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VIOLENCIA FILIO-PARENTAL
O MALTRATO DE HIJOS A
PADRES
2ª Edición actualizada
ESTEFANÍA ESTÉVEZ
Profesora Titular en Psicología Evolutiva. Universidad
Miguel Hernández de Elche
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 18
Programa de tratamiento para adolescentes que agreden a sus padres (P.A.P.)
FICHA 2 ................................................................................................................................. 21
Modelo teórico base sobre la violencia Filio-Parental
Consejo General de la Psicología de España
Documento base.
Violencia filio-parental o maltrato de hijos a padres
ÍNDICE
1. ¿Qué es el maltrato hacia los padres?
1.1. ¿Cómo es de frecuente en nuestras sociedades?
2. El perfil de los hijos maltratadores y de los padres maltratados
3. Algunos aspectos que alertan de peligro
3.1. Características del adolescente
3.2. Características de la familia
3.3. Características del entorno social
4. Modelos teóricos explicativos
5. Resumen
6. Recomendaciones en el trabajo con adolescentes
7. Ficha 1. Programa de tratamiento para adolescentes que agreden a sus padres (P.A.P.)
8. Ficha 2. Modelo teórico base sobre la violencia filio-parental
Este curso se centra en el comportamiento de tipo abusivo cometido por hijos adolescentes hacia sus padres. Para
analizar esta conducta es necesario, en primer lugar, aportar una definición de lo que se denomina violencia filio-pa-
rental, algo que resulta notablemente complejo por las distintas valoraciones morales que de un mismo comporta-
miento se pueden realizar entre sociedades y culturas. El primer apartado de este curso trata estas cuestiones. En el
segundo apartado se plantea la también complicada tarea de delimitar la frecuencia de este comportamiento, y se co-
mentan las principales dificultades existentes para poder establecer cifras fiables de prevalencia. En el tercer y cuarto
apartados, se ahonda en el perfil de los agresores (hijos e hijas adolescentes) y de las víctimas, y se comentan las prin-
cipales características de las personas implicadas, de la familia y del entorno social más amplio en el que vive el ado-
lescente que muestra un comportamiento agresivo hacia sus padres. Seguidamente, se ofrecen algunas pautas sobre
cómo ayudar a las familias con estos problemas, y se cierra el curso con un resumen de ideas principales y algunas re-
comendaciones finales para padres y educadores.
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Este tipo de relación entre padres e hijos, o la manera de educar, ha sido cuestionada en los últimos años en nume-
rosos contextos y, de hecho, es considerada en la actualidad por psicólogos y otros expertos como negativa y marca-
damente dañina para los vínculos familiares. Sin embargo, no podemos obviar que sigue existiendo y formando parte
de la realidad de algunas familias y algunas culturas. Podemos preguntarnos entonces ¿Existen valores morales univer-
sales que guían las relaciones entre padres e hijos? ¿Deben el padre y la madre mostrar respeto hacia los hijos y estos
hacia sus progenitores en igual medida? ¿Depende la respuesta a esta pregunta de la cultura?, y en ese caso, ¿son los
valores fomentados en todas las culturas igualmente válidos y aceptables? Así, cuestiones familiares que para algunos
son de índole totalmente privada como la infidelidad o el aborto, en otras sociedades se analizan desde un prisma
más social o incluso religioso. No podemos olvidar, por ejemplo, que algunos libros que se consideran sagrados por
sus fieles, autorizan el maltrato y la violencia física contra mujeres e hijos.
El panorama actual en la mayoría de sociedades occidentales muestra un tinte diferente respecto al posicionamiento
social sobre estas problemáticas. Cada vez es mayor la preocupación de los ciudadanos, las autoridades y los investi-
gadores por responder a las cuestiones derivadas de las situaciones que implican violencia familiar. De hecho, mu-
chas legislaciones actuales y un significativo volumen de investigación consideran aspectos relacionados con el
maltrato y abuso infantil y la violencia de género. Sin embargo, todavía en nuestros días existe una laguna importante
respecto a otra cara de la moneda: los hijos que agreden a sus padres. Hace relativamente poco tiempo que este tema
está adquiriendo visibilidad social y, por tanto, la preocupación de profesionales, investigadores y autoridades por las
relevantes repercusiones negativas que estos comportamientos tienen en el contexto familiar y en la salud tanto física
como psicológica de los integrantes de la familia.
Sin embargo, tanto los problemas de delimitación moral del comportamiento humano, como la escasa investigación
científica en este ámbito, dificultan la definición consensuada de lo que entendemos por “comportamiento violento
hacia los padres”, “maltrato hacia los padres” o, en terminología más específica, violencia filio-parental. En otras pala-
bras, ¿cómo podemos distinguir este comportamiento de otras conductas que se pudieran considerar como “norma-
les” dentro de la familia, como la actitud rebelde y desafiante de los hijos en la adolescencia o los conflictos y
discusiones familiares sin graves repercusiones? La clave parece estar en el término abuso. Así, lo que entendemos
por “comportamiento violento hacia los padres”, siguiendo la definición de Cottrell (2001), supone claramente una
conducta abusiva que conduce a una situación de humillación, acoso y desafío de la autoridad de los padres con la
intención evidente de dominar y herir.
El psicólogo Roberto Pereira (2006) comenta, además, que en la definición de violencia filio-parental se incluyen las
agresiones reiteradas, no los casos aislados, y se excluyen por tanto las agresiones puntuales por consumo de sustan-
cias, psicopatología grave del hijo y deficiencia mental. En cuanto a la clasificación de la violencia hacia los padres,
se distinguen cuatro tipos: física, psicológica, emocional y financiera, que definimos en el Cuadro 1.
En definitiva, expertos de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental (SEVIFIP) han acordado
recientemente su definición como: “Conductas reiteradas de violencia física, psicológica (verbal o no verbal) o econó-
mica, dirigida a las y los progenitores, o a aquellas personas que ocupen su lugar. Se excluyen las agresiones puntua-
les, las que se producen en un estado de disminución de la conciencia que desaparecen cuando ésta se recupera
(intoxicaciones, síndromes de abstinencia, estados
delirantes o alucinaciones), las causadas por altera-
CUADRO 1
ciones psicológicas (transitorias o estables) (el autis-
DEFINICIÓN Y TIPOS DE VIOLENCIA HACIA LOS PADRES
mo o la deficiencia mental severa) y el parricidio
Violencia filio-parental: Comportamiento abusivo reiterado que conduce a una situación sin historia de agresiones previas” (Pereira et al.,
de humillación, acoso y desafío de la autoridad de los padres con la intención evidente
de herirlos y dominar la relación.
2017, p. 6).
Tipos de maltrato:
4 Físico: se refiere a comportamientos que implican un contacto directo con la víctima,
como pegar, empujar o lanzar objetos hacia los padres.
1.1. ¿Cómo es de frecuente en nuestras
4 Psicológico: hace referencia a comportamientos como intimidar y humillar a los padres sociedades?
por medio, en muchas ocasiones, de violencia verbal. Esta pregunta es muy complicada de responder
4 Emocional: implica la utilización de mentiras, chantajes y otros juegos mentales con datos exactos por varios motivos. Los padres y
maliciosos como amenazas para manipular a los padres.
madres tienen una gran dificultad para sacar a la
4 Financiero: se refiere a conductas que implican robo y venta de posesiones de los
padres o incluso la incursión en deudas de las que se desentienden y a las que deben luz este problema. Algunos padres niegan la serie-
hacer frente los padres. dad de los ataques violentos de sus hijos con el fin
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de aparentar un estado de armonía familiar inexistente frente a los demás. Este es el problema fundamental por el que
no podemos calcular la prevalencia real del problema: el secretismo de la propia familia.
