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TEORIA

GENERALES DEL CONTRATOS


TRABAJO DE INVESTIGACIÓ N

PRESENTADO POR:
Riccy Mabel Puentes Medina
20192000312
INTRODUCCIÓN

Como se aborda en el Libro IV del Código Civil los contratos en


general se pueden contraer de diferentes formas: La Ley, Los contratos y
cuasi contratos, de los delitos y faltas, dado la naturaleza de este trabajo,
será basado en las obligaciones nacidas de los contratos, apegándonos a
las formalidades de los contratos hasta ahora vistos en clase y tratando de
encontrar una generalidad en la aplicación de las obligaciones de diversos
contratos que aún no han sido objeto de estudio.

Desde tiempos remotos se ha procurado encontrar el elemento


común vinculante de las diversas instituciones del derecho privado, labor
ardua y difícil si se considera que las diferencias entre ellas parecen ser
más notorias que una eventual o hipotética semejanza.

EL FUNCIONAMIENTO DE LAS NORMAS JURÍDICAS. Las normas jurídicas se


encaminan al ordenamiento de las varias situaciones de hecho que la vida social
presenta. Luego, la existencia real de tales situaciones constituye evidentemente
presupuesto indispensable para que aquellas puedan aplicarse y producir los
efectos que persiguen. Esto es lo que afirma GIORGIO DEL VECCHIO al decir
que «la norma jurídica es un imperativo hipotético», para significar que el
derecho, por su esencia, es imperativo, pero que solamente actúa cuando se dan
las hipótesis previstas para su aplicación.

LA FORMACIÓN DE LAS SITUACIONES JURÍDICAS: Una situación jurídica, es


decir, una situación de hecho capaz de poner en movimiento una norma
jurídica, puede provenir de un fenómeno físico o material, en cuyo acaecimiento
no interviene la voluntad, como el nacimiento o la muerte de una persona, su
advenimiento a cierta edad, la formación de terrenos aluviales o de islas, el
derrumbamiento fortuito de un edificio, etc. Es verdad que el objeto. Y una
situación jurídica también puede provenir de un acto voluntario, lícito o ilícito.

CLASIFICACIONES DE LOS ELEMENTOS QUE INTERVIENEN EN Situaciones


JURÍDICAS. Los anteriores análisis y distinciones han dado lugar a varias
clasificaciones y nomenclaturas de los factores que intervienen en la formación de
las situaciones jurídicamente operantes. El Código Civil colombiano, lo mismo que
el francés, emplea la expresión acto y no negocio, exclusivamente en el sentido
que esta clasificación bipartita le atribuye3. Por lo tanto, en lo sucesivo nosotros
emplearemos indistintamente dichas expresiones, pero le daremos preferencia a
la de acto, siempre que con esta se logre la mejor inteligencia de los preceptos
positivos que la emplean. Situaciones jurídicas simples y complejas Las
situaciones jurídicas simples son las que se forman mediante uno solo de los
elementos mencionados. La consideración filosófico-política del acto jurídico. El
postulado de la autonomía de la voluntad privada.

De ahí que todo ordenamiento positivo, por primitivo y rudimentario que sea el


medio social a que se dirija, tiene siempre que reconocer, en alguna
medida, eficacia jurídica a la iniciativa privada, permitiendo que los particulares se
encarguen de arreglar entre sí parte, más o menos considerable, de sus
relaciones sociales.

Por otra parte, la mayor o menor amplitud en la consagración positiva del


postulado de la autonomía de la voluntad privada o, lo que es lo mismo, en el
señalamiento del campo de acción del acto o negocio jurídico que es su expresión
normal, depende principalmente del grado de cultura y desarrollo de cada pueblo y
de las concepciones filosófico-políticas en que se inspire cada legislador.

Por esto, las legislaciones arcaicas tienden a restringir el acto jurídico hasta los
límites, o casi, de su total desconocimiento, y atribuyen la eficacia de las
actuaciones y transacciones particulares a facto es extraños, como la observancia
rigurosa de ciertas ritualidades generalmente prestadas de la religión. El
refinamiento de la cultura jurídica, logrado a través de largos períodos, casi
siempre seculares, lentamente va reivindicando los fueros de la autonomía de la
voluntad privada e imponiéndola como institución natural que es en la vida social.
De igual manera, las concepciones filosófico-políticas en que se inspiren los
legisladores también influyen decisivamente en el auge o menoscabo de la
autonomía de la voluntad privada.

