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07 - Reap The Wind
07 - Reap The Wind
alguno.
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Se podría pensar que ser vidente jefe del mundo sobrenatural vendría
con algunas ventajas. Pero, así como Cassie Palmer ha aprendido, ser Pitia
no significa que no tienes que hacer las cosas de la manera difícil. Es por
eso que se encuentra en una misión de rescate saltando a través del tiempo,
a pesar de que no entiende por completo su nuevo poder para curvar
dimensiones.
Rescatar a su amigo John Pritkin debía haber sido un asunto de
entrar y salir, pero con el alma del mago casi inmortal perdida en el tiempo,
Cassie tiene que buscarlo a través de los siglos… con el papá demonio de
Pritkin a cuestas. Él es el único que puede revertir la maldición de Pritkin,
pero con los guardianes de la línea del tiempo empeñados en detener a
cualquiera que fisgonee, Cassie tendrá que encontrar la manera de
recuperar a su amigo sin alborotar demasiadas plumas, o causar una
paradoja que acabe con un mundo o dos…
Cassandra Palmer #7
Bien, esto iba a ser fácil.
Eso no era algo que dijera muy a menudo, porque mi vida es un
montón de cosas, pero fácil nunca ha sido una de ellas. Mi nombre es Cassie
Palmer, y solía ser una clarividente de muy-poca-suerte que llegaba al fin
de mes leyendo el tarot en un bar. Pero entonces sucedieron cosas. Muchas
cosas. Un montón de cosas espeluznantes, escalofriantes, increíblemente
locas y potencialmente mortales. Como resultado, ahora era una Pitia de
muy poca suerte, la jefe vidente del mundo sobrenatural.
Sí, tampoco sé cómo pasó eso.
Pero mi buena suerte estaba a punto de cambiar. Debido a que mi
pareja, que estaba perdido en el tiempo, y que había estado buscando, lo
que se sentía como un para siempre, estaba justo al otro lado de la
habitación.
Y esta vez, nada iba a salir mal.
—Esta vez, nada va a salir mal —dije a mi cerveza.
Porque-el-que-podría-ser-guapo-pero-no-lo-era-porque-era-como-el-
culo que estaba apoyado en la pared a mi lado no respondió. Su camisa
estaba abierta y estaba tocando algo en su estómago, presumiblemente un
moretón. Cerré mi mano en mi tarro de cerveza así no estaría tentada a
añadir unos cuantos más.
—¿Me escuchaste? —pregunté suavemente, tratando de no llamar la
atención. No es que eso pareciera probable. El pequeño tugurio en
Ámsterdam donde nos secábamos era ruidoso, y un grupo especialmente
estridente estaba entrando por la puerta. Junto con una ráfaga de aire frío
y helado que entumeció los dedos de mis pies, incluso a través de las gruesas
botas de cuero y añadió otra capa de escarcha a mis pestañas.
Aparentemente, la calefacción central no era una cosa de 1790.
Las personas inteligentes estaban al lado del fuego, había logrado
derretir el aguanieve alrededor de un pequeño círculo de sillas y unas pocas
cosas tipo taburetes que suponía eran mesas. Para la cerveza, o cualquier
cosa. Pero no podíamos unirnos y tratar de descongelarnos. Debido a que la
barra estaba al lado del fuego y un mago de guerra mitad demonio llamado
Pritkin estaba junto a la barra.
Había mirado a su alrededor unas cuantas veces desde que entramos,
pero no me había reconocido porque mis rizos rubio-rojizos estaban ocultos
bajo un glamour marrón oscuro. El mismo que había cambiado mi nariz
respingada en una chata y engordado mis ya regordetas mejillas al territorio
de ardilla. No era una gran apariencia para mí, pero puesto que mi renuente
socio lo había proporcionado, había decidido que podría haber sido peor.
Me sorprendió que no me hubiera dado verrugas.
No me sorprendió que no se hubiera molestado en responder. Rosier
podría ser el señor de todos los Incubo, la raza demoníaca conocida por ser
delicados, suave y encantadores, pero no conseguía ver ese lado de él. No,
veía otro lado. El lado que daba a su abdomen peludo con el ceño fruncido,
como si el anillo de magulladuras allí fuera potencialmente mortal.
Si sólo pudiera, pensé, y le pateé.
Eso me ganó un resplandor negro en los ojos de un extraño, porque
Rosier también llevaba un glamour. Normalmente, compartía el color verde
de ojos y la robusta belleza rubia de su hijo y nuestro elusivo objetivo. Y
nada más. El terco sentido del honor, la brutal honestidad y la disciplina de
hierro del hombre que conocía debían de haber venido del lado humano de
Pritkin, porque aún no había visto un fragmento de ellos en su objetable
padre.
—¿Por qué me estás preguntando? —preguntó la criatura,
fulminándome con la mirada debajo de los flequillos marrones oscuros y
grasientos—. No fui yo quien lo estropeó la última vez.
—¡Te robaron la última vez!
—No deberías haberme dejado solo —se quejó—. Londres es una
ciudad peligrosa, doblemente en la época victoriana…
—¡Eres un señor demonio! ¿Cómo diablos conseguiste ser golpeado…?
—Un señor demonio sin magia.
—¿…por un puñado de matones callejeros que ni siquiera tenían…?
Espera. ¿Qué?
Él me frunció el ceño.
—¿Por qué crees que estoy llevando esto? —Le dio un golpe al costado
de la bolsa de cuero que había traído, porque supongo que los íncubos son
más seguros en su sexualidad que la mayoría de los chicos. O tal vez había
otra razón.
De ahí había sacado el parche que había proporcionado mi glamour.
No me había detenido a preguntarme sobre eso en ese momento, ya que
estaba demasiado ocupada preguntándome cómo entrar en mi traje
victoriano multicapas. Pero ahora se me ocurría que tal vez un señor
demonio no debería tener que llevar cargando su magia.
Y no debería tener a basuras golpeándolo con tanta facilidad.
—En su infinita sabiduría, el concilio demoníaco decidió poner un
retén en mi poder —confirmó amargamente—. Les preocupó lo que podría
hacerles a algunos de ellos, regresando en el tiempo con ambos: pre-
conocimiento y magia intacta. Al no poder privarme de lo primero,
restringieron esto último, ¡algo que se convierte en un problema cuando eres
atacado por seis enormes brutos!
No perdí el tiempo señalando que habían sido tres la primera vez que
contó esa historia, porque la desvalorización de su ego podía esperar. Algo
más no podía.
—Entonces, ¿qué pasa con el contra-hechizo?
Rosier y yo nos estábamos soportando porque teníamos un objetivo
común: salvar a su hijo de la obliteración. El cuerpo de Pritkin, del siglo
XXI, estaba de regreso en su lugar, en forma decente a pesar de ser golpeado
por una maldición mortal. Pero sólo porque ese no había sido el objetivo. Su
alma lo era.
El hechizo de los demonios había enviado su espíritu retrocediendo a
través de las épocas de su vida, y lo destruiría una vez que alcanzara el
principio de lo que había sido, afortunadamente, una existencia muy larga.
Al menos, eso haría, a menos que le pusiéramos un contra-hechizo
primero.
Pero ese no era mi trabajo. Había hecho mi trabajo: llevándonos a
través del tiempo después de que el alma hiciera una carambola salvaje, no
tenía nada como un camino estable y predecible. Saltaba de aquí a allá,
como un pedazo de algo en desagüe rápido, atrapándola sólo
ocasionalmente en unos pocos pedacitos de tiempo antes de ser arrebatada
de nuevo unos minutos más tarde.
¿Y ahora la única persona que podía detenerla me estaba diciendo que
no podía lanzar el maldito hechizo?
—Por supuesto que puedo —dijo Rosier con acidez, cuando le señalé
eso—. Ellos tuvieron que dejarme algo, o ¿cuál era el sentido de que viniera?
—Ninguna hasta donde puedo…
—Pero ese es el único.
Lo miré fijamente mientras asimilaba el significado de eso.
—¿Quieres decir que ese es el único hechizo que puedes hacer?
Hizo un gesto hacia sus costillas magulladas.
—Obviamente.
—Pero… pero ¿qué pasa si nos encontramos con problemas?
—Bueno, eres una bruja, ¿verdad?
—¡No! ¡No, no soy una bruja! ¿Cuántas veces tengo que…?
Una mano se acercó a mis hombros y abofeteó sobre mi boca.
—¡Mantén tu voz baja! Esa no es una palabra popular en esta época.
Me callé, porque tenía razón. Y porque no tenía elección. Y,
finalmente, Rosier decidió dejarme respirar de nuevo, pero sólo para poder
interrogarme.
—¿Qué quieres decir con que no eres una bruja?
—Quiero decir, no hago cosas de brujas —susurré—. Hago cosas de
Pitia. ¡Por eso tengo guardaespaldas!
Sólo que había un límite sobre cuántas personas podía llevar a lo largo
de mis excursiones a través del tiempo, ya que cada persona añadía estrés
a la ya considerable tensión. Así que había dejado a mis guardias en casa,
asumiendo que un señor demonio podría protegerme.
Sólo para descubrir que él ni siquiera podía hacer eso para sí mismo.
—¿Qué hacemos si somos atacados? —preguntó.
—¡Eso es lo que te pregunté!
—¿No podrías haber mencionado esto antes?
—¡Me dijiste que nos trajera aquí y te encargarías del resto!
—Eso fue antes de que supiera que estaba tratando con alguien sin
siquiera una rudimentaria… —se interrumpió abruptamente.
—¿Qué pasa? —Miré a su alrededor nerviosamente. Pero no era un
grupo de cazadores de brujas que venía por mí con antorchas ardiendo. De
hecho, nada de interés parecía estar sucediendo en absoluto. Sólo el
mendigo alcohólico del bar serpenteando alrededor de unas piernas,
buscando caridad, más lluvia helada azotando las ventanas y un par de
chicos discutiendo sobre un juego de dados.
Y Pritkin charlando con una de las camareras.
Hice una doble toma en eso, porque no era el tipo de cosas que veías
todos los días. O alguna vez. El idiota a mi lado lo había visto.
Hace aproximadamente un siglo, Rosier había tenido uno de sus
episodios intermitentes de entusiasmo paternal, durante el cual usualmente
lograba estropear la vida de su hijo de una manera importante. Esa vez,
había decidido que quería que Pritkin regresara al Infierno de manera
permanente. No tanto por el placer de su compañía como para usarlo como
un peón en sus pequeños juegos de poder.
El hecho de que los íncubos ganaran poder e influencia a través del
sexo, y que por lo tanto este plan había implicado la prostitución de su hijo
a los mejores ofertantes, no se consideraba un problema. O probablemente
no se pensó en absoluto, puesto que los íncubos tienen que alimentarse
para vivir de todos modos. Por lo que para otros demonios solo significa
meramente un intercambio de poder de dos vías, con un poco de influencia
adicional para el proxeneta en jefe.
Al menos, eso sería, a no ser que fueras Pritkin. Quien, como medio
humano, podría vivir de la pizza como el resto de nosotros. Y quien había
tenido esta extraña idea de que podría haber más en la vida. Para lo largo
de la historia, había terminado permitiéndosele permanecer en la tierra,
pero sólo durante el tiempo que pudiera manejar la abstinencia completa,
algo que, para la mayoría de los íncubos, era considerado lo mismo que la
tortura constante. Rosier supuso que su hijo volvería dentro de un mes.
Todavía estaba esperando.
Como resultado, cuando conocí al obstinado maldecido conocido
como John Pritkin, había sido la más extraña de las criaturas: un íncubo
célibe. Por lo tanto, era más que extraño verlo coquetear con una rubia
pechugona que estaba haciendo todo lo posible para hacer caer su blusa de
corte bajo. Parecía que la vestimenta de las camareras para propinas no era
un concepto nuevo, pensé, frunciendo el ceño.
Y luego me empujaron un tarro en la cara.
—Toma —me dijo Rosier abruptamente—. Necesito una recarga.
—¿Y? ¿Qué esperas que haga?
—¡Consígueme otra!
—¿Con qué? Te han asaltado, ¿recuerdas? —De alguna manera había
encantado a la camarera para la primera ronda, pero ese tipo de cosas no
estaba en mi repertorio. Además, todavía tenía cerveza.
—¿Por lo general pagas tus propias bebidas?
—No, pero eso es… ¿qué estás haciendo? —pregunté, mientras
empezaba a desabotonar la parte superior de mi pequeña camisa.
—Anunciar.
Le di una palmada en la mano.
—¡Anúnciate a ti mismo!
—No soy su tipo.
—Su… —Me detuve, mirando a Rosier.
—Tenemos que llevarlo a solas —dijo el demonio con impaciencia—. Y
distraído. ¿Puedes pensar en una mejor manera?
—No puedo pensar en demasiadas cosas peores —dije, agarrando mi
parte superior para impedir que Rosier mirara hacia abajo por mi camisa—
. Y, de todos modos, ese tipo de cosas no funciona en Pritkin.
—No funciona en tu versión —corrigió, borrando algo de mi mejilla—.
Pero este no es el hombre que conoces, y éste no vino aquí para tomar una
copa. Entró a comer.
—Pero este lugar no sirve… —Me interrumpí ante la mirada que Rosier
me estaba enviando—. Oh.
Ese tipo de comida.
—Apresúrate —dijo Rosier, robando mi cerveza—. Parece que ya ha
encontrado el primer plato.
Volví a mirar a la barra para ver que, por supuesto, Pritkin estaba
siendo llevado a algún lugar por la rubia. Sentí que mi cara se ruborizaba.
Pensé que tendría mejor gusto.
Y entonces Rosier me dio lo que sólo se podía llamar un empujón,
enviándome a tropezones al centro de la habitación.
Podría haber devuelto el favor, pero tenía razón, maldito sea. No
podíamos des-hechizar a Pritkin desde el otro lado de la barra, por agradable
que sonara. Eso es lo que nos había fallado en Londres.
Había dejado al pobre y desprotegido señor demonio a merced de unos
brutos asesinos de la ciudad para jugar a la damisela en apuros. O por lo
menos una damisela en necesidad de algunas direcciones. Pritkin había ido
a pasear por el callejón donde habíamos entrado, y corrí tras él para atraerlo
de regreso, para que Rosier pudiera golpearlo, aunque no con el contra-
hechizo.
Habíamos planeado golpearlo y esperar… hasta que sus ojos brillaron
en verde neón con una doble dosis de energía del alma detrás de ellos.
Habíamos aparecido en Londres para adelantarnos a la maldecida alma,
porque golpearle con el contra-hechizo antes de que llegara no ayudaría. Y,
conociendo a Pritkin, probablemente nos golpearía de regreso. Inconsciente
tenía que estar.
O distraído, aunque esa clase de cosas eran más desalentadoras para
mí que para un lujurioso señor demonio.
Miré hacia atrás para ver cómo Rosier me miraba con una expresión
de disgusto absoluto en su rostro. Como sea. Empecé a caminar a través de
las mesas bajas, como bancos, y el nerviosismo me roía el estómago.
Claro, Rosier no tendría ningún problema para seducir a alguien y
que hiciera lo que él quería. Era prácticamente su descripción de trabajo.
Pero no era el mío, y todo era incómodo de una manera en la que no quería
pensar ahora.
Al igual que en algunas cosas que Pritkin había dicho recientemente,
después de que la prohibición de su padre se había levantado, pero antes
de que consiguiera ser golpeado con la maldición. Cosas que probablemente
había malinterpretado. Cosas que, aunque no hubiera malinterpretado, no
irían a ninguna parte, porque mi vida personal era aún más complicada que
mí trabajo.
¿Y no estaba diciendo algo?
Me detuve delante de una cortina hecha jirones que conducía a lo que
suponía era la parte trasera de la barra. Y luego sólo me quedé allí,
mordiendo mi labio y tratando de hacer un plan mejor. Porque éste no iba a
funcionar.
No era uno de los súcubos de Rosier, una mujer fatal experimentada.
Diablos, ni siquiera era una mujer ligeramente insinuante. Era una viajera
del tiempo, que escuchaba susurrar fantasmas, una clarividente algo torpe,
con una nariz respingada, demasiadas pecas y mejillas que nadie llamaría
definidas incluso sin la idea de Rosier de un disfraz. No habría sido la
competencia de Dolly Parton en mi mejor día.
Pero tenía que hacer algo. Lo suficiente para mantener a Pritkin a la
vista, al menos. De lo contrario, si su alma iba y venía mientras estaba en
la parte de atrás, tal vez nunca lo sabríamos. Y eso sería un problema, ya
que antes ya estábamos quedándonos sin tiempo…
Y luego estaba fuera.
La cortina fue abruptamente tirada hacia atrás y la rubia salió con
una risita y un guiño, doblando algo por el frente de su pecho. Guau, pensé,
débilmente decepcionada. Eso no había tardado mucho.
Y luego fui sacudida por la puerta por un furioso mago de guerra.
—¡Tú!
—¿Qué? —pregunté estúpidamente.
Y entonces ocurrieron tres cosas al mismo tiempo. La habitación
exterior se quedó de repente en silencio, una hoja de cuchillo se metió en la
piel de mi garganta, y la camarera volvió a través de la cortina, sonriéndome.
Y luego continuó haciéndolo mientras se caía, tiesa como un maniquí de
cabello rubio. Golpeando el suelo, rebotando por su considerable relleno a
un lado.
Pritkin y yo la miramos fijamente por un momento, sus ojos vidriosos,
su cabello desordenado y su rostro todavía sonriente. Lo cual era más que
un poco espeluznante, ya que ahora estaba mirando por mi bota izquierda.
Y luego nos miramos.
—¿Qué hiciste? —exigimos, al mismo tiempo.
—¿Qué? —dijimos de nuevo.
Y luego:
—¡Detén esto!
Pritkin lo hizo. Pero sólo para poder agarrarme y gruñir:
—Está aquí, ¿no?
—¿Q-qué es lo que hay aquí? —pregunté, mientras él me apoyaba en
una pared sin ningún esfuerzo. Porque siempre he encontrado un cuchillo
sobre mi yugular realmente persuasivo.
—No juegues —siseó.
Comencé a tragar y luego me detuve, temerosa de empujar más la
hoja. Por supuesto, eso podría no importar. Desde que una mirada a la chica
congelada me dijo que tenía problemas más grandes que un mago de la
guerra enojado.
Hay hechizos que pueden dejar a una persona inconsciente muy
rápido, pero no la dejarían con una mano levantada, ajustando un poco el
material sobre sus activos. O hacer que sus faldas quedaran atrapadas en
un remolino, como alrededor de las piernas en movimiento. O hacer que los
mechones de su cabello permanecieran suspendidos en el aire que no fluía
Parecía que alguien la había llamado justo después de que saliera de
la parte de atrás, y se había girado hacia ellos, con la sonrisa profesional ya
en su lugar. Sólo para congelarse a medio camino a través del movimiento
y cayendo de nuevo aquí. Parecía un marco cortado de una película, lo que
hubiera sido extraño si no hubiera visto antes ese tipo de cosas.
—Sabes —le dije nerviosamente—, nunca me sentí menos en un juego
como en mi…
—¡Lo que me robaste! —gritó, haciéndome retroceder. Y me asustó, ya
que no estaba segura que no sólo me cortaría la garganta.
Entonces una voz vino de la habitación exterior.
—¡Atrás! Echa un vistazo.
Pritkin y yo nos quedamos paralizados, rígidos como la muchacha en
el suelo. No sé cuál fue su razonamiento, pero el mío funcionó algo así como:
mierda. Esa orden había sido dada en inglés, lo cual era bastante extraño
considerando dónde estábamos. Pero no tanto como oírlo en tonos
femeninos imperiosos, en un lugar donde las mujeres eran toleradas sólo si
estaban con un hombre o servían bebidas.
No puede ser, me dije con severidad. Estás siendo paranoica. Incluso
tu suerte no es tan…
Y entonces la cortina se abrió y Pritkin me soltó para enfrentarme a…
dos niñas.
A primera vista, se veían así: dos adolescentes vestidas con largos y
blancos vestidos, sus rizos rojos y marrones reprimidos con listones de sus
rostros inocentes. Pero conocía la vestimenta, conocía el maldito uniforme,
e inocentes no eran.
—Oh, mierda —dije, haciendo que la cabeza morena se sacudiera.
Su mano siguió el movimiento un segundo después, pero ya lo había
esperado y me había arrojado al suelo, llevando a Pritkin conmigo. Como
resultado, la ola de tiempo que lanzó onduló por encima, perdiéndonos por
centímetros. Golpeó algo en la parte trasera que se derrumbó en una
cacofonía de metal oxidado y vidrio que se rompió, pero que no vi porque
estaba ocupada.
Congelando a dos acólitas de Pitia, antes de que pudieran hacer lo
mismo conmigo.
Fue una suerte que ya estuviera sobre mis manos y rodillas, porque
el drenaje de poder para detener el tiempo fue inmediato y terrible,
especialmente después de pasar por tantas cosas todo el maldito día. Si “día”
incluso significara algo más, que no estaba segura que lo hiciera, estaba
segura que iba a vomitar. Y entonces Pritkin me agarró de nuevo.
—¿Dónde está?
Dios mío, era un hombre de una sola idea, pensé, tratando de
arrastrarme. Lo había olvidado de alguna manera. Aunque estaba
recordando mientras él me arrastraba de nuevo a mis pies y me sacudía.
Me vi a mí misma: cara roja, cabellos rubios caídos, ojos azules
sobresaltados; en algunos platos de latón colgados en la pared. ¡Y maldito
Rosier! Debió de haberme quitado el glamour cuando me envió tras su hijo,
y no se molestó en mencionarlo.
Bien, eso explicaba mi recepción.
Mi Pritkin podría no estar aquí todavía, pero éste… bueno, nos
habíamos conocido antes. Para ser exactos, nos habíamos conocido en 1793
en una de mis excursiones anteriores, que había sido hace apenas un año
desde su perspectiva. Por eso era que necesitaba el glamour.
Está bien, y porque la última vez que nos conocimos, había hecho lo
mismo que los asaltantes de la calle con Rosier y lo había robado.
No había sido intencional… bueno, lo había sido, pero era por su
propio bien. Había estado buscando algo que absolutamente no se le podía
permitir encontrar, y había tenido un mapa sobre su ubicación, y, bueno,
no tenía más remedio que tomarlo.
Quitárselo y robarle su ropa.
Y enfrentarlo con un vampiro.
Y luego estaba la pequeña cuestión de quemar el único mapa que
llevaba a la ubicación de su posesión más preciada, así que, sí,
probablemente no era su persona favorita en este momento. Pero tenía una
gran ventaja.
—No estoy tratando de matarte —le dije, señalando a las chicas—.
¡Ellas sí!
No era mentira.
Porque la camarera congelada, la ola del tiempo, y los pequeños trajes
pequeños de las muchachas, todos sumaban una sola cosa. Una muy, muy
mala cosa. Y si iba a haber una batalla por el tiempo aquí, no quería que
estuviera cerca de ella.
—Tienes que irte —le dije frenéticamente, cuando finalmente dejó de
sacudirme.
Pero Pritkin no se fue. Se limitó a quedarse allí, mirándome perplejo,
mientras trataba de sacarle por la puerta de atrás.
—¿Por qué?
—Porque… hay algunas… personas… detrás de mí y… ¡maldita sea!
—El tipo pesaba una tonelada.
Ojos verdes se estrecharon.
—Quizá podríamos hacer un arreglo…
—¡No! ¡No, no podemos!
—Dame lo que quiero, y te ayudaré…
—No puedes ayudarme con esto. Es… nueva magia —le dije,
pensando rápido—. Realmente nueva. Como súper nueva.
Pritkin frunció el ceño, pero no me llamó mentirosa, tal vez porque no
podía. Este Pritkin no era el maestro de hechizos de mi época, cuando había
pocos encantamientos que no conociera o que no hubiera inventado. Éste
era quien apenas regresaba de una excursión prolongada en el Infierno, y
por lo tanto estaba fuera, muy lejos de la teoría mágica.
Fuera. Fue por eso que se había perdido la propiedad que estaba
tratando de recuperar de mí, robada por un par de estafadores de bajo nivel
que no tenían tanta magia en sus cuerpos como él la tenía en su dedo
meñique. Pero el conocimiento es poder, y sabían cosas que él no sabía.
Casi podía ver los pensamientos que corrían por su cabeza, pero él
todavía no se movía. Y eso era un problema, ya que era el doble de pesado
que yo y la mayoría de eso era músculo. Pero estaba decidido, porque no
teníamos mucho tiempo.
Y luego tuvimos menos, cuando miró la cortina y luego a mí, y de
repente me encontré contra la pared de nuevo.
Pero esta vez, el cuchillo no estaba a la vista.
—No, mira… —me las arreglé para decir, justo antes de que una boca
dura cayera sobre la mía.
—¡Este… no es momento… para un bocado! —jadeé furiosamente
cuando Pritkin me soltó por aire. Sólo para hacerle fruncir el ceño, en una
muy inquietante impresión como su padre.
Tanto más porque lo siguiente que supe fue que, una rodilla estaba
separando mis muslos, manos duras estaban agarrando mis caderas, y me
acariciaba el cuello con pequeños sonidos de gruñido, y que hicieron temblar
todo el camino hasta mi vientre.
Y puso una arruga en mi frente, porque esto era tan típico.
No las cosas sexys, aunque había habido algunos momentos… pero
momentos eran todo lo que habían sido, debido a toda la regla de no-sexo y
porque, bueno, era complicado. Pero la terquedad. La arrogancia. La certeza
absoluta que él sabía mejor que yo sobre cada maldita cosa, sí, eso era
familiar.
La última vez que lo había visto, aparte de ese vistazo en Londres,
había sido el momento en que fue maldecido. Y justo después, cuando
estaba segura que lo había perdido para siempre. Se había sentido como un
puñetazo en el estómago. Se había sentido como el fin del mundo. Había
pensado, si sólo tuviéramos un minuto más…
Y ahora que lo teníamos, todo lo que quería era darle unas rápidas
patadas.
En cambio, mis manos estaban encontrando su camino bajo su
camisa, mis dedos estaban recorriendo ligeramente sus costillas y pezones,
mis palmas gozaban de la ligera sensación de vello en el pecho bajo de mis
manos.
Me empujó contra la pared y me besó de nuevo.
Y maldita sea, sabía lo que estaba haciendo, pensé, devolviéndole el
beso furiosamente. Estaba tratando de usar las habilidades de incubo en
mí, y no iba a funcionar. ¡Porque podía alimentarse en cualquier momento…
—me interrumpí para morder su delicioso labio inferior— cuando no
estuviéramos… —y para chupar la barbilla… en medio… a lo largo de su
mandíbula— de una maldita crisis! Mordí un lóbulo de su oreja y lo oí
inhalar bruscamente. Le sentaría bien, pensé, preocupándome y
preguntándome cómo debía enfrentarme a una Pitia a toda potencia, cuando
apenas podía levantarme por mí misma.
Y entonces de repente no lo estaba.
Una solitaria mano se curvó bajo mi trasero, me levantó, otra capturó
mis manos, las subió sobre mi cabeza y su cuerpo se presionó contra el mío,
dejándome impotente contra la pared. No podía tocarlo, no podía moverme,
excepto enrollar mis piernas alrededor de su cintura, con faldas y todo, e
intentar aferrarme. Pero él podía y lo aprovechó al máximo, con pequeños
empujes de su cadera contra la mía, que rápidamente me dejaron jadeando,
gimiendo y mirando fijamente a algunas telarañas en el techo como si no
tuviera idea de lo que eran.
Y entonces él también gimió, y habló en mi cuello.
No podía entender una palabra porque no era inglés, al menos no lo
creía. Pero era difícil de decir con todo el ruido blanco rugiendo de repente
en mis oídos. Junto con el flujo y reflujo de la respiración entrecortada, que
podría haber sido mía, pero no estaba segura porque me estaba besando de
nuevo, caliente, duro y hambriento, casi desesperado. Y sus caderas
estaban moviéndose más, golpeándome contra la pared hasta que se olvidó
de sostener mis manos, que encontraron sus hombros y me quedé colgando.
Cada vez que repetía esa rutina otra vez, el ruido blanco aumentaba, mi
corazón aceleraba y mi respiración convertida en sollozos se convirtió en
gemidos, que se convirtieron en gritos hasta que estaba sólo gritando y
golpeando y…
Y… y… oh.
Me sostuve mientras una ola tras otra de sensaciones se estrellaba
contra mí, como un huracán que se estrellaba contra una playa. El huracán
Pritkin, pensé delirantemente, mientras las vibraciones me martilleaban,
salvajes, tumultuosas y exigentes. Y luego más suave, más suave, más
dulce, pero no menos fuerte. Finalmente salí a la superficie para encontrar
su cuerpo todavía presionado contra el mío, su respiración desigual y sus
dedos temblando en mi mandíbula. Un mechón de mi cabello estaba pegado
a su mejilla. Lo cepillé, jadeando ligeramente, sintiéndome drogada y
delirante, ardiente dorada dondequiera que nuestra piel se tocaba.
Y entonces alguien se aclaró la garganta.
No fue Pritkin.
Miré hacia arriba, parpadeando. Y vi a una mujer de mediana edad,
no muy alta y fornida, vestida con un ribete victoriano enmarcada en la
puerta. Tenía la cabeza llena de improbables rizos de tirabuzón violeta, y
llevaba una sombrilla cubierta de cerezas. También el vestido tenía cerezas
en él, las rojas grandes sobre un fondo blanco, y los pequeños lentes
púrpura redondos se posaban en el extremo de su nariz.
Ella se veía totalmente loca.
También lucía confundida, aunque no la mitad de lo que yo estaba.
—¿Has terminado? —preguntó finalmente, educadamente.
Sólo la miré.
—Sí, lo recuerdo —dijo ella, un poco nostálgica—. Tómate un
momento, muchacha.
Me tomé un momento.
Y luego tomé otro.
—¿Quién demonios eres tú? —pregunté finalmente.
—Misma pregunta.
Abrí la boca y luego la cerré de nuevo. Luego miré a las dos chicas de
blanco, que todavía imitaban a estatuas a ambos lados de la puerta.
—¿Tuyas? —pregunté con cuidado.
—Absolutamente.
Me desplomé contra la pared con alivio.
—Oh, gracias a Dios.
Los ojos marrones, que eran más astutos que lo que el traje sugeriría,
se estrecharon.
—¿Estabas esperando otra respuesta?
—Yo… bueno, a decir verdad, he estado teniendo un pequeño
problema con algunas de mis… asociadas… últimamente.
Casi había dicho “acólitas”, ya que eso era lo que había supuesto que
eran las chicas. Yo era una nueva Pitia, y no todas en la corte de mi
predecesora estaban exactamente de acuerdo con el cambio de mando.
Cinco especialmente habían decidido que podían prescindir de mí,
preferiblemente permanentemente. Y puesto que estaban en libertad en este
momento, había sido una conclusión lógica que algunas o todas ellas me
habían perseguido.
Lógico, pero, aparentemente, también equivocado.
A menos que mis acólitas hubieran adoptado un nuevo infierno de
código de vestimenta.
—¿Algunos problemas? —Una ceja delgada se alzó.
—Ellas quieren matarme. —Era uno de los líos con los que iba a tener
que lidiar en cuanto regresara a Pritkin.
Los labios rojo cereza se fruncieron.
—Comprensible. Unas renegadas son un problema serio.
—No soy una renegada.
Esto no parecía ir bien.
—Lo que sea que eres, no perteneces aquí.
—Tampoco tú —le señalé. Ese traje era puro exceso victoriano.
Ella sonrió suavemente.
—Si hubieras permanecido un poco más en Londres, no habría tenido
que hacerlo.
Bueno, eso explicaba esto. Parecía como si la Pitia del siglo XIX se
hubiese tomado una excepción a mi pasión por su patio; por qué, no lo
sabía. Nadie había dicho nada antes.
—¿No es el procedimiento habitual, uh, ignorar ese tipo de cosas? —
pregunté esperanzadamente.
La ceja subió otro tanto.
—¿No hacer caso a un poderoso señor demonio que se mete en áreas
que no debería?
Mierda. Debería haberlo sabido. Rosier.
Era sólo un regalo que seguía dando, ¿no?
—Pero no importa —me dijo—. Me gusta disfrutar de una cacería. Pero
me temo que ésta ya ha terminado.
Tragué. En otras circunstancias, ella tendría razón. Habría vuelto a la
Gran Bretaña victoriana sin un escándalo, con la suposición de que sería
capaz de hablar a mi manera para salir de esto tarde o temprano. Pero en
este momento, no tenía esa opción. Incluso si finalmente pudiera
convencerla de que no era una renegada peligrosa, que Rosier no era
actualmente nada poderoso, y que, por lo tanto, debía permitirnos seguir
nuestro camino, no importaría.
Todavía sería demasiado tarde para Pritkin.
El demonio que había lanzado el hechizo se había jactado de que había
sido seleccionado con mis habilidades en mente, para hacer el rescate poco
probable. Como resultado, el alma maldita de Pritkin sólo pasaría por cada
era de su vida una vez. No importa cuántas veces regresara a este año
después, nunca volvería a estar aquí. Y poco más allá de este punto, su
pasado se hacía mucho más difícil de navegar, con un largo tiempo pasado
en el Infierno donde mi poder no funcionaba bien, si es que lo hacía, y
luego… una joven vida en un punto demasiado atrás en el tiempo para que
pudiera llegar.
Mis manos apretadas en sus brazos. Estaba agotada de un día de
desplazamientos-en-el-tiempo, sesión-de-demonios y ahora la versión de
Pritkin de una merienda de última hora. No estaba en condiciones de
desafiar a una Pitia que, presumiblemente, tenía mucha más experiencia en
el trabajo que yo y tenía dos miembros de su corte con ella. Cada uno de las
cuales era como un paquete de baterías extra, dándole una gran ventaja
incluso si hubiera estado en plena fuerza.
Si la desafiaba, iba a perder.
Pero no tenía elección. Tenía que atrapar a Pritkin aquí. Y en base a
lo rápido que su alma había estado yendo, podría llegar en cualquier
momento.
Sólo que, mirando los agudos ojos marrones de la mujer, el tiempo no
era algo que pensara que tuviera.
Y entonces Pritkin apretó mis manos.
Le miré, sorprendida, pero no podía leer su expresión. Pero no me dejó
preguntándome por mucho tiempo.
—Un beso antes de que te vayas —dijo con voz ronca.
Parpadeé hacia él, no estaba segura de entender, y luego a mi
contraparte. Quien suspiró y puso los ojos en blanco.
—Entonces, adelante.
Seguí adelante con eso.
Pero este no era un beso normal. Lo supe tan pronto como nuestros
labios se tocaron, porque ya había sentido algo parecido antes, aunque el
recuerdo se había desvanecido un poco. Hasta que un cosquilleo, un
zumbido, una aceleración embriagadora recorría todas las células de mi
cuerpo, y me acordé.
Oh Dios, sí, me acordé, pensé, gimiendo y agarrando su cabello, sus
hombros, su culo, intentando arrastrarme por su cuerpo mientras me
llenaba de vida, energía y poder, hasta el punto en que me encontré riendo
contra sus labios, el sentimiento era tan vertiginoso, tan efervescente, tan
ligero, que simplemente tenía que salir de alguna manera.
—Está bien —dijo la otra Pitia secamente—. Creo que es suficiente.
No respondí, estando demasiado ocupada riendo y sosteniéndome
impotente sobre Pritkin.
—Vamos, muchacha —dijo con impaciencia.
—No. —Fue estrangulado, porque estaba tratando desesperadamente
de mantener una cara recta.
Fallé.
Los ojos marrones se estrecharon.
—No quieres probarme, querida.
—Sabes —me quedé sin aliento—, creo que lo hago.
Y luego la congelé.
La expresión de su rostro al caer me quitó el aire, pero Pritkin ya me
llevaba por la puerta de regreso a la barra. Donde la gente empezaba a
moverse lentamente mientras su congelamiento-de-tiempo se deshacía. Y
eso incluyó a un señor demonio con aspecto extraño que frunció el ceño en
cámara-lenta cuando me vio correr con su hijo, aún doblada de risa,
extrañamente eufórica y con la incredulidad absoluta de que acababa de
hacer eso.
Oh Dios, estaba tan muerta, pensé histéricamente.
Y luego la lluvia me dio un poco de sentido.
Pritkin había abierto la puerta, lo cual casi resultó en casi
arrancándonos los pies. Parecía que la burbuja de tiempo de la otra Pitia se
extendía sólo en esa habitación. Porque afuera, la naturaleza estaba
tomando su curso en forma de un vendaval de viento y lluvia torrencial que
sólo se redujo ligeramente cuando Pritkin me sacudió a la vuelta de la
esquina, contra el lado del edificio.
Había una intermitente cubierta bajo las cornisas y los brazos
extendidos de un árbol. Pero a diferencia de las sombras oscuras a lo largo
de un canal cercano, estaba demasiado cerca de una ventana para mi gusto.
Una neblina de luz dorada atravesó la oscuridad entre los huecos de un par
de viejas persianas de madera, destacando partes aleatorias de mago de
guerra: un pómulo, una mandíbula de familia, un violento ojo verde.
Y un par de finos labios que se abrieron para decir:
—¿Dónde está?
—¿Dónde está qué?
—¡Mi propiedad!
Correcto. Quería recuperar su maldito mapa.
—No tenemos tiempo para eso —le dije, poniéndome un poco
nerviosa—. Tenemos que conseguir a… alguien… y luego salir de aquí…
—¡Dame lo que quiero y te dejaré ir!
—No puedo darte lo que no tengo —le dije, distraída, porque las
aberturas de las contraventanas eran de tablas deformadas, no de cortinas,
y no podía ver mucho adentro. Eso era preocupante, ya que las Pitias no se
veían afectadas por los hechizos de tiempo como los demás. Lo que le había
lanzado me habría comprado quince minutos, quizá más, con cualquier otra
persona. Con ella… honestamente no sabía cuánto tiempo teníamos.
Pero apostaría a que quedaba por debajo del rótulo de no suficiente.
Y ahora Pritkin me estaba sacudiendo de nuevo.
—¡Te ayudé!
—Sí, después de a-atracarme —señalé. Aunque en honor a la justicia,
se sentía como si hubiera conseguido más energía de la que había dado.
Como, mucho más.
Lo cual era raro, porque él se veía como un poco energizado.
Junto con enojado.
—He quemado el mapa —le recordé rápidamente—. Tú me viste…
—Pero lo habías memorizado, ¿no?
—Mira, ¿podemos hablar de esto en otro…?
—Lo memorizaste —dijo bajo y furioso—, ¡y viste algo que te trajo aquí!
—¿Y tú sabes c-cómo?
—¡No te hagas la tonta!
—Confía en mí, no tiene que hacerlo —dijo una voz cínica.
La cabeza de Pritkin se sacudió al ver el espécimen que acababa de
unirse a nosotros. Afortunadamente, Rosier seguía irreconocible. Por
desgracia, era porque de alguna manera había logrado ponerse lo que quedó
de mi glamour.
Y supongo que no era recomendable tratar de usar dos al mismo
tiempo. Porque el señor demonio normalmente pulcro, ahora se parecía a
Popeye, con un ojo abultado y uno regular, una mejilla de ardilla hinchada,
una nariz morrocotuda y un par de cosas marrones peludas por encima de
sus ojos que parecían difusas orugas. Orugas que se juntaron cuando
Pritkin agarró su cartera.
—¿No hay nadie en este ignorado lugar que respete la propiedad
privada? —preguntó Rosier.
No sabía qué tipo de cosas peligrosas llevaba Rosier, pero Pritkin echó
una mirada al contenido y su ya temible ceño fruncido creció
exponencialmente. Me agarró por el cuello y se quedó mirando a Rosier, con
la bolsa apretada en la otra mano que no ocupaba para ahogarme.
—¡Más cerca y ella muere!
—Oh no, detente —dijo Rosier perezosamente.
—No estoy jugando —gruñó Pritkin. Me miró—. Y ahora vas a decirme
qué era esa cosa.
—¿Qué cosa? —pregunté, confundida—. Mira, no tenemos tiempo
para…
—Rastreé los movimientos de los ladrones —me dijo Pritkin,
bajamente perverso—. Descubrí que se habían ido de Inglaterra, donde
robaron mi propiedad, a París, donde la vendieron, vía Ámsterdam. Vine
aquí sospechando que podrían haber preferido ocultarlo lejos del sitio de la
subasta. ¿Y qué encuentro el mismo día que llego? Mi principal
competidor…
—Tienes que admitir que suena contundente —murmuró Rosier.
—¡Intentando escuchar a escondidas mi conversación con su
hermana!
—Su… ¿quieres decir la camarera? —le pregunté, extrañamente
aliviada. Aunque eso pudo haber sido porque finalmente se dio cuenta que
me estaba ahogando y aflojó ligeramente su agarre.
—¿O me distrajiste mientras tu cómplice buscaba en el lugar? —
Pritkin de repente miró a su alrededor, como si pensara que su premio
estaba a punto de caer de un árbol o algo así—. Es así, ¿no? ¡Está aquí!
—No, yo…
—¡Entonces dime dónde está si quieres vivir!
Y, bueno, las cosas de repente ya no eran tan graciosas. Porque Pritkin
no estaba bromeando. Lo conocía lo suficiente como para reconocer su
expresión de no-jodas-conmigo cuando la veía. Justo como sabía que no
podía darle lo que él quería. El mapa que había perdido había llevado a algo
llamado el Códice Merlini, un libro de hechizos que necesitaba dejar
exactamente donde estaba, ya que algunos de los eventos más delicados que
sucedían más tarde dependerían de eso. Algunos eventos delicados,
potencialmente terminales para el mundo.
Pero de alguna manera no creí que tratar de explicarlos fuera a ir bien.
Y entonces no tuve que hacerlo.
La mitad de la pared en la que estábamos parados de repente se
derrumbó en una cascada de rocas, polvo y, oh, mierda. Tuve un vistazo de
medio segundo de una Pitia enojada, de pie, a contraluz, entre las nubes
ondulantes, la sombrilla y la barbilla inclinada con determinación, luego
entré en pánico. Y como no había un montón de opciones, hice lo que suelo
hacer cuando estoy aterrorizada e indefensa, y desplace.
Pero no a mí.
El poder que me permite los desplazamientos en tiempo también me
permite los espaciales, en un grado limitado. Limitado en que tengo que
saber a dónde voy, lo que no sabía, y poder ver dónde estoy aterrizando, lo
que no podía. Tampoco podía dejar a Pritkin con el alma maldecida que
debía llegar en cualquier momento, y no es que tuviera mucho tiempo para
pensar en ello y…
Y así que la desplacé.
—¿Se suponía que eso debía ayudar? —preguntó Rosier, mirando
fijamente la visión de una Pitia húmeda elevándose de un oscuro y, está
bien, ligeramente viscoso canal, con los rizos purpuras colgando
desanimados alrededor de un rostro verdaderamente furioso.
Por una fracción de segundo, me quedé mirando con horror. Había
estado apuntando a la orilla opuesta, pero no podía ver una mierda y… y
maldita sea.
—Corran —grité. Sólo para descubrir que no podía. Porque Pritkin no
estaba dejándome ir, no había logrado entender todo.
Pero Rosier lo había hecho, agarró su mochila y salió corriendo.
Dejándome atrás, porque nadie lo había acusado nunca de ser noble. Pero
por una vez, pensé que tenía la idea correcta.
—¿Tú… quieres… el Códice? —pregunté a Pritkin, jadeando por la
falta de aire y el terror absoluto, absoluto—. Porque lo dejaste escapar. ¡Él
lo tiene!
Y, de acuerdo, eso funcionó, pensé, cuando Pritkin fue detrás del señor
demonio que huía. En cierta forma, me enmendé, ya que él me sacudió para
el paseo. Pero eso estaba bien; eso estaba muy bien. Sólo tenía que
mantenerlos cerca y evitar que Pritkin matara a Rosier, y mantener un ojo
atento por si el alma maldecida venía mientras estaba en eso.
Bueno, y otra cosa, corregí, cuando las viejas y afiladas ramas de un
árbol explotaron en flor cuando pasamos.
Me gire mientras seguía corriendo, observando a través de la lluvia
torrencial mientras el enorme tronco se encogía, la vieja corteza se hacía
nueva, las ramas retorcidas se enderezaban, florecían y colgaban con vida.
Habría sido hermoso, excepto por el conocimiento de que una explosión de
tiempo inverso como ese no me haría el mismo bien. De hecho, me
envejecería justo fuera de la existencia.
Era bueno que ella no pudiera verme mejor de lo que yo podía, eh,
pensé, justo antes de que algo como el sol inundara de repente el área a
nuestro alrededor. Algo exactamente igual, me di cuenta, mirando el cielo
oscuro. Un pedazo de hielo congelado del tamaño de una casa acababa de
ser reemplazado por cielos azules claros y nubes gruesas y felices.
Maldita sea, no sabía que pudiéramos hacer eso, pensé, mientras la
luz de otro día brillaba a nuestro alrededor, fuera de algún portal de tiempo
que no comprendía porque no entendía mucho sobre este trabajo. Pero si la
idea era encender un reflector, estaba bien, pensé, y jalé a Pritkin a la sombra
de un puente cercano.
—¿Qué…? —comenzó él, mirando hacia arriba a la viga que brillaba
por el agua, lanzaba sombras de las ramas de los árboles sobre las calles
cubiertas de nieve mientras empezaba a moverse, buscando por nosotros.
—¿Una nueva magia? —dije débilmente. Y recibí un ceño fruncido a
cambio, porque Pritkin no es estúpido.
Pero antes de que pudiera refutarlo, algo como un bote arrancó debajo
del puente, empapándonos con un rocío helado.
No había visto quién lo conducía, pero supongo que Pritkin lo había
hecho. Porque maldijo y nos arrastró por una escalera oxidada a un pequeño
bote, que parecía inútil ya que no tenía forma de propulsión que pudiera
ver. Los motores fuera de borda no existían en 1794.
Pero la magia sí. Por lo menos, asumí que había algún tipo de hechizo
involucrado cuando nos lanzamos por el canal, tan rápido que me tiro a la
popa y tenía a la proa del bote saltando por el agua, apenas tocando las olas.
Pero lo estábamos haciendo mejor que Rosier, a quien vi cuando me paré de
nuevo, justo delante de nosotros.
Estaba en otro bote a toda velocidad, por cortesía de su gran bolsa de
trucos, supongo, pero lo que estaba usando no debía venir con
instrucciones. O dirección. Porque estaba moviéndose hacia adelante y
hacia atrás a lo largo del estrecho canal, su bote golpeando otros barcos, a
las altas paredes de ladrillo del canal y básicamente a cualquier cosa en
todo en su camino, poniendo su cara frenética y agitando los brazos con
algo superfluo.
Sí, sabía que estaba en problemas.
Pero entonces, también nosotros.
Porque el reflector improvisado nos perseguía, fluyendo a lo largo de
los lados del canal como agua brillante. El portal parecía un óvalo de película
coloreada impuesta sobre el paisaje blanco y negro que nos rodeaba, como
alguna técnica cinematográfica de vanguardia fijando lo joven y lo viejo.
Detrás de nosotros, árboles esqueléticos se convertían a verde, la nieve se
derretía a calles cubiertas de hojas, la gente paseaba por la orilla disfrutando
de un día de primavera brillante.
Y luego se detenía a mirar a través del portal a nosotros, incluyendo
a un tipo que se topó con un árbol.
Miré hacia atrás mientras el tiempo hervía a lo largo de una línea justo
detrás de nosotros, dividiendo el día y la noche. Verano e invierno. Y al fondo
de nuestro bote, enviándome al frente revolviéndome frenéticamente con
Pritkin maldiciendo y de alguna manera aumentando nuestra velocidad.
Funcionó, algo así. Saltamos a toda prisa, ahora casi volando, con un
sonido como una grieta de un poderoso látigo. O, me di cuenta, un segundo
más tarde, como medio bote rompiéndose, desbaratándose y hundiéndose.
Miré detrás de nosotros a través de mi cabello salvaje volando, a lo
que había sido la parte trasera de nuestro bote, tragado por ese otro día,
meneándose, listo y luego hundiéndose en el sol de una primavera brillante.
Nos dimos cuenta que pronto no íbamos a estar en mejor situación. La mitad
de un barco no flota bien, y sólo nuestra loca velocidad nos mantenía
momentáneamente por encima del agua.
Miré a su alrededor frenéticamente, tratando de localizar a Rosier,
planeando desplazarnos a su bote, que al menos seguía en una sola pieza.
Pero estaba oscuro al frente, incluso sin que el resplandor de detrás
oscureciera mi visión. Y media lluvia torrencial, mitad de nieve caía más
fuerte ahora, lo que lo hacía casi imposible…
Rosier lo hizo fácil al estrellarse de cabeza en la parte trasera de una
barcaza.
Lo envió disparado de su nave por el aire, agarré a Pritkin y nos
desplacé incluso antes de que aterrizara. Acabamos justo a su lado, lo que
habría sido impresionante, si hubiera recordado dejar atrás nuestro bote
roto. Pero todavía estábamos aferrados a los lados, así que nuestro bote
también vino, y por un segundo, estábamos saltando a lo largo de la larga
superficie y sin carga de la barcaza, justo al lado de un señor demonio caído,
maldiciendo y rodando. Entonces Pritkin alargó la mano y agarró a su padre.
Nos desplacé otra vez, un segundo antes de que hubiéramos caído en
la cabina del capitán.
En su lugar nos arrojé en uno de los pequeños puentes que se
extendían por los canales.
Eso en realidad no habría sido tan malo, ya que nuestra pequeña
media embarcación había conseguido aterrizar en la parte superior. Pero
luego seguimos adelante. Grité y agarré a Pritkin, que estaba abrazando a
Rosier en un apretón de muerte, pero el hombre guardaba silencio. A
diferencia del elegante señor demonio, que gritaba junto a mí cuando
nuestro impulso nos llevó a través del estrecho tramo, que era poco más que
un arco de ladrillo sin barandillas.
Y por el otro lado.
Dentro de un parche de luz solar brillante y al frente de un barco más
grande siendo guiado por una Pitia aún empapada y estilando.
—Bueno, hola —dijo, sonriéndome maliciosamente, mientras
levantaba la vista de un montón de demonios.
—Bueno, adiós —jadeé, y la pateé al canal.
Nuestro diminuto barco se estremeció y sacudió cuando Pritkin volvió
a controlarlo. Y luego se desprendió bruscamente de la majestuosa barcaza
de la Pitia. Se deslizó por el canal, a través de la luz del sol de la mañana de
otro día que nos había engullido, con Rosier aferrado a la proa, Pritkin
sosteniéndolo y yo ahogándome detrás, mi cuerpo medio en el agua cuando
agarré un remo que había atrapado en el último segundo y me mantenía
aferrándome a mi querida vida.
Traté de levantarme, lo que hubiera sido más fácil sin todas las
patadas y los pies en mi cara. Y sin ser lanzada hacia adelante y hacia atrás
salvajemente, porque nadie parecía estar conduciendo esta cosa. Pero
entonces me olvidé de todo eso; me olvidé de todo.
Porque sólo miré hacia arriba.
Y vi una nueva forma de luz brillando en un par de brillantes ojos
verdes.
Mi garganta se cerró por un momento en alivio puro, sin adulterar. Y
luego se abrió para poder gritar:
—¡Hechízalo! ¡Hechízalo!
Eso me ganó un resplandor, pero nada más, porque Rosier estaba en
un estrangulamiento y no podía pronunciar las malditas palabras. Apenas
podía sostenerme, mucho menos ayudarle. Y entonces el pequeño bote se
llenó aún más cuando la triple perversa Pitia se desplazó junto a mí con un
gruñido.
Eso habría sido malo, realmente malo, si nuestro bote no hubiera
vuelto a caer en la oscuridad. Y no porque pasamos por debajo de otro
puente. Cayó a nuestro alrededor, como la noche llegando en un momento,
totalmente cegadora por el resplandor anterior. Entonces, abruptamente,
golpeamos algo.
Duro.
Fuimos arrojados al alto enfrente del bote, todos nosotros aterrizando
en un montón de miembros revueltos y rostros que gritaban. Luego
rebotamos a la proa, nos caímos a la parte trasera inexistente, porque
nuestro bote de repente no se movía. Me di cuenta por qué un segundo más
tarde, mi culo golpeó algo duro y helado.
Lo cual era una buena descripción ya que era, de hecho, hielo.
Más se extendía a nuestro alrededor, y había congelado el bote en su
lugar, lo que explicaba por qué no nos movíamos.
Miré alrededor de la tenue luz de la luna que reflejaba una larga línea
de sólido canal y me sentía mareada y confundida. Primero habíamos estado
en una tormenta de aguanieve, luego en un soleado día de primavera, y
ahora ¿dónde estábamos? Si de alguna manera hubiéramos escapado al
portal de tiempo de la Pitia, o lo que sea que haya sido, ¿no deberíamos
haber regresado a donde empezamos? Pero no había lluvia torrencial, ni
aguanieve, ni nubes oscuras hirviendo para ser vistas. Sólo una tranquila
escena de medianoche, un canal helado y una figura encorvada en lo alto
de un puente, recortada contra una luna de cosecha.
Era una mujer diminuta con una capa negra ondeando en la brisa. Y
un chongo de cabello blanco. Y una expresión enojada.
Rosier y Pritkin estaban luchando a un lado, revoloteando de un modo
que amenazaba con romper el hielo. Quería ir desesperadamente y ayudar,
pero no lo hice. Debido a que el enfoque de luz de sol se había detenido justo
detrás de nosotros, como si tuviera miedo de acercarse más.
Al igual que mi contraparte de las cerezas que seguía mojada, que de
repente ya no se veía tan segura.
—Lydia —dijo Cerezas nerviosamente—. Yo… puedo explicarlo.
—¿Qué? —La vieja frunció el ceño.
—Soy yo, Gertie. —Esta vez fue más fuerte.
—¿Qué?
—Ger-oh, por el amor de Dios. Tu cuerno.
—Habla, ¿por qué no puedes?
—¡Tu cuerno! ¡Ponte el cuerno!
—Dame un momento —dijo la anciana con voz de desconsuelo—.
Tengo que ponerme el cuerno.
Sacó un viejo cuerno de oído negro de debajo de su capa y lo sujetó a
un lado de su cabeza.
—¿Qué? —preguntó de nuevo.
—Soy yo —repitió la otra Pitia, fuerte y lento—. Gertie. Y sé que
estamos fuera de lugar…
—¡Jodidamente cierto, estás fuera de lugar!
—Sí, lo sé. Pero…
—Siempre rompiendo las reglas, lo haces. ¡Y ahora estás conspirando
con gente como él!
—Consp… —Gertie se hinchó—. No estoy haciendo tal cosa…
—Sabía que debía haber entrenado a tu hermana —murmuró la
anciana.
—¡Estoy tratando de devolverlos a donde pertenecen!
—Oh, los regresaré —dijo la anciana siniestramente.
—¡No! No, Lydia, debes escuchar…
Pero escuchar no parecía ser lo fuerte de Lydia. Y un segundo
después, no había más Gertie. Quien, asumí, acababa de ser enviada al año
de 1880.
Por su contraparte de 1794.
Se estaba llenando de Pitias por aquí, pensé en blanco, mientras la
vieja volvía su atención hacia mí. Sonreí débilmente. Y luego me desplacé
hacia los chicos, ni siquiera esperé tener un buen control sobre ellos antes
de desplazarnos a todos a través del portal de tiempo cerrándose rápido
detrás de nosotros.
Para mi sorpresa, funcionó. Aterrizamos a luz del día, lo cual era
bueno. En medio de un canal que ya no era sólido, lo cual era malo. Pero
eso seguía estando bien.
Hasta que mi maldito socio inútil se hundió como una piedra.
Me zambullí detrás de él, lo agarré por el cuello y lo arrastré de regreso
a la superficie, donde se agitó y tartamudeó e intentó ahogarme.
—¡Pensé que los de tu clase flotan! —dije, golpeándolo en la cabeza.
—Eso es… de brujas —jadeó, pero se calmó ligeramente.
Hasta que buscamos a Pritkin. Y casi nos atropelló un bote lleno de
turistas, en su lugar. Un chico japonés en una camiseta de “Me puse hasta
atrás en Ámsterdam” colgándose sobre el lado abierto del bote, haciendo
fotos de los locos empapados, mientras Rosier vociferaba, se agitaba,
maldecía y se hundía. Miré alrededor en confusión a unos cientos de
bicicletas, un montón de autos diminutos, y ningún Pritkin, maldecido o de
otra manera.
Todo bien, entonces, pensé, dejando que el agua se cerrara sobre mi
propia cabeza.
Tal vez esto no iba a ser tan fácil como pensaba.
Por un número de extrañas-razones-pero-que-juro-tienen-sentido-en-
contexto, la base de mi casa es un ático en un hotel de Las Vegas. Por lo
general es bastante concurrido, lo cual es la razón por la que ya no sólo me
desplazo en el interior. Tengo bastantes problemas sin aparecer a medio
camino de uno de los guardaespaldas vampiros que viven conmigo y que
tiene una tendencia a gritar en momentos extraños. Así que en su lugar he
aprendido a aparecer en el vestíbulo de mármol, que suele estar bastante
desierto.
Generalmente, pero no hoy.
Caí al suelo desde una altura de metro y medio, porque había olvidado
que estaba nadando, en un canal de agua sucia y con una lluvia como
granizo de diminutos peces plateados. Y un señor demonio empapado que
casi cayó sobre mi cabeza. Entonces un vampiro gritó y me apuntó con un
arma.
Un segundo después, volvió a gritar y señaló al suelo. Pensé que era
un poco excesivo hasta que parpadeé agua salina de mis ojos y me di cuenta
que no era el vampiro quien estaba gritando. Eran las guardas.
Los hechizos que protegían la suite debían haber sido recalibrados a
modo odiar-demonio mientras me había ido, lo que, considerando algunas
de las cosas que habían sucedido últimamente, no era realmente
sorprendente. Pero era molesto. Como un ruido molesto en tu oído.
El aullido seguía y seguía mientras tosía el contenido de la mitad del
canal e intentaba recordar cómo respirar. Lo que me dejó un poco ocupada
para entender lo que el vampiro estaba diciendo, y mucho menos tratar de
responderle. Me conformé con acostarme allí y jadear en su lugar.
Rosier fue menos reticente, pero afortunadamente, las guardas
también lo ahogaban. Incluso cuando fue atacado por cinco grandes
guardias que salieron de la suite y procedieron a golpear el problema. Los
miré por un momento, y luego saqué algo, que realmente esperaba fueran
algas, de mi escote y comencé a tratar de levantarme.
No fue muy bueno.
Me sentí como uno de los diminutos peces: golpeada, agotada, y
jadeando por respirar, lo que todavía no conseguía debido al maldito corsé
que venía con mi traje. También llevaba cerca de veinte kilos de lana
húmeda, la mitad de los cuales habían logrado enrollarse alrededor de mis
piernas, dejándome tan móvil como una foca varada. Pero de todos modos
me las arreglé para ponerme sobre mis manos y rodillas, dejando un rastro
de oruga en dirección general hacia la puerta principal.
Que se abrió en el mismo momento que llegué a ella, para mostrarme
un par de mocasines Cerutti. Eran negros y tenían un buen brillo para ser
de cuero. Eso era bueno. Porque el ante no habría manejado la marea en
miniatura que rodó simplemente así.
Miré hacia arriba para ver a su dueño pronunciando algunas palabras
no tan caballerosas y fulminándome. Y luego al alboroto sobre mi cabeza. Y
después de regreso a mí otra vez señalando, gesticulando y tratando de
transmitir órdenes por encima del ruido que realmente no quería que fuera
Rosier siendo golpeado.
Ya sabes, no mucho.
Y luego me encontré levantada por dos manos del tamaño de jamones,
lo que me puso cara a cara con mi jefe de guardaespaldas, un gigante
moreno llamado Marco.
También dejó a mis pies colgando sobre el piso, porque tengo uno
sesenta y cuatro y Marco no. Pero no me preocupé porque eso lo estresara.
Podría mantenerme allí todo el día si quería, con lana empapada y todo. El
feroz paquete que la naturaleza le había proporcionado había sido mejorado
hacía siglos con un par de colmillos que no necesitaba, porque, ¿quién iba
a saltar al hermano mayor de Lou Ferrigno?
Por desgracia, me las arreglaba para estresarlo de otras maneras,
como por el momento, a juzgar por el ceño que arrugaba su frente. Y por la
forma en que me metió debajo de un enorme brazo después de una última
mirada al caos. Y por cómo me llevó adentro como un saco empapado de
patatas.
—Puedo caminar —protesté sin aliento mientras las guardas se
callaban abruptamente. El combo de corsé y la idea de Marco de un apretón
suave me había dejado con quizá un centímetro de pulmón respirable.
Marco no respondió. Eso era malo, ya que informarme de mis varios
defectos era la manera favorita de Marco de liberar la tensión. Era cuando
se callaba que tenías que preocuparte, así que lo estaba.
Y eso fue antes de que me llevaran a través de una sala llena hasta el
borde con extraños.
Mujeres desconocidas. Todas parecían estar asistiendo a una fiesta
del té de la era victoriana. Algunas parecían ser tan jóvenes como de dos o
tres años, otras quizá de diez años más, aunque era difícil decirlo con los
chongos en el cabello y los viejos trajes infantilizados que llevaban y…
Y mierda.
No era de extrañar que Marco no estuviera contento.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó una de las muchachas, saltando
del sofá y corriendo—. ¿Qué está pasando?
Era una morena linda, probablemente la más grande, y se llamaba
Rhea. Era miembro de mi corte, como el resto de ellas, aunque no una de
las que me querían muerta. Al menos no lo creía, aunque su expresión era
bastante feroz.
Pero, ella no estaba mirándome.
—Tu señora está de vuelta —le dijo Marco con amargura.
—¿Qué estás haciendo con ella? —preguntó—. ¿Está herida?
—Aún no.
A juzgar por la expresión de Rhea, no le gustó esa respuesta. Era casi
divertido, ya que la gente no le fruncía el ceño a metro noventa y ocho de
vampiro con mal temperamento. La gente cuerda al menos. Pero Rhea había
demostrado tener ideas raras sobre quién era aterrador, y en realidad
parecía más intimidada por mí que por mi suite llena de monstruos
colmilludos.
—¡Bájala! —exigió, no que hiciera nada bueno.
Marco continuó caminando a través del mar de chicas, que ahora me
miraban fijamente, algunas con la boca abierta.
Mucho para hacer una buena primera impresión.
No importaba. Junto a mi predecesora, la perfecta y sabelotoda Agnes,
me veía… bueno, en su mayor parte trataba de no pensar en cómo me veía.
Suspiré y dejé caer la cabeza sobre el musculoso antebrazo de Marco.
Bien podría haber hecho la cosa de falta de dignidad antes.
Pero Rhea no parecía pensar así. Nos siguió a través de la sala, a
través del salón, y por el pasillo que conducía a los dormitorios. El cual era
más difícil de transitar de lo habitual porque estaba lleno de cunas
dobladas. Y luego nos siguió a mi habitación, que tenía colchonetas por todo
el piso, almohadas y mantas porque, sí.
Mi corte necesitaba un lugar para dormir, ¿no?
Era una de esas cosas que probablemente debería haber pensado
antes de huir con Rosier. Pero tampoco, esperaba ser cargada con una
compañía de jóvenes que nunca había conocido y con las que no sabía qué
hacer. Y el tiempo había sido esencial.
Y gracias a su absoluta y total ineptitud, todavía lo era.
—¿Acerca de… el tipo… que traje? —dije sin aliento, atrapándolo en
el último momento.
No recibí un reconocimiento. Sin embargo, me tiraron a la cama, en
lugar de arrojarme al suelo, así que supuse que era algo bueno. Aterricé
boca abajo sobre una bonita colcha de brocado que iba a necesitar
cambiarse después de esto, gemí y me dejé caer. Y vi como un vampiro
enojado trataba de averiguar cómo quitarme las botas.
Teniendo en cuenta que me había tomado quince minutos conseguir
amarrar las malditas cosas en primer lugar, y eso fue antes que los cordones
se mojaran, no le daba muchas posibilidades. Pero debería haberlo sabido
mejor. Marco tenía habilidades. Y un cuchillo afilado, lo que supongo que
estaba bien, ya que no era como si fuera a regresar a 1880 de todos modos.
—Lo necesito. Vivo —aclaré, porque por aquí, nunca sabías.
Marco seguía sin decir nada.
Miré a Rhea. Ella estaba de pie alerta, viéndose como si contemplara
arrojar algo a la cabeza de un vampiro antiguo, y ¿eso era lo último que
necesitaba?
—¿Puedes darnos un minuto? —pregunté.
Ella hizo una reverencia y se mordió el labio. Pero no fue a ninguna
parte. Sin embargo, una de mis botas lo hizo, chapoteando y soltando una
pequeña marea de agua sucia en la alfombra.
—Está bien —le dije mientras Marco se ocupaba en la otra—. Él está…
tenemos que hablar.
—No, necesitábamos hablar ayer —dijo Marco con voz baja y
venenosa.
—Necesitamos tener una discusión —corregí—. Se puede usar la
profanidad.
—No me importa —dijo Rhea con firmeza, mirándolo fijamente—.
Necesito… es decir, me gustaría solicitar una audiencia.
—¿Con quién?
Ella me miró.
—Oh. Sí. —No estaba acostumbrada a que se refirieran a mí como a
algún tipo de realeza. Y tampoco planeaba acostumbrarme a eso. Pero eso
podría esperar—. En un rato.
Rhea hizo una reverencia y luego siguió de pie.
—No me va a lastimar —le aseguré, y finalmente se fue, todavía
disparando a Marco miradas malvadas. Y un segundo más tarde la otra bota
salió.
La alfombra rápidamente fue de sucia a insalvable, pero no me
importaba. Me recosté contra la cama con algo entre un suspiro y un
gemido, retorcí mis pobres dedos con alivio. Junto con sus otras fallas,
Rosier me había conseguido las botas dos tallas más pequeñas.
—Oh Dios, eso se siente bien —le dije con fervor.
La puerta se cerró de golpe.
Oh-oh.
No me molesté en levantarme. La experiencia había demostrado que
podía acostarme gritando con la misma facilidad. Por supuesto, no
necesitaba levantarme, pensé soñolienta. Necesitaba volver. Pero incluso
suponiendo que el alma de Pritkin no se hubiera movido ya a alguna parte,
que las diversas Pitias se hubieran dispersado y que pudiéramos acercarnos
lo suficiente para poner el hechizo sin ser hechizados, todavía no serviría de
nada.
Porque estaba hecha mierda.
Y un salto de más de dos siglos ya era lo bastante duro incluso cuando
no lo estaba.
El rostro de Marco, aunque alarmantemente grande, apareció en el
espacio sobre el mío.
—Si te duermes, puedo destrozar la habitación —advirtió.
—Demasiado tarde.
Y mira, parecía que podía sentarme, después de todo, pensé, cuando
fui sacudida otra vez para levantarme. Hubiera protestado, pero Marco
estaba ocupado en quitarme algunas de las terribles lanas, así que no lo
hice.
—¿Supongo que esto no puede esperar? —le pregunté mientras me
quitaba la chaqueta.
—Sabes, eso es gracioso —me dijo, tirándolo a través de la habitación,
donde se humedeció contra la pared—. Eso es lo que me dije, esta misma
mañana. “Ella está durmiendo. Deja que la chica descanse un poco. ¡Hay
mucho tiempo para averiguar qué diablos pasó anoche!”.
—¿Anoche? —Anoche estaba borroso. Tal vez porque, para mí, había
sido hace varias noches. O días. O…
Los viajes en el tiempo eran difíciles.
—Puedo quitarme la falda —le dije, aunque no por modestia. Ser
desnudada por Marco era semejante a ser despojada por un carcayú
rabioso.
Podría haber salvado mi respiración. Porque debajo tenía al menos
cuatro capas de enaguas, o crinolinas o como fuera el término correcto.
Diablos, podría equipar una casa entera.
Lo que podría ser muy bueno, ya que no veía ningún equipaje.
—¿Dónde pusiste las cosas de las chicas? —pregunté, después de que
Marco me sacara de la falda y casi de la cama.
—No tenían nada.
—Ellas no tenían…
—Ellas dijeron —me dijo perversamente—, ¡que explotaron!
Correcto.
Esa noche.
—Mmm. Bueno, mira…
—No —dijo, agachándose junto a la cama, poniéndose a mi nivel.
—¿No?
—No. —Los ojos marrón oscuro miraron sin humor en los míos—. Sin
mentiras. No esta vez.
—No miento.
—O evasiones. O respuestas difíciles. Te juro que eres tan mala como
el maestro.
Considerando quién era su amo, decidí tomar eso como un cumplido.
—¿Gracias?
—¡Maldita sea, Cassie! Quiero saber qué demonios sucede.