El secretismo se produce por varios motivos: en algunos casos, es un medio a través del cual los padres desean pro-
teger su propia imagen, evitando comentarios y valoraciones de parientes, amigos y vecinos. Estos padres se sienten
en numerosas ocasiones culpables de la situación incontrolable en la familia, podemos decir incluso que se conside-
ran “un mal padre” o “una mala madre” que no ha sabido educar correctamente al hijo que ahora es una “oveja des-
carriada”. Para estos padres y madres, pensar en la posibilidad de que otras personas conozcan la situación real de su
familia provoca grandes sentimientos de vergüenza motivados por el qué dirán.
Otros padres mantienen el secretismo por miedo hacia sus propios hijos. Temen que denunciando al hijo pueda
agravarse la situación, aumentar la violencia como castigo hacia los padres por haber llevado a cabo la denuncia, o
provocar una autolesión en el hijo maltratador. Estos miedos nos hacen suponer que existe una escasez de denuncias
presentadas por los padres que son agredidos por sus hijos, lo que significaría que realmente hay más casos de los do-
cumentados en los datos oficiales de la policía.
Otro motivo por el que es dificultoso poder establecer la prevalencia del abuso hacia los padres y el estableci-
miento de cifras fiables sobre la extensión del problema es que éste ha sido tradicionalmente relegado en la inves-
tigación social y clínica, que ha avanzado mucho más en el análisis y descripción del problema del maltrato en la
pareja. Además, los estudios llevados a cabo hasta el momento actual se localizan principalmente en Norteamérica
(Estados Unidos y Canadá), mientras que sólo en muy pocos países europeos se cuenta con alguna estadística. A
este hecho se suma que los datos disponibles no suelen diferenciar entre los tipos de maltrato que hemos distingui-
do en el cuadro 1.
La mayor parte de los estudios se llevaron a cabo en las décadas de los años ochenta y noventa, y por entonces sólo
tuvieron en cuenta la violencia de tipo físico, sin examinar la incidencia de otros tipos de agresión como la psicológi-
ca, emocional y financiera, que hoy en día sabemos que resultan igualmente dañinas para el bienestar de los padres y
del propio hogar. Este hecho nos indica que los datos de prevalencia van a variar notablemente dependiendo de las
definiciones y métodos empleados para la recogida de información de cada estudio. Del mismo modo, muchos traba-
jos han recopilado sus datos preguntando directamente a los adolescentes sobre su comportamiento, lo que aumenta
la probabilidad de obtener información poco precisa o incluso equivocada, puesto que los implicados pueden mini-
mizar su nivel de participación y severidad de los comportamientos violentos que han llevado a cabo.
Dicho esto, no obstante, recopilamos aquí la información disponible hasta el momento actual, que es la siguiente.
En Estados Unidos, se estima que el número de adolescentes que agrede a sus padres se sitúa entre el 7% y el 18%
dependiendo de las comunidades y estados. En Canadá, se calcula que alrededor del 10% de padres son agredidos
por sus hijos, mientras que esta cifra es del 4% en Francia.
Los números varían también en función del tipo de familia. Así, las características propias de las familias constituidas
por un solo progenitor, las denominadas monoparentales, parecen ser más vulnerables a que los hijos desarrollen pro-
blemas de comportamiento que deriven finalmente en agresiones hacia, fundamentalmente, la madre. Decíamos que
en Estados Unidos se estima que entre el 7-18% de los hijos agreden a sus padres en familias completas (con dos figu-
ras adultas con el rol de padres), pero esa cifra alcanza el 29% en las familias monoparentales.
Un trabajo muy interesante llevado a cabo en Canadá en familias donde el único progenitor es la madre aporta da-
tos que van también en este sentido. El grupo de investigadores dirigido por Pagani (2004) encontró que el 64% de los
adolescentes a los que entrevistaron (tanto chicos como chicas) agredían verbalmente y habitualmente a sus madres;
el 14% cometía además agresiones físicas; de entre estos últimos, el 74% daba empujones a la madre, el 24% la gol-
peaba, el 12% admitía lanzarle objetos, el 44% amenazarla con violencia física, y el 4% llegó a atacar a su madre
con un arma.
Las estadísticas en España indican un aumento considerable en la presencia de esta situación violenta en los hogares
de nuestro país. Según datos de la Fiscalía General del Estado, la presencia de este problema se ha multiplicado por
seis desde el año 2000, con cerca de 6.500 denuncias de padres a hijos recibidas por esta Fiscalía en 2010. En la pu-
blicación reciente de Selma (2020) donde se analiza pormenorizadamente la incidencia cuantitativa en España (con-
sultar el artículo original para obtener datos por comunidades) se concluye un aumento generalizado de los casos
registrados por organismos oficiales a lo largo del territorio nacional.
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Respecto de la incidencia de los tipos de violencia, en el estudio de Calvete y sus colaboradores (2011) en el que se
diferencia entre violencia física y verbal, se concluye que el 85% de los adolescentes de entre 12-17 años ha gritado,
insultado o amenazado con pegar a sus padres alguna vez, y el 10% lo ha realizado a menudo; respecto de las agre-
siones físicas como abofetear, golpear con objetos y dar patadas o puñetazos, el 5% afirmó haberlo realizado alguna
vez, y el 2% a menudo. En trabajos posteriores de estos y otros investigadores, se han encontrado cifras en esta línea
(Calvete y Orure, 2016).
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tévez, Jiménez y Velilla, 2015). Por un lado, las madres suelen implicarse más que los padres en la supervisión y el es-
tablecimiento de normas y límites a los hijos, unos aspectos que conllevan en numerosas ocasiones la frustración y
consiguiente enfado de estos, sobre todo al alcanzar las edades adolecentes con la demanda de mayor independencia
y autonomía propia de esta etapa de la vida.
Por otro lado, tal y como Gallagher (2004) comenta, las madres suelen ser más débiles desde el punto de vista físico
que los padres, suelen pasar más tiempo a solas con los hijos, y suelen sentirse culpables por el mal comportamiento
de sus hijos (lo interpretan como un fracaso en la educación que se les quiere inculcar), lo que les atrapa en una situa-
ción donde se dificultan las expresiones tanto de disciplina como de afecto. Estos elementos hacen que las madres se
encuentren en una situación de mayor riesgo frente al abuso de sus propios hijos.
Otro aspecto muy interesante que hay que señalar es que, en los hogares donde ya existía violencia de género del
padre hacia la madre, los chicos, especialmente, aprenden a considerar a la madre como un blanco apropiado y
aceptable para la violencia. Resulta curioso que, en estos casos, las agresiones se dirigen exclusivamente hacia las
madres, pero no hacia los padres. Este hecho se ha explicado con el argumento de que los chicos tienen más probabi-
lidad de identificarse con un maltratador del mismo sexo que las chicas. Aunque también se ha observado que los
adolescentes de mayor edad, con un desarrollo físico más potenciado, toman como diana a sus padres (no sólo las
madres), sobre todo cuando estos tienen también una cierta edad y son percibidos como más vulnerables ante los ata-
ques físicos.
