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Relato - Ese oscuro objeto…

3 de febrero de 2009 a las 22:02

En estos muros veo, uno a uno reflejados, todos aquellos instantes previos a la explosión, al dolor,
a la sangre en el cerebro corriendo a borbotones, cegando mis ojos, dejándome sordo a todo ayer,
a todo hoy. La oscuridad repta, el silencio se arremolina en mis oídos y solo puedo distinguir los
latidos de mi débil corazón, en la más trémula penumbra del alma, en el absoluto caos de mi
inconsciente. Atrapado, abarrotado, repitiendo uno por uno los instantes previos, aquella
confesión cayendo insípidamente, casi sin querer, de sus perversos labios de reptil. Arrepentido?
No lo sé, pero no he de negar que noche a noche, observo por esta pequeña ventana los astros
moviéndose en el cielo, que siguen marcando de forma perfecta, milimétrica y precisa mi sino
funesto, y veo como los hechos se suceden de manera natural, y fantaseo con la forma de
romperle el cuello al destino, de desangrar al futuro, de repetir una y otra vez la razón por la que
estoy aquí….

Y vuelvo otra vez a levantar el teléfono, y nuevamente se resbala de mis dedos, por el impacto de
esa vieja voz, y se precipita hacia el vacío en mi despacho….

“El señor Revoir está llegando muy tarde, no será mejor que lo llames Edgard? No ha llamado ni
siquiera para cancelar hoy”- la voz cansina de mi secretaria retumbo por el pasillo y llego hasta mi
despacho, donde me encontraba retozando en el diván, releyendo “tótem y tabú”, una de mis
obras favoritas de Freud. Me puse dificultosamente de pie, dejé de un lado el libro sobre la mesita
a la izquierda del diván y bebí un poco de agua del dispenser que había en el pasillo, me dirigí a
Cecilia, mi joven y neurótica secretaria, y le di la orden de llamar al señor Revoir si este no llegaba
dentro de los próximos 10 minutos.

No fue necesario esperar mucho más, ya que a los 5 minutos sonó repetida y estrepitosamente el
timbre del departamento, rompiendo con el silencio sepulcral que era habitué de mi despacho.

-Hágalo pasar Cecilia por favor- nada más que eso en ese día gris y volví a internarme en mi
lectura.

La puerta se abrió con un rechinar, devolviéndome a la realidad de una forma incomoda e


inquietante. Allí estaba frente a mí, de pie, el esbelto Revoir, un hombre bastante joven, pero cuya
vitalidad había muerto, según decía él, hacía varios años. El alma de ese hombre era para mí
todavía un misterio y sus ojos reflejaban en su inmensa vacuidad el peor de los terrores: la total
falta de siquiera un mínimo de esperanza.

Y ahí estaba frente a mí esta altiva figura, que me pedía cordialmente sentarse.

Revoir se quitó su pesado sobretodo y lo colgó en el perchero, junto a su sombrero y su paraguas;


el invierno estaba haciendo estragos en la ciudad y el frío lograba helar hasta al alma más
apasionada. Delicadamente tomó asiento frente a mí, quitándose suavemente sus bellos guantes
blancos y depositándolos a su lado sobre la mesa, dejando ver sus esculpidas manos de alabastro.

-Le molestaría que prendiese un cigarrillo?- recuerdo que pregunto con su aterciopelada voz.

-Para nada, fumar es un placer-


-Por supuesto, y sobre todo en este tipo de situaciones- dijo divertido a la vez que sacaba de su
cigarrera un cigarrillo importado y una boquilla de una piedra que parecía marfil.

Hacía mucho que no veía a Jean Revoir de tan buen humor, de hecho, nunca lo había visto así. Si
bien siempre fue un tipo muy educado y gentil, nunca había demostrado la jovialidad y el
entusiasmo que lo engalanaban esa mañana.