—Sí, bueno…
—¡Y quiero saberlo ahora!
Me lamí los labios.
No era como si me gustara ocultarle cosas a Marco. En realidad, era
un buen guardaespaldas. O lo hubiera sido para alguien más. A veces me
sentía muy mal por él, ya que era del tipo que le gustaba pensar que estaba
por encima de las cosas, que tenía todo bajo control, que el mundo estaba
cuerdo y todo estaba en su lugar.
Dios, se había equivocado de trabajo.
Pero incluso si hubiera estado dispuesta a difundir secretos que no
eran realmente míos, el hecho era que Marco no quería saber qué estaba
pasando.
No quería saber que la razón por la que tenía una sala llena de
iniciadas Pitia, era porque un puñado de ellas había tratado de matarlas,
explotando la antigua corte de la Pitia. No porque las odiaran, sino para
ponerme una trampa. Una que casi había funcionado.
No quería saber que las acólitas responsables todavía estaban allí
afuera. O que las habilidades que habían recibido de la vieja Pitia antes de
morir, nunca habían sido rescindidas. Lo que significa que técnicamente
podían aparecer aquí en cualquier momento.
En realidad, no creía que lo hicieran. Era mucho más vulnerable en
otro lugar, y era a mí a quien buscaban. Pero, aun así. No creía que Marco
quisiera saber que todas las guardas, armas y habilidades vampíricas del
mundo, podían no ser suficientes para lidiar con el poder de esas chicas si
decidieran arriesgarse.
—¿Y bien? —preguntó.
—Estoy pensando.
—¡Maldita sea, Cassie!
—¿Puedes ayudarme… con esta cosa? —pregunté, señalando el corsé,
que era del tipo que se ataba a la espalda.
No estaba haciendo tiempo; realmente estaba teniendo problemas
para respirar. Toda aquella agua había tensado las cuerdas, algo de lo que
Marco se enteró cuando me volteó e intentó aflojarlas.
Murmuró algo y sacó de nuevo el cuchillo.
—¡No puedo mantenerte a salvo si no sé dónde estás! —dijo,
cortando—. O con quién estás. ¡O qué diablos has estado haciendo!
—Exactamente —murmuré en el colchón.
Marco tampoco quería saber que había salido con el buen amigo de
Satanás, simplemente no. Satanás, suponiendo que existiera,
probablemente tendría mejores gustos. También yo, pero estaba atrapada,
al menos por el momento.
Y maldita sea, ¡habíamos estado tan cerca!
—No me vas a decir una maldita cosa, ¿verdad? —preguntó Marco,
volviéndome a mirar.
El corsé estaba en pedazos, lo que me permitió tomar mi primera
respiración profunda en lo que sentía como días. Por un momento, me quedé
allí, explorando la maravilla que era el oxígeno. Y mirando fijamente a
Marco, que, a pesar de las apariencias actuales, era una buena persona y
un buen amigo. Se merecía algo mejor que la locura que era mi vida en estos
días.
Por supuesto, eso significaba que también yo.
—Deberías pedir una transferencia —le dije honestamente.
Las cejas gruesas se juntaron en un ceño fruncido.
—¿Es tan malo?
—¿No lo es siempre?
Se sentó en el borde de la cama húmeda.
—¿Contigo? Más o menos.
—No trato de ser un desastre —dije, sintiendo que mi garganta se
endurecía.
Suspiró y tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos. Ya que
los suyos eran de tamaño salchicha, eso dejaba los míos extendidos
incómodamente, pero decidí que podría vivir con ello.
—No tienes que intentarlo —me dijo—. Es un don.
—Siempre puedes dispararme —le ofrecí débilmente.
—Lo he considerado. Pero después tendría unas cuantas docenas de
niñas viajando por el tiempo sobre mi trasero.
—No pueden viajar todo el tiempo. —Al menos, realmente esperaba
que no—. ¿Cuándo llegaron hasta aquí?
—¿No te acuerdas?
Sacudí la cabeza.
—Te perdiste toda la escena —dijo Marco, soltando mi mano para
poder apoyarse contra el poste de la cama. Y el nivel exasperado de sus ojos
oscuros sobre mí.
—¿Quiero saberlo?
—No. Pero voy a decírtelo de todos modos —dijo amablemente.
Me eché el brazo sobre la cara.
—Así que, vuelves del Infierno. Sales por el gran-portal-remolino sobre
la alfombra arruinando la sala. Pero está bien. Al menos has vuelto. Sólo
que no. Un par de minutos más tarde, te vas otra vez. Sin explicación, sin
adiós, sin nada. Un segundo estás aquí, viendo las noticias de que la vieja
casa en Londres explotó, y al siguiente no estás. Por un minuto, pensé que
habías saltado por el maldito portal. Pero entonces me di cuenta que las
brujas también se habían ido.
“Las brujas” en este caso, eran un grupo de líderes de clan que se
habían ofrecido para ayudar a rescatar el mío. Es decir, mi aquelarre, puesto
que eso era lo que aparentemente era la corte Pitia. Ya que nunca me había
considerado una bruja, me costaba un poco acostumbrarme a la idea de
tener un aquelarre.
No tanto como el concepto de cambiar el tiempo.
Pero no había tenido elección. Había regresado de mi erróneo intento
de rescate, solo para descubrir que la mansión de Agnes en Londres acababa
de ser bombardeada. Me había sentado en el sofá de la sala durante unos
minutos, viendo una fuente de noticias mágica que mostraba montañas de
escombros todavía ardiendo e hileras de diminutas bolsas de cuerpos y
grupos de magos de guerra aturdidos. Tratando de absorber eso.
Y luego me llevé a las brujas y volví en el tiempo para arreglar las
cosas.
No debía hacerlo. El objetivo de tener una Pitia, en primer lugar, era
evitar que la gente modificará el tiempo, no hacerlo yo misma. Pero esas
niñas eran mi corte ahora, aunque no hubiera tenido oportunidad de
conocerlas todavía. Habrían muerto por mi culpa. Y sólo habían pasado
quince minutos…
De todos modos, lo había hecho. Probablemente eso me hacía una
Pitia pésima, pero entonces, ¿qué era lo nuevo? Y no lo sentía, pensé
desafiante.
Culpable, sí; arrepentida, no.
—Y, uh, entonces, ¿qué pasó? —pregunté, porque no lo sabía.
Supuse que las brujas habían sacado a mi corte, ya que estaba aquí
ahora. Y que los demonios habían hecho lo mismo por mí, después de
haberme quedado para cubrir el retiro de todos. Y me desmayé por el
esfuerzo de frenar los hechizos en el campo de batalla que los magos
oscuros, amigos de mis acólitas, habían estado lanzando.
Pero uno me había estado esperando cuando me desperté, aquí atrás
en mi cama.
No un hechizo… un demonio. Su nombre era Adra, jefe del concilio
demoníaco, y, por cierto, también la persona que había maldecido a Pritkin.
Pero había tenido un cambio de corazón, o eso decía, después de verme
arriesgar mi vida para salvar mi corte.
No sabía por qué eso le importaba al concilio, pero tal vez no eran tan
malos como me habían dicho. O tal vez se habían tardado en decidir que
podrían necesitar mi ayuda con los dioses, y la tendrían. ¡Si, ya sabes, no
acabaran de borrar a mi amigo de la existencia!
Pero no había tenido la oportunidad de averiguarlo antes de que
Rosier me arrojara un paquete lleno de ropa vieja y nos fuimos directo con
la cabeza todavía girando.
Marco entrecerró los ojos.
—Dime tú. Lo siguiente que supe, fue que las ventanas comenzaron a
temblar y el piso empezó a moverse, se sintió como un seis en la escala de
Richter. ¡Y entonces ese maldito portal se vuelve a activar y ahí estás,
tropezando con tres brujas maltratadas y una maldita docena de chicas!
Me mordí el labio.
—¿Lo siento?
—Luego das dos pasos y caes, y creo que estás muerta. Pero no,
resulta que estás agotada. Así que te llevo a la cama. Y a la mañana
siguiente, cuando creo que finalmente voy a tener una maldita explicación,
¿qué pasa?
No dije nada esa vez.
—Tenía un día —dijo Marco sombríamente—. Te habías ido y las
chicas no me decían una mierda, y ese maldito mago seguía llamando…
—¿Quieres decir Jonas? —pregunté preocupada.
—¿Quién más?
Estábamos hablando de Jonas Marsden, el jefe del Círculo de Plata,
la principal autoridad mágica del mundo y mi… bueno, colega,
técnicamente, aunque actuaba más como mi jefe. Y por supuesto, había
estado allí para ver todo esto. Mi suerte prácticamente lo exigía.
—¿Qué quería? —pregunté, bastante segura que ya lo sabía.
—Hablar contigo. Tuvo un ataque cuando desapareciste anoche y uno
peor cuando volviste. Quería llevarte a ti y a las chicas a algún sitio, pero
Rhea no se moverá hasta que hable contigo, y no tenía suficientes magos
con él para forzar el asunto. No con las brujas gritando sobre la “soberanía
Pitia”, sea cual sea el infierno que es eso, y yo amenazándolo con una docena
de maestros…
Me estremecí. Y de repente estaba profundamente agradecida de
haber estado inconsciente.
—… pero no fue bonito. Durante un tiempo, pensé que iba a tener que
pedir refuerzos. Pero finalmente accedió a irse si prometía que lo llamarías
tan pronto como te levantaras. Pero, por supuesto, esa mañana te habías
escapado, de nuevo, sin explicación, de nuevo. ¡Y tuve que decirle que habías
ido a un recado!
—Te lo debo —dije con fervor.
—Oh, no. No, ni siquiera llegamos allí todavía.
Tragué.
—Así que cada media hora: “¿No ha vuelto todavía, está de regreso?”
—Marco le dio a la voz de Jonas un gemido agudo que de ninguna manera
poseía—. Y después las chicas necesitaron comida y un lugar para
quedarse…
—Veré si puedo…
—Y la prensa se enteró de que tu corte había explotado y de alguna
manera consiguieron nuestro número…
—No otra vez. ¿Cómo siguen consiguiendo…?
—… y luego el jefe llamó.
Tragué. Y, una vez más, todo lo demás, de repente se sintió trivial.
Manejable. Fácil, en comparación.
—El… ¿jefe?
—Sí, ya sabes. —Marco sonrió maliciosamente—. ¿Tu marido?
Mircea Basarab era un montón de cosas. Guapo, increíblemente
hermoso realmente, si se puede utilizar esa palabra para un hombre, en esa
manera imponente que las estrellas de cine son y el resto de nosotros no.
Sólo que Mircea no necesitaba un gran vestuario y la iluminación adecuada.
Mircea podría hacer que las mujeres se derritieran desnudas y en la
oscuridad.
Especialmente desnudos y en la oscuridad, vino a mi mente.
No era sorprendente, ya que había tenido quinientos años para
perfeccionar su técnica de seducción, que ahora usaba como negociador
principal para el temido Senado Norteamericano de Vampiros. Controlaban
a los vampiros del país mucho más estrictamente que el Círculo hacía con
sus magos. Y hablando de magos, el senado estaba cansado de que
monopolizaran a las Pitias, cosa que habían hecho durante siglos como los
tradicionales guardaespaldas pitianos. Justo hasta que una Pitia acabó algo
así como, una especie-de-tipo-pero-no-exactamente-eso, casada con un
senador.
Como dije, mi vida amorosa es complicada.
O lo había sido hasta hace poco, cuando Mircea había desaparecido
de escena. No había oído hablar de él en más de una semana, no desde que
había ido a manejar una crisis en Nueva York. Eso había sido un poco
decepcionante, porque, bueno, estaba ocupado, pero ¿lo habría matado una
llamada telefónica? Pero también había sido un alivio, porque teníamos
cosas de que hablar, oh si las teníamos, y eran cosas que dejarían de
postergarse hasta que arreglara la crisis inmediata de una maldición
demoníaca y una corte sin hogar y un montón de acólitas homicidas.
—¿Qué dijo? —pregunté a Marco de manera casual.
Marco me arqueó una gruesa ceja.
—Creo que será mejor que tú le hables. Quiere que llames.
Extendió un teléfono negro brillante.
Me mordí el labio y vi un reflejo de aspecto infeliz hacer lo mismo. Sí,
Mircea y yo necesitábamos hablar. Sí, necesitábamos hacerlo pronto. Y no
sólo por cuestiones personales. También éramos aliados en una guerra, la
misma guerra a la que mis queridas acólitas habían decidido unirse al otro
lado, y tal vez él podría necesitar algo.
—¿Dijo que era urgente?
Marco me miró.
—¿Y bien?
—No dijo que no lo fuera.
Sentí que mis músculos de la espalda se relajaban ligeramente. Mircea
era un diplomático, pero si fuera vida o muerte lo habría dicho. Y Marco
estaría luciendo mucho más que exasperado ahora mismo.
Por supuesto, hacer caso omiso de esto sólo iba a cavar más profundo,
y tenía la sensación de que ya estaba por encima de mi cabeza como estaba.
Pero no podía lidiar con otro problema en este momento, sobre todo no un
problema alto, oscuro, con hermosos ojos malvados y una conocida sonrisa
de que me tocaría como a un violín, incluso cuando no estaba agotada. Y
hambrienta.
—Tengo hambre —le dije a Marco, lastimosamente.
Estrechó los ojos sospechosamente sobre mí, pero no discutió. Porque
una Pitia hambrienta era una Pitia vulnerable. La energía de la oficina
podría ser casi inagotable, pero eso no era cierto para las personas que
tenían que canalizarlo. Y sin combustible significaba para mí sin poder.
Apartó el teléfono.
—¿Qué deseas?
—Cualquier cosa. Y mucho —añadí mientras mi estómago despertaba
para informarme que la mitad de una cerveza no era una comida diaria
adecuada—. Y necesito ver a… eh, el tipo. Que traje conmigo.
—¿El demonio, quieres decir? —preguntó Marco con sequedad,
porque sí. También conocía las guardas.
Pero un momento después de que él salió a toda prisa, un demonio
desaliñado, golpeado, empapado y húmedo se tambaleó, escoltado entre dos
vampiros. Alguien le había golpeado el otro ojo para que coincidiera con el
primer glamour, que curiosamente le hacía lucir mejor. O al menos más
simétrico.
No parecía haber hecho nada por su genio.
—Está bien. Pueden dejarlo —dije a los guardias, más por su bien que
por el suyo. Rosier podría estar temporalmente sin poder, pero no se
quedaría así para siempre. Y me parecía un tipo vengativo.
Ellos intercambiaron miradas, pero tampoco discutieron. Porque
todos sabíamos que no importaba. Por eso me levanté de un salto y le di una
palmada en la boca indignada a Rosier tan pronto como se habían ido. La
capacidad auditiva de los vampiros aseguraba que podían escuchar
igualmente bien a escondidas desde la sala, o de una suite que al otro lado
del edificio.
No lo hacían exactamente a propósito. Era sólo que, con sentidos
sobrehumanos y viviendo en el cerebro unos y otros la mitad del tiempo, los
vampiros tenían la misma comprensión de la privacidad que la NSA. Y eso
era antes de recibir órdenes para mantenerme a salvo.
Así que puse un dedo en mis labios mientras Rosier me miraba un
poco más. Pero permaneció en silencio cuando lo solté para poder
inclinarme y encender la televisión. Lucha de sumo, por supuesto. Las Vegas
tan sólo tenían unos diez canales de eso. Pero lo cambié hasta que encontré
una telenovela ruidosa y le subí el máximo volumen, luego encendí la radio
reloj para una mejor añadidura.
—¿Qué estás…? —preguntó Rosier.
—¡Shhh! —Tomé su mano y lo llevé a las ventanas francesas al otro
lado de la habitación, que se abría a un balcón. Era un pequeño rastro de
un algo, poco más que un borde que se aferraba a un lado del edificio.
Porque había áticos y luego había penthouse, y el mío era de la variedad de
renta-baja.
Había tenido una mejor una vez, antes de que la jefa del senado
decidiera mudarse y echarme. Tenía un balcón grande, con un montón de
habitaciones y una piscina. Miré hacia arriba y fruncí el ceño; apuesto a que
ni siquiera nadaba.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Rosier mientras salía.
—Necesito hablar contigo.
—¿Y no podemos hablar adentro?
—No, a menos que quieras que te oigan.
—Me importa una mierda —dijo Rosier con aplomo—. ¿Y por qué vives
con una horda de monstruos sanguinarios con los que no puedes hablar
enfrente?
—Son de la familia —dije—. Ahora, ven aquí.
—Paso —me dijo, mirando cómo-veintidós-pisos sin placer.
—¡No me digas que tienes miedo de las alturas! —Había levantado un
poco mi voz, pero no importaba porque el viento aquí era otra cosa. Llegaba
zarandeando alrededor del lado del edificio como una banshee cada pocos
segundos, llevándose todo con él, incluyendo el sonido. Pero había una
barandilla, y era robusta.
No es que Rosier pareciera pensarlo así.
—Por supuesto que no —me dijo con altivez.
Y se quedó donde estaba.
—¡Oh, por lo más sagrado! —dije—. Tienes miedo del agua y tienes
miedo de las alturas. ¿Algo más?
—No estoy asustado.
—Entonces, ¿cuál es exactamente el problema?
—Prudencia. No podría sobrevivir a una caída de esa altura. Y aunque
podría crear otro cuerpo, eso tomaría tiempo.
—No vas a caer…
—Sé eso. Porque no voy a estar ahí afuera.
—No tenemos tiempo para esto —siseé.
Rosier quitó su mano de la mía y empezó a usarla para quitarse el
doble glamour. La nariz hinchada fue lo primero y luego el ojo morado falso.
Sin embargo, el verdadero tuvo que quedarse, lo que significó que su
apariencia no mejorara mucho.
O tal vez eso se debía a su expresión.
—Por el contrario, tenemos tiempo de sobra —dijo amargamente,
intentando quitarse la ceja izquierda, que de alguna manera se había
quedado pegada—. ¡Ahora que nos has traído inexplicablemente al presente!
—No hice tal cosa…
—Entonces, ¿estaba alucinando el bote que casi me ahogó?
—Lo estabas haciendo bastante bien por tu cuenta —dije, sin sentir
caridad hacia el tipo que había tenido un solo trabajo y logró arruinarlo.
Justo como ahora estaba transmitiendo nuestra conversación a cada
maldito guardia en el lugar.
Al menos, lo hizo hasta que lo desplacé afuera conmigo.
Eso provocó suficientes chillidos y aullidos para haber traído
corriendo a cada vampiro en el hotel. Excepto que lo había anticipado y cerré
la puerta firmemente detrás de él. Luego de ponerme en medio para que no
pudiera sumergirse de regreso, porque no iba a estar lanzando ese truco dos
veces.
Para como estaba, mis rodillas ya se sentían vacilantes.
—¿Por qué no lo hechizaste? —pregunté, para ocultar mi reacción.
—¿Por qué nos desplazaste de allí antes de que pudiera? —Se giró
salvajemente, quitándome de donde lo había desplazado, a medio cubrirse
en el pasamano del balcón.
—¡Por la última vez, no nos desplacé! Esa otra Pitia debió de haberlo
hecho. La vieja —aclaré—. Ella… abrió el portal de Gertie… lo usó para
enviarnos de vuelta a nuestro propio tiempo. O algo así. —No fue una gran
explicación, pero en realidad no estaba segura de lo que había sucedido.
Había estado tratando de desplazarnos hacia el brillante día de
primavera que nos seguía como un cachorro jadeante. No era una solución
a largo plazo, pero no habría sido necesario. Solo necesitaba comprar un
par de segundos para que Rosier pudiera hacer lo suyo antes de que la
abuela de Tweetie nos siguiera a través del portal.
Pero ella no me había dado oportunidad, nos golpeó con una ola de
tiempo, incluso cuando nos agachamos. Así que, en vez de viajar medio año,
o lo que fuera, habíamos viajado doscientos, de vuelta a nuestro propio
tiempo. Y, de alguna manera, también había logrado arrebatar a Pritkin en
el proceso.
Tampoco sabía cómo había hecho eso. O cómo ella había sabido que
él pertenecía en ese otro tiempo en vez de con nosotros. Pero fue afortunado
teniendo en cuenta la enorme cantidad de problemas que se habrían
causado si no lo hubiera hecho.
Me estremecí un poco. Quitar a Pritkin de la línea del tiempo también
me habría quitado la vida, ya que él había salvado la mía una docena de
veces en los últimos meses. ¡Era lo mismo que intentaba hacer por él, si mis
malditas compañeras dejaban de interferir! Especialmente con cosas de Pitia
a nivel postgrado que no sabía cómo manejar, porque estaban apenas
saliendo del jardín de niños.
Tal vez debería haberme sentido afortunada de haber sobrevivido.
Pero estaba más enojada. ¡Como si no fuera lo suficiente difícil!
Y ahora Rosier me miraba de nuevo con el ceño fruncido.
—Ella es del pasado —señaló—. Pero, ¿nos envió de vuelta aquí? ¿Me
estás diciendo que ahora tu clase puede manipular el futuro?
—No. —Al menos, yo no podía. No estaba tan segura del resto.
—Entonces, ¿cómo lo hizo?
—No lo sé. Pero eso no importa ahora, ¿verdad? Todo lo que importa
es que tenemos que llegar a Pritkin. Y por eso tengo que comer…
—Come todo lo que quieras. Duerme. ¡Tómate unas vacaciones! —
Levantó una mano. Y luego rápidamente la regresó a la barandilla cuando
otra ráfaga llegó rugiendo—. ¿Qué diferencia hace? —gritó—. Ahora su alma
está de vuelta en el reino de los demonios…
—¿Y qué?
—¡Y no podemos llegar allí, niña!
¡Maldición! ¡Fulminé con la mirada a Rosier porque sabía que esto iba
a suceder! Era por eso que había estado tan desesperada por atrapar a
Pritkin en Ámsterdam. Puesto que, poco antes de eso, había pasado lo que
parecían como cincuenta años más o menos en los reinos demoníacos, sólo
para volver a la tierra para encontrar que habían pasado más de mil años.
Primero Rosier había secuestrado a su hijo en algún momento del
siglo VI, cuando tenía casi mi edad, y la próxima vez que Pritkin vio la tierra,
fue a finales de 1780. Gracias a una vida mucho más larga por su sangre
de demonio y la diversa corriente del tiempo que funcionaba en el Infierno,
él no había cambiado tanto. Pero la tierra…
Debe haber sido una maldita experiencia desgarradora, al regresar a
lo Rip van Winkle, para descubrir que todo lo que conocía se había ido y
todo el que le importaba estaba muerto. Sólo uno de los golpes a su psique
por tener la maldición de tener a Rosier como padre. Pero no era mucho
mejor para nosotros, ya que nuestro fracaso en los canales helados
significaba que nuestra próxima parada era probablemente mucho más
caliente.
Pero imposible, no lo era.
—Puede que mi poder no funcione bien en el infierno, pero no es
necesario —le recordé a Rosier—. Puedo llevarnos atrás en el tiempo en la
tierra, y entonces puedes llevarnos al reino demoníaco. Es lo mismo…
—¡No es lo mismo! ¡No es remotamente lo mismo! —La falsa ceja se
soltó y empezó a abofetearle la cara mientras hablaba, como una polilla
atrapada. Alargó la mano y la arrancó, llevándose la mitad de la suya con
ella. El fino señor demonio estaba poniéndose difícil de reconocer ahora
mismo.
Pero no me reí.
Parecía seriamente demente.
—Había planeado atrapar a Emrys en la Tierra —me informó, usando
el odiado nombre de demonio de Pritkin—. ¡No en el Infierno!
—Pero los Infiernos son tu tierra natal…
—¡Sí! ¡Sí, exactamente!
—¿Y eso es un problema… por qué? —pregunté con cuidado.
—¿Tienes idea de cuántos enemigos tengo? —preguntó—. ¿Cómo se
supone que debo ir sin magia a una zona en la que camino con cautela
incluso ahora? ¿Por qué crees que el concilio tiene guardias para
protegernos? ¿Por su apariencia?
Estaba siendo gracioso, asumí, ya que los guardias del concilio
demoníaco no tenían rostros. O mucho de cualquier otra cosa. Sin embargo,
no impedía que fueran mortales.
—Muy bien… atrápalo cuando vaya a tu corte —dije, pensando rápido.
Pritkin había pasado gran parte de su tiempo en la Tierra de las
Sombras, un reino de demonios menor que servía de puerta de entrada a la
vasta gama de mundos que componían los Infiernos. No tenía buenos
recuerdos, pero Pritkin aparentemente lo había preferido al dominio de
Rosier, donde un gran número de íncubos celosos no se habían preocupado
por mejorar su rango al derribar al heredero real. Pero al menos había estado
en la corte por un tiempo, si pudiéramos atraparlo allí…
—Oh, sí. Eso sería mejor. —El sarcasmo estalló.
—¡Es tu corte!
—Es por eso que lo sé tan bien —replicó Rosier—. Y entrar en él como
un demonio, gordo con poder y sin protección, no sería temerario, sería
suicidio.
—¡Es tu hijo! Y eres un miembro del concilio. ¡Consigue que los
guardias te protejan si estás tan preocupado por tu precioso cuello!
—Soy un miembro del consejo ahora —dijo, tocando la delicada piel
sobre el ojo—. En ese entonces Él es un miembro del concilio.
—¿Él quién?
—Quién yo.
—¿Qué?
—Yo… el otro yo —dijo con impaciencia—. El Rosier de esa época. El
que se supone que estaría suplantando. Una ofensa, podría agregar, que es
castigable con la muerte.
—¡Maldición! Tiene que haber una manera.
—La hay. —Lo miré—. Esperamos.
—¿Para qué?
—Para que el alma de Emrys vuelva a entrar en la Tierra, natur…
Se interrumpió, posiblemente porque acababa de ser agarrado.
Parecía que no estaba tan cansada como había creído. Porque al segundo
siguiente estaba golpeando a la detestable rata contra las ventanas, lo
suficientemente duro para provocar una avalancha de polvo de las grietas
por encima de nuestra cabeza. Cayó una ola marrón rojizo, cubriéndonos y
oscureciendo, en parte, la indignación de Rosier.
Pero nada de la mía.
—¿Qué diablos está mal contigo? —se ahogó, literalmente, puesto que
su boca se había abierto cuando el diluvio de polvo cayó—. Estás
completamente loca…
—Pritkin tendrá veinticuatro años cuando vuelva a este mundo —
dije—. ¿Se supone que vamos a dejar pasar cientos de años y tratar de
atraparlo en unas pocas décadas? Sabiendo que, si lo perdemos, ¿será todo?
Y lo sería. El condenado concilio demoníaco sabía de mis habilidades
cuando lo maldijeron, y había usado el hechizo que sería el más difícil de
contrarrestar por mí. Su alma sólo pasaría por cada período de su vida una
vez, y luego nunca más. No podía volver a Ámsterdam e intentarlo de nuevo,
porque el cuerpo de Pritkin podía estar allí, pero su alma, la versión
moderna, preciosa y maldecida que tenía que salvar…
No lo haría.
Se había ido para siempre, yendo hacia atrás a través de su vida, al
período que había pasado en los Infiernos. Y si no podíamos atraparlo allí,
con un milenio de tiempo para trabajar, ¿cómo se supone que lo haríamos
en unos pocos años en la tierra? ¿Cómo se supone que lo haríamos antes
de que Pritkin, literalmente, desapareciera de la existencia? ¿Y cómo se
suponía que nos llevaría hasta allí para probarlo?
—Lo estaremos esperando cuando salga —dijo el maldito demonio,
porque todavía no lo entendía—. Lo atraparemos en el momento en que…
—No, no lo haremos.
—¿Y por qué es eso?
—¡Porque no puedo regresar tan lejos!
De repente encontré nuestras posiciones invertidas, retrocedí a la
puerta de cristal, con fuerza suficiente para dejar moretones en mis
magulladuras. Y, está bien, pensé, mirando a una cara verdaderamente
diabólica, ahora Rosier se veía más como era.
—¿Qué diablos significa eso? —siseó.
—¡Lo que dije! —refuté, demasiado enfadada para sentirme
intimidada—. Lo más lejano que he estado ha sido cuatrocientos años… ¡y
sin pasajero! De lo que estás hablando me mataría. Y tampoco funcionaría
—añadí, porque Rosier no parecía demasiado molesto con esa idea.
—Entonces, ¿por qué los rumores dicen que tu clase puede viajar a
voluntad, incluso de regreso al mundo antiguo?
—¡No lo sé! Como si supiera algo sobre este maldito trabajo. ¡Pero te
estoy diciendo que no puedo hacerlo!
—Te estoy diciendo que tienes que hacerlo.
—¡No tengo que hacerlo! Lo encontraremos en los Infiernos…
—No vamos a los Infiernos —dijo y luego alzó la voz para hablar sobre
mí cuando traté de interrumpir—. Aunque perdiera la cabeza y decidiera
arriesgarme, no funcionaría, niña. Para cuando pudieras recuperarte lo
suficiente para llegar allí, él ya se habría ido.
—¡No seas ridículo! ¡Él estuvo allí durante siglos! Tenemos un montón
de…
—Siglos de tu tiempo. El tiempo de la Tierra. Pero no está en la tierra,
¿verdad?
Me quedé mirando a Rosier.
—¿Qué?
—Los Infiernos están en una línea de tiempo diferente; sabes eso. —
Sonaba molesto—. Y el hechizo no está en la línea del tiempo, está en él. Le
sigue. Y donde estuvo, quizá pasaron cincuenta años.
Me detengo en seco. Y más porque lo sabía. Lo había sabido, pero no
había querido pensar en ello, no había querido reconocer ni siquiera a mí
misma lo cerca que estábamos del final.
Pero de repente, mis manos temblaban.
Quería discutir con Rosier, quería gritarle, decirle que no, no, no, que
él no tenía razón, no podía estarlo. Pritkin era de la Tierra. Estaba en el
tiempo de la Tierra…
Pero no cuando estaba lejos de ella.
Lo que significaba que nuestra ventana de oportunidad había sido
acortada por algo así como mil años.
Traté de procesar eso, pero no tenía la fuerza. Esa última bomba me
había dejado sintiéndome débil y vacilante, con un cerebro que tenía
dificultades para mantenerse al día. Todo venía demasiado espeso y
demasiado rápido, en todo lo que podía pensar era lo mismo, una y otra vez.
—Entonces hemos fracasado —susurré, mareada. Perdida. Y muy,
muy fría.
—¿Cómo diablos hemos fallado? —Levanté la vista para encontrar a
Rosier que me miraba de nuevo—. Voy a ver a Adra —dijo, secándose. Y
hablando del representante del concilio demoníaco.
—¿Por qué?
—¡Porque él lanzó el maldito hechizo! Es el único que puede rastrearlo.
Debería poder decirnos cuándo volverá a entrar en la Tierra el alma de
Emrys.
—¿Qué diferencia hace? —pregunté temblorosa—. No puedo
desplazarnos de nuevo, probablemente no por horas… y aunque pudiera,
Pritkin nació en el siglo VI…
—Sé cuándo nació.
Sacudí la cabeza violentamente, porque él no lo sabía. No lo entendía.
—Estás hablando de mil quinientos años. Incluso si tuviéramos más
tiempo, no puedo…
—Puedes y lo harás —dijo Rosier, con la voz como un látigo. Por un
momento, sonó exactamente como su hijo, cuando me daba una orden en
medio de una lucha. Fue suficiente para que levantara la cabeza, lo
suficiente para traerme de vuelta del borde. Parpadeé lágrimas estúpidas.
—¿Cómo?
—Eso es lo que descubrirás. El hechizo se debilita a medida que se
mueve hacia atrás, perdiendo poder como la magia detrás de él cuando se
acaba. Empezó rápido, pero cuanto más cerca del final, se ralentiza
considerablemente. Tenemos tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Eso es lo que intento averiguar. —La voz era dura. Como la mano
que de repente me agarró el brazo, posiblemente porque había comenzado a
balancearse un poco.
Miré hacia arriba y me encontré con los verdes, verdes ojos de Rosier.
Eran tan parecidos a los de Pritkin que, por un momento, casi creí ver una
chispa de compasión en ellos. Y entonces el agarre se volvió doloroso.
—Come. Duerme. Haz lo que tengas que hacer. ¡Y luego encuéntranos
un camino de regreso!
Me desperté en una cama blanda, sábanas frescas, y la sensación de
piel caliente deslizándose contra la mía. Se sentía bien; se sentía mejor que
bien. Como el inconfundible grosor que se presionaba contra mí.
Sonreí y me estiré, empujando hacia atrás a un fuerte abrazo.
Disfrutando de la sensación de músculos duros y el temblor de la anticipación
que se estremeció de mí al cuerpo detrás de mí. O tal vez fue al revés; tal vez
era él quien temblaba. No podía decirlo, no me importaba.
Un brazo rodeó mi estómago, jalándome abruptamente hacia atrás. Y
la presión contra mí de repente creció. Una mano áspera empezó a vagar,
explorando la punta de un hueso de la cadera, la curva de una costilla, la
inmersión del ombligo. Y luego alisando mi estómago, empujando mi camisa,
arriba y por encima de la hinchazón de un seno.
Un sonido escapó de mis labios ante la combinación de aire frío y carne
caliente. Esto último comenzó a explorar mi suavidad, pero lentamente,
jugando. Ignorando deliberadamente la punta firmemente enrollada.
Gemí de nuevo, más fuerte, y presioné en su agarre. Pero la suave
tortura continuó sin cesar, hasta que estuve jadeando, sudando, tiritando y
desesperada. Una cosa tan pequeña, dejándome completamente deshecha.
Una cosa tan tonta… pero lo había hecho, y lo hacía, y yo quería…
Y finalmente, finalmente, los expertos dedos encontraron el sensible
nudo, girándolo expertamente, haciendo que mi aliento se cerrara en mi
garganta. Empujé hacia la mano, temblorosa y dolorida. Y apretó por un
momento posesivamente, antes de deslizarse de regreso a mi estómago. Todo
el camino hacia abajo, más allá del residuo sedoso de mi tanga.
Hasta que agarró otras cosas.
Mi aliento aceleró y mis piernas se separaron automáticamente. El
agarre apretado, callos ásperos contra piel delicada, y me retorcí, casi de
dolor ahora. También su aliento aceleró, calentando el cabello en la parte
posterior de mi cuello cuando sus dedos encontraron un nuevo nudo para
torturar. Y el deseo que había estado construyendo y construyendo de repente
se incendió, llamas fuera de control.
Pero estaba atrapada, atrapada entre movimientos sinuosos por
detrás, donde su cuerpo todavía me ahuecaba, y los seguros, dulces toques
por delante, esos talentosos dedos enjaulado y trayéndome al borde por
momentos. Hasta que el profundo latido del deseo borró todo lo demás. Una
mano agarró mi muslo, tirándolo más hacia arriba. Dejándome abierta y
dolorida mientras se deslizaba lentamente contra mí por detrás, enorme y
duro y…
—¡Tómeme ya! —jadeé, y lo oí reírse entre dientes.
—¿Estás pidiendo o exigiendo?
—Cualquiera. Ambos. —Apenas sabía lo que estaba diciendo con el
maravilloso calor guardado. Perdiendo. El objetivo—. ¿No puedes encontrarlo?
—pregunté desesperadamente, después de otros segundos, porque estaba
perdiendo la cabeza.
—Creo que puedo hacerlo. —La voz se divirtió, pero las palabras fueron
puntualizadas por un deslizamiento de cuerpo entero contra mí—. Pero no
acepto órdenes muy bien.
—¡Tampoco yo! —le dije, empujando hacia atrás.
—Lo he notado —fue siseado en mi oído con una presión maravillosa y
odiosa deslizándose contra mí de nuevo. Y otra vez. Y…
—¡Maldita sea, Pritkin! ¡No te burles!
De repente, los movimientos se detuvieron. Y las manos en mi cuerpo
se tensaron. Y una voz familiar gruñó en mi oído.
—¿Pritkin?
Y luego alguien llamó a la puerta.
Me desperté bruscamente con un pequeño grito, mirando fijamente
alrededor en la confusión e instintivamente agarrando la sábana. Fue una
suerte, porque la puerta se abrió un segundo más tarde, volcando dos
guardias de seguridad bien armados en la habitación. Junto con un
pequeño vampiro que agarraba grandes bolsas de papel blanco.
El nombre del vampiro era Fred. Estaba un poco desconcertado.
Posiblemente por el grito, o porque lo estaba mirando como si tuviera dos
cabezas.
Levanté la sábana un poco más arriba y lo miré de todos modos. Mi
corazón estaba en mi garganta, mi cabello estaba por todas partes, y mis
pezones estaban duros como rocas. Era un poco difícil pensar claramente
en este momento.
—¿Sushi? —exclamó.
—¿Qué… qué? —Lo miré un poco más.
—¿O hindú?
Sacó las bolsas, así que las miré. Parecían del tipo que se obtienen en
lugares para llevar, y una de ellas tenía un fondo grasoso que estaba a punto
de fugarse a través del papel encerado. Olía maravilloso.
Mi cerebro finalmente se despertó lo suficiente como para informarme
que debía haberme quedado dormida mientras esperaba la cena, y que
ahora estaba asustando a Fred. Y a los otros guardias, uno de los cuales
tenía una mano en su arma. Me lamí los labios y me retiré del territorio de
ataque al corazón, aunque no bajé la sábana. No podía porque mi camisa se
había subido. La había subido, pensé sospechosamente, echando un vistazo
alrededor.
Pero no había fantasmas amantes a la vista, y sabía de fantasmas.
Sólo suave oscuridad, una tenue neblina del paisaje nocturno fuera de las
ventanas, y el acondicionador moviendo las sábanas de alrededor. Empujé
el cabello sudoroso de mi cara y me dije que me calmara.
Había sido un sueño, eso era todo, sólo un sueño vívido.
Realmente, muy vívido.
Tragué, y volví mi atención hacia el pequeño vampiro.
Estaba enmarcado por la parte más brillante de la luz del vestíbulo,
una figura corta y algo desaliñada con un traje mal ajustado. Mostraba sus
adorables orejas que hacían juego con sus grandes ojos grises y miopes.
Tenía el cabello castaño y liso, que había dejado crecer un poco para tratar
de cubrir una calva, una corbata que siempre terminaba en todas partes,
excepto donde se suponía que debía estar, y una nariz que parecía que había
perdido unos lentes que él eligió no usar porque creía que le hacían parecer
débil.
Odiaba decírselo, pero realmente no importaba. Fred no era
terrorífico. Sin embargo, todos tenemos nuestros dones. Y justo en ese
momento, estaba sosteniendo unas bolsas de dos de los restaurantes locales
que habían recibido el sello de aprobación de Fred. Lo que significaba que
se especializaban en alimentos grasosos, dulces, picantes o fritos, o
preferiblemente todo lo anterior.
Mi boca comenzó a salivar.
—¿Suuuushi o hindúúúúú? —preguntó de nuevo, recuperándose
ligeramente. Y levantando las bolsas alrededor.
—¿Qué… qué clase de hindú? —logré decir, sin babearme a mí misma.
—Tikka Masala. Y pollo tandoori, justo recién salido del horno. Tenían
algo de sobra en las cacerolas calentándose, pero les hice darme lo fresco.
—¿Poppadums?
Fred se incorporó.
—¿Qué soy, un animal? Y naan de ajo.
Asentí.
—Está bien.
—¿Quieres probar el sushi?
—No. —Después de una persecución a través de una tormenta de
hielo y sumergirme en agua fría, el pescado frío no apetecía.
Fred se encogió de hombros filosóficamente.
—Más para mí.
Se acercó y encendió la lámpara junto a la cama, mientras los otros
dos vampiros miraban a su alrededor. Probablemente se preguntaban qué
había hecho con Rosier. Al parecer, decidieron que lo había desplazado de
lugar o lo había arrojado del edificio, tampoco parecía preocuparles
demasiado.
Se fueron.
Fred comenzó a repartir comida.
Fui a buscar un par de toallas, por higiene, la colcha ya estaba hecha
un desastre, y para revisar el baño. Pero todo lo que encontré fue una
montaña de sábanas extras y una bolsa de plástico con los minúsculos
artículos que el hotel daba, para las chicas, me imaginé. Pero sin amantes
fantasmas.
A veces un sueño es sólo un sueño, me dije, sintiéndome un poco
avergonzada. Y mucha hambre. Tomé algunas toallas de la pila y fui a
reclamar mi parte de la recompensa.
Y descubrí que Fred —el bueno y viejo Fred— se había superado. Le
ayudé a preparar el picnic, luego me subí al pequeño espacio que quedaba
en la cabecera, mi estómago insistía en que me moría de hambre todo el
tiempo. También debo haberlo parecido, porque Fred donó generosamente
un rollo de camarón tempura a mi plato, aunque fue tacaño con el wasabi.
Él vio mi cara y puso sus ojos en blanco.
—No hagas pucheros. De todos modos, este lugar hace el suyo propio.
Nada de esa mierda falsa.
—¿Falsa?
—¿No lo sabías? —Dejó una porción mucho más grande en su propio
plato, que absolutamente no necesitaba porque los sentidos de los vampiros
son más fuertes que los humanos.
—¿Saber qué? —pregunté, con la boca llena.
—Que el wasabi en la mayoría de los lugares de sushi no es real. Es
rábano picante que han refinado con colorante verde y algo de mostaza.
—Bastardos.
—Dímelo a mí. Pero este lugar tiene artículos genuinos, y es picante.
Así que ten cuidado.
Tuve cuidado. Estaba delicioso. Felizmente me comí todo a través del
tempura con una lengua ardiendo y los ojos llorosos, antes de comenzar con
el tandoori rojo brillante. También estaba bueno, tierno hasta-el-hueso,
encebollado y picante… yum.
Salí de una niebla inducida por los alimentos unos momentos después
para encontrar que algo más había aparecido en mi plato. No era pollo tikka.
—¿Qué? —pregunté, alrededor de un bocado de asombro.
—Samosa.
Tomé la bola frita con un tenedor. Algunas cosas verdes desagradables
rezumaron a través del rebosado. Y, bueno, ewww.
—Son chícharos —me dijo Fred con impaciencia.
—¿Chícharos?
—Ya sabes, ¿pequeños y verdes? Son estas cosas llamadas verduras.
—Muy gracioso. —Empujé los chícharos al lado de mi plato.
Fred lo empujó hacia atrás.
—Comételos.
—No quiero comerlos.
—Son buenos para ti.
—Entonces cómelos tú.
—No necesito vegetales.
—Tampoco necesitas tikka masala —le señalé, aunque un montón de
eso había terminado en su plato. Junto con la mayoría de los naan. Me robé
un pedazo de nuevo.
—Aún queda mucho —dijo indignado—. Y tienes que comerlos.
—¿Por qué? —Miré los guisantes sospechosamente. No me extrañaría
que Marco me drogara. No se suponía que lo hiciera, ya que interfería con
mi habilidad para acceder a mi poder. Pero después de los últimos días,
podía imaginarlo decidiendo que era el menor de dos males.
Pero aparentemente estaba siendo paranoica, porque Fred miraba
hacia el cielo.
—¡Porque voy a conseguir La Mirada si no lo haces!
—¿Qué mirada? —pregunté, paleando el resto del arroz basmati
infundido-con-comino en mi plato y vertiendo los restos del tikka. Este lugar
que Fred había encontrado lo hacía bien, con mucha crema en la salsa de
tomate, trozos grandes y tiernos de pollo, y grandes y esponjosas rondas de
naan…
Y casi me olvidaba de lo que habíamos estado hablando.
Hasta que miré hacia arriba. Y encontré una imitación creíble de la
patentada Mirada de Desaprobación de mi antigua institutriz. Fue tan
buena, que sentí una vieja oleada familiar, a pesar de que no había hecho
nada.
Excepto el picnic en la cama, lo que hubiera sido suficiente para una
Plática Severa, por lo menos.
—¿Quién te está dando La Mirada? —pregunté, confundida.
—¿Quién crees?
—No tengo ni idea. —Y no la tenía. Porque vivir en un ático lleno de
chicos, incluso vampiros, era algo así como pasar el rato en una casa de
fraternidad.
La cocina nunca tenía comida, pero siempre tenía cerveza. La sala
estaba llena de ceniceros desbordándose, abrigos de trajes que nadie se
había molestado en colgar y el último evento deportivo en la televisión. Pero
principalmente el salón era donde la gente residía porque tenía una mesa
de billar, la recién instalada mesa de póquer y el cuadro de lanza-dardos
que alguien había hecho con una foto de la cara de Casanova.
Él era el gerente del casino, y sí, por lo general parecía bastante
trastornado, al menos cuando estaba a mi alrededor. Pero no tenía La
Mirada. Por lo que sé, nadie la tenía.
—Rhea —dijo Fred, echando un vistazo por encima del hombro, como
si temiera encontrarla allí.
—¿Rhea?
—Sí, Rhea. Tu acólita. O lo que sea. —Fred parecía que podría tener
algunas sugerencias para otros títulos.
Fruncí el ceño.
—¿Qué está mal con ella?
—Eso es lo que me gustaría saber—dijo Fred, y comenzó con una
especialidad local, el rollo Rock and Roll. Tenía anguila a la parrilla picante,
crema de aguacate, pepino crujiente, y semillas de sésamo tostadas
esparcidas por encima de…
—Detente —me dijo.
—¿Detener Qué?
—Deja de salivar por mi rollo. Y comienza a averiguar qué hacer con
tu corte.
—¿No comieron? —le pregunté, sintiéndome culpable de nuevo. No lo
había pensado… pero no estaba acostumbrada a tener que alimentar a
nadie más que a mí. Lo cual era bastante difícil por aquí.
—Oh, comieron —dijo pesadamente—. Les dije que podían llamar por
pizza o lo que fuera del servicio a la habitación, pero no. Rhea no quiso.
—Entonces, ¿qué comieron? —pregunté. Porque estaba bastante
segura que la única comida en el refrigerador era unas pocas cervezas
rancias y algo de kétchup.
Y no estaba segura sobre el kétchup.
—Pollo relleno. Papas rostizadas. Brócoli. —Fred hizo una mueca.
—¿De dónde sacaron eso? —Las Vegas no era conocida por comida
casera. Podrías obtener todo, desde costillas de veinticuatro onzas con queso
de cabra y langosta, hasta un cóctel de camarón de noventa y nueve
centavos que podría o no darte la Venganza de Moctezuma. Pero ¿pollo
relleno?
Fred murmuró algo alrededor de un bocado de anguila.
—¿Qué?
Tragó saliva.
—Dije que lo saco del supermercado.
—¿Qué supermercado?
—Al que ella me hizo salir. A mitad del día. —Se estremeció—. Ella
decidió que, ya que tenemos un horno doble, ella cocinaría.
—¿Tenemos un horno doble?
—Lo sé, ¿verdad? —Se comió el pepino—. ¿Quién sabía?
—Así que te envió al supermercado —dije lentamente, porque estaba
tratando de imaginar a una chica que había escapado por poco de la muerte,
decidiendo que lo que realmente necesitaba en ese momento era un pollo
relleno.
Y por algo más.
Rhea no era sólo una adolescente. Ella era miembro de la corte de la
Pitia, alguien que había estado manejando las rarezas mucho más tiempo
que yo. Si hubiera un modo de viajar quince siglos en el tiempo sin ponerme
al revés, ella debería saberlo.
Bueno, quizás. Me había dado la impresión de que había trabajado
principalmente en la guardería, cuidando a las niñas, que por alguna razón
parecía que teníamos un montón, en lugar de hacer saltos locos en el
tiempo. De hecho, me pareció recordar que ella decía que no era realmente
una acólita en absoluto, sólo una iniciada, aunque no tenía totalmente clara
la diferencia.
Pero, aun así, ella podría saber algo.
—Lechuga. Espinaca. Germinado —estaba diciendo Fred, con aires de
alguien pronunciando maldiciones desconocidas.
—¿Está despierta?
Levantó la vista de una acalorada mezcla de masala y wasabi con
algún naan, y parpadeó.
—¿Quien? ¿Rhea?
Asentí.
—No, está dormida. Todas lo están. Estuviste fuera casi dos horas.
¿Por qué?
Pensé en despertarla, pero entonces tendría que explicar por qué. Y
no podía explicar por qué. No podía arriesgarme a que nadie más
descubriera que estaba planeando un salto como ese. Jonas tendría un
ataque, y Marco… bueno, entonces realmente estaría drogándome.
Me encogí de hombros.
—Me dijo algo sobre querer hablar conmigo.
—Probablemente sobre Jonas. —Ésa era la voz de Marco, desde la
puerta. Miré hacia arriba para encontrarlo descansando contra el poste,
mirando la extensión en la cama.
—¿Qué hay de Jonas? —pregunté, mientras él caminaba y atrapaba
un trozo del rollo que Fred había alineado para un cazador.
Y rápidamente se puso blanco.
—¿Qué demonios? —jadeó, con los ojos llorosos.
Fred sonrió.
—Te enseñara a no robar la comida de un hombre.
—¡No necesitas comida! ¿Y qué mierda fue eso?
—Pimienta fantasma —dijo Fred, satisfecho—. Se llama rollo de
ruleta. Todas las piezas son bastante normales, excepto por el que tiene…
¡oye! —Lo último fue en respuesta a Marco robando su cerveza—. ¡Estoy
bebiendo eso!
—Ya no —le dijo Marco, y la bebió en un par de tragos.
Cogí mi botella de manera protectora.
—¿Qué hay de Jonas? —repetí.
—Sólo que ellos realmente discutieron cuando él llamó temprano —
dijo Marco, y fue al baño a tomar un poco de agua.
—Discutieron… ¿sobre qué? —le llamé.
Volvió trayendo dos vasos de cortesía llenos hasta el borde, y los
engulló antes de responder. Y luego regreso por una recarga.
—No lo sé.
—Cobarde —murmuró Fred.
—Escuché eso.
—¿No sabes? —pregunté escépticamente, por supuesto que sí.
Pero Marco sacudió la cabeza.
—Hechizo de silencio. Supongo que no quería que conociéramos los
asuntos de la corte.
—¿Rhea puede hacer un hechizo de silencio? —pregunté con envidia.
—Supongo que sí. Por cierto, Jonas sabe que has vuelto.
—¿Cómo?
Marco volvió a quedar con el ceño fruncido, aunque no sabía, si era
por mí o por los efectos persistentes de la pimienta.
—No me mires así. Eras tú quien colgaba del lado del maldito edificio
porque Dios no quiera que alguien sepa lo que estás tramando. Y sabes que
tiene espías por todas partes.
—Algunas personas necesitan aprender a ocuparse de sus propios
asuntos —dije, frunciendo el ceño.
—No podría estar más de acuerdo —estuvo de acuerdo, sin una pizca
de ironía.
Porque, por supuesto, yo era su asunto, desde el punto de vista de un
vampiro. Mantener la seguridad de la familia era una cosa muy grande en
el mundo vampiro. Cualquier maestro que no pudiera hacerlo perdería la
cara —posiblemente literalmente— muy rápido, porque sería visto como
débil. Como cualquier sirviente que dejara ver así a su amo, lo que Marco
claramente no tenía intención de hacer.
Bueno, pensé maliciosamente.
—Dile a Jonas que he muerto —le dije.
—Quiere ver el cadáver.
—¡Entonces dile que me fui!
Jonas estaba en mi libro negro de todos modos. Sólo que, a diferencia
de Mircea, no tenía miedo de hablar con él. Estaba demasiado enojada. Me
había prohibido regresar en el tiempo para rescatar a mi corte, y a pesar de
que probablemente él no lo recordara por todo el cambio en el tiempo, lo
había hecho. Por no mencionar que me ocultó el hecho de que había un
montón de acólitas locas y posiblemente homicidas. ¿Y cuál fue su razón?
Que ya tenía suficiente en mi plato para preocuparme.
¡Sí, como ser asesinada por enemigos que no sabía que tenía, Jonas!
Por supuesto, pensó que el Círculo podría protegerme. Siempre piensa
eso. Sólo que el tipo de cosas que venían por mí no siempre eran cosas que
el Círculo hubiera visto antes.
Jonas era inteligente, pero no creía que yo lo fuera, y me estaba
cansando de ser tratada como una maravillosa tonta. No, no había sido Pitia
por mucho tiempo; sí, ignoraba algunas partes de mi trabajo. ¡Pero estaba
haciendo mi mejor esfuerzo para remediar eso entre planear viajes de
rescate al Infierno y tratar de mantenerme viva! Y hasta ahora, había
probado aprender bastante rápido. Si alguien hubiera estado cerca para
entrenarme, podría haber estado haciéndolo aún mejor.
Alguien como mí condenada corte, por ejemplo.
Pero, entonces no necesitaría tanto al Círculo en ese caso, ¿no?
Los labios de Marco se crisparon ante las emociones que me habían
pasado por la cara.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunté.
—Nada.
—No mientas. Apestas mintiendo casi tanto como yo.
—Por eso soy el músculo —me dijo.
—A veces me gustaría ser el músculo — le dije con melancolía, sólo
para que él alargara la mano y pellizcara mi triste excusa de bíceps.
—Estoy creyendo que no—dijo, ahora sonriendo—. Pero no te
preocupes; me ocuparé de Jonas.
Parecía estar ansioso por hacerlo.
—¿Hay algo más? —pregunté cuando él se quedó allí.
—¿Las chicas?
—Mierda. —No sabía qué hacer con las chicas.
Marco asintió.
—Duermen en la sala, en el salón, en tu cama y en la habitación de
repuesto, y todavía no tenemos suficiente espacio. Estamos tropezando con
las cunas…
—Y necesitan baños —dijo Fred oscuramente—. Tampoco tenemos
suficientes. Cuando finalmente terminaron, todo el apartamento estaba
húmedo. Y dejaron sus cosas en todas partes…
—No tienen cosas —le señalé.
—… pasadores y bálsamo labial y esas pequeñas cosas con las que se
hacen las colas de caballo… ¿cómo se llaman?
—¿Sostén de cola de caballo? —pregunté.
Él frunció el ceño.
Marco no lo hizo, pero se apoyó en el poste de la cama y cruzó sus
enormes brazos. Lo cual era el código para no-voy-a-dejarte-hasta-que-
dejemos-esto-en-orden, aunque estaba condenada si sabía qué hacer al
respecto.
Excepto lo obvio, por supuesto.
—Este es un hotel, ¿no? —pregunté irritada—. Dile a Casanova que
encuentre habitaciones para ellas.
—Lo intenté, pero nadie lo ha visto en todo el día. Y, de todos modos,
ya sabes lo que va a decir.
Sí, lo sabía.
Si no hubiera sabido que Casanova era un vampiro, habría
sospechado de Ferengi. Le encantaba el dinero como a nadie que hubiera
visto, lo que significaba que me odiaba porque no obtenía nada. Pero asumí
que con la corte Pitia estaría mejor. Era una institución de tres mil años de
antigüedad a la que la gente regularmente pagaba por una visión del futuro,
o al menos, eso había sido una vez. No sabía lo que hacían con el dinero,
pero tenía que tener algo, ¿verdad? Y, de cualquier manera, íbamos a tener
que resolver esto, porque esto no era factible a largo plazo.
—Hablaré con él —le prometí.
—Eso deberá ser divertido —dijo Marco. Pero supongo que fue lo
suficientemente bueno, porque se fue.
Fred no lo hizo.
Me empujó otra vez los chícharos.
—Comételos. Así puedo decirle a Rhea que comiste verduras.
—Vegetales fritos.
—El mejor tipo.
Me rendí y los comí. Estaban bien. Del tipo blando.
—¿Y bien? —preguntó Fred con curiosidad.
—Prefiero mis verduras en forma de ensalada, preferiblemente
cubiertas con aderezo Ranch —le dije—. O César.
—César está bien —aceptó, juntando los restos de nuestra fiesta en la
húmeda colcha y tirándolos en una bolsa—. Por cierto, ¿cuándo regresará
ese tipo de Pritkin?
—¿Por qué?
—Porque tener a otro mago alrededor podría ayudar con las chicas. A
ellas, mmhh, no parecen gustarles mucho los vampiros.
—Pronto —dije. Porque era pronto o nunca.
—Es bueno saberlo. —Fred levantó la bolsa como un Kris Kringle con
cara grasosa. Luego se acercó e impulsivamente paso mi cabello por detrás
de mi oreja—. Duerme un poco, Cassie.
Dormí un poco. Por supuesto. Era lo que necesitaba, pero las
molestias, los dolores en mi cuerpo y la quemadura de lengua por el
abrasador wasabi decían que el sueño no estaba en mi futuro inmediato.
Así que me arrastré para tomar un baño en su lugar.
Y querido Dios, era peor de lo que pensaba.
Mi ropa estaba rígida con salmuera, mi piel estaba cubierta de sal y
polvo, saqué un pez muerto de mi sujetador. Me asustó y arrojé la cosa a la
basura, donde se quedó, mirándome con su ojo de pescado. Cerré mis ojos,
teniendo uno de esos momentos. Ya sabes cuales… en los que de repente
eres confrontada a algo tan bizarro que te hace reexaminar qué es lo que
has estado haciendo con tu vida.
Había tenido un pez muerto en mi sujetador.
Había tenido un pez muerto en mi sujetador.
Era sólo uno de los pequeños plateados de esos que habían paseado
desde Ámsterdam, poco más que una sardina. Otras personas tenían
pañuelos en la basura. O botellas de esmalte de uñas vacías. O servilletas
garabateadas con números de teléfono de chicos lindos.
¿Qué tenía yo?
Un pez muerto, posiblemente un viajero-del-tiempo.
Tiré un pañuelo sobre el cadáver y me metí en la ducha.
Apuesto a que Agnes nunca había traído un sujetador lleno de peces.
Apuesto a que Agnes ni siquiera habría estado en Ámsterdam en primer
lugar, porque ella habría agarrado a Pritkin en Londres. Apuesto a que
Agnes habría sabido qué decirle a Jonas.
Lástima que no fuera Agnes.
Pero, de alguna manera, tendría que encontrar una forma de tratar
con él de todos modos. Y averiguar qué hacer con las acolitas, con las que
de alguna manera había terminado y, que no quería. Y en cómo manejar un
montón de renegadas acólitas, un señor demonio molesto, y en cómo
conseguir traer a Pritkin de regreso…
Y lo haría. Iba a hacer todo eso. Pero no ahora mismo.
En este momento, me iba a lavar el cabello.
Lo hice, y fue glorioso. Veinte minutos de lavar sal y suciedad de Dios-
sabía-que me hizo sentir mucho mejor. Y apestaba mucho menos de lo que
sea que había estado en esos canales además del agua. Incluso hice las
cosas de chica para las que nunca tenía tiempo, afeitar, depilar e hidratar,
me sentí casi humana de nuevo para el momento en que salí y me envolví
en una gran toalla de baño blanca.
Pase una mano por el espejo del baño. Y, a pesar de todo, me eché a
reír. ¿Porque adivina quién estaba escamosa ahora?
Glamour, del tipo que compras en una caja, tenía dos partes: una
capa de base, que se extendía por la cara como loción, y el control para
decirle qué hacer. Rosier me había quitado el control cuando quitó el
pequeño parche, dejando que la verdadera yo brillara, porque sabía que una
némesis conseguiría la atención de Pritkin mejor que cualquier femme
fatale. Pero la base del hechizo había permanecido, y ahora se estaba
desprendiendo a pedazos como quemaduras de sol de una semana.
O como escamas de pescado seco.
Me estremecí un poco y comencé a quitarlo en tiras, revelando piel
pálida y pecosa por debajo.
Fue extrañamente terapéutico. O lo habría sido, si hubiera sido capaz
de entrar en estado Zen. Pero por supuesto que no. Decidí que tal vez mi
ritmo vertiginoso últimamente no había sido tan malo. Demasiado tiempo
libre y empecé a pensar en todas las cosas con las que no sabía cómo tratar.
Como ese sueño de antes.
¿Qué diablos?
No fue gran cosa, le dije a mi reflejo. Sólo el agotamiento mezclándose
con los restos de un poderoso hechizo incubo. Ese tipo de cosas se supone
hacen que una persona esté caliente y molesta, de modo que el incubo pueda
alimentarse. O en este caso, para que pudiera donar algo de energía a
alguien que necesitaba para sobrevivir un poco más de tiempo.
Pritkin había querido recuperar su maldito mapa, y si terminaba
siendo frita por una bruja enojada, eso no iba a suceder. Pero no podía
luchar contra ella y estar seguro del éxito, porque no sabía lo suficiente
sobre la magia moderna. Así que me había alimentado con un poco de
energía para que pudiera hacerlo por él. Y me había alimentado mucho. No
era de extrañar que hubiera tenido algunos… efectos persistentes.
Al igual que los permanentemente-duros-pezones que parecía
haberme dejado.
Miré el frente de mi toalla, por si lo imaginaba, pero no. Las cosas
estaban definitivamente alegres allí. Muy alegres. Incómodamente alegres.
—Basta —les dije.
Nada. Excepto dos pequeños pezones felices que no deberían estar allí
porque no hacía frío aquí. De hecho, era exactamente lo contrario, después
de mi ducha maratónica, pero eso no parecía importarle a un cuerpo que
estaba teniendo recuerdos de incubo.
¿Y no era eso todo lo que necesitaba?
—En serio, suficiente”, les dije, frunciendo el ceño.
Y luego fruncí el ceño un poco más, cuando me escucharon tanto
como cualquiera. Y, de acuerdo, esto estaba empezando a enojarme. Junto
con todo lo demás que no podía controlar, ¿ahora tenía que incluir a mi
propio cuerpo?
—¡Maldita sea! —dije, sintiéndome ridícula y sin preocuparme porque
no había nadie alrededor para verme de todos modos—. Lo digo en serio. No
más…
—¿Cassie?
Salté, porque la voz salió de la nada, y no desde fuera de la puerta.
Sonaba como si estuviera justo encima de mí, voz alta y fuerte resonando
en la pequeña caja forrada de azulejos. Me giré, mirando la alfombra de baño
empapada. Al suelo húmedo. Y a las paredes escurriendo con agua.
Y luego, lentamente, hacia abajo por mi propio pecho.
—Cassie.
—¡Auggghh! —Salté hacia atrás, porque podía jurar que la voz había
salido de mí. Y sí, por un segundo, estaba recibiendo recuerdos de Total
Recall, y eso no es algo que necesites cuando tienes una vida tan extraña
como la mía.
—¡Cassie!
Que inicie el reactor, pensé histéricamente, y agarré mis tetas.
—¡Cassie!
—¡Auggghh! Auggghh! Augg…
Y entonces la puerta se abrió con una patada de monstruos.
Sólo que, gracias a Dios, eran monstruos que conocía.
Las cosas se pusieron un poco locas después de eso, con una docena
de vampiros inundando el pequeño espacio, armas de fuego y caras
sombrías. Confundidos. Y luego me miraban como si hubiera perdido la
cabeza.
Y tal vez lo estaba, porque no había una amenaza evidente. Sólo yo
con mis tetas en mis manos, mi cabello por todas partes, y piezas del
glamour usado manchando mi cuerpo. Parecía una stripper zombi.
Tragué.
—¿Qué? —preguntó Marco.
Tragué de nuevo.
—Creí oír la voz de alguien.
—¿De alguien?
—Eso… sonaba como…
—¡Ahí! —gritó alguien.
Y entonces el cristal se rompió y las balas se dispararon —o tal vez
fue al revés— pero ¿quién podía saberlo mientras me tiraba al suelo? Luego,
mientras me levantaba, agarré el brazo del tirador, intentando forzarlo a
bajar el arma, porque el idiota estaba disparando a través del espejo. Y al
otro lado estaba…
—¡Basta! —gritó Marco antes de que pudiera.
De repente, hubo silencio.
Mis oídos resonaban tanto, en realidad oía como si el vampiro todavía
estuviera disparando. Aunque la pistola estaba levantada, estaba
apuntando al suelo, que parecía intacto. A diferencia de la pared que había
sostenido el espejo. Que ahora tenía algunos trozos y muchos agujeros.
Un montón de agujeros que conducían a la sala.
Una sala que conducía a…
—Las chicas. —Suspiré. Y luego, a través del eco en mis oídos, oí gritos
de alarma procedentes de la sala.
Empujé a un grupo de vampiros a un lado y corrí a través del
dormitorio hacia el vestíbulo. Sólo para detenerme ante la vista de una
docena de lanzas de luz entrecruzando la oscuridad, por donde el brillo del
cuarto de baño se escapaba a través de los agujeros de bala. Destacando
motas de polvo flotante, papel tapiz arruinado y un montón de heridas
similares al otro lado de la sala, las cuales también pasaban a formar una
pared de la sala.
Y aunque no se había ahorrado mucho en la decoración aquí, no se
podía decir lo mismo de los paneles de yeso. Subí mi toalla y corrí a través
de un campo minado de yeso y vidrio, con la esperanza de que el bar al lado
de la sala hubiera sido suficiente para detener lo que la pared no había
hecho. Corrí hacia Rhea, hacia el otro lado. Parecía tan sombría como la
había visto, tan sombría como la noche en que había arrastrado a un grupo
de niñas de una casa llena de magos oscuros homicidas, mientras que tres
brujas y una Pitia desorientada trataban de contener el Armagedón.
Y entonces ella me vio.
Y no creo haber visto más alivio en un rostro humano. Por un
segundo, honestamente pensé que iba a desmayarse. Así que la agarré en
mi camino. Luego pasamos por el salón y después la sala, donde…
Donde me hundí contra el muro desordenado, sintiéndome mareada,
porque estaban bien.
Estaban bien.
Pero sólo por pura suerte.
Vi un par de cuadros marcados con balas, un reloj roto, y más papel
tapiz que iban a necesitar reemplazar, de nuevo. Estaban en la pared del
fondo de la habitación, junto a las escaleras, que ahora tenía un nuevo
patrón de plomo incrustado en ella. La mayoría de los orificios estaban por
encima de mi pecho, lo que significa que no habían impactado a las chicas
sólo porque era de noche y todo el mundo estaba acostado en un bosque de
cunas. Y ahora estaban sentadas, mirándome y a Rhea con los ojos muy
abiertos.
Pero no estaban gritando. No estaban diciendo nada, después de esos
primeros gritos alarmados. Al igual que no lo habían hecho anoche, incluso
con una casa explotando alrededor de sus oídos. Pero estaban pálidas, y
algunas de las más pequeñas tenían sus caras enterradas en los camisones
de las chicas mayores. Y sentí que mi piel picaba con algo que no intenté
definir mientras me daba vueltas, encontrando a Marco saliendo del pasillo.
—Están ellas… Se detuvo al verlas, parecía aliviado.
—¡Apenas! —Mi voz temblaba—. ¿Quién diablos…?
—Un bobo. Pero dijo que vio algo…
—¿Vio algo dónde?
—En el espejo.
En cualquier otro lugar eso habría sonado realmente extraño. Pero
éste era el Dante, que redefinía lo normal de forma regular. Y aunque no
había visto nada, segura como el infierno que lo había escuchado.
—¡Cassie! —Ésa era la voz de Fred, llamándome. Cogí la bata y las
zapatillas que un vampiro estaba sosteniendo y me encogí de hombros en
mi camino a la cocina.
Y encontré a Fred allí de pie, mirando fijamente al lado de nuestro
nuevo refrigerador. El último había sufrido un accidente, y había sido
sustituido por un nuevo modelo de acero inoxidable brillante. Generalmente
bastante aburrido, puesto que ningunos de los imanes cursis que vendía el
Dante en la planta baja se pegaban a él. Ahora era mucho más interesante.
Porque había un hombre asomándose de él.
Un hombre con ojos azules acuosos, mejillas más rosadas que las
mías y cejas blancas esponjosas. Realmente esponjosas, como pequeñas
anémonas de mar que de alguna manera lograron unirse a su cara. Una
masa de cabellos blancos que flotaban como los de un tritón por las
corrientes de aire de la habitación detrás de él, una habitación que no
formaba parte de mi suite.
Y a pesar del hecho de que lo esperaba, a pesar del hecho de que no
había un puñado de personas en el mundo que pudiera pasar por encima
de las guardas de este lugar y soltar algo eso, todavía lo miraba con
incredulidad.
—¿Jonas?
—Cassie. Te pido disculpas por el inconveniente…
—¿Inconveniente?
—Traté de llamar de la manera habitual —dijo, y en realidad sonaba
molesto. Como si todo fuera culpa mía—. Pero tus… asociados… seguían
insistiendo en que estabas fuera…
—¡Estaba fuera!
—Sí, y tenemos que hablar de eso…
—¡Tenemos que hablar de esto! —le dije, levantando un brazo—. ¡Casi
consigues que maten a mi corte!
Vagos ojos azules de repente se afilaron. A Jonas le gustaba jugar al
anciano senil, cuando pensaba que lo llevaría a alguna parte, pero lo conocía
demasiado bien ahora. Y parecía que no estaba de humor de todos modos.
