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¿POR QUÉ DOS?

Comenzando a estudiar la primera Parshá de la Torá nos percatamos que la Torá


se dedica inmediatamente después de relatar acerca del génesis de todos los creados – a nada menos
que la institución del matrimonio. (Bereshit 2:24)
Si tenemos en claro que precisamente esta institución está atravesando una terrible crisis, es
importante, pues, que le dediquemos unas líneas a partir de lo que narra la Torá en su fundamento.
Advertiremos que a medida que D”s fue sumando los distintos elementos, en la culminación de
cada etapa, D”s declaró que lo creado era “Tov”. “Tov” se utiliza como “bien” en los boletines de
hebreo, lo cual se entiende que cumple básicamente con lo mínimo esperado – pero podría ser
mejor: p.ej. muy bien, o excelente… Sin embargo, si aquel de quien estamos hablando es D”s, Cuya
obra es perfecta, entonces Su “Bien” significa: exacto o justo – pues no hay lugar para mejor.
Volviendo al texto de la Torá, D”s declaró a todo Tov. Es decir, que todo estaba diseñado de manera
que reunía todas las condiciones y tendría la durabilidad para funcionar y cumplir con su objetivo
para siempre.
Después de crear todo y brindarle perpetuación con la palabra Tov, D”s determinó que uno de los
creados era “Lo Tov” (Bereshit 2:18 – “no bien”), es decir que no cumplía del modo en que estaba
con su propósito. Era el ser humano. ¿Cómo era aquel “hombre”?
Antes de que el ser humano tenga las características con las que lo conocemos actualmente, era un
ser que poseía todos los factores que hoy en día llamaríamos masculinos y femeninos, en un solo
ser. Hasta podría reproducirse solo, porque era “hermafrodita”.

Imaginemos por un momento esta situación: el hogar dirigido por un ser íntegro que decide todo
solo. No necesita casarse ni formar matrimonio, no tiene problemas conyugales, no puede ser infiel,
ni cela de nadie. Sale a trabajar, cocina, habla por teléfono, ordena la casa, se ocupa de la educación
de los hijos, cambia los pañales, etc. – todo solo… y sin discusiones. No hay suegros ni suegras…
Sus descendientes son como “él”, y repiten la misma característica.
Pensemos. ¿No sería ideal? ¡¿no se acabaron los problemas, o al menos muchos de ellos?! ¿No sería
un mundo más tranquilo y feliz? Pero no. D”s decidió que era “Lo Tov” y que así la cosa no andaba.
Los dividió en hombre y mujer. Un hombre y una mujer que tienen actitudes radicalmente distintas
en muchos aspectos. Se distinguen en lo emocional, lo físico, psicológico y sentimental, y – por
sobre todo – les cuesta la convivencia estable y tranquila. ¿Por qué?
Una pregunta más: Ya que D”s es omnisciente y sabía claramente que Su creación inicial no
cumplía con las condiciones que Él quería, ¿por qué no los hizo en su forma y propiedad actual
desde el primer momento? ¿Qué sentido tenía crear algo que sabía que debería modificar después?
La respuesta es que D”s bien lo sabía, pero quería enseñarnos algo a nosotros: los seres humanos.
Aquello que hubiésemos creído o ilusionado como “ideal” o “perfecto”, no es ni tan ideal ni tan
perfecto.
Quizás resolvería ciertos conflictos, pero no cumpliría con su propósito. Dado que el ser humano
fue creado a imagen de D”s, debía emplear su máximo potencial en la forma de brindarse
totalmente a otro ser distinto a él (o ella) mismo/a mediante un compromiso para toda la vida, y
bajo circunstancias que nadie puede prever al momento de contraer enlace. Nadie conoce el futuro,
y nadie sabe bajo la Jupá, cómo será su futuro económico, de salud física y mental, de intromisión
familiar, de tranquilidad emocional, etc.
El versículo en Tehilim (Salmos 89:3) reza que “(…D”s determinó que…) un mundo eterno de
bondad será edificado…” En otras palabras: el propósito de la creación es que el ser humano sume
todos sus esfuerzos y energías en pos de la edificación del mundo mediante actos de benevolencia.
Las personas participamos de la edificación del mundo. Mediante nuestras acciones somos
protagonistas del rumbo que D”s destinó para Su creación.
No existe un escenario más apto para el desarrollo y la realización de toda la amplia capacidad del
potencial humano que el marco del matrimonio. El hecho que en tantos sentidos, la peculiaridad del
hombre se oponga al de la mujer, hace que se requiera una mayor inversión y dedicación de amor
para el crecimiento y profundización del vínculo. Solo entonces, el ser humano es “Tov”.
Desde ya, que esta visión de la relación hombre-mujer difiere radicalmente de la que nos presenta
nuestra sociedad. Si el motivo de los distintos rasgos de ambos reside en la tarea moral que debe
desarrollar, y que esta debe ser absolutamente altruista, entonces poco tiene que ver con la actitud
hedonista con la que se vende la imagen humana en casi todos los medios. No es difícil entender el
porqué del deterioro de la institución matrimonial con el consecuente dolor de quienes en algún
momento crearon en su ilusión fantasías quiméricas de un idilio eterno.
Sin embargo, la Torá nos cuenta que nuestra triste situación no es original.
A pocos años de la creación, se relata que un hombre descendiente de Caín, hijo de Adam, contrajo
matrimonio con dos mujeres.
Dado que en su comienzo la Torá (Bereshit 2:24) recomendó una sola esposa, como dice “y se
apegará a su esposa y serán una carne” (está claramente escrito en singular), la “novedad” de la
bigamia requiere una explicación. Rash”í nos presenta la aclaración de la situación. Los motivos de
Lemej (Bereshit 4:19 – y quienes lo imitaron de allí en más), no eran para nada santos. No es que
quería más descendientes ni que su exceso de generosidad lo instaba a brindarse a más de una
mujer. Lemej quería lo que imaginaba “lo mejor de dos mundos”: una mujer para procrear (y tener
una “familia decente”), y la otra para pasear y “divertirse” (los hoteles de categoría no aceptan
niños ni mascotas…) y pasarla bien.
