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Más allá de la sintaxis

Un acercamiento entre Carlos Castaneda y la fenomenología

Pablo Rey Blanco

“Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le


aparecería al hombre como es, infinito.”
El matrimonio del cielo y el infierno
William Blake

1. Introducción

Carlos Castaneda, un estadounidense de origen sudamericano, recién licenciado en


antropología, realizó un viaje por la ciudad de México acompañando a un amigo, con la
intención de encontrar inspiración para elaborar un trabajo de campo. Todo su futuro
se decidió sin dramatismo y por casualidad, en el brevísimo encuentro que tuvo con
Don Juan Matus, el que sería un mentor que le guiaría a través de los conocimientos de
la filosofía chamanística. A raíz de ese encuentro y de una serie de pruebas que debió
pasar para volver a encontrarle, Carlos comienza -en mi opinión, sin saber dónde se
metía, ya que mantuvo desde el principio la distancia que debe mantener cualquier
investigador de pretensiones objetivas como él tenía por entonces1- a realizar una serie
de encuentros continuados con Don Juan Matus. Éste sentía con total convicción el
deber de convertir a Carlos en alguien capaz de ver el mundo con una amplitud de
conciencia mayor a la que usualmente tenemos, mediante enseñanzas tanto teóricas
como prácticas. Aunque más que deber, parecía responder a un destino marcado, o más
bien buscado, por una fuerza mayor que afecta a todo el universo (el intento, el
infinito). A medida que avanzaban las sesiones, Carlos se dejaba llevar cada vez más
por la influencia del brujo cuestionándose constantemente si éste no estaría loco, y si
no lo estaría él también por escucharle. De cualquier forma, inevitablemente Carlos va
cediendo y las fuertes experiencias a las que es sometido hacen que su visión cambie de
modo que el mundo de Carlos Castaneda se va resquebrajando, los pilares en los que se
sustenta empiezan a ceder mientras nos describe ciertas experiencias de tránsito entre
su mundo y el del chamán.
Aunque expuestas en Castaneda de manera existencial y en formato de
experiencia vital, encuentro similitudes entre sus descripciones y los procesos de epojé
fenomenológicos que nos llevan a ver la vida cada vez más tal cual es, libre de ataduras
y de prejuicios que nos impiden ver. En ambos casos –así en la fenomenología como en

1 Castaneda afirma que fue metiéndose poco a poco en el mundo “chamanístico”, el cual le
cambió la vida. Pero más allá de su palabra, es evidente al leer sus libros una evolución en la
forma de escribir y de tratar los temas. Se aprecia cómo a pesar suya, y con reticencias, pierde el
estilo de intención objetiva e informativa, y va involucrándose cada vez más en las enseñanzas,
perdiendo su intención inicial de mantener las distancias de modo que las investigaciones
puramente antropológicas acaban convirtiéndose en un relato de su vida y de sus intensas
experiencias personales. Éstas constituyen, a mi entender, por su sinceridad (sin importar del
todo su facticidad concreta), un documento de gran valor antropológico, porque quién puede
explicar mejor otra cultura, más que el que la investiga, que el que es absorbido por ella como
por un huracán.
el relato de Castaneda-, el sujeto se libera del mundo cotidiano que le rodea, de la
cadena causal de razones, de lo convencional, de la actitud natural, busca las
limitaciones para romperlas -en un caso a través del ejercicio de dilatación por
variación de los ejemplos, en el otro a través de experiencias que le empujan fuera de su
círculo de coherencia cotidiana-, hasta dar con el tapiz de fondo, con un núcleo o más
bien con algo pleno, que no necesita responder ante objeción alguna porque su mera
presencia es iluminadora. Es decir, que no requiere de explicaciones para entenderse -o
tal vez experimentarse-. Las similitudes entre Castaneda y la fenomenología -entendida
en el sentido más amplio- son muchas. En primer lugar, el primer paso en ambos casos
es librarse de lo que sobra. Ambos pensamientos –tomamos aquí la literatura de
Castaneda como un compendio de pensamientos- presuponen que la razón humana,
por diversos motivos, oscurece la plenitud de la existencia. Hay por lo tanto que hacer
epojé2, como ya he dicho, y tambalear los cimientos. Tambalearlos premeditadamente,
y si es posible con provocación –la sana violencia, como la violencia de las vanguardias
en el arte, supone siempre una ruptura de cimientos-. En ocasiones la fenomenología
peca de poco provocativa usando ejemplos fáciles y accesibles, cuando el hombre, que
olvida todo a lo que está acostumbrado y descuida lo que le es cercano, necesita de vez
en cuando ejemplos impactantes que le hagan removerse en su excesivamente cómodo
sillón de piel. Una vez el hombre -o su conciencia- se ha desnudado de sus apoyos y
amurallamientos entra en acción la verdadera tarea, tanto del fenomenólogo como de
Castaneda. En un caso es la descripción de cuanto acontece, del mundo que se ve con
esos ojos ya sin párpados. En el otro, a través de la descripción de ese mundo –silencio
interno, más allá de la sintaxis, energía tal y como fluye en el universo, vista clara,
impecabilidad- Castaneda modifica su conducta y su modo de entender las cosas, sobre
todo la conciencia. La diferencia entre ambos es la diferencia que hay entre la
explicación teórica y la práctica de un mismo asunto, cuando la teoría ya es práctica en
cierto modo. No hay que olvidar que la fenomenología es una filosofía, y que Castaneda
era en su origen y formación antropólogo.

2. Trama de conceptos

Previo al texto tal vez lo más conveniente sea aclarar algunos conceptos para aquellos
cuya obra de Castaneda no sea familiar. La finalidad es comprender estos conceptos tal
como él los explica en sus libros, y no de cualquier otra forma.

Chamanismo. El chamanismo que se describe en esos libros no trata de brujería al uso.


