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Edición nº 45 abril-junio 2021

VIOLENCIA FILIO-PARENTAL
O MALTRATO DE HIJOS A
PADRES
2ª Edición actualizada
ESTEFANÍA ESTÉVEZ
Profesora Titular en Psicología Evolutiva. Universidad
Miguel Hernández de Elche

Curso válido como mérito formativo que puntuará para la obtención


de las Acreditaciones Nacionales del Consejo General de la
Psicología.

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Violencia filio-parental o maltrato de hijos a padres

FICHA 1 ........................................................................................................... 18
Programa de tratamiento para adolescentes que agreden a sus padres (P.A.P.)

FICHA 2 ................................................................................................................................. 21
Modelo teórico base sobre la violencia Filio-Parental
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Violencia filio-parental o maltrato de hijos a padres
ÍNDICE
1. ¿Qué es el maltrato hacia los padres?
1.1. ¿Cómo es de frecuente en nuestras sociedades?
2. El perfil de los hijos maltratadores y de los padres maltratados
3. Algunos aspectos que alertan de peligro
3.1. Características del adolescente
3.2. Características de la familia
3.3. Características del entorno social
4. Modelos teóricos explicativos
5. Resumen
6. Recomendaciones en el trabajo con adolescentes
7. Ficha 1. Programa de tratamiento para adolescentes que agreden a sus padres (P.A.P.)
8. Ficha 2. Modelo teórico base sobre la violencia filio-parental

Este curso se centra en el comportamiento de tipo abusivo cometido por hijos adolescentes hacia sus padres. Para
analizar esta conducta es necesario, en primer lugar, aportar una definición de lo que se denomina violencia filio-pa-
rental, algo que resulta notablemente complejo por las distintas valoraciones morales que de un mismo comporta-
miento se pueden realizar entre sociedades y culturas. El primer apartado de este curso trata estas cuestiones. En el
segundo apartado se plantea la también complicada tarea de delimitar la frecuencia de este comportamiento, y se co-
mentan las principales dificultades existentes para poder establecer cifras fiables de prevalencia. En el tercer y cuarto
apartados, se ahonda en el perfil de los agresores (hijos e hijas adolescentes) y de las víctimas, y se comentan las prin-
cipales características de las personas implicadas, de la familia y del entorno social más amplio en el que vive el ado-
lescente que muestra un comportamiento agresivo hacia sus padres. Seguidamente, se ofrecen algunas pautas sobre
cómo ayudar a las familias con estos problemas, y se cierra el curso con un resumen de ideas principales y algunas re-
comendaciones finales para padres y educadores.

1. ¿QUÉ ES LA VIOLENCIA FILIO-PARENTAL O EL MALTRATO HACIA LOS PADRES?


Fijar los límites para establecer si un comportamiento dirigido hacia los demás es aceptable o no lo es, es una tarea
verdaderamente complicada desde el punto de vista moral. De hecho, este análisis sobre las bondades y debilidades
del comportamiento humano ha suscitado el debate y la reflexión durante siglos a lo largo de la historia de la humani-
dad. Este tema ha sido fuente de inspiración para infinitud de estudiosos que han publicado numerosos volúmenes de
libros en distintas culturas que, bien desde una perspectiva religiosa, bien desde planteamientos filosóficos, han trata-
do de analizar la virtud de determinados comportamientos en base a la balanza de la moralidad.
Cuando hablamos del comportamiento moral dentro de la familia, surgen con más fuerza todos estos planteamientos
y el acuerdo entre lo que es éticamente correcto o incorrecto se torna incluso más complejo. Esto es así porque la fa-
milia ha sido considerada tradicionalmente como un espacio privado cuya privacidad es, además, sagrada e intoca-
ble. A lo largo de los años y atravesando culturas, la familia –la casa, el hogar- y lo que dentro de ella ocurre, se ha
considerado como algo lejano del ámbito público y del juicio externo, de modo que aspectos tales como la utiliza-
ción del castigo físico para corregir comportamientos indeseables en los hijos, se ha estimado como una estrategia de
educación ampliamente aceptada en distintas sociedades donde se justificaba plenamente la utilización de la imposi-
ción autoritaria de padres a hijos, aun cuando ésta supusiera un contacto físico violento.

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Este tipo de relación entre padres e hijos, o la manera de educar, ha sido cuestionada en los últimos años en nume-
rosos contextos y, de hecho, es considerada en la actualidad por psicólogos y otros expertos como negativa y marca-
damente dañina para los vínculos familiares. Sin embargo, no podemos obviar que sigue existiendo y formando parte
de la realidad de algunas familias y algunas culturas. Podemos preguntarnos entonces ¿Existen valores morales univer-
sales que guían las relaciones entre padres e hijos? ¿Deben el padre y la madre mostrar respeto hacia los hijos y estos
hacia sus progenitores en igual medida? ¿Depende la respuesta a esta pregunta de la cultura?, y en ese caso, ¿son los
valores fomentados en todas las culturas igualmente válidos y aceptables? Así, cuestiones familiares que para algunos
son de índole totalmente privada como la infidelidad o el aborto, en otras sociedades se analizan desde un prisma
más social o incluso religioso. No podemos olvidar, por ejemplo, que algunos libros que se consideran sagrados por
sus fieles, autorizan el maltrato y la violencia física contra mujeres e hijos.
El panorama actual en la mayoría de sociedades occidentales muestra un tinte diferente respecto al posicionamiento
social sobre estas problemáticas. Cada vez es mayor la preocupación de los ciudadanos, las autoridades y los investi-
gadores por responder a las cuestiones derivadas de las situaciones que implican violencia familiar. De hecho, mu-
chas legislaciones actuales y un significativo volumen de investigación consideran aspectos relacionados con el
maltrato y abuso infantil y la violencia de género. Sin embargo, todavía en nuestros días existe una laguna importante
respecto a otra cara de la moneda: los hijos que agreden a sus padres. Hace relativamente poco tiempo que este tema
está adquiriendo visibilidad social y, por tanto, la preocupación de profesionales, investigadores y autoridades por las
relevantes repercusiones negativas que estos comportamientos tienen en el contexto familiar y en la salud tanto física
como psicológica de los integrantes de la familia.
Sin embargo, tanto los problemas de delimitación moral del comportamiento humano, como la escasa investigación
científica en este ámbito, dificultan la definición consensuada de lo que entendemos por “comportamiento violento
hacia los padres”, “maltrato hacia los padres” o, en terminología más específica, violencia filio-parental. En otras pala-
bras, ¿cómo podemos distinguir este comportamiento de otras conductas que se pudieran considerar como “norma-
les” dentro de la familia, como la actitud rebelde y desafiante de los hijos en la adolescencia o los conflictos y
discusiones familiares sin graves repercusiones? La clave parece estar en el término abuso. Así, lo que entendemos
por “comportamiento violento hacia los padres”, siguiendo la definición de Cottrell (2001), supone claramente una
conducta abusiva que conduce a una situación de humillación, acoso y desafío de la autoridad de los padres con la
intención evidente de dominar y herir.
El psicólogo Roberto Pereira (2006) comenta, además, que en la definición de violencia filio-parental se incluyen las
agresiones reiteradas, no los casos aislados, y se excluyen por tanto las agresiones puntuales por consumo de sustan-
cias, psicopatología grave del hijo y deficiencia mental. En cuanto a la clasificación de la violencia hacia los padres,
se distinguen cuatro tipos: física, psicológica, emocional y financiera, que definimos en el Cuadro 1.
En definitiva, expertos de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental (SEVIFIP) han acordado
recientemente su definición como: “Conductas reiteradas de violencia física, psicológica (verbal o no verbal) o econó-
mica, dirigida a las y los progenitores, o a aquellas personas que ocupen su lugar. Se excluyen las agresiones puntua-
les, las que se producen en un estado de disminución de la conciencia que desaparecen cuando ésta se recupera
(intoxicaciones, síndromes de abstinencia, estados
delirantes o alucinaciones), las causadas por altera-
CUADRO 1
ciones psicológicas (transitorias o estables) (el autis-
DEFINICIÓN Y TIPOS DE VIOLENCIA HACIA LOS PADRES
mo o la deficiencia mental severa) y el parricidio
Violencia filio-parental: Comportamiento abusivo reiterado que conduce a una situación sin historia de agresiones previas” (Pereira et al.,
de humillación, acoso y desafío de la autoridad de los padres con la intención evidente
de herirlos y dominar la relación.
2017, p. 6).
Tipos de maltrato:
4 Físico: se refiere a comportamientos que implican un contacto directo con la víctima,
como pegar, empujar o lanzar objetos hacia los padres.
1.1. ¿Cómo es de frecuente en nuestras
4 Psicológico: hace referencia a comportamientos como intimidar y humillar a los padres sociedades?
por medio, en muchas ocasiones, de violencia verbal. Esta pregunta es muy complicada de responder
4 Emocional: implica la utilización de mentiras, chantajes y otros juegos mentales con datos exactos por varios motivos. Los padres y
maliciosos como amenazas para manipular a los padres.
madres tienen una gran dificultad para sacar a la
4 Financiero: se refiere a conductas que implican robo y venta de posesiones de los
padres o incluso la incursión en deudas de las que se desentienden y a las que deben luz este problema. Algunos padres niegan la serie-
hacer frente los padres. dad de los ataques violentos de sus hijos con el fin

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de aparentar un estado de armonía familiar inexistente frente a los demás. Este es el problema fundamental por el que
no podemos calcular la prevalencia real del problema: el secretismo de la propia familia.
El secretismo se produce por varios motivos: en algunos casos, es un medio a través del cual los padres desean pro-
teger su propia imagen, evitando comentarios y valoraciones de parientes, amigos y vecinos. Estos padres se sienten
en numerosas ocasiones culpables de la situación incontrolable en la familia, podemos decir incluso que se conside-
ran “un mal padre” o “una mala madre” que no ha sabido educar correctamente al hijo que ahora es una “oveja des-
carriada”. Para estos padres y madres, pensar en la posibilidad de que otras personas conozcan la situación real de su
familia provoca grandes sentimientos de vergüenza motivados por el qué dirán.
Otros padres mantienen el secretismo por miedo hacia sus propios hijos. Temen que denunciando al hijo pueda
agravarse la situación, aumentar la violencia como castigo hacia los padres por haber llevado a cabo la denuncia, o
provocar una autolesión en el hijo maltratador. Estos miedos nos hacen suponer que existe una escasez de denuncias
presentadas por los padres que son agredidos por sus hijos, lo que significaría que realmente hay más casos de los do-
cumentados en los datos oficiales de la policía.
Otro motivo por el que es dificultoso poder establecer la prevalencia del abuso hacia los padres y el estableci-
miento de cifras fiables sobre la extensión del problema es que éste ha sido tradicionalmente relegado en la inves-
tigación social y clínica, que ha avanzado mucho más en el análisis y descripción del problema del maltrato en la
pareja. Además, los estudios llevados a cabo hasta el momento actual se localizan principalmente en Norteamérica
(Estados Unidos y Canadá), mientras que sólo en muy pocos países europeos se cuenta con alguna estadística. A
este hecho se suma que los datos disponibles no suelen diferenciar entre los tipos de maltrato que hemos distingui-
do en el cuadro 1.
La mayor parte de los estudios se llevaron a cabo en las décadas de los años ochenta y noventa, y por entonces sólo
tuvieron en cuenta la violencia de tipo físico, sin examinar la incidencia de otros tipos de agresión como la psicológi-
ca, emocional y financiera, que hoy en día sabemos que resultan igualmente dañinas para el bienestar de los padres y
del propio hogar. Este hecho nos indica que los datos de prevalencia van a variar notablemente dependiendo de las
definiciones y métodos empleados para la recogida de información de cada estudio. Del mismo modo, muchos traba-
jos han recopilado sus datos preguntando directamente a los adolescentes sobre su comportamiento, lo que aumenta
la probabilidad de obtener información poco precisa o incluso equivocada, puesto que los implicados pueden mini-
mizar su nivel de participación y severidad de los comportamientos violentos que han llevado a cabo.
Dicho esto, no obstante, recopilamos aquí la información disponible hasta el momento actual, que es la siguiente.
En Estados Unidos, se estima que el número de adolescentes que agrede a sus padres se sitúa entre el 7% y el 18%
dependiendo de las comunidades y estados. En Canadá, se calcula que alrededor del 10% de padres son agredidos
por sus hijos, mientras que esta cifra es del 4% en Francia.
Los números varían también en función del tipo de familia. Así, las características propias de las familias constituidas
por un solo progenitor, las denominadas monoparentales, parecen ser más vulnerables a que los hijos desarrollen pro-
blemas de comportamiento que deriven finalmente en agresiones hacia, fundamentalmente, la madre. Decíamos que
en Estados Unidos se estima que entre el 7-18% de los hijos agreden a sus padres en familias completas (con dos figu-
ras adultas con el rol de padres), pero esa cifra alcanza el 29% en las familias monoparentales.
Un trabajo muy interesante llevado a cabo en Canadá en familias donde el único progenitor es la madre aporta da-
tos que van también en este sentido. El grupo de investigadores dirigido por Pagani (2004) encontró que el 64% de los
adolescentes a los que entrevistaron (tanto chicos como chicas) agredían verbalmente y habitualmente a sus madres;
el 14% cometía además agresiones físicas; de entre estos últimos, el 74% daba empujones a la madre, el 24% la gol-
peaba, el 12% admitía lanzarle objetos, el 44% amenazarla con violencia física, y el 4% llegó a atacar a su madre
con un arma.
Las estadísticas en España indican un aumento considerable en la presencia de esta situación violenta en los hogares
de nuestro país. Según datos de la Fiscalía General del Estado, la presencia de este problema se ha multiplicado por
seis desde el año 2000, con cerca de 6.500 denuncias de padres a hijos recibidas por esta Fiscalía en 2010. En la pu-
blicación reciente de Selma (2020) donde se analiza pormenorizadamente la incidencia cuantitativa en España (con-
sultar el artículo original para obtener datos por comunidades) se concluye un aumento generalizado de los casos
registrados por organismos oficiales a lo largo del territorio nacional.

