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1. Introducción
1 Castaneda afirma que fue metiéndose poco a poco en el mundo “chamanístico”, el cual le
cambió la vida. Pero más allá de su palabra, es evidente al leer sus libros una evolución en la
forma de escribir y de tratar los temas. Se aprecia cómo a pesar suya, y con reticencias, pierde el
estilo de intención objetiva e informativa, y va involucrándose cada vez más en las enseñanzas,
perdiendo su intención inicial de mantener las distancias de modo que las investigaciones
puramente antropológicas acaban convirtiéndose en un relato de su vida y de sus intensas
experiencias personales. Éstas constituyen, a mi entender, por su sinceridad (sin importar del
todo su facticidad concreta), un documento de gran valor antropológico, porque quién puede
explicar mejor otra cultura, más que el que la investiga, que el que es absorbido por ella como
por un huracán.
el relato de Castaneda-, el sujeto se libera del mundo cotidiano que le rodea, de la
cadena causal de razones, de lo convencional, de la actitud natural, busca las
limitaciones para romperlas -en un caso a través del ejercicio de dilatación por
variación de los ejemplos, en el otro a través de experiencias que le empujan fuera de su
círculo de coherencia cotidiana-, hasta dar con el tapiz de fondo, con un núcleo o más
bien con algo pleno, que no necesita responder ante objeción alguna porque su mera
presencia es iluminadora. Es decir, que no requiere de explicaciones para entenderse -o
tal vez experimentarse-. Las similitudes entre Castaneda y la fenomenología -entendida
en el sentido más amplio- son muchas. En primer lugar, el primer paso en ambos casos
es librarse de lo que sobra. Ambos pensamientos –tomamos aquí la literatura de
Castaneda como un compendio de pensamientos- presuponen que la razón humana,
por diversos motivos, oscurece la plenitud de la existencia. Hay por lo tanto que hacer
epojé2, como ya he dicho, y tambalear los cimientos. Tambalearlos premeditadamente,
y si es posible con provocación –la sana violencia, como la violencia de las vanguardias
en el arte, supone siempre una ruptura de cimientos-. En ocasiones la fenomenología
peca de poco provocativa usando ejemplos fáciles y accesibles, cuando el hombre, que
olvida todo a lo que está acostumbrado y descuida lo que le es cercano, necesita de vez
en cuando ejemplos impactantes que le hagan removerse en su excesivamente cómodo
sillón de piel. Una vez el hombre -o su conciencia- se ha desnudado de sus apoyos y
amurallamientos entra en acción la verdadera tarea, tanto del fenomenólogo como de
Castaneda. En un caso es la descripción de cuanto acontece, del mundo que se ve con
esos ojos ya sin párpados. En el otro, a través de la descripción de ese mundo –silencio
interno, más allá de la sintaxis, energía tal y como fluye en el universo, vista clara,
impecabilidad- Castaneda modifica su conducta y su modo de entender las cosas, sobre
todo la conciencia. La diferencia entre ambos es la diferencia que hay entre la
explicación teórica y la práctica de un mismo asunto, cuando la teoría ya es práctica en
cierto modo. No hay que olvidar que la fenomenología es una filosofía, y que Castaneda
era en su origen y formación antropólogo.
2. Trama de conceptos
Previo al texto tal vez lo más conveniente sea aclarar algunos conceptos para aquellos
cuya obra de Castaneda no sea familiar. La finalidad es comprender estos conceptos tal
como él los explica en sus libros, y no de cualquier otra forma.
2 Epojé, en terminología husserliana, como poner entre paréntesis, como hacer abstención de
ciertas cuestiones o razones.
3 Entrevista a Carlos Castaneda para la revista Uno Mismo, Chile y Argentina, Febrero de 1997.
http://www.castaneda.com/mirrors/spanish/tensegrity/interviews.cfm
Chamán. De igual modo, por chamán no entiende realmente un brujo indio-mexicano,
vestido siempre con máscaras y sumido en trances, de raros rituales. Para Don Juan, el
chamán es el hombre que busca trascender, escapar de la sintaxis, un hombre que
busca un nuevo modo de percibir el mundo que le rodea. Nótese el carácter más
filosófico que mitológico de los conceptos.