EL CULTO A LA VOLUNTAD PRIVADA. Semejante clima filosófico-político


lógicamente tenía que propiciar el máximo auge alcanzado por la autonomía de la
voluntad privada en la historia del derecho occidental. Según ella, más que en
gobernar por vía impositiva la conducta individual en aras del bien común, el
interés general radicaría en la protección del hombre y de sus libertades, por
aquello de que «lo que es bueno para la abeja, es bueno para la colmena». De
esta suerte, el orden público pasó a convertirse en un cordón de seguridad, en una
barrera casi física que el Estado gendarme emplearía para separar a los
contendientes en las luchas que se suscitaran con motivo del ejercicio de sus
iguales derechos y libertades.
EL ORDEN PÚBLICO LEGAL E INMUTABLE. En el mismo orden de ideas, el celo
del racionalismo en la defensa de las libertades individuales llegó hasta la
pretensión de precaver los posibles abusos del Estado gendarme en el
cumplimiento de su menguada función policiva, mediante el establecimiento de un
orden público legal e inmutable. 

EL ÁMBITO DEL POSTUL\DO. Por otra parte, la mayor o menor amplitud en la


consagración positiva del postulado de la autonomía de la voluntad privada o, lo
que es lo mismo, en el señalamiento del campo de acción del acto o negocio
jurídico que es su expresión normal, depende principalmente del grado de cultura
y desarrollo de cada pueblo y de las concepciones filosófico-políticas en que se
inspire cada legislador. Estado, estaría facultado para determinar el contenido del
orden público, mediante el repertorio preciso de leyes imperativas y
prohibitivas, de obligatoria observancia por los ciudadanos y también por los otros
órganos del poder público, gobernantes y jueces«.

Aun la propia ley tiene que buscar, en último término, el fundamento de su validez
normativa en el consenso que le prestan los individuos, quienes se han resignado
a restringir parcialmente sus libertades innatas, autorizando al legislador -como su
representante- a dictar ciertas normas obligatorias para todos, porque se
considera que el cumplimiento de estas favorece el igual ejercicio de tales
libertades. Entonces, con mayor razón la eficacia de los actos jurídicos privados
deriva directamente de la voluntad de los agentes, a quienes corresponde, por
derecho propio y según su mejor conveniencia, organizar sus
relaciones, determinar la naturaleza y alcance de ellas y estipular sus condiciones
y modalidades. Por tanto, llegado el caso de aplicar un acto jurídico, el intérprete
debe consultar ante todo la real intención de sus autores, pues esta intención o
voluntad es la fuerza creadora de cualquier efecto que tal acto haya de producirse.
Y ante la voluntad privada, así concebida como la fuente autónoma y suprema de
los efectos jurídicos, el legislador solamente tiene una misión tutelar de ella. 
La voluntad privada es autónoma y omnipotente mientras no tropiece con la
barrera señalada por el orden público legal e inmutable.
La subordinación de la voluntad privada al derecho. Así, los representantes del
positivismo han querido aplastar al hombre bajo la coerción de los hechos
sociales. Imbuidos en las doctrinas radicales del socialismo
materialista, solamente ven en el individuo y en su voluntad instrumentos
Humados a cumplir una función social en beneficio del Estado.

LA REIVINDICACIÓN DEL CONCEPTO DEL ORDEN PÚBLICO. Como era de


esperarse, estas profundas trasformaciones del pensamiento filosófico jurídico han
tenido que aducir, como su fundamento supremo, las exigencias y los dictados de
un nuevo orden público, distinto del orden barrera del racionalismo.

En nuestro sentir, el apuntado in suceso doctrinal obedece precisamente a las


mismas razones que condenaron al fracaso el intento racionalista de establecer un
orden público legal e inmutable, o sea, a la creencia equivocada de que es posible
detener la vida social y su organización para captada en una definición estática
que, a manera de fotografía, revele todos los elementos que la componen.

