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Libro 14-Crimenes de Guerra
Libro 14-Crimenes de Guerra
Sin que nadie lo sepa, fuerzas oscuras están ocupando Azeroth, amenazando no
sólo la capacidad de los tribunales para hacer justicia... sino también las vidas de todos
los presentes en el juicio.
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Christie Golden
Crímenes de Guerra
Traducción y Edición:
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AGRADECIMIENTO
Dedicado a Sean Copelan, un historiador extraordinario, por sus
infatigables ánimos, sus rápidas y útiles respuestas y el apoyo total y
entusiasta que ha brindado a mi trabajo. ¡Gracias, colega!
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PRÓLOGO
D raenor.
La tierra natal de los orcos y, durante mucho tiempo, el único hogar que Garrosh
Hellscream había conocido. Había nacido ahí, en Nagrand, la parte más hermosa, más
verde de ese mundo. Ahí, había padecido la enfermedad y había sufrido una gran
vergüenza por culpa de los actos de su padre, el legendario Grommash Hellscream.
Cuando Draenor sucumbió a la magia demoníaca, Garrosh le había echado la culpa a
esa leyenda. Se había sentido avergonzado de portar la sangre Hellscream hasta que
Thrall, el Jefe de Guerra de la Horda, le había demostrado a Garrosh que aunque
Grommash podría haber sido el primero en aceptar esa maldición, el anciano
Hellscream había dado la vida para ponerle punto final.
Draenor. Garrosh no había vuelto por allí desde que se había marchado,
henchido por las llamas del orgullo y un intenso afecto por la Horda de Azeroth, para
defender su nuevo hogar de los horrores del Rey Lich.
Pero este mundo no era como lo recordaba, repleto de energía vil, con cada vez
menos criaturas salvajes y enfermo, muy enfermo. No, este era el mundo tal y como era
cuando él era niño, y era muy hermoso.
Por un momento, Garrosh permaneció inmóvil. Acto seguido, giró la cara hacia
el sol y los tatuajes que decoraban su poderoso cuerpo, que habían sido los mismos que
había llevado su padre, se estiraron. En sus pulmones entró un aire dulce y limpio.
Parecía imposible... pero no lo era.
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Garrosh se quedó boquiabierto… por un momento dejó de ser el Jefe de Guerra,
el héroe de la Horda, un guerrero valeroso, y pasó a ser un joven que contemplaba a su
difunto padre, fallecido hacía mucho tiempo, a quien había creído que no volvería a ver
nunca más.
Garrosh, ataviado con una túnica que contaba con una capucha, se tuvo que
contentar con mostrar un semblante imperturbable al levantarse de esas pieles que
utilizaba para dormir, se alejó lo máximo posible de las ventanas octogonales de marcos
metálicos de la celda que relucían con un resplandor violeta y esperó. La maga, que
vestía una larga túnica ornamentada con diseños florales, avanzó unos cuantos pasos e
inició un encantamiento. Ese fulgor desapareció de las ventanas. Retrocedió y los otros
dos pandaren —unos gemelos idénticos— se aproximaron. Un hermano vigilaba con
suma atención a Garrosh mientras el segundo metía ahí dentro una comida compuesta
de té y bollos variados a través una abertura situada a la altura del suelo. En cuanto el
guardia se levantó, este le hizo una seña a Garrosh para indicarle que podía acercarse a
coger la bandeja.
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—¿Cuándo me ejecutarán? —preguntó Garrosh sin rodeos.
Garrosh quiso lanzar esa comida contra los barrotes, o incluso habría preferido
abalanzarse súbitamente sobre su torturador sonriente para aplastarle la tráquea con una
sola de sus descomunales manos antes de que esa pequeña hembra pudiera reactivar el
hechizo. Sin embargo, no hizo ninguna de las dos cosas, sino que, con suma calma y
ejerciendo un gran control de sí mismo, se acercó a la pieles y se sentó sobre ellas.
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CAPÍTULO UNO
—Es mucho más de lo que se merece —afirmó Vereesa, cuya mirada estaba
clavada en Varian—. No deberías haber evitado que Go’el lo matara, majestad. Ese
monstruo solo se merece la justicia de la muerte, e incluso eso sería más piadoso que lo
que él ha hecho.
La general forestal hablaba con dureza, pero Jaina no se lo podía echar en cara.
Sobre todo porque compartía los sentimientos de Vereesa al respecto. Garrosh
Hellscream había sido el responsable de la destrucción (no, esa era una palabra que se
quedaba corta, una palabra demasiado fría para describir lo que había hecho), del
apocalipsis desatado en la ciudad estado de Theramore. En el espacio de una fracción de
segundo, se produjo la muerte de centenares de sus habitantes, unas muertes que
manchaban las manos del entonces Jefe de Guerra de la Horda, quien había engañado a
algunos de los mejores generales y almirantes de la Alianza para que se reunieran en
Theramore, donde iban a planear la estrategia a seguir en una guerra que se librara con
medios honestos. Garrosh, sin embargo, había lanzado sobre el mismo centro de la
ciudad una bomba de maná, cuya potencia se vio aumentada gracias a una reliquia
robada al Vuelo de Dragón Azul. Todo aquel, todo aquello que se encontraba en el
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radio de acción de la bomba había muerto. Jaina sacudió la cabeza de lado a lado para
intentar desterrar esos horribles recuerdos de su memoria, el recuerdo de que algunos de
sus seres queridos habían perecido ahí. Jaina Proudmoore ya no volvería a ser nunca la
dama de Theramore.
Notó una leve caricia en el brazo que la devolvió al presente. Jaina alzó la
mirada hacia el dragón azul Kalecgos, que había sido lo único bueno que había salido
de ese desastre. Jaina y él quizá no se hubieran conocido nunca si él no hubiera acudido
a Theramore a pedirle ayuda para recuperar el Iris de Enfoque. Si bien las mareas de la
guerra le habían traído a Jaina un compañero sentimental, en el caso de Vereesa
Windrunner habían hecho justo lo contrario. Rhonin, el archimago que había ostentado
antes que Jaina el título de líder del Kirin Tor, se había colocado en el centro mismo de
la ciudad para atraer la bomba de maná hacia sí y poder contener mágicamente la
detonación en la medida de lo posible. Además, en medio de todo esto, había empujado
a Jaina a través de un portal, tras el cual pudo hallarse sana y salva. Jaina, Vereesa, la
elfa de la noche Shandris Feathermoon y un puñado de centinelas más habían sido los
únicos supervivientes.
La líder del Pacto de Plata aún no se había recuperado del todo de esa pérdida y
—probablemente— jamás lo haría. Aunque Vereesa siempre había sido fuerte y franca,
ahora sus palabras eran crueles e hirientes y un odio tan gélido y amargo como el hielo
de Northrend moraba en su corazón. Gracias a la Luz, ese hielo se había derretido en
parte cuando había hablado con sus dos hijos gemelos, Giramar y Galadin.
No hace mucho, Varian habría saltado como un resorte y se habría enfadado con
Vereesa por haber criticado abiertamente su decisión, pero ahora se limitó a decir:
—Tal vez obtengas tu deseo, Vereesa. Recuerda lo que prometió Taran Zhu.
Después de que Varian hubiera impedido que Go’el —antes conocido como
Thrall, en su día Jefe de Guerra de la Horda y ahora líder del Anillo de la Tierra— diera
a Garrosh el golpe mortal con el poderoso Doomhammer, Garrosh había sido entregado
a los pandaren, un pueblo en el que tanto la Horda como la Alianza confiaban y que
también había sufrido mucho a manos de Garrosh. Taran Zhu, líder del Shadopan, les
había asegurado que Garrosh sería juzgado y que se iba a hacer justicia al fin. En esos
momentos, el orco estaba encerrado en los sótanos situados bajo el Templo del Tigre
Blanco, bajo una fuerte vigilancia. Hacía un par de días, un emisario enviado por el
Celestial Xuen les había entregado este mensaje en su nombre:
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Todos los líderes de la Alianza habían recibido la misma carta. Jaina pudo ver a
algunos de ellos al pie de la colina, donde se estaban subiendo a unos carros forrados de
la misma manera para realizar la ascensión hacia el templo. La reina regente Moira
Thaurissan, uno de los tres miembros del triunvirato que lideraba a los enanos, parecía
estar discutiendo con un pandaren muy sereno al mismo tiempo que señalaba enojada al
carro. Sin lugar a dudas, no lo consideraba un medio de transporte “digno” para su regia
persona.
—No —dijo Vereesa—, no sabemos por qué, pero al parecer, es importante para
los Celestiales. Pero si es tan rematadamente importante, ¿por qué no nos dejan ir
volando sin más hasta el templo? ¿Por qué perder el tiempo con este carro?
Sí, pensó Jaina, realmente era lo que era, era quien era, y se alegraba de ello, a
pesar de que sabía que su relación todavía tendría que sortear muchos obstáculos.
Intentó acomodarse de nuevo sobre esos cojines bordados para disfrutar del
lento ascenso por ese sendero que se curvaba. Pandaria transmitía una paz
extraordinaria y ofrecía belleza allá donde cualquiera miraba. Los cerezos estaban
repletos de flores rosas, algunas de las cuales revoloteaban de aquí para allá cuando el
viento mecía las ramas. Las estatuas de unos tigres blancos custodiaban la primera de
una serie de elegantes entradas, y el camino se fue tomando más empinado. Mientras el
carro seguía avanzando sin prisa pero sin pausa y el frío se volvía más intenso, la
esbelta Jaina se sintió agradecida por el calor que les proporcionaban los braseros con
los que se topaban en su camino y se abrigó aún más. Al principio, el suelo se hallaba
cubierto de una fina capa de nieve, pero luego, a medida que se encontraban a mayor
altitud, la nieve se iba amontonando más y más. Jaina notó que cada vez pensaba con
más claridad y tenía la mente más despejada; y entendió enseguida lo que ocurría. Sabía
que a la hora de lanzar un hechizo la concentración y la determinación eran muy
importantes y, súbitamente, tuvo claro que los Celestiales les estaban brindando, a su
manera, a sus invitados la oportunidad de hacer eso precisamente. Al ascender en ese
carro por la montaña sin ninguna prisa, al rodear las periféricas estructuras exteriores y
al hallarse expuestos a tanta belleza y paz a lo largo de todo el camino, Jaina y sus
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compañeros tenían la oportunidad de olvidarse de sus obligaciones diarias y mundanas
para poder llegar mentalmente frescos. Dejó que el aire, que transportaba el sutil aroma
de las flores del cerezo, le limpiara la mente.
Como tanto Kalec como ella estaban sentados mirando hacia atrás, Jaina no
pudo ver qué fue lo que provocó que el hermoso rostro de Vereesa se contrajera en un
gesto de contrariedad y que Varian apretara con fuerza los labios cuando el carro se
detuvo ante el primer inestable puente de cuerda. Al instante, la elfa noble movió un
brazo hacia un lado y cerró el puño, pues acababa de recordar que les habían pedido que
no fueran armados al templo.
—¿Qué están haciendo ellos aquí? —inquirió Vereesa con suma brusquedad,
aunque acto seguido ella misma se contestó—. Bueno, Garrosh sigue siendo su antiguo
líder. Debería haber supuesto que querrían estar presentes cuando se anunciara su
destino.
Jaina se volvió en su asiento y alzó la vista hacia el patio del templo. Entonces,
se le desorbitaron un tanto los ojos. Sintió un nudo en el estómago al recordar la táctica
que Garrosh había empleado en Theramore —reunir a los mejores estrategas de la
Alianza en un solo lugar—, ya que, al parecer, no solo se había invitado a los líderes de
la Alianza, sino también a los de la Horda.
Vol’jin, el troll de piel azul, se encontraba ahí, por supuesto; era la contrapartida
de Varian, pues era el nuevo Jefe de Guerra. ¿Acaso sería mejor que un orco? ¿O peor?
¿Acaso importaba? Ni siquiera el ex jefe de Guerra Thrall, que ahora se hacía llamar
Go’el (su nombre de pila), había sido capaz de calmar la sed de sangre de la Horda, a
pesar de lo mucho que lo había intentado.
Justo cuando estaba pensando en él, sus ojos se posaron sobre el chamán orco.
Junto a Go’el se hallaba su compañera, Aggra, que portaba algo pequeño en sus brazos.
Al hijo de Go’el.
Jaina había oído que Go’el había sido padre, y también corría el rumor de que
Aggra volvía a estar embarazada. En su día, habían invitado a Jaina a sostener ese bebé
en sus brazos, pero ese tiempo había pasado. Go’el estaba escrutando esa multitud
cuando sus ojos azules se cruzaron con la mirada también azul de Jaina.
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Jaina se giró para buscar una distracción y centró su atención en el más alto de
los líderes, en Baine Bloodhoof. Aparte de Go’el, Baine era el único líder de la Horda
que Jaina había sido capaz de considerar un amigo. Ella lo había ayudado cuando
Garrosh asesinó a su padre, al tauren Cairne, y lo había apoyado cuando los tauren
Grimtotem decidieron atacar Thunder Bluff. Baine le había devuelto el favor cuando la
había advertido del inminente ataque a Theramore. Claro que Baine había dado por
supuesto que se trataría de una batalla normal, ya que no sabía nada sobre el Iris de
Enfoque robado ni del uso letal que Garrosh pensaba darle. En opinión de Jaina, las
deudas entre ambos estaban saldadas.
Un pandaren ataviado con ropa de monje les hizo una reverencia a modo de
saludo cuando bajaron del carro.
—Creía que habíamos venido hasta aquí para ser testigos de cómo se imparte
justicia —replicó Vereesa, pero entonces Jaina la agarró del brazo. Vereesa se mordió
los labios y no dijo nada. Desde el asesinato de su marido, Vereesa se había refugiado
en Jaina, ya que la líder del Kirin Tor era la única que parecía ser capaz de calmar las
turbulentas aguas de su odio a la Horda.
—Espero que entiendas que no puede haber paz en nuestros corazones —le dijo
Jaina al monje—. Ahí solo hay dolor, furia y deseo de justicia, tal y como ha señalado
Vereesa. Sin embargo, yo por mi parte me comprometo a no emplear la violencia.
Pese a que los otros tres que la acompañaban respondieron del mismo modo,
Vereesa pronunció esas palabras con dificultad. A continuación, el pandaren los invitó a
seguirlo por ese puente de cuerda hasta la descomunal escalera central que llevaba al
coliseo.
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—Sabía que vendrían —afirmó Aysa, que agachó la cabeza ante cada uno de
ellos sucesivamente—. Gracias.
—Él está aquí. —dijo Aysa—. Por ahora, estamos juntos, y el tiempo que
pasamos juntos es precioso.
No dijo nada más y Jaina no la presionó. La archimaga esperaba que tal vez este
juicio hiciera que Ji se diera cuenta que la Horda era el lado equivocado que había
elegido.
El Templo del Tigre Blanco era enorme. Aquí, en la zona cavernosa situada en
el centro del templo, entrenaban los monjes pandaren, quienes practicaban con suma
disciplina ante la atenta mirada de Xuen hasta convertirse en maestros de ese peculiar
arte marcial. A pesar de su tamaño, el templo no transmitía ninguna sensación de
opresión. Tal vez eso se debiera a que, aunque en ese sitio había una gran cantidad de
asientos, nadie iba ahí para presenciar unos combates a muerte, sino unas exhibiciones
de destreza y habilidad.
La entrada se hallaba al sur, justo frente a un trono enorme flanqueado por unos
braseros en la zona de los asientos. Había banderas al oeste, norte y este. En el suelo
había un anillo compuesto de seis grandes círculos de bronce ornamentados
independientes unos de otros y un séptimo más grande y un poco apartado del resto en
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el centro. La iluminación provenía de las llamas de unos faroles que pendían del techo,
y de la luz del día que atravesaba las puertas abiertas de la entrada.
Ahí, delante de ellos, había más gente. El hijo de Varian, el príncipe Anduin, se
acercó dando grandes zancadas hacia ellos y le dio un abrazo a su padre. Jaina se sintió
feliz al comprobar con qué afecto y serenidad interactuaban ambos, sobre todo teniendo
en cuenta lo tensa que había sido su relación hasta no hacía mucho. Anduin, que llevaba
en estas tierras mucho más que cualquiera de ellos, se llevó un dedo a los labios y
ambos asintieron.
Greymane había optado por su forma huargen, lo cual quería decir muchas
cosas; quería indicar a la Horda que algunos de los miembros presentes de la Alianza
entendían qué suponía estar en contacto con el lado más primigenio de la naturaleza y,
al mismo tiempo, mostraba a sus compañeros de la Alianza que no se avergonzaba de
ello.
Entonces, Jaina oyó a alguien respirar hondo a su lado y miró hacia el lugar al
que miraba Vereesa. Una figura esbelta y elegante acababa de entrar en el Templo del
Tigre Blanco. A primera vista, parecía una arquera elfa, pero su piel tenía una tonalidad
pálida entre azul y gris, y sus ojos eran de un color rojo brillante, como si fueran la
única vía de escape con la que contaba un fuego inextinguible.
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CAPÍTULO DOS
B aine Bloodhoof consideraba que solo Mulgore era capaz de superar a los
pandaren en su capacidad para hacerle sentir una honda paz en su corazón y su mente.
Como guerrero que era, respetaba la habilidad y destreza de la que hacían gala aquellos
que luchaban en el templo de Xuen. Aun así, la ansiedad lo dominaba.
Se podía afirmar que la primera gran fechoría que Garrosh había cometido
contra cualquier miembro de la Horda había tenido como objetivo a los tauren; había
matado al amado padre de Baine —al gran Cairne Bloodhoof, a quien tanto se le
extrañaba—. Baine no albergaba ninguna duda de que Cairne habría salido victorioso
de ese combate mano a mano si se hubiera librado de una manera justa, como se
suponía que se debía combatir en el mak’gora. Cairne no había caído ante un rival
superior, sino que había muerto envenenado, ya que la hoja del arma de Garrosh había
sido embadurnada con esa sustancia sin que este lo supiera.
Los titanes habían creado ese valle; un bello lugar tan hermoso y exuberante que
prácticamente era imposible de creer, donde todo crecía en paz y armonía. El valle
había sido aislado del resto del mundo y custodiado por unos atentos guardianes tras la
derrota de la antigua raza mogu, aunque recientemente tanto la Alianza como la Horda
se habían ganado el derecho a entrar en él. Baine reflexionó amargamente que había
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hecho falta muy poco tiempo para que Garrosh Hellscream, arrastrado por sus ansias de
poder, destruyera algo que había existido durante incontables milenios. Después de
todo, las flores del valle no resultaron ser “eternas”. Ya no estaban, solo eran un
recuerdo, aunque una nueva vida —y una nueva esperanza— brotaba en el valle tras la
derrota definitiva del sha.
—En su día, le prometí a Garrosh que sabría perfectamente quién iba a disparar
la flecha que le atravesaría su tenebroso corazón. Sé por qué te muerdes los colmillos de
impaciencia, o más bien te los morderías si los tuvieras.
Vol’jin asintió.
Baine lanzó una mirada fugaz a Go’el, Eitrigg y Varok Saurfang. Aggra ya no
sostenía a su hijo, Durak, sino que se encontraba en brazos de Go’el, quien lo sujetaba
con mucha seguridad y calma. Baine, que había perdido a su padre por culpa de un
innoble acto violento, sabía que Go’el estaba decidido a participar activamente en la
educación de su hijo. Cairne había estado siempre muy presente en la vida de Baine y al
ver esa estampa este se sintió conmovido de un modo inesperado. Padres e hijos...
Grommash y Garrosh, Cairne y Baine, Go’el y Durak, Arthas y Terenas Menethil,
Varosk y Dranosh Saurfang. Sin lugar a dudas, este era el modo en que la Madre Tierra
les recordaba ciertos vínculos muy profundos capaces de lo mejor y de lo peor.
—Espero que tengas razón —le dijo Baine a Vol’jin—. Go’el fue quien le dio
ese cargo a Garrosh, y Saurfang le guarda mucho rencor.
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—Ellos son orcos de honor. Sí, lo son. Es ella la que me preocupa. Nadie
conoce el odio mejor que la Dama Oscura. Y le encanta que la venganza se sirva en
frío.
El tauren recorrió con la mirada la zona donde se habían reunido los líderes de
la Alianza. El joven Anduin y Lady Jaina, con quien en su día se había sentado —ese
recuerdo le hizo esbozar una triste sonrisa— a compartir una taza de té. Había alguien
junto a ella que le resultaba extrañamente familiar, aunque en esta ocasión se trataba de
una elfa noble viva. Debía de ser Vereesa Windrunner —la hermana de Sylvanas y de la
desaparecida Alleria—.
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ojos mortales como un yaungol, el cual giraba su cabeza de pelo blanco mientras
escrutaba a los visitantes con esos radiantes ojos azules y reverberaban los pasos que
daba con esos relucientes cascos. La sabia Serpiente Jade, Yu’lon, se había encamado
en la forma más peculiar, o eso le pareció a Baine en un principio, en un cachorro
pandaren. Mientras cavilaba al respecto, la mirada magenta de Yu’lon se cruzó con la
suya y le sonrió. El tauren se dio cuenta de que eso había sido una decisión sabia, pues
con ese aspecto tan dulce y hermoso lograría que todos quisieran acercarse a ella.
Todo el mundo permanecía quieto, esperando con ansia alguna palabra suya.
Sin embargo, los Celestiales no hablaron, sino que se volvieron para contemplar
expectantes una pequeña figura que acababa de entrar en el templo.
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Baine miró primero a Anduin, cuyo rostro sabía que no estaría dominado por el
odio. Acto seguido, recorrió con la mirada los severos rostros de los enanos y el
semblante peludo de Genn Greymane. Daba la impresión de que Vereesa estuviera
apretando los dientes con fuerza, así como sus pequeños pero fuertes puños, y se
preguntó si Jaina era consciente que su tristeza y resentimiento eran fácilmente
perceptibles. A medida que ese minuto de reflexión se fue prolongando, Baine se
percató de que la tensión fue abandonando algunos rostros, aunque otros parecieron
poseídos aún más por la impaciencia. En ambos bandos.
—Bajo nuestros pies, en una prisión muy bien custodiada, se encuentra aquel
cuyo destino han venido a conocer, ahí se halla Garrosh Hellscream.
Baine tragó saliva con impaciencia, a la espera de sus siguientes palabras. Podía
notar que la tensión dominaba el ambiente y podía oler la ira, el miedo y la ansiedad.
Pero no se podía presionar al sereno monje para que fuera más rápido.
—Se les ha dicho que el destino de Garrosh Hellscream se decidiría hoy aquí. Y
eso es totalmente cierto. Los Celestiales no mienten. Pero tampoco se lo han contado
todo. Tras mucho discutir y meditar, han llegado a la conclusión de que Hellscream no
debería ser juzgado por ellos únicamente. Todos han sufrido mucho por su culpa, no
solo Pandaria, aunque es innegable que sus habitantes también han sufrido un calvario.
—Se llevó una zarpa al vientre, donde Gorehowl le había abierto una gran herida no
hacía mucho tiempo—. Por tanto, se merecen poder decidir al respecto. No cabe duda
de que es culpable; aun así, celebraremos un juicio justo y abierto para determinar su
destino. En ese juicio participarán tanto la Horda como la Alianza e incluso cabrá la
posibilidad de reducirle la condena e incluso de que se le conceda... la libertad.
Xuen entornó los ojos levemente y alzó la voz; una voz tan cristalina como una
campana y tan afilada como una espada.
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—¡El silencio imperará en mi templo!
—Aun así, los Celestiales seguirán siendo juez, jurado y verdugo, ¿verdad? —
Estas palabras fueron pronunciadas por Lor’themar Theron. Baine no dudaba de que la
capacidad de “cooperación” de ese elfo de sangre hubiera llegado a su límite.
—No, amigo Lor’themar —replicó Taran Zhu—. Los Celestiales, que son unos
seres muy sabios y desean que se imparta justicia, están abiertos a otras opciones y se
han ofrecido a hacer de jurado. Y yo me sentiré honrado de hacer las veces de fa’shua
—de juez—. Conozco a muchos de los que ahora se hallan ante mí y he de decirles que
de entre ustedes se elegirán a unos representantes de la Horda y la Alianza para que
cumplan las funciones de defensa y acusación, tal y como exige la antigua ley pandaren.
—El defensor abogará por una sentencia más leve y el acusador, por supuesto,
pedirá una más severa. Podrán elegir a quien quieran, pero la otra parte podrá ejercer el
derecho de veto una sola vez.
—¡Yo veto todo este procedimiento por entero! —exclamó Genn Greymane—.
Hellscream envió a la Horda a masacrar a nuestro pueblo. Fue una terrible carnicería. Si
vamos a aceptar que se celebre un juicio, hagamos uno de verdad y juzguemos a todos
los líderes de la Horda, ya que en el mejor de los casos tal vez no hicieron nada por
impedirlo y en el peor se sumaron a la masacre o... —en ese instante, lanzó una mirada
teñida de odio a Sylvanas—¡Incluso instigaron sus propios ataques!
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—Eso podría llevamos bastante tiempo —afirmó Taran Zhu con suma calma—,
y no todos tenemos unas vidas muy largas.
—La Alianza no debería participar en esto para nada —replicó Gallywix con
extremada brusquedad—. Garrosh debería ser juzgado solo por los de su bando, para
cercioramos de que compense como es debido a aquellos de los suyos a los que ha
hecho tanto mal.
—Los líderes de la Horda y la Alianza deben decidirse ya. ¿La propuesta que les
he presentado te parece aceptable, Jefe de Guerra Vol’jin? ¿Y a ti rey Varian Wrynn?
—Los Celestiales parecen tener una mejor perspectiva sobre este tipo de cosas
que nosotros, que hemos participado directamente en ellas; además, sé que tú obrarás de
un modo honorable, Taran Zhu. Prefiero que mi voz se escuche y no limitarme
simplemente a aceptar una decisión. La Horda acepta la propuesta.
—Los llevaré a uno de los templos laterales, donde podrán disfrutar de los
braseros. —Una amplia sonrisa se dibujó en su peluda cara a la vez que le centelleaban
los ojos—. Y de unos refrigerios.
***
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El pandaren cumplió su palabra. Quince minutos después, Vol’jin, Go’el, Baine,
Eitrigg, Varok Saurfang, Sylvanas, Lor’themar Theron y Jastor Gallywix estaba
sentados sobre una alfombra que, si bien no era muy hermosa, los protegía del frío de
ese suelo de piedra. Les dieron carne y bebida, y los prometidos braseros les
proporcionaron calor.
Dieron buena cuenta de la comida que, como era costumbre en Pandaria, vino
acompañada de una gran cantidad de cerveza, por supuesto. En cuanto todo el mundo
acabó, Vol’jin no perdió el tiempo y fue al grano.
—Hermanos orcos, ya saben que los respeto mucho. Pero creo que si queremos
que un orco defienda a Garrosh, tengan por seguro que la Alianza nos vetará.
Go’el asintió.
—Resulta tremendamente lamentable que Garrosh haya caído tan bajo y haya
arrastrado consigo toda la reputación de una raza. Nada de lo que pueda argumentar un
defensor orco será tenido en serio, para bien o para mal.
—Al contrario, creo que sería bueno que todo el mundo viera que un orco es
capaz de comportarse de un modo honorable en un acontecimiento tan público. Eitrigg
es conocido por sus modales serenos y su gran inteligencia.
Pero el anciano orco ya estaba agitando de lado a lado esa cabeza donde residía
esa gran inteligencia antes de que Baine siquiera hubiera acabado de hablar.
—Esas palabras me halagan, Gran Jefe, pero Go’el tiene razón. Yo... y él y
Saurfang... podremos tener la oportunidad de hablar si así lo deseamos. Taran Zhu nos
lo ha prometido, y yo le creo.
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—Vamos, Jefe de Guerra —replicó Sylvanas—. ¡Pero si aquí todos queremos
ver cómo Garrosh acaba en manos del verdugo! ¡Y lo sabes bien! Tú mismo dijiste una
vez...
—Sé lo que dije mucho mejor que tú, Sylvanas —le espetó Vol’jin, con una voz
muy baja y amenazadora—. A ti no te abandonaron degollada porque creían que estabas
muerta, a mí sí. Sé que todos nosotros hemos sufrido bajo su mandato. Pero también sé
que los Celestiales pretenden que se celebre un juicio lo más justo posible, dentro de las
limitaciones que tenemos como seres mortales para ser ecuánimes. Creo que solo puede
haber una elección adecuada para desempeñar ese papel. Alguien respetado tanto por la
Horda como por la Alianza, que no tiene en mucha estima a Garrosh, pero que nunca va
a mentir y siempre va a hacerlo lo mejor posible.
—Acabas de dejar claro por qué el Jefe de Guerra tiene razón —señaló
Lor’themar—. A pesar de todo el mal que te ha hecho Garrosh a nivel personal, has
seguido siendo leal a la Horda hasta que llegó un momento en que creíste que él
también le estaba haciendo daño a la Horda. Además, la Alianza cuenta con multitud de
espías, y tienes una buena relación con lady Proudmoore.
Baine se giró hacia Go’el y, con la mirada, le imploró al orco que interviniera.
Go’el, sin embargo, sonrió y dijo:
—Los tauren siempre han sido un pilar de la Horda. Si alguien puede defender a
Garrosh y ser escuchado con atención, ese serás tú, amigo mío.
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serenidad al respecto, a pesar de que todos saben cuánto sufres por dentro al
desempeñar esa labor... solo tú puedes hacer eso, Baine Bloodhoof.
—Garrosh también es un guerrero —replicó Go’el—. Para bien o para mal, eres
el representante más justo que podemos elegir.
—Si pude ser leal a la horda y a mi Jefe de Guerra cuando ese título lo ostentaba
Garrosh, no cabe duda de que seré capaz de serte leal a ti, quien siempre has sido digno
de respeto, Vol’jin.
—No es una orden —le corrigió Vol’jin, a la vez que apoyaba una mano sobre
el hombro del tauren—. En este asunto, debes hacer lo que te dicte el corazón.
***
Las cosas no estaban yendo como había deseado Sylvanas Windrunner. Ni por
asomo.
En primer lugar, había esperado —al igual que todos los miembros de la Horda,
incluso, obviamente, el piadoso Go’el— que los hubieran reunido aquí para decidir cuál
de ellos había sido elegido para realizar la codiciada tarea de matar a Garrosh. Lo
preferible habría sido hacerlo lentamente, al mismo tiempo que se le infligía mucho
dolor. Varian Wrynn ya había hecho que esa ejecución tan gozosa se demorara mucho
tiempo, y tener que oír que los Celestiales querían celebrar un juicio con las máximas
garantías era ridículo cuando incluso ellos y Taran Zhu admitían que Garrosh era
culpable. El mismo concepto de “justicia” y de “no obrar impulsado por la venganza”
era demasiado nauseabundo y no merecía la pena malgastar tanto tiempo ni esfuerzos
por defenderlo.
Sylvanas reflexionó y concluyó que lo único bueno que tenía todo esto era que,
al menos, iba a tener la oportunidad de hablar y contar su verdad sobre la montaña de
evidencias que había en contra de Garrosh.
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No esperaba que la eligieran como defensora, puesto que sabía que Vol’jin tenía
razón cuando había dicho que si la Horda la hubiera escogido, la Alianza la habría
vetado por puro odio, nada más.
Pero ¿Baine...?
¿El “guerrero” más plácido que jamás había conocido? ¿Ese guerrero que
pertenecía a una raza generosa y amable?
Era toda una locura. Baine tenía incluso más razones que ella para desear la
muerte de Garrosh. Ese orco debería haber sido el Arthas de Baine; no obstante, era
consciente de que si el tauren aceptaba, sería capaz de exponer sus argumentos tan bien
que todo el mundo acabaría queriendo regalar unas flores a Garrosh en vez de querer
matarlo.
—Asumiré esta tarea —dijo—, aunque no tengo ni idea de cómo llevarla a cabo.
Sylvanas tuvo que hacer un gran esfuerzo para que sus labios no se curvaran
para conformar una mueca de desdén.
Lo siguieron por ese camino cubierto de una escasa nieve. Los representantes de
la Alianza ya se encontraban ahí y se volvieron para observar a sus contrapartidas de la
Horda. Taran Zhu esperó a que todos llegaran y, entonces, se dirigió a ambos grupos:
—Cada bando ha tomado una decisión. Jefe de Guerra Vol’jin, ¿a quién has
seleccionado para defender a Garrosh Hellscream?
Varian giró su cabeza de pelo moreno para mirar a sus compañeros. Nadie dijo
nada; de hecho, tal y como Vol’jin había previsto, muchos miembros de la Alianza
parecían satisfechos. Para sorpresa de Sylvanas, incluso el hijo de Varian esbozaba una
pequeña sonrisa.
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—La Alianza acepta la elección de Baine Bloodhoof, pues sabemos que es
honorable —respondió Varian.
—Rey Varian, ¿a quién ha escogido la Alianza para hacer las veces de acusador
de Garrosh Hellscream?
No estaba sola en sus protestas; otras voces airadas se sumaron y Taran Zhu se
vio obligado a gritar para que pudieran escucharlo.
—¡Haya paz, haya paz! —A pesar de que pedía paz, su voz resultaba
tremendamente imponente, de modo que los gritos pasaron a ser susurros hasta que, al
final, menguaron del todo—. Jefe de Guerra Vol’jin, ¿vas a ejercer tu derecho a
rechazar al rey Varian como acusador?
Sylvanas se percató de que el desagrado con el que la Horda había aceptado que
se celebrara el juicio podría transformarse en algo mucho peor si tenían que ser testigos
de cómo Varian ejercía de acusador. Daba la impresión de que Vol’jin también era
consciente de esto.
—Sí, Lord Taran Zhu. Vamos a ejercer nuestro derecho de veto —respondió.
Tyrande Whisperwind pertenecía a la raza que más odiaba a los orcos, incluso
más que los humanos, pues era una elfa de la noche, lo cual era normal ya que amaban
la naturaleza y los orcos solían arrasarla para levantar sus edificios y obtener materiales
28
con los que fabricar sus armas. Sylvanas se sintió ultrajada en un primer momento, pero
luego se preguntó por un instante si realmente esa era una elección tan mala como
parecía a simple vista. La mayoría de la Horda habría preferido acusar a Garrosh antes
que defenderlo, tal y como había demostrado que Baine hubiera aceptado ser el
defensor a regañadientes.
Aunque Taran Zhu continuó hablando y les explicó que la ley pandaren imponía
cuál iba a ser el procedimiento que iba a regir el juicio, la Reina alma en pena hizo
oídos sordos.
Sylvanas posó su mirada sobre Lor’themar y arqueó una ceja. El líder sin’dorei
siempre se había mostrado muy educado, aunque también frío y resentido, siempre que
Sylvanas había hecho algún intento de aproximación para forjar una alianza, siempre
había mantenido su apreciada dignidad incluso cuando las circunstancias le imponían lo
contrario. ¿Acaso esta conversación en thalassiano era una señal de que había cambiado
de actitud? ¿Tal vez estaba dolido porque lo habían ignorado a la hora de elegir un
nuevo líder para la Horda?
—Como siempre nos toca hacer a nosotros —apostilló Sylvanas, quien tenía
curiosidad por saber cómo iba a responder ante esa señal de camaradería que le acababa
de enviar. Al parecer, no la oyó, ya que se limitó a hacer una reverencia ante alguien del
bando de la Alianza mientras los diversos representantes desfilaban para marcharse.
Sylvanas se giró para ver a quién había saludado.
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Por supuesto... Vereesa y Lor’themar se habían conocido recientemente. El trato
cortés que le había dispensado su hermana al líder de los elfos de sangre había
sorprendido a Sylvanas. Y la sorprendió aún más que, tras saludar a Lor’themar,
Vereesa clavó sus ojos en los de Sylvanas durante un largo instante. Acto seguido,
apartó la mirada.
Era la primera vez que las hermanas Windrunner —dos de ellas, en todo caso—
se veían desde hacía años. Lo normal habría sido que
Solo una determinación siniestra y una especie de... ¿satisfacción muy peculiar?
30
CAPÍTULO TRES
L a tensión abandonó a Baine en cuanto puso una pezuña de nuevo en el
suelo de su querida Mulgore, ya que se había sentido muy presionado durante todo el
tiempo que había estado en Pandaria.
—Me alegro de tenerte de vuelta en casa —le saludó Cloudsong con voz grave
al mismo tiempo que hacía una profunda reverencia.
—Me alegro de estar de nuevo en casa, aunque solo sea por breve tiempo... y
para realizar una tarea tan sombría —replicó Baine.
—Los muertos siempre nos acompañan —respondió Cloudsong—. Tal vez nos
apene no poder disfrutar de su presencia física, pero sus canciones se encuentran en el
viento y sus risas, en el agua.
Esta reflexión hizo que la tensión se apoderara de nuevo de Baine, aunque dudó
de si había sido inteligente reabrir esa vieja herida de un modo tan deliberado. No
obstante, confiaba en que el chamán lo habría disuadido si creyera que su petición era
poco inteligente.
Baine asintió. En efecto, su padre, Cairne, siempre estaba con él. Baine y
Cloudsong se hallaban en Roca Roja, el antiguo emplazamiento donde los héroes caídos
de los tauren eran enviados a los brazos de la Madre Tierra y el Padre Cielo a través del
fuego purificador. Roca Roja, que se encontraba a una ligera distancia de Thunder
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Bluff, tenía un nombre muy adecuado, puesto que era una formación natural hecha de
arenisca roja. Era un lugar muy sereno donde poder reflexionar, donde uno podía
abandonar el mundo de Thunder Bluff para adentrarse en un sitio que permitía el
tránsito entre ese mundo y el siguiente. Baine no había estado aquí desde que se había
despedido de Cairne. Ahora, al igual que entonces, Cloudsong se hallaba junto a él,
aunque esta vez se encontraban ellos dos solos. Al oeste, Baine podía ver Thunder Bluff
en la lejanía, con su silueta recortada frente a un cielo plagado de estrellas, cuyas
hogueras y antorchas eran como pequeñas estrellas. Aquí, en la Roca Roja, al este,
también ardía un pequeño fuego, que proporcionaba calor y un fulgor reconfortante.
A Baine no le sorprendió esa respuesta. Los tauren eran un pueblo sencillo que
no necesitaba utilizar palabras complejas ni objetos extraños ni difíciles de obtener para
realizar sus ceremonias. Lo que la amada tierra les proporcionaba era casi siempre más
que suficiente.
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—¡Yo los saludo, espíritus del aire! Brisa, viento y tormenta, yo los invoco a
ustedes y muchos más. Esta noche, les pedimos que se sumen a nuestro rito y susurren
los sabios consejos del gran Cairne Bloodhoof al oído de su expectante hijo Baine.
Había sido una noche muy plácida, pero ahora un suave céfiro acariciaba el
pelaje de Baine, que estiró las orejas, aunque lo único que oyó fue un leve murmullo, al
menos por ahora. Cloudsong metió una mano en su bolsita de chamán y sacó de ella un
puñado de polvo gris, que esparció sobre el suelo mientras caminaba, formando una
línea curva con la que unió el este y el sur. Normalmente, utilizaban polen de maíz para
cuando se trataba de una ceremonia relacionada con aspectos de la vida, pero como este
era un ritual dedicado a los muertos, este polvo gris estaba hecho con las cenizas de
aquellos que habían sido enviados a los espíritus en este lugar.
—¡Yo los saludo, espíritus del fuego! —exclamó Cloudsong al encararse con
una diminuta llama y alzar su bastón para honrarla—. Ascuas relucientes, llamas y
hogueras, yo los invoco a ustedes y muchos más. Esta noche, les pedimos que se sumen
a nuestro rito y proporcionen a Baine Bloodhoof el ardor guerrero y tremendo coraje de
Cairne Bloodhoof, su amado padre.
Entonces, Cloudsong se volvió al oeste e invocó a los espíritus “de las gotas de
lluvia, del río y la tempestad” y les pidió que inundaran al Gran Jefe tauren con los
recuerdos del amor de su padre. A Baine se le desbocó el corazón de dolor por un
momento a la vez que pensaba: Las lágrimas también están hechas de agua.
Los siguientes en ser bienvenidos fueron los espíritus de la tierra —el suelo, la
piedra y la montaña—, así como los mismos huesos de los muertos honrados.
Cloudsong pidió que Baine pudiera hallar consuelo en las tierras de su pueblo, a las que
Cairne los había traído a todos en su día. Acto seguido, Cloudsong cerró ese círculo
sagrado dibujado con cenizas grises. Baine notó que una cierta energía muy potente se
desplazaba en ese espacio, lo cual le recordó la sensación que solfa experimentar
cuando se avecinaba tormenta, aunque se sintió inusualmente sereno.
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nacimiento. Te pedimos que te sumes a nuestro rito e invitamos a aquel que camina
bajo tu sombra a que nos acompañe esta noche.
—Esto te permitirá tener una visión, si la Madre Tierra así lo desea. Bebe.
Oyó los golpes regulares y suaves de un tambor hecho de piel, que emulaba los
latidos de un corazón tauren. Perdió la noción del tiempo. Solo sabía que llevaba un rato
sentado escuchando a Cloudsong y que se hallaba tremendamente relajado, que se
sentía en paz en lo más hondo de su corazón, el cual latía al compás del tambor.
En ese instante, todo el dolor que Baine había enterrado en lo más hondo de su
corazón, que no había podido expresar, que no se podía siquiera permitir sentir para que
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no le impidiera cumplir sus obligaciones con el pueblo tauren al que lideraba, brotó de
él como un violento maremoto.
—Padre... ¡Garrosh te mató! ¡Te negó el derecho a morir con honor! Se limitó a
mantenerse al margen mientras la Grimtotem y yo luchábamos como... como bestias en
una fosa, ¡mientras aguardaba al vencedor! Ha violado a la tierra, ha mentido a su
propia gente, y Theramore...
Baine asintió.
En ese instante, Baine supo cuál era la respuesta que Cairne iba a darle.
—Lo que yo piense no importa. Debes hacer lo que creas correcto Como
siempre has hecho. En esos momentos, yo consideré que desafiar a Garrosh era lo
correcto. En otros distintos, tú consideraste que apoyarlo como líder de la Horda era lo
correcto.
—Pero no lo hizo, por eso estamos aquí —replicó el anciano (aunque ahora
joven) toro con suma tranquilidad—. Si respondes a esto, sabrás qué hacer. Si te aflige
tanto que me asesinaran de una manera tan traicionera, ¿acaso no deberías hacer todo lo
posible para alcanzar la pura verdad con total honradez e integridad, a pesar de que no
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sea fácil, o sobre todo porque no lo es? ¿Acaso no deberías hacer todo lo posible por
cumplir esta tarea que te han asignado de una manera honorable? Querido hijo, sangre
de mi sangre, creo que ya sabías la respuesta antes de venir aquí.
—Si hicieras menos, no serías quien eres. Cuando todo esto acabe, te alegrarás
de haber obrado así. No, no —dijo, alzando las manos a modo de protesta al ver que
Baine intentaba hablar—. No puedo decirte cuál será el resultado. Pero te prometo...
que hallarás la paz en tu corazón.
—¡No! —Exclamó, con una voz quebrada por la emoción—. Padre... ¡por favor,
no te vayas, aún no! ¡Por favor, aún no...!
Había tantas cosas que Baine quería decirle. Lo terriblemente que le echaba de
menos. Lo mucho que intentaba honrar el recuerdo de su padre. Que estos breves
instantes significaban muchísimo para él. Extendió los brazos de un modo suplicante,
pero ya era demasiado tarde. Su padre se adentró en la sombra de la vida, dejando atrás
el sol de esta, y Baine cerró ambas manos al intentar agarrar lo que solo era vacío.
—¿Las respuestas que buscaba? No. Pero sí las que necesitaba —contestó,
mientras sonreía con tristeza a su amigo.
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—¿Quién se atreve a interrumpir este ritual? —se quejó Cloudsong—. ¡El
círculo aún no se ha roto!
Baine posó su mirada sobre el tabardo que vestía el elfo. Era marrón con ribetes
dorados y tenía una insignia en el centro del pecho; un círculo dorado taraceado con el
símbolo del infinito. Como era el tabardo que vestían los caminantes del tiempo, Baine
decidió hacer un comentario un tanto aventurado:
—No sabía que tu Vuelo seguía vistiendo estas ropas. Creía que su poder sobre
el tiempo...
Kairozdormu agitó una mano de largos dedos en el aire con suma impaciencia.
—Una frase muy graciosa, viniendo de ti. ¿Acaso va a suceder alguna catástrofe
inminente en los portales del tiempo?
—No, es por una razón mucho más prosaica... Este portal no va a estar abierto
por siempre. —De repente, se rio entre dientes—. Bueno —se corrigió a sí mismo,
esbozando una sonrisilla maliciosa con la que mostró fugazmente sus blancos
dientes—, en teoría, sí podría, pero no aquí ni en este momento en particular. Gran Jefe
Baine, si es tan amable...
—Te doy las gracias por todo, Kador, pero el deber me llama.
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—Y, al parecer, con acento elfo —replicó Cloudsong, quien, no obstante, hizo
una reverencia—. Ve, Gran Jefe, con la bendición de tu padre, de eso al menos estoy
seguro.
***
La comida fue ligera y sencilla; pan de piñones, queso azul darnassiano y peras
lunares frescas, todo ello regado con zumo de baya lunar. Aquí en el templo de su
querida Elune, Tyrande le contó al archidruida Malfurion Stormrage lo acontecido con
anterioridad en el Templo del Tigre Blanco.
Ella se había alegrado al saber que Taran Zhu había designado a una maga para
teletransportar a aquellos que iban a participar en el juicio. Yu Fei era una pandaren de
cara muy dulce cuya túnica de seda estaba confeccionada con las tonalidades del agua,
lo cual encajaba perfectamente con el único mechón de pelo rebelde que le tapaba
recatadamente un ojo azul.
—Cielo, ¿estás segura de que quieres asumir este deber? —le preguntó el
archidruida.
Las plumas que le cubrían los brazos, lo cual era un recordatorio de los milenios
que había pasado en el Sueño Esmeralda, rozaron la parte superior de la mesa mientras
le servía a Tyrande una segunda copa de zumo de baya lunar. Esta era consciente de que
se había acostumbrado a los cambios que había sufrido Malfurion durante su largo
sueño; las plumas, los pies que ahora eran más propios de un sable de la noche que de
un elfo, la largura y espesura de su gran barba verde. Aunque, desde su punto de vista,
ningún cambio en su apariencia externa podía cambiar su hermoso corazón. Siempre
había sido y siempre iba a ser su amado.
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Tyrande dio un sorbo a la bebida, que era tan fresca y dulce como los bosques
de noche.
—Los ojos del mundo entero estarán centrados en este juicio, mi amor —señaló,
sonriendo—, eres más que capaz de ocuparte de cualquier cosa que surja en mi
ausencia. Podré volver a casa todas las noches para estar contigo, lo cual es toda una
bendición de la propia Elune. Y respecto al esfuerzo que me va a suponer —en este
instante, su tono se tomó ligeramente más severo—, es muy probable que tenga que
hacer muy poco, aparte de presentar las evidencias. A lo largo de muchas lunas
anteriores, Garrosh ha disfrutado del cariño de muy poca gente y, ahora que sus brutales
masacres se han acabado, aún menos.
—No me refería a qué vas a tener que hacer en el juicio, sino a qué coste a nivel
emocional vas a pagar por él.
—Al final, los hechos que voy a presentaren el juicio iluminarán y permitirán
comprender la verdad; además, condenar a Garrosh de una manera apropiada traerá
consigo la sanación de muchas heridas por fin —aseveró.
—¿Milady?
Una mano esbelta alzó el trozo de tela que cubría la entrada y la centinela asomó
la cabeza, cuyo pelo era de color azul medianoche.
—Tienes una visita. Dice que ha venido por algo relacionado con un juicio y
que es urgente.
39
Malfurion enarcó una ceja de manera inquisitiva, y Tyrande negó con la cabeza,
pues estaba tan sorprendida como él.
Chu’shao era otro título más que ahora Tyrande ostentaba, por supuesto, al
menos por un tiempo.
—Seguro que sí, Chromie. —Tyrande sonrió y, con suma elegancia, se arrodilló
ante la dragona bronce Chronormu para que pudiera mirarla a la cara. En cuanto la
centinela oyó el nombre de la dragona, soltó discretamente la tela que tapaba la entrada
del pabellón para dejarlos a solas—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Los Celestiales quieren que tanto tú como Chu’shao Bloodhoof utilicen algo a
la hora de presentar el caso. Será más fácil que te lo enseñe. ¿Me haces el favor de
acompañarme?
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CAPÍTULO CUATRO
A l llegar al Templo del Tigre Blanco, Baine le hizo una reverencia a Yu Fei,
para darle las gracias por haberlo teletransportado hasta aquí. A continuación, se volvió
hacia el líder del Shadopan.
Taran Zhu, sin embargo, se iba a sentar en un estrado elevado en una silla más
ornamentada que las demás, pero no tan suntuosa como el trono situado en lo alto de la
parte norte de la zona de espectadores. En el suelo, delante del asiento de Taran Zhu y
ligeramente a la izquierda se hallaba la silla de los testigos, que contaba también con
una mesita donde ahora había una jarra y un vaso vacíos. Junto al asiento del fa’shua,
había un pequeño gong y un mazo.
Todo esto era algo que Baine esperaba, pues entraba dentro de lo que le habían
comentado. Pero había otra serie de mesas y sillas, apartadas a un lado y un poco por
detrás de la silla de Taran Zhu, en una de las cuales había un objeto envuelto en una tela
negra.
41
—¿Puedo preguntar qué es eso?
—Es la razón por la que te he pedido venir a estas horas —respondió Taran Zhu,
dándole así una explicación totalmente adecuada al mismo tiempo que no le daba
ninguna de verdad. Además, impidió que Baine le hiciera otra pregunta al alzar una
zarpa—. Cuando Chu’shao Whisperwind llegue, todo se revelará. Ten paciencia.
—Me has sacado de una ceremonia ritual porque debía venir de inmediato y no
había tiempo que perder. Así que estoy seguro de que serás capaz de entender que,
ahora mismo, no estoy muy por la labor de mostrarme paciente —replicó Baine.
Taran Zhu lanzó una mirada de reproche al dragón bronce que se hallaba junto a
Baine.
—Lo siento. Tienes razón. En eso, ella me lleva ventaja. Confío en que
Chu’shao Bloodhoof acepte mis disculpas y me ayude a conocer mejor la forma de
proceder de los tauren.
Baine volvió a mirar ese misterioso objeto tapado y a los asientos ahora vacíos
que pronto estarían repletos de espectadores. Cuando posó la mirada sobre la mesa y las
dos sillas de la zona del defensor y, a pesar de lo que le había dicho a su padre, resopló
al pensar en que no solo iba a tener que defender a Garrosh, sino que se iba a ver
obligado a sentarse junto al orco todos los días que durase el juicio.
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—¿Hay algo que te preocupe? —preguntó Kairozdormu a la vez que se
arrellanaba en la que iba a ser la silla de Baine. Se llevó las manos a la parte posterior
de la cabeza, las entrelazó y miró al tauren inquisitivamente.
Dos figuras —una alta, otra baja— entraron ahora en ese lugar. Tyrande
Whisperwind agachó la cabeza de un modo elegante.
—Suma sacerdotisa Tyrande, Gran Jefe Baine —dijo Taran Zhu—, les doy las
gracias a ambos por venir. Iré directo al grano. Aún más importante que lo que le
suceda a Garrosh es celebrar un juicio que todo el mundo considere justo y ecuánime, si
no, corremos el riesgo de que o bien Garrosh se convierta en un mártir, o bien que
muchos miembros de la Horda pretendan continuar su legado, o bien que la gente en
general perciba que hemos sido demasiado blandos con él, y en tales casos la brecha
que separa a la Horda y la Alianza se convertiría en un abismo.