Ver. Ver, siempre en cursiva, hace referencia a percibir esa energía tal y como fluye en
el universo, es decir, libre de todo prejuicio o condición, estructura o interpretación, e
igual para todo el mundo. Energía tal cual, sin cáscara. No se ve con los ojos, sino que
se siente con todo el cuerpo, pero la sensación de luminosidad que desprende ese
conocimiento lleva a relacionarlo con el sentido de la vista, pues es una cuestión de
conciencia.
Infinito. Es el equivalente al Ser. Si la energía sería el modo en que las cosas son, el
infinito es el Ser, el uno. El Dios escolástico. Es una fuerza que abarca todo el universo.
Es también sinónimo de vida, de existencia pura y limpia, y engloba a todas y cada una
de las cosas concretas y abstractas -Don Juan no hace diferencia sustancial entre las
cosas concretas y las abstractas-. Este infinito tiene voluntad e intencionalidad, aunque
no domina absolutamente todo lo que ocurre, sino que más bien interfiere.
Para empezar pretendo eliminar todas las posibles connotaciones previas, sobretodo
negativas, puesto que las positivas no destruyen las vías de acercamiento a un texto -o a
cualquier cosa- sino más bien al contrario, crea puentes, y las negativas sí alejan. Un
presentimiento positivo nos acerca a cualquier cosa a la que haga referencia con ganas
de aprender y de admirar, y ese presentimiento puede verse refutado o reforzado. En
cambio, los presentimientos negativos, si cedemos a ellos, nos impiden acercarnos a las
cosas a las que hacen referencia produciéndonos rechazo y por tanto no se someten a
un verdadero juicio, sino que se quedan estancados en sí mismos. Serán pre-juicios
eternamente. Por ello son doblemente negativos. En este caso pretendo desestimar
unos prejuicios negativos muy concretos con respecto a la figura de Carlos Castaneda y
la de Don Juan -El brujo yaqui-.
A Castaneda le ocurre como a Platón. En muchas ocasiones el mito eclipsa la
verdad latente tras la fantasía. Hay muchas explicaciones y teorías en sus libros que no
me interesa tomar de manera literal, porque no encajan con mi forma cultural de
concebir el mundo -ni siquiera puedo saber si Castaneda se las tomaba de forma literal-
. Hay conceptos que pueden parecer absurdos e imposibles de asimilar para un
occidental y sin embargo forman parte del vocabulario común de los indios
sudamericanos, igual que pueda parecer que los asiáticos llevan escrito en los genes el
concepto del todo y de la fluidez. Ahora bien, todo lo que un hombre pueda interpretar
de una cultura situada al otro extremo de su forma de entender el mundo, desde este
lado del extremo, estará probablemente malinterpretado. Es el error típico, interpretar
una cultura desde otra cultura sin meterse dentro4. Por eso hay que dar ese salto y salir
del esquema típico de pensamiento impuesto por la tradición en la que nacemos 5, e
intentar descubrir cuáles son las cosas que podemos aprender desde un punto de vista
humano y universal. Quedarse con lo universal, con lo válido como aprendizaje para
cualquier hombre, y no con el caso concreto, con las palabras concretas muy mal
interpretables, que además son tan sólo el artificio mediante el cual un hombre en
concreto materializa alguna ley humana universal. Porque aunque para llegar a
definiciones fidedignas de otras culturas necesitáramos décadas de inmersión, al menos
podemos llegar a realizar un juicio justo, o echar una mirada desinteresada, sin
prejuicios, sobre lo que las cosas son.
