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Sotorreapolis
Sotorreapolis
1
Una madrugada, Tundra, una de las investigadoras, halló bajo su scanner
algo parecido a una habitación. Durante todo el día las máquinas trabajaron
para alcanzar la cavidad sepultada. “¿Qué esconderá?”, se preguntaba la
chica con impaciencia. Por fin, un pequeño hueco permitió acceder a la
cámara. Encendiendo una potente lámpara, Tundra iluminó el agujero. Vio
una especie de cripta de cemento con algunas sillas volcadas y un armario
cerrado. Tundra se sintió feliz. ¡Había encontrado algo después de pasarse
más de dos años removiendo hormigón y acero! Tal vez en esa cripta
encontraría la pista que le permitiría acceder al pasado de los suyos…
Tundra era optimista y discreta. Se conformaba con una pequeña prueba, no
aspiraba a más. Sólo quería corroborar que hubo un antes, nada más, luego
se dejaría llevar por el presente que le había tocado, atestado de ruinas.
Esa noche, Tundra soñó que alumbraba la oquedad con su lámpara. Al
contacto con la luz las sillas se desintegraron y el armario dejó de estar allí.
Tundra gritó y se despertó. A través del vidrio de su tienda de campaña
aislante vio un cielo quemado veteado de grises. “Estoy dormida”, le dijo
Tundra a León, su amante, un montañero que la acompañaba en la aventura
de la excavación. León no se movió, roncaba plácidamente escalando en
sueños algunas de las cimas de La Pedriza. Tundra volvió a tumbarse en el
colchón de agua. Segundos después, iluminaba de nuevo la cripta,
presenciaba la desintegración y la ausencia, gritaba y se despertaba. “¡Solo
quiero una oportunidad, una pequeña confirmación de lo que hubo, nada
más!”; susurraba su voz dentro de su cabeza.”¡Una prueba mínima que
pueda ver, qué pueda tocar!”.
Y vuelta al colchón de agua. Así toda la noche. Una noche negra como el
asfalto. Una noche de cemento y argamasa como todas las de su vida.
2
rayos visores los científicos descubrieron fascinados que contenía materia
carbónica. ¡Era todo un hallazgo! Con un fino haz de luz amarilla cortaron
la vieja cerradura. Alguien propuso que Tundra abriese la puerta
comentando después, por lo bajo, que le correspondía por ser la autora del
descubrimiento. Tundra se ajustó las gafas protectoras y abrió despacio.
Quedaron estupefactos. Las bocas se abrieron sorprendidas debajo
de las mascarillas. El armario estaba casi vacío pero en una de sus repisas
había un pequeño libro.
Tundra lo agarró cuidadosamente con unas pinzas y lo depositó en
una bandeja de titanio. Lo hizo con precaución, como si colocase un niño
dormido en su cuna. Luego, introdujo la bandeja en un CM5 para verificar
los niveles de contaminación. El CM5 marcó los parámetros correctos. El
libro no estaba contaminado, por lo tanto se podía tocar. No desaparecería
cuando alguien le pusiese la mano encima como se esfumaron los millones
y millones de libros que existían en el mundo antes de la Última Guerra,
disueltos por los protones.
3
mano humana, tal vez la última mano que tocó la revista antes de tirarla en
el armario. Por la violenta impresión de la huella, Tundra intuyó que la
persona que guardó el ejemplar lo hizo con desesperación y premura. “No
nos has dicho todavía qué es una revista literaria”, dijo un impaciente. Ella
regresó a la realidad. “Creo- dijo- que era una manera de hacer arte y de
cuidar la lengua que hablaban entonces”.
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TERCERA PÁGINA
Hemos llegado al final... Sabíamos desde el principio que tarde o temprano
acabarían por cerrar la revista, pero eso no nos derrumba. Hemos
trabajado, hemos sido felices. El hombre es mucho más que la carne, los
huesos y la sangre. Un hombre ES si lucha por defender los principios de
todos los hombres. En un mundo irracional y esquemático, donde cada día
se respeta menos la diversidad, donde imperan el dinero y la fiebre de
poder, El espejo del perro ha sido nuestra tribuna. Desde aquí hemos
enviado a los excluidos un mensaje de amor, de solidaridad y de
esperanza.
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que había sobrevivido del mundo antiguo era una revista escrita por los
excluidos de la sociedad! Tundra salió del laboratorio y alzó la vista al
cielo. Por primera vez en su vida pensó en Dios. “¡Le concedes la
trascendencia a los que nadie tuvo en cuenta!”, gritó. Del cielo azabache se
despegó una estrella.
6
Tundra desafió las normas de seguridad y tomó una decisión. Nunca
antes lo había hecho, siempre había sido una celosa defensora del orden.
“Una tonta- caviló-, dejamos de interesar cuando somos capaces de pensar
por nosotros mismos”. Decidió quedarse con una copia del texto que tenía
guardada en su ordenador. Nadie sabía que existía esa copia, ni siquiera
León… ella la hizo por seguridad, por si le pasaba algo al libro, “Por
sumisa- se dijo-, alguna vez la sumisión tenía que servirme para algo”.
Había hecho la copia para evitar que el hallazgo se volatilizara bajo el
efecto de los protones.
Esa noche, mientras hacía su equipaje con dos miembros de la UP
en la puerta vigilando sus pasos, pensó que en el exilio tendría tiempo para
investigar y saber más de aquella publicación. En el exilio podría
desentrañar los secretos del perro y llegar más allá de las letras. Tal vez
lograra saber algo de las vidas de sus autores, algo de lo que escondieron en
sus corazones. “Lo blanco y lo negro”, pensó en alta voz. Los guardias de la
UP la miraron estupidizados. A ella no le importó que no entendiesen.
“Nunca entenderán nada si se quedan aquí”- les dijo, pero ellos continuaron
inmutables.
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Las cámaras enfocaron las pintadas en los paredones, medio apagadas ya
por el efecto de una capa fluorescente: ¡Viva El Espejo del Perro, Viva la
libertad!