—Mi labor es muy fácil, Lord Zhu —afirmó la suma sacerdotisa elfa de la
noche con su tono de voz tan melodioso—. Estoy segura de que las evidencias hablarán
por sí solas.
—Yo por mi parte, aunque todos saben que no tengo ningún cariño a Garrosh
precisamente, les prometo que preferiría morir a deshonrar el papel que se me ha
otorgado —aseveró Baine con un tono de voz grave y un tanto iracundo. ¿Qué tramaba
Taran Zhu?
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Los dragones bronces intercambiaron unas sonrisas que casi parecían unas
sonrisillas de suficiencia.
Era una pregunta retórica. El reloj de arena —que era enorme, muy hermoso y
capaz de revertir el mismo tiempo— había sido creado por Nozdormu, el ex-Aspecto
del Tiempo. Nozdormu había previsto que se acabaría corrompiendo y transformando
en un ser llamado Murozond, por lo que había entregado a aquellos que lucharían contra
Murozond y lo derrotarían el reloj de arena para ayudarlos en la batalla.
—Hemos oído hablar de ese reloj de arena —afirmó Baine con gran sequedad.
—¿Cómo? —preguntó Baine, quien alzó la mirada inquieto hacia ese objeto
todavía tapado.
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—No, para nada —contestó Kairoz, quien parecía orgulloso de sí mismo. Y con
razón, pensó Baine—. Tal y como he dicho, he alterado la composición intrínseca de las
Arenas del Tiempo que vamos a usar. La Visión del Tiempo no hará que esos eventos
se manifiesten de verdad. Nada de eso se hallará aquí en el plano físico... únicamente
las imágenes y el sonido serán capaces de atravesar la fisura.
—Déjenme que se lo demuestre —le pidió Kairoz, quien cogió esa tela negra de
una esquina y, con un gesto ostentoso y muy dramático, se lo quitó de encima a ese
objeto.
La Visión del Tiempo era un reloj de arena que contaba con dos dragones
forjados en metal; se trataba de dos dragones de bronce de verdad. Cada uno se
encontraba enroscado alrededor de un receptáculo redondo. Su nariz se tocaba con su
propia cola y estaban tallados de un modo tan exquisito que daba la sensación de que
estaban meramente adormilados.
—O dicho de otro modo —comentó Tyrande—, no hace falta que haya testigos.
—Yo no iría tan lejos —le corrigió Kairoz—. Tendrán que elegir esos
momentos sabiamente, y los testigos pueden ayudar (o hacer justo lo contrario)
aportando mucho más que los meros hechos. Chromie ha sido elegida para asesorarte,
suma sacerdotisa, sobre cómo aprovechar mejor esos testimonios, y yo colaboraré
contigo en ese aspecto, Gran Jefe.
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—Oh, seguro que lo habrá —le corrigió Tyrande—. Se debatirá sobre las
motivaciones, las reflexiones que llevaron a tal o cual cosa, los otros planes que...
—Por supuesto —contestó Kairoz—. Respecto a cuáles elegir, para eso nos
tienen a nosotros. Bastará con que nos digan a Chromie o a mi qué clase de
argumentación quieren plantear y nosotros los ayudaremos a dar con el momento
perfecto para apoyar su alegato.
—¿Por qué no nos retiramos a Darnassus para poder hablar sobre cómo
podemos aprovechar la Visión para sustentar tus argumentos?
—Hablas sabiamente, Chromie. Lord Zhu, ¿me necesitas para alguna cosa más?
—inquirió Tyrande.
—¿Y tú no?
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—Todos los que hemos estado aquí presentes esta noche sabemos bien que
conocer la pura verdad sin adornos no va a servirle de mucho a Garrosh. Y como mi
deber es defenderlo, sin que importe qué opine yo a nivel personal, esto me parece que
es más un regalo para la acusadora que cualquier otra cosa.
—Vamos —le dijo Kairoz con una sonrisa—. No te rindas ya. Incluso la pura
verdad sin adornos puede ser interpretada de maneras muy distintas. Tienes derecho a
pedirme que muestre ciertos eventos que no tienen por qué limitarse solo a lo que
Garrosh ha hecho y dicho, ya me entiendes...
***
No debería sentirse tan alegre, y Jaina Proudmoore lo sabía. ¿Acaso había algo
que celebrar la noche antes de un juicio cuyo veredicto probablemente condenaría a un
reo a ser ejecutado, que acabaría con una vida? No, claro que no.
Podía notar que otros compartían también ese mismo sentimiento, aunque nadie
de los sentados a la mesa esa noche iba a brindar por una muerte más que merecida; al
menos, no abiertamente. Sin embargo, la gente adoptaba unas posturas más rectas y
tensas de lo normal. Se hablaba con un tono bastante animado, e incluso se escuchaba
alguna carcajada; algo que Jaina casi había olvidado qué era. Había una alegría en su
corazón que hacía tiempo que no sentía, y se atrevió a esperar que a partir de ahora
—por fin— los horrores de la guerra hubieran quedado atrás, o al menos quedaran
olvidados el tiempo suficiente como para que pudiera tomarse un respiro, llorar a los
muertos, reír con los vivos y aprender a tener una relación con alguien que, a pesar de
ser tan distinto a ella, era muy sincero y sin dobleces.
Esa sensación de paz, que había ansiado durante tanto tiempo y que había
parecido tan imposible de alcanzar, iba creciendo en su fuero interno mientras miraba
esas caras que la rodeaban, mientras miraba a esa gente con la que cenaba en El Alto
Violeta. Kalec estaba ahí, por supuesto, así como Varian y Anduin Wrynn, o Vereesa
Windrunner.
47
Aunque se sentía agradecida de que se hallara ahí, seguía notando la ausencia de
los caídos. Kalec, que sabía perfectamente lo que ella sentía y pensaba, le apretó
delicadamente la mano.
Pese a que estaban hablando en voz baja, poco podía escapar de sus agudos
oídos élficos.
—Sí, así debería ser —comentó Vereesa—. Ellos y también Rhonin, y muchos
otros más.
Anduin pareció inquietarse ante el duro tono de voz que estaba empleando
Vereesa, y señaló:
—Estoy seguro de que con los Celestiales como jurado y Taran Zhu como juez,
se hará justicia.
Vereesa frunció los labios, pero no dijo nada. Jaina no se lo podía echar en cara;
ella misma tenía sentimientos encontrados respecto a lo que había hecho Varian en ese
momento.
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—Hiciste lo correcto, padre —aseveró Anduin—. Va a ser un juicio muy difícil,
pero quién sabe, a lo mejor trae cosas muy positivas a largo plazo. Servirá para poner
un punto y final más definitivo a ciertas cosas que una mera ejecución... se decida lo
que se decida.
¿Ah, sí?, se preguntó Jaina. ¿Acaso eso iba a poner punto final a sus pesadillas,
a ese repentino e intenso dolor que sentía en el corazón cuando recordaba no solo que
sus amigos habían muerto, sino también cómo lo habían hecho? Pensó en Kinndy, que
se transformó en un montón de polvo violeta en cuanto Jaina la tocó. Entonces se dio
cuenta de que había estado agarrando un tenedor con tanta fuerza que tenía los nudillos
blancos. Al dejar sobre la mesa el cubierto, notó que le dolían los dedos. Contempló esa
cena, que consistía principalmente en pollo asado, y al coger un muslo y observarlo
detenidamente, decidió hacer un comentario teñido de humor negro.
—Qué bien nos vendría que Garrosh se atragantara con un hueso en la cena de
esta noche y nos ahorrara así un buen montón de problemas, ¿verdad? —dijo con un
tono de voz muy animado—. Si a alguno aún le queda un hueco libre en la barriga, que
sepa que, por lo que tengo entendido, hay una tarta deliciosa de postre.
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CAPÍTULO CINCO
DÍA UNO
E l gentío —y la seguridad para controlarlo— superaba con creces cualquier
cosa que Jaina Proudmoore hubiera visto jamás. Se sintió agradecida por poder contar
con la protección de los guardias de Varian, quienes la ayudaron a abrirse paso a través
de la multitud que se arremolinaba alrededor de las entradas y permitieron que tanto
Jaina, como Kalec, Varian, Anduin y Vereesa alcanzaran los asientos que tenían
reservados para ellos.
Todos los líderes de cada raza de la Horda se habían reunido del mismo modo,
su colorida ropa y sus pieles de diversos colores, así como sus rudos y peculiares
aspectos contrastaban sobremanera con los miembros de la Alianza que se hallaban
sentados frente a ellos con una actitud bastante estoica. Los Augustos Celestiales habían
colocado muy sabiamente a los miembros de las facciones que no mantenían ningún
vínculo de lealtad ni con la Horda ni la Alianza en los asientos del medio, a modo de
muro de contención por si el ambiente se caldeaba demasiado. A Jaina le sorprendió ver
en esa sección a cierta elfa de largas trenzas pelirrojas. Tenía un rostro bellísimo
marcado por una expresión de tristeza etérea. Jaina se compadeció de ella, pues
comprendía su dolor.
—Alexstrasza —susurró.
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compasión, incluso cuando se había tenido que enfrentar a horrores inconcebibles y a la
muerte de seres queridos, lo cual la había dejado profundamente marcada. Su hermana,
la dragona verde Ysera, estaba sentada a su lado y le agarraba de la mano a Alexstrasza
mientras contemplaba maravillada todo cuando la rodeaba de un modo un tanto infantil
y plagado de curiosidad.
—Alexstrasza tiene que estar aquí —contestó Jaina—. No por el juicio, sino por
ella misma. Igual que yo.
—Bueno —dijo Jaina, bajando la voz para que solo pudiera escucharla
Anduin—, entonces me parece que todos los Vuelos están representados.
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Anduin y Wrathion se habían conocido y hecho amigos en Pandaria, aunque, tal
y como el mismo Anduin debía admitir, era una amistad basada en lo tremendamente
distintos que eran sus puntos de vista en muchos sentidos. Era casi imposible
determinar qué “edad” tenía Wrathion. Si había que establecer sus años siguiendo el
criterio del tiempo realmente transcurrido, solo era un bebé de dos años, pero como era
un dragón, poseía una inteligencia y una sabiduría innata y un aspecto por el que
parecía un joven de prácticamente la misma edad que Anduin.
Jaina siempre había sido como una madre para Anduin y no se sentía nada a
gusto con su nuevo amigo. Por un lado, Anduin tenía muy pocas amistades de su misma
edad y, por otro, a Jaina le preocupaba que Wrathion fuera una “mala influencia”, como
se suele decir. No obstante, lo más extraño de todo era que eso no se debía a que fuera
un dragón negro. Antes de que el horror de su demencia lo pervirtiera, Neltharion
—más conocido como Deathwing— había sido el Aspecto de la Tierra, un ser muy
sabio y protector. No, lo que le preocupaban eran ciertas cosas que Anduin le había
contado que había dicho Wrathion. Además, se fijó en que el Príncipe Negro se
encontraba sentado lo más lejos posible de Alexstrasza, aunque dado su pasado, no se lo
podía echar en cara.
Si bien parecía un humano en gran parte, aunque un tanto extraño, por culpa de
su piel más oscura y su peculiar ropa; pantalones bombachos, túnica y turbante. Estaba
flanqueado a la izquierda por una orco, cuyo ceño parecía estar eternamente fruncido, y
a la derecha por una humana de aspecto igualmente amenazador. El dragón negro sonrió
a Anduin y, a continuación, posó sus brillantes ojos, el único detalle que revelaba cuál
era su verdadera forma, sobre Jaina. Agachó la cabeza y la obsequió también con una
sonrisa, pero que sugería que había algo que le resultaba gracioso. Jaina se preguntó qué
podría ser eso que le hacía tanta gracia.
Unos guardias pandaren se hallaban cerca, haciendo gala de una gran calma y
paciencia, tan serenos como un lago en una montaña, pero preparados para entrar en
acción con premura en menos de un segundo si era necesario. Si se producía un
estallido de violencia, esta solo podría darse en el plano físico, ya que Jaina pudo notar
que se había levantado un campo de atenuación que bloqueaba toda magia, era como
una niebla muy opresiva; asimismo, nadie había podido entrar armado.
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—Eso. —Varian asintió en dirección a unos asientos repletos de espectadores—.
Tienen ese mismo gesto que veía en el público cuando luchaba en la arena como
gladiador. Están sedientos de sangre.
—Pues hoy no van a saborearla —aseveró Vereesa, quien no hizo falta que
añadiera: Pero si aquí se imparte justicia de verdad, se derramará al final de este
juicio.
Jaina miró al suelo. Baine y Tyrande ya se encontraban ahí. Cada uno estaba
sentado en una silla ante sus respectivas mesas, a la espera, lo cual no sorprendió a la
archimaga. Lo que sí la sorprendió era que había otros dos seres más esperando la
llegada de Taran Zhu, los Celestiales y Garrosh. Jaina reconoció a Chromie, la dragona
bronce tremendamente poderosa que había optado por asumir una apariencia lo menos
amenazadora posible, pero no conocía al apuesto elfo noble con quien estaba hablando
Chromie. Ambos vestían el tabardo marrón de su orden y estaban sentados junto a una
mesita apartada hacia un lado, sobre la que se hallaba un objeto tapado.
Justo cuando Jaina se estaba preguntando qué hacían esos dos dragones del
Vuelo de bronce ahí —al parecer, estaban llevando a cabo una misión oficial—, un
pandaren ataviado de pies a cabeza con unos ropajes muy largos y formales hizo acto de
presencia. Sujetaba un arma de asta que portaba el estandarte del Shadopan. Golpeó la
parte posterior del arma tres veces contra el suelo y la muchedumbre se calló y ocupó
sus asientos.
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Todo el mundo obedeció de inmediato y se puso en pie. Chi-Ji, Xuen, Niuzao y
Yu’lon se asomaron al balcón, con unos movimientos ágiles, sin apenas hacer esfuerzo,
aparentemente.
—Pueden sentarse —dijo, con una voz clara y calmada que se oyó en todos los
rincones de esa enorme cámara—. Antes de que el acusado aparezca, he de advertirles a
todos los presentes que no pienso tolerar ningún altercado a lo largo del juicio.
Cualquiera que quebrante esta norma será detenido y puesto bajo vigilancia hasta que
acabe el procedimiento. Asimismo, en virtud de lo peculiar que es esta situación,
contaremos con una manera muy particular de presentar las pruebas.
Jaina comprendió qué iban a hacer incluso antes de que hablaran. Mientras
explicaban cómo funcionaba ese artefacto llamado la Visión del Tiempo, sus voces se
fueron desvaneciendo y fueron sustituidas por un estruendo ahogado que se adueñó de
sus oídos. Por un momento, no pudo respirar; por un momento, sintió que se ahogaba de
nuevo, como cuando...
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Aunque su amado no parecía tenerlas todas consigo, dejó de apretarle la mano
con tanta fuerza. Jaina inspiró aire profundamente varias veces. Los dragones bronces
ya habían concluido sus explicaciones y habían retrocedido.
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Se percató, con una cierta sensación de vergüenza, que si ella misma no lo podía
matar, no quería que un miembro anónimo de esa masa furiosa tuviera ese gran honor.
Aparte de los guardias, los únicos que no parecieron ni inmutarse ante ese
estallido de violencia fueron Taran Zhu, los cuatro Celestiales y el propio Garrosh
Hellscream. La cara marrón y tatuada del orco parecía hallarse tallada en piedra, pues
no parecía transmitir ninguna emoción.
Taran Zhu habló con un tono severo y amenazante para lanzar una seria
advertencia:
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—Estos son los cargos; genocidio y asesinato, así como ser el responsable de
determinados éxodos masivos y de la desaparición forzosa de ciertos individuos.
Con solo escuchar esa lista de espantosos delitos, una tremenda tensión se
adueñó de Jaina. Echó un vistazo hacia el lugar donde se encontraban sentados Vol’jin
y el resto de los líderes de la Horda.
Tenía entendido que Garrosh había tratado de un modo horrible a los trolls —y
sabía lo que le había intentado hacer ese orco al propio Vol’jin—.
Theramore.
Garrosh no replicó y, por un segundo muy tenso, Jaina se preguntó si tal vez, si
solo tal vez, al escuchar cómo se le lanzaban esas acusaciones de un modo tan directo y
franco el ex Jefe de Guerra sería capaz de conmoverse. Había oído que había
reaccionado con furia ante un esbirro al haberse enterado de que había asesinado a
inocentes en su nombre; sabía que incluso los enemigos de Garrosh debían reconocer
que era un apasionado defensor de su raza y que, en su día, incluso había sido
reconocido como un adversario honorable.
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Entonces, Garrosh sonrió y aplaudió lentamente, a pesar de que las cadenas de
las muñecas le dificultaban hacerlo.
—El espectáculo no ha hecho más que empezar —respondió, con una sonrisa
burlona— y ya he de aplaudir a rabia de pie. ¡Esto promete ser más entretenido que la
Feria de la Luna Negra! —Sus despreciables carcajadas resonaron por toda la sala—.
No voy a reconocer que soy culpable, pues eso indicaría que me avergüenzo de lo que
hice. Tampoco me declararé inocente, pues no afirmo que lo sea. ¡Que dé inicio esta
comedia!
En ese instante se percató de que había estado a punto de sumar sus propios
gritos a esa cacofonía de indignación. El sudor le perló la frente al mismo tiempo que se
obligaba a sentarse y cerraba los puños.
Mientras tanto, Taran Zhu había llegado al límite de su paciencia. Dio varios
golpes al gong y vociferó varias órdenes en pandaren. Más miembros tanto de la Horda
como de la Alianza fueron sacados a rastras de ahí para pasar el resto del juicio
confinados en una celda donde podrían reflexionar sobre su comportamiento abyecto.
En cuanto se restableció una relativa calma, un Taran Zhu que había recuperado
la compostura, clavó su mirada en Garrosh.
—Como las palabras que acabas de pronunciar no van a influir para nada en el
objetivo que este juicio pretende alcanzar, vamos a proceder tal y como habíamos
previsto.
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CAPÍTULO SEIS
S i bien las palabras plagadas de veneno y la arrogante actitud de Garrosh no
Garrosh había robado una reliquia mogu conocida como la Campana Divina
para conseguir sus fines. Cuando tañía, la campana provocaba un puro caos de un modo
incesante. Al igual que sucedía con todo en Pandaria, había una manera de anular la
campana: la Marra Armónica; una reliquia rota que Anduin logró reconstruir y con la
que se enfrentó a Garrosh. Tras lograr golpear la campana con la marra, ese ruido
discordante pasó a pura armonía.
Como había frustrado sus planes, el orco iracundo había golpeado la campana
con su hacha; de esa manera, Gorehowl hizo añicos la reliquia mogu.
Volvió a sentir ese intenso dolor en todas las partes del cuerpo que los
fragmentos rotos de la campana le habían aplastado. Esa agonía renacía brevemente
cada vez que cambiaba de posición y se manifestaba de un modo distinto y más
profundo cuando recordaba el incidente. Velen le había dicho que el dolor
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probablemente nunca desaparecería por completo y que cabía la posibilidad de que con
la edad fuera a más.
“El cuerpo nunca olvida del todo el daño que ha sufrido y cada uno de tus
huesos tiene su propia memoria”, le había explicado. Luego, el anciano draenei había
sonreído y añadido: “Gracias a la Luz, querido y joven príncipe, vas a vivir para
escuchar esos recuerdos”.
Eso fue más que suficiente para Anduin, quien tras reflexionar había alcanzado
la conclusión de que, al igual que la marra había hecho surgir la armonía de la
discordia, también se podía hacer lo mismo con los seres con conciencia de sí mismos.
Anduin creía esto en lo más hondo de su alma, y era algo en lo que también creían los
draenei e incluso los naaru, los cuales eran mucho más sabios que él. El Anillo de la
Tierra, que había hecho tantas cosas para ayudar al mundo a recuperarse después de las
heridas que Deathwing le había infligido, estaba compuesto por chamanes de todas las
razas. Se habían unido al Círculo Cenarion para curar al Árbol del Mundo Nordrassil.
La cooperación era posible: él había sido testigo de ello. A pesar de que todo individuo
era único, podía aunar esfuerzos con otros y crecer así en el plano personal.
El juicio no había hecho nada más que comenzar. Si oír cómo recitaban esa lista
de crímenes no había conmovido a Garrosh —sino que encima había provocado que se
jactara de ellos—, entonces tal vez la ingeniosa aportación al juicio de los dragones
bronces podría lograrlo.
El joven príncipe se sentía mal por Baine Bloodhoof, al que seguía considerando
un amigo. Todavía recordaba la noche en que el tauren y él se habían sentado en la
salita de Jaina, después de que Baine se hubiera visto obligado a huir para salvar el
pellejo tras el levantamiento Grimtotem. Anduin admiraba a Baine por haber asumido la
responsabilidad de defender al orco que había asesinado a su padre. Anduin alzó la vista
hacia Varían por un momento y se preguntó cómo habría actuado su padre si le hubiera
tocado aceptar la responsabilidad que había asumido Baine. Esperaba que hubiera
estado a la altura de las circunstancias y hubiera desempeñado esa labor con tanta
dignidad como el tauren.
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más que algunos la Horda—. Y no porque fuera muy autoritaria o arrogante. Por el
contrario, con él se había mostrado amable y cortés.
Ahora, Tyrande estaba contemplando sin hablar los rostros de los que se
hallaban en la galería, como si estuviera poniendo en orden sus pensamientos. Entonces,
alzó sus ojos brillantes en dirección a los cuatro Augustos Celestiales.
—Como acusadora tengo derecho a hablar primero ante el jurado y ante todos
los que se han congregado hoy aquí —dijo con una voz potente, que llegó a todas partes
y que era más melodiosa que estridente—. Se me concede este derecho porque el
acusador debe demostrar sus acusaciones. No obstante, me siento tentada a dejar que el
defensor hable primero, porque Chu’shao Baine Bloodhoof ha aceptado una tarea
mucho más complicada que la mía.
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esos acontecimientos. Verán cómo Garrosh Hellscream conspiraba y maquinaba. Lo
escucharán mentir. Y, al final, serán testigos de sus traicioneros actos.
Si eso supuso una decepción para Tyrande, no lo demostró. Tras arrugar esa
delicada nariz suya, volvió a mirar al público ahí reunido. Esta vez habló con un tono
más suave, plagado de esa misma compasión que había teñido su voz cuando Anduin la
había conocido.
—Sé que algunas de las cosas que veremos serán terribles y que muchos de
ustedes han sufrido en persona la consecuencia de lo que Garrosh ha hecho. A todos
ustedes, les ofrezco mis más sinceras disculpas por el dolor que debo causarles. Pero
creo que sufrirían más si no utilizara todos los medios que tengo a mi disposición para
que se haga justicia de verdad con este... orco. —Acto seguido, se inclinó ante esos
cuatro grandes seres, que permanecieron tan quietos como una estatua de piedra, pero
cuya presencia podía sentirse en todo ese lugar—. Augustos Celestiales, son tan
generosos como sabios. Ambas son cualidades que respeto. Les pido que impartan esa
verdadera justicia de la que he hablado. Espero que hallen a Garrosh Hellscream,
antiguo Jefe de Guerra de la Horda, culpable de todos y cada uno de los delitos
abominables contra Azeroth de los que se le acusa —contra sus individuos, sus razas y
este mundo en sí—, y que se le aplique el mayor castigo posible: la muerte. Shaha
lor’ma... gracias.
En cuanto Tyrande, que se encontraba ruborizada tras ese intenso discurso, tomó
asiento y se puso tan recta como una flecha elfa, Taran Zhu asintió.
Baine no irradiaba esa calma que transmitía Tyrande, esa especie de serena
energía contenida. Se puso en pie lentamente, con suma dignidad, hizo una honda
reverencia ante los Augustos Celestiales y, a continuación, se giró para colocarse de
cara a los espectadores.
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—El acusado, Garrosh Hellscream, ha descrito este juicio como un
“espectáculo”. Como yo no deseo que sea percibido de esta manera, ni tampoco como
una comedia, tal y como ha señalado el acusado, no voy a insultar la inteligencia de
nadie al afirmar que Garrosh Hellscream es inocente. Tampoco quiero arriesgarme a
sufrir su desdén al intentar convencerlos de que simplemente tenía buena intención,
pero se equivocó, o que se le ha malinterpretado. No voy a pedir piedad, ni que nadie
pase por alto los delitos de los que se le acusa. Pero sí voy a afrontar un aspecto
importante ahora mismo para que no vuelva a surgir de nuevo a lo largo del
procedimiento.
Baine se irguió aún más y su colosal pecho se expandió al tomar aire con fuerza,
recordando así a todos los presentes que era un guerrero, un Gran Jefe, y el hijo de un
Gran Jefe. Acto seguido, añadió:
Entonces, señaló con un dedo a Garrosh Hellscream, quien ahora estaba sentado
con una sonrisa dibujada alrededor de sus colmillos.
Al instante, prosiguió:
Baine miró hacia el lugar donde se hallaba la Alianza y su mirada se cruzó con
la de Anduin durante un momento antes de posarse en Varian primero y luego en Jaina
Proudmoore.
Jaina fruncía el ceño, mostrando así esa pequeña hendidura que le afeaba la
frente cuando hacía ese gesto. Anduin solía ver esa amiga cuando ella se estaba
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concentrando, pero ahora era consciente de que eso significaba que la archimaga no
estaba de acuerdo con lo que Baine estaba diciendo. El tauren volvió a hablar:
¡Muere, mocoso!
Y entonces...
64
Anduin se sobresaltó al notar que alguien lo agarraba del hombro y se ruborizó
al darse cuenta de que solo se trataba de su padre.
—¿Estás bien? —le preguntó Varian, quien a continuación miró hacia donde
miraba su hijo. Enojado, profirió un leve gruñido—. Vamos. Comamos algo. No tienes
por qué mirarlo si no quieres.
A pesar del miedo que lo había recorrido por entero al cruzar su mirada con la
del orco, Anduin descubrió que realmente no le importaba tener que mirar o no a
Garrosh. Las palabras de Garrosh todavía le reverberaban en los oídos y en el corazón.
Además, Garrosh no se estaba regodeando, sino que agachó la cabeza en señal de
respeto y, acto seguido, se levantó para seguir a los guardias, que se lo llevaron para que
pudiera ir a comer.
Varían sabía a qué se refería. El rey dirigió sus ojos a Garrosh al mismo tiempo
que fruncía los labios.
***
Habían dado por supuesto que había muerto, y Zaela, la señora de la guerra
Dragonmaw, prefería que eso siguiera siendo así.
Al principio, había estado tan cerca de la muerte que muy poco había podido
hacer al respecto. Durante el asedio de Orgrimmar, le habían disparado y había caído de
su protodragón, Galakras, hacia una muerte segura. De un modo asombroso, había
sobrevivido a la caída. Y aunque las heridas habían sido muy graves, su voluntad era
muy fuerte. Decidida a sobrevivir, Zaela había lanzado una bomba de humo para
distraer a sus enemigos y había echado a correr como había podido, dando tumbos,
antes de desplomarse. Había logrado recuperarse animada por la certeza de que había
sorteado la muerte por algún propósito concreto. Y ese propósito era salvar a Garrosh
Hellscream, quien en esos momentos estaba siendo juzgado y cuya vida corría peligro.
Tanto ella como muchos de los Dragonmaw se habían retirado a Grim Batol,
pues ese lugar se hallaba ahora abandonado, donde en su época habían vivido los
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momentos más importantes y gloriosos de su historia —hasta ahora—. Ahí, Zaela y
algunos otros más se habían recuperado sin que nadie lo supiera. Urdía sus planes en la
misma sala donde la gran Protectora, Alexstrasza, había sido torturada para que
engendrara nuevas monturas de dragón rojo para los Dragonmaw. Incluso los profundos
surcos que una agonizante Alexstrasza había dejado con sus garras en la misma piedra
de la montaña, incluso el mero hecho de hallarse junto a una enorme cadena que en su
momento había obligado a la matriarca dragona a agachar su roja cabeza la animaban a
seguir adelante día a día con sus planes.
Había llegado a sus oídos que la “Horda” de Vol’jin había peinado las Tierras
Altas Crepusculares en su busca, y que ahora habían puesto precio a su cabeza. Pero
nunca se les ocurriría buscarla aquí. Zaela estaba segura de que tal descuido se debía a
que Vol’jin era un troll Un Jefe de Guerra orco habría sabido que debía registrar Grim
Batol de todos modos, este no iba a ser su hogar para siempre, pues debían entrar en
acción pronto.
Recorrió con la mirada a todos y cada uno de ellos, sabedora de que se sentirían
igual que ella, aunque era inevitable que las dudas los reconcomieran.
—Están bien adiestrados. Están preparados. Aun así, seguimos siendo pocos en
número. Y son tan conscientes como yo de que si caemos, es muy probable que ninguno
de nosotros sobreviva. Pero prefiero morir en batalla por una causa noble que seguir
escondiéndome, aunque sea aquí. ¡Griten si están conmigo!
Un rugido estalló. Todos ellos agitaron sus armas, gritaron a pleno pulmón y
pisaron con fuerza el suelo. Ella estalló en carcajadas y se sumó a su Warsong.
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Mientras hablaba, detectó movimiento en la entrada. Uno de sus exploradores
avanzaba presuroso hacia ella y pudo ver que portaba un pergamino. Acto seguido, cayó
de rodillas ante ella, jadeando.
Estiró el brazo con el que sostenía el pergamino, que estaba un tanto arrugado
por haber sido agarrado con demasiada fuerza, para ofrecérselo.
Presa del enfado, Zaela gruñó y, para disimular su preocupación, rompió el sello
y leyó:
Si bien nos hemos visto obligados a agachar la cabeza, aún la conservamos sobre los
hombros. Mientras el Jefe de Guerra viva, todavía habrá esperanza en los fieros
corazones de todos aquellos que creen en la verdadera Horda, en la Horda tal y como
era antes y tal y como volverá a ser en el futuro.
Un Amigo
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CAPÍTULO SIETE
G o’el aprovechó el receso para despejarse y aclararse las ideas. Había traído
con él a Pandaria a la loba Snowsong y se alegró de tener un rato para poder cabalgar y
pensar, sin más. Aunque había sido su compañera infatigable durante mucho tiempo, al
estar esta mayor ya no entraba en batalla a lomos de ella. No obstante, seguía estando
fuerte y sana y, muy de vez en cuando, todavía disfrutaban de una buena carrera.
Abandonaron los terrenos del templo y se adentraron en la carretera repleta de curvas
que serpenteaba por un paisaje sobrio que le recordaba mucho a Durotar.
Llevaba atado al pecho de una forma muy segura a su hijito Durak. El calor que
desprendía el cuerpo de su padre y los latidos de su corazón calmaban al niño, que
soñaba profundamente mientras Go’el espoleaba a la loba para que fuera corriendo sin
parar a Barrilia, una pequeña aldea que se encontraba cerca de la Senda Viento
Aullante. Sentir esa pequeña vida acurrucada sobre él y la caricia de ese viento que
arrastraba dulces aromas infundía una tremenda serenidad de espíritu al orco.
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aquellos a los que había arrebatado o arruinado la vida, sino también a la Horda a la que
afirmaba liderar y defender—. Go’el rezó a los elementos para que se hiciera justicia de
verdad lo antes posible. Garrosh ya había infligido bastante daño y Go’el creía que
seguiría haciéndolo mientras siguiera vivo.
Alzó una mano y se apretó a Durak contra el pecho con más fuerza si cabe. No
se podía cambiar el pasado y tampoco debería cambiarse. Pero el futuro sí estaba en sus
manos. Go’el era consciente de que muchas cosas —quizá todo— dependían de lo que
sucediera en ese proceso.
***
Tyrande asintió.
—Si el tribunal me lo permite, llamo a Velen, profeta y líder del pueblo draenei,
para que hable como testigo.
Go’el apretó los dientes. Aggra, que estaba junto a él y acunaba a Durak en sus
brazos, respiró hondo.
—Por lo que sé sobre ella, habría pensado que esta sacerdotisa elfa no iba a ser
tan rastrera —le comentó a su amado, con un tono sereno pero teñido de cierto
enfado—. Si los orcos odian a los elfos de la noche, lo lógico es pensar que el
sentimiento es mutuo.
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testigos. Era más grande que los draenei más altos que Go’el había visto jamás en
persona, pero en cierto modo menos robusto que esos seres tan excesivamente
musculosos. No vestía armadura alguna, solo un atuendo relativamente sencillo de tela
suave, amplia y de tonos blancos y morados que parecía flotar con voluntad propia al
compás de sus movimientos. Los ojos, enmarcados en unas arrugas muy profundas, le
brillaban con un reconfortante color azul. Unos cortos zarcillos sujetos con cintas de oro
sobresalían de la larga barba blanca de Velen, que le llegaba casi hasta la cintura y le
recordaba a Go’el a la cresta de una ola muy potente.
Baine también observaba a Velen con detenimiento. Go’el conocía bastante bien
al tauren como para saber que estaba muy tenso porque lo dominaba la incertidumbre.
—Te pido disculpas, Fa’shua Taran Zhu, cuya ley honramos en busca del
equilibrio. ¿Nos das tu palabra de que dirás la verdad y nada más que la verdad?
—Doy mi palabra —contestó Velen de inmediato, con una voz que demostró ser
potente pero cálida y amable al mismo tiempo, a pesar de haber pronunciado muy pocas
palabras. A continuación, se llevó ambas manos al regazo y contempló a Tyrande con
expectación.
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—Profeta, estoy segura de que hoy todo el mundo en este tribunal sabe que eres
uno de los testigos directos de las atrocidades cometidas por el pueblo orco desde hace
tiempo —señaló Tyrande.
Ya empieza, pensó Go’el. Ahora nos pondrá a todos verdes... o rojos, más bien,
con las manchas de una sangre derramada hace años.
—Con todo respeto, protesto —gritó—. Fa’shua, estamos aquí para juzgar los
actos de un orco, no de todos ellos.
Baine agachó ligeramente las orejas, bajó la cabeza al acatar la decisión del juez
y volvió a sentarse.
—No fuimos recibidos de manera hostil —respondió Velen—. Los orcos y los
draenei coexistimos pacíficamente durante mucho tiempo
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La suma sacerdotisa miró a Chromie, quien asintió y se bajó de la silla. Kairoz
permaneció sentado, observando atentamente.
Acto seguido, el dragón enroscado tallado en el bulbo superior abrió los ojos.
Mientras los ojos de Chromie también brillaban al utilizar esa magia tan peculiar
de su Vuelo, abrió una de sus pequeñas manos. Un zarcillo neblinoso del color de la
arena surgió de ella y serpenteó hasta el centro de ese gran anfiteatro a la vez que se
enroscaba sobre sí mismo como una serpiente, cambiando de aspecto una y otra vez,
hasta que pudieron distinguirse con claridad unas formas, que se fueron tiñendo de
color, de tal modo que esos radiantes tonos bronces pasaron a pintar con unas
tonalidades más realistas unas figuras más grandes de lo normal.
Entonces, pudieron ver a dos jóvenes orcos de piel marrón cubiertos de polvo y
sudor. Tenían la boca ligeramente abierta y los ojos desorbitados mientras miraban
fijamente a un guerrero draenei ataviado con una reluciente armadura de placas de
metal. Parecía preocupado, aunque los orcos no mostraban una expresión de temor sino
de conmoción.
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había roto el corazón. Ahora que él mismo era padre, su mirada recorrió ansiosamente
los rasgos juveniles de su padre. Al girarse para abrazar a su propio hijo, vio que Aggra
ya se lo estaba acercando a los brazos. Sus miradas se cruzaron en un momento de
tremendo amor y comprensión en el que no hicieron falta las palabras. Entonces, Go’el
volvió a centrarse en esa escena mientras acunaba en sus brazos a Durak.
—¿Quiénes son?
—El draenei era un querido amigo mío... Restalaan, el capitán de los guardias
de Telmor. Los orcos jóvenes son Orgrim, al que más tarde se le conoció como
Doomhammer, y Durotan, hijo de Garad.
Velen hizo un gesto de negación con la cabeza, lo que provocó que sus zarcillos
se movieran.
—No. Este fue uno de los primeros encuentros de este tipo. Aunque
comerciábamos con los orcos, nunca nos habíamos topado con unos tan jóvenes.
Go’el se acordó de que Drek’Thar le había hablado sobre ese encuentro. Si bien
el viejo orco no había estado ahí en persona, sí se lo habían contado todo. Se alegró de
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que Drek’Thar no estuviera aquí en estos instantes para revivir ese momento del
pasado, ese momento anterior a que sucedieran tantos siniestros eventos.
—No —respondió Velen—. Estaba oculta por medios tanto mágicos como
tecnológicos. Esos muchachos nunca la habrían hallado si no hubieran sido invitados a
entrar en ella.
—Nos encontramos en el corazón del país de los ogros, aunque cuando esta
ciudad fue construida aún no lo era —les explicó Restalaan, a la vez que se ponía en
pie—. Si los ogros no pueden vernos, no pueden atacarnos.
—Es una mera ilusión, nada más. Un... espejismo. Uno no se puede fiar siempre
de lo que ven sus ojos. Creemos que lo que vemos es siempre real, que la luz siempre
revela lo que hay ahí en todo momento. Pero la luz y la sombra pueden ser
manipuladas, dirigidas, por aquellos que las entienden. Al pronunciar esas palabras y al
tocar ese cristal, he alterado la manera en que la luz se refleja en las rocas, los árboles,
el paisaje. De ese modo, sus ojos perciben algo totalmente distinto a lo que creían que
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había aquí. —Restalaan soltó una risita ahogada muy reconfortante—. Vamos, mis
nuevos amigos. Van a visitar un lugar donde ninguno de los suyos ha estado jamás.
Caminen por los caminos de mi hogar.
—¿Qué ocurrió?
Velen dio un largo suspiro y dirigió su mirada hacia la parte Horda de ese lugar
en busca de Go’el. Cuando el profeta habló fue como si realmente estuviera hablando
solo con el hijo de ese muchacho al que una vez había recibido con los brazos abiertos y
no a una audiencia cautivada.
—Años después, Ner’zhul engañó a los orcos y luego Gul’dan los traicionó.
Creo realmente que Durotan tuvo grandes remordimientos por...
—Tu compasión te honra, profeta, pero por favor, limítate a narrar los hechos tal
y como los conoces.
Baine permaneció callado, aunque tenía las orejas estiradas, lo cual revelaba a
Go’el que no le gustaban nada los derroteros por los que estaba discurriendo el
interrogatorio.
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—Porque Tyrande tiene razón al pedirle que se atenga a los hechos. Baine ya
dirá lo que tenga que decir, cariño. No te preocupes —replicó Go’el, quien no podía
negar que compartía el enfado de su amada.
Velen asintió.
—Muy bien. Los hechos son que Durotan atacó Telmor con un ejército de orcos
años después.
—Gracias —dijo Tyrande, la cual se volvió para mirar a los ahí reunidos.
Recorrió con la mirada los estrados hasta detenerse en los cuatro Celestiales—. He de
advertir al tribunal de que lo que van a ver va a ser muy violento y perturbador, lo cual
es consustancial a toda traición y toda masacre.
Una vez más, Baine no protestó. Go’el se dio cuenta, amargamente, de que eso
era porque Tyrande tenía razón de nuevo.
Aunque tuvo que reconocer que la acusadora no parecía muy feliz de tener que
hacer lo que iba a hacer. No obstante, ella dijo:
—Les presento la tercera Visión de Velen... la toma de Telmor por parte de los
orcos.
Los granos de la Visión del Tiempo volvieron a caer, y otra escena cobró forma.
Go’el vio a un Durotan al que ahora sí podía reconocer, pues ya era un adulto. El líder
del clan Frostwolf portaba lo que su hijo reconoció al instante como el arnés de batalla
que había ido pasando por las manos de diez generaciones de líderes del clan, aunque
nunca antes había visto esa armadura.
Estaba forjada con una pesada armadura de placas unidas por cadenas y en su
parte frontal mostraba a dos lobos blancos mirándose mutuamente. Debería haber sido
mío, pensó Go’el. Debería haberlo sido algún día de Durak, si el destino lo hubiera
querido.
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algo en el suelo. Go’el sabía qué buscaba; en realidad, estaba seguro que todo el mundo
lo sabía.
Durotan asintió y apartó la vista de la piedra preciosa para mirar a sus colegas a
la cara.
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en tromba. A esta marea de guerreros la seguían de cerca los brujos (los cuales eran
algo muy reciente), quienes acribillaron a los grupitos aislados de aterrados y
desarmados draenei con fuego, sombras y maldiciones.
Algunos de los orcos se metieron en algunos edificios, para perseguir a los que
habían entrado en ellos en busca de refugio de manera muy necia. Unos cuantos
segundos después, esos guerreros salían de ahí cubiertos de sangre, corriendo por las
escaleras en busca de sus próximos objetivos.
Restalaan.
El draenei gritó algo que Go’el no entendió, agarró a Durotan y lo hizo caer de
su montura. Sorprendido, el orco no reaccionó a tiempo y se estampó contra el suelo.
Restalaan atacó con su espada hacia abajo justo cuando Durotan cogía el hacha.
El lobo negro del orco se giró para defender a su jinete y clavó sus dientes
descomunales al draenei en el brazo. Restalaan soltó esa espada brillante y Durotan
arremetió contra él con su hacha, atravesando la armadura y la carne de este. Restalaan
cayó de rodillas y el lobo lo mordió aún con más fuerza mientras una sangre azul
manaba de la herida que había abierto el hacha. Durotan atacó por segunda vez,
acabando así con lo que debía de ser un dolor agónico. De esta manera, Restalaan, aquel
que había ofrecido su amistad a Durotan y le había enseñado los secretos de esa ciudad,
fue asesinado.
Go’el pensó que ese sería el fin de esa escena tan sangrienta, ya que Tyrande
había expuesto ya con total claridad su argumento. Dirigió sus ojos hacia ella y
comprobó que se encontraba de pie con los brazos cruzados y la mirada clavada en esas
horripilantes imágenes que se habían manifestado ante el tribunal por orden suya. No
hizo ninguna señal que indicara que no hacía falta mostrar nada más, por lo cual la
carnicería prosiguió.
Los orcos arrasaron la ciudad en esa Visión. Go’el se dio cuenta, con cierta
indignación, que la muerte de Restalaan, por muy conmovedora que hubiera sido, era
solo el preludio de lo que Tyrande se guardaba bajo la manga.
78
CAPÍTULO OCHO
H abía tantos cadáveres que los orcos a veces se tropezaban con ellos cuando
corrían hacia una nueva presa. Estaban luchando cuerpo a cuerpo, y Durotan, que se
encontraba tan cubierto de sangre como sus camaradas, rajaba, cortaba y golpeaba con
velocidad y precisión. Era una violencia tan presente, tan real, que Go’el al ver lo que
iba a pasar, lanzó una advertencia a voz en grito. Y no fue el único.
Alguien arremetió contra Durotan mientras este luchaba. Go’el, que no sabía
con total certeza qué iba a suceder, contempló la escena horrorizado y sin poder hacer
nada.
La muchacha, que era prácticamente una niña, solo mostraba un leve atisbo de
unas curvas femeninas que ya nunca florecerían del todo.
Go’el fue consciente de que su padre no cortó a la chica por la mitad gracias al
adiestramiento que había recibido. Go’el sabía que se requería realizar un gran esfuerzo
y poseer una enorme destreza para cambiar el arco que trazaba esa hacha en el aire y
pudo notar cómo sus propios músculos se tensaban por pura empatía. Sin embargo, la
muchacha no tuvo esos escrúpulos y se abalanzó sobre ese orco armado hasta los
dientes y cubierto con una armadura de pies a cabeza, al que golpeó con sus puños
desnudos. La actitud desafiante que la había llevado a interponerse en la trayectoria de
esa arma, a pesar de ser perfectamente consciente de que eso podría haber tenido
consecuencias látales para ella, era quizá uno de los actos más valientes que Go’el había
visto jamás.
Durotan no acabó con la niña draenei, Go’el sabía que nunca lo habría hecho,
pero sí lo hizo otro orco. Go’el notó que unas lágrimas se le asomaban a los ojos por
culpa de la estupefacción e indignación que sintió al ver cómo esa chica se quedaba
inmóvil y se le desorbitaban los ojos, mientras le brotaba sangre a raudales de la boca.
La habían atravesado por detrás. Su asesino tiró de la lanza hacia un lado, y el cuerpo
cayó al suelo. Colocó un pie sobre el cadáver de esa niña que todavía se retorcía y le
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arrancó la lanza, a la vez que le brindaba una sonrisa de oreja a oreja a un asqueado
Durotan.
—Me debes una, Frostwolf —dijo el orco del clan Shattered Hand.
En su mente, Go’el vio cómo se desarrollaba otra escena; una que él mismo
había vivido. Acababa de escapar recientemente del yugo de su “amo”, Aedelas
Blackmoore, y el clan Warsong le estaba haciendo una prueba. Habían traído a un chico
humano y lo habían colocado delante de él; uno aún más joven que la pobre niña
draenei.
Ya sabes qué es, le había dicho Iskar. Son nuestros enemigos naturales... Mata a
este niño, antes de que crezca y tenga la edad suficiente como para matarte.
¡Pero si es solo un niño! Sí, no era más que un niño aterrado. A Go’el se le
desbocó el corazón al recordarlo.
Si no lo haces... puedes estar seguro de que no saldrás de esta cueva con vida.
Tyrande estaba haciendo justo lo que Aggra y Go’el habían temido que hiciera
—coger la verdad y retorcerla—.
Ese asesinato a sangre fría de una niña no definía qué —ni quiénes— eran los
orcos.
Pero el horror todavía no había acabado. Casi de inmediato, otra escena cobró
forma. No cabía duda de que transcurría ese mismo día cierto tiempo después. Los
orcos estaban cubiertos de vísceras y sangre. Las hasta entonces hermosas habitaciones
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en las que ahora se encontraban habían sido arrasadas y estaban repletas de sillas rotas y
otros objetos destrozados.
—¿Qué hacemos con los draenei que hallemos vivos? —preguntó alguien a
Durotan.
La escena se congeló y se fue disipando lentamente. Las arenas del reloj dejaron
de brillar.
—No hay más preguntas, Lord Zhu —dijo Tyrande, quien con la cabeza alta y
la mandíbula apretada, pues apenas era capaz de disimular su ira, se sentó en su silla en
un anfiteatro donde reinaba un silencio sobrecogedor.
***
Velen parecía más viejo, más triste que antes. Anduin se dio cuenta de que
incluso ahora el compasivo profeta se compadecía tanto de los draenei caídos como de
los orcos que los habían masacrado.
Anduin había vivido bastante tiempo con los draenei como para poder
entenderlo. Esas víctimas inocentes habían muerto, pero los orcos habían tenido que
vivir afrontando las consecuencias de sus actos.
—Si pudiera, no permitiría que participaras en ninguna guerra, hijo mío —dijo
Varían. Anduin alzó la vista hacia su padre y el semblante de su progenitor mostró un
gesto sombrío cuando añadió—: Es una cosa horrible. Y lo que acabamos de ver es la
peor cara de la guerra.
Anduin no podía hablar porque tenía la boca muy seca, así que no pudo replicar
a su padre. Estaba de acuerdo en que la guerra era un asunto realmente horrendo, pero
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lo que acababan de ver no era eso. La guerra se libraba entre dos bandos de fuerzas más
o menos parejas, armados y preparados. Lo que había sucedido en Telmor no era digno
de recibir ese nombre. El príncipe —que todavía se hallaba aturdido en cierto modo—,
dirigió su mirada hacia la sección de la Horda. Ninguno de ellos, ni siquiera los orcos,
parecían muy contentos con lo que acababan de ver. No era necesariamente la violencia
lo que tanto les había perturbado, sino el hecho de que en esa batalla no hubiera “gloria”
alguna. Cualquiera era capaz de masacrar a un pueblo desarmado.
—No hace falta que te disculpes, Chu’shao Bloodhoof. Si has puesto alguna
palabra en mi boca, he de reconocer que han sido las mismas que yo hubiera escogido
—respondió Velen—. Sí, en efecto, he sufrido mucho al verlo.
Baine asintió.
—No. También me aflige recordar cómo alguien que era noble y sincero se vio
obligado a actuar en contra de su naturaleza por culpa de sus superiores —contestó
Velen.
—Sí.
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—Con todo respeto, protesto —dijo Tyrande—. El testigo no puede saber qué
pensaba Durotan.
Pero en ese instante, todo el mundo con ojos en la cara fue capaz de ver la
expresión de horror que se adueñó del semblante de Durotan al contemplar el cadáver
de esa niña asesinada. Y todo el mundo con oídos pudo escuchar ese largo y quebrado
aullido plagado de desesperación, ira y remordimiento. El orco Lobo Gélido elevó la
cabeza y entonces Baine dijo de repente:
—Páralo ahí.
Unas lágrimas recorrieron esa cara marrón, y todos sabían que los orcos rara vez
lloraban. La boca enmarcada en unos colmillos de Durotan estaba abierta en un lamento
silencioso. En el lugar del juicio también reinaba el silencio.
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—¿Puedes explicar al tribunal qué opinas sobre los orcos a día de hoy, profeta?
Velen lo hizo con lentitud, con una voz plagada de tristeza en cuanto halló las
palabras adecuadas:
—Me alegro de que fueran capaces de superar la maldición que los había
corrompido al beber la sangre de Mannoroth.
—Así que me estás diciendo que crees que la gente puede cambiar —reflexionó
Baine—. Incluso Grommash Hellscream.
—¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Tyrande por cuarta ocasión—. Una
vez más, está manipulando al testigo.
Baine asintió.
—En resumen, desde tu punto vista, por lo que has vivido, afirmas que el pueblo
orco se tuvo que enfrentar a un gran desafío y lo superó. ¿Eso los ha cambiado?
—Si —respondió Velen—. Sé mejor que nadie lo poderosa que puede llegar a
ser la influencia demoníaca.
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Tyrande, sin embargo, sí las tenía. Su hermoso rostro mostraba cierta frialdad
cuando se aproximó al draenei que ella misma había propuesto como testigo.
—Solo tengo una cuestión más, profeta. Y por favor, responde directamente, no
nos des tu opinión. ¿Durotan y los demás habían ingerido la sangre de Mannoroth
cuando atacaron Telmor?
—Sí.
***
Taran Zhu decretó una hora de receso, pues intuía sabiamente que los
espectadores necesitaban salir de la sala para despejarse mentalmente y olvidar lo que
habían visto si no querían que unos cuantos más engrosaran las filas de los “retenidos”
hasta el final del juicio.
El mismo Anduin se excusó ante Jaina, Kalec y su padre, alegando que tenía que
tomar un poco de aire fresco y estirar las piernas, ya que todavía no se le habían curado
del todo, aunque lo que realmente quería hacer era escapar. El receso era demasiado
breve como para que pudiera regresar a su lugar favorito de toda Pandaria, la Locura del
Albañil. Hacía mucho tiempo, los albañiles habían tallado con sumo cuidado una serie
de escalones que no llevaban a ninguna parte en concreto, salvo a una vista
espectacular. Nadie conocía cuál había sido el propósito original de esas escaleras. A
Anduin le encantaba la idea de que esas escaleras únicamente llevaran a un lugar
hermoso, que además le parecía muy sereno. Sin embargo, ahora, tendría que
conformarse con deambular por los terrenos del templo, lejos de la zona principal.
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tanto a ellos como al herrero grúmel, Black Arrow, que no se acercaran al templo
durante el día mientras durase el juicio, por lo cual Anduin pudo disfrutar ahí de la
soledad que tanto deseaba.
