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Palabras de Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, en el Encuentro

por la Verdad: reconocimiento de responsabilidades sobre secuestro por parte de la


antigua guerrilla FARC-EP

Estamos aquí ante Colombia y ante el mundo.

La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, con


profundo respeto, abre este escenario a las víctimas del crimen que más rompió y dividió a
los colombianos. Llegan aquí por voluntad propia, por grandeza humana, por amor por este
país a encontrarse cara a cara con sus secuestradores.

Queremos que en este escenario se sienta la presencia de de los miles de secuestrados y


desaparecidos en el secuestro. De los que regresaron a sus casa después de que les
arrancaran parte de la vida. De los que murieron en el secuestro, de los que fueron
asesinados en el secuestro. Incluso de los que hoy, en cualquier lugar de este territorio, por
distintos grupos siguen secuestrado. Este dolor sin límite llena este escenario del teatro
Libre, el teatro de la Libertad. Y es un homenaje a cada uno de ellos y ellas”

La Comisión también abre este escenario a los responsables. A los hombres y mujeres que
dirigieron en la guerra las espantosas operaciones de secuestro. También están aquí
voluntariamente. También están aquí para reconocer ante sus propias víctimas, ante
Colombia y ante el mundo, su inmensa y durísima responsabilidad y su determinación de
dignificar a aquellos a quienes vulneraron la dignidad y la vida”

Este acto surge de largos días de reflexión, diálogo y silencios. No es fácil para ninguno de
los que estamos aquí. No es fácil para las víctimas ni para los victimarios. No es fácil para
nosotros, miembros de la Comisión de la Verdad. Sabemos que estamos ante lo
impredecible del sufrimiento humano, de los sentimientos llevados hasta el límite del dolor,
de la obligación de respetar a quienes fueron sometidos a años de ignominia en el
cautiverio, de la obligación de proteger la dignidad de los que fueron asesinados o
desaparecidos y respetar la grandeza humana recuperada de los que reconocen la verdad
que hoy se pone ante el mundo.

Queremos limpiar este acto de cualquier sesgo de cinismo irresponsable y fatal. Que nada
tenga de apariencia o de montaje o de exculpación de responsabilidades o de legitimación
del horror que no tiene justificación.

Estamos aquí desnudos desnudos como seres humanos. Desnudos de ideologías, de


poderes, de prestigios estúpidos, de razones corporativas o de partidos, de filosofías o
incluso de religiones, simplemente para encontrarnos como seres humanos, para tener el
coraje de rescatarnos como seres humanos en la verdad de nosotros mismos. En un
diálogo sincero, desde las entrañas heridas de nosotros mismos.

En pocos años, los protagonistas de esta historia estaremos muertos. Quedará este
momento para sus hijos y sus nietos. De un día que nos encontramos ante Colombia y ante
el mundo para definir si íbamos a dar el paso hacia adelante en la posibilidad de dejar para
el futuro un país que emergiera de su propio dolor por encima de la rabia, la pasión por la
retaliación y la venganza y del negacionismo que oculta lo que no puede callarse.

Esto no es un momento de justicia. No venimos a juzgar, para juzgar está la Jurisdicción


Especial para la Paz en la que tenemos plena confianza. Porque no habrá impunidad sobre
los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad cometidos por los miembros de la
guerrilla, de los paramilitares y del Estado. Será la justicia transicional restaurativa. Y será
justicia. De eso no tenemos duda. Pero este momento no es el de la justicia. Este es el
momento de la verdad radicalmente unida con esa justicia de la paz. Y radicalmente
articulado con la Unidad para encontrar a las personas desaparecidas porque esta verdad
será plena cuando se haya cerrado la búsqueda de todos los que desaparecieron en la
selva.

Yo sé que con temor, con qué incertidumbre, con qué tremenda resistencia interior están
aquí presentes los que fueron arrebatados de su libertad por años. Y sé también con qué
luchas del alma están aquí quienes hicieron el secuestro y que un día renunciaron
definitivamente a las armas.

Todavía recuerdo el día en que fui testigo cuando uno de ustedes miembros del Partido de
los Comunes, en La Habana, ante víctimas del secuestro dijo: “Este daño tan grande nunca
lo podremos reparar, lo más grande que podemos hacer es la dejación de armas y
comprometernos a no volver a la guerra”. Al hacer eso ustedes estaban haciendo dejación
también de todas las posiciones ideológicas que justificaron en secuestro, y sabían que
estaban quedando a puro riesgo, y hoy 270 de sus compañeros, de los que dejaron para
siempre las armas, han sido asesinados.