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Dominar a los demás y sentirse poderosos es un aspecto común a estos chicos y chicas. Quieren transmitir una ima-
gen de fuertes, rebeldes e intocables y para mantener esta imagen es preciso, en numerosas ocasiones, ejercer un con-
trol de los demás mediante amenazas y chantajes.
Algunos de ellos combinan la conducta agresiva hacia los padres con comportamientos antisociales en otros contex-
tos fuera del hogar. Estos comportamientos incluyen hurtos o actos vandálicos. El hecho de participar en estos actos,
que suponen el quebrantamiento de las normas socialmente establecidas, deja entrever determinados rasgos de una
personalidad antisocial, de la que también forma parte la desconsideración hacia los derechos de los demás, como ya
decíamos en los párrafos anteriores.
Si hablamos de personalidad antisocial, estamos haciendo mención explícita a un trastorno psicológico de la perso-
nalidad. Sin embargo, en general, los trastornos de personalidad en la infancia y la adolescencia han recibido poca
atención ya que muchos investigadores consideran que la personalidad no termina de configurarse hasta pasados los
18 años. Además, los profesionales que tratan a niños y niñas suelen tener ciertas reservas para etiquetarlos con un
diagnóstico que implica gravedad y unas pautas de tratamiento muy cerradas (Martínez y cols., 2015).
Lo que no podemos negar es que, cada vez es más frecuente que se describan patrones de personalidad duraderos que
hacen su aparición a edades tan tempranas como el final de la edad preescolar, y que conducen a conductas persistentes
en la infancia y a características relacionadas con trastornos subsecuentes en la adolescencia como el comportamiento an-
tisocial y delictivo, o el consumo de sustancias (ver Cuadro 3). De hecho, en el desarrollo del comportamiento antisocial y
violento en la infancia y adolescencia, se ha observado una escalada en la gravedad de los actos cometidos, desde actos
menores a otros de mayor importancia y seriedad. Esta escalada constituye al mismo tiempo un círculo vicioso donde el
adolescente se encuentra atrapado y encasillado en un estilo de vida arriesgado y peligroso, donde además disminuyen
notablemente las oportunidades de participar en otro tipo de relaciones sociales más positivas.
Por último, el consumo de sustancias en edades escolares se ha relacionado con el desarrollo de problemas de com-
portamiento y, en particular con la violencia en años posteriores. Consumir sustancias que alteran el normal funciona-
miento de las emociones y pensamientos, puede desencadenar cualquier tipo de agresión, incluida la dirigida hacia
los padres. En el estudio del equipo de investigación de Pagani (2004) se encontró que un consumo elevado de dro-
gas (tanto alcohol como otras sustancias ilegales) aumentaba la probabilidad de que estos adolescentes agredieran a
sus madres, incrementando el riesgo de violencia verbal en casi un 60%. Estos autores comentan que la explicación
estriba en que el consumo frecuente de drogas facilita la interpretación errónea de las conductas de los demás (a las
que se atribuye hostilidad y malas intenciones inexistentes) y también desinhibe a las personas para expresarse de un
modo más rudo e irrespetuoso.
El tema del consumo de drogas es, además, en sí mismo provocador de discusiones en la familia. Se trata de un tema
muy conflictivo para dialogar en familia que en una cuarta parte termina en agresión hacia los padres. Los hijos con-
sumidores no están dispuestos a hablar sobre su consumo y consideran que los padres se están entrometiendo en un
aspecto muy personal de su vida que, además, creen falsamente que controlan.
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ción con los hijos. Ya adelantábamos en el apartado anterior que las características propias de las familias constituidas
por un solo progenitor o monoparentales, las hacen en general más vulnerables a que los hijos desarrollen problemas
de comportamiento hacia la madre principalmente.
Finalmente, es importante destacar otros aspectos que entran en juego para determinar la influencia del tipo de fami-
lia, del trabajo y los ingresos familiares en el desarrollo de problemas de conducta en los hijos, como por ejemplo su
nivel madurativo y su personalidad, la posibilidad de que otros adultos (como los abuelos o cuidadores remunerados)
les supervisen en ausencia de sus padres, así como la satisfacción de los padres con su trabajo. La satisfacción laboral
hace que las personas vivan de un modo más positivo su día a día, repercutiendo así el mundo laboral en el familiar y
en cómo los padres enfocan la educación de sus hijos de un modo más eficaz, combinando adecuadamente la aten-
ción a las necesidades y demandas de éstos y la organización de una serie de normas claras que impliquen un reparto
coherente de responsabilidades con los hijos (Del Moral, Ávila, Vera, Martínez y Suárez, 2015). Estos aspectos contri-
buyen a que los niños sean más independientes, responsables y maduros.
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sienten desprotegidos porque han sido aislados emocionalmente desde su infancia y no han aprendido a sentir ni ex-
presar cariño, como tampoco a seguir unas pautas marcadas por adultos. Esto conduce a un desamparo tremendo en
estos niños, que sufren las consecuencias más devastadoras a todos los niveles y que les dificultan la vida en sociedad
cuando llegan a otros contextos como la escuela, donde no saben desenvolverse con otros compañeros y con los pro-
fesores.
Las familias democráticas son las que parecen construir el ambiente más favorable que sienta las bases para el co-
rrecto desarrollo y crianza de los hijos. Los padres democráticos permiten que los niños y adolescentes expresen sus
opiniones y sentimientos y se sientan valorados y queridos, pero al mismo tiempo les supervisan cuidadosamente para
que aprendan a respetar normas básicas de convivencia por el bien de la armonía común, tanto en el contexto fami-
liar como en el más amplio que abarca la comunidad.
El mayor debate respecto al efecto en el comportamiento de los hijos lo ha planteado el estilo permisivo. En los últi-
mos años se ha sugerido que es precisamente el estilo parental excesivamente permisivo, tan presente por otra parte,
en numerosas sociedades modernas actuales, y en donde la relación entre padres e hijos es entendida como “de igual
a igual”, uno de los aspectos más destacables en la base del problema de la ausencia de respeto de hijos hacia padres.
En estos hogares no se han establecido normas ni límites por no “frustrar a los hijos”, lo que ha implicado una ausen-
cia de control y supervisión durante años y, por tanto, llegada la adolescencia, los padres no son percibidos por sus
hijos como figuras de autoridad a respetar. Estos adolescentes no han recibido un ‘no’ por respuesta ante de las de-
mandas exigidas a los padres, que siempre han cedido ante las peticiones de sus descendientes, provocando lo que
conocemos como un “comportamiento tiránico”, es decir, un comportamiento caprichoso y egocéntrico.
El hecho de no haber establecido límites al comportamiento de los hijos puede explicarse por varias razones: porque
los padres tienen unos principios educativos laxos, porque se sienten culpables en un caso de divorcio y no quieren
imponerse ante el hijo por si éste prefiere irse con el otro progenitor, o simplemente porque no cuentan con la posibi-
lidad de hacerlo por motivos financieros, sociales o de salud. En estas familias con una ausencia total de normas y re-
glas a seguir y donde los padres no asumen su rol como adultos y educadores, el ambiente familiar desprende una
gran inseguridad para los hijos que, en muchas ocasiones, se ven obligados a asumir el rol que debieran cumplir sus
padres, así como un grado muy elevado de autonomía antes de estar preparados para ello. Ante esta situación es pro-
bable que los hijos muestren un rechazo manifiesto hacia sus padres e incluso pretendan castigarles por no asumir el
rol parental.