—No hice nada de eso. Tus vampiros reaccionaron exageradamente…
—Algo que los magos de guerra nunca hacen —dijo Marco
pesadamente, acercándose detrás de mí.
—… lo cual no debe ser sorprendente, teniendo en cuenta que fueron
entrenados como guardaespaldas de un vampiro…
—Como el señor Mircea necesita ayuda.
—… y para vigilar su casa, no la corte de la Pitia. No tienen
experiencia…
Marco bufó.
—Porque los magos que custodiaban la corte de Londres hicieron un
gran trabajo.
—¿Podrías por favor decirle a tu sirviente que se quede fuera de esto?
—preguntó Jonas bruscamente.
—Marco no es mi sirviente. ¡Y él se queda aquí!
—Sí. Pero tú no. Los miembros del Cuerpo están en camino para
moverte a ti y a tu corte a…
—¿Moverme?
—… los cuarteles temporales hasta que podamos determinar…
—¡No voy a ninguna parte!
—… dónde sería mejor para… —Jonas se detuvo, y sus mejillas
rosadas de repente se pusieron un poco más rosadas—. ¿Ruego me
disculpes?
—Marco tiene razón —le dije, furiosa—. Tú tenías guardias en la corte
de Londres. ¡Guardias que encontramos muertos cuando llegamos! No
mantuvieron a nadie a salvo…
—¿Cuándo llegaste? —preguntó Jonas con sarcasmo.
Pero no estaba de humor para jugar.
—¡Sabes lo que pasó! Lo has descubierto, o no estarías aquí…
—No fue demasiado difícil de entender. Y las líderes de los clanes que
tú elegiste llevar contigo estaban felices de informarme. Cualquier excusa
para ridiculizar la capacidad del Círculo para proteger…
—¡Y con razón! ¡Tus guardias no protegieron a nadie!
—No había más que un puñado en deber —dijo Jonas, frunciendo el
ceño—. Y la mayoría estaba cerca de la jubilación. Los puestos eran una
sinecura, una asignación fácil para los heridos en batalla o con magia
defectuosa…
—¿Defectuosa?
El ceño fruncido creció.
—Estaban allí como una cortesía, Cassie. Una guardia de honor. La
corte no estaba en peligro…
—¡La corte explotó!
El ceño fruncido se desvaneció.
—Una corte es inútil sin una Pitia —me dijo bruscamente—, y tú no
estabas allí. Sin ti, no había ninguna razón real para creer que alguien
quisiera poner en peligro la vida de un grupo de niñas pequeñas…
—No había razón real —dije temblando, pero no con frío—. Había una
sobrenatural, ¿no? Y no me lo dijiste.
—Sabías a qué nos enfrentamos; te lo informé yo mismo.
—Me dijiste que los viejos dioses intentaban regresar. Me dijiste que
yo estaba en peligro. ¡No me dijiste que mi corte lo estaba!
—¡No debieron haberlo estado! —exclamó Jonas, de repente enojado—
. Esas chicas no estaban en peligro, hasta que se convirtieron en el cebo de
una trampa para ti. ¡Algo que no habría pasado si todas ustedes estuvieran
bajo nuestra custodia desde el principio!
—¿Su custodia? —El temblor era peor ahora—. ¿Su custodia? ¡El
Círculo estuvo tratando de matarme la mayor parte de los últimos tres
meses!
—Bajo mi predecesor. Uno de los muchos lapsos de juicio de su parte,
por lo que fue removido. Y después, sentí algo de… consideración… se te
debía, a la luz de tu introducción inicial a nosotros. Debió de dársete tiempo
para que entendieras que hay razones por las que somos los defensores
tradicionales de las Pitias.
—¡La Pitia es defendida por la Pitia! —dijo Rhea, corriendo hacia la
cocina con una niña en sus brazos. Ella me miró salvajemente—. Lady…
—¿Que está pasando?
—¡Ellos vienen!
—¿Quién viene? —preguntó Marco, con el rostro oscurecido.
Uno de los vampiros maldijo, de repente, Rhea y yo estábamos solas
en la cocina.
—El Círculo —dijo—. Ellos querían llevarnos antes. Debería habértelo
dicho, pero estabas tan cansada, pero debería haberle dicho…
—Y yo debería haberlo esperado —dije, y corrí hacia la sala.
La puerta del vestíbulo estaba abierta y llena de hombres en abrigos
de cuero que los hacían parecer héroes de películas de acción. Lo cual no
estaba tan lejos de la verdad. Los abrigos, ridículos porque era agosto, eran
necesarios para ocultar la tonelada de armamento que las fuerzas del
Círculo llevaban alrededor. Ninguno de los cuales podría ser utilizado esta
noche, porque había niñas en esta condenada habitación.
Me abrí paso entre la multitud de vampiros, la mitad de los cuales
tenía armas.
—Déjalos —dije con dureza. Rico, uno de los maestros italianos de
Mircea, vaciló, luego hundió su arma tan rápido que pareció que
simplemente había desaparecido. Era una indicación sutil a nuestros
huéspedes de lo rápido que podría estar de vuelta en su mano.
No importaba; los magos de guerra no eran muy buenos en sutileza.
Y, de todos modos, el resto de los vampiros me ignoraba, todavía tenían la
suya. Y entonces Marco decidió empeorar las cosas.
—Parece que los muchachos encontraron respaldo —les dijo, de frente
a la línea de vampiros—. Al menos eso hará que esto sea interesante.
—¡No va a ser interesante! —dije, acercándome a él—. No va a ser
nada. Se van.
Los magos no respondieron, no se movieron. Tampoco los vampiros.
Pero lo que los hombres del Círculo —y Jonas, maldito sea— no entendían,
era que los vampiros no podían.
Los vampiros podían haber empezado como seres humanos, pero ya
no lo eran. No lo habían sido por cientos de años en algunos casos. Y su
sociedad nunca lo fue.
Bueno, sí, a veces actuaban como si lo fueran; a veces comían, bebían
y se reían junto con el pequeño humano al que le habían ordenado cuidar.
Pero no eran humanos. Los magos de guerra podrían actuar como locos para
los estándares de la mayoría de la gente, podían tomar riesgos insanos,
incluso podrían estar un poco tocados de la cabeza…
Ciertamente lo había pensado lo suficiente. Pero dada una situación
bastante mala, retrocederían. Esperarían una mejor oportunidad. Vivirían
para pelear otro día.
Los vampiros no lo harían.
Incluso si estuviera dispuesta a seguir el plan de Jonas, ellos no
podían. Porque no podrían protegerme si estaba fuera de su vista. Y eso era
lo que su amo, la fuente de su riqueza y posición, su fuerza y su vida, les
había ordenado hacer. Así que se mantendrían firmes, morirían por un
hombre si tuvieran que hacerlo. O más probable, matarían a cada mago de
guerra y comenzarían una posiblemente brecha irreparable con el Círculo,
y Jonas no entendería eso.
Sólo esperaba que alguien más lo hiciera.
—Marco… —dije con fuerza.
—Traté —me dijo, sin darse vuelta—. El teléfono del maestro no
funciona.
—¿Por qué no?
Se encogió de hombros y parecía como si grandes rocas se movieran
bajo el delgado algodón de su camisa. Vi a uno de los magos de guerra de
enfrente, un chico de cabello oscuro con una barbilla partida, notarlo.
Él no tenía ni idea. Marco no necesitaba su tamaño. Marco podía
arrebatarle la sangre al hombre a través del aire, en partículas demasiado
pequeñas para verse, sin siquiera romper la piel. Podía drenarlo a través de
la habitación hasta que el idiota se pusiera blanco como fantasma y cayera
por los escalones, como una cáscara arrugada que nunca tuvo tiempo de
darse cuenta que, no eran los vampiros de bajo nivel a los que estaba
acostumbrado. Éstos eran maestros mayores, y de la línea familiar de
Mircea.
Lo que significaba que también podría hacerlo en cuestión de
segundos.
Pero los magos también tenían sus trucos, y éstos no eran los viejos
pensionados que el Círculo había dejado para cuidar mi corte. No si la
cantidad de poder que picaba sobre mis brazos era algo a tomar en cuenta.
Jonas podía haber esperado mi cooperación, pero no estaba seguro de la de
Marco. Habría enviado hombres en los que confiaba.
Así que esto… podría ser muy malo.
Y entonces Fred se acercó a mí.
—Mircea probablemente está con los cónsules —me dijo.
—¿Los cónsules? —Miré hacia arriba brevemente, en dirección a mi
vieja suite, esperando que lo que Mircea hubiera querido hablar conmigo
fuera de un viaje rápido a Las Vegas.
Pero por supuesto que no.
—No, no —dijo Fred—. Su lugar en el norte de Nueva York. Ella tiene
una casa… De todos modos, están haciendo una cosa esta semana,
eligiendo a algunos nuevos senadores.
—¿Qué tiene eso que ver con que el teléfono de Mircea no funcione?
Me dijo que lo llamara…
—Eso fue antes.
—¿Antes de qué?
—Antes de que cerraran el lugar —dijo Fred, sonando demasiado
tranquilo. Tal vez demasiado inexperto para leer el ambiente que tenía la
mano de Marco flexionando contra su muslo—. Hay un montón de pelotas
en sus manos, cónsules y cosas, sabes cuántos enemigos tienen. Así que
nuestra cónsul ordenó que las guardas principales se pusieran en línea
durante el tiempo que durará. Y los teléfonos no funcionan a través de ellas.
—¡Entonces póngase en contacto con él mentalmente!
—Ya lo hicimos. Pero es difícil enviar cosas complejas a través de este
tipo de distancia. Quiero decir, tal vez no para los senadores, sino para el
resto de nosotros…
—Fred —dije con los dientes apretados—. ¿Conseguiste atravesarlas?
—Sí, bueno, más o menos. Creo que la idea de que estás en problemas
se entendió bien, pero algunos de los detalles podrían haberse vuelto
confusos.
—¿Qué significa?
—Eso. —Fred asintió. Donde había aparecido otra masa de vampiros
maestros detrás del grupo de magos. La mitad de los cuales de repente se
giró para enfrentarse a ellos.
—El Círculo no es el único que tiene respaldo —les dijo Marco
suavemente.
Los magos no respondieron. No tenían que hacerlo. Porque su jefe
había aparecido como un reflejo en las ventanas que conducen al balcón.
Eran los mismos donde se habían proyectado las noticias mágicas anoche,
mostrando la destrucción de la corte de Agnes. Los mismos donde había
visto una docena de diminutas bolsas de cuerpos alineadas en una calle
llena de lluvia. Los mismos en los que Jonas había estado de frente cuando
me prohibió regresar y tratar de salvarlas.
Mi visión comenzó a pulsar en los bordes.
—Quería darte tiempo —me dijo—. Pero estamos fuera de eso. La
guerra ha visto eso. Y los acontecimientos recientes han demostrado
claramente que necesitas orientación…
—¿La orientación como la que le ofreciste a Agnes? —pregunté con
voz ronca. Golpeé debajo del cinturón, los dos habían sido amantes y su
muerte lo había golpeado con fuerza. Pero en ese momento, no me
importaba.
De ninguna manera habría intentado esto con ella.
De ninguna manera.
—Agnes era una Pitia experimentada —me dijo con voz aguda-. Tú no
eres…
—Parece que la estoy entendiendo rápidamente.
—Agnes tuvo años de entrenamiento; tú no…
—No tienes que decidir cuándo estoy lista para una oficina con la que
no tienes nada que ver.
—Y Agnes habría estado a nuestro cuidado en primer lugar, en lugar
de en las garras de…
—¡Agnes se avergonzaría de ti!
Eso último no había salido de mí. Rhea empujó a través de la
muchedumbre, ojos salvajes, la cara inundaba con una mancha oscura. Y
todavía llevaba a una niña que no podía haber tenido más de dos años.
—Las dejaste morir. ¡Las dejaste! —Rhea apretó a la niña de sus
brazos. Qué diablos había estado haciendo en la corte aquella niña, no tenía
ni idea. Pero en este momento estaba mirando a Jonas con grandes ojos
marrones, confundida y asustada, porque los ruidos le acababan de
despertar, la gente grande gritaba, y ella no estaba en su casa, en su cama.
Porque aquellos de nosotros que se suponía que debían protegerla
habían fracasado.
—¡Mírala! —demandó Rhea—. ¡Mira a quién habrías condenado! Mira
a quién habrías dejado…
—Es suficiente —dijo Jonas bruscamente.
Pero Rhea aparentemente no lo creía así. En las últimas veinticuatro
horas, había visto su casa destruida, casi se había matado a sí misma, y
había estado tratando de proyectar algún sentido de normalidad para un
grupo de chicas probablemente aterrorizadas. Todas rodeadas de criaturas
que la mayoría de la gente veía como monstruos.
De repente pensé que entendía mejor ese pollo.
Pero no parecía que hubiera sido suficiente, y ahora se lo estaba
diciendo a Jonas.
—¡Míralas a todas! —gritó Rhea—. Has jurado protegernos, pero no lo
hiciste. ¡No lo hiciste! Nos dejaste morir, ¿y ahora te atreves a venir a decir
que tenemos que ir contigo? ¿Para qué? ¡La única que se preocupa por
nosotros está aquí!
—Sí, a ella le importan —dijo Jonas, bajo y vicioso, sus ojos brillando
en los míos—. Ella se preocupó lo suficiente como para violar todo el
propósito de su oficina, para retroceder en el tiempo, para arriesgar su vida,
¡y así poner en peligro a todos los nuestros!
—Habían pasado quince minutos —le dije, sacudiéndome cierta ira por
la marea creciente de él. El pequeño discurso de Rhea parecía haber
sacudido algo perdido, y él se veía… no sabía a ciencia cierta cómo se veía,
pero no me gustaba—. No cambié mucho de nada —le dije, con más calma—
. Saque a las chicas del edificio antes de que explotara, eso es todo. Todo en
tiempo; todo lo demás se mantuvo igual. La línea del tiempo no podría haber
sido…
—¡No me importa la maldita línea del tiempo!
—Entonces, ¿de qué estamos hablando? —e pregunté, sinceramente
confundida.
—¡Estamos hablando de ti!
Miró de mí a Rhea, a las niñas levantadas en las cunas, con algunas
almohadas que sujetaban y, en algunos casos, animales de peluche para
consuelo. Y mirando a Jonas con los ojos muy abiertos. Se encontró con
ellas inquebrantablemente.
—Las hubiera salvado si lo hubiera sabido con tiempo —les dijo—.
Habría enviado un batallón entero en su ayuda si hubiera tenido alguna
sospecha. Pero una vez que estuvieran muertas, las habría dejado así. Pues
no podría haberles salvado entonces sin arriesgar lo que más valoro.
Fue un discurso increíble. Aún más, varias de las chicas mayores
asentían, como si estuvieran de acuerdo con él. ¿Qué tipo de mierda de
lavado de cerebro les había estado enseñando Agnes?
—¡Mi vida no vale más que la suya! No soy…
—¡Tú eres Pitia! —gritó, rodeándome con ojos azules ardiendo—. ¡Eres
lo único que nos queda! ¡Y estamos enfrentando una posible guerra
mundial! Así que sí, las habría dejado a su destino. Dejaría diez mil muertos
más en el suelo antes de arriesgarme. Porque si te perdemos, perderemos la
guerra. Perdemos todo.
Ya no estaba rosado; estaba blanco, casi tanto como su cabello. Nunca
lo había visto así. Nunca lo había visto remotamente cerca de eso.
Pero finalmente entendí de qué se trataba todo esto.
Finalmente entendí que Jonas tenía miedo.
Parecía increíble. Había sido un temerario en su juventud, corriendo
locos autos voladores a través del sistema de líneas ley, los ríos enormes del
poder metafísico que fluían sobre y alrededor de nuestro mundo y que los
magos más locos usaban para transporte. Era un juego que dejaba a los
competidores muertos aún más a menudo que NASCAR, pero Jonas había
parecido deleitarse con ellas. Y después, en la vejez, había creado un
peligroso golpe que había expulsado a su contraparte mucho más joven y lo
había devuelto a un poder preeminente en el Círculo. Decir que él era un
hombre que no temblaba fácilmente era el eufemismo del siglo.
Pero ahora estaba viéndose así.
Y eso no lo entendía.
Sí, estábamos enfrentando una posible invasión. Sí, era por criaturas
de leyenda, criaturas que deberían haberse quedado allí, porque eran
demasiado para la humanidad. Y sí, era espantoso como el infierno, porque
nuestra defensa principal, una pared de energía una vez erigida alrededor
de nuestro mundo por uno de los dioses, recientemente se había demostrado
ser la barrera menos que perfecta que siempre habíamos pensado que era.
Lo cual era aún más un problema de lo que normalmente habría sido,
porque estar golpeando las puertas en este momento era el peor escenario
posible para un mundo ya desgarrado por la guerra: el dios que la
personificaba.
Lo entendía.
Entendía todo eso.
Lo que no entendía era lo que Jonas creía que podía hacer al respecto.
—¿Esperas que peleé contra Ares por ti? —pregunté, desconcertada.
Sonaba increíble simplemente decirlo.
Pero Jonas aparentemente no lo creía así.
—Derrotaste a un dios una vez antes…
—Ayudé a derrotar a Apolo. Y ya estaba mayormente muerto.
Había sido el primero en romper la barrera, y había terminado como
la versión piadosa de pollo frito crujiente para su problema. Podría haber
estado bien, si hubiera tomado tiempo para sanar, pero por supuesto que
no. El divino orgullo le había hecho suponer que él todavía era más que un
rival para nosotros los patéticos seres humanos. Y, además, por una buena
suerte realmente increíble de nuestra parte, habíamos quedado vivos y él…
bueno, todos esperábamos que estuviera muerto.
Nadie había oído hablar de él desde entonces.
Pero ese era Apolo. Conocido por tocar la lira y perseguir ninfas, si las
viejas leyendas se creían. Este era Ares. Había peleado recientemente con
sus hijos medio-humanos y apenas había sobrevivido, y eso con ayuda que
no tendría de nuevo. ¿Pero el dios de la guerra mismo?
—Eres un semidiós —señaló Jonas, haciendo que varios de los magos
de la guerra me lanzaran rápidas miradas, como si no lo creyeran.
Por supuesto, a veces tampoco lo creía. Con mi cabello colgando lacio
y goteando húmedo alrededor de mi cara, mi cuerpo envuelto en una vieja
bata gris y mis pies en pantuflas rosas esponjosas, no me parecía a alguien
cuya madre había sido una diosa. Pero tampoco lucía como si estuviera toda
vestida. Era una rubia de uno sesenta y cuatro metros con piernas flacas,
rizos fuera de control y pecas.
Imponente no era.
Mamá lo había sido mucho más y, de hecho, había sido la que había
creado la barrera que aún mantenía a su especie fuera, miles de años
después. Pero mamá estaba muerta, y yo era con quien estábamos
atrapados. Y no iba a ser suficiente.
—Tienes habilidades que incluso los dioses no poseen —comentó
Jonas, como si tratara de convencerse a sí mismo.
Esperaba que tuviera éxito, porque no estaba haciendo una maldita
cosa por mí.
—¿Como cuál?
—Puedes detener nuestro flujo de tiempo…
—¿Qué nos ayuda cómo? —pregunté, desconcertada—. “Sabes cuánto
dura eso, y eso es contra los humanos. Ni siquiera sé si funcionaría en un
dios. Pero incluso si lo hiciera, ¿nos daría qué? ¿Unos minutos? ¿Qué tipo
de daño puedes hacer en unos minutos?
—Más de lo que piensas. —Fue siniestro.
—No es suficiente —dijo Rhea vacía, porque había sido ella quien
recibió la visión del regreso de Ares, no yo. E incluso en recuerdo, era
suficiente para blanquear su piel, para inundar sus ojos. Porque no había
visto a Ares regresar.
Nos había visto fracasar.
Más específicamente, ella había visto al Círculo fallar, vio a Ares
limpiando el piso con ellos, noticias que aparentemente habían golpeado a
Jonas más duro de lo que me había dado cuenta en ese momento. Así que,
bueno, si alguna vez un hombre tenía razones para entrar en pánico, las
tenía. Pero todavía no veía lo que él esperaba que hiciera.
Era una de las razones por las que había estado trabajando tan duro
para recuperar a Pritkin. No sabía cómo luchar contra los dioses, ni siquiera
sabía por dónde empezar. Así que, en lugar de sentarme, retorciéndome las
manos sobre lo que no sabía hacer, me había concentrado en lo que podía
hacer. Y no sólo por razones personales.
Sí, me preocupaba por él. Sí, le debía mi vida muchas veces. Pero
también era un hecho que él había olvidado más magia de la que Jonas
jamás conocería. Había estado ocultándose bajo el nombre de John Pritkin
durante siglos, pero no era con el que había nacido, la historia que conocía,
la que había escondido desesperadamente a causa del mito, la magia, el
aura que todavía rodeaba el nombre del más grande de todos ellos.
Merlín.
Es a quien había buscado, eso era lo que había estado persiguiendo
desesperadamente a través del tiempo, es por lo que me había ido al Infierno
y de regreso, literalmente. Pero si Pritkin tenía alguna posibilidad de tener
una vida normal después de que todo estuviera dicho y hecho, no podía
decírselo a nadie. No podía decirle a Jonas que estaba trabajando en una
forma de librarnos de Ares, con lo único que probablemente funcionaría:
devolviendo al mago más peligroso de todos.
Si alguien podía encontrar una manera de derrotar a un dios, era
Pritkin.
No sólo lo quería de vuelta; lo necesitaba de vuelta.
Y no tenía tiempo para esto.
—Nunca me he negado a ayudarte —le recordé a Jonas—. He hecho
todo lo que me pediste. Te ayudaré en el futuro, como pueda. Pero esto… —
Señalé a los magos—. ¡Esto no ayuda! Es lo contrario, de hecho: está
poniendo en peligro la alianza entre el Círculo y el senado…
—No necesitamos al senado —dijo Jonas, descartando a uno de los
grupos sobrenaturales más poderosos del planeta con un ademan de su
mano—. Te necesitamos. Eso es lo que predijo la profecía. Si queremos
resistir con éxito a Ares, necesitamos que tú y tu madre…
—Mi madre está muerta.
—Pero ella te ayudó a derrotar a los hijos de Ares, ¿verdad? Tal vez
esa era su parte del viaje. El resto, tienes que caminar, pero no sola. El
Círculo…
—Se retira ahora —dijo Marco con calma. Porque sus ojos nunca
dejaron a los magos, él debe haber notado algo que yo no. Algún ascenso en
el poder que había puesto una bandera roja a los sentidos de los vampiros.
—Sí, lo haremos —dijo Jonas cortante—. Con Cassie.
Tragué, tratando de pensar. Tenía un poco de poder ahorrado, gracias
a algo de comida y un par de horas de sueño, pero no lo suficiente. No es
que supiera lo que podría hacer aún con toda la fuerza. ¿Congelar el tiempo
para que Marco y compañía pudieran matar a todos de manera más
eficiente? ¡Porque se suponía que estábamos del mismo lado!
Algo que nadie más parecía recordar.
Y entonces Rhea me agarró la mano.
Y, de repente, se sintió como cuando Pritkin me dio energía. Bueno,
no exactamente así, pero hubo un impulso definitivo de energía. Ella vio mis
ojos.
—Estás arriesgando mucho por una vieja profecía —le dije a Jonas,
quitándole a la niña quisquillosa. Y sintiendo otro golpe más pequeño de
poder fluir a través de mí.
—Hemos visto lo que vale —argumentó, porque tampoco quería que
esto terminara en derramamiento de sangre.
—Hemos visto lo que podría ser coincidencia —le dije, empujando a
través de los vampiros hacia las otras chicas, como si estuviera llevando a
la irritada niña a su cama—. Tú mismo lo dijiste: los mitos tienen que ser
interpretados.
—¿Y de qué otra manera interpretarías esto? —preguntó—. Habría
tres dioses, según la leyenda, y tres campeones para ayudarte a luchar
contra ellos. Apolo fue el primero, y como se predijo, fue herido por el
contacto con el hechizo de Ouroboros que cubre nuestro mundo, antes de
que lo acabarás.
—Eso no prueba nada —argumenté, entregando a la niña a una
iniciada regordeta con piel de chocolate y rizos. Y luego sentándome junto a
ellas en una cuna, en medio de varias otras—. Cualquiera que venga a
nuestro mundo tendría que superar ese hechizo.
—Sin embargo, siguió el patrón que se predijo. Como tú derrotando a
los hijos de Ares. ¡Tu madre iba a ser tu campeona allí, y creo que la
eliminación de cuatro de los cinco califica!
—Pero los Spartoi no eran Ares, y mi madre ya no está —dije—. Si
Ares llega, no voy a tener su ayuda.
—No importa. Eres más fuerte de lo que sabes.
—¿Crees que puedo derrotar al dios de la guerra, pero envías a un
escuadrón de magos para que me secuestren? —Los miré y vi que ahora
varios estaban observándome abiertamente, en lugar de a la masa de
maestros vampiros. Hubiera sido gracioso, bajo otras circunstancias. Ellos
con su tonelada de armas y yo con mis pantuflas esponjosas. Sólo que no
tenía ganas de reírme.
—Creo que puedes derrotarlo con guía —dijo Jonas—. La cual no vas
a encontrar aquí…
—Esa no es tu llamada.
—La estoy haciendo mía, hasta que seas lo suficientemente mayor…
—Tengo veinticuatro años.
—¡Tengo ciento setenta y nueve! —dijo con enojo—. Cuando tengas mi
edad…
—No es probable que llegue a tu edad. —En este punto, me
conformaría con ver mi próximo cumpleaños—. Pero incluso si lo hago, no
estaré de acuerdo en poner el poder de la Pitia bajo el control del Círculo.
—¿A diferencia de dejarlo en manos de los vampiros? ¡No hacen nada
que no sea egoísta!
—¿Y esto no lo es? —pregunté mientras más y más de las chicas se
reunían alrededor, como si fuera para consuelo—. Romper con los vampiros,
justo cuando más los necesitamos, presionando sus derechos más allá de
lo que la tradición permite, destruyendo cualquier posibilidad de
neutralidad Pítica…
—¡No hay neutralidad en la guerra!
—Debe haberlo, Jonas. Necesitamos a los demás, a todos los demás.
No puedo derrotar a Ares por mi cuenta, tampoco tú. La visión de Rhea te
lo mostró. Si intentas hacer esto solo, profecía o no, fallarás. Y entonces
todos fracasaremos.
—No tengo la intención de hacer esto solo —me dijo—. Esa es la
cuestión. —Sentí a Rhea agarrar mi mano de nuevo, sentí que las
muchachas presionaban cerca, sentía una oleada de poder golpearme, todo
lo que tenían, incluso cuando su voz decía—: Agárrenla.
No esperé a ver al grupo de magos moverse, ni siquiera esperé a que
las palabras terminaran de dejar sus labios. Levanté una mano, y con ella
se fue todo lo que me quedaba, y todo lo que mi corte podía darme.
No guarde nada, y todavía no creía que hubiera sido suficiente.
Pero no podía decirlo. Porque un segundo más tarde, estaba de
rodillas, vomitando y medio ciega por una pérdida de poder que no podía
permitirme. Manos me sostuvieron y la habitación giraba, Rhea gritaba algo
que no podía oír sobre el rugido en mis oídos y el frenético latido de mi
corazón.
Pero a través de mis inundados ojos vi a media docena de vampiros
maestros caer al suelo delante de la puerta, habían saltado en un
nanosegundo por…
Por hombres que ya no estaban.
Me desperté en un charco de baba, con el rostro hacia abajo, en algo
empapado y aplastado, que finalmente identifiqué como uno de los cojines
del sofá. Tenía pequeñas joyas en el bordado, un toque con la mano me dijo
que me había dejado marquitas en toda la mejilla izquierda. Unos pliegues
en mi cara con algunos cordones decorativos, definitivamente no estaba
clasificado para dormir.
Gemí e intenté sentarme, pero no funcionó. No podía ver porque mi
cabello estaba en mis ojos y mis párpados estaban medio pegados. Y algo
me golpeaba suavemente en la cara.
Finalmente, logré tener los ojos lo suficientemente abiertos como para
darme cuenta que eran las sábanas que solían estar colgando bajo las
cortinas que enmarcan el balcón. Y que ahora estaban por todas partes
porque las puertas estaban abiertas y el viento las soplaba. Lo sabía porque
también me estaba soplando.
Y al sofá en el que aparentemente me había desmayado.
Y a la niña que estaba dormida en mi trasero.
Y algo con pedazos duros que se metió en mi…
Busqué a tientas debajo de mí hasta que encontré a un hombre lobo
de peluche que se había estado poniendo demasiado personal. Luego saqué
mi cuerpo del sofá y empujé la almohada debajo de la cara de la niña, con
el lado suave hacia arriba. Y me bajé del sofá.
Y me congelé.
Porque mi pie acababa de crujir.
Estaba en todas partes.
En todos lados.
De repente me di cuenta que las puertas del balcón no estaban
abiertas, se habían ido, sin siquiera algún fragmento dejado en los bordes.
Lo cual probablemente explicaba por qué había un guardia afuera, cada
sesenta centímetros, fumando, bebiendo y probando los límites de peso de
la arquitectura del Dante.
Teniendo en cuenta quién había construido este lugar, me habría
preocupado si fuera ellos. Pero si lo estaban, o si estaban volviéndose locos
por los acontecimientos que recién estaban comenzando a regresar a mi
conciencia, no lo mostraron. Rico incluso me guiñó un ojo, a través de una
bruma de humo.
Traté de guiñar de regreso, pero mi párpado todavía estaba pegajoso
y se quedó atascado.
Suspiré. Y lo despegué. Miré alrededor para ver qué más había
cambiado.
Yyyy era mucho.
La mesa de café también se había ido, con su tapa de cristal. Las fotos
con sus marcos de metal. Los candelabros con espejos detrás. Incluso las
luces empotradas eran diferentes, sus brillantes monturas ahora estaban
cubiertas de cinta adhesiva negra.
Parpadeé un momento, balanceándome un poco porque mi trasero
todavía dormía. El reloj había desparecido, así que no podía ver la hora, pero
se sentía como media noche. También lo parecía, con nada más que
oscuridad y el lejano resplandor de neón visible más allá del balcón. Sin
embargo, alguien estaba cocinando y olía… oh muy bueno.
Recuperé mis zapatos del lado del sofá y me arrastré hasta el salón.
Y descubrí que también había sido visitado por el loco re-decorador.
El televisor había desaparecido, así como la lámpara sobre la mesa de
cartas. La agradable cristalería de la barra portátil había sido substituida
por vasos rojos de Solo, aumentando el ambiente de vivo-en-una-casa-de-
fraternidad, a algo que se acercaba al cien por ciento. Pero el verdadero
espectáculo fue la mesa de billar.
Cada una de las pequeñas bolas se había metido en los bolsillos de
alguien, supuse porque eran de cristal y del tipo que relejaba.
—¿No crees que es demasiado? —pregunté, entrando en la cocina.
Rhea, que estaba en el fregadero, se quedó boquiabierta por alguna
razón.
—No —dijo Marco, sin apartarse de la estufa, donde cocinaba algo en
una sartén de hierro fundido. Se ajustaba a la cinta negra aislante en todo,
desde las perillas de la estufa, a las agarraderas de los cajones, a las llaves
del fregadero. Y coordinando en zigzag la pesada manta gris y negra que
alguien había puesto alrededor del refrigerador.
—No te preocupes; ella siempre se ve así por la mañana —le dijo Fred
a Rhea, levantando la vista para cortar un trozo de tocino en la tabla de
cortar.
—Lo hago cuando duermo en el sofá —dije, tratando en vano de
palmear mi cabello rebelde—. Por cierto, ¿por qué estaba en el sofá?
—Porque no nos dejaste moverte —me dijo Marco, girándose
finalmente. Y dándome una vez más una mirada antes de sacudir la cabeza.
—¿No los deje? —repetí. Marco usualmente no se molestaba en
pedirme permiso.
—Las chicas querían mantenerte con ellas, y de todos modos cuando
traté de llevarte a la cama, me golpeaste.
—No lo hice.
—Lo hiciste —enrolló la manga de su camisa de golf para mostrarme
un enorme bíceps y un moretón inexistente.
—Le dirás a Mircea que abuso de ti la próxima vez.
—De hecho, ya le dije eso.
Resoplé. Y abrí la boca para darle la respuesta que merecía. Pero
entonces algo se metió en ella.
Algo maravilloso.
—¿Qué? —le pregunté, después de masticar y tragar.
—Tochitura. Moldoveneasca… —Marco rodó los sonidos sobre su
lengua cariñosamente, aunque eso no era italiano.
—¿Y eso qué es?
—Esto —dijo Marco, entregándome un frágil plato de papel.
Y una cuchara de plástico.
—¡Oh vamos!
—Es sólo temporal, hasta que pueda conseguir a alguien para mejorar
las guardas.
—¿Cuándo será eso?
—Un par de horas. Hicimos que alguien hiciera un feroz trabajo
anoche, por si acaso Jonas se las arreglaba para encontrar… oye —dijo, y
rápidamente puso otros pocos platos de papel debajo del primero, el cual
estaba rápidamente empapado.
—Sólo en caso de que lograra encontrar… ¿qué?
—No qué. Quién —corrigió—. Sus chicos. A quienes desplazaste… ¿a
dónde?
Tenía un vago recuerdo de un puñado de magos de guerra enojados,
medio ahogados, que se abrían camino por una conocida playa con piedras.
Apuesto a que no había sido un divertido nadar con todo ese hardware, pensé
maliciosamente.
Y alcé la vista para ver a Marco levantando una ceja negra y gruesa
hacia mí.
—Lago Mead.
—¡Ha! —dijo Fred.
—No es gracioso —le dije, tratando de no sonreír. Y no lo era, en
realidad. Esta cosa con Jonas, no era probable que desapareciera solo
porque cambiáramos las guardas. O enviara a sus chicos por sorpresa a
nadar a medianoche. Necesitaba hablar con él, justo después de que
averiguara qué diablos decir.
Suspiré y lo puse en mi lista.
-—¿Vas a comer eso, o admirarlo? —me preguntó Marco.
Miré hacia abajo a mi plato. Había grueso y crujiente tocino, deliciosa
carne de salchichas, huevos fritos, en lo que podría ser grasa de tocino si
tenía suerte, polenta, y algunas extrañas cosas blancas desmenuzables que
no podía identificar inmediatamente. Pero en general, un fácil nueve de diez.
-—Comerlo —dije, y encontré un taburete en el bar.
Lo desmenuzable blanco resultó ser una especie de delicioso queso.
Lo cual sabía muy bien cuando se mezclaba con todo lo demás en una masa
pegajosa de increíbles sensaciones de ataque al corazón. Comencé a comerlo
con cuchara.
—¿Qué dijiste que era esto? —pregunté después de unos pocos
minutos embriagadores.
—Desayuno moldavo de campeones.
—¿Y sabes cómo hacerlo, porque?
—Horatiu me enseñó —dijo Marco, refiriéndose al criado más antiguo
de Mircea—. Es del viejo país.
—Viejo país mi culo —dijo un encantador pelirrojo llamado Roy,
entrando—. Eso es cocina del sur.
—El sur rumano, tal vez.
—Moldavia está en el norte —dijo Fred.
—No me importa dónde esté —dijo Roy, inclinándose sobre mi plato—
. Eso es tocino, huevos y sémola de queso. La mitad del sur come eso para
el desayuno cada mañana.
—Bueno, lo aprendí de un viejo rumano, y estoy bastante seguro que
lo tuvieron primero —dijo Marco, en su voz de no-discutas-conmigo-soy-el-
jefe. Y entonces miró hacia abajo, y su rostro cambió. De fuerte-patea-
traseros maestro vampiro a…
Bueno, no sabía exactamente qué era esa expresión. Pero era suave y
sonreía.
Al querubín descalzo en arrugado camisón blanco que estaba tirando
del pantalón en su pierna.
—¡Phoebe! —dijo Rhea, dando vuelta rápidamente alrededor de la
mesa—. No molestes al… al hombre. Él está cocinando.
Se inclinó hacia ella, pero la niña ya había sido arrastrada a los brazos
de Marco, parecía increíblemente pequeña al lado de mi gigante
guardaespaldas. Cuyo bíceps se veían más grandes alrededor de su cuerpo.
Le mostró el contenido de la sartén.
—¿Quieres tocino y huevos?
Ella asintió con entusiasmo.
—Yo… iba a hacer harina de avena —dijo Rhea, mirando entre los dos.
Marco y la niña arrugaron las narices exactamente en el mismo
momento, haciendo que me echara a reír.
Y casi me trago mi maldita cuchara. Rhea me miró con alarma.
—No creo que ella quiera avena —le dije.
—Es… es solo…
—¿Solo es qué?
—Eso no es muy saludable —soltó, mirando mi plato. Y luego se quedó
allí, aparentemente afectada. Y confundiéndome como el infierno.
Rhea parecía tener una cosa tipo personalidad dividida que no
entendía. Un minuto, estaba gritándole a los peligrosos vampiros maestros
y al líder del Círculo de Plata, y al siguiente estaba congelándose en Miss
Pequeña Voz Sumisa cuando tenía que hablar conmigo. Era desconcertante.
Me hacía sentir como Godzilla. También iba a ser un problema si no lo
superaba.
Decidí empujarla un poco.
—¿Así que piensas que no debería estar comiendo esto?
—Yo… no. —Miró asombrada—-. No, no me atrevería a hacerlo…
quiero decir, lo que la Pitia come es, por supuesto, su…
—Pero no es saludable.
—Es… —Ella miró mi plato con tristeza—. Es solo que… bueno, no
hay verduras…
—Tampoco hay verduras en la avena —dijo Fred.
—No, pero es un grano entero —dijo, mirándolo. Y parecía aliviada de
tener a alguien con quien poder discutir.
—La polenta es de grano entero…
—¡Y la harina de avena no se cocina con grasa de tocino!
—Podríamos añadir una verdura —dije, trayendo su atención de
nuevo hacia mí—. ¿No podríamos, Fred?
Miró mi plato pensativo. Las verduras no eran lo fuerte de Fred.
—Bueno, supongo que podría cortar una cebolla…
—¡Una cebolla no cuenta! —le dijo Rhea severamente.
—O poner medio tomate a un lado —dije, pensando en todos los
desayunos que había visto comer a Pritkin. Se suponía que iba a ser un
alimento saludable, y la mayor parte del tiempo estaba a la altura. Pero los
domingos derrochaba en los desayunos más horribles de la tierra. Me había
dado la idea de que, últimamente, él los había hecho deliberadamente
horribles sólo para meterse conmigo.
—La corte estaba en Londres —añadí—. Eso es a lo que las niñas
probablemente están acostumbradas.
—Sí, los británicos tienen grandes desayunos —dijo Fred
entusiasmado—. Con ese buen tocino grueso…
—Y hongos fritos —añadí.
—… y huevos fritos —aceptó Fred felizmente.
—… y salchichas fritas…
—… y pan frito…
—¿Te das cuenta que todo lo que has mencionado está frito? —le
preguntó Rhea.
—… y bollos nadando en mantequilla —dije, apilando más.
—Oh, ni siquiera vayas ahí —me dijo Fred—. Porque entonces vas a
necesitar mermelada de fresa y mermelada de naranja y natas…
—¿Natas? —preguntó Rhea, horrorizada.
—Y pan con queso tostado —dijo soñadoramente. Y me sonrió, como
si pensara que había ganado.
Como si pudiera.
—Frijoles horneados y tostadas —le dije inteligentemente.
—Salchichas rebozadas en pudín —refutó Fred, la luz del desafío en
sus ojos.
—Arenques frescos…
—Huevos escoceses…
—… riñones endiablados…
—… Albóndigas…
—… Carne frita con verdura…
—¡Pan con mantequilla! —dijo Fred, empezando a parecer un poco
preocupado.
Sonreí, porque Pritkin era galés, y los galeses comían de miedo, cosas
aterradoras.
—Pan de alga —dije con presunción. Nada como algas a primera hora
de la mañana.
—¡Pasta de levadura untable!
—Pescado desmenuzado…
—¡Panqueques!
—Los panqueques son americanos.
—¡Mierda, mierda!
—¿Te rindes?
—¡No! No, yo…
—Tictac, Fred.
—¡Jodida Morcilla! —dijo Fred, desesperado.
Y luego esperanzado, cuando dudé.
Después me reí en su cara.
—… ¡papas fritas!
—¡Maldición! —Fred me señaló—. ¡Mierda!
—¿Qué?
—¡Ya lo hemos dicho!
—No lo hicimos.
—¡Sí lo hicimos! ¡Debimos hacerlo! ¡No se puede ganar con papas
fritas!
—Mmm. Papas fritas. —Lo saboreé.
—¡Mierda!
—¡Las patatas fritas no cuentan como vegetales! —replicó Rhea.
Y entonces de repente se golpeó la boca con su mano, al darse cuenta
que acababa de gritarle a la Pitia. Me miró durante una fracción de segundo,
con algo que se acercaba al horror, y luego salió corriendo de la habitación.
Suspiré.
No había sido exactamente la respuesta que esperaba.
—¿Qué? —preguntó Fred—. Ni siquiera estaba jugando.
—Ve que las niñas se alimentan de algo —le dije, y fui tras ella.
La encontré en mi habitación, haciendo la cama. Lo cual parecía una
especie de desperdicio, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba.
—Iba a hacer cambiar la colcha —comencé, sólo para quitársela—.
Rhea, está bien.
Ella negó, enviando rizos oscuros a volar.
—¡No está bien! Está sucio. Deberían haber cambiado esto, tenerlo…
—Rhea
—… listo, en caso de que despertase y quisiera…
—Rhea.
—… cambiarse a la cama o tener una siesta o…
—¡Rhea!
Se detuvo bruscamente, llevando la horrible ropa de cama hacia su
pecho y mirándome.
—No necesito una criada —dije.
Y vi que su rostro se arrugaba.
—¡Entonces no le sirvo de nada!
—¿De nada? Tuviste la visión de Ares.
—¡Y tal vez estaba equivocada! ¡Ya no sé!
—No te has equivocado.
—Yo no… —Ella se sorprendió—. Sí, Pitia.
—¡No hagas eso!
Ella se sacudió y se sonrojó culpablemente.
—Lo… lo siento —me dijo, con ojos grises enormes, aunque dudaba
que tuviera alguna idea de por qué se disculpaba.
—O eso —dije, moderando mi voz—. No necesito una disculpa cuando
no has hecho nada malo.
—Pero usted dijo…
—Que no quiero un sí Pitia, o un no Pitia si eso no es lo que realmente
piensas. Necesito a alguien que me diga la verdad. Especialmente ahora. —
Miré hacia la puerta, porque de ninguna manera todos en el maldito
apartamento podían oírnos.
Toda esta falta de privacidad estaba empezando a ser una perra.
—La verdad es que no tengo visiones —dijo Rhea mientras la miraba—
. “No tengo nada. Se suponía que era una vidente… me pusieron a prueba y
pasé. Pasé, y sé que no te dejan quedarte en la corte de la Pitia a menos que
tengas una puntuación muy alta. Pero entonces…
—No, no lo sabía —dije, sentada en el borde de la cama, tratando de
frenarla—. No fui criada allí.
—No —estuvo de acuerdo, lanzando una mirada nerviosa a la puerta—
. Usted creció con ellos.
—Bueno, no con ellos, exactamente. Crecí en la corte de otro vampiro,
un tipo llamado Tony.
—Él… él debió haber sido bueno con usted —dijo, obviamente
tratando con diplomacia.
—¿Tony? Tony no era bueno para nadie. Tony era un bastardo.
Rhea pareció sorprendida por esta información.
—Los vampiros son sólo gente —le dije—. Buenos, malos y realmente
irritantes, justo como todos los demás.
—Pero… —Volvió a mirar la puerta, y luego hizo algo en el aire que
realmente esperaba fuera un hechizo de silencio. Y lo adiviné, porque de
repente fue mucho menos táctil después de que encajó en su lugar—. ¡No
son como los demás! —dijo con fervor—. Pueden matarte…
—Un mago puede matarte. Un humano no mágico puede matarte…
—Pero ellos no… no…
—¿No qué?
—¡No te comen!
Me reí. Esto tampoco parecía ir bien.
—Lo siento —le dije—. Pero Fred en su mayoría come tacos.
—Pero tienen que alimentarse de nosotros —siseó, en voz baja, a pesar
del hechizo—. No pueden vivir de otra manera.
—No, no pueden.
—Así que las niñas…
Parpadeé.
—Estás preocupada por… no.
—Pero están aquí. Y son tan vulnerables. Y no puedo protegerlas si…
Ella se detuvo, la cara pálida, los brazos todavía agarrando la
almohada. Y parecía extrañamente infantil. Me pregunte cuántos años
tenía.
Entonces pregunté.
—Di-diecinueve, lady.
—¿Diecinueve? —Habría pensado que más grande. Tal vez porque
todo el mundo parecía aferrarse a ella.
—Lo sé. —Parecía enojada—. Muy vieja. Pero necesitaban a alguien
en la guardería, y no tenía ningún otro lugar a donde ir, y…
—¿Desde cuándo tener diecinueve años es estar vieja?
—Para la corte de la Pitia lo es, si no eres seleccionada.
—¿Seleccionada?
—Para ser entrenada como una acólita. Ayudan a la Pitia, le
aconsejan, le ayudan en sus misiones…
—Bien. Porque realmente podría usar algo de eso. —Estiré una
mano—. Felicitaciones. Puedes ser mi primer acólita.
Y, está bien, eso tampoco iba muy bien, pensé, cuando Rhea se echó
hacia atrás y empezó a sacudir la cabeza violentamente.
—¡No, no, no!
—Rhea…
—¡No lo entiende! ¡No viene a mí! ¡No lo hace! He intentado, probado
y…
—¿Qué no te viene?
—¡Nada! —dijo apasionadamente—. ¡Por eso cuido de la guardería!
Era lo único que encontré que podía hacer. Estaba bien con las pequeñas,
pero todo lo demás… No puedo…
—¡Rhea! —Puse un poco de poder detrás de mi voz, porque la niña
estaba sacudiéndose—. Escúchame. No sé qué más se supone que debes
hacer, pero ya has hecho las cosas que necesito, ¿está bien? Ya lo has hecho.
—No he hecho nada.
—Está bien. ¿Entonces te estaba imaginando en la coronación? ¿No
estabas allí?
—No. Quiero decir… estaba allí. Vi lo que usted…
—No estamos hablando de mí. ¿Por qué estabas allí?
—Para… hablarle de las acólitas. Había tenido una visión… al menos
creo que la tuve; no tengo visiones…
—Pero viste algo en ese momento —señalé.
Ella asintió.
—Y las acólitas lo notaron y te preguntaron. Te diste cuenta que
estaban felices ante la idea de que el Dios de la guerra regresaría y patearía
todos nuestros traseros.
Ella asintió un poco más. Estaba empezando a recordarme a un
muñequito cabezón de Pitia.
—Así que supiste que se habían unido al otro lado. Y como Agnes
estaba muerta, lograste invitarte a la gran fiesta de su sucesora ¿para hacer
qué? ¿Comer aperitivos?
—¡No! ¡Para advertirle! Para decirle lo que había visto…
—Así que… ¿para ayudarme y aconsejarme?
Había estado a punto de decir algo, pero al instante cerró
bruscamente la boca. Y luego la abrió de nuevo después de un minuto.
—No.
—¿No?
—No soñaría con aconsejar a la Pitia —replicó, y no pude evitarlo. Me
recosté en la cama y me eché a reír de nuevo.
Dios, lo estaba perdiendo.
—Mi lady…
—Detente —le dije cuando su rostro preocupado apareció por encima
del mío.
—¿Detener…?
—Deja de llamarme así. Me llamo…
—Lady Herophila.
—Mierda. —Decidí pedirle la palabra a Fred.
—¿Qué? —Rhea parpadeó. Supongo que las Pitias tampoco
insultaban, aunque estaba segura de haber oído a Agnes en más de una
ocasión…
—Ese fue el título que Apolo me dio, cuando estaba tratando de
convertirme en su títere —le dije—. Elegí lady Cassandra…
—¡Lo siento! Nadie dijo…
—… pero tampoco me gusta ese. Llámame Cassie.
Ella sólo me miró. Pero de pronto hubo una inclinación obstinada en
su mandíbula que no había estado allí hace un momento. Pero que había
estado en plena evidencia cuando había estado poniendo a Fred en su lugar.
—No me llamarás Cassie, ¿verdad? —pregunté.
—Le llamaré como quiera, por supuesto, lady —dijo, y luego pareció
ofendida cuando me reí de ella otra vez.
—De acuerdo, mira. Tenemos que hacer algunas cosas bien —le dije—
. Uno. Los vampiros por aquí no te van a comer… ni a las niñas. Cuando no
están aquí sirviendo de mis niñeras, tienen cortes propias, con un montón
de seguidores más que felices de proveerles cualquier sustento que
necesitan. De hecho, Mircea, ese es su amo; él es… tipo el gran jefe, ¿sabes?
¿Sobre todo el clan?
Ella asintió.
—Él regularmente rechaza a los “Queremos-ser-sus-sirvientes”
porque ya tiene demasiados.
—Él… ¿la gente quiere ser mordida? —Parecía horrorizada.
Obviamente nunca había conocido a Mircea.
—Sí —me conformé con decir—. Algunas personas lo hacen. Pero tú
no y ellos lo saben, así que no tienes que preocuparte, ¿está bien? Ellos
están aquí para defendernos. Ellos habrían muerto esta noche
defendiéndonos, si fuera necesario.
Rhea parecía preocupada por eso, como si no estuviera segura qué
pensar. Pero no lo cuestionó. Sin embargo, aportaría que los chicos iban a
ser salpicados de preguntas más tarde
Bien; eso les daría algo que hacer.
—En segundo lugar —le dije, y acentué mi voz—. Tú eres mi acólita.
A partir de ahora. Más tarde, si lo odias, veremos cómo cambiar eso. Pero
por el momento, necesito a alguien que entienda la posición de Pitia mejor
que yo. Y esa eres tú.
Ella asintió, con los ojos muy abiertos, sorprendida, y tal vez un poco
aterrorizada.
Bienvenida al club, pensé.
—Y tercero…
—¿Tercero, lady?
—Tercero, ¿cómo diablos salto mil quinientos años?
—Así que éstas eran las habitaciones privadas de Agnes. —No encendí
una luz, aunque había un panel junto a la puerta. Un par de candelabros
sobre las paredes estaban con luz baja, además la bruma de la ciudad-por-
la-noche filtrándose por el conjunto de ventanas del piso al techo daban
suficiente claridad para ver.
Y había mucho que ver. Como las lujosas alfombras sobre pisos muy
pulidos, los que lucían genuinamente como viejos maestros de las paredes
eran los candelabros sobre nuestras cabezas, meciéndose suavemente con
el aire acondicionado, del tipo que a menudo cuestan más que las casas que
decoraron. Todo el conjunto en armonía con un esquema de colores pálidos
en beige y azul, que uniéndose a la tenue iluminación tenía un efecto muy
relajante.
O lo haría, si no hubiéramos estado tratando de robar el lugar.
—Muy privadas —aceptó Rhea suavemente, entrando detrás de mí y
rápidamente cerrando la puerta—. Nadie viene aquí, excepto los invitados
de honor. Y las acólitas, por supuesto.
Las acólitas. Genial.
—Esperemos que no ver nada de eso esta noche.
—No lo haremos. Están en la coronación.
Sí, ese era el plan. Estábamos a un poco más de una semana atrás en
el tiempo, la noche en que las acólitas estaban en mi coronación en el estado
de Washington, viéndome en un duelo con un semidiós. Mientras tanto, mi
otra yo, estaba aquí tratando de robar a su antigua jefa. Mi vida era rara.
Y posiblemente también muy corta, si ellas volvían temprano.
—¿Alguna idea? —pregunté, mirando a Rhea, quien lucía como si
pertenecía aquí con su formal traje blanco. Yo, por otra parte, parecía un
turista que de alguna manera había salido de la calle, con shorts de mezclilla
y una camiseta con una imagen de la rubia de Las Chicas Superpoderosas.
Estaba levantando pesas y declaraba orgullosamente que estaba
“Empoderando mis músculos en roca”. Por supuesto, había sido un regalo de
Pritkin.
Un obsequio muy, muy optimista. Especialmente ahora, cuando no
estaba sintiéndome dura, tanto como horriblemente ansiosa. Estar en
lugares donde casi había muerto tendía a hacerme eso.
Será mejor que me olvidé de eso, pensé arbitraria. O mis lugares de
vacacionar iban a empezar a estar muy limitados.
Rhea sacudió la cabeza.
—Podría estar en cualquier parte. Las estaba usando mucho, cerca
del final. Debe haber algunas… en algún lado.
Ella miró a su alrededor un poco impotente. Tal vez porque Agnes
tenía básicamente su propio apartamento en el piso superior de la mansión
en Londres, que solía ser la corte de la Pitia. Había un dormitorio visible a
través de una puerta a la izquierda; una sala, por la que habíamos entrado
desde el vestíbulo; y una oficina en la pared opuesta a la derecha. Y éstas
eran sólo las partes que podía ver.
—Ve al dormitorio —le dije—. Revisaré aquí.
Ella asintió, salió corriendo, y empecé a buscar en la sala.
No fue fácil. Había una enorme sección de tres lados con unas
cincuenta almohadas frente a una chimenea. Y una pared con estanterías
de muchos cajones. Un bar con aún más cajones y una tonelada de
cristalería. Y lo que buscábamos era más pequeña que una botella de
perfume promedio.
Sólo esperaba que Rhea lo supiera cuando la viera, porque no estaba
segura que podría.
Sólo las había visto una vez antes, cuando era sólo una lectora del
tarot, el senado necesitaba que hiciera un recado para ellos. Habían
sospechado que algo del poder de la Pitia había venido a mí, puesto que la
vieja Pitia estaba muriendo y mi madre había sido una vez su heredera. Pero
mamá había sido deshonrada, nunca había sido entrenada, y no estaban
seguros de que lo que estuviera escapándose de Agnes fuera suficiente para
hacer el truco.
De modo que sospecharon que una poción, llamada Las Lágrimas de
Apolo, podía ayudarme.
Casi lo había olvidado, ya que poco después había terminado
heredando todo el poder que ella tenía, y no las había necesitado de nuevo.
Pero me había preguntado, ¿por qué tener una poción si la Pitia no la
necesitaba? Supongo que la respuesta era: porque a veces la necesitaba.
Rhea pensó que era posible que encontraríamos algo aquí, ya que
Agnes había estado usando las cosas como agua, el último año que vivió.
Ella las había estado usando para aumentar su fuerza que ya fallaba y para
todavía permitirle desplazarse. Y si podía impulsar a una mujer moribunda,
a algo como el poder total, Rhea pensó que había una buena posibilidad de
que pudiera convertirme en una súper Pitia, la mejor en remontar siglos.
O por lo menos, regresarnos a Rosier y a mí al siglo VI sin arrancarme
las tripas.
Así que revisé todas las malditas almohadas, deteniéndome
ocasionalmente para echar un vistazo a las preciosas cortinas que cubrían
las ventanas. O al deslumbrante cristal de roca sobre la barra. O lo que
parecía una de las pinturas de girasol de Van Gogh brillando con un toque
de luz de luna en la pared de la sala. Pero lo único que encontré fue un buen
inicio de un complejo de inferioridad.
El lugar parecía que podría haber salido de las páginas de una revista.
Al igual que la casa de abajo, con sus zonas de recepción formales y la
opulencia en todo. Fue impresionante cuando entré por primera vez, pero
¿cómo habría sido vivir aquí? ¿Sin ninguna cosa fuera de lugar e incluso
con los pliegues de las cortinas increíblemente perfectos?
Volví a pensar en el alegre lío en el Dante, con los ceniceros
desbordados y el refrigerador en zigzag y la mancha de vino en la alfombra
que nadie se había molestado en limpiar porque estaban esperando el
próximo Apocalipsis. Este lugar olía vagamente floral. El mío olía a cigarros
de Marco, a comida para llevar, y a pies de vampiro. Este lugar era tranquilo,
sereno. El mío era un caos diariamente. Este lugar era…
Oh diablos. Este lugar era Agnes, elegante e intimidante y sin defectos.
Le quedaba bien.
Nunca habría encajado.
No era una chica de champán. Era más el tipo Bloody Mary,
específicamente del tipo que servían en uno de los bares del Dante, con
quince aceitunas, un manojo de dedos de pollo, una hamburguesa de queso,
un puñado de aros de cebolla, y una maldita pizza de pepperoni, todo pegado
por palillos como brocheta. No era elegante, pero funcionaba.
Como yo, usualmente.
Usualmente, pero no esta noche, porque no podía encontrar una
maldita cosa, ya sea en la sala o en la oficina-adyacente-con-mil-cajones.
Finalmente me rendí y fui a ver si Rhea había tenido mejor suerte.
E inmediatamente me sentí mal por quejarme. Porque tenía que
revisar todos los bolsillos de cada traje, en un vestidor tan grande como mi
dormitorio. Tal vez más grande, pensé, mirando fijamente una larguísima
alfombra blanca lujosa, hasta una otomana del tamaño de un sofá.
Frente a un enorme tocador lleno de cajones más extravagantes.
—Mierda —dije con sentimiento.
Rhea levantó la vista. Su cabello oscuro estaba revuelto y lleno de
pelusas, sus ojos estaban rojos por todas las fibras que flotaban en el aire.
Parecía que ella quería estar de acuerdo conmigo.
Pero, por supuesto, eso no sería de una dama.
Ya que había renunciado a eso, hace un tiempo, lo dije de nuevo.
—Lady Phemonoe tenía mucha ropa —estuvo de acuerdo, mientras
recorría el largo camino para unirme a ella.
—Y maquillaje —dije, mirando la cómoda. Maldita sea; conocía a drag-
queen del Dante que tenían menos que eso.
—Ella estuvo usando mucho, el año pasado —dijo Rhea en voz baja—
. La vi sin maquillar una vez, cuando traje té. Ella estaba… demacrada.
—Pero ella no podía darse el lujo de lucir así.
—El Círculo espera… u n cierto estándar —Incluso de una mujer
moribunda no se dijo.
—Sí, bien, el Círculo puede irse a… —Me detuve justo a tiempo,
recordando la sensibilidad más refinada de Rhea.
Pero no parecía importarle. En todo caso, parecía curiosa.
—No les tienes miedo.
—No.
—Todo el mundo les teme.
—Todos los demás no se pasaron semanas siendo perseguidos por
ellos por toda la creación —dije, arrodillándome frente a la monstruosidad—
. Ellos se pasaron los primeros meses de mi reinado intentando matarme.
—Pero fracasaron.
—No por falta de intentos.
—Y luego ayudaste al mago Marsden a retomar el control y volver a
ser el lord Protector de nuevo —dijo, como recitando.
—Parecía ser la mejor manera de quitar la recompensa por mi cabeza.
—Y para quitar a Saunders, su predecesor corrupto, homicida e hijo de puta,
del cargo.
¡Maldita sea, había un montón de cajones!
—Pero no podría haberlo hecho sin ti.
—No sé acerca de eso.
—¡No podría haberlo hecho! —dijo ella, de repente vehemente—. Él no
se movió hasta que tuvo a la Pitia a su lado. No habría hecho ni la mitad de
las cosas que sabe sin la ayuda de lady, y, sin embargo, trata a su sucesora
como… —Se detuvo bruscamente y apretó los labios.
Y luego giró a ordenar furiosamente los abrigos.
La miré un momento, pero no dije nada. Se sentía raro ser defendida,
tener a alguien actuando como si tal vez había algo malo en cómo me
trataban. Había pensado de esa manera a veces, pero todos los demás
actuaban como si las cosas estuvieran bien y fuera la única con el problema.
Todos menos Rhea.
Ella en realidad sonaba más ofendida por mí de lo que yo misma
estaba, de ahí lo extraño.
Pero era muy raro.
También me ocupé, pero lo único interesante que encontré fue una
tira de papel metido en el forro de un cajón. Era un grupo de imágenes,
viejas, en negro y blanco, todas en fila, del tipo de fotos que sacas en cabina
instantánea. Y mientras que los rostros que me miraban eran familiares,
estaban tan cambiados de los que conocía que apenas los reconocí.
Agnes tenía pecas; nunca las había notado antes, bajo la pintura de
guerra. Y Jonas… Sonreí a pesar de todo, incluso a pesar de la noche
anterior. Porque ¿quién podría estar furioso con eso?
Estaba de pie detrás de Agnes, como si ambos apenas hubieran
podido entrar en la pequeña cabina. Y mientras ella intentaba parecer
atractiva y posar para la cámara, él estaba haciendo una mueca detrás de
su cabeza. Con su loco cabello aún más desquiciado que de costumbre y
sus botellas de Coca Cola de vidrio, haciendo sus ya grandes ojos enormes…
Era muy gracioso.
Agnes lo atrapó en la segunda foto y lo agarró por la toalla que le había
puesto al cuello, como si estuviera amenazando con estrangularlo.
O no, pensé, sonriendo. Porque la tercera imagen mostraba que su
rostro había sido arrastrado hasta el suyo, de forma bastante abrupta que
sus gafas estaban medio torcidas. Y sin embargo no pareció importarle.
—¿Quién sabría que el viejo podía besar así? —le pregunté a Rhea,
pasándole la foto.
Ella lo miró fijamente, como si necesitara ajustar su imagen mental.
No tuve el mismo problema, ya que no había habido mucho para empezar,
al menos no sobre Agnes. Todo lo que realmente sabía con certeza era que
ella había sido la perfecta Pitia y había salido con Jonas durante décadas.
Se me ocurrió de repente que tal vez debería saber más que eso.
—¿De dónde era? —pregunté.
Rhea levantó la vista.
—¿Lady Phemonoe?
Asentí.
—Pittsburgh.
—¿Pittsburgh?
—¿Si, por qué?
La Pitia de Pittsburgh.
—Entonces, ¿por qué tenía acento inglés?
—Ella fue entrenada aquí. La Pitia anterior era británica, y tenía su
corte aquí. Cuando lady Phemonoe fue identificada, o Agnes Wetherby como
se la conocía entonces… —Se interrumpió ante mi expresión—. ¿Pasa algo
malo?
Agnes Wetherby, la Pitia de Pittsburgh.
—Nada.
Rhea me vio de reojo, pero luego continuó.
—Ella fue traída aquí como una iniciada, a la edad de seis años…
—¿Seis?
—Sí, ya era muy tarde —dijo Rhea, de acuerdo con un punto que no
había expresado—. Pero sus padres eran algo influyentes y lucharon contra
el proceso. Ellos lograron soportarlo por más de dos años.
—¿Lo combatieron? —Miré hacia abajo a la imagen en su mano, que
de repente parecía menos feliz—. ¿Quieres decir que las mujeres como Agnes
están obligadas a estar aquí?
—Es considerado un honor ser seleccionada —dijo Rhea con cuidado.
Le di una mirada.
—¿Tú lo ves así?
Ella no respondió.
Volví a mirar la foto, tratando de imaginar lo que habría sido, de
repente perder todo tan joven. Dejar a tu familia, tu hogar, tus amigos. Y
llegar a un lugar donde todo era diferente, desde la comida hasta la ropa
que llevaba a la gente…
—Es mejor que la alternativa —dijo Rhea, después de un momento.
—¿La alternativa?
—Las escuelas que el Círculo opera. Las únicas para los seres
humanos mágicos con poderes peligrosos. Ellos las llaman…
—Sé cómo les llaman.
También sabía lo que realmente eran. Los “centros educativos” eran
poco más que prisiones para personas con habilidades que al Círculo no le
gustaba. La gente como mi padre, que había sido un nigromante, pero de
alguna manera había logrado evitarlos. Gente como yo, porque heredé su
poder, no con cadáveres, sino con espíritus. Lo cual era peligroso, sólo para
mi cordura cuando un puñado de fantasmas aburridos que no se callaban.
Pero que habría sido suficiente para tenerme encerrada, posiblemente para
toda la vida.
Sólo que parecía como si eso podría haber ocurrido de todos modos.
—Pero las clarividentes no son peligrosas —señalé—. Y he visto
muchas en el exterior, dando vueltas, haciendo lecturas…
—Ha visto muchas charlatanas, lady —replicó Rhea con suavidad—.
Las clarividentes reales son raras, y las que son lo suficientemente
poderosas para la corte todavía más raras.
—Pero no somos peligrosas —repetí—. No somos incendiarias o
maléficos o magos oscuros…
—El conocimiento siempre es peligroso, y siempre hay quienes lo
temen. El Círculo se preocupa por lo que podríamos saber de ellos, sus
números, habilidades, planes, y lo que podríamos decir a los demás. A no
ser que…
—A menos que seas educada para pensar que el sol brilla por sus…
—Me sorprendí a mí misma, pero Rhea asintió, agachando la cabeza para
que no la viera sonreír.
No devolví la sonrisa. Ella no lo sabía, pero acababa de añadir otro
problema a mi creciente lista.
Uno grande. O más exactamente, un grupo de pequeños que sumaban
a uno grande, porque no había planeado realmente mantener mi corte.
Tenía la intención de hablar con Casanova acerca de conseguir
algunas habitaciones para las chicas, sí, pero eso era temporal, así tendrían
camas reales para dormir y baños suficientes, mientras pensaba qué hacer
con ellas.
Y así estarían lejos de mí. Porque cosas de mierda me pasaban.
Mierda me pasaba todo el tiempo.
Pero incluso sin la seguridad, el hecho evidente era que me las
arreglaba para arruinar mi propia vida regularmente; no tenía nada que
hacer a cargo de nadie más. Especialmente en medio de una guerra. En un
momento de paz, claro, manejaría la escuela de Cassie para chicos
talentosos o lo que fuera, ¿pero en este momento?
Ujum. Necesitaban irse. Necesitaban volver con sus familias, tan
pronto como supiera quiénes eran todas. Probablemente también
necesitarían terapia después de los últimos días, pero eso podría ser tratado
una vez que estuvieran a salvo de mí.
O ese había sido el plan. Pero ahora me enteraba que no las enviaría
a casa, las enviaría a la cárcel, y de alguna manera no pensaba que Jonas
estaría dispuesto a hablar de libertad ahora.
¡Y maldita sea, no necesitaba esto!
—Las iniciadas tienen libertad de irse a los dieciséis, si no eligen
aceptar la posición de acólita —dijo Rhea, observándome.
—¿Y hasta entonces? ¿Se les permite visitar a sus familias?
—Eso… ellos piensan que es mejor si no lo hacen.
Sí, podría interferir con el lavado de cerebro.
Por lo menos ahora sabía por qué Agnes tenía tantas niñas alrededor.
Probablemente se habría sentido mal si hubiera alejado a alguna de ellas,
pensando que estarían mejor en la corte que con el Círculo. Y probablemente
tenía razón. Pero eso había sido antes de que estallara la guerra y la corte
terminara en el punto cero y, ¡Dios, el Círculo me enfurecía!
Claro, quitar a un grupo de niñas pequeñas de sus familias, tratarlas
como una especie de monstruos, encerrarlas donde no quieren estar, ¡y
luego se sorprendían cuando algunas de ellas se ponían en contra!
Sólo que mis acólitas no se habían limitado a traicionar al Círculo,
¿verdad? No habían terminado convirtiéndose en magos oscuros como
algunos de los niños que escaparon de esas cárceles. No. Ellas habían ido
por lo grande, planeando traer de regreso a los jodidos dioses, que, sí,
joderían al Círculo agradablemente, pero también tratarían de matar al resto
de nosotros.
Así que este era un problema. Y ni siquiera podía confiar en Jonas
para que me ayudara, porque estaba ocupado. ¡Tratando de encerrar a la
otra clarividente que estaba fuera de su control!
Y quién iba a quedarse así.
—Lady, est… ¿Algo está mal? —preguntó Rhea, y volvió a esa voz
sumisa, la que estaba empezando a odiar. Pero sólo porque ahora odiaba
todo.
—No. Así que así es como se conocieron —dije, mirando la foto—.
Agnes estaba en la corte y Jonas era el lord Protector.
Rhea sacudió la cabeza.
—Entonces no era lord Protector. Y no se conocieron aquí. Se
conocieron…
—¿Sí?
—No estoy segura. Fue hace mucho tiempo.
Y, sin embargo, la única foto de él, había sido arrugada en un viejo
cajón. No había otras que hubiera visto… ni de él ni de nadie más. Y de
repente me di cuenta de lo que me estaba molestando de este lugar.
¿Dónde estaban las instantáneas? ¿Los papelitos con tontas
anotaciones? ¿Las entradas de cine? ¿Dónde estaban los estúpidos animales
de peluche que él había ganado para ella en una feria, los “anillos de plata”
de mierda que compraron a un vendedor y que les puso el dedo verde, las
postales, el recuerdo de mal gusto de tiro al blanco, las notas de amor? Este
lugar parecía que ya estaba a la venta y alguien había limpiado todas las
cosas personales, así un comprador sería capaz de verse en la casa.