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Respecto de la incidencia de los tipos de violencia, en el estudio de Calvete y sus colaboradores (2011) en el que se
diferencia entre violencia física y verbal, se concluye que el 85% de los adolescentes de entre 12-17 años ha gritado,
insultado o amenazado con pegar a sus padres alguna vez, y el 10% lo ha realizado a menudo; respecto de las agre-
siones físicas como abofetear, golpear con objetos y dar patadas o puñetazos, el 5% afirmó haberlo realizado alguna
vez, y el 2% a menudo. En trabajos posteriores de estos y otros investigadores, se han encontrado cifras en esta línea
(Calvete y Orure, 2016).

2. EL PERFIL DE LOS HIJOS MALTRATADORES Y DE LOS PADRES MALTRATADOS


Una de las peculiaridades de este tipo de violencia es que se produce en el seno familiar, entre integrantes unidos
normalmente por lazos de sangre y donde la jerarquía de poder parece haberse invertido, siendo los hijos los que do-
minan unilateralmente la relación con sus padres. Ahora cabe preguntarse ¿Qué características conocemos de los
agresores y sus víctimas que ayuden a explicar esta situación de maltrato entre familiares tan cercanos?, ¿todos los hi-
jos son potenciales agresores de todos los padres?, ¿influye el género de agresores y víctimas en la violencia filio-pa-
rental? En los siguientes epígrafes se intenta dar respuesta a estos interrogantes.
Respecto del maltratador, en un trabajo publicado en España, el psicólogo Vicente Garrido (2005) destaca algunos
indicadores que, si se observan en edades infantiles, pueden entenderse como señales de alarma de un posible com-
portamiento violento en la etapa adolescente. Estos indicadores se presentan en el cuadro 2.
Aproximadamente un tercio de los niños y niñas que presenten estas características mostrarán problemas de agresivi-
dad unos años más tarde. Al alcanzar la adolescencia, el comportamiento agresivo irá acompañado de una personali-
dad fría, con actitudes desafiantes hacia los demás, y especialmente hacia los adultos, que no tiene en cuenta ni
valora los sentimientos de la víctima –en este caso sus propios padres- y actúa cruelmente contra ellos sin mostrar
sentimientos de culpabilidad.
En ocasiones el maltrato hacia los padres se extiende hacia los hermanos. Los hijos maltratadores no suelen ser hijos
únicos, aunque en la mayoría de ocasiones sí ocupan la primera posición entre los hermanos en casa, bien porque
ellos son los mayores o primogénitos, bien porque los hermanos mayores están ausentes del hogar, ya se han emanci-
pado. El abuso se produce hacia los hermanos menores y es frecuentemente una estrategia más para intentar llamar la
atención de los padres.
Ahondando en el perfil del maltratador, se plantea ahora la pregunta ¿es más probable que se observen estos com-
portamientos en chicos o en chicas? En respuesta a esta pregunta, se conoce que no existen grandes diferencias entre
ellos y ellas en cuanto a la probabilidad de implicarse en conductas de abuso y maltrato hacia los padres (Aroca-Mon-
tolío, Lorenzo-Moledo y Miró-Pérez, 2014), aunque sí se ha observado que chicos y chicas suelen utilizar tipos dife-
rentes de violencia. Así, es más probable que los chicos participen en comportamientos que implican agresiones de
tipo físico, como empujones, lanzar objetos contra los padres o dar puñetazos, mientras que las chicas hacen un ma-
yor uso de los chantajes emocionales. El maltrato psicológico y financiero parecen utilizarlo en la misma medida.
Respecto de la edad, estos comportamientos pueden manifestarse con marcada gravedad y desafío a la autoridad so-
bre un inicio tan temprano como los 12-14 años, y alcanzan normalmente el pico sobre los 15-17 años. Hay que te-
ner en cuenta, además, que cuanto más temprano se manifiesta la conducta agresiva mayor es la tendencia de los
padres a subestimarla, considerándola como una rabieta o pataleta sin importancia que no supone una seria amenaza
para la seguridad e integridad de la familia. Sin embargo, cuando estos padres analizan retrospectivamente las situa-
ciones que ha vivido con sus hijos maltratadores, son entonces conscientes de la gravedad que esas “pataletas norma-
les” llevaban implícita.
En relación con el perfil de las personas maltrata-
CUADRO 2
SEÑALES QUE ALERTAR DE UN COMPORTAMIENTO FUTURO das, es mucho más probable que las víctimas sean
AGRESIVO (Adaptado de Garrido, 2005) las madres u otras cuidadoras (por ejemplo, las
abuelas) las que sufran maltrato y acoso por parte
1. El niño o la niña tiene mucha dificultad para expresar emociones morales como son
la empatía (la capacidad de “ponerse en el lugar del otro”), la compasión y el amor, de los hijos e hijas. En algunos casos la violencia se
así como para mostrar sentimientos de culpabilidad por actos con consecuencias dirige hacia ambos progenitores y rara vez tiene co-
negativas para los demás.
2. El niño o la niña no aprende de sus errores ni responde a los castigos, sino que guía
mo único objetivo al padre. Este hecho de que sean
su comportamiento exclusivamente en base a sus propios intereses de manera egoísta. las mujeres el blanco principal de la violencia, se
3. El niño o la niña utiliza frecuentemente la mentira, la amenaza y otros actos crueles
hacia sus hermanos y amigos.
puede explicar por diversas razones (Martínez, Es-

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tévez, Jiménez y Velilla, 2015). Por un lado, las madres suelen implicarse más que los padres en la supervisión y el es-
tablecimiento de normas y límites a los hijos, unos aspectos que conllevan en numerosas ocasiones la frustración y
consiguiente enfado de estos, sobre todo al alcanzar las edades adolecentes con la demanda de mayor independencia
y autonomía propia de esta etapa de la vida.
Por otro lado, tal y como Gallagher (2004) comenta, las madres suelen ser más débiles desde el punto de vista físico
que los padres, suelen pasar más tiempo a solas con los hijos, y suelen sentirse culpables por el mal comportamiento
de sus hijos (lo interpretan como un fracaso en la educación que se les quiere inculcar), lo que les atrapa en una situa-
ción donde se dificultan las expresiones tanto de disciplina como de afecto. Estos elementos hacen que las madres se
encuentren en una situación de mayor riesgo frente al abuso de sus propios hijos.
Otro aspecto muy interesante que hay que señalar es que, en los hogares donde ya existía violencia de género del
padre hacia la madre, los chicos, especialmente, aprenden a considerar a la madre como un blanco apropiado y
aceptable para la violencia. Resulta curioso que, en estos casos, las agresiones se dirigen exclusivamente hacia las
madres, pero no hacia los padres. Este hecho se ha explicado con el argumento de que los chicos tienen más probabi-
lidad de identificarse con un maltratador del mismo sexo que las chicas. Aunque también se ha observado que los
adolescentes de mayor edad, con un desarrollo físico más potenciado, toman como diana a sus padres (no sólo las
madres), sobre todo cuando estos tienen también una cierta edad y son percibidos como más vulnerables ante los ata-
ques físicos.

3. ALGUNOS ASPECTOS QUE ALERTAN DE PELIGRO


En los casos de violencia filio-parental un aspecto fundamental es analizar las señales de alerta que nos pueden ayu-
dar a prevenir el problema, o si éste ya existe, a comprenderlo mejor para poder solucionar la situación. El comporta-
miento humano es tan complejo que tenemos que atender a muchos elementos que pueden estar jugando un papel
importante tanto en la aparición de las conductas de maltrato como en su continuidad en el tiempo. Hoy en día sabe-
mos que la violencia en el ser humano no se debe, normalmente, a un único motivo. Aunque hay casos donde la ex-
plicación puede estar en una enfermedad de origen psicológico u otro proceso biológico alterado, lo más común es
que estos comportamientos se expliquen por un conjunto de factores que, todos unidos, han dado como resultado un
caldo de cultivo muy peligroso.
En este caldo de cultivo podemos encontrar ingredientes muy variados que, para comprender y organizar mejor, se
clasifican en los siguientes bloques (Lozano, Estévez y Carballo, 2013): (1) características propias del adolescente que
ha desarrollado un problema de abuso hacia sus padres, (2) características de la familia donde este adolescente se ha
criado, y (3) características del entorno social más amplio donde podemos incluir la escuela, y la comunidad o barrio
donde vive en adolescente. En los siguientes apartados se examinan cada uno de estos aspectos en mayor detalle.

3.1. Características del adolescente


Los adolescentes que agreden a sus padres y madres muestran en su mayoría características comunes, como la im-
pulsividad. La impulsividad en el modo de comportarse es típica en estos casos, e implica la tendencia a reaccionar
de modo rápido, no reflexionado y abrupto ante pequeñas provocaciones. Las provocaciones son a veces incluso ine-
xistentes, es decir, son malinterpretaciones del adolescente ante comentarios o hechos de los demás que han sido per-
cibidos como atacantes, cuando en realidad no se han emitido por la otra persona con esta intención.
La impulsividad implica una falta de control sobre uno mismo, que se encuentra estrechamente relacionada con la
irritabilidad, otra característica que también suelen presentar estos adolescentes. Son irritables, presentan dificultades
para controlar la ira y sienten frustración con facilidad cuando no consiguen lo que quieren en el momento en que lo
quieren. Esto quiere decir que son chicos y chicas que necesitan satisfacer sus necesidades de inmediato y que, por
tanto, no admiten con facilidad un ‘no’ por respuesta.
Otra característica propia de estos adolescentes es la carencia de la habilidad para ponerse en el lugar del otro, in-
tentando comprender sus emociones y sus pensamientos. A esta habilidad se le conoce con el nombre de empatía. Es-
to significa que estos adolescentes no tienen en cuenta los sentimientos negativos que pueden estar provocando en
sus víctimas ni las consecuencias derivadas de su comportamiento hacia los demás. Se rigen por un modo de actuar
egoísta, centrado en sí mismos y en satisfacer sus propios deseos, aunque los medios para conseguir sus metas impli-
quen pisar a la persona que tienen delante, que en este caso, son los padres y madres.

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Dominar a los demás y sentirse poderosos es un aspecto común a estos chicos y chicas. Quieren transmitir una ima-
gen de fuertes, rebeldes e intocables y para mantener esta imagen es preciso, en numerosas ocasiones, ejercer un con-
trol de los demás mediante amenazas y chantajes.
Algunos de ellos combinan la conducta agresiva hacia los padres con comportamientos antisociales en otros contex-
tos fuera del hogar. Estos comportamientos incluyen hurtos o actos vandálicos. El hecho de participar en estos actos,
que suponen el quebrantamiento de las normas socialmente establecidas, deja entrever determinados rasgos de una
personalidad antisocial, de la que también forma parte la desconsideración hacia los derechos de los demás, como ya
decíamos en los párrafos anteriores.
Si hablamos de personalidad antisocial, estamos haciendo mención explícita a un trastorno psicológico de la perso-
nalidad. Sin embargo, en general, los trastornos de personalidad en la infancia y la adolescencia han recibido poca
atención ya que muchos investigadores consideran que la personalidad no termina de configurarse hasta pasados los
18 años. Además, los profesionales que tratan a niños y niñas suelen tener ciertas reservas para etiquetarlos con un
diagnóstico que implica gravedad y unas pautas de tratamiento muy cerradas (Martínez y cols., 2015).
Lo que no podemos negar es que, cada vez es más frecuente que se describan patrones de personalidad duraderos que
hacen su aparición a edades tan tempranas como el final de la edad preescolar, y que conducen a conductas persistentes
en la infancia y a características relacionadas con trastornos subsecuentes en la adolescencia como el comportamiento an-
tisocial y delictivo, o el consumo de sustancias (ver Cuadro 3). De hecho, en el desarrollo del comportamiento antisocial y
violento en la infancia y adolescencia, se ha observado una escalada en la gravedad de los actos cometidos, desde actos
menores a otros de mayor importancia y seriedad. Esta escalada constituye al mismo tiempo un círculo vicioso donde el
adolescente se encuentra atrapado y encasillado en un estilo de vida arriesgado y peligroso, donde además disminuyen
notablemente las oportunidades de participar en otro tipo de relaciones sociales más positivas.
Por último, el consumo de sustancias en edades escolares se ha relacionado con el desarrollo de problemas de com-
portamiento y, en particular con la violencia en años posteriores. Consumir sustancias que alteran el normal funciona-
miento de las emociones y pensamientos, puede desencadenar cualquier tipo de agresión, incluida la dirigida hacia
los padres. En el estudio del equipo de investigación de Pagani (2004) se encontró que un consumo elevado de dro-
gas (tanto alcohol como otras sustancias ilegales) aumentaba la probabilidad de que estos adolescentes agredieran a
sus madres, incrementando el riesgo de violencia verbal en casi un 60%. Estos autores comentan que la explicación
estriba en que el consumo frecuente de drogas facilita la interpretación errónea de las conductas de los demás (a las
que se atribuye hostilidad y malas intenciones inexistentes) y también desinhibe a las personas para expresarse de un
modo más rudo e irrespetuoso.
El tema del consumo de drogas es, además, en sí mismo provocador de discusiones en la familia. Se trata de un tema
muy conflictivo para dialogar en familia que en una cuarta parte termina en agresión hacia los padres. Los hijos con-
sumidores no están dispuestos a hablar sobre su consumo y consideran que los padres se están entrometiendo en un
aspecto muy personal de su vida que, además, creen falsamente que controlan.

