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Estaba solo.

Otra vez estaba solo.


La familia que había creído encontrar, una vez más, tuvo que entregarme como parte del pago por
sus errores. Nuestros. Nuestros errores. La carta había sido error mío.
En realidad, la carta era inofensiva. Sólo reafirmaba nuestra lealtad hacia la Casa Martell y su
legítima heredera. La había redactado de modo que no constituyese prueba alguna. El error había
sido mío al entregarla. Había hecho exactamente lo que llevaba días diciéndole al resto que no tenía
que hacer: hablar de más.
Prácticamente ni llegué a conocer a mi familia. De mis primeros cuatro años casi no tengo
recuerdos, y luego pasé dos años, casi tres, como pupilo de Stannis. A las dos semanas de llegar a
Huesodragón tuvimos que partir hacia Lanza del Sol, y en el viaje de mes y medio estaba enfocado
en estudiar otros casos como para defender a Edan.
A la semana de llegar, el veredicto del Príncipe Doran me obligaba a permanecer en Lanza del Sol...
Por 6 años.
Esta primer semana casi no salí de mi habitación. Constantemente se aseguran de que no haya
hecho nada estúpido como matarme ni nada. Un guardia está en la puerta y me acompaña a todas
partes. Aquí es aún peor que en Rocadragón.

Seis años... Casi lo mismo que llevaba con vida.


Seis años como huesped indeseado... Seis años de rehén.
De todos modos era un precio pequeño, comparado con la aniquilación de nuestra casa.
Personalmente, creo que Doran, al final, hablando con el tío, comprendió que todo había sido una
acumulación de errores y falta de juicio, y no realmente un intento de desestabilizar el poder de la
familia Martell. Creo que por eso no fuimos borrados del mapa por completo.
Sin embargo, nuestra situación dista mucho de ser ideal.
Jace, Edan, mi padre Abdel y yo fuimos removidos de la línea sucesoria. La tía Brie y su hermana,
por las noticias que recibimos al día siguiente del veredicto, desaparecieron durante su excursión de
caza, y se teme lo peor. Doran decidió que mi tío (mi tío abuelo, para ser más específico) sería el
regente de la casa a partir de ese momento. Lo cual supone un grave problema para nuestra casa. El
tío, con todo, ya pasó su mejor momento y ronda los cuarenta-y-dos años. Dentro de no mucho, si
se diese el caso, llegará a anciano y le será difícil, sino imposible, procrear y dejar un heredero. O
heredera, afortunadamente estamos en Dorne.
Si fuésemos una casa mayor podría, simplemente, decidir quién sería su sucesor, pero a las casas
menores les está vedado ese poder. Por lo tanto, si no consigue él dejar un heredero o heredera antes
de que sea tarde, nuestra casa desaparecerá.
Mi tío, si bien es un gran hombre, ya pasó su juventud, y nuestra casa tiene una mala reputación.
Aún sin esos factores, nunca hemos sido una casa poderosa y venimos en Declive hace ya algunos
años.
Las posibilidades de mi tío de conseguir una esposa y dejarla embarazada, realmente, son escasas.
Es decir, cualquier plebeya estaría encantada de volverse noble, pero el Líder de la Casa no puede
casarse con una plebeya.
Sin nadie habilitado para ocupar el cargo y con el Líder de la Casa sin, casi, posibilidad de dejar un
heredero, sólo queda un camino para salvar nuestra casa.
Tengo que ganar el favor de Doran Martell, para así convertirme en el heredero de mi casa. Soy el
único con posibilidad de hacerlo. Mi familia entera quedó mancillada por lo sucedido, y al único al
que consideraron inocente de todo fue a mí. Me tomaron de pupilo para asegurar la paz. Tengo seis
años para convertirme en alguien a quien Doran Martell considere digno de confianza.

En esos días, de mi segunda semana de pupilo, me decidí a salir de mi habitación. Tenía que
empezar por conocer a Doran Martell y a su familia, si es que quería ganarme su favor. Me dirigí a
la biblioteca, y retiré todos los libros que me permitieron acerca de la casa Martell y sus integrantes,
pasados y actuales.
También retiré algo sobre las leyes, en particular las leyes relativas a la sucesión.
Pasé otros tres días en mi habitación, leyendo como un poseso, saliendo solo para comer y, de ese
modo, no insultar a mi “anfitrión”.
Al cuarto la habitación comenzó a hacérseme insoportable. Abrí la puerta de mi habitación y dije al
guardia: “Oye, echamos una carrera hasta los jardines del agua?”.
Pero no había nadie. A partir de ese día, el doceavo desde que me quedé en Lanza del Sol, ya no me
pusieron un guardia a vigilarme.
Deambulé un poco por el palacio hasta encontrar mi camino hasta los Jardines del Agua. Esta vez
tenía oportunidad de admirar su belleza, y eran realmente hermosos. Me senté, casualmente, a leer.
Pronto escuché voces femeninas, y noté que unas chicas pasaban por delante mío. Si lo que había
leído era correcto, y después de lo que pasamos por Adain nunca se sabe, esas debían de ser las
hijas bastardas de Oberyn Martell... Las llamadas “Serpientes de Arena”. Hice un leve gesto de
inclinación de cabeza y seguí con mi lectura, aunque me pareció que, al alejarse, se reían. No sabía
si se reían de mí o de algo más, y tampoco tenía tiempo de pensar en eso ahora.
Unas horas después me sentí incómodo. No sabría explicarlo, pero sentía que me observaban; así
que, casualmente, tiré el libro al suelo, lo usé como excusa y me agaché a “recogerlo”. En realidad,
me arrastré por detrás de unos arbustos y me levanté a unos metros. Llegué a ver que Adain se
escabullía por un pasillo.
De modo que el maldito aún no termina de causarnos problemas. Casi al mismo tiempo, pude ver
que volvían a pasar, esta vez en sentido contrario, las Serpientes de Arena. Conversaban entre ellas
en voz baja, y me pareció que una me miraba al pasar. No me importaba, pero tampoco quería
causar una mala impresión, por lo que volví a hacer un respetuoso gesto con la cabeza.
Quizá otros niños puedan dedicarse a jugar y, básicamente, perder el tiempo.
Yo no, mi tiempo es limitado y tengo un tiempo límite.

