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Rev Folklore Nro2 Dic 1947
Rev Folklore Nro2 Dic 1947
DE
BOGOTA- COLOMBIA
•
~ idente de la Comí i611 l 1al. de Folklore:
0€4 ~li@ Q J!r· O ~ E . P. RDO
*
ilólJulo Pa1·do •
a leyenda fle Juan IDíaz o El
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ardo A 1nava Jlial~noia
Pr0l>1etna de paremio}ogía .. .. 10i],
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La ehatna. ttB rnito guajiro .. .. . . 113
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Folklore norte an ~andcreano .....
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~"\íJ:u.ñoz Obando.
@on el Duende . . . . . . . . . . . . . . . .. 159
·ique t'étez. A rlJeldez
Folklor e del lDcpalitanlcnto ~lel
Miagdalena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ~
NO'J:A.S
•
namen ~acione : Rafael ~ cnur~ "Malenzucla.
Digitalizado Biblioteca Nacional de Colombia
DE
,.
La leyenda de Juan Díaz o El mohan
del Tequendama
P01~
ARISTOBULO P ,ARDO
(Miembro de la Comisión Nacional de Folklore.)
,
De par-tida.
San Lorenzo. Hasta no hace muchos años que se ·llamaba así .esta
villa aparentemente remansada. Un afán de .moderiJ..idad celerosa im-
puso un nuevo nombre: Armero. Pues es allí. Digo mal; no es exacta-
mente ahí, sino en eso que en habla golillesca llaman jurisdicción.
En eso sí.
Es una mancha de blancura, techos encinados, puesta entre pasti-
zales -y labranzas. Desde Ambalema,·un poco más abajo, hasta Honda,
el río de la M~gdalena ha renun~iado al valle, o el valle al río .
.(¿Quién podrá saberlG?) Han puesto de por medio una teoría de co-
linas y montañas, y el valle se ha ac0gido a la cordillera de los Andes
Centrales" cosiéndosele manso. San Lorenzo es cálido. En la quietud
•
del horizonte la luz vidría, hirviente, y ofusca la mirada.
Por la mañanita, la luz se viene oblicua, sobrepasa las sierra$
entre el valle y él río, y va a incidir de frente contra la fortaleza de
.
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98 &ristóbulo Pardo
Con Gabriel.
Gabriel es todo un personaje. Per0 no de los que suele dibujar la
fantasía literaria. El posee los secretos de más de media vida en esta
tierra. Habla calmosamente, con dejillo entre antioqueño y tolimense,
entre "cordilleruno" y "planuno".
-Yo me iamo Gabriel, pero casi todos me dicen "e1 zoco Gra-
biel". Nos c-<:>nfiesa cpn absoluto desempacho.
-¿Y a qué hora salimos?
-Di-ac'ún ratico. Tuaví!l falta buscar los animales. Y endespués
hay qu'ensillarlos. Si nas coge el medio día será mejor salir con la
resolan'e por la tarde. Porque hac-e calorcito de aquí pa'ardba. Sépalo.
Con toda la paciencia nos ha esperado un discursillo. Luego se
va a buscar los animales.
Han pasado las "horas. ¿Dos? ¿Cinco? Eso no se sabe a ciencia.
cierta. El tiempo no corre por allí. Está parado, esperando que alguna
reforma del almanaque vuelva por él hasta donde quedó na se sabe
hace cuánto.
En marcha.
Por fin ha comenzado la resolana de la tarde, como dijo Hel zoco
Grabiel''. Mientras ensilla las cabalgaduras se le sale un sonecillo
que dice: l· .!
Vamos a ver cóm·o ca:nta Grabiel;
si canta bonito, nos vamos con él.
-Bueno -nos dice finalmente- si nos vamas ... -y agrega un
gesto con la cabeza, indicando el caballo, mientras s~ quita el sombrero.
Hemos puesto pies a la vía, que es un camino llano, tolaado
casi de matarra tones hasta el pie de la cl!esta.
A la distancia, un ruido.
- Es el Laguniya, nos explica Gabriel.
A lado y lado del camellón, pastizales de ceba y de levante. El
oro del pasto india se menea de b.risa, al mismo tiempo que el via-
jero siente el o-reo refrescante, casi caricioso. La marcha se ha iniciado
alegremente. No se ve a nadie, pero estamos en diálogo callado con
las cosas y 'los interrogantes. Súbitamente nos encontra~os cruzando
el último riachuelo; el .que deslinda bruscamente el planada y la
subida. Por e1;1tre el túnel de ramas, el silencio; y por entre el silencio,
otra vez aquel ruido intermitente.
-Es el Laguniya, vuelve a explicar el guía.
Y ha empezado el ascenso. Hay que repechar mucho para llegar
hasta Juan Díaz.
·- ¿Y usté dice que no va sino hasta Juan Díaz?, inquiere Hel
zoc::o'·.
-Pues así parec::e.
-Pero ái no puede quedarse, replic'! Gabriel.
-No importa. Donde se pueda.
El vaquiano se inclina y calla. La ascensión es muy pina para.
entablar discusiones sin valor.