Sin embargo, la verdad de esta idea tampoco autoriza la conclusión que de ella
pretende derivar el positivismo jurídico, cual es la de que el orden público es
esencialmente variable en cada instante, y que su contenido depende
exclusivamente de »consenso general« o del 'Juicio soberano del Estado».

Así concebido el orden público como un conjunto flexible de principios


religiosos, morales, políticos y económicos, predominantes en determinado medio
social y que se miran como indispensables para la conservación de este
10, constituye instrumento adecuado para que el Estado -guardián nato del bien
común- pueda cumplir prudentemente su [unción fundamental por conducto de
todos sus órganos de expresión jurídica, y no exclusivamente del legislador.
LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD PRIVADA Y EL ORDEN PÚBLICO. En
efecto, todos estos textos trascritos parecen circunscribir el amplísimo campo de
acción de la voluntad privada exclusivamente dentro de los límites que el
legislador le haya señalado expresa y concretamente, que es en lo que consiste el
concepto racionalista del orden público legal e inmutable. Pero otros artículos de la
misma obra legislativa someten al control jurisdiccional todos los actos jurídicos
cuyas prestaciones, o los móviles o motivos determinantes de su
celebración, pugnen con los principios integrantes del orden público, aunque estos
no se encuentren expresa y concretamente contemplados en disposiciones
legales. Así, el art. 1518 hace consistir el objeto ilícito o moralmente imposible en
el hecho "prohibido por las leyes, o contrario a las buenas costumbres o al orden
público". 

Por tanto, no cabe duda alguna de que, en el sistema de nuestro Código Civil, la
voluntad privada está adecuadamente subordinada al orden público, cuyos
principios, más o menos elásticos e interpretados discretamente por los jueces en
cada caso, priman siempre sobre aquella.

Por ello pone especial cuidado en garantizar la mayor libertad posible en las
transacciones entre particulares y, en general, en todos sus actos jurídicos de
contenido económico, cuyo vigor. ‘Los particulares, libremente y según su mejor
conveniencia, son los llamados a determinar el contenido, el alcance, las
condiciones y modalidades de sus actos jurídicos.

Pero, repetimos, cuando los actos jurídicos reúnen los aludidos requisitos que


condicionan su existencia y validez, es decir, cuando están "legalmente
celebrados", sus estipulaciones libremente consentidas revisten, para los agentes
y también para los jueces encargados de aplicarlas, fuerza vinculatoria semejante
a la de la propia ley dictada por el Estado.

En el mismo orden de ideas, reconocidos la autonomía de la voluntad privada y su


vigor normativo, el legislador evita en lo posible interferir en forma imperativa la
iniciativa de los agentes. En efecto, la inmensa mayoría de las previsiones legales
pertinentes a los actos jurídicos solamente tienen un alcance supletivo, o sea, que
solo están llamadas a aplicarse en defecto de manifestación expresa de la
voluntad de los interesados. Fundándose en la presunción cierta de que estos
generalmente ignoran cuál es el régimen más conveniente de sus actuaciones y
transacciones en el comercio jurídico, se preocupa por insinuarles
minuciosamente y hasta pecando de exagerado casuismo, cómo puede verificarse
en la reglamentación de los actos y contratos típicos, la adopción de aquellas
normas que la experiencia milenaria ha demostrado ser las más aconsejables para
ellos.

Si así no lo hacen, es decir, si guardan silencio al respecto, el legislador


presume, o bien que, por sabidas, aquellos consideraron que las normas lega les
supletivo quedarían naturalmente incorporadas a sus estipulaciones voluntarias, o
bien que, habiendo obrado con imprevisión, es necesario acudir en su ayuda para
que se realicen en la mejor forma los fines que persiguieron al celebrar sus actos o
negocios.
LA SUBORDINACIÓN DE LA VOLUNTAD PRIVADA AL ORDEN PÚBLICO. Por
otra parte, la conveniente generosidad que nuestro Código muestra hacia la
autonomía de la voluntad privada no se opone, como ya quedó dicho, a que
también la haya situado en la justa posición que le corresponde en el
ordenamiento jurídico y social.