Pronto vino el guardia que estaba a mi puerta a los Jardines. Al parecer, no es que me hubiesen
quitado a mi “escolta”, sino que, casualmente, el pobre hombre había ido al baño. Y luego había
pasado las horas siguientes buscándome por todo el castillo y otros por la ciudad. Mientras tanto, yo
estaba en el Jardin, sentado, leyendo en paz. Me miraba serio, pero tampoco podía culparme. Le
dediqué una sonrisa.
Al día siguiente, mi guardia se duplicó.
Volví a ir a leer a los Jardines. Esta vez me acompañaron los dos guardias. Como estaría mal visto
que me estuviesen “encima”, se dispusieron a una distancia prudente. Volví a ver a las Serpientes.
Una vez más, me pareció que una de ellas me observaba. La del pelo dorado y los ojos del azul del
cielo. Tyene, creo que es su nombre. Parece una chica muy tierna.
Al poco rato, se me crisparon los nervios en la nuca... Rápidamente me volví y conseguí atisbar a
alguien, que imaginé sería Adain.
Unas horas después, volví a mi habitación. Me sentía incómodo en los Jardines con Adain
mirándome.
Al día siguiente no volví a ir a los Jardines. Devolví los libros a la biblioteca, ya no había nada que
pudiesen enseñarme. Me asomé para ver si seguía teniendo escolta, y comprobé que había vuelto a
ser de un solo guardia. Al asomarme, también me encontré con que un mercader había venido a
ofrecer algunas cosas al palacio. Por supuesto, no le permitieron ver a Doran, pero las Serpientes de
Arena lo visitaron igual. Se me ocurrió ver qué ofrecía.
Había muchas cosas... Pero nada que me fuese a servir a mí. Había instrumentos musicales (un laúd,
una flauta, un violín y un tambor), telas para distintos vestidos (qué podía a mí interesarme
aquello?) y algunas armas ornamentales. No había nada que me interesase realmente, aunque
hubiese comprado una espada de las que ofrecía sólo por lo brillante que era... Pero no me
alcanzaba. Tenía 8 dragones de oro, y era todo de lo que disponía. Noté que las Serpientes volvían a
reír... No podía darme el lujo de decir que no me alcanzaba, o pensarían que era solo otro pobre...
Así que cambié de idea y pregunté por otra cosa. Los vestidos estaban descartados, ¿a quién podía
regalarlos? En mi familia todos son hombres y, recientemente, llegó la noticia de que mi tía y su
hermana habían sido encontradas sin vida.
Fingiendo ser un gran conocedor, ya que me estaban observando, empecé a mirar los distintos
instrumentos. La flauta no me gustaba, la idea de tener que poner la boquilla en mi boca se me hacía
como que podían envenenarme con facilidad, así que la descarté. El violín iba junto a mi cuello, y
no me gusta tener cosas en el cuello. Eso sólo dejaba el tambor y el laúd. El tambor es muy básico,
creo yo, así que decidí comprarme el laúd. Compré el Laúd más hermoso que el hombre tenía, que
salía ligeramente más caro que uno estándar... 30 Ciervos de Plata.
En ese momento no lo sabía, pero sería una de las mejores inversiones de mi vida, si no la mejor.
Compré el laúd, rasgué las cuerdas y, simulando saber, ajusté levemente las clavijas. Cuando me
volteé, las Serpientes no estaban. Sabía que se llamaban, de mayor a menor: Obara, Nymeria,
Tyene, Sarella, Elia, Obella y Dorea. Y se rumorea que Ellaria estaría embarazada otra vez. Nunca
había visto a las tres más pequeñas, ni siquiera en la corte.
Llevé el Laúd a mi habitación, con aires de satisfacción. Escogí un lugar y lo abandoné ahí. Otros
niños podían perder su tiempo con la música, yo no; mi tiempo es demasiado valioso.
Estaba algo cansado, llevaba días leyendo durante el día, cavilando por las noches y saliendo solo
para comer. Me aprendí las rotaciones de los guardias. Tenía uno para el día, y otro para la noche.
El más joven me vigilaba por la noche, mientras que el otro, que tenía ojos de asesino, me vigilaba
de día. Reemplazaron al guardia que había ido al baño unos días atrás.
Ya estaba terminando mi tercer semana... No sabía cómo iba a hacer para soportar seis años así. Por
las noches me costaba dormir, y me imaginaba a Adain entrando por la noche para apuñalarme
mientras dormía.
Tampoco podía ya hablar con el maestre, por alguna razón sólo algunos miembros de la corte
podían verlo.
Por las noches, mordía mi almohada para que no se me escuchase llorar, hasta que finalmente el
sueño me vencía y me quedaba dormido. Al otro día me despertaba bien temprano. Fueron días
terribles para mí, en los que apenas si dormía.
Decidí convertir mi pena en algo más, y como de noche no se me permitía (por no ser de confianza,
y por ser un niño) tener una vela, tampoco podía leer. Apenas si tenía luz de luna. Y aún si con eso
alcanzase, no me atrevía a asomarme a la ventana con Adain rondando el palacio. Así es como,
finalmente, recordé mi Laúd.
Había pagado una buena cantidad por él, y me parecía un desperdicio dejarlo ahí tirado.
Esas noches dormí algo mejor. No podría decir que mejoré con el Laúd, pero sí que el concentrarme
en eso me ayudaba a sobrellevar la pena que me atenazaba el corazón. La música, de a poco,
llenaba el enorme vacío que sentía por la soledad. Y sólo habían pasado 3 días desde que lo
comprara. Pasé esos tres días, y sus noches, en mi habitación, con mi Laúd.