El camin0 se hace eses hasta perder la cuenta. El piso es disparejo,
reseco, pedregoso. A veces gris, a veces amarillo, y en ocasiones de un
terrosQ negruzco. Se va de curva a curva. Barranco a la derecha, y a
la izquierda un aprendiz de rodadero; barranco a la izquierda, y a la
derecha un monte achaparrado; barranco a mano y mano; desgalga-
dero a lado y lado. Baches y reventones, oteros y bajadas; trechos
pinos, recodos,
,
bajones y gollizos. A lo lejos y cerca, vegetación canija,
polvosa, inexcitante, rala. No hay que mirar atrás: da desconsuel9.
Y hace falta tFepar, trepar sin miramientos. Entretanto, calor de todo
lado; cansancio de la silla; sol aún; modorra.
De pronto se ve el primer cerro perfilado. Y hay distancia por
fin hacia los lados. Espinazos de sierras ascienden tercamente. ¿Cuán-
do llegaremos allá, a ese cerro?, nos preguntamos sin decirlo, "para no
molestar al "zoco'', que como dice él mismo, uva e€hando la gota''.
Un ruidillo nos viene de nuevo.
- Es el Laguniya que se oye por todo esto, explica él.
¿Ha pasado una hora? Eso dice el reló. Pero evidentemente no es
una sino muchas. Cada falda que subimos se lleva horas de espera.
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100 A.ristóbulo Pardo
-Jmm. Es una bajada muy parada. Como este del Laguniya. Allá_
al otro láo es menos paráo que acá; pero siempre es paráo. Ai se suda
la gota subiendo.
-Bueno. ¿De roGdo que ya casi llegamos a Juan Díaz?, pregun-~
tamos impacientes de lo paciente y despacioso q.ue es Gabriel.
-Yo le aviso cuando ieguemos.
Talvez hayan huído ya dos horas. Ya el tiempo no se suma aL
transeurrido; se sumerge en él.
Los pajares n6 ceden aún. Ha disminuido, sí, <:;1 guijerío.
. -Mire. Esto es lo que se iama el "Alto de J uan Díaz'", ha dicho··
el vaquiano, parándo de rondón.
-¿Y cuánto hace que murió?
-¿Juan Díaz?
-Sí, hembre.
-El no se ha muerto. Tuaví'esta vivo; pero no aquí.
-¿Entonces?
-Dicen que 'stá en el Salto de Tequendama, aduce el ~~zoco''-
-Aver, hombre, cuente, cuente.
-¿Se fija que pu'aquí no'ive nadie?
-Eso veo.
- . Pues es po:r eso, r.eplica Gabriel, perfectamente convencido.
-¿Por Juan Díaz?
-Eso mijmito; sí jeñor. Y después de uno de sus silencios: ¿Ve~
Mire~ toiticu eso. Dijen que hasta pu'allá junt0 al Placer,. . . y
hast'abajo hast'el plan, ... y por l'oriy'el río, . too eso eran tierras de~
Juan Díaz.
-¿Esos sequizos?
-Pues así será, sí señor, porque de deveras que fue que se lo ·
quiso él mismo ,. . . Y como riba diciendo, eran tierras de labranza . ..
muy buenas . . . Pero ahora no son ~ino peladeros ... ái si que no da
ni rabia ... Y antes dicen, qu'ez que daba gusto po'aqui. .. no e1·a
sino sembrar y se daba. (Otro de los silencios del "zoco" Gabriel.)
-¿Ve al otro lao?, dice, despué,que ha reparado en que quiere anoche-
cer. Ayá las tierras del faldón son buenas. Mire; hay caña, y café, y·
yuca, y plátano; jm., de. todo. Eso aiá ·es pero bueno p 'agricultar. En
esta parte 'ez-qu'era mejor toavía. Y ... ahm, se meolvidaba 'ecirle
que la cas'e Juan Díaz 'ez:.qu'era po'aquí, en estos medios 'ond'estamos.
'horita. Cuentan que era un palacio, y que Juan Díaz tenía de too . . ..
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102 AristÓbulo Par'do
nero? A ver. Ded 9~ién ·sos. Y si no me lO- decís t@ hago 1la-sta tragar
tierra."- Entences el Padre se le fue retirando y le dijo que porqué
hacía él tan mal uso de las riquezas que le había dao Dios. Y Juan
Díaz le contetó que porque no se la-s había daq Dios sin.o él mismo,
con su ttabajo. El Padre, entonces, le dijo que si él Gieía que las hor-
migas que le traían el ero lo hacian por el trabajo de él mismo. Y
Juan Díaz le dijo que "¿Bueno, y qué?"; que supiera:n que ·e ra pacto
con el diablo; que a quién le impor,taba. Entonces el Padre le dijo
que n0 dijera diable delante de él, y que Dios .lC!>. p-odía castigar. '"¡Val
¿Y cómo?" fue lo que llijo a esto Juan· Dfaz. "Quitándole todo lo que
tiene", le dijo el "P.adre. Y Juan Díaz contestó que ni Dios con 'too
.·su poder podía quitarle too lo que tenía;, que toa la región era de él;
J •
que ni Dios se la podía llevar de 'onde 'staba; que to'el oro que había
debajo de to'esto era también de él, y que ni L>ios se lo pod·ía lleva·r
de ái; "to.as las h0rm~gas arrieras· me ·traen el or0, y si se mueren ái
quedaban las de los vecinos; y por sobretedamente, que esos veeinos
.s'iba:n a tener que largar porque ya le debian la tierra en que est aban
viviendo y que é1las necesitaba. ''Usté no las necesita" le €lij0 eni.Onces
el Padre, y que por l@ menos hiciera ese bien, que no los echara de ái,
que eran pobres y no t'ertían más de qué viv.ir ni a'ón"de irsen. P~ero
Juan Día~ dijo que lo que et;a los e~h:aoa pe>' encima 'e.. quien fuera, de
Dios o: del diablo, y. que, a'emás "¿quién sos vos pa venir a meterte
en lo mío?", le dijo al Padre. Y el Padre le dijo que "yo vengo es a
rogarte que se'ás bueno, Juan Díaz, po'tque usté debe mirar qMe Dios
Nu.estro Señor lo puetle castigar ... '' Mientras to'est.G Juan Díaz no
hacia sino tomar y tomar_, hasta que por fin lo atajó al Padre con
·un grito: "A predicar a otra warte que aquí no es la iglesia" y d'en
seguida cogió y le tiró al Padre üna tazad'e licor d el qué estaba be-
.biendo.
