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señores vocales,
Permítanme antes que nada, agradecer profundamente a todos los que nos han
acompañado como familia a lo largo de este camino de tanto dolor. A todas aquellas
personas, la mayoría cordobesas y cordobeses anónimos que incluso a la distancia nos
dieron aliento y nos ayudaron a transitar este camino de padecimiento tan
indescriptible que significó la irreparable pérdida de Valentino Blas.
Lo menos que podemos hacer, es agradecer como familia y dar las gracias por tanta
generosidad que nos permitió salir de la oscuridad que produce la muerte, y llegar a
este momento tan importante, después de tanta lucha.
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Perder un familiar en estas circunstancias genera sensaciones indescriptibles y dudas
muy difíciles de responder, que créanme señores jueces, y señoras y señores del
jurado, atormentan de un modo que por momentos apenas permiten seguir viviendo.
Uno de esos interrogantes, tal vez el más inentendible, ha sido tratar de comprender
por qué razón las personas dedicadas profesionalmente a protegernos del delito
asesinaron a un adolescente, sin ningún tipo de necesidad. Sin ninguna necesidad y sin
ningún sentido.
Pero entre tanto desconcierto, también quiero compartirles algo que aprendí a lo largo
de este doloroso proceso que significó la pérdida irreparable de Blas. Algo que me
enseño justamente, su ausencia.
Los que afortunadamente no han tenido que pasar por la espantosa situación de
perder un hijo, tal vez ignoran que inmediatamente después de ese golpe durísimo,
que significa enterarse de la inesperada e inexplicable muerte de alguien a quien le
dimos vida, nos inunda la sensación de que todo, absolutamente todo, pierde sentido.
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Y en esos momentos de caos absoluto se tiende a creer que esa desolación, y esas
sensaciones de vacío y dolor indescriptibles, son absolutamente personales e
individuales. Que sólo a nosotros nos ha tocado padecer.
Pero a poco de andar y luego de mirar alrededor, nos hemos encontrado con la triste
realidad de que esa espantosa sensación también la han padecido otras personas,
muchas otras, que en un primer momento seguramente también creyeron que era un
dolor personal o individual. Y no lo es. Lamentablemente no lo es.
Porque cuándo las lágrimas se comienzan a secar y como en el caso de nuestra familia,
nos asomamos por primera vez a la historia de la violencia institucional y policial en
Córdoba, nos encontramos que estos terribles hechos, lamentablemente, han sucedido
una y otra vez a lo largo de la historia de nuestra provincia. Muchas veces.
Una respuesta que será para el caso, individual. Pero todos los cordobeses y
cordobesas sabemos que detrás de este fallo sobre un caso puntual, se encuentra la
enorme responsabilidad que hoy esta en sus manos, y que significa poner un freno a
tanto dolor causado por la injusta y absurda violencia policial que, una y otra vez, se
repite a manos de integrantes de la Policía de Córdoba.
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Y en ese sentido, queremos decirles que esperamos algo más que justicia para el caso
de Blas y sus amigos: venimos a pedir y reclamar, señores jueces e integrantes del
jurado, una sentencia que permita que esta situación tan dolorosa no vuelva a suceder
NUNCA MÁS en Córdoba.
Que ninguna madre, ningún padre, ningún hermano o hermana, ningún abuela o
abuelo, ningún amigo o amiga, tenga que pasar por la terrible sensación de desolación
que produce la noticia de la pérdida de alguien amado por las injustas balas policiales.
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En ese sentido, esta Cámara Octava del Crimen ha tenido históricamente un rol muy
destacado en determinar un rumbo claro y valiente, algo que he podido conocer por la
fuerza inexplicable y misteriosa que determina, a una simple mamá como yo, a buscar
la verdad y la justicia, motivada por la pérdida irreparable de un hijo. Fue esta fuerza
tan poderosa la que me llevó a leer e interiorizarme de otros hechos y otros procesos
judiciales que, de otro modo y de no haber mediado la espantosa e injusta muerte de
Blas, jamás hubiera tenido interés en conocer.