Y tal vez podrían verse, pero no podía verla a ella.
No podía ver a Agnes.
—¿Has encontrado más fotos? —pregunté, porque tal vez guardaba
las cosas privadas aquí. Pero Rhea negó.
—Ella… por lo general no era sentimental. —Su puño cerrado, lo
suficiente como para arrugar la foto por un momento, pero luego me la
mostró.
—Guárdala —le dije—. La conocías mejor que yo.
Su mirada de gratitud fue rápida, pero le iluminó todo el rostro. Ella
sería muy bonita, pensé, si alguna vez salía del camisón de la abuela. Me
preguntaba si incluso tenía otra ropa.
—Y toma todo lo que quieras —añadí—. Si algo te queda… —Me
interrumpí ante su mirada de alarma—. ¿Qué?
—Yo… esto es lo que usamos —me dijo—. Las ini… las acólitas —se
corrigió—. Es tradición.
Es feo, no dije, porque ella estaba agarrando el cuello de la cosa como
si yo planeara arrancársela.
—Agnes no lo usaba —recité.
—La Pitia lleva lo que elige, por supuesto.
—Pero tú no.
—Yo… es parte de la disciplina…
—No estás en los infantes de marina.
—… la tradición —repitió. Como si tal vez no lo hubiera entendido la
primera vez.
—Pero alguien cambió la tradición en algún momento, ¿verdad? Eso
es viejo, no antiguo.
Miró al camisón.
—Lady Herophile VI lo diseñó. En 1840…
—Lo vi.
A Rhea le temblaron los labios; lo vi.
—Es mejor que el anterior.
—¿Quiero saber sobre el anterior?
—Vestidos griegos. No eran nada prácticos. Lady Herophile lo dijo…
—añadió, antes de que tuviera la idea de que ella podía tener una opinión
sobre algo—. Ella escribió que se sentía como si trajera un disfraz todo el
tiempo, y cuando salía, o bien tenía que usar una capa envolvente, o
escabullirse con ropa normal de calle y romper las reglas. Siempre estaba
rompiendo las reglas… hasta que se convirtió en Pitia, por supuesto.
—Por supuesto.
—Después, fue una Pitia adecuada —añadió rápidamente.
¿Por qué dudaba eso?
—Su nombre no habría sido Gertie, ¿verdad?
—Gertrude, sí —dijo Rhea, sorprendida de que lo supiera.
Cerezas. Supuse que parecía alguien a quien le gustaba la ropa. Tuve
una imagen repentina de su escape por una ventana de la mansión Pitia, en
un vestido griego, con un paquete de ropa normal sobre su espalda. Podía
verla totalmente.
Y no la culpe ni un poco.
—1840 fue hace mucho tiempo —señalé.
—Yo… sí. Sí.
—Eso se ve incomodo —agregué, mirando el cordón alrededor del alto
escote.
—A veces…
Miré a su alrededor. Había de todo, desde vestidos con flecos de los
años 20 hasta abrigos con botones de los años cuarenta, de los anchos
pantalones de las piernas de los años 60 hasta los trajes aún más anchos
de hombros de los 80. Y todo lo demás entre modas. Lástima que todo se
esfumaría en una semana o algo así.
—¿Agnes tenía herederos? —pregunté, y luego deseé no haberlo
hecho. Porque Rhea acababa de extender una mano para tocar un vestido
de noche púrpura y dorada que rozaba el suelo a su lado.
Ella lo apartó bruscamente.
—Es suyo. Todo es suyo —me dijo rápidamente-.
La miré, un poco exasperada.
—¿Podrías dejar de hacer eso, por favor?
—Hacer… ¿qué? —Sus ojos comenzaron a revisar alrededor, como si
tal vez su cuerpo estuviera haciendo algo de lo que ella no era consciente.
—Eso —le dije—. ¡Deja de actuar como si fuera un cruce entre Atila el
Huno y el Segundo Mesías! O vas a tener una verdadera decepción.
—Yo… yo no…
—Porque no soy Agnes, ¿de acuerdo? No soy perfecta. Cometo errores.
—¿Perfecta?
—… cometo muchos de ellos. Y si sigues saltando cada vez que lo
hago, vas a sufrir un espasmo o algo…
—Agnes no era perfecta —soltó. Y luego parecía horrorizada, ya fuera
porque se había atrevido a usar el primer nombre de la Pitia o porque había
dicho algo menos que elogioso, No lo sabía.
—Quise decir, en comparación conmigo —aclaré.
—En comparación con…
—Y si soy su heredera, entonces puedes tener lo que quieras.
¿Entonces qué quieres?
Rhea parecía que estaba tratando de mantenerse al día, lo que era
una locura, ya que sólo estábamos hablando de ropa.
—Si pudieras usar lo que quisieras, ¿qué sería? —le pregunté con
impaciencia. Era una pregunta fácil. Aunque tal vez no para ella. Miró de
nuevo a su alrededor, a la desconcertante masa de colores, materiales y
opciones. Y entonces sus ojos se centraron en un pequeño traje de falda que
bien podría haber sido la versión actualizada del camisón—. No mientas a
la Pitia —le recordé con severidad.
Se mordió el labio y me miró.
—¿Jeans? —susurró al fin.
—Buena respuesta —le dije, y le lancé unos de los de repuesto de
Agnes.
Una hora más tarde, Rhea parecía una mujer completamente nueva
con jeans y una blusa rosa campesina. Bueno, los jeans eran más como
capris, ya que ella era más alta que Agnes, y la parte superior estaba lo
suficientemente suelta como para mostrar clavículas demasiado afiladas.
Pero en general, se veía bien.
Diferente a mí. Estaba acalorada, sudorosa y había descubierto una
alergia, hasta ahora desconocida, a lo que demonios sea que la ropa vieja
emite. Mi espalda me estaba matando, mis rodillas estaban adoloridas de
gatear por la alfombra, y mi nariz estaba escurriendo. Decidí que necesitaba
un descanso y me senté con las piernas cruzadas en el suelo con el enorme
kit de costura de Agnes.
Hacía bordados. ¿Quién sabe?
—Y ellas no eran sólo videntes poderosas —decía Rhea, porque había
salido de su concha cuando salió del vestido, lo cual era bueno. Pero
entonces, había decidido que era lamentablemente ignorante acerca de la
historia Pitia, lo que fue malo. Porque estaba tratando de educarme.
No me gusta quejarme. No era como si no pudiera usarlo. Pero estaba
cansada y mi cabeza dolía, y peor aún, todavía no habíamos encontrado
nada.
Estaba tratando de no mirar mi reloj, pero era cada vez más difícil.
Rosier podría estar de vuelta en cualquier momento, y tenía que estar allí, y
tenía que tener las Lágrimas. Pero habíamos pasado por casi todo el
armario, y hasta ahora… nada. Excepto por un viejo labial, un par de
pañuelos y unas pocas monedas de cambio. Estaba empezando a creer que
no habría nada más, porque Agnes era jodidamente meticulosa acerca de
su ropa.
Esto no iba a funcionar.
—¿Lady?
Miré hacia arriba para encontrar los ojos gris oscuro de Rhea sobre
mí. Parecían preocupados. Me tapé la cara, porque el pánico era
probablemente el número 847 en la lista de cosas que las Pitias no debían
hacer.
—¿Sí?
—Estaba diciendo que las Pitias eran más que clarividentes famosas.
También eran algunas de las mujeres más poderosas y conocedoras del
mundo antiguo.
Asentí.
—Themistoclea I, por ejemplo, fue la tutora de Pitágoras, el padre de
la filosofía, quien dijo que aprendió mucho de lo que sabía de ella.
—¿De verdad?
—Sí. Y a lady Phemonoe I, la primera profetisa de Delfos, se le atribuye
la invención de un versículo hexámetro. El género utilizado en épicas
antiguas —añadió cuando la miré sin expresión.
—Oh.
—Y Perialla VI descubrió el sistema de líneas ley…
—Apuesto a que fue una conmoción.
Rhea asintió, contenta de verme mostrar algún interés, por vago que
fuera.
—¡Ella se desplazó en medio de una por accidente, y casi acaba
quemada antes de que pudiera salir de nuevo! Pero llevó a la exploración de
todo el sistema a partir de entonces. Eso fue en el siglo XIII, y luego en el
decimocuarto…
Ella seguía hablando, pero cada vez era más difícil prestar atención,
porque ahora no me importaba la historia pitiana. Me preocupaba
exactamente una cosa, pero una poción usada por una sola persona no es
exactamente fácil de encontrar. Y mis opciones si esto no funcionaba no se
veían bien.
Había gastado la botella del senado en su tarea, y dudaba que
tuvieran más, ya que su escondite de armas era actualmente una mancha
de cristal en el desierto. Y, según Rhea, sólo los maestros de pociones del
Círculo conocían la receta, así que no podía salir y comprar alguna. Y no era
probable que Jonas me ayudara a hacer algo tan peligroso, por lo que tenía
que esperar algunas de las sobras de Agnes.
Sólo que no parecía haber ninguna.
Nunca mostraban esta parte en la televisión, pensé con vehemencia.
Las búsquedas se suponían que tomaban un par de minutos. Entró, revisó
algunos lugares obvios, y luego lo que necesitaba se metía en la mano.
Sólo que hasta ahora, nada estaba saltando.
Excepto por la aguja que me había picado a mitad de un dedo.
¡Maldición!
—También eran poderosas políticas —dijo Rhea—-. Consultadas por
líderes mundiales en ocasiones de guerra y estrategia, tratados y
diplomacia. Las Pitias le dijeron a los griegos cómo derrotar a los persas, le
dijeron a Felipe de Macedonia cómo derrotar a los griegos, y predijeron el
ascenso de Alejandro…
Miré hacia arriba. Finalmente, un nombre que conocí.
—¿El Magno?
—Sí. Uno de los pocos que alguna vez se atrevieron a poner las manos
en una Pitia.
—¿La asaltó?
Rhea asintió.
—Había visitado otra sibila, que lo había halagado diciéndole que era
divino, un hijo de Zeus, que supuestamente había visitado a su madre
Olimpia una noche, quería que la Pitia lo confirmara. Ella decidió no decir
nada, en lugar de enfurecerlo con la verdad, pero no ayudó. Y su ejército
había rodeado el complejo del templo, ella sabía que no podía luchar contra
todos ellos, y temía por su pueblo…
—¿Bien? ¿Qué hizo? —le pregunté cuando Rhea se apagó.
Sus labios temblaron, y, de acuerdo, sí. Me había enganchado.
—Ella le dijo lo que realmente quería oír: que era imbatible.
—Oh. —Me sentí irracionalmente decepcionada.
—No le dijo que moriría de veneno antes de que pudiera disfrutar de
sus conquistas.
Me animé.
—Bueno, debió haber sido más agradable.
Rhea se echó a reír.
—Sí. ¡Debería haberlo sido! Al igual que el emperador Nerón, que fue
lanzado fuera del templo por una Pitia posterior, porque él había matado a
su madre. ¡Vete, matricida! ¡El número setenta y tres marca la hora de tu
caída!
—Demonios. —Me hubiera gustado ver eso. Por todo lo que se cuenta,
Nerón había sido un pequeño moco asesino—. Pero vivir setenta y tres años
no parece tan malo.
—Eso es lo que Nerón pensó. Hasta que fue asesinado unos años más
tarde por un general llamado Galba, que tenía setenta y tres años en ese
momento.
—Dulce.
—Incluso se dice que las Pitias ordenaban a los dioses. Bueno a los
semidioses —enmendó—. Xenoclea ordeno que Hércules fuera vendido como
esclavo durante un año, para compensar por haber matado a un hombre
mientras era un invitado bajo su techo. Su precio de venta iba a darse a los
hijos del muerto.
Comencé a protestar que Hércules era sólo un mito, pero teniendo en
cuenta mi vida últimamente, simplemente fui con:
—¿Realmente?
Ella sonrió.
—Incluso decidió a quién se iba a vender.
—¿Y eso es gracioso porque?
—Porque ella eligió a la reina Omphale de Lydia, que era conocida por
tener sentido del humor. La reina le quitó la piel de león y las armas, y lo
vistió con ropa de mujer. ¡Y lo hizo estar de pie, sosteniendo una cesta de
lana mientras ella y sus doncellas la hacían girar!
—¿Por un año?
—Por un año. —Rhea parecía satisfecha. Probablemente porque esta
Xeno, como se llamará, no podría haber encontrado una mejor tortura para
un musculoso hombre.
—¿Por qué no he oído nada de esto antes? —le pregunté.
La sonrisa de Rhea se desvaneció.
—No lo sé —dijo, con las cejas juntas. Pero ella lo sacudió al minuto—
. Y fue una Pitia, Aristonice IX, quien ayudó a negociar el tratado entre el
Círculo y los vampiros que todavía se mantiene hoy.
—Ella realmente debió ser alguien a tomar en cuenta —le dije,
preguntándome cómo había conseguido equilibrar esos dos grupos, que
generalmente se odiaban. Y si la cónsul actual la recordaba.
Supongo que lo haría, considerando que era tan vieja como el infierno.
Suspiré.
—No —dijo Rhea, un poco furiosa.
—¿No?
—¡No! —Ella sacudió su cabeza, enviando una tormenta de pelusa al
aire—. Tenemos que aprender las historias de las Pitias creciendo, y ella es
enseñada por el tratado. Pero aparte de eso, no había nada inusual en ella.
¡Por ejemplo, no se dedicó a luchar contra los dioses!
—Bueno, tal vez no tenía nada que luchar.
—No. —Ella estaba sacando los pequeños bolsillos de adentro hacia
afuera tan rápido que tenía miedo de que fuera a rasgar algo—. Ninguna lo
hizo. Ninguna de ellas tuvo que enfrentar lo que enfrenta. ¡No tuvieron que
eludir a los asesinos del Círculo o combatir a los semidioses o enfrentarse
al propio Apolo…
—Tuve un poco de ayuda con Apolo.
—… o a ninguno de ellos! ¡Sin embargo, tuvieron más apoyo del que
usted ha tenido nunca! La única gente que le ayuda es el senado, y ellos…
—Levantó las manos—. ¡No saben nada!
—No les digas eso —dije, pensando en la reacción de la cónsul.
—Nunca le diría a nadie nada de lo que no quisiera —dijo, con un
ligero escándalo—. Pero no debería vivir así. Debería tener apoyo. Usted
debe tener ayuda; tendría que… —Se interrumpió abruptamente.
Estaba a punto de preguntar por qué, cuando también lo escuché. Un
sonido. Un sonido como de una puerta que se abre.
Rhea y yo nos miramos, y luego buscamos la entrada del armario
La agarré por el brazo, en caso de que tuviera que alejarnos, pero
había una posibilidad de que alguien fuera a hacer las tareas domésticas.
Sólo que no lo creía. ¿Quién hace la limpieza a las diez de la noche?
Y entonces supe que no era eso.
Debido a que una franja de la sala era visible a través de la puerta del
dormitorio en su mayoría cerrada, y esos no se veían como camareras.
Había quizá media docena, pero no podía estar segura, ya que mi
espacio visual no me daba mucho que ver. Sólo la parte de atrás de algunos
abrigos de cuero oscuro, los magos de guerra y los nazis eran los únicos que
pensaban que era una declaración de moda. Pero era una mujer la que
hablaba.
—¿Dejaste una luz encendida en el dormitorio?
—No. —Otra mujer.
—¿Estás segura? —La voz se afiló.
Mierda. Antes de esperar una respuesta, los abrigos venían hacia
aquí. Tuve una fracción de segundo para ver que la puerta empezó a abrirse
y luego estábamos aterrizando en algún lugar más oscuro y mucho más
estrecho.
Rhea jadeó, tal vez porque su estómago había entrado en contacto con
el lado del escritorio de Agnes cuando nos desplacé dentro de la oficina. Pero
se tapó la boca al siguiente segundo, luego la empujé hacia abajo, fuera de
la línea de visión. Llegamos al suelo, mirando a través de la oscura sala a
través de las patas de una mesa de sofá, casi al mismo tiempo que la voz de
un hombre llamaba desde el dormitorio.
—Parece que alguien estuvo buscando en el lugar.
—¡Nosotros buscamos en el lugar! —Idiota no fue dicho, pero quedó
implícito.
—No uses ese tono conmigo. —Un hombre grande, de cabello oscuro
sacó la cabeza de la puerta del dormitorio.
—Y dije que buscó, no que busca. Alguien estaba aquí.
—Oh, ¿entonces eres psíquico ahora? —preguntó la mujer
sarcásticamente. Ajusté ligeramente mi posición, hasta que pude ver algo
más que piernas. Más allá de una lámpara y un derrame de flores falsas de
Lucite, vi una cara bonita de modelo, largo cabello castaño oscuro,
pantalones oscuros y un top color claro bajo una chaqueta de cuero.
Parecía que alguien más había decidido que el código de vestimenta
era una mierda.
¿Acólita?, gesticule a Rhea, quien asintió sombríamente.
—Te dejo esas supercherías —respondió el hombre—. Hablo de
hechos…
—¿Y cuáles son esos hechos? —preguntó la acólita con cólera.
—¡El puñado de magia que me dio una bofetada!
—Probablemente las guardas —murmuró otro hombre—. Me han
estado picando desde que llegamos aquí.
—No son las guardas. Conozco protecciones…
—No conoces estas —intervino la mujer—. No son las cosas
menudencias a las que estás acostumbrado. Los mejores artífices-de-
guardas del Círculo las hicieron…
—¡El Círculo! —dijo uno de los otros abrigos con desprecio—. No son
tan buenos como creen que son.
—Tampoco lo son ustedes.
—Entonces es una lástima que sea lo mejor que tengamos —dijo el
mago de cabello oscuro, volviendo a entrar a la sala—. Y te lo digo, alguien
acaba de hacer un hechizo.
—Te lo digo, fueron las guardas —comentó el hombre más pequeño.
Era asiático, calvo, y parecía incómodo en su piel—. A estas cosas no les
gustamos.
La alta acólita parecía estar de acuerdo con las guardas.
—No te harán daño mientras estés con nosotras. Ahora abre la caja
fuerte.
—¿Dónde está? —preguntó el hombrecillo, sacando algo de su abrigo.
Eché un vistazo a Rhea y gesticulé: ¿Hechizo de Silencio? Porque tenía
algunas preguntas candentes. Pero negó. Al parecer, era lo suficientemente
poderoso para que pudieran captarlo.
—¿Conoces la combinación? —susurré.
Ella sacudió la cabeza de nuevo, pareciendo culpable.
—Sólo la vi abierta una vez, y eso fue hace años. Había olvidado que
estaba allí.
Tanto como la idea de desplazar de regreso un par de horas y
golpearlos. De repente tuve una seria necesidad de entrar en esa caja fuerte.
Afortunadamente, parecía que iban a ser lo suficientemente agradables para
abrirla para mí.
O no, pensé, mientras el mago más pequeño iba a la pintura de girasol
y la quitaba, revelando un bloque de acero. Eso lo sacudió inmediatamente
tan pronto como lo tocó.
—¡Mierda! —Él sacudió su brazo hacia atrás, y juro que pensé que lo
vi vaporizarse.
—Parece que está protegida —dijo el mayor.
—¡Por supuesto que está protegido! —le dijo la alta acólita—. ¿Qué
esperabas? ¡Ábranla!
—Tú ábrela —dijo el pequeño mago, sujetándose todavía el brazo—.
Si quieres.
—¡No abro cajas fuertes!
—¿Hay algo que hagas? —preguntó el mayor, y uno de los otros rio.
No pareció molestarla.
—Sí. Me comunico con el maestro regularmente. ¿Y adivina qué voy a
decirle la próxima vez?
La sonrisa del hombre grande se desvaneció.
—Ábranla —le dijo al mago más pequeño.
—¡No puedo abrirla! ¡La maldita cosa no me dejará acercarme!
—Has oído al hombre —le dijo a la acólita, que parecía que se
preguntaba por qué había sido maldecida con incompetentes—. Tendrás que
apagar las guardas.
—¿Por qué no pensé en eso? —preguntó—. ¡En caso de que no te
hayas dado cuenta, hay una docena de magos del Círculo en la planta baja
que se darían cuenta si lo hago!
—¡Viejos! —se burló un tercer mago—. Bastardos inútiles.
—Tal vez. Pero esos bastardos inútiles podrían tener otros cincuenta
magos de guerra aquí en minutos si algo sale mal. ¿Crees estar dispuesto a
lidiar con eso?
El gran mago no respondió.
—Como sea, ¿qué hay tan importante allí? —preguntó él, con los ojos
entrecerrados—. Debe ser algo valioso.
—Más de lo que sabes.
—¿Cómo qué, exactamente?
—Como esto. —La mujer levantó algo que no pude ver del todo, pero
hizo que Rhea se pusiera rígida a mi lado.
Y después también estaba poniéndome rígida, cuando el mago dijo:
—¿Una poción? ¿Eso es todo?
La acólita empezó a responder, y luego se detuvo.
—Sí —le dijo—. Eso es todo. Queremos la poción; cualquier otra cosa
que encuentres es tuya.
El mago dijo algo más, pero no oí, porque mi corazón repentinamente
golpeaba en mis oídos. Parecía que estábamos detrás de lo mismo. Pero,
¿qué quería una acólita con las Lágrimas?
—No sólo ayuda con el desplazamiento —susurró Rhea, antes de que
pudiera preguntar—. Ayuda con todo.
—¿Todo significa…?
—Todo. El poder se vuelve de más fácil acceso, por lo que cualquier
cosa que desee hacer con él se vuelve más fácil.
La miré por un momento, aturdida ante la sola idea. El maravilloso,
maravilloso pensamiento de poder usar mi poder sin querer vomitar
después. O, estar tan agotada sería asombroso. O conseguir matarme
porque venía a mí en el momento equivocado.
Como cuando la vida de alguien colgaba en la balanza.
—Probablemente quieran incluso la ventaja —dijo Rhea suavemente—
. No son tan fuertes como tú. O incluso tan fuertes como Myra —agregó,
hablando de la ex heredera de Agnes, quien, afortunadamente, ya no era un
problema.
A diferencia de este grupo.
—Entonces, ¿qué tan fuertes son? —susurré, mis ojos en la ámpula
en la mano de la acólita—. ¿Como ahora, por ejemplo?
—No lo sé. —Se mordió el labio—. Sin las Lágrimas, probablemente
las cinco ni siquiera serían iguales a las habilidades de Myra.
—¿Y con ellas?
No dijo nada.
Está bien, bueno. Ahora realmente quería esa poción. No es que eso
fuera demasiado probable.
—Son magos de guerra —decía la pelirroja—. ¡Hagan algo! O me
aseguraré de decirle al maestro exactamente quién fue quien lo decepcionó.
—Deja de amenazarme —advirtió el gran mago.
—¡Entonces deja de darme una razón! Abra la caja fuerte y obtendrán
lo que se merecen. Fallen… y lo mismo es cierto.
El gran mago dijo una mala palabra. Y luego miró al más pequeño.
—Ve por ese hijo de puta.
—¿Cuál?
—¿Qué quieres decir con cuál? —Le dio un empujón—. ¡El que
dejamos en la escalera!
—¿De qué estás hablando? —preguntó la acólita.
El mago se encogió de hombros.
—Uno de los viejos bastardos que cuidaban este lugar estaba saliendo
cuando entramos. Él nos vio, así que tuvimos que ponerlo fuera de servicio.
—Ponerlo… —La acólita parecía asombrada—. ¿Qué se supone que
haga cuando alguien se percate que ha desaparecido?
—Ese es tu problema…
—¡Lo estoy haciendo tuyo!
—¿Que te preocupa? De todos modos, te vas a ir de aquí pronto. Nueva
sheriff en la ciudad, ¿no?
Una de las otras mujeres maldijo, pero la pelirroja se quedó en el
punto.
—¡No podemos irnos todavía! ¡No tendremos todo en su lugar hasta el
final de la semana!
—Entonces di que no sabes. Di que fue a alguna parte. O no digas
ninguna maldita cosa en absoluto y déjalos imaginárselo…
La puerta se abrió de golpe.
—¿Alguien me ayudará? —preguntó el mago más pequeño—. ¡Pesa
una tonelada!
Él también estaba luchando, un anciano de cabello gris con sangre en
su cara y un gran corte floreciendo en su lado izquierdo. Apenas podía
respirar, pero estaba peleando.
Hasta que uno de los magos le golpeó en la herida, y de repente se
puso blanco y aflojo.
Rhea me agarró del brazo cuando me quise levantar.
—Lady…
—No voy a hacer nada estúpido —susurré ásperamente.
Rhea no parecía creerme.
—Parte del entrenamiento de una acólita es cómo salir del tiempo
congelado —me dijo severamente.
Muy bien, necesitaba trabajar en mi cara de póquer.
—… no con los magos de la guerra —el tipo grande estaba diciendo—
. Están entrenados para resistir ese tipo de cosas.
—¡También están entrenados para no darte la combinación!
El mago la miró sardónicamente y luego sacudió al anciano.
—No había planeado pedirlo.
Arrastró a su cautivo a la pared, y traté desesperadamente de pensar.
Podría parar esto —literalmente— pero ¿por cuánto tiempo? No lo sabía,
porque no sabía lo que las acólitas podían hacer. Y luego estaba el problema
de lo que pasaría después de que detuviera el tiempo si no tenía a Pritkin
para recargar mis baterías. Tenía a Rhea, pero una acólita, no era probable
que contrarrestara el enorme drenaje del arma más grande de la Pitia, no
cuando había tomado a toda la corte para impulsarme para un hechizo
mucho más fácil. Y si incluso una de las acólitas lograra salir conmigo
estando vacía…
—¿Qué estás haciendo? —preguntó la pelirroja mientras el mago
empujaba la pintura de nuevo.
—Hay un camino alrededor de cualquier protección. Agotarla.
—No. ¡No! —El viejo mago había reaccionado y estaba luchando de
nuevo, estaba luchando duro. Pero el tercer mago lanzó un hechizo antes de
que pudiera hacer algo, congelándolo en su lugar.
—¿No puedes usar una silla o algo así? —preguntó secamente la
acólita.
—Las guardas pueden distinguir la diferencia —le dijo el gran
hombre—. La producción máxima exige una amenaza máxima.
—Eres el experto. —Ella se encogió de hombros y se apoyó contra la
pared.
Los dos magos levantaron el cuerpo rígido y el aire forzado en sus
pulmones sonó como un grito. Mis manos se hundieron en la alfombra
delante de mí mientras luchaba por mantenerlas inmóviles. Estamos en el
pasado, me dije ásperamente. Está hecho. Se acabó.
Pero no había terminado. Estaba ocurriendo ahora mismo. Y lo iban
a matar, luego iban a abrir la caja fuerte, y si había Lágrimas allí… Pero
había cuatro acólitas y cinco magos oscuros en la habitación, no podía
congelarlos a todos, y…
Y tal vez no necesitaba congelarlos.
Quizás no necesitaba hacerles nada.
—Quédate aquí. Quédate abajo —le dije a Rhea, que me miraba con
ojos enormes.
—¿Qué vas a hacer?
—Algo estúpido.
La presión golpeó como un puño, inmediata y terrible. Seguido por el
sentimiento de poder saliendo de mí, como la sangre del anciano, sólo que
más rápido. Esto no iba a durar.
Así que me moví, saltando sobre mis pies y luego sobre el sofá, rezando
para que la burbuja de tiempo que acababa de arrojar sobre mí misma
también viniera.
Lo que sí hizo, acelerando el tiempo dentro del hechizo y mis
movimientos junto con él, mientras que se mantenían normal en cualquier
otro lugar. Pero lo normal no está congelado, y me vieron antes de despejar
del sofá. El mago más cercano saltó por mí, probablemente un relámpago
rápido desde su perspectiva -
Y no tan lento como me hubiera gustado desde la mía.
Lo esquivé, pero fue como evitar a alguien que pasea por una acera
cuando estás corriendo.
Fácil pero no sin esfuerzo, y no había sólo uno. Y ahora los cinco me
habían visto.
Salté sobre la parte restante del sofá entre el viejo y yo, golpeé el suelo,
y rodé como un héroe en una película de acción. Sólo que normalmente no
terminan corriendo en la bota de alguien, que se movía más rápido de lo que
esperaba. Pero me las arreglé para retroceder en el último momento,
arrojándome a un lado, en lo que probablemente se vio para él como un
desenfoque de movimiento, y convirtió un golpe aplastante en otro moretón.
Igual no podía nadar en la piscina, pensé vagamente. Me vería como
un infierno en bikini.
Y después estaban por todas partes.
Me retorcí para evitar otra bota, ésta se dirigía a mi cabeza, la agarré
cuando pase y la sacudí, haciendo que el dueño cayera hacia atrás sobre
otro mago. Eso me dio tiempo suficiente para ponerme de pie, pero no para
escapar, porque el pequeño chico asiático atacó con un movimiento digno
de Bruce Lee, lo suficientemente rápido como para darme con un codo en
las costillas y lo suficientemente fuerte como para que casi expulsará el
desayuno. En vez de eso, me alejé, reboté en el respaldo del sofá y salté más
allá de él…
En una ráfaga de puños que venían a mí de todas partes. Lo único
que me salvó fue el hecho de que ninguno de ellos estaba empuñando
armas. Por un segundo no entendí por qué, pero luego me golpeó.
Las protecciones estaban levantadas.
A las guardas no les gustaban las armas de fuego de cualquier tipo,
mágicas o de otro tipo. Las guardas probablemente fueron diseñadas para
odiarlas en las propias cámaras de su lady. Las guardas podrían salvar mi
trasero si sólo pudiera lograr -
Mierda.
El arma del mago que había estado tratando de alcanzar se alejó,
aunque ese no era el problema, ya que era mucho más rápida que él. Solo
no era más rápida que el perno que se disparó de algo de la empuñadura de
su arma cuando le puse un dedo encima. Un dedo que murió de inmediato,
junto con el resto de mi mano y mis posibilidades de apagar las guardas,
¡porque necesitaba una maldita arma para eso!
O, en su lugar, una acólita.
Rhea empezó a ganarse su nuevo estatus un segundo después,
cuando el tipo con el arma giró y me agarró por el cuello. E hizo su mejor
esfuerzo para arrancarme la cabeza. Pero no lo consiguió cuando ella lanzó
un rayo de algo que lo envió volando contra la pared como si hubiera sido
golpeado por Hulk.
Fue una solución menos que perfecta, ya que también me golpeé
contra el delicado tapiz en relieve, lo suficientemente duro para dejarme
tambaleándome. Pero consideré que valió la pena. Porque la sacudida causó
que su agarre se aflojara y me liberé, él se enojó y sacó una pistola.
—¡Noooooooooo! —Oí a alguien gritar, la burbuja del tiempo
distorsionándose en una sola sílaba épica.
Eso no era lo suficientemente épico. El mago soltó un aluvión de balas
que seguían viajando demasiado rápido para que yo pudiera ver. Pero no, al
parecer, para las guardas.
Porque las balas se incineraron en el aire, en una línea de calor rojo
contra la débil luz de la habitación, la última explosión justo frente a mi
rostro como fuegos artificiales en miniatura.
Todavía estaba mirando los resplandecientes efectos verdes, todavía
sintiendo los diminutos aguijones de polvo quemando mis mejillas, todavía
con los ojos entrecerrados y respirando con dificultad, cuando empezaron
los verdaderos fuegos artificiales.
De repente aparecieron pequeños puntos rojos en todas partes, en los
extremos de docenas de pequeñas corrientes de luz entrecruzando la
oscuridad, apuntando a cualquier persona con un arma. Los magos
maldecían y se protegían, a excepción del tipo con el arma. A quien le tomó
medio segundo darse cuenta de lo que estaba pasando y la dejo caer.
Fue medio segundo demasiado largo.
Me arrojé al suelo mientras un rayo de fuego naranja teñía el aire
sobre mi cabeza. Haciendo una grieta como un trueno. Hubo un grito de
sorpresa. Y luego un mago ardiendo y chillante.
Su abrigo debía ofrecer algún tipo de protección, porque fuego o no,
todavía podía correr. Así lo hizo, saltando, agitándose y tropezando por la
habitación hacia las ventanas francesas, por qué, no lo sé. Tal vez porque
había empezado a llover y en su pánico, pensó que la dispersa niebla que
caía afuera iba a poner fin al fuego mágico que quemaba como fósforo y ya
estaba comiendo a través de su abrigo.
No lo hizo.
Gritó en el balcón, un gemido de dolor y furia que fue cortado cuando
otro rayo lo golpeó. Y lo levantó de sus pies, haciéndole retroceder por el
aire, hacia la línea de edificios al otro lado de la calle. Era una vista
extrañamente hermosa mientras su abrigo se inflamaba a su alrededor, una
brasa de sangre entre toda esa lluvia que caía.
Y entonces alguien me dio una patada en la cabeza.
No fue un mago. Ellos estaban acurrucados debajo de sus escudos,
siendo acosados por los rayos, que ahora golpeaban por todas partes.
Tampoco fue una guarda, ninguna de las cuales parecía estar
apuntándome. Pero no podía decirse lo mismo de las acólitas.
Las protecciones las estaban evitando, ya que ellas pertenecían aquí.
Lo cual fue algo bueno, ya que de lo contrario Rhea habría sido tostada. Y
algo malo, porque estaba a punto de serlo.
Porque esto se había convertido en una batalla del tiempo, y oh,
mierda.
La acólita de cabello castaño oscuro fue la primera en mostrarse y
lanzarme un hechizo de tiempo. Era pequeño e iridiscente y de apariencia
frágil, como un niño que sopla una burbuja de jabón, y lo esquivé fácilmente.
Pero entonces sus amigas, un par de morenas y una rubia, entraron en el
acto, y de repente el aire alrededor, lucía como si el niño hubiera sido
acompañado por una docena de amigos.
Y podría agacharme, esquivarlos y evitar la mayoría de ellos, sólo se
necesita uno, ¿no?
Lo vi venir, el pequeño heraldo de la condenación, no más grande que
una pelota de tenis, que una de las chicas había logrado conjurar. Pero
estaba impotente para evitarlo con otro pasando por el otro lado. Y no podía
esquivarlo porque acababa de caer al suelo de nuevo por cortesía del mago
más pequeño.
Y parecía que me había equivocado; uno de ellos se había deshecho
de sus armas lo suficientemente rápido. Y estaba demostrando rápidamente
que no las necesitaba. Me agarró por detrás con algún movimiento de artes
marciales que no conocía y que no tendría tiempo de aprender porque estaba
a punto de estrangularme hasta la muerte.
Incliné mi barbilla como Pritkin me había enseñado, y lo golpeé con el
puño. Pero él todavía me tenía agarrada por donde no podía pegarle. Y la
velocidad no hace mucho contra la fuerza, cuando la fuerza te tiene por el
cuello.
Hasta que de repente empezó a gritar. Me alejé y me giré hacia atrás,
a tiempo para ver su piel dorarse y encogerse, sus ojos siendo aspirados de
regreso a sus cuencas, y sus labios alejándose de sus dientes. Luego
desapareció por completo, como su grito, que se cortó cuando sus cuerdas
vocales se secaron y se espolvorearon. Pero todavía podía oírlo resonar en
mis oídos mientras regresaba.
Pero no lo suficientemente rápido. No para evitar la pequeña y frágil
burbuja que salió de su boca abierta un segundo después, dentro de mi
hechizo. Apareciéndonos a ambos con un sonido que no escuché, porque de
repente oía todo.
El mobiliario estrellándose, el cristal rompiéndose, la gente gritando.
Incluyendo a una de las morenas, que estaba gritando:
—¡No tengo nada! ¡Estoy fuera!
Parecía que esa maldita burbuja había tomado todo lo que tenía.
Afortunadamente, eso no era cierto para mí. Porque un segundo
después ella cazaba el arma caída del mago volador y la agarró. ¡Pero nada
la atacó, porque las guardas aún no estaban dirigidas a las acólitas! Así que
tuve que hacerlo… con un desplazamiento que la envió por la misma
ventana que el hombre ardiente, sólo que ella no estaba ardiendo.
Ella estaba cayendo.
Porque las habitaciones de Agnes estaban en el tercer piso, y ella no
había logrado agarrarse del balcón en el medio segundo que había estado a
su lado.
Seguí mirándola, jadeando con esfuerzo e incredulidad, cuando Rhea
empezó a gritar.
—¡Lady! ¡Lady!
Mi cabeza se sacudió para verla agarrarse al cuerpo caído del viejo
mago de guerra, tratando de arrastrarlo hacia mí y luchar con la acólita de
cabello castaño al mismo tiempo. No estaba funcionando, porque el mago
parecía ser un peso muerto. Y porque la acólita acababa de poner un
cuchillo contra la garganta de Rhea.
De repente, parecía que todo se quedó quieto. No lo hizo; mi visión
periférica todavía me mostraba a los magos encogidos, las guardas
disparándoles y a las acólitas manteniendo su distancia, porque no sabían
cuánto poder había dejado. Para el caso, tampoco yo, pero iba a ser
suficiente. Iba a ser suficiente para hacerla vieja si no soltaba a mi acólita.
Entonces la puerta se abrió de golpe y lo que parecía un pelotón entero
de magos de guerra entró corriendo, y supuse que eran de los nuestros.
Porque la bruja de cabello castaño oscuro me miro, a ellos y a los magos en
el medio. Y tomó la decisión ejecutiva de cubrir su culo.
—¡Mátenlos! ¡Nos atacaron! —Señaló a sus antiguos aliados, que
tenían medio segundo para darse cuenta que habían sido vendidos antes de
que los magos de guerra hicieran lo que los magos de guerra hacen mejor.
Y luego me empujó a Rhea, junto con el anciano que todavía estaba
cargando. No entendí por qué, hasta que la pelirroja sonrió. Y arrojó el
cuchillo incluso mientras los atrapaba, un casual arco plateado en luz baja,
trazado por un resplandor brillante de una guarda que no conocía, no
conocía en absoluto. Excepto como alguien desconocido que estaba a punto
de tener un arma.
Sólo que no lo hice.
Porque en el momento en que aterrizó, estábamos tendidos en medio
de mi vestíbulo en el Dante, Rhea, un anciano derramando sangre por una
herida sostenida sólo por su propia mano ensangrentada y yo. Mientras que
la otra estaba presionando algo duro y caliente sangre en mi mano, algo que
no podía ver porque el puño nudoso había capturado el mío, el agarre
sorprendentemente fuerte.
—No dejes que…
—Está bien —le dije, apretándolo, con la cabeza girando por el
desplazamiento, mientras Rhea se ponía de pie y salía corriendo para pedir
ayuda que ya estaba saliendo de la suite—. Estás seguro…
—¡No! Nadie está a salvo. No dejes que ellos… —Se interrumpió, la
sangre llenando su boca y ahogando su voz.
—Trae a Marco —dijo alguien.
—Está dormido… —dijo alguien más.
—¡Sé eso! ¡Ve a buscarlo!
El viejo mago agarró el frente de mi camisa, tirándome hacia abajo.
—No…
—Levántenlo. Quítensela de encima —dijo alguien.
—Déjenlo en paz. —Ésa era Rhea.
—Tenemos que conseguirle un médico…
—No, no tenemos —dijo ella suavemente.
Miré hacia abajo a los ojos azules acuosos. El hombre se estaba
desvaneciendo, y él lo sabía. Su mano se deslizó por mi camisa, cayendo al
suelo, pero sus ojos nunca dejaron los míos, aunque dudaba que pudiera
verme.
—Atrás —les dije al círculo de hombres mirando—. Confía en mí —le
dije al mago, tratando de sonar confiada cuando mis manos estaban
inestables, mi respiración agitada y limpiando el sudor de mi frente, me
manché con su sangre como pintura de guerra.
—Cassie… —Alguien me agarró por el hombro.
Levanté la vista y vi a Rico en la puerta.
—Los retiraré.
No preguntó por qué. Pero debe haber hecho algo. Porque un momento
después, el viejo y yo estábamos solos en una mancha creciente de rojo,
vívidamente brillante contra todo ese mármol fresco.
Lo acosté suavemente en el suelo.
—Está bien —le dije—. Ya lo he hecho antes.
No sé si oyó, mucho menos si me creyó. Pero la burbuja del tiempo
que llamé apareció a su alrededor un segundo después, tan pura y perfecta
como podría haber deseado, algo que tenía a mi respiración saliendo en un
suspiro tembloroso. Porque no había creído ni la mitad.
Pero había funcionado. Y muy similar a la que había conjurado
accidentalmente hace unos días, casi inmediatamente comenzó a tener un
efecto. Cabello gris iluminándose con rayas pelirrojas, piel envejecida
volviéndose firme y sonrojada de salud, los huesos de los dedos nudosos se
enderezaban y alargaban, volvían a una versión más joven, los puntos de la
edad se reducían a la nada.
Y la sangre continuaba derramándose por la herida de su costado, tan
cálida, tan terrible.
—¿Por qué no funciona? —pregunté, mirando a Rhea, que miraba al
hombre conmocionada, como si nunca lo hubiera visto antes. Y
probablemente no, no esta versión de todos modos, ya que, en lugar de
noventa, él ahora parecía de unos sesenta, tal vez más joven. Más joven,
pero no mejor—. ¡Rhea! —Mi voz se quebró—. ¿Qué estoy haciendo mal?
Ella me miró, sobresaltada, y luego su expresión se suavizó.
—Nada.
—Pero él no está sanando.
Ella sacudió su cabeza.
—No. Podemos manipular el tiempo, pero no los cuerpos. Todavía
necesitamos sanadores…
—¡Pero esto funcionó en un vampiro hace apenas unos días! —Y lo
había hecho. Jules, uno de mis guardaespaldas, había tropezado con una
maldición de fuerza de batalla que había hecho todo lo posible para borrarlo
de la existencia. En vez de eso, lo había retirado, llevándolo de regreso a un
tiempo antes de que el hechizo se pusiera, haciendo como si nunca hubiera
sucedido en absoluto.
Entonces, ¿por qué no funcionaba ahora?
—Los vampiros no son humanos. —Era la voz de Marco, detrás de mí.
Giré la cabeza para verlo, todavía medio vestido, tirando una de las camisas
de golf que le gustaban sobre la mata de vello en su pecho—. Y Jules fue
maldecido, no apuñalado —agregó, empujando a un vampiro fuera del
camino y agachándose a mi lado.
—¡Eso no debería importar! Lo estoy haciendo más joven. ¡Ya lo he
llevado de vuelta antes de que ocurriera!
—Está aplicando poder a él; usted no lo está enviando de regreso a
través de su vida —dijo Rhea, mirándome tristemente—. Puede hacerlo más
joven o más viejo, pero seguirá siendo lo que era cuando empezó.
Y lo que era, es que estaba muriendo, no añadió.
Porque ella no tenía que hacerlo.
—Pero Jules. —Agarré el brazo de Marco.
—Me lo explicaron, no puedes cambiar los componentes de un hechizo
y esperar que funcione —me dijo—. Y una vez que la maldición fue lanzada
sobre él, Jules se convirtió en un componente. Pero el hechizo había sido
lanzado sobre Jules el vampiro, y cuando se convirtió en Jules el humano,
desapareció. O lo que sea que haga la magia, no lo sé.
—Pero… pero él era humano cuando se convirtió en vampiro, y yo lo
quité…
—Puede que hayas tenido algo de ayuda en eso —me dijo con
brusquedad.
—Mircea. —Marco me dio un guiño que no necesitaba, porque debería
haberlo sabido. Mircea era un maestro de quinientos años de edad con
talento para la curación. Su poder se mezcló con el mío… ¿Quién sabía lo
que podía hacer?—. Entonces, ¿él puede…?
—Está muy lejos.
—¡Estaba tan lejos con Jules!
—Pero Jules era su hijo, su sangre. Este tipo no lo es. Y ninguno de
nosotros tiene su habilidad.
Lo miré fijamente, al mago y de nuevo a él. Y leí la verdad en los ojos
negros de Marco. Había sido un gladiador una vez; conocía heridas de
batalla. Ambas, del tipo de las que sobrevivías y del tipo que no.
No, no.
La burbuja se rompió, tan inútil como la que había hecho, y el mago
tocó mi brazo. Lo miré fijamente, furiosa y dolida. Pero no vi ninguna
recriminación en su rostro. Sólo desesperación por decirme algo. Me incliné
sobre él para escuchar las palabras susurradas.
—Las oí hablar…
—¿A los magos oscuros?
Sacudió la cabeza ligeramente.
—Acólitas. Antes… —Se interrumpió, ahogándose.
—Las acólitas quieren las Lágrimas.
Un movimiento de cabeza.
—¿Qué planean hacer con ellas? —No obtuve una respuesta, y sus
ojos estaban empezando divagar.
—Su nombre es Royston —me dijo Rhea, arrodillándose a su otro
lado—. Elias Royston.
—Mago Royston. ¿Qué van a hacer?
Trató de decírmelo, pero lo único que salió de su boca fue una
bocanada de sangre. Me salpicó la mejilla; podría probarla en mis labios.
—Quítenla… —Uno de los muchachos empezó a avanzar; no vi quién.
Pero Marco se lo impidió.
—Elias. ¿Qué planean hacer?”
—Traerlo de regreso. No dejes que ellas…
—¿Traer a quién de regreso? —pregunté, temiendo que ya lo supiera—
. Elias. ¿A quién están…?
—Los antiguos. Uno de los antiguos…
Se quedó flácido entre mis brazos.
—Dioses —susurré.
Alguien había limpiado el cristal de mi cuarto de baño, dejando sólo
una nueva, blanca y lista pared para un espejo que no había llegado todavía.
Estaba extrañamente agradecida de que no pudiera ver cómo lucía, no podía
ver la expresión en mi cara. No podía ver nada más que la botella que el
anciano me había dado, apretada tan fuertemente en mi mano.
Era gruesa, marrón, vidrio con hoyuelos y pequeñas ondulaciones que
podía sentir bajo mis dedos. La sostuve a la luz y algo se movió dentro, algo
denso y meloso, algo que no obedecía a las leyes de la física. Era demasiado
lento aquí, demasiado rápido allá, escalaba los lados del contenedor en
formas que un líquido no debería.
Pero tenía mucho espacio, porque la botella estaba casi vacía.
Tal vez quedaba un octavo del contenido, respondiendo a una de las
preguntas que había tenido: ¿por qué las acólitas querían tanto la jodida
poción si ya la tenían?
Porque no tenían suficiente.
Habían buscado en las habitaciones de Agnes, al igual que Rhea y yo,
pero a diferencia de nosotros, habían encontrado algo.
Algo que había abierto sus apetitos por más, por lo que habían
llamado a sus asociados magos oscuros para conseguirla para ellas. Y no
les importaba qué métodos utilizaban para hacerlo.
Puse la poción abajo y abrí la llave por un poco de agua, tallando la
sangre seca en mis manos y cara.
—¿Te dije cómo perdí a mi hija?
Miré hacia arriba para encontrar a Marco de pie en la puerta del baño,
su cuerpo casi llenándola. Me tomó un segundo registrar lo que había dicho,
porque era tan inesperado. Y porque mi cerebro no parecía estar
funcionando tan bien ahora.
—No.
—Me recuerdas a ella. Lo pensé la primera vez que te vi. No en cómo
lucen; ella era de color… sino en algo. Algún estúpido sentido del optimismo,
tal vez.
Se sentía como una bofetada. Mi cuerpo estaba magullado, pero mis
nervios estaban peores. No necesitaba esto.
—Entonces debería recordártela cada día menos —dije, y cogí una
toalla.
Atrapo mi brazo a medio camino.
—No. Eres exactamente como ella. Así era ella también. Nunca creyó
que algo pudiera sucederle; nunca creyó lo que los hombres pueden hacer…
—Estoy más preocupada por las mujeres en este momento.
—¡No te preocupas por nadie! ¡No lo suficiente! Eres salvaje.
—¿Entonces dónde me quieres, Marco? —pregunté, alejándome. Y
agarrando la maldita toalla porque estaba mojando todo—. ¿Acurrucada
bajo la cama? ¿Rezando para que el gran dios malo de la guerra no me
encuentre? Porque no creo que eso funcione.
—¿Y esto lo hará? Correr por ahí agotándote, apenas regresando,
¿cuántas veces vas a probar esta mierda?
—Hasta que termine el trabajo.
—¿Estás haciendo tu trabajo? Jonas tiene razón en una cosa. Eres la
única Pitia que tenemos. Ponerte en peligro sin ninguna buena razón…
—Es una buena razón.
—Ambos sabemos lo que es, o debería decir ¿”quién”?
Había estado secándome la cara, pero en eso levanté la vista.
—Todo el mundo sabe lo que has estado haciendo —me dijo.
—Lo dudo.
—Tal vez no los detalles, pero el punto principal… sí, creo que
sabemos eso.
—Bien por ti. —Pasé por delante de él y entré en el dormitorio.
Marco me siguió.
—Escúchame. Pierdes gente en la guerra, ¿de acuerdo? Tienes que
lidiar con eso.
Abrí un cajón de la cómoda.
—¿Tengo? Te preguntaré lo mismo que le pregunté a Jonas: ¿Para qué
demonios me están cuidando? Para venir por mí cuando Ares aparezca, y
decir oye, ¿aquí está nuestro campeón? Porque eso no va a funcionar. ¡No
soy la tarjeta-de-libertad de la humanidad!
—Nunca dije…
—Lo implicaste. Todo el mundo lo está implicando.
—¡Todo el mundo está tratando de mantenerte a salvo!
—¡No estoy a salvo! —Me di vuelta—. ¡Ninguno de nosotros está a
salvo! ¡Estamos todos juntos en esto, y si los dioses vuelven, vampiro, mago,
Pitia o lo que sea no va a importar!
—Si vuelven. No sabemos…
—Lo sabemos. Rhea lo vio. Lo vio regresar, y no medio muerto como
Apolo…
—Rhea lo vio —repitió—. ¿Por qué no lo viste? Eres la Pitia, no ella.
—No lo sé. Ya no veo mucho. Tal vez el poder se ha agotado con todos
estos desplazamientos.
—O tal vez no hay nada que ver. Tal vez ella está equivocada…
—¿Y si no lo está?
—Más razón para que te quedes aquí, y no te desgastes a ti misma.
—¡No puedo quedarme aquí! —Cerré el cajón.
—Necesitas calmarte.
—¡Estoy calmada! Sólo quiero saber lo que tú o Jonas o alguien piensa
que voy a hacer por ustedes si Ares vuelve. He aquí una pista: voy a morir,
como todos los demás. Mantenerme en reserva no es diferente de…
mantener a una reina en reserva en el ajedrez, porque tienes miedo de
perderla. ¿Sabes cómo perderla? ¡Perdiendo el juego!
—No estamos jugando —dijo Marco mientras volvía al cuarto de baño.
—No, no lo estamos. Pero la vida implica riesgo.
—Sí, pero tal vez no quiero arriesgarte.
—Tal vez no sea tu decisión.
—¡Tal vez no quiero ver a otra chica que quiero, sangrando y rota en
el maldito camino!
Me volví hacia él y vi la agonía en su rostro. Como si acabara de pasar.
Como si todos estos años no hubieran importado en absoluto.
—Tenía ocho años —me dijo.
—No tienes que hacer esto.
Fue como si no hubiera hablado.
—Estaba fuera en un ejercicio de entrenamiento con las tropas. Ella
y su madre estaban de vuelta en casa, en la granja con mi hermano. Tenía
una pierna coja y no podía servir, pero podía manejar una espada, le había
enseñado eso. Y creí estúpidamente que sería suficiente. Todavía no sé qué
pasó. Nunca lo supe. Acabe regresando a una casa de campo quemada y al
cuerpo de mi hermano crujiente, todavía agarrando esa maldita espada. Y
mi esposa y mi hija en una zanja al otro lado del camino, como si hubieran
estado huyendo, pero no lo hubieran logrado. Ninguno de ellos había sido
perdonado.
—Marco…
—¿Entiendes lo que te estoy diciendo? ¡Estaban muertos, peor que
muertos, y no quedo nada más para mí que enterrar los cuerpos! ¡No quiero
enterrar el tuyo!
—No lo harás. —Apenas saqué las palabras.
—No, no lo haré. No tendré que hacerlo. No estaré allí. Morirás en
algún otro maldito lugar, en otro tiempo, donde no puedo alcanzarte…
—No soy una niña de ocho años, Marco…
—¡Y tú tampoco eres tu madre!
Me detuve de nuevo, pero no por la violencia.
—Yo sé eso.
—¿Lo sabes? —Me agarró, tan rápido que mis ojos no pudieron seguir
el movimiento. Y lo siguiente que supe fue que estaba cerca del armario,
mirando hacia el espejo de cuerpo entero en el interior de la puerta. Y vi
unos salvajes ojos barbáricos con cabello enmarañado, piel salpicada de
sangre y un puño cerrado.
Me llevó un segundo darme cuenta que era yo.
Mi camiseta estaba completamente empapada, partes de ella estaban
chamuscadas, y había una huella de mano ensangrentada en un hombro.
La miré fijamente, las profundas impresiones del mago Royston, donde me
había agarrado tan fuerte al principio. Y luego las marcas alargadas que se
deslizaban por el frente, mientras su fuerza fallaba.
Un pulso empezó a palpitar en mi cabeza.
—Hace cuatro meses respondías los teléfonos y hacías copias en una
agencia de viajes —replicó Marco—. No me importa de quién eres sangre;
tienes veinticuatro años. Un usuario mágico sin entrenamiento con un
maldito agarre tenue de su poder. ¡Y una inútil si te quedas sin él!
Por un momento, me vi a través de sus ojos. Vi a esa chica que había
estado durante tanto tiempo, pequeña, débil y sola, acurrucada en la
oscuridad, así las grandes cosas malas no me encontraban. Marco tenía
razón. Eso era lo que había sido, lo que había sido toda mi vida.
Pero no era quien yo era.
No era mi madre, y nunca lo sería. Pero tampoco era esa chica. Me
miré en el espejo, y mis propios ojos miraron de regreso, pero no eran a los
que estaba acostumbrada. Deberían haber estado oscurecidos por el miedo,
por la incertidumbre; deberían haber estado dando vueltas, buscando la
salida más cercana, preparándose para correr. En cambio, estaban
enojados, firmes, desafiantes.
No era mi madre.
Ni siquiera era Agnes.
Pero era la Pitia.
Oí a Marco maldecir. Y salió por la puerta un segundo después,
porque también podía leer expresiones. Casi se topó con Rhea entrando.
Se aplastó contra el marco de la puerta, se apartó de su camino, y
luego se quedó allí, como si no estuviera segura si debía entrar o no. Y sí.
Supongo que incluso los oídos humanos habían podido escuchar esa
pequeña discusión.
En ese momento, no me importaba.
—No puedo usar mi poder dónde quiera —le dije amargamente—. No
puedo salvar a quién quiero. ¿Qué puedo hacer exactamente?
Ella alzó los ojos de la botella ensangrentada que todavía estaba
sosteniendo en mi mano.
—¿Hacer que los últimos momentos de un anciano estén libres de
tortura? ¿Dar significado a su muerte? No son pequeñas cosas, lady.
La miré fijamente hasta que su cara empezó a difuminarse.
—Entonces, ¿por qué no parece suficiente?
Pero Rhea no tenía respuesta para eso.
—¿Quieres verme por algo? —pregunté, después de un minuto. Y
regrese al armario para cambiarme a una camiseta limpia.
Ella asintió.
—Las niñas. Ellas están… Creo que les haría bien verla. Que está bien,
quiero decir.
Eché un vistazo a la pila ensangrentada de ropa en el suelo. Sí. Tal
vez debería haber pensado en desplazarnos a la habitación.
—El mago Royston era popular —dijo, siguiendo mi mirada—. Solía
hacer trucos de magia para las niñas.
—Un miembro del Círculo sería bueno en eso.
Ella sacudió su cabeza.
—Era terrible. Su magia… y no era muy fuerte, así que hacía la de
tipo humano.
—Te refieres del tipo falso.
Ella asintió.
—Trucos de cartas en su mayoría…
—¿Y a las niñas les gustaba eso?
—A ellas les gustaba tratar de entenderlos.
Lástima que no supiera.
Terminé de vestirme y seguí a Rhea de vuelta a la sala. La puerta del
vestíbulo estaba cerrada, pero las niñas seguían mirándola fijamente. Y
parecían sombrías, ansiosas, conmocionadas y estoicas por turnos,
dependiendo de su naturaleza. Pero ninguna de ellas parecía estar bien, o
bien cuidada.
Habían tenido suficiente para comer; Conocía a Marco lo
suficientemente bien para estar segura de eso. Pero su ropa empezaba a
parecer mugrienta, lo que supongo que no era sorprendente, ya que llevaban
lo mismo desde hace dos días. ¡Y maldita sea, este no era un lugar para
niñas!
Tuve un breve momento para preguntarme si no estarían mejor con
Jonas, antes de que la primera me notara. Y la mirada de alivio alegre en su
rostro me hizo sentir avergonzada. Estas niñas habían sido educadas para
que toda su vida girara alrededor de la Pitia, sólo para que se las arrebataran
bruscamente. Y luego casi asesinadas cuando sus acólitas trataron de
matarlas. Y luego ser arrastradas aquí, en medio de un montón, de lo que
probablemente pensaban como monstruos, al servicio de otra Pitia que no
conocían y que nunca estaba aquí de todos modos.
Si fuera ellas, me habría odiado.
Pero en vez de eso, empujaron a los vampiros para acercarse, una ola
de sucios vestidos blancos y manos que me alcanzaban, me tocaban, me
apretaban, preocupadas por mí en lugar de lo que les había pasado. Y lo
que, desde su perspectiva, seguía ocurriendo. El nudo de vergüenza en mi
pecho creció exponencialmente, pero también lo hizo otra cosa. El mismo
algo que había estallado cuando esa maldita acólita agarró a Rhea. Una
posesividad feroz, casi aterradora.
Ellas eran mías, este grupo estrafalario de chicas, e iba a
entregárselas a Jonas. No las vería destrozadas, no las haría enviar a esas
malditas escuelas que manejaba el Círculo, no se las daría a cuidar a gente
que no conocía y en las que seguramente no confiaría. Iba a cuidar de ellas;
iba a averiguar cómo. Ellas eran mi corte, y… y eso es todo lo que había que
hacer.
Pero no pude decirles eso.
De repente, no pude decir nada.
Y entonces Fred vino al rescate.
—No, no, no, los tengo —dijo, corriendo desde el salón y hablando con
alguien por encima del hombro.
—¿Tienes qué? —pregunté cautelosamente cuando se giró hacia mí y
sonrió. Y empujó un puñado de cosas.
Me tomó un segundo por el color.
—¿Globos?
—Los conseguí en el supermercado —me dijo con orgullo—. Pensé que
podrían ser útiles.
—¿el supermercado?
—Sí, los tenían en oferta. Prácticamente regalándolos. No sé por qué.
Porque son deprimentes, no dije, ya que él solo estaba tratando de
ayudar. Pero honestamente, ¿quién compra globos negros? Fred, al parecer,
y ahora los estaba inflando.
—Créeme… solía hacer esto… todo el tiempo —me dijo entre
respiraciones. Pronto tuvo un racimo de tubos largos y delgados, que luego
procedió a atar con velocidad vampiro. Un segundo, había un montón
deprimente de cilindros, y el siguiente…
Era peor.
Las niñas se miraban unas a otras, como si tampoco supieran qué
hacer con eso. Pero Fred parecía esperanzado. Y entonces empezó a mover
su creación de arriba abajo, de modo que las patas torturadas que colgaban
de uno y otro lado flotaron alrededor, una especie de pájaro agonizante. Una
de las chicas más pequeñas hizo un ruido y ocultó su rostro.
—Fred—comencé, tratando de encontrar la manera de decir por favor
detente, sin herir sus sentimientos.
Y entonces uno de los chicos resolvió el problema por mí.
—¿Qué put… eh diablos?
—Leo —dijo Roy, frunciendo el ceño hacia él desde la barra.
—¿Qué? Dije diablos. Y mira esa cosa.
—¿Qué es? —preguntó otro chico—. ¿Una araña?
—Un murciélago, obviamente —dijo Fred. Y lo movió un poco más,
sobre la teoría, supuse, de que no había sido lo suficientemente vigoroso la
primera vez.
—La cosa más extraña que he visto —murmuró el vampiro.
—¿Extraña? —Roy dejó caer hielo en un vaso—. No has estado aquí
el tiempo suficiente.
— Entonces, ¿por qué se siente así?
—Tengo más —dijo Fred, finalmente dándose cuenta que su
distracción no era un éxito—. Mucho más. Solía hacerlas todo el tiempo,
bueno, la vejiga de cerdo…
—Pero ¿alguna de ellas era buena? —preguntó Leo.
Fred se detuvo a mirarlo, mientras Roy evaluaba su último intento.
—¿Qué es eso?
—¡Es un payaso!
—Oh, payaso demoníaco. Gran elección.
La niña empezó a sollozar suavemente.
—Espera un minuto —dije, arrastrando una mesita lateral y sacando
un maltratado paquete de viejas cartas de tarot.
Estaban sucias, arrugadas y algo patéticas, y debería haberlas
reemplazado hace años. Pero habían sido un regalo de alguien que me
importaba, así que nunca lo había hecho. Además, tenían un hechizo en
ellas que pensé que a las chicas les podría gustar. Habían resultado
extrañamente precisas en la lectura de la atmósfera alrededor de una
situación, y dando consejos en forma de tarjetas pertinentes.
Y bastante seguras, prácticamente en cuanto las toqué, apareció una.
Una negra.
Una negra con un demonio impúdico en ella.
Bien, mierda.
Traté de llevarla de nuevo al montón antes de que empeorara el ya
mal asunto, pero estaba resbaladiza y mis manos estaban torpes, tuvo un
buen inicio en su primer discurso: “La tarjeta del diablo significa que el
consultante se siente atrapado o restringido en la vida, atado como las figuras
encadenadas en la imagen de la tarjeta. Pero si bien este cautiverio podía
parecer inquebrantable, una mirada más de cerca, demostraba que las
cadenas estaban bastante sueltas, y que el consultante, por lo tanto, tenía el
poder de desprenderse de ellas cuando quisiera. Las personas en la tarjeta
no están sujetas a cadenas reales, sino por el miedo, la falta de esperanza y
la falta de creencia en sus propias habilidades. La carta del diablo enseñaba
que, mientras estés dispuesto a permitir que otros te exploten y te refrenen,
ellos pueden y lo harán. Pero nadie tiene poder sobre ti a menos que tú se los
des. Y lo que das, puede tomarlo de regreso”.
La tarjeta continuó, burbujeando alegremente sobre la historia del
tarot y el significado inverso de la tarjeta y Dios sabía qué más. No estaba
escuchando más. Estaba mirando a la diabólica figura en la parte delantera,
y sentí que el murciélago me acababa de golpear en la cabeza.
—¿Cassie? —dijo alguien, y levanté la vista para ver a Rhea
mirándome preocupada. Junto con los vampiros. Y las niñas, a excepción
de la que estaba todavía sollozando en silencio, porque no había ganado
nada con eso, ¿verdad?
Y seguía sin hacerlo. Porque un momento después, Fred estaba siendo
levantado a un lado, y Marco se arrodilló frente a la niña que lloraba. Y sacó
un naipe de detrás de la oreja.
Ella vio el naipe, luego parpadeó hacia él y luego volvió a llorar. Pero
seguía observando sus dedos cuando de pronto el naipe ardió en llamas.
Varios de los vampiros retrocedieron rápidamente, causando que Marco se
burlara de ellos. Y dejándolo arder casi hasta la punta de sus dedos antes
de arrojarlo al aire, donde se desintegró en cenizas.
Sólo para sacarlo de detrás de la oreja de la niña otra vez, nuevo,
completo y sin chamuscar.
Su boca hizo una O perfecta de asombro, mientras miraba hacia él, al
aire y de regreso.
Marco se sentó sobre sus talones, satisfecho. Hasta que ella se acercó
y sacó la tarjeta original del bolsillo de su camisa.
Se encontró con mis ojos.
—Niñas mágicas —dije.
—Sí. Siempre te sorprenden.
—Marco…
—Haz lo que tengas que hacer —me dijo amargamente—. Solo regresa,
completa, ¿sí?
Asentí y empujé a Rhea hacia el pasillo.
El yeso había sido aspirado, en su mayoría. Los chicos no permitían
entrar a los de la limpieza cuando estábamos bajo asedio, supongo que por
miedo de un mago pasando como señora de la limpieza, por lo que se
encargaban ellos mismos. Lo cual explicaba por qué las esquinas todavía
estaban blancas y con fragmentos de cristal brillando aquí y allá por
doquier.
Pero Rhea no los miraba.
Estaba mirando los agujeros de bala.
Sí, había sido bautizada por el fuego estos últimos días, ¿no? Sabía
cómo era eso. Pero no sabía cómo hacérselo más fácil.
—¿Funcionaría? —pregunté.
—¿Lady? —Los ojos de ella volvieron a los míos.
—¿Podrían las acólitas desplazar a Ares aquí, desde más allá de la
barrera?
—Yo… ¿Qué?
—Elias dijo que estaban tratando de traer de vuelta a los dioses, y
sabemos que están detrás de las Lágrimas. Estoy preguntando si podrían
estar conectados.
Ella sacudió su cabeza.
—Yo… no lo creo.
—¿Estás segura? ¿Aunque todos trabajaran juntos?
Ella negó, más fuerte esta vez.
—El poder se limita a la tierra. Apolo se aseguró de eso, así no podría
ser usado contra él o su clase. No veo cómo se podría utilizar ahora para
salvarlos.
—Lo he usado fuera de la tierra.
—Es la hija de Artemisa, lady; las acólitas no lo son.
—Pero usamos el mismo poder. Tengo mejor acceso a él, por ahora.
Pero si ponen sus manos en suficientes Lágrimas…
—Lady Phemonoe tenía pleno acceso al poder pythico, y era muy hábil
en su uso —dijo Rhea—. Sin embargo, me dijo una vez que no se atrevía a
ir más allá de los confines de la tierra. El poder está encadenado aquí; no
puede salir de este mundo.
—Pero eso es lo que te digo. Ha salido. Al menos unas cuantas veces…
—Pero, si lo piensa —repuso ella, tentativamente—, ¿no estaba en
lugares cercanos a la tierra en esas ocasiones? ¿Lugares accesibles a través
de portales o el sistema de líneas ley?
—Bueno sí. ¡Pero eso está por todas partes!
—No en todas partes. Es posible que pueda acceder a su poder a
través de un portal, si está lo suficientemente cerca, o incluso a través de
las líneas de ley, si nuestra línea de tiempo y la del mundo a la que ha
viajado están algo alineadas. Pero incluso entonces, no será fiable. Las
líneas fluctúan, interrumpiendo el flujo; las líneas de tiempo entran y salen
de sincronización; y los portales son notoriamente…
—Sí, lo sé. Mi poder no funciona bien fuera de la tierra, pero puede
funcionar…
—A través de un conducto. Pero el ouroboros no es un conducto, lady;
Es una pared. El hechizo de su madre fue diseñado para mantener las cosas
afuera, para no dejarlas pasar. Es lo opuesto a un portal.
Empecé a decir algo, pero luego me detuve, porque ella tenía un punto.
—Así que estás diciendo que no podrían hacerlo.
—Estoy diciendo… —Se lamió los labios—. Estoy diciendo que no creo
que puedan. Me parece que si tal cosa fuera posible, Myra lo habría hecho
por Apolo.
Bueno, no podía discutir con eso. Apolo había tratado de evitar la
barrera que mi madre puso al sobrecargar una línea ley, había terminado
asado a la parrilla. No creía que hubiera elegido esa opción si hubiera podido
hacer que su acólita lo desplazara aquí.
—Entonces, ¿para qué las quieren? —dije a la maldita botella.
Rhea se limitó a mirarla fijamente. Todavía parecía aturdida, pálida,
y más que un poco asustada. Demasiado para una primera asignación fácil.
No conseguíamos los trabajos fáciles…
Se lo había dicho a Pritkin una vez, y nunca se había sentido más
cierto. La posición de Pitia sonaba tan poderosa, tan invencible. ¿Qué no se
podía arreglar con la capacidad de manipular el tiempo?
Resultaba que muchas cosas.
Pero tal vez una de ellos podría arreglarse de otra manera.
Volví a la habitación y comencé a buscar por debajo de la cama mis
zapatos.
—Necesito que hables con Casanova —le dije a Rhea, cuando me
siguió—. Dile que quiero habitaciones para las niñas y las quiero ahora. Este
lugar es demasiado peligroso para ellas.
—Yo… sí. Si por supuesto.