-¿V . .. ?
-Y el Padr:e se ~alió y Juan Díaz se quedó ái dormidito 'e la
·b orrachera ..... Ah, pero se me hal:Ha olvidá:o c<;>ntade qu~ez-qae Juan
Díaz no comía porqu'ez-que no tenía por '0nde hacer del cuerpo ...
·pero en esto dicen tantas cosas q~e ni an se sabe al fin qu'era lo que
le pasaba. Los viejos de antes decían qu'ez-qu'era porque cuand0
'estaba pob1:e, de tant@ aguantar 1'hambre como que se le· da ñó todo.
Pero en esto, como le digo, no se sabe nada a ciencia cierta.
-Bueno. Y entonces qué pas<S. ~Amaneció? o no.
- Ah, de verdá que le iba contando ... Pues no, señor; no ama-
neció asi n0 más; porque en después de que el Padre se fue, iegó esa
misma n0.c he una pareja de vi3:1jeros. Eran el papá y la maxná de Juan
Díaz. Hacía mucho tiempo que no lo h.abiaB visto; como no sabían
''onde tstaba ... Y ellos de deveras venían por aquí sin saber que ái
vivía su hijo. Y como no sabian q.ue él vivía en esa casa, y como la
vieron tan Sl,nnamente lindísima, entrar:on: y se p11sieron a golpia;r.
Y eomo Juan Diaz estab'ái d0rmido d e la b0rrachera junto a la puer:
ta, se dispertó y abrió la puerta. Los viejitos no llevaban más luz
,que un mechito de espeh,na. Pero e-en la l:uz de adentr9 lo reconocie-
r 0n a Juan T>íaz. Se le tueron encima y lo abrazaron y el holl!bre
·<.:omo no los r ecenoda y cruno estaba toavía dormido, entonces ellos
le dijeron que ellos eran sus padres. Pero Juan Diaz, muy borrachito,.
y muy orgu_lloso de su poder no los quiso .reconoc::er, y antes de que se
dieran cuenta los sirvientes, que tenía más de cien, quiénes eran sus.
padres. . . unos pobrecitos viejos ái, y tnfelices. . . los echó de la
casa y los amenazó con ucharles los perros. Entonces los viejit-os se·
.fueron a ir, pero antes d'irsen le pidieron una ayuda para llegar
hast'onde iban. Juán Diaz sacó del bolsillo una moneda de oro y se
la jondió al papá por la cara; pero como él se quitó, la moneda le.
pegó a la mamá, y cayó al suelo. Ella, toda llorando la fue a recoger
y entonces el papá no la quiso dejar que la recogiera porque dij0s
que "ese oro es maldito, y aquí no ha de amanecer nada".
-¿Y ... ?
-Y se fueron, y Ju~n Díaz se volvió a echar a dormir. Pero no.
pudo dormir. L'entró una insatisfación horrible por te'el cuerpo,.
y no podía estar. Prencipió a llamar a to'los sirvientes y a pediitles.
agua 'y de todo, y a gritalos y insultalos. Y como no le quitaban· el
mal les tiraba con lo que topaba. Eios le aguantaron al principio con
paciencia. Pero endespués, como él veía que no le hadan nada para
esa intranquilidá, se puso a buscar los revólveres y escopetas que:
tenia. Ya los sirvientes se habían palabreáo, y que si sacaba los.
revólveres ellos se iban de la casa. Y así fue, porque Juan Diaz d'e
verdá dio con los ..popos", y quiso tirales. Pero ellos se fueron des-
filando. Y uno dellos dijo que como no le podtan cobrar !'última
paga, que se ievaran ~os caballos. Los demás convinieron y por ái
misma se fueron a los potreros, ái a puras tientas fueron cogiendo.
cad'urio lo que pu<;lo. Algunos lo que cogieron fueJ:on madrinas, y
¡claro!, los otros caballos . .. las demás bestias cogieron detrás de los,
roadrinos. Los que no toparon bestias le echaron la soga a tal cual
vaquita por ái, y con las vacas se fueron los becerros y los toretes.
En fin de cuentas, lo que fu~ animales no quedaron casi ni pa la
muestra en las mangas de Juan Díaz.
-Lo dejaron barrido, ¿no?