Y por eso, señores jueces y señores del jurado, deposito en ustedes toda mi confianza
de que sabrán valorar justamente, tanto dolor injusta e intencionalmente causado en
tantas oportunidades. Porque a Blas no lo mataron una vez, sino muchas veces.
Lo mataron primero, disparándole con armas de guerra muy poderosas, sin ningún tipo
de necesidad ni peligro que lo justifique. Con la cantidad de móviles que llegaron al
lugar luego de haberlo baleado y el enorme despliegue realizado para encubrir lo
sucedido, ha quedado absolutamente claro que hubieran podido detener a los chicos
algunos metros más adelante, sin ningún tipo de inconveniente, y se hubiera podido
aclarar todo sin ningún tipo de violencia. Pero los policías optaron por disparar
sabiendo perfectamente que tirar de la manera que lo hicieron, significaba
necesariamente asegurar un resultado muerte.
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que la gente en Córdoba le tiene miedo a la Policía. Y más de noche. Y portando armas
en situación amenazante.
La gente en Córdoba le tiene mucho temor a los policías, justamente porque la historia
reciente nos demuestra que no tienen ningún tipo de reparo en disparar o cometer
arbitrariedades, como de hecho lo hicieron en este caso. Y lo que pretendidamente es
una excusa esgrimida por los policías, vemos que claramente es una práctica habitual,
que se ha repetido una y otra vez a lo largo del tiempo: disparar sin ningún tipo de
necesidad.
Pero hay más: en esta primera muerte de Blas, sólo a él lo alcanzaron las balas
asesinas. Pero claramente esto podría haber sido una masacre: tan sólo un milagro o la
casualidad, permitieron que la cantidad de disparos claramente asesinos efectuados a
un auto lleno de personas, no terminara en una tragedia con muchos más muertos.
Ante todas estas razones, pruebas y evidencias lógicas, los defensores han intentado
refutarlas lo mejor que han podido, pero claramente no han logrado dar respuesta a la
situación. Porque nadie ha podido explicar por qué este irracional acto no terminó en
una espantosa masacre. Simplemente fue el azar o la acción divina las que influyeron.
Porque la acción de los policías disparando del modo que lo hicieron, claramente la
podría haber causado.
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largo de las audiencias han sido mucho más que sólo trece— sabían perfectamente que
la primera muerte de Blas había sido absolutamente brutal e injusta. Sabían que lo
habían fusilado innecesariamente. Y sabían perfectamente que todo podría haber
terminado en una masacre, que no se dio sólo por una cuestión del destino.
Y fueron justamente todos esos motivos los que los determinaron a realizar esta
maniobra de mentira y enorme perversidad institucional que significa plantar un arma.
¿Nos hemos dado cuenta señores jueces, señoras y señores del jurado, lo que esta
acción implicó en términos de confianza y credibilidad institucional? Porque la misma
Policía que nos reclamaba confianza unos momentos antes del hecho —preguntándose
cínicamente por qué los chicos no pararon— justifica sobradamente y con sus propias
acciones, por qué razón todos los cordobeses le tememos.
Porque, señores y señoras del jurado y señores jueces, comprobar que los policías
pudieron conseguir un arma ilegal tan rápido, es un acto de una gravedad institucional
increíblemente grave, como ha quedado demostrado a lo largo de las audiencias. Ese
acto, simplemente ese acto, los describe como potenciales y conscientes asesinos
¿Para qué quiere un policía honesto un arma ilegal? Estos policías la llevaban porque
sabían que matar o fusilar de manera ilegal a una persona, era una posibilidad
absolutamente cierta. Si no, no tiene ninguna otra finalidad. Carece totalmente de
sentido.
Por esa razón, la segunda muerte de Blas —plantando artera y mentirosamente el arma
— es la prueba más elocuente y contundente de que la primera muerte, fue
abiertamente intencional y que sólo un milagro nos alejó de una masacre.