Ahora bien, cabe considerar el efecto contrario. Todos los elementos -lenguaje,
conceptos, ropa, forma de moverse, músicas, ideas- que conforman una cultura
extremadamente opuesta a la que poseemos, pueden dificultar la comprensión, pero a
su vez, si aunque sea por un solo momento nos sumergimos en ella, nos obligará a
poner en cuestión a nuestra propia cultura. Carlos Castaneda se suele mantener
escéptico a las excéntricas ideas de Don Juan -viajes realizados en otros planos de la
conciencia, visiones de energía, etcétera-, según parece, durante años. Pero hay una
frase en uno de sus libros que explicita muy bien lo que puede sentir un hombre en su
situación: “En esos días estaba yo en un estado de conciencia en que incesantemente
me repetía una pregunta fatal: ¿Y si todo lo que me dice Don Juan es verdad?”6 Los
extremos ayudan a despejar las diferencias, al igual que nos cuesta discernir las que
pueda haber en dos elementos muy parecidos. Si estudiáramos una cultura muy similar
a la nuestra -por ejemplo las tradiciones de los holandeses o los portugueses-
aprenderíamos muchísimo menos del género humano en general que cuando
estudiamos culturas extrañas como las asiáticas o las indias. De hecho muchas veces da
la sensación de que todas las teorías excéntricas que se tratan en los libros de
Castaneda son elementos para llamar la atención del lector y para poner a prueba el
pensamiento, al igual que en cierto pasaje Don Juan le confiesa a Carlos que al
principio usaba los términos brujería y magia sólo con el fin de provocar interés y
atención en su persona. En definitiva, dos conclusiones: 1; lo que nosotros entendamos
por los conceptos usados por esas culturas no tiene por qué ser lo que ellos entienden.
4 Castaneda, como antropólogo, adoptó en su persona todas las tradiciones y formas de entender
el mundo de la cultura que estudiaba con el fin de comprenderla. Y aun así, afirma que después
de años es incapaz de comprender de manera absoluta la vida de los chamanes.
5 Y sobre todo en nuestro caso, el occidental, cuyo sistema de pensamiento es tan cerrado a otras
culturas como lo es la religión católica con otras religiones. Otros sistemas de pensamiento, más
abiertos, están más preparados para asimilar cosas diferentes. Por ello nosotros estamos, de
nuevo, doblemente perjudicados.
6 El lado activo del infinito. P.266
Si el contenido del lenguaje es su uso, debemos fijarnos en cómo se usa una palabra, y
no fiarnos de connotaciones previas culturales. Y 2; haciendo epojé de este debate en lo
que quiero centrarme es en lo que recibimos de estos discursos, ya que eso no quedaría
invalidado ni aunque los libros de Castaneda fueran producto de estupefacientes.
Entonces, ¿Tiene credibilidad en nuestro mundo hablar de la brujería
mexicana? Poniendo entre paréntesis los prejuicios, el choque de culturas, el que nos
suene a magia y por tanto a engaño, a algo que se aleja de nuestro ideal que es la
ciencia, claro que la tiene. Si no podemos tomar como ciertas muchas de las premisas,
al menos sí como metáforas y mitologías, porque en cualquier caso, eso no importaría.
La fenomenología nos enseña a considerar todas las aseveraciones como dignas de
estudio. En la lista de epojés que hay que realizar para llegar a las cosas mismas nos
encontramos con la epojé a la realidad. No importa si lo que observamos es real o no
para la conciencia. No importa si existe de manera material o no. Para nuestra
conciencia funciona de igual modo algo tangible que algo que no lo es, y por tanto, es lo
mismo para el conocimiento. La mayoría de nuestra vida sucede en la conciencia, y por
tanto merece la pena ceder parte de nuestra actitud natural de realismo a la actitud que
da validez a todo lo que se nos da en la conciencia. A Castaneda le ocurrió, contaba en
uno de sus libros, que empezó a amar al conocimiento cuando dejó de plantearse si las
cosas que estudiaba eran reales o no. Pues lo mismo hace el fenomenólogo, ama al
conocimiento por sí mismo, porque el conocimiento no se encuentra en las cosas
físicas, sino en las cosas mismas, en la conciencia.
Otra de las cuestiones que suponen un perjuicio hacia los libros de Carlos es:
¿Existió realmente Don Juan? No parece que nadie haya conseguido evidenciar la
existencia de Don Juan, lo cual levanta sospechas. Sin embargo tampoco hay nadie que
haya podido desmentirlo. Pero la cuestión verdaderamente importante no es si existió o
no, sino, ¿Resta acaso la ausencia de realidad fáctica valor a la esencia y realidad del
mensaje? No importa demasiado si existió o no a la hora de que un lector se acerque a
un libro. ¿Acaso son más fiables las teorías si las ha dicho un hombre de verdad? La
cuestión aquí, y como acuña la fenomenología, es tratar a las cosas por sí mismas y no
por el lugar de donde vienen. Una teoría, una idea, un fenómeno, son lo que son por sí
mismos. Ni la boca ni la pluma de las que puedan haber salido las hacen más
verdaderas o falsas. Por eso no nos incumbe realmente juzgar si existió Don Juan o no,
sino juzgar las teorías por sí mismas.
