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DEVENIRES DE LA TEORÍA DEL POPULISMO:

MARXISMO, POSTESTRUCTURALISMO Y PRAGMATISMO


EN ERNESTO LACLAU

Esteban Vergalito
UBA / Conicet

Ponencia publicada en Lértora Mendoza, Celina (coord.) Evolución de las ideas filosóficas: 1980-2005. XIII
Jornadas de pensamiento filosófico argentino, Buenos Aires, FEPAI, 2007, págs. 36-46.

La preocupación de Ernesto Laclau por el populismo no es nueva. Ya en su conocido ensayo de


1977 referido al tema (Laclau, 1986: 165-233), el autor argentino dejaba sentado este interés, que
sería el primer paso de una recurrente revisitación de la cuestión, desde matrices teóricas diferentes.
Esa exploración, desplegada de manera paralela a la elaboración de su teoría política, habría de
llegar en el año 2005, con la publicación de La razón populista (Laclau, 2005), a un punto de
síntesis entre ambas líneas de investigación que abre la posibilidad de una mirada panorámica de su
obra. Tal itinerario es el que nos proponemos trazar aquí de modo general, tomando como hilo
conductor su teoría del populismo y las sucesivas influencias filosóficas que ha recibido, a fin de
reflexionar acerca de sus potencialidades y límites teóricos. Partiremos entonces de una
reconstrucción de esa trayectoria (infra, 1), para luego sistematizar brevemente sus continuidades y
rupturas (infra, 2), y concluir con algunas consideraciones críticas (infra, 3).

1. Devenires: de Althusser a Copjec

Laclau presenta su primer esbozo de una teoría del populismo en el contexto de la discusión
suscitada desde fines de los años sesentas por los innovadores escritos de Althusser. La renovación
producida al interior de la teoría marxista por esta irrupción inaugura todo un campo de indagación
acerca de la especificidad de lo político y de lo ideológico, así como de los fenómenos dados en
ambos niveles (fascismo, populismo, etc.). Es en este escenario que Laclau escribe sus primeros
ensayos políticos –reunidos en Política e ideología en la teoría marxista (1986)–, desde una
perspectiva de neto corte althusseriano.1

Sin embargo, se deja sentir asimismo en estos textos la segunda influencia marxista que, algunos
años más tarde, se volvería decisiva en la producción del autor: Gramsci. Si bien el concepto de
hegemonía no presenta todavía aquí el desarrollo que comenzará a cobrar desde Hegemonía y
estrategia socialista (Laclau y Mouffe, 2004), se perfila ya como una categoría central, que se
entrecruza con el aparato teórico heredado del althusserismo (Laclau, 1986: 162-163; 191). En este
contexto se plantea la reflexión en torno a la temática gramsciana de lo “nacional-popular”, la cual
es abordada en esta primera incursión a partir de ese doble enfoque.

Así, el populismo es entendido por el Laclau de 1977 como “la presentación de las interpelaciones
popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante”
(1986: 201), o, dicho de otro modo, como la actualización del potencial antagonismo político

1
El interlocutor principal aquí es, sin duda, Poulantzas, quien ya había avanzado en la reflexión acerca de la
especificidad de lo político y de fenómenos como el fascismo (Laclau, 1986: 53-164; para otras referencias, véase
Laclau, 1983: 47-52 y Laclau y Mouffe, 2004: 184).
1
pueblo/bloque de poder contenido en dichas interpelaciones ideológicas. Con esta definición, el
autor buscaba resolver el enigma teórico de la constitución del fenómeno populista no tanto por la
vía de los contenidos, ya extensamente recorrida por la bibliografía relativa al tema con escaso
éxito, sino más bien por la forma en la que éstos se articulaban discursivamente. A juicio de Laclau,
esta aproximación predominantemente formalista otorgada, en primer lugar, la ventaja de evitar el
error de inferir la constitución de un pueblo de la mera presencia de la interpelación popular-
democrática en un discurso ideológico.2 Pero, por otra parte, permitía dar cuenta de uno de los
aspectos paradójicos del fenómeno, a saber, la existencia de populismos de diverso signo
ideológico. La matriz althusseriano-gramsciana dejaba sentada de este modo su utilidad: el
antagonismo pueblo/bloque de poder, entendido como la contradicción dominante a nivel de la
formación social, al depender de la contradicción determinante en última instancia
proletariado/burguesía, dada en el nivel de las relaciones de producción, era pasible de ser
articulado a ambos actores de la lucha de clases, en tanto construcción hegemónica orientada por
sus respectivos intereses estratégicos. Quedaba así explicado el carácter intrínsecamente ambiguo
del populismo, es decir, su capacidad de recibir tanto una dirección revolucionaria como
conservadora.