-Tanto como en la pur'inopia no, parque como lo venía con-
tando., eso no era así no más. To'los aniroales .no era nada pa Juan
Diaz. Pero con el alhoFoto que armaron los sir-vienles se dispertaron
los vecinos y to'los que vivían en los caminos de par aqu~ junto-
Cad' uno preguntaba la causa de ta'ese revuelo, y cuando se lo decían
s'iba aprestando pa'irse. Y más que muchos dellos babían visto en
sueños lo que había pasáo entre Juan Díaz y los padrés, tal y como
si hu hieran estáo presentes.
-¿Así es la cosa? .
-Tal cualito; sí jefior. Y entonces se regó el cuento comQ pól-
vora. En eso Juan Diaz estaba hecho una fiera en su casa, renegando
-com'un desesperáo y echando plomo, y desafiando a Dios y al ~liablo
a que le quitaran to'lo que tenia, y haciendo hasta pa vender. La
noche se ha'bia puesto oscurita, os.c urita. Eso era que no se veía ni
p'hablar. Y cuando ya los sirvientes y los vecinos estaban lejos, ese
hom5re estaba com'un azogue; y como eso era que tomaba y tomaba,
pues siempre estaba más y más borrachito.
-¿Y . . . ?
·- - Y ái sí que se puso feo. Prencipiaron a caer rayos y centellas
y se vino la tempestá más espantosa q-qe usté tenga idea. No, si ~o
era que los rayos lloVían casi por todas partes. Y los truenos y ["elám-
pagos era pa dar y pa convidar. Lueguito prencipió a temblar. Y
'
co¡n<:> temblaba tanto to'esto se ~ue desvolcanando, y con ta!).to vols:
cán deste láo'el río se atrancó el agua 'el Laguniya, y s'hiz'un charco
pero enorme. La cos'el charco ez-que fue po'allá 'rriba. Y por supues-
.to el agua atrancada subió hasta que ya no se pudo atrancar más.
Entonces se reventó la presa, y el agua se vino toitica par'este láo.
Eso hizo un ruido que lo sintieron hasta sumamente lejos. Lo pior
principió a media noche. Y todo se ac.abó antes de ·que amaneder~.
Dicen qu'ez-que en medio de toa la tormenta lo único que se oía eran
los alalfidos de Juan D1az. , .
-¿Y se ahogó?
-Es0 qué. No, señor. Se convirtió en muán.
-¿En mohán?
-Jmm. Lo cierto es que al otro día to'esto eran peladeros, así
como los ve ahorita. Dicen que el castigo de Juan Díaz fue que lo
pusieron de muán en el Salto fel Tequendama; y que cuando el Salto
buja y hace tanto ruido que Juan Díaz'ta bravo.
-Conque así. . . ¿Y, qu~ fue de los criados?
-Eso- sí no lo sabe ninguno. En <después to'esto quédé solo. · En
durante mucho tiempo no vino a 'Vivir nad,ie en tod'esta jurisdicción
de San Pedro, y El Placer, y Partidas, y La Calera. En todo esto.
Luego esto vino a ser parte de una hacienda que como ho tenia dueño
era del gobierno, !lasta que poco a poco fueron viniendo gentes de
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106 Aristóbulo Pardo•
..
'
hasta la rodilla -dos tetas m u y largas, dicen los indioS--. A rnás de,
esto,. la chama, en esta caracterización que estamos describiendo, es
ciega, pero en compensación, su olfato muy desarrollado le pe:nnite
distinguir a distancias considerables la presencia de los hombres.
Una de las apredaciones más interesantes de este engendro es el
valor medicinal de su pelo. El ind1gena está convencido hasta la. evi-
dencia de ello, y a5egura que nd hay mejor remeci.io para la bronquitis
que la infusión de pelo de chama. No sabemos en qué fundamentan
esta creencia, per.o se nos aseguró., en cambio, que los holl!bres de la
casa son les que deben ir al monte en busca de 1a chama y valiéndose
de todas las artimañas pasibles, arrancarle o cortarle un pedazo de sus
cabellos para curar al niño enfermo de bronquitis. Esta es una opera-
ción muy arriesgada, pues el individuo, si no anda muy atento y avi-
sado, puede perecer a manos de la vieja chama.
Las otras caractetísiicas que- completan su personalidad cambian-
te, son ]as siguientes.
a) La pérdida temporal de la figura siniestra que se 1~ atrilDuye,
combinación maléfica de mujer y animal, para transformarse en una
preciosa señorita ~ -m~jayura, en lengua india-, para apoderarse
de algún mocet<Sn guajiro del que se ha enamorado;
b) La faeultad de trasladarse en el acto de un lugar a otro, no
importa la distanda, de acuerdo con sus deseos o las necesidades que
..
la obliguen a ello. Es decir, que para la ch4m.a, cuando así lo necesite,
no existen los factores determinantes de tiempo y espacio;
e) La antropofagia, pues tanto ella como sus familiares -hombre~
y mujeres, ya .que tiene hermano~ y hermanas-- gustan de comer
carn~ humana. A travé& de los relatos que publicamos a continuación,
puede verse cómo siempre hay la intención, y a v-eces el hecho cum-
plido, de apresar un indio para comérselo, si -no la\ chama directa'lnen-
te, que acaba generalmente por enam0rarse, sí ~ hermanos y fami-
liares;
d) La capaddad de vivir en el mundo común de los indígenas,
com'O una mujer cuaJquiera, y tener hijQs de sus relaciones con los
varones gua]lros;
e) La pérdida de su ceguera cuando toma la figura de una india
señorita;
f) El poder de transformar los animales y los objetos materiales ~
su acomodo, como puede-·verse muy claramente en uno de .los lielatos;
•.