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Mataron, porque claramente se habían preparado para ello mucho antes,
procurándose un arma ilegal para justificar un asesinato que sabían, en algún momento
se daría. Y lo que pasó con Blas, el resultado muerte, podría haber pasado con
cualquiera o incluso con todos los chicos que iban en el auto. Cualquier persona que
entienda la potencia y capacidad de perforación y sobrepenetración que tiene un
proyectil calibre 9 milímetros, sabe que esto es absolutamente lógico, posible y cierto.
La segunda muerte de Blas fue una muerte moral. En la primera muerte, dispararon
sobre su cuerpo. Pero en esta segunda oportunidad dispararon sobre su honestidad,
con el único objetivo de encubrir el actuar asesino de los policías que tirotearon
alevosamente al auto.
¿Es la primera vez que esto sucede en la Policía de Córdoba? ¿Cómo es que todos los
policías sabían perfectamente a qué se hacía referencia cuándo hablaban de un
“tango”? ¿Y los jefes que pasaron por esta sala parecían que recién se enteraban de
que algo así ocurrió y ocurre? ¿Se ha tomado dimensión de lo que significa que los
policías dispongan de armas ilegales de modo tan alevoso, generalizado e impune?
¿Tiene esto un sentido distinto que justificar asesinatos o fusilamientos?
Claramente los policías sabían que también debían matar a Blas moralmente, para
justificar lo que todos conocían había sido un asesinato, un fusilamiento liso y llano; y
de ese modo, plantando el arma, intentaron encubrir el actuar claramente homicida
que constituyó la primera muerte de mi hijo. Si no se hubiera descubierto esta
maniobra, la versión de los policías claramente hubiera sido muy distinta a la que
dieron en esta sala, y eso debe tenerse muy en cuenta.
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La tercer muerte de Blas, fue la infame acción de dejarlo morir sin posibilidad alguna de
asistencia. Y en esta acción claramente homicida y que va contra todo sentido común,
también aparece la acción mecánica de la Policía de Córdoba de intentar justificar, una
vez más, la muerte. Porque según el mentiroso relato oficial que ahora a todos
avergüenza y escandaliza, pero pocos recuerdan fue avalado institucionalmente
durante los primeros días, Blas y sus amigos supuestamente agredieron con un arma de
fuego a los policías, lo que los obligó a dispararles. Por lo tanto, si las balas no
produjeron la muerte de inmediato, la omisión de auxilio deja al descubierto que el
deseo de los policías siempre fue direccionado a que Blas debía morir, porque él y sus
amigos eran culpables de una acción contra los policías que, como ha quedado
demostrado, fue absolutamente inexistente y mentirosa.
A esta altura de los hechos, nos surge la duda: ¿cuántas veces mintieron los policías a lo
largo de toda esta causa? ¿Y cuántas veces esa mentira fue acompañada por gestos
institucionales de claro apañamiento? Se ha dicho a lo largo de las audiencias que todo
lo sucedido ha sido un claro hecho de violencia institucional. Y eso implica un aceitado
mecanismo corporativo de naturaleza estatal, diseñado para asesinar y luego mentir
tergiversando lo sucedido. Es decir, matando más de una vez a la víctima. Y mintiendo
más de una vez en relación a los victimarios que, por otra parte, y merced a ese afinado
mecanismo, se les asegura impunidad y continuidad dentro de la fuerza policial. O en
otras palabras, se les garantiza la posibilidad de seguir matando de manera impune,
algo que reproduce y perpetúa el ciclo de la violencia a lo largo del tiempo.
Todo esto avala la tesis de la cuarta muerte de Blas. Porque además de las balas, las
mentiras y el abandono, Blas fue víctima de una larga cadena de apañamiento
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institucionalizado, de una larga cadena de mentiras, que se han repetido a lo largo de
este proceso, pero también y de manera lamentable, se han repetido una y otra vez a
lo largo de la historia de la Policía de Córdoba; gracias a la existencia de un sistema de
impunidad intencionalmente amparado, o promovido por la desidia y el desinterés.
