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A B S T R AC T:In this article I study the form of production of the “ethnographic authority”
in the musicological work of Fernando Ortiz, founding author of an ethnological narrative
for the Cuban nation, in which Afro-Cuban music occupies a central place. In this way, we
will be able to see the rise and inscription of the ethnographic dialogic agency—the drums
and the drummers from Regla (Havana) as ethnomusicology objects and subjects—in the
texts of music representation.
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consagrado en los tambores batá con los africanos que trajeron con ellos
los conocimientos de su fabricación e interpretación. El olúbatá Andrés “El
Sublime” heredó el tambor batá bautizado Añabí, en honor a su primer
dueño Juan “El Cojo” Añabí, quién hacia 1830 solicita al agbegüi Filomeno
García “Atandá” esculpir un conjunto aña para él, el primero consagrado
con su “fundamento” en la isla de Cuba (Ortiz 1955, 310). Pablo Roche he-
redó este conjunto batá de su padre, y también un segundo juego aña ju-
rado por Atandá y Añabí, bautizado metonímicamente Atandá, para el
cabildo Yemayá de Ño Remigio Herrera “Adechina” en Regla, los cuales
habrían sido alguna vez requisados también. Todo este relato sobre la fa-
milia y el patrimonio del maestro Pablo Roche se encuentra en la “historia
de los tambores batá en Cuba” redactada por Ortiz a partir de los infor-
mes del músico (Ortiz 1955, 315–316), mientras que Trinidad Torregrosa
(1965, 18) recuerda que Roche, al igual que los músicos Aguedo Hinojosa,
Jesús Pérez y el mismo Trinidad, fueron presentados a Ortiz por “Pepa”
Josefina Herrera “Echubí”, dueña del cabildo de Regla e hija de Ño Re-
migio “Adechina”. Fernando Ortiz no dio a ningún otro sujeto individual
afrocubano un lugar tan preponderante en su texto y tampoco en la his-
toria afrocubana, destacando así Akilakua como personaje histórico, más
que como colaborador o “informante” de los trabajos de investigación. Al
prestigioso linaje religioso musical del tamborero del cabildo de Regla, se
suma su oficio de agbegüi consagrado escultor de tambores sagrados. Es-
cribe Ortiz al respecto:
una etapa y otra ya que la obra madura de los años 50 está llena de refe-
rencias a los “viejos africanos” que entrevistó y lo informaron durante los
años 10 y 20.
Se trata entonces de un giro metodológico más que epistemológico, que
sin embargo tendrá consecuencias que el mismo Ortiz no sabrá sopesar,
siendo la principal de ellas el problema del control de la difusión y circula-
ción de los conocimientos musicales esotéricos, su banalización, estanda-
rización y comercialización, hecha posible por la aparición pública en un
escenario profano. Si la apuesta de Ortiz era la dignificación de la música
afrocubana por su reconocimiento elitista como música sacra, purificada
y autentificada por la etnología como una “reserva” o “reducto” cultural
africano, el resultado no fue muy exitoso: su formalización etnomusicoló-
gica contribuyó a su rigidización y a la pérdida de la creatividad ritual, la
élite no cambió mayormente su opinión estigmatizada de las “cosas de ne-
gros”, y los músicos “informantes” recibieron importantes reprimendas y
a veces castigo de los especialistas rituales que los acusaron de difundir
secretos religiosos (Torregrosa 1965; Guiteras Holmes 1965; Moore 1995,
2006). En cambio para el mismo Ortiz esta performance fue muy bene-
ficiosa: además de contribuir a la épica del héroe liberador de la cultura
afrocubana y de la “integración de blancos y negros”, se inició para él todo
un programa de investigación etnomusicológica que resultará en los volu-
menes musicográficos de los años 50:
Trinidad Torregrosa
Hemos mencionado varias veces a Trinidad Torregrosa, quién será proba-
blemente el más fiel de los “informantes” de Fernando Ortiz. Tamborero
consagrado “E Meta Lóken” de su olúbatá (Ortiz 1952–1955, 5:310), Trinidad
señala haber sido presentado a Ortiz por la misma Pepa Herrera “Echubí”,
probablemente desde mediados o finales de los años 30 ( Torregrosa 1965,
18; Guiteras Holmes 1965, 7). Ortiz había seguramente conocido a Echubí
varios años antes, él como presidente honorario de la Sociedad Santa
Bárbara, y ella como iyaloricha del antiguo cabildo lucumí de Regla. Entre-
vistado por Calixta Guiteras y Miguel Barnet en 1965, Torregrosa cuenta
que Echubí lo había recomendado a Ortiz como “persona que sabía del
tambor y la lengua yoruba” (Guiteras Holmes 1965, 5). Trinidad recuerda
que en los eventos del cabildo de Pepa Herrera en Regla, Ortiz “le pregun-
taba a ella por el padre [Ño Remigio Herrera], de cómo hablaba, cómo can-
taba, que creía del sol, que comía, todo [. . .] Ortiz preguntaba muchísimo.