El último tema de los que pueden deslegitimar el contenido de los textos es el de
las drogas. Este tema es siempre cuestión que causa resquemor entre la gente de
buenas maneras. Parece que la palabra droga detone inmediatamente una alarma
social en toda persona que pretenda ser buena, útil a la sociedad, recta y correcta,
etcétera. Sin embargo las drogas existen desde hace miles de años y han sido usadas
tanto para temas terapéuticos como de iniciación. Aun hoy en día se usan drogas como
fármacos. Incluso la empresa farmaceuta Bayer fue la que creó la heroína. Otra
cuestión es la drogadicción, o el uso de las drogas como método para escapar de la
realidad. En este caso, habría que juzgar la irresponsabilidad de los consumidores, y no
a la sustancia, del mismo modo que no juzgamos a la comida porque exista la obesidad.
Aparte de la alarma que a alguien pueda saltarle nada más oír el tema de las drogas, hay
quien juzga inmediatamente una obra realizada bajo los efectos de alguna sustancia.
Este es otro caso en el que la fenomenología para los pies a los prejuicios con otra
nueva epojé: al estado psicológico del sujeto que experimenta. Como ya hemos dicho, la
experiencia hay que estudiarla por sí misma, se da por sí misma, y los condicionantes
que la activan no son relevantes para ella. Una obra de arte, por ejemplo, no es más
mala porque haya sido creada bajo una sustancia química. Tal vez pueda argumentarse
que el esfuerzo del artista es menor, o que necesita de las drogas para potenciar la
creatividad, pero el valor de la obra es el mismo. Ahora bien, ocurre que
independientemente de estas cuestiones las drogas en Carlos Castaneda son usadas
únicamente como iniciación y en contadas ocasiones. Nunca escribe sus libros bajo el
uso de sustancias, sino que explica sus experiencias. No hace apología de las drogas. Y a
partir del 4º libro deja de hacer mención de las drogas para explicar su aprendizaje
personal a través de otros métodos. Las drogas suponen una apertura en la conciencia
del hombre de modo que aprende a través de ellas el punto hasta el que puede llegar su
conciencia si se dedica a ensancharla sin el uso de dichas sustancias.
Lo primero que le tiene que ocurrir a un fenomenólogo, al igual que a Castaneda, es que
se abra una brecha en la forma cotidiana de ver el mundo. Que se haga consciente por
primera vez del ser, que algo se le aparezca. Y podría continuar diciéndolo de muchas
maneras. Sin ese primer destello que posibilita la búsqueda de la conciencia no hay
herramientas para escarbar en ella. Si por ver entendemos ser consciente, y por ser
consciente ser consciente de las cosas mismas (de manera intencional), entonces el
hombre vive ciego hasta que ve de manera despejada. Y si no es consciente de que algo
así puede hacerse, ¿Cómo va a interesarse por ello? Una vez que la coraza prenatal que
nos protege del mundo se casca, lo ha hecho para siempre y es ahí donde comienza
nuestra historia. Tanto en fenomenología como en Castaneda hay un suceso que
desencadena esa primera apertura del mundo. En el primer caso es el espíritu de
apertura que domina el primer tercio del siglo XX, encabezado por la primera
fenomenología y por las vanguardias de todos los campos de las artes. En el segundo
caso es una anécdota con unas características concretas que Don Juan le hace buscar a
Carlos en su pasado. Esta anécdota debe ser impersonal, y a la vez, tremendamente
personal. El sujeto que la experimenta debe estar absolutamente inmerso, y a la vez su
yo no debe formar parte de la experiencia. Es iluminadora y rompe con lo cotidiano.