EL INTERVENCIONISMO DE ESTADO. Últimos tiempos, se ha registrado en


Colombia, como en casi todos los países, una progresiva intervención del Estado
en el campo de la autonomía de la voluntad privada. Por añadidura, el
implantamiento de esta nueva política estatal, fundada en la noción del orden
público, hipertrofiado en sus aspectos socio-económicos, también ha conducido a
que la intervención haya dejado de ser una función privativa del legislador y de los
jueces, como lo quisiera el autor de nuestro Código, sino que ha pasado a
convertirse en instrumento socorrido de todos los órganos del poder
público, inclusive de los órganos administrativos menores, lo que ha conducido a
que el comentado intervencionismo se ejerza en forma desordenada y
frecuentemente lesiva de los derechos individuales y de la justa autonomía de la
voluntad privada.

LA NOCIÓN LÓGICA DEL ACTO O NEGOCIO JURÍDICO

Otras definiciones que se han propuesto son el fruto de ideas y especulaciones


propias de campos diversos del pensamiento e introducidas en la doctrina jurídica
sin contar con la posibilidad de su exacta adaptación a esta, de donde resultan
deformaciones inaceptables, tanto en el concepto mismo del acto jurídico, como
en las instituciones cuya organización este preside.

Basta simplemente tener en cuenta que la razón de ser y el fin del derecho
consisten en la realización de una vida social justa y ordenada. Luego, a las
disciplinas jurídicas solamente conciernen e interesan aquellos aspectos y
actividades del ser humano que tocan directamente con la ordenación social y en
la medida en que lo hagan. 

Por tanto, si bien es cierto que el hombre ha sido el modelo real de que el derecho
se sirve para la estructuración de la persona o sujeto jurídico y de las instituciones
que gobiernan su conducta en tal campo, resulta también indiscutible que dicho
modelo no ha sido contemplado en su integridad meta física, sino a través de un
prisma especial que solamente capta aspectos parciales del modelo.
Identificar al sujeto de derecho con su modelo, el hombre real y verdadero, es un
error tan craso como el que cometería quien confundiera la representación
pictórica de un héroe con este mismo. En ambos casos se trata de versiones de
una misma realidad, el ser humano, pero enfocada desde ángulos diversos.

HOMBRE Y SUJETO JURÍDICO. Esta anfibología ha sido efecto de la confusión


ideológica entre las dos realidades distintas así bautizadas, y también ha sido
causa de que tal confusión se mantenga sin despejar en el campo jurídico. 

De manera que, en este mundo en que vivimos, persona solamente es el


hombre, unión consustancial de espíritu y cuerpo, cuya vida indivisible comienza al
separarse del vientre materno y se extingue con la muerte que segrega el alma de
la materia. En derecho, persona es algo bien distinto. Según definición también
clásica, es todo ente es capaz de ser sujeto de derechos y obligaciones.

Por tanto, el hombre, como sustancia indivisible de naturaleza racional, solamente


es persona en el mundo del derecho, en cuanto posea esa capacidad jurídica y en
la medida en que la adquiera y la conserve. Entonces, bien puede suceder y así lo
confirma la historia que una inmensa legión de seres humanos ha transitado por la
vida sin tener jamás acceso a la sociedad de los sujetos de derecho. La aberrante
institución de la esclavitud, hoy abolida en el derecho occidental, asimiló esos
seres a las cosas, relegándolos a la categoría de objetos de derecho.

La presunción legal de muerte por desaparecimiento puede afectar a un individuo


realmente vivo y, a la inversa, el plazo de expectativa que debe preceder a la
declaración judicial de muerte presunta puede prolongar la vida jurídica de quien
realmente ha muerto antes o durante el cumplimiento de dicho plazo. Y la
institución de la muerte civil, a consecuencia de votos religiosos, condenas
penales, etc., que no fue adoptada por nuestra legislación, también destruye la
personalidad jurídica en vida de quien la sufre.