Lo que se entiende por brujería o magia son actos y lecciones que amplían nuestro
campo de conciencia. Todo en el chamanismo de Don Juan está enfocado hacia el
terreno de la conciencia. En palabras de Castaneda: “la meta del chamanismo de don
Juan es romper los parámetros de la percepción histórica y cotidiana, y entrar a
percibir lo desconocido.”3

2 Epojé, en terminología husserliana, como poner entre paréntesis, como hacer abstención de
ciertas cuestiones o razones.
3 Entrevista a Carlos Castaneda para la revista Uno Mismo, Chile y Argentina, Febrero de 1997.

http://www.castaneda.com/mirrors/spanish/tensegrity/interviews.cfm
Chamán. De igual modo, por chamán no entiende realmente un brujo indio-mexicano,
vestido siempre con máscaras y sumido en trances, de raros rituales. Para Don Juan, el
chamán es el hombre que busca trascender, escapar de la sintaxis, un hombre que
busca un nuevo modo de percibir el mundo que le rodea. Nótese el carácter más
filosófico que mitológico de los conceptos.

Nagual. El Nagual es una especie de líder de cada generación tradicional mexicana de


chamanes. Son hombres de excepcional conocimiento, y su única empresa es servir de
ejemplo en el camino hacia ese conocimiento.

Energía. La energía, en este marco de referencias, es la sustancia irreductible -al menos


para los hombres- de la que están hechas todas las cosas. Tanto los hombres como las
ideas o el universo. Está más allá de las palabras, y se percibe como una luz. Percibir y
conocer, en este caso, van unidos de la mano. Es una premisa en el pensamiento de
Don Juan que la esencia del universo es energía que fluye, y que el hombre ha perdido
el contacto con esa fuente originaria de conocimiento.

Ver. Ver, siempre en cursiva, hace referencia a percibir esa energía tal y como fluye en
el universo, es decir, libre de todo prejuicio o condición, estructura o interpretación, e
igual para todo el mundo. Energía tal cual, sin cáscara. No se ve con los ojos, sino que
se siente con todo el cuerpo, pero la sensación de luminosidad que desprende ese
conocimiento lleva a relacionarlo con el sentido de la vista, pues es una cuestión de
conciencia.

Infinito. Es el equivalente al Ser. Si la energía sería el modo en que las cosas son, el
infinito es el Ser, el uno. El Dios escolástico. Es una fuerza que abarca todo el universo.
Es también sinónimo de vida, de existencia pura y limpia, y engloba a todas y cada una
de las cosas concretas y abstractas -Don Juan no hace diferencia sustancial entre las
cosas concretas y las abstractas-. Este infinito tiene voluntad e intencionalidad, aunque
no domina absolutamente todo lo que ocurre, sino que más bien interfiere.

3. Limpieza del texto (y del contexto)

Para empezar pretendo eliminar todas las posibles connotaciones previas, sobretodo
negativas, puesto que las positivas no destruyen las vías de acercamiento a un texto -o a
cualquier cosa- sino más bien al contrario, crea puentes, y las negativas sí alejan. Un
presentimiento positivo nos acerca a cualquier cosa a la que haga referencia con ganas
de aprender y de admirar, y ese presentimiento puede verse refutado o reforzado. En
cambio, los presentimientos negativos, si cedemos a ellos, nos impiden acercarnos a las
cosas a las que hacen referencia produciéndonos rechazo y por tanto no se someten a
un verdadero juicio, sino que se quedan estancados en sí mismos. Serán pre-juicios
eternamente. Por ello son doblemente negativos. En este caso pretendo desestimar
unos prejuicios negativos muy concretos con respecto a la figura de Carlos Castaneda y
la de Don Juan -El brujo yaqui-.
A Castaneda le ocurre como a Platón. En muchas ocasiones el mito eclipsa la
verdad latente tras la fantasía. Hay muchas explicaciones y teorías en sus libros que no
me interesa tomar de manera literal, porque no encajan con mi forma cultural de
concebir el mundo -ni siquiera puedo saber si Castaneda se las tomaba de forma literal-
. Hay conceptos que pueden parecer absurdos e imposibles de asimilar para un
occidental y sin embargo forman parte del vocabulario común de los indios
sudamericanos, igual que pueda parecer que los asiáticos llevan escrito en los genes el
concepto del todo y de la fluidez. Ahora bien, todo lo que un hombre pueda interpretar
de una cultura situada al otro extremo de su forma de entender el mundo, desde este
lado del extremo, estará probablemente malinterpretado. Es el error típico, interpretar
una cultura desde otra cultura sin meterse dentro4. Por eso hay que dar ese salto y salir
del esquema típico de pensamiento impuesto por la tradición en la que nacemos 5, e
intentar descubrir cuáles son las cosas que podemos aprender desde un punto de vista
humano y universal. Quedarse con lo universal, con lo válido como aprendizaje para
cualquier hombre, y no con el caso concreto, con las palabras concretas muy mal
interpretables, que además son tan sólo el artificio mediante el cual un hombre en
concreto materializa alguna ley humana universal. Porque aunque para llegar a
definiciones fidedignas de otras culturas necesitáramos décadas de inmersión, al menos
podemos llegar a realizar un juicio justo, o echar una mirada desinteresada, sin
prejuicios, sobre lo que las cosas son.
Ahora bien, cabe considerar el efecto contrario. Todos los elementos -lenguaje,
conceptos, ropa, forma de moverse, músicas, ideas- que conforman una cultura
extremadamente opuesta a la que poseemos, pueden dificultar la comprensión, pero a
su vez, si aunque sea por un solo momento nos sumergimos en ella, nos obligará a
poner en cuestión a nuestra propia cultura. Carlos Castaneda se suele mantener
escéptico a las excéntricas ideas de Don Juan -viajes realizados en otros planos de la
conciencia, visiones de energía, etcétera-, según parece, durante años. Pero hay una
frase en uno de sus libros que explicita muy bien lo que puede sentir un hombre en su
situación: “En esos días estaba yo en un estado de conciencia en que incesantemente
me repetía una pregunta fatal: ¿Y si todo lo que me dice Don Juan es verdad?”6 Los
extremos ayudan a despejar las diferencias, al igual que nos cuesta discernir las que
pueda haber en dos elementos muy parecidos. Si estudiáramos una cultura muy similar
a la nuestra -por ejemplo las tradiciones de los holandeses o los portugueses-
aprenderíamos muchísimo menos del género humano en general que cuando
estudiamos culturas extrañas como las asiáticas o las indias. De hecho muchas veces da
la sensación de que todas las teorías excéntricas que se tratan en los libros de
Castaneda son elementos para llamar la atención del lector y para poner a prueba el
pensamiento, al igual que en cierto pasaje Don Juan le confiesa a Carlos que al
principio usaba los términos brujería y magia sólo con el fin de provocar interés y
atención en su persona. En definitiva, dos conclusiones: 1; lo que nosotros entendamos
por los conceptos usados por esas culturas no tiene por qué ser lo que ellos entienden.

