del remedio, de una propuesta de política urbana alternativa y articulada
con los elementos necesarios para permitir su actuación concreta. Podemos encontrar algunas enunciaciones
de fe, algunas esperanzas referentes al esfuerzo del estudio y de la enseñanza del intelectual libre e ilustrado,
algunas declaraciones que dan por indudable la explosión de un sublevamiento por parte de los protagonistas
de lo cotidiano, que se sacudirían la apatía y las frustraciones para apropiarse de aquel “espacio que les fue
negado.

La ciencia, sin embargo, debe intervenir. Lefebvre critica la parcelación especializada de las ciencias del
territorio; evoca con cierto escepticismo la perspectiva de un trabajo interdisciplinar del fenómeno urbano y
reclama el redes cubrimiento del espíritu de síntesis como propuesta metodológica fundamental, indicando la
aportación del filósofo y del sociólogo en esta materia. La síntesis sociológica es especialmente necesaria para
el estudio de las necesidades sociales. El sociólogo puede instituir las premisas para la realización concreta de
las aspiraciones dentro del marco de la vida urbana cotidiana y, además, satisfacer las necesidades de los
grandes grupos de los que se hace cargo la sociedad. Si el sociólogo quiere contribuir útilmente, debe tener
presente el fracaso de los experimentos anteriores y forzar con su proyecto, fruto de análisis y de valiente
utopía, el consentimiento de los usuarios en su propio interés. ¿Un sociólogo urbano, pedagogo, planificador,
110
teórico-político? Ciertamente no se le reserva la función de demiurgo, sino la función, suficientemente
delineada, de proyectista colectivo y de profesor que confirma la confianza que Lefebvre pone en las ideas
como fuerza de cambio para mejorar. No hay duda de que esta idea sobre el papel del sociólogo se sitúa
dentro de la misma línea de las más conocidas propuestas y, particularmente, del trabajo de investigación que
realizó durante toda su vida Paul-Henry Chombart de Lauwe. Este último, sin embargo, parece subrayar más
el momento de participación, mientras que nuestro autor atribuye claramente al sociólogo y a sus capacidades
de investigación y de reflexión una función casi de leadership.

Los ensayos dedicados a este tema son los que precisamente revelan la profunda desconfianza de
Lefebvre en el Estado y en sus instituciones, que deberían representar el canal natural de expresión de la
solicitud política para poner en acción una ciudad distinta, para afirmar el derecho a la ciudad. Al mismo
tiempo, en estas mismas páginas se hace patente la espera, irracionalmente optimista, de un proceso de
reapropiación de la ciudad que impulse toda la colectividad hacia esta meta solidaria: el París del mayo de
1968 demostró que esta utopía era posible.

Cuando se habla de sociedad urbana y de espacio se determina, según Lefebvre, un nivel global al que
se relaciona también el derecho a la ciudad. Este derecho corresponde a todos los habitantes en cuanto
sujetos que interactúan socialmente dentro del marco urbano y afirman la exigencia de una presencia activa y
de su participación. La base de este derecho no es ni contractual ni natural, sino que está relacionada
directamente con un carácter esencial del espacio urbano: la centralidad. No existe una realidad urbana sin un
centro, ya sea un centro comercial, simbólico, de información o de decisión. La centralidad revela la esencia
de la dimensión urbana. La ciudad es una forma. “la forma del encuentro y de la conexión de todos los
elementos de la vida social, desde los frutos de la tierra hasta los símbolos y las obras denominadas culturales.

La dimensión urbana se manifiesta en el seno mismo del proceso negativo de la dispersión, de la


segregación, como exigencia de encuentro, de reunificación, de información” 22.

La centralidad desarrolla su proceso dialéctico: la saturación impulsa hacia otra centralidad y,


simultáneamente, empuja a los que concurrieron en la protección dei antiguo centro hacia la periferia. El
derecho a la ciudad es derecho a la centralidad, a no convertirse en periferia.

El hecho de excluir de lo “urbano. a grupos, clases o individuos, viene a ser como excluirlos también
de la civilización, si no de la sociedad. El derecho a la ciudad legitima el rechazo a dejarse apartar de la
realidad urbana por una organización discri minatoria, segregativa. Este derecho del ciudadano (s! de esta
forma se quiere expresar: del hombre) anuncia la crisis inevitable de los centro basados en la segregación y
que continuamente la renuevan: centros de decisión, de riqueza, de poder, de información, de conocimientos,
que rechazan hacia los espacios periféricos a todos aquellos que no tienen participación en los privilegios
políticos. Estipula igualmente el derecho a apoderarse, encontrar y reunir; lugares y objetos deben responder
a determinadas “necesidades” por lo general no tenidas en cuenta, a determinadas funcions menospreciadas
y, por cierto, transfuncionales: la “necesidad” de vida social y de un centro, la necesidad y la función lúdica, la
función simbólica del espacio (rayanas con aquello que se encuentra en una parte y otra de las funciones y
necesidades clasificadas, con aquello que no puede objetivarse como tal por ser rasgo característico de
nuestros tiempos, que da pie por este mismo hecho a la retórica y que únicamente los poetas pueden llamar
por su nombre: Deseo. El derecho a la ciudad significa la constitución o reconstitución de una unidad
espacio-temporal, de una reconducción a la unidad en vez de una fragmentación. Esto no quiere decir que
elimine en absoluto las confrontaciones y las luchas. ¡Muy al contrario! 23.

El derecho a la ciudad implica un conocimiento (una conciencia) de las condiciones de su realización.


Se trata de un problema cuyos términos, una vez más, son bastante vagos en el razonamiento de Lefebvre. El
derecho a la ciudad asume hoy el semblante de la utopía, su actuación a través de planes y programas de
desarrollo social implica a los ojos de los realistas unos costes demasiado altos. Esta cuestión se considera
siempre dentro de una lógica económica, propia de una sociedad capitalista que obedece a una ideología
productivista, tosca y sin horizontes. En definitiva, el propio Lefebvre parece ajustarse a esta lógica cuando
admite que además de una transformación profunda de las relaciones sociales y del modo de producción es
111
necesario, para la realización del derecho a la ciudad, un fuerte crecimiento de la riqueza social. Hay que
preguntarse si esta “condición” es verdaderamente esencial para introducir una práctica efectiva del derecho
a la ciudad. Nos parece más válido el argumento según el cual los costes sociales de la no actuación de este
derecho podrían ser bastante más altos, de manera que “estimar que la proclamación del derecho a la ciudad
es más "realista" que su abandono no es en absoluto paradójico” 24.

Lefebvre capta de forma bastante lúcida el potencial conflictivo que existe en el carácter de centralidad.
La centralización es total, el centro reúne poder, riqueza, conocimiento, etc. Distintos procesos concurren en
la preparación de su negación; la ciudad capitalista prepara su superación a través de la saturación del centro
que permitió su extensión y su afirmación. Esta dirección de cambio se manifiesta de varias maneras: una de
las más relevantes es la de la contracción del espacio, antes patrimonio libre.

La tendencia actual a construir “centros de decisión” que quieren abarcarlo todo en una zona territorial
restringida, esa tendencia esencial es la que suscita la escasez del espacio en el territorio en cuestión. La
penuria de espacio ofrece, por tanto, nuevas características; es a la vez “espontánea” -resultado de un proceso
ciego, de origen histórico- y mantenida, consentida, digamos deseada, a veces expresamente organizada. Se
trata, pues, de una contradicción entre la abundancia pasada y posible, por una parte, y la escasez efectiva,
por otra. Esta contradicción no es ajena a las relaciones sociales de producción, aún menos a su
reproducción, la cual implica estrategias políticas. No se reduce a esas contradicciones “clásicas”; es una
contradicción del espacio 25.

Lefebvre, en su calidad de intelectual filourbano, asocia las chances de cambio a la condensación social
propia de la ciudad. La ciudad, lugar de creatividad cultural, fuente de innovación inagotable, es la única
chance de cambio, origen del proceso de apropiación individual y colectiva que se expresa en la desaparición
de la alienación, en la emancipación global. La crisis de la ciudad adquiere entonces un valor central, puesto
que representa un alto en el camino hacia el objetivo de una sociedad totalmente liberada. Lefebvre sostiene
que esta visión urbanocéntrica del cambio y de la emancipación social tiene sus raíces en el marxismo,
filosofía concreta y antiespeculativa.

En 1972 publica La pensée marxiste et la ville, que todavía hoy constituye el único estudio orgánico
disponible de textos marxianos referentes a la problemática urbana. Con éste y con otros ensayos Lefebvre
quiere demostrarnos que Marx y Engels conocían los problemas del desarrollo urbano. Y no sólo esto. La
exégesis de estos textos y la consiguiente adopción de una perspectiva materialista y dialéctica permitirían una
interpretación correcta de los problemas de la sociedad urbana contemporánea, aun cuando Marx y Engels
no podían, obviamente, preverlos en toda su violenta complejidad. Marx no se detendría en los problemas
urbanos, sino más bien en la ciudad, valorada de forma implícita como sujeto de la historia. La ciudad
permitió la aparición del capitalismo; la historia de la división del trabajo coincide con la historia urbana. La
ciudad es al mismo tiempo producto y productora, es el lugar que permite y facilita la acumulación. La ciudad
capitalista se ha realizado históricamente y contiene en sí misma los gérmenes de su negación y de su
superación. Extendiéndose en el territorio, la ciudad del capital anula las diferencias entre ciudad y campo,
pero también marca su propio fin. De la disolución de la forma-ciudad derivará la afirmación de lo urbano; la
sociedad socialista será aún para Marx-Lefebvre una sociedad “urbana. El potencial socialista de la ciudad se
encuentra en su carácter asociativo.

Es necesario constituir una “economía en común” sobre una base asociativa práctica [...]. Pues esta revolución supone,
por una parte, la supresión de la ciudad y del campo simultáneamente y, por otra parte, la generalización de lo que sucede en el
agrupamiento urbano, donde se construyen edificios comunes incluyendo aquellos que tienen funciones particulares (cuarteles,
prisiones, etc.)... ¿No es destacable y paradójico que en 1845 Engels y Marx encontraran en la ciudad a la vez el obstáculo a la
ciudad nueva que proyectan y su prototipo? Y esto de forma muy concreta. La utilización de las fuerzas productivas en el marco
urbano, el abastecimiento de aguas, el alumbrado, la calefacción a vapor, indican el camino hacia una organización comunitaria
[...] 26.

Lefebvre, naturalmente, no cae en el error de los ecólogos urbanos, para quienes el hecho de la simple
reagrupación espacial activa un mecanismo de Interacción social. Lefebvre es consciente de que, más allá del
112
hecho físico de la condensación residencial y productiva, la centralidad, la simultaneidad y la concentración
de las relaciones en el espacio de la ciudad implica una organización social e institucional 27. Pero
precisamente por esto es necesario que la reagrupación esté libre de represión y de constricciones. La
sociedad urbana, preconizada por Lefebvre, es utopía en cuanto sociedad aliviada del peso de la represión de
los deseos instintivos del hombre. Frente al punto de vista utópico, aunque se trate de una utopía “posible,
existe un dato real, innegable, un dato que suscita severas interrogaciones y pone en dificultad la perspectiva
del marxismo lefebvriano. El capitalismo subsiste, se extiende en el territorio, penetra por doquier, de las
maneras más variadas; el acontecimiento de lo urbano está lejos, no se vislumbra ninguna isla en donde se
experimente. El capitalismo perfeccionó sus medios, realizó nuevos sectores de producción y de consumo y,
sobre todo, ha sabido absorber sus crisis y usarlas como fases de racionalización y de adaptación: el
capitalismo hizo que sus leyes se conformasen a otros tipos de formación social. Lefebvre sostiene de modo
fideísta que la violencia y las contradicciones sociales que acompañan este crecimiento arrogante,
aparentemente sin alternativas, preparan la próxima era urbana. Vuelve a formular el análisis de Marx a la luz
de los desarrollos sociales contemporáneos e intenta dilucidar, dentro de lo actual, lo posible: expediente
metodológico ya empleado por Marx, que lleva a una superposición entre utopía y dialéctica. El proyecto
marxista de una revolución de la organización industrial se completa con un proyecto de revolución urbana;
es necesario dar prioridad a los “problemas correspondientes a los lugares concretos, donde se explican las
relaciones sociales”; “el único modo de realizar un razonamiento científico que huya de las distintas
ideologías es estudiar el desarrollo de la producción del espacio” 28. Las principales etapas de la obra de
Lefebvre que apuntan hacia esta directriz son conocidas: La révolution urbaine (1970) y La production de
l'espace (1974).

6. La producción del espacio

Con la publicación de La production de l´espace, Lefebvre alcanza la cumbre de su obra urbana. Se


trata de un ensayo lleno de referencias culturales aparentemente alejadas del tema seleccionado. A primera
vista, parece que se haya verificado un cambio de dirección respecto a obras anteriores. La ciudad desaparece
en provecho del espacio; aparecen nuevas temáticas: la reflexión sobre la ecología, la exaltación de la
naturaleza, la función del Estado... Examinando más detalladamente este texto, se nota, sin embargo, que
Lefebvre quiso hacer balance de sí mismo como investigador del fenómeno urbano y que se esfuerza en
examinar y aclarar viejas definiciones y en renovar su formulación. Pero esta operación intelectual se
mantiene dentro de los márgenes de un pensamiento que se desarrolla fiel a las exigencias que lo habían
originado, dentro de una marcada continuidad.

El objetivo manifestado ya había sido expresado en otras ocasiones: trazar los contornos de una ciencia
del espacio contestando a las preguntas suscitadas en los distintos campos de la ciencia y del pensamiento 29.
Lefebvre se propone inventar una teoría unitaria que funda tres espacios diferentes: físico, mental y social.
Para este fin es preciso eliminar la distancia entre el espacio ideal, dependiente de las categorías mentales,
lógico-matemáticas, y el espacio real de la práctica social. Una teoría unitaria de este tipo debe recurrir a
nociones universales que derivan de la filosofía, por lo menos en apariencia. El método propuesto se basa
precisamente en una noción universal, en un universal concreto: en el concepto de producción 30. El
concepto de producción del espacio constituye el centro de este intento teórico unificante. Así pues, otra vez
sirven, en este nuevo ámbito, las directrices fundamentales de la investigación lefebvriana. “La problemática
del espacio incluye la problemática de lo urbano (la ciudad, su expansión) y de lo cotidiano (el consumo
programado), y se sustituye así a la problemática de la industrialización. Pero sin eliminarla, dado que las
relaciones sociales preexistentes subsisten y que, precisamente, el nuevo problema es el de reproducción” 31.

Las líneas de esta teoría del cambio del espacio social son tan claras como esenciales. Los procesos de
mutación tienen un carácter de continuidad: cada sociedad contiene los elementos de su transformación
juntamente con los residuos de las fases precedentes. Cada proceso es de difícil interpretación, precisamente
porque es complejo y unítario: el nivel mundial no suprime el nivel local,32 y los particulares asumen a veces
una significación más profunda que las grandes tendencias. Cada proceso de cambio es también cambio de
las superestructuras y cambio por la mediación de las superestructuras. La historia del espacio aparece
entonces como la historia de las transiciones, cuyo sentido determina. El investigador, en este caso el filósofo
113
urbano, debe saber que las grandes tendencias se revelan a menudo sólo a través de los detalles y que las
ideas desarrollan una función clave tanto para frenar como para promover el cambio. El análisis se mueve en
el terreno teórico propio de la sociología del cambio social, la referencia a la teoría marxista es explícita; se
advierte, sin embargo, que el cuadro empírico de fondo se ha transformado. Lefebvre confiere un rasgo
espacial, si podemos usar esta expresión, a la hipótesis de una tensión explosiva entre fuerzas productivas y
relaciones de producción. La problemática de( espacio encuentra sus raíces en un proceso de crecimiento
rápido de las fuerzas productivas. Entre las fuerzas productivas Lefebvre enumera, en primera instancia, la
naturaleza, luego el trabajo, la organización y la división del trabajo, los instrumentos empleados, las técnicas,
los conocimientos.

La construcción teórica propuesta por Lefebvre se basa en el principio de que “el espacio (social) es un
producto social” 33 No se trata de mera tautología. Este principio incluye algunas importantes implicaciones.
El espacio naturaleza está desapareciendo de manera irreversible. El escenario de la sociedad no se encamina
hacia una desaparición total, por el contrario, es casi demasiado fácil observar que cada detalle natural se
subraya y valora, pero se trata de transformar a la naturaleza en un símbolo que acompaña su destrucción
real. Así pues, se puede salvar al mismo tiempo la naturaleza y participar en la conjura contra la misma. La
naturaleza se reduce definitivamente al rango de “materia prima sobre la cual actuaron las distintas
sociedades para producir su espacio. Cada sociedad, con su distinto modo de producción, produce su
espacio. El espacio social incluye las relaciones sociales de reproducción y las relaciones de producción. Con
el neocapitalismo “moderno” la situación se hace más compleja porque existen tres niveles que se
entrecruzan: el de la reproducción biológica, el de la reproducción de la fuerza-trabajo y el de la reproducción
de las relaciones sociales de producción (las relaciones constitutivas de la sociedad capitalista) 34. ¿Cuál es la
función que desarrolla el espacio en esta triple concatenación? El espacio es un producto. Los productos
colocados en el espacio y los razonamientos sobre el espacio forman los indicadores de los testimonios de
este proceso productivo. La teoría, en su concatenación conceptual, reproduce el proceso generador de(
espacio. Existe historia cuando existe producción y proceso productivo. La historia de la producción del
espacio en cuanto “realidad”, la historia de sus formas y de sus representaciones no debe confundirse con la
concatenación de hechos “históricos” ni con una cronología de las ideologías y de las instituciones. En
cambio, es necesario, según Lefebvre, determinar la función que desarrollan las fuerzas productivas y las
relaciones de producción en la producción de( espacio. Las contradicciones que surgen en las relaciones
sociales de producción generan la transición de un modo de producción a otro, y esta transformación se
traduce especialmente en la disolución contemporánea del espacio así como se definía en el modo de
producción precedente.

Lefebvre señala las fases de una historia del espacio que subraya la periodización relativa a los distintos
modos de producción. Este esquema encontrará una especificación ulterior, como veremos dentro de poco.
Sin embargo, nos parece oportuno recogerlo también en esta primera versión. La secuencia incluye estos
distintos tipos de espacio: absoluto, histórico, abstracto, contradictorio, diferencial. El espacio absoluto es un
lugar natural preseleccionado por una consagración que transforma en símbolo, o en una parte del rito, el
elemento naturaleza. Las fuerzas políticas que ocupan este espacio se apropian, administrándola, de la
producción de los que crean e( espacio. Curas, escribas, guerreros y príncipes se contraponen a los
campesinos y a los artesanos. De este espaciocomunidad de sangre se pasa al espacio histórico, que es
espacio relativizado y animado por un sujeto colectivo: la ciudad histórica occidental.

En este período la actividad productiva (el trabajo) cesa de confundirse con la reproducción que perpetúa la vida social; se
separa de ella, pero para convertirse en esclava de la abstracción: trabajo social abstracto, espacio abstracto.

El espacio abstracto no se define solamente por la desaparición de los árboles, por el alejamiento de la naturaleza;
tampoco únicamente por los grandes vacíos estatales o militares, las plazas-encrucijadas, o por centros comerciales donde confluyen
las mercancías, el dinero, los automóviles. Este espacio tampoco se define partiendo de la percepción. Su abstracción no tiene nada
de simple: no es transparente y no se reduce ni a una lógica ni a una estrategia. Su abstracción, que no coincide ni con la del
signo ni con la del concepto, funciona negativamente [...]. Habría, pues, el seudoconcepto aparente, impersonal, abstracto -el
espacio social moderno- y escondido en él, velado por su transparencia ilusoria, el verdadero “sujeto”, el poder estatal (político)
35.
114
El espacio abstracto, en cuanto espacio producido por el capitalismo, es paradójico porque constituye
simultáneamente el conjunto de los lugares que desencadenan las contradicciones y el instrumento que las
ahoga con su aparente coherencia 36. Las clases sociales viven y producen en este espacio en condiciones de
profunda desigualdad. Las clases dominantes usan el espacio como un instrumento polivalente para
desmembrar y dispersar a la clase obrera; para controlar y regular la sociedad por medio de la organización
tecnocrática de los flujos económicos y sociales que convierten la ciudad en moderna. Así pues, se concreta
sobre el suelo el proyecto de división social y técnica del trabajo. Pero la empresa no es ya el lugar central de
producción de la plusvalía, ni el epicentro del modo de producción y de las relaciones sociales de producción.
Es el espacio complejo, urbano y cotidiano, con todas sus contradicciones, que asegura en cierta medida la
reproducción de las relaciones de producción.

Este espacio abstracto contiene todavía muchos otros rasgos. Es allí donde se disocian, para
reencontrarse en seguída más mal que bien, el deseo y las necesidades. Es allí donde se instalan y se
despliegan las clases medias, neutras (en apariencia) puesto que están situadas social y políticamente entre dos
polos, burguesía y clase obrera. Este espacio no es su expresión, sino, por el contrario, el de las grandes
estrategias que se le asignan: un espejo de su realidad, representaciones tranquilizantes, la imagen de un
mundo social donde ellas tienen su lugar, etiquetado, asegurado. Cuando en realidad en este espacio son
manipuladas, con sus aspiraciones inciertas y su demasiado ciertas necesidades 37.

El plano que tiene como objetivo primario la conservación de las relaciones de producción capitalista
no se realiza porque en nuestro espacio histórico emergen nuevas contradicciones. La contradicción
fundamental es la que existe entre la posibilidad teórica de controlar globalmente el desarrollo del espacio y
su parcelación dependiente de las leyes del mercado; dicho de otra manera, las fuerzas productivas contrastan
inevitablemente con las relaciones de propiedad. El espacio de contradicción prepara el espacio diferencial
que se realizará como antítesis del espacio abstracto.

El esquema sintético de la historia social del espacio urbano hace que los tipos fundamentales del
espacio correspondan, de modo aproximativo, con los distintos modos de producción. Los motivos teóricos
de esta correspondencia imperfecta” se encuentran de nuevo, mejor formulados, en este esquema elaborado
a continuación: 38.

MODO DE PRODUCCIÓN

Comunismo
Primitivo Antiguo Medieval Capitalista Socialista
¶ ¶ ¶ ¶ ¶

ESPACIO Analógico Cosmológico Simbólico Homogéneo Diferencial


Fragmentado

Aquí también es evidente la referencia a la clasificación de los modos de producción, caracterizada por
Marx en el Capital; cada modo histórico de producción expresa su forma de espacio. Los caracteres
espaciales no pueden sin embar go someterse directamente y de manera simplista a los caracteres del modo
de producción. “Intervienen otros elementos, y la reducción de lo mental a lo económico sería un error
desastroso que varios marxistas siguen perpetrando” 39. Por lo demás, el espacio perspectivo, tipo de espacio
históricamente intermedio entre el espacio medieval y el espacio capitalista, comprueba la no univocidad de
la correspondencia entre modo de producción y forma del espacio, así como la necesidad de valorar
plenamente, como caracteres autónomos, las componentes culturales de la producción del espacio.

El espacio analógico es el espacio ocupado por las comunidades primitivas que adoptan el organismo
humano como modelo en el que se inspira la construcción de su espacio cotidiano. El modo de producción
antiguo se traduce en el espacio cosmológico; la ciudad, por medio de un lugar ad hoc, un monumento,
reproduce el orden cósmico, la imagen del mundo (Lefebvre cita como ejemplo el Panteón en Roma). El
115
espacio de la ciudad medieval se presenta como un espacio lleno de símbolos religiosos que huye del
determinismo rígido del modo de producción correspondiente; lo mismo se puede decir del espacio
perspectivo, nacido con el Renacimiento. El modo de producción capitalista, en cambio, genera un espacio
homogéneo y fragmentado. Homogéneo porque todo allí es equivalente y fungible, fragmentado porque está
dividido en trozos que se venderán según los criterios establecidos por la renta del suelo. El espacio
diferencial se presenta en el espacio capitalista bajo la forma de una tendencia, de una posibilidad, que
todavía no se ha realizado en su plenitud. El espacio diferencial se manifiesta a todos los niveles: en la casa,
en la escuela, en el barrio, en la ciudad; todos estos espacios están a punto de explotar y de ellos surgen las
diferencias que el espacio abstracto intentaba ocultar. En el nuevo espacio que apenas se puede entrever será
necesario reunir lo que estaba dividido (lo público con lo privado) y no consentir las separaciones que
constituyen la expresión del dominio de un espacio sobre otro, como la separación entre centro y periferia.

Llegados a este punto podemos subrayar los caracteres del espacio como producto y como elemento
de la estructura social, dato imprescindible para una reflexión sociológica crítica y para una consiguiente
teoría de la mutación social. El espacio social al mismo tiempo:

a)figura entre las fuerzas productivas en el mismo plano que la naturaleza primigenia, a la que desplaza y suplanta; b)
aparece como un producto privilegiado consumido bien simplemente (desplazamientos, viajes, turismo, tiempo libre) como una
gran mercancía, bien productivamente al mismo nivel que las máquinas en las aglomeraciones urbanas, en tanto que dispositivo
productor de gran envergadura; c) se manifiesta políticamente instrumental permitiendo el control de la sociedad, y al mismo
tiempo modo de producción por su ordenamiento (la ciudad y la aglomeración urbana no son ya solamente obras y productos, sino
también medios de producción por el hábitat, por el mantenimiento de la fuerza de trabajo, etc.); d) es el soporte de la
reproducción de las relaciones de producción y de propiedad (propiedad del suelo y del espacio, jerarquización de los lugares,
organización de redes en función del capitalismo, estructuras de clase, exigencias prácticas); e) equivale prácticamente a un
conjunto de estructuras institucionales e ideológicas que no se presentan como tales: simbolismos, significaciones, y sobre-
significaciones, o, al contrario, de aparente neutralidad, insignificancia, sobriedad semiológica y vacío (ausencia); f) es
potencialmente el terreno de la realización tanto de la obra como de la reapropiación, según el modelo del arte y, sobre todo, según
las exigencias del cuerpo “deportado” fuera de sí mismo en el espacio, resistiendo y en consecuencia imponiendo el proyecto de otro
espacio (ya sea espacio de una contracultura, ya sea contraespacio o alternativa inicialmente utópica al espacio “real” existente
40.

7. Los intelectuales y el espacio urbano

Los períodos históricos de transición seducen a Lefebvre. Por lo que se refiere a estos períodos, su
análisis se aplica a establecer en qué medida los hombres ilustrados pueden actuar sobre el hábitat para
modelar la sociedad según sus deseos. Lefebvre retoma la temática de la obra contrapuesta al producto y la
vuelve a proponer como confrontación que caracterizó y puede todavía caracterizar el conjunto social. “Toda
sociedad nacida de la historia dentro del marco de un modo de producción, con las particularidades
inherentes a este marco, modelaba entonces su espacio. El espacio de esta sociedad podía llamarse “obran; la
acepción común de este término se reservaba al objeto nacido de las manos del artista, pero podía extenderse
al resultado de la práctica al nivel de una sociedad entera.” 41 Una ciencia práctica del espacio urbano debe
concentrar sus intereses en el estudio de los mecanismos que permitan el desarrollo del comunismo primitivo
a otro comunismo o, según una expresión que Lefebvre emplea a menudo, el tránsito de la naturaleza a una
segunda naturaleza (la sociedad urbana). Este es el objetivo “práctico” del esfuerzo teórico de Lefebvre, pero
también es necesario señalar que su reflexión se aclara, concretamente, tomando como punto de referencia
histórico y específico la imagen de un espacio urbano que se formó y que evolucionó en el período
comprendido entre los siglos XVI y XIX. “Existía entonces, entre 1500 (el Renacimiento y la ciudad del
Renacimiento) y 1800 un código arquitectónico, urbanístico y político al mismo tiempo; un lenguaje común a
los habitantes del campo y a los de las ciudades, a las autoridades y a los artistas que permitía no sólo leer un
espacio, sino también producirlo. Si este espacio existió, ¿cómo se generó? ¿Dónde, cómo, por qué
desapareció? Estas preguntas deben encontrar una respuesta.” 42. Por consiguiente, se clarifica la función
que corresponde actualmente a los artistas y a los científicos frente a las masas. Hay que señalar, de paso, que
desaparece toda alusión a la clase obrera y que la única distinción entre grupos sociales que Lefebvre subraya
es la de la tricotomía habitantes-artistas-autoridades. “Las élites tienen por tanto una función, que
116
primariamente es la siguiente: indicar a las masas la dificultad (la imposibilidad) de vivir según las leyes de la
masificación, según los criterios y los límites constrictivos de la cantidad” 43.

El hábitat contemporáneo genera alienación; en el espacio urbano crecen las tensiones relacionadas
con la satisfacción incompleta de las necesidades y del Deseo: 44 “la multitud visible de los objetos y la
multitud invisible de las necesidades ocupan el espacio” 45.

Lefebvre asocia a estas temáticas una nueva visión de la naturaleza. Nuestro tiempo se caracteriza por
la pérdida de una utopía: la de la apropiación colectiva de la naturaleza como condición indispensable de la
apropiación individual. Según ciertas observaciones ya conocidas, la naturaleza, fuerza productiva y producto
de las sociedades anteriores, se transforma continuamente gracias al trabajo del hombre; la naturaleza no está
apropiada, está dominada. De hecho, el espacio dominado se define como un espacio natural transformado
por la técnica y por la política, mientras que el espacio apropiado “es un espacio natural modificado para
servir a las necesidades y a las posibilidades de un grupo” 46 que, de este modo, se apropia de él. Se puede
decir que tres motivos, tres líneas de investigación, se desarrollan una sobre otra, entrecruzándose.

En las primeras obras, la angustia frente a la urbanización y a sus efectos sobre la cotidianidad; en la
fase propiamente urbana, la esperanza de una “reconquista” de la ciudad tanto en un sentido real, como en
un sentido metafórico; en la obra tal vez conclusiva sobre la cuestión urbana, la huida hacia la naturaleza y la
percepción de un futuro de la ciudad como lugar de violencia. Estos mismos motivos hacen que la
interpretación de la ciudad moderna sea apreciable, pero limitada: lugar de violencia, por cierto, pero, ¿de
quién sobre quién? ¿Cuáles son las causas de la violencia? ¿Cómo se manifiesta? La única respuesta que se
dio, la caracterización del Estado como autor responsable, es débil e insuficiente.

Lefebvre tiende a hacer coincidir el Estado con lo que en sus obras preceoentes llamaba las autoridades
(los técnicos, los planificadores). La idea es la misma: el desarrollo de la técnica que está en las manos de los
especialistas que actúan en el ámbito estatal bloquea el desarrollo histórico. Esta hipótesis se relaciona con la
problemática del desarrollo espacial y específicamente con la conocida problemática de la centralidad.
Lefebvre nos habla del centro a partir de la distinción entre forma y contenido.

La centralidad es, pues, una forma vacía en sí misma, pero que reclama un contenido: objetos, seres naturales o ficticios,
cosas, productos y obras, signos y símbolos, gente, actos y situaciones, relaciones prácticas [...]. La centralidad se desplaza. La
centralidad en las ciudades griegas está constantemente desplazada: del área en forma de hemiciclo donde jefes y guerreros
discutían sus expediciones y se repartían el botín, al templo de la ciudad; del templo al ágora, lugar de reunión política [...].
¿Qué hay de nuevo, a este propósito, en la sociedad contemporánea? Esto: la centralidad es total. De ahí pretende
(implícitamente o no) definir una racionalidad superior, política, estatal “urbana. Es lo que intentan justificar los agentes de la
tecnoestructura, los planificadores. Desprecian la dialéctica [...]. Esta centralidad expulsa, con una violencia inherente al mismo
espacio, los elementos periféricos 47.

Las bindonvilles aparecen, pues, como intentos de centralidad genuina, ahogadas por el poder que se
ha instalado en la “forma centro y cuyo contenido ha desaparecido. El centro se ha convertido en un simple
lugar de clasificación del espacio que lo circunda.

El hecho de que, en este punto, Lefebvre se interese por el Estado 48 y hable de deterioro necesario
del Estado puede considerarse como una novedad importante. Nunca el rechazo de la política había sido tan
claro en sus obras.