Carlos encontró una que llamó figuritas frente al espejo. La función de esta anécdota,
que en breve contaré, es la misma que el Cadeau, el regalo de Man Ray. Romper la
cúpula de inmanencia del mundo, o romper el mundo. Contradecir, deslegitimar a la
razón. Acabar con la tradición. Y aunque para este fenómeno se usen términos tan
negativos como romper, destruir, contradecir, acabar, etcétera, no es cierto que el
efecto sea negativo, sino al contrario, estos fenómenos permiten ver la realidad de las
cosas más allá de lo que esperamos que sean. Llevan las cosas a lo que son real e
irreductiblemente. Y son ser, son aparecer. Son lo que son sin conceptos que las
aprisionen. Son existir. Reducen las cosas a lo que son, y así amplían mundo. La
plancha de Man Ray es una plancha de acero, de las antiguas, de una sola pieza, con
unos clavos adheridos a la parte que debería ser deslizante. Así rompió la plancha, la
convirtió en otra cosa. Le dio la capacidad de existir por sí misma y para sí misma, sin
motivo. La convirtió en la rosa de Silesius. Porque eso es lo que hacen estos ejemplos.
Su propósito no es otro que el de despertar conciencias, o dicho de otro modo, romper
el tejido de lo que llamamos realidad. Trata de desencadenar una epojé en el espectador
y que así llegue a apreciar el aparecer puro, por sí mismo, sin necesidad de sentido. Los
chamanes llaman a esto “El temblor en el aire”.
Con respecto a la anécdota de Carlos, Don Juan le manda buscar una con las
características descritas antes para que reavive ese efecto en él. Carlos no tiene muy
claro lo que debe buscar y cree que tiene que buscar anécdotas escabrosas. Cuenta tres
historias de su niñez, a cada cual más siniestra, a las que Don Juan rechaza, aunque
instándole a seguir. “Sigue, sigue, ya estas cerca”. Carlos busca anécdotas cada vez más
extremas, cada vez más lejanas a lo que cualquiera admitiría dentro del margen de lo
posible en el mundo cotidiano, hasta que llega a la anécdota principal. Figuras frente al
espejo. Aunque sea un poco larga, creo que merece la pena transcribirla completa:
La fenomenología, cuando avanza, camina hacia atrás, como los cangrejos. Se dirige
hacia el pre-mundo. El pre-mundo es un concepto porque no podemos evitarlo.
Nuestra forma de usar el lenguaje se basa en definiciones y conceptos y sin embargo
hay cosas que se resisten a delimitarse. El pre-mundo es una de ellas, y eso
precisamente porque en el pre-mundo no hay definiciones. Lo encerramos en un
concepto pero no lo es, es una realidad experimentable. El pre-mundo es lo que hay
antes de las palabras, o dicho con palabras de Don Juan, lo que está más allá de la
sintaxis. Aunando fenomenología y chamanismo, sería lo que está más acá de la
sintaxis. Sin embargo, a pesar de que ese mundo está ahí desde siempre y es previo, el
hombre no vive en él. El hombre vive en un espacio lleno de reflexiones, de conceptos,
de concatenaciones de razonamientos causa-efecto. Sobre todo el hombre moderno, y
aún más el científico, pero no son los únicos. Nuestra cultura está enfocada de este
modo. Por eso le llamamos pre-mundo, porque el mundo está formado por ideas –las
ideas que tenemos de las cosas-. Y no sólo conceptos de lo que las cosas son (como silla
o mesa), sino conceptos de nosotros mismos. Cuando nos preguntan “¿Tu qué eres?” y
respondemos “Médico”, estamos utilizando un concepto. Cuando decimos nuestro
nombre, estamos usando un concepto. Vivimos entre palabras que enmascaran las
cosas. Esto no es nada nuevo. Sin embargo las cosas reales están ahí, detrás de nuestros
conceptos. Están previamente aunque nosotros tengamos que realizar un esfuerzo para
verlas, y por eso parece que avancemos hacia ellas. El método fenomenológico se
encamina hacia ese fin. Las epojés son unas herramientas que sirven a ese fin, al igual
que los descensos. Por ello el concepto de verdad es el de aletheia, desvelamiento o des-
ocultación. Implica que la verdad (el ser) ya estaba ahí, y requería ser desenterrado. En
el mundo de Carlos Castaneda ocurre igual. A las cosas se les llama de distinta manera,
pero el contenido es el mismo. El ser es la energía, y su visión es verla tal y como fluye