3.2. Características de la familia


CUADRO 3 La familia es un universo repleto de matices, en don-
CARACTERÍSTICAS PRINCIPALES DEL ADOLESCENTE MALTRATADOR de, el movimiento de un cuerpo celeste o miembro del
4 Impulsividad y falta de reflexión en sus reacciones frente a los comentarios o hogar, repercute en el desarrollo y desenlace del resto.
comportamientos de los demás, que son malinterpretados con frecuencia como Son así numerosos los factores familiares que se han
amenazas o ataques.
analizado en relación con su influencia en el ajuste y
4 Irritabilidad y facilidad para sentir frustración por las cosas que no acontecen como
quisiera. Necesidad de satisfacer de inmediato sus deseos. bienestar de sus integrantes y, en particular, de los hijos.
4 Falta de empatía, es decir, de la habilidad para “calzar los zapatos de la otra persona” En este apartado se examinan sólo aquellos aspectos
y sentir lo que ella siente en ese momento. Esto implica no valorar las consecuencias que resultan más relevantes para intentar comprender y
negativas de sus actos hacia los demás.
explicar el comportamiento abusivo de hijos a padres.
4 Modo de actuar egoísta, centrado en sí mismo y en satisfacer sus propios deseos,
aunque los medios para conseguirlos supongan quebrantar el respeto hacia los demás. En el Cuadro 4 se resumen algunas de las características
4 Deseo de dominación y poder sobre otros, y de transmitir una imagen de personas principales que presentan las familias donde se da este
fuertes, rebeldes e intocables.
tipo de violencia. En las páginas siguientes se detallan
4 Participación en actos antisociales fuera del hogar, es decir, en actividades que
suponen el quebrantamiento de las normas socialmente establecidas y, en ocasiones,
estas ideas en mayor profundidad (cada punto del cua-
delitos. dro se corresponde con los apartados a, b y c de esta
4 Consumo de sustancias, alcohol y otras drogas ilegales. sección).

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A) Nivel socio-económico y estructura familiar


El nivel socio-económico de la familia no afecta directamente en el desarrollo de problemas emocionales o de com-
portamiento en los hijos. De hecho, los problemas de maltrato de hijos a padres no se dan exclusivamente en las cla-
ses sociales más desfavorecidas. Al contrario, es un problema que se observa casi más frecuentemente entre familias
de clase media o alta. La conclusión al respecto es, por tanto, que la violencia filio-parental está presente en hogares
con mayores y menores recursos económicos.
Sin embargo, las causas del origen del problema en estos tipos de familia sí pueden ser algo distintas. En las familias
más pudientes, la actitud desafiante de los hijos suele estar relacionada con una educación extremadamente permisi-
va por parte de los padres, cuyo resultado final es un hijo caprichoso acostumbrado a saltarse las normas familiares
porque siempre han cedido ante sus peticiones. Este aspecto lo vamos a analizar en mayor detalle en el apartado so-
bre características de la familia.
En aquellas otras con bajos recursos financieros, el estrés al que están sometidos todos los miembros es el mayor de-
safío y, además, la pobreza familiar conlleva que los hijos tengan menores oportunidades de participar en actividades
de interés para ellos, creando esta falta de oportunidades frustración, ira y resentimiento que puede dirigirse directa-
mente hacia los padres. En estos casos la clave estriba en cómo la familia se enfrenta a una situación de estrés que
puede prolongarse en el tiempo. Las familias que adopten una determinación de lucha positiva y de comunicación y
apoyo hacia los hijos, tendrán más probabilidad de mejorar su situación y de no repercutir negativamente en las rela-
ciones familiares, sino de enfrentarse a ellas unidos.
El tema de los recursos financieros en el hogar está actualmente en auge. Son muchas las familias que se enfrentan
en nuestros días a la inestabilidad económica relacionada con la inestabilidad laboral, y la disminución de ingresos
económicos familiares puede ejercer, como decimos, una influencia negativa en la armonía y estabilidad familiar y,
por tanto, en el bienestar de sus integrantes. El hecho de que la familia disponga de una cantidad suficiente de dinero
para cubrir las necesidades básicas de todos, y el hecho de que padres e hijos mantengan una relación armoniosa,
constituyen dos aspectos que se encuentran interrelacionados en numerosas ocasiones.
Esto es así porque las dificultades económicas pueden alterar muy marcadamente el estado de ánimo de los padres y
el ambiente familiar en general, en una situación en la que se es consciente de que existe un desequilibrio muy im-
portante entre las necesidades a cubrir y los recursos disponibles para cubrirlas. Este aumento de estrés por no dispo-
ner de una vivienda o un empleo, y por sentir que no se tiene el control sobre la propia vida, provoca en muchos
padres un aumento en los niveles de ansiedad, de depresión, y de irritabilidad, que se expresa en el trato negativo con
la propia pareja y con los hijos. La desmoralización que sienten algunos padres por esta pérdida de control va unida
al sentimiento de fracaso por sacar adelante una familia, y es un aspecto muy devastador a nivel emocional.
No obstante, también es importante señalar que existen variaciones entre familias, puesto que además de los recur-
sos financieros propios del hogar, hay que tener en cuenta los recursos sociales disponibles, como por ejemplo algún
tipo de ayuda por parte de la familia extensa, como abuelos o tíos, o de apoyo de la comunidad a través de asociacio-
nes o instituciones públicas y religiosas.
Una de las situaciones más complejas es el caso de las familias de madres solteras o separadas en las que recae la
principal responsabilidad de la administración del
CUADRO 4 hogar y el cuidado de los hijos, y muy especial-
CARACTERÍSTICAS DE LAS FAMILIAS CON UN HIJO MALTRATADOR mente en los casos de madres jóvenes y pobres.
4 En algunas familias, ante una situación de estrés (por ejemplo, privación económica o
Aunque se ha observado que muchos de estos ho-
dificultades laborales), la familia no sabe enfrentarse al problema de modo positivo, gares pueden ser estables, es cierto que existen ma-
aumentando la tensión familiar hasta extremos y, por tanto, los conflictos con la pareja yores riesgos de que esto no sea así por distintos
y con los hijos, y la probabilidad de que éstos se rebelen contra sus padres.
4 En otras, los padres utilizan estrategias educativas inadecuadas, y fundamentalmente
motivos. La mayoría de estas madres cambian fre-
un estilo de socialización excesivamente permisivo, en el que no existe un cuentemente de empleo o realizan varios trabajos
establecimiento claro de normas y límites al comportamiento de los hijos. Los padres mal remunerados y pasan mucho tiempo fuera del
ceden ante cualquier demanda, educando a hijos caprichosos, egocéntricos, que no
admiten un ‘no’ por respuesta, y que desarrollan actitudes tiránicas hacia sus padres. hogar sin poder atender y supervisar a sus hijos co-
4 En otros casos, hay una historia previa de violencia en la familia, bien de violencia de mo quisieran; paralelamente cambian a menudo de
género entre los padres, bien de maltrato y abuso hacia el hijo. Cualquier tipo de lugar de residencia, o incluso de pareja y amista-
violencia previa en el ámbito familiar modela las actitudes, emociones, pensamientos
y modos de comportarse de los hijos. En la adolescencia, estos hijos pueden agredir a des. Todos estos cambios son estresantes para la
sus padres como castigo por las humillaciones previas y como medio para evitar el madre y ello repercute negativamente en su rela-
maltrato que reciben.

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ción con los hijos. Ya adelantábamos en el apartado anterior que las características propias de las familias constituidas
por un solo progenitor o monoparentales, las hacen en general más vulnerables a que los hijos desarrollen problemas
de comportamiento hacia la madre principalmente.
Finalmente, es importante destacar otros aspectos que entran en juego para determinar la influencia del tipo de fami-
lia, del trabajo y los ingresos familiares en el desarrollo de problemas de conducta en los hijos, como por ejemplo su
nivel madurativo y su personalidad, la posibilidad de que otros adultos (como los abuelos o cuidadores remunerados)
les supervisen en ausencia de sus padres, así como la satisfacción de los padres con su trabajo. La satisfacción laboral
hace que las personas vivan de un modo más positivo su día a día, repercutiendo así el mundo laboral en el familiar y
en cómo los padres enfocan la educación de sus hijos de un modo más eficaz, combinando adecuadamente la aten-
ción a las necesidades y demandas de éstos y la organización de una serie de normas claras que impliquen un reparto
coherente de responsabilidades con los hijos (Del Moral, Ávila, Vera, Martínez y Suárez, 2015). Estos aspectos contri-
buyen a que los niños sean más independientes, responsables y maduros.

B) Las estrategias de educación que utilizan los padres


El modo en que los padres se comunican con sus hijos y les transmiten sus opiniones, valores, costumbres y creen-
cias asociados a una cultura concreta, se conoce con el nombre de socialización. Es decir, los padres, de manera
consciente o no, tienen el cometido de inculcar en sus hijos unos contenidos (qué se transmite: valores, creencias, ac-
titudes, etc.) de una manera particular (cómo se transmiten esos contenidos). La manera concreta cómo se transmite o,
dicho en otras palabras, cómo se produce el proceso de socialización de los hijos, puede diferir notablemente de unas
familias a otras, puesto que depende tanto de la sociedad en particular donde viven y han crecido los miembros de la
familia (no se educa igual a los hijos en Japón que en Canadá que en Egipto) y de las propias creencias de los padres.
La tendencia que muestran los padres a educar a sus hijos de un determinado modo se ha denominado estilo paren-
tal de socialización. El estilo parental crea un clima o ambiente familiar particular (más agradable o más estresante)
donde se expresan las conductas de los padres hacia sus hijos. Este ambiente familiar se considera uno de los aspectos
más esenciales y cruciales que influye en el comportamiento y bienestar emocional de los hijos.
Musitu y García (2004) han establecido una clasificación de estilos de socialización basándose en dos aspectos: 1)
implicación/aceptación de los padres sobre sus hijos, que se refiere al grado en que los padres asumen la responsabili-
dad parental aceptando, respetando y valorando al hijo e implicándose en las tareas propias del cuidado y satisfac-
ción de necesidades de éste; y 2) supervisión/control, que se refiere al grado de imposición que los padres ejercen
sobre los hijos mediante el establecimiento de normas y límites a su conducta. A partir de estas dos dimensiones se
establecen los cuatro tipos de estilos de socialización que se recogen en el Cuadro 5.
Cada estilo parental de socialización ha mostrado tener una influencia particular en el ajuste de los hijos. Por ejem-
plo, se ha observado que los estilos donde existe una falta importante de expresiones de afecto y de apoyo hacia los
hijos, son los más dañinos en general para el bienestar emocional y el desarrollo de problemas de comportamiento
(Loinaz, Andrés-Pueyo y Pereira, 2017). Así, los hijos de hogares autoritarios obedecen por miedo al castigo durante
la infancia, pero una vez que alcanzan la adolescencia y comienzan a cuestionarse las normas rígidas establecidas
por los padres, puede revelarse contra ellas y, por tanto, contra ellos.
En los hogares autoritarios, además, suelen existir actitudes y valores más proclives hacia la utilización del castigo y
la violencia como medio para resolver conflictos
CUADRO 5 entre las personas. El hecho de que los padres utili-
ESTILOS PARENTALES DE SOCIALIZACIÓN cen estas estrategias negativas para tratar los pro-
4 Estilo autoritario: baja implicación/aceptación y alta supervisión/control. Estos padres blemas, junto con técnicas de crianza agresivas,
fomentan la obediencia y el castigo, e imponen normas sin aceptar las opiniones de abusivas y excesivamente coercitivas, los ponen en
los hijos.
mayor riesgo de ser agredidos por sus propios hijos
4 Estilo permisivo: alta implicación/aceptación y baja supervisión/control. Estos padres
fomentan el diálogo, pero no ejercen ningún tipo de control ni límites al en comparación con aquellos padres que se decan-
comportamiento de los hijos. tan por modos más pacíficos de resolver conflictos.
4 Estilo negligente: baja implicación/aceptación y baja supervisión/control. Se trata de
Esto es así porque los hijos han aprendido desde
padres que muestran indiferencia hacia sus hijos tanto a nivel afectivo como en el
establecimiento de pautas de supervisión. bien pequeños que el único modo de tratar un pro-
4 Estilo democrático: alta implicación/aceptación y alta supervisión/control. Estos padres blema es a través de la violencia.
combinan de modo equilibrado las muestras de afecto y cariño hacia sus hijos, con el
control del comportamiento de éstos mediante normas claras en el hogar.
En los hogares con padres negligentes los hijos se

