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El Salado en tres versiones.

Primera versión:
Contar la historia en primera persona desde el personaje protagonista como si
fuera un influencer hablándole a su audiencia en Instagram .
Les quiero contar que viví una de esas historias que involucran a nuestros hijos y nos
sacuden. Habíamos ido con los niños esa tarde a visitar a M., que está viviendo en el
campito donde cuida dos caballos, a unos pocos kilómetros de casa. Los chicos querían
ver a los caballos y yo aprovechaba a charlar con M. Nos recibió con un té con scons y
nos sentamos las dos en la salita. Los nenes me pidieron ir a ver a los caballos y
encararon campo adentro. El campo estaba yermo, solo algunas cortaderas dispersas y
juncos en las zonas más bajas. Los caballos pastaban a pocos metros de ahí. Les di
permiso. La conversación con M poco a poco me capturó. Teníamos mucho de qué
hablar. M. había atravesado un tratamiento oncológico, luego pasó dificultades para ser
mamá y tuvo otra recaída, de la que salió con éxito y ahora casi por milagro era madre de
un bebé hermoso. Me estaba contando que hacía días había vuelto de dar las gracias.
"Fui a Rosario a ver a un cura sanador, el padre Ignacio". "El sacerdote nació en Sri
Lanka, todos los domingos lo van a ver mas de doscientos enfermos y personas con
problemas terribles". Mi amiga hizo una cola de tres horas y media para entrar a la capilla
a verlo. Sola, porque no dejaban entrar a su marido con el bebe. Escuchaba lo que me iba
contando, conmovida y perpleja: "Cuando por fin llegué a acercarme, le di las gracias, me
puso la mano en la frente, me miro muy fijamente y me dijo que cuidara de la distancia...",
declaró mi amiga, con una mueca de desazón. Con la misma emoción, tratando de captar
la idea inquirí ¿la distancia con él?. Fue allí cuando, movida por una rara energía, deje
caer la taza torpemente y me asomé por la ventana para verlos. Pero no vi a la redonda
ningún rastro de los chicos, ni de los tres perros border coli, ni de los caballos. Me alejé
unos metros de la casa para ganar visión y sin embargo, ninguna figura sobre el
horizonte. El campo se me hacia interminable. Quedarme a esperarlos no me daba
confianza. Chicos de esa edad pierden la idea del tiempo y tal vez de la orientación,
además, ya empezaba a mermar la luz del sol. Sin dar explicaciones, salí de la sala, abrí
la tranquera del camino y encaré con la camioneta. Avancé campo traviesa unos
quinientos metros, mientras tocaba bocina y desde la ventilla gritaba sus nombres. Los
gritos eran cada vez mas agudos y desgarrados. La parte trasera del campo da al arroyo
Salado, que en ese entonces estaba desbordante por las copiosas lluvias. Yo avanzaba
hacia donde el instinto me guiaba, pero no los veía y en eso derrapo en una zona de lodo
y me encajo hasta la coronilla. Los limpiaparabrisas movían el barro de un lado al otro, las
ruedas patinaban en falso. Me bajé del auto y seguí chapuceando en dirección al límite
del campo, hacia el arroyo. Por ahi distingo la figura de un caballo. Pero los chicos no
estaban. Empiezo a desesperarme, realmente entré en pánico. Gritaba sus nombres
como una loca y se me pasaron por la cabeza las peores ideas. Crei que no los vería
nunca mas. De pronto las palabras del padre resonaron en mi cabeza y ahora recapitulé,
parecía que me las había dirigido a mi.. "cuidarse de la distancia". La palabra me perforó
la conciencia. En un instante vi en mi mente todas las variaciones de las distancias que
me habían separado de mis hijos, desde la ausencia de distancia, dentro de mi útero o ya
sobre mi pecho, hasta el día en que durmieron a pocos centímetros, en su propia cuna, o
a pocos metros, en su propia habitación, o a pocas cuadras, en la casa de los abuelos, o
mas lejos, en la casa de los amigos. Cada momento era una foto en la que veía sus
rostros alejarse, hasta desaparecer. Hasta que un par de minutos después -que fueron
eternos y negros- vi dos figuritas en el horizonte, chiquitas, alzando los brazo. Eran estos
dos bajitos locos que se habían ido hasta los alambrados que limitan con el arroyo y que
por suerte nunca se les ocurrió pasar para acercarse al río...Lloramos los tres como unos
marranos, en verdad ellos lo hicieron cuando vieron mi cara deformada por el gesto de
desesperación y me pidieron perdón. M se acercó en su auto lo que pudo, porque el suelo
era un lodazal. Cuando por fin salimos del barro, me lancé a abrazarla fuertemente y
temblando le dije, gracias.