De hecho, se ha observado que una de las características comunes de las familias donde se producen agresiones a
los progenitores es la confusión que existe en la estructura de poder, haciendo que el menor asuma responsabilidades
impropias y tome decisiones por toda la familia. El hijo agresor utilizaría en este caso la violencia como respuesta an-
te la enorme frustración que le provoca la desorganización de la familia (nadie sabe qué lugar ocupa en la familia ni
qué funciones tiene que asumir).
En algunas de estas familias uno o incluso ambos progenitores han delegado su posición de autoridad o existe una
competición encubierta entre ellos que provoca que las normas no sean efectivas (o no lleguen a formularse). A me-
nudo, además, buscan el consejo de los hijos para la toma de decisiones lo cual socava aún más su autoridad de
adultos. El joven utiliza aquí la agresión para ganar poder y control que sustituya la inefectividad de sus progenitores.
Así la violencia sería el resultado de otorgar el poder al joven cuando aún se siente vulnerable y dependiente.
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ta entre ambos hechos: observar comportamientos violentos e imitarlos incorporándolos al modo habitual de actuar
con los demás. Lo que sugieren los estudios al respecto es que, el hecho de vivir en un entorno violento aumenta la
probabilidad de que los niños criados en ese contexto presenten problemas para de relacionarse con los demás por-
que no disponen de modelos positivos que les inculquen maneras de interactuar sanas y pacíficas.
Teniendo esto en cuenta, de lo que no cabe duda es que, cualquier tipo de violencia doméstica modela las actitu-
des, emociones, pensamientos y modos de comportarse de los hijos, lo que puede conllevar el desarrollo de proble-
mas de ajuste en el futuro. Sin embargo, también es cierto que no todos los niños que han crecido inmersos en este
ambiente familiar llegan a convertirse en adolescentes o adultos violentos.
No sólo la violencia entre los padres puede ejercer una influencia negativa, sino también las agresiones de padres a
hijos. Investigaciones previas han utilizado el término de niños “doblemente abusados” para referirse a aquellos que
han sido, al mismo tiempo, víctimas de agresiones físicas o sexuales y testigos de violencia doméstica entre sus pa-
dres, una combinación que conlleva los más serios problemas de ajuste en los menores. Así, muchos niños que termi-
nan agrediendo y maltratando a sus padres, han sido previamente y seriamente expuestos a castigos físicos.
El maltrato físico, la negligencia (el estilo parental negligente que comentábamos en el apartado anterior) y el abuso
(especialmente el abuso sexual) en la infancia pueden dar como resultado un comportamiento antisocial en la adoles-
cencia (es decir, no respetar las normas socialmente establecidas), así como conductas de componente violento con-
tra los padres. Las agresiones y fuertes castigos hacia los hijos son un factor más relevante incluso en la explicación de
la violencia filio-parental, que el ser testigo de agresiones entre los padres.
Una posible explicación a este hecho es que la experiencia del castigo corporal arrastrada desde la infancia hasta la
adolescencia hace que muchos adolescentes se sientan ridiculizados y humillados e interpreten esta estrategia de con-
trol parental como un abuso de autoridad inaceptable. La agresividad del joven en este caso tiene la finalidad de re-
ducir el maltrato que sufre por sus propios padres. Esto hace que muchos niños y niñas que cometen agresiones hacia
sus progenitores sean considerados al mismo tiempo como verdugos y víctimas.
A este respecto, algunos autores señalan los peligros de considerar a estos niños exclusivamente como víctimas, ya
que esta etiqueta puede eximirles de toda responsabilidad por sus acciones al tiempo que sienten que sus actos están
plenamente justificados, mientras que se refuerza la culpabilidad exclusiva de los padres. Sin embargo, el hecho de
que un niño haya sido abusado, no le otorga el derecho de abusar de otros, por lo que esta asociación debería que-
brantarse en las intervenciones con niños maltratadores.
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La actitud negativa hacia la escuela y la carencia de metas educativas son otros dos factores que se han identificado
en los adolescentes agresivos. Los chicos que presentan este problema, suelen tener un porcentaje elevado de fracaso
escolar, muestran un notable desinterés hacia los estudios y consideran que la escuela no tiene un objetivo importante
en sus vidas. Suelen ausentarse de clase con cierta frecuencia y, cuando asisten, presentan indiferencia en el aula o
un mal comportamiento, por lo que la estrategia más utilizada en numerosos centros educativos como método de co-
rrección del comportamiento desviado y violento es la expulsión temporal (o definitiva) del alumno implicado.
Esta estrategia que pretende ser una medida disciplinar, lejos de modificar o eliminar el comportamiento que quiere
extinguir, aumenta en muchos casos la probabilidad de que el alumno expulsado continúe incurriendo en actividades
de riesgo, como actos vandálicos y violentos o incluso el consumo de drogas. Esto es así porque los adolescentes ex-
pulsados suelen permanecer durante ese tiempo en la calle más que en sus casas. No es de extrañar, por tanto, que al-
gunos estudios señalen que es precisamente durante las horas escolares cuando se registra el mayor número de actos
delictivos cometidos por niños y adolescentes en edades escolares, y es que además el perfil de los alumnos que co-
meten habitualmente novillos es muy semejante al de aquellos que han sido expulsados del colegio por su mal com-
portamiento.
Las estrategias encaminadas a la corrección de estas actitudes y conductas deben asentar sus bases en un trabajo te-
rapéutico con el estudiante implicado, en trabajo conjunto con las familias. Es importante que las escuelas dispongan
de un protocolo claro a seguir en caso de detección de una problemática de este tipo, en el que se estime derivar el
caso a otros profesionales cuando la gravedad de la situación supere los recursos y funciones de la escuela.
Llegados a este punto es fundamental señalar que la familia, como también la escuela y los compañeros, son los
principales agentes de integración social, es decir, las principales personas y entornos donde aprendemos las normas
establecidas por consenso social por el bien de la comunidad y, por tanto, que se espera que sean respetadas. Cuando
el vínculo entre el adolecente y su familia, la escuela y el grupo de amigos son lo suficientemente fuertes, disuaden al
joven de realizar conductas de riesgo. Así, por ejemplo, la actitud de los adolescentes hacia las reglas escolares y ha-
cia el profesorado está muy relacionada con sus actitudes hacia la ley y otras formas de autoridad institucional como
la policía, de ahí que una conducta agresiva hacia los padres o profesores se manifieste en el mismo chico que delin-
que fuera del hogar o la escuela.
Con respecto a las relaciones con otros adolescentes, hay que tener en consideración que las amistades en esta eta-
pa de la vida pueden ejercer tanto una influencia positiva como negativa. El grupo de amigos puede constituir una
fuente fundamental para el aprendizaje de valores, el desarrollo de habilidades como el manejo de los conflictos o el
estrés, y la formación de la propia identidad y el autoconcepto; sin embargo, la red de amistades también puede ejer-
cer un impacto negativo en el adolescente para el consumo de sustancias, las conductas sexuales de riesgo o la impli-
cación en comportamientos antisociales y violentos, si en este grupo en particular se aprueban dichas acciones.