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sienten desprotegidos porque han sido aislados emocionalmente desde su infancia y no han aprendido a sentir ni ex-
presar cariño, como tampoco a seguir unas pautas marcadas por adultos. Esto conduce a un desamparo tremendo en
estos niños, que sufren las consecuencias más devastadoras a todos los niveles y que les dificultan la vida en sociedad
cuando llegan a otros contextos como la escuela, donde no saben desenvolverse con otros compañeros y con los pro-
fesores.
Las familias democráticas son las que parecen construir el ambiente más favorable que sienta las bases para el co-
rrecto desarrollo y crianza de los hijos. Los padres democráticos permiten que los niños y adolescentes expresen sus
opiniones y sentimientos y se sientan valorados y queridos, pero al mismo tiempo les supervisan cuidadosamente para
que aprendan a respetar normas básicas de convivencia por el bien de la armonía común, tanto en el contexto fami-
liar como en el más amplio que abarca la comunidad.
El mayor debate respecto al efecto en el comportamiento de los hijos lo ha planteado el estilo permisivo. En los últi-
mos años se ha sugerido que es precisamente el estilo parental excesivamente permisivo, tan presente por otra parte,
en numerosas sociedades modernas actuales, y en donde la relación entre padres e hijos es entendida como “de igual
a igual”, uno de los aspectos más destacables en la base del problema de la ausencia de respeto de hijos hacia padres.
En estos hogares no se han establecido normas ni límites por no “frustrar a los hijos”, lo que ha implicado una ausen-
cia de control y supervisión durante años y, por tanto, llegada la adolescencia, los padres no son percibidos por sus
hijos como figuras de autoridad a respetar. Estos adolescentes no han recibido un ‘no’ por respuesta ante de las de-
mandas exigidas a los padres, que siempre han cedido ante las peticiones de sus descendientes, provocando lo que
conocemos como un “comportamiento tiránico”, es decir, un comportamiento caprichoso y egocéntrico.
El hecho de no haber establecido límites al comportamiento de los hijos puede explicarse por varias razones: porque
los padres tienen unos principios educativos laxos, porque se sienten culpables en un caso de divorcio y no quieren
imponerse ante el hijo por si éste prefiere irse con el otro progenitor, o simplemente porque no cuentan con la posibi-
lidad de hacerlo por motivos financieros, sociales o de salud. En estas familias con una ausencia total de normas y re-
glas a seguir y donde los padres no asumen su rol como adultos y educadores, el ambiente familiar desprende una
gran inseguridad para los hijos que, en muchas ocasiones, se ven obligados a asumir el rol que debieran cumplir sus
padres, así como un grado muy elevado de autonomía antes de estar preparados para ello. Ante esta situación es pro-
bable que los hijos muestren un rechazo manifiesto hacia sus padres e incluso pretendan castigarles por no asumir el
rol parental.
De hecho, se ha observado que una de las características comunes de las familias donde se producen agresiones a
los progenitores es la confusión que existe en la estructura de poder, haciendo que el menor asuma responsabilidades
impropias y tome decisiones por toda la familia. El hijo agresor utilizaría en este caso la violencia como respuesta an-
te la enorme frustración que le provoca la desorganización de la familia (nadie sabe qué lugar ocupa en la familia ni
qué funciones tiene que asumir).
En algunas de estas familias uno o incluso ambos progenitores han delegado su posición de autoridad o existe una
competición encubierta entre ellos que provoca que las normas no sean efectivas (o no lleguen a formularse). A me-
nudo, además, buscan el consejo de los hijos para la toma de decisiones lo cual socava aún más su autoridad de
adultos. El joven utiliza aquí la agresión para ganar poder y control que sustituya la inefectividad de sus progenitores.
Así la violencia sería el resultado de otorgar el poder al joven cuando aún se siente vulnerable y dependiente.

C) La existencia de violencia precedente en la familia


Otro factor de riesgo familiar que ha sido especialmente considerado en relación con la agresión de hijos a padres es
la existencia de violencia precedente entre los padres. La violencia de género, el clima familiar en que se sustenta, y
el hecho de ser testigo de tales agresiones, puede constituir un factor de riesgo del comportamiento violento posterior
en los hijos (Jiménez, Estévez, Velilla, Martín-Albo y Martínez, 2019). Es muy probable que estos niños presenten difi-
cultades para optar por estrategias pacíficas de resolución de conflictos, puesto que han aprendido que los problemas
se resuelven mediante la violencia y que, además –y lo más grave- la violencia es eficaz para controlar a los demás e
imponer la solución que más le conviene a uno.
Los estudios que analizan la relación entre ser testigo de violencia en la familia (tanto del padre hacia la madre, co-
mo de la madre hacia el padre) concluyen que entre el 50-60% de los hijos criados en estas familias, manifestarán un
comportamiento agresivo hacia sus progenitores. No obstante, no se puede confirmar que exista una influencia direc-

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ta entre ambos hechos: observar comportamientos violentos e imitarlos incorporándolos al modo habitual de actuar
con los demás. Lo que sugieren los estudios al respecto es que, el hecho de vivir en un entorno violento aumenta la
probabilidad de que los niños criados en ese contexto presenten problemas para de relacionarse con los demás por-
que no disponen de modelos positivos que les inculquen maneras de interactuar sanas y pacíficas.
Teniendo esto en cuenta, de lo que no cabe duda es que, cualquier tipo de violencia doméstica modela las actitu-
des, emociones, pensamientos y modos de comportarse de los hijos, lo que puede conllevar el desarrollo de proble-
mas de ajuste en el futuro. Sin embargo, también es cierto que no todos los niños que han crecido inmersos en este
ambiente familiar llegan a convertirse en adolescentes o adultos violentos.
No sólo la violencia entre los padres puede ejercer una influencia negativa, sino también las agresiones de padres a
hijos. Investigaciones previas han utilizado el término de niños “doblemente abusados” para referirse a aquellos que
han sido, al mismo tiempo, víctimas de agresiones físicas o sexuales y testigos de violencia doméstica entre sus pa-
dres, una combinación que conlleva los más serios problemas de ajuste en los menores. Así, muchos niños que termi-
nan agrediendo y maltratando a sus padres, han sido previamente y seriamente expuestos a castigos físicos.
El maltrato físico, la negligencia (el estilo parental negligente que comentábamos en el apartado anterior) y el abuso
(especialmente el abuso sexual) en la infancia pueden dar como resultado un comportamiento antisocial en la adoles-
cencia (es decir, no respetar las normas socialmente establecidas), así como conductas de componente violento con-
tra los padres. Las agresiones y fuertes castigos hacia los hijos son un factor más relevante incluso en la explicación de
la violencia filio-parental, que el ser testigo de agresiones entre los padres.
Una posible explicación a este hecho es que la experiencia del castigo corporal arrastrada desde la infancia hasta la
adolescencia hace que muchos adolescentes se sientan ridiculizados y humillados e interpreten esta estrategia de con-
trol parental como un abuso de autoridad inaceptable. La agresividad del joven en este caso tiene la finalidad de re-
ducir el maltrato que sufre por sus propios padres. Esto hace que muchos niños y niñas que cometen agresiones hacia
sus progenitores sean considerados al mismo tiempo como verdugos y víctimas.
A este respecto, algunos autores señalan los peligros de considerar a estos niños exclusivamente como víctimas, ya
que esta etiqueta puede eximirles de toda responsabilidad por sus acciones al tiempo que sienten que sus actos están
plenamente justificados, mientras que se refuerza la culpabilidad exclusiva de los padres. Sin embargo, el hecho de
que un niño haya sido abusado, no le otorga el derecho de abusar de otros, por lo que esta asociación debería que-
brantarse en las intervenciones con niños maltratadores.

3.3. Características del entorno social


Además de las características en el plano individual y familiar que acabamos de comentar en los apartados anterio-
res, existen otros elementos en los contextos sociales más cercanos a la persona que ejercen también una influencia
importante en su comportamiento. En el caso de los adolescentes, estos contextos de influencia son principalmente la
escuela, la comunidad o el barrio donde residen, y los medios de comunicación, tal y como se resume en el Cuadro
6. En los apartados que siguen se detalla cada una de estas ideas en mayor profundidad.

A) La escuela, los estudios y las amistades


Respecto de la escuela, el mal comportamiento, antisocial o agresivo, que un estudiante puede desplegar hacia sus
compañeros y el profesorado, puede constituir un
CUADRO 6 importante indicador de la violencia que este chico
ASPECTOS SOCIALES RELACIONADOS CON EL MALTRATADOR o chica está ejerciendo dentro del contexto fami-
4 Fracaso escolar, actitud negativa hacia la escuela y los estudios, y comportamiento
liar. Se ha observado que un porcentaje importante
antisocial y agresivo en el colegio o instituto. de adolescentes con problemas de violencia, mues-
4 Asociación con un grupo de amistades en el que se aprueban y cometen actos tran este comportamiento desadaptado en varios
delictivos y violentos, y donde se da normalmente un consumo de sustancias.
entornos, tanto en el propio hogar como en el cen-
4 Adopción de los estereotipos culturales de género de índole machista, que defienden
la superioridad del rol masculino frente a la debilidad del rol femenino. tro escolar. En la investigación de Ibabe y colabora-
4 Convivir en un barrio o vecindario donde los actos vandálicos, antisociales y violentos dores (2011) se observó que en la mayoría de casos
se suceden con frecuencia, lo que puede causar un impacto crucial en el modo en que detectados de violencia filio-parental, el comporta-
los niños entienden y adoptan las normas sociales de comportamiento.
miento agresivo se extendía a otras personas, ya
4 Imitación de modelos violentos expuestos en los medios de comunicación, como la
televisión, internet o los videojuegos, donde los protagonistas agresivos son personajes fueran otros adolescentes o adultos, como el profe-
atractivos que además obtienen beneficios por su conducta violenta. sorado.

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La actitud negativa hacia la escuela y la carencia de metas educativas son otros dos factores que se han identificado
en los adolescentes agresivos. Los chicos que presentan este problema, suelen tener un porcentaje elevado de fracaso
escolar, muestran un notable desinterés hacia los estudios y consideran que la escuela no tiene un objetivo importante
en sus vidas. Suelen ausentarse de clase con cierta frecuencia y, cuando asisten, presentan indiferencia en el aula o
un mal comportamiento, por lo que la estrategia más utilizada en numerosos centros educativos como método de co-
rrección del comportamiento desviado y violento es la expulsión temporal (o definitiva) del alumno implicado.
Esta estrategia que pretende ser una medida disciplinar, lejos de modificar o eliminar el comportamiento que quiere
extinguir, aumenta en muchos casos la probabilidad de que el alumno expulsado continúe incurriendo en actividades
de riesgo, como actos vandálicos y violentos o incluso el consumo de drogas. Esto es así porque los adolescentes ex-
pulsados suelen permanecer durante ese tiempo en la calle más que en sus casas. No es de extrañar, por tanto, que al-
gunos estudios señalen que es precisamente durante las horas escolares cuando se registra el mayor número de actos
delictivos cometidos por niños y adolescentes en edades escolares, y es que además el perfil de los alumnos que co-
meten habitualmente novillos es muy semejante al de aquellos que han sido expulsados del colegio por su mal com-
portamiento.
Las estrategias encaminadas a la corrección de estas actitudes y conductas deben asentar sus bases en un trabajo te-
rapéutico con el estudiante implicado, en trabajo conjunto con las familias. Es importante que las escuelas dispongan
de un protocolo claro a seguir en caso de detección de una problemática de este tipo, en el que se estime derivar el
caso a otros profesionales cuando la gravedad de la situación supere los recursos y funciones de la escuela.
Llegados a este punto es fundamental señalar que la familia, como también la escuela y los compañeros, son los
principales agentes de integración social, es decir, las principales personas y entornos donde aprendemos las normas
establecidas por consenso social por el bien de la comunidad y, por tanto, que se espera que sean respetadas. Cuando
el vínculo entre el adolecente y su familia, la escuela y el grupo de amigos son lo suficientemente fuertes, disuaden al
joven de realizar conductas de riesgo. Así, por ejemplo, la actitud de los adolescentes hacia las reglas escolares y ha-
cia el profesorado está muy relacionada con sus actitudes hacia la ley y otras formas de autoridad institucional como
la policía, de ahí que una conducta agresiva hacia los padres o profesores se manifieste en el mismo chico que delin-
que fuera del hogar o la escuela.
Con respecto a las relaciones con otros adolescentes, hay que tener en consideración que las amistades en esta eta-
pa de la vida pueden ejercer tanto una influencia positiva como negativa. El grupo de amigos puede constituir una
fuente fundamental para el aprendizaje de valores, el desarrollo de habilidades como el manejo de los conflictos o el
estrés, y la formación de la propia identidad y el autoconcepto; sin embargo, la red de amistades también puede ejer-
cer un impacto negativo en el adolescente para el consumo de sustancias, las conductas sexuales de riesgo o la impli-
cación en comportamientos antisociales y violentos, si en este grupo en particular se aprueban dichas acciones.
En el caso de los jóvenes agresores en el hogar que mantienen relaciones familiares poco gratificantes, ocurre en
muchas ocasiones que terminan identificándose más con su grupo de amigos que con sus progenitores, siendo enton-
ces los compañeros -antes que la familia- quienes les proporcionan la principal fuente de apoyo emocional. Este gru-
po de amistades puede contribuir negativamente en el comportamiento del adolescente por varios motivos: por
ejemplo, los jóvenes que han sido victimizados por sus iguales, podrían usar la conducta violenta contra sus padres
como medio para compensar los sentimientos de impotencia y expresar su enfado en un contexto seguro (lo que se
conoce como “desplazamiento”, porque el joven ha desplazado su ira y malestar del entorno escolar al familiar); en
segundo lugar, algunos grupos de compañeros actúan como modelo de violencia que puede ser utilizado por el joven
como una estrategia efectiva para ganar poder y control en la relación con sus progenitores; y finalmente, la implica-
ción en una serie de actividades prohibidas (como el abuso de sustancias, robo, absentismo escolar) que se llevan a
cabo con el grupo de iguales, provoca importantes conflictos y luchas de poder en el hogar cuando los padres tratan
de establecer límites más firmes a sus hijos.
En el estudio desarrollado por Ibabe y sus colaboradores (2007) se observa la estrecha relación entre el maltrato ha-
cia los padres y la elección de amistades poco recomendables. Estos autores concluyen en su trabajo que dos terceras
partes de los jóvenes que abusan de sus progenitores se relaciona con grupos de amistades antisociales y violentos.
Finalmente, no podemos soslayar que muchas agresiones siguen influenciadas por los estereotipos culturales del pa-
pel masculino que promueve el uso del poder y el control en las relaciones entre hombres y mujeres. Estos adolescen-
tes varones están sujetos a las normas sociales que promueven la fuerza física y la autoridad como atributos que