Con la aparición de Hegemonía y estrategia socialista, co-publicado en 1985 con Chantal Mouffe
(2004), el acercamiento a la cuestión sufre una primera y profunda transformación. La concepción
althusseriana que daba sustento a la conceptualización de 1977 resultaba ahora inconsistente con el
principio de negatividad de lo social asumido por los autores, por implicar una concepción
esencialista y racionalista de las instancias estructurales (lo económico, lo ideológico, lo político),
las identidades (las clases y sus intereses) y las relaciones sociales (expresión de esos intereses a
nivel político). Como consecuencia de este replanteo radical, el althusserismo es despojado de su
estatuto de base teórica de sustentación. Será una matriz postestructuralista y pragmatista de lo
social, construida principalmente con aportes de Derrida, Lacan y Wittgenstein, la que vendrá a
ocupar su lugar.

Entre los cambios más significativos para nuestro tema implicados en este viraje teórico se
encuentran:

1. La adhesión a una perspectiva lingüística por la que todos los fenómenos sociales (palabras,
acciones, prácticas, ideologías, etc.) son entendidos como producciones de sentido estructuradas en
totalidades articuladas discursivamente.

2. La resignificación de la noción de antagonismo, que deja de ser remitida a la lucha de clases para
pasar a designar el límite de toda objetividad social.

3. El paso de un concepto de sujeto ligado a la idea de interpelación/constitución a uno entendido


como posición estructural.3

En este nuevo marco, la interpelación popular-democrática de la cual Laclau se servía para dar
cuenta del fenómeno populista es desdoblada y transformada en dos posiciones de sujeto
conceptualmente bien diferenciadas, una popular y otra democrática. Mientras que la primera “se
constituye sobre la base de dividir al espacio político en dos campos antagónicos”, la última se
caracteriza por ser “sede de un antagonismo localizado, que no divide a la sociedad en la forma
indicada” (Laclau y Mouffe, 2004: 175). Esta discriminación da lugar, respectivamente, a dos clases
de luchas: las populares, que tienden a la dicotomización del espacio político, y las democráticas,

2
Como es fácil de ver, esta referencia es condición necesaria, pero no suficiente, puesto que existen numerosos
discursos que, aun aludiendo al “pueblo”, no son catalogados como “populistas” por la sociología política.
3
Acerca de este pasaje, véase Žižek, 2000. Para una reconstrucción del devenir del concepto de sujeto en Laclau, véase
Aboy Carlés, 2001: 58-64.
2
que conllevan una pluralización de ámbitos (2004: 181). Aún cuando la primera implica a la última
–puesto que la lucha popular consiste en la agregación equivalencial de luchas democráticas a partir
de un espacio antagónico común a ellas–, los autores conceden aquí mayor preeminencia a la
segunda, y establecen entre ambas un nexo contingente.4 Vale decir, entonces, que para que exista
democratización no necesariamente debe haber reagrupación dicotómica de antagonismos, sino
proliferación y hegemonización de los mismos. “Populismo” no significa aquí, pues, más que una
posibilidad dentro de una amplia gama de formas de hegemonizar los diversos espacios creados por
la “revolución democrática” (2004: 202-216).