En el caso de los jóvenes agresores en el hogar que mantienen relaciones familiares poco gratificantes, ocurre en
muchas ocasiones que terminan identificándose más con su grupo de amigos que con sus progenitores, siendo enton-
ces los compañeros -antes que la familia- quienes les proporcionan la principal fuente de apoyo emocional. Este gru-
po de amistades puede contribuir negativamente en el comportamiento del adolescente por varios motivos: por
ejemplo, los jóvenes que han sido victimizados por sus iguales, podrían usar la conducta violenta contra sus padres
como medio para compensar los sentimientos de impotencia y expresar su enfado en un contexto seguro (lo que se
conoce como “desplazamiento”, porque el joven ha desplazado su ira y malestar del entorno escolar al familiar); en
segundo lugar, algunos grupos de compañeros actúan como modelo de violencia que puede ser utilizado por el joven
como una estrategia efectiva para ganar poder y control en la relación con sus progenitores; y finalmente, la implica-
ción en una serie de actividades prohibidas (como el abuso de sustancias, robo, absentismo escolar) que se llevan a
cabo con el grupo de iguales, provoca importantes conflictos y luchas de poder en el hogar cuando los padres tratan
de establecer límites más firmes a sus hijos.
En el estudio desarrollado por Ibabe y sus colaboradores (2007) se observa la estrecha relación entre el maltrato ha-
cia los padres y la elección de amistades poco recomendables. Estos autores concluyen en su trabajo que dos terceras
partes de los jóvenes que abusan de sus progenitores se relaciona con grupos de amistades antisociales y violentos.
Finalmente, no podemos soslayar que muchas agresiones siguen influenciadas por los estereotipos culturales del pa-
pel masculino que promueve el uso del poder y el control en las relaciones entre hombres y mujeres. Estos adolescen-
tes varones están sujetos a las normas sociales que promueven la fuerza física y la autoridad como atributos que
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definen al hombre. La presión del grupo les anima a realizar conductas machistas y a participar en actividades con las
pandillas que son un ejemplo de cómo se manifiestan estos estereotipos que despliegan la virilidad que quieren mos-
trar. Para algunos niños y adolescentes, esos prejuicios pueden conducir a un conflicto cuando una mujer (general-
mente la madre) intenta establecer límites e imponer una disciplina o supervisión en el hogar, más aún si han crecido
en hogares expuestos a actitudes machistas.
En el caso de las chicas con problemas de violencia filio-parental, en contraposición a los chicos, utilizan en ocasio-
nes la agresión como una respuesta paradójica para crear una distancia entre ellas y el estereotipo femenino que se
les atribuye. Estas chicas intentan apostar por un cambio de estereotipo donde las mujeres empiezan a representar una
imagen masculina de poder. El observar a sus madres como débiles y sin fuerza sometidas al abuso, les lleva a despre-
ciarlas por adoptar la imagen de vulnerabilidad femenina de la que ellas se quieren desprender.
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deojuegos constituyen canales esenciales de entretenimiento, comunicación e intercambios sociales. En contraste con
la mera visualización de escenas violentas en la pantalla de la televisión, los videojuegos violentos van un paso más
allá e invitan a “ponerse en el lugar del violento”. Es decir, aquí el jugador asume el rol de agresor virtual. Así, los vi-
deojuegos violentos pueden ser incluso más perjudiciales para el ajuste de niños y adolescentes por su carácter inte-
ractivo, donde se requiere que el jugador se sienta identificado con el agresor.
La exposición a contenido violento en Internet puede ejercer igualmente un muy similar al de la televisión y los vi-
deojuegos. En Internet es posible encontrar contenidos de escenas reales de agresiones como torturas, violencia de gé-
nero y sexo violento y, al mismo tiempo, también es un escenario de entretenimiento y juego virtual. A esto debemos
añadir un riesgo asociado a sus especiales características: es de fácil acceso, permite el anonimato del usuario, y difi-
culta la supervisión de los padres acerca de las páginas que visitan sus hijos.
Es fundamental por tanto que todos los agentes socializadores se impliquen en el compromiso de formar a nuestros
jóvenes para que no acepten pasivamente cualquier contenido audiovisual, fomentando en ellos el análisis crítico de
lo que ven y escuchan. Los valores pacíficos y cooperativos son unos valores en cierto modo contrarios a algunos gru-
pos de interés en la industria audiovisual que, por el contrario, alimentan y favorecen la existencia de violencia en los
medios de comunicación. Es por esto que el papel educativo de padres y profesores es esencial.
Sería conveniente seguir reflexionando en la idea de que las pantallas no son un reflejo fiel o una ventana abierta a
la realidad, sino un discurso sobre la realidad, una forma sesgada de contarla. Esta forma sesgada de contar la realidad
junto con el carácter lúdico que implican muchas de estas actividades –televisión, Internet y videojuegos- tienen una
influencia notable en la aceptación de la violencia en la sociedad. Muchos niños y adolescentes, por influencia de los
medios de comunicación, perciben la violencia con naturalidad, se encuentran como ‘inmunizados’ frente al dolor
ajeno, y presentan problemas relacionados con la capacidad empática en relación con sus víctimas (padres, pares,
profesores...).
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5. RESUMEN
La violencia filio-parental supone un comportamiento abusivo de maltrato de hijos hacia padres, que conlleva una si-
tuación de humillación y desafío a la autoridad adulta con la intención de herir y dominar la relación. Este comporta-
miento se clasifica en cuatro tipos de agresiones: física, psicológica, emocional y financiera. Es complicado establecer
la prevalencia de esta problemática, pero se ha confirmado un aumento en la última década en la mayoría de países
de cultura occidental y, entre ellos, España. No existen diferencias entre chicos y chicas maltratadores, pero sí en el
género de la víctima, que suele ser más frecuentemente la madre. Los hijos que agreden a sus padres pueden mostrar
una alta impulsividad e irritabilidad, egoísmo, falta de empatía, participación en actos antisociales y violentos fuera
del hogar y consumo de sustancias. En la mitad de los hogares de estos adolescentes ha existido una historia previa de
violencia, bien entre los padres o de éstos hacia los hijos, y en otros casos los padres han optado por una educación
excesivamente laxa sin un establecimiento claro de límites y normas que regulen la conducta de sus hijos desde la in-
fancia. Es frecuente que estos chicos presenten fracaso escolar y se asocien con otros iguales con los que comparten
actitudes y conductas antisociales.
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17
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Ficha 1.
Programa de tratamiento para adolescentes que agreden
a sus padres (P.A.P.)
Son varias las aportaciones que desde la psicología se han centrado en la intervención en el maltrato de hijos a pa-
dres, también denominado maltrato ascendente. González-Álvarez, Gesteira, Fernández-Arias y García-Vera (2009)
proponen una apuesta específica, un Programa de Adolescentes que Agreden a sus Padres (P.A.P.) que intenta superar
las principales limitaciones encontradas después de una exhaustiva revisión de tratamientos centrados en proble-
mas de conducta, comportamiento disocial y/o delincuencia. En palabras de sus autores, el programa de tratamiento
que presentan “propone como una posible solución a dichos problemas”. A continuación se presenta el protocolo es-
pecífico, que se compone de un tratamiento estándar que puede complementarse con una serie de módulos específi-
cos. Además, cabe destacar la inclusión dentro del programa, de un protocolo de evaluación pre, inter y post
tratamiento.