Queda eliminada toda ambigüedad de sus llamadas a la participación como canal de emancipación
social. La participación se superpone a la apropiación individual, asociada, no se sabe por qué milagro, a la
apropiación colectiva. La apropiación individual se funde literalmente con la apropiación colectiva. El único
código del espacio aparece como condición indispensable para la felicidad individual y, de este modo, quedan
reducidas las posibilidades de un uso conservador de las tesis de Lefebvre; por ejemplo, la apropiación
individual concebida como subrogado de la ausencia de progreso social, como felicidad “en un rincón”, et
similia.
117
La sustitución de la metáfora ciudad por la metáfora espacio simplifica la lectura y confirma el
profundo examen realizado por Lefebvre. La referencia a lo urbano como sinónimo de apropiado no
desaparece totalmente, pero Lefebvre prefiere hablar de “segunda naturaleza”. La ciudad aparece
definitivamente como un fenómeno del pasado, una etapa privilegiada de una historia que no da marcha
atrás. La fe en la simultaneidad del centro-ciudad como valor socialista se sustituye por la fe en el valor
socialista de la nueva dimensión planetaria de la sociedad, garantizada por la técnica y por el llamamiento a la
creación de un espacio adaptado a las condiciones de la ciencia. Se trata de una perspectiva que mira un tanto
al pasado. Estos últimos desarrollos permiten, sin embargo, la puesta a punto de uno de los límites
sociológicos más marcados del análisis. Lefebvre no se preocupa de aclarar, en su compleja articulación, la
relación entre la estructura social (y política) y el espacio donde ésta se mueve. De aquí deriva una
caracterización incierta de la sociedad socialista. La conceptualización del espacio diferencial que debería
anticipar este tipo de ciudad tiene contornos muy poco definidos. Lefebvre no asume una posición
críticamente meditada sobre aquellos problemas cruciales, introducidos en el debate sociourbanista por
Anatole Kopp (sobre el fracaso de las experiencias urbanas soviéticas de los años veinte) y por Charles
Bettelheim (sobre la organización del territorio en la sociedad china contemporánea). Lefebvre hace notar
justamente la inconveniencia del modelo socialista de estas dos propuestas: el modelo soviético “no evita
ninguno de los inconvenientes del capitalismo, es decir, las ciudades enormes y contaminadas, aunque
algunos de estos inconvenientes sean a veces atenuados. La vía china, vía de la dispersión, presenta una
ventaja: impide estos inconvenientes, pero no está comprobado que este modelo pueda adaptarse a países
altamente industrializados y con fuerte concentración urbana” 49. Surge entonces la duda de que en la pluma
de Lefebvre queda escondida, quizá sin intención, una concepción totalmente occidental de lo urbano. Nos
sorprende también -pero acaso pueda explicarse por razones de orden biográfico- el escepticismo latente de
Lefebvre frente a la práctica política. Un plan políticamente operativo, aunque sea sólo a grandes rasgos,
podría o debería nacer del análisis de las contradicciones activas en el espacio capitalista. Lefebvre considera
(formalmente) la lucha de clase como motor de la historia. Pero es la lucha urbana la que califica los aspectos
que nacen del cambio social contemporáneo y la que juega un papel decisivo en las contradicciones sociales.
A la praxis industrial sucede la praxis urbana: en definitiva, la clase obrera tiene poca importancia tanto
culturalmente, porque no supo elaborar una propuesta urbanística alternativa, como políticamente; todo esto
coherente con una visión que confía la dinámica política a la espontaneidad de la acción social, fuera de la
lógica constrictiva de las instituciones. Las raíces dei movimiento revolucionario urbano se hunden en la
dimensión espacial y temporal de lo cotidiano. Lefebvre no admite que la alienación sea total y que haya
penetrado incluso en los poros de lo privado y de la vida cotidiana. Atribuye a lo cotidiano un carácter
independiente de las determinaciones sociales generales y más aún dei momento económico. Esta posición
constituye uno de los puntos principales de ataque de sus críticos, quienes valoran como “absoluto el
humanismo lefebvriano y denuncian su “origen metafísico”. Lefebvre habría cometido el grave error de
invertir el enfoque materialista, traspasando su análisis a los hombres y no a sus relaciones sociales y a las
técnicas de producción y de dominio 50.

La trama entre dimensión científica, salida políticamente operativa y militancia es, en cambio,
fundamental para calificar el enfoque de los exponentes marxistas de la actual generación de sociólogos del
territorio en Italia y en Francia. Pero su deuda cultural no es pequeña. Estos “sobrinitos” de Lefebvre
reconocen el carácter pionero, en muchos aspectos, de su obra, pero toman las debidas distancias frente a un
análisis que es demasiado a menudo “anarquizante” y libertario. Rechazan esta “teorización urbanística de la
problemática marxista” y la defienden como “una versión de izquierda de las tesis ideológicas sobre la
sociedad urbana” 51. Más allá del barniz dogmático de la crítica queda el hecho de que estos autores ponen
en el centro de sus investigaciones el estudio de los movimientos sociales urbanos y reconfirman así la
validez de las intuiciones de Lefebvre, dentro de un marco de adecuación a la problemática emergente en el
espacio poscapítalista de la ciudad moderna. Entonces, el peso político concreto de la siempre tan evocada
lucha entre burguesía y proletariado toma una nueva dimensión, y se vuelve a valorar aquella visión aciasista
que, de un modo demasiado simplista, se reprocha a Lefebvre.

VIII. Manuel Castelis: La estructura urbana entre instituciones y movimientos sociales

118
1. La sociología urbana como ideología

A partir de 1968, Manuel Castelis se entrega de nuevo a la reflexión crítica sobre sociología urbana,
sobre su historia como disciplina sociológica y sobre su significación científica 1. Dos aspectos sobresalen
con fuerza y persistencia: el valor ideológico de casi toda la producción en este campo y la confianza en una
nueva implantación que tendrá lugar por medio de la adopción de los cánones metodológicos y del aparato
conceptual propios del materialismo histórico. El trabajo de Castelis constituye una fase preparatoria, un
intento hacia una nueva orientación científica mediante la aplicación del marxismo a la problemática urbana,
cuyo análisis se realizaba hasta hoy a través de otras corrientes de pensamiento o, peor aún, a través de un
pragmatismo empírico de poco alcance, que sólo sabe describir sin comprender.

Los presupuestos epistemológicos de esta valoración crítica se expresan en un estilo apodíctico y en


términos que parecen -en este caso- más bien alejados del enfoque marxista.

Una ciencia se define primeramente por la existencia de un objeto teórico propio, suscitado por una necesidad social de
conocimiento de lo concreto real.

El objeto científico de una disciplina está constituido por el conjunto conceptual construido para rendir cuentas de una
pluralidad de objetos reales que dicha ciencia está llamada a analizar. Se puede así concebir la aplicación de una ciencia a un
campo preciso de la realidad: se trata de una especialización de la actividad teórica. De todas formas, si una ciencia general o
particular no tiene objeto teórico propio ni objeto real específico, no existe como tal ciencia. Puede existir institucionalmente en la
medida en que está socialmente reconocida como productora de conocimientos. Sin embargo, si no tiene otra especificidad que la
institucional es que ella no produce conocimientos sino falsos conocimientos, conocimientos desplazados, es decir, referidos a objetos
teóricos distintos a los que debería tomar en consideración. Esta actividad no es teórica sino ideológica, en proporciones variables
según las circunstancias, ideología y teoría. A veces se acepta una actividad ideológica a fin de legitimar la consagración
institucional de la ciencia. Los pocos conocimientos teóricos producidos de tal modo en este campo surgen a pesar del dogal
ideológico así establecido 2.

Por tanto, según Castells, una disciplina se caracteriza por medio de la definición de un objeto
científico específico que no han tratado otras ciencias. Se constata además que muchos campos de análisis y
de elaboración teórica derivan de la aplicación de la teoría sociológica general de un sector, por ejemplo: la
política, la producción industrial, la sanidad... Un campo sociológicamente significativo puede constituirse
también a través de un proceso como la movilidad social, que interesa a toda la sociedad y que puede dar
vida a una disciplina ad hoc. Constituye el segundo tipo de disciplina admitida por Castells, tertium non
datur. De otro modo nos enfrentaríamos con mixtificaciones falsamente presentadas como ciencia. La
sociología urbana no satisface ninguna de estas condiciones esenciales para insertarse en uno de los dos
casos: no posee un objeto propio de análisis (objet théorique spécifique), ni sería válida como disciplina
sociológica aplicada una temática concreta (objet réel spécifique).

En este punto, no sólo podemos advertir que Castells profundiza muy poco en el tema de “qué es
ciencia, sino que además, dentro de su propuesta crítica, volvemos a encontrar las bases de “justificación de
una disciplina ad hoc que estudia sociológicamente la ciudad”. Además, el propio Castells es prisionero de
una indebida superposición entre “ciencia” y uso ideológico que de ésta se hace cuando escribe que “no
existe posibilidad puramente teórica para resolver (o superar) las contradicciones que están en la base del
problema urbano; esta superación se realiza únicamente a través de la práctica social, es decir, de la práctica
política. Pero, para que dicha práctica sea justa y no ciega, es necesario explicar teóricamente los problemas
resueltos de este modo, desarrollando y especificando las perspectivas del materialismo histórico. Las
condiciones sociales para el nacimiento de dicha reformulación son extremadamente complejas, pero, en
cualquier caso, tenemos la seguridad de que exigen un punto de partida históricamente relacionado con el
movimiento obrero y su práctica” 3. Se expresan aquí certidumbres que no son científicas; constituyen más
bien hipótesis políticas que pueden ser más o menos compartidas y que serán oportunamente aclaradas por
los sociólogos, pero es necesario que sean comparadas con hipótesis alternativas e igualmente plausibles,
puesto que no nos movemos en el terreno de la investigación científica. Es correcto sostener que la práctica
política está en la raíz de la solución de los problemas urbanos, mas no se puede liquidar con una
119
argumentación de esta naturaleza la autonomía del momento cognoscitivo, ni cristalizarlo dentro de un
método que -ideológicamente- conoce privilegio. Sin embargo, Castells individualiza perfectamente los
peligros provenientes de esta indebida y, según él, inevitable confusión entre ciencia e ideología. Los
problemas urbanos se imponen por su gravedad, condicionando la vida cotidiana de millones de personas: la
sociología, por su lado, insiste en describir la fenomenología social de la ciudad sin lograr comprender los
mecanismos que genera la cuestión urbana 4.

Desde la posguerra hasta hoy la sociología y el estudio de los problemas de la ciudad parecen seguir
dos caminos divergentes; Castells opina que es una prueba más de la función social y política de la sociología
urbana. La sociedad industrial se convierte en sociedad urbana, y la sociología urbana se viste de sociología
general aplicada al estudio de la escena donde se manifiestan los procesos sociales. Los problemas urbanos
son en realidad problemas globales y problemas de gestión política. La organización de las interdependencias
espaciales en un ambiente social altamente tecnológico, la intervención del Estado en el ámbito de los
consumos colectivos y el control político de las tensiones sociales producidas por la segregación constituyen
algunas de las cuestiones con las que hay que medir una disciplina, que para muchos se ocupó durante
demasiados años de integración y de reforma social. Todas estas cuestiones dejarían vacías aquellas
pretensiones de la sociología urbana de tener un objeto peculiar (pero, ¿no es más bien todo lo contrario?) y
traspasarían a la interdisciplinariedad, al urbanismo y a la política la función de adaptar las ciencias sociales a
los nuevos desarrollos de la sociedad. Es necesario, entonces, seguir más de cerca el iter crítico de Castells,
examinando los argumentos que sostienen la pars destruens de su análisis.

2. La fase precientífica de la sociología urbana

Pocas son las enunciaciones que permiten a Castells perfilar el estado de la sociología de la ciudad. Esta
disciplina, tal como se ha desarrollado hasta hoy, no ha sabido identificar ni un objeto teórico
específicamente urbano, ni un objeto

concreto donde pudiera anclarse, en una peculiar aplicación, la teoría sociológica general. La sociología
urbana existe para cumplir una función ideológica o, mejor dicho, para cubrir los intereses de aquellas clases
que están implicadas, desde una posición de poder, en la problemática urbana. Castells llega a una
interpretación tan reductora y polémica respecto a una rama de la sociología, que es quizás una de las más
ricas en tradiciones investigadoras, después de un excursus crítico muy amplio realizado sobre toda la
producción elaborada en el período “precientífico” de la disciplina. Según su opinión, la sociología de la
ciudad se ha basado sustancialmente en una temática articulada a tres niveles: en el urbanismo, o si se
prefiere, en la cultura urbana cuando la ciudad se consideraba como variable independiente; en la
organización social del espacio cuando la ciudad se consideraba como variable dependiente, y, por fin, en el
sistema ecológico (ecological complex). Ninguno de estos tres temas tiene el valor de un objeto teórico
específico capaz de justificar la sociología urbana como ciencia sociológica autónoma.

Al enunciado programático de Park, según el cual el campo de estudio de la sociología urbana incluye
todo fenómeno que se manifieste dentro del contexto de la ciudad, Castells se opone argumentando que el
interés realmente dominante en los trabajos empíricos de la Escuela de Chicago se concentra en la desorgani-
zación social y en el problema de la resistencia a la integración manifestada por las distintas subculturas. De
igual manera clasifica en su significación ideológica la contribución teórica de Wirth, quien, como es sabido,
formula una hipótesis mucho más rigurosa de la cultura urbana 5. Un estudio centrado sólo en la integración
social es ciertamente legítimo, incluso para Castells, pero cuando una disciplina se especializa, siguiendo esta
perspectiva, en una determinada cultura -más precisamente en el ámbito de la cultura producida por la
industrialización capitalista-, la naturaleza teórica de este esfuerzo cognoscitivo es discutible. Con mayor
motivo todavía es imposible afirmar que aquella hipótesis para la cual la producción de formas sociales puede
reducirse, de modo exclusivo y determinante, a factores ecológicos como dimensión, densidad y
heterogeneidad alcance el nivel de hipótesis sociológica, creando una disciplina. Castells señala, además, que
algunos estudiosos intentan definir ciertos comportamientos basándose en el hecho de que se manifiestan en
un determinado milieu ecológico, por ejemplo, en barrios de tipo distinto como los suburbios y los slum. La
fuerza explicativa de la variable “asentamiento” pierde valor; los factores meramente espaciales pueden
120
considerarse, al máximo, como una entre las muchas variables que influyen en el comportamiento. La
concentración de algunas características sociales en un espacio con límites bien definidos, que alberga una
sociedad culturalmente homogénea, no se produce sin que aparezcan consecuencias sociológicamente
importantes. En los “ghettos”, en los suburbios de clase media, en el área de la ínner city, pueden fácilmente
notarse ciertas relaciones significativas entre la base ecológica y la especificidad cultural del asentamiento
observado. Muchas investigaciones empíricamente sofisticadas subrayan la influencia de la organización del
espacio en la consolidación de un determinado tipo de comportamiento social. Pero las raíces de la
autonomía cultural que constituye el presupuesto fundamental de esta situación deben buscarse en la
posición social de los sujetos, en su condición de clase, en las características del sistema institucional que
gobierna su vida.

Si las formas espaciales pueden acentuar o modificar ciertos sistemas de comportamiento por medio de la interacción de
componentes sociales que se combinan entre ellas, no hay independencia de su efecto y, por consiguiente, no hay ligazón siste
mática de los diferentes contextos urbanos a los modos de vida. Cada vez que una ligazón de este orden queda comprobada, pasa
a ser un punto de partida de una investigación más que un argumento explicativo. Los medios urbanos específicos deben, por
tanto, comprenderse en cuanto productos sociales, y la ligazón espacio-sociedad debe quedar establecida más como problemática y
como objeto de estudio, que como eje explicativo de la diversidad de la vida social, en contra de una vieja tradición de la sociología
urbana 6.

El análisis sociológico del espacio se presenta, luego, como un intento de caracterizar la sociología
como una disciplina especializada que actúa sobre un elemento, en un campo concreto, definido y exclusivo.

En principio, la afirmación de la relación espacio/tiempo no debe levantar objeciones: es evidente que el espacio, como
elemento material sobre el que se ejerce la actividad humana, recibe una configuración particular siguiendo el complejo técnico
social en el cual se inserta. Pero se recurre demasiado a menudo, a propósito de este problema, a una especie de “teoría del
reflejo”. La Sociedad no se refleja en el espacio, no es externa al espacio. Se trata de mostrar la articulación del espacio y de otros
elementos materiales de la organización social en una coherencia conceptual teórica que dé cuenta de los procesos o de las
coyunturas que es necesario explicar. Más concretamente, la formación de regiones metropolitanas dentro de las sociedades
industriales no es un “reflejo” de la “sociedad de masas”, sino la expresión espacial, a un nivel formal, del proceso de
centralización de la gestión y de descentralización de la ejecución tanto en la producción como en el consumo. El mismo hecho de
que el espacio pierda relieve en términos de distancia depende del predominio del ambiente técnico sobre el ambiente cultural y del
tipo de organización social y de progreso técnico que han suscitado las nuevas aglomeraciones. El análisis de las formas sociales
(entre ellas el espacio) exige reconstruir la estructura significativa de relaciones entre elementos concretos que componen una
sociedad (por consiguiente, el espacio). El espacio debe integrarse con efectos específicos, y manifestar, a la vez, en sus
características la articulación concreta de las estructuras y de los niveles de la formación social en la cual se inserta 7.

También el estudio de la organización social del espacio forma parte de una problemática sociológica
muy compleja que no permite definir un límite teórico autónomo para la sociología urbana.

La interpretación del desarrollo comunitario, centrada en la teoría del sistema ecológico, representa
uno de los esfuerzos más meditados, realizados en sintonía con el enfoque funcionalista, con el fin de asignar
a la sociología urbana una

base teórica. Según O. D. Duncan, como ya es sabido, la estructura urbana se constituye por medio de
un sistema de elementos interdepend¡entes. La interacción entre población, ambiente, organización social y
tecnología da origen al fenómeno urbano en su compleja dinamicidad contemporánea, mientras que una
organización de tipo jerárquico relaciona entre sí los distintos tipos de asentamientos humanos presentes en
un determinado territorio. El elemento psicosociológico o la cultura serán propuestos por otros partidarios
de esta teoría como elementos estructurales que es necesario insertar al lado de aquellos ahora mencionados
para integrar la capacidad heurística del esquema. A una de estas variables, la tecnología, se atribuye
normalmente el valor de elemento dominante en el sistema. Castelis valora este intento teórico como teoría
general de la estructura social elaborada en directa conexión con la tendencia organicista del funcionalismo; la
sociología urbana, una vez más, tiene tendencia a ser englobada en la sociología tout court. De este modo,
Castells adelanta su conclusión de fondo: ninguno de los tres grandes temas que han comprometido en los
121
últimos cincuenta años a la sociología urbana le confiere una especificidad teórica. Este objetivo se alcanzaría
cuando fuese posible constatar una superposición entre una unidad espacial y una unidad social. La
coincidencia entre sistema social y organización espacial constituye, sin embargo, un caso cada vez más raro
en la sociedad moderna, dado el grado de interdependencia entre los asentamientos, la frecuencia de las
comunicaciones y la tendencia a la homogeneidad cultural. Incluso el caso de la ciudad medieval, estudiado
por Weber, como un ejemplo de sistema políticoadministrativo nacido de un sistema de acción social
determinado por un asentamiento urbano autocéfalo, es un caso que nunca se repitió en la historia. Por
tanto, parece indiscutible la tesis según la cual un objeto específicamente urbano existió para la sociología en
tiempos pasados, pero son débiles las chances de volverlo a encontrar en un futuro próximo. Frente a esta
tesis se puede observar que el desarrollo de formas de autogobierno sobre base local y a nivel periférico
alienta las investigaciones y los análisis sobre la descentralización y sobre la participación política, realizados
sobre todo por sociólogos urbanos, y constituye un dato que convierte en poco persuasiva la argumentación
de Castells. Más todavía: se insiste en advertir que no se puede cometer el burdo error de quienes atribuyen a
la ciudad lo que en realidad es el producto de un tipo de sociedad. ¿Qué se entiende por urbano? Lo urbano,
se dice, existe en contraposición a lo rural. Castells afirma, de un modo demasiado expeditivo, que no es
posible encontrar criterios empíricos de distinción entre urbano y rural, dado que ya no es posible diferenciar
espacialmente el tipo agrario y el tipo industrial de sociedad; el proceso de urbanización corroe rápidamente
los restos espaciales de esta separación que antes era precisa. Tampoco puede hablarse de objetos urbanos
concretos cuando se habla de transportes urbanos, de política urbana et similia: se trataría de hecho de
aspectos de un nuevo tipo emergente de sociedad que es necesario estudiar en su unidad global. La existencia
de la sociología urbana se explica entonces sólo en términos institucionales y en términos ideológicos.
Dejando de lado las perplejidades que puedan suscitar valoraciones tan absolutas, es difícil olvidarse de que el
propio Castells, con toda su amplia producción, parece reencontrar este objeto perdido, y quizá más de uno.
Entonces nos parece lógico preguntarnos: ¿bajo qué aspecto estudia Castells la determinación social de los
procesos de consumo en el espacio urbano moderno, la politización de la problemática urbana y los
movimientos sociales?.

3. Materialismo histórico y análisis de lo urbano.

En la observación epistemológica que precede a la Question urbaine Castells toma cuidadosamente


distancias respecto a un tipo de trabajo que tenga el valor de un sistema teórico definido y que se proponga
como modelo. Afirma que la producción de conocimientos no pasa por la institución de un sistema, sino a
través de la creación de una serie de instrumentos teóricos que no se realizan ni en su coherencia ni en su
fecundidad para el estudio de situaciones concretas. Castells piensa por tanto en su trabajo en términos de
work in progress que es, al mismo tiempo, teórico y político. La observación directa de situaciones concretas
y la reelaboración crítica del amplio material ofrecido por la sociología urbana tradicional occidental
significan una primera e importante etapa que se traduce en la construcción de algunos instrumentos teóricos
nuevos. Para el conocimiento de esta realidad es, sin embargo, fundamental la adaptación a la problemática
urbana de algunas categorías más generales, propias del materialismo histórico. Castells reconoce que estos
conceptos se aplican y se adaptan a procesos sociales distintos y muy distantes de aquellos que
originariamente representaban su marco de referencia empírica, pero considera igualmente indispensable una
relación teórica de este tipo. Sólo estos instrumentos teóricos permiten la comprensión de una situación que
se manifiesta por medio de “la realización material (o experimental) de leyes teóricas avanzadas; estas leyes,
que se están perfilando, desarrollan a un tiempo el campo teórico del marxismo y aumentan enormemente su
eficacia en la práctica social 8. Pero, ¿quién podría desmentir una hipótesis de trabajo antitética? Sobre la base
de los materiales empíricos ofrecidos por la sociedad urbana que va extendiéndose por el mundo entero, y
sobre la base de una libre reflexión, ¿no se podría redactar, quizá demasiado fácilmente, un cómputo de las
aporías y de los anacronismos relacionados con el uso del materialismo histórico como principal instrumento
interpretativo? ¿Dónde están las pruebas de que las leyes del marxismo encuentren una eficaz confirmación y
orienten la práctica social? Por el contrario, ¿no se podrían enumerar las pruebas administradas por la
metrópoli, reino del marxismo real, que desmienten las potencialidades de cambio y de emancipación
contenidas en el marxismo teórico? Por otro lado, es difícil negar que la moderna metrópoli capitalista limita
la eficacia del marxismo precisamente en el terreno de la práctica social. Basta pensar en la relación entre
clase obrera y prácticas de consumo, en el desarrollo de los derechos de ciudadanía por un lado, en el
122
crecimiento de estratos socialmente marginales por otro, y en el desarrollo del Estado asistencial que actúa
casi exclusivamente en el contexto urbano. Los presupuestos metodológicos de Castells parecen entoncen
reclamar una aceptación a ojos cerrados, tanto más cuando advierte, con toda tranquilidad, que este método
de trabajo no tiene nada de dogmático en la medida en que la selección de una perspectiva no deriva de
cualquier fidelidad a los principios, sino de la "naturaleza de las cosas" (es decir, de las leyes objetivas de la
historia humana). No es más dogmático razonar en términos de modo de producción, que hacerlo en física
basándose en la teoría de la relatividad” 9.

Es indudable que la producción teórica y las investigaciones empíricas de Castells, consideradas de


forma global, constituyen actualmente un intento, quizás el más orgánico y profundo, de repensar la
instrumentación elaborada por las ciencias de lo urbano. Y no sólo esto. Castells indica la importancia de
fenómenos que normalmente otros investigadores omiten (por ejemplo, las luchas urbanas) y propone unos
esquemas interpretativos que tienen el mérito de subrayar la centralidad de la cuestión urbana y de aclarar en
parte los mecanismos que la generan. Su contribución tiene ciertamente el valor de una etapa importante
encaminada hacía una nueva sociología urbana; en esto coinciden incluso los estudiosos decididamente no
marxistas. Se puede incluso compartir él postulado metodológico propuesto según el cual la redefinición
teórica debe entrecruzarse con una perspectiva de intervención política, pero la transferencia del campo de la
ideología al campo del materialismo histórico no puede comportar ni la renuncia apriorística a una
verificación cuidadosa y constante, ni la toma en consideración de metodologías y de aparatos conceptuales
distintos, sin lo cual se afirmaría la abdicación del análisis científico en favor de un dogmatismo estéril.

4. La estructura urbana

Es necesario aclarar y redefinir la cuestión urbana. Según Castells, el primer paso consiste en la
individualización de la naturaleza ideológica de la calificación urbana de la sociedad que procede de las
ciencias sociales. La sociología de la ciudad se refleja en una realidad concreta, encubriendo bajo la etiqueta
de la sociedad urbana los procesos característicos de una determinada forma histórica creada por el modo de
producción capitalista. No se trata de un nominalismo fácil. Las ciencias sociales asimilan con seriedad y
compromiso la problemática urbana, pero, a nivel de producción de conocimientos, la representan como la
manifestación de un proceso de crecimiento, de desarrollo y de evolución inevitables. El proceso de
urbanización y sus problemas conexos son problemas “naturales” que implican a todos los sujetos y a todos
los grupos que componen la sociedad contemporánea. Las contradicciones inherentes al proceso de
reproducción de la fuerza-trabajo, la naturaleza de clase de las relaciones sociales que se manifiestan en el
contexto urbano se ocultan bajo la tesis de la “cultura urbana” que Castells considera como un momento
esencial de una operación ideológica impuesta por la clase dominante que se sirve de la sociología para sus
fines de dominio10.

Por tanto, la relación entre ideología y espacio urbano se estudiará a través de un análisis preliminar y
detenido de los contenidos sociales de la dimensión urbana. Castells propone una primera formulación
teórica que huye del mito de la cultura urbana, describiendo los elementos constitutivos de la estructura del
espacio urbano. Tiene como finalidad demostrar, por medio de un esquema teórico depurado de toda
ideología, que no es posible adelantar una teoría sociológica de la ciudad que no se articule estrechamente
con el estudio de aquellos procesos políticos que prevén la intervención del aparato del Estado y de la lucha
de clases en la cuestión urbana.

Una teoría del espacio no puede ser distinta de una teoría sociológica general. Ciertas leyes
estructurales establecen la modalidad de existencia del espacio, los caracteres de su transformación, su
articulación con otros elementos constitutivos de una sociedad en una determinada coyuntura histórica.
Incidentalmente, hay que recordar que para los estructuralistas, y por ende también para Castells, las
instancias fundamentales de la estructura social son tres: economía, política e ideología. Se trata entonces de
descubrir cómo los elementos del sistema económico, del sistema político-institucional y del ideológico, sus
combinaciones y las consiguientes prácticas sociales, dan forma y expresión específica al espacio, que no es
sólo espacio físico, sino también espacio social 11. Cada uno de los tres sistemas se compone de elementos
interdependientes. La expresión espacial del sistema económico deriva de la relación entre producción (P),
123
consumo (C) e intercambio (I). La industria, las oficinas, las viviendas, las infraestructuras colectivas, la
circulación y el comercio constituyen algunas expresiones concretas de estos elementos. La forma de
“especialización” asumida por cada elemento debe, sin embargo, asumirse teóricamente con prudencia. El
ejemplo de la vivienda aclara este punto: economía, política e ideología confluyen en la vivienda, aunque su
principal significado espacial sea la conexión con la reproducción de la fuerza-trabajo. También la gestión
(G), es decir, el proceso de regulación de las relaciones que circulan entre P, C e I, determina la forma de
ordenamiento global espacial organizada por el sistema económico, por ejemplo, por medio de un plan
regulador municipal. El sistema económico es el sistema que arrastra la estructura social y el elemento
producción en una sociedad gobernada por el modo de producción capitalista, y está en la base de la
organización del espacio. Esto no significa que la industria confiera a la totalidad del espacio urbano un
aspecto exclusivamente basado en la lógica del sistema económico. Sólo una confrontación con las distintas
situaciones concretas permitirá evidenciar la importancia de la interacción entre el elemento producción y los
otros elementos que se estrellan en este último. Particular importancia tiene el espacio de consumo, que
Castells configura como expresión del proceso espacial de reproducción de la fuerza-trabajo, en cuyo ámbito
se agrupan una serie de procesos que se agregan tanto a la simple reproducción, como a la reproducción
ampliada de la fuerza-trabajo 12.

Además, Castells precisa que existen dos relaciones que definen principalmente el sistema político-
institucional en su conexión con el espacio: una relación de dominación-regulación y una relación de
integración-represión. La subdivisión y la distribución de los distintos asentamientos en el territorio de una
sociedad Estado y el mencionado proceso de gestión representan en concreto la influencia espacial de este
sistema. Hay que subrayar el hecho -no claramente formulado, pero no por ello menos evidente en el
esquema teórico propuesto- de que el sistema político institucional parece tener una función autónoma y
determinante respecto al sistema económico, regulando desde el exterior sus elementos y la determinación de
su traducción espacial.

El espacio debe conceptuarse y leerse sociológicamente, incluso a través del filtro del sistema
institucional históricamente relacionado con la formación social considerada. El aparato político-jurídico
determina una organización espacial que genera importantes efectos, como la subdivisión administrativa del
territorio. Esta subdivisión incide directamente en los procesos sociales y en la lucha política. Por ejemplo, la
fragmentación administrativa del espacio metropolitano en Norteamérica protege los intereses de las
comunidades acomodadas. Su particularismo favorece la diferenciación del complejo aparato administrativo
y permite la reproducción de unas relaciones sociales marcadas por la desigualdad -aunque sea necesario
asumir ciertas políticas reformadoras que tienen un precio en términos de financiación de equipamientos
públicos para atenuar las necesidades de los estratos sociales más débiles, pero que serán recompensadas en
términos de integración y de disminución de la intensidad del conflicto social-. Aquí también el esquema
analítico se elaborará siempre siguiendo la enseñanza que sobre el conflicto social mantiene el marxismo
repensado por Nicos Poulantzas 13. Una enseñanza que parece especialmente estéril, dicho sea entre
paréntesis, en particular con referencia a la situación metropolitana norteamericana que, por lo demás, no
parece fácilmente exportable a otros contextos.

En este punto, conviene examinar junto con el propio Castells los contenidos de esta teoría sociológica
y política del espacio capitalista contemporáneo para evidenciar su unilateralidad.

El aparato jurídico-político tiende a asegurar la dominación de las clases dominantes y la regulación de las contradicciones
que se manifiestan entre ellas, así como entre las diferentes instancias desplazadas de una formación social (económica, política,
ideológica, vestigios de otro modo de producción, etc.); para llegar a ello, despliega toda una serie de canales de integración respecto
a las clases dominadas, ejerciendo siempre permanentemente respecto a estas clases una auténtica represión más o menos abierta
según la coyuntura.

La organización institucional del espacio viene determinada en un principio por la expresión a nivel de las unidades
urbanas del conjunto de los procesos de integración, de represión, de dominio y de regulación que emanan del aparato del Estado.

124
Así, por ejemplo, el doble movimiento integración-represión en relación a las clases dominadas se expresa, por un lado,
por la autonomía municipal y la delimitación del espacio en colectividades con base local, provistas de una cierta capacidad de
decisión bajo la influencia directa de la población residente (integración); por otro, por la jerarquía administrativa de las
colectividades territoriales, su subordinación a un conjunto de instancias progresivamente más independientes de la lógica del
aparato institucional, y el aislamiento de los diferentes municipios entre ellos, con fuerte limitación de las relaciones horizontales y
preponderancia de vínculos verticales con iniciativa centralizada (represión) 14.

Esta visión centrada en la certeza de un “complot históricamente constante de las clases dominantes
omite, en su examen unívoco y simplificador, el potencial de autonomía que la democracia política garantiza
a los ciudadanos

de muchas sociedades-Estado y devalúa de manera inexplicable las capacidades de conexión horizontal


normalmente expresadas por ciertas instituciones como los partidos políticos, extendidos capilarmente en
todo el territorio, asimismo en contraposición a la iniciativa centralizada (y “represiva”) del aparato del
Estado 15.

La conexión que propone entre sistema ideológico y espacio es más difuminada, casi genérica, aunque
prometedora en lo que se refiere a sus implicaciones. La componente ideológica está presente y es
históricamente activa en cada elemento de la estructura urbana. Sin embargo, Castells quiere indicar sobre
todo que la especificidad ideológica se manifiesta “por la expresión, a través de formas y ritmos de una
estructura urbana, de las corrientes ideológicas producidas por la práctica social. Y es precisamente en este
nivel de la mediación ejercitada por el espacio urbano sobre las determinaciones ideológicas generales donde
debemos situar el tema de la simbología urbana” 16. El sistema ideológico organiza el espacio en el cual deja
sus huellas: los significantes constituyen las formas espaciales y los significados los contenidos ideológicos,
cuya eficacia debe buscarse en los efectos que éstos causan en la estructura social global. En la descripción de
una perspectiva de trabajo sobre este tema casi inexplorado no se llega más allá de la enunciación de un
presupuesto metodológico: es necesario realizar un vuelco con respecto a la semiología estructural y
esforzarse en definir la función simbólica de una estructura urbana, partiendo de la apropiación social del
espacio realizada por los sujetos.