El aire de la montaña era vigorizante y fresco. Anduin fue dejando sus huellas
sobre una fina capa de nieve. Unas cadenas descomunales rodeaban ese mirador para
evitar que los incautos se cayeran. Al oeste, se alzaban unas montañas muy antiguas,
cuyas colosales cumbres, que atravesaban las nubes, estaban cubiertas de nieve y
envueltas en niebla. Al este, Anduin pudo ver dos pequeñas pagodas, rodeadas de
cerezos y custodiadas por una estatua del poderoso Xuen.
La vista que tenía directamente de frente, al sur, parecía un cuadro realizado por
un maestro de la pintura, ya que reflejaba la paz del templo y la vastedad de Pandaria.
Anduin sintió la necesidad de proteger este lugar, una sensación que no era la primera
vez que experimentaba, y se preguntó por qué se sentía tan a gusto en un lugar tan ajeno
a él y a todo cuanto había conocido anteriormente.
—Claro que puedes quedarte, aunque no creo que ahora mismo vaya a ser una
buena compañía.
—No cabe duda de que la suma sacerdotisa Whisperwind, o quizás debería decir
Chu’shao Whisperwind, ha empezado muy fuerte—afirmó Wrathion. A la vez que se
colocaba junto a Anduin. Con las manos entrelazadas a la espalda, contempló esa vista
como si realmente le interesara, aunque Anduin sabía que no era así.
—Pues sí —replicó.
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—Y aun así hizo cosas terribles —reflexionó Wrathion, quien frunció el ceño y
se acarició pensativo su escasa barba—. No obstante... presentar a una raza de un modo
tan burdo, con unas pinceladas tan bastas, se volverá en su contra si insiste en esa
estrategia. Se requieren más matices, más sutileza.
Ese comentario brotó con furia de los labios de Anduin antes de que pudiera
evitarlo. Se cruzó de brazos y se estremeció. El lugar donde se celebraba el juicio se
había caldeado gracias a los braseros y al calor corporal; además, se le había olvidado
traerse la capa. También se dio cuenta de que la escena de la chica asesinada lo había
perturbado más de lo que había pensado.
Wrathion se limitó a reír, de tal modo que el frío aire transformó su aliento en
vaho.
—Eso es porque tengo razón. Nada es inmutable, príncipe Anduin. La raza con
la que uno se alía hoy puede ser el enemigo mañana —en ese instante, señaló a esas
montañas abriendo los brazos—. Incluso la misma tierra a veces cambia y se desplaza.
Los fuegos arden y luego solo quedan rescoldos. En el aire puede reinar la quietud y, de
repente, surgir un tornado. Los océanos y los ríos se hallan en constante movimiento.
No existe la verdad pura y dura.
Anduin frunció los labios. Wrathion no tenía razón. No podía tenerla. Algunas
cosas eran universales, inmutables. Algunas cosas siempre estaban mal. Como asesinar
a inocentes.
—Si nada es sólido, ¿cómo puede permanecer en pie cualquier cosa que se
construya? —inquirió Anduin. Aunque había pretendido hacer una pregunta, sonó más
bien como un ruego.
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Wrathion pareció sorprenderse realmente ante esa cuestión, lo cual regocijó un
poco a Anduin. Ladeó la cabeza, en la que llevaba un turbante, y arrugó los labios,
mientras meditaba la respuesta.
Y eso hicieron.
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CAPÍTULO NUEVE
—P or favor, dinos tu nombre y a qué te dedicas —dijo Tyrande.
El segundo testigo al que había llamado era un orco de edad mediana, fornido y
con una piel que era de color verde pálido, lo cual era muy poco habitual. Tenía una
barba negra muy poblada, quizá para compensar que tenía la cabeza completamente
calva.
Tyrande echó a andar, o más bien a deslizarse, pues sus pasos eran muy ágiles y
elegantes. Tenía los brazos cruzados y un ceño de suma concentración que quebraba la
perfección de esa noble frente.
Como hizo esa pregunta con un tono bastante acusatorio, Kor’jus se sintió
ofendido.
—Mis setas han tenido el honor de servirse en la mesa de dos Jefes de Guerra —
le espetó—. Esa ha sido la única atención que me han dispensado recientemente.
Una vez más, Chromie activó la Visión del Tiempo y, al instante, apareció una
imagen en la que Kor’jus estaba arrodillado cosechando setas. Se hallaba de espaldas a
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la puerta, concentrado en su labor, por lo que no vio cómo esos visitantes levantaban la
cortina. Aun así, quizá intuyó su presencia, ya que Kor’jus arrugó el ceño y se volvió.
—Solo conocía el nombre de uno de ellos, pero sí sé que todos eran Kor’kron.
El orco Blackrock, ese que tiene solo tres dedos en una mano y una cicatriz que le
recorre toda la cara, es Malkorok. O lo era, al menos.
Esta identificación no era realmente necesaria, pues solo era una formalidad, ya
que la mayoría de los ahí reunidos reconocieron al difunto líder de los Kor’kron.
Malkorok, ese orco de piel gris cubierto de pintura roja de guerra, se había convertido
para muchos en el mejor ejemplo de lo peor que eran capaces de hacer los orcos
Blackrock. Oh, sí, lo reconocían y despreciaban.
En ese instante, aferró con más fuerza el pequeño cuchillo que había estado
utilizando en su labor.
—No hemos venido a por setas —replicó Malkorok con un tono sereno. Tanto
él como los otros cuatro orcos entraron entonces en la tienda. Uno de ellos apartó la
cortina—. Hemos venido a por ti.
—El Jefe de Guerra es el motivo que nos ha traído aquí —aseveró Malkorok,
dando un paso hacia el frente y luego otro. Kor’jus no se movió de donde estaba—. Lo
has criticado... así que a lo mejor algún día caes en la tentación de servirle unas setas
cultivadas con menos esmero, ¿eh?
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—La Horda no está compuesta de esclavos. ¡Todos sus miembros son valiosos!
¡Puedo criticar las decisiones del Jefe de Guerra y no por eso estoy conspirando en su
contra!
Agarró al cultivador de setas de la muñeca con la mano en la que solo tenía tres
dedos. Incluso mutilado, resultaba obvio que Malkorok conservaba aún mucha fuerza
en esa extremidad, ya que Kor’jus soltó el cuchillo y profirió un grito ahogado. Con
suma indiferencia y regodeándose claramente, Malkorok le dobló el brazo a su víctima
hacia atrás y se lo rompió con un crujido perfectamente audible. Los otros cuatro se
abalanzaron rápidamente sobre él, tal vez porque temieran perderse la diversión, y se
carcajearon como si estuvieran bebiendo en vez de golpeando a un oponente al que
superaban en número hasta dejarlo reducido a una masa informe.
Solo emplearon los puños y le golpearon allá donde le iba a doler más y no
donde podrían provocarle la muerte; en la cara, las piernas y los brazos. Uno de los
Kor’kron le dio un puñetazo directamente en la cara a Kor’jus y le partió la nariz; la
sangre y los mocos manaron a raudales. La cabeza se le fue hacia atrás violentamente y
varios dientes salieron volando al recibir un segundo puñetazo de ese mismo orco
excesivamente fervoroso, pero cuando le iba a propinar un tercero, Malkorok lo detuvo.
Los Kor’kron ni siquiera habían roto a sudar y se dieron palmaditas unos a otros
en la espalda mientras se marchaban. En cuanto se largaron, Kor’jus alzó la cabeza,
escupió sangre y más dientes y quedó inconsciente.
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—Kor’jus, ¿sabes si otra gente sufrió ataques parecidos al que tú sufriste?
—No —respondió el orco—. Hubo otros a los que dieron unas palizas tan
fuertes como la mía, o incluso peores.
—Retiro ese último comentario, Lord Zhu —dijo Tyrande, interrumpiendo así a
la defensa a la que lanzó una mirada que parecía indicar que su paciencia se agotaba—.
Por favor, explícale al jurado que quieres decir con “peores”.
—Me refiero a la explosión que tuvo lugar en Cerrotajo hace tiempo —replicó
Kor’jus.
—Yo estuve ahí. Me hallaba en esa posada porque intentaba evitar Orgrimmar
lo máximo posible, para no cruzarme con Malkorok. —Se rio brevemente—. Irónico,
¿no? Entonces, él entró en ese lugar y amenazó a un renegado y a una elfa de sangre. —
En ese instante, Kor’jus pareció hallarse bastante incómodo—. Me largue en cuanto
llegaron, sin que nadie me viera marcharme. Tuve suerte.
Tyrande asintió.
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No obstante, parecía un lugar muy bullicioso donde poder divertirse hasta que
los Kor’kron entraron. Se detuvieron en la puerta y sus robustos cuerpos bloquearon la
entrada a casi toda la luz que penetraba en la estancia principal de la taberna. Dos
clientes, un Renegado y una sin’dorei que estaban bebiendo juntos, alzaron la vista
hacia los recién llegados.
Anduin echó una ojeada a la zona de la Horda. Tanto Sylvanas como Halduron
se encontraban inclinados hacia delante en sus respectivos asientos. Si bien Anduin no
había oído nunca hablar de Farley ni de Bloodblade, a juzgar por cómo sus líderes
estaban reaccionando ante esas imágenes, tenían en mucha estima a ambos, de eso no
había duda.
Bloodblade tenía el pelo del color del sol y una piel tan pálida que parecía que
nunca había sido tocada por el astro rey. A pesar de hallarse de permiso, ella seguía
llevando puesta parte de su armadura. Farley, por su parte, se había descompuesto
bastante antes de renacer como Renegado, por lo cual Anduin se preguntaba cómo se
las arreglaba para ingerir líquidos con esa mandíbula que no parecía que pudiera cerrar.
—Eso no tiene por qué ser así. —Frandis alzó un brazo huesudo y agitó una
mano en el aire—. ¡Amigo Malkorok! ¿Qué haces por los bajos fondos? Lo que uno
puede hallar en un orinal es probable que sea mejor que la bazofia que este granuja de
Grosk sirve aquí, pero es barato y cumple su cometido, o eso dicen. Acércate, deja que
te invitemos a una ronda.
Malkorok sonrió. A Anduin eso le dio muy mala espina y, si su expresión era
indicativo de algo, también a Kelantir.
—Grosk, bebidas para todos. —El orco Blackrock le dio una palmada a Frandis
en la espalda tan fuerte que el Renegado estuvo a punto de caer de bruces sobre la
mesa—. Esperaba encontrarme con algún tauren o Renegado aquí. Pero he de decir que
tú pareces tremendamente fuera de lugar.
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En ese instante, posó su mirada sobre Kelantir.
—Te equivocas. He estado en sitios mucho peores que este —le corrigió la
paladín, la cual entornó los ojos mientras observaba a Malkorok, a quien el posadero,
presumiblemente ese granuja de Grosk, estaba sirviendo.
—Tal vez, tal vez—replicó Malkorok—. Pero ¿por qué no estás en Orgrimmar?
—Al parecer, tú y unos cuantos más prefieren estos entornos rústicos. ¿Dónde
está ese joven toro llamado Baine y ese adulador que lo suele acompañar que responde
al nombre de Vol’jin? Esperaba poder hablar con ellos.
—Hace tiempo que no les veo —afirmó Kelantir, quien colocó los pies sobre la
mesa, sin apartar la mirada del orco—. No me relaciono mucho con los tauren.
—¿De veras? —replicó Malkorok—. Pues tenemos testigos que nos han dicho
que tanto tú como Frandis estuvieron conversando íntimamente anoche en esta misma
posada con ese tauren y ese troll, entre otros. Nos han informado de que dijeron cosas
como que “Garrosh es un necio”, que “Thrall debería volver para enviarlo a patadas a
Undercity” y que “fue una cobardía lanzar la bomba de maná sobre Theramore”.
—Ah, sí, los elementos... algo acerca de que era una pena que Cairne no lo
hubiera matado cuando había tenido la oportunidad, porque Thrall nunca habría
utilizado los elementos de un modo tan cruel e insultante —continuó diciendo
Malkorok.
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—Pero si dicen que no han visto recientemente ni a Baine ni a Vol’jin, supongo
que esos testigos deben de estar equivocados —concluyó Malkorok.
—Me alegro de que lo entiendas —comentó Frandis—. Gracias por las bebidas.
¿Puedo invitarte a la siguiente ronda?
—No, será mejor que sigamos nuestro camino —respondió Malkorok—. A ver
si podemos dar con Vol’jin y Baine, ya que, por desgracia para nosotros, no están aquí.
Y por suerte para ellos, pensó Anduin. Sus loa y la Madre Tierra debieron de
protegerlos.
En cuanto ambos cruzaron sus miradas, Anduin lo supo. Se le erizó el pelo del
cogote y quiso vociferar una advertencia. Pero eso no estaba sucediendo en el presente,
eso era el pasado, y ya era muy tarde, siempre había sido muy tarde para cuando Farley
y Bloodblade se habían dado cuenta de lo que ocurría.
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La pareja a la que aguardaba un funesto destino se puso en pie y corrió hacia la
puerta. De repente, se vieron rodeados de hielo y se quedaron congelados ahí mismo, y
la escena se tornó blanca. El estruendo de una explosión reverberó por toda la sala y,
acto seguido, la Visión desapareció.
Regresó a la silla rodeada de ese silencio total que llenaba ese enorme coliseo.
96
CAPÍTULO DIEZ
B aine permaneció sentado durante un largo instante. Esperaba transmitir una
sensación de calma, aunque en realidad la ira que sentía amenazaba con impedirle
interrogar a Kor’jus como era debido, pues una tremenda furia se había apoderado de él
por culpa de lo que acababa de ver.
Al igual que casi todo el mundo, siempre había sospechado que esa explosión en
la posada de Cerrotajo no había sido un accidente, pero claro, no había quedado ningún
testigo con vida que pudiera demostrar nada. Por lo que él conocía, Grosk siempre
había mantenido que no sabía nada e insistía en que había abandonado el local en el
momento preciso por pura suerte.
Pero eso daba igual. Él no era quien había lanzado primero una bomba de
escarcha y luego una granada de fragmentación al interior de una taberna abarrotada.
—Te fuiste justo a tiempo, por lo visto —afirmó Baine—. Malkorok y los
Kor’kron habían decidido que ya no bastaba con dar unas meras palizas para impedir
que la gente criticara a Garrosh, eso está claro.
Kor’jus asintió.
—No cabe duda de que Malkorok hacía lo mismo que había hecho en la
montaña Blackrock —continuó hablando Baine—. Rastreaba a aquellos a los que
consideraba traidores y los eliminaba sin contemplaciones por ser una amenaza. Tal y
como creo que tú mismo has dicho antes, hubo otros que también fueron el blanco de
las iras de este Kor’kron tan obsesivo.
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—¿Acaso alguno de ellos le oyó decir a Malkorok que Garrosh le había
ordenado directamente... amenazar... a alguien?
Garrosh permanecía sentado como si fuera una figura tallada en piedra, con una
mirada inexpresiva que denotaba una total falta de interés.
A pesar de que arrugó aún más el ceño, al final, Kor’jus respondió hoscamente:
—No.
—Así que no puedes aseverar ante este tribunal que el acusado ordenó jamás
asesinar a su propia gente por criticarlo, ¿verdad?
—No —repitió Kor’jus, quien tuvo que contenerse como pudo, pues quería
explayarse aún más.
—S-sí. Es posible.
—No tengo más preguntas —afirmó Baine, quien hizo un gesto de asentimiento
a Tyrande, la cual no hizo ademán alguno de aproximarse al testigo.
—Fa’shua —dijo Tyrande—, solicito que se vuelva a leer ante este tribunal una
parte de la declaración de intenciones inicial. El segmento en que se dirigía al acusado
justo antes de enumerar los cargos.
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—Propuesta aceptada —contestó Taran Zhu, quien asintió a Zazzarik Fryll, el
goblin cuya bella caligrafía y neutralidad habían sido compradas por una tarifa no muy
exagerada. El goblin se ajustó las gafas sobre esa nariz aguileña y, con su diminuto
pecho henchido de orgullo, desenrolló un pergamino.
—“Garrosh Hellscream —leyó con una voz áspera—, has sido acusado de
crímenes de guerra, de crímenes contra la misma esencia de los seres conscientes de
Azeroth, así como de crímenes contra la propia Azeroth. También se te acusa de ciertos
actos cometidos en tu nombre, o por aquellos con los que te aliaste”.
Esas últimas palabras enfurecieron tanto a Baine que se puso de pie de un salto.
—Chu’shao, debo pedirte que obres con cautela en este proceso. No me gustaría
tener que reprenderte.
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—Solicito un receso de diez minutos para poder hablar con el acusado y mi
consejero en cuestiones temporales antes de pasar a interrogar al siguiente testigo,
Fa’shua.
—No pretendo que lo haga —respondió Kairoz, quien habló también muy
bajito—. Según mis cálculos, y en estas cosas nunca me equivoco, tenemos únicamente
siete minutos y dieciocho segundos para hablar. Así que, adelante, Chu’shao.
No hizo falta que le dijera nada más al tauren, que centró su atención totalmente
en Garrosh e hinchó las fosas nasales.
Garrosh se encogió de hombros, lo cual provocó que sus cadenas tintinearan con
un extraño ruido agudo.
100
—No quiero que me ejecuten, pero no me importaría morir si pudiera hacerlo de
manera gloriosa, batallando contra gente como esta sacerdotisa a la que han
encomendado la tarea de condenarme. Sí, eso sí lo deseo, sin lugar a dudas.
—¡A cada momento que pasas sentado estoicamente en esa silla, las
probabilidades de que te liberen y puedas volver a luchar menguan! ¡No estás haciendo
nada que me ayude a defenderte! —le advirtió Baine.
—La vida está repleta de sorpresas —le espetó Kairoz de un modo totalmente
inesperado—. Pero yo diría que seguramente no volverás a participar en una batalla si
tu cabeza acaba trinchada en una pica como un pollo asado, para ser exhibida en las
puertas de todo el camino que lleva de Stormwind a Orgrimmar y viceversa.
—Chu’shao Bloodhoof —le dijo Kairoz con un tono apremiante, pero Baine
alzó una mano para pedirle silencio al dragón.
—Dame algo con lo que pueda rebatir los argumentos de la parte contraria,
Garrosh. Aún no has colaborado para nada en tu propia defensa.
—Y, como puedes ver, las cosas van estupendamente para ti —apostilló Kairoz.
101
Una extraña sonrisa cobró forma alrededor de los colmillos de Garrosh.
***
Varok Saurfang.
Mostraba una mirada atenta y alerta. Baine sabía por qué derroteros iba a
transcurrir ese interrogatorio, así que estiró las orejas, con la esperanza de dar con algo,
con cualquier cosa, con la que pudiera ayudar a Garrosh de algún modo.
—Por favor, dinos tu nombre —le pidió Tyrande con suma amabilidad.
102
Saurfang entrecerró los ojos, como si sospechara que estaba intentando
jugársela.
—Tu propio pueblo, así como la Alianza, te tiene en muy alta estima —
prosiguió diciendo Tyrande. Baine pudo notar que la elfa de la noche hablaba sobre él
con verdadero respeto—. Muchos de los aquí presentes saben que tu hijo sufrió un
destino terriblemente trágico.
—Muchos otros han sufrido por culpa de esa fuerza tenebrosa conocida como el
Rey Lich. Nunca he pedido un trato especial por ello.
—Me gustaría que los demás pudieran entender del todo el calvario que has
sufrido, si el tribunal me da su permiso.
De repente, Baine fue consciente de cuál era la escena que Tyrande pretendía
mostrar y sintió un escalofrío nauseabundo.
No. Daba igual si Tyrande estaba obrando de una manera muy calculadora o si
se estaba dejando llevar por una compasión malentendida. No podía dejarla mostrar...
103
—Lo que vas a ver o no en este juicio no es una decisión que esté en tus manos,
Chu’shao —le advirtió Taran Zhu—. Pero estoy de acuerdo contigo. Este tribunal
admite que Varok Saurfang es un héroe de guerra muy respetado y que ha sufrido una
gran pérdida, pero Chu’shao Whisperwind no entendemos qué relación tiene esto con
Garrosh. Aquí no se está juzgando al Rey Lich.
—¿Estás de acuerdo en que eres muy respetado, Varok Saurfang? ¿En que hay
muy pocas personas, si es que hay alguna, que sea capaz de cuestionar tu devoción por
la Horda?
—¿Se podría decir que tanto tú como otros se valieron de la Horda para tener...
licencia para masacrar?
—¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Baine—. ¡La acusación parece estar
tan obsesionada con ciertos hechos del pasado que no tienen nada que ver con el
acusado que esto bordea ya el odio!
—En realidad, estoy intentando demostrar que este testigo es una persona
racional y responsable, Lord Zhu, lo cual no tiene nada que ver con el odio —replicó,
lanzando una mirada furiosa a Baine.
104
Taran Zhu caviló al respecto y, acto seguido, dijo:
—¿A quién?
—Sí, lo hice.
Tyrande asintió.
Chromie manipuló la Visión del Tiempo de un modo que ya era habitual para
todos y, a continuación, unas imágenes cobraron forma en el centro de esa estancia.
Por primera vez, los ahí congregados vieron a Garrosh Hellscream no como
estaba ahora —capturado, encadenado y con un rostro inexpresivo—, sino tal y como
era hace unos años, antes de la caída del Rey Lich. Cuando mi padre aún respetaba al
hijo de Grommash Hellscream, pensó Baine.
Incluso el Alto Señor Supremo Saurfang parece más joven, reflexionó el tauren,
al darse cuenta con sumo pesar de lo mucho que le había pasado factura al orco la
muerte de su único hijo.
105
que se movía con un zumbido; y unas calaveras pintadas que representaban al
aparentemente infatigable Azote. Saurfang se arrodilló y señaló a algunas cosas
mientras hablaba. Garrosh parecía distraído y daba la impresión de hallarse al mismo
tiempo enfadado y aburrido.
Saurfang estaba intentando dejarle muy claro a Garrosh que era importante que
las tropas necesitaban su apoyo en ciertas cuestiones de organización e intendencia
cuando Hellscream replicó con un gesto de desdén:
Baine se percató de que Garrosh se dirigía con mucha familiaridad a ese otro
orco mucho mayor y más experimentado, y eso no le gustó nada. Saurfang, sin
embargo, no cayó en la trampa e insistió:
Saurfang le espetó:
—¡El hijo pródigo ha hablado! La sangre de tu padre corre con fuerza por tus
venas, Hellscream. Eres tan impaciente como siempre... Impaciente y temerario.
Pretendes lanzarte de cabeza a librar una guerra total sin pensar en las consecuencias.
106
—con la que nos liberó a todos de la maldición de esa sangre—, no pudo borrar los
terribles recuerdos de lo que hicimos en el pasado. Su valeroso acto no puede borrar los
horrores que cometimos.
Entonces, la imagen de Saurfang miró para otro lado y empezó a hablar, con la
mirada perdida, más para sí mismo que para el joven orco.
Velen cerró los ojos. Baine notó que la mayoría de los presentes en esa estancia
centraban su atención en el draenei y oyó cómo la gente se revolvía inquieta en los
estrados. Alzó la vista hacia los Celestiales y comprobó que contemplaban absortos esa
Visión.
—No puedes pensar realmente que esos niños eran inocentes, ¿eh? ¡Habrían
crecido y tomado las armas para combatirnos!
Para sorpresa de Baine, Saurfang no reaccionó ante ese comentario, sino que
contestó con un tono bajo y distante:
—No voy a permitir que nos arrastres por ese sendero tenebroso, joven
Hellscream. Yo mismo te mataré antes de que llegue ese día.
107
Sin ningún género de dudas, esa era la perla que Tyrande había estado
esperando. Un gran héroe de guerra amenazando a Garrosh con matarlo para evitar que
ese joven impetuoso los empujara a librar otra guerra devastadora sin ninguna razón que
la justificara de verdad.
—¿Cómo has logrado sobrevivir tanto tiempo, Saurfang? ¿Cómo es posible que
no hayas sido víctima de tus propios recuerdos?
Saurfang sonrió.
—Alto Señor Supremo, voy a ser breve, para que no tengas que estar sentado en
esa silla más tiempo del necesario. Amenazaste a Garrosh con matarlo si guiaba a los
orcos por ese sendero tenebroso.
—Así fue.
—No, no lo era.
—Sí.
—¿Y crees que al final hizo eso mismo? ¿Que arrastró a los orcos por ese
tenebroso camino?
—Sí. Por eso me alcé en armas contra él. Después de algunas cosas que hizo...
108
El anciano orco sacudió la cabeza de lado a lado, asqueado, y fulminó a Garrosh
con la mirada.
—Así que debo concluir que te alegraría que al final se dictara el veredicto que
Chu’shao Whisperwind defiende que se tome... te alegraría que se le ejecutara.
—No.
A pesar de que los murmullos recorrieron toda la sala a una gran velocidad,
Baine se sintió muy satisfecho. Tenía razón sobre Varok. El tauren miró fugazmente a
Tyrande y vio que la kaldorei se incorporaba y observaba la jugada atentamente a la
espera de que diera un paso en falso. Pero Baine no le iba a conceder ese gusto.
—¡Con todo respeto, protesto! Las preferencias personales del testigo son
irrelevantes.
—Fa’shua, intento dejar claro que pretendía decir el Alto Señor Supremo
cuando dijo: “Yo mismo te mataré”.
—Si me derrotara... sí. Así obramos los orcos... siguiendo el verdadero camino,
el del honor.
—No pretendo malinterpretarte, así que perdóname por insistir. No quieres que
este tribunal ejecute a Garrosh, sino que quieres desafiarlo a librar un combate
honorable, de tal modo que, si ganara ese duelo, ¿lo perdonarías?
109
—Tendría que volver a labrarse una reputación, ya que la suya ahora está hecha
trizas y ha sido arrastrada por los suelos —le espetó Saurfang—. Pero sí. Si él se alzara
victorioso, tendría esa oportunidad. Una vez fue un orco honorable. Puede volver a
aprender a serlo.
Baine apenas logró contener un grito de alegría. Esto podía entenderlo. Esta
actitud podía apoyarla y, sobre todo, era justa.
Pensó en su padre, que murió en el mak’gora, pues sabía que Cairne habría
estado de acuerdo con esto, entonces supo en lo más hondo de su corazón que iba por el
buen camino. A pesar de lo furioso que se sentía con Garrosh, Baine estaba haciendo
realmente lo correcto.
110
CAPÍTULO ONCE
C uando Shokia apareció en Sentencia, la mayoría habría dado por supuesto
que se hallaba tan descorazonada por la caída en desgracia de Garrosh Hellscream que
había querido regresar a sus raíces orcos. Había querido venir aquí —donde Orgrim
Doomhammer, otro gran Jefe de Guerra, había sido asesinado—, para desvanecerse en
el anonimato y contentarse con masacrar a trolls enemigos y aventureros de la Alianza
haciendo uso de sus asombrosas habilidades como francotiradora. Sin embargo, quienes
asumieran eso se equivocarían de cabo a rabo. Aunque a Shokia le satisfacía mantener
esas apariencias, no se había retirado para lamerse las heridas y llorar su fracaso. Era
una agente al servicio de alguien que quería lo mismo que ella: que la Horda recuperara
su gloria. Shokia permanecía inactiva a la espera de instrucciones.
Espera a que te envíe mis órdenes, le había dicho con esa voz tan sedosa. Te
prometo que lo haré, pero solo cuando llegue el momento adecuado.
111
podrían resultarnos de gran ayuda. Búscalos y, en cuanto los hayas reunido, te enviaré
más instrucciones.
La orco se paró y se echó hacia atrás la capucha, dejando a la vista una cara de
duras facciones.
—Casi nunca sería amiga de un dragón —replicó a voz en grito Zaela, la señora
de la guerra del clan Dragonmaw—. Pero en las actuales circunstancias... sí, lo soy.
—En efecto, caí, pero logré sobrevivir para seguir luchando por nuestro
verdadero líder. He venido sola, tal y como se me indicó, pero lo que queda de mi clan
está preparado para batallar.
***
112
DÍA DOS
—Llamo a Su Alteza Real Anduin Wrynn, príncipe de Stormwind, para que
declare como testigo.
Anduin temía que llegara este momento. Siempre había lamentado que su
nombre en clave del SI:7 fuera “el Peón Blanco”, y no deseaba acabar involucrado en
este caso de ninguna manera, pues temía que ambos bandos lo usaran como un peón
más en sus diversas estrategias. Su padre sabía que lo iban a llamar a testificar, por
supuesto, pero Jaina no, por lo que pareció sorprenderse y preocuparse un poco cuando
vio que Varian daba un leve apretón a su hijo en el brazo. Después, Anduin descendió
del estrado para dirigirse a la silla de los testigos.
—Príncipe Anduin —dijo—, gracias por estar hoy aquí. —El joven creyó que
no era conveniente recordarle que no le había quedado más remedio que hacerlo y se
limitó a asentir—. Alteza, se te conoce a lo largo y ancho de Azeroth como un defensor
de la paz. ¿Es eso cierto?
—Así que sería justo decir que no odias a la Horda ni a las razas que la
componen, ¿verdad?
—Sí, lo sería.
—Has colaborado con ellos en alguna ocasión y has pedido que se fuera
compasivo con ellos incluso en tiempos de guerra, ¿no?
113
—Aquí lodo el mundo sabe quién es Garrosh Hellscream y conoce su
reputación, por supuesto. Pero tú has tenido varios encuentros en persona con él, ¿no es
así?
—Dos.
Anduin se preguntó por qué no se limitaba a mostrarles los dos encuentros, dado
que contaba con esa herramienta tan particular llamada la Visión del Tiempo. Tal vez
estaba reservando los minutos de visión que le correspondían para algo más animado
que ver cómo cierta gente hablaba sentada.
—Una vez nos vimos en Theramore, en una conferencia de paz. Mi padre, lady
Jaina Proudmoore y yo estuvimos ahí presentes, y Thrall vino acompañado por Garrosh,
Rehgar Earthfury y algunos de los Kor’kron.
Como habían pasado tantas cosas desde entonces, hacía mucho tiempo que no
pensaba en esa reunión de tan infausto recuerdo. Sin darse cuenta, Anduin acabó
mirando al orco encadenado, quien le devolvió la mirada de tal modo que el príncipe se
sintió como un insecto clavado en una tabla, lo cual era muy extraño, pues el prisionero
era Garrosh y no él; aun así, era Anduin el que estaba a punto de retorcerse inquieto en
su asiento.
—El comienzo fue un poco movido —admitió Anduin—. Pero a medida que
avanzaron las negociaciones, fuimos encontrando puntos en común. Incluso Garrosh...
—Bueno, para empezar, llovía a mares, así que nadie estaba precisamente de
muy buen humor. Además, todo el mundo había venido armado... para entregar luego
las armas de un modo formal.
114
—Hum... yo. Dejé mi arco. Esa fue la primera vez, que hablé con Thr... o sea,
con Go’el.
—Bueno... no parecía entender que ser líder requiere a veces reflexionar sobre
ciertas cosas que no son muy emocionantes. Interrumpía tanto a Go’el como a mi padre
cuando hablaban de cuestiones comerciales. No paraba de insistir en que la Horda...
debía hacerse por la fuerza con todo cuanto quisiera.
La ella caminaba de un lado a otro de espaldas a él, con la cara vuelta hacia la
multitud, a la que contemplaba con impaciencia, y eso era algo que hacía
deliberadamente. Anduin también alzó la vista hacía los espectadores y pensó otra vez
en ese comentario que había hecho su padre sobre las losas de los gladiadores. Se dio
cuenta de que esa gente estaba sedienta de sangre y ese pensamiento le entristeció y le
provocó un escalofrío al mismo tiempo. Dirigió su mirada a Garrosh y comprobó que
había un cierto hastío en la postura que había adoptado, lo cual hizo preguntarse a
Anduin si Garrosh estaba pensando lo mismo que él.
115
—Me gustaría que pasáramos a hablar de tu segundo... encuentro... con Garrosh
Hellscream.
Sabía que esto era inevitable, por supuesto, pero le sorprendió su propia
reacción. Era como si no hubiera pasado el tiempo... como si eso hubiera sucedido hacía
solo un instante, como si la gran campana acabara de caer... Se aclaró la garganta y se
sintió muy incómodo al comprobar que le temblaba levemente la voz al hablar.
Tyrande se giró, sonriendo con delicadeza, pero con una mano en alto que le
indicó que no debía explayarse más.
—¿Crees que es una buena decisión? —le espetó el príncipe. El recuerdo del
horrendo ruido de la Campana Divina seguía muy fresco en su memoria, así como las
consecuencias que había tenido en todos aquellos que albergaban algunas tinieblas en
su corazón. El mero hecho de pensar que iba a revivir ese momento lo espantó.
—¿Y si...?
—Ahora que ya estás más tranquilo, ¿podrías darnos algunos detalles sobre lo
que vamos a ver, príncipe Anduin?
116
Se relamió los labios y elevó la vista hacia los Celestiales, quienes no
reaccionaron de ninguna manera, aunque el mero hecho de mirarlos parecía tener un
efecto calmante en Anduin. Entonces habló, manteniendo los ojos clavados en ellos en
todo momento para evitar mirar a Hellscream:
—Los mogu crearon un artilugio que Lei Shen, el tirano conocido como el Rey
del Trueno, llamó la Campana Divina, cuyos orígenes eran muy violentos y crueles,
acordes con el caos y el horror que desataba cuando era tañida. Sus tonos avivaron las
llamas de la ira y el odio de los guerreros de Lei Shen, proporcionándoles una fuerza y
un poder sobrenaturales, a la vez que infundían un hondo temor en el corazón de sus
enemigos. En cuanto la Alianza supo de su existencia, los elfos de la noche la ocultaron
en Darnassus. La idea era mantenerla alejada de las manos de cualquiera que pudiera
darle un uso indebido... ya fuera miembro de la Horda o la Alianza. La misma lady
Jaina lo protegió con unos hechizos para garantizar su seguridad.
—Un agente Sunreavers, que actuaba siguiendo órdenes de Garrosh, fue capaz
de sortear los conjuros con los que lady Jaina había protegido la campana. El la robó
con la ayuda de otros miembros de la Horda.
—Por lo que nos estás contando, da la impresión de que con esa campana
Garrosh Hellscream podría haber sido imparable.
Sin ser siquiera consciente de ello, Anduin dirigió sus ojos hacia Garrosh. Se le
puso piel de gallina al ver la expresión del orco, pero esa reacción no se debió al miedo.
Garrosh había asumido una quietud que no era natural en él, pues Anduin siempre lo
recordaba gesticulando y vociferando. El príncipe cogió el vaso de agua que había sobre
la mesita situada junto a su silla antes de continuar.
117
permitía activar la marra. En cuanto estuvo restaurada, partí para enfrentarme a
Garrosh, pues quería detenerlo antes de que tañera la campana.
—¿Fuiste solo?
Garrosh apareció en esa Visión con un aspecto muy imponente, tal y como
Anduin lo recordaba y no como ese orco tan inmóvil como una estatua de piedra que
estaba sentado en esa sala observándolo todo con un semblante impertérrito. Se
encontraba acompañado únicamente por su general Ishi en una plataforma situada en el
exterior de las Cámaras Mogu’shan mientras contemplaba la campana. Era enorme,
mucho más grande que ese poderoso orco. La cara de una grotesca criatura estaba
grabada en ella y en su parte inferior había una serie de púas. Garrosh sonrió de oreja a
oreja y rugió triunfal a la vez que alzaba los brazos. Llamó a gritos a los suyos, que
todavía se hallaban en las cámaras, y les dijo:
A pesar de que Tyrande le había asegurado que no tenía nada que temer, Anduin
apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de las manos;
además, tenía la frente perlada de sudor. Esa siniestra canción sonó, pero enseguida fue
consciente de que la suma sacerdotisa tenía razón; escuchó el horrendo y discordante
tañido de la campana solo en sus oídos, no en su corazón ni en sus huesos. Sintió una
tremenda gratitud que lo dejó sin energías por un momento mientras observaba y
escuchaba.
118
Anduin se vio a sí mismo corriendo hacia la campana. Se consideraba un
humano de tamaño medio; su padre, por supuesto, era un varón especialmente grande,
pero Anduin estaba acostumbrado a él, ya que lo conocía desde el día en que nació. Sin
embargo, al verse junto no solo al entonces Jefe de Guerra de la Horda sino también al
lado de esa campana descomunal, fue consciente de lo delgado que era... de lo frágil
que parecía...
—¡Para, Garrosh! ¡No sabes de qué es capaz esa campana! —se oyó decir con
su propia voz; una voz firme y segura.
Garrosh se giró bruscamente y vio a Anduin. Acto seguido, miró más allá del
príncipe y sonrió al darse cuenta de que el humano era lo único que se interponía entre
él y la victoria. Echó la cabeza hacia atrás y se rio.
Tyrande gritó:
—Páralo ahí.
—Esto... no tanto —admitió Anduin—. Estaba muerto de miedo. Pero tenía que
detenerlo, daba igual el precio a pagar.
Si bien Tyrande pareció un tanto sorprendida, sonrió; era una sonrisa muy dulce
y sincera.
—Ah —dijo con un tono muy delicado—, seguiste adelante para hacer lo que
considerabas justo, a pesar del miedo que sentías... en efecto, a eso lo llamo yo valor.
Anduin notó que se sonrojaba, pero lo único que acertó a decir fue:
En ese instante, Tyrande hizo una señal a Chromie para que se reanudara la
escena.
—No voy a permitir que hagas esto. Lo juro —vociferó la imagen de Anduin.
119
—Entonces, ven a detenerme, humano —replicó Garrosh de modo burlón, ya
que sabía que era físicamente imposible que Anduin pudiera evitar que golpeara por
segunda vez la campana. No podría detener ese brazo descomunal, como tampoco
podría alcanzar ni al orco ni la campana con la suficiente rapidez. Garrosh se mofó de la
amenaza del príncipe.
Una vez más, atronó ese espantoso ruido, de una belleza terrible, pero esta vez,
la campana se cobró como víctima al general de Garrosh.
—La marra solo podía usarse una vez. Un golpe de refilón no habría servido de
nada. Tenía que esperar hasta tener la oportunidad de golpear con fuerza y
certeramente. Y respecto a por qué no hice nada en ese instante... no sabía qué iba a
ocurrirle a Ishi.
—¿Acaso no debería?
120
su propia muerte, la cual lo reclamó poco después. Ishi cayó de rodillas y en lo último
en que pensó fue en sus obligaciones, por lo cual dijo entre jadeos:
De repente, la furia se adueñó de Anduin. Garrosh había lanzado a los sha contra
Ishi y tanto su líder como el príncipe habían sido testigos de cómo el general luchaba
por dominar a esas aberraciones, pero simplemente no había podido hacerlo. Había
dado la vida para satisfacer los deseos de su Jefe de Guerra y, como pago a sus
esfuerzos y su sufrimiento, había recibido esas palabras tan crueles por parte de
Garrosh. Ahora, Anduin dirigió su mirada conscientemente hacia el prisionero y se
ruborizó de la emoción. Apretó los dientes con fuerza al percatarse de que ese
desgraciado de Garrosh estaba esbozando una sonrisilla de satisfacción.
—En eso te equivocas, Garrosh —replicó Anduin, a quien su propia voz le sonó
tremendamente joven. Se vio a sí mismo abalanzándose sobre la campana. Recordó que
había rezado mentalmente con todas sus fuerzas para implorarle a la Luz paz y
serenidad, para poder acertar de lleno con ese único golpe. La imagen de Anduin golpeó
la Campana Divina con esa marra que tanto le había costado reconstruir y, acto seguido,
observó cómo una enorme grieta mancillaba esa hermosa superficie tan hermosa y
peligrosa. Un conmocionado Garrosh Hellscream se tambaleó hacia atrás, pues apenas
era capaz de mantener el equilibrio mientras esa onda sónica arremetía contra él y lo
atravesaba por entero.
—¡Muere, mocoso!
121
añicos los huesos, que ahora le dolían tan intensamente al recordar ese tormento que
Anduin estuvo a punto de proferir un grito ahogado.
—Hay muchas cosas que ignoro sobre este artefacto —masculló—. Los faltos
de voluntad no pueden controlar la energía de los sha, pero yo sí la dominaré.
122
CAPÍTULO DOCE
B aine inclinó la cabeza. Anduin creyó ver una leve sombra de
arrepentimiento en el tauren, pero si eso era así, desapareció solo un instante después.
—Todos hemos visto cuánto has padecido, príncipe Anduin —dijo Baine—.
Durante un tiempo, circuló el rumor de que habías muerto. Me alegra mucho ver que
sobreviviste.
—Has dicho antes que cuando te enfrentaste a Garrosh tenías miedo. ¿Cómo te
sentiste cuando te diste cuenta de que esa campana se te iba a caer encima?
—Porque... —Anduin se calló. La respuesta obvia era que quería evitar que
Garrosh pudiera utilizar a los sha como un arma, claro está. Su propio padre había
tenido la misma idea que Garrosh y lo había convencido de que no recurriera a ellos,
123
argumentando de un modo muy persuasivo de que esas abominaciones harían más mal
que bien. Varían, al final, había entendido que su hijo tenía razón.
—¿Él qué?
—Que sería capaz de ver que no era algo honorable. Que era una forma muy...
siniestra de ganar... y que no creía que su alma fuera tan tenebrosa. Si sacrificaba a su
pueblo y lo entregaba a esas cosas... obtendría una victoria que realmente no merecería
la pena.
—No.
Baine insistió:
—Porque es cierto.
124
—Porque no habría servido de nada. La venganza no me habría soldado los
huesos, no habría traído de vuelta a los muertos. Vengándome no habría logrado nada,
salvo hacer más daño.
—No obstante, no deseas que Garrosh vuelva a hacer jamás ninguna de las
cosas de las que se le acusa en este juicio, ¿verdad?
—No.
No quiero más tormentos, no quiero más dolor. Estamos aquí para ayudarnos
unos a otros. Para crecer y prosperar juntos, pensó el príncipe.
—¿Comprendes que esto puede ser un arma de doble filo, Chu’shao Bloodhoof?
Si permito que este testigo exprese su opinión, entonces los testigos de la acusación
podrán hacer lo mismo.
125
—Muy bien, petición admitida. Príncipe Anduin, puedes responder la pregunta.
—Por favor, contesta ante el tribunal, príncipe Anduin —le pidió Baine—.
¿Quieres que Garrosh Hellscream muera por lo que ha hecho?
—Sí.
Tyrande miró a Anduin, luego a Baine y después a Anduin otra vez, por último,
hizo un gesto de negación con la cabeza.
***
Sylvanas estaba sentada tan quieta como una estatua de piedra, aunque las
llamas de la ira que ardían en su interior no se correspondían con su fría y distante
apariencia. No se podía creer que la elfa de la noche fuera tan incompetente. Si
Sylvanas hubiera sido la acusación, habría acribillado a preguntas al joven príncipe
humano, con cuestiones tan taimadas y peligrosas como unas telarañas en las que lo
126
habría atrapado. A pesar de que Garrosh Hellscream le había roto todos los huesos del
cuerpo a Anduin, ese crío había hecho una declaración tan emotiva que Sylvanas había
podido notar cómo el ánimo que reinaba en toda esa cámara se inclinaba hacia la otra
parte; sin embargo, Tyrande se había limitado a negar con la cabeza.
***
—El tribunal decreta un receso de una hora —señaló Taran Zhu, a la vez que
golpeaba el gong.
—El joven Wrynn sabe que hace lo correcto —replicó Baine con voz grave—.
Es capaz de perdonar. Y su palabra tiene mucho peso.
—Más que la palabra del Gran Jefe de los tauren, o eso parece —le espetó
Sylvanas, quien se colocó a la par de ambos justo cuando salían de la sala. A pesar de
que era mediodía y de que a Sylvanas no le gustaba el sol, no estaba dispuesta a dar su
brazo a torcer.
—Ten cuidado tus palabras, Sylvanas —le advirtió Vol’jin—. A lo mejor acabas
teniendo que tragártelas.
—Por fortuna, yo no tengo que medir mis palabras cuando todo Azeroth está
mirando, ya que si no, no sería más que un perrito faldero de la Alianza como...
Baine no hizo algo tan burdo como gritarle y lanzársele al cuello, sino que se
limitó a quedarse parado, agarrarla de los antebrazos y apretárselos con fuerza. Como el
tauren cuando no se hallaba en el campo de batalla se movía con suma elegancia y
delicadeza y hablaba con tacto y diplomacia, la Dama Oscura había olvidado que era
también un guerrero... uno de los mejores de toda la Horda.
127
Se dio cuenta, demasiado tarde, de que el tauren podría partirle los brazos si
quisiera como si fueran unas frágiles ramitas.
—Yo no simpatizo con la Alianza —aseveró, con una voz grave y serena—, ni
soy un perrito faldero.
—Sé que no lo has dicho con ánimo de halagarme, pero lo has hecho. Y creo
que eso es un tanto peligroso —afirmó—. He logrado que la sed de sangre de los
espectadores se calme, he logrado que se detengan a pensar por un momento, nada más.
Y eso es bueno. Nunca se debería tomar la decisión de acabar con la vida de cualquiera
a la ligera... ni siquiera en batalla, ni en el mak’gora, ni en una sala de justicia. Ahora, si
ambos me disculpan, he de prepararme para poder interrogar al siguiente testigo.
Hizo una reverencia a ambos, aunque se agachó más ante Vol’jin que ante
Sylvanas, y se marchó. Kairoz lo estaba esperando. Sylvanas se percató de que el
dragón lo había estado observando todo. La Reina Alma en Pena deseó poder borrarle
esa sonrisilla de esa hermosa cara de un zarpazo. ¿Por qué ese dragón no estaba
sugiriendo más malditas visiones que mostrar?
—¿Cuándo vas a optar por volverte más sabia en vez de más bocazas, Sylvanas?
—le preguntó, aunque con un tono de voz calmado.
—Cuando la Horda sea lo bastante sabia como para darse cuenta de que no
puede mostrarse piadosa con aquellos que no han hecho nada para merecer ninguna
misericordia —replicó—. Garrosh tal vez fuera una buena elección para liderar la
Horda durante un breve espacio de tiempo, pero en cuanto Thrall anunció que se
marchaba para siempre, habría que haber tomado medidas.
Una sonrisa se dibujó alrededor de los largos colmillos del Jefe de Guerra.
128
—¿Cómo nombrar oscura Jefa de Guerra a cierta Dama Oscura?
—No me interesa ese cargo ni el poder que conlleva. Creía que eso ya lo sabías,
Vol’jin.
Era una gran mentira, pues tenía algo de verdad. En efecto, no estaba interesada
en ejercer el poder de un modo tan vulgar y obvio.
Se alejó y pidió a gritos a uno de los vendedores algo rápido para comer.
Sylvanas lo observó marchar mientras cavilaba.
Su ira no había menguado. Nunca lo hacía. Ahora, la ira era para ella como
respirar lo había sido cuando todavía le latía el corazón. No obstante, había cambiado;
había pasado de ser temeraria e impulsiva a ser reflexiva y prudente.
En ese instante, lo vio todo con suma claridad, lo cual la serenó. No iba a correr
el riesgo de que los Celestiales tomaran la decisión incorrecta, por muy “augustos” que
fueran.
129
Sylvanas no iba a permitir que “mataran” a Garrosh “a su debido tiempo”, tal y
como había señalado Vol’jin. No, iba a solucionar este asunto ella misma, tal y como
había hecho muchas veces con anterioridad. Pero ¿cómo iba a hacerlo exactamente? Si
bien era posible que pudiera lograrlo ella sola, era bastante improbable. ¿En quién podía
confiar, entonces? En Baine, no, por supuesto. En Vol’jin, tampoco. Quizá en Theron
—pues le había dado la impresión de que estaba dispuesto a hablar—. Y la lealtad de
Gallywix se podía comprar, sin lugar a dudas.
Eran muy austeros, como suele ser habitual en alguien que no suele pasar mucho
tiempo en ellos. Además, Sylvanas Windrunner ya no necesitaba dormir, por lo cual
solo venía de vez en cuando a este lugar para estar sola y pensar. Tenía muy pocas
pertenencias: una cama cubierta por unas pesadas y oscuras cortinas; un escritorio, con
velas y material para poder escribir; una silla; y una sola estantería donde reposaban
unos pocos libros. En la pared pendían unas armas selectas que se encontraban a su
alcance muy fácilmente. Tal y como era ahora su existencia, necesitaba muy poco más;
además, no guardaba muchos recuerdos de su vida anterior.
Como le picaba la curiosidad por saber quién podía haberle mandado esa misiva
y ese paquete, pero como también recelaba de su contenido, Sylvanas inspeccionó el
pergamino con gran detenimiento. No percibió que irradiara ninguna magia, ni detectó
ninguna señal reveladora que le indicara que estuviera envenenado.
Si bien el pergamino estaba sellado con cera roja, no había ninguna marca que
identificara al remitente. Entonces, centró la atención en el paquete y reparó en que esa
130
tela azul era un artículo que se vendía en todas las grandes ciudades. Lo agitó levemente
y oyó que algo tintineaba en su interior. Se dejó caer sobre la blanda cama y. acto
seguido, se quitó los guantes. Después, rompió el sello con una uña.
Notó una fuerte opresión en el pecho y soltó el paquete como si este le hubiera
mordido.
Una parte de ella la conminó a arrojar ese nuevo regalo al cajón, girar la llave y
olvidarlo todo de nuevo, pues nada bueno podía salir de todo eso. Pero aun así...
Regresó a la cama con la caja en las manos. Con una delicadeza nada habitual
en ella, Sylvanas le quitó la tapa y contempló lo que había dentro. Varios años atrás, un
aventurero había encontrado eso entre las ruinas del lugar donde ella había muerto. De
ese modo, esa cosa había vuelto a sus manos. Los recuerdos la habían asolado y habían
estado a punto de destrozarla, al igual que amenazaban con hacer ahora.
131
Esa cosita tenía un poder enorme sobre la Reina Alma en Pena, aunque solo era
una diminuta joya. Sylvanas cogió el collar y dejó que ese frío metal permaneciera
posado sobre la palma de su mano mientras contemplaba la centelleante gema azul que
la ornamentaba. Con sumo cuidado, la colocó junto a la que acababa de recibir
Eran prácticamente iguales, salvo por las gemas; la suya era un zafiro, y esta, un
rubí. Sylvanas también sabía que las inscripciones eran distintas.
Sylvanas abrió el medallón de rubí, aunque sabía qué iba a encontrar, pero
necesitaba verlo con sus propios ojos.
132
CAPÍTULO TRECE
L a nota estaba escrita en negrita, era breve e iba al grano.
Su hermana era muy lista; si alguien hubiera interceptado esa misiva no habría
podido deducir quién era el remitente y, aunque lo hubieran logrado, el mensaje en sí
era aparentemente inofensivo.
—Te van a encantar. Anduin casi deja ayer a Mi Shao sin existencias —
comentó Varian, con una sonrisa de oreja a oreja, a la vez que le alborotaba el pelo al
133
rubio Anduin. El muchacho se agachó tímidamente y, por una vez, dio la impresión de
tener la edad que realmente tenía.
—El cachorro humano está creciendo y se está haciendo muy fuerte —observó
Mi Shao—. La comida pandaren le sienta bien. Me siento honrado de poder
proporcionar sustento y deleite a alguien que comprende mi tierra tan bien.
—Prueba una de esas pequeñas con semillas por encima —le recomendó
Anduin a Vereesa—. Están rellenas de pasta de raíz de loto. Son maravillosas.
—Entonces, los veré a ambos en unos instantes —dijo Varian, al mismo tiempo
que atraía a su hijo hacia sí para darle un rápido abrazo. Acto seguido, se dirigió al lugar
donde se celebraba el juicio a grandes zancadas. Anduin observó cómo su padre se
marchaba, luego le dio las gracias a Mi Shao en el idioma pandaren y dio un bocado al
hojaldre. Cerró los ojos con sumo deleite.