Pero con elegancia y respeto [. . .] el respeto era lo que lo caracterizaba”
( Torregrosa 1965, 18). En cuanto a la colaboración etnográfica, Trinidad
señala que el objetivo estaba claro desde un principio: “Lo primero que
me pidió [Ortiz] fue que le cantara todos los cantos de la santería. Que-
ría escribirlos en papeles de música. Entonces yo me busqué a Raúl Díaz,
más conocido por Nasacó y empezamos. Un tal Agüero nos ayudaba es-
cribiendo las notas. A veces teníamos que cantar más de cinco veces un
mismo canto” (18).
Torregrosa presenta su propia biografía en la filiación de aquella rama
de tamboreros de Regla inaugurada por Juan “El Cojo” Añabí, continuada
por Andrés “El Sublime” y su hijo “Akilakuá”. Cuenta Trinidad que es de
hecho Andrés Roche el que “me pusiera entre las piernas el tambor se-
gundo, itótele, consagrándome uno de los mejores tamboreros después de
ellos” (Guiteras Holmes 1965, 6). La importancia que Torregrosa daba a la
familia religiosa de los maestros del batá y a su propia inclusión en ella,
se confirma en la propia “Libreta de santería” que fue escribiendo este olú-
batá a lo largo de su vida, a la cual tuvo acceso y cita Argeliers León. En su
libreta, Torregrosa entrega una lista de “tamboleros [sic] antiguos”, donde
se encuentran entremezclados tamboreros de las tres generaciones afro-
cubanas, varios de los cuales contemporáneos del mismo Trinidad, quién
también se anota en la lista, junto a “Miguel Lomo de Villa [Somodevilla],
Quintin [Angulo], Pablo Roche, Alejandro Adolfo” los cuales se recono-
cen como miembros del citado “sindicato” de 1950 (León 1971, 148; Ortiz
1952–1955, 5:314–315). En la libreta de santería, León también destaca un
Fernando Ortiz, los tamboreros de Regla y la etnografía afrocubana ■ 225
[. . .] Todos sus libros están agotados. Yo no los he leído bien pero estoy en
todos, con foto o con mi nombre puesto ahí, en cada página. Y son unas
cuantas. El que lea un libro de Ortiz y no vea trinidad torregrosa es
porque está ciego” (Torregrosa 1965, 18).
Para cuando se publican estos comentarios en homenaje a Ortiz,
Trinidad formaba parte hace algunos años del Conjunto Folklórico Nacio-
nal (creado en 1962 por el gobierno revolucionario) junto a Jesús Pérez,
el iyá del conjunto batá de Pablo Roche que había actuado en el Campoa-
mor en 1936 (Moore 2006). Esta continuidad entre el rol de tamborero
informante y el de músico de la institucionalidad estatal del folklore en
un régimen socialista y popular dice mucho de las posibilidades que se
abrían desde el laboratorio o agencia orticiana para los tamboreros afro-
cubanos. Así como los informantes ocupan un lugar subalterno en el labo-
ratorio etnográfico orticiano y en su narrativa organológica, este Conjunto
Folklórico Nacional, creado al calor de las transformaciones culturales de
la revolución, incubará en su seno los problemas y contradicciones de la
estandarización musical combinada a la comercialización y divulgación
de géneros cultivados en forma esotérica o en redes de sociabilidad his-
tóricamente contra-institucionales (Moore 1995; 2006, 15–19). De alguna
manera, el régimen socialista patrimonializa la operación del laboratorio
musicográfico orticiano como institución estatal, y por ese movimiento,
visibiliza las tensiones y contradicciones entre la subalternización del ar-
tista popular (bajos sueldos, baja legitimidad cultural y política), su lealtad
con un discurso etnológico oficial de integración racial, y las posibilidades
de una libertad artística dada por la individualidad de las trayectorias y no
por la subsunción al aparato de Estado y su narrativa totalizadora.
