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«Hoy surgen múltiples críticas a este ideal de la ciencia: ante todo se constata que ésta

forma unos especialistas los cuales, fuera de su disciplina, de su arte, son incapaces de
tomar posición frente a los problemas de la realidad entendida como historia que
concierne al hombre en su totalidad» (E. Grassi, “Il fondamento esistenziale
dell’Umanesimo”, Archivio di Filosofia, Umanesimo e Machiavelismo, Padua, 1949, pp.
34-54, pp. 48-49).

«El resultado más inmediato de este especialismo no compensado ha sido que hoy,
cuando hay mayor número de «hombres de ciencia» que nunca, haya muchos menos
hombres «cultos» que, por ejemplo, hacia 1750» (J. Ortega y Gasset, La rebelión de las
masas, Alianza Editorial, Madrid, 2001, p. 132).

«Ese personaje medio es el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y
primitivo en comparación con la terrible actualidad y fecha de sus problemas. Este nuevo
bárbaro es principalmente el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también
–el ingeniero, el médico, el abogado, el científico» (J. Ortega y Gasset, Misión de la
Universidad, Biblioteca Nueva, Madrid, 2007, pp. 102-103).

«Resulta claro, pues, que la idea de un método fijo, o la idea de una teoría fija de la
racionalidad, descansa sobre una concepción excesivamente ingenua del hombre y de su
contorno social. A quienes consideren el rico material que proporciona la historia, y no
intenten empobrecerlo para dar satisfacción a sus más bajos instintos y a su deseo de
seguridad intelectual con el pretexto de claridad, precisión, “objetividad”, “verdad”, a
esas personas les parecerá que sólo hay un principio que puede defenderse bajo cualquier
circunstancia y en todas las etapas del desarrollo humano. Me refiero al principio todo
sirve» (P. Feyerabend, Tratado contra el método. Esquema de una teoría anarquista del
conocimiento, Tecnos, Madrid, 1986, p. 12).

«Hoy, en cambio, oyentes, se es instruido, guiado, acaso, en la dialéctica por un


aristotélico, por un epicúreo en física, por un cartesiano en metafísica; se aprende la teoría
médica guiados por un galenista, la praxis por un químico; (...). Y así su formación es tan
confusa y desordenada que, aunque sean doctísimos en los diversos campos, no son
coherentes en la suma conjunta, que sería la flor de la sabiduría» (G. Vico, De nostri
temporis studiorum ratione, XIV, pp. 123-124, en G. Vico, Oraciones inaugurales & La
antiquísima sabiduría de los italianos, Anthropos, Barcelona, 2002, pp. 73-126).

«Pero el mayor inconveniente de nuestro método de estudios es el de que, afanándonos


intensamente en las doctrinas de la naturaleza, no valoramos tanto la naturaleza moral, y
principalmente aquella parte que trata de la naturaleza del espíritu humano y de sus
pasiones de forma acomodada a la vida civil y a la elocuencia (...). Porque hoy el único
fin de los estudios es la verdad, investigamos la naturaleza de las cosas, pues parece cierta;
mas no investigamos la naturaleza humana, porque, debido al libre albedrío, es muy
incierta» (G. Vico, Op. cit., pp. 92-93).

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