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¿CÓMO SE GENERA LA CULTURA?

Ya hemos discutido acerca de lo que entendemos por cultura, lo que entendemos por
diversidad cultural y por las diferentes aproximaciones o conceptos que explican cómo es que
dan o pueden dar las situaciones en contexto que involucren esta diversidad. En pocas
palabras, hemos explorado el QUE es cultura. Lo que vamos a hacer ahora es discutir el
CÓMO se genera cultura y CÓMO es que esta influye en el comportamiento social de las
personas

Aprendizaje y reproducción cultural.


Un primer aspecto que debemos considerar es cómo es que las personas pasan a formar parte
o integrar una cultura. Es decir como la aprehenden.
Esta es quizá un aspecto fundamental para hablar de la condición humana. A diferencia de los
otros mamíferos, las habilidades del ser humano no son innatas o instintivas, sino que son
aprehendidas. Y este aprendizaje es, justamente, lo que llamamos cultura.
Una falacia común es cuando se dice que cierto tipo de comportamientos es “natural” en el ser
humano. En realidad, lo “natural” en el ser humano es que su bagaje de comportamiento haya
sido formateado en un contexto cultural.
Demos algunos ejemplos relacionados con algo fundamental en nuestras sociedades: hábitos
de higiene y limpieza.

Por ejemplo, cuando tomamos una sopa, nosotros introducimos la cuchara a nuestra boca. ¿Es
la forma natural de hacer las cosas? ¿La hemos aprendido? ¿De manera consciente? Si es
consciente, ¿pensamos en eso cada vez que
introducimos la cuchara a nuestra boca? Si
hacemos una rápida introspección, todos
consideraremos que lo “natural” es introducir
la cuchara en la boca y que, por el contrario,
absorber los contenidos sorbiéndolos (y, por
lo tanto, haciendo ruido) es una forma
inapropiada
de consumir
la sopa.
Sin embargo,
en el Japón, se usa también cuchara para la sopa, pero no se
introduce la cuchara a la boca (en general, ningún cubierto),
sino que se lleva a la altura de los labios y se aspira el líquido.
Esto, obviamente, implica hacer un sonido de absorción que, a
todas luces, para nosotros, es desagradable. En otras
palabras, lo que nos parece desagradable y sucio, para los
japoneses es la forma correcta y viceversa. Para un japonés no hay nada más desagradable
que ver que alguien se meta un cubierto
a la boca.
Veamos otro ejemplo, ¿Piensan ustedes
al entrar una casa, de visita, en sacarse
los zapatos? Todo lo contrario,
pensaríamos en los malos olores. En el
Japón, ¡cómo no te vas a sacar los
zapatos! Lo haces sin pensarlo, en el
fondo es, ¡cómo vas a meter tierra de la
calle (del campo) en la casa de quien te
acoge!
Como vemos, las nociones de lo sucio y lo limpio, lo higiénico y lo antihigiénico varían y no
necesariamente porque estamos reflexionando o racionalizando todos nuestros actos.
Quizás el tema de la limpieza puede seguir siendo explorado para ilustrar los procesos de
aprendizaje e inculturación
¿Qué es limpieza para nosotros?
Asumimos que es una cualidad asociada a
higiene, salubridad, “pureza”, etc. No es
que eso sea irreal, pero puede ser
matizado. Por ejemplo, ¿un par de zapatos
nuevos es algo sucio? No, pero ¿un par de
zapatos nuevos en la mesa a la hora del
almuerzo? ¿No nos da repulsión?
Otro caso, una peluca sobre una mesa de
tocador, no es algo que nos cause repulsión, pero, ¿un pelo encima del tocador? Eso hay que
limpiarlo.
Como vemos, la noción de limpieza en ambos casos parece estar mucho más relacionada con
el tema del orden que con el tema de la higiene. Esto lo aprehendimos en algún momento.
Ahora bien, ¿cómo es que se da este aprendizaje? Lo primero que a uno se le viene a la
cabeza es el esquema de aprendizaje escolar, vale decir, de una persona que instruye, informa
y promueve valores y otra que va asimilando información y conceptos.
Podemos decir, por otro lado,
que el aprendizaje va más allá
de la escuela y lo tenemos en
la casa, en las relaciones con
adultos etc.
Al respecto, existen
posiciones y dicotomías que
vale la pena considerar. Por
un lado, debemos preguntarnos, ¿este proceso de aprendizaje es un proceso consciente o
inconsciente? de acuerdo con la respuesta anterior, ¿tenemos libertad para tener opciones en
nuestro proceso de inculturación o es algo a lo cual, por más que nos resistamos, no podemos
inhibirnos?
Al respecto, la antropología desarrolló, a lo largo del siglo XX, dos posiciones claras. Una de
ellas indicaba que los procesos de inmersión en la cultura eran básicamente inconscientes y
que se daban en el marco de experimentar (vivir, practicar) una realidad objetiva y que, si bien
uno puede después, a través de un proceso reflexivo, racionalizar las opciones tomadas, esto
es algo posterior.
Otra posición indicaba que hasta en las actividades más elementales, ha existido un proceso
consciente aunque sea en forma embrionaria y que este siempre está presente en las opciones
del individuo.
Es casi a finales del siglo XX que se pudo trascender
este tipo de discusiones a partir de las formulaciones
de autores como Pierre Bourdieu o Anthony Giddens,
que bien podrían ser considerados como los
fundadores de las ciencias sociales contemporáneas.