La concepción antropomórfica de la persona o sujeto de derecho, oportunamente


socorrida por el positivismo, que niega, por principio, la realidad supuesto falso de
que la existencia de un sujeto jurídico necesariamente tiene que materializarse
para encontrar explicación adecuada.
LA APTITUD PARA REALIZAR LOS ACTOS HUMANOS Y LOS ACTOS jurídicos.
Tomada en esta acepción, la capacidad ya no es un atributo de la personalidad y
su establecimiento legal indica que hay sujetos de derecho que carecen de ella. a)
Un acto humano solamente puede ser realizado por el hombre, Único ser que
tiene aptitud natural para desarrollar ese proceso síquico y material que tal clase
de actos implica. b) El hombre puede ser más o menos inhábil para realizar un
acto normal, como cuando carece del suficiente desarrollo sicofísico y cuando
padece de una afección sicopática que le priva del uso de la razón.

El art. 1504 del Código Civil al establecer la incapacidad de los menores de


edad, de los dementes y, en cierta manera, de los sordomudos que no pueden
darse a entender por escrito. O la falta de desarrollo sicofísico o intelectual, o la
afección sicopática, son los criterios que presiden el establecimiento de estas
incapacidades.

 Ya hemos visto que la inhabilidad en este último terreno se funda en deficiencias
en el desarrollo sicofísico de los agentes, o en el padecimiento de afecciones
sicopáticas, e igualmente hemos verificado que, con el criterio de proteger a
quienes se encuentran en estas condiciones, el derecho los declara legalmente
incapaces. 

Los disipadores ordinariamente no son sicópatas, sino personas de carácter débil


que, al dilapidar su hacienda, corren el peligro de convertirse con sus familias en
una carga para la sociedad. Y la incapacidad de las mujeres dadas solamente
obedecía al propósito de concentrar el gobierno moral y económico de la familia
en manos del marido. d) Aun en los casos en que la incapacidad legal coincide
con la inhabilidad natural del agente, al estructurarse aquella institución, se
modifican los criterios de apreciación con fines de orden jurídico.

Así la institución de la representación legal es panacea para subsanar todas las


causales de la incapacidad. Gracias a ella, las personas morales se materializan y
se sanean las deficiencias sicofísicas de las personas naturales.
El Proceso de los actos. El acto humano, en el cual sus ingredientes sicofísicos se
compenetran y se influyen íntima y recíprocamente, se desarrolla por medio de un
proceso que, en sus lineamientos generales. Ahora bien, entre la valoración
sicológica del mencionado iter acti y su apreciación jurídica surgen importantes
discrepancias, motivadas por la diversidad de los criterios que se emplean para
tales efectos, pues, según ya lo hemos dicho repetidamente, al derecho solamente
le interesan aquellos aspectos del acto humano, modelo de qué:

a) Para la validez del acto jurídico se exige cierto grado de conocimiento y de


libertad de parte de los agentes. Sin embargo, la ley, al estructurar su
institución, confunde causas con efectos, para facilitarle a la víctima la prueba de
él.

b) En la etapa intelectiva del acto humano la lógica distingue entre el error, que


consiste en la discrepancia del concepto con la realidad que este pretende
representar, y la ignorancia, que es la ausencia misma del concepto. El
derecho, para sus fines tutelares de la autonomía de la voluntad, identifica estos
dos vicios, porque considera que el agente jurídico merece igual protección contra
ambos.
c) Más aún, contrariando en mayor medida la realidad sicológica, nuestro
Código, inspirado en la tradición romana y española, no acepta que el
consentimiento se tenga por viciado cuando la ignorancia o el error se refieran a
cuestiones de derecho.

Por tanto, en nuestra legislación la ignorancia y el error fortuito o provocado por el


dolo solamente vician el consentimiento cuando versan sobre cuestiones de
hecho.

En cualesquier otros casos el error de hecho es indiferente, o sea, que el


consentimiento se tiene por no viciado.
Tal investigación resulte que el temor producido por dicha fuerza haya sido
definitivo para la realización del acto, si dicha fuerza no contraría el orden
jurídico, se reputa justa y deja de constituir vicio del consentimiento.
e) La exteriorización de la voluntad, etapa final del acto jurídico, también se
estructura y aprecia con base en criterios específicos. En principio, la expresión de
la voluntad es libre, en el sentido de que los agentes pueden elegir a su arbitrio
cualquier forma, con tal de que esta traduzca claramente la intención de participar
en el acto en cuestión. Sin embargo, en numerosos casos deben observarse
ciertas formalidades preestablecidas por la ley y sin las cuales la voluntad se tiene
por no manifestada, o sea, que el respectivo acto se reputa inexistente y no
produce efecto alguno. En los actos humanos, el contenido y los efectos de la
voluntad están vinculados por una relación de causalidad real y concreta.