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definen al hombre. La presión del grupo les anima a realizar conductas machistas y a participar en actividades con las
pandillas que son un ejemplo de cómo se manifiestan estos estereotipos que despliegan la virilidad que quieren mos-
trar. Para algunos niños y adolescentes, esos prejuicios pueden conducir a un conflicto cuando una mujer (general-
mente la madre) intenta establecer límites e imponer una disciplina o supervisión en el hogar, más aún si han crecido
en hogares expuestos a actitudes machistas.
En el caso de las chicas con problemas de violencia filio-parental, en contraposición a los chicos, utilizan en ocasio-
nes la agresión como una respuesta paradójica para crear una distancia entre ellas y el estereotipo femenino que se
les atribuye. Estas chicas intentan apostar por un cambio de estereotipo donde las mujeres empiezan a representar una
imagen masculina de poder. El observar a sus madres como débiles y sin fuerza sometidas al abuso, les lleva a despre-
ciarlas por adoptar la imagen de vulnerabilidad femenina de la que ellas se quieren desprender.

B) La comunidad y los medios de comunicación


Respecto del entorno comunitario, las características del barrio o vecindario donde vive el adolescente también con-
figuran ciertas actitudes y valores en la persona, que los interioriza a través de la observación de ejemplos de compor-
tamiento en los demás. Así, podemos decir que, la socialización del niño se produce fundamentalmente en la familia
y la escuela, a través de padres, profesores y compañeros, pero también a través de su contexto social más amplio,
que igualmente le aporta información sobre lo que significa que un comportamiento sea aceptable (o no) en su comu-
nidad, cultura, país, etc.
De este modo, es lógico pensar que aquellas comunidades o vecindarios donde los actos vandálicos, antisociales y
violentos se suceden con cierta frecuencia y asiduidad, pueden causar un impacto crucial en el modo en que los ni-
ños entienden y “hacen suyas” las normas sociales de comportamiento relacionadas con las relaciones con los demás
y las posesiones de los demás.
Una influencia similar ejercen los medios de comunicación como la televisión, el mundo de internet y los videojue-
gos. Existe un acuerdo generalizado sobre el hecho de que algunos comportamientos violentos cometidos en la vida
real, y en la mayor parte siendo los autores niños y adolescentes, se han inspirado en películas, series de televisión y
comics. De hecho, hay estudios que han encontrado una relación entre la cantidad de tiempo utilizado para ver la te-
levisión a edades tempranas y la implicación en actos violentos durante la adolescencia y la adultez. La cantidad de
tiempo es importante porque, puesto que muchas programaciones televisivas (incluidas las series y películas infanti-
les) contienen escenas que implican agresiones, cuanto más tiempo se ve la televisión, más escenas de este tipo se vi-
sualizan.
Sin embargo, desde un punto de vista riguroso no se puede defender que la causa de la violencia en la vida real es la
violencia presente en la televisión, o de otro modo todos seríamos seres agresivos sin distinción alguna. De hecho, la
exposición a escenas violentas no afecta del mismo modo a todos los espectadores, ni todos los contenidos violentos
tienen el mismo potencial de influencia. Pero sí se han identificado determinadas características de las escenas de vio-
lencia que las hacen más imitables, sobre todo por los más pequeños, como las resumidas en el Cuadro 7.
Así, resulta que en numerosas ocasiones los héroes suelen ser precisamente los personajes más agresivos e insolen-
tes, y los que normalmente retan las normas sociales establecidas para defenderse. Esta actitud trasladada a los hoga-
res y las aulas se relaciona con la rebeldía de
chicos y chicas frente a padres y profesores, con el
CUADRO 7
CARACTERÍSTICAS DE RIESGO DE IMITACIÓN DE LAS propósito de obtener poder frente a los adultos, o
ESCENAS VIOLENTAS EN TELEVISIÓN prestigio y popularidad entre los compañeros. Otro
efecto devastador de la excesiva exposición audio-
4 Escenas representadas por personajes atractivos que justifican su modo de actuar
violentamente. Por ejemplo, protagonistas que utilizan la venganza por algo cometido
visual a la violencia, además del aprendizaje de ac-
contra un familiar o amigo. titudes y conductas agresivas, es la
4 El protagonista o personaje principal es recompensado por sus actos violentos. Por desensibilización del espectador hacia tales situa-
ejemplo, consigue a la chica más guapa o mayor popularidad entre los amigos.
ciones y hacia el sufrimiento de las víctimas, que
4 La acción del personaje no tiene consecuencias negativas. Por ejemplo, el héroe que
utiliza la violencia para vengarse no es juzgado si infringe alguna ley, si destroza termina por convertirse en un acto “habitual y nor-
mobiliario público, etc. Tampoco se suelen observar las consecuencias negativas o mal”.
daños infringidos a las posibles víctimas del protagonista.
Hoy en día, además de la importancia fundamen-
4 Se utilizan armas convencionales en escenarios reales.
tal de la televisión como agente socializador en la
4 Muchas escenas se desarrollan en un ambiente humorístico. Se trata, por tanto, de una
violencia “embellecida y saneada”. vida de los más jóvenes, también internet y los vi-

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deojuegos constituyen canales esenciales de entretenimiento, comunicación e intercambios sociales. En contraste con
la mera visualización de escenas violentas en la pantalla de la televisión, los videojuegos violentos van un paso más
allá e invitan a “ponerse en el lugar del violento”. Es decir, aquí el jugador asume el rol de agresor virtual. Así, los vi-
deojuegos violentos pueden ser incluso más perjudiciales para el ajuste de niños y adolescentes por su carácter inte-
ractivo, donde se requiere que el jugador se sienta identificado con el agresor.
La exposición a contenido violento en Internet puede ejercer igualmente un muy similar al de la televisión y los vi-
deojuegos. En Internet es posible encontrar contenidos de escenas reales de agresiones como torturas, violencia de gé-
nero y sexo violento y, al mismo tiempo, también es un escenario de entretenimiento y juego virtual. A esto debemos
añadir un riesgo asociado a sus especiales características: es de fácil acceso, permite el anonimato del usuario, y difi-
culta la supervisión de los padres acerca de las páginas que visitan sus hijos.
Es fundamental por tanto que todos los agentes socializadores se impliquen en el compromiso de formar a nuestros
jóvenes para que no acepten pasivamente cualquier contenido audiovisual, fomentando en ellos el análisis crítico de
lo que ven y escuchan. Los valores pacíficos y cooperativos son unos valores en cierto modo contrarios a algunos gru-
pos de interés en la industria audiovisual que, por el contrario, alimentan y favorecen la existencia de violencia en los
medios de comunicación. Es por esto que el papel educativo de padres y profesores es esencial.
Sería conveniente seguir reflexionando en la idea de que las pantallas no son un reflejo fiel o una ventana abierta a
la realidad, sino un discurso sobre la realidad, una forma sesgada de contarla. Esta forma sesgada de contar la realidad
junto con el carácter lúdico que implican muchas de estas actividades –televisión, Internet y videojuegos- tienen una
influencia notable en la aceptación de la violencia en la sociedad. Muchos niños y adolescentes, por influencia de los
medios de comunicación, perciben la violencia con naturalidad, se encuentran como ‘inmunizados’ frente al dolor
ajeno, y presentan problemas relacionados con la capacidad empática en relación con sus víctimas (padres, pares,
profesores...).

4. MODELOS TEÓRICOS EXPLICATIVOS


Muchos autores fundamentan la violencia filio-parental en el marco del Modelo Ecológico del Desarrollo Humano,
un modelo integrador propuesto por Urie Bronfenbrenner en la década de los años 70 y donde podríamos encuadrar
los factores de riesgo expuestos en los apartados precedentes. El postulado básico de este modelo es que los ambien-
tes naturales son la principal fuente de influencia sobre la conducta humana, afirmando así que el funcionamiento
psicológico de las personas está, en gran medida, supeditado a la interacción del individuo con el ambiente o entorno
que le rodea. Esta premisa se basa, de hecho, en los trabajos pioneros de Lewin de los años treinta, quien argumenta-
ba que la conducta surge en función del intercambio de la persona con el ambiente, lo cual expresó en la ecuación C
= F (PA); (C = conducta; F = función; P = persona; A = ambiente). Bronfenbrenner considera fundamental tener en
cuenta el ambiente “ecológico” que circunscribe a la persona, considerando el desarrollo humano como una progre-
siva acomodación entre la persona activa y sus entornos inmediatos, cambiantes e intercomunicados. Efectiva-
mente, como hemos tratado de exponer, la violencia filio-parental podría explicarse en términos de las interacciones
que se establecen entre la persona, sus microsistemas y otros entornos más amplios en los que el individuo está pre-
sente, interactúa o en los que se toman decisiones (o tiene características particulares) que le afectan.
En el reciente trabajo de revisión teórica publicado por Arias-Rivera e Hidalgo (2020) donde se revisan un total de
57 estudios sobre violencia filio-parental, se exponen otros modelos en los que también se pueden fundamentar los
argumentos explicativos de las situaciones de violencia filio-parental, en particular se trata de las siguientes teorías
psicológicas: (1) Cognitivo-conductuales: Aprendizaje Social, Ciclos coercitivos, Procesamiento de la información so-
cial, Esquemas cognitivos, Conducta prosocial, Teoría Implícita, Desarrollo de conductas disruptivas, Síndrome de
adaptación a la violencia; (2) Psicodinámicas: Teoría del apego, Teoría de la adversidad infantil, Teoría del trauma por
traición, Teoría de la Mentalización; (3) Psicosociales: Teoría de la Socialización Grupal, Teoría de las Relaciones de
Poder, Modelo de la Competencia Social.
Finalmente, otros investigadores también fundamentan explicaciones en teorías de otros campos como la Comunica-
ción (Modelo de Comunicación de Gestión del estigma); la Criminología (Control Social, Asociación Diferencial, Mo-
delo de Desarrollo Social); la Sociología (Violencia de Género, Violencia Doméstica); así como modelos integrativos
más amplios como la Teoría Fenomenológica y Constructivista.

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5. RESUMEN
La violencia filio-parental supone un comportamiento abusivo de maltrato de hijos hacia padres, que conlleva una si-
tuación de humillación y desafío a la autoridad adulta con la intención de herir y dominar la relación. Este comporta-
miento se clasifica en cuatro tipos de agresiones: física, psicológica, emocional y financiera. Es complicado establecer
la prevalencia de esta problemática, pero se ha confirmado un aumento en la última década en la mayoría de países
de cultura occidental y, entre ellos, España. No existen diferencias entre chicos y chicas maltratadores, pero sí en el
género de la víctima, que suele ser más frecuentemente la madre. Los hijos que agreden a sus padres pueden mostrar
una alta impulsividad e irritabilidad, egoísmo, falta de empatía, participación en actos antisociales y violentos fuera
del hogar y consumo de sustancias. En la mitad de los hogares de estos adolescentes ha existido una historia previa de
violencia, bien entre los padres o de éstos hacia los hijos, y en otros casos los padres han optado por una educación
excesivamente laxa sin un establecimiento claro de límites y normas que regulen la conducta de sus hijos desde la in-
fancia. Es frecuente que estos chicos presenten fracaso escolar y se asocien con otros iguales con los que comparten
actitudes y conductas antisociales.