en el universo. Esta energía ha estado ahí desde siempre, pero el hombre tiene su
vínculo con el infinito demasiado sucio como para verlo. Le ata el mundo cotidiano,
diseñado explícitamente para distraerle de las cosas realmente importantes: las tareas
energéticas, es decir, tareas en relación con el ser. Tareas de una profundidad mucho
mayor que la cotidiana, y que requieren grandes reservas de energía para llevarse a
cabo. Para llegar a ese punto, al elemento irreductible de eseidad de las cosas, hay un
camino en ambos casos, con bastantes similitudes. En esencia ambos caminos son
similares; buscan, por definirlo claramente, limpiar la mente. Liberarla de lo que sobra,
de lo que nos oculta la verdad. En fenomenología, una filosofía al fin y al cabo, se le
llama descenso que hace epojé al principio de razón suficiente de Leibniz el cual dice
que nada ocurre que no tenga una causa. Luego se hace epojé al principio de los juicios
sintéticos a priori de Kant, luego al principio de todos los principios, principio de la
intención suficiente y principio del aparecer suficiente. Así se intenta limpiar la mirada
de los prejuicios que la razón nos ha impuesto durante años. Otro descenso, menos
académico, es el que pasa por evitar la reflexión que se traga al mundo, esa reflexión
asfixiante que nos impide disfrutar de la simpleza del paisaje. Luego evita la razón
como sustento del mundo, razón elevada al trono de todo lo existente y al final, nos
evitamos a nosotros mismos, a la raza humana, al espectador en general, pues nosotros
somos un destello fugaz en la brutal historia del cosmos. Bajo estas premisas llegamos a
inteligir las cosas puras. Estos pasos se hacen uno a uno, no siempre razonando. En el
caso de Castaneda no se encuentra una lista de pasos tan bien definida como en la
fenomenología. Hay que tener en cuenta que los libros son relatos, supuestamente
autobiográficos, y aunque estén llenos de explicaciones teóricas de provecho, no dejan
de ser relatos. Castaneda va a lo largo del libro en el que más me baso en este análisis,
descomponiendo su mundo a medida que avanzan los primeros capítulos. En su mundo
ocurren dos cosas simultáneas y proporcionales. Una es la experiencia con el silencio
interno, otra la descomposición del mundo. La diferencia es que la fenomenología hace
referencia a un camino teórico. Es decir, se puede llevar a la práctica, pero lo que
explica es el proceso a llevar a cabo en cualquier momento en la vida de una persona
para que acceda a ese aparecer. Es un aprendizaje atemporal. En cambio, al ser Carlos
Castaneda un sujeto experimental concreto, su derrumbamiento es algo constante en el
tiempo y por tanto nos hacemos conscientes de los efectos que tiene a lo largo de su
vida cada una de las intrusiones en ese pre-mundo. La incursión en el pre-mundo lo
llama silencio interno. En mi opinión tiene mucha semejanza con el concepto de
serenidad de las cosas de Heidegger, puesto que en el silencio interno las cosas
funcionan de manera distinta. Como he dicho, no hay una explicación sistemática como
en el caso de la fenomenología, sin embargo hay algunos requisitos para entrar en el
silencio interno que se asemejan con lo dicho. En primer lugar, los pensamientos se
cancelan. En el silencio interno hay quietud mental. El diálogo interno se detiene. Esto
es similar a hacer epojé a la reflexión que se traga al mundo. Es decir, que el silencio es
un estado mental abierto al mundo. Se trata de que el ruido que nuestra mente rumia
constantemente se detenga y nos deje escuchar el resto del mundo. En este caso, el
pensamiento funciona como una pantalla que nos aísla del exterior, cuando el exterior
es la esencia pura. Así se detiene el mundo. Don Juan dice que en el silencio interno se
funciona a un nivel distinto. Lo que quiere decir es que la percepción no depende de los
sentidos; que tenemos una facultad mágica. Esta es su particular forma de decir que
podemos percibir el mundo irracionalmente. De manera emocional y directa, sin
mediar por los sentidos racionales. Al final, este estado de silencio interno que se
acumula hasta llegar a un tope, hace que la persona se muera –de manera metafórica-.