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La chama~ un mito guajiro 117
Guajira, evitando con ello que quede reducido a una simple noticia
de archivo.
-La vieja chama nos mandó por ella pero no sabemos para
qué es.
-Esa l~ña es para el fogón, para hervir el agua que llevó la niña,
que es p~ra co~inaros a vosotros, dijo la señora. Ya está arreglada hi
es-calera y la rueda en que vosotros váis a bailar. Vosotros no debéis
bailar, porque la vieja lo que quiere es mataros y comeros después.
Si os dice: "Suban para bailar", contestadle: HEs que no sabemos
bailar; sube tú primero para que nos enseñes", y ella entonces os hará
~aso. Voso~os tenéis que agarrarle entonces la pata para que se vaya
' y echarle después bastante candela al fogén
al agua dentro del calde_ro,
para que se cocine ligero. Cuando ya esté bien cocinada debéis co-
gerla, partirle la cabeza y los animales que tenga adentro, os los lle-
váis para vosotros. y ahora, ¡~archáosl
Esa aparición era la Virgen.
Cuando estaba hirviendo el agua la vieja, tal como lo había
anunciado la señora, dijo a los niños que subieran por la escalera y
que bailaran en esa IUeda que estaba encima del cal dero.
-Baila tú primero, para ver si aprendemos, dijeron los niños.
-Tenéis que bailar así, dijo la vieja. Yo lo hago despacio, porque
ya estoy muy anciana, pero vosotros- tenéis que bailar ligerito.
-¿Gómo podem0s hacerlo ligerito, si tú no lo haces? Hazlo lige-
ro? para nos0tros poderlo hacer lo mismo, dijeron.
La vieja lo hizo, y cuando estaba bailando, l os niños le cogieron
una pierna y la vieja se fue al fondo del caldero; entonces ellos echa-
ron bastante candela al fogón y cuando ya estaba bien cocida, le
cogie.r.0n la cab6za, la partieron, y hallaron dentro de eHa dos perros
y d0s huev0s de gallina. Los t01nar0n y se fueron y cuando iban
IS'a.liendo, llegaron los hijos de la vieja.
-¿Y la comida para n0sotros?, preguntaron.
-Está dentro del caldero, contestaron los niños y se fueron .
. Los hijos de la vieja comenzaron a comer y el gato habló entonces.·
para decirles que lo que ellos estaban comiendo era a su mamá. Los.
hombres tomaron sus flechas y se fueron detrás de l0s niños para al-
canzarl0s y matarl0s.
Camino adelante los alcan~aron, pero el n iño tiró un huevo al
ojo de uno de los hombres y la niña el otro huevo al ojo · del otro
hombre, y ambos quedaron ciegos y no pudieron perseguirl0s más.
Andando, andando, llegaron los niños a un palacio de un rey.
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La chama, un mito guajiro 121
A este palacio llegaba sietnpre una culebra grande y fiera que devo-
raba a toda la gente, no quedando en él más que el rey y su hija.
El rey recibió a los niños con cariño y los hizo ent.rar a la casa,
.con los dos perros grandes y hennosos que habían sacado de la cabeza
de la chama y que los acompañaban.
-Estos perros deben ser buenos cazadores, dijo el rey.
-S.í. lo son, respondió el muchacho.
-En la ciudad hay una culebra fiera que de~ora a toda la gente,
y sólo falta mi hija por ser devorada. Si matas <>on tus perros la cule-
bra, mi palacio será vuestro, y mi hija para ti, dijo al muchacho.
Al rsiguienle día vino la culebra como de costumbre y los niños
al verla azuzaron a los perros y los mandaron a matarla. Los perros
se tiraron encima de ella y la mataron.
El rey cumpliendo su palabra, les dio el palacio.
La hija clel rey se casó con el muchacho.
LA ZORRA Y EL CONEJO
CUENTO NÚMERO 4, relato de Clalra Elisa O·rtiz, mestiza de Na-
.zareth.
Rabia un conejo 1 que tenía 1nucha ha1nbTe y andaba paseando,
en busca de comida y no encontró nada.
Llegó, por fin,- a la casa de una zorra z que t~nía diez hij.os, la
,c ual lo recibió y preguntó de dónde venía, a lo que el conejo res-
pondió que venía de su casa en busca de <qué C0mer:
-Yo -vine aquí a ver si tú me das algo, dijo el conejo.
-Yo no teng0 nada, dijo la zorra, pero si tú tienes tanta hambre
-quédate cuidando mis llijos mientras y0 salgo a buscar iguaraya 3.
1 Género Syl~ilagus.
~·· · ,g.. Género Urocyon.
?7~~ll'"'·--:~~l0 del cardón - Género l>Uocéreus.