6. RECOMENDACIONES PARA EL TRABAJO CON ADOLESCENTES


En ocasiones nos resulta complicado distinguir si un comportamiento es abusivo o no, o si se encuadra dentro de la
definición de violencia o no. Por esto, es recomendable que como padres o educadores, analicemos en primer lugar
el tipo de relación que tenemos con los adolescentes de nuestro contexto y hagamos una primera valoración sobre su
naturaleza. Este será el primer paso ante el cambio.
Las agresiones de los hijos hacia los padres suelen generar sentimientos de vergüenza porque va en contra de la imagen
de armonía familiar que muchos padres desean mantener. Sin embargo, es importante no ocultar el problema y buscar
ayuda profesional cuando se detecta con el objeto de frenar lo antes posible un deterioro mayor de las relaciones.
La educación moral y en valores de igualdad respecto de los géneros masculino y femenino es fundamental desde la
infancia. Esta educación ayuda a prevenir el desarrollo de actitudes y conductas machistas relacionadas con el des-
precio hacia la mujer.
Es fundamental optar por estrategias de resolución de conflicto que no impliquen violencia, sino el respeto por la
postura del otro y la negociación.
Recordemos que los adultos somos modelos de comportamiento para los niños y adolescentes. Sabemos, en este
sentido, que los niños que proceden de familias excesivamente autoritarias o permisivas no aprenden a resolver los
conflictos de modo adecuado. En las primeras porque sólo conocen la imposición y la violencia como modo de tratar
los problemas con los demás. En las segundas porque no han interiorizado normas sociales básicas de convivencia al
transmitirles el mensaje de que “todo vale”.
En el hogar ha de existir un establecimiento de límites y normas claras, que todos conozcan y en la medida de lo po-
sible sean consensuadas. Estas normas, que deben estar presentes desde que los hijos son pequeños, dan a éstos segu-
ridad, ya que en el fondo se trata de estrategias de supervisión de los padres, así como unas pautas a seguir que les
ayudan a fomentar el desarrollo del sentimiento de responsabilidad.
Es importante que los padres muestren interés por el mundo adolescente: sus amistades, estudios, hobbies, etc. Esto
contribuirá a que el hijo se sienta valorado en la familia y perciba a sus padres como fuente de apoyo y ayuda.
Es recomendable fomentar el pensamiento crítico y supervisar los contenidos de los medios de comunicación y jue-
gos que practican los hijos, optando siempre por contenidos más pedagógicos que meramente lúdicos de carácter
agresivo.
Finalmente, para incrementar las posibilidades de éxito del tratamiento del problema, se debería incluir un trabajo
sobre las relaciones entre todos los miembros del sistema puesto que es necesario intervenir sobre el circuito relacio-
nal de la violencia y reparar el daño que la violencia genera en todos los miembros del sistema familiar.

TEXTO EXTRAÍDO MAYORITARIAMENTE DE


Estévez, E. (2013). Los hijos que agreden a sus padres. En E. Estévez (coord.), Los problemas en la adolescencia: res-
puestas y sugerencias para padres y educadores. Madrid: Síntesis.

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Ficha 1.
Programa de tratamiento para adolescentes que agreden
a sus padres (P.A.P.)
Son varias las aportaciones que desde la psicología se han centrado en la intervención en el maltrato de hijos a pa-
dres, también denominado maltrato ascendente. González-Álvarez, Gesteira, Fernández-Arias y García-Vera (2009)
proponen una apuesta específica, un Programa de Adolescentes que Agreden a sus Padres (P.A.P.) que intenta superar
las principales limitaciones encontradas después de una exhaustiva revisión de tratamientos centrados en proble-
mas de conducta, comportamiento disocial y/o delincuencia. En palabras de sus autores, el programa de tratamiento
que presentan “propone como una posible solución a dichos problemas”. A continuación se presenta el protocolo es-
pecífico, que se compone de un tratamiento estándar que puede complementarse con una serie de módulos específi-
cos. Además, cabe destacar la inclusión dentro del programa, de un protocolo de evaluación pre, inter y post
tratamiento.
4 El protocolo de evaluación se compone de 2 sesiones tanto para padres como para hijos, con una sesión extra para
los primeros de presentación y consentimiento explícito de su participación en el programa de tratamiento. La eva-
luación incluye una entrevista semi-estructurada elaborada ad hoc y la aplicación de una serie de cuestionarios re-
lacionados con variables que se han mostrado relevantes en la literatura, cuya fiabilidad, además, ha quedado
sobradamente probada. La evaluación se realiza también durante la aplicación de los diversos módulos de tra-
tamiento con el fin de medir las variables proceso, así como al finalizar el mismo, contemplándose en el programa
seguimientos amplios, superiores a un año.
4 El tratamiento estándar incluye la intervención con los adolescentes, con los padres y con el conjunto de la familia.
El tratamiento de los adolescentes incluye 16 sesiones de una hora de duración a lo largo de aproximadamente 5
meses. Este tratamiento está dirigido al desarrollo de recursos psicológicos (habilidades sociales, conductas de auto-
control, empatía, etc.) que permitan al adolescente afrontar las situaciones cotidianas de una manera más adaptati-
va, manejar su ira y agresividad, y resolver sus problemas interpersonales, de forma que, en última instancia,
aprenda un estilo de vida que no contemple la violencia como respuesta adaptativa, generando así una nueva iden-
tidad basada en el rechazo de la violencia. Otra parte fundamental del programa, que mantiene un enfoque inte-
gral, es la intervención con los padres. A lo largo de 9 sesiones de una hora (2 meses aproximadamente), los padres
aprenden herramientas para la gestión de situaciones conflictivas y habilidades para mejorar la comunicación y el
manejo de contingencias. Finalmente, la intervención con la familia da la oportunidad a sus miembros, durante 6
sesiones de dos horas de duración, aproximadamente, a lo largo de 2 meses, de practicar conjuntamente todo lo
aprendido en el manejo de las situaciones conflictivas cotidianas y de favorecer el mantenimiento de los cambios
logrados a lo largo del proceso, fortaleciendo, además, la comunicación entre todos los miembros de la familia. El
programa estándar puede adoptar tanto un formato individual como grupal, dependiendo de las característi-
cas específicas de la población a tratar.
4 Los módulos específicos de tratamiento constituyen un último elemento del proceso de intervención. Estos módulos
se han concebido dentro del programa de tratamiento para dar respuesta a aquellas necesidades específi-
cas de cada familia, de modo que no tienen por qué ser aplicados como tratamiento estándar, sino únicamente
cuando sea preciso. Así, cuando el terapeuta lo considere necesario, está previsto incluir un módulo específi-
co de intervención que responda a los problemas planteados por los pacientes. La literatura revisada y la práctica
clínica ponen de manifiesto una serie de necesidades relativamente frecuentes que han llevado a la inclusión en es-
te programa de tratamiento de módulos que den respuesta a esas exigencias. En este sentido, encontramos módulos
centrados en el manejo de la negativa por parte del menor a acudir a terapia, la presencia de ideación suicida o la
posible presencia de trastornos comórbidos como el TDAH o el consumo de alcohol y/ drogas, entre otros.

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En la Tabla 1 se presenta un breve resumen de los objetivos y técnicas aplicados en el programa de Tratamiento con
Menores.
El programa de tratamiento con los menores tiene como objetivo fundamental el de generar una nueva identidad al
margen de la violencia. Para ello, se plantea un trabajo inicial a nivel motivacional con el objetivo de reducir el pro-
blema de la elevada tasa de abandonos presente en esta población. A continuación, el proceso terapéutico avanza ha-
ciendo un especial hincapié en el groso de creencias y pensamientos que justifican la violencia y que por tanto,
favorecen el mantenimiento de la conducta agresiva. Otro elemento importante lo conforma el desarrollo de estrate-
gias centradas en el manejo emocional. Para ello, se realiza un trabajo centrado en la adquisición y/o incremento de
la respuesta empática del menor así como en el desarrollo de habilidades adaptativas de autocontrol.
Un cuarto nivel de intervención tiene que ver con el desarrollo de conductas alternativas a la violencia, mostrando
por ello interés en la mejora de habilidades de comunicación y solución de problemas que permitan al menor gestio-
nar los conflictos de manera apropiada. Por último, y como en cualquier proceso terapéutico, se introduce un módulo
destinado a la prevención de recaídas con el objetivo de mantener los logros adquiridos tras el proceso terapéutico y
tratando de evitar así el problema del mantenimiento de los logros en espacios temporales amplios. De manera com-
plementaria, se presenta en la Tabla 2 un breve resumen del Tratamiento para padres.
El programa de tratamiento para padres muestra una gran similitud con el protocolo de menores. Lo que se pretende
es desarrollar en los padres las mismas habilidades que posteriormente exigirán al menor, de manera que éstos mues-
tren un modelo de comportamiento adaptativo que favorezca tal fin.
Por último queda mencionar las características del Tratamiento para familias. El programa de tratamiento para fami-
lias tiene como objetivo fundamental poner en
práctica en sesión y bajo el control del terapeuta,
TABLA 1
todas aquellas habilidades aprendidas a lo largo del PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS
proceso terapéutico. El profesional planteará diver- PADRES: TRATAMIENTO DEL MENOR (González-Álvarez Et Al., 2009)
sas situaciones conflictivas con el objetivo de mol-
dear las estrategias puestas en marcha por cada Módulo 1: “Empezar con buen pie”
miembro de la familia. Se trata de plantear situa- Sesión 1:
4 Favorecer y fomentar la motivación al cambio a través de entrevista motivacional
ciones generadoras de conflicto aumentando pro-
gresivamente la implicación emocional de la Módulo 2: “Comprender la violencia y su porqué”
familia en las mismas. Un último objetivo de este
Sesiones 2 y 3:
programa será realizar un trabajo conjunto de pre- 4 Comprender el concepto de violencia y su funcionalidad a través de psicoeducación
vención de recaídas con el objetivo de favorecer el
mantenimiento de los logros. En la Tabla 3 se Módulo 3: “Aprender a pensar sin violencia”
muestra de manera resumida el mismo. Sesiones 4,5 y 6:
Continuando con el proceso de evaluación, cabe 4 Modificar los pensamientos y creencias que justifican la violencia a través de
reestructuración cognitiva
destacar además, que el presente programa con-
templa la realización de evaluaciones inter trata- Módulo 4: “Emociones que nos acercan o nos alejan de la violencia”
miento con el objetivo de evaluar y analizar las
Sesiones 7, 8 y 9:
variables proceso que permitan explicar el éxito o 4 Mejorar el manejo emocional mediante psicoeducación sobre emociones

fracaso de la intervención. Se trata, por tanto, de la 4 Mejorar el autocontrol del menor a través de la técnica del semáforo
-4 Mejorar la respuesta empática del menor mediante role-playing e inversión de roles
realización de una evaluación continua de la evo-
lución de los casos, empleando nuevamente instru- Módulo 5: “Una nueva forma de relacionarse con los demás”
mentos válidos y fiables que permitan obtener una
variedad considerable de medidas. De esta manera, Sesiones 10, 11, 12 y 13:
4 Mejorar las habilidades sociales del menor mediante role-playing, feedback y
entonces, podrá saberse qué variables van modifi- modelado
cándose en diferentes momentos del tratamiento y 4 Mejorar las habilidades de solución de problemas del menor mediante el
entrenamiento en la técnica de solución de problemas (TSP)
con qué intensidad.
Al hilo de lo anterior, otra cuestión de vital impor- Módulo 6: “Una nueva historia que contar”
tancia es la realización de medidas post tratamiento Sesiones 14, 15 y 16:
con el fin de conocer el efecto que el presente pro- 4 Favorecer el mantenimiento de los cambios mediante la prevención de recaídas
4 Favorecer el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor mediante
grama PAP pueda tener en los pacientes. Para ello, técnicas narrativas
5Consejo General de la Psicología de Espa-
ña

se contempla una evaluación nuevamente amplia, en la que se evalúan todas las variables tenidas en cuenta en el
proceso de pre tratamiento y en el desarrollo del programa de intervención. Siguiendo esta línea, se muestra también
muy relevante el hecho de realizar una evaluación del mantenimiento de los potenciales cambios que hayan podido
darse tras la intervención. Para ello, en el presente programa, se contempla además, una evaluación extensible en el
tiempo, considerando la necesidad de realización de seguimientos prolongados, superiores a un año de duración, con
el objetivo de conocer los efectos del tratamiento a largo plazo tal y como recomiendan numerosos autores y guías de
interés. Por último, en lo relativo a la evaluación,
TABLA 2 se considera como aspecto fundamental el hecho
PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS de, en la medida de lo posible, adaptarse al contex-
PADRES: TRATAMIENTO DE LOS PADRES (GONZÁLEZ-ÁLVAREZ ET AL., 2009) to individual de cada paciente así como a las ca-
Módulo 1: “Dando los primeros pasos” racterísticas idiosincráticas del mismo. Pare ello,
es necesario facilitar la individualización de las
Sesión 1:
4 Favorecer y fomentar la motivación al cambio
intervenciones, promoviendo a su vez, la creación
4 Comprender el concepto de violencia y su funcionalidad a través de psicoeducación de enfoques flexibles. Por ello, una evaluación pro-
menorizada como la propuesta hasta ahora, ayuda-
Módulo 2: “La importancia de lo que se nos pasa por la cabeza”
rá a considerar e incidir de manera concreta en los
Sesiones 2 y 3: principales déficits de cada sujeto, complementan-
4 Modificar los pensamientos y creencias que justifican la violencia (reestructuración
cognitiva)
do la individualización a la que se hacía referencia
respecto a los módulos específicos.
Módulo 3: “Las emociones y su relación con la violencia”

Sesiones 4 y 5:
REFERENCIA
4 Mejorar el manejo emocional mediante psicoeducación sobre emociones González-Álvarez, M. Gesteira, C., Fernández-
4 Mejorar el autocontrol de los padres a través de la técnica del semáforo
4 Mejorar la respuesta empática mediante role-playing e inversión de roles
Arias, I. y García-Vera, M.P (2009). Programa de
adolescentes que agreden a sus padres (P. A. P.):
Módulo 4: “Encontrando alternativas y poniéndolas en práctica” una propuesta específica para el tratamiento de
problemas de conducta en el ámbito familiar.
Sesiones 6, 7 y 8:
4 Mejorar el manejo de contingencias de los padres mediante técnicas operantes Psicopatología Clínica Legal y Forense, 9, 149-
4 Mejorar las habilidades sociales mediante role-playing, feedback y modelado
170.
4 Mejorar las habilidades de solución de problemas mediante el entrenamiento en la
TSP.