Este fue el primer gran desvío de lo que hablamos anteriormente referente al modo de la creación
del ser humano. Los años corrían y la brecha entre lo que debía ser y la realidad se fue ahondando.
La Torá nos dice que tomaban “mujeres de todo lo que elegían” (Bereshit 6:2): ya no importaba, ni
se diferenciaba entre mujer soltera o casada (“es un mero documento”…), ni si la “pareja” era
hombre (con otro hombre) o mujer, y más tarde si era ser humano – o animal. A esta altura, su
conducta ya fue irreversible: aun con todas las advertencias, hicieron caso omiso a las palabras de
Noaj y el diluvio destruyó todo.
Más allá de lo terrible del sufrimiento de la epidemia de matrimonios destruidos, o en vías de
rotura, desgaste y quebranto, está la decadencia moral de la sociedad que la vive, pues desde
Bereshit vemos claramente cómo D”s ideó el matrimonio como medio perfecto e ideal para el
crecimiento del ser humano.
A raíz de este aprendizaje, debemos entender el “Shalom Bait” como la tarea indispensable de
construcción ordenada, mutua y amalgamada de una estructura íntima y espiritual de los
contrayentes, que permita elevar el nivel de ambos para cumplir con sus roles de marido y esposa
entre ellos mismos, y de padre y madre hacia sus hijos, y como pareja hacia terceros.
El profeta Hoshea (2:21, 22), nos habla del “matrimonio” entre el Todopoderoso y el pueblo de
Israel: “y te desposé para la eternidad, y te desposé con rectitud, con justicia, con piedad y con
misericordia, y te desposé con confianza, y te uniste a D”s”.
Nuestra costumbre es recitar este pasaje cuando enrollamos con tres vueltas la correa de los Tefilín
en forma de anillos alrededor de nuestro dedo mayor. Ese modo de colocar el Tefilín sobre el dedo
se asemeja a la formación de anillos – lo que coincide con los versículos que estamos citando.
Si bien estos pasajes se remiten a la boda entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel, no deja de ser
un ejemplo de lo que debe ser una unión, en la que ambos lados se unen para la infinitud a fin de
cumplir con los objetivos espirituales que se proponen, que es lo que sucedió entre D”s y el pueblo
de Israel.
Si tomamos estos versículos como modelo, podemos intuir que hay un orden por el que se edifica
un hogar. Hay un antes y un después. Los padres preparan a los jóvenes tratando de ser sus modelos
para ellos mediante su propia conducta, hasta que los creen aptos para erigir su propio hogar con la
persona adecuada.
De ahí en más, la unión se va consolidando a partir del momento del matrimonio. Bajo la Jupá, el
novio desposa a la novia “para la eternidad”, o sea, que hay un compromiso entre ellos para edificar
en conjunto este hogar. El compromiso está dado a través de la palabra. El valor del ser humano y
su semejanza al Todopoderoso, surge mediante la posibilidad de expresarse con la palabra. Sin
convenio de responsabilidad recíproca, no existen los cimientos de una construcción.
Una vez que está dada la palabra de obligación mutua, comienzan a regir las conductas vitales que
hacen a la convivencia: “con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia”.
El trayecto es largo.
Al salir de la Jupá, recién comienza la tarea de vivir con los atributos y las cualidades humanas que
unen a la pareja.
Si esto sucede, entonces con el tiempo, llegará la confianza correspondiente al tercer anillo.
Es menester señalar en este versículo, que las condiciones que permiten cimentar el hogar, son las
virtudes más excelsas y elevadas a las que debe aspirar toda persona.
De la experiencia de vida, sabemos que la confianza es tan difícil de lograr – y tan fácil de perder…
La familiaridad que lleva a la intimidad (el ser realmente unidos) requiere mucho esfuerzo. Cuando
utilizamos la palabra “esfuerzo”, no queremos dar la idea de martirio.
Por lo contrario: D”s nos dio los medios por los cuales podemos dar y recibir compañerismo,
solidaridad y sentimientos de apoyo y sostén mutuos en las situaciones que se cruzan en la vida de
cada uno. Cada incidente y circunstancia de la vida, puede permitir que la pareja se afiance más y
más.
Óptimamente sería que se conviertan en una suerte de acróbatas que tienen la certeza que pueden
depender y contar uno con el otro para complementar sus tareas, y cuando toda su existencia se
torna dependiente uno del otro. Cuando con la mera mirada ya saben entender lo que piensa el otro,
y sin mirarse forman una armonía y afinidad indivisible, están aproximándose a esa unión ideal.
Del mismo modo en que D”s y el Pueblo de Israel (nuestros abuelos) firmaron un pacto por el que
atravesamos ya más de tres milenios en los que D”s nos mantuvo milagrosamente, y en los que
nuestros padres innumerables veces ofrendaron sus vidas para sostener el apego y la creencia en Él,
el matrimonio entre dos seres humanos debe manifestar aquella misma analogía de unión. Creo que
ningún compromiso o pacto que celebramos los seres humanos desde el momento en que nuestros
antepasados juraron y dijeron “Naasé veNishmá” frente al Monte Sinaí, abarca a la persona de
manera tan cabal e íntegra en sus acciones y sentimientos como lo son las palabras que expresa el
novio a la novia bajo la Jupá.
En Pirké Avot (1:4,5), los Sabios Iosé ben Ioezer y Iosé ben Iojanán mencionan ciertos criterios
básicos para cualquier hogar. Esas pautas tienen que ver con las obligaciones espirituales de estudio
(“Que sea tu casa un centro de encuentro de los Sabios…”), y los deberes sociales (“Que sea tu casa
muy abierta, y que sean los menesterosos parte de tu morada…”).