Volví a la biblioteca. Sólo había un libro sobre música, y ni siquiera era sobre mi instrumento, sino
sobre otro... Ukul... Ukol... Ukelele. O algo así.
No importaba. Ahí explicaban como se tocaban, en ese instrumento, un centenar de canciones. Me
tomó sólo una hora deducir, en base a las canciones que ya había escuchado, comprender a qué
acorde correspondía cada nota. Y luego unas horas más el poder... Traducir... Eso a idioma Laúd.
Estaba bastante orgulloso de mí mismo, cuando golpearon a la puerta. Me esperaba a Adain, y
acerqué la mano a la parte de abajo de mi cama, donde dos días atrás había escondido mi estoque.
En estos dos días había intentado recuperar la práctica con él. No que me creyese capaz de vencerlo,
pero quizá podría ganar algo de tiempo como para que alguien me ayudase.
Sin embargo, era uno de los guardias. Al parecer, ya era hora de la cena y yo aún no me había
siquiera vestido como corresponde.
Olvidé mencionar que tenía un juego de ropa exclusivo para la cena y el almuerzo, que comía en el
comedor del palacio, junto con algunos nobles que estaban de visita. Si bien a menudo preguntaba
por mi casa y mi familia, la mayoría de ellos me ignoraban, o me decía que no sabían nada. Como
me irritaba bastante la situación, solía no comer o fingir que comía, ya que mayormente se servían
estofados o sopas, y detesto las comidas líquidas.
Rápidamente entendí que no querían verse en compañía de un miembro desheredado de una casa
caída en desgracia, y dejé de preguntar. Sin embargo, Doran seguía haciéndome asistir al comedor a
la hora de la comida, y seguía haciéndome vestir “de gala” para ello. Aún hoy no entiendo qué
propósito cumplía aquello.
Esa noche volví a mi habitación después de la cena y empecé a jugar con mi Laúd. Había trabado la
ventana días atrás, y por las noches colocaba la silla en la misma para que quedase atascada. Adain
no podría entrar.
Unas pocas horas después, me pareció escuchar el cambio de guardia y, si bien conocía la voz que
hablaba, no sabía a quién correspondía. No tardé en recordar la voz que había oído casi un mes
atrás, cuando Adain acusó a Edan en el juicio. La puerta se abrió y se cerró casi en un parpadeo. El
guardia le había entregado las llaves de la habitación a Adain, que estaba vestido como guardia.
Mi habitación, a pesar de ser de una casa menor, era muy grande como para un niño solo. Pero yo ni
siquiera había abierto la parte principal, sólo utilizaba la habitación y la puerta de la misma. Adain
entró y esgrimió una sonrisa, algo macabra. Entendí enseguida qué pretendía, y tomé mi estoque de
debajo de mi cama. La idea de enfrentarme a él en combate singular me aterraba, pero intentaba no
demostrarlo y ponía mi mejor cara de resolución. Al parecer, se sorprendió un poco de encontrarme
despierto, y la daga que llevaba en la mano estaba en desventaja frente a mi estoque.
De todos modos, sabía yo que me enfrentaba a un guerrero mucho más diestro y experimentado que
yo y, por si fuese poco, que también era más grande y fuerte.
Mi primera opción había sido gritar, y enseguida recordé que las habitaciones estaban dispuestas de
tal modo que fuese imposible escuchar al vecino. Y mi ventana estaba cerrada, de modo que sería
muy difícil que alguien pudiese escucharme, ya que no tenía a nadie en el cuarto vacío de al lado y
la sala de estar de mis aposentos estaba completamente vacía (y la puerta cerrada, ya que cuando me
las asignaron dije que no necesitaba tanto espacio).
Sopesé rápidamente mis opciones. Vencerlo en combate era prácticamente imposible, y me irritaba
la idea de que me matase un tipo que tanta desgracia nos había traído.
Recordé algo que había dicho Stannis, algunos años atrás, mientras rememoraba un combate de la
rebelión de Robert: “A veces, no es el ejército más grande ni el mejor equipado el que gana, sino el
que tiene la mejor estrategia. Una mente ágil, aún en desventaja, es capaz de vencer a un músculo
manejado por un imbécil.” O algo así.
Yo era, o eso creía, más inteligente que ese... Asesino. Me concentraba en buscar opciones mientras
un frío me recorría la espalda y Adain recorría la habitación en busca de cualquier cosa que pudiera
serle una amenaza. Conforme de ver que sólo había un pequeñajo con una aguja de coser, se
envalentonó y se aproximó a mí.
Debo decir que, en la ansiedad que sentía, empecé a rememorar una tras otra las lecciones de Syrio,
el Braavosi que conocí en Rocadragón. Y Adain sólo llevaba una daga, imaginé que había dejado la
pica afuera, que es lo que hace un guardia si necesita entrar a los aposentos cuando es llamado por
un noble. Al verle la cara, algo iluminada por la luna, noté que estaba muy confiado.
Lanzó un ataque con su daga, directo a mi pecho... Directo al corazón... De dónde me sonaba eso..?
No tenía tiempo para pensar en eso, me aparté con velocidad hacia el costado, y contraataqué con
una estocada a su flanco desprotegido. Adain no pareció siquiera notarlo, su armadura era una Cota
de Mallas, la misma que utilizan la mayoría de los guardias. Y yo no tenía la fuerza suficiente como
para perforar una armadura de ese calibre. Volteó la cabeza y abrió más los ojos. El que un niño
esquivase su ataque debía de haberlo hecho enfurecer.
Esta vez prestando atención, hizo dos cortes horizontales y, si bien pude detener uno de ellos, el
segundo me alcanzó a hacer un tajo poco profundo en los brazos y el pecho. Me dolió. Mucho. No
el corte en sí, sino mi orgullo. Este usurpador, falso y mentiroso había cortado la única vestimenta
de mi casa que tenía conmigo, exactamente donde estaba el emblema de mi casa.
Noté que estaba enfureciendo, pero no quería enojarme... Cuando te enojas, me dijo una vez Syrio,
pierdes. Era la primera vez que combatía por mi vida. Tenía que mantenerme concentrado. En lugar
de hacer una estocada, me subí de un salto a la cama; siempre leía en las historias que quien tenía la
mejor posición tenía una ventaja en combate y, como Adain no quería que me acercase a la puerta,
aún si ésta estaba cerrada, no tenía más opción que tomar la posición desventajosa.
Aún así, Adain seguía siendo mejor combatiente que yo y por mucho, sus siguientes dos cortes no
me dieron por casualidad, pero quedé tan mal parado que ni siquiera pude reincorporarme que ya
me asestaba otros dos ataques. Me vi forzado a parar uno y saltar de la cama para evitar el otro.
Grité pero estaba convencido de que nadie me oía. Él también, ya que se reía de mí. Aún no había
siquiera logrado hacerle un mínimo daño al muy maldito.
Amagó a tirar un tajo con su daga, e instintivamente moví mi estoque para parar el golpe, pero ese
era el plan de Adain y me quitó el estoque con facilidad, aprovechando que era mucho más fuerte
que yo. Desarmado y a merced de mi enemigo, intenté forzar la puerta de la sala de estar y, si bien
abrí la cerradura, sólo se abrió cuando mi enemigo me pateó la espalda por detrás y mi cuerpo
entero fue a dar al suelo de la sala contigua, y rodé por los tres escalones que había. Se escuchó el
ruido de mi Laúd al caer al suelo por el impacto de mi cara contra la puerta. Noté el gusto a sangre
en mi boca y me di cuenta de que me había cortado el labio inferior al caer. Me levanté con
velocidad, y a tiempo para esquivar otra estocada de Adain. Recordé al escudero diciendo: “Pero el
acusado, de la casa Tsilitze, era mucho mejor que él...”. Pensé en lo endemoniadamente bueno que
mi primo debía de ser si era mucho mejor que este tipo.
Sin opciones para atacar, cedía terreno constantemente a ese tipo, que ya estaba convencido de mi
muerte. Para ser sinceros, también yo. Empecé a recorrer con velocidad, con los ojos, la sala de
estar. Nunca había entrado, así que no tenía ni idea de qué había.
Divisé enseguida una espada de ornamentación en la pared opuesta. Si lograba llegar hasta ella,
quizá podría defenderme. Esquivé uno, dos... Tres dagazos, más el cuarto me alcanzó en la pierna y
me hizo un corte más profundo que los anteriores. La daga había salido casi impecable y sin sangre