Raúl Díaz
En el cabildo de Pepa Herrera, Trinidad Torregrosa introducirá también
el jóven Raúl Díaz “Omó-Ológun” a Fernando Ortiz, presentándolo como
“excelente informante de los grupos congo y abakuá o ñañigo” (Guiteras
Holmes 1965, 5; Ortiz 1952–1955, 5:310). Hijo de un ex esclavo, mambí y
masón, Díaz empezó a tocar cajón con sus amigos, visitando los toques
de tambor y plantes abakuá de Regla. En torno a los diez años, los amigos
fabricaron un juego de tambores batá para imitar a los tamboreros con-
sagrados, “hasta que un día Akilakuá los oyó. Roche lo preparó inclusive
para ser su propio sustituto”, enseñándole el idioma yoruba y el tambor
(Guiteras Holmes 1965, 6). Aunque más jóven que todos los demás infor-
mantes o colaboradores afrocubanos, Raúl Díaz se volverá el más indis-
pensable de ellos, mereciéndose múltiples reconocimientos de Ortiz por
su colaboración, por ejemplo cuando menciona su estudio de las “tona-
Fernando Ortiz, los tamboreros de Regla y la etnografía afrocubana ■ 227
Las diferentes obras donde participan Agüero, Díaz y Torregrosa serán in-
troducidas con importantes reconocimientos:
hotel mientras Raúl bajó al barrio y habló con los tamboreros sus colegas
Pavel y Tiburcio, y éstos, después de oírle dijeron: ‘Sí, traigan al doctor’. Se
trataba del famoso Cabildo de Kunalumbo. ‘Allí se cantaba en congo, allí
se hablaba en congo, porque todos eran descendientes de negros de na-
ción’”. De hecho, todo el pueblo de Sagua se rayaba en Kunalumbo y el
tambor tocaba cada vez que moría alguien rayado en palo monte:
Ortiz fue allí bien recibido y pudo hablar con Pavel, con el hermano
Juan y con la madre, quien tenía por lo menos ochenticinco años. Al
despedirse les aconsejó que enseñaran a los muchachos a tocar el tam-
bor “para que no se perdiera la religión” y teniendo en cuenta la deplo-
rable situación de la familia les extendió un cheque para la restauración
de la casa. Termina Raúl diciendo: “Siempre hacía un presente a los lu-
gares donde iba [. . .] siempre entraba a hablar con la anciana de la casa”,
era generoso: pagaba bien, por eso sabe tanto. (Guiteras Holmes 1965, 7)
Aunque Ortiz responde dos semanas después con un lacónico “Son muy
interesantes las noticias que Ud. me dá, ya hablaremos de eso cuando re-
grese”, la carta muestra el entusiasmo que generaba en un músico afro-
cubano el encuentro con otros afroamericanos o africanos, compartiendo
géneros y técnicas musicales (un posible origen egbado del tap dance, bai-
les Egungun), vestimentas (collares de cuentas vudú, sombreros yoruba),
y confluencias del vudú y los ritos yoruba. Un interés que se va trasla-
dando y estableciendo puentes entre diferentes regiones de Norteamérica
(Indiana, Las Vegas, Canadá), África (Ibadan, la revista Nigeria Magazine)
y Cuba, con la lengua yoruba como código común. Cuatro años después,
Raúl Díaz escribe a Ortiz en menos buenas condiciones, necesitado de re-
cursos por haber quedado fuera del circuito musical comercial habanero.