—Y haz que sea una suite…o tres. No necesitamos que las más
pequeñas sepan cómo girar un picaporte de puerta y vagar por el maldito
hotel.
—Sí, eso suena muy bien…
—Y consígueles algo de ropa; no se han cambiado en días.
—Lo haré, por supuesto, pero…
—Y se vean normales. Cuanto menos parezcan iniciadas, ¡más
seguras estarán!
—Por supuesto. Quiero decir, lo haré, es decir, lo haría, pero…
—Pero ¿qué?
—Es solo que…
—¿Es solo que qué? —le pregunté, sacando dos zapatos, pero ambos
eran para el pie izquierdo.
—Es que hay un problema con el dinero —admitió.
—¿Qué problema?
—¿El… que… no lo tenemos?
La miré, con un brazo todavía debajo de la cama, intentando atrapar
otro zapato.
—¿Me estás diciendo que la corte de la Pitia está quebrada?
—No. —Parecía sorprendida—. La corte tiene mucho dinero;
Simplemente no podemos acceder a él.
—¿Por qué no?
—El Círculo cerró las cuentas. Tuve que pedir prestado dinero a su
jefe de guardaespaldas para el supermercado…
—¿A Marco?
Ella asintió.
—No sabía qué más hacer. Las cuentas eran accesibles para la Pitia y
su heredera. Pero lady está muerta, y Myra…
—También muerta.
—Y el mago Marsden, es decir, el lord Protector, dijo que las cuentas
estaban congeladas hasta que se proclamara una nueva Pitia.
—Lo que ya sucedió.
—… pero él no ha liberado las cuentas todavía.
—¿Por qué las tiene él siquiera? —le pregunté, finalmente
consiguiendo zapatos a juego—. ¡Eso es asunto de la corte!
—Se supone que lo es —estuvo de acuerdo Rhea—. Pero debido a la
inestabilidad de la situación en el momento de la muerte de lady, le dejó los
códigos de acceso para darlos a su sucesora…
—Y en su lugar, decidió usarlos como chantaje, para que la corte
regrese a donde él quiera.
—No… no lo sé —dijo Rhea, pero frunció el ceño. Pero sí, así es como
parecía.
—Así que prueba una teoría —le dije, ajustando mis zapatos—.
Pregúntale por ellos y ve lo que dice.
Ella asintió.
—Mientras tanto, ¿seguramente la corte tiene algo de dinero? ¡Ha
estado funcionando con algo durante los últimos tres meses!
—Nuestras facturas principales se pagaban automáticamente
mediante un acuerdo con los bancos: electricidad, agua, ese tipo de cosas…
—¿Y la comida?
—Teníamos cuentas con los mercados locales…
—¿Y para incidentes? ¡Tenía que haber algo de dinero en efectivo!
—Sí hay. Había. Hasta que se…
—Esfumo, junto con todo lo demás.
Ella asintió.
Cerré los ojos. No entendía por qué me dolía tanto la cabeza hasta que
me di cuenta que ya tenía migraña, una explosión de golpes pulsando detrás
de mis ojos.
—Entonces, dile a Casanova que les dé habitaciones de todos modos.
Si tiene un problema con eso, puede revisarlo conmigo. Dile que conseguirá
su dinero en cuanto obtengamos el nuestro.
—Sí, lady.
—Y llama a Jonas y explícale lo que pasó. —Ella tomó una libretilla y
un lápiz de la mesita de noche y comenzó a garabatear—. Dile lo que dijo
Elias, y haz que nos envíe las Lágrimas que tenga a mano. Somos las más
adecuadas para vigilarlas.
—Yo… sí. Lo somos. Pero puede no estar de acuerdo, después de…
—No, porque eso sería demasiado fácil—gruñí.
Rhea también parecía un poco abrumada y más que un poco agotada.
Probablemente se preguntaba cómo iba a hacer todas las cosas de su lista
y también cuidar de todas esas niñas. Y no era como si estuviera recibiendo
mucha ayuda de mí parte, o de la brigada de solteros.
—Debes haber tenido ayuda con las niñas en Gran Bretaña, ¿no? —
pregunté.
Ella asintió.
—Un equipo diurno, cocineros, ama de llaves, tutores…
—¿Niñeras? —le pregunté con esperanza.
Pero Rhea negó.
—Se esperaba que las acólitas y las iniciadas más antiguas ayudaran
con las niñas más jóvenes y ayudaran con su entrenamiento. Pero…
—Pero terminaste haciendo la parte de la leona —adiviné.
Ella asintió.
Pero eso no funcionaría aquí. Sólo tenía una acólita, y la necesitaba
para otras cosas. Como entrenarme.
—Hay una mujer llamada Tami —le dije—. Tamika Hodges. La
recepción puede ponerte en contacto con ella. Se está quedando aquí en el
hotel con algunos niños. Llámala y pídele que te ayude.
—Pero… si ya tiene hijos propios…
Pensé en la manada que Tami tenía cuando la conocí, había tantos,
casi demasiados.
Sin embargo, ella aún seguía recogiendo, recorriendo las paradas de
los autobuses, los comedores populares, los parques y los refugios sin
hogar, en busca de fugitivos mágicos que aceptar.
Ella me había aceptado y me había calmado cuando no había confiado
en nadie. Cuando había estado asustada, temerosa y propensa a saltar de
mi propia sombra, de alguna manera me había hecho parte de su familia no
tan pequeña. ¿Quieres hablar de magia? Tami era jodidamente mágica.
—Llámala. Te sorprenderás.
Rhea asintió, con aire de esperanza.
—Y si Jonas no nos da las Lágrimas, dile que las guarde. En algún
lugar seguro. ¡En algún lugar en el que incluso las acólitas no puedan llegar
a ellas!
—¡Sí, lady! —Rhea escribió con ferocidad.
—Y arregla que el cuerpo de Elias sea enviado de vuelta al Círculo.
Diles que merece un funeral de héroe. Murió en el cumplimiento de su deber,
ayudándome.
—Sí, lady.
—Y llama a un tipo llamado Augustine, tiene una tienda en la planta
baja, y dile que quiero ropa para las niñas. ¡Puede mandar algo o dejar de
llamarse diseñador de la Pitia!
—Sí, lady. Y… ¿qué va a hacer? —preguntó, preocupada, mientras me
levantaba y ponía las Lágrimas de vuelta en mi bolsillo.
—Conseguir un seguro.
—Tienes que dejar de entrar en pánico —le dije muy claramente, unas
horas después. Habíamos salido del valle húmedo hasta una montaña fría,
pero nuestra suerte era casi la misma. Así estaba ocupado demostrándolo
Rosier.
—¡Tú detén el pánico! —gruñó—. ¡No están tratando de comerte!
—Tampoco están tratando de comerte. —Bueno, estaba bastante
segura—. Sólo quieren lo que hay en la bolsa. Dales lo que hay en la bolsa.
Rosier me fulminó con la mirada desde su agarre encima de un
abedul, donde había aterrizado después de que la roca cayera, pero antes
de la avalancha. Me había refugiado en una especie de hueco en forma de
cueva en las rocas, pero él se había visto obligado a saltar sobre el acantilado
o ser aplastado por piedras de cuarenta kilos y una montaña de nieve. La
buena noticia fue que terminó agarrándose de la parte superior de un árbol.
La mala noticia era que una masa de cerdos salvajes aparentemente vivía
abajo.
Y no tenían intención de dejarlo.
—¿Cómo es que darles comida va a animarlos a marcharse? —
preguntó Rosier, mirándolos con ojos desorbitados.
—Porque van a tirarte del árbol —dije, exasperada—. No, no. Quita el
celofán primero. ¡No sabrán lo que es!
—¡No puedo quitar el celofán y aferrarme al maldito árbol!
—Usa las piernas.
—¿Qué?
—¡Tus piernas!
Rosier me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—¡Soy un incubo, no un contorsionista!
Tomé un respiro y cerré los ojos. Eso parecía ser lo único que ayudaba
con él, si no podía ver su cara estúpida.
—Usa las piernas para sujetarte al árbol. Utiliza tus manos para
desempaquetar la comida. Tira la comida lejos de ti. Entonces, cuando la
persigan, baja y corre en otra dirección.
Hubo algunos gruñidos que no pude distinguir muy bien, y luego un
celofán arrugando. Y luego un montón de chillidos agitados.
Abrí los ojos para ver a varios cerdos saltando sobre el tronco como si
estuvieran tratando de subir, Rosier chillando y retrocediendo aún más
hacia la oscilante y frondosa copa de la arboleda y galletas de queso
lloviendo como un maná del cielo. Suspiré.
—Dije lejos. Tienes que tirarlas lejos de…
—¡No soy Sandy Koufax!
—¿Quien?
—Oh, por favor… —La copa de los árboles tembló un poco más, y una
cara de indignación apareció a través del follaje—. ¡Solo haz lo que te dije!
—No estoy usando magia —le dije, agarrando su bolsa grande de
trucos un poco más fuerte. Afortunadamente, había decidido aliviar su
carga haciéndome llevarlo. Por desgracia, no podía usar nada en él sin traer
la pandemia de Pitias sobre nuestras cabezas.
—¡Entonces usa la pistola!
—¿Ha-has traído una pistola? —Abrí la mochila y en el fondo estaba
una brillante nueva Beretta—. ¿Por qué trajiste una pistola? No podemos
disparar a nadie…
—Infiernos no podemos.
—¡No podemos! ¡Cambiaría el tiempo! Te lo dije…
—¡Y te dije que dispararas a los malditos cerdos! ¿O eso también
cambiará el tiempo?
Dejé el arma antes de que me sintiera tentada a usarla en Rosier.
Más tentada.
—¡Dispárales! —gritó.
—Esa montaña acaba de intentar enterrarnos —le recordé, tratando
de hablar con calma—. ¿Quieres otra avalancha?
—¡No tenemos elección!
—Sólo han pasado unos minutos. Si dejas de gritar…
—No grito. ¡Nunca he gritado!
—… tal vez se aburrirán y se irán.
—¡Quizá si no les hubiera echado comida! ¡Nunca se irán ahora!
—No lo sabes —le dije, justo cuando varios cerdos más empezaban a
saltar en el tronco—. ¿Y puedo recordarte que toma segundos para que una
Pitia aparezca? —añadí, sobre sus gritos renovados—. Una vez que sepan
dónde estamos…
—¡Cállate y bájame, mujer espantosa! ¡Bájame, bájame, bájame!
—No puedo hablar contigo cuando estás así, sabes; realmente…
—¡Augghhh!
Habría puesto el ruido infernal de Rosier en la tendencia a la histeria,
pero luego oí algo más. Algo como el chirrido-crujiente-reventándose de la
madera que se quiebra. Y, bueno, era apenas posible que este árbol
estuviera en su mejor forma.
Y ahora los cerdos estaban aplastándolo.
Empecé a hurgar en la bolsa.
—¿Qué más tienes aquí?
—Usa las amarillas. ¡Las amarillas!
—¿Qué amarillas? —Había mil cosas aquí—. Píldoras, pociones,
amuletos…
—¡Augghhh! ¡Augghhh! ¡Augghhh!
Vacíe la bolsa al revés y me arrastré por el nevoso lodo de barro. Y
encontré un montón de pequeñas cosas amarillas envueltas
individualmente que caían de una pequeña bolsa. Genial, ahora tenía que
abrir una. Y gracias a los acontecimientos recientes, mis uñas estaban rotas.
Pero me las arreglé, y un momento más tarde miré hacia arriba. Y vi
el árbol de Rosier balanceándose de un lado a otro, locamente, como si
estuviera tratando de hacer el hula-hula. O, ya sabes, como si estuviera a
punto de caer por una manada de jabalís enloquecidos.
Me lamí los labios.
—De acuerdo, ¿ahora qué?
—¡Sus gargantas!
—¿Qué?
—¡Sus gargantas! ¡Sus gargantas! ¡Tienes que metérselos por su…
augghhh!
Lo miré fijamente. Sí, como si eso fuera a pasar.
Pero por una vez, el pánico de Rosier estaba justificado. No tenía que
ser un leñador para saber que el árbol estaba en su última pierna. O rama.
O…
—¡Lánzame la mochila! —grité.
—Oh sí. Sí, te gustaría eso, ¿no?” —dijo furiosamente—. Así puedes
largarte con la comida y dejarme aquí…
—¡No! ¡Estúpido, no estoy planeando abandonarte!
—¿Entonces para qué?
—Para los cerdos, estúpido, estúpido…
Una gran cosa de cuero me golpeó en la cara, lo suficientemente fuerte
como para derribarme.
Pero realmente no había tiempo para quejarse. Mi trasero cayó en un
charco helado, y al segundo siguiente, estaba tirando comida chatarra por
todas partes. Y este no era el momento para jugar con mierda como rollos
de fresa o tiras de pavo. No, esto era para llamar a las grandes armas.
Saqué una pequeña caja blanca y fui disparando los Twinkies.
Un momento después, el árbol de Rosier quedó abandonado, y
algunos otros cayeron con un gran chasquido, crujidos y chillidos tan
fuertes como una bala que resuena en el bosque. Normalmente me habría
hecho estremecer y entrar en pánico, huyendo en la dirección opuesta, antes
de que todo el mundo y su perro vinieran a averiguar qué diablos pasaba.
Solo que estaba teniendo un problema para hacer eso.
Justo ahora estaba teniendo un problema haciendo cualquier cosa,
de pie y mirando con la boca abierta.
Todavía lo hacía cuando Rosier se unió a mí unos momentos después.
Su árbol había terminado encajado contra una saliente de roca un poco más
abajo, en lugar de golpear el suelo del bosque, lo que le permitió girar a
tierra firme. Y supongo que el tiempo intermedio le había dado la
oportunidad de reunir su mierda, aunque la presunción habitual aún no
había regresado.
O tal vez también estaba teniendo dificultades para encontrar las
palabras correctas.
—Tú… no, no usaste las píldoras para noquearlos, ¿o sí? —preguntó
finalmente, mirando hacia el vacío.
Sacudí la cabeza.
Se sentó y dividimos el último Twinkie.
—Te das cuenta que acabamos de enviar una manada de cerdos
voladores sobre la región medieval de Gales —le dije, algún momento más
tarde, cuando el último pequeño oink desapareció en el horizonte.
—Mh.
—No pareces muy preocupado.
Rosier se puso de pie y luego extendió una mano para ayudarme.
—Quizá les dé a las Pitias algo más que hacer. Y en todo caso…
—¿En todo caso?
—Bien. La expresión tenía que comenzar en alguna parte, ¿no?
—Pensé que sabías dónde estaba este lugar —dije mientras
pasábamos por tercera vez un familiar tronco cubierto de musgo.
—Lo sé.
—Así que estamos tomando la ruta escénica, ¿es eso? —Era mitad de
la tarde, estábamos empapados de sudor, y nos había llovido dos veces. Peor
aún, ni siquiera habíamos conseguido localizar la corte, mucho menos a
Pritkin. ¡A la velocidad que íbamos, aún estaríamos vagando por la región
inhóspita cuando el alma maldita viniera, se fuera y ni siquiera lo
sabríamos!
Rosier se detuvo abruptamente.
—¿Ves eso? —preguntó señalando algo entre los árboles.
—No.
—¡Es un molino!
Miré la sombra.
—Está bien.
—Quédate allí. Encuentra un asiento, siéntate y espérame. ¡No te
vayas, no te metas en líos y no hables con nadie!
Lo miré furiosa. Nuestro breve momento de camaradería se había
desvanecido en el lúgubre lodo de caminos inexistentes, montañas heladas
y valles húmedos, se había estado poniendo cada vez más malhumorado
durante toda la tarde. Por no mencionar más lento, cuando el zapato perdido
tomó su cuota a pesar de ser reemplazado por un largo repuesto de lana
gris. Bueno, ahora grisáceo, la tierna carne de Rosier había sido lacerada
por un par de miles de rocas afiladas.
—No puedo hablar con nadie cuando no hablo el idioma —le señalé—
. ¿Y a dónde vas?
—¡A encontrar el camino correcto!
—¿Por qué no puedo ir contigo? —No estaba entusiasmada con la
compañía, pero me sentía menos feliz de quedarme sola en el Salvaje Oeste
de Gales.
—Porque puedo viajar más rápido solo —dijo Rosier, con la voz
cortada mientras intentaba sacar la roca número 2,914 de su zapato
improvisado.
Fruncí el ceño.
—He estado caminando contigo todo el maldito día, e incluso me he
adelantado la mayor parte de la última…
-—Y si tengo que soportar tu charla infernal un minuto más, te
asesinaré —añadió, jadeando—. ¡Y mientras que indudablemente sería de
gran ventaja para la tierra, me dejaría aquí, sin magia, por el próximo
milenio y medio!
Se alejó.
Lo miré y fruncí el ceño un poco más. Entonces fui a encontrar este
“molino”. No tenía grandes esperanzas.
Por supuesto, podría estar equivocada, pensé, pasando entre los
árboles. Y encontrando una estructura desmoronada con una rueda de
agua, que podría ser confundida con un molino si alguien entrecerraba los
ojos. Pero apenas me di cuenta.
Porque había un arroyo, y se veía como un pequeño trozo de cielo
gorgoreante.
Choqué y tropecé y luego resbalé el resto del camino por la colina y
me senté en la orilla, tiré los “zapatos” que mi bastardo sádico compañero
de viaje había proporcionado. Porque, aparentemente, si alguien veía una
foto de mis Keds, podría cambiar toda la historia. Probablemente sólo estaba
enojado porque no había pensado en traer zapatos de senderismo.
No es que los finos tenis hubieran sido de mejor ayuda, ya que
aparentemente Gales es una palabra celta que significa “fosa de barro”, pero
al menos tenían suelas. Lo más parecido a esto era un pedazo de cuero
endurecido, y luego un puñado de solapas de cuero con un cordón tirando
de ellas hasta donde las ate alrededor del tobillo. No eran tanto zapatos como
bolsas para los pies, y eran una mierda, Oh Dios mío.
Pero finalmente conseguí desatar los cordones y metí mis ampollas en
el agua y Oh. Estaba fría. Estaba perfecta.
Permanecí allí un rato, mirando hacia las ramas del árbol. Un par de
determinadas afluentes de vides se mecían por el viento hacia las ramas al
otro lado. Iban y venían, iban y venían. Las seguí pensando que se
agarrarían en cualquier momento, y empezarían a bordar el restante del
cielo, pero nunca lo hicieron. Sin embargo, era algo hipnótico.
Especialmente con el placer líquido corriendo por mis talones golpeados y
los dedos de mis pies maltratados.
Después de un rato, mis pies comenzaron a sentirse mejor, pero mis
piernas comenzaron a señalar que también podrían tener cierta atención.
Todas estaban arañadas, gracias al hecho de que el último “camino” había
sido más bien un sendero de cabras y tuvimos que atravesar kilómetros de
flora espinosa. Me deslicé un poco más abajo, pero eso me dejó con piedras
duras debajo de mi trasero, un cuerpo sudoroso y manchado de barro,
gritando para nadar.
Miré alrededor.
La gran rueda giraba perezosamente, pero no vi a nadie alrededor del
molino, estaba medio oscurecido por las malas hierbas de todos modos. Por
supuesto, eso no significaba que estuviera abandonado; todo por aquí tenía
maleza. Pero incluso si no, la gente no usaba molinos todo el año, ¿verdad?
La cosecha llegaba, hiciste lo que pudiste, recoge tu harina o lo que sea, y
hasta el próximo año.
Al menos eso esperaba, porque realmente quería un baño.
Me senté allí, mordiendo mi mejilla un rato y pensando en ello.
Rascándome, porque el maldito vestido me estaba rozando. Era básicamente
otro saco, sólo que con agujeros en él. Lo cual habría estado bien, ya que mi
cabeza y mis brazos necesitaban un lugar para salir. Sólo que estos agujeros
no tenían sentido.
A menos que la cosa hubiera sido diseñada para un jorobado con un
brazo que creció fuera de su pecho y un cuello donde debe estar su hombro.
Así que no lo llevaba tanto como estar presa por él, de repente no podía
soportarlo más.
Después de otra mirada cautelosa, lo quité, solo así, sólo deshacerme
de diez kilos de lana húmeda y rasposa, fue la sensación más increíble que
había tenido en un tiempo.
Permanecí allí unos minutos más, con la masa rasposa en mi regazo
como un esponjoso peluche muerto.
Y esperé a que alguien llamara sobre algo como un polluelo desnudo
que se estaba cruzando. Pero nadie lo hizo.
Nadie apareció, y no hubo ruidos, salvo el ocasional llamado de un
pájaro, el gorgoteo de la corriente y el rechinar, rechinar, rechinar rítmico
de la rueda distante. Un pez se lanzó al aire e hizo un pequeño movimiento
feliz antes de desaparecer de nuevo. Un conejo gordo sacó su nariz de un
arbusto, me miró por un momento, y comenzó a masticar algo de hierba.
Una pequeña brisa envió una ondulación a través de la parte superior del
agua, rompiendo la luz del sol de la tarde en un centelleo de oro.
Dejé el monstruo de lana en la orilla y me metí al arroyo.
Y, está bien, eso estaba frío.
Sólo quédate, me dije. Quédate adentro, quédate adentro, quédate
adentro, y va a estar mejor. Y lo hizo. En un minuto, fue increíble.
Sentí que todo mi cuerpo magullado, rasguñado y torturado por la
lana se relajaba en una sensación de felicidad tranquila. Oh Dios, pensé
lloriqueando. Amo Gales.
Pasé quizás diez minutos nadando, flotando sobre mi trasero y viendo
mis dedos de los pies salir del agua. Era un pequeño lugar dulce. Muy verde.
Por supuesto, decir eso sobre Gales era como decir que el desierto era
marrón. O que el cielo era azul. O que Rosier era un idiota. Gales tenía que
ser el lugar más verde que había visto en mi vida, casi sorprendentemente
después de Las Vegas.
De regreso, a lo que había empezado a pensar secretamente como, en
casa, incluso los lugares que deberían haber sido verdes a menudo no lo
eran. Como al sur cerca de la línea de agua del lago Mead o a lo largo de las
orillas del Colorado. Si tenías suerte, podrías ver algunos trozos arrebatados
de la piel del desierto aquí y allá, obstinadamente aferrados a la tierra
rocosa, o una enredadera, mayormente parda, que se arrastraban por un
acantilado. Pero eso era todo lo que conseguirías, al menos de la naturaleza.
Por supuesto, era Las Vegas, así que todo el mundo engañaba. Los
casinos, centros comerciales y campos de golf, todos tenían verdor
alrededor. El Bellagio tenía su propio jardín interior. Y Boulder City, un
pequeño pueblo donde los trabajadores habían sido alojados durante la
construcción de la presa Hoover, había instalado una exuberante alfombra
de hierba en el nuevo parque infantil que habían construido para sus hijos.
Sólo para salir al día siguiente y encontrarse treinta o más, enormes
y cornudas cabras masticando el buffet gratis.
Oye, era Las Vegas.
La gente del pueblo finalmente había hecho la paz con las cabras, que
simplemente se negaron a moverse, y al verdadero estilo de Las Vegas,
incluso se había organizado visitas al lugar. Si se iba a la hora correcta del
día, se podía ver el enfrentamiento entre las cabras que iban y los niños
locales, cada uno en su lado respectivo del patio de recreo, cada uno
ignorando al otro.
Lo que no podías ver era algo como esto.
Miré a mi alrededor, al extremo opuesto de Las Vegas, donde incluso
las cosas que no debían ser verdes lo eran de todos modos. Como la rueda
del molino, con su fina capa de musgo verde brillante. O el agua, que era de
un esmeralda moteado gracias a las copas de los árboles que casi tocaban
el arroyo. O el cielo, que estaba tomando un tinte oliva en el este, que
predecía más lluvia en mi futuro. Incluso las rocas bajo mis pies estaban
redondeadas y musgosas, habiendo abandonado hace tiempo los bordes
ásperos por el flujo implacable de la suave agua.
Era el cielo en mis talones doloridos.
Era un infierno en el centenar de mis rasguños, pero decidí que podría
vivir con eso.
Estaba proporcionando un baño para un futuro mago de guerra.
—Esto está bien —pensé, metiéndome perezosamente en un grupo de
juncos, donde algunos pequeños peces comenzaron a intentar mordisquear
los dedos de mis pies.
Y entonces la comprensión golpeó, y casi me ahogué.
Me acerqué, tartamudeando, tosiendo, y mirando alrededor, una
masa de pájaros negros despego de las copas de los árboles. Sus aleteos y
graznidos cubrieron los sonidos que estaba haciendo, como las hierbas
cubrían mi cuerpo. Lo cual fue afortunado. Debido a que el río no era tan
ancho y Pritkin estaba justo frente a mí, metiendo un pie en el agua en la
orilla opuesta.
Puse un puño de juncos en ambas manos y miré fijamente.
Estaba vestido con un traje hippie, o considerando dónde estábamos,
posiblemente algo que un druida borracho había inventado: una túnica
cubierta de ramas, hojas y viñas, una capucha despeinada con más de lo
mismo, y un par de botas marrones apenas visible bajo el follaje caído.
Su rostro también estaba pintado como comando, todo manchado de
marrón y verde, su cabello estaba largo y esponjado en vez de corto y
puntiagudo.
Pero era él. Lo conocí al instante, y casi grité su nombre de puro alivio
antes de recordar. Y apreté mis dientes en mi labio inferior, lo
suficientemente duro como para lastimar.
Porque este Pritkin no me conocía.
Este Pritkin ni siquiera sabría el nombre que había estado a punto de
gritar, ya que él no lo había usado todavía.
Este Pritkin era un peligroso mago en un momento peligroso, y
probablemente no lo tomaría bien si sabía que estaba siendo espiado.
Afortunadamente, los juncos aseguraron que no me viera de inmediato.
Desafortunadamente, eso no me ayudó mucho, ya que no tenía idea
de lo que se suponía que debía hacer ahora.
Mis procesos de pensamiento, tal como estaban, eran algo así como:
uep.
¡Oh, mierda, oh, mierda, oh, mierda, oh, mierda!
Rosier. Escanee la ladera frenéticamente. Ningún Rosier.
¡Maldito sea!
¡Qué tiempo para desaparecer, y para mí dejarlo ir!
Pero no debería haber importado. No habíamos visto un alma todo el
día. Estábamos en medio de la nada, Pritkin debía estar en la corte y eso no
debería haber importado.
Pero él estaba aquí y sí importaba, y Rosier acababa de marcharse,
tal vez hace media hora. No podría haber sido mucho más que eso, así que
¿quién sabía cuándo volvería? ¿Y qué se suponía que debía hacer mientras
tanto?
¿Qué se suponía que debía hacer cuando Pritkin decidiera marcharse?
Sólo que no se marchaba.
Estaba desnudándose en su lugar.
Por un momento, me quedé mirando. No sé por qué. Probablemente
todavía sorprendida. Pero el del gran quién-sabe-que hippie… cayó al suelo,
dejándolo de pie, desnudo, con pantalones cortos y un bronceado decente.
Parpadeé.
Pritkin no tenía bronceado. Pritkin era un turista británico pálido,
incluso en Las Vegas, debido a toda la parafernalia de mago de guerra que
cargaba. Requería de un abrigo de cuerpo entero o, al trotar, una
voluminosa sudadera con capucha, para ocultar las diversas
protuberancias letales, y tampoco dejaba al sol muchas oportunidades.
Pero aún no era un mago de guerra, ¿verdad? Y parecía que podía
broncearse, después de todo. Lo cual era más que un poco desconcertante,
porque con el abundante cabello rayado por el sol y la versión celta de
pantalones cortos, parecía menos un peligroso mago que un surfista de
Malibú.
También se veía de otra manera. El hombre que conocía no tenía más
remedio que entrenar. Ninguna posibilidad de usar sus habilidades de
íncubo, significaba ninguna posibilidad de aumentar su magia, y los magos
de guerra eran objetivos constantes. Pero este tipo no tenía ese problema. Y
mientras que se le veía de constitución definida, parecía más alguien que le
gustaba mantenerse activo que un físico-culturista.
Excepto cuando se levantó y se giró para quitarse los pantalones
cortos. Dejando que fuera imposible no notar que las piernas eran las
mismas, gruesas y duras con músculo, probablemente debido al
entrenamiento diario de Gales. Como los muslos, que eran ligeramente más
pálidos que las pantorrillas y el pecho, como si no vieran el sol con tanta
frecuencia. Y los montículos más ligeros de arriba, que se extendían y se
flexionaban cuando se movía, arrojando la última de sus ropas sobre el
montón.
Y luego se dio vuelta y se estiro en la orilla del río, dándome la
oportunidad de ver qué otras cosas eran las mismas que yo recordaba.
Así como el hecho de que estaba herido.
Pritkin estaba sudoroso y fangoso, lo cual no me preocupaba mucho
porque era Gales, pero una rodilla estaba raspada con sangre. Y también lo
estaba su pierna derecha, donde lo que parecía una quemadura descolorida
serpenteaba desde la mitad del pecho hasta justo por encima de la espinilla.
Y su cadera…
Me trague un sonido cuando giró de ese lado, porque era un enorme
moretón.
Parecía que había estado en una pelea que, teniendo en cuenta la
forma en la que estaba, no estaba segura que la hubiera ganado. Pero debió
de haberlo hecho, me dije, antes de que mi presión arterial subiera al techo.
Estaba aquí y en una sola pieza, y dudaba que se desnudara en presencia
de un enemigo. O dejara sus cosas en la orilla del río. O buceara en el agua
desarmado…
Y no volviera a subir.
Miré a ambos lados después de un minuto, no volvió a aparecer, no
había nada. Sólo la vieja rueda, el giro lento, un montón de agua lenta, y
nada de Pritkin. Salí de los juncos para obtener una mejor vista, pensando
que tal vez había nadado bajo la superficie a algún lugar que no podía ver,
pero todavía nada.
Y, de repente, lo perdí.
El combo de sorpresa, gran alivio, pánico y luego más sorpresa hizo
que el segundo apagón mental fuera más extremo que el primero. Todo lo
que pude pensar era que estaba herido y desmayado después de que se
zambulló. Y estaba ahogándose mientras estaba allí, estaba allí como una
idiota.
¡Está bien eso no tenía sentido, lo sabía, porque él no había muerto
en el Gales medieval! Pero ¿y si de alguna manera hubiera cambiado las
cosas? ¿Qué pasaría si me hubiera visto en el momento en que se lanzó y se
salió de curso, y luego se golpeó la cabeza con algo? ¿Qué pasaría si hubiera
regresado para rescatarlo, sólo para matarlo yo misma?, y eso podría
parecer una locura para cualquiera, pero no sabían, no conocían mi vida
y…
Me sumergí en el agua, tratando desesperadamente de ver algo que
estaba todo moteado de luz, ramas de árboles balanceándose, rápidos peces,
sombras, luz del sol y plantas de agua agitándose, ¡todo el lugar se estaba
moviendo! Y no podía oír nada mejor, no con agua tapando mis oídos. O
sentir algo más que la corriente que me jalaba, más fuerte ahora que estaba
completamente dentro y luchando por ir más lejos.
Luchando duro. Pero en vez de eso, sentí que mis pies dejaban las
piedras lisas del lecho del río y mi cuerpo empezaba a regresar hacia la
superficie. Me retorcí y pateé, pero no sirvió de nada. En segundos salí de
todos modos, jadeando y mareada, porque había estado abajo más de lo que
pensaba. Lo que significaba que Pritkin…
Me sumergí otra vez o lo intenté, pero esta vez, no fui a ninguna parte.
Empujé hacia abajo, y el agua empujó de regreso. Estaba tan confundida,
tan aterrorizada, y tan cerca de enloquecer, que ni siquiera me detuve a
preguntarme por qué. La tocaba, rasgándola como si fuera tela, o suciedad
que podía quitar de mi camino si sólo me esforzaba lo suficiente. Pero no lo
hacía, pasaba por mis dedos y luego se transformaba en una barrera
repentinamente impenetrable que se burlaba de mí, se burlaba de mí hasta
que le daba bofetadas, gritando frenéticamente, furiosa y asustando de
muerte a un pájaro de agua.
Lo que no era nada comparado por cómo me sentí cuando fuertes
brazos de repente me rodearon por detrás.
El pájaro aterrizó en el grupo de juncos, sus estrechas alas cortando
el aire con un silbido.
Se hundió bajo el agua, su larga cola despedazó la luz del sol reflejado
y la fragmentó en mil piezas brillantes hasta que todo el río fluía dorado bajo
las nubes. Excepto por una silueta oscura en medio de todo, sólida y real en
la luz danzante mientras me giraba en sus brazos.
Y vi la luz de la tarde reflejada en un par de ojos verdes.
A lo lejos, las pesadas nubes que me habían seguido todo el día se
abrieron con un suspiro, y la lluvia cayó como un velo en el horizonte. Los
pájaros más sorprendidos despegaron con trinos ululando quejas. Una
sensación saltó en mi pecho, tan brillante y plena que casi fue dolorosa, el
relámpago fue un tenue eco, el cielo demasiado pequeño para sostenerlo.
Entonces Pritkin se rio, y el estado de ánimo se rompió, dejándome
parpadeando y conmocionada.
Y arrodillada sobre un manto de agua dúctil que firmemente se negó
a aceptarme.
—Tú… ¡Bastardo! —Respiré, resbalando, deslizándome y tratando de
cubrirme con lo que parecía un gigante globo de agua inflado, en el que de
alguna manera había terminado en medio. Y siendo vigilada por un duende
de torso velludo que parecía encontrar todo el asunto muy divertido. Lo miré,
atrapada entre el alivio y la indignación, hasta que la burbuja estalló tan
abruptamente como se había formado y me zambullí de nuevo.
Cálidas manos me sujetaron la cintura, ayudándome a volver a la
superficie. Y luego me arrastraron cerca de una cara divertida, que
rápidamente se agrietó en una sonrisa aún más amplia. Y luego en una risa
completa, rica, fuerte y larga, o en cualquier expresión que hubiera logrado
poner en su cara.
La que probablemente era una sorpresa, ya que nunca había oído a
Pritkin reírse así.
Y porque, extrañamente, parecía aún menos familiar de cerca.
Había similitudes con el hombre que conocía: la barbilla rechoncha,
una-generosa-nariz-que-debe-ser-llamada-como-romana y unos verdes,
muy verdes ojos. Pero las diferencias eran mayores, y estaban por todas
partes. Como la boca, que estaba más voluptuosa de lo que debería haber
estado, tal vez porque estaba estirándose en una sonrisa. Y las mejillas, que
todavía tenían algo de su regordeta cara de bebé, suavizando las duras
líneas que conocía. Y los ojos…
Que, aparte del color, no conocía en absoluto.
Les faltaba la sospecha, el cinismo y la cautela con que estaba
acostumbrada. En lugar de eso, brillaban con humor travieso y la alegría
que había visto en raras ocasiones cuando acababa de hacer algo
increíblemente peligroso. Por no hablar de estar juguetón, curioso y más
que un poco coqueto.
Lo que podría explicar sus manos en mi trasero.
Pritkin dijo algo mientras permanecía allí, quedándome boquiabierta
ante él, pero para mí eran disparates. Después de un momento, cambió de
cadencia y lo intentó de nuevo, supongo que era un idioma diferente porque
parecía expectante. Sólo para fruncir sus labios pensando cuando negué.
Luego miro a su izquierda y estrecho los ojos. Seguí su mirada, pero
no vi nada particularmente interesante. Sólo las malas hierbas, las rocas y
la rueda de agua suavemente girando.
Y una muy desnuda yo encima de un muy desnudo Pritkin.
Eché un buen vistazo y luego uno más por asegurarme, pero la vista
no cambió. Ese era definitivamente un clon de Pritkin, que acababa de
aparecer en la orilla del río. Y esa era definitivamente yo arriba,
arqueándome hacia atrás, los muslos flexionados, mientras hacíamos
algunas, mmh, cosas, muy desnudos…
Y antes de que tuviera la oportunidad de asimilarlo, otra yo y otro él
aparecieron a pocos metros de distancia, sólo que él estaba encima esta vez,
y deslizándose firmemente hasta…
De repente, miré hacia otro lado, pero otra pareja brotó a nuestra
derecha. Y luego más y más, a ambos lados del río, cada uno con una
especialidad ligeramente diferente. Como una especie de menú loco…
Y eso es exactamente lo que era, me di cuenta. Una exhibición
increíble de magia por ninguna otra razón más que para romper la molesta
barrera del lenguaje. Y tal vez para lucirse un poco. Debido a que este Pritkin
tenía sus capacidades completas de íncubo y poder para gastar, sin ningún
complejo del hombre que conocía.
O, ya sabes, de cualquiera.
Porque él no era el hombre que yo conocía. Era un joven principiante
que estaba herido y dolido, y acababa de espiar a una chica desnuda que lo
perturbó desde las malas hierbas. Y que, probablemente, pensó que había
encontrado una manera fácil de sanar. Y quien… y quien…
Y quien estaba siendo bastante optimista, pensé, mirando a la pareja
más cercana. Y sí, sabía que era una ilusión, lo sabía. Pero por alguna razón,
todavía era una sorpresa verme —verla a ella— en la cara de una mujer
como ella…
Y supongo que tal vez los había visto demasiado. Porque Pritkin, el
verdadero, dijo algo. Miré hacia arriba para encontrarlo sonriendo,
asintiendo y pareciendo entusiasta sobre mi elección.
—No —le dije con fuerza—. No, eso fue por sorpresa. Eso no fue una
elección.
Alzó una ceja, pero no parecía demasiado apagado. Quizás, me di
cuenta un segundo más tarde, porque acababa de sacar la vainilla de la
mesa. Parpadeé cuando más parejas aparecieron, salpicando ambos lados
de la orilla con delicias carnales.
Maldita sea, pensé, mirando fijamente a un trío justo un poco más
abajo en este lado del río. Y luego incliné mi cabeza hacia un lado, porque
no podía entender qué… Oh. Oh sí. Bueno, eso no estaba sucediendo…
Sólo, que de repente, sí sucedía.
—Oh, mierda —susurré mientras dos brazos más cálidos me rodeaban
por detrás.
Y eso era lo que había estado mirando, ¿no?, pensé, mientras las duras
manos se extendían sobre mi vientre inferior, empujándome contra un torso
igualmente duro. Mientras las manos del Pritkin número uno enmarcaban
mi rostro, jalándome hacia él mientras bajaba la cabeza. Por un momento,
sólo hubo aliento cálido contra mis labios, dedos acariciando mis pómulos
y huesos de cadera al mismo tiempo, líneas idénticas de espesa y necesitada
dureza presionando contra mí a ambos lados, sedosa, suave y rígida fuerza,
y dolor buscando calor.
—Oh, mira, yo, verás, mmmh —dije inteligentemente.
Y luego me besó. No era nada como los besos de Pritkin, y todo como
si lo fueran. Era menos desesperado, un hombre hambriento en un
banquete a lo que estaba acostumbrada, pero tan exigente, tan posesivo,
tan rayando en la arrogancia. Con una técnica adicional de entusiasmo,
maquillada-por-la-falta-de-técnica, técnica que realmente, realmente
funcionó en cierto nivel, no estaba con la cabeza-en-su-lugar para definirlo
en ese momento.
Se retiró al cabo de un momento, aunque no se sentía así desde que
el falso todavía estaba pegado a mi espalda, y sus labios comenzaron a vagar
alrededor de mi cuello. Como sus manos alrededor de mi torso. Estaba a
punto de hacer un escándalo, pero el Pritkin real tomó ese momento para
dar un paso atrás y ejecutar un arco muy formal y completamente
surrealista, teniendo en cuenta que su doppelganger actualmente tenía mis
tetas en sus manos.
—Myrddin —me dijo, poniendo una mano en su pecho, su cara riendo
mirando hacia arriba a la mía.
—¿Mmh… yo…. qué?
—Myrd-din —enunció más lentamente, enderezándose y golpeando su
pecho otra vez. Porque supongo que incluso en el Gales medieval se
consideraba educado presentarse antes, antes de…
—¡Oh, mierda! —grité, y comencé a explorar desesperadamente la
orilla del río. Y la colina, y el área alrededor del molino, y la jodida opuesta
área despejada, nada de Rosier. Porque este sería un buen momento para
que él apareciera.
—Ohmierda —repitió Pritkin, rodándolo sobre su lengua
pensativamente.
—No —le dije distraída, tratando de ver lo que se movía detrás de los
árboles—. No, eso no es mi… no, quise decir que… oh, mierda.
Ese último fue porque alguien acababa de salir de la línea de árboles,
bien, pero no era Rosier. Tampoco era la pandilla Pitia, lo que debería
haberme hecho feliz teniendo en cuenta cuánta magia estábamos
chapoteando alrededor. Pero por alguna razón, no estaba recibiendo esa
vibración.
Por un segundo, me quedé allí, contemplando a tres muy-ligeros-
cuerpos que bajaban por la orilla. Tenían una extraña armadura negra,
largo cabello plateado, una forma fluida y alienígena de moverse que era
menos sexy que la de El Señor de los Anillos y más intensamente
espeluznantes.
Fey, pensé en blanco.
Me pregunto qué están haciendo aquí.
Entonces uno de ellos sacó una lanza de alguna parte en su espalda.
Se paró junto a una de las parejas retorciéndose en la orilla del río. Y la dejó
caer en un movimiento salvaje que los atravesó con un solo empuje, como
un kebab humano.
—¡Ohmierda! —dijo Pritkin con más confianza.
Mis pensamientos exactamente.
El dúo se dobló y luego se evaporó en la niebla, y empecé a cruzar
locamente por la ribera.
Lo que habría sido más fácil si el falso Pritkin no hubiera decidido
venir también, todavía tratando de besarme el cuello.
Y si todo este maldito país no estuviera cubierto de musgo.
El Pritkin real murmuró algo seductoramente mientras trataba de
ayudarme acercando mi trasero.
—¡No! —dije, con sentimiento.
—¿No? —repitió, como si se preguntara qué era esa nueva palabra.
—¡No! —Agarré su cabeza y la giré hacia los Fey. Quiénes se habían
desplegado y ahora estaban sistemáticamente destrozando las ilusiones a la
izquierda y a la derecha.
—Ohmierda —dijo Pritkin, mientras otro golpe brutal dispersaba una
pareja que se retorcía ante los vientos.
—Ese debe ser nuestro lema —murmuré, y corrí hacia el área
despejada.
Al menos lo hice hasta que él agarró mi brazo, diciendo algo que no
pude entender. Pero se hizo un poco más claro cuando comenzó a tirarme
más lejos en el agua. Lo cual no tenía sentido, ni un maldito sentido en
absoluto, porque también había visto a unos cuantos al otro lado. Por lo
menos cuatro o cinco parejas se estaban convirtiendo en carnada carnal,
teníamos que irnos.
Pero Pritkin a los veinte años, o el infierno de edad que tuviera, era
tan terco como el hombre que conocía. Y un segundo después decidí que tal
vez tenía un punto, y no sólo porque estaba a punto de zafar mi brazo de su
articulación. Sino porque uno de los Fey en la parte superior de la ribera
nos había visto.
Supongo que ya no nos veíamos suficientemente amorosos. Porque se
separó del resto y empezó a dirigirse hacia el área despejada directo a
nosotros. Tuve un instante para ver mi expresión de pánico en su brillante
armadura…
Entonces Pritkin se lanzó contra mí, justo cuando algo nos
deslumbró, brillando como un resplandor de sol en la ventana de un
automóvil. Y el lugar en el agua donde habíamos estado de pie hacía un
segundo, se convirtió en un géiser de vapor. Los dos nos detuvimos a
mirarlo, y luego a las cosas que nos rodeaban, que habían pasado de
montañas frías a la lava. Y luego saltamos hacia el área despejada, porque
la amenaza de ser hervido vivo tiende a poner fin a los argumentos, muy
rápido.
No es que las cosas estuvieran mucho más de supervivencia en tierra.
Los tres Fey que había visto debían de ser la vanguardia, porque ahora había
mucho más del doble. Y cada vez venían más por la ribera a cada segundo,
como si brotaran del maldito suelo. Y luego otro destello de algo pasó
volando, perdiéndonos a pesar de que el más cercano no podía estar a más
de una docena de metros de distancia.
Pero no perdió el área que estábamos tratando de escalar.
La mitad de ella, de repente, explotó sobre nosotros en una erupción
de cosas volando, salpicando suciedad. Parecía que un cañón había
golpeado justo delante de nosotros, quitando la mano de Pritkin de la mía y
lanzándome hacia atrás, a través del aire sobre mi trasero magullado.
Dejándome medio aturdida y medio ciega por la tierra, y casi completamente
ahogada por la cantidad de Gales que acababa de inhalar.
Y luego sucedió de nuevo, a mi izquierda. Y luego a mi derecha. Y todo
lo que pude pensar, en medio de lo que se sentía como un combo de mortales
cañones y terremotos, fue que los Fey no apuntaban mejor que yo.
Por supuesto, podría estar equivocada, pensé, cuando sentí que algo
me golpeó la cabeza. Pero esta vez no fue el fuego de armas, ni el fuego de
hechizos, ni el tipo de fuego que estaban lanzando. No era un arma en
absoluto.
Era una bota.
Seguida por otra.
Seguida por una estampida entera de ellas, junto con los individuos
en ellas, que corrían directo por mí incluso como si no estuviera allí.
Por un segundo, me quedé helada, confundida y medio ciega, con los
ojos llenos de arena y una nube de tierra que se cernía en el aire. Pero una
vista de veinte-veinte no es necesaria para ver tu propia mano delante de tu
cara. Y yo no podía.
No podía ver nada.
Sólo que, no, eso no era cierto. Moví mis dedos y vi una ondulación
vaga en el aire, no una mano tanto como un vacío en forma de mano donde
no había polvo. Pero eso era lo suficientemente bueno, ¿no?, pensé, y
retrocedí de nuevo, mientras más Fey corrían por mi camino.
Este grupo debería haberme visto. Incluso con glamour o lo que
Pritkin hubiera hecho para ocultarnos, porque estaban allí. Literalmente
justo encima de mí, en el caso de uno de ellos. Quien me pasó como si nada,
saltando por el aire sobre mi cabeza, en un movimiento que un saltador
olímpico de altura habría envidiado.
Y luego se fue directo con el resto de ellos, con grandes zancadas que
hacía se pareciera más a un antílope hinchado que a un humano. Pero
entonces, no eran humanos, ¿verdad? Como lo demostraron avanzando por
el suelo incluso pesados por toda esa armadura, desgarrando la ribera del
río después…
¡Mierda!
Me había dado la vuelta tan pronto como pasaron, escudriñando el
suelo por una ondulación de nada, que podría ser un disfrazado íncubo-en-
entrenamiento. Pero no encontré ninguno. Tal vez porque en lugar de
esconderse, se deslizaba por la pendiente justo delante de los Fey, un vacío
incoloro, en forma de Pritkin, que era demasiado visible porque se movía,
desplazando el polvo en una larga estela detrás de él. Lo cual podría haber
sido una bandera roja para un toro, porque los Fey estaban…
—¡No! —grité, ya que lo que parecía una lanza resplandeciente
atravesó el espacio donde el cuerpo de Pritkin estaba delineado, emergiendo
claramente a través del centro del torso…
Y luego siguió adelante.
Miré fijamente en la confusión mientras que lo explotaba contra un
árbol, enviándolo arriba como una vela romana, mientras que el vacío de
Pritkin que apenas había hecho pedazos, simultáneamente se rompía,
esparciendo polvo que volaba en todas las direcciones, como fuegos
artificiales arenados.
Pero eso era todo. No había cuerpo visible ni de otro modo. Uno de los
Fey extendió un pie con bota para presionar sobre el montón de arena
húmeda a sus pies, pero todo lo que hizo fue dar más pruebas de que su
presa no estaba allí.
Porque estaba aquí.
De repente, un trozo de tierra cercana se echó hacia atrás como una
alfombra, y la cabeza a todo color de Pritkin salió. Estaba un poco salvaje y
un poco lleno de arena, más que un poco rojo, pero muy vivo. Como el resto
de él, que emergió un segundo más tarde y me agarró la mano, después
estábamos corriendo en la dirección opuesta…
Justo cuando un grupo aún mayor de Fey bajaba por la orilla del río.
Eso habría sido bastante malo, incluso con glamour. Pero el que
Pritkin había utilizado para ocultarnos había desaparecido. Los Fey nos
vieron, porque, por supuesto que lo hicieron, ¡simplemente estábamos allí
de pie expuestos como un par de locos!
Un segundo después, aquellas lanzas brillantes estaban destellando
en las manos de todos alrededor y mi mano estaba apretando la de Pritkin,
porque a la mierda con esto, ¡prefiero tratar con Cerezas!
Sólo que no iba a hacerlo.
Porque mi poder no funcionó.
Lo intenté de nuevo, y de nuevo. Pero el resultado fue el mismo,
porque todavía estaba demasiado agotada por el enorme esfuerzo que había
tomado llegar aquí. Y no parecía que Pritkin tuviera otro glamour con él,
basada en su expresión, que estaba un poco frenética, un poco desesperada
y muy asustada.
Y luego amorosa, apasionada y traviesa, cuando tres Pritkin más de
repente pasaron por delante de nosotros, persiguiendo a otras tres Cassie.
Seguidos rápidamente por quizás una docena más. Y luego una segunda
docena, y tal vez una treintena por lo que pude ver, no tuve tiempo de
contarlos. Pero había muchos.
Porque Pritkin podría no ser capaz de hacer más glamour en este
momento, pero no lo necesitaba, ¿verdad?
Ya tenía una multitud de ellos.
Una multitud que ahora teníamos en medio.
De repente, en lugar de estar solos y expuestos en la orilla del río,
estábamos rodeados por un gran grupo de clones. La mitad de los cuales
todavía estaban tratando de tener relaciones sexuales con la otra mitad, y
el resto estaban mirando con intención lasciva a los Fey. Era como si
Woodstock hubiera venido a Gales.
Hasta que corrieron, dispersándose en todas direcciones, y corrimos
con ellos. Supongo que incluso la visión Fey tenía problemas diciéndoles
alto a esas parejas balanceándose, rebotando y gritando. Porque también se
dispersaron, corriendo tras nosotros, sólo que era el colectivo de “nosotros”,
dejando sólo un par en el seguimiento correcto.
Pero una pareja era más que suficiente, así que también corrimos,
directamente por el área despejada y la carnicería.
Por todas partes, los Fey estaban matando sistemáticamente a cada
pareja feliz que encontraban, incluso a los que llevaban mi cara. Tuve la
visión surrealista de ver mi propia cabeza cortada rebotando por la
pendiente antes de que desapareciera como un globo lleno de vapor.
Nos metimos en los árboles, bajo cubierta.
Correr a través de un bosque desnuda no es divertido. Correr a través
del bosque, desnuda, con locos homicidas detrás de ti, lanzando explosiones
de energía que convertían a los árboles en lluvia punzante, es aterrador. A
pesar de que, realmente, ayudaba a ignorarlos, las ramas que azotaban
agrediendo la piel, las piedras moreteando tus pies y el hecho de que la
corteza dolía como una perra cuando corrías sobre ella.
De todos modos, nos lanzamos a toda velocidad, tratando de llegar lo
más lejos posible, mientras que los Fey estaban ocupados. Y parecía que
podíamos hacerlo, porque las falsificaciones no tenían la adrenalina de su
lado, lo que los ralentizó y los convirtió en objetivos más fáciles. Pero eso
también significaba que no iban a durar mucho tiempo.
Por eso retrocedí cuando Pritkin giró bruscamente a la izquierda.
—¡No, no… de este lado! —le dije, porque no conocía Gales, pero sabía
lo suficiente como para huir del fuego.
Pero Pritkin no me escuchaba, lo cual probablemente sería cierto
incluso si pudiera haber entendido, porque “terco” no era el segundo nombre
del hombre, era toda su filosofía de vida, y eso era normalmente muy
irritante, pero ahora estaba a punto de matarnos.
Como cuando un árbol estalló cerca, enviando ramas ardiendo y
trozos de tronco por todas partes. Y nos habría volado a nosotros si no
hubiéramos saltado detrás de un árbol aún más grande. Y luego dejé de
discutir y sólo corrí, ¡porque cualquier cosa era mejor que aquí!
Pasamos detrás del molino y seguimos adelante, chapoteando por el
río, hacia donde estaba Pritkin cuando lo vi por primera vez. Estábamos
demasiado cerca del caos general para mi comodidad, y el viento soplaba
humo en la otra dirección, haciéndonos mucho más visibles. Pero por lo
menos la mayoría de los Fey estaban en la otra orilla, ya que los de este lado
habían franqueado en un intento de atraparnos.
Y ahora mismo, si nunca veía a otro Fey, sería demasiado pronto.
Por fin descubrí hacia dónde íbamos cuando llegamos al traje hippie
y a la ropa abandonada de Pritkin. Me sorprendió que un íncubo fuera
tímido, pero tal vez encontrar un lugar para esconderse sería más fácil si no
estuviéramos deslumbrando a los nativos. Sólo que Pritkin no se estaba
vistiendo. Pritkin buscaba alrededor bajo la ropa y luego la tiró a un lado,
parecía cada vez más frenético. Y luego vio algo a un lado, algo que estaba
medio enterrado por las malas hierbas, algo que se parecía mucho…
—¿Una vara? —Miré fijamente la fea cosa, que era una versión hecha
en casa del bastón de Rosier.
Excepto que debió haber caído en un incendio en algún momento,
porque no sólo estaba agrietada y le faltaba parte de un extremo, sino que
también estaba carbonizada casi negra. Sólo que Pritkin la agarraba como
si estuviera hecha de oro puro.
—¿Volvimos por eso?
Pritkin vio mi expresión y sacudió la cabeza. Y dijo un montón de
cosas en un disparo rápido que no pude entender. Y luego me empujó la
cosa, junto con su capa de barro, la cual limpiaba mientras sus dedos
recorrían la larga longitud, trazando una línea…
Bueno, supongo que estaba escribiendo, sólo que no era nada que
pudiera leer. Ni siquiera era un alfabeto que reconociera, más de runas,
todos los ángulos duros, agudos y líneas profundas y enojadas. Al menos
parecían enojados conmigo, pero tal vez estaba proyectando.
—¡Podríamos haber estado a medio kilómetro de distancia! —susurré
furiosamente.
Pero Pritkin volvía a sacudir la cabeza. Y gesticulaba al lado opuesto
del río. Y luego de nuevo a la vara. Y luego de vuelta al río.
O no, finalmente me di cuenta con la luz tardía del atardecer.
No en el río.
En las criaturas al otro lado.
—¿Tú… se las robaste?, ¿robaste la vara? —pregunté, incrédula.
Pero, por supuesto, Pritkin no entendía.
Así que los señalé. Luego a la vara. Y luego a él, y…
Y él asintió y sonrió. Muy sonriente.
—¿Estás loco?
Está bien, ahora menos sonriente. Y las manos más apretadas en la
pieza inútil de…
—¡Devuélvela!
Pero Pritkin no iba a devolvérsela. No necesitaba hablar con fluidez lo
que hablaban en el siglo VI en Gales para saberlo. Estaba en la línea de su
mandíbula, el brillo en sus ojos… la forma en que de repente… se fue
corriendo.
¡Maldita sea!
Corrí tras él, y en realidad logré alcanzarlo porque de repente se echó
a tierra, por qué, no sabía. Hasta que miré hacia arriba. Y vi a un par de Fey
caminando por encima de la ladera, sin prisa, casi casual. Como si
estuvieran dando un paseo por la tarde, disfrutando del fuego del bosque.
Y llegaron a un par de metros de nosotros.
Dios, pensé salvajemente, nunca había estado tan agradecida por las
malas hierbas en mi vida.
Esperamos, inmóviles, hasta que pasaron, un minuto duro lo que
parecía una hora. Y luego otro minuto, Pritkin se tensó y alertó, los dedos
clavándose en mi brazo de donde me agarró, respirando rápido pero
tranquilo. Porque sí, este lado no estaba tan desierto, después de todo.
Y luego corrimos por la ladera y cruzamos la maleza irregular en la
parte superior, a través de un aterrador espacio abierto y después hacia otra
línea de árboles en el lado lejano. Donde paramos, respirando duro y
escuchando. Pero no había nada, nada excepto el distante crujido de fuego,
el chirrido de un pájaro enojado, y el suspiro del viento a través de las copas
de los árboles.
Y los pasos casi silenciosos de otro Fey que no habíamos visto, no
hasta que terminamos prácticamente justo encima de él.
Pritkin nos golpeó contra un árbol, pero ya era demasiado tarde. El
Fey nos había visto, y al momento siguiente, la cantimplora en su mano
golpeó la tierra, y una lanza resplandeciente la reemplazó. Y traté de
desplazar, me esforcé, porque era ahora o nunca. Pero no estaba
sucediendo. Estaba demasiado agotada o demasiado asustada, o
probablemente una combinación de ambos, y ¿qué importaba cuando
estábamos a punto de ser asados vivos?
Pero entonces algo cambió en el aire alrededor de nosotros, algo
poderoso. Se sentía como una ráfaga de viento, pero no como el tipo que
estaba moviendo las copas de los árboles alrededor. Sino caliente, caliente,
casi abrasador, como algo traído de un desierto. Sin embargo, logró enviar
una ola de piel de gallina tiritando mi cuerpo de todos modos, enrollando
mis pezones y arrancando un grito de mi garganta.
Y de repente noté algo extraño.
El hecho de que el Fey estaba allí.
No fue porque no nos viera. Estaba mirando hacia nosotros, con la
lanza encendida en la mano, sólo que no la estaba arrojando. De hecho, no
estaba haciendo nada, excepto parpadear. Y luego lanzó una rápida mirada
por encima de su hombro.
Pero no había nadie allí. Y cuando volvió su atención sobre nosotros,
la lanza se desvaneció, repentinamente fuera de la vista. Porque pensó que
éramos un par de hippies felices y desnudos, me di cuenta, una de las
falsificaciones que había estado destruyendo durante los últimos quince
minutos junto con sus amigos.
Sólo que sus amigos no estaban aquí ahora. Y estaba excitado y
probablemente cansado. De repente parecía mucho menos interesado en
continuar la persecución de gansos salvajes que en…
Que, en ver el espectáculo, me di cuenta, mi corazón comenzó a pesar.
La mano de Pritkin se cerró abruptamente en mi muslo.
Su espalda estaba en el tronco del árbol; la mía en la de él. Así que no
podía ver su cara. Pero no lo necesitaba.
No lo necesitaba para saber que me estaba dando la opción.
El cuerpo detrás de mí estaba tenso, los brazos flexionados,
preparados para un enfrentamiento si llegaba a eso. Y por lo que sabía,
Pritkin podía contra un solo Fey. Mi Pritkin podría haberlo hecho.
Pero este no era mi Pritkin. Y este no tenía cientos de años de
experiencia de combate. O armas. Y después de todo, su magia tenía que
estar en el límite, si no es que ya estaba allí.
Y aunque lo lograra, aunque ganara, bien podría perder, porque este
lugar estaba lleno de Fey. Si a éste le saliera un solo grito, tendríamos otra
docena encima en un momento, y no podríamos manejar eso. No podríamos
manejar la mitad de eso.
Lentamente levanté y puse una mano detrás del cuello de Pritkin.
El Fey recogió su cantimplora y se apoyó contra un árbol.
Y otra oleada de sensación inundó mi cuerpo con una cálida ola.
Una mano callosa encontró mi pecho, y la brisa que soplaba a través
del agua se convirtió en una cálida y arrastrada caricia. Me acarició el
estómago y la luz moteada que atravesaba las copas de los árboles destelló
mi piel como monedas doradas, con calor y peso. Se sumergió entre mis
muslos, y la luz se deshizo en mil soles individuales.
Tenía el cabello en mi cara; el Fey no podía haber visto mucho de mi
expresión. Lo cual estaba muy bien. Porque dudo que la incredulidad
aturdida fuera la respuesta esperada cuando Pritkin empezó a explorar,
suavemente al principio, buscando, buscando. Y luego se volvió más asertivo
al saber lo que me hacía estremecer. Y temblar. Y arquear de nuevo, una
inundación de la piel de gallina recorría arriba y abajo mi cuerpo.
Grité, y el bosque se derrumbó a nuestro alrededor. Colores brillantes
desde el gris hasta la puesta del sol, explotaron estroboscopios después de
la coloración. Inundaron en el aire como niebla; los azules brillaban, los
verdes eran resbaladizos y húmedos, los dorados dolían. Y todos ellos
enviaban ráfagas y ondas de placer a todas las partes que tocaban,
empapándose en mi piel, haciendo que las copas de los árboles giraran en
un caleidoscopio de sensación y emoción y…
Y era demasiado. Grité, retorciéndome contra él, y me habría caído,
excepto por las manos en mi cuerpo. Su agarre se apretó, sosteniéndome
cuando me había ahogado en la sensación, ahogado y no me importaba,
porque Dios, ayuda, por favor, y Dios.
Y entonces una nueva mano me agarró, alejándome. Tirándome al
suelo mientras mi cabeza seguía girando, mi cuerpo seguía temblando y la
euforia por hechizos me hacía reír. Reír incluso cuando me dieron una
patada sobre mi espalda, cuando mis piernas fueron separadas, cuando una
cara que no conocía se cernía sobre la mía…
Y de repente retrocedió.
Por la vara en las manos de Pritkin, que había deslizado por la
garganta del Fey.
Pero el hombre —el Fey— no estaba intentando escapar. No estaba
tratando de tirar a Pritkin. No estaba haciendo nada que hubiera esperado,
mientras su rostro enrojecía, sus ojos sobresaltados y su lengua comenzó a
hincharse.
Porque seguía viniendo por mí.
Y siguió viniendo, para alcanzar, para agarrar, incluso cuando
desperté sobria, regresé a sobria rápido, y me puse fuera de alcance,
sudando, temblando y mirando…
Pero no tanto como él cuando de repente parpadeó y miró a su
alrededor, desorientado, sus manos se acercaban para agarrar la vara. Que
casi inmediatamente comenzó a alejarse de su cuello porque los Fey eran
fuertes; eran tan condenadamente fuertes. Y luego me puse de pie,
respirando con dificultad, sin saber cómo ayudar, antes de ir por el morral
desechado del Fey, esperando encontrar un cuchillo…
Lo cual no conseguí. Porque otra ola de poder de íncubo golpeó,
cuando Pritkin luchó para restablecer el control. Y éste era menos un puño
que un tren de carga, enviándome de vuelta al suelo, retorciéndome bajo
una ola de sensaciones demasiado fuertes para el placer, demasiado
eufórica para el dolor.
Los siguientes segundos fueron un borrón de imágenes
contradictorias: La cara llena de lujuria del Fey se cernía sobre la mía, una
vez más enfocada y determinada. La hierba lamiendo mi piel, como mil
lenguas diminutas. El sonido de la carnicería a través del río, gritos, alaridos
y órdenes gritadas. El olor a humo de madera, rico y picante.
El crujido de los huesos del cuello, suave y sutil, pero tan fuerte como
un disparo en mis oídos.
No estaba segura —nunca estaría segura— si Pritkin lo había hecho.
O si el Fey lo había hecho él mismo empujando contra la restricción, aún
extendiéndose mientras caía, la cara púrpura todavía mirando, los ojos
muertos todavía muy abiertos y fijos…
Sobre mí.
E incluso con el efecto amortiguador del hechizo, era demasiado. Sentí
construyéndose un grito, lo sentí clavarse en mi garganta, sentí que Pritkin
me empujaba contra él, su mano sobre mi boca, sus labios susurrando algo
que no podía oír y que no habría entendido si lo hubiera hecho,
probablemente no grites, no grites, no grites en cualquier idioma que
hablaran aquí.
Pero lo estaba haciendo de todos modos, casi sin hacer ruido contra
la presión de su palma, gritando, gritando y gritando, incluso mientras me
arrastraba lejos, más profundo en el bosque.
Sólo que no funcionaba muy bien con los árboles temblando a mi
alrededor, como alguien usando una videocámara que no sabe cómo
enfocar. Pero que puede sostener la cámara, no parecía ser capaz de
sostenerme firme. O detener la sobrecarga sensorial o lo que sea que de
repente me hacía poder probar colores, oler los sonidos, tocar la luz y la
sombra como si fueran cosas tangibles.
Pritkin me empujó a través de un bosque de Alicia en el País de las
Maravillas lleno de cosas familiares que repentinamente no tenían sentido:
árboles reconocibles sólo por su altura, la tierra era sólo una cosa enorme
que se inclinaba bajo mis pies como un paseo de carnaval, un cielo tan
inmenso que no podía no mirarlo, no podía mirarlo, no sin sentir como si
pudiera caer en él y enloquecer.
Sólo que estaba sintiéndome de esa manera de todos modos.
Y en lugar de mejorar, la distorsión sensorial estaba empeorando, y
empeorando rápidamente, junto con una anhelante necesidad que no podía
identificar, pero eso tenía a mis manos temblorosas y a mi piel enfriándose
un segundo y enrojeciendo caliente el siguiente. Miré mis manos y pensé
que podía ver el vapor real surgiendo de ellas, una neblina rojo anaranjado
tan brillante, tan brillante contra el bosque oscuro que sólo podía mirar.
Las ramas que empujábamos azotaban mi cuerpo como cien látigos.
Pintaban mi piel con líneas de fuego, calientes y picantes. Hasta que el
sonido, el sabor, el olor se arremolinaban a mi alrededor con cada nuevo
golpe, dejándome retorciendo bajo su toque de dolor, en un éxtasis diferente.
Pritkin se detuvo bruscamente y me tropecé con él. Descubrí que no
había conocido el éxtasis en absoluto.
Mi frente se conectó con su espalda, y se sentía tan bien, tan bien que
no podía creerlo. Todas las otras impresiones se desvanecieron dejando sólo
esto: suavidad, calidez, rigidez, flexionándose bajo mis manos. Sal bajo mi
lengua. Perfume en la nariz por el sudor, todavía estaba tratando de lamer
cuando alguien me empujo lejos, cuando alguien más me envolvió en un
abrigo, cuando nos separaron.
Pritkin estaba maldiciendo. No podía entender las palabras, pero los
sonidos hablaban directamente a mi cerebro, como los sonidos de las peleas.
Estaba luchando contra ellos; ¿con quién estaba luchando? No lo sabía, no
podía decirlo. Sólo sabía que lo extrañaba, que necesitaba volver a él, que
tenía que tocar…
Lo encontré de nuevo, no tenía idea de cómo. Estaba casi ciega, mis
ojos funcionaban, pero no veían, mis sentidos tan abrumados que
prácticamente habían quedado rotos, mi cabeza tambaleándose y pasos
vacilantes…
Hasta que lo toqué. Y de repente, todo volvió a tener sentido. Todavía
estaba tratando de hablar, de decir algo, a mí o a ellos, no sabía, pero era
un problema con mi lengua bajando por su garganta. No me importaba. Él
sabía bien; sabía como la vida, la cordura y la estabilidad. Donde mis manos
lo tocaban, se sentían casi normales, excepto por esta extraña sensación de
que se estaban hundiendo en su pecho, fusionándose con él. Pero eso
también estaba bien. Quería fusionarme con él, quería hundirme en el
interior, quería…
Manos me pusieron lejos, un dolor físico. Sonaban voces ásperas en
mis oídos, pero no entendía. Entonces alguien se detuvo frente a mí,
levantando mi cara hacia la luz, pero no pude ver nada; mis ojos se volvieron
locos de nuevo. Seguían tratando de probar las cosas, y eso no estaba bien…
¿o sí?
—¿Ves qué pasa cuando juegas con el tiempo, muchacha? —preguntó
una voz concisa. Después las manos estaban llevándome más lejos, y estaba
empezando a entrar en pánico, luche para volver, escapé del abrigo fuera de
su agarre, y corrí…
Por un segundo. Hasta que me atraparon, y me arrastraron de
regreso, alguien dijo:
—¡Basta de esto!
Y entonces hubo una luz.
Y luego no hubo nada.
Me desperté en lo que supuse que era la corte de la Pitia, ya que estaba
bastante segura que Gertie era la que acababa de sacarme de Gales.
Bastante segura, pero no con certeza, porque el hechizo de Pritkin seguía
en plena fuerza. Y justo por eso, no podía estar segura de nada.
Pero desperté en una silla en una habitación pequeña y oscura. Tenía
cortinas escarlata con flecos de pompón, una puerta abierta con luz que se
derramaba, y afuera gente hablando acalorada, pero en voz baja. Algo como
un terrible, terrible tapiz desorientador, me caí antes de que pudiera
descifrar lo que estaban diciendo, y luego no podía levantarme de nuevo.
Cada vez que me paraba había otra línea, que se elevaba
inmensamente alta, hacia el cielo. Como el más alto de los árboles en un
extraño bosque. Y por alguna razón ese pensamiento me dio pánico y corrí,
me enredé aún más en la interminable selva de líneas, como barras en una
jaula, como astas en un carrusel, como postes de luz que parpadean a lo
largo en una línea constante…
El carruaje se detuvo.