Dos años después de la aparición de Hegemonía..., Laclau volvería sobre la cuestión populista, esta
vez de manera más puntual, para reelaborar su concepción desde el triple registro lacaniano (lo
simbólico, lo Real, lo imaginario) y las nociones derridianas de “dislocación” y de “exterior
constitutivo” (1987). Con ayuda de este nuevo aparato teórico, conceptualiza lo social como una
estructura de significados diferencial y oposicionalmente articulados –lo simbólico–, cuya identidad
y objetividad se ve desestabilizada por un momento excesivo a dicho campo representacional que lo
desarticula desde afuera –lo Real–, creando en su interior un vacío o ausencia sólo suturable por
medio de un discurso que, erigiéndose como horizonte, ofrezca principios de inteligibilidad para
esas dislocaciones y permita reinscribirlas en él –lo imaginario–.

Desde esta matriz, el populismo será comprendido como imaginario, y definido, una vez más, por
su efecto dicotomizante. En palabras de Laclau: “llamamos populista a aquella forma de
rearticulación de las identidades dislocadas que las inscribe en un discurso que divide la totalidad de
lo social en dos campos políticos antagónicos” (1987: 29). Pero este regreso al tema arroja un
análisis más detallado del fenómeno, que distingue en él tres operaciones fundamentales: “1) la
construcción de una cadena de equivalencias entre demandas insatisfechas e identidades
amenazadas, que constituye al ‘pueblo’, a ‘los de abajo’, en una nueva identidad sintética y
compleja; 2) la construcción de esta nueva identidad popular a partir de una frontera totalizante que
la opone al ‘poder’, a la ‘dominación’, a las ‘oligarquías corruptas’, etc.– (...); 3) la politización de
todo antagonismo social, ya que la constitución de la dualidad pueblo/poder tiene lugar en el campo
político” (1987: 29).

Finalmente, en el año 2005 la teoría alcanzará su más reciente y cabal despliegue (al menos hasta el
momento),5 que se asienta en las premisas generales adoptadas en Hegemonía... y profundiza el
doble enfoque postestructuralista y pragmatista con la incorporación de algunos nuevos
lineamientos. A ellos nos referiremos a continuación.

En primer lugar, Laclau repiensa el proceso de constitución del “pueblo” desde el tema de la
performatividad del acto de nombrar, puesto de relieve por el debate entre descriptivistas y
antidescriptivistas en el terreno de la filosofía analítica y más tarde por Žižek desde el psicoanálisis
lacaniano. Para Laclau, la identidad de un sujeto popular proviene precisamente de la operación
retroactiva de unificación que pone en juego la nominación. Ésta tiene lugar toda vez que se crean
lo que Laclau llama significantes “vacíos”,6 los cuales actúan como puntos nodales de fijación del
sentido sobre los que se estructura la cadena equivalencial de demandas populares.

4
“(...) está claro que el concepto fundamental es el de ‘lucha democrática’, y que las luchas populares sólo constituyen
coyunturas específicas, resultantes de una multiplicación de efectos de equivalencia entre las luchas democráticas”
(Laclau y Mouffe, 2004: 181).
5
Es posible remitirse aquí tanto al artículo “Populismo: ¿qué hay en el nombre?” (Laclau, 2005a) como al libro La
razón populista (2005b). Dado que las diferencias entre ambos textos son meramente expositivas, y que en el segundo
encontramos un tratamiento más extenso y pormenorizado, basaremos nuestras consideraciones subsiguientes en este
último.
6
Hay involucrada en este punto una discrepancia con Žižek, quien entiende a dichos significantes como “puros” o “sin
significado”. Laclau juzga esta consideración inadecuada, pues un significante tal quedaría completamente excluido del
3
Esta categoría de “significante vacío” no es nueva. Había sido utilizada ya en Hegemonía y
estrategia socialista, aunque en ese texto todavía sin alcanzar una neta distinción respecto de la de
“significante flotante”. Incluso en su elaboración teórica posterior, donde ya la separación entre
ambas pasó a ser más nítida (Laclau, 1996: 70), Laclau no extrajo consecuencias de tal
discriminación. Tal es, justamente, la segunda innovación de La razón populista: mientras que el
significante “vacío” condensa una única cadena equivalencial en un ámbito en el que la frontera
entre los dos campos políticos es estable, el significante “flotante” implica, por el contrario, la
movilidad de dicha línea divisoria y la tensión entre dos cadenas de equivalencias que disputan su
sentido.7

