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PRESENTADO POR:
Riccy Mabel Puentes Medina
20192000312
INTRODUCCIÓN
Por esto, las legislaciones arcaicas tienden a restringir el acto jurídico hasta los
límites, o casi, de su total desconocimiento, y atribuyen la eficacia de las
actuaciones y transacciones particulares a facto es extraños, como la observancia
rigurosa de ciertas ritualidades generalmente prestadas de la religión. El
refinamiento de la cultura jurídica, logrado a través de largos períodos, casi
siempre seculares, lentamente va reivindicando los fueros de la autonomía de la
voluntad privada e imponiéndola como institución natural que es en la vida social.
De igual manera, las concepciones filosófico-políticas en que se inspiren los
legisladores también influyen decisivamente en el auge o menoscabo de la
autonomía de la voluntad privada.
Aun la propia ley tiene que buscar, en último término, el fundamento de su validez
normativa en el consenso que le prestan los individuos, quienes se han resignado
a restringir parcialmente sus libertades innatas, autorizando al legislador -como su
representante- a dictar ciertas normas obligatorias para todos, porque se
considera que el cumplimiento de estas favorece el igual ejercicio de tales
libertades. Entonces, con mayor razón la eficacia de los actos jurídicos privados
deriva directamente de la voluntad de los agentes, a quienes corresponde, por
derecho propio y según su mejor conveniencia, organizar sus
relaciones, determinar la naturaleza y alcance de ellas y estipular sus condiciones
y modalidades. Por tanto, llegado el caso de aplicar un acto jurídico, el intérprete
debe consultar ante todo la real intención de sus autores, pues esta intención o
voluntad es la fuerza creadora de cualquier efecto que tal acto haya de producirse.
Y ante la voluntad privada, así concebida como la fuente autónoma y suprema de
los efectos jurídicos, el legislador solamente tiene una misión tutelar de ella.
La voluntad privada es autónoma y omnipotente mientras no tropiece con la
barrera señalada por el orden público legal e inmutable.
La subordinación de la voluntad privada al derecho. Así, los representantes del
positivismo han querido aplastar al hombre bajo la coerción de los hechos
sociales. Imbuidos en las doctrinas radicales del socialismo
materialista, solamente ven en el individuo y en su voluntad instrumentos
Humados a cumplir una función social en beneficio del Estado.
Sin embargo, la verdad de esta idea tampoco autoriza la conclusión que de ella
pretende derivar el positivismo jurídico, cual es la de que el orden público es
esencialmente variable en cada instante, y que su contenido depende
exclusivamente de »consenso general« o del 'Juicio soberano del Estado».
Por tanto, no cabe duda alguna de que, en el sistema de nuestro Código Civil, la
voluntad privada está adecuadamente subordinada al orden público, cuyos
principios, más o menos elásticos e interpretados discretamente por los jueces en
cada caso, priman siempre sobre aquella.
Por ello pone especial cuidado en garantizar la mayor libertad posible en las
transacciones entre particulares y, en general, en todos sus actos jurídicos de
contenido económico, cuyo vigor. ‘Los particulares, libremente y según su mejor
conveniencia, son los llamados a determinar el contenido, el alcance, las
condiciones y modalidades de sus actos jurídicos.
Basta simplemente tener en cuenta que la razón de ser y el fin del derecho
consisten en la realización de una vida social justa y ordenada. Luego, a las
disciplinas jurídicas solamente conciernen e interesan aquellos aspectos y
actividades del ser humano que tocan directamente con la ordenación social y en
la medida en que lo hagan.
Por tanto, si bien es cierto que el hombre ha sido el modelo real de que el derecho
se sirve para la estructuración de la persona o sujeto jurídico y de las instituciones
que gobiernan su conducta en tal campo, resulta también indiscutible que dicho
modelo no ha sido contemplado en su integridad meta física, sino a través de un
prisma especial que solamente capta aspectos parciales del modelo.
Identificar al sujeto de derecho con su modelo, el hombre real y verdadero, es un
error tan craso como el que cometería quien confundiera la representación
pictórica de un héroe con este mismo. En ambos casos se trata de versiones de
una misma realidad, el ser humano, pero enfocada desde ángulos diversos.
Ya hemos visto que la inhabilidad en este último terreno se funda en deficiencias
en el desarrollo sicofísico de los agentes, o en el padecimiento de afecciones
sicopáticas, e igualmente hemos verificado que, con el criterio de proteger a
quienes se encuentran en estas condiciones, el derecho los declara legalmente
incapaces.
Así se denominan los pactos que varían los efectos subsidiarios normales
establecidos por la ley según la naturaleza del acto en cuestión, como el pacto de
retroventa, o el comisario, o las estipulaciones que agravan o atenúan la
responsabilidad y las que sujetan los derechos a plazos o condiciones.
En primer lugar, la expresión acto bilateral sugiere la falsa idea de que en las
convenciones pueden ser más y hasta muchas, como en un contrato de
sociedad, por lo cual sería mejor entonces emplear para calificadas la expresión
unilateral. Además, la comentada nomenclatura se emplea también en una de las
más importantes clasificaciones de los contratos. Se dice que estos son
unilaterales cuando solamente producen obligaciones a cargo de una de las
partes, como el mutuo, el comodato, el depósito, etc. Y se dice que son bilaterales
cuando producen obligaciones recíprocas entre todas las partes, como la
compraventa, el arrendamiento, la sociedad, etc. Esta anfibología es causa de
frecuentes confusiones entre los actos jurídicos y los contratos así
denominados, pues, como queda dicho, respecto de los primeros se atiende al
número de las partes y respecto de los modos a la carga o gravamen que estas
contraen.
Los actos jurídicos en que las formalidades legales alcanzan esta significación se
denominan solemnes, porque estas formalidades se exigen ad Solemnitatem o ad
substantiam actus. En segundo lugar, siguiendo la tradición francesa, la ley 153 de
1887 exigía que todo acto o contrato que contuviera la entrega o la promesa de
cosa que valiera más de quinientos pesos debía constar por escrito. Pero este
requisito de la escritura pública o privada no afectaba ni la existencia ni la validez
del acto de que se trataba, sino que solamente incidía en su probanza judicial.
De la ley 153 al erigir en indicio grave de inexistencia del acto la omisión de todo
escrito, si las circunstancias del caso y la calidad de las partes no justifican esa
omisión. De esta suerte, el escrito dejó de ser una formalidad del acto, cualquiera
que sea su valor y el mencionado indicio puede ser desvirtuado por prueba
idónea, como la confesión, e inclusive por el testimonio de terceros. El Código de
Comercio sí ofrece ejemplos del formalismo ad probationem en punto del contrato
de trasporte marítimo respecto al conocimiento de embarque y sus tripulaciones, Y
en los contratos de fletamento y arrendamiento de naves la doctrina constitucional
y los principios generales de derecho.