4 Castaneda, como antropólogo, adoptó en su persona todas las tradiciones y formas de entender
el mundo de la cultura que estudiaba con el fin de comprenderla. Y aun así, afirma que después
de años es incapaz de comprender de manera absoluta la vida de los chamanes.
5 Y sobre todo en nuestro caso, el occidental, cuyo sistema de pensamiento es tan cerrado a otras

culturas como lo es la religión católica con otras religiones. Otros sistemas de pensamiento, más
abiertos, están más preparados para asimilar cosas diferentes. Por ello nosotros estamos, de
nuevo, doblemente perjudicados.
6 El lado activo del infinito. P.266
Si el contenido del lenguaje es su uso, debemos fijarnos en cómo se usa una palabra, y
no fiarnos de connotaciones previas culturales. Y 2; haciendo epojé de este debate en lo
que quiero centrarme es en lo que recibimos de estos discursos, ya que eso no quedaría
invalidado ni aunque los libros de Castaneda fueran producto de estupefacientes.
Entonces, ¿Tiene credibilidad en nuestro mundo hablar de la brujería
mexicana? Poniendo entre paréntesis los prejuicios, el choque de culturas, el que nos
suene a magia y por tanto a engaño, a algo que se aleja de nuestro ideal que es la
ciencia, claro que la tiene. Si no podemos tomar como ciertas muchas de las premisas,
al menos sí como metáforas y mitologías, porque en cualquier caso, eso no importaría.
La fenomenología nos enseña a considerar todas las aseveraciones como dignas de
estudio. En la lista de epojés que hay que realizar para llegar a las cosas mismas nos
encontramos con la epojé a la realidad. No importa si lo que observamos es real o no
para la conciencia. No importa si existe de manera material o no. Para nuestra
conciencia funciona de igual modo algo tangible que algo que no lo es, y por tanto, es lo
mismo para el conocimiento. La mayoría de nuestra vida sucede en la conciencia, y por
tanto merece la pena ceder parte de nuestra actitud natural de realismo a la actitud que
da validez a todo lo que se nos da en la conciencia. A Castaneda le ocurrió, contaba en
uno de sus libros, que empezó a amar al conocimiento cuando dejó de plantearse si las
cosas que estudiaba eran reales o no. Pues lo mismo hace el fenomenólogo, ama al
conocimiento por sí mismo, porque el conocimiento no se encuentra en las cosas
físicas, sino en las cosas mismas, en la conciencia.
Otra de las cuestiones que suponen un perjuicio hacia los libros de Carlos es:
¿Existió realmente Don Juan? No parece que nadie haya conseguido evidenciar la
existencia de Don Juan, lo cual levanta sospechas. Sin embargo tampoco hay nadie que
haya podido desmentirlo. Pero la cuestión verdaderamente importante no es si existió o
no, sino, ¿Resta acaso la ausencia de realidad fáctica valor a la esencia y realidad del
mensaje? No importa demasiado si existió o no a la hora de que un lector se acerque a
un libro. ¿Acaso son más fiables las teorías si las ha dicho un hombre de verdad? La
cuestión aquí, y como acuña la fenomenología, es tratar a las cosas por sí mismas y no
por el lugar de donde vienen. Una teoría, una idea, un fenómeno, son lo que son por sí
mismos. Ni la boca ni la pluma de las que puedan haber salido las hacen más
verdaderas o falsas. Por eso no nos incumbe realmente juzgar si existió Don Juan o no,
sino juzgar las teorías por sí mismas.
El último tema de los que pueden deslegitimar el contenido de los textos es el de
las drogas. Este tema es siempre cuestión que causa resquemor entre la gente de
buenas maneras. Parece que la palabra droga detone inmediatamente una alarma
social en toda persona que pretenda ser buena, útil a la sociedad, recta y correcta,
etcétera. Sin embargo las drogas existen desde hace miles de años y han sido usadas
tanto para temas terapéuticos como de iniciación. Aun hoy en día se usan drogas como
fármacos. Incluso la empresa farmaceuta Bayer fue la que creó la heroína. Otra
cuestión es la drogadicción, o el uso de las drogas como método para escapar de la
realidad. En este caso, habría que juzgar la irresponsabilidad de los consumidores, y no
a la sustancia, del mismo modo que no juzgamos a la comida porque exista la obesidad.
Aparte de la alarma que a alguien pueda saltarle nada más oír el tema de las drogas, hay
quien juzga inmediatamente una obra realizada bajo los efectos de alguna sustancia.
Este es otro caso en el que la fenomenología para los pies a los prejuicios con otra
nueva epojé: al estado psicológico del sujeto que experimenta. Como ya hemos dicho, la
experiencia hay que estudiarla por sí misma, se da por sí misma, y los condicionantes
que la activan no son relevantes para ella. Una obra de arte, por ejemplo, no es más
mala porque haya sido creada bajo una sustancia química. Tal vez pueda argumentarse
que el esfuerzo del artista es menor, o que necesita de las drogas para potenciar la
creatividad, pero el valor de la obra es el mismo. Ahora bien, ocurre que
independientemente de estas cuestiones las drogas en Carlos Castaneda son usadas
únicamente como iniciación y en contadas ocasiones. Nunca escribe sus libros bajo el
uso de sustancias, sino que explica sus experiencias. No hace apología de las drogas. Y a
partir del 4º libro deja de hacer mención de las drogas para explicar su aprendizaje
personal a través de otros métodos. Las drogas suponen una apertura en la conciencia
del hombre de modo que aprende a través de ellas el punto hasta el que puede llegar su
conciencia si se dedica a ensancharla sin el uso de dichas sustancias.