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Por eso señor presidente, señores vocales y miembros del jurado, entiendo que
tienen en sus manos una enorme responsabilidad, tal vez histórica, no sólo de fallar
con justicia en este caso, sino también de dar una sentencia que intente revertir esta
situación y procure cortar la cadena causal de hechos de violencia institucional, para
que dentro de poco tiempo la sociedad cordobesa no esté lamentando otro caso Blas.
Sabiendo que una sentencia justa es tan sólo la primera etapa en la búsqueda de
Justicia, decidí trabajar a lo largo de este proceso y en particular de estas audiencias, en
la redacción de un humilde texto que presentaré en las próximas semanas, con el
objetivo de intentar dejar al descubierto este perverso mecanismo institucionalizado y
naturalizado que constituye la violencia policial en Córdoba; mecanismo que se
encargó de matar varias veces a mi hijo Blas, y mentir una y otra vez sobre los hechos.
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No lo hago con ánimo de revancha, sino de intentar que este inmenso dolor generado
por la pérdida de mi hijo, no la tenga que pasar nadie más en Córdoba. Y en eso
incluyo no sólo a las víctimas sino a también a los victimarios de este proceso, que de
algún modo, también son mansas, domesticadas y silenciosas víctimas de un sistema
injusto y perverso.
Porque más allá de que ha quedado absolutamente demostrado que los policías
presentes en esta sala asesinaron y mintieron, también entiendo que de algún modo,
han sido víctimas del mismo y perverso sistema que los educó y les enseño a matar y
mentir.
Todo indica que dos de ellos pasaran el resto de sus vidas en la cárcel. Otros, varios
años. Y todos perderán sus trabajos, condenando a sus familias a una penosa y
angustiosa situación moral y económica, por haber aceptado de manera acrítica y
mansa las enseñanzas de un perverso mecanismo que también a ellos, les destruyó la
vida. Y también por no haber optado por decir la verdad, aun cuando todo lo sucedido
y todas sus mentiras, han quedado descubiertas y al desnudo.
Por eso creo que es tan importante señor presidente, señores vocales, señoras y
señores integrantes del jurado, es tan importante y significativo que además de la
sentencia justa de conductas que merecen tanto reproche social, quede plasmado ese
perverso mecanismo institucional que nos ha destruido la vida a todos. A nosotros y a
ellos.
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Como dije anteriormente, no me moviliza el deseo de revancha, sólo el pedido de
justicia por la espantosa muerte de mi hijo. Y sobre todo, mi deseo de que esto NUNCA
MÁS, pero realmente NUNCA MÁS vuelva a ocurrir.
Por ese motivo y aunque vaya en contra de todo el dolor que siento, quiero pedirles
señores jueces y señores integrantes del jurado, que contemplen la posibilidad de una
pena reducida a la señora Wanda Esquivel. Realmente para mí, y se los quiero decir
mirándolos a todos a los ojos, me genera muchísima contrariedad pedir esto. Me
revuelve lo más profundo de mi ser. Porque la señora Wanda Esquivel es quien,
plantando el arma trucha, ilegal, intentó ensuciar sin éxito la memoria de mi hijo,
cuándo aún su cuerpo tenía temperatura y su corazón se intentaba aferrar a la vida.
Es algo realmente asqueroso y reprochable lo que hizo esta mujer. Porque sin rasgo
alguno de humanidad, se dedicó a mentir de una forma que la haría merecedora de
una pena sumamente rigurosa.
Pero tal vez por conveniencia o simplemente siguiendo el buen consejo de su abogado
defensor —hábil conocedor de los pliegues del Derecho y el Poder en Córdoba—
decidió contar cómo había sido la maniobra de encubrimiento. Y eso entiendo,
permitió un avance significativo en la causa.
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aparece reiteradamente, una y otra vez, en el accionar de la Policía de la Provincia de
Córdoba.
Y por ese motivo, y más allá de lo que significó en el caso puntual de la causa que se
juzga la muerte de mi hijo, entiendo que esta acción ha sido muy relevante a la hora de
exponer, por dentro, el perverso mecanismo de la violencia institucional.