Reconocer los deberes que incumben a cada contrayente en su rol, es el comienzo del Shalom Bait.
Es la edificación del Bait mismo. Sin duda, que si están preparados con una educación apropiada,
entonces en ese hogar reinará el Shalom que se manifiesta con la Presencia de D”s.
En la visión judía de hogar, cada uno de sus componentes tiene su rol especial imprescindible, en
particular la madre, quien recibió de manos de D”s la ternura que hace a un crecimiento sano de los
niños. El padre, por otro lado, no debe olvidar que es un modelo, para bien o para mal, frente a sus
hijos y que, a su vez, su presencia (mirando la “tele” está- sin duda – ausente) tranquila en el hogar
trae seguridad a sus hijos. Ambos, no deben pasar por alto, que los niños observan minuciosamente
su conducta y que las faltas de respeto (ni hablar de agresiones) entre ellos los afecta en forma
negativa.
Está en nosotros, padres, que proclamamos amar a nuestros hijos, brindarles aquel hogar, reconocer
los estragos de la competencia que caracteriza el mundo de alrededor, y mostrarles el ejemplo que
realmente somos capaces de crear.
En lo que sigue quiero agregar algunos consejos prácticos de los conceptos que aquí tratamos: la
confianza correspondiente al tercer anillo y la posibilidad que tenemos de expresarnos con la
palabra.

LOS TRES ANILLOS


Entre los males que aquejan la relación de los seres humanos en general, y carcomen la vida
matrimonial en particular, están la falta de asesoramiento adecuado, la creencia de que “se sabe
todo” y que por el hecho de estar enamorados, ya se tiene asegurada la felicidad eterna; la
superficialidad en los vínculos, la noción de que la vida debe ser divertida, excitante y con intriga.
También lo son el fenómeno de la idealización desmesurada y las expectativas surrealistas que ya
no admiten la más pequeña molestia y que conducen a la inevitable frustración, la fisura
generalizada en las normas de civilidad, la irritación provocada por falta de confort, el peso de la
presión económica, la interferencia familiar y el concepto endeble de que “el tiempo” resolverá los
problemas, cuando sabemos que en la realidad, jamás nada se arregla por sí solo.En el hablar común
de la gente, se rotula la cuestión de la que estamos hablando como “Shalom Bait” – (traducido
como “paz, o armonía familiar”). En cierta oportunidad, al conversar con un rabino muy entendido
en el tema, me comentó escuetamente: “¿Shalom Bait…? – ¡si ni siquiera tienen idea de lo que es
un Bait…!”

En efecto, probablemente es ese uno de los problemas más acuciantes: la falta de conocimiento de
lo que es un hogar.
Si bien para alguna gente referirse al Shalom Bait se reduce a las pulseadas, desencantos y roces
entre marido y esposa, y en algunos casos hasta a violencia física, amenazas, acosos múltiples,
infidelidad, etc., estas manifestaciones representan las situaciones extremas y más graves de la falta
de Shalom Bait.
Sin embargo, en su definición real, debemos entender el Shalom Bait como la tarea indispensable
de construcción ordenada, mutua y amalgamada de una estructura íntima y espiritual de los
contrayentes, que permita elevar el nivel de ambos para cumplir con sus roles de marido y esposa
entre ellos, y de padre y madre hacia sus hijos, y como pareja hacia terceros.
El profeta Hoshea (2:21, 22), nos habla del “matrimonio” entre el Todopoderoso y el pueblo de
Israel: “y te desposé para la eternidad, y te desposé con rectitud, con justicia, con piedad y con
misericordia, y te desposé con confianza, y te uniste a D”s”.
Nuestra costumbre es recitar este pasaje cuando enrollamos con tres vueltas la correa de los Tefilín
en forma de anillos alrededor de nuestro dedo mayor. Ese modo de colocar el Tefilín sobre el dedo
se asemeja a la formación de anillos – lo que coincide con los versículos que estamos citando.
Si bien estos pasajes se remiten a la “boda” entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel, no deja de
ser un ejemplo de lo que debe ser una unión, en la que ambos lados se enlazan para la infinitud a fin
de cumplir con los objetivos espirituales que se proponen, que es lo que sucedió entre D”s y el
pueblo de Israel.
Si tomamos estos versículos como modelo, podemos intuir que hay un orden según el cual se
edifica un hogar. Hay un antes y un después. Los padres preparan a los jóvenes tratando de ser sus
modelos mediante su propia conducta, hasta que los creen aptos para fundar su nuevo hogar con la
persona adecuada.
De ahí en más, la unión se va consolidando a partir del momento del matrimonio.
Bajo la Jupá, el novio desposa a la novia “para la eternidad”, o sea, que hay un compromiso entre
ellos para edificar en conjunto un hogar. El compromiso está dado a través de la palabra.
El valor del ser humano y su semejanza al Todopoderoso, surge mediante la posibilidad de
expresarse con la palabra. Sin convenio de responsabilidad recíproca, no existen los cimientos de
una construcción.
Una vez que está dada la palabra de obligación mutua, comienzan a regir las conductas vitales que
hacen a la convivencia: “con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia”. El trayecto es
largo.
Al salir de la Jupá, recién comienza la tarea de vivir con los atributos y las cualidades humanas que
unen a la pareja. Si esto sucede, entonces con el tiempo, llegará la confianza correspondiente al
tercer anillo. Es menester señalar respecto a este versículo, que las condiciones que permiten
cimentar el hogar, son las virtudes más excelsas y elevadas a las que debe aspirar toda persona. De
la experiencia de vida, sabemos que la confianza es tan difícil de lograr – y tan fácil de perder…
La familiaridad que lleva a la intimidad (el ser realmente unidos) requiere mucho esfuerzo. Cuando
utilizamos la palabra “esfuerzo”, no queremos dar la idea de martirio.