—Oh, qué bueno está esto —señaló. Vereesa se acordó brevemente de sus
propios hijos y de su apetito aparentemente inagotable, pero enseguida sus
pensamientos volvieron a centrarse en Sylvanas.
—¿Estás bien?
Se obligó a darle un bocado al hojaldre, que por fuera estaba blando y gomoso,
pero cuyo interior sabía muy dulce aunque no empalagoso. Si no hubiera tenido un
nudo en el estómago ni la boca tan seca como la arena del desierto, tal vez habría
disfrutado de ese manjar.
—Bueno... por lo que he dicho ante el tribunal. Sé que tanto tú como la tía Jaina
no están por la labor de concederle a Garrosh una segunda oportunidad. Y quiero que
sepas que entiendo por qué. Lo comprendo perfectamente.
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Se sintió tan aliviada que se notó de repente tremendamente agotada.
—¿De veras?
—Sé que hay gente que no respeta mi actitud. Creen que soy demasiado blando.
—Oye —le dijo ella, a la vez que le cogía del brazo suavemente—, a pesar de
que te encontrabas en una sala repleta de gente deseosa de matar a Garrosh con sus
propias manos, te has atrevido a hablar en su favor. Los blandengues no tienen esa clase
de coraje.
El enfado se esfumó del rostro del príncipe y fue reemplazado por una sonrisa
arrebatadora. Algún día, este muchacho va a romper muchos corazones. Si vive lo
suficiente, pensó la elfa.
—Gracias, Vereesa. Esto significa mucho para mí, sobre todo viniendo de ti.
Y... sinceramente, me sorprende un poco. Me temo que eres una de los muchos a los
que les gustaría matar a Garrosh con sus propias manos.
—No, no me gustaría. Creo que celebrar este juicio es una decisión sabia... y
creo que los Celestiales harán lo correcto.
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Al echarse a correr, Vereesa pudo notar que el sudor le estaba empapando la
frente. ¿Acaso el rey había descubierto...? No. Si lo hubiera hecho, la habría atacado
ahora mismo.
Se ruborizó y asintió.
Se volvió y se alejó, preguntándose qué nueva táctica iba a utilizar Baine para
intentar que los Augustos Celestiales se compadecieran de un asesino en masa.
Vereesa apretó los puños y se fue dando grandes zancadas. Era consciente de
que el tiempo que restaba hasta el crepúsculo se le iba a hacer eterno.
***
136
Baine dio un paso al frente.
—¿Por qué?
—No sé por qué quiere hablar contigo —respondió Baine, quien, presa de la
frustración, agitó otra vez esa oreja—. Solo sé que quiere hacerlo. Dice que eres la
única persona con la que va a hablar.
—Más bien, eres la única persona que querría hablar con él —replicó Varian.
—Aún no he dicho que vaya a hablar con él, padre. —Acto seguido, miró a
Taran Zhu—. ¿Sus leyes permiten que algo así se haga en un juicio?
—Según la ley pandaren, soy yo quien debe delimitar qué es permisible o no,
jovencito. Chu’shao Bloodhoof me presentó esta petición hace tiempo y, desde
entonces, he meditado al respecto. Le di orden de esperar hasta que hubieras declarado
como testigo. Tanto la acusación como la defensa han renunciado a su derecho a
interrogarte de nuevo y ya no podrán volver a hacerlo, así que ambas partes tienen algo
que perder y algo que ganar con todo esto.
—No voy a andarme con rodeos —afirmó Baine—, se sabe que eres un humano
generoso y compasivo, alteza. Si te compadeces de Garrosh y hablas a su favor, me
serás de gran ayuda, pero si te enemistas con él y hablas en su contra, me perjudicarás.
Chu’shao Whisperwind se enfrenta al mismo problema, pero al revés.
137
—Porque Garrosh se está planteando la posibilidad de romper su silencio ante el
tribunal si hablas con él —respondió Tyrande—. Eso significaría que tendría la
oportunidad de interrogarlo directamente, y eso sí que podría serme de gran utilidad
para defender a continuación mis argumentos.
—No puedo obligar a Garrosh a hablar en el juicio, pero creo que sería
importante que lo hiciera —aseveró Taran Zhu—, pase lo que pase. Para que luego
nadie pueda alegar que no tuvo la oportunidad de hablar.
—Así que esta responsabilidad recae sobre mis hombros —concluyó Anduin—.
Lo cierto es que no me están dejando elegir, ¿verdad?
—No tienes por qué hacer esto —contestó Varian—. Sabes que yo preferiría
que no lo hicieras, puesto que creo que ya has sufrido demasiado.
—Porque ya tienes una edad como para poder decidir por ti mismo... y eres tú
quien debe tomar esta decisión —respondió Varian—. Por mucho que a mí me gustara
que no fuese así. Tengo que permitirte elegir. Puedes ver a Garrosh si quieres, o puedes
optar por no verle jamás si lo prefieres.
Esa contestación sorprendió a Anduin, quien le obsequió a su padre con una leve
sonrisa de agradecimiento. Reflexionó al respecto por un momento, al mismo tiempo
que intentaba serenar esa tromba de emociones en conflicto que lo invadía.
Aun así...
138
Anduin recordó cómo había reaccionado Garrosh cuando había creído que él
había muerto. No se alegró ni regodeó, como cabía esperar, sino que se había quedado
pensativo. Asimismo, el orco parecía haber adoptado una postura de hastío ante el
tribunal.
¿En qué había estado pensando Garrosh en esos momentos? ¿Qué emociones
estaba experimentando para recurrir a un sacerdote? ¿Tal vez sentía remordimientos?
El dolor que sentía en los huesos menguó levemente y Anduin tomó una
decisión. Miró a la cara a los ahí reunidos, cada uno de los cuales pertenecía a una raza
distinta, además de mantener un tipo de relación diferente con él; su padre humano, una
heroína elfa de la noche, un guardián pandaren y Baine... un amigo tauren, lo cual
habría sido inconcebible para muchos, pero era cierto.
—Alguien que está en un gran apuro me ha pedido que hable con él. ¿Cómo
podría decirle que no, padre, si quiero seguir el camino de la Luz?
***
Varian había estado discutiendo con él durante casi una hora, pero fue en vano.
Con muy poca elegancia, Varian al final había dado su brazo a torcer. El rey
miró a Taran Zhu, Tyrande y Baine sucesivamente.
—Si Anduin sufre algún daño, los consideraré responsables a todos ustedes. Y
luego mataré yo mismo a Garrosh, sin que me importen las consecuencias ni este
maldito proceso judicial.
—Ten por seguro que es físicamente imposible que Garrosh ataque a Anduin,
rey Varian. Tu hijo está completamente a salvo, si no fuera así, no te lo garantizaría —
había replicado Taran Zhu.
139
Ahora, Anduin se encontraba en el exterior de esa zona apartada situada bajo el
templo. Dos de los guardias que vigilaban a Garrosh, los monjes Shadopan Li Chu y Lo
Chu, lo esperaban, flanqueando la puerta.
—Al entender eso demuestras que eres tan sabio como valiente. Debes saber
que estaremos en la entrada en todo momento y que acudiremos en cuanto nos llames.
La celda era muy pequeña. Ahí solo había espacio para unas pieles de dormir,
una bacinica y una palangana. Garrosh no podía dar más de un par de pasos en
cualquier dirección y, a pesar de tener tan limitada su capacidad de movimiento, llevaba
unas cadenas atadas a los tobillos. Los barrotes de la celda eran más gruesas que el
propio Anduin y las aberturas octogonales estaban selladas con un tenue brillo púrpura.
Taran Zhu había dicho la verdad. Garrosh Hellscream estaba encerrado tanto tísica
como mágicamente.
140
Garrosh seguía mostrando esa misma expresión meditabunda que Anduin había visto de
inmediato en su semblante después de que lo hubiera “matado”.
—Por favor, no toques los barrotes —le indicó Lo Chu—. Puedes quedarte hasta
una hora, si lo deseas. Aunque, claro, si deseas marcharte antes, háznoslo saber, sin
más.
A continuación, señaló a una silla y una mesita, sobre la cual había una jarra de
agua y un vaso vacío.
Súbitamente, Anduin notó que tenía la boca seca, así que se sirvió un poco de
agua para aplacar ese desierto que dominaba ahora su lengua. Dio un sorbo muy
lentamente de manera deliberada.
—¿Tienes miedo?
—¿Qué?
Parte del agua cayó al suelo. A Anduin le dolieron los huesos de repente.
—No hay razón para estarlo. Estás encadenado y unos barrotes encantados te
impiden salir de esa prisión. No puedes atacarme.
—La preocupación por mantener la integridad física es solo una razón más entre
las muchas que justifican tener miedo. Así que te lo pregunto otra vez: ¿tienes miedo?
—Mira —contestó Anduin, a la vez que dejaba el vaso con decisión sobre la
mesa—, he venido aquí solo porque tú me lo has pedido. Porque Baine me dijo que yo
era la única persona con la que aceptabas hablar... bueno, sobre lo que sea que quieras
hablar.
141
—Quizá lo que temes es eso sobre lo que quiero hablar.
—Para.
—Entonces, hablemos.
Garrosh señaló a la silla. Anduin dudó por un momento y, acto seguido, se sentó
con determinación y de manera relajada. Arqueó las cejas para indicarle que estaba
esperando.
Una vez más, no expresaba ninguna emoción, solo curiosidad. Anduin hizo
ademán de responder, pero titubeó. ¿Qué habría hecho Jaina...? No. Ya no deseaba
emular el talante diplomático de Jaina. Le pareció un tanto gracioso que, a pesar de
todas las veces que había amenazado con asesinar a Garrosh, al final Varian se había
convertido más en un modelo a imitar para Anduin que Jaina. Darse cuenta de esto fue
al mismo tiempo triste, ya que quería a Jaina, y dulce, pues quería a su padre.
142
—Trato hecho. Eres mejor negociador de lo que esperaba.
—Gracias, creo.
—Tú primero.
—Muy bien. Creo que puedes cambiar porque nada permanece inmutable jamás.
Fuiste depuesto como Jefe de Guerra de la Horda porque la gente a la que liderabas
pasó de seguir tus órdenes a cuestionarlas y, por último, decidieron rechazarlas. Tú has
cambiado. Has pasado de ser Jefe de Guerra a ser un prisionero. Pero tu situación puede
volver a cambiar.
—Esa es una de las posibilidades. Pero no la única. Puedes meditar sobre lo que
has hecho. Puedes contemplar, escuchar e intentar entender de verdad el daño y el dolor
que has causado, y decidir que no vas a seguir por ese camino si tienes otra
oportunidad.
Garrosh se tensó.
Una rata de ojos brillantes y duro pelaje asomó la cabeza por debajo de esas
pieles de dormir. Movió la nariz y, acto seguido, se agachó y desapareció de la vista.
Fue en su día el Jefe de Guerra de la Horda... y ahora comparte celda con una rata,
pensó el príncipe.
Por segunda vez, pilló por sorpresa al príncipe. ¿Qué estaba tramando Garrosh?
143
—No... no estoy seguro —tartamudeó, de tal manera que la sensación de
relajación que había querido transmitir con tanto cuidado se vino abajo de inmediato—.
Es decir... sé que hay algunas profecías. Pero sigo creyendo que todos podemos elegir.
—No... no lo sé.
—Por una serie de razones. En su día, hubo otro príncipe humano muy querido
de pelo rubio, el cual, a pesar de ser un paladín, le dio la espalda a la Luz.
144
CAPÍTULO CATORCE
L as Tierras Fantasma, así se llamaban ahora. En su día, la familia
Windrunner lo había llamado su hogar, su casa. Vereesa había sido invitada a volver en
una ocasión anterior por Halduron Brightwing para luchar contra un antiguo enemigo
mutuo, los Amani. Aquella vez se le había revuelto el alma y ahora volvía a hacerlo.
Mientras sobrevolaba con su hipogrifo el Desfiladero Thalassiano, notó que se le
contraían los músculos del estómago y que las riendas le resbalaban de las palmas de las
manos por culpa del sudor.
La Cicatriz Muerta se abría paso serpenteando por esa tierra que en el pasado
había sido muy hermosa, dejando un rastro como una babosa allá por donde centenares
de no-muertos habían hollado ese suelo. Nadie sabía si ese lugar se recuperaría jamás.
Penetraba en Tranquillien, cuyo nombre ya no encajaba para nada con su estado actual,
dividiendo los Sagrarios de la Luna y el Sol, para luego adentrarse en el Bosque
Canción Eterna y atravesar Silvermoon, arrasando esa maravillosa ciudad objeto de
tantas canciones e historias. Incluso a esa altura, podía apreciar el legado que había
dejado ahí el Rey Lich; ahí todavía se arrastraban y mataban cosas muertas.
No. Como Sylvanas, no. Ella y su gente ahora eran dueños de su voluntad, de
sus mentes. Podían escoger lo que querían hacer o no. A quién querían matar o no. Y
era esa capacidad de decisión lo que había traído a Vereesa de vuelta al lugar donde
pasó su niñez, adonde creía que nunca regresaría.
Era incapaz de llorar, ya que sus sentidos se hallaban embotados por culpa de la
presión constante de ese dolor que había sido alumbrado en cuanto recibió la noticia de
la muerte de Rhonin, un sufrimiento que nunca había remitido de verdad. Hizo virar a
su montura hacia el oeste y no pudo evitar preguntarse si Sylvanas estaba disfrutando al
pensar que Vereesa regresaba a la Aguja Windrunner.
145
Al verla de nuevo, la invadió una nueva oleada de dolor, una agonía intensa que
avivaba aún más las llamas de su odio. Los orcos no eran los responsables de lo que le
había sucedido a su hogar, pero sí le habían arrebatado muchas cosas; primero a su
hermano, Lirath, y luego a Rhonin, su gran faro en la oscuridad. Además, habían
ansiado arrasar Quel’Thalas, pero Arthas se les adelantó.
Almas en pena.
Dos acólitos más tuvieron la desgracia de ser muy lentos a la hora de lanzar sus
hechizos. Vereesa se abalanzó sobre ellos, decapitando a uno y atravesando el pecho del
146
otro de un solo mandoble. Mientras este último caía, en medio de un chorro de sangre,
le clavó la espada en la tripa.
Aguantó la respiración y tiró del arma para liberarla de ese cadáver. Miró a su
alrededor en busca de más enemigos, vivos o no-muertos, que podrían estar
convergiendo sobre la aguja. A Vereesa no le importaba que la reconocieran. En estos
tiempos, muy pocos seres vivos se aventuraban a llegar aquí. A una intrépida elfa de
sangre que osara aproximarse a ese lugar desierto le bastaba con una capa con capucha
para poder disfrazarse; además, cualquier acólito que la viera no viviría para contarlo.
Entonces, oyó con sus agudos oídos unos ruidos muy leves a su espalda. Se giró
con el arco en ristre y una flecha preparada. Antes de que pudiera disparar, el astil de su
flecha se astilló y la cuerda tañó.
El recién llegado se echó la capucha hacia atrás. Unos relucientes ojos rojos
atravesaron esa neblina verde y unos labios negros se curvaron para esbozar una sonrisa
sardónica.
—Ten cuidado, hermana —le dijo Sylvanas, a la vez que bajaba el arma—. No
creo que quieras matar a esta alma en pena.
***
Caminaron por esa arena gris, donde el murmullo de las olas era más fácil de
soportar que los suspiros y los lamentos de los muertos, aunque no mucho más.
Sylvanas creía que ese lugar estaba repleto de fantasmas, pero no solo literalmente, sino
también por los de los recuerdos de la familia que en su día solía venir a disfrutar aquí
del aire libre y comer.
147
—Solo quedamos nosotras —afirmó Vereesa, como si le estuviera leyendo los
pensamientos. Sylvanas sonrió levemente. Como eran las dos hermanas del medio,
siempre había habido un vínculo muy especial entre ellas que, al mismo tiempo, las
había alejado un poco de Alleria, la mayor, y Lirath, el único varón.
—Primero, Lirath fue asesinado por los orcos. Después, Alleria se desvaneció
en Outland. ¿Por qué has escogido este lugar, Sylvanas?
—Porque quieres hacerme daño. Has elegido un lugar de encuentro donde los
muertos se sienten como en casa. Donde los vivos no son bienvenidos. —Acto seguido,
se corrigió a sí misma—. A menos que tengan intenciones perversas.
—¿Para hacerte daño? ¡Pero qué arrogante eres, niña! —Se echó a reír con muy
pocas ganas—. ¿Acaso no te has fijado en quiénes eran los que te han rodeado, en
quiénes eran esos que sollozaban y chillaban para que les devolvieran la vida? ¡Eran
mis forestales! ¡Yo morí aquí!
—¿A ser la “Reina Alma en Pena”? ¿La “Dama Oscura”? —replicó Sylvanas
con un tono exagerado—. Bueno, es mejor que pudrirse. Al menos, ahora tengo algo
que decir en todo lo que sucede en el mundo.
—Tenemos mucho menos que decir de lo que cabría esperar —aseveró Vereesa,
quien cogió una piedra y la lanzó al océano, donde se desvaneció de inmediato—. Ya
no sé quién eres. Ya no eres mi amada hermana.
148
—No puedo estar en desacuerdo contigo en ninguno de esos aspectos. Y fue
muy valiente por tu parte que intentaras contactar conmigo; sobre todo, si tal y como
has dicho, no sabes quién soy ahora.
—Asumí un riesgo que creí que merecía la pena. Espero que así fuera.
—No has hecho esto simplemente para que demuestre que estoy de acuerdo en
que esa criatura llamada Garrosh Hellscream es un desgraciado —señaló Sylvanas,
cruzándose de brazos—. Debes de tener un plan.
—Solo quería decirte que no estás sola —se excusó Vereesa—. Que hay otros
que piensan exactamente igual que nosotras, otros que nos ayudarían de manera activa
o, al menos, no se interpondrían en nuestro camino si intentáramos... matar a Garrosh.
—La gente se queja y refunfuña, hermana, pero muy pocos están dispuestos a
actuar. Esos aliados de los que hablas se esfumarán en cuanto perciban que su
integridad física o su reputación corren el más mínimo peligro.
—Te equivocas. Quiere que muera. Antes de que se dicte sentencia. “Para
ahorrarnos las molestias del juicio”, o eso me dijo. Aunque también hay otros. La
almirante del cielo Catherine Rogers, por ejemplo. Odia a la Horda y a Garrosh más que
todo.
—Si no recuerdo mal, esa mujer es de Costasur —comentó Sylvanas—, así que
dudo mucho que quiera colaborar con la Reina Alma en Pena de los Renegados.
149
—No tiene por qué saberlo. Nadie tiene por qué saberlo. Solo nosotros.
Vereesa sonrió. Seguía teniendo la misma cara que Sylvanas recordaba, seguía
teniendo esos mismos labios de los que habían brotado carcajadas cuando su hermana
era una niña. No obstante, esa expresión permitió a Sylvanas atisbar un grado de
crueldad que nunca habría esperado que su hermana mostrara.
—No —admitió Vereesa—. Un asesino, no. Pero hasta los prisioneros deben
comer, ¿verdad?
—Deseas que te facilite un veneno que nadie pueda detectar... un veneno que
aún no haya sido creado.
Vereesa asintió.
—Oh, sí, lo es. Pero yo ya he sufrido bajo el yugo de un tirano con anterioridad
—replicó Sylvanas—. Y, aun así, desafié a mi creador. A pesar de que Arthas me trajo
150
de la muerte para atormentarme, él ya no está aquí y yo sí. También desafié a Garrosh y
también lo veré morir. —Entonces, se señaló a sí misma, a ese cuerpo que era tan fuerte
y tan hermoso, a su manera, que cuando aún respiraba, aunque ahora era de un gris
azulado y frío al tacto—. Y... soy una Renegada. Puedes entender mi razonamiento.
¿Cuál es tuyo, hermanita?
—Lo estoy y te ruego que me respondas —le pidió con un tono de voz gélido—.
¿Qué te ha hecho Garrosh para que hayas decidido tornar este camino?
—Esa no es la razón.
—Los orcos han sido nuestros enemigos. Garrosh es la peor aberración que ha
engendrado esa raza y que aún respira. Su historia está plagada de monstruos y barbarie
demoníaca. ¡Nos arrebataron a nuestro hermano, Sylvanas! Y sabes que Alleria se
habría enfrentado a cualquiera para poder tener el honor de ser ella misma quien
acabara con Garrosh. Ella querría que hiciéramos esto.
—Aunque estoy de acuerdo con todo lo que dices, esa tampoco es la razón.
—Quiero juzgar por mí misma cuáles son las simas de tu dolor, lo cual no es lo
mismo.
151
afirmaba defender... aunque, ciertamente, también había villanos, asesinos y ladrones
entre sus filas.
En vez de las llamas de la ira, lo que Sylvanas vio fue el agua de sus lágrimas,
unas lágrimas que anegaban los ojos de su hermana y le recorrían el rostro. Vereesa ni
siquiera se molestó en secárselas mientras hablaba.
152
CAPÍTULO QUINCE
DÍA TRES
J efe de Guerra —dijo Tyrande, inclinando la cabeza.
Seguía siendo raro escuchar cómo se dirigían a otro con ese título, pensó Go’el.
No le parecía mal (no se había arrepentido ni un solo momento de esa decisión y los
ancestros sabían bien que Vol’jin era merecedor de ese título), pero le resultaba...
extraño. Se preguntó si alguna vez llegaría a acostumbrarse a eso de verdad.
—Suma sacerdotisa.
—Has liderado a tu pueblo muchos años, y tu padre hizo lo mismo antes que tú.
—Eso es cierto.
—Con todo respeto, protesto —la interrumpió Baine, aunque no pareció decirlo
muy convencido.
—¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Baine, quien esta vez sí dijo esta frase
con suma determinación—. ¡La capacidad del testigo para liderar a la Horda no es
objeto de debate en este juicio!
153
—Lord Zhu, intento demostrar ante el jurado que este testigo tiene credibilidad
—explicó Tyrande.
—Pues busca otra manera de hacerlo, Chu’shao —replicó Taran Zhu con
serenidad.
—Será un placer —contestó Vol’jin, cuya voz adquirió un tono más grave por
culpa de la ira acumulada—. Los trolls fuimos el primer pueblo de Azeroth en unirse a
la Horda cuando los orcos llegaron a este mundo. Hemos sido amigos leales de los
orcos, de Go’el, quien me pidió que fuera consejero de Garrosh. Hice todo cuanto
estuvo en mi mano para cumplir mi cometido, pero Garrosh decidió olvidarse de que los
trolls habían sido muy buenos amigos suyos.
—Eso no parecen unos actos propios de un líder que tiene como deber
representar a las diversas razas que componen la Horda —reflexionó Tyrande.
—Así es.
—¿Y admitió que había hecho eso? ¿Que había confinado a tu pueblo en una
zona marginal?
—Así fue.
154
—Garrosh te concedió este título porque eres el hijo de Grommash y porque la
gente quería un héroe de guerra como líder.
Eso era cierto. A pesar de que tras la derrota del Rey Lich, la gente estaba harta
de guerras, seguían reverenciando a los héroes bélicos. Go’el había pensado que si
legaba ese título por un breve espacio de tiempo a Garrosh, este aprendería a canalizar
adecuadamente sus energías. Pero se había equivocado de cabo a rabo.
—Creo que te pareces más a tu padre de lo que crees, aunque no hayas bebido
esa sangre de demonio.
—Eres un necio si crees que puedes hablarle a tu Jefe de Guerra de ese modo —
afirmó Garrosh.
155
—Eso mismo pienso yo.
—Así que, en vez de tratarte como un consejero respetable, tal y como había
ordenado Go’el, Garrosh obligó a los trolls a permanecer confinados en zonas que él
mismo describía como de “mala muerte” y te expulsó de la sala del trono. Además,
también te amenazó de muerte.
Echó la cabeza hacia atrás y les mostró una cicatriz protuberante, de color azul
pálido, que señalaba el lugar donde el cuchillo de un asesino le había degollado. Go’el
alzó la vista hacia los Celestiales y comprobó que se agitaban inquietos y descontentos
ante esa evidencia tan visible del odio de Garrosh.
—Me gustaría mostrar ese despreciable ataque, así como el papel que Garrosh
Hellscream jugó en él. ¿Chromie?
El ruido de multitud de roces recorrió todo el auditorio, ya que casi todos los
espectadores se acababan de enderezar en sus asientos y se habían inclinado un poco
más hacia delante. La historia de lo que le había sucedido a Vol’jin había corrido de
boca en boca por toda la Alianza y la Horda. Si bien algunos solo tenían un interés
morboso en los detalles más sangrientos, otros tal vez solo pretendían quitarse de
encima algunas dudas.
Un grito ahogado de espanto se extendió por toda la sala y Baine se puso de pie
como impulsado por un resorte.
156
—¡Con todo respeto, protesto! —gritó—. Cualquier respuesta al respecto será la
mera opinión del testigo, nada más. ¡Jamás ha habido ninguna prueba de que Garrosh
deseara esclavizar a una raza entera!
—¡No —replicó Tyrande—, alguien que trató tan bien a los troll jamás haría
algo así!
Los dos se encararon furiosos, por lo que Taran Zhu se vio obligado a hacer
sonar el pequeño gong con más fuerza de la habitual.
—¡En este tribunal reinará el orden! ¡Quiero recordar a todos los presentes que
cualquier arrebato violento tendrá como castigo la reclusión hasta que concluya el
juicio! Chu’shao Whisperwind, a menos que puedas apoyar esa acusación con algo muy
sólido, te sugiero que cambies de estrategia.
—Tú mismo dijiste que la opinión de los testigos sería admisible a lo largo del
proceso, Fa’shua.
—Sí, así es. Por favor, reformula la pregunta de un modo más apropiado.
—Jefe de Guerra, ¿qué crees que Garrosh quería decir con esas palabras?
—¿De rojo con sangre? Así que no quería esclavizarlos, pero sí quería
exterminarlos, ¿no?
—¡Chu’shao! —le espetó Taran Zhu antes de que Baine pudiera siquiera
levantarse de la silla—. Deja de poner palabras en boca del testigo que este no ha dicho
o tendré que reprenderte.
157
—Pero ¿no estás seguro?
—Sin los Darkspear. Fui a hablar con Garrosh, quien se mostró furioso y me
habló de malos modos como en la anterior ocasión, aunque luego pareció reconsiderar
su postura.
—Gracias. ¿Chromie?
—Ahí radica la diferencia entre tú y yo, Vol’jin —dijo el Garrosh del pasado—.
No dejaré que mi pueblo se muera de hambre en el desierto. No me detendré ante nada
—nada— para poder asegurar un futuro orgulloso y glorioso a los orcos y cualquiera
que tenga el coraje de apoyarnos. Espera un momento.
Se alejó un poco y habló en voz baja con uno de los Kor’kron. Rak’gor
Bloodrazor. Go’el frunció el ceño y se preguntó por qué Tyrande no había permitido
que el jurado escuchara esa conversación entablada entre susurros. Garrosh volvió a
acercarse al troll un momento después con una sonrisilla de suficiencia dibujada en la
cara.
—Hay algo que puedes hacer para demostrar tu valía a la Horda, troll. Una
misión que te llevará al mismo corazón de este continente.
—Iré —replicó Vol’jin, aunque añadió—, pero solo como testigo y en nombre
de mi pueblo. Alguien debe mantenerte vigilado, Garrosh.
158
—¿Puedes explicarnos qué sucedió en esa misión que Garrosh les asignó tanto a
Rak’gor Bloodrazor como a ti?
Otra escena más apareció en el centro de esa estancia. Esta vez, Vol’jin,
Bloodrazor y unos cuantos más a los que Go’el no conocía se hallaban en una oscura y
húmeda caverna. El cadáver de un saurok colosal se desangraba lentamente en esa agua
estancada que les llegaba a la altura de los tobillos. Había huevos por todas partes...
Vol’jin había encontrado el grajero. Se le escapó un leve gruñido y, cuando habló, lo
hizo con una voz grave y temblorosa... por culpa de la rabia.
—Esos mogu... han utilizado una magia muy perversa y tenebrosa. Estos saurok
no han nacido, sino que han sido creados. Se ha moldeado y retorcido su carne.
—Sacudió la cabeza, asqueado—. ¡Aquí se ha empleado magia muy siniestra, colega!
Go’el apartó la mirada de esa escena y observó las reacciones del jurado y los
espectadores. Como era habitual, daba la sensación de que los Celestiales permanecían
impasibles, pero eran los únicos. El resto de los que acababan de escuchar ese
comentario cruel mostraban unas expresiones que iban desde la náusea hasta la furia
pasando por toda una amplia gama de emociones intermedias.
159
Esa era la frase, pensó Go’el. La frase que, aunque no la hubiera escuchado
nadie en su día, salvo esos pocos camaradas de Vol’jin presentes en esa cueva, ahora
había sido dada a conocer al mundo.
Y nunca lo sería.
Sin embargo, eso era lo que había querido hacer Garrosh con ella, así que la
escena prosiguió de manera implacable.
—¡Él sabía que eras un traidor! —rugió y, a pesar de que Go’el intuía qué iba a
suceder a continuación, incluso él se sorprendió ante la rapidez con la que se movió ese
corpulento Kor’kron ataviado con una armadura. El cuchillo trazó un arco realmente
fugaz, y la sangre manó a raudales de la garganta desgarrada del troll mientras caía al
suelo.
—Zazzarik Fryll, ¿quieres hacer el favor de leer los cargos tres, cuatro, cinco y
siete de nuevo? —le pidió Tyrande al secretario del tribunal.
—Asesinato.
160
Por favor, continúa.
Tyrande levantó otro dedo más, para seguir contando cada uno de los cargos.
—Es decir, prohibir a los trolls, quienes son unos miembros respetados y muy
útiles para la Horda, vivir en ciertas zonas.
Ya iban tres.
—Es posible que pretendiera esclavizar Pandaria, pero de lo que no hay duda es
de que los saurok que sufrieron mutaciones no se presentaron voluntarios.
—Así es, pero la Visión del Tiempo ha dejado muy claro que eso era lo que
deseaba —le espetó Tyrande, de modo que Taran Zhu se vio obligado a asentir.
—Siempre que admitamos que Garrosh planeaba hacer algo similar a lo que les
ocurrió a esos saurok... cuya carne fue deformada y retorcida, violada y moldeada. Este
orco pretendía engendrar a ciertos seres de este modo por puro capricho, sin ninguna
otra razón. —A continuación, señaló a Vol’jin—. Con este único testigo, tenemos
pruebas más que suficientes para demostrar casi la mitad de los cargos de los que se
acusa a Garrosh Hellscream. ¡La mitad! No obstante, hay muchos otros que también
podrían atestiguar que este orco cometió asesinatos, torturas y otros actos despreciables,
tal y como ha confirmado Vol’jin. Él...
161
—Fa’shua —dijo Baine con una voz potente—, si la acusación ha acabado con
su tanda de preguntas al testigo y ahora debe recurrir a la pura oratoria, me gustaría que
se me concediera la oportunidad de interrogarlo.
—Hay una escena más que desearía mostrar, Fa’shua, si se me permite. Es...
extremadamente importante, pues ya solo queda viva una persona de las que participó
en esa conversación.
Pero esta vez, todos pudieron escuchar lo que Garrosh decía a su guardaespaldas
Kor’kron.
—No tengo ninguna duda de que serás capaz de confirmar mis sospechas —dijo
la imagen de Garrosh, que se dirigía únicamente a Bloodrazor—. Fíjate en cómo
reacciona el troll. Si aprueba el plan, vivirá. Si no... es que es un traidor y lo degollarás.
162
discurso apasionado e iracundo teñido de la repugnancia que provocaban las simas de la
estulticia hasta las que se había hundido el hijo de Hellscream. No iba a carecer de
apoyos a la hora de vituperar a Garrosh. La sala estaba a punto de estallar.
Esas palabras fueron pronunciadas con una voz muy templada que pudo
escucharse a través de esa estancia consternada y sumida en el silencio. Miró fijamente
a Garrosh un instante más. Acto seguido, sus labios se curvaron para esbozar su
desprecio de un modo más elocuente que cualquier otra cosa que hubiera podido decir y
le dio la espalda.
163
CAPÍTULO DIECISÉIS
B aine se devanaba los sesos de manera frenética, pues intentaba
desesperadamente dar con algo con lo que pudiera tener la más mínima oportunidad de
reparar el daño que Tyrande acababa de infligir a su defendido.
Vol’jin era amigo de Baine. Siempre había respetado a ese troll y, desde la
muerte de Cairne, había entablado una amistad aún más profunda con él. No deseaba
interrogar a Vol’jin, ni cuestionar su interpretación de los acontecimientos, ni intentar
desacreditarlo ante el jurado. No obstante, había sido el propio troll quien lo había
animado a defender a Garrosh en un principio.
—Ahora que has asumido el manto de Jefe de Guerra —señaló Baine—, te has
visto obligado a tomar algunas decisiones extremadamente difíciles. ¿Puedo preguntarte
qué política sigues con respecto a los traidores?
—Lo es.
164
—Más te vale. Estoy de acuerdo con la defensa. Procede.
—No he tenido la oportunidad de tener que tratar con alguien que me haya
traicionado —contestó Vol’jin, quien acto seguido añadió—. Aún no.
La sutil expresión de simpatía que había dominado su rostro había dado paso a
cierto recelo.
—Espero que nunca tengas que hacerlo —dijo Baine—. Pero tú mismo has
deseado ejecutar a Garrosh por lo que le hizo a Garrosh.
—Así es.
—Así que estarías dispuesto a ejecutar a cualquiera que, según tu opinión como
Jefe de Guerra, hubiera traicionado a la Horda, ¿verdad?
A Baine se le erizaron los pelos del cogote, pero sabía que ya no podía echarse
atrás.
—Sí.
Baine se giró y se sintió aliviado por no tener que mirar ya más a Vol’jin. En ese
instante, asintió en dirección a Kairoz, el cual había permanecido sentado y muy
callado, con una expresión cada vez más seria, pues sin duda alguna ansiaba poder
utilizar sus habilidades, por lo cual prácticamente se levantó de un salto para manipular
la Visión del Tiempo.
Baine resopló con fuerza y tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir las
terribles ganas de pisotear el suelo sin parar que lo habían invadido al contemplar la
escena que ahora se manifestaba. Ahí se hallaban Garrosh y Vol’jin conversando; era la
misma escena que Tyrande les había mostrado, pero la elfa de la noche que ejercía la
acusación la había hecho concluir de un modo prematuro. Baine quería que el jurado la
viera hasta el final. Presa de la ansiedad, movió la cola mientras observaba.
165
—No eres mi Jefe de Guerra —dijo la imagen de Vol’jin con un tono de voz
sereno—. No te has ganado mi respeto y no voy a permitir que destruyas la Horda por
culpa de tu necia sed de guerra.
—Páralo ahí —ordenó Baine, quien se giró para mirar hacia los Augustos
Celestiales, a quienes contempló con suma intensidad—. Esto es muy importante, así
que voy a recalcarlo. Lo que acaban de ver ahora mismo, con esta prueba que todos
sabemos incontestable, es lo siguiente: un súbdito de la Horda acaba de decir al orco
que fue designado como sucesor por el legítimo Jefe de Guerra, y cito textualmente:
“No eres mi Jefe de Guerra”.
—Sé perfectamente qué voy a hacer, hijo de Hellscream. Esperaré a que la gente
se vaya dando cuenta poco a poco de lo inepto que eres. Me reiré al ver cómo cada vez
te desprecian más y más, tanto como te desprecio yo. Y cuando llegue el momento
adecuado, cuando hayas fracasado de un modo total y tu “poder” carezca ya de
contenido y sentido, estaré ahí dispuesto a acabar con tu reinado rápida y
silenciosamente.
—¡Con todo respeto, protesto! —Por primera vez desde el comienzo del juicio,
Tyrande parecía realmente fuera de sí. El tauren había logrado perturbar a la siempre
serena elfa de la noche—. ¡La defensa está hostigando al testigo!
—¡Lo que Vol’jin hizo o dejara de hacer, lo que dijo o dejara de decir, no es
relevante! —exclamó Tyrande.
166
—Con todo respeto, Fa’shua, creo que sí lo es —replicó Baine—. Creo que
Garrosh se sentía amenazado por Vol’jin, al que consideraba un traidor. Creo que es
perfectamente posible que Garrosh intuyera que su propia vida corría peligro.
Ya podía parar, pues había dejado bien claro su argumento; Garrosh podría
haber estado actuando legítimamente cuando había ordenado asesinar a Vol’jin, pues
tenía derecho a matarlo si percibía que el troll intentaba derrocarlo. Sin embargo, Baine
sabía que eso no sería suficiente. Los Augustos Celestiales habían visto cómo Garrosh
ordenaba actuar violentamente contra Vol’jin. Tenía que obligarlos a ver la otra cara de
la moneda.
A pesar de que odiaba tener que hacer esto, como estaba tremendamente
decidido a cumplir su cometido, Baine dijo:
—Pido permiso para poder mostrar el final de esta conversación. Creo que es
extremadamente relevante para este caso.
—Procedan.
—Has sellado tu destino, troll —le espetó el Garrosh del pasado, quien escupió
a los pies de solo dos dedos de Vol’jin.
167
—Y tú el tuyo, “Jefe de Guerra”.
La imagen se desvaneció.
Silencio. Baine seguía sin ser capaz de mirar a Vol’jin a la cara, así que centró
su atención en Taran Zhu.
168
CAPÍTULO DIECISIETE
L a puerta del pasillo se cerró de manera estruendosa a espaldas de Anduin y,
una vez más, se quedó a solas en esa habitación con ese genocida.
Anduin se sirvió un vaso de agua y bebió. Se percató de que esta vez la mano no
le temblaba tanto. Garrosh, que se encontraba encadenado como era habitual, estaba
sentado sobre las pieles de dormir mientras observaba al príncipe humano.
—Si vamos a respetar nuestro acuerdo, esta vez deberías ser tú el que me cuente
algo primero.
—Entonces, he de decir que creo que hoy han muerto todas las esperanzas de
que pudiera salir de esta celda tomando otro camino que no sea el del patíbulo.
—Ya, las cosas no... no han ido bien —reconoció Anduin—. Pero ¿qué te hace
aseverar eso en concreto?
—Él también te amenazó a ti, se mostró irrespetuoso contigo, a pesar del título
que ostentabas, y juró que te mataría delante de tus mismas narices. Cabe la posibilidad
de que alguno de sus seguidores estuviera preparado para ejecutar esa amenaza en
169
Orgrimmar si él, al final, no podía llevarla a cabo. Tal vez expulsaste a su gente no
porque los odiaras, sino porque los temías.
El orco se puso en pie gritando a tal velocidad que Anduin se echó hacia atrás.
Al oír ese bramido de furia, los hermanos Chu se acercaron corriendo.
—¡No pasa nada! —exclamó Anduin, a la vez que alzaba una mano y esbozaba
una sonrisa forzada—. Solo estamos... discutiendo.
Por un instante, dio la impresión de que Garrosh iba a intentar atravesar esos
barrotes para alcanzar a Lo. Sin embargo, al final, se sentó y las cadenas tintinearon.
—Lo sé —replicó Anduin, quien no sentía temor alguno, lo cual era extraño—.
Pero ahí están.
170
—Entonces, ¿por qué no lo retaste al mak’gora? —le espetó Anduin, quien ya se
había recuperado del susto por completo—. ¿Por qué hiciste algo tan taimado, algo que
va en contra de sus propias tradiciones, si no temías que pudiera vencerte en una lucha
justa? Actuaste tal y como actúan los cobardes. Como solía actuar Magatha.
—Creía que eras un hombre de honor, pero eso ha sido un golpe bajo, mocoso.
Si bien Anduin esperaba que sufriera otro ataque de ira, esta vez Garrosh se
guardó esa furia para sí, puesto que solo sus ojos reflejaban esa cólera.
—No he olvidado las tradiciones de mi pueblo —aseveró, con un tono tan bajo
que Anduin tuvo que hacer un esfuerzo para poder escucharlo—. Te repito lo que le dije
a Vol’jin. Si estuviera libre, no me detendría ante nada para asegurarme de que los
orcos tengan un futuro orgulloso y glorioso... así como todo aquel que tenga el coraje de
apoyamos.
—¿Qué?
El príncipe no había meditado estas palabras, sino que fluyeron por su boca
como si tuvieran vida propia. Mientras Anduin las pronunciaba, se dio cuenta de que
eran absurdas; sin embargo, una vocecilla en su interior le susurraba: No, no son
absurdas. Es perfectamente posible que algún día pueda reinar la paz. Nadie debía
renunciar a ese futuro. Si aunaban esfuerzos, si colaboraban buscando el bien común...
eso inspiraría verdadero orgullo y, de este modo, podrían alcanzar una gloria duradera,
¿no?
—Vete de aquí.
171
El príncipe se llevó tal decepción que todos sus huesos se sumieron en una
agonía, como si estuvieran entonando un canto fúnebre.
—Mientes, Garrosh Hellscream —replicó Anduin con una voz serena y triste—.
Sí que hay algo ante lo cual te detendrías. Ante la paz.
Y sin mediar más palabra, Anduin se levantó, subió por la rampa y llamó a la
puerta. Acto seguido, esta se abrió en medio de un gran silencio y se marchó, mientras
notaba en todo momento la mirada de Garrosh clavada en la espalda.
***
—¿Jaina?
Este alzó el trozo de tela que tapaba la entrada pero no entró. El buen humor de
la archimaga flaqueó al verle la cara.
—¿Qué pasa?
172
—Por supuesto.
Acto seguido, salió de la tienda y dejó que la tela cayera para tapar la entrada.
Se agarraron de la mano. Jaina le comentó a Nelphi, un joven y servicial aprendiz que
ayudaba a todos los magos del Alto Violeta, que iban a estar fuera un rato, pero que no
demorara la cena si todos los demás ya la estaban esperando.
Cruzaron una amplia plaza pavimentada donde otros magos iban de aquí para
allá en medio de la llovizna. Todavía cogidos de la mano y en silencio, bajaron por una
enorme escalera, que en su día habían pisado los mogu y llevaba hacia el mar, al que
llegaron tras abrirse paso por unos cortos caminos muy mal conservados. Al girar a la
izquierda para atravesar el Matorral Maderasombra, Jaina se dio cuenta de que Kalec la
llevaba hacia una pequeña playa situada al final de un sendero sinuoso. Los guardianes
arcanos apostados ahí para vigilar el lugar no les prestaron atención, sino que siguieron
desplazándose de aquí para allá para cumplir con las instrucciones que debían seguir
para poder vigilar la zona. Jaina se centró en pisar con cuidado esos adoquines tan
antiguos y resbaladizos por culpa de la lluvia, al mismo tiempo que cada vez más estaba
más segura de que la conversación que estaban a punto de mantener no le iba a agradar
en absoluto.
En cuanto pisó esa estrecha playa, Jaina no pudo evitar acordarse del día en que
había caminado por una arena similar, por la Playa Tenebruma, que se había hallado
junto a esa ciudad amurallada que ya no existía. Recordó haber visto cómo el dragón
azul surcaba el cielo en busca de un lugar donde aterrizar y cómo había echado a correr
para reunirse con él.
Se acordó de lo que le había dicho a él en esos instantes: “Si alguien tendría que
sentirse muy amargada y dominada por el odio, esa debería ser yo. Aun así, he oído a
algunos de ellos referirse a la Horda... con unos términos tan insultantes y crueles...
que me siento muy arrepentida... Mi padre no solo quería vencerlos. Él odiaba a los
orcos. Quería aplastarlos. Borrarlos de la faz de Azeroth. Al igual que algunos de estos
generales”.
Anduin había estado en lo cierto. La gente sí que cambia. Ahora ella era como
aquellos a los que en su día había criticado.
173
Había sido entonces cuando Kalec le había expresado por primera vez y de
manera titubeante que deseaba ser más que un amigo para ella. También le había
prometido que la ayudaría a defender su hogar. “No hago esto ni por la Alianza ni por
Theramore, sino por la dama de Theramore”. Acto seguido, él le había besado la mano.
Habían intimado aún más cuando Kalec había tenido que luchar para librarse de
la influencia que había ejercido sobre él una reliquia que le había revelado el verdadero
origen de la creación de los Aspectos de Dragón. Sin embargo, los acontecimientos de
los últimos meses los habían distanciado de nuevo; además, él había llegado a Pandaria
hacía muy poco tiempo. Ahora, Kalec la contemplaba con amor, pero también con
tristeza, por lo cual ella sintió un escalofrío que no era causado por el aire fresco
procedente del mar.
—Primero un pantano y luego bajo la lluvia. Uno de estos días, vamos a tener
que buscarnos una buena playa.
Como su amado no contestó con ninguna ocurrencia, sintió que algo se le helaba
por dentro. Tomó aire con fuerza, se volvió hacia él y le cogió ambas manos.
A modo de contestación, Kalec la rodeó con sus brazos, la abrazó con fuerza y
apoyó una mejilla sobre su cabello blanco. Ella le rodeó la cintura con los brazos e
inhaló su aroma, a la vez que escuchaba sus latidos. No obstante, quizá demasiado
pronto, él se separó de Jaina y la miró.
—Has pagado un alto precio por esta guerra —afirmó Kalec—. Y no me refiero
solo físicamente. —Entonces, le apartó un mechón que le tapaba los ojos, dejando así
que la única mecha que le quedaba con el color original de su cabello dorado se le
enredara entre los dedos—. Te has vuelto tan...
—¿Dura? ¿Amargada?
Tuvo que hacer un esfuerzo para que su tono de voz no transmitiera las
sensaciones que definían esas palabras.
174
Él asintió con pesar.
—¿Quieres que te haga una lista con todo lo que me ha pasado?—replicó con
brusquedad, pero no se arrepintió de contestar de ese modo—. ¡Tú mismo estuviste
presente en algunos de esos acontecimientos!
—Lo sé —la interrumpió con sumo tacto—. Pero aquí estoy ahora, y me alegro
de que sea así. Y espero seguir a tu lado, pase lo que pase. Quiero ayudar, Jaina, pero
me da la sensación de que te gusta ese lugar siniestro al que ha ido a parar tu corazón.
Te observo en el juicio todos los días y veo a alguien que odia mucho más que ama.
Garrosh quizá te haya empujado hacia ese lugar, pero eres tú quien ha decidido
quedarse ahí libremente.
—¿Acaso crees que esto me gusta? ¿Qué me gusta tener pesadillas y sentirme
tan furiosa que casi estoy a punto de explotar? ¿No crees que tengo derecho a sentirme
satisfecha —no, más bien, exultante— porque alguien que ha hecho cosas tan horribles
va a recibir su merecido?
—No creo que te guste y sí creo que tienes derecho a sentirte así. Lo que me
preocupa es que no dejes atrás esos sentimientos una vez haya acabado este juicio.
Una vena palpitó en una de las sienes de la archimaga y esta se llevó una mano
hacia esa zona.
175
muerte, que hubiera ordenado que asesinaran a Tyrande si no hubiera estado de acuerdo
con crear un ejército de sátiros para engrosar las filas de su ejército, que hubiera
tolerado la presencia de gnomos y enanos solo como mano de obra y que, entonces, se
hubiera enterado de la existencia de cierta reliquia localizada en el sitio más hermoso de
Azeroth, un lugar muy sagrado, que habría destruido para conseguir lo que quiere, y...
—Basta —le espetó Jaina, que estaba temblando, aunque no sabía exactamente
por qué—. Has dejado bien claro tu argumento.
Él se calló.
—Yo no destruí Orgrimmar. Y podría haberlo hecho. Habría sido muy fácil —
aseveró la archimaga.
—Lo sé.
—Así que... me estás diciendo que ahora que lo hemos logrado, ahora que se
enfrenta a un juicio... las diferencias entre... entre nosotros... vuelven a importar.
Él susurró:
—Sí.
—Aún no lo sé. Y no lo sabré hasta que sepa en qué punto nos encontramos
cuando todo esto termine. Si sigues aferrándote a este odio, Jaina... te acabará
devorando. Y no sería capaz de soportar ver... cómo te consume. ¡No quiero perderte,
Jaina!
176
Entonces, no me dejes, gritó en lo más hondo de su corazón, pero no expresó ese
sentimiento verbalmente. Sabía perfectamente qué quería decir Kalec con esas palabras,
que iban más allá de una mera despedida en el plano físico. Esto no era una mera pelea
de enamorados por alguna necedad, sino una discusión sobre quiénes eran realmente en
lo más esencial, sobre si seguirían o no juntos si sus necesidades emocionales entraban
en conflicto.
Por todo esto, Jaina no discutió. Ni tampoco prometió cambiar, ni amenazó con
marcharse, sino que simplemente arqueó la espalda, le rodeó el cuello con los brazos y
le besó apasionadamente. Con un suave suspiro, en el que se combinaba el dolor y el
amor, Kalecgos la atrajo hacia sí con fuerza y se aferró a ella como si no quisiera
soltarla jamás.
***
Hasta no hacía mucho, había ocupado una posición envidiable. Había prestado
su ayuda en más de un sentido a su Jefe de Guerra, Garrosh Hellscream; primero,
fingiendo ser un devoto y leal miembro del Kirin Tor mientras informaba de manera
fidedigna a Garrosh de lo que sucedía ahí y, en segundo lugar... Bueno, basta decir que
la historia recordaría eternamente a Theramore no por cómo fue fundada esa ciudad, o
cómo evolucionó, sino por cómo había sido arrasada.
Ese pensamiento hizo que el elfo de sangre sonriera a la vez que jugueteaba con
una réplica en miniatura de una bomba de maná, una réplica a pequeña escala de la que
él había creado en su día. Había regalado estos juguetitos como modo de dar las gracias
modestamente a todos aquellos miembros de la Horda que lo habían liberado de esa
177
prisión de Theramore. Aunque era consciente de que era un gesto de extremado mal
gusto, seguía siendo tremendamente divertido.
Todo había ido tan bien. Entonces, de repente, todo el mundo se había vuelto en
contra de Garrosh. Thalen frunció su nariz aguileña. Incluso su propio líder, Lor’themar
Theron, se había negado a ayudar al Jefe de Guerra. Eran todos unos blandengues.
Ahora, el destino de Garrosh estaba en manos de una panda de ositos parlantes y una
especie de... seres espirituales brillantes, o lo que fuesen. Tremenda locura.
Miró hacia atrás, para contemplar con aprecio esos espléndidos aposentos,
aunque sospechaba que lo más inteligente sería abandonarlos cuanto antes. Si bien
Theron había estado muy ocupado con sus planes para derrocar a un Jefe de Guerra
designado legítimamente como para ocuparse de un solo archimago, en cuanto hubieran
decidido qué hacer con Garrosh, no cabía duda de que el líder sin’dorei se acordaría del
pequeño incidente de Theramore y, entonces, elfos como Songweaver —unos elfos que
realmente eran leales a la Horda, ¡algo inconcebible!— se convertirían en personas non
gratas. Si Theron seguía haciendo buenas migas con la Alianza, tal vez incluso ordenara
algunas ejecuciones, ¡quién sabe!
178
La inquietud entró en conflicto con la curiosidad, la cual era su perdición.
Thalen caviló amargamente: Oh, bueno, habrá que echarle valor hasta el final...
—Saludos, amigos o enemigos —dijo con voz potente y clara—. No tengo muy
claro aún qué son. O bien han venido a arrestarme, o bien pertenecen al grupo de
rescatadores que me sacó de esa desagradable prisión de Theramore y han venido a
visitarme, tal y como les invité a hacer.
—No soy ni una cosa ni otra; no obstante, soy una amiga. Hemos venido para
pedirte ayuda en un asunto muy urgente que conllevará una tremenda gloria.
Zaela, la líder del clan Dragonmaw, le mostró una sonrisa terriblemente amplia.