4. La irrupción del infinito.

“El ser es irrupción de la presencia”


Conceptos fundamentales
Martin Heidegger

Lo primero que le tiene que ocurrir a un fenomenólogo, al igual que a Castaneda, es que
se abra una brecha en la forma cotidiana de ver el mundo. Que se haga consciente por
primera vez del ser, que algo se le aparezca. Y podría continuar diciéndolo de muchas
maneras. Sin ese primer destello que posibilita la búsqueda de la conciencia no hay
herramientas para escarbar en ella. Si por ver entendemos ser consciente, y por ser
consciente ser consciente de las cosas mismas (de manera intencional), entonces el
hombre vive ciego hasta que ve de manera despejada. Y si no es consciente de que algo
así puede hacerse, ¿Cómo va a interesarse por ello? Una vez que la coraza prenatal que
nos protege del mundo se casca, lo ha hecho para siempre y es ahí donde comienza
nuestra historia. Tanto en fenomenología como en Castaneda hay un suceso que
desencadena esa primera apertura del mundo. En el primer caso es el espíritu de
apertura que domina el primer tercio del siglo XX, encabezado por la primera
fenomenología y por las vanguardias de todos los campos de las artes. En el segundo
caso es una anécdota con unas características concretas que Don Juan le hace buscar a
Carlos en su pasado. Esta anécdota debe ser impersonal, y a la vez, tremendamente
personal. El sujeto que la experimenta debe estar absolutamente inmerso, y a la vez su
yo no debe formar parte de la experiencia. Es iluminadora y rompe con lo cotidiano.
Carlos encontró una que llamó figuritas frente al espejo. La función de esta anécdota,
que en breve contaré, es la misma que el Cadeau, el regalo de Man Ray. Romper la
cúpula de inmanencia del mundo, o romper el mundo. Contradecir, deslegitimar a la
razón. Acabar con la tradición. Y aunque para este fenómeno se usen términos tan
negativos como romper, destruir, contradecir, acabar, etcétera, no es cierto que el
efecto sea negativo, sino al contrario, estos fenómenos permiten ver la realidad de las
cosas más allá de lo que esperamos que sean. Llevan las cosas a lo que son real e
irreductiblemente. Y son ser, son aparecer. Son lo que son sin conceptos que las
aprisionen. Son existir. Reducen las cosas a lo que son, y así amplían mundo. La
plancha de Man Ray es una plancha de acero, de las antiguas, de una sola pieza, con
unos clavos adheridos a la parte que debería ser deslizante. Así rompió la plancha, la
convirtió en otra cosa. Le dio la capacidad de existir por sí misma y para sí misma, sin
motivo. La convirtió en la rosa de Silesius. Porque eso es lo que hacen estos ejemplos.
Su propósito no es otro que el de despertar conciencias, o dicho de otro modo, romper
el tejido de lo que llamamos realidad. Trata de desencadenar una epojé en el espectador
y que así llegue a apreciar el aparecer puro, por sí mismo, sin necesidad de sentido. Los
chamanes llaman a esto “El temblor en el aire”.
Con respecto a la anécdota de Carlos, Don Juan le manda buscar una con las
características descritas antes para que reavive ese efecto en él. Carlos no tiene muy
claro lo que debe buscar y cree que tiene que buscar anécdotas escabrosas. Cuenta tres
historias de su niñez, a cada cual más siniestra, a las que Don Juan rechaza, aunque
instándole a seguir. “Sigue, sigue, ya estas cerca”. Carlos busca anécdotas cada vez más
extremas, cada vez más lejanas a lo que cualquiera admitiría dentro del margen de lo
posible en el mundo cotidiano, hasta que llega a la anécdota principal. Figuras frente al
espejo. Aunque sea un poco larga, creo que merece la pena transcribirla completa:

“Años antes, cuando estudiaba escultura en una escuela de


bellas artes en Italia, tenía un amigo íntimo, un escocés que estudiaba
arte para prepararse para ser crítico de arte. Lo que me venía a la
mente más vívidamente al recordarlo, y tenía que ver con la historia
que contaba, era la idea tan rimbombante que tenía de él mismo; se
creía erudito, artesano, lujurioso y libertino: un verdadero hombre
renacentista. Sí era libertino, pero lo lujurioso era algo que estaba en
total contradicción con su persona huesuda, seca y seria. Era un
seguidor vicario del filósofo inglés Bertrand Russell y soñaba con
aplicar los principios del positivismo lógico a la crítica del arte. El
hecho de ser el escolar y artesano más completo era quizá su mayor
fantasía porque siempre andaba con dilaciones; su némesis era el
trabajo.
Su cuestionable especialización no era la crítica del arte, sino su
conocimiento personal de todas las prostitutas de los burdeles locales,
que abundaban. Las largas y descriptivas anécdotas que me daba
(para tenerme, según él, al tanto de las cosas maravillosas que hacía
en el mundo de su especialización) eran un deleite. No me sorprendió
entonces para nada, que un día llegara a mi apartamento, todo
agitado, casi ahogándose, y me dijera que algo extraordinario le había
ocurrido y quería compartirlo conmigo.
-Vamos, chico, esto lo tienes que ver por ti mismo -me dijo todo
emocionado con el acento de Oxford que siempre afectaba cuando
hablaba conmigo. Se paseaba por la habitación agitadamente-. Es
dificilísimo describirlo, pero vamos, es algo que vas a apreciar por
toda tu vida. Caramba, la impresión, vamos, te va a quedar para
siempre. Comprendes, chico, te hago un regalo, un regalo maravilloso
que te va a durar toda una vida. ¿Comprendes?
Lo que yo comprendía era que él era un escocés histérico. Pero
siempre me gustaba llevarle la coba y acompañarlo. Nunca lo había
lamentado.
-Cálmate, cálmate, Eddie -dije-. ¿Qué estás diciendo?
Me contó que había estado en un burdel donde había
encontrado una mujer increíble que hacía algo insólito que ella
llamaba: «Figuras ante un espejo». Me aseguró repetidas veces, casi
tartamudeando, que no podía perderme este acontecimiento.
-Vamos, de la plata no te preocupes -dijo, sabiendo bien que yo
nunca tenía-. Ya te pagué la entrada. Sólo tienes que acompañarme.
Madame Ludmila te va a mostrar sus «Figuras ante un espejo».
¡Coño, qué maravilla!
En un ataque de risa incontrolable, Eddie hasta mostró su mala
dentadura, la cual normalmente encubría tras una sonrisa de labios
apretados.
-Te digo: ¡Coño, es increíble!
Mi curiosidad aumentaba minuto por minuto. Estaba más que
dispuesto a participar en este nuevo deleite. Eddie me llevó en su
coche a las afueras de la ciudad. Nos detuvimos delante de un edificio
polvoriento y viejo; las paredes descascaradas. Tenía el aire de haber
sido en algún momento, un hotel, y ahora era un edificio de
apartamentos. Podía ver los restos de un anuncio de hotel que parecía
haber sido arrancado a pedazos. En la fachada del edificio, había filas
de sencillos balcones sucios llenos de macetas o con alfombras
puestas a secar, tiradas sobre las rejas.
En la entrada estaban dos hombres morenos, de aspecto
dudoso; llevaban zapatos negros y puntiagudos que parecían
quedarles demasiado chicos. Recibieron a Eddie efusivamente.
Tenían ojos negros, furtivos y amenazadores. Los dos llevaban trajes
brillosos azul claro, que les venían demasiado entallados. Uno de ellos
le abrió la puerta a Eddie. A mí, ni me miraron.
Subimos dos tramos de escaleras desvencijadas que en un
tiempo habrían sido lujosas. Eddie iba adelante caminando a lo largo
de un corredor vacío tipo hotel, con puertas en ambos lados. Todas las
puertas estaban pintadas del mismo color verde oscuro aceitunado.
Cada puerta llevaba un número de latón, oscurecido por el tiempo,
casi invisible contra la madera pintada.
Eddie se detuvo delante de una de las puertas. Observé el
número 112. Tocó repetidas veces. La puerta se abrió y una mujer
baja, redonda y de pelo oxigenado nos invitó a entrar sin pronunciar
ni una palabra. Llevaba una bata roja de seda, con plumas en las
anchas mangas y zapatillas adornadas con bolas de piel. Una vez que
entramos a un pequeño corredor, y cerró ella la puerta, saludó a
Eddie en un inglés de horrendo acento.
-Helo, Eddie. Trajo amigo, ¿no?
Eddie le dio la mano, y luego muy galán, se la besó. Se
comportaba como si estuviera totalmente tranquilo, sin embargo le
notaba gestos inconscientes de nerviosismo.
- ¿Cómo se encuentra hoy, Madame Ludmila? -le dijo,
intentando hacerse el americano y arruinándolo.
Nunca descubrí por qué se hacía el americano cuando estaba
haciendo negocios en esas casas de mala vida. Sospechaba que lo
hacía porque los americanos corrían la fama de tener dinero, y así
podía él establecerse con la fama de un americano rico.
Eddie se volvió hacia mí y dijo en su fingido acento americano:
-Mira, chico; aquí te dejo en manos de esta muchacha.
Me sonó tan falso, tan extraño a mis oídos, que me reí en voz
alta. Madame Ludmila no parecía para nada perturbada al oír mi
carcajada. Eddie volvió a besarle la mano y se fue.
- ¿Tú parlas englés, mi nene? -me gritó como si estuviera
sordo-. Te ves ejipto, o torco, quizás.
Le afirmé a Madame Ludmila que ni era ni lo uno ni lo otro y
que sí hablaba inglés. Me preguntó luego si estaba de humor para ver
sus «figuras ante un espejo». No sabía qué decir. Moví mi cabeza
afirmativamente.
-Te dar bono spectácolo -me aseguró-. «Figuras ante un espejo»
es sólo excitar, preparar. Cuando estés caluroso, díceme que pare.
Desde el corredor donde estábamos, entramos en un cuarto
siniestro y oscuro. Las ventanas estaban cubiertas con pesadas
cortinas. Había focos de bajo voltaje en unas lámparas que colgaban
de la pared. Los focos tenían forma de tubos y salían de la pared
misma en ángulo recto. Había un sinnúmero de objetos por todas
partes; muebles pequeños con cajones, mesas y sillas antiguas; un
escritorio de tapa redonda contra la pared, lleno hasta arriba de
papeles, lápices, reglas y no menos de una docena de tijeras. Madame
Ludmila me hizo sentar sobre una butaca vieja.
-La cama en otra sala, amor -dijo apuntando al otro lado del
cuarto-. Ésta es mi antisala. Aquí, dar spectácolo, calor, presto.
Se quitó la bata roja, se quitó las zapatillas con una ligera patada
y abrió las puertas dobles de dos armarios que estaban el uno junto al
otro contra la pared. En cada puerta interior había un espejo de
cuerpo entero.
-Y alora, la música, nene -dijo Madame Ludmila, y le dio cuerda
a una Vitrola que parecía nueva de lo brillosa que estaba. Puso un
disco. La música era una melodía hechizante que me recordaba a una
marcha de circo-. Y ahora, mi spectácolo -dijo, y empezó a dar vueltas
al compás de la melodía hechizante.
La piel del cuerpo de Madame Ludmila era tersa en su mayor
parte, y extraordinariamente blanca, aunque no era joven. Era una
cuarentona de años plenos y bien vividos. Tenía un poco de barriga y
le colgaban sus pechos voluminosos. La piel de la cara también le
colgaba en una papada. Tenía una nariz pequeña y labios rojos muy
pintados. Llevaba muchísimo rímel negro. Me recordaba al prototipo
de la prostituta envejecida. Sin embargo, tenía un aire de niña, un
abandono y una confianza juvenil, una dulzura que me sacudía.
-Y ahora: «Figuras ante un espejo» -anunció Madame Ludmila
mientras continuaba la música-. ¡Pierna, pierna, pierna! -dijo, dando
una patada en el aire con una pierna y luego la otra al compás de la
música.
Tenía la mano derecha encima de la cabeza como una niña que
se siente insegura de hacer bien los movimientos.
- ¡Vuelta, vuelta, vuelta! -dijo dando de vueltas como un
trompo-. ¡Culo, culo, culo! -dijo luego, mostrándome su trasero
desnudo como bailarina de cancán.
Repitió la secuencia una y otra vez hasta que la música empezó
a perderse al acabársele la cuerda a la Vitrola. Tuve la sensación de
que Madame Ludmila iba dando vueltas a la distancia, volviéndose
más y más pequeña a medida que la música se perdía. Una
desesperanza y una soledad cuya existencia no conocía en mí, salió a
la superficie desde lo más profundo de mi ser y me impulsó a le-
vantarme y salir corriendo del cuarto; a bajar las escaleras como un
loco, a salir corriendo del edificio, a la calle.
Eddie estaba de pie junto a la puerta, conversando con los dos
hombres de trajes azul claro brilloso. Al verme correr así, empezó a
reírse estrepitosamente.
-Dime, muchacho, ¿no te pareció una bomba? -dijo, todavía
aparentando ser americano-. «Figuras ante un espejo es sólo
excitación, preparar...» ¡Qué cosa! ¡Qué cosa!”7