Por lo contrario: D”s nos dio los medios por los cuales podemos dar y recibir compañerismo,
solidaridad y sentimientos de apoyo y sostén mutuos en las situaciones que se cruzan en la vida de
cada uno. Cada incidente y circunstancia de la vida, puede permitir que la pareja se afiance más y
más.
Óptimo sería que se conviertan en una suerte de acróbatas que tienen la certeza de que pueden
depender y contar uno con el otro para complementar sus tareas, y cuando toda su existencia se
torna dependiente uno del otro. Cuando con la mera mirada ya entienden lo que piensa el otro, y aun
sin mirarse forman una armonía y afinidad indivisible, están aproximándose a esa unión ideal.
Del mismo modo en que D”s y el Pueblo de Israel (nuestros abuelos) firmaron un pacto en cuyo
mérito atravesamos ya más de tres milenios, en los que D”s nos mantuvo milagrosamente, y en los
que muchos de nuestros antecesores innumerables veces ofrendaron sus vidas para sostener el
apego y la creencia en Él, el matrimonio entre dos seres humanos debe analogar aquella misma
unión.
Creo que ningún compromiso o pacto que celebramos los seres humanos desde el momento en que
nuestros antepasados juraron y dijeron “Naasé veNishmá” frente al Monte Sinaí, abarca a la persona
de manera tan cabal e íntegra en sus acciones y sentimientos como lo son las palabras que expresa
el novio a la novia bajo la Jupá.
En el primer capítulo de Pirké Avot (Mishná 4 y 5), los Sabios Iosé ben Ioezer y Iosé ben Iojanán
mencionan ciertos criterios básicos para cualquier hogar. Esas pautas tienen que ver con las
obligaciones espirituales de estudio (“Que sea tu casa un centro de encuentro de los Sabios…”), y
los deberes sociales (“Que sea tu casa muy abierta, y que sean los menesterosos parte de tu
morada…”).
Reconocer los deberes que incumben a cada contrayente en su rol, es el comienzo del Shalom Bait.
Es la edificación del Bait mismo. Sin duda, si están preparados con una educación apropiada,
entonces en ese hogar reinará el Shalom que se manifiesta con la Presencia de D”s.
Doy por sentado que a algunas personas que lean este apartado, les parecerá que lo que vertí en
estas líneas es un tanto obvio. No obstante, lo obvio debe cada tanto ser releído y recordado.
Quizás, sea precisamente el hecho de creer que todo en la vida es elemental e indiscutible, lo que
nos haga olvidar el cuidado de lo más preciado y valioso que hemos de construir y que por ese
motivo lo obvio deje de serlo.
LOS TRAPECISTAS
En el apartado anterior emergió el tema de la confianza entre los contrayentes. En éste, trataremos
de ampliar este punto.
Ante todo, es preciso entender que la confianza es algo intangible que se logra únicamente a través
del tiempo y con conductas constantes, transparentes, sensatas y reflexivas. En la medida que se va
conociendo a la gente, esta podrá recibir un mayor o menor grado de confianza, dependiendo en
gran medida de experiencias de vida anteriores que hemos atravesado, las cuales nos tornan más
crédulos o más escépticos.
Recordemos que marido y esposa – al margen de ser individuos distintos, no provienen de un
mismo hogar (aun los hermanos dentro del mismo hogar y con los mismo padres, nos distinguimos
por temperamentos e inclinaciones diferentes, por compañeros no en común, etc.), lo cual provoca
que los códigos con los que se manejan habitualmente sean desiguales. Lo que para uno es
“normal”, informal e insignificante, para el otro es grave, serio y vital. Esto muchas veces no se
reconoce como tal hasta muchos años después de estar casados, porque en los tiempos iniciales de
conocimiento mutuo por alguna razón no fue considerado trascendente.
Compartamos algunas sugerencias relacionadas con la cotidianeidad. Previamente, advirtamos que
aun con nuestra mejor voluntad de corregir conductas, debemos dar tiempo a las personas con
quienes convivimos, a que se adecuen a la nueva modalidad (mejorada). En caso que nuestra actitud
hasta el presente hubiera sido sinuosa y serpenteada, les costará acomodarse. Si prevalecemos, D”s
mediante, veremos frutos positivos.
• Asumamos la responsabilidad de expresar nuestras necesidades con claridad. Mientras alguien
sospecha que no puede decir las cosas – quizás por temor a ser rechazado o por vergüenza, esto
impide que confíe, y por ende – recela de la otra persona. Al confiar – por otro lado – se asienta más
la relación.
• Tomemos conciencia de brindar siempre bienestar al cónyuge (de manera placentera). Es difícil
desconfiar de quien se esfuerza (genuinamente) en hacernos sentir bien.
Recomendación: mantener la proporción de 5 a 1, o sea, no decir algo crítico o negativo hasta tanto
no haber dicho algo positivo y afectuoso previamente en muchas oportunidades.
• Cumplamos con los compromisos que asumimos, siendo claros en lo que decimos para evitar
malos entendidos. Cuidemos no crear situaciones indefinidas.
• No dejemos asuntos personales sin resolver. Esto implica que se debe desarrollar técnicas de
comunicación fluidas y habilidad en resolver problemas. Cuando las situaciones quedan irresueltas,
crece el resentimiento, y éste provoca la pérdida de confianza.