Veamos en qué consisten tales elementos. LA VOLUNTAD EN EL ACTO


JURÍDICO. Por definición, la voluntad del agente o agentes constituye la sustancia
misma del acto jurídico. Dado este carácter de elemento sustancial que reviste la
voluntad en el acto jurídico, siempre tiene que existir realmente y no puede ser
suplida por elementos distintos, como lo sería la realización de un hecho formal
del que aparentemente se pudiera inferir la existencia de dicha voluntad.

Como ya lo sabemos, el pensamiento racionalista erigió la voluntad individual en


causa suprema de la vida social y de todas sus instituciones. Luego, con mayor
razón dentro de este orden de ideas, dicho sistema atribuyó totalmente la eficacia
de los actos jurídicos privados a la real voluntad de los agentes, quienes, por
derecho propio y según su mejor conveniencia, serían los llamados a organizar
autónomamente sus relaciones y a determinar la naturaleza, alcance y
modalidades de la regulación que quisieran darles a aquellas. De aquí la
oposición, a la postre derrotada, que se presentó al redactar el Código de
Napoleón respecto de consagrar en esta obra la aplicación más importante del
postulado de la buena fe en la ejecución de los actos jurídicos, cual es la de
asignar a estos no solo los efectos expresamente previstos por los agentes, sino
también la de considerar incorporados en tales actos y, por tanto, obligatorios
todos aquellos otros efectos que derivan de la naturaleza del acto o contrato
que, por la ley, le pertenecen.

B) LA TEORÍA DEL OBJETO JURÍDICO GENÉRICO. La subordinación de la


voluntad privada a los preceptos legales está claramente consagrada en nuestro
Código. Para que un acto jurídico adquiera vigor normativo, o sea, para que sea
reconocido como jurídicamente obligatorio, debe estar legalmente celebrado!'. Si
es contrario a la ley imperativa, al orden público o a las buenas costumbres, la
voluntad de los agentes es ineficaz. Realizado el acto de conformidad con las
condiciones legales prescritas para su existencia y validez, no solamente obliga a
lo que en él se expresa, sino a todas las cosas que emanen precisamente de la
naturaleza de la obligación, o que por la ley pertenecen a ella, o que por el uso
común se presumen aunque no se expresen.

c) TEORÍA DEL OBJETO -FIN PRÁCTICO. Obedece a la consabida confusión


que ya hemos apuntado entre el acto jurídico y el acto humano. En este último
siempre hay un fin práctico que se confunde con el objeto de la voluntad, y nada
más. Este fin no puede faltar, porque sin el acto dejaría de ser propiamente
humano y quedaría reducido a la categoría de los simples reflejos involuntarios o
de las actuaciones irracionales, como las que realizan los dementes. Hemos visto
que el proceso de desarrollo de todo acto volitivo se inicia con una etapa
intelectiva, en la cual la mente concibe la idea de la acción y la combina con otras
que obran como móviles en pro o en contra de aquella. Si este juicio o
razonamiento es favorable, los móviles que ponen en acción la voluntad libre
determinan el fin práctico que esta persigue y, por ello, se denominan móviles
determinantes.

Nadie realiza un acto jurídico simplemente porque sí, sino en consideración a los


resultados prácticos que mediante él pueden alcanzarse.  Si se celebra un
contrato por el cual una de las partes se obliga a pagarle a la otra una suma de
dinero, a cambio de que esta cometa un homicidio, tal contrato tiene objeto
ilícito, porque una de las obligaciones Los elementos esenciales . Si nada dicen
acerca del precio, o bien no se producen los efectos de la compra-venta, o
bien, apareciendo de manifiesto el ánimo de liberalidad de parte del sediciente
vendedor, tal compraventa degenera en una donación.

Así se denominan los pactos que varían los efectos subsidiarios normales
establecidos por la ley según la naturaleza del acto en cuestión, como el pacto de
retroventa, o el comisario, o las estipulaciones que agravan o atenúan la
responsabilidad y las que sujetan los derechos a plazos o condiciones.