casi. Al verla más de cerca, noté que parecía un punzón, o algo así, la hoja era muy similar a la de
mi estoque, una aguja más que nada. Pero aún tenía filo a los costados, lo sabía bien. Aún con esa
herida, me adelanté a él y tomé la espada antes de que me alcanzase.
Se acercó, ya no parecía estar disfrutándolo, sino más bien parecía estar enojado. Intuí que se debía
a mi resistencia y a que no pretendía tardar tanto en despachar a un niño. Agradecí un poco el que
me costase tanto dormir los últimos días, y a mi Laúd. Es increíble las cosas en las que piensa uno
cuando sabe que va a morir. Salí de mi ensimismación justo a tiempo para esquivar un corte, parar
otro, y volver a evitar un tercero. Cada vez me atacaba él con más velocidad, y yo cada vez tenía
menos posibilidades de vencer. Tenía que ponerlo todo en un sólo golpe, y tenía que hacerlo bien.
Simulé que trastabillaba tras su último aluvión de dagazos, y fui al suelo. Quizá yo no tuviese la
fuerza como para hacer que mi arma penetrase su Cota, pero él sí. Se arrojó con velocidad y fuerza
sobre mí para matarme de un solo golpe, y yo apuntalé mi espada contra el suelo, de modo de toda
su fuerza se viese imprimida a mi arma. Logré mi objetivo, pero no salió como yo lo esperaba. Lo
que no sabía de las armas de ornamentación es que siempre tienen un punto de ruptura, para evitar
precisamente que se usen como armas reales. La espada fue a dar contra su abdómen y se partió
contra su Cota; pero al menos el golpe y la sorpresa fueron suficientes como para que su daga me
fallase, si bien por muy poco.
Salté a un costado y corrí, más Adain me tomó del pie y me hizo caer otra vez. Me arrastró por
debajo de él y se preparó a apuñalarme cuando lo pateé en la entrepierna, lo que nuevamente causó
que errase el golpe. No creía que le hubiese causado un gran daño, ya que las armaduras están
hechas para evitar precisamente eso; pero las Cotas de Malla están hechas de anillas y
principalmente evitan los cortes y la perforación, la mayor parte de la fuerza de mi patada debe de
haber llegado a sus genitales.
Corrí hacia mi habitación a buscar mi estoque, mas él se levantó con tanta velocidad como yo y
había escondido mi estoque (lo había puesto detrás de mi cama, lo encontré después). Corrí a la
cama y, en un instante, él ya estaba casi sobre mí.
Más el destino le jugó una mala pasada. La venganza de mi Laúd, que él tiró cuando me pateó con
fuerza. Cuando entró corriendo, estaba completamente enfocado en mí, seguramente para
asegurarse de que no le hiciese otra jugarreta, y no reparó en el Laúd, que pisó y con el que resbaló.
Tuve la buena fortuna de que se golpease en la nuca contra el borde de madera de uno de mis
muebles.
Me quedé congelado durante unos segundos, a la espera de la menor indicación de movimiento por
su parte. Lo que fueron unos seis o siete segundos, para mí eran como horas. Finalmente, me armé
de valor, me aproximé raudamente, le quité las llaves y salí de la habitación; no sin antes cerrar todo
con llave.
Es increíble, pero todo el combate y demás debe haber durado cosa de unos pocos minutos, no más
de tres.
Estaba por comenzar a correr, pero no sabía a quién debía acudir. Mi primera opción era el mismo
Doran, pero no creía que, a esas horas, fuesen a molestar al príncipe por un chiquillo de una casa
caída en desgracia. Con Oberyn jamás hablé, así que también estaba descartado. Mi siguiente
opción era Lord Yronwood, pero él no podía administrar justicia en Lanza del Sol. Pensé en el
maestre y recordé que había sido él quien nos había dicho que la daga había sido ensangrentada a
propósito. Recordé que había sido muy amable conmigo y que también nos había advertido de que
el anterior maestre había sido quien recibió a Adain.
No seguí buscando opciones y me dirigí a los aposentos del maestre.
A diferencia del Príncipe, el maestre no tiene una guardia personal en su puerta. Golpeé con
suavidad, y escuché que el maestre decía desde dentro:
“¿Qué te tomó tanto tiempo?”
Abrió la puerta rápidamente y, estoy seguro, debe haber palidecido bastante. Lamentablemente, yo
miraba hacia atrás, hacia mis habitaciones, para asegurarme de que Adain no me siguiera. Estaba
cansado, adolorido y magullado. Y tenía sueño.
El maestre me hizo pasar y me explicó que había enviado a un paje a buscarle unas hierbas que se
utilizaban para el tratamiento del Príncipe. Entonces reparó en mis heridas, sobre todo en la de la
pierna. Cerró la puerta y me preguntó que qué había ocurrido, mientras comenzó a preparar unas
hierbas con un utensilio del que no me sé el nombre pero que se usa para apisonarlas contra el
cuenco (mortero). Mientras, yo le relataba que Adain se había disfrazado como guardia para entrar a
mi habitación, entre bostezos.
Cuando termino de moler lo que estaba moliendo, lo vertió en un vaso que tenía agua y me lo
tendió, y me explicó que eso haría que los cortes de la daga cicatrizaran mejor. Me llevé el vaso a la
boca y el olor que despedía la infusión me llegó a la nariz; me sentía débil y mareado y ese olor
dulzón me recordó a algo, pero no lograba elucidar a qué. Justo cuando me disponía a beber del
vaso, el maestre me preguntó sobre cómo había logrado burlar a alguien mucho más fuerte y
armado con una daga emponzoñada.
Como si de sopa se tratase, luego de eso apoyé el vaso en la mesa y le dije al maestre que tenía
mucho sueño, y que si podía acostarme ahí mismo. Asintiendo, el maestre me sonrió y me dijo que
no tenía de qué preocuparme. Me recosté y cerré los ojos, de cara a la pared. Tenía la mano apoyada
sobre la herida en mi pierna. Durante un momento, que se me hizo eterno, no pasó nada. Pero luego
llegó lo que yo esperaba. El maestre me tanteó por un segundo, y luego me quitó el juego de llaves.
No fue demasiado sutil, pero no hice ademán alguno de moverme. Tenía el dedo índice de mi mano
metido en la herida de la pierna, y lo movía ligeramente para causar dolor. Cualquiera pensaría que
era un idiota, pero yo había notado que, de no ser por ese dolor, ya me habría dormido y, quizá,
muerto.
Llegó entonces el momento crucial. Mi vida se definiría de acuerdo a la siguiente acción del
maestre, todo dependía de si cerraba con llave su puerta o no.
Saliendo tan apurado como estaba, el maestre olvidó cerrar su puerta con llave. Me incorporé con
toda la velocidad que pude, y enseguida me arrepentí, a la vez que vomité. La cabeza me daba
vueltas y levantarme de golpe no ayudaba a que mi situación mejorase. Sin embargo, sabía que
tampoco tenía tiempo para esperar a que se me pasara, si es que se me iba a pasar.
Mientras me dirigía lentamente hacia la puerta, seguía presionando con el dedo en la herida y mi
visión se nublaba. Creí que iba a desfallecer en el tercer paso, así que hice acopio de valor e
introduje más a fondo el dedo en la pierna. A pesar de mi voluntad, sin estar tan anestesiado sé que
hubiese gritado tan fuerte que hubiese despertado a todo Lanza del Sol. Reprimí el grito e hice un
esfuerzo para enfocar en la puerta. Veía una gran mancha marrón ocupando un espacio en algo gris
que, sabía, era la puerta y la pared. Mis pasos, más allá de lo adormilado, eran cortos; la pierna me
dolía, aunque sabía que la herida no era grave. Calculé que debía de ser el veneno lo que me estaba
haciendo efecto, ya que no había tomado ni una sola gota de lo que sea que me diera el maestre.
Salí de esa habitación y ni me molesté en volver a cerrar la puerta.
La habitación del maestre daba a los Jardines del Agua, y hacia allí me dirigí. Sabía que los Jardines
estaban vigilados por las noches y, si lograba dar con alguien importante, estaría a salvo. Escuché
unas voces que hablaban, a mi derecha. No podía ver quienes eran ni entendía qué decían, pero
sabía que una de esas voces era de mujer. Me aproximé tan rápido como pude pero entonces me
desplomé. Me di vuelta para volver a levantarme cuando noté una pesada mano que me tapaba la
boca, y lo último que recuerdo es la cara sonriente de Adain antes de que todo se oscureciera.