Yo quiero invitarles a ustedes, los responsables, a seguir ahondando en las palabras de su


comunicado público el día en que después de oír a Ingrid Betancourt que ha tenido el coraje
y la grandeza de llegar hoy ante ustedes para este encuentro físico, por primera vez en su
vida. Ese día ustedes escribieron estas palabras:

“Desde lo más profundo de nuestro corazón, pedimos perdón público a todas nuestras
víctimas de secuestro y a sus familias. Hoy, después de haber silenciado para siempre
nuestros fusiles; en el sosiego de la vida civil que nos ha permitido la reflexión profunda
sobre la guerra, queremos decirles que el secuestro solo dejó una profunda herida en el
alma de los afectados e hirió de muerte nuestra legitimidad y credibilidad y pesa en la
conciencia y el corazón de cada una y cada uno de nosotros. Hoy día entendemos el dolor
que le causamos a tantas familias -hijos, hijas, madres, padres, hermanos y amigos-, que
vivieron un infierno esperando tener noticias de sus seres queridos; imaginando si estarían
sanos y en qué condiciones estarían siendo sometidos a seguir la vida lejos de sus afectos,
de sus proyectos, de sus mundos. Les arrebatamos lo más preciado: su libertad y su
dignidad. Podemos imaginar el dolor profundo y la angustia de los hijos e hijas de tantos
secuestrados por las FARC-EP. Sentimos como una daga en el corazón la vergüenza que
nos produce no haber escuchado el clamor de Andrés Felipe Pérez, quien murió esperando
reencontrarse con su padre. No podemos devolverles el tiempo arrebatado para evitar el
dolor y las humillaciones que les causamos a todos los secuestrados. Solo podemos reiterar
nuestro compromiso y voluntad de rendir cuentas ante la justicia, dar las explicaciones de
los porqué y los cómos y comprometernos ante la sociedad colombiana, que hoy más que
nunca reclama justicia y verdad por tanta violencia, invertir cada día del resto de nuestras
vidas a recomponer el mapa de los desaparecidos y a buscar sus restos para entregarlos a
sus seres queridos, a luchar por la paz, a contribuir a desmontar todas las violencias,
incluyendo la estatal, que aún subsisten y por un futuro en el que nadie, nunca más, sea
secuestrado. Porque ya sabemos que no hay razón ni justificación para arrebatarle la
libertad a ninguna persona”.

Hoy Colombia y el mundo necesitan que estas palabras se hagan realidad.

Y a todos ustedes amigos en el dolor de las víctimas representantes de quienes fueron


ultimados en la selva. Para ustedes nuestro más profundo respeto. Queremos simplemente
decirles que su dolor es el dolor que tenemos que llevar todas y todos en Colombia: eso
hemos sido, y desde allá tenemos que rescatarnos como seres humanos. No los hemos
invitado a pedirles que perdonen, el perdón es un acto libre que solo puede salir de la
profundidad de cada uno, un acto de soberanía a quien nadie puede ser constreñido.

Y en este país de inmensa mayoría cristiana y católica, en el que resonamos al mismo


tiempo con las tradiciones espirituales de nuestros pueblos indígenas y afros. Déjenme traer
las palabras del Evangelio que hicieron de Gandhi, el luchador por la verdad, por la justicia
basada en la verdad, para que la reconciliación fuera posible:

“No juren por Dios, ni por el templo, no pongan razones religiosas ni políticas ni partidistas
para legitimar allí lo que hicieron. Sean simplemente sinceros con la verdad. Digan sí a lo
que es así, y digan no a lo que no es así”. Lo demás es cinismo e hipocresía.

Recuerden que “no hay nada oculto que no se haya de saber”.

Ustedes oyeron que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo, pero yo les digo: amen
a sus enemigos y oren por quienes los persiguieron y humillaron. Para que así puedan en
verdad ser un día hermanos en el misterio que nos espera. Porque si ustedes aman solo a
sus amigos, ¿qué recompensa merecen?

Déjenme terminar expresando nuestra gratitud profunda por todos ustedes que han tenido
la grandeza humana, el coraje, el amor por este país que los tiene aquí. Agradecimiento a
los colombianos y colombianas que nos acompañan en todo el mundo. Agradecimiento a la
comunidad internacional.

Estamos en manos de ustedes. Confiamos en que la profundidad del espíritu que hace de
ustedes seres humanos extraordinarios hará de esta mañana un paso irreversible para la
reconciliación de Colombia.

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