PRINCIPALES CLASIFICACIONES DE LOS ACTOS JURÍDICOS


PRECISIÓN. No abrigamos el propósito de relacionar aquí todas las
clasificaciones de los actos jurídicos que la doctrina ha formulado con fundamento
en criterios más o menos atendibles, sino únicamente aquellas que, en nuestro
sentir, tienen real incidencia en el régimen de nuestras instituciones positivas.

ACTOS JURÍDICOS UNIPERSONALES y CONVENCIONES.LA


CLASIFICACION. El criterio en que esta se funda es el del número de partes de
los actos unipersonales simples y complejos. Como ya quedó dicho, el acto
unipersonal complejo o colectivo se caracteriza por atribuirse a una sola
persona, aunque se forme mediante la suma de las voluntades de quienes
intervienen con sus votos en órgano colegiado de aquella. 

c) DE LOS CONTRATOS. En una etapa de gran desarrollo social y


económico, como el que registra nuestra época, sin duda alguna el contrato ocupa
el principado de los actos jurídicos. En las sociedades poco avanzadas, de
economía familiar y cerrada, el derecho privado se ocupa preferentemente de la
apropiación y conservación de la riqueza.
De esta suerte, los contratos y las obligaciones que constituyen el objeto
específico de estos cobran cada día mayor importancia, hasta llegar a convertirse
en el eje central del derecho privado. Comparativamente, los actos jurídicos
unipersonales y las demás convenciones encaminadas a crear relaciones distintas
de las obligaciones propiamente dichas, e a modificar, o a extinguir relaciones
preexistentes, ocupan ante aquellos lugares secundarios.
Cabalmente, las precitadas consideraciones han influido de modo decisivo en la
tendencia de los legisladores a convertir el contrato en el soporte más importante
de la vida social y a hipertrofiar su noción, hasta el punto de estructurar la totalidad
de la teoría genera.

Esta expresión parte se emplea también en el campo contractual y en el derecho


procesal para designar a la persona o personas que representan un interés
común, como el vendedor o vendedores conjuntos, o como el heredero o los
herederos que representan al causante en un proceso de declaración de
paternidad natural. En la nomenclatura usualmente empleada por la doctrina, el
acto jurídico unipersonal se denomina unilateral, por contraposición a las
convenciones llamadas actos bilaterales.

En primer lugar, la expresión acto bilateral sugiere la falsa idea de que en las
convenciones pueden ser más y hasta muchas, como en un contrato de
sociedad, por lo cual sería mejor entonces emplear para calificadas la expresión
unilateral. Además, la comentada nomenclatura se emplea también en una de las
más importantes clasificaciones de los contratos. Se dice que estos son
unilaterales cuando solamente producen obligaciones a cargo de una de las
partes, como el mutuo, el comodato, el depósito, etc. Y se dice que son bilaterales
cuando producen obligaciones recíprocas entre todas las partes, como la
compraventa, el arrendamiento, la sociedad, etc. Esta anfibología es causa de
frecuentes confusiones entre los actos jurídicos y los contratos así
denominados, pues, como queda dicho, respecto de los primeros se atiende al
número de las partes y respecto de los modos a la carga o gravamen que estas
contraen.

Comercio hipertrofia la noción del contrato, confundiéndolo con el género


convención, de donde resultaría que hasta el pago, acto extintivo de las
obligaciones, sería un contrato.

ACTOS JURÍDICOS FORMALES E INFORMALES. Por el contrario, informales los


actos que requieren, en su otorgamiento o celebración, la observancia de ciertas
formalidades prescritas por la ley o por la voluntad de los agentes.

ACTOS SOLEMNES Y ACTOS FORMALES «AD PROBATIONEM». En primer


lugar -y esta es la manifestación más importante del formalismo-, respecto de
ciertos actos, la observancia de las formas prescritas por las leyes un requisito
para la existencia misma de tales actos.

Los actos jurídicos en que las formalidades legales alcanzan esta significación se
denominan solemnes, porque estas formalidades se exigen ad Solemnitatem o ad
substantiam actus. En segundo lugar, siguiendo la tradición francesa, la ley 153 de
1887 exigía que todo acto o contrato que contuviera la entrega o la promesa de
cosa que valiera más de quinientos pesos debía constar por escrito. Pero este
requisito de la escritura pública o privada no afectaba ni la existencia ni la validez
del acto de que se trataba, sino que solamente incidía en su probanza judicial.