La conclusión de Don Juan es fulminante:

“-Esa historia -dijo don Juan- debe estar en tu álbum de sucesos


memorables. Tu amigo, sin tener ninguna idea de lo que estaba
haciendo, te dio, como él mismo dijo, algo que te va a durar toda una
vida.
-Yo la veo simplemente como una historia triste, don Juan, pero
eso es todo -declaré.
-Cierto, es una historia triste, igual que tus otras historias -contestó
don Juan-, pero lo que la hace diferente y memorable es que nos
afecta a cada uno de nosotros como seres humanos, no sólo a ti, como
en tus otros cuentos. ¿No ves? Como Madame Ludmila, cada uno de
nosotros, joven o viejo, de una manera u otra, está haciendo figuras
ante un espejo. Haz cuenta de lo que sabes de la gente. Piensa en
cualquier ser humano sobre esta tierra, y sabrás sin duda alguna, que
no importa quién sea, o lo que piensen de ellos mismos, o lo que
hagan, el resultado de sus acciones es siempre el mismo: insensatas
figuras ante un espejo.”

En ese momento, Carlos no pudo mantener la continuidad de acontecimientos


causales de la vida. El mundo se rompió por un instante y salió un monstrum. Una
experiencia límite que pone a prueba nuestra mente. Cuando cuenta que salió
corriendo atosigado por una desesperanza enorme lo que está es volviendo al cauce de
acontecimientos normal de su existencia: la muralla que le protege de acontecimientos
como ese; imprevisibles, raros, extremos. Acontecimientos que nos enfrentan a nuestro
modo de concebir el mundo y sus posibilidades. Lo cierto es que el ser irrumpe sin
pedir permiso, y eso asusta. Lo que aparece sin más nos recuerda que el mundo nos es

7 El lado activo del infinito. P.39-45


desconocido. “No cuida de sí”. Del aparecer volveré a hablar más adelante, puesto que
es el lugar desde el que parte mi reflexión, pero también en donde acaba.