• Limitemos el contacto con otras personas del género opuesto, sabiendo medir los sentimientos del
otro (que suelen ser dispares dada la distinta procedencia de los cónyuges)
• Aprendamos a “pelear”. Si bien hay quien pueda pensar que discutir debe automáticamente
referirse a agresión, esto es errado y surge de la creencia de que no hay manera de disentir con
altura, sin anularse mutuamente y con el afecto intacto. El silencio no implica mar sereno. Es más,
el silencio puede y suele ser el preludio de una explosión. (o puede tratarse de un sometimiento de
por vida de un cónyuge al otro). Ninguna de estas opciones es sana.
Si el modo de discutir es exagerado, entonces se destruye la confianza. Por lo contrario, una buena
discrepancia, permite conocer la postura del otro para poder construir juntos y unidos.
Acordemos:
 Se debe esclarecer y circunscribir el tema que estemos discutiendo. No traigamos a la mesa
historias viejas que quedaron sin resolver. El debate del momento no es una venia para recordar
desechos antiguos.
 Evitemos decir “sí”, cuando creemos que la respuesta es “no”. Si bien se puede llegar a creer que
al “aceptar” lo que quiere el otro expresado de palabra (pero no en el corazón), se evita una pelea,
en realidad se está “aparentando” – y permitiendo que crezca el resentimiento, profundizando en
realidad el descrédito y el desamor.
 No nombremos a los parientes del otro a fin de apoyar nuestra postura o acometer contra la del
otro. Los allegados familiares de cada uno son – o deben ser – el sostén emocional de cada persona,
y comentarios respecto a un integrante de su familia suele tener consecuencias más graves de lo que
muchos imaginan. No olvidemos la importancia de mantener en privado los temas matrimoniales.
 Pactemos desde un principio algún método de interrumpir la discusión si suponemos que se nos
va a ir de las manos. Esto no debe ser una postergación indefinida de asuntos importantes que se
debe tratar. Hay temas que no se pueden eludir, y su negación solo provoca incomodidad – falta de
confianza – en la persona con quien se debe construir la familia.
 Cuidémonos de no comenzar una rencilla de noche cuando estamos cansados y no tenemos
control total de nuestras emociones. Cuando sea necesario, elijamos expresiones en las que
hablamos más de “yo”, que de “vos” – las cuales habitualmente poseen un sesgo de descalificación
– aunque pudiera ser solamente en la percepción.
Muchas de las controversias se pueden evitar si tenemos precaución en nuestras expresiones. Más
allá de la palabra o el gesto – la susceptibilidad que se hiere puede cobrar vida propia y apartar a
distancias abismales e innecesarias a quienes deben fiarse plenamente uno del otro.
 Tratemos de ser como los trapecistas. Todo lo que hace cada uno, depende de lo que haga el otro.
Hace falta una coordinación plena y exacta de sus acciones. Para llegar a esta coherencia, se
requiere mucho ejercicio – y confianza mutua.
D”s dispuso en la naturaleza del hombre y de la mujer el atractivo necesario para que se creen
matrimonios, esto es – como dijimos – un medio para establecer algo superior: un hogar, un espacio
de convivencia espiritual sagrado y tranquilo.
En ese esquema, las propiedades llamativas y diferenciadas de hombre y mujer fueron obsequiadas
para incrementar la intimidad y atracción entre los cónyuges.
Aun cuando la tentación a malversar los elementos innatos que D”s nos dio siempre existió, y la
opción al pecado siempre ha estado, la modernidad ha convertido este atractivo en un fin en si
mismo, con el solo objetivo de satisfacer apetitos corporales y placer por el placer mismo.
No es secreto que la institución del matrimonio jamás ha sufrido una crisis como la que está
atravesando en la actualidad.
Y si bien se debe atribuir esta triste realidad a muchos factores: la falta de educación al amor por el
prójimo, la carencia de paciencia, la ínfima tolerancia al error ajeno, el impedimento a aceptar la
mínima privación de confort, la ausencia total de códigos morales, la escasez de modelos creíbles y
la falta de cultura hacia el compromiso, el entorpecimiento al hogar tranquilo y estable se multiplica
por el exhibicionismo sin precedentes que existe hoy.
En el tablero de ajedrez, se podría llamar el “jaque mate” que termina venciendo a la cordura, la
madurez y la paz.
En virtud de que en todos los ámbitos de la vida se compite – ¿por qué no también en la “conquista”
del amor?
El modo actual de “atraerse” entre la gente, les permite utilizar cualquier medio que logre ese fin. Y
los Sabios (Brajot 24., Kidushin 70.) lo reconocieron como tal: el lenguaje verbal, y el no verbal, los
movimientos del cuerpo, el tono de voz, el modo de arreglarse el cabello, la manipulación de los
sentimientos y la persuasión por lo externo.

GUILLERMO
APRENDIENDO A DIALOGARQuerida…:
Ante todo, tus consultas no molestan.
Es más: me brindan la oportunidad de dar a conocer algunas reflexiones en público. Si vuelvo a
explayarme sobre estos temas, es por lo (lamentablemente) frecuentes que se han tornado estas
preguntas, y porque entiendo que es de suma importancia ocuparme de la cuestión.
No podemos eludir un asunto que corroe las propias bases de nuestro pueblo.
Antes de abocarnos a lo que tú has escrito explícitamente, debo aclarar que hay ciertos sentimientos
y aprensiones que se disciernen de tus palabras, a los cuales quiero dedicar los próximos renglones.
Cuando un rabino – o no rabino – atiende consultas de orden conyugal, su función no es la de
arbitrar el conflicto, o darle la razón a uno de los consortes (en desmedro del otro).
Por lo tanto, cuando mencionas en tus palabras una y otra vez la cuestión de “tener razón”, quiero
que te quede bien en claro que no me ocupo de eso.
Si llevan a cabo una competencia entre ustedes, no inviten a terceros a participar: esto puede solo
recrudecer la relación de la pareja.