-Qué particular usted con este humor, realmente me resulta encantador. A qué se debe este
repentino cambió en su vida? A conocido a alguna señorita? -

Me miró extrañado pero satisfecho durante una milésima de segundo, pero en ese momento no le
di importancia, y rápidamente respondió

– Se podría decir que he conocido a una jovencita, sí, se podría decir que sí. Estoy algo
emocionado, pero tengo un poco de miedo a lo que pueda llegar a acontecer, verá, esto nunca me
había sucedido antes.-

- Me alegro por usted, sinceramente, le deseo lo mejor. Pero porque esa inquietud hombre? Si
bien es cierto que todo cambio en la vida genera un estado traumático de ansiedad, usted es muy
joven para caer en estas cosas, disfrute de la vida, a que cambio le teme específicamente?-

- Miré- y dio una gran pitada a su cigarrillo- temo por mi libertad, temo perder mi libertad-
exclamo seriamente.

- La mayoría de los hombres temen eso en las relaciones, pero pronto va a encontrar los pros de
estar en pareja y verá que se experimentan vivencias muy diferentes a las de la soltería, no se
preocupe con eso y tómese todo con calma- respondí decidido a zanjar el asunto y transmitirle a
mi paciente seguridad.

- Me temo que no es tan sencillo mi señor. Mi libertad está en peligro desde el momento que me
vi tentado por los vivaces ojos de esta señorita… ay doctor si hubiese visto lo bella que era!-
suspiró- sus ojos me recordaron toda aquella ingenuidad perdida, toda esa esperanza que creía
muerta. Tan pequeña e inocente. Pero la quise para mí, y para nadie más. Sus brillantes ojitos
verdes brillaban con fuerza cuando me le acerque en la calle. Supongo que acepto seguirme
pensando en qué estaría diciendo su padre sobre semejante locura, fugarse así con un extraño por
la mañana, usted bien sabe cuánto desean las jóvenes desafiar la autoridad.- y le brillaron
ardientemente los ojos

- Estoy de acuerdo caballero, no hay océano más profundo ni embravecido que el corazón de una
joven dama. Pero por favor, continúe su relato-

- Como le he dicho, lo hecho hecho está y ahora las cadenas están en mis tobillos y la soga
amenaza en apretar con fuerza mi cuello, veo como los muros se alzan sobre mí y se cierra la
pesada puerta de mi jaula, de mi prisión. No debí dejarme hechizar por sus ojos de niña, por aquel
fresco viento que de un soplo revivió mi alma y trajo de vuelta mi pasado, mi juventud… ahora
estoy en serios problemas… ya no tengo posibilidad de elegir.-dijo algo inquieto
Percibí la preocupación en su voz, que transmitió a mi alma un pequeño escalofrió, como un
choqué eléctrico que recorrió mi espina por todo lo largo de ella. Presentí que algo andaba mal,
que había algo que la sonrisa de Revoir no dejaba traslucir. Apure mi voz con convicción.

-Me inquieta Revoir, hay algo que usted me está ocultando, no veo por qué tanto miedo, se ha
metido en algún problema hombre? -

- Creo que lamentablemente si- dijo apaciblemente mientras se prendía un nuevo cigarro.- Miré, la
chica es menor de edad, y creo que no nos hemos conocido en las circunstancias más alegres…-
dijo midiendo sus palabras

Esto me alarmó, nunca hubiese predicho algo por el estilo viniendo de Jean Revoir, quise indagar
más al respecto y lo alenté a que siguiese relatando la situación. Su relato fue el siguiente;

“Bien, a la chica la había visto varias veces pasear con sus amigas por el barrio en el que vivo,
cuando salgo por la mañana al trabajo. La había visto y me tenía febrilmente hipnotizado, su
cuerpo prometía como fruta fresca y su cara angelical es un retrato que nunca olvidaré. Pero sus
ojos, fueron sus ojos los que, cuando clavó su provocativa mirada en mí un día que cruzaba la
calle, me hicieron perder el juicio.

Esa juventud, esa alegría, esa inocencia y perversión combinadas de forma mágica, fantástica,
incluso sutil! Fue eso y nada más lo que recordé olvidado, lo que luche desesperadamente sobre el
piso por obtener. Pero no quiero adelantarme de más en mi relato, todo a su tiempo.