En tercer lugar, siguiendo la relectura que hace Copjec de Lacan, el último Laclau ve en el acto de
nominación el investimiento radical de un objeto, y, por lo tanto, una dimensión afectiva inherente a
él. Ésta ocupa un papel central en la constitución de un pueblo, en tanto energética imprescindible
para dotar de una función de representación universal a un elemento particular de una serie
heterogénea de demandas. En otras palabras, sin afecto no hay performatividad de la nominación, ni
significante vacío, ni hegemonía posibles.

La razón populista termina de introducir, en cuarto lugar, la noción de heterogeneidad social. La


misma estaba ya parcialmente sugerida en el planteo de 1987 –aunque no en esos términos– a través
de la noción lacaniana de “lo Real”. En esta revisitación de la cuestión populista, Laclau agrega una
segunda clase de heterogeneidad, estableciendo a la vez una distinción y una vinculación entre
ambas: la heterogeneidad que excede el marco de lo simbolizable en una sociedad determinada –lo
Real–, y la irradiación que esa primera dimensión genera al interior del campo simbólico, expresada
como heterogeneidad entre las demandas. Si la primera corresponde al resto o exceso de una
estructura discursiva dada –los “pueblos sin historia” en Hegel, el lumpenproletariado en Marx,
etc.–, la segunda remite a la singularidad irreductible de cada demanda, que resiste a la
homogeneización total por parte de la cadena equivalencial.

Finalmente, y como ya ha sido señalado (Aboy Carlés, 2005: 3; Barros, 2006: 68), es posible
observar una doble transformación fundamental entre los planteos que van de Hegemonía... hasta
La razón populista. Por una parte, existe un deslizamiento desde lo político comprendido como
hegemonía a lo político entendido como populismo que redunda en una sinonimia entre los tres
términos. En segundo lugar, el vínculo populismo-democracia es trastocado: según vimos, en
Hegemonía... la lucha democrática no aparecía sujeta a la configuración de un pueblo, sino que éste
significaba sólo un caso entre otras muchas variantes posibles de hegemonización de los espacios
políticos plurales; en La razón populista, en cambio, Laclau afirma taxativamente que “la
construcción de un pueblo es la condición sine qua non del funcionamiento democrático” (2005b:
213), de suerte que “la posibilidad misma de la democracia depende de la constitución de un
‘pueblo’ democrático” (2005b: 215).

sistema de la significación, y por ende no podría cumplir ninguna función hegemónica (al respecto, véase Laclau,
2005b: 136-137 y la teoría del significante vacío, en Laclau, 1996: 69-86).
7
Con todo, Laclau advierte que “en la práctica (...) la distancia entre ambas no es tan grande. Las dos son operaciones
hegemónicas y, lo más importante, los referentes en gran medida se superponen. Una situación en la cual sólo la
categoría de significante vacío fuera relevante, con exclusión total del momento flotante, sería una situación en la cual
habría una frontera completamente inmóvil, algo difícil de imaginar. Inversamente, un universo puramente psicótico en
el que tuviéramos un flotamiento puro sin ninguna fijación parcial, es también impensable. Por lo tanto, significantes
vacíos y flotantes deben ser concebidos como dimensiones parciales –y por lo tanto analíticamente delimitables– en
cualquier proceso de construcción hegemónica del ‘pueblo’ ” (Laclau, 2005b: 167-168).