En efecto, con esta formalidad únicamente se pretendía la exclusión de la prueba


testimonial respecto de los actos que tuvieran un valor apreciable, como el ya
mencionado que la ley fijaba. De esta suerte, la omisión del escrito no impedía el
perfeccionamiento del acto ni constituía vicio de este, sino que, salvas
excepciones, dicho acto no podía acreditarse judicialmente con la prueba
testimonial, pero sí con otros medios probatorios distintos, como la confesión, lo
que demostraba que aquel sí existía válidamente, a diferencia de los actos
solemnes, en los cuales la inobservancia de la forma los hace jurídicamente
inexistentes. Por ello, al lado de estos últimos hay que registrar la especie de los
actos formales ad probationem, cuyo ejemplo único en nuestra legislación civil era
el que acabamos de citar.

ACTOS FORMALES «AD VOLUNTATEM». La voluntad de los agentes puede


convertir en formal cualquier acto jurídico que, según la ley, sea simplemente
consensual, como cuando las partes en un contrato de compraventa de bienes
muebles o en uno de arrendamiento resuelven someter el perfeccionamiento del
contrato al otorgamiento de escritura pública o privada~. De esta suerte, los
agentes, en ejercicio de la facultad que tienen de someter sus actos a condiciones
lícitas y posibles, pueden convertidos en formales.

De la ley 153 al erigir en indicio grave de inexistencia del acto la omisión de todo
escrito, si las circunstancias del caso y la calidad de las partes no justifican esa
omisión. De esta suerte, el escrito dejó de ser una formalidad del acto, cualquiera
que sea su valor y el mencionado indicio puede ser desvirtuado por prueba
idónea, como la confesión, e inclusive por el testimonio de terceros. El Código de
Comercio sí ofrece ejemplos del formalismo ad probationem en punto del contrato
de trasporte marítimo respecto al conocimiento de embarque y sus tripulaciones, Y
en los contratos de fletamento y arrendamiento de naves la doctrina constitucional
y los principios generales de derecho.

La analogía de ley y la analogía de derecho que, según ya quedó


explicado, consisten en la aplicación de las leyes que regulan casos o materias
semejantes y en el recurso a la doctrina constitucional y a los principios generales
de derecho, respectivamente, solamente tienen cabida, en su orden, a falta de ley
«exactamente aplicable al caso controvertido»8. Además, el «arbitrio judicial»
jamás puede constituir norma de los actos jurídicos y contratos, al contrario de lo
que pensó la Corte, porque en nuestro sistema jurídico positivo la función judicial
se limita a la interpretación y aplicación de las estipulaciones voluntarias y de las
normas legales, pero no a la creación arbitraria de tales normas. 
ACTOS ALEATORIOS y NO ALEATORIOS LA CLASIFICACIÓN. Se entiende que
un acto jurídico no es aleatorio cuando los resultados económicos que están
llamado a producir se pueden apreciar con más o menos precisión desde el
momento mismo de su perfeccionamiento. Por el contrario, si en tal momento no
puede hacerse dicha estimación, porque la utilidad o el sacrificio que el acto haya
de reportar a quienes participan en él dependen del azar o aleas, será
aleatorio. Interesa esta únicamente en cuanto explica ciertas normas legales
propias de los actos aleatorios, como también la inoperancia en estos de la
institución de la lesión, como vicio del acto y de sus consecuencias. 
CONCLUSIÓN

A primera vista, lo único que relaciona a los actos mencionados es


que surgen como consecuencia de la voluntad del hombre; conclusión tan
amplia y vaga que mal podría justificar una construcción jurídica sobre la
base de este único elemento como vinculante.

Para los estudiantes de la carrera de Derecho resulta de suma


importancia conocer todo lo relacionado contrario, pues caso contrario no
podría interpretarse de manera adecuada la legislación que forma parte
esencial del amplia gama de actuaciones jurídicas en las que el
cumplimiento de los contratos, ejecución violación, nulidades, entre otras se
convierten en la ocupación diaria de los abogados.

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