Insisto señores jueces y señores y señoras del jurado, no es nada simple para mí
realizar este pedido que me genera enormes contradicciones en todo mi ser. Porque
fue esta mujer, la señora Wanda Esquivel, la que se rió a carcajadas y celebró cuándo
mi hijo acababa de recibir un balazo y comenzaba lentamente a morir. Como madre,
siento algo despreciable por ella, lo confieso.
Pero como ciudadana entiendo que su postura puede ser preventiva de futuros hechos
de violencia institucional y un fuerte mensaje hacia el interior de esta corporación tan
impenetrable y cerrada que se ha demostrado es la Policía de la Provincia de Córdoba.
Por ese motivo, y como aún el juicio no ha terminado, quiero pedirle señor presidente,
señores vocales y señores miembros del jurado, que si esta mujer, la señora Wanda
Esquivel, en el uso del derecho que le asiste, al decir su última palabra, decide aportar
información significativa que aún no conocemos o no ha quedado clara en este juicio,
en relación al mecanismo de encubrimiento institucional sobre los hechos ventilados; y
esa información significativa constituye un avance importante de modo tal que
permita conocer nuevos nombres o nuevos hechos que arrojen luz sobre lo sucedido,
sea considerada su situación y la posibilidad de una pena disminuida, más allá de la
justa pena que solicitaron los representantes del Ministerio Público y las querellas.
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Este pedido no lo hago como jurista, porque no lo soy y por esa razón sepan disculpar
la rusticidad con que lo formulo. Lo hago como mamá de un hijo al que nunca más voy
a poder abrazar, pensando en otras mamás, otros papás, otros hermanos y sobre todo,
en otros abuelos, para que no tengan que pasar por esta misma situación tan dolorosa
que nos tocó atravesar.
Y para que por fin, intentemos entre todos desterrar este perverso mecanismo tan
aceitado que ha permitido por años a la Policía de la Provincia de Córdoba, matar y
mentir.
Que estos señores, a quienes quiero mirar a la cara señor presidente, puedan darse
cuenta que de algún modo, son tan víctimas de la violencia institucional como ha sido
mi familia y los amigos de Blas y sus familias. E intentar a través de estas palabras que
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adviertan y sean conscientes hasta que punto se han dañado no sólo ellos sino
también sus familias, manteniendo una mentira que nadie cree, y una fidelidad
institucional, tan inútil como unilateral.
Y comprobarán que la institución policial de la que alguna vez sintieron orgullo, les da
la espalda de manera increíblemente cruel y cínica.
Mientras ellos estén en una celda encerrados, otros y otras tal vez disfrutarán las
mieles de suculentos sueldos y un futuro asegurado, olvidándolos sin misericordia y
con mucha menos humanidad que quien les habla.
No será esta humilde mujer quien les intente explicar precisamente a ustedes sobre
este aspecto académico. Pero sí quiero decirles, quiero pedirles, que si la pena tiene
entre otros aspectos, un fin preventivo, es decir evitar que se vuelvan a cometer
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hechos de la misma naturaleza, sería conveniente además de aplicar las sanciones
penales solicitadas por los representantes de la querellas y los representantes del
Ministerio Público, con la salvedad hecha de la señora Wanda Esquivel, se consideren
otras acciones que tengan mayor visibilidad para los mismos policías en actividad y
para la sociedad toda, en procura de intentar desterrar para siempre la violencia
institucional ejercida por cuadros policiales.
En ese sentido quisiera sugerir se inste al Poder Ejecutivo Provincia para que levante un
memorial en recuerdo de todas aquellas personas que han sido víctimas de violencia
institucional, dentro del mismo predio del edificio Central de Policía. Un lugar
administrado por los mismos familiares de las víctimas, de acceso público y a la vista de
todos, fundamentalmente de los policías en actividad, como un modo de recuerdo
permanente de las prácticas policiales que ningún cordobés quiere ni desea y que
deberían desaparecer para siempre. Un lugar dedicado a la memoria de los que
murieron injustamente a causa de la violencia policial, ubicado en algún sector de los
amplios jardines que rodean el Edificio Central de Policía.