~ • v
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El nmigo fiel
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/.a carla (camjJesinos de Alúdn - Crwdinmnarf'a)
La chama, un mito guajiro 125
der para que no te mate la zorra. Pero esto no era más que un engaño
de que se valía el alguacil.
El conejo se metió en el hoyo, y mientras estaba allí escondido,
el alguacil fue a llamar a la zorra.
-Estáte allá cuid~ndo que yo voy a llevar una pala para taparlo,
dijo la z-orra al alguacil.
El alguacil regresó y tapó el hueco donde estaba el conejo, con
ceniza caliente.
-Este ·m e engañó, dijo el conejo; salió del hoyo donde estaba es-
condido y llamó la atención del alguacil:
-Mira amiguito mío que lindo es esto.
El alguacil miró, y el conejo aprovechó la oportunidad para
echarle la ceniza caliente en la cara y en la cabeza que se le quemaron,
y salió corriendo. Desde entonces el alguacil tiene la cabeza pelada
y colorada, porque antes la tenia negra y llena de plumas como los
gallinazos.
, ,
Ni el alguacil ni la zorra pudieron con el conejo. Se quedaron
burlados.
PAREMIAS
I
ADVERTENCIAS
JI
-A-
111
-B-
BAGAZO.-Al bagazo, poco caso; al cagajón, poca atención. En
otras partes de Hispanoamérica: "Al bagazo, poco caso." (Cfr. "Sue-
ños de Luciano Pulgar""'- t. II, "El Sueño del Ferr()(;:arril".)
co, según Enrique de Tovar (Estudio citado): "Al que nace pa tamal,.
del cielo le caen las hojas." . ..t-.J• , ()
BOTAS.-.Ponerse las botas. Se usa también, según Suárez (' %-
v
Digitalizado Biblioteca Nacional de Colombia o S\SL\úlE{
134 Lucio Pab'ón Nttmer.
Esta acción se ef.ectúa aquí, por lo general, con las siguientes ra-
zas: Asil., Jordán~ la española y la cubana. Los g~los Asil los traen de
la India y los llaman también entre nosotros Galloo de Calcuta. La
raza Jordan es importada de Inglaterra, los Estados Unidos y la Ar- ~
gentina. Estos grupa,s s0n fuertes y de temper·a mento brav0 y c0m-
bacivo. Los gall0s que introducen aquí de España y Cuba s0n también
de excele11tes razas y salen costan..Q.o bastante caros, pues há habido
'ocasiones en que han sido cotizados hasta por cien dól(!res_americano~.
un ejemplar. Los cubands los venden con garant~fas. de d·os o tres _p e-
lea$ por haber combaticlo y ganadq ya brillantemente en dos o tres..
l"iñas consecutivas.
Don 1\fanuel Villodre, caballero es-pañol que residió entre nos-
otros dtuante mu<ili0s. añ0s, y don Manuel María Márquez Barrios,.
colorubian0 que fue muy aficionad0- a las riñas de gall0s, los impor-
taba.n. d:irectamen~e de Jerez (España). Y con estos gallos extranjeros
efe€tuabam el duce aquf con una raza de gallina fina que es también.
muy rep.utada por su valentfa y cor~je. .,
NUESTMS GALLERAS 1
Las que vamos a nombrar son las más l\)eligrosas <lurante estos
·combates:
La herida ocasionada en el centro del pescuezo del gallo que lla-
man mo'rcilla o mondongona. La causada al gallo junto a la mejilla
llamada gollet.e y la producida junto al buche y la base del pescuezo"
esto es la, bur:hisangre.
Cielo es la herida recibida en el cielo de la b0ca.
Hay otras heridas más o menos graves, tales como el golpe de vista
y sent·i'do, el cual pEoduce inmediatamente la ceguera en el ave y un
dolor tan intenso que el gallo c'ac-area del sufrimiento y se vueLve como
loco; la pasadera, que es <::ausada encima de 10S ojos y cerc;:a del nervio
-óptico; el goLpe mortal Fecibido debajo de las alas en. la parte blanda,
el cual hace arrojar al gano en seguida abundan.te cantidad de sangre
por la boca causándole la muerte casi instantán.ea; el huevito} golpe
producido en la parte trasera donde están las tripas del ave; la
ea:nülem, lesión causada en las canillas o sea en las partes ronchosas
-de las patas y que ocasiona también grandes pérdidas de sangre al
gallo; el golpe de cabeza qado en el cen~ro de la cabeza, después de la
basJ~ de la cresta; el golpe tumbado de la cue"Pda. producrído en la cuer-
da del pescuezo, en su base; el golpe tumbado en los muslos" efectuado
en uno o en ambos muslos; el golpe tumbado del eído que produce
uaa ancha herida en el oído o junto al oído; el úncoehorros qu_ e es
propordonado ea la parte cubierta por el ala donde hay el encuéatro
4e cinco venas; etc.
Para no alargar más esta reseña no apuntam·os los nombres de las
,otras heridas que ¡nás agobian a los gallos durante las riñ~, heridas
-casi siempre producidas en la pechuga y en el buche.