179
CAPÍTULO DIECIOCHO
DÍA CUATRO
T yrande miró a Go’el, que estaba sentado en la silla de los testigos, y acto
—Me llamo Go’el. Soy el hijo de Durotan y Draka, el compañero de por vida de
Aggralan, hija de Ryal. Padre de Durak y líder del Anillo de la Tierra.
—Pero tú, después del Cataclismo, a nivel personal, has hecho mucho más que
la mayoría de los chamanes —añadió Tyrande—. Fuiste una pieza clave a la hora de
derrotar a quien causó el Cataclismo; al corrupto Aspecto de Dragón Negro, a
Deathwing.
180
—Fue un honor ayudar.
—Hiciste mucho más que eso, Chamán del Mundo Go’el, pero por ahora, me
gustaría que le contaras al tribunal ciertas cosas sobre otro nombre, sobre otro título que
ostentaste en su día. ¿Puedes explicamos qué clase de obligaciones tenías antes de
actuar heroicamente para salvar a nuestro mundo?
—Con todo respeto, protesto —dijo Baine, quien, sin lugar a dudas, se mostraba
reticente a que le hiciera esa pregunta.
—No estoy en desacuerdo con la acusación, así que, por favor, prosigue. Go’el,
haz el favor de responder a la pregunta.
—Es una palabra que significa “esclavo” —respondió Go’el—. Mis padres
habían sido asesinados y me encontró un humano llamado Aedelas Blackmoore, quien
me dio ese nombre y me crió para que fuera un gladiador. Más tarde, supe que su
intención era utilizarme para liderar una revuelta de los orcos contra la Alianza.
Tyrande asintió.
—Así fue.
181
—Lo lideré con el fin de acabar con el centro de mando de esos campos de
internamiento, con el Castillo de Durnholde. Derroté a Blackmoore y obtuve la libertad
para mi pueblo. Al final, los llevé al otro lado del océano, a Kalimdor, donde fundamos
una nueva nación y una nueva ciudad; la tierra de Durotar y la ciudad de Orgrimmar.
—Sí, pasó a ser la nueva tierra natal de los orcos —puntualizó Go’el.
—No. Tuve la suerte de contar con fuertes y valerosos aliados, como Sen’jin,
líder de los trolls Darkspear y su hijo, Vol’jin, o los tauren... siempre he dicho
abiertamente que creo que ellos son el corazón de la Horda; además, Cairne Bloodhoof
era mi hermano. La Horda creció y acabó recibiendo en su seno a los Renegados, a los
sin’dorei, a una parte de la población goblin y ahora también está abierta a cualquier
pandaren que desee unirse a nosotros y crea en nuestros ideales.
—Creo que no han debilitado a la Horda, sino que la han hecho más fuerte.
—Fue poco después de la derrota del Rey Lich —contestó Go’el—. Justo
después de que el Cataclismo sacudiera Azeroth. Marché a Nagrand, para estudiar con
un chamán de ese lugar, para descubrir qué era lo que tanto perturbaba a los elementos.
La Horda necesitaba un líder mientras yo estuviera lejos. Más tarde, tras aprender a
dominar mis habilidades chamánicas, me uní a aquellos que habían aunado esfuerzos
para serenar a los elementos y salvar nuestro mundo.
—Así fue.
Aunque la tensión se había apoderado del rostro de Go’el, había contestado con
voz serena.
182
—Garrosh había actuado bien y de manera honorable en Northrend. Era joven,
valiente y un símbolo de esperanza y victoria para un pueblo machacado por la guerra y
los horrores del Azote.
—No... no lo sé —se vio y oyó decir Go’el a sí mismo—. Puede llevarme cierto
tiempo descubrir lo que he de saber. Confío en que no estaré ausente mucho tiempo,
pero podría tardar semanas... e incluso meses.
—Así es, Jefe de Guerra. Fuiste tú quien me enseñó que debía enorgullecerme
de mi padre, por lo que él siempre intentó hacer por los demás y por la Horda. No hace
mucho que formo parte de ella, pero aun así, he visto suficiente como para saber que, al
igual que mi padre, moriría por ella.
183
Go’el observó cómo unas expresiones de sorpresa se dibujaban en los muchos
rostros que ocupaban ese templo cuando el Garrosh del pasado habló con tal sinceridad.
Durante mucho tiempo, el único Garrosh que habían visto o sobre el que habían oído
hablar había sido el destructor de Theramore. Go’el se preguntó si Tyrande había
realizado una maniobra inteligente al mostrar esta escena, ya que seguramente así solo
iba a lograr que Garrosh se ganara la simpatía de muchos.
—No. Pero te ordeno que lideres a la Horda en mi nombre hasta que regrese.
Aun así, Garrosh parecía muy dubitativo, lo cual no era nada habitual en él. No
obstante, al final, dijo:
—¡Si me consideras digno del puesto, entonces debes saber que haré todo lo
posible para que la Horda alcance la gloria!
—En estos momentos, no nos hace falta más gloria —le corrigió Thrall—. Ya
tendrás bastantes desafíos a los que enfrentarte sin que tengas que hacer ese esfuerzo
extra. El honor de la Horda está ya más que asegurado. Solo debes cuidar de él.
184
Antepón sus necesidades a las tuyas, tal y como hizo tu padre. Se dará orden a los
Kor’kron de que te protejan, tal y como harían conmigo. Iré a Nagrand como chamán,
no como Jefe de Guerra de la Horda. Y haz caso tanto a Cairne como a Eitrigg, pues
¿acaso entrarías en batalla sin un arma?
—Oh, claro que sí. Solo quiero cerciorarme de que entiendes que cuentas con
unas armas muy poderosas —replicó Thrall—. Mis consejeros son las armas que utilizo
siempre que intento hacer lo mejor para la Horda. Ellos ven cosas que yo no puedo ver
y me muestran opciones que no sabía que tenía. Solo un necio despreciaría tales armas,
y yo no creo que lo seas.
—No soy ningún necio, Jefe de Guerra. No me pedirías que sirviera a la Horda
si creyeras que lo soy.
—Cierto. Bueno, Garrosh, ¿aceptas liderar a la Horda hasta que llegue la hora
de mi regreso? ¿Aceptarás los consejos de Eitrigg y Cairne cuando te los ofrezcan?
—Ansío sinceramente liderar la Horda de la mejor manera posible. Así que sí, y
un millar de veces sí, mi Jefe de Guerra. Seré el mejor líder posible y consultaré con
esos consejeros que me has sugerido. Sé que me brindas un tremendo honor y me
esforzaré por ser digno de él.
—¡Por la Horda!
La elfa negó con la cabeza, como si le costara creer la veracidad de esa prueba
que tenía ante los ojos y, acto seguido, reanudó el interrogatorio:
185
—Por favor, cuéntanos qué ocurrió después de que te marcharas, en un
principio, solo por un breve espacio de tiempo.
—Yo diría que fueron absolutamente vitales para lograr la destrucción de ese
dragón —afirmó Tyrande, la cual lanzó una mirada fugaz en dirección hacia Baine,
pues sin duda esperaba que protestase, pero no lo hizo—. Al haber desaparecido el
Guardián de la Tierra original —es decir, Neltharion antes de corromperse—, ese
puesto estaba vacante, ¿no es así?
—Sí.
186
—Para entonces, ya debía de haber llegado a tus oídos lo que estaba haciendo
Garrosh.
—Sí.
—No. No se ordenó a nadie que se quedara. Fue una decisión que tuvimos que
tomar cada uno con el corazón, sopesando qué era lo mejor. Todavía oía la llamada de
los elementos, así que supe que debía quedarme.
—Para entonces, él era el Jefe de Guerra. Yo no tenía autoridad para hacer tal
cosa. En esos momentos, yo ni siquiera era un verdadero miembro de la Horda. Me
había convertido en el líder del Anillo de la Tierra y le debía mi lealtad a ella. Otros
líderes podrían habérselo pedido y provocado un cambio de poder, pero yo no. Ni
siquiera estaba seguro de que mi antigua visión sobre cómo debía ser la Horda siguiera
siendo lo que quería la gente.
—El mundo no esperó a que yo regresara —aseveró, esbozando una sonrisa con
la que parecía subestimarse a sí mismo—. Había cambiado. Los orcos habían cambiado.
Mi Horda había cambiado. ¿Qué iba a hacer...? ¿Matar a mis compañeros orcos hasta
que volviera a ser mi Horda? ¿Acaso tenía derecho a obligar a la Horda a ser lo que
había sido bajo mi liderazgo? ¿Acaso tenía derecho siquiera a protestar después de
haber elegido otro camino?
187
—De hecho, Vol’jin me pidió ayuda. En cuanto recibí esa petición de mi
hermano, le di una respuesta con todo mi corazón.
—¿Qué tenían que hacer tanto tú como tus seguidores para ayudar a Vol’jin y
los trolls?
—Matar a los Kor’kron que habían impuesto la ley marcial sobre las Islas, del
Eco.
—Sí, así era. Pero con independencia de quién la lidere, la Horda es y siempre
será una familia. Esto no se trataba de una defensa contra una amenaza exterior ni
siquiera de una incursión contra un enemigo, sino de que la Horda estaba atacando a su
propia gente.
Go’el había sido testigo de lo que Baine le había hecho a Vol’jin, quien había
sido un aliado del tauren y un amigo en su lucha contra Garrosh, quien había rogado al
tauren que asumiera la responsabilidad de defender a Hellscream lo mejor posible.
Y eso era precisamente lo que había estado haciendo Baine y lo que iba a seguir
haciendo. No cabía duda de que el tauren iba a mostrarse tan incisivo con Go’el como
había hecho con el troll.
¿Cómo hemos podido llegar a esta situación?, se preguntó Go’el, quien se armó
de valor ante el interrogatorio.
188
CAPÍTULO DIECINUEVE
H arrowmeiser suspiró. Sí, disfrutaba de otra noche maravillosa en el
Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuánto tiempo llevaba cautivo.
Era difícil saberlo, ni siquiera aproximadamente, pues ahí realmente los cambios de
estación apenas eran perceptibles. Seguramente, llevaba ya años en ese lugar. Además,
su hermoso zepelín, el Lady Lug, era utilizado ahora por el enemigo para proteger la
fortaleza de los ataques de los piratas que pululaban cerca.
Y ni siquiera tengo una camisa que vestir, pensó con sumo pesar al sentir ese
frío. Soy de Trinquete. Provengo de un clima tropical. Y aquí me tienen, con unas bolas
de hierro encadenadas a los pies y sin ni siquiera una camisa que ponerme.
Les mostró una sonrisa lasciva, con la que enseñó unos dientes afilados y
amarillentos; además, movió las cejas arriba y debajo de un modo muy sugerente y
rápido ante la mujer de su izquierda.
189
Casi se pudo oír cómo le rechinaban los dientes a esa guardia. Como esa enana
de ojos esmeralda odiaba que se dirigieran a ella utilizando ese apodo, eso animaba aún
más a Harrowmeiser a usarlo siempre que se le presentara la oportunidad.
—¿... nos recuerda al cuerpo de un zombi plagado? Pues claro —le interrumpió
Campana Azul, cuyo nombre no tenía tanta gracia, era como llamarse sargento Fulano o
Mengano, aunque había que reconocer que estaba muy bien puesto, ya que los ojos de
esa mujer eran del color del cielo.
Señaló con un dedo, en el que destacaba una uña muy afilada, en dirección al
Estrecho Devastado, donde se encontraban media decena de galeones piratas, los cuales
realizaban alguna incursión que otra de vez en cuando, aunque casi todo el tiempo se
hallaban lo bastante lejos como para que no pudieran alcanzar a nadie en tierra.
¡Esos piratas no son rival para la inteligencia y talento del pueblo goblin!,
pensó Harrowmeiser, con su diminuto pecho henchido de orgullo, y acto seguido
añadió:
—Setecientas trece.
Los ojos de la humana dejaron de tener una tonalidad azul cielo para adquirir un
azul más glaciar.
—¡Señora, me ofendes!
190
La Chica Verdosa resopló.
—¿Burlarme? ¿Yo? ¡Jamás! Ya saben lo que se suele decir: que cuando uno
sigue la senda del goblin... —replicó, pero se calló al darse cuenta de que ninguna de
ellas le estaba prestando atención.
—Oh, esto es genial —masculló—. Tengo estas cosas atadas a los pies y aquí
vienen los vrykul en busca de sangre.
191
lo único que proporcionaba un poco de humor, un poco de luz, a esas plomizas y
tediosas vidas que llevaban como miembros de la Alianza.
Cerró los puños y lanzó varios golpes al aire, mientras profería unos gruñidos
que esperaba que resultaran muy fieros.
—Sube a bordo —le ordenó el mago con un tono de voz suave pero plagado de
inquietud—. Deprisa. Shokia y los demás nos están haciendo ganar tiempo.
—¡Ahí abajo, y no soy una señorita! —replicó la mujer a voz en grito, quien
poseía una voz grave y áspera, que no invitaba precisamente a desobedecerla. Tenía la
mirada clavada en el muelle, ya que seguramente se estaba preguntando cuándo el
enemigo repararía en que se estaban fugando.
192
—Está bien, pero recuerda luego que eso lo has dicho tú, no yo —replicó
Harrowmeiser—. Espera, espera... ¿quieres que baje la nave hacia dónde están esos
piratas?
—No sabía que había liberado a un imbécil —le espetó la guerrera, quien lo
fulminó con la mirada a través de las aberturas del yelmo.
Oh, qué mirada más aterradora tenía. Harrowmeiser no sabía que unos ojos
humanos pudieran transmitir esa sensación.
—Es que hay piratas ahí abajo —insistió—. Oh... oh, no... ya lo entiendo.
Ustedes también son piratas, ¿eh? Esto es una venganza por los ataques del zepelín,
¿verdad? Escucha. ¡Puedo explicarlo todo! ¡La Alianza me obligó a hacerlo!
La mujer gruñó y se quitó el yelmo, revelando así que su piel era gris y tenía el
pelo negro y en punta, aunque tenía algunos mechones aplastados.
—Piratas, puaj —dijo la orco, quien acto seguido escupió, justo sobre la
cubierta del amado zepelín del goblin—. Son una panda de alimañas que se pasa el día
emborrachándose con ron. Por desgracia, necesitamos su ayuda ahora mismo, y nos la
van a dar.
—¡Al fin soy libre! —exclamó Harrowmeiser—. ¡Ya era hora! Por cierto,
¿quiénes son?
—Soy Zalea, la líder del clan Dragonmaw —respondió la orco, a la vez que se
enderezaba lo máximo posible.
—Estoy viva, muy bien y sedienta de venganza, como imagino que tú también
lo estarás, goblin.
193
—Necesitamos gente que pelee por nuestra causa, y ellos lo harán, si les
pagamos suficientemente bien. Mis fuentes me han informado de que, en su día, tenías
muchos contactos y que podrías tener acceso a unos fondos muy importantes. Nos vas a
ayudar a crear un ejército.
De repente, todo tuvo sentido. Era un plan con el que el goblin se sentía muy a
gusto.
—Oh, sí, claro, tengo muy buenos socios y gané un dinerillo en su día. Pero
¿cuál es su causa? Quizá no quiera apoyarla.
La Dragonmaw se giró.
—Vas a apoyar nuestra causa porque así podrás ser libre y podrás seguir con
vida.
Tenía razón.
***
194
Baine Bloodhoof percibió una mezcla de resignación y determinación en los
ojos azules de Go’el. Respetaba profundamente al orco y se había planteado la
posibilidad de no hacerle más preguntas. Pero sabía que si no seguía interrogando la
orco, sería un cobarde y no estaría desempeñando su cometido como era debido. Tanto
Go’el como Vol’jin lo entenderían, o tal vez no. Baine había aceptado esa tarea y la
llevaría a cabo lo mejor posible.
—Que quede constancia de que la defensa reconoce a Go’el, quien en su día era
conocido como Thrall, como un verdadero héroe en un mundo donde este término suele
utilizarse demasiado a la ligera. La defensa le agradece los muchos años que ha
sacrificado por el bien de la Horda, así como de Azeroth. Te debemos mucho.
Si bien Go’el entornó los ojos con cierta suspicacia, respondió con suma
educación:
—Cuando reclamaste para ti el manto de Jefe de Guerra, tenías una visión sobre
cómo debía de ser la nueva Horda, ¿verdad?
—Así fue. Quería contar con una Horda compuesta de razas e individuos que
valorasen el honor y la destreza marcial, y que se respetasen mutuamente como si
fueran una familia. Quería dejar atrás los viejos fantasmas de ese pasado en el que tanto
influyeron para mal los demonios.
195
—Sí, pero como también he dicho, no estaba seguro de que yo tuviera derecho
a...
Pese a que un fugaz destello de furia centelleó en las simas azules de su mirada,
Go’el replicó:
—Sí.
—Tal y como ya he mencionado, todo el mundo sabe que eres un orco muy
honorable. Eres incluso justo con tus enemigos, tal y como el jurado está a punto de
comprobar.
—Sí. Y... te agradezco que no hayas mostrado lo que ocurrió antes de eso.
Baine sabía a qué se refería Go’el. Kairoz había insistido en que Baine podría
sustentar su argumentación mucho mejor si mostraba esa escena, pero no tenía
estómago para hacer algo así.
A pesar de que Baine se odió a sí mismo por hacerle esta pregunta, se la tuvo
que hacer:
196
—Le dije cuáles eran mis condiciones, y su respuesta fue... arrojarme a los pies
la cabeza de una joven asesinada, una joven llamada Taretha Foxton.
—Siendo un orco, al que habían esclavizado los humanos, ¿qué significaba esa
muerte para ti?
Go’el respiró hondo y se serenó. Habló con un tono preciso y calmado. Solo el
hecho de que tuviera los puños cerrados con fuerza revelaba qué era lo que realmente
sentía. Alzó la vista hacia el lugar donde se encontraban sentados los Celestiales y
percibió bondad y empatía en sus sabios semblantes.
Baine hizo una seña a Kairoz. Una versión más joven de Thrall apareció ahora
en esa escena. Tenía el imponente aspecto del héroe que realmente era; era más grande
y fuerte que la mayoría de los orcos y vestía la armadura negra de Orgrim
Doomhammer; además, llevaba la descomunal arma que le había dado su apodo a ese
difunto orco atada a la espalda. En cada mano, Thrall blandía una espada, una de las
cuales le lanzó a Blackmoore. El humano chilló y retrocedió, al mismo tiempo que
levantaba los ojos hacia él. Ahora, se podía apreciar a la perfección que la camisa de
lino de Blackmoore estaba manchada de vómito.
197
—Yo... yo...
Y, de un modo sorprendente, eso fue lo que hizo Blackmoore. Era obvio para
cualquiera que estuviera viendo esa escena que el humano había estado bebiendo, pero
aun así, era rápido, por lo cual Thrall tuvo que reaccionar de inmediato para parar el
golpe.
198
—Sigues borracho, Blackmoore, si has creído, aunque solo sea por un instante,
que voy a poder olvidar el haber visto...
Baine ya había visto esto con anterioridad. A pesar de que sabía qué iba a
ocurrir, incluso él se sobresaltó cuando Thrall reaccionó de un modo tan repentino y
violento. El orco se había estado conteniendo hasta entonces... pero ya no. Arremetió
contra Blackmoore haciendo gala de una gran velocidad, fuerza y letal elegancia en sus
movimientos.
Aunque Blackmoore no tenía nada que hacer, se negó a rendirse. Los impactos
que recibió la espada que alzó para defenderse debieron de haberle mellado los huesos
hasta el tuétano. Fue dando cada vez más muestras de debilidad, sus movimientos se
fueron tomando más lentos y, al recibir el último ataque, soltó la espada, que salió
volando por los aires. Sin embargo, ni siquiera entonces se rindió. Se llevó una mano a
una bota y sacó de ahí una daga. Al instante, lanzó un grito y se abalanzó sobre Thrall,
dispuesto a clavársela en un ojo.
El rugido del orco reverberó ahora como debió de haberlo hecho entonces
mientras trazaba un arco hacia abajo con su espada.
Baine ahorró a los espectadores el tener que ver el momento preciso en que
Blackmoore fallecía.
—Para.
199
—Lo que no puedo entender es por qué un orco que aprecia tanto el honor...
hasta el punto de dar un arma a un enemigo que había asesinado, solo unos momentos
antes, a alguien a la que amaba... estuvo dispuesto, en su día, a matar a Garrosh
Hellscream a sangre fría. ¿Acaso esa actitud encaja con la Horda que habías soñado,
Go’el?
—Has asegurado ante este tribunal que tomaste esas decisiones por varias
razones.
—¿Te gustaría haber hecho las cosas de otro modo? ¿Te sientes, tal vez,
responsable de lo que ha hecho Garrosh Hellscream?
200
Si bien Go’el entrecerró los ojos con cierta suspicacia, antes de que pudiera
decir nada, Tyrande ya se había puesto en pie.
—Chu’shao Bloodhoof —dijo Taran Zhu, con un tono de voz tan sereno como
era habitual en él—, si quieres presentar algún argumento, por favor, hazlo ya.
Ante lo cual, Baine había replicado: “Creo que el hecho de que una vida esté en
juego ya debería ser bastante ‘emocionante’”.
La escena que ahora cobró vida era muy dramática; mostraba un templo en el
cielo, con unas columnas tan blancas como las nubes que lo rodeaban. Unos relámpagos
azules crepitaron y atravesaron el edificio, seguidos por la respuesta iracunda del
trueno. Unos aparecidos de aire, que brillaban con un color blanco azulado, cuyas
formas energéticas estaban contenidas en unas armaduras, se giraron. En el centro,
atrapada en esa terrible tempestad, se hallaba la sombra de lo que parecía ser un
gigantesco Go’el.
201
—He fracasado. Le he fallado a este mundo. Los elementos... no querrán hablar
conmigo. El Anillo de la Tierra... ha perdido la fe en mi liderazgo. Mis flaquezas... han
condenado a Azeroth... al olvido.
El furioso viento azotó la ropa y el pelo de Aggra, cuya voz fue engullida por el
aullido de este.
La imagen se esfumó, como un fantasma ante los primeros rayos del alba. Baine
repitió esas mismas palabras con una voz suave pero perfectamente audible:
202
CAPÍTULO VEINTE
N o, este momento no...
Go’el sintió un hondo dolor en el corazón y permaneció Ahi sin respirar unos
cuantos segundos. Miró a Baine, pues le había sorprendido que el hijo recurriera a una
escena en la que aparecía su padre. Baine bajó la vista y clavó su mirada en sus propias
manos. Era incapaz de ver esa escena. Así que esto también le hace sufrir a él, pero aun
así, ha decidido mostrar esta escena. Go’el apretó los dientes y recurrió a todas las
técnicas que conocía para mantener la calma.
—Estás cometiendo un grave error —se oyó decir a alguien de voz grave y
potente, tal y como Go’el sabía que sucedería.
—No creo que vayas a alegrarte mucho de verme, la verdad, ya que no creo que
te vaya a gustar lo que tengo que decir —replicó.
—Siempre he hecho caso a todo cuanto me has dicho, por eso he pedido que
aconsejes a Garrosh en mi ausencia, así que habla.
203
—Pero eso no era cierto del todo, ¿verdad? Pues, al final, no le había hecho
caso.
Cairne fue alzando la voz a medida que hablaba. Thrall miró a su alrededor y
frunció levemente el ceño.
—Será mejor que discutamos esto en privado —le pidió Thrall—. Mis
aposentos y mis oídos están abiertos de par en par para ti en todo...
—No. —Cairne pisoteó el suelo con una de sus pezuñas para mostrar su enfado,
lo cual no era nada habitual en él—. Estoy aquí, bajo la sombra de aquel que en el
pasado fue tu mayor enemigo, por una razón. Porque recuerdo a Grommash Hellscream.
—¡Lo adoran porque solo ven su parte gloriosa! No ven su necedad. Sí, yo
también soy capaz de apreciar que es un guerrero glorioso —admitió Cairne—. Aprecio
su sabiduría como estratega. Tal vez si las semillas de ese talento se regaran con el
asesoramiento y la guía adecuada acabarían germinando como es debido en el alma de
Garrosh. Pero le resulta muy fácil actuar sin pensar, así como ignorar la sabiduría que
emana de lo más hondo de su ser. Hay cosas en él que respeto y admiro, Thrall. No me
malinterpretes. Pero no es el adecuado para liderar a la Horda, como tampoco lo fue
Grommash, y menos si tú no estás para controlarlo cuando se exceda, sobre todo ahora
que nuestra relación con la Alianza pende de un hilo. ¿Sabes que hay muchos que
204
comentan entre susurros que ahora sería un buen momento para atacar Ironforge, ahora
que Magni se ha convertido en una estatua de diamante y no tienen un líder claro?
—¡Eso no importa! Ese crío no tiene el temperamento que se necesita para ser el
líder que tú eres. ¿O debería decir que eras? ¡El Thrall que yo conocí, el que trabó
amistad con los tauren y los ayudó tanto, no habría entregado la Horda que tanto le
costó restaurar tan despreocupadamente a un joven bisoño sin ninguna experiencia!
—Eres uno de mis más antiguos amigos en estas tierras, Cairne Bloodhoof —
afirmó Thrall, con una voz amenazadoramente serena—. Sabes que te respeto, pero la
decisión ya está tomada. Si tanto te preocupa la inmadurez de Garrosh, guíalo, tal y
como te he pedido. Concédele el beneficio de la duda, ayúdalo con tu vasta sabiduría y
enorme sentido común. Necesito... necesito que me apoyes en esto, Cairne. Necesito tu
apoyo, no tu desaprobación. Necesito tu mente fría y calculadora para poder serenar al
impulsivo Garrosh, no tu reprobación para incitarlo a obrar de manera más irreflexiva.
—Me pides sabiduría y sentido común y, por eso mismo, debo darte esta
respuesta: no entregues el poder a Garrosh, no des la espalda a tu pueblo, no les
impongas a ese fanfarrón arrogante como líder. Ese es mi sabio consejo, Thrall. Te lo
doy con la sabiduría que he adquirido con el paso de los años, que he adquirido con
sangre y sufrimiento a lo largo de muchas batallas.
Una gran tensión se apoderó de Thrall. Esto era lo último que quería. Pero había
sucedido. A continuación, habló con una voz gélida:
Go’el observó, con el corazón henchido de pena, cómo el Thrall del pasado daba
la espalda a su hermano y se adentraba en la noche. Sabía perfectamente qué había
hecho después —se había montado en su dracoleón y había volado hasta el Portal
Oscuro, para poder iniciar su adiestramiento en Draenor—.
205
La imagen de Cairne siguió con la mirada al orco que marchaba. Entonces,
suspiró profundamente y agachó la cabeza. Un momento después, elevó la mirada hacia
la calavera del demonio.
—Para. —La imagen del viejo toro se desvaneció. Baine se encaró con Go’el y
se enderezó—. Ahora te hago la misma pregunta que te hiciste antes a ti mismo, Go’el:
¿por qué no le hiciste caso?
—Si pudieras retroceder hasta ese momento... en el que Garrosh yacía ante ti
derrotado... ¿volverías a intentar matarlo?
206
La respuesta lo sorprendió incluso a él.
—Tengo una pregunta más para ti —le indicó Baine—. Has admitido que has
cometido errores en tu vida. —Señaló al lugar donde estaba sentado Garrosh, con rostro
impasible y los brazos, las piernas y la cintura rodeados de cadenas—. Él también ha
cometido errores. ¿Acaso no debería tener él también la oportunidad de aprender de
ellos? ¿De hacer todo cuanto pueda por enmendarlos?
—Hay cosas que jamás se podrán enmendar —replicó Go’el, con una voz
cargada de emoción—. A veces, uno tiene que acabar con la causa que está provocando
tanto daño para impedir que haga más. Tu padre era muy sabio, Baine, pero ¿estamos
seguros de que tenía razón? ¿Acaso sabemos cómo acabará todo? Yo no. ¿Y tú?
Clavó sus ojos en los de Baine, y el tauren fue el primero en apartar la mirada.
—No hay más preguntas, Fa’shua —dijo Baine, quien regresó a su asiento.
—Has dicho que no sabemos cómo acabará todo, Go’el, y eso es cierto. No
obstante, si el tribunal me da permiso, me gustaría mostrar un final posible que hubiera
tenido lugar si Go’el hubiera escogido otra opción. Un final tan posible, tan altamente
probable, que Ysera la Despierta tuvo una visión en la que pudo ver ese final; una
visión que la llevó a buscar al testigo.
A continuación, se pudieron apreciar aún más cosas; cuerpos que se pudrían ahí
donde habían caído. Cadáveres de orcos y taunkas, de mamuts y magnatauros y osos.
207
Ningún carroñero acudía a disfrutar de ese festín; los cuervos yacían inmóviles sobre
una tierra yerma y sus plumas negras ondeaban bajo ese viento impasible.
No... algo todavía vivía. Entonces, pudo distinguir las hermosas y discordantes
tonalidades púrpura, violeta e índigo de una pareja de dragones crepusculares que
sobrevolaban ese matadero que era ahora Azeroth. Luego se sumó otro a esos dos y
después otro más, hasta que el aire se llenó de tantos de esos dragones que Go’el apenas
pudo atisbar el horror final que esa visión les reservaba, aunque con un mero atisbo fue
más que suficiente.
Empalado sobre la aguja del Templo del Reposo del Dragón se encontraba el
cuerpo del Destructor, del Rompemundos... el heraldo de la muerte yacía muerto en un
mundo sobre el que ahora solo daban vueltas los dragones crepusculares.
Esta Visión nunca llegaría a ser realidad. Y Go’el sabía que eso era, al menos en
parte, gracias a él.
208
CAPÍTULO VEINTIUNO
H acia bastante que había anochecido cuando Vereesa llegó al fin. Sylvanas
—¡Llegas más de una hora tarde! —le espetó—. ¡Me alegro de no tener ya la
necesidad de comer, si a los vivos les lleva tanto tiempo acabar una simple cena!
—Lo siento —se disculpó Vereesa— Quería hablar con Jaina, para comprobar
si había cambiado de parecer tras el testimonio de Go’el.
Todo había ido mejor de lo que Sylvanas había esperado. Muchos miembros de
la Horda y, obviamente, muchos de la Alianza también, habían decidido que el grotesco
reinado del Jefe de Guerra Garrosh había sido culpa de Go’el. No obstante, todavía
algunos seguían cuchicheando, sin duda alguna, pues así solían obrar los descontentos.
Ninguna prueba, explicación o razón bastaría para que olvidaran esas quejas, esas
afrentas a las que se aferraban con fuerza y cuidaban como un tesoro. Pese a que Baine
había estado muy cerca de presentar a Go’el como un mero mortal, la Visión final que
había mostrado Tyrande de un modo maestro había acallado a todos los detractores, al
menos por el momento. Aunque ahora ese orco afirmaba que aceptaba que el juicio
había sido una buena idea, todo el mundo recordaba que había sido Varian Wrynn quien
había impedido la ejecución.
209
—¡Creía que habías dicho que nos apoyaba! —exclamó una iracunda y
alarmada Sylvanas—. ¿Qué le ha dicho ese dragón azul?
—No lo sé. No pude acercarme tanto como para poder oírles. —contestó
Vereesa—. Pero Kalecgos no está hecho de nuestra misma pasta, hermana, y tú lo
sabes. Simpatiza demasiado con la Protectora como para querer lo que queremos
nosotras... o como para dejar que Jaina desee lo mismo, si puede impedirlo. Solo sé que
cuando volvieron de ese paseo, ambos parecían muy consternados.
—Haz lo que puedas para que Jaina no cambie de opinión —le pidió
Sylvanas—. Mientras tanto, me da la impresión de que tendremos que actuar más
rápido de lo que habíamos previsto.
Vereesa asintió.
—Cuéntamelo todo.
Como Vereesa no era estúpida, por fin se relajó visiblemente y apartó la mano
de la empuñadura de esa daga que llevaba en el cinturón. Las hermanas descendieron
por la orilla en dirección al océano.
—Eso no nos sirve. A menos que podamos persuadir a tu amigo Mi Shao de que
le prepare unos bollos “especiales”.
—No creo que lo haga. Ni tampoco su hermana. Si bien es cierto que hay
algunos pandaren que saben de venenos, pocos los usarían con el fin que queremos
darle.
—Sigue hablando.
210
Entonces, algo que centelleó en la arena llamó su atención y Sylvanas se agachó
para cogerlo. Se trataba de una moneda conmemorativa, acuñada en la última década,
que mostraba en su faz dorada la efigie sonriente de Kael’thas Sunstrider. A la Dama
Oscura se le curvaron los labios en una sonrisa y, acto seguido, arrojó la moneda a las
olas.
—El almuerzo consiste en arroz y en algún tipo de carne asada; pollo, mushan,
tigre, o lo que sea que les traiga el cazador de turno, supongo.
—No, creo que tienes razón —dijo Vereesa entre risitas nerviosas—. No creo
que a Xuen eso le hiciera mucha gracia. —Respiró hondo y recobró la compostura—.
Creo... creo que es la primera vez que me río desde que... bueno... Eso es lo que le dan a
Garrosh para almorzar.
—Una vez más, a menos que consigamos envenenar al animal antes de que lo
maten y lo despedacen, no tendremos oportunidad de manipular esa carne —caviló—.
Esto va a ser más difícil de lo que había previsto.
Vereesa había cogido una concha del suelo y estaba pasándosela de una mano a
otra de manera ociosa. La alegría la había abandonado y había fruncido levemente el
ceño.
—Sylvanas... ¿cómo vamos a llevar esa comida hasta él? Es decir no creo que le
preparen comidas especiales. Los guardias comen lo mismo que él.
211
—No veo dónde está el problema.
Sylvanas parpadeó.
—¿Perdón?
—Da igual quién muera mientras Garrosh también perezca. Él nunca ha perdido
el sueño arrepintiéndose de los daños colaterales que ha infligido, de eso no hay duda.
Si mueren unos cuantos pandaren, lo harán por una buena causa. ¿No será que, después
de todo, no tienes estómago para hacer esto?
—S-si mueren otros aparte de Garrosh, Varian se sentirá aún más tentado a
averiguar lo que ha ocurrido. Y eso podría conducirle hasta nosotras. Si solo perece
Garrosh... es más probable que todo el mundo mire para otro lado.
—Eso... eso es algo que no había considerado —se vio obligada a admitir,
aunque seguía sospechando que Vereesa, simplemente, no quería acabar con la vida de
gente inocente—. Espero que seas consciente de que eso complicará aún más nuestra
misión.
—Preferiría detenerme a pensar un poco más en cómo vamos a matarlo sin que
detecten nuestra intervención que tener que concebir luego varios modos de evitar que
nos capturen —aseveró Vereesa—. Por lo que he observado en el juicio, incluso Vol’jin
no aprobaría que actuáramos así Varian seguro que no.
212
—¡Y lo estoy! No te atrevas a... Oh. —La ira se desvaneció con la misma
rapidez que había emergido—. Gracias.
—Bueno, sigue con el menú de la cena que se sirve en el Templo del Tigre
Blanco.
—Se sirven tres platos distintos. Fideos de arroz con pescado, una especie de
estofado y curry verde.
—¿Sylvanas?
—Tendrás que aprender a preparar esos platos —le dijo a Vereesa de repente—.
En cuanto conozcamos los ingredientes, tal vez podamos dar con una manera de
alcanzar nuestro objetivo que no ofenda a tu sensible conciencia.
—Lo haré —replicó Vereesa—. Le diré a Mi Shao que mis hijos están
interesados en la comida pandaren. Eso le agradará.
213
—¿De veras, Sylvanas?
Al mismo tiempo que pronunciaba esas palabras, se percató de que lo que estaba
diciendo era la pura verdad, lo cual... la sorprendió.
Vereesa sonrió.
Sylvanas estuvo a punto de dar un traspié al pensar que no iba a volver a ver a
Vereesa al día siguiente. Una extraña punzada de dolor, que no debería haber sido capaz
de sentir —similar a cuando uno nota dolor en un miembro amputado—, la asoló, por lo
cual tuvo que morderse un labio para no echarse a llorar.
—Tú misma has dicho que no nos sobra tiempo —replicó Sylvanas—. Y
todavía no sabemos qué clase de veneno necesitaremos, ni cómo lo vamos a
administrar...
—¡Está bien, está bien! Cuánto me voy a alegrar de que todo esto acabe. ¡Piensa
en ello, Sylvanas! —Le brillaban los ojos de júbilo—. Piensa en Garrosh Hellscream...
tumbado sobre el suelo de la celda de esa prisión, mientras exhala su último suspiro y
nota cómo ese frío veneno le detiene lentamente el corazón. Cómo me gustaría que
hubiera alguna manera de que sepa quién es el responsable de su muerte.
—Tienes más sed de sangre de la que recordaba —afirmó Sylvanas—. Esa ansia
te domina.
214
—Así tiene que ser. No he pensado en otra cosa que no sea la muerte de ese
orco desde... —Se le quebró la voz y apartó la mirada—. Bueno, nos veremos mañana,
hermana. —Sonrió con una extraña timidez y, súbitamente, ya no pareció ser esa mujer
dura e iracunda en la que la habían convertido los últimos acontecimientos, sino más
bien la hermana pequeña que Sylvanas tanto recordaba—. Tal vez suene extraño, pero...
me alegro de que estemos haciendo esto... juntas.
***
—Bueno, señorita...
—¡Señora de la Guerra!
—Señora de la Guerra, creo que el Lady Lug lo está haciendo muy bien si
tenemos en cuenta que no he podido repararla como es debido desde hace años. ¡Estoy
haciendo las cosas lo mejor posible!
—¡Pues hazlas aún mejor! ¡Todo esto no habrá servido de nada si no llegamos
ahí antes de que se dicte sentencia!
—Para eso, me vendría bien que me quitaran esto de encima —le espetó
Harrowmeiser, a la vez que señalaba a esas bolas de hierro.
—¡Te las he dejado puestas para que puedas caer más rápido hacia una muerte
segura cuando te arroje por la borda por haberme fallado!
215
—Ayúdalo, Thalen.
—¿Perdón?
—Ya que ambos son tan listos, les ordeno que aúnen esfuerzos ya. Den con la
manera de que lleguemos a Pandaria lo antes posible.
Justo hasta ese preciso momento, Thalen había estado disfrutando del vuelo.
Zaela era una colega más que digna, pues había derrocado a un orco vil para hacerse
con el liderazgo de un clan que apenas era conocido, salvo como una panda de
pusilánimes; además, había sido un hueso muy duro de roer para los traidores anti
Garrosh. No era de extrañar que su aliado dracónico la hubiera designado como la líder
de ese grupo tan extraño y variopinto. Los Dragonmaw habían ido por delante y, en
esos momentos, los aguardaban en Pandaria para reagruparse con ellos.
Por otro lado, Harrowmeiser había procurado evitar al archimago hasta este
momento.
—Este zepelín no es un trampa mortal, tal y como has lamentado que era —
comentó—. ¿Cómo has conseguido que se mantuviera en tan buen estado durante todo
el tiempo que has estado prisionero?
El goblin, que se hallaba junto a unos fuelles ruidosos y un cigüeñal que giraba
estruendosamente, replicó:
—Eres un tipo muy gracioso. Pero bromas aparte, ¿cómo lo has hecho?
216
Harrowmeiser suspiró y señaló con un dedo verde y sucio a las entrañas del
motor. Thalen clavó su mirada en la calavera de algún desafortunado animalito que
había sido pintado y ornamentado con unas plumas muy coloridas.
—Oh, cielos —juró—. Ya veo. —Podía percibir la magia que emanaba de ese
fetiche y, tras meditar, añadió—: Bueno, no obstante, lo que has hecho parece estar
funcionando. En gran parte.
—Ahora mismo, mi mente está abierta de par en par a cualquier cosa que no
suponga que acabe cayendo hacia una muerte segura... a la velocidad que sea.
—Tú haz que este trasto tenga un gran aspecto y que funcione lo mejor posible.
—Entonces, meneó las manos y una niebla violeta emergió sutilmente de sus dedos—.
Y yo comprobaré si soy o no capaz de insuflar más energía a nuestro amiguito de aquí
para que nos proporcione más velocidad.
217
CAPÍTULO VEINTIDÓS
DÍA CINCO
J aina Proudmoore se revolvió en su asiento. Miró a su alrededor, contempló
esa enorme estancia y habló tranquilamente con Varian y Anduin sobre asuntos
intrascendentes. Aunque tanto ella como Kalecgos seguían sentados uno al lado del
otro, Jaina era consciente de que la tensión que reinaba entre ambos debía de resultar
evidente a los demás. No obstante, lo suyo no había acabado (aún no) y no quería que
algo tan bonito muriera de un modo prematuro; no si podía evitarlo y quería poder
seguir mirándose a la cara en cualquier espejo.
Chromie y Kairoz se encontraban junto a la Visión del Tiempo; con casi toda
seguridad, estaban discutiendo el orden en que iban a mostrar las diversas Visiones.
Entonces, en un intento por romper ese silencio que le resultaba tan ensordecedor, la
archimaga dijo:
—Aprecio mucho que la Visión del Tiempo nos esté presentando los hechos de
un modo tan veraz, pero... Garrosh ha mencionado antes a la Feria de la Luna Negra y
me preocupa que estas escenas que estamos viendo sean cada vez más un mero
entretenimiento que unas evidencias sólidas y concretas.
218
—Eso no lo voy a discutir, pero la teatralidad de todo esto... —negó con la
cabeza y su pelo azul se agitó—. Lo que está teniendo lugar aquí es muy importante. No
es un entretenimiento... se supone que aquí se está haciendo justicia. Esto no debería
recordar a un cuadrilátero de gladiadores.
—La gente está muy dolida —afirmó Jaina—. Algunos de nosotros jamás nos
recuperaremos del todo de lo que ese monstruo decidió hacer. Necesitamos esto.
—¿Con qué fin? ¿Para poder dejar ese pasado atrás? ¿Para poder seguir
adelante? No has hecho nada de eso, Jaina. Tal y como te he dicho antes, ni siquiera
tengo claro que quieras hacerlo.
Taran Zhu golpeó el gong para pedir silencio. Jaina, que se sintió muy
agradecida por esa interrupción, se cruzó de brazos, furiosa y dolida al mismo tiempo.
219
sonrisa iluminó su semblante y, a continuación, se llevó una mano al corazón en un
gesto de gratitud. Aunque le brillaron los ojos, no llegó a derramar ninguna lágrima.
Jaina no respondió.
Tyrande contestó:
—Sí, pero hay cosas que no son cosa del pasado —replicó Tyrande—. Los
Dragonmaw esclavizaron y continúan esclavizando y atormentando a los dragones.
Hicieron eso durante el reinado de Garrosh, y creo que esta testigo es la idónea para dar
fe de ello.
220
—Protectora, en su día, tú y los tuyos fueron secuestrados y encarcelados por
los Dragonmaw, ¿no es así?
—Los Dragonmaw se habían hecho con el Alma Demoníaca, una reliquia con la
que se podía controlar a los dragones. Siguieron a un dragón herido hasta nuestro hogar
y se valieron del Alma Demoníaca para capturar a tres de mis consortes y a mí misma...
aunque nos resistimos, claro está.
—No cabe duda de que en esas batallas perecieron algunos dragones rojos.
¿Cómo los reemplazaron?
221
Tyrande pareció sentirse agradecida ante esa respuesta, y Jaina se dio cuenta de
que, de un modo sorprendente, era la Reina de los Dragones la que estaba reconfortando
a la sacerdotisa elfa de la noche en estos momentos. Una maravillada Jaina sacudió la
cabeza de lado a lado.
—Has dicho “cada vez que ponía unos huevos” —prosiguió hablando
Tyrande—. ¿Acaso pusiste huevos varias veces?
—Grité angustiada... mi hijo, que aún no había roto el cascarón, acababa de ser
asesinado ante mis propios ojos y yo estaba manchada con sus restos... A pesar de
hallarme encadenada, ataqué a los orcos, hiriendo a varios de ellos antes de que me
redujeran.
—Sí, pero no de forma inmediata. Me negué a comer, pues así pretendía morir
antes de engendrar más hijos que pudieran torturar. Entonces, destrozaron otro huevo.
Después de eso... hice lo que querían. —Sonrió de un modo triste—. Esperaba que si
mis hijos sobrevivían... al menos, algún día, podrían tener la oportunidad de ser libres.
En ese momento, Jaina fue consciente de que estaba de acuerdo con Kalec
acerca de la Visión del Tiempo. Escuchar la historia sin más resultaba bastante
perturbador. Se sintió extremadamente agradecida que Tyrande hubiera decidido no
mostrarles esa escena.
Jaina lanzó una mirada fugaz a Vereesa. La elfa noble estaba sentada como si
estuviera tallada en piedra. Lo único que indicaba que se encontraba embargada por
unas emociones intensas era su respiración acelerada.
222
—Así que, a pesar de que tanto tú como tus consortes accedieron a sus
horrendas peticiones, fueron tratados de mala manera por sus captores, ¿no?
—¿Te gustaría tomar un respiro? —le preguntó Tyrande con mucho tacto.
La Reina de los Dragones hizo un gesto de negación con esa enorme cabeza
coronada por unos cuernos.
—Engendraste unos dragones rojos para que pudieran valerse de ellos, tal y
como te exigieron —resumió Tyrande—. ¿De qué manera los utilizaron?
Alexstrasza clavó la mirada sobre sus propias manos, que tema apoyadas sobre
el regazo.
—Reverenciamos la vida, toda vida. Aborrecemos tener que acabar con ella.
Los Dragonmaw no podrían habernos obligado a hacer algo que nos horrorizara más.
223
Secuestro de niños. Asesinato de prisioneros. Cinco cargos de los que se acusa a
Garrosh que quedan demostrados, una vez más, por un solo testigo.
—Ese tauren no tiene por qué hacer esto —susurró Jaina entre dientes.
Esta vez fue Kalec quien no replicó. La archimaga se inclinó hacia delante y
observó con detenimiento lo que ocurría, a la vez que apoyaba el mentón sobre las
manos. Pensaba que Baine no sería capaz de hacer algo así. Pero lo había estado
observando a lo largo del juicio y seguía sin poder entender cómo podía defender a
Garrosh, sobre todo cuando eso requería actuar con tal crueldad.
224
Jaina se quedó helada y, lentamente, alzó la cabeza, alejándola así de sus propias
manos. Tenía los ojos desorbitados y era incapaz de parpadear mientras, estupefacta,
miraba fijamente a la Reina de los Dragones.
—¿A los orcos? —insistió Baine, como si le hubiera leído los pensamientos a
Jaina—. ¿A esos seres que te han hecho esas cosas tan terribles? ¿Cómo es posible que
los quieras? ¿Por qué no pides a gritos que sean destruidos? Sobre todo, Garrosh
Hellscream, quien fue quien volvió a darles poder.
En esos momentos, una Tyrande muy tensa estaba rebuscando entre los
documentos que tenía sobre la mesa. De vez en cuando, alzaba la vista y fruncía
levemente el ceño.
—¡Pido un receso!
—No, Fa’shua. Recordar lo sucedido ha sido muy doloroso para mí, pero me
encuentro bastante bien.
225
—Petición denegada. Prosigue, Chu’shao Bloodhoof.
La gran Protectora esbozó una leve sonrisa que se fue agrandando poco a poco.
Alexstrasza miró en dirección al lugar donde estaban sentados Go’el y su familia, y su
mirada se cruzó con la de este orco. Cuando la dragona respondió al fin, parecía irradiar
una luz especial, pues su espíritu y ánimo desprendían una luz que iluminaba las
tinieblas.
—Le perdonaría, por supuesto —le dijo a Baine como si fuera un niño, como si
fuera una respuesta muy sencilla y obvia.
226
CAPÍTULO VEINTITRÉS
E n cuanto Taran Zhu golpeó el gong y anunció que el juicio había acabado
Varian asintió.
—Ya, se me ha pasado por la cabeza que querrías hacer algo así —replicó—. Te
dejaremos algo para cenar.
—Espera, ¿qué? —les espetó Jaina—. ¿Garrosh? Anduin, ¿qué estás haciendo
con Garrosh?
Anduin saltó con agilidad por encima de una hilera de asientos y se dirigió
presuroso hacia las escaleras. A su espalda, pudo escuchar cómo Jaina decía:
227
Anduin hizo una mueca de contrariedad. Había estado tan obcecado con que
tenía que ir a ver a Garrosh que se había olvidado de que Jaina también estaba ahí. No
le había contado adrede nada acerca de sus reuniones con Garrosh. Pocos sabían que se
estaban produciendo, y quería que las cosas fueran así, precisamente, por la forma en
que acababa de reaccionar Jaina. Todo el mundo parecía pensar que tenía algo que decir
sobre todo lo que él decidía hacer, así como sobre con quién debía relacionarse, y se
estaba hartando. Aunque, ahora mismo, ese hartazgo estaba muy por debajo en su
escala de prioridades, donde lo que primaba era la necesidad de ver a Hellscream.
—El príncipe ha sido hoy más rápido que el prisionero —comentó Li Chu al ver
llegar a Anduin—. Garrosh todavía no ha llegado.
—Esperaré.
Anduin se dirigió a un lado del pasillo y se apoyó contra la pared, con los brazos
cruzados. Intentó relajarse todo cuanto le fuera posible y se limitó a permanecer en pie
ahí, mientras reflexionaba irónica y sombríamente sobre lo absurdo que era lo que
estaba haciendo.
—¿Eso qué es lo que hace en concreto? —preguntó Anduin, quien sabía que era
una medida de seguridad complementaria, pero que ignoraba cómo funcionaba
exactamente.
228
—Es una barrera de un solo sentido —contestó Yu Fei—. Los guardias podrían
entrar si fuera necesario, pero Garrosh no puede salir.
—Me honran con ese halago —afirmó, con los ojos clavados en el suelo y, a
continuación, se marchó con presteza.
—Habla, príncipe Anduin, porque si no, vas a estallar —le espetó Garrosh—.Y
no deseo cargar con las culpas del estropicio resultante.
—¿Cómo has podido hacer algo así? ¿Cómo has podido hacer cualquiera de
esas cosas? —Las palabras manaron a trompicones de los labios de Anduin. Entonces
fue como si el mero hecho de hablar le hubiera otorgado la capacidad de moverse una
vez más, ya que se acercó al orco dando grandes zancadas y se detuvo a menos de
treinta centímetros de esos barrotes—. No estás loco. No eres un desalmado. Así que
dime... ¿cómo has sido capaz de hacer eso?
—¿El qué?
—Ya sabes de qué estoy hablando. ¡Me refiero al hecho de que te aliaras con los
Dragonmaw!
229
—¿Ese cuento? ¿Eso es todo lo que eso ha sido para ti?
—Vueltas las que vas dar cuando te ahorquen —replicó Anduin con
brusquedad.
—Entonces, ¿para qué querías hablar conmigo? ¿Con un sacerdote con alguien
al que intentaste matar?
—Ella es la Protectora, Garrosh. Es... es el ser más bondadoso que hay en este
mundo. Y tu gente le hizo eso.
—Aja, la verdad sale al fin a la luz. Eres igual que Jaina, ¿verdad? En realidad,
en lo más hondo de tu ser, crees que todos somos monstruos.
El principe resopló.
—Claro que sí. Como tú eres igual que Go’el, Saurfang y Eitrigg.
—Así que realmente crees que torturar a la Protectora de toda vida es algo de lo
que enorgullecerse, ¿verdad?
230
—No, pero conspiraste con aquellos que sí lo hicieron. Esa gente sigue
esclavizando a dragones, con independencia de que estén aliados ahora con la Horda o
no. Porque “doblegar a un dragón para que cumpla tu voluntad” es algo glorioso,
¿verdad? —En ese instante, se le acercó aún más—. ¿Qué concepto de Horda tienes tú,
Garrosh? Porque este mundo lo único que ha visto gracias a ti ha sido una gran
violencia innecesaria, mucho tormento y grandes dosis de traición.