4 El protocolo de evaluación se compone de 2 sesiones tanto para padres como para hijos, con una sesión extra para
los primeros de presentación y consentimiento explícito de su participación en el programa de tratamiento. La eva-
luación incluye una entrevista semi-estructurada elaborada ad hoc y la aplicación de una serie de cuestionarios re-
lacionados con variables que se han mostrado relevantes en la literatura, cuya fiabilidad, además, ha quedado
sobradamente probada. La evaluación se realiza también durante la aplicación de los diversos módulos de tra-
tamiento con el fin de medir las variables proceso, así como al finalizar el mismo, contemplándose en el programa
seguimientos amplios, superiores a un año.
4 El tratamiento estándar incluye la intervención con los adolescentes, con los padres y con el conjunto de la familia.
El tratamiento de los adolescentes incluye 16 sesiones de una hora de duración a lo largo de aproximadamente 5
meses. Este tratamiento está dirigido al desarrollo de recursos psicológicos (habilidades sociales, conductas de auto-
control, empatía, etc.) que permitan al adolescente afrontar las situaciones cotidianas de una manera más adaptati-
va, manejar su ira y agresividad, y resolver sus problemas interpersonales, de forma que, en última instancia,
aprenda un estilo de vida que no contemple la violencia como respuesta adaptativa, generando así una nueva iden-
tidad basada en el rechazo de la violencia. Otra parte fundamental del programa, que mantiene un enfoque inte-
gral, es la intervención con los padres. A lo largo de 9 sesiones de una hora (2 meses aproximadamente), los padres
aprenden herramientas para la gestión de situaciones conflictivas y habilidades para mejorar la comunicación y el
manejo de contingencias. Finalmente, la intervención con la familia da la oportunidad a sus miembros, durante 6
sesiones de dos horas de duración, aproximadamente, a lo largo de 2 meses, de practicar conjuntamente todo lo
aprendido en el manejo de las situaciones conflictivas cotidianas y de favorecer el mantenimiento de los cambios
logrados a lo largo del proceso, fortaleciendo, además, la comunicación entre todos los miembros de la familia. El
programa estándar puede adoptar tanto un formato individual como grupal, dependiendo de las característi-
cas específicas de la población a tratar.
4 Los módulos específicos de tratamiento constituyen un último elemento del proceso de intervención. Estos módulos
se han concebido dentro del programa de tratamiento para dar respuesta a aquellas necesidades específi-
cas de cada familia, de modo que no tienen por qué ser aplicados como tratamiento estándar, sino únicamente
cuando sea preciso. Así, cuando el terapeuta lo considere necesario, está previsto incluir un módulo específi-
co de intervención que responda a los problemas planteados por los pacientes. La literatura revisada y la práctica
clínica ponen de manifiesto una serie de necesidades relativamente frecuentes que han llevado a la inclusión en es-
te programa de tratamiento de módulos que den respuesta a esas exigencias. En este sentido, encontramos módulos
centrados en el manejo de la negativa por parte del menor a acudir a terapia, la presencia de ideación suicida o la
posible presencia de trastornos comórbidos como el TDAH o el consumo de alcohol y/ drogas, entre otros.
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En la Tabla 1 se presenta un breve resumen de los objetivos y técnicas aplicados en el programa de Tratamiento con
Menores.
El programa de tratamiento con los menores tiene como objetivo fundamental el de generar una nueva identidad al
margen de la violencia. Para ello, se plantea un trabajo inicial a nivel motivacional con el objetivo de reducir el pro-
blema de la elevada tasa de abandonos presente en esta población. A continuación, el proceso terapéutico avanza ha-
ciendo un especial hincapié en el groso de creencias y pensamientos que justifican la violencia y que por tanto,
favorecen el mantenimiento de la conducta agresiva. Otro elemento importante lo conforma el desarrollo de estrate-
gias centradas en el manejo emocional. Para ello, se realiza un trabajo centrado en la adquisición y/o incremento de
la respuesta empática del menor así como en el desarrollo de habilidades adaptativas de autocontrol.
Un cuarto nivel de intervención tiene que ver con el desarrollo de conductas alternativas a la violencia, mostrando
por ello interés en la mejora de habilidades de comunicación y solución de problemas que permitan al menor gestio-
nar los conflictos de manera apropiada. Por último, y como en cualquier proceso terapéutico, se introduce un módulo
destinado a la prevención de recaídas con el objetivo de mantener los logros adquiridos tras el proceso terapéutico y
tratando de evitar así el problema del mantenimiento de los logros en espacios temporales amplios. De manera com-
plementaria, se presenta en la Tabla 2 un breve resumen del Tratamiento para padres.
El programa de tratamiento para padres muestra una gran similitud con el protocolo de menores. Lo que se pretende
es desarrollar en los padres las mismas habilidades que posteriormente exigirán al menor, de manera que éstos mues-
tren un modelo de comportamiento adaptativo que favorezca tal fin.
Por último queda mencionar las características del Tratamiento para familias. El programa de tratamiento para fami-
lias tiene como objetivo fundamental poner en
práctica en sesión y bajo el control del terapeuta,
TABLA 1
todas aquellas habilidades aprendidas a lo largo del PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS
proceso terapéutico. El profesional planteará diver- PADRES: TRATAMIENTO DEL MENOR (González-Álvarez Et Al., 2009)
sas situaciones conflictivas con el objetivo de mol-
dear las estrategias puestas en marcha por cada Módulo 1: “Empezar con buen pie”
miembro de la familia. Se trata de plantear situa- Sesión 1:
4 Favorecer y fomentar la motivación al cambio a través de entrevista motivacional
ciones generadoras de conflicto aumentando pro-
gresivamente la implicación emocional de la Módulo 2: “Comprender la violencia y su porqué”
familia en las mismas. Un último objetivo de este
Sesiones 2 y 3:
programa será realizar un trabajo conjunto de pre- 4 Comprender el concepto de violencia y su funcionalidad a través de psicoeducación
vención de recaídas con el objetivo de favorecer el
mantenimiento de los logros. En la Tabla 3 se Módulo 3: “Aprender a pensar sin violencia”
muestra de manera resumida el mismo. Sesiones 4,5 y 6:
Continuando con el proceso de evaluación, cabe 4 Modificar los pensamientos y creencias que justifican la violencia a través de
reestructuración cognitiva
destacar además, que el presente programa con-
templa la realización de evaluaciones inter trata- Módulo 4: “Emociones que nos acercan o nos alejan de la violencia”
miento con el objetivo de evaluar y analizar las
Sesiones 7, 8 y 9:
variables proceso que permitan explicar el éxito o 4 Mejorar el manejo emocional mediante psicoeducación sobre emociones
fracaso de la intervención. Se trata, por tanto, de la 4 Mejorar el autocontrol del menor a través de la técnica del semáforo
-4 Mejorar la respuesta empática del menor mediante role-playing e inversión de roles
realización de una evaluación continua de la evo-
lución de los casos, empleando nuevamente instru- Módulo 5: “Una nueva forma de relacionarse con los demás”
mentos válidos y fiables que permitan obtener una
variedad considerable de medidas. De esta manera, Sesiones 10, 11, 12 y 13:
4 Mejorar las habilidades sociales del menor mediante role-playing, feedback y
entonces, podrá saberse qué variables van modifi- modelado
cándose en diferentes momentos del tratamiento y 4 Mejorar las habilidades de solución de problemas del menor mediante el
entrenamiento en la técnica de solución de problemas (TSP)
con qué intensidad.