El otro punto que es importante aclarar en forma preliminar es que el cargo de rabino y su
investidura, no deben dar la apariencia – ni menos implicar en la realidad – que desde esa posición
uno favorezca la opinión de aquel que sea – o suponga ser – el más observante de las dos personas
que se presentan a dirimir una situación.
Esta afirmación vale tanto para cuestiones matrimoniales, como cualquier otro tema (p.ej.
comercial) que puedan oponer a dos personas.
Claramente, todo aquel que intenta adherir al cumplimiento de la Torá, se alegrará y apoyará a
quien cumpla con lo que la propia Torá exige de nosotros. No obstante, esto no implica un “cheque
en blanco” automático, ni justificará a esa persona en una divergencia con otra.
Al aclarar esto, quizás me sienta un poco ridículo, pues este punto no debería verse como dudoso.
Sin embargo, muchas personas (entre ellas creo que tú también) dejaron entrever esta suposición.
Ahora podemos pasar al contenido mismo de tu misiva.
Hablas de la “imposibilidad de diálogo” que hay entre Uds. y que tu marido “no te escucha”.
Estas frases las he oído muchas veces, lo cual no disminuye el dolor que provoca su reiteración.
En primer lugar, entendamos que el diálogo es una instancia para salir al encuentro de la otra
persona. Esto implica permitir recíprocamente el espacio para la reflexión y para poder expresarse
en libertad- y respeto. Las relaciones familiares conllevan automáticamente una limitación en este
aspecto. Los vínculos familiares no son libres. Hay compromisos asumidos, y hay expectativas e
ilusiones previas (muchas veces excesivas e ilógicas).
Sin diálogo no hay matrimonio. Se comprará un departamento, habrán niños, podrán ir a la escuela
y pasear. No faltará el pan en la mesa – pero no hay matrimonio más que en lo legal. El casamiento
significa que se unen dos personas, crecen y se desarrollan en forma mancomunada y
complementaria.
Idealmente, con el tiempo, las acciones de cada una de ellas toman en cuenta a la otra, que
conforma su pareja, y su hogar crece en armonía. El diálogo permite que cada uno escuche los
pensamientos y los sentimientos que el otro aporta.
Escuchar a otro no es tarea simple. Requiere paciencia, interés, respeto, deseo de desarrollarse,
permitir la evolución del otro, modestia y flexibilidad para aunar las voluntades de ambos.
Estos elementos críticos no abundan en nuestra sociedad: en particular, la modestia y el respeto.
Con lo cual, uno se encuentra más con discursos y/o monólogos de quienes pregonan sus ideas –
pero que no saben escuchar a los demás.
El motivo principal de esta “falta de atención”, no es la imposibilidad mental de cada una de las
partes de concentrarse en lo que dicen otros, sino un impedimento emocional originado en los
sentimientos: al creer que las palabras del otro/a lo culpan, acusan, hieren, es más probable que,
mientras el otro expone, uno se concentre más en qué y cómo responder, que en escuchar y
aprehender lo que el otro efectivamente está diciendo.
Pero todo esto, es tan solo una parte.
El respeto – dentro de la conversación – también implica evitar expresiones como (interrumpiendo
al que habla): “ya sé lo que me vas a contestar”.
Estas palabras implican que la discusión es superflua, pues ya uno sabe qué es lo que el otro dirá
(sin creer que pueda haber cambiado de posición, pues lo supone tan terco que ni le atribuiría la
facultad de haber repensado la situación). Si la conversación es libre, esto significa que cabe la
posibilidad de cambiar de postura, que es lo que supuestamente se busca para llegar a un término
aceptable por ambas partes.
En un caso típico, dos cónyuges se sientan a “dialogar” – habitualmente uno por elección y el
segundo por presión.
En ese diálogo, el primero acusa, demanda, exige. El otro asume su rol defensivo (que seguramente
ya esperaba cumplir y habrá repasado mentalmente muchas veces) – y que en la mayoría de los
casos se expresa por la estrategia de un “buen ataque” (para desviar los misiles contrarios).
El resultado más común es que ninguno sale satisfecho ni airoso de aquel encuentro.
Otro escenario muy común es aquel en el que ambos tratan algún problema que deben resolver, pero
en el que ya tienen dos posiciones muy claras tomadas de antemano. Tratan – infructuosamente – de
convencer al otro de algo que este no se quiere convencer.
El primero presenta su punto de vista, y el/la otro/a expone su propia perspectiva.
Luego, el primero reafirma su enfoque que obviamente difiere del segundo, sin haber modificado un
ápice su visión inicial, pero sumándole énfasis a sus palabras, o modificado ciertas palabras en su
alegato. También el segundo mejora su oratoria, pero no varía la esencia de su discurso inicial.
Ambos acaban de exponer sus ideas, sin haber registrado un acercamiento al otro en la repetición de
sus palabras. Esto crea en cada uno de ellos un sentimiento de frustración, pues han dicho lo que
querían que el otro escuchara, sin haber percibido la mínima aceptación de la otra parte. En otras
palabras, ambos se sienten ignorados, aun si los dos respondieron a lo que escucharon.
Exacerbados, se predisponen a la tercera “vuelta”. Las apuestas suben. Hay más en juego.
El tema inicial que produjo este “diálogo” ya carece de importancia.
A esta altura se pelea por el ego de cada uno.
Decir: “Si, querido/a”, después de haber insistido sobre un punto una y otra vez, no es lo mismo que
si se tratara de la primera oportunidad en la que se escuchó la moción del otro (en aquel primer
momento aún se habría podido apreciar como si hubiera sido un acto de generosidad y
magnanimidad).
Al haber subido el tono de exigencia y haber radicalizado las posiciones, ceder ya implica una clara
derrota. No hay marcha atrás.
El modo de creciente extremismo al expresarse a medida que transcurre la conversación, es una
estrategia de la que no necesariamente somos conscientes al emplearla. Instintivamente creemos
que si asumimos y expresamos una postura más concluyente, esto “obligará” al otro a acercar
posiciones a las que sostiene uno.