De este modo, Castells perfila el campo de estudio de la estructura del espacio; en su hipótesis central
opina que en el capitalismo avanzado el espacio se estructurará por medio del proceso de la reproducción
simple y ampliada de la fuerza-trabajo. Las unidades espaciales donde se cumpla este proceso serán
denominadas unidades urbanas. Así como en las empresas se desarrolla el proceso de producción, en las
unidades urbanas se desarrolla el proceso de reproducción, pero no se trata simplemente de dos lugares, se
trata de situaciones complejas que dan origen a efectos específicos en la estructura social. El concepto de
sistema urbano, herméticamente definido como “la articulación específica de las instancias de una estructura
social dentro de una unidad (espacial) de reproducción de la fuerza-trabajo “ 17, se utilizará para interpretar
en situaciones históricamente concretas las prácticas sociales urbanas. Sólo la teorización adecuada de las
prácticas que dan vida real a las leyes de la estructura permitirá la investigación de los procesos que están en
la base de la producción del espacio. En este punto, el fuego del análisis se desplaza sobre los agentes
sociales. Será preciso establecer las necesarias conexiones entre la estructura urbana, la función de las clases
sociales, las intervenciones del sistema institucional y el desarrollo de fuerzas que se oponen al mecanismo de
la reproducción del sistema. La hipótesis marxista de que no existe estructura social sin contradicciones, o
mejor dicho sin lucha de clases, define el estudio de la estructura del espacio como estudio propedéutico al
estudio de la política urbana.

5. La política urbana

En relación con la aparición de este nuevo campo teórico, Castells hace un examen de los términos del
debate que se desarrolló entre dos grandes tradiciones teóricas: el análisis liberal y el análisis marxista. El
primero tiende a hacer coincidir los temas de la política urbana con los del poder de comunidad, el segundo
Inquiere exclusivamente en las determinaciones de la totalidad de la estructura social 18. Se critica seriamente
la perspectiva liberal, puesto que concede privilegio al juego de los actores, dentro de la escena política local -
125
la “comunidad=- considerada como una microsociedad y que, al mismo tiempo, oculta los hechos
estructurales, los datos colectivos, el carácter conflictivo de la sociedad. El punto de vista de Castells tiene
cierto tono sociologista.

El análisis que parte de los actores concretos y de sus estrategias se encierra necesariamente en un callejón sin salida: si
estos actores son puros objetos empíricos, el análisis se queda en una simple descripción de situaciones particulares; si son
realidades primeras y, por tanto, esenciales, el análisis depende de una metafísica de la libertad; si son “otra cosan, combinaciones
de situaciones de particulares, es impensable definirlos independientemente del contenido de las posiciones sociales que ellos ocupan
y, por consiguiente, analizar los procesos que se desarrollan entre sí como puro cambio, ya que este cambio dependerá de la
situación de los actores en la estructura social 19.

La diversidad de los enfoques proviene de las respectivas concepciones del poder: para la perspectiva
liberal se trata de una relación social donde se pueden individualizar múltiples fuentes; para la perspectiva
marxista el poder es una relación entre clases sociales que se definen por las relaciones de producción y que
se modifican y se reproducen en las prácticas de dominación y de lucha 20.

Castells, conforme a la orientación estructuralista francesa, opina que el problema del poder representa
el problema fundamental de investigación para la sociología de la ciudad contemporánea (“la problemática
del poder condensa y expresa el conjunto de las relaciones sociales”) 21. El análisis sociológico de la
estructura urbana y de su dinámica exige el estudio de la política urbana. Se trata de un postulado
metodológico que habría que desarrollar más allá de aquellas vislumbres clarificadoras que los textos de
Castells dejan entrever en su perentoriedad expositiva. Siguiendo la exposición de este autor observamos, una
vez más, que el nivel económico representa -en último análisis- el nivel determinante de la estructura social,
pero la investigación sobre el cambio de una formación social sólo se puede llevar a cabo a nivel de lucha
política (de clase). Naturalmente, el estudio objetivo del proceso político no extingue el estudio de la realidad
social; es más, conlleva el análisis de sus elementos constitutivos y la individualización de las leyes de la
matriz social donde se inserta el proceso político. Ejemplo: el estudio de la lucha del proletariado por la
vivienda (proceso político), únicamente si está relacionado con la estructura del modo de producción,
permite, por un lado, revelar la lógica de la reproducción de la fuerza-trabajo como lógica emergente en la
ciudad capitalista y, por otro, enmarcar “racionalmente” los movimientos sociales y políticos que estallan en
el contexto urbano.

La enunciación de una ley estructural es, sin embargo, insuficiente en el plano interpretativo, puesto
que la articulación concreta de la realidad social genera efectos autónomos (la política) que a su vez
transforman estas leyes y ponen en evidencia su valor tendencial. El nudo interpretativo de la “cuestión
urbana” reside -se insiste- en el análisis del proceso político. En otras palabras, remontarse a la matriz
estructural de la ciudad puede ser útil para aclarar los mecanismos de su dinámica, pero se ha de buscar la
posibilidad de un estudio científico de lo urbano en el análisis “de la articulación específica de los procesos
designados como "urbanos" en el campo de la lucha de clase y, por consiguiente, con la intervención de la
instancia política (aparato estatal), objeto, centro y finalidad de la lucha política” 22. El Estado no se concibe
como ente superior a los intereses partidistas, como Estado-árbitro, activo en la tutela de un interés
colectivo; el Estado es Estado de clase.

6. El Estado y el consumo colectivo

La acción del Estado y la de la administración pública tienen generalmente una gran importancia en los
procesos de cambio urbano. Según Castells, como ya hemos visto, un sistema económico se articula en el
espacio por medio de distintos elementos: producción, intercambio, consumo, gestión. El elemento consumo
asumiría una posición predominante, y, precisamente por esta causa, se asiste a una doble intervención, cada
vez más apremiante y más penetrante, del capital monopolista y del Estado sobre la vida urbana. El Estado
se convierte en el organizador de la vida cotidiana y, particularmente, de los consumos colectivos.

Es imposible examinar aquí con detalle el análisis sobre la evolución histórica del consumo en el
capitalismo y la discusión crítica de la interpretación de Marx realizada por Castells. Creemos oportuno
126
recordar que se considera fundamental la distinción (omitida por Marx) entre consumo individual y consumo
colectivo, “entendiendo por este último el consumo cuya realización económica y social, aunque siempre
capitalista, no se cumple a través del mercado, sino a través del aparato del Estado” 23. Este punto es
decisivo para el análisis si se quiere llegar a una interpretación correcta de los orígenes de las luchas urbanas
contemporáneas y conduce además a la ulterior hipótesis (o mejor, postulado) según la cual el área de la
política urbana puede dividirse, analíticamente, en dos campos que en la realidad social se presentan como
indivisibles: el campo de la planificación urbana y el de los movimientos sociales urbanos 24. A través de una
compleja organización de procedimientos (el sistema de planificación) el aparato del Estado intenta
administrar la cuestión urbana, superar las contradicciones y, sobre todo, atenuar los conflictos sobre la base
del principio de la racionalidad técnica que debería disminuir las divergencias y conciliar los intereses, de una
forma manipulada, con exclusiva ventaja para la clase dominante. La planificación urbana revela así su
función real de instrumento de regulación, de conservación y de control. Es una quimera creer que el orden
espacial pueda traducir un principio de racionalidad técnica fuera de una lógica de conflicto entre clases que
vincula también la intervención del Estado. Así pues, los movimientos sociales urbanos constituyen la única
fuente de auténtico cambio y de innovación activa en la ciudad capitalista; la movilización constituye el único
medio políticamente importante para la expresión de una voluntad que protege los intereses generales y para
la invención y la realización de formas de consumo colectivo alternativas a las dominantes.

Castelis sostiene que la metrópoli capitalista avanzada da lugar a un tipo urbano profundamente
diferente en relación con el de la ciudad industrial.

El producto de este nuevo tipo histórico de urbanización se define, de forma significativa,


Monopolville 25. Monopolville funciona como un sistema urbano, cuyos elementos se caracterizan por una
fuerte interdependencia. Entre las distintas partes de esta formación espacial, entre infraestructuras,
actividades y viviendas, existe una relación directa. No es posible actuar sobre un elemento sin implicar a los
demás, estrechamente relacionados con él. Las contradicciones y la crisis que afectan a parte del sistema
urbano se reflejan en su globalidad, aumentando su potencial de inestabilidad. Pero hay un dato principal que
debemos considerar: este tipo de estructura urbana organiza y unifica el proceso de los consumos colectivos
generando nuevas constricciones sociales y nuevas desigualdades. A la desigualdad social tradicionalmente
expresada en términos de nivel de renta se añaden nuevas formas de división social, arraigadas en la vivienda
y en las modalidades de disfrute de los servicios colectivos (escuelas, hospitales, equipamientos culturales,
transportes). Según Castelis, la fuente de estas nuevas desigualdades reside en el uso mismo de estos bienes
colectivos que ya forman parte de( consumo cotidiano de las masas urbanas. El salarlo indirecto, percibido
precisamente en forma de erogación de servicios colectivos, adquiere un peso cada vez mayor; al mismo
tiempo, las condiciones objetivas de la vida urbana desencadenan contradicciones estridentes, penosas, mal
toleradas. Entre las diferentes clases que sufren los costes de estos desequilibríos se establecen las bases de
una amplia solidaridad, se toma conciencia del deterioro de la calidad de la vida que constituye quizá lo
esencial de la crisis que vive actualmente la ciudad. No sólo el movimiento obrero, sino todo un movimiento
de carácter popular exige una modificación cuantitativa y cualitativa de la gama normal de las necesidades.
Este tipo de “demanda” es fácil prever que se extenderá en un próximo futuro y asumirá un carácter
marcadamente conflictivo, también en relación con la crisis económica existente.

Pero volvamos a Castelis. Puesto que la producción y la distríbución de los bienes de consumo tiene
lugar en amplia escala, se asiste a la penetración del capital privado y del criterio de la máxima rentabilidad
también en este sector. Los desajustes creados por esta intervención reclaman la entrada en acción del
Estado. Dos mecanismos de regulación entran en juego en la ciudad del capitalismo avanzado, como se decía
más arriba: por un lado el capital monopolista, por el otro el Estado que acude a los aparatos de planificación
para organizar las unidades de consumo colectivo 26.

La fase del capitalismo monopolista de Estado se expresa a través de los fenómenos siguientes: I) el monopolio se
organiza y racionaliza en todos los campos del consumo al mismo tiempo. De este modo desaparece la relativa autonomía de este
proceso en relación con la lógica monopolista dominante, y se puede hablar de verdadero y propio “ritmo” de consumo: esto se
expresa a nivel del modo de vida a través de una presión creciente de la vida cotidiana y la imposición de un ritmo heterónomo en
la actividad extralaboral; II) el aparato del Estado interviene de forma firme, sistemática, permanente y estructuralmente
127
necesaria en el proceso de consumo de diversas formas: a) ayuda directa a los monopolios capitalistas con el fin de facilitar su
elevación en algunos sectores (por ejemplo, fiscalidad que favorece a las cadenas de distribución en contra de los pequeños
comerciantes; b) “llenar los vacíos” dejados en algunos sectores del consumo por la lógica del capital. También la asunción por
parte del Estado de amplios sectores de producción de los medios esenciales de reproducción de la fuerza de trabajo: sanidad,
educación, alojamiento, instalaciones colectivas, etc. [...]. Es aquí donde la problemática urbana ahonda sus raíces; c) puesto que
el Estado asume una cota considerable y objetivamente socializada del proceso de consumo en cuanto que interviene directamente
en ayuda de los grandes grupos económicos dominantes, y puesto que el consumo se convierte en un mecanismo central a nivel
económico, político e ideológico, asimismo cuando no hay ninguna regulación centralizada del proceso mismo dispuesta por la
economía, el Estado se convierte en el verdadero planificador del proceso general de consumo: esto está en la base de la llamada
política urbana” 27.

El Estado debe ocuparse del control de servicios que no son rentables en sentido estricto, y esto tanto
para sostener la producción (las infraestructuras públicas incrementan el uso del automóvil), como para
mantener la paz social en las grandes ciudades (por ejemplo, la política que favorece una construcción de
viviendas populares y el bloqueo de los alquileres disminuyen el coste del salario directo y atenúan las
reivindicaciones). En coherencia con sus premisas teóricas generales, Castells subraya la lógica, en calidad de
aparato político, que dirige la intervención del Estado también en este ámbito, y la relativa autonomía de su
acción 28. Entre estructuras y prácticas sociales actúan relaciones complejas; no puede dejar de subrayarse la
función de mediaciones políticas, activas tanto a nivel de planificación como a nivel de movimientos sociales
urbanos. Habría que rechazar, en particular, cualquier concepción mecanicista que confíe a las instituciones la
función de simples “correas de transmisión” de los intereses dominantes. La intervención del Estado en el
campo de lo urbano queda determinada además por los intereses políticos generales propios de las clases
dominantes, por los intereses específicos de los distintos organismos constitutivos -a diferentes niveles- del
Estado mismo. Gracias a esta relativa autonomía, el aparato del Estado reglamenta las relaciones entre clases,
protege los intereses del bloque de las clases en el poder y mitiga sus exigencias conflictivas. Pero, al mismo
tiempo, queda garantizada la integración de las clases dominadas en los procesos relacionados con la
persecución de los intereses dominantes; la represión representa la garantía fundamental del orden social, a la
que se recurre en última instancia 29. Se da por descontado, entonces, una recuperación de la escena política
local, entendida como nivel de unidad urbana donde los intereses políticos de las clases dominantes
encuentran una expresión concreta. La política municipal realiza estos intereses a nivel local, en un marco de
conjunto, donde sin embargo también actúan las contradicciones inherentes a la tutela de la posición de
dominio 30.

7. Luchas urbanas y desigualdad social

La cuestión urbana se politiza “en la medida en que el Estado es su principal agente responsable, lo
que significa, por un lado, que el consumo colectivo en vez de ser tratado en términos económicos, se
someterá directamente a la coyuntura político-ideológica; por otro lado, que las reivindicaciones
denominadas urbanas serán fuertemente correlacionadas con la cuestión del poder” 31. Las desigualdades
“urbanas, naturalmente, no son completamente autónomas en relación al sistema de clase en el sentido de
que la posición en el proceso productivo ofrece posibilidades diferenciadas de disfrute de bienes y de
servicios. Por otro lado, las formas de desigualdad que nacen directamente de la condición urbana no
corresponden de manera clara al modo de configuración de las relaciones de clase. Algunos ejemplos: los
recién llegados a la ciudad encuentran enormes dificultades para resolver el problema de la vivienda; los
espacios culturales disponibles para los jóvenes son totalmente inadecuados a su potencial expresivo; el ritmo
de las comunicaciones, la organización de los transportes y, más en general, la organización colectiva propia
del ambiente urbano discriminan a los ancianos, aislándolos socialmente de manera exasperante; los
problemas de circulación, el ruido, la contaminación atmosférica oprimen a las ingentes masas de población,
independientemente de su pertenencia de clase.

Sin embargo, el sector de la vivienda constituye el área más importante de la reivindicación espontánea
y violenta en todas las grandes ciudades del Occidente capitalista. Según Castells, los mecanismos
institucionales que ordenan la producción y la distribución del bien-vivienda no actúan, por cierto, de modo
espontáneo, sino siguiendo una lógica política y de poder que lleva a un tratamiento diferenciado de la
128
población implicada. En el sector de la vivienda actúa un mecanismo fuertemente selectivo que se basa: a) en
el nivel de renta que condiciona las chances de acceso al mercado privado; b) en un conjunto de criterios, a
menudo de naturaleza corporativa, que jerarquizan el grupo -denso a causa de los incumplimientos de índole
política en el sector- de los aspirantes a una vivienda popular. Un estrato social, tradicionalmente definido
como marginal (subproletariado, neoinmigrados, estudiantes pobres, parados, inhábiles al trabajo, ancianos y
otras categorías sociales que viven a nivel de subsistencia), pero cuya consistencia cuantitativa aumenta en
todas las grandes ciudades, queda sin embargo excluido de una condición residencial satisfactoria. Este
estrato de la población urbana habita un universo social aparte, distinto incluso territorialmente y regido por
un conjunto de valores que justifica y exige el uso de la violencia como instrumento cotidiano de
supervivencia. Incluso las ventajas que podrían derivar de la modernización tecnológica se someterán, aquí
también, a los intereses políticos y económicos que la coyuntura indica como los más acordes para la clase
dominante (que, sin embargo, Castelis no define de forma explícita, ni en términos sociológicos de
composición social ni en otros términos).

Otros fenómenos y otros procesos considerados como ineluctables y “naturales” en la vida de la gran
ciudad pueden incluirse dentro de un enfoque analítico análogo. La separación y la distancia entre lugar de
trabajo y lugar de residencia, la distancia entre lugar de routine cotidiana y espacio recreativo son
manifestaciones de aquella tendencia a la disociación espacial de las actividades en el territorio metropolitano
que, a su vez, proviene de las formas asumidas por la división social y por la división técnica del trabajo, El
peso de la movilidad territorial se hace particularmente gravoso tanto en términos monetarios, como en
términos de tiempo y de costes socio psicológicos, para la gran mayoría de los habitantes de la ciudad que se
sirven de los transportes urbanos. Motivos de protesta colectiva y motivos de descontento encuentran sus
orígenes en estos aspectos de la vida de cada día y constituyen la expresión significativa de un terreno
psicológico de masas al que es fácil acopiar manifestaciones abiertamente conflictivas y violentas en presencia
de un acontecimiento que actúe como factor desencadenante 32. La contradicción de clase sale de las
fábricas y se proyecta sobre el territorio, donde se mezcla con otras contradicciones creando un potencial de
conflicto del que podría nacer un nuevo tipo urbano. Pero no está absolutamente claro que este tipo sea la
ciudad socialista, ni la ciudad democrática reformada; otros tipos como la ciudad burocrática y la ciudad
militar están presentes en forma embrionaria. Hay que convenir con Castells en que la cuestión urbana es
sobre todo una cuestión política, incluso cuando la identificación entre problemas urbanos y proceso social
del consumo colectivo pueda dejar insatisfechos a sus críticos marxistas y no marxistas. Tanto más si el
autor, a veces, cede a ciertas sugestiones apocalípticas: “Universo totalitario que impone ritmos cotidianos,
regido por el poder centralizado de un aparato lejano, Monopolville agudiza al máximo las contradicciones,
destruye todos los esquemas protectores, agrede todos los momentos de la vida cotidiana, hasta tal punto,
que ella se fetichiza y se convierte en una realidad aparentemente independiente de la estructura social, que
oprime a los hombres por medio de un proceso ineluctable” 33. En este punto, es necesario preguntar a la
reflexión sociológica cuál es la incidencia real y la fuerza de cambio de estos movimientos.

A las reivindicaciones “tradicionales” de transformación del modelo de sociedad se añaden las


reivindicaciones “prácticas”, centradas en el problema del consumo colectivo, pero ¿con qué efectos y con
qué perspectivas? El dato más significativo en el plano político parece el de la amplificación de la base social
del reivindicacionismo, junto a un interés objetivo de cambio 34.

El interclasismo generado por este tipo de contradicciones facilita, por parte de los movimientos
sociales, la formación de una alianza anticapítalista activa en un frente muy amplio, sobre la base de la
confluencia de fuerzas sociales heterogéneas. Pero es sin duda difícil -e incorrecto- hacer hipótesis sobre la
futura articulación de la amplia red de movimientos que anima la escena urbana contemporánea a distintos
niveles y con intentos no siempre coincidentes. Una respuesta adecuada a las interrogaciones suscitadas por
esta problemática deberá basarse en un trabajo de investigación sostenido por una perspectiva comparada,
trabajo que las ciencias sociales justo han empezado bastante modestamente, especialmente si se compara
con la suma de recursos investidos en el área de la planificación. El análisis de diversos casos de movilización
urbana efectuado por Castells con referencia a las luchas por la vivienda en la Cité du peuple en París (1970),
a la acción de los comités de barrios en Montreal (1969), al movimiento de acción ecológica en Estados
Unidos (1969) y al movimiento de los Pobladores en Chile (1968-1971) le permite realizar algunas
129
generalizaciones, o mejor, como él mismo escribe, un esbozo de teoría que puede resumirse en una serie de
puntos 35. Las luchas urbanas se relacionan con contradicciones estructuralmente secundarias, que no ponen
directamente en cuestión el modo de producción dominante, ni el poder de la clase dirigente; los
movimientos sociales urbanos constituyen una prueba de la ausencia de una correspondencia directa entre
nivel de contradicciones y nivel de prácticas de lucha. Estos movimientos son estructuralmente secundarios e
inherentes a las relaciones de distribución, y no influyen en las relaciones de producción. Su fuerza como
agentes de cambio político y social está condicionada también por su base interclasista y por su capacidad de
ajustarse a contradicciones y movimientos sociales de otro tipo. Dicho de otro modo, las luchas urbanas
dependen en amplia medida de otras luchas sociales. Esto no significa que este tipo de conflictividad deba
situarse en el área de la práctica política reformista, dado que “una contradicción estructuralmente secundaria
puede ser coyunturalmente principal”. Es decir, que sólo de vez én cuando y caso por caso es posible valorar
la importancia política de un movimiento urbano. No hay que olvidar que en 1968, y no sólo en 1968, en
Francia y en Italia, los movimientos urbanos, aunque sólo episódicos, lograron a menudo poner en discusión
la metodología conflictiva adoptada por el movimiento obrero y las políticas de los partidos que lo
representan.

La fuerza de choque y el potencial de cambio de los movimientos sociales urbanos están


condicionados por elementos internos y externos al proceso conflictivo. Hay que considerar los “agentes”
que intervienen en el proceso y las “formas” que asume el conflicto en su desarrollo concreto. Los objetivos
que se propone el movimiento y el tipo de dirección que su organización le impone son aspectos decisivos.
Cuando la organización intenta ajustar la contradicción urbana específica a las contradicciones sociales más
generales, el movimiento puede convertirse en un agente de cambio; cuando, por el contrario, esta relación
no se efectúa -y esto evidentemente comporta ciertos efectos, y no sólo a nivel ideológico y de motivación a
la participación, sino también a nivel de práctica de acción política-, el movimiento actúa como un
instrumento de racionalización y de participación para la realización de finalidades aceptadas
institucionalmente. Esta diferencia de “efectos” puede explicarse únicamente por medio de la investigación
de las condiciones sociales que hacen que el movimiento opte por una u otra vía. “Pero, en todo caso -insiste
Castells- es en esta interacción entre colocación del juego urbano en la estructura social, colocación del grupo
social en las relaciones de clase y características político-ideológicas de las organizaciones que intervienen,
donde se esconde el secreto final de los movimientos sociales urbanos.” 36.

Sería útil, dentro de la perspectiva preseleccionada, profundizar también en la comparación entre


movimientos sociales urbanos y movimiento obrero. Está claro que no podemos hacer aquí una
comparación adecuada que sólo sería posible con referencia a un análisis histórico, relativo a toda sociedad-
Estado occidental. Sólo nos es posible señalar las posiciones de nuestro autor, que pecan quizá de abstractas,
aunque sean estimulantes en un plano crítico. La esfera de la producción se presenta al obrero con los
caracteres del “reino de la dictadura”; la esfera del consumo, en cambio, es la expresión del dominio de la
“democracia” en el sentido de que se escapa de la “ley del patrón” para ser, sin embargo, dominada por el
capital a través de la mediación política. Según Castells -lo hemos dicho varias veces-, en la fase del
capitalismo monopolista avanzado la ciudad y el consumo colectivo se regulan por medio del aparato del
Estado en conformidad con los intereses generales de la clase (o de las clases) dominantes. La ciudad
neocapitalista se caracteriza por tanto por la hegemonía conjunta y entrelazada de las empresas monopolistas
y con los aparatos del Estado, y una ciudad totalitaria sustituye, o quizá mejor ampara, la dictadura de la
producción por la dictadura del consumo. Este proceso pone en crisis los mecanismos de integración social y
politiza de forma general los problemas urbanos; relaciona las contradicciones y los conflictos con las
relaciones de poder entre las clases y prepara las condiciones para una superación 37. Creemos importante
señalar que, al lado de la clase obrera, otros estratos desarrollan intereses y formas de conciencia política
innovadoras y adecuadas, contrastando las leyes de Monopolville. La historia de las experiencias de
movimiento, en particular de los movimientos sociales urbanos de estos últimos diez años, documenta muy
bien este punto, poniendo en duda aquel presupuesto “científico” de que la leadership de esta acción política
se halla en manos del movimiento obrero 38.

8. Hipótesis alternativas sobre los movimientos sociales urbanos

130
La contribución teórica y de investigación de Castells referente a esta temática es fundamental. Todo
investigador comprometido con este tema no puede prescindir de su contribución. Algunos estudiosos,
como el español Jordi Borja, lo citan casi literalmente; otros, como los italianos Andreina Daolio, Enzo
Mingione y Giuliano Della Pergola, toman una posición crítica sobre algunos puntos específicos adelantados
por Castells, pero lo presentan siempre como la única aportación teórica válida 39. En nuestro ensayo, donde
también nos proponemos hacer comparaciones con el fin de profundizar más en el tema, creemos oportuno
abrir una aparente digresión insertando una síntesis de la contribución de Christopher Pickvance. Pickvance
es el exponente de una posición menos brillante, que se inspira en el pragmatismo, en el sentido de que
intenta una recuperación de enfoques, ideas e hipótesis, aunque no rigurosamente vinculadas a un cuadro
teórico esquemático y unitario, y también en el sentido de que adopta una metodología más comedida y
prudente que se corresponde mejor con una concepción del trabajo científico que debe efectuarse sobre una
realidad fenomenológica in fieri, heterogénea y poco explorada.

Pickvance adopta una premisa que lo distingue de Castells. De hecho, opina que servirse de las
categorías propias del materialismo histórico puede abrir nuevas vías de investigación y de interpretación
sobre los movimientos sociales urbanos, pero, al mismo tiempo, sostiene que el empleo de este enfoque no
debe agotar las perspectivas de análisis sobre el tema y reclama oportunas integraciones 40. Pickvance está de
acuerdo con el hecho de que el estudio de los movimientos sociales urbanos representa un momento de
ruptura en relación a la tradición anglosajona de los estudios sobre participación. Este tipo de estudios se
centraba en la pertenencia asociativa de los individuos a las agrupaciones voluntarias y se preocupaba de
medir el grado de participación comunitaria sin intentar una esmerada definición empírica de las funciones de
la filiación asociativa; forma y recursos de la organización eran los problemas más relevantes. El examen
realizado hasta hoy sobre movimientos sociales urbanos subraya, en cambio, las funciones políticas de la
organización y se preocupa de medir “los efectos urbanos” dependientes de la acción del movimiento.
Pickvance, por su parte, efectúa un análisis secundario de una serie de materiales empíricos sobre los
movimientos urbanos publicados en la revista Espaces et Société y en la literatura anglosajona de los años
setenta. Este atento examen conduce no tanto a un vuelco del enfoque marxista-estructuralista imperante en
el sector, como a una crítica puntual de este enfoque que pone en evidencia las dificultades teóricas.
Veámoslas sintéticamente 41.

Pickvance opina que la atribución de “efectos urbanos” concretos a las acciones de los movimientos es
problemática bajo un doble aspecto, teórico y práctico. El hecho de que a menudo el investigador esté
implicado en el mo vimiento -o tenga por lo menos una mayor accesibilidad a la información- le induce a no
valorar la influencia de la acción de las autoridades y a sobrevalorar la del movimiento. A esta
sobrevaloración se llega también a través de la aplicación acrítica del axioma marxista según el cual el Estado
y las autoridades locales no consentirán aquellos cambios que amenacen la estabilidad del modo de
producción dominante y según el cual, de todos modos, estas concesiones se efectuarán sólo gracias a la
presión de los movimientos. Se trata de hipótesis discutibles que requieren un examen menos expeditivo que
el realizado por los marxistas, referente a la relación entre Estado, movimientos urbanos y problemas del
territorio.

Los estudios empíricos disponibles convergen en el siguiente dato: los cambios concretos, provocados
por los movimientos, son de relativa entidad. Tampoco se puede negar que las instituciones gubernativas
constituyan una fuente de cambios “menores” y de efectos urbanos análogos a los realizados por medio de
las reivindicaciones de los movimientos. Se hace imprescindible -aunque no sea fácil superar las resistencias y
la desconfianza por parte de los servicios públicos- el estudio de los procesos de formación de las políticas
territoriales en el interior de los entes encargados de esta tarea. De este modo, atendiendo a determinar el
grado de autonomía de las autoridades administrativas en la elaboración de estas políticas, se podrá valorar de
forma adecuada el peso real de los movimientos y del Estado en el cambio urbano. Además, debemos señalar
los límites de un modelo interpretativo del cambio de tipo “pasivo”, es decir, un esquema simplificador
según el cual el gobierno y las autoridades locales se adaptan a menudo a las presiones externas de los
movimientos, ofreciendo respuestas operativas, in toto o en parte, conformes. Una atribución que pruebe
científicamente los efectos urbanos de los movimientos, debe valorar comparativamente también los
procesos activos en el “sector autoridad” (conflictos de competencia, divergencias políticas entre los
131
funcionarios, etc.), las presiones que provienen de las autoridades centrales y de otros agentes urbanos como
los propietarios y las sociedades inmobiliarias.

Los estructuralistas, además, exaltan el papel de la movilización popular, el recurso a la acción directa y
también a la “demostración violenta”, concebidos como prerrequisitos indispensables para la obtención de
efectos urbanos. Olvidan totalmente el potencial de cambio relacionado con los instrumentos institucionales
disponibles (votaciones en las sedes del gobierno local, peticiones, demostraciones autorizadas, acciones de
los partidos reconocidos oficialmente). Pickvance se pregunta si la movilización representa realmente la única
chance para la solución eficaz de los problemas urbanos. Algunos casos de movilización presentados por
José Olives en el estudio sobre dieciséis movimientos activos contra la renovación de la Cité de Aliarte
(París) y otros estudios efectuados recientemente en Inglaterra 42 demuestran que se pueden lograr
resultados concretos por ambos medios. La movilización es sin duda alguna un agente importante para el
cambio, pero la evidencia empírica nos dice que también la acción institucional es operativa. No se justifica la
negligencia en el estudio de este tipo de acción.

El enfoque marxista concibe las organizaciones del movimiento como sede de análisis de las
contradicciones y de decisión de la acción consiguiente, pero no se detiene en el examen sobre la
organización considerada por sí misma.

El “éxito” de un movimiento social urbano dependería del tipo de objetivo prefijado, de cómo la base
social, interesada por la contradicción, se transforma en fuerza políticamente activa (en general, por medio de
la institución de una organización “revolucionaria” que en la mayoría de los casos es “externa” a la situación
específica). La movilización de la base social constituye la verdadera fuente del cambio, mientras que el
sistema organizativo es simplemente un elemento superestructural. Pickvance opone que el estudio de las
modalidades y de los recursos organizativos constituye una fase imprescindible para el estudio de las
condiciones de cambio político, dependientes de la intervención de los movimientos sociales urbanos. El
estudio de los “recursos” organizativos, junto con la reconstrucción de las modalidades de vinculación -
verticales y horizontales- del movimiento en relación con las demás organizaciones políticas y/o con la
entera comunidad, es esencial para comprender las posibilidades de supervivencia, de incidencia y de éxito o,
al revés, para interpretar su inconsistencia operativa y sus fracasos. Sin embargo, los que se preocupan de la
protesta urbana deberían dar sobre todo respuesta a una interrogación: ¿de qué manera una determinada
población, implicada en las contradicciones de la vida ciudadana, llega a movilizarse? Dicho de otro modo,
¿de qué manera la base social se transforma en fuerza social? 43. Pickvance observa que el análisis de los
investigadores marxistas es deficiente incluso bajo este aspecto. De hecho, la base social se manifiesta
exclusivamente en términos de estructura “demográfica”: en la mayoría de los casos la referencia adoptada
atañe a la pertenencia de clase, étnica, territorial y similares, de los individuos implicados en el movimiento,
sin tener en cuenta también la estructura social de esta población, es decir, el sistema de relaciones sociales
que la caracteriza y relaciona a los individuos entre sí. Grupos organizados, instituciones, relaciones
informales concurren en la formación de la estructura interactiva de una base social. El grado de densidad
organizativa en una población local influye en medida relevante sobre la movilización en cuanto, obviamente,
los vínculos sociales y de participación forman un tejido importante tanto para la comunicación, como para
el desarrollo de las actividades del movimiento. Es por tanto preciso colmar esta laguna y estudiar a fondo la
estructura social, como carácter distintivo y fundamental de la base social y de su potencial dinámica.