Ocurre a menudo que durantt «iertas riña-s al gallo le vuela su
·contendor el pico. Casi siempre pierde entonces la pelea cuando esto
.suúede, salvo que sea muy re-pelador.
sus hijos para las minas, servicios para sus casas, y otros cien mil géne-
ros de imposiciones con que nunca paran, y después de todo esto las
dem0ras y tributos principales, jlilZgue cada cual si bastarán estos tra-
bajos a consumir y acabar los animales, cuanto más los hombres, y
muchas veces no les queda tiempo para hacer labores para el suste.nto
de sus casas. Todo esto va consumiendo los indios muy poco a poco
en poblezuelos nuevos, donde la justicia y los vecinos todos son enco-
menderos (españoles) y los unos por los otros nunca cumplen la ley ni
cédula enteramente que sea en favor de los indios, y a estos tales pue-
blos digo que permanecerán y duraran tanto como durase el susten.to
que los indios dieren y dan a los españoles, y que acabadQ>s los indios
de ser muertos no hay sustentarse pueblo porque ni los españoles se
dan a hacer heredades ni labores., 1\Í otras eosas que -sean perpetuas
poFque viven ociosamente."
En esta declaración del sacerdote e historiador eminente, está la
clave siniestra del exterminio de los aborígenes americanos, que no
fueron víctimas .
indefensas de crueles epidemias, como lo afinnan
.
al-
gunos historiadores interesados en ocultar la magnitud de un crimen.
Los aborígenes sabían combatir las enfermedades; conocían los
secretos de las pl.antas que curan y de las plan~as que matan; con las
primeras defendían su salud y su vida, y con las otras proporcionaban
la muerte a sus enemigos, como lo cuenta el mismo Padre Aguado:
\
\
' "Todo otro género de enfermedad, como son heridas y llagas y
lepra, lo curan los indios moscas (Boyacá y Cundinamarca) y los in-
dios Guayupes- (Llanos Orientales) con yerbas de particulares virtudes
con que sanan."
u • • • Algunos de aquellos capitane-s aconsejaron al Adelantado
que no pusiera a su gente de blanca donde los indios disparasen sus
flechas, que untadas con ponzoñosa y pestilente yerba, solían tirar,
c:on que en breve tiempo venía una irremediable mortandad en los
suyos, porque por muy pequeñas heridas que con las enherboladas
flechas tiradas por la furia de aquellos barbaras recibiesen, no sería
parte ninguJia antigua ex;p.eriencia de cirujanos ni letras de médicos
~apaz de remediar las vidas de los que fueren heridos."
De manera que el ·conocimiento de la botánica era una ciencia de
los aborígenes, que los conquistadores, ávidos de oro, no se preocupa-
ron por estudiar. Al correr de los años y de les siglos, el puebl'O con-
servó en sus tradiciones y leyendas, en sus canciones y sus coplas, en
Digitalizado Biblioteca Nacional de Colombia
Botiquín folklórico d~ Boyacá 149''
BORRACHERO
DA TURA. ARBOREA
EUCALIPTUS
que quiera convencerlo de que no hay tal niñito llorón ni cosa pa-
recida; y de que el Duende es un simple pajarraco semi-nocturno que
vive en los charrascales y cuyo canto es la grabación or~ofónica d el
llanto infantil; pájaro al que se conoce con el africanoide nombre de
Hcoscongo". Lejos de tra~cionar la fe de los mayores y <le repudiar la
tradicién, mánténga1as tieso y parejo hasta que usted p ersonalmente
compruebe la verdad. Y entretanto, goce "con el Duende" en el poe-
ma de Genaro Muñoz Obando, espuma y flor de 'leyendas tropicales.
Esta vez, de seguro por primera, no va a cabalgar esmirriado jaco
leñero, ni potro cerril y motilón, ni desl0mada y angulosa yegua, cual
tiene d~ ·hacerlo tantas veces, d ebido a la creciente
....
escasez de buenos
caballos, desplazados y sustituídos por el vértigo de motores y volan-
tes. Esta ve'l el Duende sale a una pista soleada, en el bridón esbelt.o
que Amado Nervo amó:
" él verrso d·e doce galopa7 galopa;n
metro embrujado y embrqjante en que, primero que ninguno, Vicen-
te Medina exprimió jugos de poesía r egional y entrañó música y savias
de gracia sencilla y de acerba dulzura:
el mismo verso que Darío escagió para "el minimo y dtJlce Francisco
<lf.l Asis."
Hermano sabanero, no lo demoro más; pero nos damos cita para
seguir hilvan~ndo esta fuga de cuotidiano trajín hacia praderas donde
el aire es aún transparente y puro. Y pl:les el Duende -quisquilloso y
resentido como él solO--, podría cobrarme, una noche de estas" el po-
nerlo de pretexto para desporrondingu€s sobre estética, otro rato
será el de espumar sobre lo que podríamos denominar sentido y vi-
gencia ~e un neo-realismo.
CAllLOS LóPEZ NARVÁEZ.
'
-5
Digitalizado Biblioteca Nacional de Colombia . ,,J:
CON EL DUENIDE
(leyenda tropical)
.