Tras pasar el umbral personal, el mundo se detiene para siempre. Es la forma de decir
que realmente se puede hacer una epojé del yo, con todo lo que eso conlleva, de manera
definitiva. Es “el momento en que todo lo que nos rodea cesa de ser lo que siempre ha
sido”.8 Este es el final de una era, donde el hombre es por fin lo que realmente es, y vive
en libertad total. A este momento se le llama el punto de ruptura. Como consecuencias
del aumento de silencio interno, es decir, de su conciencia que se va abriendo cada vez
más y más hacia el verdadero ser de las cosas, cambian los hábitos y la forma en que se
enfrenta al mundo cotidiano. Los trabajos, la manera en que ve el conocimiento o a las
personas mismas. De algún modo siente que el mundo se le viene encima sin poder
evitarlo.
Al final todo acaba siempre del mismo modo: con la muerte. La mayor de las epojés es
la epojé al sujeto, al yo. El último paso requiere dejar de observar los objetos desde el
punto de vista del yo psicológico que experimenta y observarlo por ellos mismos, como
si no existiéramos. En el caso de Castaneda ocurre igual y lo llama la muerte del sujeto,
o el fin de la historia personal. Evidentemente no hablo de una muerte real, sino una
muerte simbólica. Si morir es abandonar todo lo que hace que yo sea yo, hay que morir
para ver los objetos puros. Si entendemos por morir la putrefacción del cuerpo, no, no
es un requisito. La verdad es que creer que el hombre es necesario para que haya
acontecimiento es de un egocentrismo tremendo. Debe de haber hombre, uno
cualquiera, para que pueda comunicarse, para que se haga consciente, al menos para
nosotros, pero no para que haya acontecimiento. Hubo millones de años de
acontecimientos antes de que el hombre existiera, y Nietzsche nos hace imaginar, en su
texto sobre verdad y mentira en sentido extra moral, que habrá también millones de
años de acontecimientos en los que los hombres no estarán presentes. Y no seremos
más que un instante falaz en la historia del universo. Lo que quiere decir esto es que no
somos tan importantes y por supuesto, que no somos nada necesarios para que las
cosas ocurran. Las cosas no requieren de nosotros para ser, son subsistentes. A esto se
refiere Bataille cuando dice que el hombre está harto de servir de razón al universo. No
somos sirvientes, porque el universo no nos necesita. Evidentemente no podemos ver el
mundo si estamos muertos, pero podemos intentar verlo como lo veríamos si
estuviéramos muertos.
Carlos Castaneda dice que morir es romper los puntos de referencia habituales
establecidos. El único punto de referencia que puede tener un chamán es el infinito, es
decir, el ser. Los puntos de referencia son las cosas o las normas que nos han inculcado
desde pequeños y que hacen que las cosas sean lo que nos parece que son, es decir, las
costumbres incrustadas sin permiso. También los elementos en los que nos fijamos
para decidir ser de tal o cual modo. En definitiva, todo lo moral. En cierto momento,
Castaneda le pregunta a Don Juan que cómo podrá saber si su persona ha muerto y éste
le responde que cuando sea siempre el mismo sin importar si está sólo o no. La muerte
personal se ve así como un escape de las máscaras. Dice también que el chamán no
tiene lugar donde esconderse. “Los chamanes ya no tienen escudos de defensa. Ya no
pueden esconderse detrás de sus estudios o de sus amigos. Ya no pueden esconderse
detrás del amor o del odio, o la felicidad o la desgracia. No pueden esconderse detrás de
nada.”9 Así que aquí el infinito se ve como ese infinito turbulento del que nos habla
Henri Michaux, el cual aparece cuando no tenemos barreras y nos arrastra. El
momento de morir es siempre momento de terror porque lo que consideramos que
somos nosotros en el mundo occidental no es más que un conjunto de escudos que nos
protegen del peligro de lo desconocido y de lo imprevisible. La seguridad de saber quién
somos a través de etiquetas como médico, profesor, hijo, hermano, estudiante, friki,
etcétera, no puede compararse al desconocimiento de la vida del chamán. Alguien que
vive como un chamán no es nada de eso, aunque pueda hacer las cosas que hacen esas
personas. No puede definirse, porque es mucho más que una simple etiqueta. Es algo
que pertenece a la corriente del ser, al infinito, y por tanto carece de definición. Se
encuentra sumergido en la continuidad.