Garrosh se había puesto en pie y había acercado tanto su rostro a Anduin que
este podía notar en las mejillas el cálido aliento que desprendían esos jadeos que el orco
daba al respirar agitada y furiosamente. Garrosh, no obstante, no tocó los barrotes.
—¿Y qué pasará cuando esta Horda que tú concibes haya aplastado a todos esos
insectos que la molestan? ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Qué harás cuando te quedes sin
enemigos? ¿Volverse unos contra otros? Oh, espera, eso ya lo han hecho, ¿eh?
—Deseaba tanto poder entenderte —aseveró Anduin, cuya voz apenas era un
susurro—. Porque, al menos, comprendo todo esto en parte. Entiendo que quieras que tu
gente pueda alzar la cabeza con orgullo, que quieras que sus hijos crezcan sanos, que
quieras que los orcos sean fuertes para que puedan prosperar, que quieras realizar
grandes proezas, para que no sean olvidados cuando ya no sean más que mero polvo.
Todo eso lo entiendo, de veras. Pero ¿el resto? ¿Lo de Alexstrasza? ¿Lo de la posada?
¿Lo de los trolls? ¿Lo de Theramore? —Sacudió lentamente la cabeza y sus cabellos
rubios se agitaron—. Eso no puedo entenderlo.
—Y nunca lo harás.
231
—Príncipe Anduin, por favor, apártate de la celda —le pidió Li Chu. Anduin se
sobresaltó e hizo lo que le pedía. Li tenía la mirada clavada en Garrosh—. ¿Va todo
bien, alteza?
Detrás de Li, se encontraba Lo, que llevaba una bandeja, en la que había un
cuenco de curry verde humeante, otro repleto de arroz, dos melocotones, una fruta del
sol tropical partida en cuatro cachos y una jarra de agua fresca. Garrosh al menos no
podía quejarse de que lo trataran tan mal como a sus prisioneros. Yu Fei murmuró un
encantamiento y el fulgor que envolvía los barrotes desapareció.
Bajo la atenta mirada de Li, Lo colocó la cena sobre una mesita situada junto al
pasillo.
—Aunque una vez más —le dijo a Garrosh—, tal vez estés equivocado.
***
Esta vez, fue Sylvanas la que se demoró. Para cuando llegó a la Aguja
Windrunner, Vereesa ya se hallaba ahí, deambulando de aquí para allá en esa playa. En
cuanto Sylvanas aterrizó a lomos de un murciélago, Vereesa fue corriendo hacia ella.
Sylvanas sonrió al ver a Vereesa tan emocionada. Si eso era cierto, era una
noticia maravillosa.
—Una de las comidas que suelen darle es curry verde —dijo—. Normalmente,
se la sirven cada tres días, pero según Mu-Lam Shao, eso depende de qué productos
frescos tengan a su disposición. Lo preparan todo en una enorme olla que hay en la
cocina. La comida que se sirve a todo el mundo sale de ahí.
232
como si todos sus sentidos se hubieran agudizado; como si estuviera despierta por
primera vez desde hacía mucho tiempo.
—Continúa.
—En cuanto la comida de Garrosh está servida, se la llevan allá abajo en una
bandeja en la que también hay algo de arroz y algunas frutas... o cualquier producto
fresco del que dispongan en esos momentos. También le sirven una fruta del sol partida
en cuatro trozos. —Vereesa apenas era capaz de contener la emoción—. Sylvanas... el
propio comensal le da el toque final al plato al mezclar el arroz con cada bocado y
echarle encima un poquito de zumo de fruta del sol. Esa fruta de por sí es bastante
ácida, pero como la piel es muy dulce, el comensal se la puede comer a modo de postre.
No tenemos que envenenar el curry...
—... podemos envenenar la fruta del sol —murmuró—. ¡De ese modo, Garrosh
se envenenará él solo!
—¡Sí! —Vereesa irradiaba alegría como el sol irradia luz—. Lo único que
tenemos que hacer es cambiar la fruta del sol justo antes de que el plato salga de la
cocina.
Ambas se tendieron las manos al mismo tiempo. La Dama Oscura notó cómo
Vereesa se las estrechaba con fuerza a través de esas manos enguantadas. Es tan feliz,
pensó Sylvanas. Y... y yo también.
—Un plan brillante, Lunita —le dijo Sylvanas—. Eres tan brillante.
Vereesa asintió.
—Sí. Ya soy una visitante habitual. Hablaré con Mu-Lam mientras prepara la
comida. De momento, nadie ha puesto ninguna pega. Creo que Mi Shao les ha hablado
de mi interés por la cocina pandaren. Hoy me he fijado en cómo preparaban el curry.
Cortan la fruta del sol justo antes de echar el curry al cuenco. Después, lo colocan todo
sobre la bandeja. Puedo meterme ahí con una fruta de esas ya troceada y envenenada y
cambiarla por la otra en un visto y no visto.
233
—Estupendo —caviló Sylvanas—. Garrosh, quien posiblemente es el orco más
peligroso que jamás ha existido, va a ser asesinado gracias su pasión por la fruta
pandaren.
Sylvanas posó la mirada sobre sus manos estrechadas. Notó una cierta... calidez
por dentro. No era algo físico, ya que nunca podría sentir calor de nuevo. Si ni ella ni su
hermana no hubieran llevado guantes, Vereesa habría retrocedido al notar la gelidez de
la piel de su hermana.
—Tal vez sí sea cosa del destino —murmuró Sylvanas—. Tal vez tú y yo
estábamos destinadas a aunar esfuerzos. Quizá Garrosh Hellscream solo pueda ser
derrotado si las dos últimas Windrunner que quedan vivas en Azeroth suman sus
fuerzas.
Alzó la cabeza y clavó sus relucientes ojos rojos en la mirada azul cielo de
Vereesa.
—No tenemos por qué parar con la muerte de Garrosh —respondió Sylvanas, a
quien le tembló un poco la voz. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez
que le había pasado algo así? Solo una vez, desde su asesinato. Solo una vez, desde
hacía años, cuando un aventurero le había dado un medallón ornamentado con un
zafiro—. ¿Qué tiene que ofrecerte ahora la Alianza? —insistió, esperando interpretar las
reacciones de su hermana de manera correcta—. Garrosh puede ser solo el principio.
Las hermanas Windrunner somos muy poderosas. Hemos cambiado el mundo y
podemos seguir cambiándolo... juntas. Después de que Garrosh sea asesinado, podrías
unirte a mí.
—¿Qué?
234
detenernos. Machacaremos a nuestros enemigos hasta reducirlos a nada y lograremos
que nuestros aliados se impongan. Así pienso yo... y creo que tú también piensas igual.
Apretó con fuerza las manos de Vereesa. La elfa noble forestal no se apartó,
sino que la contempló fijamente, con la boca entreabierta, mientras intentaba mirarle a
los ojos a Sylvanas.
—Yo...
235
CAPÍTULO VEINTICUATRO
DÍA SEIS
—C hu’shao Whisperwind, puedes llamar a tu primer testigo.
Era más joven de lo que había esperado Baine y, como era habitual en los
Kor’kron, se trataba de un espécimen físicamente perfecto. Su piel tenía una tonalidad
verde oscura, casi esmeralda, y se acercó cojeando a la silla de los testigos para prestar
juramento.
—Soy Gakkorg. Tal y como has señalado, en su día fui miembro de los
Kor’kron y serví bajo las órdenes del Jefe de Guerra Thrall y luego de Garrosh
Hellscream.
—Pocos de los que, “en su día”, sirvieron del mismo modo que tú al líder la
Horda han sobrevivido —reflexionó Tyrande.
236
—Estoy de acuerdo con la defensa —dijo Taran Zhu—. Por favor haz las
preguntas sin añadir comentarios, Chu’shao.
El suelo de esa Casa Comunal, que daba cobijo a unos cautivos, estaba cubierto
de paja.
—Eso es, pequeños —los animó Gakkorg—. Hagan todo el ruido posible para
que sus padres puedan oírlos.
Sacó un trozo de carne chorreante del saco y los niños se volvieron locos. Unas
risas brotaron de la garganta de uno de ellos. El resto chilló ansioso, mientras unas
lágrimas relucían en esas mejillas tan redondas, al mismo tiempo que extendían los
brazos.
237
pequeña hembra, que brincaba como podía con esa pata delantera encadenada. Acto
seguido, esta se dejó caer al suelo para devorar esa carne endulzada. Los demás
chillaron aún más para pedir su parte, y Gakkorg repartió lo que quedaba.
Enseguida, los cuatro, desde el más joven, que apenas era un bebé, al mayor, un
macho al que le empezaban a sobresalir muy levemente unos colmillos a ambos lados
de la cara, estaban masticando la comida.
—Párala aquí, por favor. —La escena se detuvo—. ¿Quiénes son? ¿Qué son
esas crías? —inquirió Tyrande.
—Así fue.
—Por tanto, esos niños quedaron huérfanos —concluyó Tyrande—. Los adultos
murieron al cumplir con su parte del pacto. ¿Qué era lo que había prometido Garrosh
como contrapartida?
238
—Les dijo a los magnatauros que mataría a sus vástagos si los adultos no
luchaban. Les prometió que si peleaban por la Horda, liberaría a los críos.
Gakkorg se estremeció.
—Sí... y no. Los magnatauros... bueno, no son las espadas más brillantes de la
armería. Además, Garrosh fue muy cuidadoso con las palabras que empleó. —En ese
instante, apartó la mirada de la escena y contempló a Garrosh con los ojos entornados.
Las siguientes palabras las pronunció con sumo desprecio—: Sí, liberó a esos críos. Los
magnatauros habían dado por sentado que con eso Garrosh había querido decir que los
llevaría de vuelta a su hogar.
Sin embargo, dio la orden de que fueran liberados en las playas de Azshara.
Baine cerró los ojos. No se atrevía a mirar a Garrosh, porque temía que la rabia
lo dominara y acabara atacando a su defendido por esa atrocidad que había cometido.
—Tal vez hubieran podido hacerlo en Northrend, donde sabían qué era seguro y
qué no, donde podrían haber dado con adultos de su misma raza, pero los liberaron en la
Playa Arrasada.
—En la Playa Arrasada, hay nagas —contestó Gakkorg con un hilo de voz. No
dijo nada más, no hacía falta.
239
Baine ni siquiera fue capaz de hablar para declinar el ofrecimiento. Se limitó a
agitar una mano en el aire para responder que no. No tenía nada que preguntarle a
Gakkorg; además, temía que si interrogaba al orco, solo podría felicitarlo por haber
desertado y nada más.
Los dos elfos de la noche siguieron hablando entre susurros sibilantes, hasta que
Tyrande por fin asintió. El centinela salió de ahí a paso ligero mientras la suma
sacerdotisa recuperaba la compostura. Daba la impresión de hallarse anonadada,
satisfecha y abrumada al mismo tiempo. Al final, se levantó, de modo que su túnica
hizo un suave ruido con el roce y, durante un largo instante, se limitó a estar de pie
frente al escritorio. No hizo ademán alguno de llamar a algún testigo, sino que recorrió
la multitud con la mirada y, a continuación, alzó la vista hacia los Celestiales, como si
estuviera intentando tomar una decisión. Baine se encontraba muy alerta. Tyrande
siempre se mostraba confiada y serena, pero ahora parecía... serenamente triunfal.
—Lord Zhu —dijo—, presento una petición formal de que ese juicio se
considere nulo de manera irreparable.
Los murmullos recorrieron esa estancia y Taran Zhu tuvo que golpear el gong.
Por primera vez desde que el juicio había comenzado, Garrosh se inclinó hacia Baine
para hablar.
—Depende de lo que quiera, o bien cree que serás absuelto (lo cual no creo que
suceda ni por asomo), o bien quiere un nuevo jurado.
El orco hablaba con un tono de voz muy monótono, como si estuviera aburrido.
Baine lo fulminó con la mirada.
240
—Solo hay un puñado de seres capaces de dictar un veredicto imparcial. Cuatro
de ellos componen ahora mismo este jurado.
Cuando todos se hallaron ante él, Taran Zhu lanzó una mirada a Tyrande
plagada de enojo. Baine se percató de que Chromie tampoco parecía especialmente
contenta.
—La acusación debería explicarme por qué, en un momento tan avanzado del
proceso, quiere que declare este juicio nulo —afirmó el pandaren.
241
—¿Y quién es ese testigo sorpresa?
—Preferiría que...
En ese preciso instante, Baine se dio cuenta de qué ocurría. Taran Zhu haría lo
que creyera mejor, por supuesto. Estaba en su derecho a hacerlo como Fa’shua que era.
Pero le había hecho una pregunta y el tauren debía contestarla sinceramente. También
comprendía que Tyrande no tenía por qué haber hecho ésta petición. Si ese testimonio
era tan perjudicial para él como ella parecía creer —y no tenía ninguna razón para dudar
de que no estuviera en lo cierto—, podría haberse limitado a llamar al testigo y que las
cosas discurrieran como debían. La sacerdotisa intentaba mostrarle cierto respeto... y tal
vez también hacerle un favor.
—Hubo un momento en que habría agradecido que sucediera algo así —aseveró
el tauren—. En el que a pesar de haber cumplido mi cometido lo mejor posible, me
habría sentido aliviado al no tener que seguir desempeñando esta labor. La Madre Tierra
bien sabe las dudas que he tenido al respecto. Yo no pedí asumir esta pesada carga y
estoy seguro de que, sea quien sea el testigo con el que ha dado Tyrande, este hará
público qué es lo que pienso sobre el acusado y qué sentimientos provoca en mí.
Aunque sea un pobre defensor de su causa, sigo siendo la mejor opción que le queda a
Garrosh Hellscream. Se me pidió que lo defendiera y eso voy a hacer, a pesar de los
riesgos que corra a nivel personal. Esta es mi opinión, Lord Zhu.
Para su sorpresa, Tyrande parecía hallarse muy triste. Entonces, la elfa se volvió
hacia y él y dijo con suma seriedad:
242
—Me parece que no eres capaz de apreciar la trascendencia de lo que está a
punto de suceder. No quiero convertir esto en un ataque personal.
—¡He de hacerlo! —Si bien mantuvo un tono de voz bajo, cada silaba de esas
palabras transmitió la honda pasión con que las pronunciaba—. Si es necesario, te
sacrificaré, Baine Bloodhoof, para presentar la acusación más sólida posible. Sacrificaré
cualquier cosa y a cualquiera.
Baine respiró hondo y luego exhaló con fuerza. Se enderezó cuan largo era y,
tras bajar la mirada hacia la elfa de la noche, replicó con suma calma:
—Adelante, entonces.
—Que así sea. Chu’shao, puedes presentar al testigo. Después de que aporte su
testimonio, el acusado podrá elegir entre seguir con Baine como Chu’shao o no.
Antes de que Kairoz pudiera sentarse, cogió a Baine del brazo y susurró:
—Sé qué tiene preparado contra ti. ¡No tengo tiempo de buscar una Visión que
contradiga la que va a presentar y no se me ocurre nada de manera improvisada!
—No hará falta —replicó Baine de un modo estoico—. Si Chromie tiene algo
que ver con todo esto, está claro que Tyrande planea demostrar con una Visión esa
prueba que va a presentar, no se va a limitar a un mero interrogatorio. Solo me resta
confiar en que la verdad hablará por sí misma. Aceptaré las consecuencias.
—Me han llamado cosas peores —replicó y, acto seguido, volvió a su asiento.
—¿Qué ha pasado?
243
—El juicio prosigue. Esta vez, te tocará tomar una decisión. Podrás decidir si
sigo defendiéndote o no. Si optas por que deje de ser tu defensor, Taran Zhu te
designará a otro Chu’shao.
—¿Por qué iba a desear hacer algo así cuando estás logrando que mis últimos
días sean, al menos, muy entretenidos?
Tyrande, que se encontraba junto a la silla de los testigos, tomó aire y dijo a
continuación:
En ese mismo instante, Baine comprendió hasta dónde pretendía llegar Tyrande
Whisperwind para obtener una sentencia condenatoria.
244
CAPÍTULO VEINTICINCO
E l tauren Caminamillas Perith Stormhoof se aproximó a la silla lentamente,
con la misma actitud de alguien que se dirigiera a una ejecución. Se sentó con dignidad
y esperó.
—No voy a testificar —replicó Perith, con un tono de voz grave y casi carente
de emoción, aunque Baine sabía que todo era pura fachada.
—Perith Stormhoof —le advirtió Taran Zhu—, si has sido llamado a testificar,
estás obligado a dar testimonio.
—Perith Stormhoof, te ordeno que hables. Nos has demostrado con creces tu
lealtad, tanto a mí como a mi padre, y en nombre de ambos, te prometo que no te
guardaré rencor por nada de lo que vayas a decir. Este es un lugar donde reina la
verdad, algo que tanto Cairne como yo siempre apreciamos, así que cuenta la verdad, tal
y como requiere la ley pandaren.
245
consecuencias que podría tener lo que le estaba pidiendo que revelara. Pero Baine sí que
lo sabía y, en cierto modo, se sentía aliviado por ello. El Gran Jefe asintió, como si
dijera “adelante”.
—Cuando no estás enviando mensajes de parte del Gran Jefe Baine, ¿dónde
sueles estar normalmente?
—Con él.
246
sea lo más justo posible. No tengo ningún deseo de revelar secretos de la Horda para
ayudar a la Alianza.
—Si pensara que pudieras hacer algo así, Chu’shao, haría todo lo posible para
expulsarte del juicio —le advirtió Taran Zhu de un modo un tanto jocoso.
Baine no elevó la vista hacia las tribunas, para comprobar la reacción de algún
miembro de la Alianza. No iba a poner ningún impedimento a esto. Por favor. Madre
Tierra, que esto sea lo mejor para todos nosotros... estamos tan hartos de tanta guerra.
—Un chamán Grimtotem llamado Stormsong, que tenía mucho más honor que
Magatha.
Baine cerró los ojos por un momento y rezó para serenarse, mientras la escena
se manifestaba. Ahí estaban él, Jorn Skyseer, Hamuul Runetotem y Perith; este último
sentado al fondo, tal y como era habitual en él. Si bien Baine respetaba profundamente a
Perith, este tauren prefería mantenerse siempre al margen, ya que esa actitud formaba
parte de su papel como Caminamillas.
247
—Pero no Roca de Sol —apostilló Jorn con suma calma—. Han mandado un
mensajero. Al parecer, han sido capaces de repeler el ataque.
—Por lo que hemos podido saber, la mayoría de los tauren se encuentran ahora
bajo control de Magatha... de manera voluntaria o no. Garrosh tal vez no sea culpable
de traición, pero no hay duda de que es un cabezota impulsivo y, de un modo u otro,
deseaba ver a tu padre muerto. Undercity no es un lugar seguro para ti, pues está
patrullada por orcos que, con casi toda seguridad, son leales a Garrosh. Los trolls
Darkspear sí es probable que sean dignos de confianza, pero no hay muchos. Y respecto
a los elfos de sangre, se hallan demasiado lejos como para poder ayudamos. Es probable
que Garrosh llegue hasta donde están antes que nosotros.
—Según parece, nuestros enemigos son más de fiar que nuestros amigos.
—Prefiero siempre a un enemigo honorable antes que a un amigo sin honor. Así
que acudiremos a un enemigo honrado. Buscaremos a esa mujer en la que tanto
confiaba Thrall. Recurriremos a Jaina Proudmoore.
***
Jaina se quedó mirando fijamente a Tyrande, al mismo tiempo que las voces que
oía a su alrededor sonaban tan ahogadas e ininteligibles como si se hallara bajo el agua.
No podía notar esa mano que la agarraba de la suya, ni tampoco esa otra que la agarraba
248
de los hombros y la zarandeaba. Solo podía contemplar a Tyrande, a la vez que la
invadía una terrible sensación, que no podía quitarse de encima, de que esa sacerdotisa
la había traicionado. La elfa de la noche le devolvió la mirada con una mezcla de
determinación implacable y profunda compasión.
—¡Jaina! —exclamó Kalec, cuya voz sonó más alta y potente que nunca. La
tenía agarrada de los hombros y la zarandeaba. Esas violentas sacudidas la sacaron de
su ensimismamiento y, de improviso, todo pareció acelerarse y volverse terriblemente
estruendoso; todo el mundo estaba gritando mientras Taran Zhu golpeaba el gong. Jaina
apartó la mirada de Tyrande y escrutó a Varian, quien también estaba gritando.
Anduin tenía los ojos como platos. Al parecer, él también había decidido que el
silencio era la mejor opción cuando se trataba de ayudar al Gran Jefe tauren.
—¿Qué es eso de que no tiene que quedarse aquí? —exigió saber Varian, quien
estaba haciendo un gran esfuerzo para calmarse, pero solo lo estaba logrando en
parte—. Esto es igual que lo que sucedió con los Sunreavers. Jaina, deberías habérmelo
contado. Cuéntamelo todo para que pueda prepararme para lo que se nos viene encima.
—Entonces, ¡cuéntame todo lo que puedas! ¡Que la Luz me ciegue, Jaina, acabo
de descubrir que alguien a la que consideraba una de mis mejores amigas se reunió en
secreto con Baine Bloodhoof! —le espetó, a la vez que se cruzaba de brazos y henchía
ese amplio pecho; tal vez porque así intentaba contener las ganas que tenía de
abalanzarse sobre ella—. Que fueras a reunirte con Thrall de manera furtiva ya era
bastante malo, pero esto...
249
—Padre —dijo Anduin con serenidad—, yo también tengo algo que contarte.
***
A pesar de que Taran Zhu había decretado un descanso de diez minutos, llevó al
menos el doble de tiempo detener todas las peleas y llevarse a los combatientes a sus
nuevos “aposentos”. Tyrande no podía saber que el tauren no había intentado esconder
sus contactos iniciales con Jaina Proudmoore. Baine se había enfurecido tanto ante la
decisión de Garrosh de esperar a ver quién se alzaba victorioso en el conflicto entre los
Runetotem y Bloodhoof que no había ocultado el hecho de que un líder de la Alianza le
había prestado más apoyo que su propio Jefe de Guerra. Incluso más adelante había
utilizado el apoyo que le había brindado Jaina en su día como argumento para no atacar
Theramore durante una reunión donde se congregaron un gran número de líderes de la
Horda, así como sus pueblos. Nadie lo había considerado un traidor, ya que Jaina
contaba con gente que la respetaba en la Horda y no era tan despreciada, ni por asomo,
como Varian o Tyrande.
Taran Zhu hizo sonar de nuevo el gong y, esta vez, dio la impresión de que la
gente parecía dispuesta a regresar a sus asientos.
—Me he estado planteando la posibilidad de dar por concluido el juicio por hoy
—afirmó Taran Zhu, con un tono de voz más severo de lo habitual y con unos ojos más
brillantes de lo normal, lo cual constituía una muestra de enfado nada propia de él—.
Pero espero que cuando acabe este testigo de dar testimonio, esta sala sea un lugar más
250
civilizado para todos. Si no es así, deben saber que, de inmediato, pondré bajo
protección del Shadopan a cualquier testigo o persona que haya sido nombrada a lo
largo de este juicio si considero que se hallan en peligro. Esto no es la Feria de la Luna
Negra, ni un cuadrilátero de gladiadores. Eso es un tribunal. Un lugar donde se imparte
la justicia y se defiende la verdad. Y me aseguraré de que eso siga siendo así.
Nadie habló. El pandaren se tomó un momento para recorrer con la mirada esos
asientos y, acto seguido, posó sus ojos sobre Tyrande.
—Eso es correcto.
—No, no estuve.
—Que Lady Jaina no quería que la Alianza entrara en guerra con la Horda, pero
sí le ofreció su ayuda a nivel personal.
251
Unos murmullos de desaprobación recorrieron al público ahí congregado.
—¿Esa fue la única ocasión en que tu Gran Jefe trató con Lady Jaina?
Una gran tensión se adueñó de Baine. Esa segunda visita a la archimaga era algo
que conocía muy poca gente. Perith respondió con voz entrecortada:
—No, no lo fue.
—Si el tribunal me concede su permiso, tengo que mostrar una segunda Visión.
252
CAPÍTULO VEINTISÉIS
T ras esa revelación, Jaina seguía en una nube. Aunque sabía que esa
La acogedora salita de Jaina, cuya chimenea estaba flanqueada por dos sillas e
hileras de libros, apareció en imagen. La archimaga notó un mareo momentáneo. Esa
salita era muy austera y sencilla. Solo era una habitación. Pero ya no existía, había sido
reducida a polvo violeta junto a todo lo demás, junto a todos los demás, en Theramore.
El crepitar del fuego, el tintineo de las tazas al chocar contra los platitos, las carcajadas
y las animadas conversaciones intelectuales que se solían oír ahí... ya nunca volverían a
escucharse.
Entonces, se vio a sí misma, con una túnica que se había puesto rápidamente...
Con el pelo de color rubio y unos ojos teñidos de bondad, con un rostro donde
solo había una arruga en toda la frente, cuyos labios solían pronunciar palabras amables
y no proferir chillidos de dolor.
A Jaina se le hizo añicos el corazón al enfrentarse a esa prueba tan clara de que,
hasta hace no mucho, había sido tremendamente inocente. No quería derrumbarse, no
delante de todo el mundo, y Kalec era consciente de ello, así que no hizo ningún
253
ademán de rodearla con un brazo o reconfortarla de alguna otra forma, sino que se
limitó a agarrarla de la mano mientras permanecía tan quieto como una piedra.
—Milady, ¿de veras quiere que la dejemos a solas con esta... criatura? —
preguntó uno de los guardias.
—Ha venido en son de paz, así que no permito que se refieran a él de esa
manera.
Sí, esa arma tan peculiar era muy reconocible para todo el mundo. Todos
aquellos que conocían a Anduin sabían perfectamente cómo era Fearbreaker, por lo cual
254
Tyrande acababa de demostrar la participación no solo de la Dama de Theramore sino
también del príncipe de Stormwind en toda esta trama conspiratoria.
—Él sabía que la reconocerías. Lady Jaina... mi Gran Jefe te tiene en muy alta
estima y te está muy agradecido, así que, en virtud del recuerdo de la noche en que le
fue entregada Fearbreaker, me ha enviado para avisarte de algo muy importante. El
Fuerte del Norte ha caído en manos de la Horda.
Se oyeron unos gritos furiosos, algunos dirigidos contra Jaina, pero la mayoría
contra Baine. Jaina entendía perfectamente por qué. Haber recurrido a Jaina para que la
ayudara a combatir contra Magatha —lo cual era un mero conflicto interno— no era lo
mismo que avisarla de un ataque de la Horda contra la Alianza. Por primera vez desde
lo que parecía ser una eternidad, Jaina se sintió muy preocupada por el bienestar de un
miembro de la Horda.
—Se siente muy mal porque esta victoria ha sido obtenida gracias al uso de
magia negra chamánica. A pesar de que le repugnan ese tipo de actos, Baine, para
proteger a su pueblo, ha aceptado que los tauren sigan sirviendo a la Horda cuando se
les necesite. Desea enfatizar que, a veces, esta obligación le suscita muy poca alegría.
—Le creo perfectamente —se oyó decir Jaina a sí misma—. Aun así, ha
participado en un acto de violencia contra la Alianza. El Fuerte del Norte...
—¿Qué?
La Jaina del presente revivió la sensación que la invadió en ese momento; había
sido como un puñetazo en el estómago.
255
—Tu Gran Jefe es un tauren realmente honorable—replicó, embargada por la
emoción—. Me siento orgullosa de que me tenga en tan alta estima. Le agradezco este
oportuno aviso. Por favor, di le que ha ayudado a salvar las vidas de muchos inocentes.
—Lamenta que solo pueda darte un aviso, mi señora. Y... te pide, por favor, que
te quedes con Fearbreaker y se lo devuelvas a aquel que se la regaló de manera tan
generosa. Baine cree que ya no debe guardarla.
Si, pensó Jaina, seguramente Vol’jin lo entenderá... tal vez incluso supiera ya
que todo esto había ocurrido...
Yo era... buena, se dio cuenta la Jaina del presente. En ese entonces, era buena...
Se percató de que Perith también era consciente de eso mismo mientras hacía
una profunda reverencia ante ella. Rápidamente, Jaina escribió una nota, la selló y se la
dio al Caminamillas.
—Que la Madre Tierra siempre te sonría, señora —se despidió Perith—. Tras
haberte conocido, ahora entiendo mucho mejor la decisión de mi Gran Jefe.
—Algún día —afirmó la Jaina del pasado con suma seriedad—quizá luchemos
en el mismo bando.
256
—Tengo una pregunta que hacerte.
Ella se volvió y lo miró. Tenía esa cara cubierta de cicatrices vuelta de perfil y
su mirada furibunda no estaba clavada en ella, sino en Baine.
—¿Crees que Baine sabía lo de la bomba de maná? ¿Crees que tuvo algo que
ver con ese plan con el que se atrajo a todos esos generales a Theramore?
—No.
Gracias a esa sola palabra, tuvo la extraña sensación de que se había quitado un
gran peso de encima.
—Chu’shao Whisperwind —dijo Taran Zhu—, ¿tienes algo más que preguntarle
al testigo?
—Seré yo quien hable —volvió a interrumpirle Garrosh, el cual alzo aún más la
voz—. Baine Bloodhoof seguirá defendiéndome.
Baine inclinó las orejas hacia delante al máximo al oír esas palabras. Jaina
suponía que, sin lugar a dudas, él, al igual que todos los demás, había dado por sentado
que Garrosh se sentiría ultrajado al ver cómo el tauren había confraternizado con el
enemigo.
257
Al parecer, Tyrande era incapaz de creérselo.
—Fa’shua, yo...
—El acusado está satisfecho con su chu’shao —afirmó Taran Zhu, quien
también parecía un tanto sorprendido, aunque recobró la compostura de inmediato—.
Te sugiero que aceptes esa decisión con dignidad, Chu’shao Whisperwind. ¿Tienes
algún testigo más al que llamar?
—Pues lo harás mañana. Baine, ¿estás preparado para llamar a los tuyos en
cuanto hayamos acabado con los de la acusación?
—Muy bien. Creo que ya hemos tenido bastantes sorpresas por hoy. Antes de
que todo el mundo se marche, quiero recordarles que este templo es un lugar donde
reina la paz. Sean cuales sean sus opiniones y sentimientos sobre lo acaecido hoy aquí,
será mejor que hablen sobre ello de manera civilizada y no se dejen llevar por lo que
sienten.
Golpeó el gong tres veces para dar por concluida la sesión del día de un modo
formal.
258
CAPÍTULO VEINTISIETE
D e “pequeña” no tuvo nada.
Fue una conversación larga e incómoda. Al final, Anduin se dio cuenta de que
no se trataba realmente de una charla, sino de una verdadera pelea a voz en grito.
—Él no acudió a ti, sino a mí. Además, Theramore está... —Jaina palideció y,
acto seguido, tragó saliva con dificultad—¡estaba acostumbrada a ocuparse de sus
propios asuntos! De todos modos, tampoco habrías querido escuchar, como tampoco
quieres hacerlo ahora.
259
—Hoy he escuchado muchas cosas en el juicio —aseveró—. He escuchado
cómo un tauren Caminamillas me informaba de que mantuvieron unas charlas, cuyo
contenido político era muy delicado, con una raza que era enemiga de la Alianza.
—Sabes tan bien como yo que no le habrías hecho caso a Baine, daba igual lo
que dijera, daba igual cuáles fueran sus razones, porque era de la Horda. ¡Gracias a que
hice lo que hice pude salvar, al menos, la vida de los niños de Theramore!
—Es que... fue pura casualidad —respondió Anduin, quien de este modo entró
en la discusión con intención de templar los ánimos—. Escapé de Ironforge gracias a la
piedra de hogar de Jaina y aparecí en medio de esa conversación de repente. No estés
enfadado con ella, padre, no tuvo más remedio que hacer lo que hizo.
—Me estoy planteando muy seriamente meterlos a ambos en prisión una buena
temporada —le espetó Varian.
—No voy a admitir que te dirijas a mí de esta manera. Soy una líder por derecho
propio, no tu lugarteniente, ni tampoco tu hija —protestó Jaina, con una voz gélida
como el hielo. Al instante, bramó un trueno a modo de respuesta, y ella tembló de ira.
260
mantener una cierta independencia. No me presiones, Varian Wrynn, porque responderé
como es debido si hace falta.
—Jaina... —acertó a decir Anduin, pero Jaina hizo un gesto de negación con la
cabeza.
—Perdóname, pero creo que hoy ya he aguantado bastante a los Wrynn por un
buen rato. Nos veremos en la cena. —Movió las manos de manera ágil, gracias a la
práctica ganada a lo largo de muchos años, e inició un hechizo de teletransportación que
la llevaría hacia algún destino que se reservaba para sí. Sus facciones adquirieron un
aspecto desagradable y duro bajo ese fulgor azul violeta. A continuación, desapareció.
—No debería haberte metido en ese lío —replicó Varian, quien no sonrió ante
esa broma.
—Magni... era tu amigo, Anduin. Fearbreaker era un regalo muy valioso que él
te dio. ¿Por qué se la diste a un tauren? ¿Para qué te la devolviera... clavándotela en la
cara?
—No me lo había planteado de esa manera. Aun así, sigo muy enojado con
Jaina, hijo mío.
261
—Sí, y ella sabe por qué. Aunque ahora está sufriendo mucho. Creo que... el
hecho de haber tenido que ver hoy su antiguo hogar ha sido un trago muy amargo para
ella.
—¿Qué ocurre?
***
262
un peñasco y contempló el océano, así como los barcos que se mecían en el puerto y la
luz violeta de la torre.
—Ya sabes que tanto Jaina como mi padre no quieren que hable contigo nunca
más —contestó Anduin—, así que baja y hazme compañía, por favor.
Wrathion estalló en carcajadas y se posó con suma facilidad sobre otra roca
situada cerca del príncipe. En un visto y no visto, adoptó forma humana, aunque siguió
sonriendo de oreja a oreja.
—Les he dado la noche libre. He venido a ver si estabas bien después de los
maravillosos momentos que hemos vivido gracias a los testimonios de hoy —afirmó—.
Mira, solo quiero cerciorarme de que sepas que estoy dispuesto a sacarte de prisión si tu
padre decide encerrarte.
—Es todo un detalle por tu parte —reconoció Anduin—. Por el momento, eso
no va a suceder, al menos hasta después del juicio.
Creo que a padre le gustaría encerrarme y tirar la llave hasta que cumpliera
treinta y siete años.
—¿Cómo te has...? Oh, da igual. —Aunque no era algo que hubiera intentado
ocultar, precisamente, no había comentado que se estaban celebrando esas reuniones a
cualquiera, y estaba seguro de que nadie más lo había hecho. Sin embargo, Wrathion
siempre parecía hallar la manera de averiguar todo cuanto quería—. No... no estoy
seguro de que vaya a volver a verlo.
263
—¡No me digas que te has rendido y ya no vas a intentar arrastrar a ese tipo
hasta la Luz! —Wrathion se llevó una mano al corazón y retrocedió de un modo
melodramático—. No obstante, he de confesar que debería sentirme muy triste al
enterarme de eso, ya que hace mucho tiempo que mantengo que tu ingenuidad será tu
perdición.
—No lo sé. Es que estoy muy harto, o eso creo. Estoy cansado de todo esto. De
estar atrapado aquí, sobre todo ahora.
—No tienes ni idea de lo maravilloso que suena eso —replicó Anduin de mal
humor.
264
CAPÍTULO VEINTIOCHO
DÍA SIETE
—L a acusación puede llamar a su último testigo —dijo Taran Zhu.
Jaina se levantó, sin prisa alguna, y descendió las escaleras hasta hollar el suelo
del templo. Por muchas razones, se preguntaba si lo que había hecho Tyrande el día
anterior había sido inteligente; una de ellas, y no precisamente la menos importante, era
por qué la elfa de la noche había manchado la reputación de su mejor testigo. Da igual,
pensó Jaina. Seguramente, había otras muchas más pruebas de las monstruosidades
cometidas por Garrosh que lograrían que incluso unos seres tan compasivos como los
Celestiales acabaran entendiendo que era necesario encerrarlo para siempre en algún
lugar oscuro y húmedo... y tirar la llave.
Si bien Kalec había intentado hablar con ella la noche anterior, ella le había
dicho que se encontraba bien, aunque muy cansada, y que ya lo vería en el juicio a la
mañana siguiente. Después, había tenido pesadillas, cuyo origen era tanto el testimonio
que había dado Perith como la ansiedad que la dominaba.
—En primer lugar, permíteme decir que siento de veras tener que obligarte a
revivir ciertas cosas.
—Chu’shao, revivo lo que sucedió en Theramore todos los días. Hazme las
preguntas que tengas que hacerme.
265
Tyrande asintió, aunque pareció un tanto compungida, y caminó a la vez que
hablaba:
—Lady Jaina, tal y como supimos ayer gracias a Perith Stormhoof, te avisaron
de que iba a producirse un ataque sobre Theramore.
—Así fue.
Esto no estaba siendo tan difícil como había temido. Limítate a responder las
preguntas, se dijo a sí misma. No conviertas esto en algo personal.
—Me dijo que enviaría a la Séptima Legión de la flota naval y que ordenaría a
varios de sus generales, que se encontraban dispersos en diversas partes de Azeroth, que
abandonaran sus puestos actuales y acudieran a Theramore. También señaló que iba a
contactar con Genn Greymane, mientras yo iba a hablar con los demás líderes de la
Alianza para pedirles ayuda.
Tyrande siguió caminando, con las manos entrelazadas por delante y la mirada
clavada en el jurado y no en Jaina.
—Más tarde, se me informó de que habían llegado varias naves de la Horda, que
acababan de anclar justo en los límites de las aguas de la Alianza.
—No.
266
—Porque no habían entrado en nuestras aguas. Y no quería ser yo quien
provocara una guerra.
Debería haberlo hecho. Que la Luz me ayude, debería haberlo hecho. Tal vez si
hubiera atacado antes de que los generales llegaran...
Sus latidos se iban acelerando a medida que esas preguntas la arrastraban cada
vez más y más a hablar de la Destrucción de Theramore.
Jaina se mordió la lengua. Todo el mundo conocía ese hecho histórico. Todo el
mundo sabía lo que había sucedido en Theramore. Seguramente, hasta los Celestiales lo
sabían. Pero esto era lo que había estado esperando, ¿o no? Poder tener la oportunidad
de hacérselas pagar a Garrosh Hellscream. Y si eso significaba revivir los hechos de ese
día tan horrible, que así fuera.
Se aclaró la garganta.
—Sí, llegó. La Séptima Legión llegó con veinte naves y media decena de los
mejores generales de la Alianza... así como con un gran almirante.
Se trataba de Aubrey, quien había sobrevivido a duras penas al ataque del Fuerte
del Norte para acabar pereciendo en Theramore...
267
—He dicho que el ataque de la Horda acabó teniendo lugar, ¿verdad?
—Sí.
—Sí. Y, al final, ganamos la batalla, pero pagamos un alto precio por ello.
Sufrimos un gran número de bajas. En medio del combate, descubrimos a un traidor. Se
trataba de un miembro del Kirin Tor... de uno de los Sunreavers.
—En esa batalla, ¿perdiste a alguien con quien tuvieras una relación muy
estrecha?
—Al capitán Wymor. Era amigo mío desde hacía muchos años.
—¿No tuviste ningún pálpito, ninguna corazonada, que te indicara que la Horda
no lo estaba dando todo para destruir Theramore por medios convencionales?
—No. Lucharon con fiereza y sufrieron muchas bajas. Teníamos todas las
razones del mundo para creer que estaban poniendo toda la carne en el asador, como
nosotros.
Jaina asintió.
—Así fue.
—Lo que siempre hay que hacer —respondió Jaina—. Atendimos a los heridos.
Enterramos a los muertos. Reconfortamos a aquellos que habían perdido a sus seres
queridos. Abrazamos a los que habían sobrevivido.
Kinndy...
268
—Descubrimos que durante la batalla alguien de la Horda había liberado a
Thalen Songweaver. De inmediato, Vereesa y Shandris Feathermoon marcharon para
dar con su rastro antes de que este se enfriara. Por lo cual no se hallaron...
Tyrande miró a Jaina, pero la archimaga negó con la cabeza. Como había tenido
que hacer un terrible esfuerzo para poder estar aquí, en este preciso instante, contando
todas esas cosas, no estaba segura de que pudiera volver a hacerlo si paraban ahora.
—Kalecgos había venido a Theramore antes de que todo esto tuviera lugar. —
No podía ignorar los “y si” que galopaban ahora por su mente como una manada de
talbuks, unas preguntas que nunca se mostraban de una en una, sino todas a la vez. Y si
hubieran intentado buscar el Iris de Enfoque con más ahínco. Y si este objeto no
hubiera sido robado. Y si...—. Una reliquia muy valiosa conocida como el Iris de
Enfoque le había sido robada al Vuelo de Dragón Azul, y Kalec me había pedido ayuda
para poder localizarla. Poco después de la batalla, me informó de que era capaz de
percibir la presencia del Iris de Enfoque... el cual se estaba aproximando rápidamente a
Theramore.
—El Iris de Enfoque —caviló Tyrande—. ¿Podrías hablamos un poco más sobre
él?
269
aunaran esfuerzos y que Go’el, quien ostentaba el poder del espíritu de la tierra, los
ayudara.
Una vez más, Jaina se vio obligada a recordar lo mucho que había ayudado al
mundo ese ex Jefe de Guerra. Furiosa, apartó ese pensamiento de su mente.
—Era una poderosa reliquia, en efecto, por lo cual si caía en las manos
equivocadas, podía convertirse en un arma devastadora —señaló Tyrande—. ¿Qué
ocurrió a continuación?
Se le quebró la voz. Se sirvió un vaso de agua con una mano temblorosa y le dio
un sorbo. El corazón le latía desbocado. Tyrande hizo ademán de intentar reconfortar a
Jaina al apoyar una mano sobre la suya, pero al final no llegó a hacerlo, sino que se
volvió hacia Chromie y dijo con un tono de voz casi reverencial:
—Si el tribunal me permite... y, con todo respeto, voy a presentar una Visión
sobre ese hecho histórico
Chromie hizo gala de una actitud extremadamente solemne; Jaina nunca la había
visto obrar de ese modo. La diminuta gnomo colocó con suma delicadeza las manos
sobre la Visión del Tiempo y, acto seguido, inició un conjuro con el que iba a despertar
al dragón de metal dormido.
Jaina se mordió un labio con fuerza. Una imagen cobró forma y pudo reconocer
en ella a Rhonin, quien lo había sacrificado todo por salvarlos. También pudo verse a sí
misma. Como las lágrimas se asomaban a sus ojos, alzó la vista hacia las tribunas para
mirar a Vereesa. La elfa noble tenía cerrados los puños con fuerza y daba la impresión
de que contenía la respiración. Jaina no sabía si alegrarse o apenarse por que Vereesa
tuviera que ser testigo de este momento. Si bien podría ser algo devastador, iba a poder
ver, ver de verdad, que el hombre al que había amado era un auténtico héroe. Como
iban a poder verlo todos los demás.
270
escaleras, seguida por unos cuantos voluntarios que la habían estado ayudando y cuyos
nombres no sabía, tal y como fue consciente cuando ya era demasiado tarde.
—¡Por supuesto!
—Porque así consume... menos energía —gruñó Rhonin, cuyos esfuerzos por
mantener a raya el campo de atenuación lo estaban agotando, sin duda alguna. Jaina
hizo ademán de protestar, pero él la interrumpió—. No discutas. Vamos... ¡atraviésalo!
—Cállate. ¡Atraviesa el portal! Tengo que atraerla hasta aquí, hasta aquí mismo,
para salvar a Vereesa y a Shandris y a... a todos los que pueda. Los muros de esta torre
están impregnados de magia. Debería ser capaz de lograr que la detonación se produzca
aquí. No te portes como una niña tonta. ¡Márchate!
—¡No! ¡No puedo dejar que hagas esto! Tienes una familia. ¡Eres el líder del
Kirin Tor!
—¡Y tú eres su futuro! —le espetó Rhonin, quien daba la impresión de que iba a
desfallecer de un momento a otro, como si permaneciera de pie únicamente gracias a su
férrea fuerza de voluntad.
271
—Jaina, si no te vas ya, ambos moriremos, y mis esfuerzos para atraer esa
maldita bomba hacia aquí, en vez de dejar que estalle en el corazón de la ciudad, habrán
sido en vano. ¿Es eso lo que quieres? ¿Eh?
El ruido que anunciaba la llegada del galeón volador se volvió más intenso.
—¡No voy a abandonarte! —gritó Jaina—. ¡Tal vez juntos podamos desviarla!
Jaina vio cómo ella misma se giraba para mirar a la nave que se aproximaba...
para ver cómo Kalecgos caía, para ver cómo era lanzada la bomba. La Visión se
reajustó y, de repente, fue como si todo el mundo presente pudiera ver lo que Jaina
había visto desde su perspectiva. Un grito ahogado colectivo se oyó por toda la sala.
Jaina había estado mirando directamente a Rhonin cuando eso había sucedido.
El líder del Kirin Tor dirigió sus ojos hacia la ventana, con los brazos
extendidos y con una expresión de total desafío dibujada en esa cara donde destacaba su
habitual perilla.
Y entonces...
Antes de que fuera siquiera consciente de lo que estaba haciendo, Jaina notó una
repentina quemazón en la garganta provocado por tanto gritar. No estaba sola... ni aquí
en la sala del juicio, ni en el pasado, donde aquellos que observaban cómo caía la
bomba de maná chillaban aterrados, presas de la desesperación.
272
***
Anduin no había hablado directamente con Jaina sobre lo que esta había
experimentado en ese momento tan trágico. Había oído hablar sobre ello y había creído
que entendía qué clase de pesadilla había sufrido. Sin embargo, ahora era consciente de
que a duras penas lo había comprendido. Pese a que no sabía qué más planeaba mostrar
Tyrande, después de lo que esta había hecho el día anterior, se esperaba lo peor. Como
ya había mostrado al jurado y a los espectadores la horrible visión del sacrificio de
Rhonin, Anduin daba por supuesto que ahora no se iba a contener, precisamente.
Aunque tenía que admitir que esa táctica brutal en plan “aquí no se toman
prisioneros” y “no hay sentimientos que valgan” que estaba empleando la elfa de la
noche le estaba funcionando. Un furioso Anduin contempló al tullido Garrosh, cuya
vida pendía de un hilo, quien permanecía ahí sentado, cubierto por esas cicatrices que le
habían dejado los sha y encadenado, junto a Baine, quien se había llevado las manos a
la cabeza. Anduin sabía que no era la amenaza de acabar en prisión lo que impedía que
una masa furiosa se adueñara del templo, sino el hecho de que si los detenían no
podrían ver la siguiente Visión, ni ver al siguiente testigo, ni experimentar a través de
otro la siguiente atrocidad.
El receso solo duró veinte minutos. Vereesa se había levantado y marchado sin
mediar palabra. Anduin creía que no regresaría, y no se lo podía echar en cara. Jaina
también se había marchado casi de inmediato con Tyrande, aunque por su lenguaje
corporal, Anduin había podido ver que había cierta tensión entre ellas. Aunque esperaba
que Kalecgos acompañara a ambas, el dragón azul no se había movido de su banco,
donde seguía sentado.
—¿No vas a ver a Jaina? —preguntó Anduin—. Ya sé que esto es solo un breve
receso, pero estoy seguro de que se alegrará de verte.
—Lamento oír eso —dijo Anduin con serenidad—. Ha sufrido tanto... los dos
parecen formar una buena pareja.
273
—Lo mismo opinaba yo —replicó el dragón. Entonces, como si hubiera dicho
demasiado, dio una palmadita a Anduin en el hombro y añadió, haciendo gala de un
buen humor demasiado exagerado—. Voy a estirar las alas.
Si bien era un chiste muy malo, logró que Anduin sonriera a su pesar.
Tres bollos de loto y una taza de té con leche de yak después, Anduin acabó
preguntándose por qué estaba intentando ayudar a Garrosh Hellscream. Además, si
Tyrande iba a mostrar lo que creía que iba a enseñar, el príncipe pensaba que no iba a
poder seguir haciéndolo.
***
Jaina estaba pálida, pero más entera de lo que había estado antes. En cuanto
entraron y cada una se dirigió a su respectivo asiento, dio la impresión de que se había
rebajado la tensión entre Tyrande y ella. Taran Zhu anunció que el tribunal reanudaba la
sesión y pidió a Tyrande que continuara.
—Como hemos podido ver en la Visión del Tiempo, Rhonin logró con éxito que
te teletransportaras hasta un lugar seguro, así como atraer la bomba de maná
directamente hacia la torre —dijo Tyrande—. ¿Qué sucedió después?
Jaina estaba sentada muy recta, con las manos sobre el regazo. A pesar de que
tenía los ojos rojos, cuando habló lo hizo con un tono sereno:
Por el rabillo del ojo, Anduin observó a Kalecgos. El dragón tenía apretados los
labios con fuerza y no estaba mirando a Jaina. Anduin supuso que la conversación que
ambos habían mantenido en aquella isla, en su día, no había sido tan civilizada como
ella había descrito.
—¿Y lo hiciste?
274
—Sí.
Y los cadáveres...
Anduin tragó saliva con dificultad y notó cierto regusto a bilis. Había tantos.
Algunos parecían normales —bueno, tan normal como podía serlo un cadáver, o eso
supuso— mientras que otros flotaban en el aire y sangraban hacia arriba. Algunos otros
más tenían una tonalidad violeta uniforme. Ahí la muerte parecía adoptar diversas
formas que parecían totalmente absurdas.
275
Anduin reconoció también a otros difuntos; al almirante Aubrey, a Marcus
Jonathan, quien durante mucho tiempo fue una presencia habitual en la puerta principal
de Stormwind. Deseó, egoístamente, que la Jaina del pasado se marchara sin más, para
que no tuviera que contemplar más ese horror, aunque fuera a través de una persona
interpuesta.
Había una pequeña silueta tendida en el suelo, que era del tamaño de un niño. El
príncipe se giró para mirar a la Jaina del presente y vio que esta había enterrado la cara
en el pañuelo. La archimaga no podía soportar tener que ver esto de nuevo, y no se lo
podía echar en cara, ni lo más mínimo.
Anduin quería apartar la mirada, pero se hallaba fascinado de tal modo que no
podía dejar de ver cómo Lady Jaina Proudmoore, una de las mejores magas de esa
época, chillaba y lloraba, mientras recogía del suelo puñados de ese polvo arcano como
si así fuera a poder recomponer a esa muchacha.
Junto a él, Kalecgos respiró muy hondo. Anduin quiso levantarse de un salto
para gritarle a Tyrande: “¡Para esto, por favor, páralo!”. Entonces, fue como si la elfa
de la noche hubiera escuchado ese silencioso grito, ya que asintió hacia Chromie. La
escena desapareció de un modo piadoso. Anduin exhaló una bocanada de aire que no
sabía que había estado conteniendo.
Tyrande se volvió, con una mirada triunfal y brillante, gracias a la victoria que
acababa de obtener a un alto precio. Con una voz fuerte y melodiosa, dijo:
276
CAPÍTULO VEINTINUEVE
B aine Bloodhoof no se levantó de inmediato. Estaba demasiado aturdido por
—Lady Jaina —dijo con suma calma—, no me importaría pedir un receso, si así
lo deseas.
—Estoy seguro de que nadie en esta sala podrá culparte por eso.
Ella lo miró fijamente y, acto seguido, se echó a reír. Eran unas carcajadas duras
y amargas. El tauren agachó las orejas, sorprendido. Jaina tuvo que hacer un esfuerzo
para recuperar el dominio de sí misma.
277
—Por favor, inténtalo, Lady Jaina.