Lo cual me sorprendió porque no me había dado cuenta que estaba
en uno.
Alguien me sacó a la banqueta por uno de los postes de luz, y me
tropecé. No pude sostenerme porque mis manos estaban esposadas detrás
de mí. Alguien me agarró del brazo, me estabilizó y trató de decir algo, pero
fue interrumpido por voces de varios lados.
No importaba. No podía concentrarme en las voces. No podía
concentrarme en nada.
Porque cuando lo hacía, era aterrador.
Un monstruo torció el cuello para mirarme, una cosa horrible,
alargada, como algo fuera de una pesadilla. Su enorme curva llenaba la
mitad de la calle, junto con una cabeza llena de fosas nasales y enormes
dientes. Ojos en blanco me miraron, antes de dar un rugido horrible y
relinchante, como si estuviera riéndose de mi terror…
—¡Aléjenla del caballo! —ordeno alguien, y me echaron hacia atrás,
gritando.
Y luego nos marchamos por la acera en medio de una multitud de
gente que no miré, tenía miedo de mirar. Simplemente me quedé mirando la
acera en su lugar, un aburrido tramo de ladrillo con el que incluso mi
desordenado cerebro no podía hacer nada. Y a los pies de los guardias o
quiénes fueran, marchando junto a mí con sus botas negras.
Las botas comenzaron a dejar huellas alquitranadas en las piedras,
como el caucho en un día caluroso derritiéndose al sol, aunque no era un
día de esos. Lo sabía porque seguíamos pasando bajo farolas que arrojaban
círculos de luz sobre las pegajosas huellas. Y luego sobre charcos de cuero
derretido cuando las botas comenzaron a disolverse, primero en charcas,
luego en agujeros que se abrían en el ladrillo perfectamente uniforme,
profundo y oscuro,
La acera se tragó un guardia.
Simplemente se abrió y lo devoró entre un segundo y el siguiente,
estaba segura de ello. Pero nadie más parecía darse cuenta que se había
ido, nadie más parecía darse cuenta, ¿y si yo era la siguiente? ¿Y si…?
Una oleada de pánico me golpeó, traté de correr, una explosión de
velocidad que me llevó a ninguna parte. Porque me tropecé con el abrigo que
llevaba y me atraparon por los brazos, me retorcí y luche, debí haber
golpeado a alguien, porque una voz maldijo. Y alguien más hizo una
pregunta que no escuché.
—¡Maldita sea si lo sé! —dijo la primera voz—. Sólo tráela dentro.
¡Cuánto más pronto se la lleven, mejor!
Y luego me arrojaron sobre el hombro de alguien, bajamos por un
callejón y subimos algunas escaleras de madera desvencijadas, hasta llegar
a un pasillo. También era débil, casi oscuro, con sólo unos pocos parches
de luz difusa desde arriba, que no daban nada de iluminación en absoluto.
Pero incluso eso era demasiado.
Porque había carteles en las paredes, de los más pequeños, más como
folletos, otros tan grandes como una página de periódico. Pero casi todos
contenían caras burlonas, como zombis, odiosos rostros que parecían saltar
de las paredes, gritar y amenazar, o chirriar por las barras de las celdas en
que muchos de ellos parecían estar, tratando de llegar a mí. Y algunos ni
siquiera eran humanos.
Un largo cambiaforma salto de una página y entró en la jaula,
golpeándome con enormes mandíbulas babeantes, haciéndome chillar y
retorcerme, terminando en el suelo cuando el hombre que me llevaba perdió
su agarre.
Me puse de pie, en cuclillas, jadeando, buscando la amenaza…
Que de repente se había ido.
Miré alrededor en confusión y pánico, no sabía a dónde ir o lo que era
real. Alguien había golpeado una de las luces colgantes, y el débil círculo
que iluminaba el pequeño pasillo, hacía la galería de horrores mucho más
aterradora. Ahora todos parecían venir por mí, cien manos fantasmagóricas
que se extendían imposiblemente largas, alcanzando, buscando,
alcanzando…
Hasta que una de ellas se echó hacia atrás con una maldición.
—¡La muy puta me mordió!
—¿Qué esperas? —preguntó alguien más—. Está fuera de sí por esa
mierda.
—No está loca; ¡está hechizada! —dijo una voz más familiar, sonando
furiosa—. Esperaría que un grupo de usuarios mágicos pudiera reconocer
la dife…
Se oyó el sonido de un puño golpeando la carne.
La voz se interrumpió.
Y luego fui arrastrada a una habitación que se ramificaba en el pasillo.
Era de madera, pisos y paredes, con viejas luces de gas en lo alto y un
gran mueble de madera en el centro, como un mostrador independiente. No
había carteles. Pero había dos cajas en el mostrador, unas negras del
tamaño de las cajas de zapatos que parecían familiares, pero que no miré
demasiado tiempo en caso de que se convirtieran en algo más.
Volví a mirar hacia la puerta.
Y encontré a Rosier parada justo detrás de mí, sangrando por los
labios.
—Se desgastará —me dijo, en voz baja y apresurada—. Hasta
entonces, no confíes en tus sentidos. Han sido comprometidos…
—No jodas —le dije con fuerza, y tuve el placer de verlo parpadear.
Entonces uno de los hombres al otro lado de la mesa, la azotó con un
bastón, con una grieta que resonó en mi confuso cerebro como un disparo.
—¡Sin hablar!
Está bien, pensé, tratando de no colapsar en un montón.
Alguien me estaba quitando el abrigo, pero se había olvidado de los
puños. Así que el cuero se atoró en los extremos de mis brazos y me tiró de
rodillas cuando él lo jaló. Finalmente lo entendió y me soltó, para que
pudiera desparramarme desnuda en el suelo sucio.
Miré hacia arriba para ver otro abrigo de cuero que venía hacia mí,
con una de las cajas en la mano. De repente Rosier trató de luchar, luego
de correr, y parecía realmente dedicado a la idea. Porque les tomó a tres de
ellos luchar contra el piso.
No corrí.
¿Cuál era el punto?
El piso sólo me comería.
Y luego se apagaron las luces.
Fue maravilloso.
Fue maravilloso.
No sabía dónde estaba ni cómo llegué aquí. Pero de repente, no había
luz, ni sonido, ni nada que proporcionara estímulo a mi cerebro
sobrecalentado. Sólo un montón de nada tibia, flotante, pacífica, tranquila,
lo que me permitió una oportunidad para respirar.
Lo que lo hacía condenadamente cerca del paraíso.
Al cabo de un rato, bajé una mano, pero no toqué nada. Intenté con
un dedo, pero tampoco parecía haber nada ahí abajo. Y tanto como me
gustaba la tensión, todavía no podía oír un sonido.
Eso estaba bien; me daba tiempo para pensar.
Pensé en tomar una siesta.
Sería tan fácil aquí, simplemente dejarte ir…
Pero había algo que necesitaba hacer primero. Algo que arañaba en el
interior de mi cabeza como una uña persistente. Era molesto, como un
insecto que no podía espantar, o como Rosier cuando hablaba y hablaba y…
Rosier.
Necesitaba encontrar a Rosier. Y luego necesitamos… nosotros
necesitábamos… teníamos que hacer algo que no podía recordar en este
momento, y perseguir el recuerdo que se deslizaba alrededor de mi cráneo
sonaba como demasiado trabajo. Pero era importante, y Rosier sabría lo que
era.
Tenía que llegar a Rosier.
Me preguntaba cómo.
Y al segundo siguiente, mi trasero golpeó un polvoriento piso de
madera dura.
Fue un fuerte golpe, y dolió como si me hubiera caído de una altura
considerable. Por un momento me quedé allí, aturdida por el choque de la
caída, esperando ser agarrada, ser sacudida, ser re-aprisionada. Pero nada
de eso pasó.
Posiblemente porque no había nadie allí.
Hice un balance.
Sucio suelo de madera, listo. Una enorme cosa de madera, listo.
Rosier, sin Rosier. Pero estaba de regreso en lo que supuse era el equivalente
victoriano de una CG de magos de guerra, donde había estado hace un
segundo. O tal vez no un segundo; realmente no podía decirlo. Pero me
pareció más largo, y mi cabeza se sentía un poco más clara.
Me di cuenta que estaba sosteniendo una caja.
Era negra y brillante, la misma en la que me habían encarcelado,
supuse. Había estado en lo correcto: había visto una como estas antes. Los
magos las usaban como trampas mágicas, y como una alternativa a inventar
celdas para las chicas malas como yo.
O chicos malos.
Lentamente, me puse en cuclillas, y luego aún más lentamente, puse
sólo mis ojos en el borde de la cosa de madera.
Había otra caja.
Estaba simplemente allí, completamente sola, a la intemperie, sin que
nadie la guardara. Y supongo que eso tenía algo de sentido. ¿Por qué
preocuparse por las personas en cajas pequeñas? La gente en cajas
pequeñas no iba a ninguna parte.
Bueno, normalmente no.
Si tenía que ver con la sangre de mi madre, o con ser Pitia o no sé,
nunca tuve ningún problema abriendo cosas. En su mayoría me había
metido en problemas antes, cuando dejaba salir cosas que se suponía no
debían salir. Como cuando había terminado por un tiempo con tres
ancianas, viejas semidiosas, que el senado había encarcelado y que había
liberado accidentalmente.
Eso había sido divertido.
Había pasado más que pocos momentos en aquellas semanas
maldiciendo lo que el Destino pensaba era una broma que constantemente
me enredaba.
Estaba un poco mejor con él ahora.
Ahora sólo tenía que dejar salir a Rosier.
Lo cual hubiera sido mucho más fácil si otro hombre no hubiera
venido por el vestíbulo.
Era grande, de cabello castaño y barbudo, vestido como un mago de
guerra. Me había levantado cuando él abrió la puerta, giré y lo miré
fijamente. Por un momento, nos quedamos así, yo con la espalda en el
escritorio, mi caja escondida detrás de mi pierna, y él con su abrigo a medio
quitar, el agua rodando por la acerada piel haciendo charcos en sus pies.
Parpadeó y terminó de quitarse el abrigo.
—Si esta es la idea de Cavendish de una sorpresa de cumpleaños, lo
apruebo —me dijo, colgando el abrigo en un estante. Y revelando una
versión de la época victoriana del mago de guerra Pritkin, cargando un
cinturón de pociones y fundas, pistolas y cuchillos. Pero no sacó ninguno
de ellos, ni siquiera parecía particularmente preocupado.
Tal vez no encontraba a una chica rubia desnuda tan intimidante.
Sus ojos se dilataron sobre mí, una leve sonrisa se desató detrás de
su barba.
—Será difícil superar esto en noviembre —me dijo—. ¡Si hago lo mismo
por él, el pobre se congelará!
No dije nada.
—¿Qué tienes detrás de la espalda, pequeña? —me preguntó,
finalmente notando mi torpe actitud.
Sacudí la cabeza y seguí sin hablar.
—Oh, vamos. Puedes mostrarme. —Él vino hacia mí, con su cara
quebrándose en una sonrisa plena—. Puedes mostrarme lo que quieras.
Así que lo hice.
Y luego la habitación estaba vacía de nuevo, y la caja ni siquiera se
sentía más pesada.
La apreté.
Me gustaba mucho esta caja.
Su abrigo aún goteaba en el suelo donde lo había dejado. Me acerqué
y me lo puse. Era enorme en mí, incluso más grande que el anterior, y no
tenía ninguna arma en él. Pero me sentía mejor.
Había sido una chica desnuda con una caja.
Ahora era una chica vestida con una caja.
Eso es lo que llamas progreso.
Cogí la segunda caja del mostrador y hui.
De regreso por la puerta del vestíbulo, de regreso a través de la galería
de monstruos, que seguían retorciéndose y estremeciéndome un poco
cuando pasaba, pero ya no intentaron saltar de sus carteles de Se Busca
para atraparme. Continúe a través de la puerta, que no estaba cerrada con
llave, porque ¿quién bloquea la puerta de una comisaría? ¿Incluso una
sobrenatural? Y luego de nuevo por un estrecho callejón, que se había
convertido en un canal estrecho, revestido de ladrillos, lleno de agua, porque
estaba lloviendo a cantaros.
Me detuve abruptamente.
Podría haber corrido al infierno.
La lluvia me invadió con líneas plateadas que se rompían en mi piel,
silbando y burbujeando como cometas en miniatura. Los relámpagos
brillaban como fuegos artificiales, iluminando la calle y haciendo crecer y
retorcerse todas las sombras. Miré fijamente alrededor, viendo la Noche
Estrellada de Van Gogh cobrar vida si agregabas algunos monstruos de
Goya en las esquinas, y me pregunté de repente si cualquiera de ellos había
conocido un íncubo.
Un trueno golpeó, prácticamente encima de mí, estrellándose como
una explosión nuclear dentro de mi cráneo, fue todo lo que pude hacer para
no empezar a gritar de nuevo.
Volví a meterme en la puerta, y luego me quedé allí, estremeciéndome,
temblando y respirando con dificultad.
Para darme cuenta de lo mucho en que estaba en un lío.
No podía salir. No podía quedarme aquí. No podía desplazar, nunca
podría desplazar de nuevo, por la forma en que me sentía, lo que significaba
que iban a encontrarme. Iban a encontrarme en cualquier momento y
encerrarme, porque la trampa podría no funcionar, pero encontrarían algo
que lo hiciera. Conocía bien a los magos de guerra para saberlo, y no tenía
esa clase de tiempo; no tenía nada…
No tenía ninguna.
Botas golpearon un piso de madera, monedas tintinearon en un
bolsillo, y el olor a puro, dulce y picante, burlo el aire. Luego un grito desde
dentro de la habitación que acababa de dejar:
—¡Se han ido!
Regresé a la empapante lluvia del infierno afuera, salté por la puerta
de desembarco de madera, y corrí bajo las escaleras, justo antes de que tres
tipos salieran por la puerta detrás de mí, el crujido de tablas sobre mi cabeza
cuando descendieron fue casi peor que el trueno.
Pero en cierto modo, eso era bueno. Porque estaba tan preocupada
por el pum, pum, pum, en mi cabeza que me olvidé de reaccionar. No me
estremecí cuando las brillante luces iluminaron el exterior del edificio un
segundo después, o cuando una alarma empezó a sonar en el interior,
amortiguada pero aún distinguible, tan cerca, o cuando más truenos de pies
salieron por la puerta dando Instrucciones entre sí.
O cuando un hombre se detuvo, justo encima de mi cabeza.
Y sólo se quedó allí.
Sentí el latido de mi corazón, que ya había estado bastante rápido,
bordear la zona de peligro. Todo lo que tenía que hacer era mirar hacia abajo.
La zona bajo las escaleras era oscura, pero la luz desde arriba se filtraba
como en el maldito tapiz de Gertie.
Pude ver las suelas de sus botas a través de las tablillas de madera,
rasgadas y desgastadas, pero todavía sólidas. Como lo pesado que era, lo
suficientemente pesado como para hacer gemir las tablas cuando cambiaba
de peso de un pie a otro, aunque podría haber sido debido a todo el
armamento que llevaba. Armamento que no tenía, porque no tenía nada,
nada, sólo un abrigo húmedo, un cuerpo tembloroso y un par de…
Mi respiración, que se había acelerado para adaptarse a mi ataque
cardíaco en progreso, de repente se trabó en mi garganta.
Y luego lentamente, muy lentamente, mi mano sintió los ladrillos
resbaladizos por el agua detrás de mí. Saque mi caja debajo de mi pierna
izquierda, donde había acabado de alguna manera. Y comencé a levantarla,
tratando de mantenerla fuera de la luz, de modo que la superficie brillante
no reflejara nada.
Como el destello que repentinamente resplandeció a través de mi
visión, como un pequeño sol rojo.
Cayó, rápido contra las tablas de arriba. Pasó a través de una grieta
entre dos de ellas. Y salpicó en el barro delante de mí.
Porque el tipo había dejado de encender un cigarro y acababa de dejar
caer su encendedor.
Miré hacia arriba, con el corazón apretado por el pánico, y encontré
un par de estrechos ojos azules mirando hacia abajo. Por un segundo, antes
de que el rostro del hombre se ruborizara y su boca comenzara a abrirse.
Acerqué una esquina de la caja contra la parte inferior de su zapato.
Y luego me recargué contra el edificio con los ojos cerrados, sólo
concentrándome en respirar por un minuto.
Podía sentir el barro que se filtraba debajo de mí, y la lluvia corría por
los espacios entre los ladrillos sobre mi espalda. Pero el abrigo era
impermeable, y no estaba de pie bajo un torrente azotando, por lo que mi
cerebro parecía ser capaz de manejarlo. Así como la caja en mis manos, que
estaba suave, brillante y resbaladizo, pero también sólida e inmutable.
Tranquilizador.
Al igual que la presencia de Rosier lo sería en este momento, por
extraño como sonaba.
Había vivido en esta época; él sabría qué hacer.
Suponiendo que pudiera encontrarlo.
Miré a mi alrededor, el corazón de nuevo en mi garganta, donde
debería quedarse y ahorrarme un poco de esfuerzo, pensé viciosamente. Y
luego la sentí, la otra caja, escondida debajo de un pliegue del abrigo, donde
la había dejado caer, me senté. La abracé a mi pecho con alivio vertiginoso.
Y un segundo más tarde, estaba abrazando al tipo a mi lado que salió
de ella, lo que habría sido genial, lo que habría sido impresionante.
Excepto que no era Rosier.
Por un segundo, lo miré y él me miró, un hombre pequeño y de cabello
rizado con una barba rojiza irregular y abundante acné. Y luego se fue, saltó
de debajo de las escaleras al resplandor de la luz en el callejón, que parecía
confundirlo. Se detuvo, se puso en cuclillas y miró a su alrededor, de un
lado a otro. Y luego bruscamente salto de nuevo, corriendo hacia la calle.
Sólo para detenerse después de unos pocos pasos, porque por ese
camino estaba bloqueado. Los magos de guerra se habían agrupado en la
abertura del camino más grande, con voluminosa solidez revestida de cuero
que, afortunadamente, estaban de frente a la calle, no a nosotros, por el
momento. Eso podía cambiar en cualquier momento, como el tipo pareció
darse cuenta. Retrocedió, sólo para encontrarse frente al edificio que
constituía el otro extremo del callejón, con ventanas de ladrillo y sin escape
de incendios conveniente.
Bueno, era por eso que todavía estaba sentado aquí, pensé, mientras
se unía a mí otra vez.
—¿Qué es todo esto? —preguntó, haciendo gestos.
—Los magos de guerra me buscan.
—¿Por qué? ¿Qué hiciste?
—Nada.
—No es una coincidencia —me dijo—. También fui perseguido
maliciosamente y detenido injustamente.
—¿Qué hay sobre esto?
Miró la caja de la que le había dejado salir, la que estaba sacudiendo.
La giré al revés. Y la golpeé en el fondo, como a una botella de kétchup
obstinada, sólo que nada más salió.
—¿Qué es esto?
—Nada.
—No, eso no es nada, ¿verdad? —preguntó—. Eso no es nada. Esa es
una de las trampas que el Círculo usa en las personas. ¡Ya lo sé!
—Sí. Sí, lo es —dije frunciendo el ceño. Y luego la golpeé un poco más,
lo que no parecía ayudar.
—¿Qué hay ahí entonces?
—Nada —dije, mirándolo con frustración.
—Te gusta esa palabra, ¿verdad? —Inclinó la cabeza hacia un lado—.
Pero si no hay nada en ella, ¿por qué te molesta?
—¡Porque se supone que hay algo en ella! O alguien.
—¿Como quién?
—Como un demonio.
—¿Un demonio? —El hombre me miró de nuevo, evaluando—. ¿Qué
haces con uno de ellos?
—¡Nada ahora mismo! —Miré a los magos al final de la calle—. Me
cambiaron las cajas. ¡No está aquí!
—Bueno, claro que no —me dijo Red—. Nunca ponen a los demonios
en esas.
Parpadeé.
—¿Qué?
—No, ¿por qué lo harían? Cuándo van a llamar al viejo concilio de
demonios, los llamaran para que vengan a recoger a su muchacho rebelde.
—¿El… concilio?
Él asintió.
—El Cuerpo patrulla a los humanos, los que no son demonios. Tienen
un tratado con el concilio. Dice que, si uno de su clase se sale de la fila, el
Cuerpo los llama a ellos, y vienen. A menos que el demonio los haga enojar
mientras tanto, y muere intentando escapar, no se ha sabido…
Se interrumpió cuando mis uñas se hundieron en su muñeca.
—¿Dónde lo tendrían?
—¿Qué?
—¡Al demonio! ¿Dónde lo encerrarían hasta que el concilio viniera por
él?
—En máxima seguridad, indudablemente. No les gustan los
demonios.
—Y, ¿dónde está eso?
El tipo miró hacia arriba.
—Piso superior, pero nunca entrarás.
—¿Por qué no?
—Porque voy a quedarme con ese abrigo, ¿está bien? —preguntó, y de
repente me di cuenta que estaba sosteniendo algo contra mí.
Era un cuchillo. Una pequeña variedad de bolsillo, que parecía haber
salido de la nada.
—¿Cómo conseguiste un cuchillo ahí? —le pregunté, mirándolo a él y
luego la caja.
—El círculo no lo sabe todo, ¿verdad? Ahora quítatelo.
—¿Qué?
—¡El abrigo!
—¿Por qué? —Lo miré—. Tienes un abrigo.
Lo tenía. Era muy bonito para un ladrón, era de lana gruesa y muy
nuevo. De hecho, parecía mejor que el mío.
—Se ve mejor que el mío —señalé.
—No es el cómo se ve lo que me importa, ¿sí?
—¿Entonces por qué?
—¡No te importa! Solo quítatelo…
—Quítame las manos de encima o gritaré.
—¡Gritas, y ellos estarán sobre nosotros dos!
—Lo qué sería inconveniente para ti, ¿verdad?
Me fulminó con la mirada. Pero la mano en el frente de mi abrigo se
aflojó. Y luego la quitó completamente, porque realmente no parecía querer
tratar con los magos de guerra de nuevo.
Podría simpatizar con eso.
—Dime para qué lo quieres, y tal vez te lo daré —le ofrecí.
Él frunció el ceño. Y entonces sus ojos se estrecharon.
—Tal vez podamos trabajar juntos, en eso.
—¿Cómo?
—Es un abrigo grande. Demasiado grande para una niña como tú. Lo
suficientemente grande para dos tal vez, si lo hacemos bien.
—¿Por qué querríamos hacer eso?
—Porque conseguiríamos pasar las guardas, ¿sí?
Miré hacia la puerta, todavía estaba ligeramente abierta, donde el
mago la había dejado.
—No hay guardas.
—No en la puerta —dijo con impaciencia—. Las guardas internas. Las
que pusieron en los pisos superiores. Las que están sobre todo, extensas y
peligrosas, las que robaron de gente como tú y como yo.
No sabía cómo sentirme acerca de ser mezclada con un elemento
criminal, pero por el momento no podía realmente discutir el punto.
—¿El abrigo te hace pasar por ellas?
Él asintió.
—Por supuesto, no suele importar. Demasiados magos de guerra
rondando alrededor para que importe. Es más un dispositivo que ahorra
tiempo para ellos que cualquier otra cosa. —Miró por encima de su
hombro—. Pero parece que los has molestado. Parece que tienes a la mayoría
de ellos peinando las calles por ti. Lo que significa que hay un equipo de
esqueletos ahí dentro, y eso significa que…
Saltó sobre mí. Lo siguiente que supe, fue que mi espalda estaba
contra su pecho, y su cuchillo estaba presionando contra mi garganta. Lo
suficientemente fuerte como para que, si gritaba, cortaría mi propia tráquea.
—Esta es mi oportunidad —siseó en mi oído.
—Pensé que íbamos a trabajar juntos —le dije, con mucho cuidado.
—¿Sabes lo que dicen los viejos sobre el honor entre ladrones?
Asentí.
—Nunca lo he tenido conmigo.
Lo golpeé en la entrepierna con la trampa.
—Tampoco yo —dije.
Un segundo después subí las escaleras y regresé al cuartel general.
Está bien, me tomó un poco más de tiempo para calmar ese momento.
Logré enjuagarme, lavar las burbujas de mi cabello, y drenar la bañera antes
de que estuviera lo suficientemente tranquila para pensar. Y decirme que
estaba siendo ridícula, que era sólo un sueño. Una mezcla de esa escena en
Gales, el temor de terminar como Agnes, y la inducida íncubo a lo ardiente,
sí, eso era lo último que necesitaba en este momento.
Todo tenía sentido, tanto como los sueños.
Anchos y preocupados ojos azules me miraban fijamente desde el
nuevo espejo del baño. No parecían creerme. Parecían algo asustados, lo
cual era irónico teniendo en cuenta que era una clarividente y trataba con
fantasmas todo el tiempo.
—Fue un sueño —dije a mi imagen en voz alta, y comencé a frotar
crema fría en mi cara.
Aquellos no habían sido los ojos de Mircea al final, no había sido su
voz, no había sido nada excepto mi imaginación hiperactiva. Sólo mi cerebro
jugando trucos. Aunque no sabía por qué ese truco en particular.
Mircea no estaba preocupado por Pritkin. ¿Por qué debería estarlo?
Cuando Pritkin no era arrastrado al Infierno o de regreso a través del tiempo,
él era mi guardaespaldas. Y autonombrado sargento de entrenamiento. Y
criticón oficial. Me criticaba lo que comía, los ejercicios que hacía y cualquier
momento en el que terminaba en peligro, aunque no fuera por mi culpa. Con
frecuencia le daba a Marco una oportunidad en el departamento de vamos-
a-apostar-por-Cassie; él seguro como el infierno no estaba susurrando
dulces palabras en mi oído.
Ni siquiera estaba segura que el hombre que conocía se acordara de
cómo. De hecho, la mayoría de los íncubos que había conocido necesitaban
desesperadamente una dosis de la escuela de encanto, porque todos los que
no morían de hambre estaban más allá de mí. Y, por supuesto, Pritkin lo
estaba; no tenía elección, gracias a la prohibición de su padre.
Pero eso fue antes de que lo arrastraran al Infierno, corrigió una tímida
voz interior. Su padre fue capaz de llevárselo porque rompió su trato. Y tuvo
sexo demoniaco contigo.
No fue sexo, pensé irritada. No fue nada como sexo. No fue nada más
que lo que había hecho en Ámsterdam, me dio energía cuando casi no tenía
nada. Era su bastardo de padre el que había decidido contarlo como algo
más.
Porque fue algo más, ¿o no? En el mundo demoniaco…
¡No estábamos en el mundo demoniaco! Y lo conté como lo que era, una
donación de energía. Como yo lo hice por él un par de…
No estás ayudando a tu caso.
¡Maldición! Puse el frasco de crema fría más duro de lo necesario. ¡Sólo
había una de muchas maneras de salvar la vida de un íncubo, y no iba a
dejar que Pritkin muriera por mí! No cuando la mayor parte del tiempo
terminaba medio muerto por mi culpa. Así que había donado energía varias
veces para ayudarlo a sanar. ¡No era diferente de alimentar a un vampiro, y
lo hacía todo el tiempo!
Solías hacer eso todo el tiempo, corrigió mi crítica interna. No lo haces
ahora. Debido a que también la alimentación tiene un matiz sexual en el
mundo de los vampiros y Mircea prohibió a quien sea morderte. ¿Cómo
reaccionaría si supiera?
¡No lo sabrá! No había nada que saber. Pritkin nunca me tocaba mucho
si podía evitarlo. Era como ser entrenada por un jodido monstruo ninja…
Eso fue hasta hace poco, dijo mi pequeña voz. Pero ¿no fue diferente
cuando lo encontraste en el Infierno?
Tomé el peine y comencé a atacar el nido del pájaro en mi cabeza. No,
pensé enojada. No lo había sido. Ni siquiera se había alegrado de verme.
Había sido… Pritkin. Al igual que en esa maldita ladera esa noche.
Me había estado muriendo, herida en una pelea que esperaba perder,
pero de alguna manera había ganado, si ganar significaba que iba a morir
más tarde que el otro tipo. Pero Pritkin había llegado justo a tiempo y
básicamente hizo lo mismo que había hecho en Ámsterdam. Me dio algo de
su energía, por lo tanto, salvo mi vida, y perdió la suya en el proceso.
Al menos las partes significativas. Porque Rosier tenía una maldita
definición de lo que constituía sexo, y para los estándares imposibles que
había impuesto a Pritkin, una alimentación mutua era lo suficientemente
cercana. Pritkin había roto el tabú y había sido bruscamente llevado al
Infierno, me habían dejado gritando en una ladera con sólo un pensamiento
en mente: ir a buscarlo.
Y tenía que hacerlo. No tenía ni idea de cómo meterme en el Infierno,
o qué hacer una vez que llegara allí. Mi poder no funcionaba bien fuera de
la Tierra, si es que funcionaba en absoluto. Pero había ido de todos modos.
Y luego, cuando finalmente lo encontré, cuando lo localicé a través de
mundos enteros, ¿qué había hecho?
¡Me gritó y me tiró de un balcón!
Y eso fue después de leerme la cartilla por atreverme a ir tras él en
primer lugar. Había arruinado su gesto desinteresado, él se había
enfurecido, aunque ni la mitad de lo que yo había estado. Maldito mago
infernal. No sabía por qué me molestaba a veces…
Pero después de eso, mi pequeña voz me recordó. Después de que los
dos escaparon de la corte de Rosier y terminaron frente al concilio demoníaco.
Después de que todo el drama había terminado y esperabas el veredicto que
lo liberaría o lo condenaría, ¿no había actuado de manera diferente? ¿Acaso
no había actuado como si quisiera decir algo?
Fruncí el ceño. Había estado bajo una enorme cantidad de estrés.
Conocía mejor al concilio que yo, sabía las probabilidades. Había intentado
decirme, pero yo no había escuchado. Había estado tan segura que verían
la razón. ¿No sabían que estábamos peleando contra los mismos enemigos?
¿No vieron que yo lo necesitaba?
Pero no. Habían pasado siglos con la cabeza tan alta que no podían
ver nada. Lo habían matado. Lo habían matado justo allí frente a mí, y luego
actuaron como si no fuera un gran problema, como si debería haberlo
esperado. Pero no lo había esperado, y si Adra no hubiera decidido que él
podría necesitarme, y me diera ese contra hechizo…
Sí, sí, eso es muy bonito. Muy aterrador, se burló mi voz interior. Estoy
segura que habrías tomado al gran y malvado concilio demoníaco todo por ti
misma, pequeña. Pero ese no es el punto, ¿verdad? Pritkin quería decirte algo,
y casi había sonado como:
¡No había querido decirme una mierda! Había sabido que había una
muy alta probabilidad de que lo mataran. ¡No sabía lo que decía!
O tal vez él no se había preocupado, mi pequeña voz insistió
astutamente. Tal vez había decidido que ya no importaba. Que si él iba a ser
asesinado de todos modos, podría también…
¡Maldita sea! ¡No había nada entre nosotros!
Y aun así soñabas con él esta noche.
Miré a mi reflejo, y me regresó la mirada. Desafiante, incluso un poco
presumida. Como si pensara que había dicho algún tipo de punto
irrefutable, y honestamente, a veces me parecía que este trabajo me estaba
volviendo loca.
Dejé el peine antes de que terminara calva.
¿Y si soñaba con él? No podía ser responsable por lo que soñaba. Y,
de todos modos, Mircea no lo sabía. Y aunque lo hiciera…
¿Si lo supiera?, preguntó mi voz interior. Porque mi voz interior no
sabe cuándo llamar una anormal noche.
Mis dedos cayeron en los dos pequeños bultos en mi cuello, vestigios
de la noche que había comenzado con un hechizo que salió muy mal y
terminó con un vampiro maestro medio enloquecido. Quién hizo lo que los
vampiros medio locos tienden a hacer y me mordió. Sólo que no había sido
una mordida normal.
Tragué, y sentí que los diminutos bordes se movían bajo mis dedos.
No era el mordisco de sangre de las películas. Podría haber sido confundido
fácilmente con granitos por un ser humano, si alguien los hubiera notado
siquiera. Lo cual era poco probable ya que ni siquiera eran rojos. Sólo dos
pedazos de piel elevada, casi nada…
A menos que fueras un vampiro.
Para un vampiro, eran un letrero en neón que decía que se detuviera,
retrocediera, se tomara un momento y valorara su vida. Porque está tomada,
y por un senador, no menos. Quien te destruirá y a todo lo que amas si la
miras demasiado tiempo.
O, al menos, eso es lo que me habían dicho que significaban. Tenía
dificultades para visualizarlo, porque no veía ese lado de él. Sí, sabía que los
miembros del senado no obtenían el trabajo de supervisar una sociedad de
“demonios chupadores de sangre”, como Rosier los había llamado, siendo
amables. Pero ese no era mi Mircea. Mi Mircea era de ojos risueños, cabellos
sedosos, manos expertas e ingenio rápido…
Lo cual probablemente explicaba por qué me había enamorado de él
desde que era niña, cuando él había hecho una visita a la corte del vampiro
que me crio.
Tony había aceptado a mis padres, que huían de los Spartoi, unos
tipos desagradables que Ares había dejado para cazar a mi madre, a cambio
de que papá le hiciera algunos hechizos. Los vampiros no eran capaces de
hacer magia como los humanos, así que la mayoría empleaba a los magos
para crear guardas y cosas. Y por un tiempo, las cosas parecían haber ido
bien.
Hasta que Tony había descubierto que la joven hija de su mago era
una verdadera vidente, una rara y potencialmente lucrativa mercancía en el
mundo sobrenatural. Y trató de llevarme. Mis padres objetaron, Tony
insistió y al final, el problema fue resuelto por un mortal auto bomba. Que
había matado a una diosa debilitada disfrazada de humana. Y dejó a su hija
de cuatro años huérfana y siendo la nueva vidente de la casa de Tony.
Al menos hasta que su amo se enteró de mí.
Porque a diferencia de su sirviente, Mircea hizo su tarea. Y él había
descubierto que el mago que Tony había aceptado no era un mago
cualquiera caído, como lo eran la mayoría de los tipos independientes, sino
Roger Palmer, un ex miembro del infame Círculo Negro. Quien era más
conocido por huir con Elizabeth O'Donnell, la heredera designada por la
Pitia, y por alguna razón la mantuvo oculta durante años de todos los
intentos de recuperarla.
Mircea lo había encontrado muy interesante, ya que la heredera
desaparecida también era mi madre.
Agnes había envejecido y todos sabían que el poder pronto pasaría a
una sucesora.
La que se suponía sería una acólita cuidadosamente arreglada como
de costumbre. Pero era el propio poder pitiano el que eligió una anfitriona,
no la antigua Pitia, así que técnicamente podría ir a cualquier parte.
Y Mircea había apostado que iría a mí.
La apuesta larga había dado sus frutos, pero la otra apuesta no. Sabía
que el Círculo nunca había dejado de buscar a mi madre, y que me llevarían
tan pronto como supieran quién era yo. Tenían jurisdicción sobre los
usuarios mágicos, no así el senado, que sólo gobernaba a los vampiros. Y
no podía ser transformada en vampiro, porque ese tipo de cosas arruinaba
la habilidad mágica, incluyendo la capacidad de canalizar el poder de la
Pitia.
Así que me había dejado en casa de Tony, que, a diferencia de su
propia reluciente corte, estaba tan lejos de la luz de las estrellas como era
posible conseguir. Antes de que se volviera loco y se uniera al otro lado en
la guerra, Tony había traficado principalmente con vicios humanos, por lo
que no era de gran interés para el Círculo. Y, de todos modos, yo ya estaba
allí. Nadie tenía ninguna razón para cuestionar los orígenes de la pequeña
niña huérfana que Tony había tomado por la bondad de su frío y húmedo
corazón.
Y así habíamos esperado. Para que yo creciera. Mircea para ver qué
pasaría. Y mientras tanto, un mago me había hecho un hechizo para
asegurar mi seguridad en la corte de un tipo que hacía que la mafia humana
se pareciera a dulces corazones.
Había pensado en todo, excepto en la posibilidad de que la maldita
cosa fuera contraproducente.
Al igual que la magia más fuerte, el hechizo que había usado tenía la
reputación de ser impredecible, y unas cuantas travesuras de viajes en el
tiempo después de que Mircea y yo volvimos a encontrarnos como adultos,
había resultado en un verdadero lío. Y en una relación obsesiva y lujuriosa
que había sido resuelta sólo cuando el hechizo finalmente se rompió. Pero
para entonces, su mordedura había asegurado que, de acuerdo con la ley
vampírica al menos, ahora era su esposa.
Y el divorcio no existe en el mundo vampiro.
No es que yo hubiera pedido uno. No, había pedido algo casi tan
extraño. Había pedido citas.
La idea era averiguar si toda esa atracción inducida por el hechizo
tenía algo más detrás. O si sólo lo había coloreado de rosa en una infancia
en la que Mircea parecía el único puerto en una tormenta constante. Tony
había sido aterrador. Su amo, por otra parte, había sido amable, cuidadoso,
guapo y pensativo…
Tal vez era realmente estúpida. O crónicamente ingenua. Pero no creía
que todo eso hubiera sido una mentira.
¿Mircea quería sacar provecho de mí? Por supuesto que sí. Era un
vampiro. Pero eso no significaba que no se preocupara por mí.
Tampoco significaba que lo haga, mi pequeña voz comentó, antes de
que la aplastara y me inclinara sobre el lavabo para agarrar mi cepillo de
dientes.
Sentí una mano deslizarse por mi trasero desnudo.
Por un segundo, me quedé inmóvil, sin mirar nada. Excepto el cepillo
de dientes colgando en mi boca abierta. Entonces giré con mi corazón
martilleando…
Seguía sin ver nada.
A excepción de los remolinos de vapor que parecían un poco
fantasmagóricos incluso bajo la luminosa y alegre luz del baño.
Y tal vez había una razón para eso, pensé con esperanza.
—¿Billy?
Mi compañero fantasma no respondió.
Me lamí los labios.
Eso no significaba que no estuviera allí. A Billy Joe le gustaba jugar,
un resquicio de una vida pasada como jugador profesional en el Mississippi.
No un buen jugador. Era por eso que había terminado a sus veinte años en
el fondo del río, por cortesía de un saco, un montón de cuerda, y un par de
vaqueros enojados que había estado tratando de engañar.
Supuse que su cuerpo seguía allí. Su alma, por otra parte, estaba
pasando el rato en Las Vegas en estos días, cortesía de un feo collar viejo
que había ganado unas semanas antes de su fallecimiento prematuro y que
no había tenido tiempo de empeñar. Eso resultó ser su única suerte, porque
el collar era un talismán, una reliquia que recogía la energía natural del
mundo y la utilizaba para apoyar la magia del dueño.
O en este caso, el fantasma del dueño. Billy ahora lo habitaba como
otros fantasmas lo hacían en cementerios y casas espeluznantes. Desde que
lo había comprado, pretendiendo darlo como un regalo de cumpleaños para
mi vieja institutriz, me había perseguido a mí.
Sólo que, ahora, no pensaba que me estuviera persiguiendo.
No había un destello de su arrugada camisa roja o su tonta sonrisa
de suficiencia. No había ningún fantasmal sombrero Stetson cayendo sobre
los risueños ojos avellana. No había nada, lo que probablemente significaba
que estaba imaginando cosas de nuevo.
Tomé otra toalla y comencé a secar mi cabello goteante.
Uno de estos días, iba a tener que considerar el concepto de evitar los
baños en general. Mierda extraña me pasaba en los baños. Tal vez
necesitaba encontrar otra forma de limpiarme. Quizás necesitaba encontrar
una habitación con un jacuzzi. Tal vez necesitaba alguna terapia a largo
plazo, aunque no estaba segura que una Pitia tuviera tanto ti…
Se oyó un chasquido al otro lado de la puerta del baño.
Me congelé de nuevo, con las manos en la cabeza, mirando desde
debajo de metros de algodón turco. Miré la puerta. Miré hacia atrás. Pero
nada paso, porque estaba cerrada.
—¿Roy? —llamé suavemente, porque las orejas de un vampiro no
necesitaban un grito. Y porque me sentía más que un poco absurda.
Sentimiento que se derritió en algo más cuando nadie respondió.
Maldita sea, contrólate, me dije ásperamente, y agarré el pomo de la
puerta. No hay nada que de miedo al otro lado. ¡Es sólo un dormitorio!
Y eso era.
Simplemente no era el mío.
Me tropecé en una habitación con techos altos, hermosos moldeados,
y ventanas altas mirando hacia afuera en la noche. Y luego di la vuelta en
pánico, y casi me rompo la nariz con un tramo de paneles del viejo mundo.
Porque de pronto no había puerta allí.
Me tambaleé hacia atrás, confundida, dolida, y aterricé sobre mi
trasero junto a una tetera volteada. Estaba en el suelo debajo de una mesa
pequeña, derramándose con los restos de una taza de porcelana y un platito.
Enviando un riachuelo de líquido fragante que corrió a través de algún tipo
de suelo de madera muy pulido.
No ayudó con la confusión.
Tampoco la cama grande y desconocida que contenía ropas
arrugadas. O la toalla y el manto que habían sido arrojados sobre una
almohada. O la ventana que no estaba lo suficientemente cerca como para
ver, pero que permitía que la luz de la luna se filtrara sobre las costosas
alfombras y una pintura parecida a un Jackson Pollock en la pared más
lejana.
No conocía este lugar.
No sabía nada de esto.
Pero el vampiro que entró por la puerta un momento después era otra
historia.
Me puse de nuevo en pie, pero él no pareció verme. Lo cual era lo
primero que tenía sentido. Porque su nombre era Horatiu y no podía ver a
nadie.
Era el viejo tutor de Mircea, muy viejo. Había estado en su mediana
edad o más cuando había tratado de meter un poco de latín a través del
cráneo de su joven a cargo. Pero eso significaba que Mircea no había
alcanzado el estatus de maestro, el nivel necesario para hacer nuevos
vampiros, hasta que Horatiu estuvo en su lecho de muerte. Y ese tipo de
cosas tiende a meterse con la fórmula. El resultado final fue un vampiro
medio ciego, casi sordo, que sin embargo insistía en ganar su permanencia.
Como mayordomo, supongo que era el trabajo más seguro que Mircea había
encontrado.
Bueno, un poco seguro, pensé, mientras el viejo vampiro de cabello
blanco colocaba una bandeja precariamente en el borde de una silla en vez
de en la mesa adyacente. Una silla justo encima de la tetera volteada, que
estaba empezando a entender mejor ahora. Pero Horatiu tampoco parecía
darse cuenta.
Tal vez porque estaba ocupado recogiendo la ropa de la cama y
arrojándolas por la ventana al lado de un conducto de lavandería. Regando
una planta de seda en maceta. Y comenzando a hacer algo a una estantería
adyacente a la chimenea justo antes de que otro vampiro entrara.
—¡Maldita sea! —El vampiro era Kit Marlowe, el jefe de espionaje del
senado, cabello rizado, perilla, imposible que vestir arrugado. Bueno,
normalmente imposible porque se veía que estaba un poco arrugado ahora.
Tal vez porque la repisa acababa de prenderse fuego.
—Lord Marlowe —dijo Horatiu con voz temblorosa de anciano—.
¿Quieres unirte al maestro para desayunar?
—¡No! —dijo Marlowe, pasando por encima de la figura encorvada
hasta el cuarto de baño contiguo.
—Hay muchos arenques —dijo Horatiu tras él—-. Pero no los
suficientes. Ojalá el amo hubiera dicho algo…
—¡Maldita sea, no quiero desayuno! —dijo Marlowe, corriendo con una
papelera llena de agua. La cual procedió a usar para salvar el dormitorio y
destruir un montón de viejos volúmenes probablemente costosos.
—Puedo hacer más, por supuesto —protestó Horatiu—. Pero creo que
estamos sin centeno.
Trastabillo al retirarse, sin duda, para ir a provocar más problemas, y
dejó a Marlowe humeante, húmedo y maldiciendo detrás de él. Quien no
parecía notar al polluelo en toalla todavía. Abrí la boca para preguntar qué
diablos pasaba, sólo para cerrarla de nuevo abruptamente cuando Marlowe
salió a través de la única otra puerta de la habitación.
Directo a través de mí.
Hubo una extraña sensación de desorientación cuando nuestros
cuerpos se fusionaron, del mismo tipo que tenía cuando Billy entraba en mi
piel para un impulso de energía. Sólo que aquí no faltaba energía. Sólo la
sensación de hormigueo en la piel de alguien que ocupa el mismo espacio
que yo por una fracción de segundo, antes de que saliera.
Me giré, agarrando mi toalla y respirando con dificultad, porque los
vampiros no dejan fantasmas. Y aunque lo hicieran, dudaba que uno
pudiera discutir con Horatiu. O apagar un fuego sin esfuerzo.
Pero seguro que se había sentido como un fantasma.
O… o esa era yo, me di cuenta, con creciente horror.
Permanecí allí por un segundo, preguntándome si uno de los muchos
atentados a mi vida había tenido éxito, y si fue así, por qué no había oído la
explosión o visto al tirador o sentido el dolor antes de terminar aquí.
Pero no podía ser un fantasma, no podía. Mis guardias habrían
sentido a un asesino. Así que algo más estaba pasando y los sentidos de los
vampiros eran los más apropiados para ayudarme a averiguar qué. Siempre
y cuando no lo perdiera de vista.
Sólo que parecía que ya lo había hecho, porque Marlowe había
desaparecido por la puerta al otro lado de una sala. Una que empezó a
cerrarse incluso cuando corrí detrás de él. Y cuando me lancé a través de la
estrecha abertura, apenas pasando antes de que la puerta se cerrara y
viera…
Una habitación vacía.
Parecía un atrio, o uno de esos extraños cubículos donde varios
pasillos se encuentran y luego se ramifican. Había otra bonita alfombra en
el suelo, una planta en maceta y una chimenea con una repisa, pero sin
sillas delante porque no era una habitación en la que te quedabas. Era una
habitación diseñada para no hacer nada y no ser nada, además de una
manera de llegar de un lugar a otro.
Excepto en este caso, porque no había otras puertas.
Me habría asustado, pero ya lo había visto antes. Era una
característica popular de seguridad en las residencias de vampiros,
destinadas a frenar a los intrusos al obligarlos a jugar a encontrar la salida.
Pero no busqué una.
Porque había encontrado otra cosa.
Algo que proyectaba un brillante resplandor de color contra los
paneles del viejo mundo en la pared opuesta. Algo que me hizo olvidar
momentáneamente a Marlowe y Horatiu e incluso mi propia situación. Algo
que me atrajo hacia adelante como un imán.
Algo hermoso.
No podía verlo tan bien como quería, porque la única iluminación eran
un par de luces empotradas encendidas en el techo. Y una vela encendida
en la chimenea por alguna razón, así que la agarré. E iluminé el cuadro.
Uno grande, a juzgar por la forma en que la luz sólo alcanzó la mitad
inferior de un vestido. Levanté el candelabro más alto y la bruma dorada
brilló en una superficie agrietada por el tiempo, pero todavía vibrante con
colores de joyas: crema rica, rosa salmón, coral oscuro y marrón pálido.
Formaban un suntuoso vestido de raso, una mano que llevaba un enorme
anillo de perlas, una redecilla de oro y perlas sobre un chongo de liso cabello
oscuro, y…
Y una cara que había visto antes.
No en forma de pintura, sino en fotografías, todo un álbum de ellas,
que había encontrado por casualidad en otra de las muchas residencias de
Mircea. No sabía quién era entonces; todavía no lo sabía, porque a Mircea
no le gustaba hablar de su pasado, mucho menos de las mujeres que lo
poblaban. Cada vez que sacaba el tema, entraba en modo de evasión.
Y nadie se escapa como Mircea.
No era completamente ingenua. Sabía que había tenido otras
amantes; ¿cómo no podría hacerlo en quinientos años? Pero no había
encontrado álbumes llenos de fotografía hasta el borde de ellas. No había
tropezado con una pintura que debía haber costado una fortuna a
cualquiera de ellas. No había visto pruebas de que ninguna de ellas fuera
más que una aventura pasajera.
Miré fijamente los altos pómulos, los voluptuosos labios rojos, los
brillantes ojos oscuros. Y sentí que mi mano apretaba el candelabro. Porque
esta mujer no parecía una aventura para mí.
Las fotos que había visto habían sido modernas, pero el vestido era de
la Era del Renacimiento Italiano; al menos lo era si tenías montones de
dinero. Había visto a algunos como ese de vez en cuando, en algunas de las
pinturas que Rafe, artista residente de Tony, había esparcido alrededor.
Tenía un corpiño de corte bajo sobre una delicada camisa, una cintura alta,
largas y ajustadas mangas que se ataban a los hombros con pequeños arcos.
La cruz que cubría el fino cuello de la portadora era de oro pesado, las perlas
gruesas y lustrosas que colgaban de sus orejas podían haber venido del
tesoro de un sultán.
Y no sólo su ropa era costosa.
Puse la luz más cerca, porque quería estar segura. Y sí. Sus joyas
brillaban en un dorado opaco a la luz de las velas porque eran de oro, hechas
con hojas de oro repujado. De la misma manera, el rojo en sus labios y
mejillas no eran en ocre, sino escandalosamente caro bermellón. Y el mar
brillando detrás de ella… bueno, eso no era índigo.
Ese color puro e intenso sólo podía ser ultramarino. Importado desde
las minas en Afganistán, era extraído a través de un proceso muy laborioso
de auténtico lapislázuli. Rafe me lo había contado mientras mezclaba
algunos para su propio uso un día. Podría no ser especialmente querido en
los tiempos modernos, pero había sido una vez, el pigmento más caro en
todo el arte del Renacimiento. Literalmente valía más que su peso en oro.
Sin embargo, estaba salpicado por todas partes, desde el cielo hasta
el mar, hasta el azul brillante en el bordado del vestido de la mujer. Un
vestido que debió costar una fortuna, pero no era tan encantador como la
mujer que lo llevaba. Una mujer que ocupaba no sólo un álbum lleno de
fotografías, sino un lienzo que ocupaba toda una jodida pared…
Sólo que no. No un muro, me di cuenta un momento después, cuando
alcancé a tocar la superficie brillante. Y caí por esa puerta que no había
estado buscando. En un vórtice de luz y sonidos y oh-santa-mierda terminé
abruptamente sobre mis manos y rodillas en otra habitación con otra
chimenea y otro maestro vampiro.
Pero éste no era Marlowe.
Mircea sentado en una gran silla de cuero detrás de un escritorio de
caoba aún más grande. Parecía un poco incongruente, porque llevaba sólo
un par de grandes pantalones de pijama en color ciruela. Su pecho y sus
pies estaban desnudos, su cabello oscuro, largo sobre los hombros, casi
siempre sujetado atrás con un clip, estaba suelto.
Parecía que se había levantado, pero luego decidió tomar una siesta
en su… ¿oficina?
Eso parecía, si, una versión algo genérica. El resto de la casa tenía
una encantadora mezcla ecléctica del viejo mundo y del tipo moderno chic
caro, como su propietario. Pero aquí, eso había dado lugar a un soso hotel
de lujo en beige y marrones, si los hoteles estuvieran regularmente
iluminados por velas: un escritorio muy pulido, una alfombra de Kerman en
el piso y una pared de libros caros. Decían contador de reputación o abogado
de gran prestigio. No decían Mircea.
Excepto por una estatuilla china quebrada, un chico barrigón feliz con
una pandereta que servía como taza de plumas.
Y, por supuesto, el hombre mismo, sentado detrás del escritorio,
acariciaba lentamente los brazos de la silla.
Realmente le gustaba esa silla, ¿no?, pensé en blanco. Por un
momento. Hasta que sentí otro golpe no subrepticio bajo mi trasero
desnudo. Un golpe que igualaba el movimiento de la mano de Mircea sobre
el cuero resbaladizo.
Me di cuenta que coincidían exactamente, mientras lo alisaba hasta
el final del brazo de la silla, y luego volvía a subir, completando el ciclo. Una
caricia simultánea recorría mi mejilla izquierda. Era uno de sus
movimientos favoritos, y normalmente me habría puesto toda caliente y
nerviosa.
Excepto que ya estaba caliente, y no en el buen sentido.
Entonces Marlowe caminó a través de mí otra vez.
—Puede que quieras revisar antes de que nos vayamos —dijo mientras
me ahogaba y caía de espaldas—. Horatiu está intentando quemar la casa.
—No tiene que intentarlo —murmuró Mircea, sin abrir los ojos—. Lo
hace naturalmente.
—¡Él necesita un cuidador!
—Lo intentamos. Pero notó su presencia. —La boca de Mircea se
curvó—. Y se quejó de que era demasiado viejo para entrenar a todos los
recién llegados.
—¡Mejor eso que un furioso infierno!
—Todos hemos llegado a ser bastante buenos en discernir el olor del
humo.
Marlowe resopló.
—Sin duda. ¿Y por qué no estás vestido?
El jefe de espías lo estaba, si se pudiera decir así, con un traje borgoña
arrugado y una camisa que Mircea no habría utilizado ni para dar brillo a
sus zapatos. No es que lustrara sus propios zapatos. Y no es que Marlowe
fuera conocido por su esplendor al vestir. O por dar un carajo sobre
impresionar a nadie.
Ese era el trabajo de Mircea.
—Ni siquiera ha oscurecido —comentó Mircea con suavidad—. Y el
portal a la ciudad es virtualmente instantáneo. ¿De qué serviría llegar horas
antes que todos los demás?
—¿Y qué piensas hacer? ¿Una siesta?
—No. Pero parece que podrías tomar una.
Kit le fulminó con la mirada. Y luego se arrojó sobre una silla verde
frente al escritorio. Y se sentó allí, fingiendo relajarse, mientras
prácticamente temblaba de energía reprimida.
Habría estado más curiosa del por qué, si hubiera estado menos
furiosa.
Porque Mircea seguía haciéndolo. Los toques fantasmales seguían
deslizándose sobre mi piel, y seguía poniéndome cada vez más confusa.
Porque estaba jugando conmigo mientras mataba el tiempo y conversaba
con su compañero, y porque estaba en mi cabeza.
Tenía que estarlo, para hacer esto, fuera lo que fuera. Un nuevo poder
vampiro, algo de lo que nunca había oído hablar, algo que iba mucho más
allá de sólo captar la superficie de un pensamiento perdido que de vez en
cuando algunos maestros podían hacer. Algo que no me había contado,
porque esto no era superficial, esto no era pasivo, esto estaba en mi cabeza.
Hijo de puta.
Y luego me pegó.
Lo vi antes de que azotara, una rápida contracción en las yemas de
los dedos sobre el brazo de la silla. Un sutil pellizco en el cuero liso. Sólo
que no se sentía sutil. Se sentía fuerte, un aguijón agudo que, está bien, en
las circunstancias adecuadas podría ser bienvenido, pero estas no lo eran.
Ni siquiera estaban cerca, y…
Y luego lo hizo de nuevo.
Miré hacia arriba para ver una pequeña sonrisa curvando sus labios
perfectos, sólo una pequeña sonrisa, que habría sido suficiente para sí
mismo. Pero no estaba sola. Estaba acompañada por un par de oscuros ojos
color whisky que estaban intensos y divertidos, y abiertos.
Y fijos en los míos.
Y la calidez abruptamente se convirtió en nuclear.
—Estás jodidamente calmado —dijo Kit, levantándose para servirse
un trago—. Es molesto en el mejor de los casos, pero ahora mismo se
aproxima a lo obsceno.
—¿Preferirías que entrara en pánico? —preguntó Mircea, con los ojos
fijos en mí mientras me levantaba lentamente del suelo.
—Prefiero que actúes como humano…
—Eso sería difícil.
—Ya sabes a lo que me refiero —dijo Kit con brusquedad—. ¡Muestra
nervios por una vez!
—No tienes que preocuparte —dijo Mircea, observándome caminar
hacia él—. Hemos reunido un excelente equipo.
—No es el equipo lo que me preocupa. ¡Es el maldito Fey! —Kit levantó
una mano. Que pasó a través de mí, como si ni siquiera estuviera allí. Porque
no lo estaba. No para él. Yo estaba en la cabeza de Mircea, o él estaba en la
mía; no sabía cuál.
Pero sabía una cosa.
Dos podrían jugar este juego.
—Si algún Fey se lesiona esta noche, caerá sobre sus propias cabezas
—dijo Mircea, una ceja subiendo mientras caminaba dando vuelta al
escritorio—. Están actuando ilegalmente, en violación del tratado…
—¡Sí, y el tratado les importa tanto! —dijo Kit amargamente—. Nunca
lo han seguido, nunca tuvieron la intención de hacerlo. Los verdes todavía
nos cosechan como esclavos, los oscuros están constantemente tratando de
pasar por la frontera, y los llamados azules, todos duendes…
—Prefieren “Fey” —murmuró Mircea mientras me detenía delante de
él—. Duendes es considerado peyorativo.
—¡Como si me importara un carajo lo que ellos prefieren!
Mircea no hizo ningún comentario. Tampoco se movió. Se quedó
sentado allí, mirándome, con los ojos brillando perversamente.
Porque pensó que estaba faroleando.
No, pensé con tristeza; él sabía que era yo. Él jugaba estos juegos
conmigo todo el tiempo. Como en esos sueños que había estado teniendo
últimamente, porque estaba segura que había sido él. Como todas esas
veces, en las que había evadido preguntas, ignorado consejos, evitado
comentarios abiertos. Y siempre se salía con la suya. Porque, ¿cómo atan a
un vampiro maestro? ¿Cómo obtienes su atención? ¿Cómo lo haces
escuchar?
Decidí que podría haberlo imaginado.
Observé que sus ojos se ensanchaban ligeramente mientras dejaba
caer la toalla y lo montaba a horcajadas.
—Por lo menos los verdes están al frente —dijo Kit, mirando un mapa
en la pared. Supuse que era de Faerie, ya que de eso estaba hablando, pero
solo le di un vistazo. Porque Mircea ya se había recuperado.
Fuertes brazos me tiraron abruptamente contra él, la diferencia de
altura aseguro que, incluso arrodillada sobre la silla, estábamos cara a cara.
—Miran hacia abajo con esas narices largas y nos dicen que nos
ocupemos de nuestro propio negocio —dijo Kit—. Pero los malditos Fey
azules, ¡oh, son nuestros buenos amigos, nuestros aliados incondicionales,
ellos contrabandean más que el resto combinado!
—Es lamentable —murmuró Mircea, con los ojos oscuros brillando
entre los míos—. Pero algunas amistades no sobreviven a su utilidad, y
tienen que ser desechadas.
—No tienes que elegir a mis amigos —le dije—. ¡Más de lo que puedes
jugar en mi cabeza!
—No estoy jugando.
—¡Ni yo tampoco!
—Bueno, me gustaría saber cómo lo llamas, entonces —murmuró
Marlowe—. Sabes que no podemos dejar caer a los Blarestri. Tenemos que
tener aliados, particularmente ahora.
—¿De verdad? —preguntó Mircea—. Entonces, ¿qué estamos
haciendo aquí?
—¡Perdiendo nuestro tiempo! —gruñó Kit—. Lo he dicho todo el
tiempo.
—Tú dime —grité mientras Mircea se recostaba de repente,
empinando la silla en una inclinación. Y empujándome por encima de él,
hacia el lugar dulce donde las caderas delgadas se encontraban con muslos
musculosos. Y donde el pesado tamaño de su sexo apenas estaba oculto por
una delgada capa de seda. Era más una tentación que una barrera, una
suave y seductora caricia mientras luchaba por encontrar un agarre en el
material resbaladizo.
—Algunas personas se especializan en problemas —dijo Mircea,
mientras las cálidas manos se curvaban alrededor de mis caderas,
estabilizándome. Luego me levantó hasta que sus labios descansaron contra
mi estómago.
Marlowe seguía mirando el mapa, de espaldas a nosotros, y Mircea
aprovechó al máximo. Los malvados labios comenzaron a moverse,
lentamente, arrastrándose, con la boca abierta contra mi vientre inferior.
Seguido por unos toques de su lengua, resbalando a través de mi piel,
probándome. Me hizo temblar.
¿Y quién iba a enseñarle a quien una lección?, pensé vertiginosa.
—Algunos incluso parecen preferirlos —me dijo Mircea, sonando
divertido.
Y luego hizo otro sonido mientras me movía ligeramente de posición,
deliberadamente arrastrándome sobre él.
Y de repente, las cosas ya no eran tan suaves.
—Como esos tres malditos Svarestri —acordó Marlowe, poniendo
hielos en su bebida—. No se mezclan con nosotros seres inferiores, oh no.
Excepto cuando ese bastardo de Geminus les ofreció carta abierta, incluso
llevándolos a través de los portales oficiales, ya que ¿quién sospecharía que
un senador haría contrabando? —Hizo un sonido asqueado—. ¡Yo, por
supuesto! Sabía que estaba tras de algo, pero pensé que eran esas peleas
ilegales que tenía funcionando durante décadas. Debería haber sabido que
se ramificaría tarde o temprano, con tantos contactos…
Dejé de escuchar.
Las manos de Mircea se habían apretado, sosteniéndome en un lugar.
Pero mis manos encontraron sus hombros de todos modos, porque el apoyo
no era suficiente. No sabía por qué; no estaba cerca de una zona erógena.
Excepto que de repente todo lo estaba, y mis rodillas seguían tratando
de apretarse.
Tuve un momento de desconexión, de incredulidad absoluta y
molestia. No estaba arrodillada aquí, desnuda y mojada, en la oficina de
Mircea. Y definitivamente no estaba lamiendo las gotas de agua de mi piel.
Sólo que aquí estaba y él lo hacía, y no parecía que me movería,
apenas podía respirar mientras que los golpes se hicieron más largos, más
lentos, más anchos. O cuando siguió a la hinchazón de un pecho, el calor
de su aliento sólo apretó más mi cuerpo cuando se detuvo junto al pezón, a
pesar de que una gota de agua tembló en la punta firmemente rígida.
Brillaba a la luz de la lámpara, reflejando la habitación durante unos
segundos. Y probablemente a una pequeña versión de mi cara cada vez más
desesperada.
Hasta que la gravedad tuvo suficiente y finalmente cayó sobre sus
labios.
Me sostuvo los ojos mientras lo lamía, como cuando repasaba la piel
alrededor, como…
Mi cabeza giró, mirando fijamente la pared detrás de su cabeza porque
no podía mirarlo más.
Pero no importaba. Todavía podía ver su sombra mezclada con la mía,
moviéndose suavemente. Todavía podía sentir cada golpe de la ardiente
aspereza arrastrándose sobre mí. Todavía podía oír el sonido que hacía, bajo
en su garganta, mientras empezaba a morder.
Mi espalda se arqueó, mis dedos en su cabello apretándose a puños,
necesitando algo, cualquier cosa para estabilizarme.
Y tratando de alejar esa maldita cabeza aún antes de que me volviera
loca.
Pero, por supuesto, eso no evitaba sus manos, y estaban ocupadas.
Alisando mi espalda, sobre la curva de mi trasero y hacia abajo a mis
muslos, a la piel sensible en la parte posterior de mis rodillas. Sólo para
retractar su curso en reversa un momento después. Y cada viaje me
empujaba contra esa protuberancia no tan suave, simulando algo que no
iba a ser una simulación más larga, porque iba a arrancarle esos
condenados pantalones y…
—Explica. Ahora —apreté.
—Eso podría ser difícil —dijo, mirando a Marlowe.
—”Difícil” no es la palabra que usaría —gruñó Marlowe, volviendo a
su silla con lo que parecía un trago triple—. Tratando de tapar una ciudad
que gotea como un tamiz esos malditos portales por todas partes. Incluso si
tenemos éxito, ¿qué habremos hecho? Detener un poco de contrabando, tal
vez hacer las cosas un poco menos convenientes para el otro lado. ¡Pero no
vamos a ganar esta jugada a la defensiva, y los dos lo sabemos!
—¿Y la alternativa sería?
—Lo sabes muy bien. Nuestros enemigos están en Faerie, no aquí. O
bien vamos detrás de ellos donde están escondidos, o, esto no va a ir bien,
Mircea.
En realidad, pensé que iba perfectamente. La técnica de Mircea, tan
formidable como era, también estaba limitada con su amigo sentado al otro
lado de la mesa. Pero la mía no. Kit no podía verme, no podía oírme.
Lo que dejaba todo tipo de posibilidades, ¿no?
Sonreí y vi cambiar la expresión de Mircea. Pero no se levantó, y podría
haberlo hecho. Pero eso significaría admitir que había algo que no podía
manejar, ¿no?
Y ambos sabíamos que eso nunca sucedería.
Sonreí de nuevo y me incliné para lamer el agua que había estado
desconsoladamente derramando sobre su pecho.
—Unos portales lo suficientemente cerrados y empezará a importar —
dijo Mircea, ignorándome—. Matar a bastantes de los magos oscuros con los
que están trabajando, y dolerá aún más. Los Fey no conocen este mundo,
no puede caminar en él fácilmente…
—Algunos pueden.
—No son suficientes. E incluso aquellos que pueden, no les gusta
intentarlo. Su magia es débil aquí; los deja vulnerables.
Su voz cambió ligeramente en esa última palabra, tal vez porque se
sentía un poco vulnerable de repente. Porque acababa de llegar a su cuello.
Un humano habría sido más afectado si hubiera ido en otra dirección, pero
Mircea no era humano. Y yo había descubierto recientemente un talón de
Aquiles que debería haber sospechado antes.
Pero siempre era agradable aprender algo nuevo, pensé, raspando el
borde de mis dientes sobre las fuertes cuerdas de su garganta.
—Entonces, ¿por qué siento que estamos sentados como patos? —
gruñó Kit.
Mircea no le contestó esa vez, tal vez porque su garganta ya estaba
ocupada, trabajando bajo mis labios. Como su pulso latiendo con fuerza,
golpeando, golpeando bajo mi lengua. Estaba justo encima de la yugular
ahora, justo encima de la fuente de vida y el poder de un vampiro, su
virilidad y fuerza. Justo encima de su área más vulnerable, incluso para un
maestro.
No tomaría su sangre, por supuesto; no la quería, no podía usarla.
Pero todavía estaba embriagada, lo tenía así. Ese cuerpo grande y duro se
extendió bajo el mío, las manos apretando los brazos de la silla porque no
podían apretarme a mí, el latido del corazón bajo mi boca salto cuando cerré
los labios sobre el punto del pulso.
Y comencé a chupar.
Y sentí que más de una cosa saltaba contra mí.
—¿Mircea? —preguntó Kit.
—Tal vez necesites un trago —dijo Mircea, sonando un poco
estrangulado.
Marlowe miró con confusión su vaso, que todavía estaba casi lleno.
—Tengo un trago. Lo que no tengo es información, ¡especialmente
sobre los llamados Fey de la luz!
Kit saltó de nuevo y empezó a caminar, pero apenas lo noté.
Dios mío, era bueno, el sabor dulce y salado de su piel, los escalofríos
de su cuerpo bajo el mío, la forma en que reaccionaba a cada trazo de mis
labios. Me retorcí encima de él, sabiendo que estaba jugando con fuego, pero
no pude evitarlo, no me importó. Incluso cuando me alejé lo suficiente para
ver sus ojos, llenos de calor y fuego, y la promesa de que pagaría, y pagaría
caro, por esto, tan pronto como Kit se fuera.
Pero aún no lo había hecho, ¿verdad?
Estaba deambulando, todavía despotricando contra los Fey,
gesticulando y murmurando…
Sin prestar atención al hombre detrás del escritorio.
Quien me observó mientras me levantaba lentamente, levantando las
estacas. Mircea podría haber pedido a su amigo que se fuera, podría haberlo
despachado así sin más, podría haber hecho un centenar de cosas que no
estaba haciendo porque todavía no lo creía. No pensaba que lo haría.
¿Y por qué debería hacerlo? Lo deje salirse con la suya en un montón
de mierda estos últimos meses, cosas que no habría soportado de nadie
más. Había retrocedido cada vez que me desafiaba porque él era Mircea y yo
lo amaba y él era Mircea.
Pero acababa de hacer la última inclinación.
Él no conseguiría seguir vagando dentro de mi cabeza. No decidiría
quiénes eran mis amigos. No conseguiría mantenerme en la oscuridad aún
más que Jonas, y no me diría que no molestara a mi preciosa cabeza porque
los hombres grandes y fuertes me protegerían. Porque los hombres grandes
y fuertes no entendían lo que estábamos enfrentando más que yo.
Todos tropezábamos en la oscuridad, incluso Kit, incluso el jefe de
espías del senado, que sabía todo, excepto sobre los Fey, aparentemente. Y
los demonios. Y las criaturas locas de otro mundo con las que habíamos
estado luchando, que se llamaban dioses y pensaban en los humanos de la
misma manera que nosotros pensábamos en los insectos. Y nos mataban
con la misma facilidad.
