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El Cenáculo

El primer lugar en el que podemos fijarnos para constatar que los primeros cristianos tenían lugares fijos
de culto es Jerusalén, la Madre de todas las Iglesias. Ahí se encuentra el cenáculo, primer lugar que
narra la escritura como local de reunión de los discípulos después de la Ascensión.

Respecto a esto tenemos varios testimonios sobre la importancia del lugar del cenáculo para la Iglesia. El
más revelador es San Epifanio, quien menciona que luego de la destrucción de Jerusalén por los
romanos en el 135, quedó una pequeña iglesia de los cristianos en pie, construida en el lugar donde los
discípulos habían ido después de la Ascensión.
San Epifanio escribe a inicios del S. IV, por lo que debe describir una tradición más antigua. Menciona
que dicho lugar estaba construido en la parte alta de la ciudad, sobre el monte Sión, con algunos otros
edificios vecinos a ese monte y con siete sinagogas en ruinas.
Este último dato es revelador porque antes de San Epifanio, otro relato menciona estas mismas siete
sinagogas: el anónimo de Burdeos, que afirma: “Dentro del muro del monte Sión aparece el lugar donde
David tuvo su palacio. Y de las siete sinagogas que hubo allí, queda una sola; los restos de las otras se
diseminaron”. Por otra parte, San Cirilo de Jerusalén, contemporáneo de este último testigo, menciona
en sus catequesis el lugar como la “Iglesia de los apóstoles”.
Aquí hay una contradicción puesto que para Epifanio todas las sinagogas están en ruinas y para el
anónimo de Burdeos queda todavía una en pie, además de que hace falta la mención de la Iglesia
propiamente.

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