—Me sentí furiosa. Muy furiosa. Tenía acumulada tanta... ira. Era incapaz de
respirar, no podía comer, apenas podía moverme, estaba tan enojada. Lo que han visto
aquí ha sido horrible, sí. Y veo que muchos han llorado. Pero aun así, no han estado ahí.
No han visto a sus amigos...
—Quería matarlo.
—Sí. A Garrosh y a todos y cada uno de los orcos a los que pudiera poner una
mano encima. Quería matar a todo goblin, a todo troll, a todo renegado, a todo elfo de
sangre y a todo tauren que se cruzara en mi camino, incluso a ti Baine Bloodhoof.
Quería borrar de la faz de la Tierra a la Horda entera, al igual que Garrosh Hellscream
había borrado mi hogar de la faz de la Tierra. Al igual que había borrado mi vida entera.
—Fui a ver al rey Varian y le conté lo que había hecho Garrosh. Le dije que
había tenido razón al haber desconfiado y odiado a la Horda, y que yo me había
equivocado. Le dije que necesitábamos declarar la guerra a la Horda... y que
deberíamos empezar destruyendo Orgrimmar.
278
—Dijo que... no podía arriesgarse a aumentar el número de bajas de la Alianza
por actuar precipitadamente. Y Anduin señaló que creía que incluso algunos miembros
de la Horda podrían estar muy enfadados con Garrosh por los cobardes actos que había
llevado a cabo. Yo repliqué que ya era demasiado tarde para eso.
—No lo recuerdo.
—Lady Jaina, puedo invocar una Visión de ese encuentro si no eres capaz de
contarme con exactitud lo que dijiste.
A pesar de que el tauren le hablaba con uno tono cortés, la archimaga alzó la
cabeza bruscamente y él pudo ver... cierta vergüenza dibujada en su rostro.
—Eso no será necesario —contestó en voz baja—. Le dije a Varian que era un
cobarde y me... me disculpé con Anduin por haber contribuido a que fuera tan ingenuo.
Después... me marché.
—Fui a Dalaran. Le conté a Vereesa lo que había ocurrido, así como lo valiente
que había sido su marido, puesto que él había sido quien nos había salvado a mí, a ella y
a todos los que había podido.
Baine no alzó la vista para comprobar cómo reaccionaba Vereesa, pues sabía
que no había regresado tras el receso, por lo cual no podía culparla.
—Imploré ayuda al Kirin Tor. Quería que desenraizaran Dalaran del suelo, tal y
como se había hecho en alguna otra ocasión anterior, para poder usar esa ciudad como
arma para arrasar Orgrimmar, pero se negaron.
—Así que, por lo visto, nadie quería borrar de la faz de la Tierra una ciudad
entera. Incluso después de lo que había sucedido con Theramore —concluyó Baine.
279
—Correcto.
Ella alzó la barbilla sin apartar la mirada de los ojos del tauren.
—Creo que puedo afirmar que todos sabemos que, al final, no llevaste a cabo tu
plan —señaló Baine—. ¿Acaso alguien te lo impidió? ¿O, simplemente, cambiaste de
opinión?
Se calló, quizá porque intentaba escoger las palabras con sumo cuidado, quizá
porque intentaba recordar cómo se había sentido en esos momentos. Kairoz, que había
localizado ese preciso instante, se sintió bastante irritado, ya que el tauren había
decidido no mostrarlo. Baine no creía que mostrar cómo una Jaina destrozada e
iracunda planeaba su venganza con sumo cuidado pudiera ayudar en nada a la defensa
de Garrosh, también creía que eso solo provocaría más dolor a una mujer que ya había
sufrido más de lo debido en ese día maldito. Entonces, la archimaga continuó:
Baine dirigió la mirada hacia Go’el, quien se encontraba junto a Aggra; estaba
inclinado hacia delante, observando el proceso con atención, y en sus ojos azules se
280
reflejaba una honda tristeza. La diplomática humana y el líder orco habían disfrutado de
una amistad única, pero Garrosh también había acabado con ella.
Jaina desplazó la vista hacia el lugar al que miraba Baine y, al instante bajó la
mirada.
—¿Qué ocurrió?
—Me... me dijeron que si hacía eso, no sería mejor que Garrosh. Que no sería
mejor que... Arthas. Y me di cuenta... —Alzó la cara—. Me di cuenta de que tenían
razón.
—Pero por un momento comprendiste por qué Garrosh pudo querer haber hecho
algo así, por qué destruyó una ciudad entera y mató incluso a los civiles que vivían ahí.
—¿La acusación tiene alguna? —inquirió Taran Zhu, cuya zarpa se dirigió al
instante hacia la maza; por lo visto, daba por sentado que la respuesta serla no.
281
—Sí, Fa’shua, la tengo —respondió Tyrande, quien se levantó y se acercó a la
silla de la archimaga—. Lady Jaina... más tarde, también descubriste que, si hubieras
desatado ese maremoto, habrías destruido la flota de la Alianza. ¿Dirías entonces que
esa es la razón por la que realmente te alegras de haberte refrenado en ese momento?
Baine contuvo la respiración, ya que a Jaina le resultaría muy fácil contestar que
sí. Esa era la respuesta que Tyrande quería. Después, Jaina podría marcharse para hacer
todo lo posible para curarse esas heridas que se habían reabierto de un modo tan brutal.
El tauren sabía que la traición de los Sunreavers en Dalaran —su nueva ciudad, su
nueva Theramore— la había afectado profundamente. Muchos afirmaban que eso la
había hecho regresar al estado emocional en que se había hallado tras la caída de
Theramore y habían corrido rumores de que había presionado a Varian para que
desmantelara la Horda.
Jaina no contestó de inmediato, sino que reflexionó sobre esa pregunta como era
debido.
—Claro que me sentí muy aliviada al enterarme de que no había acabado con la
flota sin querer. Pero no... No me alegro por eso. —Clavó su mirada en Garrosh y no la
apartó de él—. Me alegro de que al final me contuviera porque nunca, jamás, querría ser
como él.
Más tarde, Baine pensaría que Tyrande debería haberse conformado con esa
respuesta. Pero la elfa de la noche no podía dejar las cosas así. Jaina era la última
testigo de Tyrande y la mejor.
—¿Lady Jaina? Mi pregunta era si nunca, jamás, desearías ser como la Horda.
Dio la sensación de que a Tyrande se le iban a salir los ojos de las cuencas, ya
que acababa de darse cuenta de su error demasiado tarde.
282
—No hay más preguntas, Fa’shua —dijo Tyrande en voz baja, quien miró a
Jaina durante un largo rato y, a continuación, volvió a su asiento.
***
—Muy pocos seres vivos dejarían que los montara, hermana. Muchos ni
siquiera soportarían estar cerca de mí. Tendrás que aprender a cabalgar en estas cosas, si
vas a vivir en Undercity. Te prometo que te obedecerán.
283
No hizo ningún ademán de ponerse en pie. Sylvanas soltó las riendas de ambos
caballos, pues sabía que no se iban a marchar a ninguna parte, y se sentó junto a su
hermana. Con cierta inquietud, preguntó:
—¿Cómo estás?
Había pasado tanto tiempo desde la última vez en que se había interesado por el
bienestar de algún otro ser.
Aunque Vereesa cerró los ojos, unas lágrimas se le escaparon entre las pestañas.
—Si echas una sola gota en cada trozo de la fruta del sol, Garrosh Hellscream
dejará de existir.
Vereesa aferró la ampolla con fuerza al mismo tiempo que agarraba con la otra
mano el medallón que llevaba sobre ese esbelto cuello. Sylvanas le había devuelto el
collar a Vereesa y ahora ambas hermanas llevaban esas joyas de un modo rutinario
siempre que pasaban un tiempo juntas.
284
Sylvanas sonrió.
Vereesa asintió.
—No podíamos quedar de nuevo en esa aguja, ese sitio me trae muchos
recuerdos... tristes —contestó—. Además, quería averiguar dónde voy a vivir en breve.
Tener a alguien conmigo en quien podré confiar será estupendo, caviló. Sí,
alguien en quien podría confiar de verdad, que no obedeciera sus órdenes solo por
miedo o para obtener un beneficio personal. Alguien que pensara y sintiera igual que
ella. Además, daba la sensación de que Vereesa ansiaba lo mismo.
No. obstante, Sylvanas no le había contado todo a Vereesa, por supuesto. Nadie
podía estar a la altura de la Reina Alma en Pena si no era un alma en pena. Además, los
suyos se sentirían agraviados si tuvieran que obedecer a un ser vivo. Pero ella haría que
la muerte de su hermana fuera mucho más delicada y fácil de lo que había sido la suya.
Sería una muerte dulce. Vereesa simplemente se iría a dormir y se despertaría
totalmente transformada, renacería con una perspectiva de las cosas y una ambición que
nadie que aún respirara podría concebir jamás.
285
—Sí. Dentro de un par de días... —De repente, frunció el ceño—. Sylvanas...
¿de verdad puede ser tan fácil? Sigo teniendo la sensación de que algo saldrá mal, de
algún modo u otro.
—Así es. Lo único que lamento es que no podamos ver cómo Garrosh
Hellscream da su último suspiro.
Vereesa, que estaba sentada y se agarraba las piernas a la altura de las rodillas,
contempló el lago.
—Siempre he pensado que estas tierras eran muy tenebrosas y... tristes
—aseveró Vereesa—. Pero hay una extraña belleza en las tinieblas, ¿verdad?
—No estoy preocupada por mí —señaló Vereesa—, sino por los niños. Esto va
a ser... muy extraño para ellos.
286
La Dama Oscura escogió las palabras con sumo cuidado.
Había algo en su tono de voz que hizo que Sylvanas se alarmara, así que la alma
en pena dijo:
—Claro que si de verdad quieres que te acompañen, haré todo lo posible para
que se sientan lo más a gusto posible. Después de todo, son mis parientes más
cercanos... aparte de ti, claro.
—No, tienes razón. No me los puedo imaginar ahí. Ese no sería un buen lugar
para ellos. Están mejor donde están ahora. —Vereesa se rio con cierta tristeza—. De
todas maneras, no he sido una gran madre para ellos.
Para siempre.
287
CAPÍTULO TREINTA
DÍA OCHO.
—L lamo a declarar al rey Varian Wrynn —dijo Baine.
288
—No, a él no —admitió Baine—, pero si él no hubiera tomado cierta decisión,
Garrosh no estaría vivo ahora, y ninguno de nosotras estaría hoy aquí reunido.
Jaina masculló algo en voz muy baja acerca de un “error”, y un triste Kalec
arrugó el ceño. Vereesa, que se hallaba sentada detrás de Jaina mostraba una expresión
petulante; si bien era una mujer muy hermosa ese era un gesto muy feo. Anduin se
mordió un labio y, acto seguido, volvió a centrar su atención en su padre.
—Fa’shua, por muy extraño que parezca, deseo dejar claro que el rey Varian es
un testigo válido para la defensa del acusado.
Pese a que Tyrande aceptó la decisión con elegancia, tenía los labios muy
apretados mientras se recostaba en su silla. Al instante, se dispuso a tomar notas.
—¿Qué ocurre? —exigió saber alguien que poseía una voz de mujer, alguien
muy asustado, alguien a quien recientemente se le había empezado a pegar el acento
típico de su pueblo.
289
dormía un bebé. Junto a la puerta, había dos enanos Dark Iron. Uno de ellos hizo
ademán de abrirla.
—¡No! —susurró Moira, la cual se puso en pie sobre la cama y miró fijamente a
la puerta. Iba vestida con un camisón y se llevó las manos a la garganta—. ¡Les ordeno
que no salgan! ¡Tal vez no nos encuentren!
290
haciendo uso de la fuerza. ¡No voy a permitir que sigas sentada sobre ese trono robado
ni un solo momento más!
—Páralo ahí —ordenó Baine. Anduin pudo notar que todos los espectadores
volvían a la vez al presente y clavaban la mirada sobre Varian—. En esta escena, hemos
podido verlos tanto a ti como a la reina regente Moira Thaurissan, quien obviamente
sobrevivió a esa experiencia tan traumática. ¿Podrías explicarnos, por favor, qué estaba
pasando?
—Hubo bajas.
—Sí.
Anduin miró a Tyrande, quien se hallaba recostada sobre la silla, con los brazos
cruzados y un rostro cuidadosamente inescrutable. Anduin sabía que quería protestar,
pero no podía hacerlo, puesto que ya se habían negado esa posibilidad en esta fase del
proceso. Baine posó sus ojos sobre Kairoz y asintió para indicarle que continuara.
—¡Padre!
291
—No deberías estar aquí, Anduin. Vete, Este no es lugar para ti.
—Quizá lo sea por razón de su estirpe —gruñó Varian—, pero no está en sus
cabales. Se encuentra bajo un hechizo, hijo mío; Magni siempre pensó así. Ha intentado
retenerte como prisionero. Está reteniendo aquí a un buen número de gente sin ninguna
razón. ¡No puede ser una buena líder! ¡Va a destruir todo lo que Magni construyó!
¡Todo por lo que él... él murió!
Ahora que el Anduin del pasado se hallaba más cerca de su padre le tendió una
mano. Estaba muerto de miedo, pensó Anduin. Temía decir algo equivocado y que la
degollara, y que su muerte recayera sobre mi conciencia. Qué lejos fuimos todos.
Bueno, la mayoría.
—No está hechizada, padre. Magni prefería creer que eso era así a afrontar la
verdad... que había obligado a Moira a marcharse porque no era un heredero varón.
—Uno puede ser un hombre muy honorable y, aun así, cometer errores.
—Para —dijo Baine—. Rey Varian, ¿qué crees que quiso decir el príncipe
Anduin con esas palabras?
292
—Para —ordenó Baine—. Da la impresión de que querías matar a Moira no por
usurpar el trono de Ironforge, sino por poner en peligro a Anduin.
Varian asintió.
—Estaba... furioso. En esa época, mi hijo y yo teníamos una relación muy tensa,
y yo... —Intentó dar con las palabras adecuadas, pues era consciente de que los estaba
escuchando mucha gente—. Me sorprendí a mí mismo al darme cuenta de que no quería
perderlo de ninguna manera. Y en cuanto se halló a salvo... quise castigar a Moira por
haberme hecho sentir así.
—Anduin argumentó, con suma razón, que los enanos tenían derecho a decidir
su propio destino.
—Por mucho que deseara que no fuera verdad —le dijo a Moira, quien todavía
seguía en manos del rey—, tienes derecho legítimo al trono. Pero al igual que yo, Moira
Bronzebeard, necesitas ser mejor persona de lo que eres. Se necesita algo más que
pertenecer la estirpe correcta para gobernar como es debido a tu pueblo. Vas a tener que
ganarte ese honor.
293
—¿Lo ves, padre? —Dijo el Anduin de la Visión—. Sabías exactamente qué
había que hacer. Sabía qué harías lo correcto.
Varian sonrió.
—Necesitaba que alguien confiara en mí, para que yo pudiera acabar creyendo
en mí mismo —replicó.
—Otros parecen verlo con más claridad que yo mismo, así que sí.
—Tuve suerte, ya que contaba con gente que quería ayudarme y a la que
escuché —contestó Varian—. Ellos... bueno, a pesar de mi testarudez, ellos fueron
capaces de hacerme ver cómo me estaba comportando y fui consciente de que, si seguía
294
así, no conseguiría lo que quería lograr. Quería ser el mejor padre posible para un hijo
que no tenía madre. Quería ser el mejor gobernante para un pueblo que vivía tiempos
muy difíciles. Tenía la sensación de que eso era algo que les debía, que debía conseguir
que el reinado se centrara en atender sus necesidades... en mejorar sus vidas... y no en
satisfacer mis patéticos deseos e impulsos.
—No admito la protesta. Estoy de acuerdo con la defensa —replicó Taran Zhu,
quien asintió en dirección hacia Varian.
—Creo que, en su día, sí. Creo que todavía se preocupa por los orcos, pero no de
la Horda como un todo.
—Sí, mucho.
—Así que podríamos definirlo como alguien que se preocupa por los suyos, ya
que incluso tú, que eres su enemigo, reconoces que eso es así. Además, según tus
propias palabras, es muy inteligente. Algunos podrían describirte a ti del mismo modo,
majestad. Así que, dime, ¿crees que una persona así es capaz de cambiar?
—Limítate a responder la pregunta, por favor. ¿Sí o no? ¿Es posible que una
persona que se preocupa por su pueblo y que es muy inteligente cambie?
295
Varian frunció el ceño, abrió la boca y, al instante, la volvió a cerrar. Respiró
hondo y, entonces, respondió en voz baja:
—Sí. Es posible.
Tyrande, quien hasta hace unos instantes había dado la sensación de que a duras
penas lograba mantenerse sentada en su asiento, se puso ahora prácticamente de pie de
un salto para interrogar a Varian, quien parecía sentirse casi tan aliviado como ella.
—Majestad —dijo—, solo tengo que hacerte unas cuantas preguntas. En primer
lugar, ¿eres un genocida?
Baine gritó:
296
Anduin sabía que su padre, en cierto momento, habría preferido seguir llevando
una vida sencilla como Lo’Gosh, el gladiador, a ser el rey Varian.
—La defensa nos acaba de mostrar una escena en la que tú y varios miembros
del SI:7 se infiltraron en Ironforge, atacaron a la población y amenazaron a una mujer
desarmada. ¿Dirías que eso es algo que sueles hacer habitualmente? Responde.
—¡No!
297
—Muy bien. El juicio se suspende por hoy. Mañana se presentaran los alegatos
finales. Chu’shao, esa será su última oportunidad de dirigirse al jurado. Les sugiero que
no la malgasten.
298
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
DÍA NUEVE.
E ra el último día del juicio y una gran tensión reinaba en el ambiente.
Mientras Sylvanas se encaminaba hacia el templo, pasó junto a uno de los corredores de
apuestas goblin que, de momento, habían logrado eludir a los guardias pandaren.
—Eh, señorita —le dijo, con unas gafas colocadas sobre una amplia calva y los
botones del chaleco lustrosos y relucientes de un modo perfecto—. ¿Seguro que no
quieres hacer una apuesta?
—¿Cómo van las apuestas? —preguntó, a la vez que una sonrisa cobraba forma
en sus labios.
—¿Por ejemplo?
299
El goblin elevó la vista hacia ella, de tal modo que las gafas que llevaba hicieron
que sus diminutos ojos parecieran enormes de un modo perturbador.
—¿De verdad hay alguien que ha hecho esa apuesta? -—inquirió jocosamente.
—Te sorprendería qué apuestas hace la gente. Aunque, de todas maneras, todos
los días se dan resultados imposibles. Una vez vi cómo un vehículo de arrastre gnomo
de aspecto impecable que llevaba una ventaja de quince cuerpos en el último giro no
acababa esa vieja carrera del Circuito del Espejismo.
Oh, qué tentador era. Pero Sylvanas no podía arriesgarse a que el goblin
recordara la apuesta, así que se limitó a darle unas palmaditas en esa reluciente cabeza
verde y entró.
Esta noche, tras los alegatos finales, los Augustos Celestiales se retirarían para
deliberar, y Garrosh disfrutaría de su última cena. Sabía que iba ser pescado al curry
verde, ya que era el plato favorito de Garrosh; además, Vereesa le había confirmado que
eso era lo que se iba a servir. Pasara lo que pasase hoy en la sala del juicio, no iba a ser
nada más que un mero entretenimiento intrascendente. Los demás podían preocuparse y
arrugar el ceño inquietos cuanto quisieran; los demás podían debatir, discutir y enojarse
si así lo querían. Sylvanas y Vereesa eran las únicas que comprendían lo
maravillosamente absurdo que era todo eso.
Taran Zhu tuvo que golpear el gong unas cuantas veces más de lo habitual para
calmar los murmullos.
—Como estoy seguro de que todos saben a estas alturas, hoy es el último día del
juicio de Garrosh Hellscream. —En ese instante, miró a Tyrande—. Chu’shao
Whisperwind, ¿hay algún testigo que quieras llamar de nuevo a declarar?
Sylvanas se percató de que la elfa de la noche vestía una túnica más formal que
en las anteriores sesiones; sin lugar a dudas, porque preveía que iba a ganar, lo cual, en
otras circunstancias, Sylvanas habría celebrado encantada.
—No, Fa’shua.
300
de este juicio se conviertan en un circo, deseo informar a todos los presentes de lo que
deben esperar ver a continuación. El día de hoy transcurrirá de esta forma: la acusación
presentará su argumentación sobre por qué hay que ejecutar al acusado; después, la
defensa presentará su alegato para pedir que sea sentenciado a cadena perpetua; luego,
habrá un descanso de dos horas, para que el acusado pueda disfrutar de una comida que
podría ser la última antes de realizar una declaración definitiva por su parte si elige esa
opción.
301
***
—En mi alegato inicial —empezó a decir, con una voz melodiosa que se oía
perfectamente por toda la sala— señalé que se me había encomendado la misión más
sencilla. Mi tarea como acusación era demostrar con pruebas que Garrosh Hellscream
no se merecía una “segunda oportunidad”, no merecía “redimirse”, o cualquier otra
frase manida que haya utilizado la defensa para despertar sus simpatías. Incluso antes
de que yo hablara, Garrosh admitió haber cometido los delitos de los que se le ha
acusado y... —Sonrió levemente y se encogió de hombros—, Sin lugar a dudas,
recuerdan perfectamente la actitud que ha mostrado.
Tras deambular de aquí para allá, regresó al escritorio. Tyrande colocó con
sumo cuidado la piedra sobre la mesa, metió una mano en la bolsa, sacó una segunda
piedra y siguió hablando:
302
Jaina entendió ese gesto. Tragó saliva con dificultad y asintió. Si bien Tyrande
no reaccionó de un modo exagerado ante la respuesta de la archimaga, a esta le dio la
impresión de que la elfa parecía sentirse bastante aliviada. Una vez más, la suma
sacerdotisa colocó esas piedras sobre la mesa y sacó dos más de la bolsa. Las cuatro
formaban ahora una pequeña hilera situada en el borde del escritorio y más de uno las
observaba con curiosidad.
—En total, había diez cargos contra el acusado —afirmó Tyrande—, que han
sido refrendados en gran parte por muchos testimonios y pruebas. —Cogió más piedras
de la bolsa mientras hablaba y las colocó junto a las demás, prolongando así esa hilera
tan ordenada—. Genocidio. Asesinato. Desplazamiento masivo y forzoso de población.
Tortura. Asesinato de prisioneros. Embarazos forzados. Destrucción de ciudades,
pueblos y aldeas sin que mediara una justificación militar o una necesidad civil.
Tyrande se calló. Estudió minuciosamente las piedras y las contó de una manera
muy teatral.
—Aquí tenemos nueve piedras —Alzó la mirada hacia las tribunas y buscó con
sus ojos radiantes los rostros de los ahí congregados—. Tal vez se estén preguntando
por qué solo hay nueve, cuando acabo de decir que se habían presentado diez cargos
contra Garrosh, eso tiene fácil explicación: porque estas piedras no representan esas
acusaciones. —Volvió al escritorio y cogió la primera piedra, la cual escrutó—. Estas
piedras —dijo, recreándose— son más que unas meras representaciones. Son
fragmentos de esas tierras que siempre recordarán las atrocidades de Garrosh
Hellscream. Por ejemplo... esta fue recogida en Sierra Espolón, donde el Señor
Supremo Krom’gar asesinó a toda una aldea repleta de inocentes, pues quería seguir la
nueva filosofía que él creía que Garrosh había aplicado a la Horda. ¿Que cómo lo hizo?
Arrojando una bomba. Garrosh, no obstante, lo mató por haber cometido un acto
tan deshonroso.
—En esta hay restos de color rojo oscuro... ya que ha sido testigo de muchos
derramamientos de sangre. Fue recogida en la arena de Orgrimmar. —Tyrande la
señaló, pensativa—. El lugar donde se celebra el mak’gora. El lugar donde el padre de
Baine Bloodhoof fue asesinado de un modo traicionero.
Esta la colocó con suma delicadeza sobre la mesa y fue a por la tercera.
303
—Esta piedra mohosa es de Gilneas. Un lugar que fue atacado por Garrosh
Hellscream y donde... muchos cayeron. Esta otra es de... Azshara, de la hermosa y
otoñal Azshara, la cual ya no es tan hermosa, ¿verdad? No lo es porque Garrosh
Hellscream le entregó esa tierra a los goblins, quienes tallaron en ella un gigantesco
símbolo de la Horda con algunas máquinas ¡y quienes contaminaron tanto el agua que
ya ni siquiera se puede beber en la capital!
Al igual que había hecho con la primera, la volvió a colocar en su sitio sobre la
mesa con un golpe seco. Jaina pudo apreciar que en su semblante se dibujaba un gesto
de verdadero sufrimiento.
Una cautivada Jaina se preparó para el impacto violento de esa piedra. Sin
embargo, la elfa de la noche la colocó con suma delicadeza sobre el escritorio y la
acarició con honda tristeza antes de pasar a la siguiente. Esta parecía distinta a las
demás; parecía más bien un trozo de lava sólida sacada de un volcán. Jaina, de repente,
se dio cuenta de dónde la debía de haber cogido.
Solo quedaban tres. Jaina dirigió la mirada a la siguiente piedra de la fila. Era
gris y... suave, tan suave como una roca que hubiera sufrido erosión durante siglos por
culpa de la acción del agua. Tyrande la cogió, con el mismo cuidado que alguien
agarraría un frágil huevo, y miró directamente a Jaina.
304
La archimaga contuvo la respiración. Notó que Kalec la agarraba de la mano
con delicadeza, pues estaba dispuesto a retirarla de inmediato si ella no deseaba que la
reconfortara de esa manera.
Jaina ni siquiera lo miró, pues no podía apartar la vista de ese mero fragmento
de piedra. Al final, abrió la mano y entrelazó los dedos con los de su amado.
305
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
E l silencio reinó en la sala cuando Tyrande regresó a su asiento. Jaina casi
podía palpar el odio con que todo; el mundo contemplaba a Garrosh Hellscream. Tantas
vidas. Tanto dolor. Tanta destrucción. Y todo por culpa de un solo orco. ¡De uno solo!
¿Era posible que un solo individuo fuera capaz de hacer más daño que toda una raza
entera?
Uno solo —que estaba sentado ahí mismo—. Bastaría con una sola estocada
limpia, con una sola bola de fuego bien dirigida, para que todo acabara. De ese modo,
Garrosh Hellscream nunca volvería a hacer daño a nadie, jamás.
306
Se detuvo delante del escritorio de Tyrande, quien lo miró con curiosidad,
aunque también con cautela. Baine cogió la segunda piedra; la que procedía del lugar
del mak’gora. En esos instantes, Jaina estuvo segura de que estaba manchada de sangre,
por lo cual era muy probable que Tyrande la hubiera escogido, precisamente.
—Poder recoger estas piedras ha debido de ser algo tan satisfactorio para ella.
Poder pensar en lo que acaeció en esos lugares, donde tuvieron lugar unos hechos tan
trágicos como innecesarios. —En ese instante, cerró el puño, con ternura, en tomo a esa
pequeña piedra—. Poder sentarse con Chromie y rebuscar entre las corrientes
temporales alguna prueba que demostrara cada cargo, así como poder decirle al jurado y
los espectadores: “¡Miren esto! ¡Mírenlo, siéntanlo! ¡Esto... esto es lo que ha hecho
Garrosh Hellscream!”.
Pero ¿qué está haciendo?, se preguntó Jaina. ¿Acaso se está rindiendo? ¿Acaso
está admitiendo que defender a Garrosh era una misión imposible desde el principio?
—Así que fui a Thunder Bluff. A ese lugar que tanto mi padre como el Jefe de
Guerra Thrall habían tenido a bien dar a mi pueblo como hogar. Quería respirar su aire,
sentarme sobre sus piedras rojas y preguntarle a mi padre... ¿qué voy a hacer? —Baine
señaló entonces a Kador Cloudsong, que estaba sentado en una tribuna—. Pedí una
visión y me fue concedida.
En ese instante, a Baine le tembló levemente la voz y aferró con más fuerza si
cabe esa piedra que, posiblemente, estaba manchada con la sangre de su progenitor.
—Mi padre sabía que no podía dejarme llevar por el odio y el dolor, porque si lo
hacía, no podría ir con la cabeza erguida a ningún lado. Sabía que necesitaba decir que
sí, que debía defender a Garrosh de la mejor manera posible, con independencia del
veredicto, ya que si no, no conocería la paz. Sabía esto porque me conocía bien... y
también porque mi padre, que murió a manos de Garrosh, habría obrado de la misma
manera si siguiera vivo. Por eso acepté defender a Garrosh. Tras pasar muchas horas
con Kairoz, investigando ciertos eventos, tal y como Tyrande también había hecho,
descubrí que no había manera de poder defender de verdad a Garrosh Hellscream.
Simplemente, no la hay. La única “defensa” posible era ir más allá de los
acontecimientos y centrarse en lo que realmente importa.
307
Baine volvió a mirar esa piedra que reposaba sobre la enorme palma de su
mano.
—Tyrande ha hecho un gran esfuerzo para poder reunir estas piedras que nos ha
mostrado en su alegato final. Es un esfuerzo que no menosprecio, así como tampoco
desdeño el dolor que seguramente ha sentido mientras las reunía y meditaba sobre lo
que representaban. Pero he de decirles que por muy conmovedora que haya sido su
exposición... ha sido solo eso, una mera exposición, un mero espectáculo, como lo han
sido las Visiones del Tiempo, y en cierto modo como lo es la Feria de la Luna Negra,
con la que se ha comparado de manera despectiva a este juicio.
A Jaina la dominó la ira y se sintió muy ofendida... ¿Cómo podía hacer algo así?
¿Cómo podía destruir de un modo tan cruel lo que debería haber sido un recuerdo muy
valioso de su padre? Unos murmullos de disgusto se extendieron por toda la sala. Taran
Zhu cogió la maza y, al instante, esas murmuraciones desaparecieron.
Baine, que se mostró imperturbable ante la reacción que había causado, abrió la
mano y dejó que el polvo cayera lentamente al suelo.
—Al final, todo acaba siendo mero polvo. No somos nada más. Las piedras, los
árboles, las criaturas del campo y el bosque; los tauren, los elfos de la noche, los orcos...
en esto nos convertimos todos. Y da igual... da igual que muramos. Lo que realmente
importa es como hemos vivido.
—Solo cuando hay vida, las cosas pueden cambiar. Solo cuando estamos vivos,
podemos consolar a un amigo, o criar a un niño, o construir una ciudad. Mi padre vivió
con intensidad e hizo mucho bien. Me enseñó unas cuantas lecciones.
—Mi padre me dijo en su día que destruir era muy fácil, pero que crear algo que
perdurase, eso... eso era todo un reto.
Agarró otra piedra; la de Theramore, donde él, Jaina y Anduin habían hablado
de tantas cosas.
308
—Podría aplastarle el cráneo a Garrosh Hellscream con esta piedra. O... podría
utilizarla para construir una ciudad. Podría moler maíz con ella, o calentarla para
cocinar. Podría cubrirla con una pintura brillante y utilizarla en una ceremonia para
honrar a la Madre Tierra. Hagamos lo que hagamos con esta piedra, se convertirá en
polvo algún día. Lo único que importa es lo que hagamos con ella mientras estemos
vivos. Y creo que si realmente rebuscamos en lo más hondo de nuestro corazón, más
allá del miedo y las heridas que lo encallecen, sabremos que esto es verdad. Todos
hemos hecho cosas de las que estamos avergonzados. Todos hemos hecho cosas que
nos gustaría no haber hecho. Todos podemos convertimos en nuestra propia versión de
Garrosh Hellscream, es algo que llevamos dentro. Mientras contemplaba los eventos
que la Visión del Tiempo nos ha mostrado en este juicio, me he ido dando cuenta, poco
a poco, de ello. Vi cómo le sucedía eso mismo a Durotan, que atacó Telmor, el cual más
tarde fue desterrado por su propia gente por razón de sus creencias. A Gakkorg, quien
dejó de ser miembro del Kor’kron, un puesto muy envidiado, porque le repugnaba lo
que le ordenaron hacer con unas crías de magnatauro. Rey Varian —en ese instante,
Baine lo señaló—, una vez sostuviste una espada contra la garganta de una mujer
vestida solo con un camisón, que se hallaba indefensa. Y ahora, ambos son amigos y
aliados. Tomen el ejemplo de Alexstrasza, de la que abusaron terriblemente... pues es
capaz de perdonar con la misma intensidad que ha sufrido, porque sabe, como todos ya
deberíamos saber, que es la única manera de romper ese círculo vicioso.
***
Tal vez Baine no había convencido a todo el mundo, pero había planteado
muchas cosas dignas de reflexión, al menos para Jaina. Tanto su mente como su
309
corazón eran un torbellino de ideas y sentimientos mientras se marchaba de ahí tras
decretarse un receso de dos horas. Aunque Kalec le había preguntado si quería comer
con él, ella había declinado la invitación educadamente: “Tengo... tengo que pensar en
ciertas cosas”, le había dicho. Él había asentido, a pesar de haber sonreído, sus ojos
habían estado teñidos de tristeza.
Jaina fue a uno de los tenderetes a por un cuenco dé fideos y luego se dirigió a
una zona apartada a comer, bajo un cerezo en flor. Aunque le encantaban esos fideos y
la vista era espléndida, no prestó atención a ninguna de ambas cosas; simplemente, se
llevó la comida: a la boca y masticó de un modo mecánico.
No envidiaba la tarea que tenían por delante los Celestiales. Pensó en lo que
había visto y escuchado, en lo que se había visto obligada a decir. Pensó en Kinndy,
cuya vitalidad y alegría eran directamente proporcionales a la seriedad con la que se
tomaba las cosas y a su voluntad de hierro. Pensó en Kalec y en la encrucijada a la que
se enfrentaba. No dudaba de que la amara. Pero el corazón de su amado —que era
mejor, más fuerte y más generoso que el suyo, reflexionó fugaz y amargamente— era
incapaz de soportar la pesada carga de la virulencia del rencor que ella albergaba. Era
consciente de que eso le hacía mucho daño. Por tanto, el dragón podía quedarse y seguir
subiendo, o marcharse para volver a ser él mismo.
Tremenda encrucijada, pensó. No obstante, Baine tenía razón en una cosa. Ella
no quería ser como Garrosh. Pero y si sus papeles estuvieran intercambiados... ¿Garrosh
qué decisión habría tomado? ¿Qué le habría hecho a ella?
—¿Lady Jaina? —Se trataba de Jia Ji, uno de los mensajeros del tribunal, quien
hizo una honda reverencia—. Perdona que perturbe tu soledad. Tengo un mensaje para
ti.
310
Aunque Garrosh solo deja tierra quemada allá por donde pasa, los muertos no son sus
únicas víctimas. Pero no te culpo ni te odio, da igual lo que sientas respecto a
Garrosh... o la Horda.
—V
Jia hizo una profunda reverencia y se marchó para entregar este nuevo mensaje.
Jaina lo observó marchar, con una sonrisa todavía dibujada en la cara, que la hacía
sentirse mejor. Desde ese punto de vista privilegiado, contempló a la multitud que se
apelotonaba allá abajo. Solo una persona entre todos ellos tenía el pelo de un color
negro azulado, la cual estaba hablando con Varian y Anduin.
Mientras lo observaba, les estrechó las manos a ambos y, acto seguido, se alejó
apesadumbrado.
Se marcha.
—¡Kalec! —gritó, haciendo caso omiso a toda esa gente que giró la cabeza
hacia ella—. ¡Kalec!
Más que correr, voló. Tuvo que saltar ágilmente para esquivar alguna raíz aquí y
allá y también se trastabilló un poco. La muchedumbre se apartaba a su paso. Pero no
era consciente de ello ni tampoco le importaba. Tenía la mirada clavada en Kalecgos.
—¡Kalec!
311
le desbocó el corazón de alegría y, tras cubrir rápidamente la distancia que los separaba,
se arrojó a los brazos abiertos de su amado.
Ahí mismo, delante de todo el mundo, se besaron, con júbilo y pasión. Y Jaina
se sintió tremendamente agradecida.
312
CAPÍTULO TREINTA Y
TRES
—¡V ereesa! —Mu-Lam Shao saludó a su amiga de un modo
—Oh, no, quería asegurarme de que tenía la receta de este plato. Al parecer, es
muy popular aquí, si hasta un orco es capaz de comérselo...
Mu-Lam se rio entre dientes, con unas risitas generosas y una mirada reluciente.
—Oh, por supuesto —mintió con suma facilidad—. Te he cogido mucho cariño,
Mu-Lam.
313
Eso último era verdad, al menos.
—Toma... haz algo útil. Trocea esta albahaca y corta la finta del sol.
La finta del sol. Ahí estaban esas piezas de finta, que desprendían una fragancia
agria y deliciosa, a pesar de que todavía no habían sido troceadas. Vereesa manipuló el
cuchillo con sumo cuidado, para no cortarse de manera accidental.
Se estaban preparando ocho cenas, por lo cual Mu-Lam había sacado ocho
platitos de cerámica. Vereesa partió las fintas del sol en cuatro cachos cada una,
mientras Mu-Lam le explicaba todo lo que llevaba el pescado al curry, incluso cuáles
eran los ingredientes del curry. Vereesa no le prestó demasiada atención. En lo único
que podía pensar era en ver a Garrosh Hellscream muerto, a pesar de lo que había dicho
Baine Bloodhoof en su alegato final.
Rhonin estaba muerto, así que... Garrosh tenía que pagarlo de algún modo.
Vereesa pronunció esas palabras con brusquedad sin poder contenerse. Pero
Mu-Lam conocía la historia de Vereesa y sabía que había sufrido mucho, así que se
limitó a mirar a la elfa noble con compasión.
—Yo mañana me despertaré en esta hermosa tierra, donde hay comida de sobra
y tengo amigos y una familia que me quieren, donde realizo un trabajo digno y que
marca la diferencia. Decidan lo que decidan los Augustos Celestiales, Garrosh
Hellscream nunca podrá disfrutar de esas cosas. Cuando uno es consciente de esto, le
resulta muy fácil ser generoso.
Ahora.
314
Vereesa sacó disimuladamente la ampolla de la bolsa y le quitó el tapón. No le
temblaron las manos cuando echó tres gotas (aunque una habría sido más que
suficiente) en cada trozo. El líquido se disolvió con rapidez entre los jugos de esa fruta
tan sabrosa. Nadie habría podido adivinar que estaba envenenada. Vereesa volvió a
colocar el tapón en la ampolla y lo apretó con fuerza para sellarlo bien. Después, se lavó
las manos con jabón.
Ya estaba hecho.
—¡Cuando vuelvas, tráete a los niños! ¡Deben de ser unos niños muy guapos!
Sus niños.
Hacía mucho que no pensaba de verdad en ellos, ya que primero había tenido
que enfrentarse al problema de los Sunreavers y Lor’themar, después al asedio de
Orgrimmar y por último al juicio. Apenas había pasado algún tiempo con ellos en los
últimos años, ni siquiera justo después de...
Sí que eran guapos, pues tenían el pelo rojo de Rhonin y los ojos de ella;
Giramar era el mayor de los dos, aunque solo porque había nacido unos instantes antes,
y Galdin, el menor. De repente, Vereesa se dio cuenta de lo mucho que añoraba sus
315
risas y lo traviesos que solían ser ambos, a pesar de tener un corazón muy bondadoso.
Su padre estaría muy orgulloso de lo valientemente que...
—¿Vereesa?
Vereesa volvió al presente y se encontró cara a cara con otro muchacho muy
guapo, aunque mayor que sus gemelos. No obstante, este príncipe de pelo rubio tenía
mucho en común con ellos, pues también poseía una gran generosidad y un buen
corazón.
—Voy a ver a Garrosh. Hace unos días, pidió verme. He estado hablando con él
todos los días después del juicio. Tras la declaración de Alexstrasza, no quise volver a
verlo, pero... bueno, esta podría ser la última vez que voy a poder verlo. Creo que
debería hacerlo, aunque él se limite a gritarme otra vez.
—¿Vereesa?
—Creo que esto debe de ser cosa de la Luz —afirmó. Esas palabras brotaron
rápidamente de sus labios, a borbotones, antes de que el miedo y el odio le sellaran los
labios—. Esta decisión queda ahora en tus manos. La comida de Garrosh está
envenenada. Haz con este conocimiento lo que creas conveniente.
316
Iría en busca de Yu Fei y volvería a Dalaran, donde abrazaría con fuerza a sus
niños —a esos hijos tan afectuosos, vitales y cariñosos— y nunca jamás, se volvería a
plantear la posibilidad de renunciar a ellos.
***
—No, príncipe Anduin —contestó Lo—. Tal vez deberías ir a cenar y regresar
cuando estés más calmado.
El príncipe sintió tal alivio tras tanta tensión que se sintió casi sin fuerzas. Se rio
entrecortadamente.
317
Garrosh no se encontraba sentado sobre las pieles, como solía hacer
normalmente. Caminaba de un lado a otro del escaso espacio que había en su celda; por
suerte, solo podía mover los pies unos pocos centímetros cada vez. Furioso, alzó la vista
en cuanto la puerta se abrió y adoptó un semblante aún más sombrío al ver quién era.
Anduin se preparó para una batalla verbal, pero el orco no dijo nada, sino que se
limitó a seguir andando en ese espacio tan reducido.
Aunque era obvio que Garrosh no se esperaba que Anduin hubiera venido a
visitarlo, no parecía amargado, ni furioso, sino... resignado.
—Sí.
318
—¡Prefiero pudrirme en los confines más oscuros del Vacío Abisal a tener que
alegrarme de estar acompañado por un llorón como tú!—exclamó Garrosh, quien
cambió totalmente de actitud ante los ojos del príncipe.
—Te sientas ahí todos los días, con todo tu engreimiento y toda tu mojigatería
—continuó diciendo Garrosh, con un tono repleto de desprecio—. Tú y tu preciosa Luz.
Estás tan seguro de que, simplemente, con soportar todo lo que te diga y mostrarme lo
que el destino me depara serás capaz de hacerme cambiar. Todo el mundo quiere algo
de mí ahí fuera, muchacho, y tú también.
—Y eso lo sabes porque un niño adolescente humano lo sabe todo sobre la Luz,
por supuesto —comentó el orco de manera burlona, quien se echó a reír a continuación.
—Tú no sabes nada, muchacho. ¡Sigues estando muy verde, puesto que
abandonaste el útero de tu madre hace muy poco!
—Mi madre no tiene nada que ver con esto, Garrosh. Esto va sobre ti y sobre el
hecho de que, con casi toda seguridad, solo te quedan unas horas antes de que... ya
sabes...
319
—¡Esto va sobre lo que a mí me dé la gana! ¡Y yo digo que de lo que en
realidad estamos hablando aquí es de tu arrogancia, de la maldita arrogancia de la
Alianza, ya que ustedes siempre saben qué es lo mejor, qué es lo correcto, para todo el
mundo, incluso para mí!
—Atrás, Garrosh, ya sabes que no deseamos hacerte daño —le advirtió Lo.
—Escúchame tú, muchacho. Espero que vivas para llegar a ser rey. Porque esté
yo o no aquí para verlo, el día en que subas al trono, los orcos lo celebrarán. E iremos
por Stormwind, ¿Me has oído? Atravesaremos corriendo sus calles y mataremos a tu
gente. Ese cuerpecito blandengue que posees acabará clavado en una pica, paladín de la
paz, y quemaremos la ciudad alrededor de tu cadáver, mocoso. Y si existe un más allá al
que le lleve su apreciada Luz y tus padres acaban en él, te juro que desearán que la reina
Tiffin hubiera abortado.
Anduin había dejado de respirar. Tenía la sensación de que iba a estallar con una
ira colosal. Quería que Garrosh se callara para siempre, quería destrozarle la mente y
borrar de ella todo lo que conformaba la identidad de Garrosh Hellscream. Sabía cómo
utilizar la Luz. Ahora mismo, era capaz de usarla, no solo como un escudo para
proteger, o como un bálsamo para curar, sino como un arma para atacar.
Tal vez Vereesa había estado en lo cierto... quizá la Luz estaba obrando en esos
momentos y se iba a ocupar de Garrosh Hellscream. Lo único que tenía que hacer
Anduin era permanecer callado. Había sido un idiota al creer que podría ayudarlo, que,
de algún modo, podría abrirse paso hasta llegar a su corazón. Aunque el orco había
tenido razón en una cosa: nada bueno podría llegar nunca hasta su corazón, jamás.
320
Intentó matarte, pensó. Y te mataría ahora mismo si pudiera. Déjalo morir. El
mundo estaría mucho mejor sin él, de veras.
Tras lanzar un sollozo angustiado, que en parte era más bien un gruñido, Anduin
se echó hacia delante rápidamente y metió el brazo por la ventana encantada para
quitarle el cuenco de las manos de un golpe al orco. El cuenco repiqueteó al caer al
suelo y su contenido se esparció sobre las pieles.
Garrosh agarró a Anduin del brazo y tiró de él, logrando así que el príncipe se
estampara de cara contra los barrotes. Le retorció el brazo con fuerza, hasta colocárselo
en una posición casi imposible y Anduin profirió un grito ahogado.
—La comida... está envenenada —masculló Anduin, quien, presa del dolor,
tenía los dientes muy apretados.
—¡Mientes! ¡No puedo aplastarte ese flacucho gaznate tuyo por culpa de los
barrotes, pero te tengo agarrado del brazo y te lo podré arrancar de cuajo!
Algo pequeño se movió entonces cerca de los pies de Garrosh, lo cual atrajo la
atención de ambos. Se trataba de la rata que Anduin había visto en otra ocasión, la cual
había salido de su escondite atraída por el tentador aroma del pescado al curry. Se fue
hacia delante rauda y veloz, movió los bigotes mientras olisqueaba la comida y, a
continuación, se llevó un bocado con las patas delanteras y se dispuso a comer.
321
convulsiones. El hocico se le llenó de sangre y babas mientras se retorcía de agonía e
intentaba regresar a rastras a su agujero, a pesar de que sus miembros se negaban a
obedecerle. Entonces, se quedó quieta, afortunadamente para ella.
Anduin tragó saliva con dificultad, sin dejar de mirar en ningún momento a esa
rata. A continuación, apartó la vista de esa desagraciada criatura para comprobar que
Garrosh lo observaba con sumo detenimiento. El orco dejó de mirarlo y, al instante,
empujó al príncipe con tanta fuerza que el príncipe se trastabilló.
—Cuando Garrosh sea llevado a escuchar el veredicto —le dijo—, por favor...
quítenle las ataduras.
***
Había sido un día muy ajetreado para Jia Ji. Al ser uno de los mensajeros del
tribunal, había jurado que jamás revelaría el contenido de las misivas que llevaba ni a
quién se las había entregado ni quién las enviaba; además, sus servicios eran muy
demandados. En toda su carrera, jamás había trabajado tanto.
En primer lugar, tuvo que entregarle una carta del Jefe de Guerra Vol’jin a Lady
Jaina y luego transmitirle la respuesta verbal de esta dama al troll. Después, le tocó
322
entregar una nota de la general forestal Vereesa Windrunner a la hermana de esta. A
pesar de que la destinataria le había espetado un “¡Lárgate!” de muy malas maneras,
había aguardado a que le diera una respuesta que no se produjo. No obstante, sí pudo
entregarle un mensaje verbal a la general forestal... pero del príncipe Anduin, no de
Sylvanas. Yu Fei lo teletransportó mediante un portal a Dalaran, donde se encontró a
Vereesa sentada junto a una fuente mientras observaba a sus dos niños. Estaban jugando
a pedir deseos en la fuente y riéndose, y cada uno de ellos tenía un puñado de monedas
en la mano.
—General forestal —dijo, a la vez que hacía una honda reverencia—, te traigo
un mensaje.
La general forestal palideció levemente y se levantó del sitio donde había estado
sentada junto a la fuente. Los niños dejaron de jugar y la miraron preocupados.
—Ahora mismo vuelvo —les prometió y, acto seguido, se alejó de ellos para
que no pudieran oírlos.
Su rostro se relajó y la paz que sintió hizo que fuera de nuevo muy hermoso.
***
El caballo muerto galopaba tan rápido como lo había hecho en vida y nunca se
cansaba. Su jinete mataba con la misma celeridad que lo había hecho en vida y ella
tampoco se cansaba jamás. Los cadáveres cubrían todo el bosque desperdigados de un
modo caótico; lobos, osos, ciervos, arañas yacían por doquier. Cualquier cosa que
hubiera tenido la mala suerte de cruzarse en su camino había muerto, aunque no
siempre con rapidez y rara vez limpiamente.
323
La Reina Alma en Pena profirió el horrible chillido que solo podían lanzar los
que eran como ella, al que dotó de un nauseabundo toque de rabia y cierto sentimiento
de traición, al que tiñó con esa demencial pena que la dominaba. Un oso cayó,
debilitado y preso del pánico solo por culpa de ese chillido. Acribilló a flechazos la
gruesa piel marrón de esa bestia, que bramó de dolor a la vez que revolvía esa tierra
cubierta de musgo. Sylvanas se alimentó de su sufrimiento. Descabalgó de su
esquelética montura y arremetió contra un lobo, que se enfrentó a ella rugido a rugido
hasta que la Dama Oscura le arrancó la cabeza solo con sus manos.
El dolor era insoportable. Era ese mismo dolor, que se asemejaba tanto al dolor
que uno siente en un miembro amputado que ya no tiene, que había experimentado a lo
largo de los últimos días, cuando se había sentido tan feliz con Vereesa. Ahora, sin
embargo, la alegría que había acompañado a ese dolor se había esfumado y ya no
quedaba nada salvo el tormento.
El tormento y el odio.
Sylvanas cayó de rodillas y enterró la cara en las manos y lloró, lloró como un
niño desesperado, que lo hubiera perdido todo, absolutamente todo.
¡Lunita...!
Poco a poco, dejó de sollozar y esa paz tan gélida y familiar acabó con ese calor
que tanto le hacía sufrir. Sylvanas se puso en pie y se relamió la sangre de los labios.
324
una vez más, como siempre. Tras haberse serenado al llorar y haber cometido esa
masacre, se montó de nuevo en su caballo. Sylvanas Windrunner, la Reina Alma en
Pena de los renegados, nunca volvería a cometer el error de creer que sería capaz de
amar.
325
CAPÍTULO TREINTA Y
CUATRO
G o’el se sorprendió al ver que el asiento de Sylvanas estaba vacío, ya que
pensaba que, de todos los líderes de la Horda, era la que más odiaba a Garrosh de un
modo muy personal y virulento. ¿Qué era lo que había dicho Baine? Vol’jin le había
comentado al tauren: “Nadie conoce el odio mejor que la Dama Oscura. Y le encanta
que la venganza se sirva en frío”.
Aun así, el día en que Garrosh por fin iba a romper su silencio, ella no estaba ahí
para regodearse con su sufrimiento, lo cual era muy raro.
Hasta esos momentos, el juicio había generado más tensión de la que había
disipado. Muchos miembros de la Horda se quejaban de manera iracunda de que parecía
que Baine había defendido a Garrosh con demasiado ahínco y suma sinceridad. Las
tácticas que la defensa había empleado con Vol’jin y el propio Go’el habían levantado
326
ampollas, sin ningún género de dudas. Sin embargo, el alegato final de Baine había
mostrado bien a las claras cuáles eran las razones por las que el tauren había
considerado necesario hacer lo que había hecho, y Go’el lo entendía perfectamente. Aun
así, se alegraba de que todo esto llegara a su fin. Fuera cual fuese el veredicto alcanzado
por los Augustos Celestiales, sería todo un alivio.
Caminaba más erguido que antes y con un semblante cansado pero henchido de
dignidad.
—Me alegro de que Taran Zhu lo haya permitido —le comentó Go’el a
Aggra—. Puede ser muchas cosas, pero es sobre todo un guerrero. Debería encarar la
muerte como un orco, no como un animal.