Otra omisión importante es la de las value-orientations de la base social, carácter que se ha de


investigar independientemente de la estructura de clase del movimiento. Las orientaciones de valor
importantes son naturalmente las que basan las motivaciones en la participación y en la protesta. En los
materiales que podemos encontrar, relacionados casi exclusivamente con los movimientos para la vivienda,
se pone de manifiesto una clara distinción entre las motivaciones de los militantes que responden a una
posición ideológica y política definida y global (tales como, por ejemplo, las que se expresaban en el lema
“tomemos la ciudad” de lotta continua) y las motivaciones aideológicas, económicamente coyunturales, de
una fracción importante de los ocupantes que toman una vivienda porque no la poseen. Esta segunda
categoría no volverá a movilizarse una vez satisfecha de alguna manera aquella necesidad. Se pueden así
explicar las fragmentaciones de grupo y sus incertidumbres de comportamiento, la duración limitada en el
132
tiempo y el diferente papel de los leaders promotores (en la mayoría de los casos “profesionales” de la
protesta) y de las masas (cuyos miembros, sin embargo, pueden adquirir gracias al movimiento una nueva
conciencia política).

Pickvance, por su parte, observa que la aplicación de una metodología marxista a estos temas, propios
del cambio social urbano, va acompañada del desinterés de los estudiosos por los problemas de la “toma de
conciencia”. De aquí deriva la insuficiencia sociológica de las explicaciones de cómo se forma una fuerza
social de reivindicación y de cómo se provoca la movilización. Un sistema de valores, compartido por las
distintas zonas que componen la ciudad, en el que se acepta que el universo urbano se traduce en
jerarquización de los modos de vida y de vivienda; o bien, la identidad étnica y cultural; o asimismo la
homogeneidad ideológica entre actores que asumen los papeles que deberían, en cambio, conducir al
conflicto (por ejemplo, propietarios e inquilinos), pueden impedir el nacimiento de la reivindicación en un
conjunto social de tipo housingclass 44, es decir, no permiten la transformación de una base social en una
fuerza social, aun cuando subsistan las condiciones objetivas y subjetivas (por ejemplo, movimientos activos
en otros barrios de la misma ciudad) más idóneas en esta dirección.

Conclusiones

1. La ciudad, considerada sociológicamente, es algo más, algo distinto de un simple escenario


indiferente a la dinámica social que allí se desarrolla. La ciudad es espacio social; es una forma de
organización de la sociedad que, tendencia[ mente, evita el condicionamiento del elemento territorial. La
ciudad adquiere el valor de una componente fundamental de la estructura social global; es una variable del
sistema social que ordena de forma culturalmente específica la estructura; influye en las modalidades de
funcionamiento y en el tipo de cambio. La ciudad es aglomeración, esto es, densidad de población, de
objetos producidos y de símbolos. Este carácter condiciona la interacción de los individuos y de los grupos
que viven en ella, acentuándola, quizá, hasta un grado máximo. En ciertos períodos históricos una sociedad
madura sus potencialidades de civilización gracias a la ciudad, pero, al mismo tiempo, a causa de la ciudad los
procesos de ruptura social llegan hasta los límites más extremos. La dirección de cambio que la ciudad
imprime a la estructura social es por tanto ambivalente. Sin embargo, esto no autoriza la desvalorización de la
incidencia de la dimensión urbana en el sistema social; es más, esto no permite afirmar que la ciudad acumula y
estratifica la experiencia cultural de las distintas épocas de una sociedad y parece contener en sí misma tanto los elementos útiles
para superar las fases criticas, como los factores que detienen los desarrollos aparentemente más arriesgados.

La ciudad es reunión y concentración de hombres, de recursos materiales y de instituciones, y su


finalidad, históricamente definida, es la de satisfacer tanto las necesidades colectivas surgidas en su interior,
como las que suscita en el exterior; su carácter poiifuncional así lo demuestra. Bajo este aspecto se observa
una convergencia de interpretaciones en los diferentes enfoques sociológicos examinados más arriba. El
carácter de centralidad de la ciudad se revíste de contenidos heterogéneos: religiosos, políticos y económicos,
que a menudo coexisten pero en una relación recíproca que varía dentro de la historia urbana de las distintas
sociedades. Las instituciones que traducen en la práctica social estos aspectos esenciales de la organización
urbana sufren modificaciones importantes y, además, conquistan o pierden posiciones de dominio en la
estructura social globalmente considerada. Según este punto de vista, se puede leer la rica y fascinante
tipología urbana que encontramos en nuestra historia a partir de la villa medieval hasta llegar a la metrópoli
capitalista, así como los esfuerzos interpretativos de muchos estudiosos, dirigidos .a menudo a reconducir, un
poco forzadamente, hacia categorías omnicomprensivas (y un poco vagas), como industrialización y
modernización, un proceso histórico complejo y articulado como el desarrollo urbano occidental.

Afrontar el problema de una teoría de la ciudad por medio de la reflexión sobre sus funciones parece,
sin embargo, un esfuerzo poco satisfactorio. Este

intento se reduce a menudo a una simple clasificación más que a una verdadera explicación, o, en la
mejor de las hipótesis, se presenta bajo forma de un estudio, más o menos sofisticado, de las actividades
económicas efectuadas en el contexto ciudadano y de sus efectos sobre el comportamiento social. Esto
sucede porque dicho planteamiento exalta acríticamente el proceso de industrialización como variable
133
explicativa crucial de la que depende toda la vida urbana. En cambio, la conocida hipótesis de Henri Lefebvre
sobre la generalización de la sociedad urbana adquiere una mayor densidad interpretativa. “La ciudad entera
se hace urbana. El proceso dialéctico es el siguiente: la ciudad - su negación por parte de la industrialización -
su restitución a una escala mucho más amplia, la de la sociedad entera.” 1.¿Es que entonces la ciudad realiza,
como función general y típica de nuestra era, la metamorfosis de lo social a lo urbano? ¿Cuáles pueden ser los
aspectos políticos de este cambio? ¿Se trata de un recorrido lineal, con salidas seguras, o se trata de un
proceso de múltiples posibilidades, algunas incompatibles entre sí?

2. Otra dirección fecunda, bajo el aspecto interpretativo, puede encontrarse en el estudio de las
instituciones y de la cultura urbana. Hay quien ve en la definición cultural de la ciudad hasta la posibilidad de
emprender un discurso interpretativo que traspasa la especificidad histórica de los tipos urbanos. “No es
extraño si la ciudad aparece como el lugar de la cultura "elaborada", la de los privilegiados. Es suficiente
referirse a las funciones urbanas y a la composición de la sociedad. Los comportamientos deben todavía
insertarse en el tejido social y en el conjunto de las instituciones, en vez de ser confrontados con los simples
efectos mecánicos del número y de la aglomeración. La religión, en su intento de superar el ámbito del culto
familiar, la enseñanza, los espectáculos y los juegos no escapan a las reglas de la centralidad. Estas
“categorías” culturales quedaron confundidas, o estrechamente relacionadas, durante largo tiempo. Pero sería
inútil establecer aquí una división precisa entre lo que es preindustrial lo que es industrial. Es precisamente
en esta relación cultura-instituciones donde se puede evidenciar un aspecto de continuidad, aunque de una
época a otra, de una sociedad a otra, el contenido ideológico y la realidad social han cambiado mucho. Estas
instituciones se aprovechan de su duración; la alimentan continuamente, incluso cuando sólo mantienen un
rito o ciertas prácticas formales. Por consiguiente, alimentan y modelan la vida urbana; en la inercia del
modelo urbano, constituyen un factor que no debe descuidarse” 2.

La cultura urbana es cultura local y cultura de masas, o, mejor dicho, es transición de una forma
cultural a otra. La cultura local en la ciudad industrial se identifica con frecuencia con la denominada cultura
de la pobreza, cuya finalidad es la socialización de los neoinmigrados y de la población campesina, en la
primera fase de su llegada a la ciudad. A esta cultura corresponde una experiencia de vida típica, la de las
áreas naturales estudiadas por los ecólogos urbanos que, sin embargo, debe examinarse dentro de una
perspectiva crítica como efecto de un proceso de segregación social que margina a las clases inferiores y
“peligrosas”. La invención del concepto de área natural sugiere, de todos modos, una dirección de
investigación que sigue siendo estimulante, según la cual la ciudad puede estudiarse no sólo como
organización global, dotada de una fuerza condicionante homogénea para sus habitantes, sino también a
través del filtro empírico de las subcomunidades que la componen y en cuyo ámbito se estratificó su historia
“natural”. La utilidad de una referencia a este concepto y su uso para finalidades de investigación parecen
plausibles, a pesar de las perplejidades avanzadas por aquellos estudiosos que sostienen su incongruencia,
después de haber constatado la progresiva atenuación del carácter heterogéneo de la cultura urbana que los
ecólogos y Wirth, particularmente, proponían como elemento fundamental de la definición de ciudad.

Aquella afirmación, duramente criticada, de que el orden moral de la ciudad es en último término la
expresión de un orden ecológico suena hoy, en la barbarie que afecta a la metrópoli moderna, menos herética
que antes. Esto, sin mbargo, no autoriza una desvalorización de la cultura y de las instituciones como factor
explicativo de la dinámica urbana contemporánea y por tanto como objeto privilegiado de teoría sociológica.
En este sentido resulta esquemática e impresentable la posición de aquellos autores que consideran que la
cultura urbana no es un concepto sino un mito, a través del cual se puede reconstruir, de forma
ideológicamente orientada y por ello no científica, la historia de la humanidad. La sociología de la ciudad,
basada en la cultura urbana, se superpone a una ideología de la modernidad que, bajo un perfil etnocéntrico,
puede asimilarse a la cristalización de las formas sociales del capitalismo liberal 3. hemos insistido sobre la
pobreza interpretativa de esta perspectiva. La identificación simplificadora de la cultura urbana con la acción
de manipulación y de control social de una clase dominante, en mezquina defensa de sus intereses, resulta
sociológicamente inaceptable. Esta interpretación omite las múltiples formas en las que se manifiesta la
cultura urbana y exalta una interpretación totalmente economista del fenómeno ciudad.

134
El examen de la historia del desarrollo urbano occidental presta fuerza la interpretación del cambio
social como cambio donde concurren una multiplicidad de factores y de sujetos dentro de un contexto social
diferente en las distintas sociedades-Estado o en las aglomeraciones de nivel superior, unificadas sobre la
base de afinidades político-culturales. En la estructura social pueden ocupar una posición preeminente tanto
la economía, como la política, o la religión para la realización de objetivos que la historia de la civilización ha
trazado de manera no definitiva, con la actuación de una serie de posibilidades entre las muchas existentes y
confluyentes.

3. La metrópoli contemporánea fluctúa entre dos tendencias que se confrontan cotidianamente y que le
confieren dos rostros. Uno aparente, muy visible, de mecanismo funcional y funcionante, que intenta
organizar el ritmo de vida de la masa de sus habitantes; el otro que se revela de forma imprevista, pero que en
los últimos años se manifiesta con más frecuencia, es el rostro de la crisis social, de la protesta violenta y del
rechazo del modelo urbano funcional, cuyas tensiones ya no se pueden resolver a través de los
procedimientos que regulan de forma institucional el conflicto social. Dos realidades que antes convivían, sin
fricciones desestabilizadoras, hoy día se enfrentan cada vez más directamente. Pero también es cierto, y la
investigación sociológica lo documenta muy bien, que el modelo funcional es aceptado en amplia medida por
la opinión colectiva como respuesta todavía históricamente válida a las exigencias de la organización social.

Por un lado, actúa la realidad de una organización social compleja, aceptada sobre la base de un sistema
instítucíonal que se relaciona con cierto tipo de desarrollo económico y, por consiguiente, con cierto
ordenamiento del territorio; por otro lado, emerge una realidad en movimiento, todavía periférica, pero
dirigida, de manera no necesariamente consciente, a alcanzar una nueva y rápida refundacíón ínstitucional de
lo urbano a cualquier coste. Es importante señalar que a la evolución de las necesidades dependiente de la evolución
tecnológica, del crecimiento del nivel de renta, del aumento del nivel de instrucción de masas, corresponde una mayor demanda de
participación. Una demanda que, sin embargo, no encuentra salidas concretas dentro de los canales institucionales disponibles,
que tienden a salvaguardar el “viejo” modelo urbano y que poseen poca capacidad de adaptación política para las nuevas
instancias.

Como consecuencia, dos lógicas políticas distintas y cada vez más distantes se enfrentan en este
campo. La primera es la lógica que preside los intereses del aparato productivo capitalista y que defiende una
organización de vida colectiva conforme, basándose también en la convicción de que la ciudad no está
todavía capacitada para dar una respuesta seria a sus problemas si ha de acudir a otros modelos no
experimentados e indefinidos. La segunda lógica, ímputada a las masas urbanas períféricas, intenta proteger la
debida satisfacción de amplias necesidades en evolución, en particular en el sector de los denominados
consumos colectivos, es decir, vivienda, transporte y servicios públicos en general. El difícil funcionamiento
de este sector económico tiene reflejos cruciales, en el aspecto político y social, para el orden urbano. Los
débiles recursos disponibles para las intervenciones orgánicas en este sector, las divergencias de intereses
entre los grupos activos en esta área, el retraso y la indiferencia frente a la adopción de medidas políticas y
administrativas que deberían prevenir los efectos de ruptura de un crecimiento urbano rápido y anormal
constituyen algunos de los elementos que fomentan la reivindicación colectiva, hecho político “nuevo”,
endémico en realidad de la vida de la ciudad moderna. Se generalizan así en el territorio los movimientos
sociales urbanos, con su carácter errático, imprevisible, multiforme. El espacio que cubre la reflexión
sociológica y la búsqueda en el campo de esta temática de gran actualidad no es muy amplio, y no permite, al
menos por ahora, distinguir las componentes científicas de las ideológicas. A esto concurre el carácter
explosivo de los estudios emprendidos hasta ahora y, todavía en mayor medida, los diferentes enfoques por
parte de los investigadores de la cuestión de la función de las ciencias sociales frente a los problemas
contemporáneos.

La sociología de la ciudad cumplirá, y no poco, con su función si llega a poner a punto los mecanismos
sujetos a las experiencias de vida cotidiana en la periferia y en los barrios residenciales, experiencias que se
traducen en una adaptación mal tolerada a un tipo de hábitat socialmente pobre y culturalmente disgregador.
Estos estudios, que podrán realizarse con la ayuda de disciplinas hermanas, deben conducir a la invención de
modelos de uso de los espacios urbanos productivos, residenciales y de tiempo libre que traspasen los
métodos estandarizados y obsoletos de nuestras ciudades para facilitar las manifestaciones de autonomía de
135
sus usuarios, el crecimiento de la esfera pública y la protección de una prívacy libre y creadora. Este proyecto
puede configurarse fuera del esquematismo de la hipótesis conflictiva clasista que no sugiere un proyecto
urbano alternativo y que, por lo menos hasta ahora, no parece capaz de transformarse en beneficio de los
intereses de la colectividad urbana. No se trata, en esencia, de proponer un reformismo utópico, sino más
bien de formular una invitación a los estudiosos para que investiguen la realidad urbana, volviendo a poner
en discusión sus hipótesis y sus instrumentaciones para liberarlas de las escorias del dogmatismo y de las
servidumbres de las teorías que, frente a los hechos y al tiempo, parecen poco idóneas para la orientación
política en la ciudad moderna.

4. Por lo que se refiere al incierto proyecto teórico sobre la ciudad, realizado por la sociología, sólo es
posible trazar algunos puntos orientadores. Uno de estos puntos afirma que la ciudad no se puede definir y
menos aún explicar con la ciudad. De hecho, la sociología insiste en la necesidad de interpretar la
fenomenología urbana más allá del ordenamiento espacial que la contiene. Población, cultura, estratificación
social, producción y tecnología constituyen algunas de las variables cruciales que deben tomarse en
consideración, dentro de su interdependencia y de los efectos que provocan en el territorio. Pero, al mismo
tiempo, representan también objetos y campos de estudio específicos que es preciso añadir al campo más
particularmente territorial. Los límites de una teoría general de la ciudad dependen, quizá necesariamente, del
tímido intento de integrar los estudios relativos a estos sectores distintos, pero íntimamente relacionados
entre sí.

Los caracteres cuantitativos y cualitativos propios de la ciudad varían en el tiempo y de una sociedad a
otra. Las interpretaciones sociológicas se relacionan a menudo con contextos específicos y con tipos urbanos
históricamente definidos. Según la enseñanza weberiana, el estudio comparativo transnacional es
particularmente fructífero, puesto que encuentra numerosos cultivadores, especialmente dentro de aquel
campo urbano, en varios aspectos tendencialmente homogéneo, que se puede definir como la ciudad
occidental moderna. Por ejemplo, el estudio del proceso de urbanización demuestra cómo en el interior de
esta área, que comprende a los países industrialmente avanzados, se está desarrollando una evolución de la
tendencia a la concentración que modifica el cuadro morfológico y sociológico donde se desarrolla en
concreto la vida de la población urbana. A este propósito, los datos demográficos proporcionan los
elementos indispensables para un enfoque correcto de la teoría sociológica. Desde la posguerra hasta los
años setenta, las pequeñas y medianas ciudades, englobadas en un tejido metropolitano, manifiestan un
consistente crecimiento frente a la “decadencia” de la ciudad central, polo originario del proceso de
expansión y, de cualquier modo, siempre centro directivo de este nuevo ordenamiento territorial. Los modos
de producción y los estilos de hábitat, típicos de las sociedades industrializadas, de Estados Unidos a
Alemania, transforman la urbanización de movimiento centrípeto en dirección a la gran ciudad en proceso de
dispersión de las residencias y de las actividades productivas hacia unidades urbanas más aptas para asumir
las funciones de la vida cotidiana de masas consistentes. La matriz económica y cultural de este proceso
social y territorial -que en el caso de la sociedad italiana produce el fenómeno del denominado campo urbani-
zado- es siempre la gran ciudad, y en relación a ella se desarrollan varias formas de dependencia. El carácter
de centralidad se mantiene, renovándose y atenuando los peligros disgregadores de la congestión que ella
misma desencadena. Sin embargo, este proceso comporta ciertas reestructuraciones de todo el sistema social;
baste pensar en la configuración, probablemente irreversible, que la relación ciudad-campo adopta en estas
sociedades.

5. La crisis urbana contemporánea, crisis económica y crisis política, detiene en muchos países la
espiral de expansión y de influencia, aparentemente sin fin, de la ciudad capitalista. La crisis suscita sobre
todo aquellos problemas que, probablemente, se podrían resolver poniendo en marcha ciertas formas de
cooperación y redescubriendo aquellas solidaridades que parecían apagadas para siempre, frenadas y
desalentadas por la ciudad en cuanto ciudad masificada.

El análisis sociológico registra, como ya hemos visto, una significativa convergencia entre teorías
diferentes que valoran la ciudad como sede de cambio social en sentido positivo. La matriz de pensamiento
culturalista del enfoque weberiano y la matriz marxista concuerdan en señalar a la ciudad como factor de
progreso civil y político. En particular, el enfoque culturalista subraya que los valores de ciudadanía y la vida
136
política racional encuentran su origen en la ciudad occidental y sostiene que, gracias al efecto ciudad y a la
difusión de la dimensión urbana de la sociedad a escala transnacional, se asiste a un proceso de unidad
tendencial de la civilización. Desde puntos de vista diversos y con peculiares y conocidos objetivos políticos,
los autores marxistas llegan a la misma conclusión. Piénsese en la tesis lefebvriana: la sociedad industrial
sucumbe a la urbanización que ella misma alentó; estamos viviendo una fase de transición que desembocará
en una nueva era, la era urbana que representa el fin de la historia y la época del dominio de la libertad. Sin
embargo, desde hace algún tiempo se desliza una sombra sobre esta sólida y vieja hipótesis. Las
observaciones empíricas más recientes anulan las viejas esperanzas, transforman los proyectos de revolución
en diagnosis de involución. Los límites culturales, los retrasos de los políticos y de los intelectuales que
trabajan profesionalmente en los problemas de la ciudad y del territorio no contribuyen ciertamente a atenuar
las perplejidades y a deshacer los nudos de la cuestión. Contradicciones y problemas que hasta hace pocos
años se concebían como un estímulo para elaborar nuevas ideas y nuevas fórmulas para una sociedad mejor
adquieren hoy un carácter fuertemente ineluctable. Hasta el punto de que, incluso para la sociedad de
carácter urbano relativamente reciente, parece razonable pensar en la urgencia de nuevas formas de
organización social, sustitutivas y paralelas a las de la ciudad, para liberar aquel potencial de cambio para lo
mejor que todavía podemos ofrecer al futuro.

Los más sagaces ecólogos urbanos suscitaban la cuestión de la relación con la política para resolver el
problema de la comunicación social y de un consenso democrático consciente, frente a un fenómeno urbano
que denunciaba síntomas preocupantes de desorganización. Hoy, los sociólogos de la ciudad, con la
responsabilidad de quien juega el papel de intelectual, de educador, de consejero del “rey” -papel humilde o
importante, en su incidencia efectiva-, deben trabajar teniendo presente un dilema que prevé respuestas en
términos de alternativas irreductibles: la supervivencia o la disolución; la ciudad como sociedad democrática y
emancipadora o la ciudad como prisión de la civilización y como lugar de empobrecimiento de la humanidad.
El dilema reclama una nueva relación entre teoría, investigación y praxis política, una atenta y constante
reflexión sobre la función del sociólogo urbano y, quizá, más en general, de la sociología. En este sentido,
cobra importancia la elaboración de una teoría de lo urbano, y una nueva lectura de las contribuciones
disponibles puede ser algo más que un mero experimento académico.

137
Notas

I. Max Weber y la sociología de la ciudad

1. Esta opinión es la de L. Wirth en su famoso ensayo "Urbanism as a Way of Life", en American


Journal of Sociology, XLIV (1938), n. 1, p. 8. En cambio, R. Konig es de la opinión contraria, aunque
reconozca el mérito multidimensional de la teoría weberiana (The Community, traducción inglesa, Londres,
Routledge & Kegan, 1968, p. 86). Este autor sostiene que la tipología de la ciudad de Weber "omite una
efectiva (?) dimensión sociológica", pero no desarrolla esta observación poco convincente.

2. Por lo que se refiere al contenido "utópico" del tipo ideal weberiano y a su relación con la realidad
empírica, confróntese con P. Rossi, Lo storicismo tedesco contemporaneo, Turín, Einaudi, 1956, pp. 327 y
ss. Algunos comentadores, demasiado apre surados, critican el pensamiento weberiano sobre la ciudad
precisamente porque desemboca en definiciones ideal-típicas: véase la reseña de P. Gentile para la primera
versión italiana de Die Stadt, publicada en 11 Mondo, 7 de junio de 1950, y la reseña de A. J. Reiss Jr. para la
traducción inglesa, en American Sociological Review, XXIV (1959), n. 2, pp. 267 y 268.

3. Véase R. Bendix, Max Weber. An Intellectual Portrait, Heinemann, Londres, 1960, p. 92. Bendix
subraya la importancia de este ensayo en relación con los escritos sobre protestantismo; véase ibídem, cap.
III, par. D: Ethics of Trade and the Medioeval City, pp. 91 a 99.

4. Nos referiremos siempre a la versión italiana: Economía e societá, Comunitá, Milán, 1961, vol. II,
pp. 541 a 680. La primera versión italiana data de 1950: La cittá, Bompiani, Milán. [Nota del Editor: Las
notas hacen referencia a la versión castellana de Max Weber: Economía y Sociedad. Esbozo de sociología
comprensiva, México, Fondo de Cultura Económica, 1964. La parte correspondiente a Die Stadt forma el
Apartado VIII del Título IX de la segunda partecon el título "La dominación no legítima (Tipología de la
ciudad)", F.C.E., México, pp. 938 a 1046.]

5. Aquí se utilizará la versión inglesa, General Economic History, Collier Books, Nueva York, 1961
(1.1 ed. inglesa, 1927); especialmente el cap. 28, Citizenship, pp. 233 a 249. [N. E.: Las notas hacen referencia
a la versión castellana: Historia Económica General, F.C.E., México, 1942, 331 pp.]

6. Algunos ensayos recientes ponen todavía en evidencia la importancia de estos textos para la
comprensión general de la obra weberiana. Además del ya citado comentario de R. Bendix, véase J. Freund,
"La villa selon Max Weber", en Espaces et Sociétés, noviembre de 1975, n. 16, pp. 47 a 61, y la interesante
interpretación de M. E. Spencer, "History and Sociology: An Analysis of Weber's "The City"", en Sociology,
11 (1977), n. 3, 1977, pp. 507 a 525. M. Spencer insiste en la peculiaridad epistemológica de Die Stadt en el
conjunto de la obra weberiana. Asociando a los habituales paradigmas

"sociológicos paradigmas más intuitivos, integrados en una interpretación general del desarrollo social
cercana a la del historiador, el ensayo de Weber ofrecería, según el autor, un ejemplo excepcional de síntesis
entre sociología e historia. La presentación de los fenómenos históricos como únicas aglomeraciones de
factores y relaciones causales, interpretada como un perpetuo volver weberiano a los "paradigmas
históricos", podría incluso refutar el esfuerzo de sistematización teórica contenida en el resto de la obra
(véase especialmente pp. 522 y 523).

7. Economía y Sociedad, cit., p. 938 (c.m.).

8. Véase D. Martindale, "The Theory of the City", en Community Character & Civilization, The Free
Press of Glencoe, Nueva York, 1963, pp. 155 a 158. Este autor desarrolla una interesante comparación entre
la aportación simmeliana y la teoría de Weber y llega a la conclusión de que la teoría de Simmel, al reducirse a
una clasificación de los aspectos formales de la interacción social, puede fácilmente englobarse en la teoría
weberiana, preocupada sobre todo de ofrecer una interpretación de la acción social en términos causales y de
sociología "comprensiva".
138
9. Nótese que esta teoría será continuada por L. Wirth en su ensayo Urbanism as a Way of Life, cit.

10. Véase Economía y sociedad, cit., p. 293.

11. Nótese que Weber, a este propósito, aparece como un genial anticipador de hipótesis desarrolladas
en recientes análisis teórico-empíricos sobre la ciudad occidental. Compárese, por ejemplo, por lo que se
refiere al tema del vecindario, con L. Cavalli, La cittá divisa. Sociología del consenso e del conflitto in
ambiente urbano, Gíuffré, Milán, 1978 (n.e.), especialmente pp. 9 a 13 y 59 a 88.

12. Véase también J. Beshers, Urban Social Structure, The Free Press of Glencoe, Nueva York, 1962,
pp. 64 a 66, y G. Sjoberg, The Preindustrial City, The Free Press, Nueva York, 1965, especialmente p. 344.

13. Economía y sociedad, cit. p. 939; Historia Económica General, cit., p. 205. Por lo que se refiere a
esta parte, véase también G. Martinotti, "Introduzione" en Cittá e analisi sociologica, Marsiglio, Padua, 1968,
pp. 29 a 37.

14. Véase el cap. VI de la segunda parte en Economía y sociedad, cit., pp. 493 y ss.: "Mercado";
Winckelmann indica que el capítulo no está acabado.

15. "Un oikos es, en sentido técnico [...] la gran hacienda doméstica, autoritariamente dirigida, de un
príncipe, señor territorial, patricio, cuyo motivo último no reside en la adquisición capitalista de dinero, sino
en la cobertura natural y organizada de las necesidades del señor. Para ello puede servirse de todos los
medios en amplísima medida, sin descuidar el cambio con el exterior"; véase Economía y sociedad, cit., p.
311.

16. Economía y sociedad, cit., cap. II, par. 8, "Situación de mercado, comerciabilidad, libertad de
mercado, regulación de mercado", especialmente p. 62.

17. La ciudad-principado es un asentamiento urbano que obtiene su propia renta por medio de una
producción casi exclusiva para la corte del príncipe; véase Economía y sociedad, cit., p. 939.

18. Economía y sociedad, cit., p. 494: "El mercado, en plena contraposición a todas las otras
comunidades que siempre presuponen confraternización personal y normalmente parentesco de sangre, es,
en sus raíces, extraño a toda confraternización".

19. Véase H. P. Bahrdt, Lineamenti di sociología della cittá (1961), Marsilio, Padua, 1966, p. 50.

20. Ibídem, p. 51.

21. Economía y sociedad, cit., p. 496 (c.m.): "El estado de libre competencia... perdura hasta que lo
sustituyen otros monopolios capitalistas, conquistados en el mercado por el poder de la propiedad. Los
monopolios de cualquier tipo cierran el mercado. "... Los monopolios estamentales excluyen -mediante
limitación bien de la posibilidad de venta en general, bien de las condiciones de venta permitidas- el I
mecanismo de mercado con su regateo y, sobre todo, con su cálculo racional. Por

el contrario, los monopolios condicionados sólo por el poder de la propiedad descansan... sobre una
política monopólica racional y, por consiguiente, en una dominación del mercado que acaso continúe
formalmente libre por medio de un cálculo dirigido racionalmente."

22. El punto queda de manifiesto taxativamente por M. E. Spencer, History and Sociology: An
Analysis of Weber's "The City, cit., particularmente p. 520.

139
23. También J. Freund hace notar que la concepción weberiana de "independencia del político" será
replicada firmemente. En el fragmento conclusivo de este ensayo sobre la ciudad cita a propósito al mismo
Weber: "no existen muchas formas distintas de técnicas administrativas para la reglamentación de los
conflictos sociales en el seno de una ciudad; por ello las similitudes en las formas administrativas y políticas
(entre tipos urbanos históricamente distantes) no deben interpretarse como superestructuras idénticas entre
sí, derivadas de análogos fundamentos económicos, sino según una ley propia, véase La vílle selon Max
Weber, cit. pp. 60 y 61.

24. Véase los varios subtipos descritos por Weber en Economía y sociedad, cit., pp. 941 y 942.

25. Ibídem, p. 942: "surgen centros como la city o bien, más a menudo, barrios urbanos constituidos
exclusivamente, o casi, por edificios comerciales.

26. Ibídem, p. 946.

27. Ibídem, p. 949 (c.m.).

28. Ibídem, p. 950.

29. Ibídem, p. 962.

30. Para un examen de las investigaciones weberianas sobre las antiguas religiones orientales, véase: L.
Cavalli, Max Weber: relígione e societá, II Mulino, Bolonia, 1968, pp. 239 a 271 (cap. II, Confucianesimo e
taoísmo), y pp. 291 a 327 (cap. IV, India); y del mismo autor, 11 mutamento sociale, II Mulino, Bolonia,
1970, pp. 356 a 364; R. Bendix, op. cit., pp. 117 a 211.

31. E. Balazs, Les villes chinoises. Histoire des Instítutions Administratives et Judiciaires (1954), ahora
en Chinese Civilization and Bureaucracy, Yale University Press, New Haven, 1964, pp. 66 a 78. Sobre los
orígenes de la ciudad en China, véase G. Sjoberg,

The Preindustrial City, cit., pp. 43 a 45, y W. Eberhard, "The Chinese City in The PreIndustrial
Period", en Economic Development and Cultural Change, IV (1956), n. 3, pp. 253 a 268.

32. E. Balazs, op. cit., pp. 68 a 70, ofrece una viva y documentadísima descripción en la que explica
cómo el poder imperial ahogó la autonomía ciudadana, reglamentando toda manifestación de la vida
cotidiana de los habitantes.

33. M. Weber, "Confucianesimo e Taoismo" (1915), en Sociología delle religioni, por C. Sebastiani,
Turín, Utet, 1976, vol. I, cap. I, par. 2: Cittá e gilde, p. 386. 34. Ibídem, cit., p. 390; véase también los datos
que señalamos en la nota b. Estudios más recientes y documentados, como la cita de Eberhard (véase pp.
256 a 258), confirman la existencia de este proceso de urbanización forzada

35. Confucianesimo e taoísmo, cit., pp. 391 y 392.

36. Economía y sociedad, cit., p. 951 (c.m.). Por lo que se refiere a las corporaciones y a la ausencia del
concepto de ciudadano en China, véase también Historia Económica General, cit., pp. 202 y ss. y p. 233.

37. Confucianesimo e taoismo, cit., p. 394; Eberhard, op. cit., pp. 266 y 267; Balazs, op. cit., p. 70.

38. Balazs, op. cit., p. 70, subraya la intuición pionera de Weber que identificaba a la ciudad con los
mandarines y, por tanto, con la falta de autogobierno, mientras que hallaba en el pequeño pueblo la única
sede de autonomía política; se trata de una investigación que continuarán otros sinólogos contemporáneos;
véase O. Lang, La vie en Chine, Hachette, París, 1952, especialmente p. 11; M. Cartier, "Une tradition
urbaine: les villes dans la Chine antique et mediévale", en Annales, 25 (1970), n. 4, pp. 831 a 841.
140
39. Confucianesimo e taoismo, cit., p. 387; Economía y sociedad, cit., p. 974: "¿A qué se debe que por
oposición al Asia, el desarrollo del fenómeno ciudad se inicie en la cuenca del Mediterráneo y siga luego en
Europa? En cierta medida, al hecho de que las trabas mágicas de los clanes, y en la India las de las castas,
representaron un obstáculo a toda conformidad urbana, a todo ayuntamiento urbano. En China los clanes
encarnan los asuntos religiosos más importantes: el culto a los antepasados, por ejemplo, y son, por tanto,
invulnerables.