Decidí, con un poco de valor, a invitarla a salir, a buscarla, a por fin retener para siempre aquello
perdido en el tiempo. Existían sus ojos y nada más. Su brillo, solo ese brillo que me hacía alucinar y
por el que hubiese hecho cualquier cosa. Esperé a que pasara por la esquina que siempre cruzaba,
a la misma hora. Frené mi auto en la esquina anterior y fui, a pie, a encararla.

La intercepté y tuvimos una breve conversación, ella sonreía tan alegre, tan ingenua. Aceptó a mi
propuesta de dar un paseo con el auto, así que caminamos una cuadra hasta el mismo y
emprendimos viaje. Ella hablaba desfachatadamente e insinuaba con la mirada, me estaba
volviendo loco, quería que perdiera la cabeza. Y esos malditos ojos que no dejaban de clavarse en
mí, de retorcerme el corazón.

Sus suaves pechos se definían suavemente bajo la blusa del secundario, la pequeña pollera solo le
cubría la mitad de los muslos. Cuando noté este detalle comencé a enloquecer. La escena se
repetía una y otra vez en mi cabeza: tomarla, poseerla, terminar de una vez con este asunto. Mi
destino estaba escrito, ya no veía bien a donde me dirigía, ya no había claridad.

Manejé frenéticamente, no sabía bien a dónde, pero algo en mi estaba resuelto a hacerlo.
Aparqué el auto en un calle cortada y un torbellino me cegó. Mi cuerpo enteró se tenso, hinchado
por la sangre, el sudor, el deseo.

Y simplemente ocurrió. No se bien cómo, pero lo disfruté. Mis músculos se movieron sin orden.
Me abalancé como un loco sobre su fragilidad. Una y otra vez arremetí con carga feroz. No
escuchaba nada, no veía nada, solo a veces en el horizonte de mi fantasía sus ojos verdes en el
medio del vacío, esos ojos vedes que tanto amé.
Seguí con avidez, hasta el fin del mundo. No importaban los arañazos, en mi cara ni su cuerpo
temblando bajo el mío. No veía nada más que mi ayer.

Un escalofrío me recorrió, un sabor agridulce, un rayo que quebró la calma y se fue, súbitamente
como apareció. Todo había terminado. Comencé escuchar los gritos, el dolor de la joven. No quise
ver aquello, la debilidad humana- Nada importaba, había recuperado aquello perdido, aquello
amado. Y por primera vez en estos largos años, me sentí feliz; feliz y vivó nuevamente.”

Las palabras se agitaban en mi mente como un avispero, como algo que está a punto de explotar.
En algún lugar de la ciudad había una niña en algún callejón sufriendo, ni siquiera sabía si viva o
muerta. No sabía dónde, tampoco sabía muy bien por qué. Mi desesperación iba en aumento, a
medida que, tranquilamente, el señor Revoir sentenciaba que ya era el final de la sesión y que
debía apurarse, puesto que llegaría tarde al trabajo.

Llamaría a la policía, no importa que sucediera, al cuerno con el silencio del analista, al cuerno con
todo. Jean se puso sus guantes, su sombrero y su sobre todo. Me despidió amablemente y yo
callé. Me dijo que confiaba en mí, en su analista. Callé nuevamente. Solo agregué, segundos
después, que debíamos charlarlo seriamente y que lo esperaba la semana siguiente en mi
despacho. Sonriente, aduló mi comprensión y agregó que ahora se sentía más “tranquilo”.

Y simplemente se fue.

Rápidamente actué me abalancé sobre el teléfono del escritorio de mi secretaria, aprovechando


que Cecilia había salido a almorzar. Busque en la agendita los números de servicio, respiré tres
veces y me decidí a marcar el número.

No fue necesario. En mis manos el teléfono comenzó a sonar. Atendí. Una voz como salida del
abismo, como el mismísimo demonio, comenzó su declaración:

“Señor, habla el departamento de policía, lamentamos informarle que hemos encontrado a su


hij….”

Y no fue necesario escuchar más. El teléfono se deslizó con el peso de todos los años perdidos, de
todo el pasado cayendo de una sola vez sobre mis hombros. Se deslizó de entre mis dedos
suicidándose al vacío, al igual que mi alma que se ausentaba del lugar, con un solo grito aislado,
con el dolor la sangre y la furia haciendo jirones de mi sanidad

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