4
2. Continuidades y rupturas

Resumimos esquemáticamente a continuación los rasgos que persisten a lo largo de todas las
versiones de la teoría laclauniana del populismo:
1. Formalismo/Estructuralismo: comprensión global del fenómeno a partir de su operatoria formal-
estructural de constitución, y no de contenidos político-ideológicos.
2. Hegemonía: naturaleza hegemónica del sujeto popular.
3. Síntesis: operación de fusión de elementos dispersos y heterogéneos.
4. Articulación: efecto performativo de transformación y estructuración de las identidades
sintetizadas en una totalidad articulada.
5. Discursividad: constitución discursiva de dicho proceso articulador.
6. Dicotomización: fractura del espacio político en dos campos opuestos de acuerdo con el
antagonismo pueblo/poder, como rasgo distintivo de la construcción populista.

Las mutaciones principales se dan a los siguientes niveles:


1. Paradigma ontológico: de una concepción esencialista a una aproximación negativista de lo
social, basada en la noción de antagonismo.
2. Matriz teórica: del marxismo (Althusser y Gramsci) al postmarxismo (ambos autores, releídos
desde un esquema postestructuralista-pragmatista).
3. Noción de sujeto: progresivamente, del sujeto como interpelación/constitución (Althusser), al
sujeto como posición estructural (postestructuralismo), como falta (Lacan) y como decisión
(Derrida).8
4. Noción de política: de sinónimo de hegemonía a doble sinonimia con hegemonía y populismo.
5. Vínculo populismo-democracia: de contingente a necesario.

3. Consideraciones críticas

El recorrido realizado permite plantear algunos señalamientos críticos e interrogantes a las


propuestas teóricas de Laclau. Dado que las objeciones más esperables a su última
conceptualización del populismo, relativas a los nexos próximos que ligan “política”, “hegemonía”,
“populismo” y “democracia”, ya han sido señaladas (Aboy Carlés, 2005: 19-22; Barros, 2006: 68),
pasaremos por alto esta cuestión y nos concentraremos en algunas otras observaciones, referidas a
aspectos que el enfoque de Laclau omite o trata insuficientemente.

En primer lugar, cabe preguntarse, como evaluación general, cuáles son las ventajas y desventajas
de la apelación al postestructuralismo y al pragmatismo para pensar lo social y lo político. Entre las
primeras se cuentan, sin duda, una clara aprehensión de su carácter inherentemente contingente,
incompleto y abierto. Sin embargo, en la obra de Laclau este reconocimiento es efectuado al precio
de una escasa teorización de la dimensión de objetividad y permanencia de lo social. Si bien a partir
de Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo se introduce la distinción husserliana
entre sedimentación y reactivación (Laclau, 2000: 50-52), el primero de esos aspectos queda
eclipsado como objeto de investigación por la relevancia asignada al papel instituyente de lo
político. Dicho en términos postestructuralistas, si Laclau piensa las posibilidades que se siguen de
la falla inscripta en la estructura, soslaya la indagación de las condiciones que hacen posible que esa
misma estructura persista en el tiempo, y las consecuencias que esto acarrea a nivel político. En este
sentido, su teoría tiende a subestimar lo que podríamos llamar el “peso” de lo cultural, es decir, los
límites que los entramados previos de significación imponen a la innovación política. Aun cuando
el autor argentino ha visto recientemente esa función restrictiva en la singularidad inerradicable de

8
Véase nota 3.
5
toda demanda, que a veces impide el ingreso de algunas de ellas a una cierta cadena equivalencial
(Laclau, 2005: 175), tal señalamiento continúa sin ahondar en la relación entre lo cultural y lo
político. Ahora bien: ¿se puede comprender cabalmente este último ámbito –y con él, la hegemonía,
el populismo, y todos los fenómenos que le son atinentes– prescindiendo de una consideración
específica del primero, así como del vínculo que media entre ambos? Si, como creemos que es
necesario, respondemos negativamente a esta pregunta, otros interrogantes de orden teórico se
plantean: ¿prestan el postestructuralismo y el pragmatismo herramientas conceptuales suficientes
para captar todo lo que está implicado en esta dimensión cultural de lo político? ¿En qué medida
una aproximación predominantemente estructural como la adoptada por Laclau permite aprehender
la permanencia del sentido en el tiempo? Más aún: ¿hasta qué punto no subyace a esta perspectiva
estructural una reducción de la diacronía a la sincronía, siendo la temporalidad misma concebida a
partir de categorías espaciales?