El problema se agudiza cuando ambos emplean la misma estrategia…
El fracaso y desilusión que sienten cada uno en este choque con “la persona a quien aman”, se ve
magnificado precisamente por suceder con “esa” persona y por lo absurdo de la situación. Cayeron
ambos en la trampa del “callejón sin salida”.
Sin poder retroceder, y con el temor de que la posible escalada en el tono de voz y la mayor
polarización de sus opiniones lleven a una situación peligrosa, ambos se retiran de su “ring”
abatidos.
Todo esto no ocurre en un vacío, sino que se ensambla con la psiquis de dos personas que,
cotidianos ciudadanos de la modernidad – suelen padecer de flaquezas y fragilidades en su auto-
valoración, que sienten aun más vulnerada en este nuevo fiasco del forcejeo.
La conclusión es que “con vos no se puede hablar” – a veces en un tono apenas audible, pero no por
eso con menor contenido de amargura u ofensa.
La vivencia permanece en aquellos espacios más difíciles de acceder de la mente. El tema del que
se habló quedará permanentemente asociado y ligado a aquella triste experiencia que atravesaron
ambos.
La próxima vez que deseen dialogar, “lo pensarán dos veces”, para evitar llegar a la triste
conclusión. El tema en si, también quedará “colgado”, por “temor a herirse”. Ambos dieron un paso
en sentido opuesto. No es que no se pueda resolver, pero se ha tornado un poco más complejo que
antes.
Cuando el Talmud nos dice que los estudiosos son “marbim Shalom ba’olam” (aumentan paz en el
mundo), es porque enseñan a hablar de manera franca, tranquila y sin presión, dejando siempre
espacio para que “el otro” hable, opine libremente y sea escuchado.
Al abrir el Talmud, uno encuentra que en cada discusión se toman las dos posiciones iniciales, y se
va acercándolas para llegar a entender exactamente cuál es el motivo básico en discusión, en qué se
diferencian, siempre en el intento de achicar la brecha a la mínima expresión. Siempre se reformula
lo que cada uno piensa, luego de haber analizado lo que se escuchó de boca de quien le discute.
Esto no anula las opiniones. Las define mejor.
La discusión, el diálogo, son positivos y fructíferos.
Dialogar es parte de un proceso educativo.
A veces también es necesario saber callar, y esperar el momento oportuno para seguir manteniendo
una comunicación civilizada.
Pero, ¡el otro grita y ataca!, ¿es posible permanecer en silencio frente a esa situación? ¿No es
humillante cuando todos están observando cómo alguien lo avasalla y degrada públicamente?
Sobre esta alternativa límite también expusieron su enseñanza los Sabios (Talmud Julín 89.): “El
mundo se mantiene gracias a aquellos que cierran su boca en momentos de litigio”.
Asimismo, el Talmud (Shabat 88:) nos enseña que quienes “son avergonzados y no replican
degradando, escuchan su ofensa y no responden, se les aplica el pasaje ‘y quienes Lo aman (son
fuertes) como el sol en toda su potencia’ (Shoftim 5:31)”.
¿Qué significa saber callar?
¿Es sumar enojo, molestia, disgusto hasta alcanzar el punto en que no se tolera más y se explota?,
¿o quizás es “castigar con el silencio”?
Bajo ningún concepto.
Este no es el significado elogioso de las citas del Talmud que acabamos de transcribir, ni tampoco
cumple una función constructiva, pues solamente permite que el problema se ahonde.
Independientemente de la necesidad de saber hacer caso omiso y esperar la oportunidad tranquila y
apropiada para hablar en términos maduros, está en la capacidad de quienes trabajan sobre sus
cualidades, llegar a saber cómo sublimar y ayudar a desvanecer aquello que realmente no es
trascendente.
Otro punto importante a considerar, es que un diálogo educado también obliga a evitar las
exageraciones habituales que no facilitan llegar a buen puerto, tales como:
“todos los chicos me molestan”,
“nunca tienes tiempo para mi”, “siempre voy a tener que estar esperando”,
“a nadie se le ocurriría hacer algo semejante”,
“nunca vamos a llegar puntual a ningún lugar”,
“todos mis amigos van a estar”,
“jamás puedes ayudar”,
“todo lo que hago está mal”
“¿nada te viene bien?”
(Dejo a tu criterio agregar otras tantas expresiones, tan corrientes en las discusiones domésticas y
que generalmente son aun más ácidas).
Las manifestaciones tan comunes que acabamos de citar, no tendrían tanto efecto por si mismas, si
no fuera porque suelen ir acompañadas por la sensación adicional causada por el dramatismo de la
voz que muchos saben modular para crear el efecto deseado.
Otra actitud no tan infrecuente: desmerecer las palabras del otro coreándolas palabra por palabra,
pero en tono irónico y burlón.
Esta conducta tan infantil ni siquiera debiera ser mencionada, pero tristemente no deja de utilizarse
aun tratándose de personas supuestamente maduras y que sostienen aún apreciarse.
Es verdad que no somos todos iguales sentimentalmente y lo que para uno puede ser más fácil en
materia del modo de expresarse, puede dificultar al otro.
Para concluir con esta cuestión tan importante en un tono más positivo, quiero manifestar que
efectivamente también existe el diálogo positivo. Hay que aprender a utilizarlo y todo puede ser
mejor.
Algunas reglas:
1. Elegiremos el sitio y el momento más adecuados para mantener nuestra conversación sin
distracciones, molestias ni intervalos previsibles.
2. Tomaremos conciencia de que vamos a buscar un punto de equilibrio que intente satisfacer ambas
posiciones.
3. Trataremos de reducir nuestra discusión al mínimo posible de temas, para centrar nuestra
atención en ellos.