40. Confucianesimo e taoismo, cit., p. 394; Historia Económica General, cit. p. 202. 41. Véase también
Eberhard, op. cit., p. 267; Balazs, op. cit., p. 78.

42. M. Weber, "Induismo e Buddhismo" (1916-1917), en Sociología delle relígíoni, vol. II, p. 780:
"Encontramos esta división interétnica del trabajo en los continentes y en los territorios más diversos, y,
naturalmente, en el Occidente antiguo y medieval quedan todavía considerables residuos. Si en la India este
sistema permaneció inmutable, se debe al escaso desarrollo de las ciudades y de sus mercados. Los castillos
de los príncipes y los pueblos de los campesinos fueron durante siglos los lugares de venta".

43. Induismo e Buddhismo, cit., especialmente p. 664; Historia Económica General, cit., p. 117. La
relación entre religión y transformación social en la India ha sido analizada por varios autores, bajo la
influencia weberiana, véase por ejemplo, M. Singer, "Religion and Social Change in India: the Max Weber
Thesis, Phase Three", en Economic Development and Cultural Change, XIV (1966), n. 4, pp. 497 a 505.
Véase también C. P. Loomis, ed. al cuidado de Z. K. Loomis, Socio-Economic Change and the Religious
Factor in India (An Indian Symposium of Wiews on Max Weber), Affiliated East-West Press, Nueva Delhi,
1969.

44. Induismo e Buddhísmo, cit., p. 734; Historia Económica General, cit., p. 202; D. Martindale, The
Theory of the City, cit., p. 174; R. Bendix, op. cit., pp. 146 y ss., véase especialmente la nota 17 en las pp. 147
y 148.

45. Economía y sociedad, cit., p. 959; Historia Económica General, cit., p. 203. Es conocido que la
influencia de las clases perdura en tiempos recientes a pesar del desarrollo de la urbanización y de la
industrialización que fomentan el abandono de las reglas de clase. Véase, por ejemplo, la persistencia del
principio de la endogamia de clase incluso en el contexto metropolitano, N. Gist, "Caste Differentials in
South India", en American Sociological Review, XIX (1954), n. 2, pp. 126 a 137; M. Singer, "The Great
Tradition in a Metropolitan City: Madras", en Traditional India: Structure and Change, Philadelphia, A.F.S.,
1959.

46. Economía y sociedad, cit., p. 956: "... la ciudad era un asentamiento surgido por una influencia
foránea y, teniendo en cuenta las condiciones sanitarias de las capas más bajas, sólo podía mantenerse con
una constante corriente rural. Por eso contiene elementos de una condición estamental totalmente diferentes.
En la ciudad del Asia Oriental tenemos, junto a los candidatos a los cargos oficiales, que han hecho sus
exámenes, y a los mandarines, los múltiples analfabetos y los (pocos) oficios no degradantes; en la India,
castas de toda clase; en el Cercano Oriente y en la Antigüedad, los miembros de los linajes, organizados en
clanes, junto a los artesanos sin tierra, y en los comienzos de la Edad Media libertos, siervos y esclavos junto
al señor y a sus funcionarios y servidumbre, ministeriales y mercenarios, sacerdotes y monjes".

47. Véase también H. Pirenne, Le cittá del Medioevo (1927), Laterza, Bari, 1971, especialmente cap. V,
pp. 73 y ss. (versión castellana, Las ciudades de la Edad Media, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1972).

48. Véase también, por lo que se refiere a la estructura urbanística de las ciudades de la Edad Media
como expresión de una plena conciencia de las necesidades comunitarias, H. P. Bahrdt, op. cit., p. 83.

49. Economía y sociedad, p. 957.

141
50. Ibídem, p. 963. Sobre esta base se legitimaba la exclusión de los judíos del grupo ciudadano: por lo
que se refiere a este tema, véase además L. Wirth, 11 Ghetto (1929), Comunitá, Milán, 1968, pp. 19 y ss.

51. Economía y sociedad, cit., p. 961.

52. Ibídem, p. 963.

53. Ibídem, p. 309: "En una serie de etapas de desarrollo construidas teóricamente... tenemos que la
estructura capitalista "posterior" condiciona la estructura teóricamente "anterior": gran vinculación de los
familiares e integridad del poder doméstico... La actividad lucrativa capitalista, que había adquirido caracteres
de continuidad, se convirtió en una "profesión" especial ejercida dentro de una "explotación", que se fue
destacando de tal manera, por vía de socialización especial, de la actividad comunitaria, que se disolvió la
vieja identidad entre hacienda, taller y casa que caracterizó la comunidad doméstica íntegra y el oikos de la
Antigüedad, del que hablaremos más tarde".

54. Véase por ejemplo, W. L. Kolb, "The Social Structure and Function of Cities" en Economic
Development and Cultural Change, III (1954), n. 2, pp. 32 y 33; por lo que se refiere a la crítica de la
interpretación culturalista del estudio de la ciudad, véase G. Sjoberg, "Comparative Urban Sociology•, ed. al
cuidado de R. K. Merton, L. Broom y L. S. Cottrel Jr., en Sociology to-Day, Basic Books, Inc., Nueva York,
1959, pp. 344 a 347.

55. Véase, por ejemplo, Economía y sociedad, cit., pp. 966 y ss.

56. Véase también Neuwirth, "A Weberian Outline of a Theory of Community: its Application to the
Dark Ghetto, en British Journal of Sociology, XX (1969), n. 2, pp. 148 y 149.

57. Economía y sociedad, cit., p. 966 (c.m).

58. Ibídem, p. 975, Historia Económica General, cit., especialmente p. 202.

59. Economía y sociedad, cit. p. 971.

60. Véase Economía y sociedad, cit., p. 971, e Historia Económica General, pp, 204 y ss.

61. Para estos y otros aspectos, véase el detallado análisis de H. Pirenne, Histoire Economique et
Sociale du Moyen Age, PUF, París, 1963, especialmente los caps. II y VI.

62. Véase H. Pirenne, op. cit., pp. 153 a 155. En Economía y sociedad, cit., p. 971, Weber afirma: "A
partir de entonces la corporación se extendió, como forma organizadora, al comercio exterior, una función
que aquí no nos interesa. Por esta función se interesará particularmente H. Pirenne, encontrando allí los
orígenes del proletariado urbano medieval.

63. Se ha observado que "el nacimiento del grupo ciudadano medieval; autónomo y autocéfalo, con su
consejo administrativo y su "cónsul" o Mayor o "burgomaestre" en cabeza, constituye un proceso que se
distingue de modo esencial del desarrollo no sólo de las ciudades asiáticas, sino también de las antiguas (así
escribe Weber), par tanto, no es correcto hablar en el mismo sentido del ciudadano medieval y del ciudadano
de la ciudad antigua, como lo dan a entender ciertos fragmentos weberianos; véase, por ejemplo, el párrafo
sobre "La ciudad plebeya", en Economía y sociedad, cit., pp. 998 y ss. Es más, algunos consideran la ciudad
antigua de la decadencia y la ciudad de la Alta Edad Media como pertenecientes al tipo weberiano de la
ciudad oriental, mientras que la ciudad medieval tardía representaría un nuevo tipo de ciudad completamente
distinto. Véase O. Brunner, Neue Wege der Sozialgeschichte, Goettingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1956,
p. 83, citado en V. Murvar, •Some Tentative Modifications of Weber's Typology: Occidental versus Oriental
City", en Social Forces, XLIV (1966), n. 3, pp. 381 a 389. Perfeccionar la tipología de Weber excluyendo
explícitamente del tipo occidental de comportamiento urbano la ciudad grecorromana o la ciudad italiana en
142
la edad del particularismo podría ser también útil para definir históricamente el ámbito de extensión de una
categoría conceptual. Lo que parece verdaderamente importante, repetimos, es que el análisis weberiano
descubre cómo en la Europa occidental, después del siglo XI, se presenta una estructura urbana fundada en
la independencia económica y política, y cómo no se puede hablar de ciudad y de ciudadanía. cada vez que se
haga referencia a situaciones político-sociales "heterocéfalas".

64. Véase en parte Historia Económica General, cit., en las pp. 280 y 281.

65. El elemento posición geográfica del asentamiento tiene cierta importancia en la teoría weberiana
sobre la ciudad; véase, por ejemplo, Economía y sociedad, cit., pp. 989 y 1033. Esta hipótesis la considerarán
también otros teóricos del desarrollo urbano, entre otros C. H. Cooley y L. Mumford.

66. Ibídem, p. 989. Los prítanos eran los miembros de la junta directiva que preparaba y despachaba
los asuntos ordinarios de gobierno. Como efecto de la aplicación del sistema decimal a toda la organización
político-administrativa, cada tribu, por turno, por una décima parte del año, constituía la pritanía. Véase G.
Glotz, La cittá greca (1928), Einaudi, Turín, 1948, pp. 223 a 229.

67. Economía y sociedad, cit., p. 960; Historia Económica General, cit., pp. 203 y 205.

68. Economía y sociedad, cit., p. 976; Venecia es el ejemplo clásico -presentado por Weber- de ciudad
patricia. Véase su historia en Ibídem, pp. 977 a 982. R. Ledrut demuestra rigurosamente una identidad entre
el modelo urbano aristocrático veneciano y la ciudad feudal china; véase Ledrut, Sociología urbana, II
Mulino, Bolonia, 1969, p. 35. (Versión castellana: Sociología urbana, Madrid I.E.A.L., 1971, p. 35.)

69. Economía y sociedad, cit., pp. 997 y 996.

70. Ibídem, p. 999.

71. También Giovanni Botero cita entre las causas de crecimiento de las ciudades italianas la residencia
urbana de la nobleza, cuya presencia genera el desarrollo de la actividad económica y del consumo: •... con la
presencia de los nobles, las ciudades se hacen más ilustres y más pobladas no sólo por el hecho de que las
personas y las familias pertenecientes a esta clase residan en ellas, sino más bien porque un barón al querer
competir y emular a los demás, gasta mucho más en la ciudad, donde ve personas honradas y donde se siente
observado por ellas, que en el campo, donde vive entre animales, habla sólo con los campesinos y viste de
forma poco elegante; aumentan necesariamente las fábricas y se multiplican las artes...". Véase Delle cause
della grandezza e magnificenza delle cittá (1588), Utet, Turín, 1948, pp. 382 y 383.

72. M. Weber, Economía y sociedad, cit., p. 1002.

73. Ibídem, pp. 998 y 999.

74. Ibídem, p. 1002. Por lo que se refiere al desarrollo del demos y de la plebs en la Antigüedad y los
paralelismos con el proceso de desarrollo de la ciudad medieval, véase Ibídem, especialmente pp. 1003 y ss., y
el párrafo Democracia antigua y medieval, pp. 1024 y ss.

75. Esto significa el desarrollo de una política económica urbana fundada en el control de la calidad de
las mercancías, en el control de los precios y además: en la conservación de los medios de subsistencia para
las clases sociales inferiores; en la prohibición del trabajo a domicilio y, en general, en la prohibición del
desarrollo de relaciones de producción capitalista en la forma de la gran empresa, por ser portadores de
peligrosos desequilibrios en el seno de la comunidad; véase Economía y sociedad, cit., p. 1014.

76. Ibídem, pp. 1004 y ss. S. N. Eisenstadt subraya que la ciudad, para Weber, constituye el centro de
innovación "carismático en las diferentes esferas sociales. Esta fuerza creadora de la estructura urbana estaría
relacionada con su relativa autonomía frente a la estructura social más amplia que la circunda y a la que la
143
ciudad comunica sus innovaciones, transformándola a su imagen y semejanza. Véase Max Weber, On
Charisma and Instítution Buildíng, ed. al cuidado de S. N. Eisenstadt, The University of Chicago Press,
Chicago y Londres, 1968, en la Introducción, pp. XXIX-XXX y p. 224.

77. Economía y sociedad, cit., p. 1026. Es conocido, por lo demás, que quien vive al margen de este
nuevo orden urbano, como los vagabundos o los mendigos, no asume jamás la posición de esclavo.

78. Ibídem, p. 1035.

79. C. Antoni, Dallo storicismo alla sociología, Sansoni, Florencia, 1973, p. 186. 80. Historia
Económica General, cit., p. 266; citado en L. Cavalli, Max Weber: religione e societá, cit., pp. 418 y 419,
donde se hace notar también que: "Todos estos rasgos típicos están en realidad relacionados de alguna
manera con los desarrollos religiosos; como su ausencia, en India o en China, está relacionada también con la
ausencia de estos desarrollos. Pero hay que considerar que esta influencia religiosa tiene importancia distinta
según los casos y es, a menudo, remota". Véase también L. Cavalli, 11 mutamento sociale, p. 372.

II. Karl Marx y Friedrich Engels. Sobre la formación . de la ciudad capitalista

1. Véase K. Marx-F. Engels, L7deologia tedesca, Editor¡ Riuniti, Roma, 1967, p. 40. [N. E.: versión
castellana, La ideología alemana, Grijalbo, Barcelona, 1970, p. 55. En adelante, las páginas de las citas se
referirán a esta versión castellana.]

2. Ibídem, p. 20; por lo que se refiere a la expresión "punto de partida (Ausgangspunkt) y su


utilización, véase p. 11 y passim.

3. Por cierto que todo esto no significa que la sociedad conciba la separación entre ciudad y campo
como un antagonismo permanente e indeleble. Engels se pronunciará, explícitamente, varias veces en contra
de una visión tan dogmática, parti cularmente en El problema de la vivienda (1872) y en Antídühring (1878).

4. Particular interés ofrece el capítulo 12 del libro primero del Capital: División del trabajo y
manufactura, donde se reconstruye la historia de la división del trabajo. Entre otras cosas se afirma allí que el
presupuesto material de la división en la sociedad es la dimensión de la población y su densidad. Muy
peculiar es la definición de densidad en relación al desarrollo de las comunicaciones, de manera que un país
con poca población, pero con medios de comunicación muy desarrollados, puede considerarse más denso
que otro más poblado. Hay que recordar también la definición de división territorial del trabajo (El Capital,
libro primero, l, Einaudi, Turín, 1975, p. 432). [N. E.: (versión castellana: El Capital, Fondo de Cultura
Económica, México, 1968, 3 vol.). A partir de ahora las páginas de las citas se refieren a esta edición
castellana.]

5. Véase La ideología alemana, cit., p. 34: "Por lo demás, división del trabajo y propiedad privada son
expresiones idénticas: con la primera se expresa, refiriéndose a la actividad, lo que con la otra se expresa
refiriéndose al producto de la actividad".

6. K. Marx, Lineamenti fondamentali della critica dell`economia política, 18571858, vol. II, la Nuova
Italia, Florencia, 1970, p. 99. [N. E.: Existen varias versiones castellanas de esta obra de Marx, hemos
utilizado aquí la siguiente: Marx, K.: Los funda mentos de la critica de la Economía Política, Alberto Corazón
editor, Madrid, 1972, 2 vols. (Esta primera cita corresponde a la p. 344 del vol. I.) A partir de ahora las citas
hacen referencia a dicha versión castellana.]

7. Ibídem, vol. I, p. 349.

8. Ibídem, p. 345.

144
9. Ibídem; p. 350. Sobre este punto, véase también H. Lefebvre, Il marxismo e la cittá, Mazzotta,
Milán, 1973, cap. III, La critica delPeconomia política, particularmente p. 94.

10. Max Weber escribe: "el ciudadano con plenos derechos de la ciudad antigua -a diferencia del
ciudadano de la Edad Media- se caracterizaba, en origen, por el hecho de que podía definirse como
propietario de un fundus, es decir, de un poder completo que lo alimentaba: el ciudadano antiguo, con
plenos derechos, es un "ciudadano rural; véase "El poder no legítimo (Tipología de la ciudad)" en Economía
y sociedad, cit., p. 493.

11. La ideología alemana, cit., pp. 23 y 24.

12. Véase K. Marx, Manoscritti económico-filosofici del 1844, Einaudi, Turín, en Primo manoscritto...
Rendíta fondiaria, p. 63. (N. E.: Existe una versión castellana: Marx, K.: Manuscritos: economía y filosofía,
Alianza editorial, Madrid, 1968. La cita corresponde a las pp. 98 y 99. A partir de ahora las citas hacen
referencia a esta versión castellana.)

13. Ibídem, p. 100. "... Es necesario, por último, que en esta competencia la propiedad de la tierra, bajo
la figura del capital, muestre su dominación tanto sobre la clase obrera como sobre los propietarios mismos,
en cuanto que las leyes del mo vimiento de capital los arruinan o los elevan. Con esto, en lugar del aforismo
medieval "nelle terre sans seigneur", aparece otro refrán: "L'argent n'as pas de Maitre", en el que se expresa la
dominación total de la materia muerta sobre los hombres.

14. Véase Segundo Manuscrito. La relación de la propiedad privada, en Ibídem, pp. 126 y 127.

15. Véase La ideología alemana, cit., p. 59 y passim.

16. Manifesto del partito comunista, Einaudi, Turín, 1967, p. 101. Es sabido que, porio que se refiere a
los orígenes de esta nueva clase urbana, el debate historiográfico registró diversas interpretaciones, a menudo
completamente divergentes; entre las más importantes señalamos las de: W. Sombart, H. Pirenne, M. Bloch,
A. Sapori, J. Lestocquoy y E. Ennen. (N. E.: versión castellana: Manifiesto del Partido Comunista, en Obras
de Marx y Engels, volumen 9, Editorial Crítica - Grupo Editorial Grijalbo, Barcelona, 1978; la cita
corresponde a la p. 137.)

17. La Ideología alemana, cit., p. 57 y passim.

18. Ibídem, p. 59.

19. La ciudad comunal -ni en sus orígenes, ni en lo que se refiere a su desarrollo- no constituye, por
cierto, ninguna realidad doquiera indiferenciada, tanto bajo el perfil económico, como bajo el perfil social y,
sobre todo, bajo el perfil político institucional. El análisis comparado de las diversas situaciones urbanas,
típicas de la ciudad comunal, es de extremo interés para una profundización crítica del discurso marxiano, así
como para una oportuna verificación de la utilidad interpretativa de la dicotomía ciudad-campo. A este
propósito es necesario examinar las contribuciones de la historiografía medieval y, en particular, el análisis de
E. Sestan, La cittá comunale italiana dei secolf XI-X111 nelle sue note caratteristiche rispetto al movimento
comunale europeo (1960), reímpreso en Italia medioevale, Edizioni Scientifiche ltaliane, Nápoles, 1967, pp.
91 a 120:

Sestan, basándose en las investigaciones de N. Ottokar y, sobre todo, de Ennen, afirma que "de las
relaciones peculiares entre ciudad y campo y de toda la particular composición social de las ciudades italianas
derivan, en último término los caracteres diferenciales de la ciudad comunal italiana con respecto a las del
norte y los ulteriores desarrollos institucionales que acentúan cada vez más estas diferencias iniciales. Según la
opinión corriente, la ciudad comunal italiana no cuenta en su seno con una población típicamente burguesa,
en el sentido de burgensís mercator, sino con una población de mayores y menores propietarios o casi
propietarios de tierras urbanas y extraurbanas que viven en la ciudad: Zusammensiedlung adliger
145
Grundbesitzer, según la lapidaria definición de Ennen...• (ibídem, p. 108). Así pues, dada la diversidad en la
composición social, los diferentes desarrollos político-institucionales en la constitución interna de los dos
tipos urbanos comparados estriban, según Sestan, en el hecho de que "mientras en la ciudad del Norte la
ordenación interna es siempre colegial, sea cual sea el nombre de este colegio dirigente, la ciudad comunal
italiana abandona muy pronto este sistema y lo ajusta a otros, incluso ya en los últimos decenios del siglo XII
y en los primeros del siglo XIII. Se trata del conocido sistema de la podestá (Ibídem, p. 117). Pero hay más
todavía. En la ciudad italiana, con el acontecimiento del comune, parece no desvalorizarse la hipótesis de una
transformación no traumática de la clase dominante (véase, en particular, p. 110). Por lo menos, parece
reforzada la permanencia de ciertas instituciones radicadas en el mundo feudal, con consecuencias
importantes, de relativa continuidad, en el plano político durante los siglos sucesivos. Es decir, que después
de la progresiva complicación de la base social de la clase dirigente -ya hemos visto que la ciudad comunal
italiana era, incluso en sus orígenes, más heterogénea que la ciudad al norte de los Alpes- y después de las
luchas violentas que se determinaron en el ámbito urbano, se abrirá, casi de forma natural, la vía hacia las
conocidas soluciones autoritarias, de tipo señorial o, al menos, estrechamente oligárquico. Para el estudio de
estos desarrollos presenta un notable interés sociológico el volumen dirigido por L. Martines, Violence and
Civil Disorder in Italian Cities 1200-1500, University of California Press, Berkeley (Los Angeles), 1972, en
particular el ensayo de L. Martines, Political Violence in Thirteenth Century, pp. 331 a 353 y S. Bertelli, 11
potere oligarchico nello stato-cittá medioevale, La Nuova Italia, Florencia, 1978.

Más en general, para un análisis comparativo sobre los diversos aspectos sociopolíticos que
caracterizan la ciudad medieval en Europa, señalamos como fundamentales las obras de Edith Ennen. Véase
en particular Storia della cittá medioevale, Laterza, Bar¡, 1975.

20. La ideología alemana, cit., p. 58.

21. La ideología alemana, cit., p. 59. En estas páginas se evidencia de forma muy clara, a través del
análisis del trabajo artesanal, cómo un desarrollo embrional de la división del trabajo impide en el ambiente
urbano el nacimiento del trabajo alienado. No se sostiene, sin embargo, una posición proudhoniana; se habla
de hecho de "una relación de satisfecho sometimiento" con respecto al trabajo en contraposición con la
"indiferencia" del trabajador moderno.

22. Ibídem, pp. 59 y 60.

23. Sobre los orígenes y el desarrollo de la manufactura, véase en particular El Capital, libro primero, I,
caes. 12 y 13.

24. La ideología alemana, cit., p. 64.

25. Ibídem, p. 67.

26. Ibídem, p. 69.

27. Fruto de una estancia de Engels en Inglaterra que duró veintiún meses, La situación de la clase
obrera en Inglaterra (En base a observaciones directas y fuentes auténticas) fue escrito, sobre todo, durante el
invierno 1844-1845 y editado en lengua alemana, en Leipzig, durante el verano de 1845. La primera
traducción inglesa data de 1887, la primera traducción italiana de 1899. La traducción italiana a la que nos
referimos es la de Raniero Panzieri y se basa en el texto de la edición alemana de 1892, reimprimida en
Berlín, por Dietz Verlag, en 1952: La situazione della classe operaia in Inghilterra, Edizioni Rinascita, Roma,
1955. (N. E.: Existen varias versiones castellanas, se ha utilizado una edición castellana que se basa en la
edición alemana de 1892: Situación de la clase obrera en Inglaterra, Editorial Futuro S. R. L., Buenos Aires,
1965, 287 pp.)

28. Escépticos por lo que se refiere a las fuentes, y polémicos, de forma capciosa, por lo que concierne
a la validez de la descripción engelsiana -en particular en lo referente al trabajo de las mujeres y de los niños
146
en las minas- se muestran dos historiadores ingleses, W. H. Chaloner y W. O. Henderson, directores, en
1958, de una edición de la Engels' Condition of the Working Class in England. Sus numerosas críticas, por lo
demás marginales y a menudo banales, serán por fin contestadas por E. J. Hobsbawm, en Studi di storia del
movimento operaio (1964), Einaudi, Turín, 1972, en el cap. 6, La storia e le "diaboliche bufe officine", pp.
126 a 142. Sin embargo, el mismo Hobsbawm reconoce que esta obra presenta defectos de varios tipos,
además de omisiones "en cierta medida de "angulación" histórica". Véase su hermosa Introduzione de 1969,
escrita para la edición italiana de 1972 de la Sítuazione della clasee operaia in Inghilterra, especialmente en las
pp. 14 y 15.

29. Engels considera que este proceso de "desclasamiento" social fomentado por el desarrollo urbano
constituye una fase necesaria a la finalidad de -arrastrar en el torbellino de la historia las últimas clases que no
eran del todo indiferentes a los intereses generales de la humanidad", véase La situación de la clase obrera en
Inglaterra, cit., p. 22.

30. Engels se refiere a estas ventajas que la moderna teoría económica anexiona a la concentración
espacial de la población, que dependen de la progresiva reducción de la llamada fricción del espacio y de las
diferentes economías externas, propias de un asentamiento urbano concebido como sistema de producción.

31. Véase H. Lefebvre, Il marxismo e la cittá, cit., p. 22.

32. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, cit., p. 45.

33. Ibídem, pp. 63 a 88. Una interesante reseña crítica de las imágenes de la ciudad de Manchester en
los escritos de algunos autores importantes, contemporáneos de Engels, con una reconstrucción biográfica
que tiende a valorar el papel que esta ciudad desarrolló en la génesis del pensamiento engelsiano, puede
encontrarse en S. Marcus, Engels, Manchester and the Working Class, Weidenfeld and Nicolson, Londres,
1974, especialmente en el cap. The Town, pp. 28 a 66.

34. Ibídem, p. 64. Es interesante recordar que una observación parecida, referente a una ciudad
moderna americana, la realizó Floyd Hunter en su trabajo de investigación Community Power Structure. A
Study of Decision Makers, The University of North California Press, Chape¡ H¡II, 1953, pp. 21 y 22.

35. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, cit., pp. 66 y 67, donde se reproducen algunos
dibujos esquemáticos y clarificadores.

36. K. Marx, Manuscritos: economía y filosofía, cit., pp. 157 y 158.

37. En algunos casos, en vez del salario, el empresario entregaba al obrero el equivalente en bonos para
adquirir mercancías en una tienda que vendía toda clase de género, propiedad del mismo empresario. Se trata
del llamado truck-system que fue prohibido por la ley en 1831. Engels habla también del cottage-system, es
decir, que el empresario, especialmente en el campo, donde era difícil para el obrero encontrar un
alojamiento, construía él mismo las viviendas y las alquilaba a sus empleados, a menudo en unas condiciones
de mercado que le permitían fijar el alquiler al precio que quería; véase La situación de la clase obrera en
Inglaterra, cit., pp. 182 y 183.

38. Para el joven Engels la crisis económica es una crisis que depende de la superproducción y
constituye una etapa normal de un ciclo que comprende, alternativamente, prosperidad-crisis y que se cumple
cada cinco o seis años; véase Ibídem, pp. 108 a 110. En el Prefacio a la edición de 1892, de la segunda
edición alemana, se afirma, en cambio, que el período cíclico de las grandes crisis industriales es decenal por
lo que se refiere a 1842-1868. Para los argumentos desarrollados por Engels en apoyo a su nueva hipótesis
véase Ibídem, especialmente pp. 12 y 13.

39. Ibídem, p. 98.

147
40. Ibídem, p. 99.

41. Es interesante recordar que formas análogas de solidaridad se observaron en los barrios obreros de
las ciudades industriales italianas; véase L. Cava¡¡!, La citté divisa, cit., pp. 125 y 130.

42. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, cit., p. 137, donde se publican estadísticas del
Ministerio del Interior sobre el impresionante aumento de la criminalidad en Inglaterra entre 1805 y 1842.
Estos datos, entre otras cosas, documentan cómo la gran mayoría de los delitos se realizan contra la
propiedad, y Engels, a este propósito, no duda en escribir que "el autor de casi todos los delitos debe
buscarse entre el proletariado". Pero añade en seguida que este desprecio hacia la ordenación social es
simplemente el resultado de la férrea voluntad de explotación de la clase burguesa; véase especialmente p.
136.

43. Ibídem, especialmente p. 137 y pp. 149 y ss. Engels sostiene que el trabajo de las madres
incrementa la mortalidad infantil y que el trabajo de la mujer trastorna a menudo el orden familiar con
consecuencias desastrosas para la integridad del grupo familiar (véase pp. 150 a 152).

44. Ibídem, pp. 106 y ss., por lo que se refiere al estado de salud precaria de los obreros. En particular,
véase pp. 116 y 117, donde, basándose en datos estadísticos sanitarios, se documenta la estrecha correlación
que existe entre el tipo de vivienda y la tasa de mortalidad de los obreros y de los miembros de sus familias.
Hay que señalar, además, que en 1834 el parlamento inglés había aprobado la malthusiana "nueva ley de los
pobres". Esta ley moralizadora, manifestación de la ideología imperante del laissezfaire, quería eliminar el
peso económico de la población improductiva, eliminando la carga pública de las subvenciones para la clase
obrera paupérrima. Engels, diez años después, ve muy claramente los efectos de esta medida y los describe
sobre todo en su relación sobre las work-houses, denominadas poor-law-bastiles por el pueblo; véase Ibídem,
especialmente pp. 271 a 276.

45. Ibídem, pp. 129 y 130.

46. Manifiesto del partido comunista, cit., pp. 140 y 141.

47. Véase L. Cavalli, Il mutamento socíale, cit., parte primera, Marx e Engels, cap. Il, Le classi sociali,
pp. 29 a 33.

48. K. Marx, El Capital, libro primero, I, cuarta sección, cap. 13, Maquinaria y grandes industrias, cit.,
pp. 422 a 424.

49. K. Marx, Los fundamentos de la critica de la economía política, 1857-1858, vol. II, cit., pp. 28 y 29.

50. M. Tafuri, Storia dell'ideologia antiurbana (ciciostilado), ILIAV, a.a., Venecia, 1972-1973, p. 56.

51. Las principales referencias se encuentran en los capítulos 23 y 24 del Capital, libro primero, La ley
general de la acumulación capitalista y La llamada acumulación originaria. En el capítulo 23 se enuncia, como
es sabido, la ley de la superpoblación obrera "una de las condiciones de existencia del modo de producción
capitalista y "una necesidad-de la acumulación capitalista; en el capítulo 24 se evidencia la base de todo el
proceso de la acumulación capitalista en la expropiación de la población rural y en su expulsión de las tierras.
Estos dos capítulos ocupan una posición importantísima en la construcción teórica del Capital y se sitúan, de
hecho, en un punto donde el procedimiento teórico desemboca en el análisis de los procesos concretos. El
hábitat, entendido como el conjunto de las condiciones de ambiente que favorecen la organización de la
sociedad, representa en este caso la dimensión concreta donde se sitúa la base real del análisis teórico; cierto
tipo de hábitat constituye una de las componentes del modo de producción capitalista. Otras páginas
importantes se pueden leer sparsim en el libro primero (secciones I, II, ¡¡¡-Vi¡) y en el libro tercero (secciones
V y VI).

148
52. Las encuestas de los doctores Smith, Simon y Hunter, ampliamente citadas, se realizaron entre
1863 y 1865 y se refieren al problema de la salud, la indigencia y las condiciones de vida del proletariado
urbano y rural. Véase El Capital, libro primero, cit., pp. 555 y ss.

53. Ibídem, p. 554.

54. Los datos indicados se refieren a las grandes ciudades y a las condiciones de los pueblos. Londres,
en la segunda mitad del siglo XIX, ostenta el triste primado de las viviendas atestadas de habitantes y
antihigiénicas, seguida de Newcastle y Bristol; luego se señala la situación en doce condados ingleses, basada
en una minuciosa investigación del doctor Hunter; véase El Capital, libro primero, cit., pp. 583 a 592. Hay
que señalar aquí, tanto por su importancia sociológica como por su actualidad, con referencia a las
condiciones de vida de la periferia metropolitana contemporánea, la nota 53 de la p. 559, donde Marx se
refiere ampliamente a una observación muy aguda del doctor Hunter sobre el tipo de proceso de
socialización al que han sido sometidos los niños que viven en estas condiciones tan miserables, donde
reciben su preparación como futuros miembros de las "clases peligrosas".

55. Ibídem, p. 558.

56. Ibídem, p. 559.

57. Ibídem, p. 636.

58. Ibídem, p. 544. Véase además los datos censales referentes a la urbanización en la Inglaterra de la
segunda mitad del siglo XIX, señalados en Ibídem, p. 544, n. 22 y p. 560.

59. Se trata de la "infantería ligera del capital que incluye: a) una población de origen rural ocupada,
más o menos establemente, en los sectores industriales, realmente móvil, como los obreros de las empresas
de construcción con alojamiento en los barracones de las obras, donde pagan alquiler; b) una población
proletaria sin domicilio fijo, aunque pertenezca a las categorías mejor retribuidas, como los mineros que
viven amontonados en los pueblos mineros, en cottages hediondos, construidos por el empresario y para los
que rige un severo truck-system. Véase El Capital, libro primero, cap. 23, cit., pp. 563 a 566.

60. Ibídem, p. 95.

61. Ibídem, p. 581 y ss.

62. Ibídem, p. 558. Para una valoración crítica del enfoque del problema de la vivienda y para una
interesante documentación inédita, como, por ejemplo, los compendios del Public Health Act de 1848, véase
R. Mariani, Abitazione e cittá nella rivoluzioni industriale, Sansoni, Florencia, 1975.