Si íbamos a sobrevivir, necesitábamos al menos empezar a tropezar
juntos. Pero no lo hacíamos, porque Jonas no confiaba en mí, Mircea no me
respetaba, y nadie creía en mí. Y mientras yo siguiera retrocediendo, nunca
iban a hacerlo.
Me incorporé un poco, bajando sus malditos pantalones de dormir,
agarrándole suavemente.
Y luego me senté de nuevo, llevándolo dentro de mí.
—Los Fey oscuros no son tanto problema —dijo Kit, inconsciente—-.
Hemos tenido tantos refugiados, especialmente últimamente, que mi gente
ha logrado construir al menos una imagen básica de su estructura de poder
y de sus principales actores. Pero los de la luz me preocupan.
Sabía cómo se sentía. Porque los ojos de Mircea acababan de cambiar,
pequeños puntos ámbar remontándose de la oscuridad aterciopelada, una
señal de que tal vez, tal vez, debería haber pensado en esto un poco más.
Que tal vez estaba sobrepasándome.
Muy por encima.
Y no me importaba.
No lo suficiente para detenerme de retorcerme, poniéndome cómoda,
mientras lo veía menos. No lo suficiente para evitar gemir cuando él se
endureció abruptamente dentro de mí, incluso más de lo que ya había
estado, llenándome completamente, deliciosamente. No lo suficiente para
evitar que empezara a moverme.
Kit todavía seguía maldiciendo, pero apenas lo escuchaba. Y Dios, si
hubiera pensado que lo otro era embriagador, no era nada comparado con
esto. Observando ese cuerpo poderoso retorciéndose, sintiéndolo moverse
dentro de mí, oyendo su aliento acelerarse como lo hacía, mientras me
ondulaba encima de él, mientras marcaba el paso por una vez. Fue glorioso.
Hasta que de repente se sentó, cambiando el peso, haciéndome jadear.
Y me agarró la parte de atrás del cuello, retirándome un mechón de cabello
del rostro. Y abruptamente dejó descender sus colmillos.
Mi corazón palpitaba fuera de mi pecho, mi aliento estaba atrapado
en mi garganta, mi cuerpo se estaba apretando alrededor de él lo suficiente
como para hacernos a ambos jadear.
Y todavía no me importaba.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté sin aliento—. ¿Morderme?
Y, justo así, sus ojos destellaron dorados, el marrón del hombre
completamente eclipsado por el poder del vampiro.
—¿Qué dijo Churchill sobre Rusia? —preguntó Kit, casi sordo—. Un
enigma, envuelto en un misterio, dentro de un enigma…
—¿Por qué no vas a buscarlo? —gruñó Mircea.
—¿Qué?”
—¡Vete! —gruñó, y al mismo tiempo barrió todos los objetos del centro
de la mesa, enviando libros, papeles y, a la sonriente y aterrorizada taza de
las plumas a volar.
Me hubiera gustado ver la expresión en la cara de Kit en ese momento.
Me hubiera gustado saber cómo tomaba un maestro de primer nivel ser
ordenado a irse, especialmente tan abruptamente. Pero no lo hice.
Porque estaba ocupada.
Golpeé la superficie pulida del escritorio incluso antes de oír que la
puerta se cerraba, sintiendo la suave dureza mientras mis manos se
extendían, tratando de encontrar la estabilidad que no estaba allí,
descubriendo que no la necesitaba cuando un furioso vampiro maestro
agarró mis caderas, me jaló hasta el borde del escritorio, y se empujó en mí
lo suficientemente duro como para hacerme jadear.
Y luego reí, como la persona loca que realmente estaba empezando a
creer que estaba, porque había ganado.
Por una vez, él había sido el primero en retroceder. Por una vez, yo
había hecho que el gran Mircea Basarab cayera.
Después era yo la que estaba cayendo. Y gimoteando. Y gritando
mientras me tomaba más duro de lo que nunca había hecho, más duro de
lo que jamás se había atrevido, porque los cuerpos humanos se rompen con
tanta facilidad.
Pero mi cuerpo no estaba aquí, ¿verdad? Yo no era más que un
producto, un sueño, una ilusión. Y las ilusiones no se rompen.
Pero sí sienten, y esto era crudo y salvaje y, todo, todo lo que había
deseado desde ese maldito sueño que me dejó caliente y adolorida y
desesperadamente insatisfecha.
Lo cual no era realmente un problema ahora, pensé delirantemente. Y
después no pensé en nada. Acabe envolviendo mis brazos alrededor de él y
me colgué mientras el poder golpeaba a través de mí, dentro de mí, sobre
mí, una bruma dorada hundiéndose en mi piel que coincidía exactamente
con el color de un par de ojos dorados.
—Bien —dije sin aliento, unos momentos después.
—¿Bien? —respondió Mircea, la voz apagada desde que su rostro
estaba enterrado en mi cabello.
—Bien… espero… que eso… te enseñara… una lección —le dije,
vagamente preocupada por el hecho de que había un defecto en mi lógica en
algún lugar, pero demasiado blanda para importarme.
Mircea levantó la cabeza. Y vi con cierta satisfacción que él estaba casi
tan sonrojado y sudoroso como yo. Su garganta estaba trabajando y sus ojos
estaban un poco locos. Pero no estaba sin aliento, porque era un vampiro y
técnicamente no necesitaban hacer eso.
—Ya te lo dije, dulceata —añadió con voz sombría—. No estoy en tu
cabeza.
—¿De verdad? Entonces, ¿cómo lo llamarías?
—Más de lo que estuve en tu cuarto esta noche, o en la ducha la
semana pasada.
—¿La ducha? —comencé, confundida.
Y luego me detuve. De repente, vívidamente, recordando un cierto
incidente en la ducha que, sí, había sido bastante memorable. Y que
probablemente debería haberlo pensado más, si no tuviera demasiado ya
que pensar.
Pero que ahora estaba recordando. Junto con la explicación que había
descubierto más tarde. Lo cual, pensando en ello, no tenía nada que ver con
Mircea en absoluto, y…
Y oh-oh.
—Creo —me dijo Mircea malvadamente—, que es hora de que
tengamos una charla.
—¿Cedar? ¿Estás segura que es así cómo se deletrea? —exigió Mircea,
mientras me arrastraba a lo largo de un corredor atestado.
—Yo… yo ni siquiera estoy segura que es así como se pronuncia —le
dije, sintiéndome más que un poco nerviosa. Acababa de ser arrastrada del
escritorio, apenas con tiempo de recoger mi toalla de baño arrugada, y luego
remolcada por una puerta que no había notado al otro lado de la habitación.
Y luego a través de una chimenea, increíble, por un pequeño pasillo estrecho
sin ventanas y casi sin luz. Después a través de otra chimenea y una
habitación que no tuve tiempo de ver antes de salir a un pasillo ancho,
brillantemente iluminado que no se sentía todo lo ancho en el momento que
debía porque estaba lleno de vampiros.
Maestros, por la sensación proveniente de ellos. Así se sienten los
maestros, pensé, mientras me tropezaba con un cuerpo, que fue casi
imposible de evitar en un lugar tan atestado. Deferentemente hicieron
camino para Mircea, pero se cerraron de nuevo justo detrás de él, dejándome
luchar a través de un mar de vampiros. O más como por un mar de colores,
sonidos y pensamientos intermitentes:
—… ¿así los maestros pueden atravesarte con esto?
—No me importa. Quiero mi maldita espada…
—Una pistola tiene mejor alcance.
—¡Y una espada no se queda sin balas!
—Malditas botas están demasiado ajustadas…
A los vampiros no parecía gustarles la situación más que a mí.
Algunos parecían bastante ajenos, pero otros saltaban, se estremecían y
miraban a su alrededor mientras los atravesaba. Como si supieran que algo
estaba sucediendo.
Y así era; simplemente no sabían qué.
—¿Qué está pasando? —le pregunté a Mircea, tratando de permanecer
lo más cerca posible de él, para evitar asustar a cualquier vampiro.
—Hemos tenido problemas con algunos portales ilegales que nuestros
enemigos han estado usando para traer armas —me dijo.
—¿Portales de Faerie?
El asintió.
—Incluso a nuestros aliados no parece importarles a quién venden, y
se está convirtiendo en un problema.
—Así que los van a cerrar.
—Vamos a intentarlo.
—¿Y si no les gusta eso? —pregunté, esquivando una forma que se
movía con rapidez, sólo para golpear otra atravesándola.
—Ellos aprenderán —me dijo, y me sacó del otro lado del vampiro que
miraba furiosamente.
Y luego de un nudo de varios más que iban en la misma dirección que
nosotros.
El pasillo era tan pequeño, y estaban agrupados tan firmemente que
era como ser inundada por una ola en la playa. Un diluvio inesperado de
color, ruido y un abrumador asalto sensorial. Las mentes, las extremidades
y el zumbido eléctrico de cinco veces un vampiro maestro.
—¿Has visto a la dhampir? Me pregunto dónde la están guardando…
—Eso. ¿A quién le importa?
—Me importa. Nunca he visto una…
—Lo cual explicaría por qué sigues aquí.
—Habla por ti mismo. Podría con ella…
—Hazlo. Siéntete libre de intentarlo.
—Por supuesto. ¿Y luego tendrías que tratar con papá? No creo que…
—¿Así que los rumores son ciertos?
—¿Qué rumores?
—Los que dicen que no es cualquier dhampir. Que ella es en realidad…
—¡Cassie! Aquí dentro.
La última fue la voz de Mircea, y un segundo después, me encontré
atravesando una puerta a una pequeña habitación. Sin nada en ella. Y eso
incluía a los vampiros maestros, gracias a Dios, porque había estado a punto
de ahogarme ahí afuera.
Pero esto… esto era agradable. En calma al menos. Estábamos en lo
que suponía que era algún tipo de sala de recepción, aunque no era muy
acogedora, sin ninguna imagen en la pared o una silla, y luego estábamos
atravesando una puerta al otro lado y en…
—No pises las alfombras —me dijo Mircea—. Por si acaso.
—¿Por si acaso qué?
No obtuve una respuesta. Porque el único ocupante de la habitación
acababa de levantar la vista desde un pequeño escritorio para fruncir el ceño
hacia nosotros. O a Mircea, supongo, ya que sus ojos pasaron por encima
de mí para clavarse en su colega.
—¿Has terminado con tu pequeño ajuste? —preguntó Marlowe con
acidez.
—No. Cedar. ¿Qué sabes al respecto?
—¿El árbol?
—No. El hechizo. Creemos que es así como se pronuncia.
—¿”Creemos”?
Mircea me miró.
—Sólo lo oí una vez —dije torpemente.
—¿Pero si tuviera que adivinar?
—¿Say-duh? ¿Say-drr? ¿SAY-der? No estoy segura. Estaba un poco…
—¿Con quién estás hablando? —preguntó Kit, levantándose. Sus ojos
recorrieron de nuevo sobre mí, pero no se detuvieron. Tiré de mi toalla de
baño un poco más arriba de todos modos.
Mircea repitió mis variaciones sobre el tema.
—Un tipo de magia antigua —le dijo a Ki—-. Necesito todo lo que tienes
de eso.
—¿Te das cuenta que nos vamos en menos de una hora?
—Entonces tendrás que darte prisa, ¿verdad?
Kit frunció el ceño con más fuerza, pero luego hizo la constipada
mirada que un montón de vampiros utilizaban cuando se comunicaban
mentalmente.
Mircea pasó entre las alfombras. Lo seguí, un poco cautelosamente,
porque el piso era de mármol pulido y pulcro, las alfombras resbaladizas
estaban por todas partes. Eran extrañas, en parte porque ninguna de ellas
coincidía, en parte porque la mayoría no tenían más que un par de metros
de ancho, pero sobre todo porque eran el único intento de decoración.
A la oficina de Mircea le había faltado el sello de su carácter, pero al
menos había sido bastante atractiva.
Esta… no lo era. No tenía una planta o una imagen o un cojín. No
tenía una sola silla aparte de la que Marlowe estaba ocupando. No tenía
mucho de nada, a pesar de ser una habitación bastante grande, sólo el
pequeño escritorio, un infierno de montones de alfombras, y…
Y un par de gabinetes utilitarios a lo largo de la pared lejana.
Un expediente araño mi cabeza.
Seguía mirándolos un momento después, cuando un vampiro gordo
con una mala peluca negra entró por la puerta con una Tablet electrónica
incongruentemente moderna.
—¿Tipo de magia? —preguntó sin preámbulo.
Kit miró a Mircea. Mircea me miró. Kit volvió a fruncir el ceño.
—Mircea. ¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó.
—Um —dije, tratando de no mirar los gabinetes—. Eso depende. ¿Qué
tipo de magia usaban los dioses?
—¿Qué? —preguntó Mircea bruscamente.
Kit frunció el ceño con más fuerza.
—Dije…
—No tú —le dijo bruscamente Mircea.
Y causó que el vampiro de cabello rizado se ruborizara casi tan rojo
como su abrigo.
—Mircea…
—Bueno, ¿qué creías que era? —le pregunté, un poco a la defensiva.
Porque Mircea no parecía feliz.
—Una extensión de tu poder, alguna nueva faceta que estabas
explorando. ¿Pero me estás diciendo que los dioses están involucrados?
—¿Los dioses? —preguntó Kit, levantando la voz—. Mircea, ¿qué
diablos…?
—Eran… en su mayoría demonios —dije, esperando disolver la
situación.
Y eso lo empeoro.
—¿Demonios? —repitió Mircea, frunciendo el ceño.
-—Mmmhh.
—¿Qué clase de demonios?
—Bueno, de… un poco de todo tipo. Era el concilio demoníaco…
—¿El concilio?
Kit empezó a decir algo, pero Mircea lo rechazó con un gesto. Kit no
se veía feliz con eso. Mircea se veía aún menos. Pero no era como si pudiera
ayudarme si no sabía la verdad.
—Mi madre quería hablar con el concilio —expliqué—. Y ella, usó este
hechizo seiðr para hacerlo…
—Tu madre está muerta.
—Sí, bueno, por eso necesitaba un hechizo —dije torpemente.
De hecho, lo necesitaba para dirigirse al concilio en nombre de Pritkin.
No es que hubiera hecho mucho de eso. De hecho, apenas lo había
mencionado. Habló sobre todo de la guerra, y de cómo necesitábamos
aliarnos si teníamos alguna posibilidad de ganarla. Lo cual era cierto, pero
no servicial, ya que nadie más parecía estar de acuerdo.
—Pero el hechizo está en ti —señaló Mircea. Porque Mircea no era
estúpido.
—Sí, bueno, yo era una especie de… catalizador… para ella —
expliqué, lo menos posible.
Sólo me miró.
Miré hacia atrás. Porque, claro Mircea, yo iba a hablar primero. Había
vivido con vampiros la mayor parte de mi vida; dame crédito por algo.
—No conocemos el tipo. Posiblemente usado por los dioses —les dijo
Mircea, sus ojos todavía en mí.
—Ah sí —dijo el pequeño vampiro, una pluma inteligente apuñalaba
la pequeña pantalla, casi demasiado rápido para seguirla—. Eso simplifica…
Ah. Aquí está. “Seiðr”, significa “un cordón, una cuerda o una trampa”, una
forma antigua de magia nórdica y chamanismo concerniente a hacer viajes
visionarios.
—¿Es peligroso? —preguntó Mircea.
—¿Para qué parte?
—¡Para cualquiera de las dos partes!
El pequeño vampiro gordo parpadeó. No parecía estar acostumbrado
a escuchar ese tono del mayor diplomático del senado.
—Un momento —dijo, y comenzó a apuñalar de nuevo con la pluma.
Arriesgué otra mirada a los gabinetes.
Eran viejas cosas feas, de color gris acero y ligeramente golpeadas a
lo largo, donde demasiados pies las habían cerrado con demasiada fuerza.
Eran el tipo de piezas que se podían encontrar en cualquier oficina, bueno,
en cualquier oficina que no se preocupara por impresionar a los clientes.
Demonios, podrían haberse encontrado en muchos garajes, con latas de
pintura viejas y botellas de aceite de motor a medio usar.
Pero eso no era lo que estaban sosteniendo en este momento.
Lo sabía porque los había invadido una vez.
Al menos, estaba bastante segura de haberlo hecho. Parecían iguales,
pero los antiguos habían estado en la antigua sede del senado. Lo que en la
actualidad era poco más que una marca abrasadora en el desierto, debido a
que fue una de las primeras víctimas de la guerra. Y teniendo en cuenta
cómo había caído eso, no esperaba que nadie hubiera esperado rescatar
algunos viejos gabinetes de metal.
Pero, no habían tenido que esperar, ¿verdad? No habían tenido que
vaciarlos y luego volverlos a empacar como un humano, porque no eran
humanos. Todo lo que un vampiro tenía que hacer era cargarlo en uno de
sus hombros y marcharse con él, lo que hacía que empacar con prisa fuera
mucho más fácil, ¿no?
Y me dejó con un dilema.
Porque, si eran los mismos, contenían cosas que el senado había
estado coleccionando durante siglos. Como armas potentes que habían
confiscado a otras personas para que pudieran usarlas ellos mismos. Y las
antiguas reliquias con poderes que pensaban podrían ser útiles algún día.
Y viejos enemigos atrapados en trampas mágicas…
Y una poción llamada las Lágrimas de Apolo.
—Hm, todo es muy vago —estaba diciendo el pequeño vampiro—.
Mucho sobre cómo alterar el curso del destino… viajando en forma de
espíritu a lo largo de los nueve mundos… Parece haberse originado con los
Vanir, los antiguos dioses de la fertilidad nórdica. Ellos le enseñaron a los
Æ sir, los dioses de la guerra, quienes finalmente lo comunicaron a los
aquelarres escandinavos…
—¿Se puede quitar? —preguntó Mircea.
—Oh, por supuesto. El lanzador sólo tendría que…
—No por el lanzador. Por una de las otras personas involucradas en
el hechizo.
—Bueno, entonces. No.
—¿Perdón? —dijo Mircea suavemente, pero el vampiro se ruborizó.
—Simplemente quería decir, es decir, bueno, usted, antes preguntó
sobre los peligros…
—¿Y?
—Y, bueno, esa es el principal. De hecho, es el único, por lo menos
que puedo encontrar hasta ahora. Puedo revisar la Edda, y por supuesto lo
haré, aunque francamente no es probable que sea muy útil en este caso.
Los Vanir no eran muy queridos, saben, por los eruditos cristianos que
escribieron la mayoría de los relatos, mucho después de la antigua religión
nórdica. Los Æ sir eran los tipos fuertes, viriles, belicosos, que los eruditos
de su propia cultura valoraba. Pero los Vanir… bueno, eran asociados con
la fertilidad, y se consideraba un poco… afeminado…. y por lo tanto su
magia, de la cual el seiðr era una parte destacada, no está bien
documentada. Se consideraba un poco más allá de lo pálida, si me sigues.
—No.
El vampiro parpadeó.
—¿No?
—No.
—Yo… bueno, es decir, pensé que estaba siendo bastante claro…
—Te has equivocado.
—Yo… yo sólo quería decir, es decir…
—¡Por el amor de Dios, hombre! —explicó Marlowe—. ¡Deja de decir
“es para decir” y sólo dilo!
—¡Bueno, estoy tratando! —El pequeño tenía más carácter de lo que
esperaba—. ¡Estoy tratando de señalar que el seiðr no fue nombrado una
trampa por nada! Se dice que los dioses establecían un vínculo con alguien
que no les gustaba, y luego… dejaban colgado el teléfono. Por así decirlo. Y
dejar a esa persona para siempre en un mundo de ensueño, completamente
solo, para finalmente marchitarse lejos por hambre, sed o locura… —Se
interrumpió.
—Los dioses eran muy divertidos —dije.
Mircea lo ignoró, pero sus labios se tensaron.
—Pero ese no es el caso aquí —señaló—. Nadie “ha colgado” nada. Ese
es el problema.
—¿Lo es? —pregunté.
—¿Lo es? —repitió el hombre sin saberlo.
—¡Sí! —le dijo Mircea.
—¿Por qué? —pregunté.
—¿Por qué? —preguntó el hombre.
Mircea cerró los ojos.
—No te gusta que esté en tu cabeza, ¿verdad? —le pregunté, luz
aclarando. Había estado tan asustada por lo contrario, que no se me había
ocurrido que él pudiera sentir lo mismo. Y ahora que lo pensaba…—. ¿Por
qué no?
—No parecías complacida cuando el zapato estaba en el otro pie —
señaló.
—Esto se está volviendo surrealista —murmuró Marlowe—. Incluso
para este lugar.
—Cassie está aquí, mentalmente —le dijo Mircea.
—Ya había captado eso.
—Parece que le resulta difícil entender por qué no deseo tenerla en mi
cabeza, sin previo aviso, en cualquier momento que le plazca…
Marlowe soltó una carcajada.
—Oh, esto debería ser divertido.
—¡No es divertido! —dije, mirando a Mircea—. Y no estaba feliz porque
pensé que lo estabas haciendo a propósito. No lo hice a propósito. ¡No sabía
que lo estaba haciendo en absoluto!
—Pero aquí estamos.
Sentí que mis cejas se unían, lo cual era estúpido porque no tenía
cejas ahora mismo. Pero me sentía como si lo hicieran, y parecía que
acababan de hacer un punto.
—¿Me estás culpando por esto?
—No. Sólo estoy señalando que es un riesgo de seguridad…
—¿Cómo? Pensé que estábamos del mismo lado.
—Estamos del mismo lado…
—Entonces, ¿cómo es un riesgo para mí estar en tu cabeza?
—Es una cuestión de privacidad…
—Hace un minuto era un problema de seguridad.
—¡Es posible que sea ambas cosas!
Parpadeé.
—Estoy empezando a desear tener palomitas de maíz —murmuró
Marlowe.
—Puedes marcharte —le informó Mircea.
Una ceja oscura subió.
—Esta es mi oficina. Ya me sacaste de la tuya.
—Esto realmente te ha asustado, ¿verdad? —Miré a Mircea con
asombro. Había estado enojada, seguro, cuando pensé que estaba
caminando de puntillas por mi cabeza. Pero no parecía enojado. Parecía
casi…—. ¿De qué tienes miedo? —le pregunté, apenas creyendo que estaba
diciendo esas palabras.
—No tengo miedo. Simplemente pienso…
—Sí, lo tienes. Te he visto luchar contra un escuadrón de magos
oscuros, y parecías estarlo disfrutando. Te vi ser electrocutado y no perder
la calma. Y ahora te estás volviendo loco porque…
—¡No estoy asustado!
—Bueno, ¿cómo lo llamarías?
—Yo… debo irme —murmuró el pequeño vampiro, avanzando hacia la
puerta. Pero Mircea lo agarró por el frente de su chaleco marrón.
—Tú. ¡Dime cómo quitar esto!
—Pero… pero yo ya… es decir…
—Si pronuncias esa frase una vez más…
—Dios existe, y él me ama —dijo Marlowe, con ojos brillantes.
—¡Dime cómo! —rugió Mircea.
—¡Mircea! —dije, horrorizada.
Me lanzó una mirada exasperada.
—¡No lo estoy amenazando, Cassie! Él es un maestro de segundo nivel
y bajo la protección de un senador. Y se espera que conozca su negocio…
—¡Conozco mi negocio! —dijo el hombre, sacudiéndose enojado
cuando Mircea lo soltó—. Pero como he explicado, con algunos detalles,
podría añadir, nadie sabe mucho acerca del seiðr. Ya no se usa. Es
demasiado caro, mágicamente hablando. Los dioses encontraban útil
comunicarse entre sí, incluso a través de diferentes mundos. Pero para los
seres humanos, ¡una llamada telefónica es más fácil!
—Una llamada telefónica también es voluntaria —señaló Mircea.
Realmente no parecía feliz.
Y de repente me sentí estúpidamente herida. O tal vez no tan
estúpidamente. No estaba segura. Este era mi primer gran romance, mi
primer período de romance, en realidad, a menos que contara una noche
con un amigo para completar un hechizo y evitar morir, de alguna manera
no creía que se suponía que eso debía contar. Pero esto… esto se suponía
que iba a contar.
Sentí que mi rostro se arrugaba.
Mircea suspiró de repente y pasó una mano por su propio rostro.
—Tú logras hacerme olvidar todo mi entrenamiento —me dijo con
tristeza.
—No se supone que necesites entrenamiento conmigo —susurré. Y no
estaba llorando, maldita sea. ¡No lo hacía!
Mircea se acercó y me colocó contra su pecho, una mano fuerte en mi
cabello.
—No soy buena en las relaciones —le dije, sonando amortiguada.
—Odio decirte esto, pero no se hace más fácil —me dijo.
—Bueno, fue divertido mientras duró —dijo Marlowe, suspirando, y
se dirigió a la puerta, llevando al pequeño vampiro de ojos abiertos junto
con él.
—Voy a… buscaré una solución —lanzó el vampiro sobre su hombro
cuando fue sacado.
—Hazlo —dijo secamente Mircea.
—No pises las alfombras —dijo Marlowe, y luego se fueron.
—¿Qué pasa si pisamos las alfombras? —pregunté.
—Probablemente nada. —Mircea se sentó en la silla vacía de Marlowe
y me puso en su regazo, tal vez porque no había otras—. Es una broma
corriente.
—¿Cuál es? ¿Que sus alfombras te matarán?
—Que todo lo que hay aquí te matará. Kit tiene la reputación de tener
guardas verdaderamente viciosas, hasta el punto de que cualquier cosa
nueva que aparece en su oficina es automáticamente sospechosa. Empezó
a notar que la gente evitaba incluso pisar sus alfombras. Y él… lo encontró
divertido.
—¿Así que compró más?
Mircea asintió.
—Creo que le gusta ver que todo el mundo tiene que pasar entre ellas.
—Pero… tú aún no las pisas —señalé.
—Con Kit, siempre es mejor estar por el lado de la precaución.
Estupendo.
Dejé mi cabeza apoyada en su hombro.
Nos quedamos así por un tiempo.
Tenía un montón de preguntas, y probablemente él también. Y había
tantas cosas que necesitábamos hablar que había perdido la cuenta. Pero
no quería hacerlo ahora mismo. No quería hacer nada. Excepto sentarme
aquí así, porque ¿con qué frecuencia teníamos tiempo de inactividad? ¿Con
qué frecuencia teníamos la oportunidad de ser sólo nosotros, sólo Mircea y
Cassie, en lugar de senador y Pitia? ¿Con qué frecuencia teníamos la
oportunidad de estar juntos?
Me di cuenta que lo había extrañado la semana pasada, o lo que fuera.
Con viajes en el tiempo, nunca sabía exactamente cuánto tiempo había
pasado. Pero sabía que había extrañado el sonido de su voz, la sensación de
sus manos, la forma en que de inmediato había hecho que las cosas
parecieran fáciles, sencillas, correctas. La sensación de comodidad y
seguridad que me envolvía como una manta tibia cada vez que estábamos
juntos. Me había perdido esto, pensé, mientras me besaba el cuello.
Y luego me inclinó hacia atrás sobre el brazo de la silla para besar mi
pecho en su lugar.
Colmillos afilados raspando a través del pezón, no lo suficiente para
lastimar, lo suficiente para hacerme saber que podía. Se enroscó
firmemente, apretado bajo su lengua, y un estremecimiento de anticipación
me atravesó. Mordió, lo suficientemente duro como para sacar sangre esta
vez, y sentí que la habitación giraba alrededor de mí. Como si ya estuviera
aturdida por la pérdida de sangre cuando no era así, cuando no podía ser,
cuando ni siquiera estaba aquí.
Pero se sentía real de todos modos, como cuando tiró de la toalla y me
dobló sobre el escritorio, porque no había sitio en la parte superior. Y entró
en mí densamente, dulcemente, menos urgente que antes, pero igual de
bueno.
Oh Dios, tan bueno.
Era grande, intimidante también si lo estuviera mirando. Era más fácil
de esta forma, su dulce ardor superando todo lo demás. Me estremecí y él
me besó la espalda, trazando mi columna vertebral con sus labios, y sólo
me hizo temblar más fuerte.
—He soñado con tomarte de esta manera —susurró, con su aliento
caliente en mi oreja, como su cuerpo cubriendo el mío.
—¿Kit los sabrá?
Mircea se echó a reír, y resonó en mí, haciéndome jadear y retorcerme.
—De hecho, su oficina no es un factor a tomar en cuenta —aclaró.
—¿Y qué dirá cuando descubra para qué lo usamos?
—Nada, si sabe lo que es bueno para él.
Fue mi turno de reír, hasta que cambió de posición, deslizándose
completamente dentro de mí. Y luego me jaló de repente contra él,
reclamando media centímetro final que ni siquiera sabía que tenía. Y antes
de que pudiera recuperarme de eso, sus labios encontraron las marcas en
mi cuello, las que él había dejado allí, pero no perforó mi piel.
No tenía que hacerlo.
La vieja herida, desde hace mucho tiempo cerrada, hasta el punto de
que casi no había ni rastro, se abrió para él como si hubiera estado
esperando su regreso, su propio orificio privado. Sus colmillos se deslizaron,
limpios, sin dolor, fácil, y mi sangre brotó, suya para ser tomada. Como mi
cuerpo, como todo.
Empezó a alimentarse, algo que no había hecho en mucho tiempo, y
todo mi cuerpo se puso rígido de sorpresa. Y luego se contrajo, empezando
a pulsar al unísono de la succión de su boca, al latido de su longitud dentro
de mí, a la sensación de su mano entre mis piernas, apretando. No estaba
haciendo nada todavía, ni siquiera se estaba moviendo.
Sin embargo, yo estaba temblando y palpitando, al borde del orgasmo
con apenas un toque.
—Soñé con inclinarte sobre una mesa —gruñó en mi oído—. Una silla,
un escritorio, cualquier cosa en que pudiera. Y llevarte hasta que no
pudieras respirar, no pudieras caminar, no pudieras recordar tu nombre.
A mitad de camino, pensé, ligeramente histérica.
—Cuidado —jadeé—. Sabes lo que sucede con nuestros sueños
últimamente.
Había estado pensando, está bien, fantaseando, hace unas noches
acerca de Mircea, y de repente allí estaba. O había estado allí, porque de
repente se sentía como en su ducha al lado opuesto del país. Pero no había
tratado de ir allí, mucho menos para ponerle un hechizo. Y todavía no sabía
cómo lo hice.
—Eso no fue un sueño —murmuró, su lengua caliente lamiendo la
sangre de mi cuello—. Yo estaba disfrutando de mí mismo, pensando en ti,
y allí estabas. Pensé que me estaba volviendo loco por un momento, de la
mejor manera posible.
—Pero no dijiste nada —dije, tratando de concentrarme y sobre todo
fracasando.
Los escalofríos de cuerpo entero me hacen eso.
—No más que tú —señaló.
—No estaba… segura… que no lo estuviera imaginado —dije, tratando
de no retorcerme. Porque todavía no se movía. Si había alguna duda de que
los vampiros eran sobrehumanos, esto debería hacerlo. Ningún hombre
humano podría quedarse allí así. Podría estar enterrado en mi cuerpo, hasta
el punto de que podía sentir su latido de corazón haciendo eco en el mío
propio, dentro de mi carne. Y simplemente quedándose allí.
Iba a matarme jodidamente uno de estos días.
—Yo lo hice —me dijo—. Pero no sabía con lo que estábamos tratando.
Todavía no lo sé.
—¿Eso es lo que te ha molestado tanto? —pregunté—. ¿Qué alguien
pudiera entrar en tu cerebro a través del mío?
—No sólo el mío. Estoy en comunicación mental con el senado de
manera regular. Si mi mente estaba comprometida…
—¿Eso es realmente lo que pensabas? —Me había dado cuenta que
Mircea me había estado evitando últimamente, pero había supuesto que
estaba ocupado. Y una o dos veces me pregunté si estaba teniendo el mismo
problema definiendo nuestra relación. Pero debería haberlo sabido mejor.
Mircea era un vampiro maestro y miembro del senado. Y a pesar de lo que
había dicho, no tenían problemas con las relaciones.
Ellos tomaban lo que querían.
Como cuando finalmente, finalmente comenzó a empujar.
Y de repente olvidé cómo respirar.
—Estamos en guerra, Cassie —murmuró contra mi piel—. Y nuestros
enemigos han demostrado… ingenio. Se aprovecharon del poder de tu
oficina a través de la guarda que solías llevar, ¿no? ¿La usaron para
ayudarles a traer a un dios a través de la barrera?
—Pero… ya no lo uso.
—No, pero ahora usas un hechizo, uno inventado por los mismos con
los que estamos luchando.
—Pero ha sido puesto por mi madre.
—Sí. Permitiéndole hablar con el concilio. ¿Todavía pueden acceder a
tu mente?
—Yo… no lo creo —le dije, porque sí, ¡era el tiempo para veinte
preguntas, Mircea!
—Pero lo hicieron un momento —señaló, con la respiración aún
inmóvil, aunque la mía se estaba desgastando—. No habrían podido hacerlo
si tu madre no te hubiera usado como conducto.
—Sí, pero lo cerraron. O… o dijeron que lo hicieron.
—Y la palabra de un demonio debe ser de confianza —dijo con sorna.
—Tal vez no —dije sin aliento—. Pero están de nuestro lado en esto…
—Los demonios están de su propio lado.
—Pero ese pasa a ser el nuestro ahora ¿no?
Se movió ligeramente, y la suave ondulación que había estado
haciendo se aceleró.
Fuerte.
Oh Dios.
—¿Cómo lo sabemos?
—Lo sabemos… porque odiaban… a los dioses —le dije tercamente.
Rechazando dejar que él tuviera la última palabra sólo porque me estaba
empujando contra el escritorio—. Los dioses… se alimentaban de ellos, como
los demonios se alimentan de nosotros. Mataron… a miles de ellos. Mi madre
en particular. Fue energía demoníaca la que usó para construir su barrera…
—Algo que no te habías molestado en mencionar.
—No hemos tenido exactamente… mucho tiempo para… ¡hablar!
—Algo que tendré que remediar —me dijo, sonando ligeramente
siniestro—. Pero ¿no crees que espiarían a la hija de su viejo enemigo?
—Sí… pero también pienso… que pueden ser… buenos aliados. No
quieren a los dioses de vuelta… más que nosotros.
—Los aliados traen algo a la mesa.
—Ellos… traen algo a la mesa —dije, tratando de mirarlo por encima
del hombro. Y fue difícil, ya que necesitaba ambas manos para sostenerme.
Maldita sea; sabía que pagaría por esa pequeña burla en la oficina,
tarde o temprano.
—Ellos mataron a… Apolo —me las arreglé para decir.
—El hechizo de tu madre mató a Apolo, para todos los efectos y
propósitos.
—Pero lo terminaron.
—Sí, eso es lo que hacen. Carroñeros, buitres, sanguijuelas…
—Algunas personas… dirían lo mismo… acerca de vampiros.
—Entonces esa gente es tonta. Vivimos en la tierra. Contribuimos de
muchas maneras. Es nuestro hogar. Los demonios la usan como coto de
caza, nada más.
No estaba completamente de acuerdo con eso, pero estaba teniendo
difícil pensar claramente con él estremeciéndose en la terminación.
—Pero… pero ellos no… querrían la competencia… ¿no? —pregunté—
. Los dioses… controlaban la Tierra cuando estaban aquí. Cuando llegaron
los demonios… se alimentaron de ellos. Si los dioses vuelven, los demonios
pierden su barra de comida favorita. ¡Y tal vez se conviertan ellos mismos
en los aperitivos!
—El hecho de que todavía puedas razonar en este punto me preocupa
—dijo Mircea, y se sentó, llevándome con él, su cuerpo todavía dentro del
mío. Y Dios, necesitaba una silla como esta, pensé vertiginosamente,
gimiendo por el abrupto cambio de posición. Y luego gimiendo de nuevo
cuando empezó a complacerme con sus dedos, jugando, expertos,
enloquecedores. Y me hizo retorcerme en su regazo en cuestión de segundos.
Y, bueno, esto era mejor que hablar, lo cual no había querido hacer
de todos modos. Pero eso fue cuando pensé que estaríamos discutiendo
entre nosotros, lo cual no sabía cómo hacer. Pero esto… sí, necesitábamos
hablar de esto.
Pero no lo hicimos. Porque estaba demasiado ocupada
estremeciéndome, retorciéndome, gritando y viniéndome. Después me
acosté contra él, exhausta y feliz, con lo que probablemente era una sonrisa
totalmente torpe en mi cara. La cual, afortunadamente, no podía ver, porque
Dios sabía que no necesitaba un impulso al ego.
—Eso no… refuta… mi punto —dije, cuando pude hablar.
Y sentí el trasero sudoroso detrás de mí temblar ligeramente.
Mircea siempre había tenido lo que mucha gente percibía como un
desafortunado sentido del humor. Lo veía como una ventaja, y una de las
cosas más humanas sobre él. No podía dejar de ver lo absurdo de las cosas,
como nosotros tratando de hablar de política, ahora, de todos los momentos
posibles.
Pero, ¿cuándo sería más probable que tuviera la oportunidad? Y
necesitaba entender esto. Sólo que Mircea no parecía pensar así.
—Si los demonios están “de nuestro lado” o no, son inútiles para
nosotros —me dijo.
—Pero son poderosos…
—En su propio reino, sí. Pero ¿en Faerie? —Él negó—.”Su magia no
funciona allí.
—¿Estás seguro? —Sabía que la mía no, por lo menos no bien. Los
mundos diferentes tenían flujos de tiempo diferentes, y mi poder parecía
estar atado a éste. Pero los demonios no tenían ese problema, así que tal
vez…
Pero Mircea aplastó esa idea.
—Muy seguro. Su fuerza permanece intacta, para aquellos que tienen
un cuerpo, pero su magia vacila fuera de su propio reino.
—Pero podrían ser útiles aquí, ¿no? ¿En la Tierra? —pregunté,
porque, por extraño que parezca, la Tierra era su reino. O, para ser más
precisos, era una de las dimensiones del Infierno. Los Infiernos, no eran un
solo mundo sino miles, estaban todos en el mismo plano metafísico, por lo
que las mismas leyes mágicas funcionaron a través de todos ellos.
Eso no significa que no hubiera problemas. El principal era que los
magos humanos, y supongo que los demonios, los Fey y lo que sea, hacían
algo de su propia magia. Eran criaturas mágicas, lo que significaba que sus
cuerpos actuaban como talismanes, absorbiéndolo del mundo en el que
nacían y luego generaban poder, como un cuerpo humano normal fabrica
vitamina D si se expone al sol.
Pero fuera de su mundo de origen, los seres mágicos no absorben
tanto, lo que significa que su poder circulaba rápidamente muy bajo. Sería
como tratar de hacer vitamina D, mientras es invierno en el norte de Alaska,
cuando hay solo un par de horas de sol al día. Posible pero no fácil.
Pero parecía fácil comparado con intentar lo mismo en Faerie.
Porque Faerie no era un Infierno, era un Cielo, difícil como era de creer
después de haber estado allí brevemente. Y apenas sobreviviendo al viaje.
Pero, técnicamente, estaba en una de las dimensiones celestiales, y por lo
tanto tenía magia que trabajaba en reglas totalmente diferentes.
Eso significaba básicamente que la absorción natural era cero en ese
mundo mientras estabas allí. Tendrías la magia con la que has entrado,
siempre y cuando durara, y luego nada. En lugar de Alaska, sería como estar
en una habitación oscura y te dijeran que produjeras vitamina D, no
sucedería.
Pero, por supuesto, lo mismo era cierto para los Fey cuando llegaron
aquí. Tenían lo que tenían cuando llegaban, y eso era todo lo que tendrían,
mágicamente hablando. Y eso no duraba mucho, porque era más difícil
lanzar hechizos en un mundo extraño. Era como si estuviera tratando de
rechazarlos o algo así.
Era por eso que nunca había habido una guerra entre los dos reinos
y probablemente nunca lo habría. ¿Con qué iba a pelear la gente?
¿Garrotes?
Pero eso no significaba que los demonios no pudieran ser útiles en la
Tierra, que era su propio patio trasero.
—Podrían ayudarnos con Circulo Negro —le señalé, hablando de los
magos corruptos que eran un dolor perpetuo en el culo para la organización
de Jonas—. Y liberar a algunos de nuestros propios magos para la guerra.
Pero Mircea estaba sacudiendo la cabeza.
—El Círculo Negro es una molestia, nada más. Como los
contrabandistas que estamos sacando en este momento. Destruirlos es útil,
y lo haremos donde y cuando surja la oportunidad, pero no ganaremos la
guerra de esa manera. Kit tiene razón; nuestros enemigos están en Faerie,
no aquí. Y no es probable que vengan aquí.
Me habría girado para mirarlo, pero estaba demasiado cansada. Y
habría significado separarme de él, y no quería hacer eso todavía. No quería
dejarlo ir.
—Están planeando invadir.
No era una pregunta porque no era realmente una noticia; la idea
había sido tocada por un tiempo. No para iniciar una guerra, sino como un
ataque de comandos. Entrar, tomar a Tony y a su grupo de idiotas, que eran
los cabecillas de la campaña para traer de vuelta a los dioses, y luego correr
hacia la frontera. El truco era, ¿cómo?
—No podemos ganar una guerra manteniéndonos siempre a la
defensiva —dijo Mircea.
—¿Así que toman la ofensiva a través de? ¿Sus aliados Fey?
Hizo un ruido a medio camino entre humor y disgusto.
—Los Fey no tienen más que desprecio por los seres humanos, o por
nosotros que solía ser así. Nuestros “aliados”, si merecen el nombre, nos
dicen poco y actúan como si fuéramos adecuados para ser siervos y nada
más.
Me tomé un momento para absorber eso. Fue un poco difícil. Los
vampiros siempre habían sido la élite en mi mundo, criaturas divinas e
inmortales, bueno, hasta que enojaban a un vampiro más fuerte, tenían
habilidades, conocimientos y experiencia de siglos que a mí me faltaba. Fue
un poco de un ajuste mental, imaginar a alguien verlos como inferiores. Pero
explicó algunas cosas.
—Es por eso que todavía no sabes dónde está Tony.
Mircea asintió. Podía sentirlo contra mi espalda, mientras él
empezaba a peinar sus dedos a través de mi cabello mojado.
—Él y los líderes de la coalición contra nosotros están escondidos en
Faerie, lo que significa que deben tener aliados entre los Fey. Pero la política
Fey… llamarlos bizantinos es confundir la marca considerablemente. Hay
solamente tres facciones principales en los Fey de la luz, pero centenares de
familias, clanes, y grupos de alianza entre ellos, ningunos de los cuales ven
cualquier razón para discutir sus asuntos con los seres humanos. Ni para
ayudarnos con una invasión a su mundo. Ellos deliberadamente nos
mantienen en la oscuridad para asegurarse que no tenemos otra opción que
dejarlo en sus manos.
—Y, sin embargo, no están haciendo nada.
—No que se hayan molestado en comunicarnos. Y esto no puede
continuar.
—Pero, ¿cuál es la alternativa? Si no pueden invadir…
—No dije eso, dulceata…
Incliné la cabeza hacia atrás para ver su rostro, pero se veía serio. Lo
cual no tenía mucho sentido.
—¿Cómo? El Círculo…
—Es inútil. Su magia es débil en Faerie; no llegarían ni a ocho
kilómetros millas de cualquier portal por donde entraran. Y no importaría si
lo hicieran; los Fey limpiarían el piso con ellos en cualquier batalla. Lo
mismo podría decirse de tus demonios.
—Entonces, ¿cómo invadir?
Mircea me sonrió, con los ojos oscuros brillando.
—Bien. Ya que preguntaste.
Mircea tomó mi mano y fuimos a través de las alfombras. Pero esta
vez, pasamos por otra puerta, situada en la pared opuesta de la que
entramos, y luego por un pequeño corredor. Tenía habitaciones ramificadas
en ambos lados, incluyendo un pequeño dormitorio cerca del final.
Donde un hombre de cabello desordenado llamado Jules estaba
sentado en una cama con las piernas estiradas y un montón de revistas
extendidas a su alrededor, ninguna de las cuales estaba mirando. De hecho,
no parecía estar mirando nada. Ni siquiera levantó la cabeza cuando
entramos, lo cual no tenía precedentes en presencia de su amo.
Solo que… Mircea ya no era el amo de Jules, ¿verdad?
Ese fue un pensamiento tan extraño que no sabía qué hacer con él.
Los vampiros no simplemente dejaban de ser vampiros. Simplemente no lo
hacían.
Excepto para Jules.
Había sido uno de mis guardaespaldas hasta que se equivocó con un
terrible hechizo, un hechizo de guerra, por error. Todavía estaba en las
etapas experimentales, pero era lo suficientemente poderoso como para
convertirlo en poco más que una bola de carne humana. Dejándolo incapaz
de hablar, o moverse, incluso ver, una vez que su propia piel terminó
estirando sobre él como una mortaja.
Habría sido mortal para un humano, pero Jules no era uno. Y los
vampiros son una raza resistente. Pero nadie, incluso el inventor del
hechizo, había sabido cómo revertirlo, así que decidí probar algo un poco
loco.
Había intentado quitárselo a él, llevarlo atrás, al tiempo antes de que
el hechizo se pusiera, esperando que lo desactivara. Parecía un tiro al aire,
pero nadie había sabido qué hacer, y Jules había estado… Dios. Me había
rogado que lo ayudara o lo matara, ya que era la única con quien podía
hablar. El hechizo lo había estropeado tanto que ni siquiera la habitual
comunicación mental vampírica había funcionado.
Pero el seiðr lo había hecho. Después de que mamá me puso el hechizo
y luego olvidé mencionarlo, había hecho un par de conexiones al azar. Una
con Mircea, durante ese pequeño episodio en la ducha, y otra cuando me
senté junto a Jules, horrorizada, sin palabras y sin saber cómo ayudarlo.
Hasta que me lo dijo.
Por el lado positivo, al des-envejecerlo se había librado del hechizo
malicioso, por lo que era algo. Pero por el otro… también se había deshecho
de todo lo demás. De todos los otros hechizos. Incluyendo el que lo hizo
vampiro.
El tipo que lentamente levantó la cabeza, registrando nuestra
existencia con retraso, todavía era joven, rubio y atractivo.
Pero también era muy, muy humano.
Supongo que es por eso que se ruborizó a rojo cuando sus ojos
cayeron sobre mí. Bueno, eso y el previo contacto seiðr que le permitió verme
totalmente. Agarré mi toalla, pensando que tal vez se había soltado, pero no.
Por una vez, estaba realmente decente.
Y luego miré hacia arriba…
Sólo para ser abordada por un dínamo humano que literalmente me
levantó de mis pies.
—¡Cassie!
—Aw —le dije, porque mi espalda acababa de golpear la pared, y a
pesar de que no estaba realmente aquí, me dolía. Los dedos se hundieron
en mis brazos. Y el rápido temblor ardiente comenzó inmediatamente
después hasta que Mircea lo apartó.
—¡Cassie! —repitió Jules, mirándome fijamente a través de ojos
enormes, con un rostro enrojecido y una boca de aspecto extraño que,
francamente, no sabía qué significaba esa expresión, porque podía amarme
u odiarme ahora mismo, y ambos serían perfectamente justos.
Luego estalló en lágrimas, me agarró de nuevo, y, bueno, ¿quizás no
estaba enojado? Todavía no podía decirlo. Pero fui a sus brazos de todos
modos, porque si alguna vez alguien parecía que necesitaba un abrazo…
—No me dicen nada, pregunté y pregunté, ¡y no me dijeron nada! —
dijo, retrocediendo. Y sonriendo. Y luego llorando un poco más, incluso
mientras todavía sonreía, ¿y puedes culparme por estar confundida?
—¿Estás… estás bien? —dije, porque todavía no estaba segura.
—¡No lo sé! —me dijo. Y se rio.
Miré a Mircea.
—Lo hemos mantenido sedado —dijo Mircea con ironía—. Pero ese
tipo de cosas son duras en la fisiología de un humano.
—¿Escuchaste eso? Duro para un ser humano —repitió Jules, su
rostro se llenó de una extraña mezcla de cosas, que seguían haciendo que
su boca se viera extraña. Maravilla, miedo, alegría, tristeza, felicidad y
confusión, finalmente me di cuenta que no sabía lo que sentía porque no lo
sabía.
—Así que… ¿estás bien? —repetí—. ¿Más o menos?
—¡Más o menos! —dijo sacudiendo la cabeza.
Decidí que él realmente no sabía, y que tal vez debería encontrar otra
pregunta.
Un vampiro apareció en la puerta, uno que en realidad parecía el
estereotipo: alto y delgado, con espeluznantes ojos rojos. Y entonces se
quedó allí parado hasta que Mircea se dignó a reconocer su existencia.
—¿Sí, Lawrence?”
—Louis-Cesare ha llegado, mi señor. Quiere algunas palabras.
—Discúlpeme un momento —me dijo Mircea.
Se fueron a alguna parte, y me senté en la cama. También tenía que
ir a ver esos armarios y ver si tenían lo que esperaba que tuvieran, para
conseguir algunas Lágrimas de Mircea si fuera así, y para dormir un poco.
Pero era muy difícil con el brillante rostro de Jules mirándome así.
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó, cogiendo un saco del final de la
cama.
—¿Qué?
—Me vas a llevar contigo. Por eso has venido, ¿no?
—Mmhh.
—¿No fue por eso que viniste?
—No… exactamente.
—Pero lo harás, ¿no? —Se agachó frente a mí, porque Jules tenía más
de uno ochenta de alto lo que casi nos dejaba al mismo nivel—. Puedes
preguntar —me dijo con urgencia—. ¡Me dejarán ir si lo pides!
—¿Dejarte ir? Pero eres un humano. Ya no te controlan.
—¡Diles eso!
—¿Quieres decir que te mantienen aquí? ¿Como una especie de
prisionero?
—Ellos están… no lo sé. Dicen que puedo irme con el tiempo, pero no
me dicen cuándo. Y mientras tanto he estado aquí, justo aquí, desde que
me cambiaste. Tenían miedo de que la gente me viera en el hotel, así que me
trajeron aquí…
—¿Dónde es aquí?
—No lo sé. El lugar del cónsul, creo. Sólo sé que me fui a dormir y me
desperté aquí, ¡y ya no he estado fuera de aquí! Le pedí que me dejaran salir,
sólo para ver el amanecer, pero no me dejaron. Dijeron que alguien podría
verme, y… y tienes que sacarme, Cassie. ¡Prométeme que me sacarás!
—Lo haré —dije, tratando de calmarlo. Porque finalmente se había
quedado con una emoción y era pánico.
No entendía eso. Eché un vistazo alrededor de la habitación, pero no
me pareció tan mala. No había ventanas, por supuesto, presumiblemente
esto era una residencia de vampiros, por lo que no hay gran sorpresa en
eso. Todo lo demás parecía bastante cómodo. Había incluso una pequeña
televisión.
Y había estado aquí sólo un par de días.
Por supuesto, Jules no era exactamente el más estoico de los chicos.
Jules tendía a volverse loco por un uñero.
Pero, aun así.
—¿Qué es tan terrible? —le pregunté, honestamente desconcertada.
—¡Todo! —Bajó la voz; ¿por qué?, no lo sé. No era como si Mircea no
pudiera oírlo a un kilómetro de distancia—. Nada. No lo sé. —Puso los ojos
en blanco—. ¡Es espeluznante!
—¿Espeluznante?
—¡Este lugar está lleno de vampiros!
—Jules. Solías ser un vampiro.
—Sí, pero ahora no. Y ya no me miran de la misma manera. De
repente, no soy una persona. Soy… el almuerzo. O una rata de laboratorio
o… no lo sé. ¡Pero están planeando algo, sé que lo hacen, y necesito salir de
aquí antes de que imagen qué hacer!
—¿Una rata de laboratorio? ¿Por qué una rata de laboratorio?
Me miró con incredulidad.
—Cassie. ¿No lo entiendes? ¿No sabes lo que hiciste?
—Hiciste historia —dijo Mircea desde la puerta.
Miré hacia arriba y, bueno, Kit también había venido. Parecía aún más
arrugado que antes, porque había encontrado un abrigo que al parecer
había estado en el fondo de un cesto de ropa en algún lugar. O posiblemente
fue remolcado detrás de una furgoneta. Con su ropa arrugada y sus rizos
desordenados, sus ojos afilados y oscuros, parecía ligeramente un mejor
Columbo. O tal vez más que un poco, si no hubiera estado de pie junto a un
Adonis sin camisa.
Y frunciendo el ceño.
—Mircea… —dije, empezando a tener los pelos de punta, porque no
me lo imaginaba. Los ojos oscuros de Kit perforaron un agujero en los míos.
—Lo dejé entrar en mi mente —explicó Mircea—. No en el hechizo —
agregó, ante mi mirada de alarma. Porque lo último que necesitaba era que
el jefe de espionaje del senado examinara mi cráneo—. Yo no controlo esto;
tú lo haces.
—Mi madre lo hacía —corregí.
Pero Mircea negó.
—Ella pudo haber puesto el hechizo, pero no estaba dándole poder.
Tú lo hacías. Y a menos que esta magia se oponga a cualquier otro tipo que
conozcamos, el que da el poder a un hechizo lo controla.
—Pero no lo he estado controlando. No sé cómo controlarlo. —Me
había caído por el agujero del conejo y ni siquiera sabía cómo llegar a casa.
—Aun así, lo has estado poniendo a otras personas. En mí, en Jules.
—Por accidente.
—¿Y eso importa por qué? —dijo Marlowe bruscamente. Porque los
vampiros no tenían conceptos como circunstancias atenuantes. Al menos,
su código de ley no los tenía. Si haces algo, eres responsable de ello, no
importa por qué sucedió.
Así que, en lo que a Marlowe se refería, la pérdida de un vampiro
maestro era cien por ciento mía. Pero Jules no había sido su vampiro, así
que no vi cuál era su problema. Jules había pertenecido a Mircea, y parecía
que lo estaba tomando con calma.
Parecía que lo estaba tomando sospechosamente en calma.
Era una de las razones por las que me había llevado un tiempo notar
que últimamente me había estado evitando, porque yo también lo estaba
haciendo. Esperaba que él tuviera algunas cosas que decir sobre Jules,
junto con algunas otras cosas que habían sucedido recientemente. Pero se
veía de muy buen humor para alguien que acababa de ser privado del
equivalente vampiro de un billete ganador de la lotería.
Empecé a tener un mal presentimiento sobre esto.
—Estas cosas suceden —dijo Mircea con facilidad, haciendo que mi
medidor de alarma subiera un poco más—. Sin embargo, su nueva habilidad
puede ser la solución que hemos estado buscando.
—¿Qué solución? —pregunté, mirando hacia adelante y hacia atrás a
Kit. Pero, extrañamente para un tipo que se enorgullecía de saberlo todo, no
parecía que Kit lo supiera. Había trasladado su ceño fruncido a Mircea, y
estaba creciendo.
—¿De qué estábamos hablando? —me preguntó Mircea.
Me tomó un momento, porque no vi lo que tenía que ver una cosa con
la otra.
—La… invasión a Faerie?
Mircea sonrió.
Marlowe no lo hizo. Pero sus ojos se estrecharon. Y cambió de Mircea
de regreso a mí, con una nueva expresión en ellos.
Una que no me gustó.
—¿Qué? —le pregunté bruscamente.
Pero fue Mircea quien respondió.
—Como acabamos de comentar, la única opción para terminar esta
guerra es descubrir a los responsables. Y debemos hacerlo pronto, antes de
que logren traer a otro de los dioses para luchar por ellos. Sin embargo, eso
ha parecido imposible. Se esconden en Faerie, y nadie entra en Faerie a la
fuerza. Nunca se ha hecho. Por lo tanto, hemos estado bloqueados,
esperando a que nuestros aliados Fey nos ayuden o al menos para decirnos
dónde se encuentran nuestros enemigos. No han hecho nada.
—Y no tienen la intención de hacerlo —dijo Marlowe—. Ni siquiera nos
ayudarán a detener a los malditos contrabandistas; ¿cómo podemos esperar
que hagan algo que requiere un riesgo real?
—No podemos —dijo Mircea, todavía mirándome—. La
responsabilidad recae sobre nosotros. Solo nosotros entre la comunidad
sobrenatural no somos afectados por Faerie. Un vampiro es un vampiro,
donde quiera que esté. No adquirimos nuestra magia de la misma manera
que los otros grupos, y por lo tanto no sentimos los efectos de un mundo
extraño como otros lo hacen.
—Lo sienten cuando es hora de alimentarse —le señalé,
preguntándome a dónde iba con esto.
—Pero un maestro no necesita alimentarse a menudo…
—Lo hace si está herido.
—… y puede sacar fuerza de su familia en caso de lesión,
alimentándose a través de su conexión a ellos. Solos tenemos un vínculo
con este mundo, nuestra familia, nuestra fuente de magia, que sigue siendo
el mismo independientemente de dónde estemos.
—Si eres un maestro —señalé, porque todos los vampiros tenían
vínculos con sus familias, pero los maestros eran los únicos que podían
sacar el tipo de poder del que hablaba Mircea. Y la mayoría no lo eran.
—No —estuvo de acuerdo—. La mayoría no.
Hubo una pausa embarazosa.
Que se mantuvo así, porque todavía no estaba entendiendo esto.
—No entiendo cómo esperan hacer esto solos —dije—. O por qué lo
quieren. Los vampiros no son los únicos en peligro, así que ¿por qué todo
recae en…?
—Piénsalo, Cassie —dijo Mircea, sentándose en la cama a mi lado—.
Los magos son casi inútiles en Faerie; los demonios también. Los
cambiaformas podrían ser de alguna ayuda, pero son muy pocos en número
y poco confiables para contador con ellos. ¿Quién queda?
—Los aquelarres, por ejemplo —dije, hablando de los grupos de
usuarios mágicos que nunca habían estado bajo el control del Círculo—. Y
usan una forma de magia Fey…
—Pero diseñada para usarse en la tierra. Y tienen el mismo problema
de organización que los cambiaformas, más. No tienen una líder, están
fracturadas, no son confiables. Para evitar ser absorbidas por el Círculo, se
retiraron de él. Pero al hacerlo, cedieron gran parte de su poder en la
comunidad mágica que ahora gobierna el Círculo. Sería prudente no poner
demasiada fe en ellas. Pueden necesitarte, pero no pueden ser un activo
para ti.
Lo cual, en términos vampíricos, las hacía irrelevantes.
—Pero los vampiros no pueden invadir por sí mismos —dije, sintiendo
que estaba tomando pastillas locas—. Apenas tienen suficientes maestros
para dirigir todo ahora.
Los maestros eran la columna vertebral del mundo vampiro. Eran los
administradores, embajadores, gobernantes y policía. Sin mencionar la
fuente de todos los vampiros nuevos, ya que nadie debajo del nivel maestro
podía hacer ningún nuevo vampiro, además eran la razón por la que todo el
mundo vampiro no había sido aniquilado por los magos hace siglos.
En aquellos tiempos, el vampirismo había sido visto como la peste, y
los magos que los cazaban pensaban que eran médicos tratando de
erradicarla. Lo habían hecho con facilidad, matando a los vampiros de rango
y de archivo que habían encontrado cientos y luego miles. Hasta que se
encontraron con un grupo de maestros que se habían unido para joder algo
de mierda.
Y lo hicieron. Condujo a siglos de conflictos a partir de entonces, con
cada lado renovando la guerra cada vez que uno de ellos conseguía lo que
pensaban sería una ventaja. Me habían enseñado todo de niña, sobre todo
desde la perspectiva de los vampiros, pero los vampiros habrían causado
mucho daño, viendo un mundo sin magos como un paraíso donde podían
vivir, alimentarse y difundirse a voluntad.
Pero eso no sucedió porque los dos grupos se mantuvieron en
equilibrio entre sí, y por lo tanto sirvió como una especie de sistema no
oficial de verificación y equilibrio. Habían firmado un tratado hace años
profesando “amistad y cooperación”, pero de ninguna manera eso duraría si
de repente hubiese una gran ventaja para uno u otro lado.
Como la mayoría de los maestros siendo borrados en Faerie, por
ejemplo.
—No tienen tantos vampiros para sacrificar, o arriesgarse —dije.
Incluso con los seis senados, no…
Me detuve, la migaja de la pista acababa de golpearme bruscamente
entre los ojos.
Miré a Jules, que ahora estaba sentado al otro lado de la cama, ya que
Mircea había tomado su espacio. Me miró de nuevo, los ojos azules amplios
e inconscientes. Marlowe, por otra parte, estaba prácticamente vibrando.
No, pensé.
No, estoy imaginando cosas.
Pero una mirada a la cara de Mircea me dijo que no era así.
Estaba observándome, con una pequeña sonrisa en los labios, del tipo
que decía que ya había hecho todos los cálculos y sólo esperaba que lo
entendiera. Pero no lo entendía, porque había enfermedades y luego había
curas, y algunas de las curas eran tan malas como las enfermedades.
—¿Qué pasara después de la guerra? —pregunté abruptamente, y
tuve la pequeña satisfacción de verlo parpadear.
No porque no lo hubiera pensado también, sino porque no había
pensado que lo haría.
—Tenemos que ganar primero —señaló.
—Sí. Pero no de esta manera. —Empecé a levantarme.
Me cogió del brazo.
—Entonces, ¿de qué manera? ¿Qué quieres que hagamos?
—No lo sé. Pero tiene que haber otro…
—¿Crees que no hemos buscado uno? ¿Crees que no hemos tenido a
todos los expertos que poseemos trabajando en el problema? ¿Por meses?
En lo que se refiere a Faerie, simplemente no hay muchas opciones.
—¡Entonces busquen un poco más! ¡Esto es una locura!
—¿Por qué locura? —preguntó Mircea, aún sonando tan razonable—.
Si puedes deshacerte de un vampiro, puedes hacer lo contrario.
—¡No, no puedo! Puedo envejecerle, pero no puedo darle poder…
—Pero su amo puede.
Me detuve. Había estado a punto de señalar que toda esta discusión
era una pérdida de tiempo, ya que lo que podía hacer, no resultaría en nada
más que un bebé vampiro más viejo, como un niño de ochenta años, que no
ayudaría a nadie. Lo que significaba que no teníamos nada que discutir,
¿verdad?
Pero entonces las palabras de Mircea se postraron.
—¿Eso qué significa?
—Que ha habido una manera de acelerar el proceso, para el candidato
correcto. —Miró a Kit, quien frunció el ceño ferozmente.
—Ahora sé por qué me invitaron a esta pequeña conversación —dijo
amargamente.
—Dile a ella.
Parecía que había algunas cosas que a Kit le gustaría decirnos a los
dos, especialmente a Mircea. Pero no lo hizo. Sin embargo, su expresión no
se hizo más feliz.
—Se llama Push —dijo con voz vacilante, y Jules jadeó. Como si el
murciélago hubiera encontrado otra víctima. Marlowe lo ignoró—. Es un
método usado para hacer un maestro en unos pocos días en lugar de
algunos siglos. Se originó en tiempos de guerra, cuando muchos maestros
habían sido asesinados y se necesitaba reemplazarlos inmediatamente para
evitar el desastre. Estaba hecho de esta manera, y casi mueren como
resultado. La mayoría de los que intentan hacerlo, por lo que se utiliza sólo
en extremos.
No parecía que quisiera hablar de ello, así que no pregunté. Excepto
por lo obvio.
—¿Y esto que tiene que ver conmigo?
—Sabes cómo se hacen los vampiros —dijo Mircea.
—Por supuesto.
—La mordedura infecta el cuerpo, pero la fuerza para elevarse de
nuevo, para vivir como una nueva criatura, viene del maestro —dijo,
aclarándolo de todos modos—. Pero con el Push, al nuevo niño no se da
solamente la energía básica requerida para levantarse, se da mucho, mucho
más. Para la mayoría, es demasiado, demasiado pronto. No pueden
absorberlo, y nunca se levantan, muriendo no por el poder sino por tener
muy poco tiempo para absorberlo adecuadamente.
—Quieres que los envejezca mientras que su amo los alimenta —dije.
No me molesté en hacer una pregunta.
—Sí.
—¿Y el riesgo de matarlos si no funciona?
—Hay muchos que estarían encantados de tomar esa oportunidad.
Muchos de los que han renunciado a la esperanza de tal cosa, de un estado
al que nunca estarán destinados a ganar.
—Y hay una razón para eso, ¿verdad? —pregunté. Los maestros eran
las potencias del mundo de los vampiros, pero también eran peligrosos.
Extremadamente peligrosos. Y difíciles de controlar.
No importaba mucho, porque no había muchos maestros y el senado
los gobernaba con mano de hierro. Y debido a que los cientos de años, que
normalmente les tomaba hacer uno, daba hasta al espécimen más
enloquecido, incluso alguien como Jack, el feliz torturador en jefe del
senado, suficiente tiempo para ganar un poco de autocontrol. A Jack le
gustaba su trabajo, pero no iba corriendo por ahí haciendo más cosas por
sí mismo en estos días, como lo había hecho en la vida. Cuando había tenido
el lindo apodo de El Destripador.
Pero, ¿y si hubiera conseguido el estatus de maestro antes de tiempo?
¿Y si nunca hubiera tenido ese tiempo? ¿Y si tuviera el mismo poder, pero
no el control?
Me estremecí de horror, y ese era un solo uno. Si estaban planeando
una invasión…
—¿Cuántos?
—Cassie…
—¿Cuántos? —dije con fuerza, abrazándome. La toalla se había
sentido bien antes, pero de repente estaba húmeda. Como mi piel.
—No tengo la cifra exacta…
—¡Entonces conjetura!
—No más de los necesarios…
—Ahora mismo, el hecho de que no quieras decírmelo me preocupa.
Mircea frunció el ceño, como si sinceramente no hubiera esperado que
esto fuera difícil. Como, claro, te haré un ejército de maestros vampiros para
invadir Faerie, no hay problema. ¡Y luego fingir que no es mi culpa cuando
se den la vuelta y hagan lo mismo a la Tierra!
—Tendremos cuidado con la selección —dijo Mircea, observándome.
—No tendrás que preocuparte por eso.
—Cassie…
Pero antes de que pudiera reconfigurar su plan de ataque, el mismo
vampiro que lo había llamado la última vez regresó.
—Hora del espectáculo —dijo Marlowe sombríamente.
—Hablaremos más tarde —me prometió Mircea.
—¡No, maldita sea! Hablaremos…
Y justo así, regrese al Dante. Tendida en el piso de mi baño medio
inundado, porque no había cerrado la llave antes de que me fuera
bruscamente.
—… ahora —terminé furiosamente.
¡Hijo de puta!
Pasé los siguientes veinte minutos limpiando. Debí haber tirado el
jabón líquido de las manos cuando me caí, era del tipo espumoso. Así que
me desperté en un mar de burbujas, con una esponja en la nariz, y un
lavamanos en cascada derramándose sobre todo, como un Niágara en
miniatura.
Una inminente inundación, porque tenía mi culo en el desagüe.
Me levanté, cerré la llave del agua y empecé a empujar la marea hacia
la salida. Lo que no fue de gran ayuda, ya que me dejó con una marca de
jabón a lo largo de las paredes, como una marca de lo alto del agua. Tomé
cada toalla que tenía para limpiar y absorber el resto del desbordamiento.
Excepto el que yo misma provocaba, porque estaba goteando sobre todo.
Los muchachos me habían dicho que lo dejara para el servicio de
limpieza, pero ya les dábamos suficientes problemas. Y la limpieza me dio
la oportunidad de sacar la energía. Y ahora mismo, tenía un montón de ella.
Porque estaba enojada.
Lo cual era a la vez irritante y seriamente confuso, porque no sabía
por qué.
Quiero decir, sabía por qué. Era obvio por qué, de todos modos. Mircea
corría asustado, igual que Jonas. Pero cuando los maestros vampiros están
asustados, no hacían un círculo alrededor y se ponían a la defensiva.
Corrían hacia lo que les estuviera asustando, con armas y sus colmillos
descubiertos. Se volvían más peligrosos cuando tenían miedo, y no menos,
cada instinto les decía que buscaran sangre. Y Mircea, siendo más
inteligente que la mayoría, sobre algunas cosas, pensé, frotando ferozmente,
había encontrado una manera nueva y astuta de hacer eso.
—Tendremos cuidado con la selección.
Sí, estoy segura. Dicen que sí. Dicen que el senado podría mantener
bajo control a todos esos-nuevos-maestros-aturdidos-con-su-brillante-
poder. Lo cual era discutible porque algunos de ellos ya les habían causado
bastantes problemas algunas veces. Pero sólo por el bien de la discusión,
digamos que podrían hacerlo. Eso todavía dejaba algunas malditas
preguntas, ¿no? ¿Como qué vampiros serían?