Para mi sorpresa, abrí los ojos nuevamente. No reconocía la habitación, pero por la configuración
de espacio y la decoración, deduje que debía de estar en Lanza del Sol.
“Todavía con vida”, pensé.
Intenté incorporarme pero me seguía sintiendo débil. La cama era más grande que la mía y la
habitación era mucho más grande que todos mis aposentos. El dosel de la cama estaba tallado de
forma magnífica. Fuera quien fuese que ocupaba esos aposentos, era alguien importante.
Escuché voces fuera de la habitación que se acercaban. Fingí volver a dormir para ver de quién se
trataba, para tener la ventaja si necesitaba actuar con rapidez. La puerta se abrió y entraron. “Dos
personas”, pensé. Sabía que conocía al menos la voz de uno de los hombres. Los pasos se
aproximaban a la cama, y yo estaba listo para saltarle encima a Adain, cuando escuché que el
hombre junto a la cama decía:
- Si ya terminaste de roncar, me gustaría recuperar mi cama.
Abrí los ojos y vi a Oberyn Martell mirándome. Su jovial rostro me inspiraba confianza y me atreví,
sin haber salido de la cama, a preguntarle que qué había ocurrido.
El príncipe me explicó que estaba en los Jardines con Ellaria (su paramour) cuando escuchó un
ruido como de un cuerpo golpeando el suelo. Se aproximó y se encontró con lo que, creyó, era un
guardia llevando a un niño desmayado a los aposentos del maestre. Casi había tenido éxito la
estratagema, cuando reparó en que la mano del niño estaba ensangrentada y que su cuerpo despedía
un olor que se le hacía familiar. Ordenó a aquél guardia que dejase al niño, y entonces reconoció a
Adain; dándose cuenta de la situación, se enfrentó desarmado a Adain y lo venció sin dificultad,
mientras que el maestre intentaba huír. Oberyn succionó el veneno de mi pierna él mismo y me dejó
en su habitación, y luego se ocupó de capturar al maestre fugado.
Y todo eso había ocurrido dos noches atrás. Hacía un momento había arribado Lord Fowler, quien
aseguró que no tenía idea de quién era el sujeto que hasta entonces se había hecho llamar Adain
Fowler. Se lo condenó a la horca, y al maestre oí que también le dieron muerte. Afortunadamente,
el maestre Caleotte, el maestre original de Lanza del Sol, que se había visto obligado a volver a
Antigua por razones de suma importancia, ya había emprendido el viaje de vuelta.
Me incorporé y busqué dejar la cama, no quería seguir importunando al Príncipe. Sin embargo,
apenas pisé recordé la herida en mi pierna, porque un dolor, que me provocó escalofriós, me
recorrió todo el cuerpo y tuve que llevarme una mano a la boca para sofocar un grito, mientras que
la otra la llevé instintivamente a la pierna.
El acompañante de Oberyn, un hombre que yo no conocía, me ayudó a incorporarme. Me dijo que
lamentaba lo ocurrido, sobre todo porque lo sucedido había ocurrido más que nada por su repetida
ausencia en Lanza del Sol con el correr de los años.
Si bien nunca lo había visto en persona, y él estaba mucho más viejo que lo que decía el libro del
maestre Caleotte, sus palabras y su apariencia me dieron la información suficiente como para
deducir que se trataba de Franklyn Fowler, Señor de Skyreach y guardián del Paso del Príncipe.
Hice, lo mejor que pude, una reverencia a ambos, llamándolos por sus títulos y por su nombre.
Mentiría si dijera que no me había dolido la pierna mientras me encorvaba, pero ya era vergonzoso
haber ocupado la cama de Oberyn Martell durante dos noches y caerme frente a ambos.
Caminé con toda la dignidad que mi estado lo permitía, acompañado de ambos señores, hacia la sala
principal del Príncipe Doran. Caminaba con lentitud y, de a ratos, me apoyaba en la pared. Pero
llegamos.
El Príncipe Doran Martell estaba solo acompañado de su guardia personal, el enorme hombretón
llamado Areo Hotah. Me incliné e hice una reverencia lo mejor que pude, pero mi pierna no soportó
el peso y me caí al suelo. Me disculpé cuando me incorporaba pero al Príncipe no pareció
importarle. Me miró con seriedad, a la vez que Oberyn se dirigía al trono a su lado, mientras Lord
Fowler se retiraba de la habitación.
Doran me ordenó que relatara, con lujo de detalles, lo que había sucedido. Relaté lo mejor que mi
memoria me lo permitía, y a menudo tenía que volver atrás y agregar algún detalle relevante que se
me había pasado por alto. Le conté que había notado a Adain observándome un par de veces en los
Jardines, que entró a mi habitación disfrazado, que lo enfrenté como pude con mi estoque, que
rompí su espada intentando matar al falso noble, que me acorraló pero que me salvé gracias al
Laúd, y luego que descubrí que el maestre lo había ayudado y cómo había fingido tomarme lo que
fuese que me había dado.
El Príncipe Doran me miró con las cejas fruncidas, y luego me dijo:
“No podrás hablar nunca de esto con nadie”
Su tono me sonó, a pesar de no decirlo, a súplica.
Entonces comprendí que la situación le era completamente desfavorable. Si los incidentes se hacían
de público conocimiento la Casa Martell podía perder algo de reputación; que un plebeyo se hiciera
pasar por noble bajo sus narices durante años, y que luego ese mismo hombre y nada menos que el
maestre intentaran asesinar a un joven noble a su cuidado, bajo las circunstancias que sean, los
hacía ver muy mal.
Respondí:
“Como diga, mi Príncipe.”
Me miró inquisitivamente. Imagino que se preguntaba si yo era de fiar lo suficiente.
Dije:
“Comprendo la situación a la perfección, mi Príncipe, y al igual que mi familia, tampoco haría nada
que pudiese traer problemas a la Casa Martell.”
Por una seña, me ordenó retirarme.
En la puerta me esperaba el experimentado soldado que vigilaba mi puerta.
Le pregunté si iba a escoltarme hasta mi habitación y asintió.
“Al menos no sacaron a colación el hecho de que tuviese mi propia arma”, pensaba a la vez que
andaba. Noté que la pierna me dolía menos, y supuse que sería debido a algo que debió de darme
Oberyn mientras yo dormía. Imagino que Oberyn Martell salvó mi vida, ya que sólo los maestres
tienen el conocimiento como para neutralizar venenos, y es sabido que él estudió un tiempo en la
Ciudadela.
Cuando estabamos por llegar a mi puerta, me percaté de que tenía hambre. Y entonces caí en la
cuenta de que llevaba casi tres días sin comer.
Miré al guardia y le dije que prefería, mejor, ir al comedor.
Nos dirigimos a paso lento al comedor y entonces caí en la cuenta. Y le pregunté al guardia por su
joven compañero. Me explicó que el otro guardia había sufrido una herida menor, y que había
acudido al maestre; pero de pronto cerró la boca. Si bien no completó el relato, pude hacerme una
idea de qué había sucedido a continuación: el maestre lo había drogado y Adain le había quitado sus
cosas para hacerse pasar por él.
En el comedor había sólo algunos nobles a las mesas, quienes no solo me prestaban atención, sino
que fijaban su atención en mí, debido a los múltiples cortes, heridas y a que cojeaba. Me senté a la
mesa y empecé a comer. Comí todo lo que tenía mi plato, a pesar de ser sopa. Volví a servirme y
volví a vaciarlo. Repetí el proceso otras dos veces más.
Mientras tanto, algunos de los nobles, curiosos, se habían sentado a mi mesa y me miraban
inquisitivamente... De seguro querían información, pero no les dije nada.
Incluso llegó uno a preguntarme, y yo le dije que sabía tanto como él sabía de mi casa
Dos semanas después, aún seguía con molestias en la pierna.
Afortunadamente para mí, el maestre Caleotte acababa de volver, por lo que tenía la ilusión de
librarme pronto de la molestia. Mientras tanto, ya que aún me dolía caminar, solo me movía entre
los Jardines, mis aposentos y el comedor.