Por G. MU~OZ OBANDO-
Fue más tarde -hace de ello pocos año&-, cuando ya los países
que habí-an nacido a principios del siglo pasad0 comenzaron a valo-
rar su individualidad como naciones y su caf)acidad como pueblos;
cuando la ciencia comenzó a tomar verdadera forma nacional y los
estudiosos se mostraron entonces <::omo ven;l.aderos valores en todos
los aspectos de la cultura, de una cultura que habían asimilado a
través de los oc~anos, cuando estos países se miraron a si mismos, se
dieron cuenta de que ex:a necesario aprovechar todas esas experien-
cias recogidas en más de un siglo de existencia libre, para conocerse,.
para darse cuenta de sus posibilidades, haciendo un balance de su
capacidad productora, de sus hombres, de sus cualidades y de sus
defectos. Ya para ello, no poco sino mucho, han contribuido las dis-
ciplinas recientemente iniciadas de la Etnología y la AntropQlogía,
que no son otra cosa que el basamento en que se funda el conoci-
miento histórico de los pueblos para su desarrollo actual y para pro-
yectatse en el futuro.
Por eso en .Colombia con la llegada del pt0fesor doctor Paul
Rivet, y con la presencia del extinto profesor alemán Justus W .
Sch9ttelius, que formaron una generación_ de ambiciosos discípulos
y c0ntinuadores suyos; y en Venezuela con la aparición de un gru-
po de etnólogos que están llevando a <::abo n0tables labores de in-
vestigación, estas ramas de la ciencia van teniendo un apogeo y un
prestigio de que antes carecieran. Y al lado d~ ellas, estrecbamene,.e
emparentada y sirviéndoles de imprescindible auxiliar, el folklore
eomo ciencia, inicia también, junto con su carrera de ascenso, su tarea
creadora y sobre todo divulgadora de las características de esa parte
vüal de las nacionalidades, no por lo anónima menos viva y menos
consciente, que es el pueblo .
. . . .Es, pues, motivo de Gongratulación para todos los que miramos
a América, para los que creemos en sus capacidades, en su valor .como
conjunto~ en la fuerza de cada uE,a de las unidades que la C0!Xlponen,
y en su futuro, la aparición de esta Revista de Folklore de Venezuela,
que en su primera entrega nos suministra un conjunto ;maravilloso
de artículos teóricos y de materiales de estudio.
LA PRENSA Y NOSOTROS
ESTUDIOS FOLKLORICOS
F0LKLORE
¡,Qué es eso de Folklore'! "La palabra folklore la ~nventó en 1846··
W. J. Thoms, para designar la sabiduría tradicional de las clases sin..
cuJtura de las naciones civilizadas. En €ste ~ignificado ha sido admi-
tida en la may.or parte d€ los idiomas actuales.'' Así empieza la Enci-
clopedia Espasa (la sabidurfa por $ 2.ooo), su artículo soore la mate-
ria. 101 años después, en Bogotá, ha empezado a editarse una x:evista,
que procurará ser 1mensual, bajo los auspicios del gobierno, para ha-~
ter más comprensible la definición y más conocida la laoBr que ade:-
lantan varios investigadores colombianos, en tomo a las manifesta-
ciones originales del alma nacional.
Por lo general, o no se sab.e lo que es folklore o se cree que cons-
tituye el pretexto de unos cuantos viejitos desocupados para eChár-
selas de muy ilustres, recogiendo palabrejas y <:oplas, en las tabernas..
en que se holganm cuando j611enes, o en los campos que solían reco-
rrer, caballeros sobre una tosca montura, acompañados de un tiple
y de una ruana. En 1 943, el Ministerio de la Educación se propuso
acabar con el mal entendimiento. Creó una comisión nacional de ·
folklore, para que pusiera los puntos sobre las íe~. Ha gastada cuatr<Y-
aiíos recogiendo la tinta indispensable y· ahora empieza a ponerlos.
Organismo Técnico. En 1946, la c;:omisión fue anexada al Insti-
tuto Etnológico., entidad cientifica que honra al país (SEMANA, N<>
19), y esto trajo -consigo la tecnificación de sus labores y un mejor
instrumental de trabajo. Comisiones del Instituto recorn~n el país,
buscando lo que les interesa. Ahora todo cuantG recogen en manifes-
taciones típicas de cultura (música, leyendas, expresiones verbales,
etc.), es clasificado por la Comisión, que piensa editar algun<:>S volú- ,
menes para poner al país a la altura de otros que ya han adelantado.·
mucho terreno en estas actividades. La semana pasada, fue dado a la
circulación el primer número de la- ''Revista de FolkLore.. , que ser-
virá para divulgar estas tareas y llamar la atención del público sobre
la necesidad de c0nservar, antes de qué se des-gaste o contamine, lo ·
más original de Colombia, expresado en labios del pueblo. Colahoran
en este número: Octavio Quiñones Pardo, actual presidept~ de la:
comisión, 47 años, de Chiquinquirá (Boyacá), autor de varios libros
y de abundantes artículos en la prensa sobre los cantáres y refranes
de su departamento. Luis Duque Góme¡, d.irector del EtnológicG, 3 r
afios, de Marinilla (Antioquia), autor de notables investigaciones
sobre los indios d._e Colombia y hallazgos arqueológicos en tettrit0rio
nacional. Luis Alberto Acuña, presidente anterior de la comisión,
pintor y escultor, 43 años~ de Suáita (Santander), profesor d~ la
E$cuela de Bellas Artes y reciente ganador de una beea en el exterior,
que le permitirá viajar en diciembre a los Estados Uiílidos para ade-
lantar en sw estudios artísticos. Aristóbulo Pardo, tolimense, prof«-
•
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172 Notas