Módulo 5: “Una nueva historia que contar”

Sesiones 9:
4 Favorecer el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor y las
habilidades aprendidas por los padres mediante técnicas narrativas

TABLA 3
PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS
PADRES: TRATAMIENTO DE FAMILIA (GONZÁLEZ-ÁLVAREZ ET AL., 2009)

Módulo 1: “Me gustaría decirte que...”

Sesión 1:
4 Proseguir con el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor y las
habilidades aprendidas por los padres mediante técnicas narrativas en familia

Módulo 2: “Poniendo a prueba lo aprendido”

Sesiones 2, 3 y 4:
4 Fortalecer las estrategias trabajadas a lo largo de todo el proceso terapéutico
mediante la práctica conjunta de las mismas a través del juego

Módulo 3: “Detectando mis situaciones de riesgo”

Sesiones 5 y 6:
4 Favorecer el mantenimiento de los cambios mediante la prevención de recaídas

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Ficha 2.
Modelo teórico base sobre la violencia Filio-Parental

Es comúnmente aceptado que el problema de la VFP recibe un interés reciente desde el ámbito de la investigación,
de manera que la mayor parte de los modelos explicativos que se han centrado en esta problemática carecen de res-
paldo empírico, y por el momento su mayor aportación es ofrecer una perspectiva teórica y en su mayoría comple-
mentaria, sobre las razones por las que los adolescentes agreden a sus padres (Aroca-Montolío, Bellver y Alba 2012).
Un buen número de estudios e investigaciones sobre VFP, aluden a modelos generales que explican la conducta agre-
siva o violenta, si bien a medida que se ha profundizado sobre las particularidades de este tipo de maltrato ascenden-
te, diversos autores han formulado nuevos modelos específicos a partir de los cuales explicar sus causas. Todos estos
acercamientos se agrupan en dos grandes marcos de referencia: los Modelos Generales y los Modelos Específicos. En
los Modelos Generales se analiza la VFP como una conducta más en el repertorio de comportamientos propios del Ser
Humano, mientras que en los Modelos Específicos se detalla las características de los principales protagonistas, las va-
riables o factores de riesgo más significativos, así como los procesos por los cuales las familias se ven inmersas en este
tipo de violencia intrafamiliar. En esta breve ficha exponemos únicamente un modelo general y otro específico funda-
mentado en este general.

1. MODELO GENERAL
Uno de los grandes marcos de referencia del desarrollo humano que ayudan a explicar el maltrato de los hijos a sus
padres está representados por la Teoría Ecológica del Desarrollo Humano de Uri Bronfenbrenner (1979). El Modelo
Ecológico del Desarrollo Humano (en adelante MEDH) o también conocido como el Modelo Ecológico de Bronfen-
brenner, es uno de los modelos con mayor calado en la investigación en psicología en tanto que proporciona las cla-
ves para entender muchas características psicosociales y comportamentales del individuo (Estévez et al., 2016), de
manera que este modelo puede tomarse como punto de partida para intentar entender problemáticas sociales como la
VFP. Específicamente, la ciencia del desarrollo humano tiene como objetivo comprender cómo y por qué las personas
cambian o se mantienen estables en alguna faceta o característica a lo largo del tiempo. Esta ciencia pretende identifi-
car las generalidades y las diferencias entre distintos tipos de personas, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, pertene-
cientes a cualquier etnia, cultura y nacionalidad (Berger, 2006).
Desarrollo significa crecimiento y cambio, de modo que el desarrollo humano implica transformaciones a lo largo
del ciclo vital desde la infancia a la vejez, en tres aspectos fundamentales: (1) físico/biológico, (2) cognitivo y (3) psi-
cosocial. Estos tres ámbitos están en realidad íntimamente relacionados, puesto que un cambio producido en uno de
ellos se relaciona generalmente con cambios en otro ámbito. El desarrollo físico/biológico hace referencia al creci-
miento y los cambios en el cuerpo y el cerebro de la persona, factores genéticos, de salud, sensoriales, etc., el desa-
rrollo cognitivo se refiere a los procesos mentales como la percepción, la memoria, la imaginación, el razonamiento o
la creatividad, entre otros, que sirven para pensar, elaborar el conocimiento y relacionarse con el entorno, mientras
que el desarrollo psicosocial se centra en las relaciones con el otro, donde los aspectos emocionales y de la personali-
dad son esenciales, y donde el contacto con la familia y la sociedad en general es bidireccionalmente influyente (Pa-
palia y Feldman, 2012).
Se considera que el desarrollo humano cumple cinco principios básicos aplicables a todo el ciclo vital de la perso-
na, como son la multidireccionalidad (las transformaciones no son lineales, cada aspecto de la vida es dinámico), la
multicontextualización (estas transformaciones dependen de múltiples contextos y situaciones), la multiculturalidad
(el desarrollo depende de la cultura de cada persona, de sus creencias, recursos y tradiciones), la multidisciplinarie-
dad (el desarrollo humano abarca múltiples ámbitos como la psicología, la sociología, la medicina, entre otros) y la
plasticidad (las características de las personas son moldeables, de modo que los cambios son continuos en contraposi-

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ción a la idea de inalterables). Estos aspectos se integran en el MEDH, cuyo axioma es que ninguna persona puede
comprenderse de manera aislada de los contextos donde se integra (Bronfenbrenner, 1979). Este modelo tiene una se-
rie de supuestos, principios y componentes que se desglosan en los siguientes epígrafes.

1.1. Supuestos generales del MEDH


El término ecología procede de las palabras griegas «οίκος» (oikos: casa, vivienda, hogar) y «λóγος» (logos: estudio o
conocimiento). Podemos decir, por tanto, que ecología significa literalmente «estudio de los hogares». La ecología hu-
mana, disciplina que se desarrolla en la segunda mitad del siglo XX, hace referencia a que el ser humano es inexora-
blemente dependiente de su entorno y de este modo necesita de su comunidad (Estévez, Jiménez y Musitu, 2011). Es
desde esta mirada desde donde se integran una serie de supuestos generales que son compartidos por las ciencias so-
ciales y desde donde los individuos y los grupos son considerados como esencialmente biológicos y sociales por natu-
raleza, dependientes de su ambiente para su subsistencia (aire, agua, alimento, etc.), son considerados seres sociales y
por lo tanto interdependientes de otros seres humanos, cuyas interacciones humanas están especialmente organiza-
das, y son seres finitos cuyo ciclo vital junto con sus necesidades de subsistencia imponen el tiempo como constric-
ción y recurso. En este sentido, fue Bronfenbrenner (1979) quien más claramente vislumbró el desarrollo del individuo
dentro del ecosistema y por tanto la necesidad de examinar todos los sistemas que rodean la evolución de la persona.

1.2. Principios fundamentales


Los principios del MEDH tienen una clara influencia de Kurt Lewin, cuyas formulaciones teóricas supusieron la base
estructural del Modelo Ecológico, al considerar que el estudio del ambiente, desde la percepción subjetiva del mundo
y de las circunstancias que le rodean, es prioritario para comprender el desarrollo y el comportamiento humano (Esté-
vez, Jiménez y Sánchez, 2012). De esta manera, Bronfenbrenner (1979) describió seis principios que permiten enten-
der las interrelaciones en el desarrollo humano desde las primeras etapas de la vida y que hacen referencia a (1) la
influencia del contexto en el desarrollo humano, (2) la importancia de las habilidades sociales para interactuar con su
entorno, (3) la acomodación mutua individuo-ambiente, (4) la influencia de los efectos de segundo orden o efectos in-
directos, (5) la influencia de las conexiones entre las personas y los contextos, así como (6) la relevancia del ciclo vi-
tal. Estos 6 principios se desarrollan a continuación:
1. Desarrollo en contexto. Los niños y jóvenes se encuentran profundamente influenciados por su ambiente –familia,
amigos, compañeros de clase, así como por sus vecinos, su comunidad y cultura. De forma similar, los entornos
donde viven y se relacionan, modelan el comportamiento de los padres.
2. Habilidad social. El acercamiento ecológico enfatiza la importancia de la calidad de vida para las familias y su es-
trecha relación con un entorno socialmente rico. Los padres, de acuerdo con esta formulación, necesitan una com-
binación apropiada de relaciones informales (p.ej. con otros familiares) y formales (p.ej. con profesores), capaces
de proporcionarles apoyo, guía y asistencia en la difícil tarea de cuidar y educar a los hijos.
3. Acomodación mutua individuo-ambiente. Los individuos y el entorno se adaptan y ajustan mutuamente. Así, para
la comprensión del comportamiento humano necesitamos centrarnos en la interacción del individuo y la situación,
en el continuo del factor tiempo.
4. Efectos de segundo orden. Gran parte de los aspectos más importantes del comportamiento y desarrollo humanos,
tienen lugar como resultado de interacciones que son modeladas e incluso controladas por fuerzas que no se en-
cuentran en contacto directo con los individuos en interacción. Bronfenbrenner denomina a estos efectos indirectos
“efectos de segundo orden”, para indicar que algo más allá de la interacción entre dos individuos está regulando la
calidad de esta interacción.
5. Conexiones entre personas y contextos. El acercamiento ecológico centra la atención en: “transiciones ecológicas”,
es decir, los movimientos de individuos desde un contexto social a otro (p.ej. podemos transitar en un mismo día
por los siguientes escenarios: familia, amigos, medio escolar o laboral, por una ONG a la que pertenecemos, etc. y
“díadas transcontextuales”, es decir, las relaciones que existen a través de diferentes contextos (p.ej. cuando un ni-
ño es un estudiante con respecto a sus compañeros y un vecino con respecto a un adulto de su barrio). De acuerdo
con esta perspectiva, la habilidad de los padres para criar con éxito a sus hijos depende en parte del nivel de rique-
za de las redes sociales de ambos.
6. Perspectiva del ciclo vital. El acercamiento ecológico del desarrollo humano considera que el sentido y significado

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de las características de personalidad y de las distintas situaciones a las que se enfrenta la persona, pueden diferir a
lo largo del ciclo vital.

1.3.Componentes del Modelo Ecológico del Desarrollo Humano


Según Bronfenbrenner (1979), el desarrollo humano ocurre a través de procesos de interacción cada vez más com-
plejos entre la persona, el ambiente inmediato y otros contextos más alejados de cuya influencia puede que la perso-
na no sea tan consciente, como los valores culturales de la comunidad y el momento histórico. Estos procesos
comienzan en la familia, en la escuela o en el trabajo, contextos que por una parte están conectados entre sí y, por
otra, también lo están hacia el exterior con la comunidad o el vecindario, con las instituciones sociales (p.ej. centros
médicos, oficinas gubernamentales) y con los medios de comunicación; finalmente, el proceso de desarrollo de la
persona también abarca los patrones culturales e históricos (p.ej. ideologías y costumbres, valores culturales, modelos
económicos, filosofía política) que a su vez afectan a todos los contextos mencionados (desde la familia hasta las insti-
tuciones locales) (Estévez et al., 2011).
En definitiva, desde el MEDH se considera que el ser humano se halla integrado en una tupida red de relaciones que
se expresan gráficamente en estructuras concéntricas o anidadas y que representan los contextos de desarrollo o am-
bientes más significativos. A estas estructuras anidadas Bronfenbrenner (1979) las denomina con los siguientes térmi-
nos: microsistema, mesosistema, exosistema, macrosistema y cronosistema.
El microsistema hace referencia al patrón de actividades, roles y relaciones interpersonales que la persona en desa-
rrollo experimenta en sus entornos más inmediatos, como la familia, la escuela o el lugar de trabajo. Es, por tanto, el
nivel más interno del ambiente conformado por los sistemas con los que la persona interactúa en su día a día. Los en-
tornos más significativos son la familia y la escuela, y dentro de esta última, las relaciones con sus iguales y profesora-
do. Además, a través del microsistema llegan a la persona en desarrollo las influencias más distantes de otros sistemas
como las instituciones sociales o los valores culturales. Así por ejemplo, a través de la familia y la escuela el menor
aprende los contenidos y valores predominantes de su cultura.
El mesosistema comprende las interrelaciones de dos o más entornos en los que la persona en desarrollo participa
activamente, es decir, se trata de la interacción entre dos o más microsistemas. Por ejemplo, en el caso del menor se-
rán fundamentalmente las relaciones entre la familia, la escuela y el grupo de iguales; para un adulto, serán la familia,
el trabajo y la vida social, entre otros. Dependiendo del contexto en el que se encuentra, la persona se relaciona con
los demás de una manera particular, realiza actividades concretas y desempeña roles particulares.
El exosistema se refiere a uno o más entornos que no incluyen a la persona en desarrollo como participante, pero en
los cuales se producen hechos o se toman decisiones que afectan a todo aquello que ocurre en el entorno que com-
prende a la persona. El exosistema influye, por tanto, de manera indirecta en el desarrollo de la persona. Por ejemplo,
una decisión particular que se toma en el contexto escolar del hijo, puede influir de forma indirecta en la dinámica fa-
miliar de ese menor, aunque los padres no participen activamente de las decisiones establecidas en ese contexto.
También, una decisión en política sanitaria puede repercutir en ciudadanos y familias, aunque éstos no participen di-
rectamente en ese escenario social. De ahí la importancia de vincular de forma efectiva los hechos que suceden en un
exosistema con los hechos que acontecen en un microsistema, teniendo siempre presente los cambios evolutivos de
la persona en desarrollo.
El macrosistema consiste en un patrón cultural global que contiene el conjunto de creencias, actitudes y valores do-
minantes que caracterizan el entorno cultural de la persona en desarrollo. Incluye también los entornos sociales más
amplios como los modelos económicos y la filosofía política. Todos estos elementos mantienen correspondencias
constantes con los sistemas de menor orden (micro, meso y exo), puesto que penetran de diversas formas en la vida
diaria de las personas. Así por ejemplo, un microsistema como la familia, un mesosistema como la relación entre los
entornos familiar y escolar, y un exosistema como los medios de comunicación, tienen unas características externas y
unas reglas de funcionamiento internas muy diferentes en culturas orientales y occidentales.
Finalmente, Bronfenbrenner (1989) incluye el tiempo como una parte más integral de su teoría, lo que añade dos ar-
gumentos importantes: por un lado, considera que su teoría ecológica se debe aplicar a todo el ciclo vital del indivi-
duo y, por otro, se añade la idea del cronosistema, que incorpora la historia del desarrollo de la persona, incluyendo
eventos y experiencias y sus efectos en el desarrollo. Por ejemplo, se tendrán en cuenta eventos como el nacimiento
de un hermano, el cambio de residencia o el cambio político de un país. Además, el momento en que se produzca el
cambio, qué edad tiene la persona en ese momento, influye en el impacto que pueda ejercer.