Lo que más me molestaba era el hecho de que no me dejasen escribirle a mi familia.


La falta de noticias me irritaba y me ponía ansioso. Y me hacía sentir muy solo.
Cuando estaba de pupilo de Stannis, al menos podía recibir correo; pero con la “precaución” de
Doran eso no era posible.
Lo peor de todo, creo, era que ya no podía ni distraerme con el Laúd. Ese bruto de Adain lo había
arruinado al pisarlo, y como la biblioteca quedaba algo lejos como para ir andando con mi pierna
“mala”, me aburría terriblemente.
Al menos, en los jardines, podía ver a las Serpientes entrenando. Mejor dicho, podía ver a Tyene
entrenando. La verdad es que no les prestaba mucha atención a sus hermanas. Pero sí podía ver
cómo, al menos básicamente, se manejaba cada una de las armas. Fuera de esas dos horas en que
observaba a las Serpientes, moría de aburrimiento. No tenía un amigo en la corte, no tenía contacto
con mi familia y no tenía nada para distraerme.
Para colmo de males, el dolor en mi pierna me impedía hacer las posturas de esgrima; eso, si no me
hubiesen confiscado la espada que me diera Syrio en Rocadragón. Me sentía desdichado y
abandonado, pero lo peor era el aburrimiento.
Así me encontró el Maestre Caleotte. Esas dos semanas habían sido peores que el combate con
Adain, a decir verdad. Y no hablo de la herida, sino del aburrimiento. Dos semanas sin nada que
hacer es algo terrible, en especial con la energía que tenía. El maestre comenzó a tratarme al día
siguiente de haber llegado, imagino que por orden expresa del Príncipe Doran.
El mismo Caleotte se sorprendió al examinar mi herida, y me dijo:
“Parece que tienes mucha suerte, niño, el arma no logró penetrar el hueso”
Iba a responder algo sobre mi suerte, pero preferí callarme. Sí había tenido suerte de que Adain se
tropezara, pero de nada más. Aún así, al parecer la herida tenía una mínima infección, y por eso el
maestre comenzó a aplicarme algunos ungüentos y bálsamos.
La verdad no tenía idea de qué era lo que estaba haciendo el maestre, pero a como venía, si me
envenenaban tampoco me preocupaba mucho; era mejor a morir en ese mismo momento que un
poco cada día debido al aburrimiento.
Aún así, el tratamiento me dejaba un escozor terrible en la herida. Constantemente tenía que
recordarme el no llevar la mano a la herida para rascarme, y a veces por la mañana me daba cuenta
de que me había rascado en sueños.
Lo que me lleva a... Al día siguiente de comenzar el tratamiento, tuve un sueño muy peculiar. Veía
un felino enorme, negro como una sombra, peleando con un lobo. De algún modo, yo esperaba que
el Gatosombra ganase, aunque no sabía explicar por qué. Y lo hizo. El lobo creyó que había
derrotado al felino y se aproximaba hacia mí, mirando hacia abajo. Lo miré, entre asustado y
furioso, y pude notar como se erizaba el pelo en mi espalda. Más no llegó hasta mí. Cuando estaba a
unos pocos pasos, una sombra surgió por detrás del lobo y le clavó los colmillos al cuello, dándole
muerte casi instantáneamente. Me tomó el Gatosombra por el cuello, pero con suavidad, y me llevó
a unos cuantos metros de distancia. Al ser cargado de ese modo, podía ver las heridas que el lobo le
hizo a lo largo del cuerpo. Qué hacía un lobo en un lugar tan alejado, y tan adentro de las montañas,
era todo un misterio.
Pero un misterio más grande aún era por qué demonios estaba yo soñando con Gatosombras (en
realidad, no sabía aún cómo se llamaban, y se lo pregunté durante mi próximo tratamiento al
maestre) y lobos. Me desperté transpirado y preocupado, pero no entendía por qué. Y con cierta
ansiedad también.
Ese día el maestre me dio una mínima dosis de un analgésico, y pude notar la diferencia casi
enseguida. Ya podía caminar, si bien con un mínimo de dolor, y hacía viajes frecuentes a la
biblioteca.
Debo decir que esa primer semana leí no menos de una veintena de libros. Escaparle al
aburrimiento me estaba poniendo de un humor excelente y podía notar como me relajaba. Adain ya
no podía volver a atacarme, ya no tenía enemigos, que supiera, y de a poco los nobles del comedor
iban acercándose a mí.
Pero no me hacía ninguna ilusión. Sabía qué buscaban. Querían la información que, sabían, yo
poseía. Algo sobre los Martell, de seguro. Los rumores se habían extendido, aunque no demasiado,
y podía notar cómo me miraban en el comedor. Mi mesa comenzó a llenarse, así que dejó de ser mi
mesa. Querían sentarse conmigo para tener la oportunidad de sonsacarme información, y yo lo
único que quería era que me dejaran comer tranquilo. Afortunadamente tres días después Doran me
permitió comer en mi habitación. Y si bien eso no resolvía mi problema de sentirme solo, al menos
ya no tenía a un grupo de nobles encima fastidiándome e intentando ganarse mi simpatía.
A pesar de los libros, me sorprendí a mí mismo al darme cuenta de que había comenzado a extrañar
el Laúd. Si bien los libros contienen muchísima información, no tienen, al menos los que se pueden
encontrar en la biblioteca de una ciudad como Lanza del Sol, la capacidad de hacerte soñar, o reír...
Cosa que la música sí. La falta de música en mi vida, sumado a la falta de compañía, me estaba
destrozando.
Y sólo llevaba dos meses en ese sitio.
Con tal de distraerme, leía. Y mucho. Descubrí rápidamente que todos los libros de medicina
estaban en los aposentos del Maestre Caleotte y que a él no le gustaba que le tocaran los libros; no
que me importase demasiado, no me atrae el cuidado de enfermos ni de heridos. Aunque la idea de
poder tratarme una herida como la que me hizo Adain sin tener que recurrir a maestres que intenten
matarme me produce ciera ilusión...
Sin embargo, fuera de esa única negativa, el Maestre me trató siempre de forma excelente. A la
semana de tratamiento ya no me dolía para nada el caminar, y él me aseguraba que pronto podría
volver a correr y saltar. Y volvió a mencionar la suerte que había tenido de que la daga de Adain no
me perforara o destrozara el hueso. Esa vez, pregunté por qué.
Caleotte me aseguró que, por el arma y la fuerza con que había sido empleada, probablemente
hubiese sido capaz de perforar una cota, y de atravesar un hueso como si se tratase de manteca.
Ahí recordé el golpe que me había dado Adain contra la puerta, lo suficientemente fuerte como para
forzar el cerrojo de la misma, provocar que el Laúd se cayera al suelo y que yo saliese despedido
unos metros más allá; y recordé otros golpes que me había dado.
Nunca me quebré un hueso en mi vida.
Parece que sí tenía algo de suerte.

Salí de sus aposentos silbando. Era lo más cercano que tenía a la música, ya que casi no me sabía la
letra de ninguna canción. Estaba de buen humor, algo sorprendente para como venían dándoseme
las cosas.
Pronto recuperé mi agilidad y me dediqué a correr de un lado a otro. Pero me seguía faltando algo
de contacto. Ya no tenía escolta, y de algún modo eso sólo me hacía sentir más solo. De no haber
sido por mi tío, hubiese renunciado a mi familia y hubiese preferido volverme un plebeyo, con tal
de escapar a mi situación.
Me di cuenta de que desvariaba, ya que de todos modos eso no era una elección posible para mí.
Buscando algo de cariño, volví hacia los aposentos del Maestre, que era el único con el que tenía un
mínimo de contacto positivo.
Estaba justamente él saliendo de sus aposentos, y se dirigía a la cuervera. Como le dije que tenía
varias preguntas, me dijo que podía acompañarlo.