63. Por lo que concierne al campesino "conservador son famosas las observaciones de Marx en El 18
brumario de Luigi Bonaparte (1852), Editor¡ Riuniti, Roma, 1974, pp. 208 a 215. (Existe una versión
castellana: El 18 Brumario de Luis Napoleón, Bar celona, 1968; la nota hace referencia a las pp. 144 a 151.)

64. El Capital, libro primero, cap. 12, par. 4, División del trabajo en la manufactura y división del
trabajo en la sociedad, cit., p. 286.

65. El Capital, libro tercero, II, cit., p. 1093. (N. E.: de la edición italiana.) Sobre el tema véase también
Ibídem, libro primero, cap. 13, par. 10, La gran industria y la agricultura, especialmente pp. 422 a 424.

66. Al final del capítulo 24 del libro primero del Capital, cit., pp. 647 y ss., Marx distingue la propiedad
del trabajador sobre los medios de producción, la propiedad capitalista y la propiedad social. De esta manera
se evidencia la base jurídica del valor de uso y se atribuye un valor positivo a las estructuras precapitalistas en
la medida en que la independencia y la "libre individualidad" del trabajador se relacionan con la propiedad
149
sobre sus medios de producción. Sin embargo, queda demostrado que la estructura precapitalista no puede
perpetuarse. Los caracteres inherentes al valor de uso en una hipotética sociedad, expresión de la superación
de la sociedad capitalista, son tácitos. Por lo que se refiere al problema sobre el valor de uso en la obra de
Marx señalamos, entre otros, a G. La Grassa, Valore e formazione sociale, Editor¡ Riuniti, Roma, 1975,
particularmente pp. 67 a 122. La temática del contraste entre valor de uso y valor de cambio fue examinada y
desarrollada, en el ámbito de la sociología de la ciudad, por H. Lefebvre en muchos de sus ensayos. Véase,
por ejemplo, El derecho a la ciudad, Ediciones Península, Barcelona, 1969, pp. 18 y ss. Hay que señalar que
tampoco este autor evidencia totalmente ¡os caracteres de valor de uso históricamente adecuados a la ciudad
y al hábitat modernos. Véase también M. Delle Donne, Cittá-campagna: sociología di una contraddizione,
Savelli, Roma, 1975, especialmente pp. 89 y ss.

67. F. Engels, El problema de la vivienda, Editorial Gustavo Gili, S. A., Barcelona, 1977, 129 pp. Este
escrito constituye la reimpresión de tres artículos redactados por Engels en 1872 para el Volksstaat de
Leipzig.

68. No faltan los estudiosos que consideran excesivo el éxito de estos escritos; véase H. Lefebvre,
Engels e 1'utopia (1971), ahora en Spazio e política, Moizzi, Milán, 1976, p. 77, y G. Della Pergola, Diritto
alla cittá e lotte urbane, Feltrinelli, Milán, 1974, p. 116.

69. Varias investigaciones empíricas confirman, directa o indirectamente, esta hipótesis, especialmente
cuando señalan datos referentes a las actitudes hacia la propiedad de la vivienda y, más en general, sobre la
privatización de la vida. Véase por ejemplo, F. Zweig, L'operafo nella societá del benessere, Edizioni Cinque
Lune, Roma, 1966, especialmente el cap. V, 11 risparmio e la proprieté; A. Pizzorno, Comunitá e
razionalizzazione, Einaudi, Turín, 1960, pp. 187 y ss. De notable interés consideramos la observación de H.
Lefebvre, según la cual la mayoría de los fraceses aspiran a una vivienda unifamiliar; esta mayoría es más
fuerte entre los obreros y entre las categorías con rentas más bajas. véase Introducción al estudio de la
vivienda individual suburbana (1967), ahora en De lo rural a lo urbano, Ediciones Península, Barcelona,
1971, p. 151. Muy crítico hacia la hipótesis del "aburguesamiento • de la clase obrera es el importante estudio
de J. H. Goldthorpe, D. Lockwood, F. Beckhofer y J. Platt, The Affluent Worker in the Class Structure,
Cambridge University Press, Cambridge, 1968.

70. F. Engels, Prólogo de El problema de la vivienda, cit., p. 8.

71. Ibídem, p. 66.

72. Ibídem, p. 16.

73. Ibídem, p. 18.

74. Ibídem, p. 37.

75. Ibídem, p.45.

76. Ibídem, p. 22: "Sólo el proletariado creado por la gran industria moderna, liberado de todas las
cadenas del pasado, incluidas aquellas que le ataban a la tierra, y concentrado en las grandes ciudades, está en
condiciones de llevar a término la gran transformación social que pondrá fin a toda explotación y
dominación de clase. Los antiguos trabajadores rurales, propietarios de su hogar, no habrían sido jamás
capaces de cosa semejante, no habrían concebido jamás una idea tal y aún menos habrían podido desear su
realización".

77. Ibídem pp. 25 y ss.

78. Ibídem, p. 27.

150
79. Véase cap. II de la segunda parte, Cómo resuelve la burguesía el problema de la vivienda, ibídem,
especialmente p. 49.

80. Ibídem.

81. Ibídem, pp. 47 y 48. La tipología de las luchas por la vivienda es actualmente mucho más variada;
para este aspecto véase el capítulo dedicado a M. Castells.

82. Ibídem, p. 84.

83. Ibídem, p. 85.

84. H. Lefebvre, después de haber observado que para Engels "la solución de los problemas urbanos
excluye el mantenimiento de las grandes ciudades modernas", continúa: "parece como si Engels no se
preguntara si esta dispersión de la ciudad en el campo, bajo forma de pequeñas comunidades, implica la
anulación de " la dimensión urbana", la ruralización de la realidad urbana. Tampoco se pregunta si este
"reparto homogéneo" corresponde a las necesidades de la gran industria". Véase Engels e I'utopia, cit., pp. 84
y 85. Por lo que se refiere a la influencia de Owen y de Fourier, véase El problema de la vivienda, cit., p. 48.
Engels formula en el Antidühring la crítica más dura hacia quienes conciben la separación entre ciudad y
campo como un dato estructural e imborrable de la sociedad. Aquí también Engels se apoya en los utopistas,
sosteniendo que conocían los efectos de la división del trabajo: "la supresión del antagonismo de la ciudad y
del campo es reclamada, tanto por Fourier como por Owen, como primer y fundamental condición para la
supresión de la antigua división dei trabajo en general". Véase Antidühring, Edizioni Rinascita, Roma, 1950,
p. 319. En este texto Engels se basa una vez más en las propuestas de Owen y Fourier para sostener que la
gran ciudad debe eliminarse y sustituirse por pequeñas comunidades dispersas en el campo. Esta voluntad de
querer unir la sociedad con la naturaleza suscitó muchas perplejidades entre los marxistas, sobre todo por el
hecho de que limitaría, y no poco, la utilidad de una interpretación marxista para el estudio de la sociedad
urbana. [Nota del Editor: Existen varias versiones castellanas, de ellas citamos Engels, F.: Anti-Dühring,
Editorial Ciencia Nueva, Colección Los Clásicos, Madrid, 1968; la cita corresponde a la p. 316 de esta
edición.]

85. El problema de la vivienda, cit., p. 85. Cursiva en el texto original.

III. Georg Simmel: el individuo y la metrópoli

1. R. A. Nisbet, The Sociological Tradition, Heinemann, Londres, p. 308.

2. G. Simmel, "Die Grossstádte und das Geistesleben", en Die Grossstadt, Vortráge und Aufsátze zur
Stádteausstellung von K. Bücher, F. Ratzel, G. v. Mayr, H. Wánting, G. Simmel, Th. Petermann und O.
Scháfer. Gehe-Stiftung zu Dresden, Winter 1902-1903 (Jahrbuch der Gehe-Stiftung zu Dresden, Band IX)
Zahn & Jaensch, Dresden 1903, pp. 185 a 206; ahora en Brúcke und Tür, dirigido por M. Landmann,
Stuttgart, 1957. De este ensayo existen dos traducciones en inglés: la primera de E. A. Shils, de 1936, la
segunda, que no tiene fecha, es de H. Gerth (asistido por C. Wright Milis). Aquí utilizamos una de las dos
traducciones italianas, titulada Metropoli e personalitá, de D. Giori, de 1968, publicada por vez primera en la
antología dirigida por G. Martinotti, Cittá e analisi sociologica, cit., y sucesivamente, en G. Ella (dirigida por)
Sociología urbana, Hoepli, Milán, 1971, pp. 447 a 458, a las que se hace referencia en las citas siguientes.

3. El conflicto individuo/ambiente social corresponde a un conflicto vida/formas, donde la vida sería


el principio metahistórico y metafísico de la fecundidad y de la movilidad que produciría, necesariamente, los
obstáculos y las negaciones, mientras que las formas representarían las configuraciones de las diversas épocas
de la civilización. Este conflicto se asocia a otro tipo de conflicto entre fuerzas de producción y relaciones
productivas que puede compararse con el esquema marxista; véase A. Dal Lago, "La comunicazione
impossibile: Simmel e il destino della relazione sociale", en Quedernl di Sociología, XXVII (1978), n. 1, p. 18.

151
4. Simmel, Metropoli e personalitá, cit., pp. 447 y ss. La cursiva es de Simmel.

5. Ibídem, p. 448.

6. Simmel relaciona esta tendencia a la difusión y a la preferencia de las relaciones sociales de tipo
secundario, es decir, de las relaciones basadas en "una simple valoración objetiva del debe y del haber", con el
fenómeno del mercado. También Weber, alrededor de diez años más tarde, retomará esta idea, atribuyendo al
mercado la función de alentar la racionalización de las relaciones sociales, destruyendo las pertenencias
originarias, y precisamente porque: "el mercado, en oposición a todas las demás comunidades que
presuponen siempre un hermanamiento personal o un parentesco por consanguinidad, es en su raíz extraño
a todo hermanamiento; véase Economía y sociedad, cit., vol. I, p. 494. Como es sabido, Simmel, en 1900, en
Philosophie des Geldes, desarrolla más ampliamente su pensamiento sobre el cambio del estilo de vida,
determinado por el dinero, en cuanto elemento penetrante de la estructura social moderna. A este propósito,
A. Cavalli insiste en la importancia de Simmel como precursor de la teoría del cambio social. Basándose
sobre todo en Philosophie des Geldes y citando en particular un pasaje significativo (en las relaciones
humanas la interacción aparece predominantemente bajo formas que permiten considerarla como una
relación de cambio), Cavalli enumera tres tendencias analíticas que podrían relacionarse históricamente con el
análisis simmeliano; la teoría de la selección racional, el análisis en términos de interacción simbólica, el
empleo del paradigma del mercado para otras relaciones e instituciones sociales; véase Scambio e valore nel
pensiero di G. Simmel•, en 11 Político, XVII (1977), n. 3, pp. 553 a 559. Por lo que se refiere a la sociología
de la ciudad, K. W. Deutsch, La comunicazione sociale e la metropoli, en L. Rodwin (dirigido por), La
metropoli del futuro, Marsiglio, Padua, 1964, pp. 103 a 114, presenta una prolongación muy interesante del
análisis simmeliano en términos de cambio social, aunque no mencione de forma explícita la influencia de
Simmel. (Nota del Editor: Existe una versión castellana: Rodwin, L. y otros: La Metrópoli del Futuro,
Editorial Seix Barra¡, S. A., Barcelona, 1967; el artículo de Deutsch corresponde a las pp. 149 a 167.)

7. Simmel, Metropoli e personalitá, cit., p. 450. Nótese que estas observaciones las tomaron en
consideración investigadores de la ciudad cuya actividad se desarrollaba en contextos diferentes al europeo;
véase, por ejemplo, L. Wirth y su teoría sobre el urbanismo.

8. Y esto, según Simmel, es el principal motivo del odio profundo que pensadores como Nietzsche y
Ruskin sienten por la metrópoli.

9. Ibídem, p. 451.

10. Ibídem, p. 452. Para comparar los desarrollos de este tema simmeliano en otros autores como W.
Helipach y L. Wirth, véase P. Guidicini, Sviluppo urbano e immagine della cittá, Angel¡, Milán, 1971, cap. 4,
L'uomo metropolitano e la sue percezione, pp. 39 y ss.

11. Véase, por ejemplo, A. Mitscherlich, 11 feticcio urbano, Einaudi, Turín, 1968. 12. Véase las tesis
muy agudas de M. Cacciari, Note sulla dialettica del negativo nell'epoca della metropoli (Saggio su Georg
Simmel), en Angelus Novus, n. 21, 1971, pp. 1 a 54. Cacciari atribuye a Simmel una voluntad de recuperación
y de reafirmación del valor de la Gemeinschaft en el interior de la metrópoli, que me parece no corresponde
efectivamente a la línea de pensamiento desarrollada en el ensayo-conferencia de nuestro autor. También
Don Martindale es de la misma opinión: véase The Theory of the City, en Community Character &
Civilization, cit., p. 147.

13. Como ya sabemos, en esta dirección se desarrolla, en cambio, el análisis weberiano sobre los
orígenes de la ciudad occidental; véase Economía y sociedad, cit., pp. 939 y ss.

14. Véase el desarrollo de esta hipótesis en el ensayo de A. Pizzorno, •Sviluppo economico e


urbanizzszione, en Quaderni di Sociología, XI (1962), n. 2. pp. 23 y ss., en particular por ¡o que se refiere a
una valoración crítica de la posición teórica de Simmel.

152
15. Véase A. Dal Lago, La comunicazione impossibile: Simmel e il destino della relazione sociale, cit.,
pp. 6. y ss.

16. Metropoli e personalitá, cit., p. 453.

17. Ibídem, p. 454. Véase también N. J. Spykman, The Social Theory of Georg Simmel (1925),
Atherton Press, Nueva York, 1966, cap. VII, The Individual and the Group, pp. 198 a 212. Como lógica
consecuencia del desarrollo metropolitano moderno debería verificarse en el grupo familiar una
reestructuración de los papeles que lo convierta en menos autoritario. Ahora bien, numerosas investigaciones
confirman que las tensiones acumuladas en el momento económico de la vida cotidiana intentan
desahogarse, casi exclusivamente, en un ámbito social más limitado que se revaloriza así: en los grupos
primarios y especialmente en el grupo familiar, que se convierte en un verdadero y propio "refugio". Pero,
por otro lado, no debemos menospreciar la importancia de la función de good provider, desarrollada por el
marido-padre, importancia que no nos permite afirmar que la familia nuclear urbana de clase media (un tipo
familiar muy extendido en la sociedad urbana occidental) esté libre de formas de autoritarismo. De esta
manera se haría plausible la hipótesis de un persistente "recelo del conjunto social• hacia el individuo. El
esquema simmeliano tendría entonces y sobre todo un valor en el sentido más amplio -probablemente en un
larguísimo período- que parecería aplicable, con mayor éxito, por lo que se refiere a la pérdida de influencia
de otras instituciones y de otros grupos activos a nivel intermedio entre el individuo y la sociedad
metropolitana. Se hace referencia aquí a conocidos fenómenos de la desaparición del vecindario como forma
de vida comunitaria y a la transformación de la vida asociativa según modelos que impiden la participación
social. Se alude brevemente a aquel conjunto de fenómenos que desalientan la vida democrática en la ciudad
moderna, confirmados por numerosas investigaciones empíricas en lo que atañe a la ciudad Industrial
occidental, y no sólo occidental. Véase L. CavaM, La cittá divisa, cit., especialmente cap. II; J. Musil,
Sociología della cittá, Angel¡, Milán, 1970, cap. X; H. P. Bahrdt, Lineamenti di sociologia della cittá, cap. VIII,
especialmente pp. 72 y 73 y cap. XI. Nótese, entre paréntesis, que T. Parsons subraya la importancia de la
vida profesional como componente esencial dei papel de marido-padre y elemento que caracteriza su
leadership instrumental e nel ámbito del .sistema familiar.; véase T. Parsons y R. Bales, Famiglia e
socializzazione (1955), Mondadori, Milán, 1974, particularmente pp. 18 y 19. Parecen evidentes: 1. la
dependencia que se establece entre los demás papeles familiares con respecto al papel de marido-padre; 2. las
potencialidades degenerativas de la leadership instrumental, anclada en un hecho externo al sistema familiar,
que los demás miembros no pueden en absoluto controlar.

18. Metropoll e personalitá, cit., p. 454.

19. Ibídem, p. 454.

20. A esta necesidad de ser "reconocido" expresada por el individuo en cuanto ser social -cuyas
relaciones con los demás están, sin embargo, como ya hemos visto, fuertemente condicionadas por el
ambiente metropolitano- se relaciona la denominada conducta de presentación. Es decir, una forma de
estilización del comportamiento típico del habitante de la ciudad, para cuyo análisis remitimos a H. P. Bahrdt,
op. cit., pp. 56 y ss. Es evidente que el análisis de Bahrdt deriva de las observaciones formuladas por Simmel.

21. Planteamiento clásico que, por lo que se refiere a cultural lag, fue desarrollado sucesivamente -en
1922- por William F. Ogburn en Social Change, Viking Press, Nueva York, 1952', especialmente pp. 200 a
213.

22. Metropoli e personalitá, cit., p. 457.

23. "La atrofia de la cultura individual a través de la hipertrofia de la cultura objetiva es una de las
razones del odio profundo que los predicadores del individualismo más extremo, el primero entre ellos
Nietzsche, sienten hacia la metrópoli, pero constituye también la razón del culto apasionado de que son
objeto estos predicadores en la metrópoli, pues aparecen ante el individuo metropolitano como los profetas y
los redentores de sus deseos más reprimidos". Ibídem, p. 457.
153
24. Ibídem, p. 456.

25. La expresión es de Simmel, pero la empleó también Raymond Aron para caracterizar su sociología
en La Sociologie allemande contemporeine, P.U.F., París, 1950, p. 6, y R. Heberle, The Sociology of Georg
Simmel: The Forms of Social Interaction, en H. E. Barnes (ed.), An Introduction to the History of Sociology,
The University of Chicago Press, Chicago, 1947, p. 251. '

26. Obsérvese que Max Weber -en un escrito incompleto y redactado probablemente en 1908, poco
después de la publicación de Sozlologie de Simmel- encontraba inaceptables algunos puntos esenciales de la
metodología simmeliana. En particular, creía que el concepto de interacción era extremamente ambiguo.
Véase M. Weber, •Georg Simmel as Sociologist", con Introducción de D. N. Levine, en Social Research, 39
(1972), n. 1, pp. 158 y 162 y 163. Por lo que se refiere a la sociología de la ciudad debemos mencionar la justa
apreciación de Don Martindale, según el cual la teoría de Simmel, reducida a una clasificación de los aspectos
formales de la interacción intrapsíquica, es fácilmente recuperada en la teoría weberiana, desarrollada en
términos de una sociología "comprehensiva". Véase D. Martindale, The Theory of the City, en Community
Character & Civilization, cit., p. 155 y ss.

27. P. Rossi, Lo storicismo tedesco contemporaneo, Einaudi, Turín, 1956, p. 227; véase la parte III de
Ereditá del neocriticismo e la filosofia della vita (Georg Simmel) para un estudio más profundo del
pensamiento y del planteamiento metodológico simmel¡ano.

28. Es ejemplar, a este respecto, el concepto de conflicto presentado por Simmel como forma de
"asociación" (Pietro Rossi traduce así el término Vergesellschaftung; mientras que en inglés se tradujo de
varias maneras: A. Small como Socialization, usado también por L. Coser: K. Wolff traduce sociation, y su
traducción la acepta también D. Martindale, quien sostiene, sin embargo, que la probable traducción literaria
sería societalization). Simmel nos habla de la vida en la ciudad y de sus aspectos conflictivos prescindiendo
totalmente dei "contenido" de la relación conflictiva y dejando en la sombra los intereses que mueven el
conflicto. No podía ser de otra manera: formalizar las relaciones conflictivas significa renunciar a una
interpretación que tenga en cuenta el ámbito social concreto donde se manifiestan y proceden, dentro de una
línea de análisis tan abstracta, que -a menudo- resulta insignificante para quienes conciben la sociología como
el conocimiento para una intervención sobre el objeto de estudio. Sobre los límites interpretativos de una
concepción que señala el objeto de la sociología en la identificación de una específica Vergesellschaftung,
véase M. Horkheimer y T. W. Adorno (editores), Lezioni di sociología, Einaudi, Turín, 1966, especialmente
p. 21. C. Wright Mills -quien, dicho entre paréntesis, no sólo ha traducido al inglés, sino que también
comentó en uno de sus escritos inéditos, en colaboración con H. Gerth, este ensayo sobre la metrópoli-
sostiene que la sociología de Simmel, como .teoría sistemática de la naturaleza del hombre y de la sociedad"
que se desarrolla prescindiendo de la historia, "se convierte demasiado fácilmente en un formalismo
elaborado y árido, cuyo esfuerzo fundamental se reduce a una fragmentación de conceptos y a su
interminable recomposición"; véase L'Immaginazione sociologica (1959), II Saggiatore, Milán, 1962, p. 31.

29. Véase G. Martinotti, Introduzione a Cittá e analisi sociologica, cit., pp. 40 y ss., donde, después de
subrayar la modalidad de Simmel, lo critica con justicia por haber omitido la existencia de grupos y de formas
de solidaridad que forman la compleja red de las subculturas internas de la ciudad y cuya acción contrasta
(nos parece que con poco éxito) con la presión de los procesos estructurales activos a nivel metropolitano.
30. Véase L. Reissman, El proceso urbano, las ciudades en las sociedades industriales, Editorial Gustavo Gil¡,
S. A., Barcelona, 1970, p. 161.

IV. Park, Burgess y McKenzie: la ecología de la ciudad

1. M. Horkheimer / T. W. Adorno (eds.), Lezioni di sociología, cit., p. 168.

2. C. Sandburg, Chicago, Edizioni Avant¡!, Milán, 1961, p. 22.

154
3. Una de las más conocidas reseñas de los estudios empíricos de la Escuela ecológica de Chicago: J.
Madge, Lo sviluppo dei metodi di ricerca empirica in sociologia, II Mulino, Bolonia, 1966, cap. III, La Scuola
di Chicago attorno al 1930, pp. 123 a 172. Véase también M. R. Stein, The Eclipse of Community, Harper &
Row, Nueva York, 1964, cap. 1, Robert Park and Urbanization in Chicago, pp. 13 a 46, que contiene una
interesante reseña de los estudios de la segunda generación de la Escuela, además de ofrecer una imagen muy
animada de la Chicago universitaria y sociológica de los años veinte. Una preciosa antología de textos
ecológicos fundamentales y de análisis críticos sobre el enfoque ecológico en el estudio de la ciudad,
globalmente considerado, se debe a G. A. Theodorson (ed.), Studies in Human Ecology, Row Peterson and
Co., Evanston, 1961; (versión castellana: Estudios de Ecología humana, Editorial Labor, S. A., Barcelona,
1974, 2 vols.).

4. La bibliografía de los escritos de Park es muy amplia; los principales textos se incluyen en la serie de
tres volúmenes: Race and Culture (1950), Human Communities (1952) y Society (1955) a cargo de E. C.
Hughes, C. S. Johnson, J. Masuoka, R. Redfield y L. Wirth, editados en Glencoe por Free Press.

5. La expresión fue empleada por A. Tos¡ en Saggi critici sulla sociologia urbana, Memo, Milán, 1967;
el cap. V., "II dibattito sulla Human Ecology", pp. 97 a 132, desarrolla una interesante discusión crítica sobre
la Escuela de Chicago.

6. R. Park, "La cittá: indicazloni per lo studio del comportamento umano nell'ambiente urbano (1915-
1925)", en R. Park, E. W. Burgess, R. McKenzie, La cittá, Milán, 1967, p. 5. Este ensayo, que constituye una
especie de manifiesto de la Escuela, inspiró las numerosas investigaciones empíricas sobre Chicago en
aquellos años.

7. Véase el ensayo Human Ecology (1936), ahora en Human Communities, cit., p. 147.

8. Ibídem, p. 148.

9. Ibídem, pp. 150 y 151.

10. Ibídem, p. 156.

11. Ibídem, p. 156.

12. R. Park, E. Burgess, R. McKenzie, La cittá, cit., p. 8. En el texto Inglés se usa la expresión "crude
externa] fact".

13. Véase también L. Reissman, The Urban Process, cit., p. 113. (Versión castellana, El proceso
urbano, Editorial Gustavo Gil¡, S. A., Barcelona, 1972.)

14. R. Park, "L'organizzazlone della comunitá e il temperamento romantico" (1925) en La cittá, cit., pp.
103 a 105.

15. R. Park, "Human Ecology (1936), en Human Communities, cit., pp. 153 y 261.

16. R. Park "L'organizzazlone della comunitá e ¡I temperamento romantico•, cit., p. 94 (c.m.).

17. Véase también D. Martindale, "The Theory of the City", en Community, Character and
Civilization, cit., p. 428.

18. R. Park, L'organizzazione della comunitá e il temperamento romantico, cit., p. 106.

19. R. Park, "The Urban Community as a Spatial Pattern and a Moral Order" (1926), en Human
Communities, cit., pp. 168 a 170.
155
20. R. Park, "Human Ecology", en Human Communities, cit., p. 151, y en particular, los dos ensayos
aquí señalados: "Dominance" (1934) y •Succession, en Ecological Conceps" (1936), respectivamente en las
pp. 159 a 177 y 223 a 232.

21. Human Communities, cit., p. 230. Para una ejemplificación concreta, véase los casos de sucesión
señalados en el par. sobre E. W. Burgess.

22. R. Park, Human Ecology, cit., p. 158.

23. R. Park, Human Ecology, cit., p. 157 y "Sociology, Community and Society" (1929), en Human
Communities, cit., pp. 178 a 209 (especialmente p. 181).

24. Véase, por ejemplo, "La storia naturale del giornale a La mentalitá del vagabondo: riflessioni su¡
rapporto fra mentalitá e locomozlone", en La cittá, cit., pp. 73 a 88y139a144.

25. Ibídem, pp. 23 y 24, Park cita textualmente la definición de grupo primario de C. H. Cooley.

26. Ibídem, pp. 24 y 25.

27. Véase, en particular, los ensayos comprendidos en Human Communities, cit.: •Human Ecology",
especialmente pp. 156 y 157, "Sociology, Community and Society", passim, "The City and Civilization"
(1936), pp. 128 a 141.

28. La cittá, cit., p. 9. Es obvia la influencia durkheimiana; sobre todo del Durkheim de la Divisione del
lavoro sociale.

29. La cittá, cit., p. 41.

30. Hay que recordar aquí la centralidad de la noción de movilidad, entendida como característica
fundamental del hombre-urbano, factor de desarrollo de la "sociedad" y de negación de la "comunidad". "En
la locomoción se desarrolla aquel tipo peculiar de organización que llamamos "social". La característica de un
organismo social es la de estar constituido por individuos capaces de locomoción independiente...
Naturalmente la sociedad está constituida por individuos independientes y capaces de locomoción; y, como
ya se ha dicho, la locomoción define la naturaleza misma de la sociedad. Pero, para que en la sociedad exista
permanencia y progreso, los individuos que la componen deben ser localizados; sobre todo para mantener la
comunicación, puesto que sólo a través de la comunicación es posible mantener aquel equilibrio inestable
que llamamos sociedad", véase La cittá, cit., pp. 140 y 141.

31. Ibídem, pp. 24 y 25.

32. Ibídem, pp. 38 y 39. Park no duda en relacionar el desarrollo de la inteligencia con la movilidad
territorial: "Ya está claramente reconocido que lo que llamamos generalmente falta de inteligencia en los
individuos, en las razas y en las comunidades es a menudo el resultado del aislamiento; por otro lado, la
movilidad de una población es sin duda un factor importantísimo en su desarrollo intelectual". Ibídem, p. 19.

33. Ibídem, p. 42. El punto nos recuerda la distinción durkheimiana entre "normal" y "patológico".

34. La cittá, cit., pp. 22 y 23 (c.m.).

35. Véase el ensayo Collective Behavior (1924), en R. Park, On Social Control Collective Behavior, R.
H. Turner (ed.), The University of Chicago Press, Chicago, 1967, pp. 226 y ss., y La cittá, cit., p. 30.

156
36. Sobre la relación entre prensa, opinión pública, control e integración social véase, además del
ensayo "La storía naturale del giornale" (1923), ahora en La cittá, cit., pp. 73 a 87, "Immigrant Community
and Immigrant Press" (1925); "News as a Form of Knowledge" (1940); "Morale and the News" (1941), ahora
recopilados en Society (vol. III de Collected Papers of R. E. Park), The Free Press, Glencoe, Parte II.

37. La cittá, cit., p. 24 y también p. 30.

38. Por tanto, es injusto sostener que Park sea un burdo materialista, obstinado en no querer
considerar los problemas culturales como objeto importante de análisis. Es más correcto observar que su
análisis es débil por lo que se refiere a las componentes mismas de la "cultura" y en relación entre valor social
y personalidad individual. S. M. Wíllhelm observa una ambigüedad no resuelta en el estudio de las relaciones
entre individual y colectivo. Es fácil constatar en Park y en sus sucesores la convicción de que los valores
tienen una derivación psicológica y deben por ello ser excluidos de un análisis sociológico, coherentemente
con la idea de que los ecólogos deben tener una perspectiva general y huir de todo esquematismo
psicologizante. Véase S. M. Willhelm, "The Concept of the "Ecological Complex": A Critique", en The
American Journal of Economics and Sociology, 23 (1964), n. 3, pp. 241 a 248.

39. Véase, por ejemplo, L. Reissman, The Urban Process, cit., p. 102; M. A. Alihan, Social Ecology; A
Critica¡ Analysis, Columbia Univ. Press, Nueva York, 1938 (versión castellana, El proceso urbano, Editorial
Gustavo Gil¡, S. A., Barcelona, 1972, p. 117); W. Kolb, The Social Structure and Functions of Cities, cit., pp.
30 a 46.

40. M. A. Alihan, después de haber subrayado la importancia del carácter "sociológico" en muchos
estudios "ecológicos sobre el comportamiento desviado en el medio urbano, escribe: "Si se asume que las
relaciones simbióticas corresponden a una determinada fase de la vida de grupo, es bastante difícil percibir
cómo en el estudio de la organización "biológica y económica" de la comunidad se pueda abstraer la
interdependencia orgánica y la vida común, basada en una mutua correspondencia de intereses, característica
de la comunidad, de aquellas relaciones voluntarias y contractuales entre los hombres que se definen como
sociedad: véase Estudios de comunidad y ecológicos, recopilado en G. Theodorson (ed.), Estudios de
Ecología Humana, cit., vol. I, pp. 163 y ss.

41. A este propósito, véase E. C. Hughes, "Robert E. Park's Views on Urban Socity: A Comment on
William L. Kolb's Paper", en Economic Development and Cultural Change, cit., pp. 47 a 49. E. C. Hughes
polemiza con W. Kolb y defiende a Park también en lo referente a otras críticas que no mencionaré aquí,
puesto que tratan de temas que no incluimos en nuestra selección.

42. R. Park, Human Ecology, cit., p. 157.

43. Ibídem, p. 158.

44. Human Communitíes, cit., p. 196.

45. Véase el ensayo "The City as a Social Laboratory" (1929), ahora en R. E. Park, On Social Control
and Collective Behavior, cit., pp. 9 y 10.

46. La cittá, cit., p. 12.

47. La cittá, cit., p. 9. Se trata de uno de los ejemplos que inducen a algunos críticos a sostener que a
Park y a sus colegas les movía un espíritu nostálgico por lo que se refiere a la desaparición de la comunidad,
concebida como forma de vida, más o menos mítica y antecedente a la urbanización, en la que dominaban
relaciones sociales de tipo primario.

48. La cittá, cit., texto y nota de p. 11, donde se cita a H. Rickert. Véase también "Introduzione" de A.
Pizzorno en la p. XVIII. Nótese que también para Durkheim la sociedad "forma parte de la naturaleza y
157
constituye su más alta manifestación y, además, que el hecho de que conceptos e ideas tengan un origen
social "hace más bien presumir que no estén sin fundamento en la naturaleza de las cosas"; véase Le forme
elementor! della vita religiosa, Comunitá, Milán, 1963, pp. 20 y 21.

49. Algunas afirmaciones de Park según las cuales el concepto de área natural cumpliría la importante
función metodológica de frame of reference y, gracias a esta función, los datos cuantitativos adquieren una
nueva significación de carácter más general, favoreciendo la formación de hipótesis de trabajo extensibles a
otras áreas del mismo tipo, son simples declaraciones de principio. Véase Human Communities, cit., p. 198.
Es interesante observar también que algunos investigadores señalaron la utilidad del concepto con el fin de
resolver la vieja cuestión de la definición del barrio; véase L. CavaM, La cittá divisa, cit., p. 91.