Al hilo de lo anterior, otra cuestión de vital impor- Módulo 6: “Una nueva historia que contar”
tancia es la realización de medidas post tratamiento Sesiones 14, 15 y 16:
con el fin de conocer el efecto que el presente pro- 4 Favorecer el mantenimiento de los cambios mediante la prevención de recaídas
4 Favorecer el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor mediante
grama PAP pueda tener en los pacientes. Para ello, técnicas narrativas
5Consejo General de la Psicología de Espa-
ña
se contempla una evaluación nuevamente amplia, en la que se evalúan todas las variables tenidas en cuenta en el
proceso de pre tratamiento y en el desarrollo del programa de intervención. Siguiendo esta línea, se muestra también
muy relevante el hecho de realizar una evaluación del mantenimiento de los potenciales cambios que hayan podido
darse tras la intervención. Para ello, en el presente programa, se contempla además, una evaluación extensible en el
tiempo, considerando la necesidad de realización de seguimientos prolongados, superiores a un año de duración, con
el objetivo de conocer los efectos del tratamiento a largo plazo tal y como recomiendan numerosos autores y guías de
interés. Por último, en lo relativo a la evaluación,
TABLA 2 se considera como aspecto fundamental el hecho
PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS de, en la medida de lo posible, adaptarse al contex-
PADRES: TRATAMIENTO DE LOS PADRES (GONZÁLEZ-ÁLVAREZ ET AL., 2009) to individual de cada paciente así como a las ca-
Módulo 1: “Dando los primeros pasos” racterísticas idiosincráticas del mismo. Pare ello,
es necesario facilitar la individualización de las
Sesión 1:
4 Favorecer y fomentar la motivación al cambio
intervenciones, promoviendo a su vez, la creación
4 Comprender el concepto de violencia y su funcionalidad a través de psicoeducación de enfoques flexibles. Por ello, una evaluación pro-
menorizada como la propuesta hasta ahora, ayuda-
Módulo 2: “La importancia de lo que se nos pasa por la cabeza”
rá a considerar e incidir de manera concreta en los
Sesiones 2 y 3: principales déficits de cada sujeto, complementan-
4 Modificar los pensamientos y creencias que justifican la violencia (reestructuración
cognitiva)
do la individualización a la que se hacía referencia
respecto a los módulos específicos.
Módulo 3: “Las emociones y su relación con la violencia”
Sesiones 4 y 5:
REFERENCIA
4 Mejorar el manejo emocional mediante psicoeducación sobre emociones González-Álvarez, M. Gesteira, C., Fernández-
4 Mejorar el autocontrol de los padres a través de la técnica del semáforo
4 Mejorar la respuesta empática mediante role-playing e inversión de roles
Arias, I. y García-Vera, M.P (2009). Programa de
adolescentes que agreden a sus padres (P. A. P.):
Módulo 4: “Encontrando alternativas y poniéndolas en práctica” una propuesta específica para el tratamiento de
problemas de conducta en el ámbito familiar.
Sesiones 6, 7 y 8:
4 Mejorar el manejo de contingencias de los padres mediante técnicas operantes Psicopatología Clínica Legal y Forense, 9, 149-
4 Mejorar las habilidades sociales mediante role-playing, feedback y modelado
170.
4 Mejorar las habilidades de solución de problemas mediante el entrenamiento en la
TSP.
Sesiones 9:
4 Favorecer el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor y las
habilidades aprendidas por los padres mediante técnicas narrativas
TABLA 3
PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS
PADRES: TRATAMIENTO DE FAMILIA (GONZÁLEZ-ÁLVAREZ ET AL., 2009)
Sesión 1:
4 Proseguir con el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor y las
habilidades aprendidas por los padres mediante técnicas narrativas en familia
Sesiones 2, 3 y 4:
4 Fortalecer las estrategias trabajadas a lo largo de todo el proceso terapéutico
mediante la práctica conjunta de las mismas a través del juego
Sesiones 5 y 6:
4 Favorecer el mantenimiento de los cambios mediante la prevención de recaídas
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Ficha 2.
Modelo teórico base sobre la violencia Filio-Parental
Es comúnmente aceptado que el problema de la VFP recibe un interés reciente desde el ámbito de la investigación,
de manera que la mayor parte de los modelos explicativos que se han centrado en esta problemática carecen de res-
paldo empírico, y por el momento su mayor aportación es ofrecer una perspectiva teórica y en su mayoría comple-
mentaria, sobre las razones por las que los adolescentes agreden a sus padres (Aroca-Montolío, Bellver y Alba 2012).
Un buen número de estudios e investigaciones sobre VFP, aluden a modelos generales que explican la conducta agre-
siva o violenta, si bien a medida que se ha profundizado sobre las particularidades de este tipo de maltrato ascenden-
te, diversos autores han formulado nuevos modelos específicos a partir de los cuales explicar sus causas. Todos estos
acercamientos se agrupan en dos grandes marcos de referencia: los Modelos Generales y los Modelos Específicos. En
los Modelos Generales se analiza la VFP como una conducta más en el repertorio de comportamientos propios del Ser
Humano, mientras que en los Modelos Específicos se detalla las características de los principales protagonistas, las va-
riables o factores de riesgo más significativos, así como los procesos por los cuales las familias se ven inmersas en este
tipo de violencia intrafamiliar. En esta breve ficha exponemos únicamente un modelo general y otro específico funda-
mentado en este general.
1. MODELO GENERAL
Uno de los grandes marcos de referencia del desarrollo humano que ayudan a explicar el maltrato de los hijos a sus
padres está representados por la Teoría Ecológica del Desarrollo Humano de Uri Bronfenbrenner (1979). El Modelo
Ecológico del Desarrollo Humano (en adelante MEDH) o también conocido como el Modelo Ecológico de Bronfen-
brenner, es uno de los modelos con mayor calado en la investigación en psicología en tanto que proporciona las cla-
ves para entender muchas características psicosociales y comportamentales del individuo (Estévez et al., 2016), de
manera que este modelo puede tomarse como punto de partida para intentar entender problemáticas sociales como la
VFP. Específicamente, la ciencia del desarrollo humano tiene como objetivo comprender cómo y por qué las personas
cambian o se mantienen estables en alguna faceta o característica a lo largo del tiempo. Esta ciencia pretende identifi-
car las generalidades y las diferencias entre distintos tipos de personas, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, pertene-
cientes a cualquier etnia, cultura y nacionalidad (Berger, 2006).