—Hum —replicó Aggra—. Eres más generoso que yo. No creo que se merezca
ninguna muestra de respeto, ya que todo aquel que se le haya podido brindar en el
pasado, lo ha desperdiciado de mala manera.
***
327
A Anduin lo habían enseñado desde muy pequeño a permanecer sentado con
suma calma en toda ocasión formal. “Un príncipe no puede estar revolviéndose inquieto
en su asiento”, le habían dicho. Pero hoy, tras su encuentro primero con Vereesa y
luego con Garrosh, se hallaba muy nervioso y le costaba mucho no revolverse en su
asiento, por suerte, todo el mundo parecía encontrarse tan ansioso como él, aunque
esperaba que nadie hubiera tenido un receso como el suyo. Por la forma en que se
comportaban, Jaina y Kalec parecían haber tenido uno bastante provechoso, puesto que
se agarraban de la mano y daban la impresión de estar muy felices, de lo cual Anduin se
alegraba, pues quería que alguna cosa fuera bien, para variar.
—Lo estoy —aseveró Anduin, quien se dio cuenta en esos instantes que eso era
cierto. Había hecho todo lo que había podido por Garrosh y se sentía satisfecho, aunque
también un tanto nervioso.
Entonces, se percató de que algo se movía en una de las puertas—. Ahí está.
Mientras Garrosh avanzaba, Anduin pudo comprobar que Taran Zhu había
accedido a quitarle en parte las cadenas a Garrosh, tal y como había pedido el príncipe.
También le habían dado al orco una túnica limpia. Parecía estar mejor que cuando
Anduin lo había dejado; parecía más sereno e incluso tenía un porte más... digno.
—Esto... —dijo Varian—. ¿Dónde está Chromie? Creía que querría estar aquí
para ver esto.
Anduin echó un vistazo y comprobó que solo Kairoz estaba sentado a la mesa de
los dragones bronces, el cual seguía enredando con la Visión del Tiempo.
—No tengo ni idea —respondió. Acto seguido, centró su atención por entero en
Garrosh, a quien los guardias escoltaron hasta el centro de la estancia. A continuación,
328
cuatro de ellos retrocedieron. Solo quedaron dos junto al orco e incluso estos
permanecieron unos cuantos pasos por detrás de él mientras este miraba al fa’shua.
—Garrosh Hellscream —dijo Taran Zhu—. Has sido juzgado ante un tribunal
pandaren. Antes de que el jurado inicie sus deliberaciones para determinar tu destino,
¿hay algo que quieras decimos, a mí, al jurado o a algún espectador?
—Sí —contestó, con una voz potente que se pudo oír con suma facilidad en ese
amplio espacio—. Tengo algo que decir. Honorable Taran Zhu, Augustos Celestiales,
espectadores venidos de todos los rincones de Azeroth, he escuchado lo mismo que
ustedes han escuchado. He visto lo mismo que han visto. —En ese momento, se giró
para mirar a Tyrande, quien se hallaba sentada en silencio y sumamente tranquila—.
Tyrande Whisperwind ha presentado unos argumentos muy sólidos que me condenan,
lo cual ha suscitado la ira de algunos de ustedes y que incluso alguno pensara vengarse,
que alguno pensara matarme. No los culpo por ansiar algo así.
—Por otro lado, el príncipe Anduin Wrynn, quien tenía todo el derecho del
mundo a estar entre aquellos que piden a gritos mi muerte, decidió compartir varias
horas conmigo. Ante lo cual, yo he intentado asesinarlo de una manera brutal, cruel y
dolorosa. ¿Y cómo ha reaccionado? —Garrosh negó con la cabeza, como si no pudiera
creérselo—. Me ha hablado sobre la Luz. Me ha dicho que cree que soy capaz de
cambiar. Me ha brindado generosidad cuando yo solo le he ofrecido odio y violencia.
Es por él por quien me hallo ahora aquí ante ustedes, a la espera de una sentencia de
muerte que me permita morir como un guerrero y como un esclavo destrozado.
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Acto seguido, alzó esas manos esposadas e hizo una leve reverencia dirigida a
Anduin. Después, se giró para volver a contemplar a ese gentío.
—Oh, sí. Sé perfectamente que mis manos están manchadas de mucha sangre.
Sé perfectamente cuáles son las consecuencias de lo que he hecho y cuál ha sido la
magnitud de mis actos.
—Y ahora, en este lugar, en este momento, en que puedo hablar con total
libertad, en que puedo expresar lo que pasa por mi mente y mi corazón... he de decirles
la verdad: que...
Pero por lo visto, eso solo era el comienzo. Garrosh alzó sus brazos
encadenados y exclamó:
En ese instante, Anduin se dio cuenta de que su padre lo había estado llamando
por su nombre varias veces. Dirigió su mirada a Varian de un modo vacilante,
abrumado por la conmoción y la desilusión.
—Anduin —repitió Varian tal vez por tercera vez—. Vamos. Go’el quiere
hablar con nosotros y creo saber por qué.
330
Anduin asintió, se relamió los labios y negó con la cabeza mientras tanto él como
Varian se abrían paso hasta las escaleras. Y allá abajo Garrosh seguía hablando.
Anduin apretó los dientes. ¿Cómo había podido creer que Garrosh sería capaz
de cambiar?
—¡Las únicas “atrocidades” de las que me arrepiento son las que no pude llevar
a cabo! —gritó el orco, quien sonrió ferozmente al contemplar el caos que había
desatado—. ¡Lo único que lamento es que lograran detenerme antes de que pudiera ver
el renacimiento de la verdadera Horda!
Anduin y su padre se dirigieron a una de las puertas, donde Go’el los estaba
esperando.
***
Con gran agilidad, Anduin bajó corriendo las escaleras que llevaban hasta la
celda de Garrosh, pues quería preguntarles a los hermanos Chu si habían visto a
Chromie y pedirles que se mantuvieran alerta si aún no la habían visto. Dobló la
esquina y se frenó tras deslizarse un poco.
331
descuidado. Las cadenas que hasta entonces se habían empleado para atar a Garrosh se
hallaban ahora colocadas alrededor de esos cuerpos robustos; además, los habían
amordazado.
—Han sido dos... mujeres —masculló Li, a la vez que Anduin se volvía hacia
Lo Chu e imploraba a la Luz que curase al otro gemelo—. Iban armadas con unas
ballestas... no deberían haber tenido armas, pero las tenían.
Entonces, el gran chichón que Lo tenía en la cabeza fue menguando bajo las
manos del príncipe. El pandaren parpadeó al recuperar la consciencia.
—Si portaban unas ballestas, tienen suerte de seguir vivos —señaló Anduin,
quien se preguntó quiénes podían ser esas guerreras y para qué habían venido—. Voy a
quitarle estas cadenas. —Sabía que Lo Chu llevaba las llaves de ambas cadenas y de la
puerta en esa bolsa que siempre llevaba colgando a un costado. Anduin estiró el brazo
para cogerla, pero de repente frunció el ceño—. Lo, ¿dónde están las llaves?
—¡Anduin!
La dragona tuvo que gritar para que su aguda voz de gnomo pudiera ser
escuchada a través de esa gruesa puerta. El príncipe se sintió tan aliviado que se le
hundieron los hombros.
332
—¡Ha sido Kairoz!
—¡Por favor, escúchame, no nos queda mucho tiempo! —De un modo muy
obediente, Anduin pegó la oreja a la puerta—. Creo que va a hacerle algo a la Visión
del Tiempo. Le sorprendí manipulándola y, cuando le pregunte qué hacía, me soltó una
excusa, me dijo que la estaba “cerrando”. Entonces, lo acribillé a preguntas y luego...
luego me desperté encerrada aquí. ¡Tienes que impedir que haga lo que sea que haya
planeado! ¡Por favor, date prisa!
—Eso les vendrá bien —dijo alguien de voz suave y sedosa—. A Li sobre todo.
Anduin se giró con el corazón en un puño al sufrir otra traición más en ese
funesto día.
—Dos mujeres con ballestas —dijo con amargura—. Eran una orco y una
humana, ¿verdad, Li? Debería habérmelo imaginado.
—Tal vez deberías haberlo hecho, pero no eres por naturaleza una persona
desconfiada que sea capaz de detectar la traición, Anduin Wrynn —replicó Wrathion,
quien esbozó una triste sonrisa—. Si esto te sirve de consuelo, he de confesar que
lamento mucho lo que ahora voy a tener que hacer.
—¿Por qué iba a hacer algo así? Mira a los hermanos Chu. Siguen vivos, aunque
he de reconocer que sufren un terrible dolor de cabeza y me importan mucho menos que
tú.
333
—Wrathion, ¿qué está ocurriendo aquí? ¿Qué estás haciendo?
—En su día, me pediste que observara y escuchara, y que decidiera qué era lo
mejor para Azeroth. He hecho exactamente lo que me pediste. Eres el heredero al trono
de Stormwind. Tienes la obligación de... mantener tu reino a salvo. Haces lo que crees
que es mejor para él y su gente. Como soy el último dragón negro, la responsabilidad
que asumía en el pasado mi Vuelo recae únicamente sobre mis hombros... la
responsabilidad de mantener a salvo Azeroth. Es una obligación que debo honrar.
—En este caso, te aseguro que el fin justifica los medios. Albergo la esperanza
de que algún día lo entiendas. Y ese día, tú y yo nos enfrentaremos a un terrible
enemigo. Tal vez incluso lo hagamos como hermanos.
—No tienes que hacerlo de este modo. Explícame qué está pasando. Podemos
colaborar, podemos hallar la manera de...
334
CAPÍTULO TREINTA Y
CINCO
—¡N ada... nada en este mundo puede detenerme! —bramó Garrosh,
alzando unos puños todavía encadenados, que agitó en el aire en señal de triunfo.
En ese momento, Jaina se dio cuenta de qué era lo que tanto le había estado
inquietando. Todo el mundo había estado tenso... Garrosh, Taran Zhu, los guardias, los
espectadores. Sin embargo, Kairoz se había limitado a estar junto a la mesa, con una
leve sonrisa dibujada en su apuesto rostro. En un mero instante, todas las piezas del
rompecabezas encajaron en su sitio. Mientras Jaina inspiraba aire para poder lanzar una
advertencia a gritos a Taran Zhu, el dragón bronce extendió lánguidamente un brazo
muy esbelto, sin apartar la mirada del vociferante Garrosh, y empujó a la Visión del
Tiempo hacia el borde de la mesa justo lo necesario.
—¡No! —exclamó Jaina, cuya voz se perdió en el furor mientras, casi a cámara
lenta, vio cómo la Visión del Templo se desplomaba hacia el inmisericorde suelo de
piedra. Mientras caía, se dio la vuelta y las arenas de su interior brillaron, de modo que
esos diminutos dragones ornamentales de metal adheridos a ella se despertaron,
extendieron las alas y volaron.
335
desgarro en el espacio-tiempo. Dio la impresión de que Garrosh atravesaba el suelo
directamente y de que otros seres surgían de él.
Su mirada se vio atraída por una mujer que solo tenía un mechón dorado en su
pelo blanco, que iba ataviada con un vestido flojo de color blanco, púrpura y azul, y
portaba una vara ornamentada. Esa mujer tenía un rictus muy serio dibujado en su
semblante y sus ojos refulgían con un color azul pálido. Sobre ella, flotaba un dragón
azul lo bastante grande como para poder agarrarla con sus zarpas delanteras. Un dragón
espléndido que tenía todas las tonalidades propias del cielo y el hielo y que reía de un
modo demencial. Junto a la mujer de pelo blanco, se encontraba una elfa de la noche de
facciones frías y crueles y junto a esta...
Pero su amado ya se hallaba en pie, corriendo hacia ese suelo abierto, en busca
de un espacio lo suficientemente grande donde pudiera transformarse. Jaina asumió de
inmediato que debía batallar, por lo cual despejó su mente, que se halló entonces más
clara de lo que había estado a lo largo de todo el juicio. Ella y Kalec contaban con una
ventaja que muchos otros no tenían. Al haber caído el campo de atenuación, volvían a
disponer de sus armas.
La otra Jaina se volvió e interceptó la bola de fuego con una descarga de pura
energía arcana. Una gélida sonrisa afeó su rostro y la verdadera Jaina se preguntó por un
instante: Sé exactamente lo que va a hacer y ella también... ¿Cómo voy a luchar
conmigo misma?
***
336
Go’el y Varian estaban apoyados sobre una de las columnas de piedra que
flanqueaban la entrada al templo mientras escuchaban cómo Garrosh Hellscream se
despachaba a gusto.
—Con cada palabra que pronuncia, se está cavando su propia tumba —afirmó
Go’el, a la vez que negaba con la cabeza—. Qué pena.
Varian hizo ademán de asentir, pero al final optó por ladear la cabeza y fruncir
levemente el ceño. De inmediato, Go’el dejó de prestar atención al frenético caos que
reinaba en el interior del templo y aguzó el oído. Ahora él también podía oírlo, aunque
todavía era un ruido muy tenue, pero iba en aumento. Era un algo rítmico pero errático,
como el batir de muchas...
—Alas —dijo bruscamente Varian. A la vez que pronunciaba esa palabra, otro
ruido resultó audible; este era más regular y vibrante, un wump-wump-wump muy
cadencioso.
Go’el se llevó una mano a los ojos para protegérselos de esa turbulenta tormenta
de energía, que emitía un estruendo que casi tapaba los gritos de la multitud, aunque no
del todo. De repente, se abrió una grieta temporal descomunal. Un impotente y furioso
Go’el contempló, con los ojos entornados, cómo Kairoz y Garrosh desaparecían en ese
suelo, con una enorme sonrisa victoriosa dibujada en sus rostros. Go’el esperaba que
ese desgarro se cerrara solo, pero Kairoz no había dejado nada al albur del azar. Donde
antes solo había habido dos seres, ahora se encontraban diez, a los que Go’el conocía
perfectamente. Sus ojos se posaron de inmediato en el fuerte orco que iba ataviado con
una tradicional armadura humana de placas. Sobre su reluciente pecho portaba un
tabardo rojo y dorado, con el símbolo de un halcón negro. Ese orco blandía una colosal
hacha de batalla y, con la misma celeridad que sus compañeros, arremetió directamente
contra esos asientos repletos de espectadores que no paraban de chillar.
337
Go’el conocía ese símbolo. Era el mismo que había llevado un enemigo
procedente de otra línea temporal que había venido a asesinarlo y al que Go’el había
acabado matando, como iba a matar también a este.
***
Zaela se echó a reír al ver que el Vuelo de Dragón Infinito, con sus leales orcos
Dragonmaw montados sobre sus espaldas, se aproximaba al Templo del Dragón Blanco.
Dentro de él, su Jefe de Guerra estaba escapando, gracias a Kairozdormu. Se acordó de
cuando había conocido al dragón bronce en Grim Batol, en la misma sala donde
Alexstrasza había sido mantenido cautiva por los Dragonmaw hace muchos años.
—Te daré a ti, líder de los Dragonmaw, un ejército dracónico que comandarás
—le había dicho.
338
Era un plan muy elegante. Además, a Zaela no le importaba matar a algunos
miembros de la Horda en ese ataque. Desde su punto de vista, los verdaderos miembros
de la auténtica Horda eran los que ahora se hallaban con ella.
Tuvo ciertas dificultades para contener su agresividad normal con el dragón que
ahora cabalgaba. Ese dragón infinito no era una bestia de carga a la que había
subyugado, sino un aliado que colaboraba con ella gracias a Kairoz. La orco se inclinó
hacia la izquierda y el dragón, cuyas alas membranosas eran del agradable color del
metal de las armas, se ladeó y la acercó al zepelín de Harrowmeiser, que había sido
reparado lo mejor posible.
—¿Tu simpática tripulación está preparada? —preguntó a voz en grito para que
se la pudiera oír sobre ese traqueteo.
El goblin miró para atrás, hacia esa cubierta repleta de piratas, todos ellos
armados hasta los dientes, y le indicó a Zaela con el pulgar que todo estaba listo. Si
bien, en un principio, algunos de los piratas habían querido asesinar a Harrowmeiser, la
promesa de que iban a obtener mucho oro los había aplacado.
—Sí, aunque hay algunos que no se fían del todo de los paracaídas, lo cual me
ofende terriblemente. Shokia está en posición en la proa, dispuesta a acabar con los
rezagados y ciertos objetivos estratégicos, y Thalen se encuentra en popa preparado
para hacer lo mismo. Así que... —en ese instante, señaló a la bola y la cadena que
seguía teniendo atada a cada pie— ...¿cuándo me van a quitar esto?
—Eh, oye, no toquen eso... ¡No, no beban eso, por amor de...!
A pesar de que no habían contado con los medios necesarios para construir otra
arma de maná que se aproximara un poco a la potencia de la bomba que había reducido
339
a esa ciudad antaño tan orgullosa de la Alianza a una mera escombrera, Thalen había
logrado fabricar varias decenas de bombas más pequeñas. Esos dos recientes aliados
que se respetaban en grado sumo habían aunado esfuerzos al máximo, de tal modo que
Harrowmeiser había mejorado las granadas de maná de Thalen al equiparlas con unos
temporizadores aleatorios. El enemigo las tomaría por bombas defectuosas cuando en
realidad explotarían al azar y, con suerte, en el peor momento posible. Cada jinete de
dragón iba equipado con al menos dos o tres y, con cada víctima que se cobrasen,
insuflarían más ánimos a sus fuerzas. Zaela ya podía divisar el templo, que se extendía
ante ella sin saber que la serenidad que reinaba ahí iba a ser interrumpida bruscamente.
Sus puentes, sus pasarelas y sus pequeñas pagodas estaban repletas de pandaren; su
parte central, de enemigos de Garrosh Hellscream.
Una energía violeta los atravesó y Zaela lanzó un aullido de júbilo. Kairoz había
desactivado el campo de atenuación, tal y como les había asegurado que haría. Metió
una mano en su bolsa, de la que extrajo una pequeña esfera. La líder de los Dragonmaw
lanzó su primera granada de maná y sonrió de oreja a oreja al contemplar esa pequeña
explosión lavanda.
***
Anduin parpadeó y logró vislumbrar algo a través de esa neblina de dolor que le
embotaba los sentidos. Oyó a Chromie gritar su nombre, así como otros ruidos que
procedían de la planta de arriba, que no eran ya solo los gritos que había escuchado
antes. No podía identificar qué era ese clamor. Con sumo cuidado, se palpó la parte
posterior de la cabeza. Siseó al sentir que el dolor aumentaba de manera exponencial.
Notó que tenía un chichón del tamaño de un huevo y comprobó que la mano se le había
manchado de rojo. El fragor continuaba y, de repente, todo encajó en su sitio.
340
—¿Anduin?
Ya, pero tengo que hacerlo, porque esto es responsabilidad mía, pensó un
desesperado Anduin, aunque no lo dijo. Ignorando las protestas de estos, subió por las
escaleras haciendo un terrible esfuerzo y todo un ejercicio de voluntad y, en cuanto
atravesó dando tumbos la puerta, se preguntó si no estaría alucinando.
También supo quién era ese chico humano de pelo rubio que portaba el atuendo
de coronación de un rey de Stormwind, el cual se hallaba hecho un ovillo en el suelo,
con las rodillas muy pegadas al pecho, paralizado de terror, mientras aferraba con
fuerza a Fearbreaker, lo que resultaba bastante irónico.
Entonces, recordó las palabras de Wrathion: “Temo que seas muy blando como
para poder llevar la corona de tu reino, príncipe Anduin”. En otra corriente temporal,
al menos, ese dragón traicionero había estado en lo cierto. Anduin logró abandonar su
estado de parálisis y corrió hacia el otro muchacho, al que tendió la mano. De
improviso, el joven rey de Stormwind chilló:
—¡A tu espalda!
Y se tapó la cara.
341
—Eres rápido, principito, pero eso da igual, porque me voy quedar con tus
orejas —dijo Vol’jin.
Anduin miró fijamente a ese troll gigantesco mientras este se enderezaba todo lo
largo que era y alzaba la guja. El príncipe se abalanzó sobre el otro Anduin, le arrebató
a Fearbreaker y alzó la maza. Desprendió un resplandor brillante, lo cual provocó que
Vol’jin gruñera de dolor. Momento que Anduin aprovechó para trazar un arco muy
suave y un tanto lento con Fearbreaker.
—Vas a sufrir por esto, principito —le prometió—. ¡Bwonsamdi va a tener que
esperar muy poco para recibir a tu espíritu!
342
De improviso, una gigantesca garra dorada, que parecía surgida de la nada,
agarró a Vol’jin, al que lanzó hacia el otro lado de la estancia. Chromie agachó su
enorme cabeza sobre Anduin.
—¿Estás bien?
Estaba bien pero se sentía morir al mismo tiempo, por lo cual no supo qué
responder. Anduin se acercó a su otro yo, con la esperanza de poder llegar a tiempo para
salvarlo. Rápidamente, murmuró una oración y la herida dejó de sangrar, pero por el
lívido rostro que tenía el rey, pudo deducir que solo había demorado su muerte y no la
había evitado.
Meció al rey en sus brazos, a la vez que notaba cómo la sangre le empapaba la
camisa. La guja de Vol’jin se había clavado muy hondo.
No podía apartar la mirada de ese rostro pálido e inmóvil... que era también su
cara...
343
—Sí, lo estoy —replicó el príncipe—. Me has salvado.
—¿Ah... sí? —A pesar de que ahora hablaba con un hilo de voz, el rey parecía
sentirse bastante satisfecho. Se rio entre dientes y, a continuación, esbozó un gesto de
dolor—. Tenía tanto miedo... No podía hacer nada, pero al verlo...
Anduin abrazó con más fuerza si cabe al muchacho, aunque tuvo cuidado de no
lastimarle aún más la herida.
—Tengo miedo...
—No lo tengas —replicó—. Muy pronto estarás con mamá y... y papá.
—Sí, lo está.
—Eres tan mal mentiroso como yo. —Entonces, la sonrisa se esfumó por
completo—. Dile que lo quiero.
—Lo haré.
344
El rey suspiró suavemente y su pecho no volvió a elevarse. Su piel palideció aún
más de lo que le correspondería por el mero hecho de haber sufrido la solemne caricia
de la muerte. Para sorpresa de Anduin, el cuerpo del rey irradió una luz tenue y pura y,
acto seguido, desapareció.
345
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
U nos guardias armados irrumpieron raudos y veloces. Un pandaren lanzó
una pequeña hacha hacia Baine. El tauren la cogió con gran facilidad con una sola mano
a la vez que corría hacia los dos Thrall que se hallaban enzarzados en combate. Dio
gracias porque Go’el iba vestido como un chamán, ya que no se les podía distinguir de
ninguna manera, salvo por lo que llevaban puesto y el arma que blandían. En cuanto los
alcanzó, se encontró paralizado a mitad de una zancada y tuvo que hacer un esfuerzo
para mantener el equilibrio. Oyó el bramido de una risa dracónica y alzó la mirada.
Entonces, vio a un demente Kalecgos que le mostraba una amplia sonrisa. Esta
encarnación del dragón azul no estaba en sus cabales, y esa era la única razón por la que
ahí dentro no había más muertos. Daba la sensación de que atacaba tanto a amigos
como enemigos y de que carecía de una estrategia de batalla.
Aunque su contrapartida sí la tenía. Cargó contra su otro yo, logrando así que el
loco Kalecgos dejara de prestar atención a Baine. Mientras tanto, los dos orcos seguían
luchando, pero el otro Thrall parecía hallarse en desventaja. Por supuesto, pensó Baine.
El Thrall alternativo no había tenido la oportunidad de ser adiestrado como chamán,
mientas que Go’el era un maestro chamán y no solo un guerrero curtido en mil batallas.
Baine casi había alcanzado a los dos cuando intuyó, más que vio, un ataque.
Apenas tuvo tiempo para volverse y desviar el golpe de una enorme maza que era
blandida por lo que parecía ser una montaña con armadura que había cobrado vida
rápidamente de un modo engañoso. En ese instante, clavó la mirada en sus propios ojos.
Su otro yo pareció sorprendido y retrocedió momentáneamente, lo cual Baine
aprovechó para recordar que solo iba vestido con una ropa muy liviana y que no portaba
una armadura de cuerpo entero como su yo alternativo.
Por el rabillo del ojo, Baine se percató de que los Celestiales no se habían
movido de ahí y, de repente, la furia se adueñó de él. ¿Acaso no veían que había gente
que estaba muriendo? ¿Acaso estaban “tan por encima de todas las cosas” que no se
iban a dignar a ayudar?
346
En ese momento, como si hubieran escuchado sus pensamientos, se oyó un
grito, que atravesó el fragor y la cacofonía de la batalla. Se trataba de una voz potente,
profunda y rica en matices, que procedía de las fauces de un tigre, que era tanto un
ruego como una advertencia; era la voz de aquel al que estaba consagrado ese templo...
la voz de Xuen.
Esos yo alternativos contra los que él, Go’el y los demás estaban batallando no
eran unas encamaciones escogidas al azar. Kairoz había escogido de un modo
deliberado a las más siniestras, desequilibradas y belicosas versiones que había podido
hallar. Kalecgos estaba loco. Thrall era el campeón del odiado Aedelas Blackmoore. El
propio Baine era el Jefe de Guerra de la Horda y, de algún modo, sabía que su otro yo
había obtenido ese cargo tras haber asesinado a Garrosh Hellscream para vengar la
muerte de Cairne Bloodhoof.
Tras lanzar un rugido, cargó contra Baine, quien logró detener la cabeza de
maza con la hoja de su hacha; ambas armas chocaron estruendosamente. Las palabras
que había pronunciado Baine en el alegato final volvieron entonces a su memoria, tan
claras y diáfanas como los cristales de los draenei: “Todos podemos convertimos en
nuestra propia versión de Garrosh Hellscream, es algo que llevamos dentro”.
—¡Ellos son lo que todos podríamos haber sido! ¡No son el enemigo, sino
nosotros mismos! —le gritó a la multitud—. ¡No podemos luchar contra ellos, solo
podemos aceptarlos!
Súbitamente, Baine se sintió invadido por una energía especial; por la fuerza, el
don de Niuzao. Al desviar otro golpe, Baine notó que su brazo era más fuerte que
347
nunca. Cuanto más se abría a lo que los Celestiales intentaban decirle, más era capaz de
aceptar sus dones.
Una vez más, el otro Baine atacó, pero esta vez, logró alcanzar con la maza a su
contrapartida en el hombro. Baine gruñó, pero no contraatacó.
Al instante, el otro toro cargó. Aunque esta vez, se dejó llevar por la ira y se
descuidó. Baine lo alcanzó, pero utilizó la parte roma de esa pequeña hacha para no
lastimarlo.
—Nuestro amigo Go’el, al que tal vez conozcas como Thrall, me dijo en su día
que, aunque nos hallemos en otra línea temporal, en el fondo, seguimos siendo los
mismos. Y nuestro padre, Cairne, me dijo en su momento que era más difícil, pero
mucho mejor...
***
348
Kalec sabía que de todos esos combatientes desplazados de sus verdaderas
corrientes temporales, su doble maligno era el que suponía una mayor amenaza. No solo
era un dragón, sino que el Kalecgos alternativo estaba loco, sin lugar a dudas.
Y eso lo aterrorizaba.
Solo él sabía lo cerca que había bordeado la locura por culpa de la tremenda
pena que sintió tras la muerte de Anveena; solo Jaina sabía que había estado a punto de
perder su identidad al revivir el alba de los Aspectos a través de los ojos de Malygos, de
perderse y dejarse llevar por la locura. Esa versión alternativa a la que se enfrentaba era
más posible de lo que le gustaba admitir.
Había escuchado las palabras de Baine, pero ¿cómo iba a poder aceptar alguna
vez algo así? Mientras se planteaba mentalmente esa desesperada pregunta, el dragón
azul descendió en picado y atacó con la cola, alcanzando a un grupo apiñado de
espectadores, algunos de los cuales ya no se levantaron.
—¿Por qué no? —preguntó con un tono implorante—. Déjales odiarme. ¡Deja
que acaben conmigo! ¡Por favor!
Kalec también había vivido momentos muy oscuros. Sin embargo, nunca había
sentido lo que el dragón que se encontraba ante él estaba sintiendo.
—¿Qué?
349
Kalec no se lo podía creer, aunque, presa del espanto, se lo acabo creyendo. Este
Kalecgos tan destrozado no había sido capaz de persuadir a la Jaina de su línea temporal
de que no destruyera Orgrimmar. La guerra subsiguiente había barrido de la faz de la
Tierra al Vuelo de Dragón Azul entero. Por un momento, Kalec no pudo hacer más que
retroceder estupefacto e incluso notó la leve caricia de la demencia. Entonces, su mente
se aclaró y supo cómo podía alcanzar el alma de Kalecgos.
—No fue culpa tuya —afirmó—. Fue Jaina quien tomó esa decisión. Optó por
no escucharlos ni a ti, ni a Go’el.
—¡Para ti es tan fácil decirlo! ¡Tu Jaina sigue viva! ¡Y te ama! —vociferó
Kalecgos y, de repente, se calló—. Te... ama, ¿verdad?
—Sí. Pero todavía recorre un camino lleno de sombras. Y solo ella puede decir
si decide apartarse definitivamente de él o no. ¿No lo entiendes? —inquirió un
suplicante Kalec—. Somos iguales.
—¿Y... Anveena?
Se refería a la otra persona que había amado con todo su corazón a lo largo de
su existencia.
Y entonces, desapareció.
350
***
Varian se dio cuenta de que había estado deseando que se produjera esa batalla,
aunque tuviera sentimientos encontrados al respecto. El juicio había sido un calvario
mayor de lo que había esperado y dio la bienvenida a la oportunidad que le brindaba ese
combate de poder hacer algo útil en el plano físico y que era correcto, indudablemente.
Iba a ser una carrera muy larga y espantosa hasta llegar a un lugar seguro... si es
que ese lugar existía. El templo apenas contaba con defensas para protegerse de un
ataque aéreo. Era un lugar para entrenarse y aprender a luchar, donde se valoraba la
fuerza... la fuerza del cuerpo y la voluntad, no de la magia ni de las máquinas de guerra.
Eso, pensó, es la mayor debilidad de Pandaria y, en cierto modo, lo que la hace tan
especial. Estaba dispuesto a morir protegiendo esa tierra.
Se hallaba junto a un brasero del patio, agarró lo mejor posible esa espada que
había que agarrar con dos manos y dio saltitos, repartiendo el peso de una pierna a otra
a cada brinco. La sed de batalla se estaba adueñando de él y la recibía con sumo agrado.
A su lado, había varios monjes pandaren, cuyos nombres no conocía. Aunque parecían
serenos, Varian sabían que estaban preparados para luchar.
351
En un principio, sus enemigos eran unas meras motas que se iban acercando más
y más. Varían entornó la mirada.
Varian albergó una terrible sospecha. Ya no existían los dragones negros, de eso
no cabía duda. Y el Vuelo de Dragón Crepuscular también había desaparecido.
—No me han dado ninguna explicación clara, pero me han dicho que algo le ha
pasado a la Visión del Tiempo.
En ese momento, el dragón del líder cayó en picado y exhaló una nube negra de
arena turbulenta. ¡El campo de atenuación había caído! Una amplia y cruel sonrisa
cobró forma en los labios de Varían.
Cerca, una bruja humana, una mujer cuyo joven rostro no encajaba para nada
con su pelo blanco, se agachó para acariciar distraídamente a una de esas bestias, a la
que llamó “buen cachorro”. Por lo que Varían recordaba, estos demonios en particular
352
se alimentaban de magia. El rey sonrió ampliamente, y la hermosa joven que trataba a
los demonios de manera tan afectuosa le guiñó un ojo.
Sus palabras animaron a los brujos, que reanudaron sus ataques. Un par de orcos
cayeron de sus monturas y, tras dar vueltas en el aire, se precipitaron al agua si tuvieron
suerte, o se estamparon contra la piedra si no la tuvieron. Un mago renegado lanzó una
bola de fuego muy sólida y potente con la intención de atravesar y quemar el ala
membranosa de un dragón infinito. El dragón gritó de dolor, aleteó de manera errática
y, por último, se estrelló contra el suelo delante de las escaleras del templo principal. A
pesar de que intentó elevarse en el aire, no pudo hacerlo, puesto que aquellos que no
dominaban la magia se le echaron encima de un modo inmisericorde.
No obstante, esas flechas no eran lo único que los Dragonmaw utilizaban como
misiles. Dos granadas de maná más impactaron contra el suelo, generando unos globos
impíos que provocaban una muerte arcana instantánea; además, en esos mismos
instantes, sus propios magos lanzaban una lluvia de fuego y hielo sobre sus rivales.
353
Los dragones se ladearon y giraron hacia arriba, para alejarse de la ruta que
seguían para acribillar al adversario, para dejar paso a un zepelín goblin que se colocó
traqueteando en posición. Durante un breve y espantoso instante, Varian pensó que, de
alguna manera, los Dragonmaw habían logrado improvisar otra bomba de maná como la
que había arrasado Theramore; sin embargo, el zepelín no parecía llevar ninguna carga
explosiva. Entonces, ¿por qué...?
Acto seguido, arremetió contra el primer pirata, quien todavía intentaba quitarse
el paracaídas como podía. Si bien a este le resultó muy fácil matarlo, los demás ya se
habían librado de sus respectivos paracaídas y estaban convergiendo sobre Varian. Al
rey le hirvió la sangre de furia y blandió su enorme espada ancha como si fuera un mero
juguete para niños, decapitando así al troll que se abalanzó sobre él con un alfanje. De
inmediato, casi partió en dos a una mujer humana de pelo moreno. Sin embargo, el
descomunal tauren que vino a continuación, el cual no era menos fiero por ser tuerto,
supuso un mayor desafío. Varian se valió del impulso que llevaba y se retorció, con el
fin de trazar un arco hacia arriba con su arma, de tal modo que le cercenó el brazo
derecho al tauren.
354
—Vas a compartir su destino.
Varian ni siquiera fue capaz de reunir fuerzas para lanzar una réplica ingeniosa.
Parpadeó, mientras intentaba enfocar la vista. Entonces, las piernas le fallaron y cayó de
rodillas, mientras se preguntaba si el guardia vil había estado en lo cierto.
De improviso, unas manos lo tocaron con gran delicadeza. Notó una repentina
sensación de agonía cuando le arrancaron la flecha del hombro, que se vio reemplazada
de inmediato por una sensación de calidez y bienestar. Contempló agradecido a la
sacerdotisa elfa de la noche, a esa mujer pequeña y frágil de pelo largo de color púrpura
oscuro y piel lavanda, la cual agachó la cabeza con cierta timidez y se volvió, para alzar
las manos y recitar una oración por el brujo de pelo blanco cuyo guardia vil le había
salvado la vida al rey.
Unas sombras planearon por encima de él una vez más. Aunque Varian esperaba
otro ataque, en esta ocasión ese grupo de siete dragones se alejó de la zona que
circundaba el templo. Por un momento, se preguntó por qué, pero enseguida supo la
respuesta. Esas enormes criaturas se dirigían a los puentes. De un modo casi
despreocupado, uno de ellos golpeó con su colosal cola una de esas construcciones,
logrando así que las cuerdas se rompieran y enviando a esos desafortunados refuerzos
pandaren que se encontraban cruzando el puente en esos momentos a una muerte
segura. Otra de esas bestias agarró las cuerdas de un segundo puente con una gigantesca
zarpa delantera y tiró de ellas.
Más y más piratas fueron cayendo del cielo. Varian había creído que los habían
enviado para mantener ocupados a los guardias en la zona exterior, pero ahora pudo
comprobar que, si bien algunos entablaban combate ahí mismo, la mayoría se dirigían al
interior del templo.
355
pudiera recorrer unos cuantos metros más, una enorme sombra lo cubrió por entero.
Varian se detuvo ahí mismo, agitando su espada ancha en el aire.
Al instante, reaccionó. Ignoró la horrenda agonía cada vez mayor que le hacía
sentir esa herida de bala y dio un salto en el aire hasta alcanzar la mayor altura posible.
De ese modo, logró agarrarla del tobillo y hacerla caer del dragón.
Varian, que todavía se hallaba sobre los adoquines, se volvió y vio a Jaina
Proudmoore, la cual tenía los brazos extendidos para realizar los movimientos que le
permitirían lanzar un hechizo aún más letal. Una bola de fuego fue cobrando forma
entre las palmas de sus manos. Entonces, se oyó un crujido y Jaina se retorció, se le
desorbitaron los ojos y la bola de fuego recién formada se apagó súbitamente, al mismo
tiempo que su pecho adquiría una tonalidad rojiza.
Una tambaleante Zaela, que tenía el torso calcinado, cruzó el pasillo que llevaba
al interior del templo. Aunque Varian habría podido darla alcance y haberla matado
para acabar así para siempre con esa amenaza, no la siguió.
356
Otros la detendrían, o quizá no. No obstante, había alguien que necesitaba más
su ayuda, y eso estaba por encima de su necesidad de matar.
357
CAPÍTULO TREINTA Y
SIETE
A pesar del insoportable dolor de las quemaduras que había sufrido en el
torso, Zaela deseó terriblemente haber podido tener tiempo de arrancarle la cabeza a
Varian Wrynn, tal y como le había prometido al rey. Sin lugar a dudas, Garrosh habría
expuesto ese trofeo ante una multitud que daría gritos de alegría, y ella, Zaela, se habría
llevado todos los méritos por haber dado caza a esa codiciada pieza. Pero más
importante aún que su ego era cerciorarse de que Garrosh había conseguido escapar sin
problemas de ahí. Sin embargo, en un principio, nada más entrar en el templo, le resultó
imposible saberlo, pues eso parecía más bien un campo de batalla condensado en esa
zona tan pequeña y reducida. Divisó a al menos un dragón azul y otro bronce, que
sobrevolaban la refriega y hacían todo lo posible para atacar al enemigo sin lastimar a
sus aliados. Algunos de los dragones infinitos de menor tamaño habían conseguido
entrar en el templo y estos atacaban sin tales limitaciones. Mientras tanto, en otro lugar,
los piratas gritaban jubilosos al poder dar rienda suelta a su sed de sangre. Solo detenían
esa masacre el tiempo necesario para rebuscar entre los bolsillos y bolsas de los caídos,
ya fueran amigos o enemigos.
358
infinitos nos aguardan fuera para llevarnos a un lugar seguro donde celebrar la victoria!
¡Dejen a los piratas abandonados a su suerte!
Los vítores arreciaron entre los suyos y Zaela se regodeó al contemplar las
estúpidas caras que pusieron sus hasta entonces aliados al ser traicionados. Qué necios
eran. Ni a uno solo de ellos se le había ocurrido preguntar cómo iban a largarse de ahí
tras la batalla. Ahora iban a morir, o si no, iban a pudrirse en prisión. De un modo u
otro, nadie... absolutamente nadie iba a echarlos de menos.
***
—Aquí y ahora, has luchado contra ti mismo, mi amor —le dijo Aggra mientras
retrocedía para poder contemplarle con cariño—. Antes siempre lo habías hecho de un
modo más... metafórico.
—Rezo a los ancestros para no tener que hacerlo nunca otra vez.
359
orco nunca había llegado a saber que podía haberse convertido en Go’el. Por otro lado,
daba la impresión de que todos los demás también habían sido capaces de vencer en sus
propias y difíciles batallas personales.
—¡Go’el!
Esa voz pertenecía a Varian, pero parecía más ronca y débil de lo habitual.
Go’el se volvió y se le desorbitaron esos ojos azules de puro espanto.
Jaina...
—Ha perdido mucha sangre —afirmó Aggra, quien, no obstante, se llevó ambas
manos marrones a esa bolsa repleta de tótems que siempre llevaba encima. Go’el imitó
ese gesto, agarró el tótem del agua y le pidió que obrara una sanación, pero sintió que
sus esperanzas menguaban con cada respiración. Pese a que solo parecía haber sufrido
una herida de bala, estaba demasiado cerca del corazón; además, el orco se encontraba
extenuado. La piel de Jaina había adquirido una tonalidad tan pálida como la cera y
Go’el ni siquiera podía discernir si el pecho se le elevaba y descendía rítmicamente o
no.
Go’el podía percibir que los elementos no estaban respondiendo. A pesar de que
los estaba llamando, su invocación era demasiado débil. Había tenido que luchar contra
sí mismo, así como contra otros adversarios, por lo cual tanto él como Aggra se
hallaban exhaustos. Al igual que el joven príncipe, como demostraban esa tremendas
ojeras y lo caídos que tenía los hombros. Incluso Tyrande, quien rezó a la Madre Luna
360
con voz temblorosa, y Velen, quien era muy anciano y sabio, parecieron llegar
demasiado tarde.
—Jaina —le rogó Anduin—. Por favor... por favor, no nos dejes. Hoy ya me he
visto morir a mí mismo, no podré soportar ver cómo tú también te vas...
Anduin alzó ambas manos. Las tenía empapadas de la sangre de Jaina. Junto a
él, Kalec se había quedado totalmente inmóvil. Parecía estupefacto, pues no podía
creérselo de ningún modo.
—Anduin —dijo Varian, con el tono de voz más delicado con el que Go’el
jamás le había oído hablar—, aparta. Ya no puedes hacer nada.
361
demás te falla. Donde hay esperanza, hay posibilidad de sanación, para todo aquello que
es posible... e incluso para algunas cosas imposibles.
Go’el alzó la mirada y vio que Chi-Ji, la Grulla Roja, estaba volando por encima
de ellos. El viento que generaban sus alas era muy fresco y proporcionaba mucho
consuelo tras el calor de la batalla y la calidez de las lágrimas. Portaba el aroma de la
primavera, de los nuevos comienzos, de la vida y la esperanza. El orco notó que el
hondo penar que sentía en el corazón desaparecía y era reemplazado por una gran paz.
Las magulladuras del cuerpo y el espíritu, las heridas y los sufrimientos, grandes y
pequeños, se derritieron como la nieve bajo el sol. La calma y la alegría se adueñaron de
él y, cuando volvió a mirar a Jaina, vio que había dejado de sangrar y que el cuerpo de
la archimaga relucía y tenía un aspecto sano otra vez. Jaina abrió los ojos y contempló
ese mar de rostros —humanos, dracónicos, orcos y de muchas otras razas— que la
observaban jubilosos y maravillados. Extendió un brazo hacia Kalec y él la cogió de
una mano que se llevó a la mejilla.
—Gracias, Grulla Roja —replicó Varian, quien hizo una honda reverencia y,
acto seguido, se giró hacia Chromie—. Garrosh ha huido. Ha sido Kairoz, ¿verdad?
¿Cómo ha podido pasar algo así?
Chromie parecía más furiosa y derrotada de lo que jamás la había visto Go’el.
Se encontraba pálida y tenía su tabardo dorado repleto de sangre y polvo de las Arenas
del Tiempo. No obstante, la dragona respondió:
—En su día, conocíamos los portales del tiempo de arriba abajo. Éramos
capaces de ver el pasado y el futuro con total claridad. La misión de nuestro Vuelo,
362
desde el mismo momento en que Nozdormu se convirtió en nuestro Aspecto, consistía
en proteger la santidad de la línea temporal. Para lo cual se nos otorgó un tremendo
poder. Ahora... las cosas no están tan claras. Aunque podemos seguir viajando por los
portales del tiempo, ya no contamos con un conocimiento tan perfecto del pasado y el
futuro. Por eso hemos reclutado a algunos mortales para que nos ayuden a mantener la
integridad de la corriente temporal. Pero corren rumores... algunos de los nuestros
piensan que quizá deberíamos utilizar los poderes que aún nos quedan para manipular
los portales del tiempo, para alterar el pasado y cambiar el futuro con el fin de lograr
algo mejor.
—Aunque, claro, ¿quién debe definir qué es lo “mejor”? Sobre todo, cuando ya
no tenemos esa visión tan perfecta de las cosas que teníamos antes. Eso es,
precisamente, lo que nos ha refrenado a la mayoría. Pero resulta obvio que Kairoz se
encontraba entre aquellos que piensan que los dragones bronces podrían y deberían
cambiar las cosas. A él siempre le ha gustado enredar...
—¿Cómo ha podido pasar algo así? Nos dijiste que la Visión del Tiempo tenía
un poder limitado —le reprochó Tyrande.
Nozdormu insistió en que ese artilugio tuviera esos límites. Pero la Visión del
Tiempo era una creación de Kairoz. Supongo que cuando la construyó instaló alguna
clase de mecanismo que le ha permitido saltarse las medidas de seguridad.
—Lo ha hecho esta mañana —aseveró Varian—. Delante de todo el mundo, sin
disimular. Es muy audaz, eso se lo tengo que reconocer.
363
Por un instante, reinó un silencio muy incómodo que Vol’jin acabó rompiendo.
—Así que un poderoso dragón bronce que también es inventor, el último dragón
negro y el hijo de Hellscream se han aliado, y no tenemos ni idea de dónde ni de cuándo
encontrarlos.
—No nos han ayudado a luchar contra nosotros mismos en el plano físico, pero
nos han concedido el don de la sabiduría. Entiendo por qué no han hecho más —
afirmó—. Todos te estamos agradecidos de un modo que las palabras no pueden
expresar, Chi-Ji, por haber devuelto la vida a Jaina y los demás. Pero pensaba que se
encontrarían más... —El orco intentó dar con la palabra adecuada—. Más consternados,
ya que Garrosh se ha fugado y ustedes tenían la obligación de dictar su sentencia.
—En efecto —respondió con una voz atronadora Niuzao—. Lo sabíamos desde
el principio.
Todo el mundo miró fijamente a los Celestiales. Go’el contuvo su ira como
pudo, y Tyrande parecía estupefacta.
364
Yu’lon respondió con delicadeza:
—Nunca hemos hecho eso, apasionada acusadora. Tus esfuerzos han sido
vitales para el resultado del juicio. Mira... Garrosh Hellscream no era el único que
estaba siendo juzgado aquí.
Chi-ji asintió.
Se miraron unos a otros. Varian, quien se hallaba ahora fuerte y sano, tenía
apoyada una mano en el hombro de su hijo. Kalecgos y Jaina se daban la mano y tenían
los dedos entrelazados. Tyrande y Baine, la acusación y la defensa, se encontraban el
uno al lado del otro. Vol’jin asentía pensativo. Chromie, Lor’themar y muchos, muchos
otros se miraron.
A pesar de que Go’el ya no era el líder de ninguno de ellos, se encontró con que
todos esos rostros se acabaron volviendo hacia él. Con suma humildad, Go’el, el hijo de
Durotan y Draka, habló por todos ellos.
—Encontraremos a Garrosh.
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EPÍLOGO
G arrosh salió del portal del tiempo, con Kairoz a su lado.
Al pisar con firmeza esa hierba que se mecía bajo el viento, se percató de que
ahí debajo había una tierra sana y fuerte.
—Sí y no —replicó Kairoz—. Estás en casa, Garrosh Hellscream. Pero no... este
no es el cielo bajo el cual creciste.
—¡Hellscream! —exclamó alguien que poseía una voz de orco muy áspera.
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Sobre la cima de una colina, con el viento acariciándole su pelo moreno y el sol
reluciendo en su cuerpo musculoso y marrón, un feroz orco tatuado, cuya sangre corría
por las venas de Garrosh, respondió a ese saludo con un grito ensordecedor y, acto
seguido, alzó a...
... Gorehowl.
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NOTAS
L a historia que acaba de leer está inspirada en parte en personajes,
situaciones y escenarios del juego de ordenador World of Warcraft, un juego de rol on-
line basado en el universo galardonado con múltiples premios de Warcraft. En World of
Warcraft, los jugadores pueden crear sus propios héroes y explorar, aventurarse y
adentrarse en un vasto mundo que comparten con otros miles de jugadores. Este juego
en constante expansión permite a los jugadores interactuar y luchar contra (o junto a)
muchos de los poderosos y fascinantes personajes que aparecen en esta novela.
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OTRAS LECTURAS
S i quiere leer más sobre los personajes, situaciones y lugares mencionados en
esta novela, podrá hallar más información sobre la historia de Azeroth en las fuentes
mencionadas a continuación.
• Puede hallar más detalles sobre el pasado del exJefe de Guerra Garrosh
Hellscream en: los números 15 a 20 del cómic mensual de World of Warcraft realizado
por Walter y Louise Simon-son, Jon Buran, Mike Bowden, Phil Moy, Walden Wong y
Pop Mhan; en World of Warcraft: Devastación: Preludio al Cataclismo y World of
Warcraft: Jaina Proudmoore: Mareas de Guerra, de Christie Golden; en World of
Warcraft: Más allá del Portal Oscuro, de Aaron Rosenberg y Christie Golden; en
World of Warcraft: Corazón de Lobo, de Richard A. Knaak; en World of Warcraft:
Vol’jin: Sombras de la Horda, de Michael A. Stackpole; y en las historias cortas
“Corazón de guerra”, de Sarah Pine, “Al igual que nuestros padres”, de Steven Nix, y
“Filo de la noche”, de Dave Kosak en World of Warcraft: Leyendas.
• Podrá obtener más información sobre el Gran Jefe Baine Pezuña de Sangre, así
como sobre su turbulenta relación con Garrosh Hellscream, en: World of Warcraft:
Devastación: Preludio al Cataclismo y World of Warcraft: Jaina Proudmoore: Mareas
de Guerra, de Christie Golden; en World of Warcraft: Stormrage, de Richard A. Knaak;
así como en las historia corta “Al igual que nuestros padres”, de Steven Nix, en World
of Warcraft: Leyendas.
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Warcraft: Corazón de Lobo, de Richard A. Knaak; en el cómic mensual de World of
Warcraft, realizado por Walter y Louise Simonson, Ludo Lullabi, Jon Buran, Mike
Bowden, Sandra Hope y Tony Washington; así como en las historias cortas “Sangre de
nuestros antepasados”, de E. Daniel Arey, y “Lección de profeta”, de Marc Hutcheson
en World of Warcraft: Leyendas.
• Puede saber más sobre la infancia y adolescencia del rey Varian Wrynn en:
World of Warcraft: Arthas: La ascensión del Rey Exánime, de Christie Golden; World
of Warcraft: Mareas tenebrosas, de Aaron Rosenberg y World of Warcraft: Más allá
del Portal Oscuro, de Aaron Rosenberg y Christie Golden. Sus hazañas pasadas puede
conocer los acontecimientos más recientes que han marcado su vida en el cómic
mensual de World of Warcraft, realizado por Walter y Louise Simonson, Ludo Lullabi,
Jon Buran, Mike Bowden, Sandra Hope y Tony Washington; en World of Warcraft:
Devastación: Preludio al Cataclismo y World of Warcraft: Jaina Proudmoore: Mareas
de Guerra, de Christie Golden; en World of Warcraft; Tempestiva y World of Warcraft:
Corazón de Lobo, de Richard A. Knaak; así como en la historia corta “Sangre de
nuestros antepasados”, de E. Daniel Arey en World of Warcraft: Leyendas.
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Christie Golden; así como en las historias cortas “A la sombra del sol”, de Sarah Pine, y
“Filo de la noche”, de Dave Kosak, en World of Warcraft: Leyendas.
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Aspectos, de Richard A. Knaak; así como en la historia corta “La ofensiva de los
Aspectos”, de Matt Bums, en World of Warcraft: El Alba de los Aspectos.
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LA BATALLA PROSIGUE
C rímenes de Guerra nos muestra los impactante eventos que acarrearon el
auge y la caída de Garrosh Hellscream, una de las figuras más infames y odiadas del
mundo de Azeroth. En la cuarta expansión de World of Warcraft, Nieblas de Pandaria,
puedes ser testigo de las insondables simas de su depravación e incluso formar parte de
los diversos intentos de derrocarlo como Jefe de Guerra de la Horda.
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