Se observa aquí otra faceta del “informante” principal, la de un músico
humilde que tiene que vivir de su música, lo que resulta difícil en una so-
ciedad donde la comercialización supone adoptar ciertos códigos de de-
puración musical (Moore 1995, 2006) y el Estado no ofrecía una política
de la cultura popular. Si bien Raúl Díaz fue probablemente el colaborador
que más aportó en contenidos a las investigaciones de Ortiz —por su co-
nocimiento de todos los complejos religiosos y musicales afrocubanos, en
tanto oluaña, abakuá, palero y babaloricha, por su capacidad de escritura
que permitió que escribiera las partituras cuando el maestro Agüero ya no
Fernando Ortiz, los tamboreros de Regla y la etnografía afrocubana ■ 231
podía hacerlo, por su apoyo en los viajes “de terreno” a los cabildos de re-
giones retiradas—, todas estas contribuciones no lo eximieron de su po-
breza material y su dependencia proletarizada del circuito comercial de los
“cabarets” habaneros para sobrevivir económicamente:
Guanabacoa [calle Fuentes 301] Febrero 2 de 1956 Amigo Ortiz, son mis
deseos de que al recibo de la presente, se encuentre bien en union de
los sullos. Dr. el objeto de la presente, es ver si Ud a traves de sus amis-
tades, me puede conse guir algo en que trabajar; pues figurese como
Ud sabe esta temporada, no he podido engancharme en ningun Caba-
ret, y estoy atrabesando un mal tiempo; así que cualquier cosa que Ud
me consiga, se lo agradeceré, pues estoy jugandome las diez de ultima.
de Ud. sinceramente, su amigo
Raúl Díaz7
Nota final
gen del negro como portador de valores culturales” (León 1993, 17), Ortiz
sacó al “negro” cubano de la historia y lo transformó en un ingrediente
“precocido” de la totalidad nacional sin permitirse destacar la individuali-
dad de los sujetos históricos y la singularidad modernista de su capacidad
creadora, tal como lo reconoce el mismo Argeliers León: “la enorme acu-
mulación de citas tomadas de las más dispares fuentes, le hizo, equivoca-
damente, negar una capacidad estética, una forma conciencial artística del
africano, que en otras líneas del libro admitió y defendió, y que ahora cede
como si fuera el europeo el que poseyera este molde y patrón de lo conce-
bible como estético” (13).
Notas
Este trabajo fue redactado gracias a la beca del Institut d’études Avancées (IEA) de
París, Francia, donde tuve la oportunidad de residir en 2013, apoyado por el pro-
grama Investissements d’Avenir de la Agence Nationale de la Recherche (ANR-11-
LABX-0027-01 Labex RFIEA).
1. Por ejemplo, los instrumentos de uso de la sociedad secreta abakuá en sus
ritos están esparcidos en tres volúmenes diferentes: los “tambores con membra-
nófono abierto” donde se trata del tambor ecué (volumen V), el capítulo Ñ para
“tambores ñañigos” (volumen IV), y el capítulo de los “instrumentos sacuditivos
y hierros”, como el erikundé, la maruga, el ekón (hierro percutido con un palo), la
enkaniká (aparece en subcategoría “campanas”) (volumen IV) (Brown 2003, 192).
2. El mismo Argeliers León (1993, 16), discípulo de Ortiz, señaló: “su trabajo
con informantes se dirigía a corroborar o detectar determinados órdenes menta-
les, o modos perfilables, como tales, de conducta social, capaces estos de facilitarle
un repertorio delimitado de generalizaciones [. . .] los hechos externos que confi-
guraban las danzas, eran clasificables en un repertorio concreto de significados
de marcado sentido religioso. Estos significados —determinadores de la mimesis
mas ostensible— polarizan, no una mentalidad primitiva o prelógica, sino una cate-
goría socialmente más genérica: la del negro en Cuba”.
3. Aunque el intercambio sobre temas religiosos seguirá durante los años 40,
como atestigua la transcripción mimeografiada por Ortiz de la libreta congo de
Pablo Roche, fechada el 8 de marzo de 1946, donde se encuentran registrados los
trabajos, oraciones firmas, lugares, prenda, fechas y fundamentos de la práctica
palera de Roche, de su padrino Narciso Coez y del mayordomo de su prenda Justo
Traba (Biblioteca Nacional José Martí, Fondo Ortiz).
4. BNJM, Fondo Ortiz, carpeta 340, documento fechado en Habana el 19 de
noviembre de 1955.
5. Completan la lista de firmantes los tamboreros Quintín Angulo, Gabino
Felloves, Miguel Somodevilla.
6. BNJM, Fondo Ortiz, carpeta 340. Díaz se encuentra de gira con Trinidad
Torregrosa, Giraldo Rodríguez (que también había colaborado con Ortiz) y
“Mercedita”.
7. BNJM, Fondo Ortiz, carpeta 340.
236 ■ J O R G E PAV E Z O J E D A
8. Entrevista de Julito Collazo por Ivor Miller, New York City, 28 de febrero y
2 de abril 2000. Agradezco a Ivor Miller haber compartido este documento.
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