5. La epojé y “el final de una era”.

“Señala el final de una era, lo que significa que lo que


está allí no puede quedarse. “
El lado activo del infinito.
Carlos Castaneda

La fenomenología, cuando avanza, camina hacia atrás, como los cangrejos. Se dirige
hacia el pre-mundo. El pre-mundo es un concepto porque no podemos evitarlo.
Nuestra forma de usar el lenguaje se basa en definiciones y conceptos y sin embargo
hay cosas que se resisten a delimitarse. El pre-mundo es una de ellas, y eso
precisamente porque en el pre-mundo no hay definiciones. Lo encerramos en un
concepto pero no lo es, es una realidad experimentable. El pre-mundo es lo que hay
antes de las palabras, o dicho con palabras de Don Juan, lo que está más allá de la
sintaxis. Aunando fenomenología y chamanismo, sería lo que está más acá de la
sintaxis. Sin embargo, a pesar de que ese mundo está ahí desde siempre y es previo, el
hombre no vive en él. El hombre vive en un espacio lleno de reflexiones, de conceptos,
de concatenaciones de razonamientos causa-efecto. Sobre todo el hombre moderno, y
aún más el científico, pero no son los únicos. Nuestra cultura está enfocada de este
modo. Por eso le llamamos pre-mundo, porque el mundo está formado por ideas –las
ideas que tenemos de las cosas-. Y no sólo conceptos de lo que las cosas son (como silla
o mesa), sino conceptos de nosotros mismos. Cuando nos preguntan “¿Tu qué eres?” y
respondemos “Médico”, estamos utilizando un concepto. Cuando decimos nuestro
nombre, estamos usando un concepto. Vivimos entre palabras que enmascaran las
cosas. Esto no es nada nuevo. Sin embargo las cosas reales están ahí, detrás de nuestros
conceptos. Están previamente aunque nosotros tengamos que realizar un esfuerzo para
verlas, y por eso parece que avancemos hacia ellas. El método fenomenológico se
encamina hacia ese fin. Las epojés son unas herramientas que sirven a ese fin, al igual
que los descensos. Por ello el concepto de verdad es el de aletheia, desvelamiento o des-
ocultación. Implica que la verdad (el ser) ya estaba ahí, y requería ser desenterrado. En
el mundo de Carlos Castaneda ocurre igual. A las cosas se les llama de distinta manera,
pero el contenido es el mismo. El ser es la energía, y su visión es verla tal y como fluye
en el universo. Esta energía ha estado ahí desde siempre, pero el hombre tiene su
vínculo con el infinito demasiado sucio como para verlo. Le ata el mundo cotidiano,
diseñado explícitamente para distraerle de las cosas realmente importantes: las tareas
energéticas, es decir, tareas en relación con el ser. Tareas de una profundidad mucho
mayor que la cotidiana, y que requieren grandes reservas de energía para llevarse a
cabo. Para llegar a ese punto, al elemento irreductible de eseidad de las cosas, hay un
camino en ambos casos, con bastantes similitudes. En esencia ambos caminos son
similares; buscan, por definirlo claramente, limpiar la mente. Liberarla de lo que sobra,
de lo que nos oculta la verdad. En fenomenología, una filosofía al fin y al cabo, se le
llama descenso que hace epojé al principio de razón suficiente de Leibniz el cual dice
que nada ocurre que no tenga una causa. Luego se hace epojé al principio de los juicios
sintéticos a priori de Kant, luego al principio de todos los principios, principio de la
intención suficiente y principio del aparecer suficiente. Así se intenta limpiar la mirada
de los prejuicios que la razón nos ha impuesto durante años. Otro descenso, menos
académico, es el que pasa por evitar la reflexión que se traga al mundo, esa reflexión
asfixiante que nos impide disfrutar de la simpleza del paisaje. Luego evita la razón
como sustento del mundo, razón elevada al trono de todo lo existente y al final, nos
evitamos a nosotros mismos, a la raza humana, al espectador en general, pues nosotros
somos un destello fugaz en la brutal historia del cosmos. Bajo estas premisas llegamos a
inteligir las cosas puras. Estos pasos se hacen uno a uno, no siempre razonando. En el
caso de Castaneda no se encuentra una lista de pasos tan bien definida como en la
fenomenología. Hay que tener en cuenta que los libros son relatos, supuestamente
autobiográficos, y aunque estén llenos de explicaciones teóricas de provecho, no dejan
de ser relatos. Castaneda va a lo largo del libro en el que más me baso en este análisis,
descomponiendo su mundo a medida que avanzan los primeros capítulos. En su mundo
ocurren dos cosas simultáneas y proporcionales. Una es la experiencia con el silencio
interno, otra la descomposición del mundo. La diferencia es que la fenomenología hace
referencia a un camino teórico. Es decir, se puede llevar a la práctica, pero lo que
explica es el proceso a llevar a cabo en cualquier momento en la vida de una persona
para que acceda a ese aparecer. Es un aprendizaje atemporal. En cambio, al ser Carlos
Castaneda un sujeto experimental concreto, su derrumbamiento es algo constante en el
tiempo y por tanto nos hacemos conscientes de los efectos que tiene a lo largo de su
vida cada una de las intrusiones en ese pre-mundo. La incursión en el pre-mundo lo
llama silencio interno. En mi opinión tiene mucha semejanza con el concepto de
serenidad de las cosas de Heidegger, puesto que en el silencio interno las cosas
funcionan de manera distinta. Como he dicho, no hay una explicación sistemática como
en el caso de la fenomenología, sin embargo hay algunos requisitos para entrar en el
silencio interno que se asemejan con lo dicho. En primer lugar, los pensamientos se
cancelan. En el silencio interno hay quietud mental. El diálogo interno se detiene. Esto
es similar a hacer epojé a la reflexión que se traga al mundo. Es decir, que el silencio es
un estado mental abierto al mundo. Se trata de que el ruido que nuestra mente rumia
constantemente se detenga y nos deje escuchar el resto del mundo. En este caso, el
pensamiento funciona como una pantalla que nos aísla del exterior, cuando el exterior
es la esencia pura. Así se detiene el mundo. Don Juan dice que en el silencio interno se
funciona a un nivel distinto. Lo que quiere decir es que la percepción no depende de los
sentidos; que tenemos una facultad mágica. Esta es su particular forma de decir que
podemos percibir el mundo irracionalmente. De manera emocional y directa, sin
mediar por los sentidos racionales. Al final, este estado de silencio interno que se
acumula hasta llegar a un tope, hace que la persona se muera –de manera metafórica-.
Tras pasar el umbral personal, el mundo se detiene para siempre. Es la forma de decir
que realmente se puede hacer una epojé del yo, con todo lo que eso conlleva, de manera
definitiva. Es “el momento en que todo lo que nos rodea cesa de ser lo que siempre ha
sido”.8 Este es el final de una era, donde el hombre es por fin lo que realmente es, y vive
en libertad total. A este momento se le llama el punto de ruptura. Como consecuencias
del aumento de silencio interno, es decir, de su conciencia que se va abriendo cada vez
más y más hacia el verdadero ser de las cosas, cambian los hábitos y la forma en que se
enfrenta al mundo cotidiano. Los trabajos, la manera en que ve el conocimiento o a las
personas mismas. De algún modo siente que el mundo se le viene encima sin poder
evitarlo.