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1.4. El MEDH como modelo explicativo de la VFP


Analizar el problema de la VFP desde la perspectiva ecológica del desarrollo humano de Bronfenbrenner (1987) supone
entender la violencia como resultado de un heterogéneo número de causas que interaccionan de manera compleja, ya
que el individuo y su comportamiento está condicionado por múltiples niveles de influencia. En el campo de la investiga-
ción sobre VFP, los estudios refieren numerosos factores de riesgo que explican este comportamiento tanto a nivel indivi-
dual como a nivel contextual, pero desde el MEDH también se estudia la influencia de estos factores de manera conjunta.
Así, las características del adolescente agresor en el nivel individual se ven afectadas por las relaciones que se establecen
entre éste y los entornos en los que se desarrolla y, en este sentido, la familia, como contexto más inmediato del desarrollo
del adolescente, sigue siendo clave a analizar en éste y cualquier proceso relacionado con la adolescencia.
Así, la VFP se ha relacionado con diversas variables individuales a nivel emocional, cognitivo y comportamental, co-
mo por ejemplo altos niveles de sentimientos de inadecuación personal, indefensión y soledad (Micucci, 1995), nive-
les más bajos de autonomía personal, empatía y autoestima (Ibabe et al., 2007; Paulson, Coombs y Landsverk, 1990;
Pereira y Bertino, 2009), consumo de alcohol y otras drogas (Charles, 1986; Ellickson y McGuigan, 2000) y relación
con grupos de iguales violentos (Agnew y Huguley, 1989; Ibabe et al., 2007; Kennedy et al., 2010; Romero et al.,
2005; Sempere et al., 2006). En capítulos anteriores hemos comprobado cómo la familia desempeña un papel funda-
mental en el ajuste y desarrollo psicológico de los adolescentes, de modo que para explicar las características indivi-
duales el adolescente es necesario también conocer las conexiones entre éste y su familia.
El contexto familiar, es uno de los niveles de mayor influencia en el problema de la VFP, el estilo educativo parental
(Cottrell y Monk, 2004; Ibabe et al., 2009; Rechea y Cuervo, 2010), los estilos de comunicación (Dekovic et al., 2004;
Zuñeda et al., 2016), el conflicto conyugal (Llamazares et al., 2013; Pereira, 2011) y los antecedentes de violencia fa-
miliar (Calvete et al., 2011; Gallagher, 2008; Stewart et al., 2006), entre otros, son factores de riesgo para este tipo de
conductas. Una de las características comunes en las familias donde se producen estos abusos, es la confusión que
existe en la estructura de poder, lo que genera que el menor asuma responsabilidades impropias de su edad y tome
decisiones por toda la familia (Gelles, 1997). Cuando los progenitores no son capaces de hacer cumplir las normas, el
adolescente utiliza la agresión para lograr poder y control, y restituir la inefectividad de sus padres (Browne y Hamil-
ton, 1998; Harbin y Madden, 1979; Micucci, 1995). También, en familias donde un menor ha sido maltratado, la vio-
lencia es percibida como un modo de descargar la rabia y la frustración, además de considerarla como una forma
aceptable y preferencial de resolver conflictos (Jaffe, Wolfe y Wilson, 1990; McCord, 1988; Straus et al., 1980).
En el ámbito escolar se ha observado que los adolescentes que ejercen VFP, tienen problemas de adaptación y rendi-
miento escolar, absentismo y violencia escolar (Ibabe et al., 2007; Romero et al., 2005; Sempere et al., 2005), tienden a
aburrirse en la escuela, faltan a clase y consideran que no es importante esforzarse por aprender (Paulson et al., 1990), pre-
sentando problemas de adaptación escolar y rendimiento académico en la educación secundaria (Sempere et al., 2005).
Existen estudios que relacionan al adolescente y su familia también en lo que se refiere al ámbito escolar, así por ejemplo
en la mayoría de las familias donde hay un problema de VFP, falta la implicación y el interés en el proceso escolar de los
hijos (Ibabe et al., 2007; Romero et al., 2005), además los problemas escolares de estos menores coinciden, muchas veces,
con cambios y problemas familiares que acaparan la atención de los progenitores (Sempere et al., 2005).
En lo referente a los factores comunitarios, diversos autores plantean que los cambios sucedidos en el último siglo en
el mundo occidental han hecho que la violencia cobre un mayor protagonismo en los diferentes escenarios de la vida
cotidiana (Martínez et al., 2015), de modo que valores sociales violentos, la búsqueda del éxito fácil y la permisividad
sobre comportamientos inaceptables (Urra, 2006), la exposición a la violencia en los medios de comunicación, el cre-
ciente sexismo (Cottrell y Monk, 2004), los cambios en el modelo de familia y la evolución de una sociedad basada
en la recompensa (Pereira y Bertino, 2009) son factores que también influyen sobre el problema de la VFP. Asimismo,
el factor tiempo es un aspecto a tener en cuenta a la hora de estudiar el problema, la mayoría de las investigaciones
sitúan el comienzo de la VFP en la adolescencia (Kethineni, 2004; Romero et al., 2005; Sánchez, 2008; Snyder y Mc-
Curley, 2008; Walsh y Krienert, 2007), de manera que variables relacionadas con el desarrollo del individuo, su fami-
lia y el contexto, así como alteraciones significativas experimentadas a lo largo del ciclo vital, como por ejemplo la
muerte de un pariente o la enfermedad, la institucionalización en un centro de acogida menores o la hospitalización
psiquiátrica (Romero et al., 2005) parecen tener también un efecto sobre la conducta violenta de hijos a padres.
A tenor de los resultados, el MEDH puede ofrecer una visión más ajustada sobre la VFP, que aquellos modelos donde se
tiene en cuenta exclusivamente la influencia directa de variables individuales, familiares o contextuales, donde no se
atiende a la interacción de los diferentes entornos. Y, si bien se trata de una teoría que ha recibido críticas por la compleji-

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dad que supone diseñar investigaciones donde se tenga en cuenta tantas variables y se estudie la inter-relación entre el in-
dividuo y sus contextos, se mida las influencias de los valores culturales y las creencias (macrosistema) y también su efecto
sobre la violencia hacia los progenitores (Ibabe, 2007), investigaciones en el ámbito de la conducta antisocial juvenil basa-
dos en este modelo (Frías-Armenta et al., 2003) refuerzan el uso de esta perspectiva como una elección plausible, a partir
de la cual poder orientar la investigación y el estudio de un problema plural, como es el maltrato de hijos a padres.

2. MODELO ESPECÍFICO
Con el interés de centrar la investigación en los casos de VFP, diferentes autores han desarrollado modelos específi-
cos sobre este tipo de maltrato, destacando especialmente el Modelo Ecológico de Cottrell y Monk (2004) fundamen-
tado en la propuesta de Bronfenbrenner. Así, tomando como partida el MEDH, en el que se define la violencia como
un fenómeno relacional en el que convergen variables de distinto orden de repercusión, desde lo individual hasta lo
macrosocial (Bronfenbrenner, 1979), Cottrell y Monk (2004) desarrollaron un modelo que mejora la comprensión de
las dinámicas individuales, interpersonales y sociales implicadas en la violencia ascendente (Sánchez, 2008). Este mo-
delo fue propuesto con el objetivo de proporcionar información cualitativa sobre el problema de la VFP, y para ello
los autores llevaron a cabo dos estudios cuya información fue recogida a través de grupos focales semiestructurados y
entrevistas individuales con jóvenes, padres y profesionales con conocimientos experienciales sobre el tema, lo que
les llevó a concluir que en el abuso de los adolescentes hacia sus progenitores interactúan una serie de factores psico-
lógicos, intrafamiliares y sociales, los cuales se desarrollan a continuación (Cottrell y Monk, 2004).
El modelo, de naturaleza cualitativa, requiere de investigación cuantitativa posterior que ofrezca una imagen más
precisa de la medida en que estos factores contribuyen a la VFP, y quizás al igual que sucede con el MEDH, ésta sea
una de las principales limitaciones del modelo, ya que abarca tantas variables que resulta muy complicado diseñar in-
vestigaciones que estudien las premisas de esta teoría (Ibabe, 2007). Pese a ello, es comúnmente aceptado que se trata
de un modelo teórico que ayuda a comprender de una manera más completa el problema de la violencia de hijos a
padres, ya que permite examinar la interacción entre los efectos de la cultura (macrosistema), la subcultura (exosiste-
ma), la familia (microsistema) y las características individuales/aprendidas (ontogenéticas). La interacción de las varia-
bles de cada uno de estos subsistemas supone un buen marco explicativo de la naturaleza de la violencia en las
relaciones familiares (Belsky, 1980; Dutton, 1988; Emery, 1989; Emery y Launmann-Billings, 1998; Frías-Armenta, Ló-
pez-Escobar y Díaz-Méndez, 2003; Straus, Gelles y Steinmetz, 1980). Los autores reflejan diferentes factores que pue-
den influir directa o indirectamente en el problema de la VFP, y que por tanto pueden ser entendidos como factores
de riesgo y protección, los cuales se describen en el siguiente diagrama de círculos concéntricos (véase Figura 1).

FIGURA 1
MODELO ECOLÓGICO ANIDADO

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4 Nivel macrosistema: Incluye el modelado de los roles sexuales del poder del hombre sobre la mujer y la exposición
a violencia en los medios de comunicación (Morán, 2013). La socialización define roles de género que pueden
afectar a las condiciones particulares y a los procesos microsociales como las relaciones padres-hijos (Hong, Kral,
Espelage y Allen-Meares, 2011).
4 Nivel exosistema: Incluye la pobreza, el estrés familiar, la influencia de un grupo de iguales desadaptado y el aisla-
miento o la ausencia de apoyo social (Cottrell y Monk, 2004).
4 Nivel microsistema: Incluye los estilos de crianza inadecuados, los conflictos maritales y los problemas en el afron-
tamiento activo de los problemas familiares. Hong y colaboradores (2011) añaden que el maltrato infantil y la expo-
sición a violencia entre los padres también son factores que influyen en este nivel de interacción social.
4 Ontogenéticos: Incluye relaciones de apego pobres con los progenitores, victimización temprana, problemas men-
tales o uso y abuso de drogas (Cottrell y Monk, 2004).
4 Cronosistema: Incluye cambios en la estructura familiar como por ejemplo. el divorcio (Hong et al., 2011) o la in-
corporación de nuevos miembros en la familia, etc.
Así, el modelo ecológico anidado propuesto por Cottrell y Monk (2004) organiza en dos grandes círculos de influen-
cia los factores de riesgo y protección relacionados con el problema de la VFP. Como puede verse en la figura 2, el
círculo de influencia interno se refiere a aquellos factores que tienen una influencia más directa en las situaciones de
maltrato, como por ejemplo los estilos parentales y las dinámicas familiares, la respuesta de los jóvenes a la victimiza-
ción, el mantenimiento del secreto familiar, la salud mental y aspectos asociados. Mientras que en el círculo de in-
fluencia externa o menos influyente, los factores están relacionados con el modelado social del poder, la falta de
información y de apoyos, la pobreza y otros estresores económicos, el efecto del abuso de sustancias o la influencia
del grupo de iguales y el rol de la escuela.

FIGURA 2
CÍRCULOS DE INFLUENCIA DEL MODELO ECOLÓGICO ANIDADO

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REFERENCIA BASE PARA AMPLIAR INFORMACIÓN Y CITAR EL TEXTO


Martínez-Pastor, M.L (2016). Intervención en violencia filio-parental: Un estudio cualitativo desde la perspectiva eco-
lógica y la experiencia en el sistema judicial. Tesis doctoral. Universidad Miguel Hernández de Elche.

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