Bourdieu planteaba que, efectivamente, los seres


humanos conducen sus experiencias de vida en un
marco de condiciones objetivas de existencia y que
estas condiciones son una matriz fundamental para
su proceso de inculturación (es decir, de aprehensión de una cultura). Las condiciones
objetivas involucran el medioambiente (clima frío, cálido, con recursos, árido, etc), la condición
social (de clase, de género, de minoría étnica, etc), la condición familiar (ser padre, madre, hijo,
huérfano, etc), acceso a recursos, etc.
Pero Bourdieu notó también que las personas no asimilan estas condiciones de manera
objetiva o mecánica, sino que lo hace a través de un tamiz. Este tamiz son las llamadas
estructuras mentales, que vienen a ser algo así como los componentes que ordenan y
organizan nuestra conciencia y, así, definen nuestra subjetividad.
A través de estas estructuras, el ser humano lee las condiciones objetivas y refuerza,
complementa o, incluso replantea sus estructuras mentales. En este proceso, un elemento
fundamental en el razonamiento de Bourdieu es que esto el ser humano no lo hace de manera
reflexiva, sino a través de su práxis (en su acción concreta).
Dicho de otra forma, las condiciones objetivas llevan a una praxis, pero no en forma mecánica
sino por la forma en que son leídas por las estructuras de la conciencia. La praxis resultante
reforzará o cuestionará las mismas estructuras, en tanto que mantendrá las mismas
condiciones objetivas o las modificará o, simplemente, pondrá a prueba la coherencia entre la
realidad objetiva y las estructuras que sirven para “leerla”.
Vale la pena indicar que, como pre-cuela, ¿de dónde salieron las estructuras que nos permiten
leer la realidad objetiva y condicionar nuestra praxis? Pues de experiencias de praxis
anteriores, tanto nuestras como del grupo en que nos introducimos o nacemos.
Así, las estructuras no son inmutables, sino que son, a la vez, estructuradas (en este marco de
interacción entre condiciones y praxis) y estructurantes (en el mismo marco, generan las
disposiciones para la acción o la praxis).