Llegamos a la cuervera poco tiempo después. En la cuervera de los Jardines sólo había cuervos para
Lanza del Sol, la Fortaleza Roja y el castillo de Yronwood. Sin embargo, había otros cuervos que
no habían sido entrenados aún, me explicó el Maestre. Pronto empecé a encontrar fascinantes a esos
animales. No por su inteligencia, sino porque parecían dispuestos a estar conmigo. Me entristeció, y
casi me enfurezco cuando el Maestre me dijo que teníamos que irnos. Ya había empezado a
encariñarme con los cuervos. En el camino de vuelta de la cuervera, me preguntó respecto a mis
dudas... Y por un momento me desconcertó, ya que ni siquiera recordaba que había inventado esa
excusa. Como no tenía tiempo de pensar en nada, le dije que volvería al día siguiente.
Fiel a mi palabra, al día siguiente volví a acompañarlo justo cuando salía hacia la cuervera.
Aunque esa vez no tuvo nada de casual. Había escogido un sitio en los Jardines para leer que, a la
vez, me permitiese vigilar la puerta de sus aposentos, y más o menos a la misma hora cuando se
abrió la puerta me apresuré hasta allí. Ese día me dijo el Maestre Caleotte que mi tratamiento había
concluído y que no necesitaba seguir asistiendo, lo cual me cayó como el invierno a los Stark. Sabía
que llegaría, pero eso no significaba que estuviese listo.
De todos modos, esa tarde lo acompañé a la cuervera otra vez. Me encantaban los cuervos. A ellos
no les interesaba mi rango, ni mi origen ni nada, sólo querían que se los tratara bien y se les diera de
comer... Igual que yo, para ser sincero. Noté que ellos se sentían cómodos conmigo, y que Caleotte
los evitaba. Cuando le pregunté por qué, él me dijo que esos cuervos eran los que aún no habían
sido entrenados. No se suponía que fuesen ellos amigables para con las personas aún, pero de algún
modo imagino que el vacío en mí y el cariño que les dedicaba eran lo suficientemente honestos
como para que los cuervos lo percibiesen y me aceptasen. Esa vez, cuando el Maestre dijo que
teníamos que irnos e intentó devolver los cuervos a sus jaulas, ellos comenzaron a agitarse.
Los calmé con facilidad y los devolví a sus jaulas. El anciano Maestre me miraba sorprendido, y yo
le devolví la mirada de sorpresa. Nunca había tenido un animal tan cerca, al menos no sin cocinar.
Rápidamente me “ofrecí” a ayudar al Maestre Caleotte a adiestrar a los cuervos, no porque me
interesase en lo más mínimo el adiestrarlos sino porque me daba algo que hacer y me permitía
escapar de la soledad. El anciano sopesó mi pregunta mientras volvíamos y dijo que tendría una
respuesta para mí al día siguiente.
Ilusionado por primera vez desde que llegué a Lanza del Sol, me dirigí a los aposentos del Maestre
y esperé a que estuviese listo para ir a la cuervera. El Maestre me miró apenado, y me dijo que ese
día no podía acompañarlo.
Sentí que algo se quebraba dentro de mí, y tuve que hacer un esfuerzo para no largarme a llorar ahí
mismo. Hice un ademán de asentimiento y observé como el Maestre se alejaba. Sentía que iba a
desmoronarme allí mismo, pero conseguí arrastrarme hasta mi habitación. Me acosté en la cama,
pero su calor se me hacía insoportable y me pasé al suelo. El suelo, por suerte, estaba frío. No
dormí, pero casi no noté que el tiempo había pasado, y sólo reaccioné cuando un guardia golpeaba
mi puerta para avisarme que estaba llegando tarde a cenar. Me excusé diciendo que quería bañarme
pero no entendía cómo funcionaban los baños de mis aposentos... Las dos primeras semanas no me
había bañado, y después de lo de Adain no me podía bañar ya que eso hubiese sido peor para mi
herida envenenada. Sin embargo, ahora recuperado, tenía al fin la posibilidad de bañarme. Y lo
hice. No me preocupaba perder una cena, aún si eso no complacía a Doran. Quería bañarme.
Después de tanto tiempo sucio, me sentía feliz de poder meterme en el agua y quitarme el hedor de
tantos días sucio. El sudor y la mugre comenzaron a aflojar, mientras yo me sumergía y disfrutaba
de la frescura del agua.
Salí del baño completamente renovado, me vestí y salí. Al guardia se le notaba la irritación, pero no
había nada que pudiese hacer, puesto que yo era un noble. Pero de seguro al líder de la casa Martell
no tardaría en oírlo. Llegué al comedor y estaba casi vacío, así que, después de varios días, comí
allí. Las Serpientes de Arena estaban cenando, pero Tyene no estaba con ellas. De todos modos,
podía oir sus murmullos entre bocados; aún si no lograba elucidar lo que decían.
Al otro día me dirigía a los Jardines, más tarde que de costumbre. Ya no tenía razón ni excusa
alguna para seguir yendo, más allá de la frescura que se podía respirar en ellos.
Quiso mi suerte que me encontrase al Maestre una vez más, que iba a la cuervera. Para mi sorpresa,
mi cara de tristeza cuando lo vi se transformó en regocijo cuando me dijo que, si lo deseaba, podía
acompañarlo. No pude evitarlo y se me dibujó una sonrisa, a la vez que abracé al anciano. Aunque
fue sólo por un momento, y recuperé la compostura enseguida.
Lo acompañé a la cuervera, y disfruté mucho de alimentar a los cuervos. Me sentía aceptado con
ellos. De no ser porque pertenecían allí, me los hubiese llevado a todos a mi habitación.
Los próximos días, podía decirse que vivía para los momentos que pasaba cuando iba a la cuervera.
También tocaron días en que el Maestre me avisaba que no podía acompañarlo. Comprendí que
esos días eran especiales y seguramente hubiese que enviar un mensaje o algo. Por supuesto,
tampoco se me permitía ver cómo se adiestraba un cuervo para enviar o traer mensajes, pero eso era
una preocupación secundaria para mí. Lo que me importaba eran esos momentos en que podía
compartir un momento de felicidad. El resto de mis momentos, aproveché y leí todo lo que encontré
sobre cuervos.
Unos días después, Doran Martell me citó para hacerme unas preguntas. Era relacionado a lo de
Adain y el maestre suplente, y para ver si había comentado algo con alguien. Por supuesto, negué
haber hablado nada con nadie. Y, a mi vez, pedí permiso para ir a la ciudad, aún si tenía que ir
escoltado, para recorrerla y hacer cosas. Me dio permiso de ir un día a la semana, con escolta de dos
guardias.
Los días que pasaron hasta que pude ir se me hacían eternos, a excepción de la hora que pasaba con
los cuervos, que se me hacía terriblemente breve. El día en que finalmente pude salir, ya sabía a
dónde quería ir primero. Llevé el Laúd a reparar y a que le cambiaran las cuerdas. Compré un libro
sobre música, pero no sobre Laúdes porque, simplemente, no existían. El libro sobre Ukulele, o
Ukelele, que yo había encontrado, era una verdadera rareza. Compré también un libro sobre
medicina y uno sobre adiestramiento de cuervos. Me sorprendía lo económico que era todo, pero
también recordé que no estaba acostumbrado a pagar por nada, puesto que siempre fui pupilo o
noble en mi casa. Me di cuenta de lo poco que sabía acerca del uso del dinero, y caí en la cuenta de
que casi todos los fondos de la familia los había gastado mi padre en “su” ejército personal de
mercenarios. Así que compré también un libro que trataba sobre el dinero y una disertación de
alguien que no conocía acerca de por qué eran más útiles las acuñaciones en plata que en oro o
bronce. No me interesaba la disertación, pero tenía muchas comparaciones de precios de cosas en
los distintos reinos y eso me servía.
Volví a mis aposentos con bastantes cosas y contento. Y ahí recién reparé en que había perdido mi
cita en la cuervera. Y, si bien lo lamenté, la cantidad de cosas nuevas que tenía me levantaban el
ánimo. Y no había gastado casi nada. Menos de un dragón de oro, e incluso tenía cambio.
Esa noche sólo me dediqué a tocar el Laúd.