También quiero solicitarles señores vocales y miembros del jurados, y en relación a los
ex Jefes y ex Sub Jefes de la Policía de la Provincia de Córdoba, tan adeptos a
eternizarse en galerías de honor, se inste al Poder Ejecutivo Provincial para que se haga
un agregado en las fotos que los recuerda, del nombre y fecha de muerte de las
víctimas de violencia policial ocurridas durante su gestión, como un modo de generar
una memoria integral, no sólo de su paso por la función pública sino también de los
hechos en los que han resultado, directa o indirectamente, responsables desde el
punto de vista institucional.
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Resulta lamentable ver como muchos policías sin mucho brillo y plagados de fracasos,
son obligadamente reconocidos, ocultándose convenientemente gravísimos hechos de
violencia institucional que han ocurrido bajo su mando. Y además se priva a las nuevas
generaciones a que no tengan ningún derecho a enterarse de sus lamentables
gestiones. Porque se aseguran que sus fotos permanezcan para siempre y de manera
cuidada. Pero intencionalmente procuran que el nombre de sus víctimas, se pierda en
el olvido. El recuerdo y la memoria es un acto también de justicia y debe advertirse el
poder enormemente reparador para los familiares y amigos de las víctimas. Pero
también la memoria opera como un freno a nuevos hechos, porque invita a la reflexión
particularmente de los policías en actividad, algo que muchos fallos han solicitado, pero
la Policía de Córdoba ha omitido una y otra vez.
Las penas de cárcel no nos van a devolver a nuestros seres queridos. Y estas acciones
performáticas y de intervención del espacio público, particularmente de los edificios
policiales, entendemos, generan la posibilidad de una reflexividad que puede ser muy
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útil para prevenir nuevos hechos. Por eso señores vocales, les pido encarecidamente
contemplen mi pedido, porque entiendo sería muy sanador y muy preventivo.
Por último señor presidente, señores vocales, señores miembros del jurado, como
dije al principio vine tratando de buscar respuestas a la pregunta de por qué.
Créanme que albergaba una mínima esperanza de poder llegar a escuchar de boca de
los acusados algo de verdad en este juicio, algo que para mí hubiera sido muy
reparador. Pero más allá de que han quedado absolutamente probado todo los hechos
por los que han sido acusados, lamentablemente de parte de los imputados y en el
legítimo derecho que les asiste —derecho que no le reconocieron a Blas pero que sí
queremos que se les reconozca a ellos— nos hemos encontrado con excusas y en
algunos casos, incluso con más mentiras, pero sobre todo, sugestivos silencios.
Vine a tratar de encontrarme con lo que me queda de mi hijo, con su recuerdo; tratar
de reencontrarme con la verdad que me acerque a Blas, que salió esa tarde de agosto y
no volvió jamás a aquella que fue su casa.
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Pero que por alguna extraña razón que aún no llego a comprender, decidió instalarse
en el corazón y el recuerdo de cada persona que habita esta bendita provincia.
En su memoria, pero sobre todo por los que hemos quedado vivos y por las
generaciones por venir, les quiero pedir encarecidamente señores jueces, y señoras y
señores del jurado, un fallo verdaderamente justo y correctivo. Y no sólo para las
personas hoy sentadas en la silla de los acusados, sino fundamentalmente para todo un
sistema policial, que, como ha quedado claramente demostrado, ampara, legitima y
enseña a sus agentes, a matar y mentir. Y cuándo caen en desgracia, los abandona para
siempre.
Para que NUNCA MÁS alguien tenga llorar a sus seres queridos fruto de la violencia
institucional en Córdoba.
Y para que NUNCA MÁS alguien les tenga que volver a pedir a los jueces de esta
provincia una sentencia justa, movido por el tremendo dolor que genera la espantosa
pérdida de un ser querido asesinado con armas, balas y acciones policiales, empuñadas
y realizadas por personas que fueron entrenadas por el Estado cordobés,
supuestamente para cuidarnos, y no para mentir, ocultar y asesinar.
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