Vale la pena ilustrar esto con un ejemplo. En los procesos de migración del campo a la ciudad
y, en particular, a la ciudad de Lima. Una vez dada, se empezó a registrar en los sectores
llamados entonces “urbano-marginales”,
la práctica de construcción de viviendas
en las que los beneficiarios convocaban
a familiares, amigos y vecinos. Dicho de
otra forma, se estaba reproduciendo el
sistema de la “minka” como forma de
reclutamiento de mano de obra. Sin
embargo, había un matiz peculiar, no
siempre uno se encontraba con los
parientes, sino también con extraños
como el “maestro de obra”, quien
pasaba a dirigir el trabajo y a quien inclusive se le daba un pago en dinero. Esto llevaba a
muchos a decir que se estaba “perdiendo” la práctica ancestral y se claudicaba ante el sistema
monetario.
Una rápida revisión de lo que pasaba muestra,
en cambio, un buen ejemplo de la dinámica del
que hemos explicado antes. Existe una práctica
ancestral, que respondía a condiciones objetivas
y crea una estructura o disposición para la
acción: la convicción de que la construcción se
logra por “ayni” o por ayuda de los parientes o
conocidos.
Al llegar al contexto urbano, en condiciones de
precariedad, se acude a la disposición conocida para la praxis. Hay, sin embargo, nuevas
condiciones (compra de materiales, formas de socialización, desafíos tecnológicos de
construcción), que exigen competencias y ayudas que van más allá de la red de cercanos. Sin
embargo, en este contexto surge una figura que no es rural pero tampoco es del mundo urbano
hegemónico. El maestro albañil no es arquitecto, ni ingeniero, es simplemente un albañil
experimentado, tranquilamente contratado sólo como albañil en cualquier construcción formal.
En el contexto urbano marginal, se vuelve un personaje del barrio respetado por su experiencia
y sapiencia y, además reconocido como miembro de la comunidad. Este personaje entra
entonces a trabajar como un obrero más, pero en realidad dirige el trabajo. Recibirá todos los
favores de la minka y, al final, como agradecimiento y reconocimiento a su sapiencia, se le dará
dinero pero, más que una remuneración, es un gesto. No hay tarifa previa, por ejemplo.
Es pues una nueva práctica, que refuerza una estructura: la de las relaciones personales para
las transacciones, pero a la vez la reformula porque permite el ingreso de la moneda.
Así, vemos cómo la realidad objetiva puede cambiar en parte o totalmente y las estructuras van
generando prácticas pero estas mismas van generando cambios en las estructuras. No hay un
traslape o cambio radical, sino pequeñas transformaciones de
“adaptación”, si uno quiere.
Un elemento fundamental de este proceso de inculturación es
que se da en un nivel que Giddens llamó de conciencia
práctica, diferenciándola de la conciencia reflexiva. La
diferencia radica en que la conciencia reflexiva es aquella que
se desarrolla a partir de la revisión explícita de las prácticas y
de su racionalización (validación como correctas). De acuerdo
con Giddens, un porcentaje reducido de nuestra práctica es
racionalizada por la conciencia reflexiva. El grueso de nuestra
práctica es sistematizada por nuestra “conciencia práctica”,
aquella que procesa nuestros actos a partir de su repetición y
rutinización. En tanto que dicha repetición o rutinización nos permite un desempeño individual y
social acorde con nuestras necesidades de existencia, no es necesario que sean
racionalizadas, sino que su práctica continúa. Es lo que se convierte en un hábito. Y es a partir
de esta rutinización que se van construyendo las estructuras o disposiciones conscientes no-
racionalizadas para la acción.
Vamos a dar algún ejemplo para que esto quede más claro. Un componente fundamental de
nuestra socialización entre pares es el saludo. El hecho de saludar a una persona o no
saludarlo puede ser más elocuente que mil discursos acerca de lo que sentimos o pensamos
de él o ella.
Ahora, ¿racionalizamos el saludo a cada persona? Puede ser efusivo, puede ser un
movimiento de mano acompañado de una sonrisa o una mirada cómplice, puede ser también
frío con apenas un movimiento de cabeza y un rostro poco amable.
¿Cómo sabemos en qué momento y cómo
saludamos a todas las personas?
Podríamos decir que es algo que “nos sale”
pero “nos sale” porque sabemos que así el
otro va a entender un mensaje de nuestra
actitud hacia el o ella.
Eso no está necesariamente racionalizado,
ha sido la práctica cotidiana, la experiencia
repetida de actos semejantes con
resultados que van siendo esperados, lo que nos lleva a llevar a cabo nuestro saludo de esa
forma. Eso no es natural, en cada pueblo las formas de manifestar empatía o antipatía a través
de los gestos de saludo cambia muchísimo.
El abrazo anglosajón no tiene nada que ver con el abrazo latino o con el abrazo oriental. El
anglosajón apenas pone suavemente brazos y manos en la espalda del abrazado. El latino las
pone y aprieta. El oriental da enormes palmazos. Lo que es calidez para otros es invasión de
intimidad o sobrepasarse, etc.
Esto es un aspecto fundamental para entender los proceso en los que nos inculturamos e
interiorizamos convicciones culturales. No entenderlo es desatender un aspecto fundamental
de nuestra naturaleza humana.

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