50. M. Stein, The Eclipse of Community, cit., cap. I, R. Park and Urbanization in Chicago,
especialmente pp. 28 a 34.

51. P. Hatt, El concepto de área natural (1946), ahora en G. A. Theodorson (ed.), Estudios de Ecologia
Humana, cit., vol. I, p. 181. La finalidad de este estudio es verificar la existencia de áreas naturales en una
amplia zona residencial, exactamente la del centro de Seattie, que parecía presentar la variedad de elementos
pronosticada en las características de la vivienda y en las de la población. Por área natural Hatt entiende "una
unidad espacial habitada por una población, unida sobre la base de la relación simbiótica". De los datos
recogidos se pueden evidenciar sólo dos zonas, definidas de modo preciso en sentido espacial: una zona muy
mixta y una zona, opuesta, muy homogénea, blanca y de clase media, que corresponden respectivamente a
áreas de menor y de mayor bienestar en la vivienda. Hatt no saca la conclusión de una total inaplicabilidad
del concepto de área natural, en su versión "clásica" -según él- étnicamente orientada. Se demuestra, en
efecto, la existencia de esquemas espaciales significativos para cada categoría, para cada etnia, distintamente,
que se puede traducir en una representación cartográfica de áreas naturales. Pero este concepto debe usarse
con cautela.

52. Véase también H. W. Zorbaugh, Las áreas naturales de la ciudad (1926), ahora en G. A.
Theodorson (ed.), Estudios de Ecología Humana, cit., vol. I, p. 83.

53. Park es el primer investigador que habla de urbanización en términos sociológicos, como proceso
distinto del fenómeno ciudad; el primero en estudiar de manera profunda y sistemática, aunque siempre en
clave ecológica, la urbanización en sus etapas, internas y externas a la ciudad, y en analizar la movilidad
territorial individual y de grupo.

54. La Escuela de Chicago, como Max Weber, ve en el mercado una institución importante para el
desarrollo de la ciudad.

55. E. W. Burgess, "Lo sviluppo della cittá: introduzione a un progetto di ricerca" (1923), en La cittá,
cit., p. 49. Nótese que la transition zone fue el área más estudiada por los ecólogos urbanos, precisamente
porque en ella se desarrollaron los más impor tantes fenómenos de patología social. En particular, en ella -en
la Chicago de la épocase situaban el "ghetto" judío, la Little Sicily, la Chinatown y una parte del Black Belt.
Para una buena interpretación-descripción del modelo Burgess véase a L. Reissman, El proceso urbano, cit.,
"Ecología de la ciudad", pp. 120 a 127.

56. Según una estimación de Burgess, en 1923, un flujo de entrada y salida que comprendía
globalmente más de 500.000 personas animaba la vida cotidiana del Loop de Chicago.

57. Véase, entre los muchos estudios de la Escuela de Chicago: C. R. Shaw, Delinquency Areas (1929);
F. Trasher, The Gang (1927); R. Faris y H. W. Dunham, Mental Disorders in Urban Areas (1939).

58. Está claro que esta aplicación tuvo lugar sobre todo en las ciudades norteamericanas. Pero más
tarde este modelo sirvió también para ciertos estudios sobre ciudades europeas: como, por ejemplo, en 1943,

158
un estudio sobre Budapest de E. D. Beynon y, en 1952, una investigación de P. Chombart de Lauwe sobre
París.

59. Por ejemplo, en 1939, H. Hoyt desarrollaba la denominada teoría de los "sectores" proponiendo un
diagrama en el cual las bandas circulares se interrumpían, dilatándose del centro hacia el exterior, según
formas irregulares de distinta profundidad.

60. Nótese que a la propia Chicago de los años veinte se adapta mejor un modelo semicircular.

61. La cittá, cit., p. 49: "Es superfluo añadir que ni Chicago ni ninguna otra ciudad corresponden
perfectamente a este esquema ideal. Algunas complicaciones surgen por la presencia del lago, del río Chicago,
de la línea de ferrocarril, por factores históricos que actúan en la localización de la industria, por el grado
relativo de resistencia de la comunidad frente a las invasiones, etc.".

62. R. McKenzie, "The Scope of Human Ecology" (1926) en On Human Ecology, A. H. Hawiey (ed.),
The University of Chicago Press, Chicago, 1968, p. 92. Véase también L. J. Haggerty, "Another Look at the
Burgess Hypothesis: Time as en Important Variable", en American Journal of Sociology, LXXVI (1971), n.
6, pp. 1084 a 1093.

63. Véase las críticas de M. R. Davie, El modelo del crecimiento urbano,

G. A. Theodorson (ed.), Estudios de Ecología Humana, cit., pp. 139 a 162, y, en defensa del artículo de
J. A. Ouinn, "The Burgess Zonal Hypothesis and Its Critics", en American Sociological Review, V (1940), n.
2, especialmente pp. 212 a 215.

64. Por lo demás, siguiendo esta línea se desarrollaron otras teorías que pueden considerarse más
bien como modificaciones que como verdaderas y propias alternativas a la hipótesis Burgess: como por
ejemplo la teoría de los núcleos urbanos de C. D. Harris r y E. L. Ullman.

65. Véase L. Schnore, The Urban Scene, The Free Press, Nueva York, 1965, pp. 201 a 217; A. M.
Guest, "The Burgess Zonal Hypothesis: The Location of Whyte-Collar Workers", en American Journal of
Sociology, LXXVI (1971), n. 6, pp. 1094 a 1108.

66. Hay que recordar, más bien, que en los años sucesivos, sin duda alguna gracias a la influencia de L.
Wirth, Burgess intentó precisar su intuición sobre la expansión urbana, aplicando el modelo de los círculos
concéntricos a una institución que sufrió importantes transformaciones con el proceso de urbanización: la
institución familiar. Véase E. W. Burgess, H. J. Locke, The Family, American Book Co., Nueva York, 1945,
pp. 113 a 134.

67. D. Martindale, op. cit., p. 131.

68. R. D. McKenzie, "L'approccio ecologico allo studio della comunitá urbana" (1925), en La cittá, cit.,
pp. 59 a 72.

69. Ibídem, pp. 62 y 63.

70. Ibídem, p. 66.

71. Véase A. H. Hawley, "Introduction" a R. D. McKenzie, en On Human Ecology, cit., p. XVI.

72. Véase R. D. McKenzie, The Neighborhood: A Study of Local Life in the City of Columbus, Ohio
(1921), fruto de una investigación sobre el terreno, ahora en op. clt., pp. 51 a 93.

73. L'approccio ecologico allo studio della comunitá urbana, cit., p. 71.
159
74. Ibídem, p. 72.

75. E. W. Burgess, "Il lavoro di vicinato puó avere una base scientifica?" (1924), en La cittá, cit., p. 132.

76. R. Park, La cittá: indicazioni per lo studio del comportamento umano nell'ambiente urbano,
cit., pp. 10 a 12.

77. Véase R. D. McKenzie, The Neighborhood, cit., p. 92.

78. A este propósito, W. H. Whyte señalará datos muy interesantes referentes al suburbio de clase
media; véase L'uomo dell'organizzazione, Einaudi, Turín, 1960, especialmente la parte VII, pp 341 y ss.

79. A. H. Hawley, Introduction, cit., p. XVI.

80. Véase también R. N. Morris, Urban Sociology, Allen and Unwin, Londrés, 1968, pp. 101 y ss.

81. Véase los ensayos "Spatial Distance and Community Organization Pattern" (1927) y "The Ecology
of Institutions" (1936) en On Human Ecology, cit., pp. 94 a 101 y 102 a 117.

82. Hay que señalar que McKenzie fue uno de los primeros sociólogos en interpretar de forma
sistemática los materiales y los datos relativos al proceso de desarrollo metropolitano. En 1933, los resultados
de su esfuerzo aparecieron en el ensayo The Rise of Metropolitan Communities, preparado para el
President's Research Committee on Social Trends, y en la conografía The Metropolitan Community.

83. The Metropolitan Community, McGraw-Hila, Nueva York, 1933, p. 7.

84. Ibídem, p. 313.

85. L. Schnore sostiene justamente que Durkheim anticipó gran parte del trabajo teórico de McKenzie,
particularmente los conceptos relativos a los orígenes de las comunidades metropolitanas; véase "Social
Morphology and Human Ecology", en American Journal of Sociology, vol. LXIII (1958), n. 6, pp. 620 y ss.

86. R. D. McKenzie, "The Rise of Metropolitan Communities", cit., ahora en On Human Ecology, pp.
302 a 305.

87. Véase el ensayo "Demography, Human Geography and Human Ecology" (1934), ahora en Human
Ecology, cit., p. 40.

88. F. Ferrarotti, "Osservazioni sulla sociología urbana", en Roma da capitale a periferia, Laterza, Bar¡,
1970, especialmente pp. 227 a 233; y del mismo autor, Una sociología alternativa, De Donato, Bar¡, 1972, pp.
174 y ss.

89. L. Wirth, "Human Ecology" (1945), ahora en L. Wirth, On Cities and Social Life, A. Reiss Jr. (ed.),
The University of Chicago Press, Chicago, 1964, p. 186.

90. Véase, por ejemplo, A. H. Hawley, Human Ecology. A Theory of Community Structure, The
Ronald Press Co., Nueva York, 1950, y del mismo autor "Human Ecology", en Internacional Encyclopedia
of the Social Sciences, vol. 4, N.Y., 1968, pp. 328 a 337. (Versión castellana, Enciclopedia Internacional de
las Ciencias Sociales, Aguilar S. A. de Ediciones, Madrid, 1974, vol. 4, pp. 37 a 44.) Entre los aspectos
fundamentales de su propuesta para una nueva ecología hay que mencionar: a) no se debe limitar la ecología
al estudio de los modelos espaciales del comportamiento social, puesto que la cultura y el comportamiento
humano son manifestaciones comunes del carácter biótico de la sociedad, diferentes no en el género sino en
el grado; b) ergo la ecología debe ocuparse de todos los fenómenos sociales y, en particular, de la manera en
160
la que la población se organiza en agregados; c) es necesaria una conexión directa y conceptual con la
ecología animal y vegetal, puesto que la ecología humana, no es sólo "el estudio de la forma y del desarrollo
de la comunidad humana", sino también el de los procesos que la llevan a la diferenciación y a la
especialización.

91. Véase O. D. Duncan, "Human Ecology and Population Studies", en P. Hauser y O. Duncan (eds.),
The Study of Population, The University of Chicago Press, Chicago, 1959, pp. 678 a 716 y O. Duncan y L.
Schnore, "Cultural, Behavioral and Ecological Perspectiva in the Study of Social Organization", en American
Journal of Sociology, LXV (1959), n. 2, pp. 132 a 153. Se trata de un artículo polémico que sufre de
"panecologismo". Los autores critican el enfoque culturalista, el behaviorismo y el funcionalismo. En lo
referente a este último, por ejemplo, se subraya la eficacia del enfoque ecológico puesto que, gracias a él, sería
posible proponer una teoría funcionalista sobre base inductiva, fundada de forma empírica (ibídem, p. 142).
Por otra parte, no se alejan de las posiciones tradicionales de la ecología; tampoco nos convencen los
beneficios que podrían derivar de este enfoque para el estudio de fenómenos sociales como, por ejemplo, la
burocratización y la estratificación: "La perspectiva ecológica se concentra en la organización como
propiedad de un agregado y de una población. Evitando la formulación de este problema en los términos de
las características individuales y culturales, el ecólogo toma el agregado como su punto de referencia y
deliberadamente se esfuerza en explicar la razón de las formas que la organización social asume en respuesta
al cambio de las presiones demográficas, tecnológicas y ambientales. De esta manera, el ecólogo contribuye al
mantenimiento de un interés tradicionalmente sociológico (?!) en la explicación de las formas de organización
y de los cambios que allí se verifican" (ibídem, p. 144, c.m.).

92. Véase E. Shevky / W. Bell, Social Area Analysis, Stanford University Press, Stanford, 1955, y W.
Bell, Utilidad de la tipología de Shevky para el diseño de estudios de campo de sub-áreas urbanas (1958),
ahora recopilado en G. Theodorson (ed.), Estudios de Ecología Humana, cit., vol. I, pp. 405 a 418. Véase
una excelente crítica y una reseña de esta temática en A. Tos¡, -11 dibattito sulla Human Ecology", en Saggi
critici di sociología urbana, cit., pp. 97 a 132 y también la crítica de M. Castells, La cuestión urbana, Siglo
XXI editores, Madrid, 1974, pp. 142 y ss.

93. Véase la pretensión de equiparar conceptualmente power y dominance en Duncan y Schnore,


Cultural, Behavioral and Ecological Perspectives, cit., p. 139. Entramos en la abstracción más gratuita; falta
totalmente el criterio de que el concepto de dominación es un concepto que expresa simplemente una
"posición”; entonces está claro que puede utilizarse, al máximo, como elemento interpretativo subsidiario,
como indicador empírico que requiere un análisis sociológico más comprometido.
V. Segregación y urbanismo en la sociología de Louis Wirth

1. Véase R. Bendix, "Social Theory and Social Action in the Sociology of Louis Wirth”, en American
Journal of Sociology, LIX (1954), n. 6, p. 523; A. J. Reiss, Jr., "Introduction” a L. Wirth, en On Cities and
Social Life, The University of Chicago Press, Chicago, 1964, p. XI; A. CavaM, "Introduzione” a L. Wirth, en
11 Ghetto, cit., p. XXIII y ss. Por lo que se refiere a las críticas más recientes véase M. Castells, La cuestión
urbana, cit., pp. 97 a 105, y C. G. Pickvance, "On a Materialistic Critique of Urban Sociology”, en
Sociological Review, vol. 22 (1974), n. 2, pp. 211 y ss.

2. De la misma opinión son D. Martindale, "The Theory of the City”, en Community, Character &
Civilization, cit., pp. 147 y 148, y L. Reissman, El proceso urbano, cit., p. 139.

3. Véase R. Bendix, Social Theory and Social Action in the Sociology of Louis Wirth, cit., pp. 524 y ss.

4. L. Wirth, Consensus and Mass Communication (1948), ahora en L. Wirth, On Cities and Social Life,
cit., p. 20.

5. Véase por ejemplo L. Wirth, The Scope and Problems of the Community (1933), ambos ahora en
On Cities and Social Life, cit., p. 168 (c.m.) y p. 181.

161
6. L. Wirth, Ideological Aspects of Social Disorganisation (1940), ahora en On cities and Social Life,
cit., p. 54.

7. Wirth impartió clases de sociología del conocimiento en la Universidad de Chicago. Por lo que se
refiere a su producción en este campo -por lo demás bastante limitada- véase "Preface”, en Ideology and
Utopia de Karl Mannheim, publicada en 1936 en ocasión de la traducción de la obra del sociólogo alemán,
realizada por el propio Wirth y por Edward A. Shils.

8. Para un análisis crítico del pensamiento de Wirth sobre el problema metodológico de la relación
entre juicios de valores y ciencia, véase A. J. Reiss Jr., Introduction, cit., pp. XII a XIV y R. Bendix, Social
Theory and Social Action in the Sociology of Louis Wirth, cit., pp. 528 y 529. Wirth sostenía la necesidad,
por parte del científico social, de una implicación directa en la acción. Para llegar a ser un investigador de la
sociedad serio es necesario estar seriamente comprometido como ciudadano. Según Bendix, con esta
posición Wirth se oponía a la teoría de la neutralidad del científico social.

9. L. Wirth, "Social Interaction: The Problem of the Individual and the Group”, en American Journal
of Sociology, XLIV (1939), pp. 965 a 979.

10. L. Wirth, Consensus and Mass Communication, cit., pp. 34 y 38.

11. Ibídem, p. 25

12. El consenso -sostenía Wirth en sus últimos escritos- debe desarrollarse a escala mundial. La ciencia
y los intelectuales tienen una importancia fundamental en el logro de esta finalidad. Véase Ideas and Ideals as
Sources of POwer in the Modern World (1947), pp. 146 a 156 y World Community, World Society and
World Governement: An Attempt at a Classification of Terms (1948), pp. 319 a 332, ambos en On Cities
and Social Life, cit., pp. 319 a 332.

13. Bendix señala que a este propósito la posición de Wirth diverge de la de Mannheim, al que nuestro
autor reprochaba una excesiva "abstracción"; véase Social Theory and Social Action in the Sociology oí Louis
Wirth, cit., p. 528.

14. Véase Elizabeth Wirth Marvick, Louis Wirth: A Biographical Memorandum, en L. Wirth, On Cities
and Social Life, cit., pp. 333 a 340.

15. R. Park y E. Burgess estimularon el interés de Wirth por la sociología urbana y le alentaron a
profundizar científicamente sus experiencias de judío inmigrado. De hecho, la tesis para el Master --que no
fue publicada- lleva el título de Culture Conflicts in the Immigrant Family.

16. L. Wirth, "Bibliografía della comunitá urbana", en R. Park, E. Burgess, R. McKenzie, La cittá, pp.
145 a 202.

17. Véase E. Wirth Marvick, Louis Wirth: A Biographical Memorandum, cit., p. 339.

18. La etimología del término "ghetto" fue ampliamente debatida. Para unos derivaría del hebraico ghet
“ divorcio; para otros del alemán Gitter “ reja y para otros del italiano borghetto (pequeño burgo). Según
Wirth, el étimo más probable se relaciona a ghetto; con este nombre se indicaba una fundición de cañones en
una localidad de Venecia, en cuya proximidad se encontraba uno de los más antiguos asentamientos judíos.
Véase L. Wirth,11 ghetto, cit., p. 10, nota 1.

19. Ibídem, p. 13.

20. De la misma opinión es F. Ferrarotti en sus "Osservazioni suila sociología urbana", apéndice de su
estudio Roma da capitale a periferia, cit., p. 249.
162
21. Debemos recordar que los judíos, al contrario de los católicos, quedaban libres de la prohibición de
desarrollar actividades comerciales y de préstamos con interés. Véase el mismo Wirth,11 ghetto, cit., p. 26.

22. Ibídem, p. 61.

23. M. Fishberg, -The Jews: a Study in Race and Environment" (1911), cit., en Wirth, 11 ghetto, p. 63.

24. Ibídem, p. 65.

25. Nótese que a menudo son los hijos quienes fuerzan a los padres -sobre todo en las familias de
posición económica sólida- a abandonar el ghetto. Es significativa la historia de una familia judía rusa que
Wirth explica en el cap. XII: Il ghetto in vía di sparizione.

26. A Cavalli, Introduzione, cit., p. XXIII.

27. M. Stein, The Eclipse oí Community, cit., p. 41. Stein considera The Ghetto como un instrumento
únicamente útil para quienes desean interpretar los cambios del modelo de vida de un grupo étnico, en el
Chicago de los años veinte. Añade, además, que este estudio hubiera tenido un valor mayor si Wirth hubiese
realizado una comparación con la vida de los judíos en las pequeñas ciudades durante el mismo período. Y
aquí Stein se revela injusto, además de muy reductor, frente al valor de este estudio. Tanto porque
menosprecia los méritos que derivan de la comparación histórica de los ghettos judíos, en contextos social y
culturalmente muy diferentes, como porque hace un reproche inconsistente en cuanto que el grupo étnico
estudiado presenta una incidencia superior en el ambiente urbano.

28. Wirth, li ghetto, cap. XIII, Il ritorno al ghetto".

29. Nótese, entre otras cosas, que la individualización del ghetto denominado voluntario -típico de la
Europa de antes de las Cruzadas y que reaparece con el desarrollo suburbano en Estados Unidos- permite
una crítica a la Escuela ecológica: la elección del área de asentamiento no parece influenciada por los
procesos ecológicos, sino por elementos socioculturales. Esta crítica se desarrolló sobre la base de una
famosa investigación empírica, realizada por Walter Firey, Land Use in Central Boston, Harvard University
Press, 1947.

30. L. Wirth, "L'urbanesimo come modo di vita", en G. Martinotti (ed.), Cittá e analísi sociologica, cit.,
p. 520. (Versión castellana, El urbanismo como modo de vida, Ediciones 3 [Editorial Paidos], Buenos Aires,
1962, p. 19. [En adelante las notas harán referencia a esta versión castellana.])

31. El urbanismo como modo de vida, cit., p. 15; nótese que aquí Wirth -presentando una tipología-
utiliza aquellos criterios que rechazó poco antes; habla, de hecho, de ciudad industrial, comercial, minera,
pesquera, turística, universitaria y de ciudad-capital. Sigue luego desarrollando una clasificación ulterior
dentro del tipo de ciudad industrial.

32. Ibídem, p. 16.

33. Ibídem, pp. 16 y 17.

34. Las premisas teóricas, las hipótesis y los fenómenos considerados por Wirth en este ensayo los
explicará y discutirá en una interesante reflexión crítica C. Fischer, "Urbanism as a Way of Life", en
Sociological Methods & Research, 1 (1972), n. 2, pp. 188 a 231.

35. Wirth habla, de forma evasiva, de un número superior a unas pocas centenas; Aristóteles, citado
para reforzar la hipótesis Wirth, indica en la Política la dimensión urbana óptima: "el mejor límite a la
población de un Estado es el mayor número suficiente a las finalidades de la vida y puede comprenderse a
163
simple vista. Esto basta por lo que se refiere a la amplitud de la ciudad...", véase El urbanismo como modo
de vida, cit., p. 22.

36. Ibídem, p. 21. Wirth no habla explícitamente de "área natural"; es suficiente una comparación con
Park para verificar una identidad conceptual sustancial.

37. Ibídem, p. 24.

38. Ibídem, p. 27.

39. Ibídem, pp. 29 a 30.

40. Ibídem, p. 30.

41. Ibídem, p. 32.

42. Véase, por ejemplo, S. Greer, "Urbanism Reconsidered: A Comparative Study of local Areas in a
Metropolis", en American Sociological Review, n. 21 (1956), n. 1, pp. 19 a 24; S. Greer, The Emerging City,
The Free Press, Nueva York, 1962, pp, 92 y 93; Morris Axelrod, "Urban Structure and Social Participation",
en American Sociological Review, 21 (1956), n. 1, pp. 13 a 18; Marvin B. Sussman, "The Isolated Nuclear
Family: Fact or Fiction", en Social Forces, VI (1959), pp. 333 a 340; A. K. Tometh, "Informal Group
Participation and Residential Patterns", en American Journal of Sociology, LXX (1964), n. 1, pp. 28 a 35.

43. Véase S. Guterman, "In Defense of Wirth's Urbanism as a Way of Life", en American Journal of
Sociology, LXXIV (1969), n. 5, p. 493.

44. El urbanismo como modo de vida, cit., p. 24: "Eso no quiere decir que los habitantes de la ciudad
tengan menos relaciones personales que los del campo, dado que en realidad puede ser todo lo contrario;
significa más bien que en relación al número de personas que ellos ven y con los que están en contacto
superficial en el curso de la vida cotidiana, el porcentaje es inferior y además tienen un conocimiento menos
completo".

45. C. Fischer, Urbanism as a Way of Life, particularmente los párrafos "Structural Differentiation",
"Formal Integration", "Impersonality", "Isolation", "Anomie", "Deviance" y "Malaise", pp. 195 y ss.

46. H. Gans, "Urbanism and Suburbanism as Ways of Life", ensayo publicado por vez primera en A.
M. Rose (ed.), Human Behaviour and Social Processes, Mifflin, Boston, 1962, y sucesivamente, en R. E. Pahl
(ed.), Readings in Urban Sociology, Pergamon Press, Oxford, 1968, pp. 95 a 116, edición a la que nos
referimos.

47. H. Gans, Urbanism and Suburbanism as Ways of Life, cit., p. 97. Gans sostiene que la población
del "corazón" de la ciudad es muy heterogénea (en la p. 99 presenta una clasificación que comprende 5 tipos
de habitantes del inner city) y afirma que las tres famosas variables de Wirth no pueden ejercer una influencia
igual sobre estos tipos de habitantes tan distintos. La tesis Wirth se adaptaría perfectamente sólo a las
transient areas of the inner city, es decir, a aquellas zonas internas al central business district "típicamente
heterogéneas en los residentes, tanto porque el tipo de habitante es extremadamente móvil y no necesita de
un vecindario homogéneo, como porque se trata de zonas habitadas por desesperados que no tienen otra
elección..." (p. 103).

48. Recuérdese, por ejemplo, que Wirth se formó en la escuela de Park y que, sucesivamente, como
miembro del comité para el urbanismo del National Resources Planning Board, dirigió y redactó, en 1937, el
volumen Our Cities: Their Role In the National Economy.

164
49. L. Wirth, "Rural-Urban Differences" (1951), en On Cities and Social Life, cit., pp. 221 a 225. Se
trata del material extraído de un manuscrito que sirvió, anteriormente, para una conferencia y que debía
emplearse para un artículo que nunca fue escrito.

50. Aun cuando no sugiere alternativas de interpretación muy convincentes. Los presupuestos de
orden general, en los que se basa Gans para su crítica, nos dejan, de hecho, bastante perplejos; piénsese sobre
todo en la idea de que la ciudad actual permite mayor libertad de selección o de movimiento para quienes
residen en ella.

51. Véase también N. Morris, Urban Sociology, Allen & Unwin, Londres, 1968, p.170.

52. De la misma opinión son también otros críticos de Wirth, como por ejemplo, R. E. Pahl, "The
Rural-Urban Continuum", en Readings in Urban Soclology, cit., pp. 265 y 266.

53. Véase también G Martinotti, "introduzione" a Cittá e analisi sociologica,

cit., p. 73.

54. Además de Gans, también M. Livolsi, Comunicazione e integrazione, Barbera, Florencia, 1967,
especialmente p. 81, parece inclinarse por esta interpretación del ensayo de Wirth.

VI. Clases sociales y poder en una ciudad "media": las investigaciones de los Lynd

1. M. Horkheimer, T. W. Adorno (eds.), Lezioni dl sociología, cit., Lezione X, Studi di comunitá, p.


169.

2. Ibídem, pp. 170 y 171.

3. Véase L. Cavalli, "Ritorno a Middletown", en Quedernl di Sociología, n. 4, 1969, pp. 446 a 465; M.
R. Stein, The Eclipse of Community, cit., cap. 2, The Lynds and Industrialization in Middletown, pp. 47 a 69;
J. Madge, Lo sviluppo dei metodi di ricerca empirica in sociología, cit., cap. IV, La vita in una piccola cittá,
pp. 173 a 220; F. Ferraresi,

Studi sul potere locale, Giuffré, Milán, 1971, cap. II, 1 precursora. I Lynd e Middletown, pp. 10 i a 28;
C. Bell, H. Newby, Community Studies, Allen & Unwin, Londres, 1971, pp. 82 a 91.

4. Se publicaron, respectivamente, en 1929 y en 1937; existen ahora en versión italiana; véase Robert S.
Lynd / Helen M. Lynd, Middletown, Comunítá, Milán, 1970 (vol. I); 1974 (vol. II). Ambos volúmenes
contienen una penetrante Introduzione de L. Cavalli (pp. IX a XXIII). Para un análisis crítico de toda la obra
de R. Lynd, véase L. Cavalli, 11 mutamento sociale, cit., parte quinta, pp. 403 á 451, y, del mismo autor,
Sociologie del nostro tempo, 11 Mulino, Bolonia, 1973, pp. 71 a 76.

5. Véase, por ejemplo, entre los estudios empíricos más famosos realizados según esta perspectiva; J.
Dollard, Caste and Class in a Southern Town, Yale Univ. Press, New Haven, 1937; W. L. Warner, The Social
Life of a Modern Community, Yale Univ. Press, New Haven, 1941; J. Vidich-J. Bensman, Small Town in
Mass Society, Princeton University Press, Princeton, 1968.

6. Por lo que se refiere a esta distinción, creemos oportuno señalar al lector la Avvertenza que el
traductor italiano, Carlo A. Donolo, antepone al vol. I de Middletown, cit., especialmente p. XXVII. Aquí
emplearemos a menudo las expresiones en inglés.

7. Véase Middletown, vol. I, cit., p. 28.

8. Ibídem, p. 28, nota 1.


165
9. Ibídem, p. 29, nota 2.

10. Ibidem, pp. 29 y 30. Por lo que se refiere a ciertos aspectos metodológicos inherentes a las
entrevistas con la familia-tipo de clase obrera y de clase empresarial, véase la Nota metodológica, en
Appendice de la primera investigación.

11. Ibídem, p. 30.

12. Ibídem, p. 45, nota 1.

13. Ibídem, pp. 42 y 43. Los "tests" de inteligencia utilizados son los de Binet-Simon en la revisión
Terman.

14. Ibídem, p. 36. 15. Ibídem, p. 41. 16. Ibídem, p. 50. 17. Ibidem, pp. 66, 67 y 71, nota 1.

18. Véase L. Cavalli, II mutamento sociale, cit., pp. 419 y 420.

19. Middletown, vol. I, cit., p. 74.

20. Nos referimos aquí a la segunda investigación, utilizando el subtítulo adoptado en la versión
italiana: Middletown dieci anni dopo. Para un estudio crítico más profundo de las numerosas observaciones
aquí señaladas y, particularmente, para los efectos sociales de la Gran Depresión sobre la comunidad local,
véase L. Cavalli, Introduzione, cit., y II mutamento sociale, cit., especialmente pp. 431 a 434.

21. Véase Middletown dieci anni dopo, cit., pp. 30 a 35. 22. Ibidem, p. 56.

23. Ibidem, pp. 82 a 84.

24. Ibídem, particularmente el cap. 111, La famiglia X: un modelo di controllo da parte della classe
imPrenditoriale, pp. 93 a 121 Y Passim; véase también L. Cavalli, Introduzione, cit., especialmente pp. XVII
a XX.

25. Middletown dieci anni dopo, cit., p. 96.

26. L. Cavalli, 11 mutamento sociale, cit., p. 443.

27. Middletown dieci anni dopo, cit., p. 276.

28. Ibídem, p. 274, nota 1.

29. Ibidem, pp. 403 y 404.

30. Ibidem, p. 490.

31. Ibídem, pp. 496 y 497.

32. Véase L. Cava¡¡¡, 11 mutamento sociale, cit., p. 419.

33. Véase lo que afirma categóricamente el propio Lynd en Middletown dieci anni dopo, cit., p. 499.

34. Ibídem, p. 500; sobre los efectos de la localización de grandes empresas nacionales en la pequeña
ciudad, véase también la nota 1 en la p. 501.

166
35. Ibídem, pp. 500 a 504. Lynd recupera el análisis de L. Corey, The Crisis of the Middle Class,
Covici-Friede, Nueva York, 1935. Por lo que se refiere a análisis más profundos sobre la clase media
norteamericana es ya clásica la referencia al estudio de C. Wright Mills, Colletti bianchi (1951), Einaudi,
Turín, 1966.

36. Middletown dieci anni dopo, cit., pp. 502 y 503.

37. Ibídem, p. 505; véase también Middletown, cit., p. 487, nota 2, para algunos datos ejemplificados.
Véase además B. Barber, Famlly Status, Local - Community Status, and Social Stratífication: Three Types of
Social Ranking, en R. Warren (ed.), Perspectivas on the American Community, Rand Mc Nally, Chicago,
1966, especialmente pp. 275 a 279.

38. Middletown dieci anni dopo, cit., p. 505.

39. Ibidem, p. 510.

40. Ibídem, p. 511. Lynd hace suya la famosa tesis de T. Veblen sobre la función social del consumo
vistoso (véase p. 512).

41. Sobre el problema, véase L. Cavalli, 11 mutamento sociale, cit., especialmente pp. 424 a 428.

42. Hay que recordar también la importancia crítica desarrollada siguiendo el enfoque pluralista por N.
W. Polsby, "Power in Middletown: Fact and Value in Community Research", en Canadian Journal of
Economics and Political Science, XXVI (1960), n. 4, pp. 592 a 603, y en Community Power and Political
Theory, Yale U. P., New Haven, 1963, pp 15 y ss. Lynd es criticado por haber seleccionado el material
empírico de modo unívoco, con la finalidad de verificar su esquema teórico preconstituido, dominado por la
preocupación de individualizar una estructura del poder local condicionada únicamente por variables de
naturaleza económica. Sobre este punto véase L. Cavalli, 11 mutamento sociale, cit., pp. 450 y 451, y C. Ball,
H. Newby, Community Studies, cit., pp. 229 a 233.

VII. Henri Lefebre: del derecho a la ciudad a la producción del espacio urbano

1. Por ejemplo, en Italia, donde se multiplican los estudios sociológicos después del paréntesis
crociano, debemos señalar las investigaciones pioneras de L. Cavalli: Inchiesta sugli abituri, Saga, Génova,
1957; Quartiere operaio, Saga, Génova, 1958; La gioventú del operaio, Pagano, Génova, 1959, además del
análisis teórico-empírico sobre la realidad sociopolítica de la gran ciudad italiana en los años de la guerra fría,
realizada por L. Cavalli, La cittá divisa, cit.