A pesar de que se repitió el sueño del lobo y el Gatosombra, amanecí tranquilo y con ganas de hacer
cosas. Comencé a practicar el Laúd a la vez que leía y, si bien los primeros días era un verdadero
desastre, me encantaba la idea de poder hacer dos cosas al mismo tiempo. La música me animaba y
los libros nutrían mi cabeza. Mi “día libre” de la semana siguiente tardó demasiado, pero en ese
tiempo no volví a faltar a ninguna tarde en la cuervera ni tampoco desaproveché ese tiempo.
Aprendí todo lo que pude de mis libros, incluyendo el conocimiento de que me los habían cobrado
muy caros. Volví con la escolta al hombre al que se los había comprado y le dije que quería
cambiarlos, y que puesto que había pagado mucho por ellos y que era un noble el tenía que aceptar.
Al principio se negó, y entonces señalé a los guardias que estaban afuera, y le pregunté si sabía
quién era yo. El hombre palideció visiblemente cuando vio que los guardias llevaban el emblema de
la Casa Martell, y me ofreció a cambiarme los libros “las veces que quiera su señoría” a cambio de
unos peniques cada vez. Si bien sabía que unos libros nuevos podían llegar a costar como mucho
una estrella de cobre cada uno, y yo los había pagado tres veces más, el cambiar cada libro por un
penique me permitía economizar a lo largo de los años, y tenía pensado volver a ver a ese hombre
cada semana durante los próximos seis años. Acepté de buen grado la propuesta, y me llevé otros
libros, pero me quedé el de música y el de medicina. También me llevé uno nuevo acerca de una
intriga que había hecho caer por completo a la casa Tarbeck, que habían intentado congraciarse con
ambos bandos durante la rebelión de Fuegoscuro y luego a su extinción cuando se levantaron en
armas contra la casa Lannister. Esperaba que eso me diera algo de perspectiva por si había una
nueva intriga en contra de nuestra casa.
A medida que pasaban los días, me iba acostumbrando a la cuervera, a leer mientras tocaba y a
seguir buscando el favor de Doran. El problema es que casi nunca tenía la oportunidad de verlo.
Como un noble menor, desheredado y de una casa menor, era más un secreto guardado que un
trofeo para mostrar. Las únicas ocasiones en que podía verlo, salvo que él me llamase, eran cuando
había un juicio o un banquete. Ese año tardaron en llegar ambas cosas.
El primero se dio después de que un plebeyo acusara a un noble menor de embarazar a su hija. Y si
bien el noble podría haber desestimado al hombre, el embarazo de la joven y su testimonio podían
hacerle perder prestigio en la corte, por lo que aceptó el juicio; lo que más tarde llevó a que el noble
pidiese juicio por combate. Sigo sin creer que los juicios por combate sean una opción justa. Quien
los gana es quien está mejor preparado y que posee más dinero para mejor equipo, y no quien “tiene
razón”. Sin embargo, me gustó mucho ver el juicio llevarse a cabo, y me entretuvo el combate, si
bien duró poco. A decir verdad, quería que ganase el plebeyo. Lamentablemente no tenía él quien lo
representara y a mí no me lo permitieron “porque soy un niño”. Creo que, en realidad, no querían
que ganase aquél plebeyo. Ahora la chica no solo no tenía marido sino que también había perdido a
su padre. Ese hecho me llenó de rabia.
Unas pocas semanas después llegó un banquete. No sé si se festejaba algo o no, pero tampoco
importó mucho. Apenas si se me permitió asistir, creo que porque era más desprestigioso para la
familia Martell el no invitarme que invitarme y no prestarme la más mínima atención, que fue lo
que hicieron.
De todos modos, me permitió conocer a varias personas, y reencontrarme con algunas, como Lord
Fowler, Lord Yronwood y la “querida” Arianne Martell. Aproveché la ocasión y, sigilosamente,
condimenté con pimienta, en lugar de con endulzante, el postre de aquél noble menor que ganó el
juicio por combate. Era una justicia mediocre, pero era a lo más que podía esperar. Me alegró ver
que se tenía que retirar por “sentirse indispuesto”.
Siguió pasando el tiempo.
Eventualmente, llegó mi cumpleaños. Me regalé a mí mismo un libro acerca de mi casa. Me quedé
boquiabierto cuando vi que había un libro dedicado exclusivamente a la Casa Tsilitze. Hubiese
pagado todo lo que tenía, pero el libro sólo valía medio Groat. Lo compré y me fui a casa sin
comprar nada más. Ese día empecé a sentirme “en casa” en Lanza del Sol.
Y, sobre todo, empecé a sentirme menos triste. Leer sobre mi Casa me hacía sentir que pertenecía a
algún sitio, aún si ese sitio estaba muy lejos. Empecé a leer sobre la historia de la casa, y de mis
antepasados. De cómo se originó la casa, y descubrí que el Dragón que había matado Alira
“Matadragones” Tsilitze era Meraxes, y no Vhaghar como pensábamos. También encontré un dato
interesante, ningún Señor de la casa Tsilitze se había tomado la molestia de desenterrar el cuerpo de
Meraxes. Potencialmente estabamos sobre una gran fuente de ingresos. Enseguida fui a la biblioteca
y saqué cada libro que hablase sobre el primer intento de conquista de Dorne. Me decepcioné de
que no hubiese mucho, sólo dos libros de esa época, y no me los dejaron sacar, sino que tuve que
leerlos en la biblioteca. Empecé a hacer memoria de lo que había leído en Rocadragón, y recordé un
libro de esa época, pero escrito por un Targaryen. Para esta altura, ya muchos en Lanza del Sol me
tenían identificado como un amante de los libros; y la próxima vez que me encontré frente a Doran
Martell pedí permiso para enviar un pedido a Stannis, para pedir el libro acerca de la conquista de
Dorne. Todo con la excusa de buscar más legitimidad para mi casa, que en parte era algo cierto.
Dijo que tenía que meditarlo, y tuve que esforzarme un poco para no mostrar decepción o enojo.

Los días hasta que me citara el Príncipe Doran se me hacían largos, pero al menos pude seguir
leyendo sobre mi casa y terminar los dos libros sobre la primer guerra contra Dorne por parte de la
casa Targaryen. Según esos libros, y según el antiguo libro que había comprado sobre mi propia
casa, pude aproximar un lugar más exacto para el esqueleto de Meraxes y, si podía comparar esa
información con la que estaba en el otro libro, el de Rocadragón, quizá podría determinar la
localización más o menos exacta, y con ello conseguir un gran tesoro para mi casa. Y prestigio
también.

De momento, sólo diré que ese libro tardó más de cuatro años en llegar y que, para cuando llegó, ya
me había olvidado de él.
278 – Nazco
282 – Rebelión de Robert / Stannis me toma de pupilo
284 – Comienzo la vuelta a Huesodragón
285 – Doran me toma de pupilo
288 – Rebelión de Greyjoy
291 – Vuelvo a Casa con 13 años
297 – Juego de Tronos

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