En segundo lugar, interesa señalar que en su primera versión de su teoría del populismo Laclau
mencionaba colateralmente la presencia de elementos tradicionales que intervenían en la
conformación de un pueblo, es decir, la existencia de contenidos ideológicos previos que
perduraban en el largo plazo y que servían como materias primas para dicha construcción política
(Laclau, 1986: 194-195). Sin embargo, lejos de ser desarrollada, esta cuestión queda opacada en La
razón populista por el unilateral acento puesto en la capacidad performativa de la nominación.
Frente a esta situación, nos preguntamos: ¿no es sobre esa base de significaciones preexistentes que
el efecto unificador de la nominación es posible?9 Si esto es así, estamos en presencia de una
segunda función de lo cultural, esta vez ya no negativa, de restricción, sino positiva, que puede ser
entendida como recurso. En este sentido, sugerimos: ¿no conviene recuperar aquella primigenia
intuición laclauniana de fines de los años setentas, dar estatuto teórico a la noción de tradición y
explorar su vínculo con la política? ¿Y no conllevaría una indagación de este tipo un progreso para
la teoría de la hegemonía y del populismo?

Finalmente, tres cuestiones que atañen a la conformación de actores políticos colectivos escapan al
horizonte de Laclau. Podemos enunciarlas por medio de las siguientes preguntas: ¿quién es esa
identidad colectiva que se constituye? ¿Cómo ha de entenderse su carácter agencial, y cuál es la
especificidad de su estatuto colectivo, frente a un agente individual? ¿En qué consiste la dimensión
temporal de ese actor? A pesar de que la elaboración laclauniana ofrece indudablemente recursos
para pensar la identidad y la acción colectivas, su perspectiva estructural y su noción de sujeto
definida siempre dentro de ese marco obstaculizan más que allanan el camino para la comprensión
de los aspectos de subjetivación de la identidad colectiva, entre los que se cuentan la
autoidentificación, la agencia y la articulación narrativa y proyectiva de su horizonte temporal.

Quizá estos diversos tipos de hiatos sintomales (lagunas, menciones colaterales, omisiones)
respondan a una falla ubicada en la propia estructura del sistema teórico de Laclau. Si esta hipótesis
es correcta, tal vez sería plausible, y hasta deseable, suplementar esa falta con un enfoque
hermenéutico del mundo social y político.

9
En una reflexión acerca de la palabra filosófica, Jean-François Lyotard expresa con total claridad el meollo de nuestra
crítica: “La palabra cambia lo que pronuncia, lo cual nos permite comprender este co-nacimiento, aparentemente
enigmático, de los signos y del sentido. Porque es cierto que la situación amorosa o la revolución no preexisten en
cuanto tales a las palabras que las designan como amorosa o como revolucionaria, y en ambos casos quien toma la
palabra para decir ‘esto es lo que ocurre’ parece crear lo que dice, ser su autor, y es lógico que sea éste quien, ante el
tribunal del amor o frente a la represión contrarrevolucionaria asuma la situación como si él la hubiera creado, con las
palabras que pronunció: es que esas palabras son algo más que palabras. Pero también es cierto que su palabra no pudo
lograr un cierto eco más que en la medida en que captó con ella lo que ya existía allí antes de que fuese pronunciada:
de otra forma hubiera caído en terreno baldío.” (Lyotard, 1989: 127; cursivas nuestras).
6
Bibliografía

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las identidades políticas de Alfonsín a Menem (Rosario: Homosapiens).
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Confines, Nº 2/3, enero-mayo 2006.
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