2. Véase entre otros, C. Bettelheim, S. Frére: Une villa frangaise moyenne: Auxerre en 1950, Colin,
París, 1950; M. Quoist, La villa et 1'homme. Rouen: étude sociologique d'un secteur prolétarien, Editions
Ouvriéres, París, 1952. Paul-Henry Chombart de Lauwe desarrolló un razonamiento coherente a partir de su
primera investigación sobre París, Paris et l'agglomération parisienne, P.U.F., París, 1952, hasta su
recopilación de ensayos, Paris. Essais de Sociología 1952-1954, Editions Ouvriéres, París, 1956, así como a
través de la investigación Famille et Habitation, C.N.R.S., París, 1959-1960, 2 vols., hasta llegar a Uomini e
cittá, Marsilio, Padua, 1967, a su reciente Immaginí della cultura, Guaraldi, Florencia, 1973, y Per una
sociología delle aspirazioní, Guaraldi, Florencia, 1976.

3. H. Lefebvre, 11 diritto alta cittá (1968), Marsilio, Padua, 1970, p. 100. [Existe una versión castellana
de esta obra con el título: El derecho a la ciudad, Ediciones Península, Barcelona, 1969, 169 pp. El texto
citado corresponde a las pp. 101 y 102.] Este punto de vista será, sin embargo, bastante atenuado en la "re-
lectura thématique” que propone el propio Lefebvre en 1972 de los textos marxianos con La pensée marxiste
et la ville.

4. El derecho a la ciudad, cit., p. 28.


167
5. H. Lefebvre, La rivoluzione urbana (1970), Armando, Roma, 1973, p. 8.

6. La rivoluzione urbana, cit., cap. I, Dalla cittá alta societá urbana, en particular, p. 22.

7. Para un examen de la "metáfora" tejido urbano, véase El derecho a la ciudad, cit., pp. 26 y ss.

8. El derecho a la ciudad, cit., p. 102; véase además todo el capítulo En las proximidades del punto
critico, pp. 91 a 104.

9. La rivoluzione urbana, cit., cap. IV, Livelli e dimensioni, particularmente p. 92. La tricotomía que se
propone aquí aparecerá otras veces, también en 1974, en La production de 1'espace.

10. La rivoluzione urbana, cit., p. 94.

11. Ibídem, p. 112.

12. Ibídem, pp. 68 y ss. Por lo que se refiere a este problema es fundamental el ensayo A propósito de
la investigación interdisciplinaria en sociología urbana y en urbanismo (1969), ahora en De lo rural a lo
urbano, Ediciones Península, Barcelona, 1971. pp. 227 a 250.

13. La rivoluzione urbana, cit., pp. 85 a 87.

14. Ibídem, pp. 156 y 157.

15. Ibídem, cap. VII, Verso una strategia urbana, particularmente p. 168.

16. El derecho a la ciudad, cit., p. 168.

17. Ibídem, p. 20.

18. Véase el ensayo Proposiciones para un nuevo urbanismo (1967), ahora en De lo rural a lo urbano,
cit., pp. 173 a 184.

19. H. Lefebvre, Spazio e política (11 diritto alta cittá 11), (1972), Moizzi, Milán, 1976, p. 144. (Versión
castellana: Espacio y política. El derecho a la ciudad ti, Ediciones Península, Barcelona, 1976, p. 155.)

20. La rivoluzione urbana, cit., pp. 182 y 183.

21. Espacio y política, cit., p. 109.

22. Ibídem, p. 68.

23. Ibídem, p. 19. 24. Ibídem, p. 21. 25. Ibídem, pp. 106 y 107.

26. H. Lefebvre, 11 marxismo e la cittá, Mazzotta; Milán, 1973, p. 65.

27. Sin embargo, no se comprende ciertos tropiezos en el análisis, como cuando Lefebvre sugiere
proyectar un espacio apropiado a una escala intermedia entre el nivel inferior (pueblo, barrio) y el macronivel
(urbano) al que corresponde una población entre los 10.000 y los 20.000 habitantes. A este nivel escribe
Lefebvre: "el derecho a la ciudad puede intervenir en los modos operativos y estimular la investigación",
véase Espacio y política, cit. Las ventajas ofrecidas por esta escala de intervención, que se define como
macroarquitectónica y microurbanística se subrayan fuertemente en Espacio y política, cit., p. 143 y en
"Introduction á I'espace urbain", en Metropolis, octubre 1976, n. 22, p. 31.
168
28. Introduction á l'espace urbain, cit., p. 25. En este mismo ensayo, Lefebvre perfila el núcleo de una
ciencia del espacio y, con esta finalidad, entre las nociones necesarias indica la de simetría, que permite
superar la imagen tradicional según la cual el espacio sería mero continente, indiferente a su contenido
material, y las nociones de espacio de catástrofe y de morfología estratificada. Cada tipo de espacio puede
concebirse también como espacio de catástrofe respecto al tipo de espacio que lo precede históricamente, en
el sentido de que descubre y hace explotar las tensiones encerradas en él. La noción de morfología
estratificada, en cambio, invita a un análisis de aquellos fenómenos socioterritoriales que se manifiestan
siempre cuando las formas espaciales se implican recíprocamente y son susceptibles de interdependencias y
de jerarquización. Pero en el centro de estas líneas teóricas sobre el espacio se encuentra siempre la
clasificación de los modos de producción individualizada por Marx en el Capital.

29. Véase la Introdución a Espacio y política, cit., p. 20, y La production de 1'espace, Editions
Anthropos, París, 1974, pp. 7 y ss., y p. 109.

30. La production de l'espace, cit., pp. 22 y 23. Lefebvre se pregunta: "lo que Hegel llamaba lo
universal concreto, ¿tiene todavía sentido? Habrá que demostrarlo. Por ahora es posible señalar que los
conceptos de producción y de producir presentan la universalidad concreta requerida. Elaborados por la
filosofía, ellos la superan. Aunque una ciencia especializada como la economía política los hizo suyos en el
pasado, eluden, sin embargo, esta usurpación (ibídem, p. 22). Basando su método en esta noción de
producción, Lefebvre declara que se inspira en Marx, pero en realidad no lo sigue; subraya más bien los
límites de su deuda conceptual con referencias a Hegel que integran las de Marx y las de Engels. "Según el
hegelismo, la producción tiene una importancia determinante. La Idea (absoluta) produce el mundo; luego, la
naturaleza produce el ser humano que, a su vez, produce la historia, el conocimiento y la conciencia de sí, es
decir, el Espíritu que reproduce la Idea inicial y final. En Marx y Engels, el concepto de producción no
supera cierta ambigüedad, lo que constituye también su riqueza. Tiene dos acepciones: una muy amplia, otra
restringida y más precisa. En la acepción más amplia, los hombres, en cuanto seres humanos, producen su
vida, su historia, su conciencia. Nada existe en la historia y en la sociedad que no sea adquirido y producido.
La naturaleza misma, tal como se presenta en la vida social a los órganos de los sentidos,

ha sido modificada, es decir, ha sido producida" (ibídem, p. 83). Pero "ni Marx ni Engels dejan
indeterminado este concepto de producción. Lo circunscriben, pero entonces no se trata de obras en sentido
amplio; se trata sólo de cosas, de productos. Al precisar el concepto, se acerca a la acepción corriente, y por
tanto banal, de los economistas (p. 84). Lefebvre insiste en el hecho de que en Marx y en Engels el concepto
no se forma nunca y permanece fluido. "El factor que determina en última instancia la historia es la
producción y la reproducción de la vida real", escribe Engels a Bloch, el 20 de setiembre de 1890. Frase
dogmática y vaga: "la producción engloba la reproducción biológica, económica, social, sin ulterior precisión"
(ibídem, p. 84).

31. La production de I'espace, cit., p. 107. Lefebvre critica con acrimonia las rígidas interpretaciones
del marxismo. "Existe cierta analogía entre la situación actual (práctica y teórica) y la que tenía tendencia a
establecerse a mitad del siglo pasado. Un conjunto de problemas nuevos aparta los viejos, los sustituye y se
superpone, sin abolirlos del todo. Los marxistas más ortodoxos negarán esta situación. Se atienen
firmemente al examen de la producción en el sentido habitual: producción de cosas, de bienes, de
mercancías. Admitirían, como máximo, que, siendo la ciudad un medio de producción (algo más que los
factores productivos que reúne), existe un conflicto entre el carácter social de esta producción y la propiedad
privada de los lugares. Esto vulgariza tanto el pensamiento como la crítica. Parece que algunos incluso llegan
a decir que los problemas relativos al espacio, a la ciudad, a la tierra y a lo urbano ofuscan la conciencia de
clase y perjudican a la lucha de clase. Una tontería de este calibre no merece comentario alguno" (ibídem).
Marx sustituyó el análisis crítico del proceso de producción por la clasificación de los productos que
representaba la actividad de la ciencia económica de su época; el espacio debe analizarse, según Lefebvre,
como entonces fueron analizadas las cosas en el espacio, evidenciando sus relaciones de producción.

32. Ibídem, p. 103.


169
33. Ibídem, p. 35.

34. Ibídem, pp. 40 a 42.

35. Ibídem, pp. 60 a 62. Véase, más exactamente, el cap. IV, De I'espace absolu á l'espace abstrait, pp.
265 a 335.

36. Ibídem, p. 419.

37. Ibídem, p. 356. Véase también el ensayo "La burguesía y el espacio", en Espacio y política, cit., pp.
123 a 134.

38. "Introduction á I'espace urbain", en Metropolis, cit., pp. 25 a 30.

39. Ibídem, p. 30.

40. La production de 1'espace, cit., pp. 402 y 403.

41. Ibídem, pp. 473 y 474.

42. Ibídem, p. 14. Véase también las sugestivas consideraciones sobre el espacio en la Toscana del
Renacimiento en las pp. 94 a 96, así como el párrafo sobre "I'espace perspectif" en Introduction á l'espace
urbain, cit., p. 26.

43. La production de 1'espace, cit., p. 438.

44. El tema de la contradicción necesidades-deseo se define aquí dentro de una perspectiva


decididamente nietzschiana, como subraya el propio Lefebvre."El concepto de necesidad implica o postula
algunas determinaciones. Existen necesidades que se distinguen; y si la ciencia de las necesidades introduce
con Hegel la noción de un "sistema de las necesidades", este sistema puede tener sólo una realidad
momentánea, definida dentro de una totalidad y dentro de las exigencias mismas de esta totalidad: cultura,
ideología, moral, división del trabajo, etc. Cada necesidad específica encuentra antes o después su objeto,
porque las actividades de producción que suscitan las necesidades comportan también los relativos productos
convenientes. Cada necesidad se satisface en su objeto, consumándolo, pero la satisfacción lo destruye sólo
provisionalmente; la necesidad tiene un carácter repetitivo, renace de su misma satisfacción, más fuerte y más
plena, hasta la saturación o la extinción [...]. Más allá de las necesidades, la palabra "deseo" designa las
potencialidades energéticas del ser viviente que tienden a extenderse explotando, sin objeto definido, en la
violencia, en la destrucción o en la autodestrucción [...]. La dificultad consiste en el hecho de que el deseo
inicialmente indiferenciado (sin objeto, lo busca y lo alcanza en el espacio cercano, a menudo a través de un
estímulo) es también determinado como energía disponible (explosiva). Esta energía se precisa -si es objetiva-
en la esfera de las necesidades y en la compleja relación: "trabajo productivo -carencia -satisfacción". Más allá
de esta esfera de las necesidades que se define porque está asociada a los objetos (productos), la palabra
"deseo" designa la coordinación de las energías disponibles hacia un fin. ¿Cuál? Ya no es la destrucción o la
autodestrucción en un instante de paroxismo, sino la creación: un amor, un ser, una obra. Dentro de esta
perspectiva, que se delinea mejor de forma poética (y por tanto cualitativamente), que por medio de
conceptos, las cosas y los productos en el espacio corresponden a necesidades, quizás a todas las necesidades
[...]. Los lugares particulares definen el encuentro de una determinada necesidad y de un determinado objeto
y se definen por medio de este encuentro" (lbidem, p. 454).

45. La production de l'espace, cit., p. 454.

46. Ibidem, pp. 191 y 192.

170
47. Ibidem, p. 383.

48. En los últimos años, el interés de Lefebvre se ha concentrado exclusivamente en el Estado; véase
los tres volúmenes referentes a Lo Stato. 1. Lo Stato nel mondo moderno (1976), Dedalo libri, Bar¡, 1976, 2.
Teoria marxista dello Stato da Hegel a Mao (1976), Dedalo libri, Bar¡, 1977, 3. 11 modo di produzlone
statuale (1977), Dedalo libri, Bari, 1977.

49. "Introduction á Fespace urbann", en Metropolis, cit., p. 19.

50. Así M. Castelis, quien sin embargo reconoce que el pensamiento de Lefebvre "constituye sin duda
el mayor esfuerzo intelectual que se hizo para comprender los problemas urbanos actuales"; véase La
cuestión urbana, cit., pp. 108 a 110.

51. Ibídem, p. 118.

VIII. Manuel Castelis: la estructura urbana entre instituciones y movimientos sociales

1. Véase, en particular, M. Castells, "Y a-t-il une sociologie urbaine?", en Sociologie du Travail, 10
(1968), n. 1, pp. 72 a 90; "Théorie et idéologie en sociologie urbaine", en Sociologie et Sociétés, vol. I (1969),
n. 2, pp. 171 a 191. Los puntos de vista expresados en estos dos primeros y conocidísimos ensayos se
repetirán más tarde en el escrito "La sociologie et la question urbaine", en L'Architecture d'aulourd'hui, 1971,
n ° 157, pp. 92 a 97 y en el ya clásico La question urbaine, cit., sparsim y en particular, la parte 2, La ideología
urbana, y más recientemente, en Towards a Political Urban Sociology, en M. Harloe (ed.), Captive Cities,
W¡ley & Sons, Londres, 1977, pp. 61 a 78.

2. La sociologie et la question urbaine, cit., p. 92; La question urbaine, cit., pp. 93 y ss.

3. La cuestión urbana, cit., p. 10.

4. Un punto de vista que Castells expresa a menudo, sostenido en Italia por estudiosos autores de una
sociología crítica, no necesariamente marxista. Véase F. Ferrarotti, “Osservazioni sulla sociología urbana", en
Roma da capitale a periferia, cit., pp. 227 a 230.

5. Véase también La cuestión urbana, cit., pp. 97 a 106; de notable interés para un ulterior examen y
una defensa de L. Wirth es el ensayo de C. G. Pickvance, "On a Mater¡alistic Critique of Urban Sociology",
en Sociological Review, 22 (1974), n. 2, en par. Castells's Critique of Wirth's Theory of Urbanism, pp. 211 a
216.

6. La cuestión urbana, cit., p. 133 (c.m.).

7. La sociologie et la question urbaine, cit., p. 94; La cuestión urbana, cit., en el apartado, .El debate
sobre la teoría del espacio", pp. 141 y 142 y 153 a 157.

8. La cuestión urbana, cit., p. 7.

9. Ibidem, p. 7.

10. La cuestión urbana, cit., pp. 93 a 106. Hay que subrayar que en la capa ideológica creada por el
mito de la cultura urbana, Castells incluye no sólo la Escuela ecológica de Chicago, sino también la "versión
de izquierda" de la ideología urbana atribuida a H. Lefebvre.

11. La cuestión urbana, cit., en la parte 3, La estructura urbana, pp. 139 y ss.

171
12. Hay que advertir que cuando se habla de producción (P), Castells se refiere al conjunto de
realizaciones espaciales derivadas del proceso de reproducción de los medios de producción y del objeto de
trabajo. Por lo que se refiere al consumo (C) se tiene en cuenta "el conjunto de realizaciones espaciales
derivadas del proceso social de reproducción de la fuerza-trabajo. Esta reproducción puede ser simple (por
ejemplo, viviendas, mínimo de equipamientos) o ampliada (ambientes socioculturales). Finalmente, una serie
de transferencias (relaciones de circulación) tienen lugar entre P. y C. dentro de cada elemento. Llamaremos
intercambio (I), a la realización espacial de estas transferencias" (p. 159).

13. Castells se refiere explícitamente a N. Poulantzas, Potere político e classi social¡ (1968), Editor¡
Riuniti, Roma, 1971 (versión castellana: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Siglo XXI
editores, Madrid, 1969).

14. La cuestión urbana, cit., pp. 248 y 249. Entre las numerosas críticas que suscitó esta visión
reductora de la política podemos citar la polémica publicada por la Revue Irangaise de Sociologie. La
polémica se abrió con un artículo de P. Birnbaum, "Le pouvoir local: de la décision au systéme", ibídem
(1973), n. 3, pp. 336 a 351, a la que siguió una respuesta de Castells, "Controverse sur le pouvoir local",
ibídem, XV (1974), n. 2, pp. 237 a 242, y otra de Birnbaum, "Le petit chaperon rouge et le pouvoir local",
ibídem, pp. 257 a 262. Castells define el poder local de la siguiente forma: "Lo que tiene lugar en una ciudad
no es relativo al poder local, sino a la expresión específica de la estructura de clase de una sociedad en cada
uno de los problemas que hacen esta ciudad. La política municipal es incomprensible si no se analiza la
interacción entre la lucha política denominada local y el funcionamiento de este nivel del aparato del Estado
en la coyuntura específica donde interviene. El juego de interacciones y de sucesivas determinaciones es
complejo, único en su existencia real y regulado por leyes en su mecanismo general" (véase p. 239).

15. Castells, "naturalmente", está en contra de las reformas. Las reformas se imponen a través de las
luchas urbanas, es decir, nacen fuera de la lógica del aparato del Estado, pero "intenta conservar y ampliar el
marco existente, consagrando así los intereses de las clases dominantes a largo plazo, incluso si es necesario
mellar algunos de sus privilegios en una coyuntura particular". La cuestión urbana, cit., p. 248.

16. Ibídem, p. 258.

17. Ibídem, p. 280. Hay que señalar aquí, aunque sólo brevemente, una distinción efectuada por
Castells entre espacio regional y espacio urbano. El espacio urbano: véase la "tesis" n. 8, en La cuestión
urbana, cit., p. 425. Críticos marxistas observan la ausencia de un estudio de la correlación entre ambos
niveles y reclaman un análisis que efectúe "una unión dialéctica" entre momento urbano y momento
territorial; véase M. Mattei, Cittá e potere, introducción a M. Castells, E. Cherki, F. Godard, D. Mehi,
Movimenti socíalí urbani, Feltrinelli, Milán, 1977, p. XXIV; y, más ampliamente, con datos relativos a la
situación italiana, D. Calabi, Introduzione a La questione urbana, cit., pp. 20 a 22.

18. La cuestión urbana, cit., en la parte 4, La política urbana, particularmente pp. 296 y ss.

19. Ibídem, p. 298.

20. M. Castells, Controverse sur le pouvoir local, cit., p. 239.

21. El poder no se concibe como una calidad o un atributo de individuos o de grupos sociales, sino
como una relación intrínsecamente vinculada al conflicto de clase. "Definiremos las relaciones de poder
como relaciones entre las clases sociales, y las clases sociales como combinaciones de niveles contradictorios
definidos en el conjunto de las instancias de la estructura social; el poder constituye por tanto la capacidad de
una clase o de una fracción de clase para realizar sus propios intereses a expensas de las clases o del conjunto
de clases en la oposición", véase La cuestión urbana, cit., p. 289.

22. Ibídem, p. 290.

172
23. Movimenti sociali urbani, cit., p. 18.

24. Por lo que se refiere a estos temas conviene señalar las definiciones propuestas por el autor,
conceptualmente muy densas y muy evocativas en el plano sociológico. Véase La cuestión urbana, cit., pp.
310 y 311, para una primera definición y, sucesivamente, las "tesis" n. 12 y n. 13 en p. 426: "Por planificación
urbana se entiende, más precisamente, la intervención de lo político sobre la articulación específica de las
distintas instancias de una formación social dentro de una unidad colectiva de reproducción de la fuerza-
trabajo, con la intención de asegurar su reproducción ampliada, de regular las contradicciones no antagónicas
suscitadas y de reprimir las antagónicas, asegurando así los intereses de la clase dominante en el conjunto de
la formación social y de la reorganización del sistema urbano, de manera que se asegure también la
reproducción estructural en el modo de producción dominante. Por movimiento social urbano se entiende
un sistema de prácticas que nacen de la articulación de una coyuntura definida y, al mismo tiempo, de la
inserción de agentes-soportes en la estructura urbana y en la estructura social, de tal manera que su desarrollo
tiende objetivamente a transformar en términos estructurales el sistema urbano o a modificar de manera
sustancial la correlación de fuerzas en la lucha de clases, es decir, en última instancia, en el poder dei Estado".
Hay que señalar también el ensayo "Vers une théorie sociologique de la planífication urbaine", en Sociologie
du Travail, XI (1969), n. 4, pp. 413 y ss.

25. Véase M. Castells, F. Godard, Monopolville, 1'entreprise, 1'Etat, 1'urbain, Mouton, París, 1974.

26. Se trata de una indicación demasiado general, que exige una especificación a través de la
formulación de hipótesis de investigación. Sin embargo, la verificación adecuada debería efectuarse en
relación a los distintos contextos sociopolíticos nacionales.

27. Movimenti social¡ urbani, cit. pp. 16 y 17.

28. Este carácter de "relativa autonomía" del aparato estatal en relación con la clase dominante y con
las fracciones que la componen lo critican duramente otros compañeros de Castells. Este enfoque tendería,
por un lado, a atribuir al Estado una función subjetiva que, según esta crítica de izquierda, no se puede
proponer y, por otro lado, parece no ver que el Estado en realidad no neutraliza, sino que agrava las
contradicciones que surgen en el ámbito de una formación social capitalista. Las investigaciones empíricas y
el análisis teórico desarrollados por Jean Lojkine ofrecen una posición distinta. Cuando el reivindicacionismo
de la clase trabajadora apremía al Estado y lo obliga a ejercer su función integradora, de mecanismo regulador
de las funciones sociales, el Estado desplaza las contradicciones existentes a un nivel más alto, agravándolas.
En otros términos, el Estado adapta su función a la periodización histórica del capital. La transición dei
capitalismo competitivo al capitalismo monopolista comporta una revisión de la posición estratégica dei
Estado que continúa siendo, sin embargo, Estado de clase y no se convierte en Estado árbitro. Por otro lado,
Lojkine es menos rígido de lo que pueda hacer suponer una formulación sintética de su posición: la
administración urbana constituye un campo de investigación complejo y articulado que no justifica una
correspondencia automática y perfecta entre estructura política e intereses de clase. únicamente la
investigación empírica puede profundizar en la interpretación de la acción efectivamente desarrollada por el
poder público en el área de la planificación urbana. Es casi demasiado fácil prever que, dentro de cada
sociedad-estado, se evidenciarán ciertos modelos específicos de acción estatal sobre el territorio, en relación a
factores sociales, políticos, históricos y culturales, inherentes al contexto considerado. Véase J. Lojkine, Le
marxisme, I'état et la question urbaine, P.U.F., París, 1977, especialmente los capítulos II y V; y del mismo
autor, La Politique urbaine dans la Region Parisienne, Mouton, París, 1973 y La Polítique urbaine dans la
Region Lyonnaise, Mouton, París, 1975.

29. Estos mismos conceptos aparecerán de nuevo en la original investigación empírica sobre el
crecimiento industrial y urbano de la región de Dunkerque, Monopolville, cit., pp. 293 a 297. Este estudio,
aunque se presente como un intento de verificación empírica del esquema interpretativo formulado en La
cuestión, pone en evidencia una notable evolución en los intereses del autor, en particular una
profundización del estudio de las contradicciones sociales, en el que intenta superar aquella afirmación de
una inevitable conclusión "conservadora”, latente en La cuestión urbana. La ruptura, en relación a sus obras
173
anteriores, es sin embargo ambigua, como lo demuestra indirectamente, en su relativa indescifrabilidad, la
"Introducción” a la obra Problématique théorique et méthodologie de la recherche, marcada por la tensión
entre la exigencia de adoptar un nuevo enfoque analítico y permanecer fiel a los principios estructura¡ istas,
cuya rigidez no reconoce nunca. Para una interesante discusión y valoración de este estudio, señalamos el
"Review Symposium”, dedicado a Monopolville, publicado en International Journal oí Urban and Regional
Research, vol. I (1977), n. 1, pp. 161 a 185, con las intervenciones de E. Lebas, D. Bleitrach y A. Chenu, H.
Coing.

30. Monopolville, cit., pp. 297 y 298. "... Es durante el período del proceso de integración cuando el
aparato del Estado tiene una función a nivel municipal [...] según un triple objetivo: organizar la escena
política local [...] para subordinar la expresión de la oposición social a las reglas del juego institucional; hacer
funcionar la jerarquía administrativa por medio de las reglas de competencia y de los mecanismos fiscales
para corregir y controlar la oposición social cuando rebasa ciertos límites; gestionar y producir algunas
relaciones de consumo colectivo de manera que se reduzcan las tensiones, según determinados planes en
respuesta a las exigencias de las masas, véase ibídem, p. 338. Característico de esta asimilación, muy lejos de
ser pacíficamente demostrada, entre poder local y nivel local del aparato del Estado, es el análisis de la
condición urbana en Estados Unidos propuesta por Castells en el ensayo "La crise aux Etats-Unís: vers la
barbarie?" en Temps Modernes, 31 (1976), n. 355, pp. 1177 a 1237.

31. M. Castells, Contraddizioni e diseguaglianze nella cittá, en "il Mulino”, n. 231, enero-febrero 1974,
p. 10. De este mismo ensayo se editó una versión ampliada: Advanced Capitalism, Collestive Consumption
and Urban Contradictions: New Sources oí Inequality and New Model for Change, en L. Lindberg, R.
Alford, C. Crouch, C. Offe (eds.), Stress and Contradiction in Modern Capitalism, Lexington Books,
Toronto-Londres, 1975, pp. 175 a 197.

32. Movimenti sociali urbani, cit., particularmente, cap. 5, La políticizzazione dell'urbano nel
capitalismo monopolístico di Stato: alcune tendenze storiche, pp. 20 a 24.

33. Contraddizioni e diseguaglianze nella cittá, cit., p. 20.

34. Castells, Cherki, Godard, Mehl, analizando el proceso de politización de lo urbano, en búsqueda de
nuevas formas de lucha política activas en la ciudad del capitalismo avanzado, evidencian cuatro modos
distintos de relacionarse con los movimientos sociales urbanos: la acción ideológica y económica de la clase
dominante, las tendencias a la rebelión de matriz pequeño-burguesa, la oposición reformista y la acción
revolucionaria; véase Movimenti sociali urbani, cit., pp. 22 a 24.

35. Además de las obras citadas hay que señalar otras contribuciones empíricas de Castells: Theoretical
propositions for an experimental study oí urban social movements (Varna, 1970), ahora en C. G. Pickvance
(ed.), Urban Sociology: Critica¡ Essays, Methuen, Londres, 1976, pp. 147 a 173; un análisis de los
movimientos sociales en Dunquerke, véase Monopolville, cit., cap. V, par. 4. Luttes urbaines, mouvements
socíaux et mécanismos d'intégration, pp. 412 a 439; The Social Prerequisites for the Upheaval of Urban
Social Movements: an Exploratory Study oí the Paris Metropolitan Area, 1968-1973, (1977), ahora en M.
Castells, City Class and Power, Macmillan, Londres, 1978, pp. 126 a 151.

36. M. Castells, Lotte urbane, cit., p. 97; Movimenti sociali urbani, cit., cap. 6, par. 6.2., pp. 32 a 43,
donde se presenta un "marco teórico para el análisis de los movimientos sociales urbanos y tipologías
conceptuales que constituye uno de los instru mentos metodológicos más refinados a disposición de los
estudiosos de este fenómeno.

37. Monopolville, cit., pp. 455 a 462.

38. Tesis muy lejos de ser pacífica; a este propósito véase una fuente nada sospechosa: B. Trentin, "li
sindacato e 1 problemi della cittá industriale”, en Cardia, Insolera, Kammerer, Secchi, Trentin, La cittá e la
crisi del capitalismo, Laterza, Bar¡, 1978, pp. 167 a 207.
174
39. Véase J. Borja, Le contreddizioni dello sviluppo urbano, Liguori, Nápoles, 1975; A. Daolio (ed.), Le
lotte per la casa in Italia, Feltrinelli, Milán, 1974; y de la misma autora, -II movimento di lotte per la casa
come esperienza di pratica sociale alternativa", en A. Belli (ed.), Cittá e territorio: pianificazlone e conflitto,
Cooperativa editrice Economía e Commercio, Nápoles, 1974, pp. 83 a 96 y “Conflitt1 urbani e mutamento
sociale”, en Classe, VIII (1976), n. 12, pp. 209 a 222; E. Mingione, “Sviluppo urbano e conflitto sociale: il
caso di Milano., en La critica sociologica, 1973-1974, n. 28, pp. 31 a 45, y del mismo autor, “Theoretical
Elements for a Marxíst Analysís of Urban Development”, en
M. Harloe (ed.), Captive Cities, cit., pp. 89 a 109; D. Della Pergola, Diritto alla cittá e lotte urbana,
Feltrínellí, Mílán, 1974.

40. C. G. Pickvance (ed.), Urban Sociology, cit., especialmente “introduction”, pp. 30 a 32.

41. C. G. Pickvance, “On the Study of Urban Social Movements”, en Urban Socíology, cit., pp. 198 a
218.

42. Ibídem, pp. 207 a 211.

43. C. G. Pickvance, "From "Social Base" to "Social Force": Some Analyticai Issues in the Study of
Urban Protesta, en M. Harloe (ed.), Captive Cities, cit., pp. 175 a 186. 44. Ibídem, p. 179. El concepto de
housing class tiene una base empírica con referencia a investigaciones realizadas en Gran Bretaña, véase J.
Rex, “The Concept of Housing Class and the Sociology of Race Relations”, en Race, 12 (1971), pp. 293 a
301 y la conocida investigación sobre una zone of transition en Sparkbrook (Birmingham) de J. Rex, R.
Moore, Race, Community and Conflict, University Press, Londres, Oxford, 1967.

Conclusiones

1. H. Lefebvre, Espacio y politica, cit., p. 67.

2. M. Roncayolo, “Cittá”, en Enciclopedia Einaudi, 3, Einaudi, Turín, 1978, pp. 27 y 28.

3. M. Castelis, La cuestión urbana, cit., cap. 2, La ideologia urbana, pp. 104 y 105.

4. Por ejemplo, Castelis clasifica 180 casos de lucha urbana en el área metropolitana de París en los
años 1968-1973; véase su ensayo "Les conditions sociales d'émergence des mouvements sociaux urbains (á
partir d'une enquéte exploratoire sur les luttes dans la région parisienne, 1968-1973)”, en International
Journal of Urban and Regional Research (1977), n. 1, pp. 45 a 75.

5. Esta perspectiva se refleja, por ejemplo, en muchos “readers”; véase, entre otros, S. Fava (ed.),
Urbanism in Worid Perspective, Crowell, Nueva York, 1968; P. Meadows, E. H. Mizruchi (eds.), Urbanism,
Urbanization and Change: Comparative Perspectives, Addison-Wesley, Londres, 1969; G. Germani (ed.),
Urbanizzazíone e modernízzazione, 11 Mulino, Bolonia, 1975; M. Harloe (ed.), Captive Cities, Wiley & Sons,
1977.

175
COLECCIÓN ARQUITECTURA/PERSPECTIVAS

• Aldo Rossi Para una arquitectura de tendencia Escritos: 1956-1972


• Alexander Klein Vivienda mínima: 1906-1957
• Amos Rapoport Aspectos humanos de la forma urbana Hacia una confrontación de las Ciencias
Sociales con el diseño de la forma urbana
• Charles Moore/Gerald Allen/Donlyn Lyndon La casa: forma y diseño
• Christian Norberg-Schulz Intenciones en arquitectura
• Christopher Alexander et alt. El modo intemporal de construir
• Christopher Alexander/Sara Ishikawa/Murray Silverstein A pattern language/Un lenguaje de
patrones. Ciudades. Edificios. Construcciones
• Edmund Goldzamt El urbanismo en la Europa socialista
• Ervin Y. Galantay Nuevas Ciudades De la Antigüedad a nuestros días
• Geoffrey Broadbent Diseño arquitectónico Arquitectura y Ciencias Humanas Francesco
Ciardíni/Paola Falini Los centros históricos. Política urbanística y programas de actuación
• Gianfranco Bettin Los sociólogos de la ciudad
• Giorgio Boaga Diseño de tráfico y forma urbana
• José Ignacio Linazasoro Permanencias y arquitectura urbana Las cuidades vascas de la época romana
a la Ilustración
• Kevin Lynch Planificación del sitio
• Michael Laurie Introdución a la arquitectura del paisaje
• N. J. Habraken/J. T. Boekholt/A. P. Thijssen/P. J. M. Dinjens El diseño de soportes
• Paolo Sica La imagen de la ciudad De Esparta a Las Vegas
• Paulhans Peters (ed.) La ciudad peatonal
• Rudolf Arnheim La forma visual de la arquitectura
• Stanford Anderson (ed.) Calles. Problemas de estructura y diseño
• Vieri Quilici Ciudad rusa y ciudad soviética Caracteres de la estructura histórica Ideología y práctica
de la transformación socialista
• Yoshinobu Ashihara El diseño de espacios exteriores

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