4. Recordaremos que no deben resultar ganadores ni perdedores en el diálogo.
5. Nos armaremos de paciencia para repetir algún punto que requiera reiterar o aclarar.
6. Evitaremos toda expresión que pueda interpretarse como ataque, exageración y silencios difíciles
de interpretar.
7. No interrumpiremos al otro mientras habla.
8. Intentaremos ser lo más claros posible al expresar nuestras inquietudes y sentimiento, librando lo
menos posible a la imaginación, intuición y profecía (“obligatoria”) de nuestros cónyuges.
9. Procuraremos ser concisos en nuestras frases, evitando convertirlas en sermones.
10. Cuando atendemos lo que dice el cónyuge, trataremos de concentrarnos en entender sus
palabras, como así también la totalidad del mensaje, aun aquellos puntos que por alguna razón no
pueda expresar explícitamente.
11. Hablaremos por turno. Cada vez que uno se manifiesta, se le dará el tiempo necesario para que
el otro escuche – sin obligación de responder de inmediato.
12. Estará permitido tomarse tiempo para contestar en otro momento.
13. Si sentimos que no se resolvió el tema que tratamos en su totalidad, rescataremos aquello en lo
que sí hemos avanzado y lo expresaremos verbalmente, a fin de que ambos percibamos el avance
que hemos logrado y que la próxima vez que tratemos este mismo tema, partamos desde un punto
más avanzado que en esta ocasión (la capitalización de los logros parciales nos permitirá confiar en
que realmente podemos y sabemos cambiar opiniones).
… Pareciera fácil, pero “hay que estar en el momento”. Y para “estar en el momento” – hay que
prepararse antes.
Durante muchos años, Rivká e Itzjak habían tenido opiniones encontradas acerca de cómo se debía
considerar a Eisav.
Rivká, había recibido la profecía de D”s (Bereshit 25:23) por la que sabía que la continuidad del
pueblo de Israel se materializaría a través de uno solo de sus dos hijos.
A esa altura, ya se sabía que Ia’acov seguía claramente los pasos del padre, mientas que Eisav había
tomado esposas que se comportaban en contra del espíritu con que había sido educado (Bereshit
26:35).
Sin embargo, Itzjak – quien desconocía la profecía de Rivká – abrigaba esperanzas que el pueblo se
constituiría a través de ambos hijos. Ia’acov sería quien habría de asumir el compromiso de todo lo
espiritual, mientras que Eisav tendría la responsabilidad de proveer lo material.
Esta discrepancia permanecía irresuelta durante muchos años.
A raíz de la intervención de Rivká, Ia’acov recibió todas las bendiciones del padre y ahora sería el
único heredero espiritual de Itzjak.
Eisav sintió un profundo resentimiento por lo sucedido y planificó asesinar a Ia’acov.
Rivká se enteró (también por Ruja haKodesh) y se lo hizo saber a Ia’acov, instándolo a escapar de
la furia del hermano, yendo a la casa del tío Lavan (Bereshit 27:43) hasta que se calmara la ira del
hermano.
Era el momento de convencer a Itzjak acerca de la necesidad de la partida de Ia’acov.
Sin embargo, cuando habló con su marido, no hizo mención de los siniestros planes de Eisav.
Solamente mencionó la importancia que tenía para ella que Ia’acov no contrajera enlace con una
mujer local hitita (Bereshit 27:46).
¿Por qué omitió Rivká la mención de lo que Eisav tenía pensado?
De haber dicho a Itzjak que Eisav quería matar a Ia’acov, esto hubiese significado que ella había
“tenido razón” en las distintas opiniones que los diferenciaba y que ahora quedaba claramente
demostrado…
Rivká no quería demostrar que “tenía razón”…
Quisiera volver a explayarme en el contenido de tu carta en particular, pero no me será posible hasta
la próxima hoja. No obstante te dejo este material, que es la base de todo lo que prosigue.
El matrimonio hoy es una institución fragil. Es un gran desafío permanecer en el lado
correcto de las estadísticas. Si la Torá nos dice que una unión particular no
es kosher, en lugar de resentirse por la interferencia debemos considerar como si el
Todopoderoso mismo descendiera y susurrará una palabra de amoroso consejo en
nuestros oídos: "Créeme; esta no es correcta para ti". A veces pensamos que la Torá
se interpone en el camino de nuestra felicidad, cuando la verdad es a la inversa. A la
larga, protege bien a lasa dos partes de cometer un serio error con ramificaciones
para toda la vida.

 la relación esta demasiado complicada y trabada y no están pudiendo encontrarse con respeto. El respeto es la clave
para el Shalom. No se puede construir sobre la falta de respeto. Tenés permitido estar enojada, pero no tienes permiso
de humillar. Tienes permiso de no quererlo pero no de insultarlo. Tienes muchos permisos pero también limitaciones
hacia tu marido.
Tienes permiso de no querer seguir con él por que no cumple tus expectativas de hombre. Pero no tienes el permiso de
decírselo de esta manera sabiendo que es hiriente para el.
La Tora es muy estricta en todo lo referente al trato hacia el prójimo. Y en especial en como nos comunicamos. Hay una
Prohibición de hacer sufrir verbalmente a las personas. 
Tu marido tiene mucho lo que corregir, pero algo diferente es marcarle constantemente sus falencias sabiendo que el
sufre viendo su situación de no poder cumplir tus expectativas como marido o hombre. Es un asunto muy delicado en
las relaciones de pareja cuando entran en este sistema de maltrato mutuo. El con su pasividad y tu con tus críticas
constantes hacia el. 
Es extraño lo que está ocurriendo, de venir de un pico de amor a una crisis como está. Literalmente, del amor al odio. Si
bien son válidos los errores en los matrimonios, aquí hay aparentemente tolerancia cero hacia la prueba mínima que se
les presenta.....

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