8 El lado activo del infinito. P.149


6. El punto de ruptura, la muerte y más allá de la sintaxis.

Al final todo acaba siempre del mismo modo: con la muerte. La mayor de las epojés es
la epojé al sujeto, al yo. El último paso requiere dejar de observar los objetos desde el
punto de vista del yo psicológico que experimenta y observarlo por ellos mismos, como
si no existiéramos. En el caso de Castaneda ocurre igual y lo llama la muerte del sujeto,
o el fin de la historia personal. Evidentemente no hablo de una muerte real, sino una
muerte simbólica. Si morir es abandonar todo lo que hace que yo sea yo, hay que morir
para ver los objetos puros. Si entendemos por morir la putrefacción del cuerpo, no, no
es un requisito. La verdad es que creer que el hombre es necesario para que haya
acontecimiento es de un egocentrismo tremendo. Debe de haber hombre, uno
cualquiera, para que pueda comunicarse, para que se haga consciente, al menos para
nosotros, pero no para que haya acontecimiento. Hubo millones de años de
acontecimientos antes de que el hombre existiera, y Nietzsche nos hace imaginar, en su
texto sobre verdad y mentira en sentido extra moral, que habrá también millones de
años de acontecimientos en los que los hombres no estarán presentes. Y no seremos
más que un instante falaz en la historia del universo. Lo que quiere decir esto es que no
somos tan importantes y por supuesto, que no somos nada necesarios para que las
cosas ocurran. Las cosas no requieren de nosotros para ser, son subsistentes. A esto se
refiere Bataille cuando dice que el hombre está harto de servir de razón al universo. No
somos sirvientes, porque el universo no nos necesita. Evidentemente no podemos ver el
mundo si estamos muertos, pero podemos intentar verlo como lo veríamos si
estuviéramos muertos.
Carlos Castaneda dice que morir es romper los puntos de referencia habituales
establecidos. El único punto de referencia que puede tener un chamán es el infinito, es
decir, el ser. Los puntos de referencia son las cosas o las normas que nos han inculcado
desde pequeños y que hacen que las cosas sean lo que nos parece que son, es decir, las
costumbres incrustadas sin permiso. También los elementos en los que nos fijamos
para decidir ser de tal o cual modo. En definitiva, todo lo moral. En cierto momento,
Castaneda le pregunta a Don Juan que cómo podrá saber si su persona ha muerto y éste
le responde que cuando sea siempre el mismo sin importar si está sólo o no. La muerte
personal se ve así como un escape de las máscaras. Dice también que el chamán no
tiene lugar donde esconderse. “Los chamanes ya no tienen escudos de defensa. Ya no
pueden esconderse detrás de sus estudios o de sus amigos. Ya no pueden esconderse
detrás del amor o del odio, o la felicidad o la desgracia. No pueden esconderse detrás de
nada.”9 Así que aquí el infinito se ve como ese infinito turbulento del que nos habla
Henri Michaux, el cual aparece cuando no tenemos barreras y nos arrastra. El
momento de morir es siempre momento de terror porque lo que consideramos que
somos nosotros en el mundo occidental no es más que un conjunto de escudos que nos
protegen del peligro de lo desconocido y de lo imprevisible. La seguridad de saber quién
somos a través de etiquetas como médico, profesor, hijo, hermano, estudiante, friki,
etcétera, no puede compararse al desconocimiento de la vida del chamán. Alguien que
vive como un chamán no es nada de eso, aunque pueda hacer las cosas que hacen esas
personas. No puede definirse, porque es mucho más que una simple etiqueta. Es algo
que pertenece a la corriente del ser, al infinito, y por tanto carece de definición. Se
encuentra sumergido en la continuidad.

9 El lado activo del infinito. P.145


Eso es lo que encontramos más allá de la sintaxis. El ser, el infinito (turbulento
o no), la energía. Y esa fuerza, esa esencia dicha de muchas maneras, posee ciertas
características. Es serena, está en silencio, no posee definición ni palabras para
describirla, y es continua. Lo continuo es lo que queda detrás del límite. Lo que queda si
nos deshacemos de los límites es un pre-mundo caótico y deslimitado, cuya experiencia
es la de la continuidad porque todo está unido con todo. Esto solo quiere decir que
todas las cosas son lo mismo desde el punto de vista del ser. Todas las cosas son, y
tienen el mismo valor para el ser. Lo mismo da una muerte que un nacimiento, una
tarta que una espada. No es que las cosas no se diferencien unas de otras, nada pierde
su identidad en la deslimitación, no hay que olvidar de que hablamos siempre de poner
entre paréntesis. La identidad existe, pero queda relegada a un segundo puesto. Para
nosotros, los occidentales, la identidad es el asunto más importante de nuestras
reflexiones porque nos indican cómo manejarnos con las cosas. Literalmente nos va la
vida en ello. Sin identidad estamos perdidos; no sabemos movernos. Sin embargo, no
es el único modo de enfrentarse al mundo. Si la identidad (que repito, no se pierde, sino
que se desenfoca), podemos enfrentarnos a las cosas por lo que son, y no son su
identidad, sino que son ellas mismas, son aparecer. He dicho al principio que lo
irreductible de las cosas es que aparecen, más allá de eso no hay nada, no existen. El ser
es el aparecer. Y por eso, como dije, el filósofo y el chamán tanto empiezan como
acaban con un aparecer. Al final, tras todo el camino de deconstrucción realizado, todo
lo que nos lleva a limpiar nuestra conexión con el mundo, nos quedamos con el
aparecer puro, deslimitado, irreductible. Lo que nos enseña Castaneda es que debe
llegar un momento en que no sea necesario esforzarse por dejar que surja el aparecer,
sino que sea la forma normal de percibir el mundo. Que podemos llegar a ver las cosas
por lo que son. Puede realizarse un cambio en la sintaxis global de nuestra mente, o
como lo llama él, un cambio en las medidas de la cognición. Al final del libro, simboliza
un salto por un precipicio como un salto radical hacia un nuevo modo de percibir, de
manera continua, al aparecer. Un aparecer sin límites. Habla de una calle que ha
recorrido cientos de veces, pero que ahora siente como si la recorriera por primera vez.
Ahí nos quiere decir que la consciencia del aparecer no es ya una cosa especial, algo que
ocurre a veces, sino que ha logrado ligarlo a su sistema nervioso de modo que lo
cotidiano, lo común, que todos desatendemos por su carácter rutinario, se le aparece, se
le vuelve tremendamente consciente como lo que es, sin ese espejismo de rutina. Puede
que sea esa una realidad utópica o puede que no. Si podemos asomar la cabeza hacia
ese mundo, aunque sea por un instante, no hay nada que nos impida pensar que es
posible vivir en él. Vivir libres, por fin, y realizados, en un mundo abierto donde cada
acontecimiento es único. Como dice William Blake, si las puertas de la percepción se
purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito. En cualquier caso, me
parece una meta digna para el hombre avanzar en la conciencia, terreno en el que aún
estamos en pañales. Al fin y al cabo, todo el aprendizaje y todas las premisas de Don
Juan conducen a un único propósito: convencerse completamente de que un cambio de
percepción del mundo es posible.
Bibliografía

Castaneda, Carlos. El conocimiento silencioso. Gaia. 1998.


Castaneda, Carlos. El lado activo del infinito. Biblioteca bolsillo. 2000.
Entrevista a Carlos Castaneda para la revista Uno Mismo, Chile y Argentina, Febrero
de 1997. http://www.castaneda.com/mirrors/spanish/tensegrity/interviews.cfm

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