Desarrollo significa crecimiento y cambio, de modo que el desarrollo humano implica transformaciones a lo largo
del ciclo vital desde la infancia a la vejez, en tres aspectos fundamentales: (1) físico/biológico, (2) cognitivo y (3) psi-
cosocial. Estos tres ámbitos están en realidad íntimamente relacionados, puesto que un cambio producido en uno de
ellos se relaciona generalmente con cambios en otro ámbito. El desarrollo físico/biológico hace referencia al creci-
miento y los cambios en el cuerpo y el cerebro de la persona, factores genéticos, de salud, sensoriales, etc., el desa-
rrollo cognitivo se refiere a los procesos mentales como la percepción, la memoria, la imaginación, el razonamiento o
la creatividad, entre otros, que sirven para pensar, elaborar el conocimiento y relacionarse con el entorno, mientras
que el desarrollo psicosocial se centra en las relaciones con el otro, donde los aspectos emocionales y de la personali-
dad son esenciales, y donde el contacto con la familia y la sociedad en general es bidireccionalmente influyente (Pa-
palia y Feldman, 2012).
Se considera que el desarrollo humano cumple cinco principios básicos aplicables a todo el ciclo vital de la perso-
na, como son la multidireccionalidad (las transformaciones no son lineales, cada aspecto de la vida es dinámico), la
multicontextualización (estas transformaciones dependen de múltiples contextos y situaciones), la multiculturalidad
(el desarrollo depende de la cultura de cada persona, de sus creencias, recursos y tradiciones), la multidisciplinarie-
dad (el desarrollo humano abarca múltiples ámbitos como la psicología, la sociología, la medicina, entre otros) y la
plasticidad (las características de las personas son moldeables, de modo que los cambios son continuos en contraposi-
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ción a la idea de inalterables). Estos aspectos se integran en el MEDH, cuyo axioma es que ninguna persona puede
comprenderse de manera aislada de los contextos donde se integra (Bronfenbrenner, 1979). Este modelo tiene una se-
rie de supuestos, principios y componentes que se desglosan en los siguientes epígrafes.
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22 Formación Continuada a Distancia
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de las características de personalidad y de las distintas situaciones a las que se enfrenta la persona, pueden diferir a
lo largo del ciclo vital.
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24 Formación Continuada a Distancia
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dad que supone diseñar investigaciones donde se tenga en cuenta tantas variables y se estudie la inter-relación entre el in-
dividuo y sus contextos, se mida las influencias de los valores culturales y las creencias (macrosistema) y también su efecto
sobre la violencia hacia los progenitores (Ibabe, 2007), investigaciones en el ámbito de la conducta antisocial juvenil basa-
dos en este modelo (Frías-Armenta et al., 2003) refuerzan el uso de esta perspectiva como una elección plausible, a partir
de la cual poder orientar la investigación y el estudio de un problema plural, como es el maltrato de hijos a padres.
2. MODELO ESPECÍFICO
Con el interés de centrar la investigación en los casos de VFP, diferentes autores han desarrollado modelos específi-
cos sobre este tipo de maltrato, destacando especialmente el Modelo Ecológico de Cottrell y Monk (2004) fundamen-
tado en la propuesta de Bronfenbrenner. Así, tomando como partida el MEDH, en el que se define la violencia como
un fenómeno relacional en el que convergen variables de distinto orden de repercusión, desde lo individual hasta lo
macrosocial (Bronfenbrenner, 1979), Cottrell y Monk (2004) desarrollaron un modelo que mejora la comprensión de
las dinámicas individuales, interpersonales y sociales implicadas en la violencia ascendente (Sánchez, 2008). Este mo-
delo fue propuesto con el objetivo de proporcionar información cualitativa sobre el problema de la VFP, y para ello
los autores llevaron a cabo dos estudios cuya información fue recogida a través de grupos focales semiestructurados y
entrevistas individuales con jóvenes, padres y profesionales con conocimientos experienciales sobre el tema, lo que
les llevó a concluir que en el abuso de los adolescentes hacia sus progenitores interactúan una serie de factores psico-
lógicos, intrafamiliares y sociales, los cuales se desarrollan a continuación (Cottrell y Monk, 2004).
El modelo, de naturaleza cualitativa, requiere de investigación cuantitativa posterior que ofrezca una imagen más
precisa de la medida en que estos factores contribuyen a la VFP, y quizás al igual que sucede con el MEDH, ésta sea
una de las principales limitaciones del modelo, ya que abarca tantas variables que resulta muy complicado diseñar in-
vestigaciones que estudien las premisas de esta teoría (Ibabe, 2007). Pese a ello, es comúnmente aceptado que se trata
de un modelo teórico que ayuda a comprender de una manera más completa el problema de la violencia de hijos a
padres, ya que permite examinar la interacción entre los efectos de la cultura (macrosistema), la subcultura (exosiste-
ma), la familia (microsistema) y las características individuales/aprendidas (ontogenéticas). La interacción de las varia-
bles de cada uno de estos subsistemas supone un buen marco explicativo de la naturaleza de la violencia en las
relaciones familiares (Belsky, 1980; Dutton, 1988; Emery, 1989; Emery y Launmann-Billings, 1998; Frías-Armenta, Ló-
pez-Escobar y Díaz-Méndez, 2003; Straus, Gelles y Steinmetz, 1980). Los autores reflejan diferentes factores que pue-
den influir directa o indirectamente en el problema de la VFP, y que por tanto pueden ser entendidos como factores
de riesgo y protección, los cuales se describen en el siguiente diagrama de círculos concéntricos (véase Figura 1).
FIGURA 1
MODELO ECOLÓGICO ANIDADO
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4 Nivel macrosistema: Incluye el modelado de los roles sexuales del poder del hombre sobre la mujer y la exposición
a violencia en los medios de comunicación (Morán, 2013). La socialización define roles de género que pueden
afectar a las condiciones particulares y a los procesos microsociales como las relaciones padres-hijos (Hong, Kral,
Espelage y Allen-Meares, 2011).
4 Nivel exosistema: Incluye la pobreza, el estrés familiar, la influencia de un grupo de iguales desadaptado y el aisla-
miento o la ausencia de apoyo social (Cottrell y Monk, 2004).
4 Nivel microsistema: Incluye los estilos de crianza inadecuados, los conflictos maritales y los problemas en el afron-
tamiento activo de los problemas familiares. Hong y colaboradores (2011) añaden que el maltrato infantil y la expo-
sición a violencia entre los padres también son factores que influyen en este nivel de interacción social.
4 Ontogenéticos: Incluye relaciones de apego pobres con los progenitores, victimización temprana, problemas men-
tales o uso y abuso de drogas (Cottrell y Monk, 2004).
4 Cronosistema: Incluye cambios en la estructura familiar como por ejemplo. el divorcio (Hong et al., 2011) o la in-
corporación de nuevos miembros en la familia, etc.
Así, el modelo ecológico anidado propuesto por Cottrell y Monk (2004) organiza en dos grandes círculos de influen-
cia los factores de riesgo y protección relacionados con el problema de la VFP. Como puede verse en la figura 2, el
círculo de influencia interno se refiere a aquellos factores que tienen una influencia más directa en las situaciones de
maltrato, como por ejemplo los estilos parentales y las dinámicas familiares, la respuesta de los jóvenes a la victimiza-
ción, el mantenimiento del secreto familiar, la salud mental y aspectos asociados. Mientras que en el círculo de in-
fluencia externa o menos influyente, los factores están relacionados con el modelado social del poder, la falta de
información y de apoyos, la pobreza y otros estresores económicos, el efecto del abuso de sustancias o la influencia
del grupo de iguales y el rol de la escuela.
FIGURA 2
CÍRCULOS DE INFLUENCIA DEL MODELO ECOLÓGICO ANIDADO
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