Segunda versión:
Escribir la historia en segunda persona como si el personaje se la contara a sí
mismo frente al espejo usando solo hilo de pensamientos.
Te acuerdas de esta historia y tiemblas, pero cuando ves a tus amigas mas jóvenes,
sientes necesidad de contárselas. Lo haces siempre de la misma forma. Le cuentas los
detalles de esa tarde, cuando fueron a visitar a M., al campo donde cuidaba caballos,
cerca de tu casas; que los chicos querían verlos y vos hablar con ella, que te esperaba. Si
tus nenes te piden ir a ver a los caballos, le das permiso, son chicos y eso les encanta.
Aprovechas para charlar con M que tiene mucho que contarte. No es fácil para vos
ponerte en la piel de alguien que atravesó un tratamiento oncológico, que luego paso
dificultades para ser mamá y tras cartón tuvo otra recaída. Te alivia que saliera con éxito y
te reconforta que sea madre de un bebé hermoso. Sientes que ha sido un milagro,
aunque no crees ni en la providencia ni en el destino. Ella te cuenta viajó a dar las
gracias. Te describe cómo fue a Rosario a ver a un cura sanador, el padre Ignacio, que
nació en Sri Lanka, que todos los domingos lo van a ver mas de doscientos enfermos y
personas con problemas terribles, que hizo una cola de tres horas y media para entrar a la
capilla a verlo, sola y que cuando por fin llegó a acercársele le dio las gracias. Abris los
ojos para escucharla incrédula y te cuenta cuando él puso su mano en su frente, la miro
fijo y le dijo que cuidara de la distancia. Te preguntas a qué distancia aludía, sospechando
que el cura no quería que se le acercaran mucho. Cosa de santurrones engreídos
piensas, pero te inquietas movida por una rara energía de un salto te asomas por la
ventana. Buscas a tus hijos pero no ves ningún rastro. Te alejas unos metros de la casa y
sin embargo, ninguna figura sobre el horizonte. El campo se te hace interminable. No
podes quedarte a esperarlos, algo te lleva a actuar de inmediato, porque piensas que los
chicos de esa edad pierden la idea del tiempo y del espacio. Sin dar explicaciones, salís
de la sala, abrís la tranquera del camino y encaras con la camioneta. Avanzas mientras
tocas la bocina y desde la ventilla gritas sus nombres. Recordas que la parte trasera del
campo da al arroyo Salado, que en ese entonces esta desbordante de agua. Avanzas
hacia donde el instinto te guía, pero no los ves y tu auto derrapa en una zona de lodo y
quedas encajada. Te bajas del auto y seguís chapuceando en dirección al límite del
campo, hacia el arroyo. Distinguís la figura de un caballo que se te acerca, pero los chicos
no se ven. Entrando en pánico gritas sus nombres. De pronto las palabras del padre
resuenan en tui cabeza y ahora te cae la ficha, "cuidarse de la distancia", eran palabras
inconexas pero que ahora parecían dichas a vos. La idea te perfora la conciencia. En un
instante ves la superposición de todas las variaciones de distancias que te habían
separado de tus hijos. Desde la ausencia de distancia, dentro del útero o sobre tu pecho,
hasta el día en que durmieron a pocos centímetros, en su propia cuna, o a pocos metros,
en su propia habitación, o a pocas cuadras, en la casa de los abuelos, o mas lejos, en la
casa de los amigos. Cada momento era una foto en la que ves sus rostros alejarse, hasta
desaparecer. Hasta que un par de minutos después -que fueron eternos y negros- ves
dos figuritas en el horizonte, chiquitas, alzando los brazos. Ves a dos bajitos locos
caminando en dirección contraria a los alambrados que limitan con el arroyo y que por
suerte nunca se les ocurrió pasar para acercarse al río...Lloran los tres como unos
marranos, en verdad ellos lo hacen cuando te ven con tu cara deformada por la
desesperación. Te piden perdón y vos insultas al cielo. Tu amiga se acerca en su auto lo
que puedo, porque el suelo es un lodazal. Cuando logras atravesar el charco, te lanzas a
abrazarla fuertemente y temblando nerviosa le das las gracias.

Tercera versión:
Presentar la historia en tercera persona desde un narrador testigo (un/a vecino/a,
por ejemplo) que vio desde afuera lo ocurrido sin que registren su presencia y
ahora lo cuenta a un tercero que no conoce nada sobre los personajes de la
historia.
Don Claudio, como diz que le va? acá bien vio, pasándola. Me preguntaba Ud. de los
caballos, que si los cuido, mire si, pero ¿que piensa hacer? Vio que se van los pingos si
uno se confía. Si los deja Ud. se alejan, se pueden pasar a la ruta o al rio ¿vio? ¿Vio lo
que paso el otros día ese que vino la chica? Esa señora, la amiga de la M. de su mujer.
Yo estaba acá, acomodando el galpón, las herramientas, vio, lo de siempre va. Y veo que
salen los do gurises, los hijo e la señora, me pienso. Yo lo miraba que se iban pal campo,
como estaban los perros y los caballos, por ahi, mi imagine querian acercarsele. Pasó un
rato, yo me entretuve ahí con la máquina para salir a desmalezar y veo que sale la señora
echa una flecha en la chata, mete tercera no mas pasa la tranquera y pienso, uh, por Dio,
los caballos, los pibes! que pasó me dije y le pregunté a la patrona si precisaba ayuda. Me
dijo su señora, que me quedera por ahi cerca, que la mama de los pibes se habia asustao
porque no vio a sus hijo, por eso jue a buscarlo. Yo pense ahi don, que no hay que tener
los caballos sueltos por acá, que estamo cerca e la ruta que es peligroso y ademas
piensese en el rio! Uy el rio esta alto estos dias, qeu los pibes no se vayan a refalar, ahi si
que macana. Bueno la cosa que me quede ahi esperando, paso un rato largo vio. La doña
M, su mujer también agarró el auto y fue para el lado del arroyo, yo no veia nada de aca,
imaginese asi que agarre los binoculos eso suyos y mire. Por ahi veo los animales que
venían al trotecito, con los coli atrás. Y mire mas allá, y estaban los autos, la camioneta
llena e barro, el auto de la doña mas acá del este lado del bajo. Y ahi me acomodo pa ver
bien y veo los pibes, la doña, la amiga, se estaban abrazando todos. Se habrán asustao
que el auto se le encajo en el lodo, vio la mujer no esta acostumbrada a andar en el barro,
eso es cosa de hombre. Pero bue, lo que le queria decir, patron, es que no conviene
andar con caballos aca en el campito, menos cuando hay niños dando vuelta.

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