Después de la guerra, ¿por quién pelearían? Porque había una alianza
entre los vampiros de los senados en este momento, pero era inestable en el
mejor de los casos, ya que todos se odiaban unos a otros. Pero odiaban más
a los dioses más. Así que ahora, los vampiros del mundo eran una familia
grande, infeliz y seriamente disfuncional, porque normalmente había seis
senados separados. Y los habría nuevamente, como un nanosegundo
después de que terminara la guerra.
Así que tuve que preguntarme cuando todo el polvo se asentara y
hubiéramos ganado, porque de lo contrario no importaba, ¿por quién
pelearían? O, lo que es más importante, ¿contra quién lucharían? ¿Otros
senados? ¿El Círculo? ¿Los humanos?
Porque podrían. Con un ejército de maestros vampiros, el senado sería
muy, muy capaz de cualquier cosa que quisiera. Y viejo o no, maduro o no,
responsable o no, no les das poder vampírico ilimitado de esa manera.
Simplemente no lo haces. Porque lo usarían. Tarde o temprano, de alguna
manera u otra, ¿y cuál sería el punto de todo esto entonces? ¿Salvar el
mundo de Ares para que pudiéramos desgarrarlo? ¡Sí, eso sería una mejora!
No era lo suficientemente estúpida como para pensar que me iban a
pedir invertir el proceso después de la guerra. Tomar a todos esos nuevos
brillantes maestros y convertirlos en viejos vampiros regulares. Por
supuesto.
Los vampiros mismos no lo soportarían, correrían a las colinas, harían
lo que fueran para no volverse esclavos. Y los maestros mayores de sus
familias probablemente los respaldarían, porque cualquier maestro que los
tuviera en su establo, alimentarían su base de poder más que un vampiro
normal. Así que les cortarías la garganta antes de dejar que revertir el
proceso.
Y eso si pudiera hacerlo, lo que dudaba, porque no iba a ser la fuente
del poder, ¿verdad? Se suponía que debía hacer el proceso más tolerable. La
cucharada de azúcar que ayudara a todo ese poder a no quemar hasta las
cenizas a los nuevos vampiros.
Así que no. Una vez que estuvieran aquí, se quedarían aquí. ¡Y eso no
sucedería!
Pero tan fantásticamente mala como era la idea, eso no era lo que me
había enojado. Y estaba furiosa, me di cuenta, no sólo molesta o irritada o
enojada. Estaba ardiendo, algo que me había tomado un tiempo darme
cuenta. porque no era una emoción que sintiera muy a menudo. No podías
permitirte esas emociones alrededor de Tony. Las emociones te hacían
visible, las emociones te hacían notar, y ser notado por lo general era algo
muy malo.
Tiré mi cepillo de dientes, que había encontrado en un viaje épico a la
bañera, a la basura, envolví las toallas en una empapada bata de baño y tiré
todo el desorden en una esquina. No era un trabajo perfecto, pero al menos
no inundaríamos a los chicos en la habitación de abajo.
Lo cual estaba igual de bien ya que eran parte de mis guardias, ¡no
había manera de que nadie más ocupara esa suite!
Luego volví a la ducha, porque estaba jabonosa, sudorosa, y porque
necesitaba refrescarme.
Y para averiguar por qué estaba furiosa, porque todavía no lo sabía.
Decidí que no estaba enojada por lo que Mircea había pedido. Podría
no saber mucho acerca de ser Pitia, pero conocía a los vampiros. Y ningún
vampiro en el mundo habría pasado una oportunidad como esa.
Y, de todos modos, podría haber pensado en ello primero, porque
Jules era suyo, así que él había oído hablar de eso primero, pero alguien
más habría surgido con la misma idea tarde o temprano. Marlowe o la propia
cónsul o alguien. Los vampiros no pasaban por alto las cosas que
probablemente aumentarían su base de poder, incluso una pequeña
cantidad.
Y esto no era pequeño.
Así que no, no estaba enojada con él por intentarlo.
Pero si no se trataba de esa cuestión, ¿de qué estaba tan indignada?
Porque lo estaba. Estaba muy, muy furiosa.
Y realmente no sabía qué hacer con eso.
El miedo, lo conocía, y el pánico, eran prácticamente mis mejores
amigos. Enfado, irritación, felicidad, alivio y muchas otras emociones,
porque todas esas eran las que me habían permitido crecer. Animada a
tenerlas, en el caso de las primeras, para mantenerme en línea.
Pero Tony, sólo había permitido que una persona se enojara, y no
había sido yo.
La ira era una emoción para el tipo a cargo. El enojo era algo que
sentían los maestros, una emoción vívida y ardiente que usaban como una
pestaña para mantener a sus hogares alineados. Al menos, lo hacían si eran
Tony. Yo sabía todo sobre la ira, estando en el extremo receptor a menudo,
pero del lado contrario…
Solía pensar que debía ser maravilloso poder estar así. Solamente
dejar salir todas esas emociones embotelladas y gritar y pisotear como él
hacía, cortar el aire y tirar cosas y… terminar sacándolo todo. Solía
pensarlo, cuando tenía que estar allí en la corte, en blanco, de frente y
cuidadosa, con todo bien embotellado en el interior, lo maravilloso que sería,
sólo una vez, poder enojarse.
Pero ahora no se sentía tan maravilloso.
Ahora me estaba causando náuseas, temblores y sintiéndome
ligeramente enferma.
No me gustaba estar enojada con Mircea.
Me gustaba estar sobre las manos de Mircea.
Y realmente le había echado de menos esta semana. No me había dado
cuenta qué tanto, hasta que lo volví a ver. E incluso esa primera mirada,
cuando había estado seriamente molesto, había sido tan agradable…
Hasta que tuvo que echarlo a perder.
Y finalmente, la luz iluminó.
No estaba tan enojada con Mircea por lo que dijo, sino por cuándo lo
dijo. Porque teníamos un trato. Un trato que habíamos hecho, de modo que
lo que hacíamos como Pitia y senador se mantuvieran alejado de lo que
hacíamos como Cassie y Mircea, y no trastornar nuestra vida personal. El
trabajo era trabajo y lo personal era personal, y se suponía que debían
permanecer agradablemente separado.
Era una buena teoría.
Me gustaba la teoría.
Incluso pensé que podría funcionar.
Pero no si seguía haciendo cosas así. Porque esta noche no había sido
una cita, no había sido un Oye, te he echado de menos; vamos a pasar el
rato, o incluso un No te he visto por un tiempo, así que ¿nos reunimos y
exploramos las posibilidades más cachondas de este nuevo poder? No. Si lo
hubiera hecho, entonces debería haberlo hecho y dicho, Buenas noches,
Cassie, al final. Pero en su lugar, ¿dónde había terminado? En la habitación
de Jules, recibiendo proposiciones de una manera totalmente nueva que no
era tan divertida, y…
¡Maldita sea! Me había olvidado de Jules. Y de las Lágrimas, que eran
un poco más apremiantes ahora, porque Jules no estaba a punto de morir.
Pero no había forma de que Mircea me las diera, suponiendo que tuviera
alguna. Él podría ofrecerme un trato, oh sí, jodidamente lo haría. Pero ¿dar?
¿Cuando tenía algo que los vampiros querían y no estaba dando nada a
cambio?
Ah-ah.
El comercio en el mundo vampiro no funcionaba así.
Y especialmente no cuando el artículo en cuestión era algo como esto.
Mircea no había puesto una porquería de tonelada de vampiros como
guardaespaldas sobre mí porque quería que anduviera corriendo por ahí.
Mircea quería que me quedara en mi bonito ático. Mircea quería que me
cortaran el cabello, las uñas y quizás ver un espectáculo de vez en cuando,
fuertemente vigilada, por supuesto. Mircea quería que actuara como las
otras mujeres que había tenido, de las que seguía escuchando indicios, pero
que nadie me daba detalles, mujeres que eran hermosas, elegantes y se
quedaban donde jodidamente las ponían.
Como esa mujer en la pintura.
Apuesto a que nunca le causó ningún problema, pensé con envidia.
Apuesto a que nunca camino a casa como una víctima de guerra. Apuesto a
que ella era perfecta, hermosa, dulce, suave y…
Me di cuenta que estaba frotando hasta el punto de quitarme la piel.
Puse la esponja restante abajo, agradablemente lento. Y comencé a enjuagar
en su lugar.
Así que no, negociar las Lágrimas con Mircea no iba a salir bien. Lo
sabía sin siquiera preguntar. Tendría una mejor oportunidad de conseguir
algunas con el Círculo, aunque Jonas probablemente también querría una
explicación, y dudaba que las consiguiera hasta que le dijera algo que le
gustara.
Y eso era enloquecedor. Era mi poción. Se elaboraba específicamente
para la Pitia, para usar cuando fuera necesario. ¿Desde cuándo él le decía
cuándo era eso?
Desde que la Pitia era yo, aparentemente.
Apuesto a que no le habría exigido una explicación a Agnes. Y Mircea,
si hubiera ido a él por alguna loca razón, tampoco lo habría hecho. El senado
había querido una Pitia por tanto tiempo, que habrían saltado a la
oportunidad de ayudarla, para que ella les debiera un favor.
Pero no yo.
Y, abruptamente, la pieza final del rompecabezas cayó en su lugar.
Porque yo esperaba que todo el mundo exigiera por qué lo necesitaba,
¿no? Y porque sería algo que todos aprobaran, para tener alguna posibilidad
de conseguirlo. Y mientras eso estaba enfureciéndome con Jonas, era peor
con Mircea.
Los vampiros respetaban el poder y la fuerza, eso era todo lo que ellos
respetaban. Había demostrado recientemente que tenía poder, de alguna
manera, logrando matar a un Spartoi, uno de los hijos semidioses de Ares,
en un duelo que muchos de los líderes vampiros habían visto. Les había
gustado eso. A ellos les había gustado tanto que habían firmado el tratado
de alianza un poco después, haciendo lo que nadie había esperado y
poniéndose bajo la dirección de la cónsul norteamericana.
Eso fue un gran trato. Eso nunca había ocurrido antes. Y sólo había
pasado porque se trataba de un poder que no sabían cómo contrarrestar y
que necesitaban a alguien de su lado que lo hiciera.
Les había mostrado el poder, el poder que no tenían, y había ayudado.
Pero no les había mostrado fuerza.
Porque la fuerza en el mundo del vampiro no significaba la capacidad
de doblar el acero. La chica vampiro más pequeña podía hacer eso. No, la
fuerza era otra cosa.
Fuerza era la cónsul diciendo con calma a otros cinco líderes del
senado, cada uno de ellos con cientos de años de edad y asombrosamente
poderosos, Voy a dirigir esta alianza, y hacerlo firmemente. La fuerza era un
maestro vampiro que se inclinaba ante otro y le daba el paso, no porque no
fuera tan fuerte, sino porque no estaba dispuesto a averiguarlo. La fuerza
era por qué los asientos del senado todavía eran determinados por duelos,
tan arcaicos que parecía en estos días. Debido a que, ser un líder en el
mundo de los vampiros no requería sólo ser poderoso, requería ser capaz de
decirle a otro maestro de primer nivel, este asiento es mío y lo tomaré.
Así que sí, había mostrado poder, pero hasta ahora, desde una
perspectiva vampiro, no había mostrado fuerza. Y ahora estaba pagando por
ello. Mircea podría amarme, pero no me respetaba. No habría tirado esa
trampa esta noche si me respetara.
Y eso, señoras y señores, era por eso que estaba furiosa. No porque
hubiera preguntado, sino por cuándo y cómo. Debido a la suposición de que
yo sólo lo haría, sin dudar, sin pensar. Que sólo podía decirme que él lo
quería y que lo haría.
O apuntarme al problema como un arma, porque las armas no
actuaban por su cuenta, ¿verdad? Las armas no tenían ideas ni opiniones.
Las armas eran sacadas cuando era necesario y dejadas en el cajón el resto
del tiempo.
O en una suite en un hotel en Las Vegas.
Algo me sacudió de un sueño muerto a la mañana siguiente, y rodé
para ver el reloj. Apenas eran las siete de la mañana, pero no volví a dormir.
Porque tenía un trabajo que hacer y porque necesitaba encontrar algo para
detener el golpeteo en mi cabeza.
Lo cual tardíamente me di cuenta que no venía de mi cabeza.
Venía desde la puerta.
Me quedé mirándola con tristeza y me pregunté si me importaba.
Entonces la puerta se abrió de golpe, una mujer de ojos oscuros y cabello
oscuro entró, gritando mi nombre incluso después de ser abordada por
Marco en un salto volador.
Lo cual se convirtió en un viaje en la dirección opuesta cuando ella lo
desvió con un gesto, enviándolo de regreso por el aire y luego a través de la
pared.
Me senté.
Supongo que importaba.
Me tomó un segundo averiguar a quién estaba mirando, porque no la
había visto con demasiada frecuencia. Y cuando lo hice, había estado un
poco más distinta. Íncubo, o súcubo, supongo, en este caso, normalmente
no tienen cuerpos, porque se necesita una enorme cantidad de poder el
manifestarlos.
Pero, esta súcubo en particular había estado en la tierra algo así como
cuatrocientos años y tenía poder para quemar.
—¿Rian? —dije con tristeza, y levanté una mano para que nadie
decidiera dispararle.
Incluyendo a Marco, que acababa de regresar corriendo, armado.
—Está bien —le dije—. Ella es… solía ser la novia de Casanova.
—¡Todavía soy su novia! —Rian me miró salvajemente, cabello oscuro
por todas partes. Supuse que el cabello verdadero era más difícil de manejar
que el de tipo espíritu que tenía hasta hace poco. Porque era un poco
escalofriante.
Por otra parte, podría haber sido porque ella seguía jalándolo.
—Está bien, sigues siendo su novia —le dije, porque esto parecía ser
importante por alguna razón—. Estoy segura que se alegrará de oír eso.
—¡No estará feliz, no será feliz en absoluto!
—¿Y por qué es eso? —preguntó Marco, como si quisiera presentarla
a la ventana más cercana. Del tipo sin balcón.
Pero a Rian no parecía que le importara.
—¡Porque está a punto de morir! —gritó, y me agarró la mano
Y lo siguiente que supe fue que nos materializamos con un ruido de
rugido, como una ola que se estrellaba contra una playa.
Mil olas en mil playas, pensé, momentáneamente ensordecida. Y
mirando alrededor un montón de espaldas, porque habíamos aterrizado en
medio de una multitud.
Nunca me metía en multitudes por temor a terminar dentro de otra
persona, pero Rian debía tener un mejor control. Posiblemente porque ella
no se desplazaba exactamente, sino que podía hacer la transición entre los
mundos humano y demoníaco. Que es donde parecía que estábamos, en
medio de una multitud de lo que parecían ser algunas gradas de madera
viejas.
Creí que podría haber una arena abajo, que las gradas estaban
rodeando, pero era difícil de decir ya que todo el mundo era más alto que
yo. Y muchos de ellos estaban sosteniendo vasos enormes de cerveza y
palomitas de maíz en el medio. Junto con los típicos aperitivos chatarra del
estadio, como nachos, chili-hot-dog y enormes insectos negros que se
retorcían en un palo, todavía tratando de agarrar y morder a pesar de estar
perforados.
Rian me arrastró más allá de todo, todavía mirando fijamente y la
escena onduló en los bordes. Otros agujeros aparecieron aquí y allá, tal vez
porque había demasiadas personas para compensar cualquier glamour. O
tal vez porque no había sustituto alguno para ellos, nada excepto
estremecerse de horror.
Retrocedí ante algo que había visto una vez, una gigantesca babosa
clara de hombre, con unos demoníacos ojos acechado dentro de su enorme
vientre, negros y rojos ojos visibles a través de las brillantes capas de grasa
translúcida. Lo cual ya era bastante horrible, incluso antes de que sus rojos
ojos se fijaran en los míos.
Empecé a retroceder en otra dirección porque no, no, no…
Y encontré otra cosa.
Algo que parecía una especie de centauro, si en lugar de tener la mitad
trasera de un caballo se sustituía por la de un escorpión del tamaño de un
caballo, con la cola de púas rizada, demasiadas patas y tenazas en el lugar
de manos. Me aparté de él —también—, mirando de aquí para allá, pero sin
ver ninguna salida. Sólo una multitud de monstruos que también estaban
viéndome y se estaban acercando por todos lados, olvidando las palomitas
de maíz o lo que el infierno fuera, precipitándose en una carrera por una
verdadera comida.
Grité y me desplacé, sin pensar en ninguna parte, solo “lejos”.
Y lejos es a donde fui, sólo que no fue una mejora. Levanté la mirada
en pánico, desde las cuclillas en las que había aterrizado, me encontré en
medio de un enorme espacio abierto, rodeada de altos puestos llenos de
monstruos. Y, sí, era una arena, muy bien, llena de lo que debían de ser diez
mil fans gritando, como en un partido de fútbol de las Grandes Ligas. Sólo
que no vi un balón de fútbol.
Sin embargo, vi la tenaza gigante que aró el suelo un segundo
después, remolcando y arrojando mucha arena. Y a Casanova, al habitual
gerente del casino, impecable y cortés, pasar por delante con un taparrabos
y una expresión que iba más allá del pánico, dejando el miedo en el polvo y
entrando en pleno territorio de ataque cardíaco. Sólo que él era un vampiro,
y su corazón no sufría ataques.
Pero alguien más sí. Tuve medio segundo para ver un enorme
caparazón venir hacia mí, negro, grasoso y brillante bajo las luces, antes de
que bloqueara la mayoría de ellas. Junto con los puestos, la multitud y el
cielo, porque la cosa era tan grande como un autobús. Y eso sin contar las
piernas peludas como troncos de árboles que me enjaularon por todos lados,
antes de que una protrusión tan grande como una espada saliera…
Y fallará, porque acababa de desplazar a Casanova. Que estaba a
medio camino atravesando el suelo arenoso y moviéndose rápidamente. Al
menos lo estaba hasta que me encontró y nos enredamos en una bola de
baile, maldiciones, gritos, y nos desplacé…
De regreso a mis habitaciones en el Dante.
Golpeé el suelo de mármol, esparciendo arena por todas partes, Marco
me agarró con un gruñido, por qué, no estaba segura.
Hasta que me di cuenta que… Casanova no había venido conmigo, a
pesar de que me había aferrado a él con ambos brazos y una pierna cuando
me desplace.
Pero había algo más sí lo hizo.
Otra cosa de la que ni siquiera conseguí un buen agarre antes de que
saltara de mi espalda a la cara de Marco, como un loco apéndice de
alienígena. Largas y negras piernas del tamaño de un rey cangrejo envueltas
alrededor de su cabeza, extendiéndose de un cuerpo como de escarabajo,
una miniatura de la que acababa de huir. Y del que tenía ganas de huir de
nuevo, pero en lugar de eso gritaba:
—¡Quítenselo! ¡Quítenselo de encima! —Mientras una docena de
vampiros trataban de hacer eso.
Fred salió de la suite con un cuchillo de cocina y lo hundió en el
espacio donde el horrible cuerpo de la criatura se encontraba con la cabeza
fea. Y jaló hacia atrás, supongo que tratando de despegar la horrible
cáscara. Terminó con sólo un cuchillo roto para su problema.
Así que en su lugar intentó usar sus manos, antes de saltar hacia
atrás.
—¡Mierda! ¡Mierda!
—¿Qué? —le dije, temiendo que fuera a decir “veneno”.
—La maldita cáscara es afilada. ¡Casi me cortó la mano!
—¡Ten! —Uno de los muchachos le arrojó una chaqueta, la cual
envolvió alrededor de sus dedos sangrantes antes de intentarlo otra vez.
Y esta vez, en realidad se las arregló para despegar el caparazón, con
un horrible silbido que pensé que podría escuchar en mis pesadillas a partir
de ahora. Y entonces Rico apareció, bloqueando la entrada a la parte
principal de la suite con una expresión que decía que no estaba dispuesto a
que un pelotón pasara por delante de él, Marco estaba agarrando el cuchillo.
Y arrojándose sobre la criatura, que acababa de rebotar de la pared al suelo
y todavía se movía.
Mordiendo, luchando y corriendo alrededor del vestíbulo, dejando un
rastro de baba detrás que no estaba corroyendo el suelo, sino que estaba
haciendo tropezar a los vampiros tratando de atraparlo. Entonces la criatura
se lanzó hacia mí de nuevo, sólo para quedar atrapada en el aire por el
cuchillo de Marco, antes de golpearla contra la pared sobre mi hombro
izquierdo.
Ambos lo miramos por un segundo, el tembloroso cuchillo dentro del
cuerpo que seguía moviéndose, la salpicadura de lodo negro que había
manchado el yeso y las manchas de lado izquierdo por todo mi corto camisón
rosa, y la chirriante cosa chillando.
De repente, salió de la pared y volvió a atacarme.
—¡Puta madre! —dijo Marco, agarrándolo y apuñalándolo una y otra
vez, luego Rian regresó y de repente nos encontrábamos en algún otro lugar,
en algún lugar con una multitud animada, luces deslumbrantes y una mesa
de buffet gimiendo.
Me quedé mirando a esto último por un segundo, incapaz de seguir
adelante. Y entonces lo noté: la multitud seguía siendo audible, pero
amortiguada. Las deslumbrantes luces estaban por fuera de una gran
ventana de observación, como un domo en un estadio. El grupo bien vestido
alrededor del buffet me miraba con una sorpresa cortes, pero nada más. Lo
más que recibí fue una ceja levemente arqueada por estar allí cubierta de
sangre negra y jadear.
Y eso fue de Adra, el jefe del concilio demoníaco, que parecía tan
agradable como siempre.
—¿Hay algún problema? —preguntó amablemente, justo antes de que
Marco gritase y se fuera sobre él, porque de alguna manera también había
venido.
Intenté detenerlo, pero un vampiro maestro se mueve como un
relámpago, y ni siquiera abrí la boca antes de que me pasara en un borrón
de movimiento.
Y luego se quedó inmóvil, a medio salto, sostenido en su lugar por
nada que pudiera ver, porque Adra no se había movido tanto.
Por un momento, todo se detuvo. No hubo sonido alguno, aparte del
ruido del océano de la multitud, ningún movimiento excepto por el de dos
maestros vampiros que habían estado tratando de matar en el último
minuto retorciendo el extremo del cuchillo de Marco y escurriéndose lejos,
nada más que un vampiro de repente se dio cuenta que ya no estaba en
Kansas y rodó sus conmocionados ojos oscuros hacía mí.
Me lamí los labios.
Y luego Rian irrumpió en una puerta que no había notado, con ojos
salvajes y frenéticos, su largo cabello oscuro enredado en su hermoso rostro.
—¡Lo están matando! —me dijo, agarrándome la mano.
Y corrimos.
El sonido de la multitud me golpeó en la cara cuando salimos de la
habitación principal a un balcón, una cosa ancha y afelpada como la suite
detrás de nosotros, a diferencia del resto del estadio deteriorado. Pero
cuando crucé la extensión y me recargué sobre la barandilla, vi lo mismo
que antes, sólo que desde un mejor punto de vista: Casanova en medio de
un mar de arena, siendo perseguido por media docena de diferentes tipos
de criaturas, desnudo, sangrando e indefenso, o tanto como lo está un
vampiro maestro.
Parecía estar jodidamente indefenso ahora mismo.
Rian lo miró fijamente, con las manos apretadas, la cara frenética,
furiosa y aterrorizada, mientras evitaba estrechamente ser empalado por lo
que parecía un escarabajo gigante. Era el mismo que casi me había
arrollado, y me había equivocado en el tamaño. Las piernas eran tan grandes
como las grúas, el caparazón era del tamaño de una casa, y debía de ser de
diamante duro, porque en el siguiente segundo, Casanova saltó sobre la
parte superior y dejó caer dos puños juntos con la fuerza de un maestro
detrás de ellos.
Y ni siquiera lo arañó.
La criatura tuvo mejor suerte, arrojándolo con un movimiento de
torsión. Las piernas, podrían haber sido enormes, pero eran realmente
rápidas, comenzaron a golpear, aquí, allá, por todas partes, lo cual era
bastante fácil considerando que la cosa tenía seis. Y Casanova estaba
haciendo lo que parecía una danza interpretativa, pero era más como huir
por su vida mientras los movimientos de la criatura lanzaban enormes
cantidades de arena, medio ocultándolo de la vista.
Lo oculto, cuando la cosa dejó de intentar atraparlo y empezó a
intentar enterrarlo en su lugar, estrellándose contra el suelo y arrojando
grandes cantidades de arena a la parte superior de su caparazón con cada
pierna que tenía.
Hasta que lo desplacé al otro extremo de la arena, un movimiento que
me envió sobre mis rodillas, ya sea por el tamaño de la cosa o porque ya no
estábamos en la tierra, no estaba segura.
—¡Cassie, Cassie! —Alguien estaba gritando, creo que era Rian.
Posiblemente porque mi borrosa visión me mostró que acababa de gastar
mucho poder para muy poco resultado. Miré a través de los pasamanos
mientras Casanova se abría camino en la arena, sus buenas costumbres
españolas, ahora sucias y salvajes, aunque esto último podría haber tenido
algo que ver con el hecho de que el enorme escarabajo, estaba en camino de
regreso hacia él.
Así que le di vuelta, y oh Dios, no fue bueno, no fue bueno, no fue
bueno, pensé cuando una oleada de náuseas paralizante me golpeó como
un martillo, lo suficientemente duro como para dejarme caer el resto del
camino hasta el suelo. Pero tenía que levantarme, porque algo estaba
pasando. Y dudaba que fuera algo bueno, porque ¿cuándo lo era? Y porque
a la gente parecía gustarle.
La subida del sonido desde abajo era casi ensordecedor incluso en lo
alto, aumentando la confusión en mi cabeza, el golpeteo en mis oídos y la
enfermiza náusea en mi intestino cuando agarré la mano de Rian, tratando
de ponerme de pie.
Y descubrí que, en su lugar, era la mano de Adra.
—Impresionante —me dijo, levantándome con tanta facilidad como si
no pesara nada.
Hoy parecía un banquero gordo, con un traje gris muy bien ajustado
que estaba considerando seriamente lanzar por todos lados.
Pero no lo hice. Porque pude ver la arena sobre su hombro, y… y no
había sido tan malo, después de todo. Dejé ir de su mano para agarrar la
barandilla, a tiempo para ver a un montón de las pequeñas cosas bichos
atacar a la cosa que era como bicho enorme. Junto con algunas otras cosas,
la mitad de las cuales hacían que mi cerebro doliera con solo mirarlas,
porque supongo que el glamour tampoco podía hacer nada con ellas. Pero
de repente corrieron hacia adelante, habían estado abrazando las líneas
laterales, a la espera de los restos, pero ahora estaban viendo una
oportunidad para una fiesta.
Debido a que el enorme escarabajo seguía sobre su espalda,
balanceándose de lado a lado, tratando de recuperarse, pero no tenía mucha
suerte. Tal vez porque estaba siendo atacado por lo que tenía que ser un
centenar de otras criaturas. Y supongo que el vientre no era tan duro como
el caparazón, porque estaban devorándolo rápido.
Desvié la mirada, aliviada y enferma en la misma medida. Hasta que
vi a Casanova corriendo, mirándonos y gritando algo que no podía oír sobre
la multitud. Pero supongo que Adra lo hizo, porque también me miró y negó.
—Denegado.
Y supongo que Casanova oyó eso, porque empezó a agitar sus brazos
furiosamente y gritando algo que todavía no podía oír, pero no tenía que
hacerlo.
—¿Qué… que se le niega? —le pregunté mientras Rian miraba a Adra
con odio desenmascarado en su rostro.
—Lo mató —le reclamó—. Dijiste que podía irse si…
—No mató nada —le dijo Adra, alisando el pequeño bigote que había
adquirido desde la última vez que lo vi, supongo que intentaba nuevas
formas de vestir el rostro de pudín. Era tan rubio como su cabello, así que
no hacía mucha diferencia—. Fue salvado por la Pitia, aunque sólo sea
momentáneamente.
—¿Momentáneamente? —pregunté, mirando hacia atrás y adelante
entre ellos—. ¿Por qué, momentáneamente?
—¡Pero está muerto! —gritó Rian—. Eso es lo que querías,
entretenimiento para tus criaturas…
—No se trata de entretenimiento —dijo Adra.
—… ¡y lo has tenido! ¡Ahora déjalo ir!
—Él ha derrotado a un oponente por su cuenta. Rompió la ley, invadió
un estado soberano…
—¿Qué estado? —pregunté, súbitamente temerosa de que lo supiera.
La ceja casi invisible subió de nuevo.
—Tú estabas ahí.
—El de Rosier.
Recibí una ligera inclinación de cabeza que no necesitaba, porque
sacar a Pritkin de la corte de su padre había requerido entrar en dicha corte
en primer lugar. Y eso había requerido de Rian, que, como uno de los
súcubos de Rosier, lo conocía como la palma de su mano. Pero, por
desgracia, lo contrario también fue cierto.
Ella era conocida por demasiada gente, que podría haber adivinado lo
que estábamos haciendo si la hubieran visto. Así que necesitaba viajar
dentro del cuerpo de su anfitrión, el desafortunado anfitrión era Casanova,
donde ella era casi invisible. Y había dicho que podía protegerlo, que no
estaría en peligro, y ambos lo creímos…
Y ahora solo habíamos conseguido que lo mataran.
No. Yo lo había matado. Había propuesto la maldita misión; había
convencido a Rian de que lo ayudara; había ordenado a Caleb, un amigo
mago de guerra de Pritkin, arrastrar a Casanova literalmente al Infierno y
de regreso, pateando, gritando y protestando todo el camino. Y ahora estaba
pagando por ello.
—Lo hizo bajo mis órdenes —dije, tratando de mantener el temblor
fuera de mi voz. Porque dudaba que los demonios fueran más débiles que
los vampiros.
—¡Sí! —dijo Rian, aferrándose al comentario—. ¡Sí! ¡La Pitia dio la
orden, y acaba de derrotar a tu criatura! ¡Se acabó!
—Esto no ha terminado —dijo Adra suavemente.
—Se supone que me estás ayudando a encontrar a mis acólitas —
señalé, tratando de mantener mi nivel de voz—. No privándome de un aliado.
—Un pobre aliado.
—Se las arregló para atacar a una de sus cortes.
—Sí. —Adra miró por encima del balcón—. Estoy seguro que fue una
gran ayuda.
No miré para ver lo que Casanova estaba haciendo. Probablemente no
quería saberlo.
—Entonces, ¿por qué castigarlo?
Adra se encogió de hombros.
—Proceso de eliminación. El príncipe ya estaba castigado. Tú eres una
aliada necesaria, y, en cualquier caso, tu poder hace cualquier lucha…
desigual. Rian informó a su amo de su intención, por lo tanto, ganó un
perdón. Y el mago de la guerra que usaste… —Tronó sus dedos.
—Caleb Carter.
—Sí. Está protegido por un tratado que tenemos con el Círculo de
Plata. Y aunque no lo hiciera, se podría argumentar que estaba participando
como tu guardaespaldas y, por lo tanto, estaba bajo tu control.
—¿Y Casanova? ¿Por qué no puede ser considerado un
guardaespaldas?
Los ojos grises miraron detrás de mí. Me giré para ver a Casanova
huyendo de un grupo de pequeñas cosas como insectos, ninguno más
grande que el tamaño de mi mano, saltaban a lo largo de la nube de polvo
detrás de él, mordisqueando sus talones.
Me giré hacia Adra y probé otra táctica.
—¿Por qué castigar a alguien? No se hizo daño. Rosier ni siquiera…
—Siento disentir. Se ha hecho daño. Nuestras fronteras son
inviolables; han estado así desde los sufrimientos que siguieron del tiempo
de tu madre, cuando los extensos ejércitos las mantuvieron a gran costo.
Los ejércitos ya no existen, se han disuelto desde hace mucho tiempo. Pero
la idea permanece. Permitir que cualquier persona, incluso tú,
especialmente tú, viole su soberanía con impunidad, sería desafiar esa idea,
y podría conducir a una desgracia incalculable.
—Vas a hacer un ejemplo con él —dije, porque por supuesto que lo
hacía.
Sentí un peso de plomo caer en mi estómago.
—Somos aliados. —Lo intenté de nuevo—. Nuevos. Como un gesto de
amistad…
—Pero ya estoy haciendo un gesto así, ¿verdad? Y no sólo yo tengo
voz. El Concilio se verá presionado al encontrar una razón para regresarlo a
quien rompió nuestras fronteras.
Tragué.
Sí.
Eso podría ser complicado.
—¡Cassie, por favor! —dijo Rian. Y luego giró sobre Adra—. Cómo
puedes…
Pero levantó una mano. Y se centró en algún lugar detrás de mi
cabeza.
—Ahh —murmuró.
Me habría dado la vuelta, pero realmente no quería saber lo que el jefe
del concilio demoniaco pensaba que merecía ese sonido. Y porque estaba
tratando de escanear la arena, para ver si había algo que Casanova pudiera
usar como arma. Pero supongo que no eran permitidas. Porque todo lo que
vi fue el enorme óvalo, ahora terriblemente picado, y lleno de cosas
dispersas. Y una enorme puerta de madera de hierro en el extremo lejano,
que estaba cerrada pero que varias criaturas pesadas avanzaban hacia
ambos lados.
No quería saber qué había detrás de esa puerta.
Realmente no lo quería.
Aún más, no quería pelear. Adra probablemente podría mantener esto
todo el día, pero yo no podía, y Casanova tampoco podía. Necesitábamos
otra solución. La necesitábamos ahora.
Lo que conseguíamos en su lugar eran más problemas.
Una delgada muñeca cubría la barandilla del balcón, justo al lado de
la mía. Era color miel y elegante, con uñas verdes esmeraldas, y tenía una
víbora enroscada alrededor como una pulsera. La serpiente sacudió una fina
y negra lengua hacia mí.
Cerré los ojos.
—No necesito esto —susurré.
—Y puedo preguntar —una voz familiar y sibilante preguntó—, ¿qué
es “esto” que no necesitas?
Me giré y vi lo que parecía ser todo el maldito senado arremolinándose
alrededor del balcón, con un aspecto mucho menos hastiado que de
costumbre. Incluyendo a Mircea, oscuramente guapo en un traje de
negocios azul marino, colocándose detrás de la reina con el fetiche de la
serpiente. Parecía un poco sorprendido, que era el equivalente vampírico de
atónito, pero en ese momento no me importaba.
Porque, ¿por qué no pensé que había llegado a través de un portal?
—¿Número equivocado? —pregunté bruscamente.
—Número correcto, dirección incorrecta —murmuró, casi
confirmándolo. Debían haber planeado arrastrarme a una especie de
teleconferencia metafísica a través del enlace en el cerebro de Mircea, pero
en lugar de eso fueron arrastrados.
Bien, pensé maliciosamente. Tal vez les enseñaría algo. Aunque a
juzgar por la expresión de su alteza, lo dudaba.
La líder del senado hoy debía estar en modo casual, porque había
intercambiado la túnica de serpientes que se retorcían, la que usaba
generalmente para asustar a los seres humanos, por un caftán que fluía en
brillante seda verde. Envío su oscura mirada de ojos negros, y podría haber
parecido casi normal, excepto por las dos bandas vivas envueltas alrededor
de ella como un cinturón.
Por lo general parecía extraña.
Por lo general, parecía aterradora.
En este momento, aquí mismo, parecía trillada, ordinaria, casi
aburrida.
Excepto por los brillantes ojos abiertos, que carecían del habitual
tedio que reservaba para la mayor parte de vidas, pero sobre todo para mí.
En este momento estaban animados y curiosos, rápidamente entraban en
la escena. Como un niño en la mañana de Navidad, que de alguna manera
lograba hacerla aún más espeluznante que de costumbre.
Suprimí un estremecimiento e intenté alejarme, pero una mano
enjoyada se estiró y agarró mi muñeca, rápida como una serpiente.
Me pregunto de dónde saqué esa analogía, pensé, mientras otra de sus
mascotas me silbaba.
No me silbaba, pero estaba cerca. Estaba jodidamente cerca,
especialmente cuando esas garras verdes comenzaron a clavarse en mi piel.
De repente, me alegré de que estuviera casi agotada, porque si tuviera poder
de sobra, juro por Dios…
—¿Dónde estamos? —preguntó ella, un poco menos cortés.
—¿Dónde parece que estamos? —gruñí, probablemente iba a pagarlo
más tarde, pero maldita sea, ¡no necesitaba esto ahora mismo!
—¡Cassie! —dijo Rian con urgencia.
—¡Estoy pensando! —le dije. Y lo estaba. Pero sobre todo lo que estaba
pensando era que acabábamos de matar a Casanova.
Entonces supe que lo habíamos hecho, cuando la multitud se volvió
loca, el ruido en una ola como un golpe físico. Y las enormes puertas al final
de la arena se abrieron con un ruido como de metal rompiéndose, cortando
incluso la cacofonía que seguía por debajo. Agarré la barandilla, rezando por
algo factible, algo fácil, algo, cualquier cosa, que Casanova pudiera ser capaz
de manejar.
Y eso no lo era.
—¿Qué mierda? —dije con incredulidad.
—No —susurró Rian, su mano agarrando la barandilla lo suficiente
fuerte como para doblarla.
—Qué maravilloso —dijo la cónsul, inclinándose sobre el balcón como
una niña en un desfile, tratando de ver mejor.
Pensé seriamente en empujarla.
Pero entonces Casanova corrió de nuevo, ya no se defendió de nada,
porque todo lo demás en la arena se había lanzado a cubrirse, un centenar
de pequeñas criaturas se hundían bajo la arena, escondiéndose como si
nunca hubieran existido. Dejándolo solo en el enorme espacio, a excepción
de la gigantesca cosa que acababa de aplastar a uno de los guardias bajo
una enorme garra, con un crujido que resonó en los soportes y a través de
mi cabeza. Entonces agarré a Adra por el frente de su chaqueta gris.
—¿Por qué no lo matas? ¡Bien podrías!
—Cassie. —Era la voz de Mircea en mi oído, y su mano en mi hombro,
pero en ese momento no me importaba.
—Las reglas del desafío son claras —me dijo Adra.
—¡Esto no es un desafío, es una matanza!
—… la selección es aleatoria…
—¡Es una mierda! ¡Dale algo! Dale una oportunidad…
Suaves ojos grises bajaron la mirada hacia los míos, pero no estaban
enojados. Estaban atentos, curiosos, comedidos. Como si no pudiera
entenderme.
Y entonces Rian empujó entre nosotros dos, su hermoso rostro
distorsionado por el dolor, el miedo y la misma rabia impotente que yo
sentía.
—¡Déjame ir con él!
Adra la miró.
—Has sido perdonada.
—¡Renuncio!
—¿Podemos hacer eso? —pregunté, apretando las manos en las
solapas de Adra.
Como Mircea mis hombros.
—¡No!
—¿Podemos? —pregunté con urgencia, mirando fijamente los ojos
grises. Porque podría ser capaz de…
Y entonces estaba siendo sacudida, lo suficientemente duro como
para casi enviarme al piso, pero por los brazos enjaulándome.
—Mircea —dijo la cónsul.
—¡Ella no va a enfrentarse a esa cosa!
—¡Esa no es tu decisión! —le dije, furiosa—. Lo metí en esto…
—¡Y ahora te vas a quedar fuera!
—¡No respondo ante ti!
—Estás cansada —dijo Adra, observándome—. Y tu poder es débil
aquí. Has derrotado a un retador, pero te aseguro que éste no será tan fácil.
¿Realmente crees que puedes soportarlo?
—¡Sé muy bien que Casanova no puede!
—¿Y te arriesgarías por él?
—¡Sí!
—Él no es de tu clase; no es tu responsabilidad.
—¡Estoy haciéndolo mío!
—¿Por qué? Nos sorprendió que te arriesgaras a salvar tu corte, pero
son tuyas: tu base de poder, tu clan. Te dan fuerza y prestigio. Permitirles
que murieran cortaría ambos…
—¿Honestamente es todo lo que puedes ver? ¿Todo lo que puedes
entender?
—Es lo que la mayoría de la gente entiende. ¿Por qué arriesgarte por
alguien que no es tuyo? ¿Por qué no sacrificarlo y salvarte?
—Es un amigo.
—Mientes. Ni siquiera te gusta.
—¿Cómo…?
—Sabemos mucho. Entendemos mucho. A ti no te entendemos.
—¿Qué es tan difícil? —dije, mirando a Casanova, directamente a él.
Porque ya no estaba corriendo. No estaba peleando. Él estaba allí de pie,
debajo del balcón, mirándonos fijamente. Porque sabía que era la única
oportunidad que tenía.
Y lo era, pero yo no conocía a estas personas, no sabía qué podría
funcionar con ellas, incluso si hubiera sido capaz de pensar con claridad.
—Mircea —le dije, porque él era el que tenía la lengua de oro, el que
podía hablar para salir de cualquier cosa.
Cualquier cosa excepto esto.
—El senado pagará el rescate —dijo Mircea a Adra con fuerza, con la
mano apretada en mis hombros, porque Casanova también era suyo.
—¿Lo haremos? —preguntó la cónsul.
—Entonces lo rescataré —miró a Adra—. ¡Di tu precio!
—No hay moneda que tengas que queramos —murmuró Adra, con los
ojos clavados en los míos—. Explícame —me dijo.
—Yo… No sé lo que quieres oír.
—La verdad.
—¿Lo creerías?
—Pruébame.
Extendí mis manos, desesperada, aterrorizada. Porque esa cosa
estaba viniendo hacia acá, sacudiendo el suelo mientras caminaba, y no
tenía las palabras, no las que alguien como Adra probablemente entendería.
Cómo explicar que había tenido tan pocas personas en mi vida en las que
podía confiar para cualquier cosa, tan pocas que no me usaban o me
apuñalaban por la espalda o me traicionaban. Cómo las pocas que tenía
eran tan preciadas, tan valiosas: Mircea, Pritkin, Tami, Billy, Marco, y, sí,
incluso Casanova, aunque probablemente se sorprendería si lo escuchara.
—Es mi amigo —dije—. Él me ayudó. No sé cuáles son sus criterios
para “amigo”, pero ¡no siempre me gustan todos los míos! Él se quedó a mi
lado, a regañadientes, pero lo hizo, y me salvó cuando no tenía que hacerlo,
y… y me ayudó. ¿Y ahora debo darle la espalda? ¿Se supone que debo estar
aquí y dejarlo morir?
Los ojos grises examinaron los míos durante un largo momento, y
luego apartaron la mirada.
—No.
—¿No? Entonces puedo…
—Tú no. —Adra hizo un pequeño movimiento con la cabeza hacia la
arena—. Rian.
Y eso era todo lo que necesitaba.
Antes de comprender lo que había sucedido, Rian había perdido su
forma humana y se había disuelto en una nube de niebla espumosa. Y voló
sobre el balcón, buceando directamente en la diminuta forma de su amante,
muy abajo. Y desapareció.
—¿Qué puede hacer? —preguntó la cónsul, inclinándose más hacia el
balcón.
—Observa y verás —dijo Adra justo antes de que todos tuviéramos
que retroceder, cuando una cabeza escamosa salió desgarrando la abertura
del balcón, arrancando trozos de piedra, doblando vigas de metal como papel
de aluminio y enviando una ola de polvo y una ráfaga de aliento ardiente
sobre nosotros.
Pero no fuego. Casanova no estaba frente a un dragón, porque los
dragones eran Fey, no demonios. Y porque no era tan afortunado.
Entonces Adra, que no solo no se había molestado en moverse, hizo
un ligero movimiento, y la cosa retrocedió, reuniéndose abajo con la masa
de cabezas retorciéndose como serpientes sobre el cuerpo como de
dinosaurio.
Al menos, supuse que sí, pero Mircea me había arrastrado casi hasta
la puerta de la habitación interior, así que no podía ver mucho.
—¿Qué es? —le pregunté, tratando de ver.
—Una hidra.
—¿Cómo la matas?”
—No lo sé. —Su mandíbula estaba apretada. Mircea no estaba
acostumbrado a ser un espectador. No estaba acostumbrado a tener que ver
a alguien luchar mientras él se mantenía indefenso en el banquillo. No
estaba acostumbrado a ser el único sin poder en ninguna situación.
Bienvenido a mi mundo, pensé, y entonces Marlowe nos llamó.
Había vuelto a reunirse con la cónsul, que había vuelto a ocupar su
puesto tan pronto como la cosa desapareció. Y parecía estar pasando el rato
de su vida, inclinándose en el borde del precipicio, porque la barandilla
también había desaparecido. Había sólo unos pedacitos de metal retorcido
y cristales rotos aquí y allá, y un montón de viento soplando su cabello largo
y oscuro.
—Puede hacerse —dijo Marlowe, mirando hacia arriba mientras
tratábamos de encontrar un lugar visible.
—¿Cómo? —pregunté, mirando fijamente aquella cosa. Y buscando a
Casanova, al que no veía en absoluto.
—Hércules lo hizo, al menos según el mito.
—Casanova no es Hércules —dijo Mircea sombríamente.
—Hércules era un idiota —dijo la cónsul—. No vas por las cabezas.
—¿Por qué más irías tú? —preguntó Marlowe mientras Mircea tiraba
un vaso del camino para hacernos un lugar.
—El corazón. Sólo tiene uno de esos.
—Según el mito, el cuerpo viviría mientras quedara una sola cabeza.
—¿Alguna vez has sabido de algo que pueda vivir sin corazón? —
preguntó—. ¿Incluyéndonos?
—No, pero… Marlowe miró a su alrededor. Aún seguía con el traje
rojizo arrugado de ayer, pero ahora estaba más arrugado. Como sus rizos
enrollándose por el viento, volando por todas partes. Y aquellos ojos oscuros,
que parecían estar teniendo problemas para decidir qué enfocar—. Estoy
empezando a pensar que mi experiencia… puede necesitar una
actualización —dijo finalmente.
—¿De verdad crees que funcionará? —pregunté a la cónsul, con el
corazón en la garganta.
Ella levantó la vista y, por primera vez, tal vez por primera vez, estaba
sonriendo. No, estaba sonriendo completamente.
—Dile que lo clave y veamos.
Sonaba como un plan para mí.
Si pudiéramos encontrarlo. Pero era como si simplemente se hubiese
desvanecido. La criatura parecía pensar así, también, rondando alrededor
de la arena, las muchas cabezas extendiéndose por todas direcciones.
Incluso en los estrados en algunos casos, pululando a los demonios que se
derramaban fuera del camino, causando lo que parecía una marea en la
multitud.
Pero no había Casanova.
—¿Puede hacerlo invisible? —dije, preguntándome qué clase de truco
estaba haciendo Rian.
—No —me dijo Mircea—. O, si puede, nunca ha elegido hacerlo en
cuatrocientos años.
—¿Qué puede hacer ella? —pregunté, porque no creía que los poderes
normales de íncubo pudieran ayudar aquí. De hecho, no sabía qué haría,
menos un ejército. Lo que Rian no tenía.
—¿Qué puede hacer él? —preguntó Adra, acercándose. Y
posicionándose entre la cónsul y yo, para balancear sus piernas sobre el
boquete.
—¿Qué?
—¿Qué habilidades tiene?
—¿Qué diferencia hace eso? —Nada que él pudiera hacer iba a ayudar
ahora.
Pero Adra no parecía estar de acuerdo.
—Eso hace toda la diferencia. Eso es lo que hace la posesión.
Ocasionalmente, sí, puede darle poderes que normalmente no tendría. Pero
mucho más a menudo, simplemente aumenta los que tienes.
—¿Aumentar cuánto? —preguntó Marlowe bruscamente.
Adra le sonrió y le dio una patada en las piernas.
La cónsul no era la única que estaba pasándolo bien, pensé.
—Eso dependería del demonio —dijo Adra—. Pero mientras que los
íncubos no están entre los más poderosos de nuestra clase, Rian ha estado
en la tierra una… estadía prolongada. Ella ha adquirido una gran cantidad
de poder, y por lo tanto tiene más que prestar.
—Pero ¿qué puede hacer? —repetí.
Adra se encogió de hombros.
—¿Qué puede hacer tu vampiro? —preguntó de nuevo—. La posesión
para los humanos no aumenta mucho su poder, ya que, me perdonarás,
tienen poco que mejorar. Pero un vampiro… bueno. Fuerza, velocidad, todos
los sentidos y poderes de cualquier maestro que el vampiro pudiera tener
serían aumentados enormemente.
—¿Conoces los poderes de los maestros? —preguntó la cónsul.
Adra la miró.
—Querida.
—¿Cuánto? —repitió Marlowe.
Adra se encogió de hombros.
—Ve por ti mismo.
Y, de repente, lo hicimos. Casanova salió de detrás del gigante
caparazón hueco, que ya era todo lo que quedaba de su antiguo oponente.
Se veía increíblemente pequeño en lo que tenían que ser un par de campos
de fútbol de distancia. A diferencia de su oponente, que lo vio casi al mismo
tiempo que nosotros, y se fue directo por todo el campo de la arena hacia él.
—Mircea —dije, agarrando su mano.
—Le he dicho lo que sabemos. Será suficiente o no.
Sonaba tranquilo, pero su mano casi estaba partiendo la mía en dos.
Pero apenas me di cuenta, porque la hidra ya había cruzado uno de
los dos campos de fútbol y estaba desgarrando el segundo, Casanova todavía
estaba quieto allí. Sin vacilar, sin moverse, sin entrar en pánico. Haciendo
nada, hasta que la criatura estaba casi encima de él. Y luego se movió, tan
rápido que ni siquiera pude seguirlo con mis ojos.
Pero podía rastrear los resultados.
El gigantesco caparazón del escarabajo surgió repentinamente del
suelo y salió volando por el aire, cortando una franja oscura a través de la
arena como un enorme Frisbee. Un enorme Frisbee con un borde afilado
como cuchillo y bastante fuerza detrás de él para seccionar una montaña, o
una docena de gruesos cuellos como de serpiente, cortándolos como tiernos
vástagos de flor.
Las cabezas rodaban por todas partes, ríos de sangre brotaban, y una
figura diminuta de un hombre saltó por el cuerpo apaleado antes de que
pudiera regenerar cualquier cosa que hubiera perdido. No vi lo que usó como
cuchillo, tal vez otro pedazo de caparazón. Pero fuera lo que fuese,
funcionaba, penetraba profundamente y enviaba pedazos de la cosa a rodar
sobre su espalda, retorciéndose en una mancha que se extendida, mientras
la multitud se volvía loca y Casanova la apuñalaba, una y otra vez como un
loco, hasta que se cubrió con tanta sangre negra como la arena.
Y la cónsul estaba gritando —sí, gritando— la dignidad olvidada, el
cabello en el rostro, tan jubilosa como la multitud. Marlowe miraba, de
Casanova hasta Adra y de regreso, con la cara en blanco, pero con los ojos
ardiendo.
El brazo de Mircea tensándose, arrastrándome de regreso a la otra
habitación.
Inmediatamente, los sonidos ensordecedores de la arena se
atenuaron, dejándome con oídos resonando y una palpitante visión, cuando
mis ojos trataron de adaptarse al interior más oscuro.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté mientras Mircea seguía
avanzando, pasando por la mesa del buffet y casi hasta las puertas del
ascensor al otro lado de la habitación.
—¡Es extraño, iba a preguntarte lo mismo!
—Tú viste…
—¡Sí, lo vi! —Se giró sobre mí, ojos oscuros brillando—. ¡Te vi arriesgar
tu vida, otra vez, innecesariamente, tontamente! Estoy empezando a creer…
—¡Fue necesario!
—… ¡que tienes algún deseo de morir! ¿Que estabas pensando?
—¡Estaba pensando que él necesitaba ayuda! Estaba pensando que
alguien me pedía…
—¡Entonces les dices que no!
—Él era mi responsabilidad…
—¡Tu responsabilidad está ahí! —Fue hosco y lo puntualizó señalando
bruscamente en dirección general hacia el buffet.
Donde tardíamente noté que Jules estaba ahí torpemente de pie,
sosteniendo una copa de champán y tratando de parecer que no estaba allí.
Era un poco difícil, porque él y un Marco que ya no estaba suspendido eran
los únicos que quedaban en la habitación. Todos los demás habían
despejado, todos los hombres y mujeres finamente vestidos se abrían
camino entre los escombros del exterior para aplaudir educadamente al
vencedor.
Mientras que aquí, otra batalla se estaba preparando, y no era una
para la que estuviera preparada.
Acababa de despertarme. Todavía estaba en camisón rosa de algodón,
con el que había dormido, mi cabello estaba por todas partes y mi estómago
gruñía exigiendo desayuno. No quería hacer esto.
Pero Mircea obviamente lo estaba, y estaba aquí, visiblemente
enojado, lo que por lo general para un vampiro maestro significaba que
estaba a punto de arruinar la habitación. Ni siquiera quería saber qué
significaba para el jefe de negociadores del senado, que por lo general se
mantenía tranquilo incluso cuando todos los demás estaban en crisis. No
quería saberlo.
Pero estaba a punto de saberlo, porque no iba a darle lo que él quería.
—No puedo cambiar a Jules —comencé.
—¿Y por qué no? —me interrumpió—. Le expliqué el procedimiento.
Todo lo que tienes que hacer es envejecerle. Yo me encargaré del resto.
—Está bien, “no puedo” puede no haber sido la mejor elección de
palabra…
—Entonces hazlo. Nos estamos quedando sin tiempo.
—¿Sin tiempo para qué? —Miré hacia arriba, pero Jules
aparentemente estaba encontrando su copa de champagne fascinante—.
¿Jules va a alguna parte?
—¡Nuestro ejército va a alguna parte!
Fruncí el ceño.
—No te haré un ejército, Mircea. Te lo dije anoche.
—Y ahora has tenido tiempo de reconsiderarlo.
—No voy a reconsiderarlo.
—¡Maldita sea, Cassie! —La explosión me hizo saltar, porque Mircea
no hablaba así. A nadie, y especialmente no a mí. Pero tampoco se veía así
regularmente. El amante lúdico, atrevido y socarrón no se veía por ninguna
parte. En cambio, estaba frente a un hombre que estaba visiblemente
estresado y enojado, como si hubiera tenido muy poco sueño y demasiada
presión, demasiada, tal vez durante un largo período de tiempo. ¿Y qué
diablos había pasado anoche?—. Esto es por tu bien tanto como el nuestro
—me dijo con fuerza—. ¿Cuántas veces nuestros enemigos han intentado
matarte? ¿Cuántos asesinos han enviado? ¿Cuántas veces crees que vas a
tener suerte?
—¿Por qué es… —me interrumpí, poniéndome un poco enojada—…
que cuando alguien más esquiva una bala, es por habilidad, pero cada vez
que yo lo hago, soy “afortunada”? Maté a un Spartoi; ¿no tengo crédito por
eso? Acabo de asumir esto… esta cosa… ¿y qué? ¿Solo era el momento de
huir?
—Tienes poder, sí, algo que nos puede ayudar mucho en esta guerra
si se utiliza adecuadamente.
—Por ti, quieres decir. Divertido, Jonas parece pensar lo mismo.
—… pero eso es inútil si está mal dirigido…
—¿Mal dirigido?
—… y no importa cuán grande sea el arma, debe ser…
—¡No soy un arma, Mircea!
—Estoy muy consciente de eso…
—¿Lo estás? Porque estoy empezando a sentir que todo el mundo
piensa que soy sólo un arma para disparar. Pero no lo soy. Mi poder no lo
es. Vino a mí porque lo puedo utilizar mejor… o decidir cuándo no hacerlo
—dije, mirando a Jules.
—Jules quiere esto.
—Anoche no sabía lo que quería.
—¡Ahora lo hace!
—¿Lo quieres? —pregunté a Jules, porque alguna introducción aquí
sería buena.
Y ahora estaba examinando la bandeja de prosciutto, tratando de
probar una resbaladiza rebanada tan delgada como una hoja con un
pequeño tenedor.
—¡Jules! —le dije, y lo vi saltar.
—Yo… no he comido —dijo torpemente.
—¿Lo has decidido? —pregunté de nuevo—. Porque Mircea parece
pensar que sí.
—Yo… bien… es decir… —Miró a Mircea.
—¡No lo mires! Esto es sobre tu vida.
—Mi vida. —Jules soltó una carcajada y luego la apagó rápidamente.
—Puedes reírte si quieres —le dije—. Puedes hacer lo que quieras. Ya
no tienes un maestro…
—¡Lo sé! —Hizo un ademan y un arco de champán lo acompañó. Vio
su vaso vacío e hizo una mueca—. Lo sé, ¿de acuerdo?
—Entonces, ¿qué quieres hacer? —pregunté de nuevo. Y, a cambio,
recibí una mirada medio enojada y medio desamparada.
—Jules, tú eras un maestro. Has sido capaz de usar tu propia mente
sobre las cosas durante mucho tiempo…
—Sí, pero no se trata de cosas, ¿verdad? —preguntó—. Esto es sobre
todo. Todo mi futuro. Todo mi… pensé que las cosas estaban hechas.
Pensé… —Miró impotente a Mircea—. No es… Aprecio tanto, todo lo que
has… estaría muerto sin… Lo iba a hacer, iba a saltar, y me salvaste…
—Y lo haré de nuevo —le dijo Mircea.
—Sí, pero… —Esa mirada indefensa estaba de vuelta, arrugando su
rostro y agitando la mano que no sujetaba una copa. Jules siempre había
tenido manos tan expresivas, las manos de un actor. Y ahora estaban por
todas partes, pintando historias en el aire que no sabía leer, pero supongo
que sí, porque sus ojos estaban repentinamente distantes—. Nunca lo
averigüé, sabes —dijo finalmente—. La vida. Yo solo… Nunca tuve la
habilidad. Otras personas parecían entenderlo: se casaban, tenían hijos,
parecían entender, encajar, de una manera que yo nunca lo hice… —Se
interrumpió.
—Pero entonces te convertiste en vampiro —dije, porque quería que
llegara al punto ya.
Y pareció ayudar, porque asintió vigorosamente.
—Solo eso. Era un pésimo humano. No era un gran un actor, para ser
honesto, ni de cerca… Pensé que sería diferente, después. Pensé, tal vez es
esto, tal vez la razón por la que no encajaba como un ser humano era porque
no se suponía que debía ser uno. Tal vez esto es lo que estaba destinado a…
Pero no lo estaba. ¡También era un vampiro pésimo!
—Eras un maestro —dijo Mircea—. ¿Sabes cuántos…?
—¡Sí, lo sé! —dijo Jules, interrumpiéndolo. Y luego parecía afectado,
porque no interrumpes a tu maestro en el mundo vampiro. Simplemente no
lo haces—. ¿Ves? —dijo, casi en un susurro—. Ese soy yo, ahí mismo. Por
eso me enviaste a Cassie. Ese es el por qué me enviaste.
—No te envié por eso —dijo Mircea con pesadez—. Te envié a donde
mejor pudieras ser utilizado. Eres… fuiste poderoso, pero no sutil. Cassie
necesita defensores, no diplomáticos…
—Pero no la defendí, ¿verdad? —interrumpió Jules de nuevo,
inconscientemente, y reprimí una sonrisa. Realmente carecía casi
completamente de tacto, lo cual realmente debió apestar en un hogar
reconocido por su encanto y diplomacia—. Lo intenté, realmente lo hice,
¡pero ella terminó defendiéndome!
Él me miró.
—Me preguntaste lo que quiero. ¿Cómo se supone que debo saberlo?
Tal vez estaría mejor como un humano de nuevo. Tal vez una niñez de no
saber cuándo vas a comer de nuevo, o si serás comerciado con quien sea
que tenga unos pocos dólares para alquilar tu rostro bonito por una noche,
de que te digan que no eres bueno para nada cuando era tu trabajo el que
sostenía toda la maldita cantidad de ellos… —Se interrumpió, los labios
apretados.
—Jules… lo siento —dije.
De repente, ya no tenía ganas de reírme.
—Fue hace mucho tiempo —me dijo—. Pero siempre me he
preguntado si tal vez el comienzo que tuve en la vida fue lo que me jodió. Si
tal vez hubiera tenido una familia diferente, alguien a quien le importara…
Pero no puedes volver, ¿verdad? Puedes hacerme más joven, pero no puedes
borrar lo que pasó…
—Yo puedo —dijo Mircea—. Si eso es lo que quieres…
—No, puedes borrar la memoria. Pero y entonces, ¿quién sería yo?
¿De ser una metida de pata a… nada?
Mircea hizo un sonido frustrado, que era otra señal de que él no el
mismo hoy.
—Es difícil ayudarte cuando no pareces saber lo que quieres…
Jules asintió.
—Sí, exactamente. Antes de convertirme en un maestro, cuando era
un bebé vampiro, me dijeron lo que se suponía que era. Me dieron la ropa
adecuada para vestir, las palabras para decir, los trabajos que hacer.
Después, seguía esperando ser esa persona, solo… mejor de alguna manera.
Era como estar en un juego de ponerte el disfraz, decir las palabras, tratar
de permanecer en personaje… y lo hice. Yo lo hice. Pero he sido un personaje
desde hace tanto tiempo, no sé quién soy cuando estoy fuera de él. —Me
miró y extendió sus expresivas manos—. Cassie, no querías hacerlo, pero
me quitaste el traje, lo borraste. ¿Y ahora quieres saber lo que quiero?
¿Cómo diablos debería saberlo?
Lo miré y pensé que tal vez finalmente lo entendí. También entendí
algo más.
—No podemos saber lo que quieres, pero sabemos lo que no quieres.
—Miré a Mircea—. Él no quiere hacer esta elección hoy.
—¡Y yo no quería perder a once maestros esta noche!
—¿Qué?
—La redada. ¿Para la cual nos viste preparar?
Asentí.
—Doce operativos salieron; sólo uno regresó. Y tenían poder, cada uno
de ellos. Y habilidades. Y siglos de experiencia que no tienes. Y sin embargo
murieron.
—Pero… ¿qué puede matar a doce maestros? —pregunté con
incredulidad. Porque la respuesta debería haber sido nada. Enviar a un
maestro mayor, un vampiro de primer o segundo nivel, detrás de un
problema era no tener más problemas. Era como enviar un batallón entero.
Perder once…
Nadie perdía once.
—No lo sabemos —me dijo, pasándose una mano por el cabello—. En
este momento, no tenemos idea. Pero fue un ataque cuidadosamente
coordinado que requirió un conocimiento íntimo de nosotros. Hay muy
pocas personas con ese tipo de información, muy pocos que podrían haber
dirigido una serie de emboscadas lo suficientemente peligrosas como para
matar a los maestros de primer nivel.
—Crees que Tony y su grupo están detrás de esto.
—Esa es la suposición actual. Ciertamente tienen la mayor causa.
Pero si resulta ser exacto o no, hasta que los desarraiguemos, seguirán
llegando. Lo han demostrado, al menos. Y Antonio…
—Es una amenaza —estuve de acuerdo—. Y sabes que lo quiero más
que a nadie. Pero estoy un poco más preocupada por Ares ahora mismo…
—¡Ares quizá nunca regrese si sus partidarios son eliminados!
—Pero Rhea no vio a Tony volviendo a matarnos a todos, ¿verdad? —
pregunté—. Ella vio a Ares…
—¿Y le crees? ¿A una chica que apenas conoces?
—… y también lo hizo mi madre, y también las profecías de Jonas…
—Profecías, visiones, dame enemigos tangibles para luchar. ¡No puedo
luchar contra el aire!
Y eso era todo, ¿no? A Mircea realmente no le gustaba sentirse
indefenso, no le gustaba estar al margen, no le gustaba dejar su destino en
manos de otra persona. Un dios con toda su fuerza era demasiado,
demasiado para cualquiera de nosotros, y sabía que no podía luchar contra
él.
Así que estaba tratando de asumir lo que podía.
Lo entendía. Pero también entendía algo más. Que, si cedía en eso,
estaría cediendo a todo. Porque ¿cómo dar un paso atrás después de darle
a alguien un ejército? ¿Cómo lo rechazas cuando sabe que vas a ceder,
incluso con las cosas grandes, en las cosas enormes, porque ya lo has
hecho?
Si le daba a Mircea lo que quería, podría ayudar ahora, pero me dolería
más tarde. Y me dolería mucho. No sólo porque todos esos maestros
vampiros extras de repente correrían repentinamente por ahí, sino porque
acabaría confirmando que yo no era más que un arma para que él disparara,
cuando él eligiera hacerlo, a lo que él eligiera, y yo no podía ser eso. Yo no
podía hacer eso.
No, y pretender alguna legitimidad.
—Comprendo… —empecé.
—¿Lo haces? Entonces dame un ejército.
Y, está bien, me estaba enojando de nuevo, probablemente porque eso
había sonado muchísimo como una orden.
—No soy tu sirviente, Mircea.
—No te estoy tratando como a uno. Estoy señalando el mejor curso de
acción en la actual…
—Me estás tratando exactamente como a uno. No me estás
preguntando; me estás ordenando…
—¡Te estoy diciendo lo que necesitamos hacer para sobrevivir!
—¡Y te estoy diciendo que eliminar a Tony no resolverá el problema!
Ares tiene otros partidarios: las antiguas acólitas de Agnes, por ejemplo.
Creo que pueden estar detrás de las Lágrimas de Apolo para desplazarlo a
través de la barrera…
—¿La barrera que ha existido durante miles de años? Es probable que
tus acólitas estén detrás de las Lágrimas para capturarte a ti.
Sacudí la cabeza.
—Uno de los guardias del Cuerpo las oyó hablar. Dijo que están
planeando traer de vuelta a un dios…
—¿Y qué dijo el mago Marsden de esto, cuando le dijiste?
—No se lo dije. Rhea lo hizo…
—Entonces, ¿cuál fue su respuesta para ella?
—No parecía demasiado preocupado.
—¿Y eso te dice algo?
—¡Sí! Me dice que no me toma en serio. ¡Esperaba algo mejor de ti!
—Te tomo en serio…
—No, tomas en serio mi poder. ¡No es lo mismo! Si me respetas en
absoluto, dame…
Me detuve, porque Mircea acababa de cruzar sus brazos sobre su
pecho, un implacable pedazo de lenguaje corporal que nunca usaba. Su
estilo normal era accesible, abierto, relajado. Había una razón para eso, a
pesar de ser un poderoso maestro de primer nivel y un senador, la gente
hablaba con Mircea, de una manera que simplemente no hacía con otros de
igual rango.
Sólo que no parecía que estuviera demasiado interesado en hablar
ahora mismo.
—¿Para que puedas matarte con ellas? —preguntó.
—¡Así puedo hacer mi trabajo!
—Tu trabajo está aquí, encontrando a tus acólitas y ayudando a tus
aliados. ¿Cómo exactamente esforzarte por la guerra, se cumple al correr
por el tiempo detrás de un solo mago de guerra?
—Esto no es sólo sobre él…
—Por el contrario, esto es totalmente sobre él. ¿No ves lo que están
haciendo? ¿Lo qué está haciendo Marsden? Él era el amante de la última
Pitia, oh sí, lo sabíamos, y ahora está tratando de ejercer la misma influencia
de poder sobre ti. Pero es demasiado viejo para usar su propio encanto en
estos días; por lo tanto, él usa a otro…
—¿Pritkin? —Miré a Mircea con incredulidad.
—Debe ser irónico que sea el hombre que inició su asociación contigo
tratando de matarte —dijo Mircea sombríamente—. Pero has llegado a
confiar en él… demasiado. Y eso no ha pasado desapercibido, por nosotros
o por el Círculo.
—Pritkin nunca ha tratado de influir en mí…
—No ha tratado de influir en ti todavía. Pero lo hará, si lo mantienes
a tu servicio. Tal vez cualquier calamidad en la que se encuentre sea lo
mejor, antes de que se convierta en un problema aún mayor de lo que ya
es…
—¡Pritkin no es un problema! Y no se trata de él. Esta soy yo haciendo
una petición formal a un aliado…
—¿Como la que acabo de hacer? —Una ceja oscura se levantó—.
Sabes cómo funciona nuestro mundo, Cassie; siempre has sabido…
—Sabía cómo funcionaba para los demás. Pensé que éramos
diferentes.
—Somos diferentes. Pero tenemos dos relaciones…
—¡Hasta que decides lo contrario!
—Cassie…
—¡Dame las Lágrimas, Mircea!
Y lo sabía, lo vi en sus ojos antes de que ni siquiera pronunciara las
palabras.
—Dame un ejército.
—¡Maldita sea! —dije, y me desplacé.
—¿Vas a llamarlo? —Tami me siguió desde el salón, donde había
estado armando un rompecabezas con algunas de las niñas, a la cocina.
—Sí.
—Pero pensé que ibas a darle más tiempo.
—Ha tenido tiempo —dije, y agarré el teléfono de la casa.
Ella sonrió y deslizó algo de cereal delante de mí mientras
esperábamos la conexión. No tomó mucho tiempo, lo que no es
sorprendente, considerando que era poco después de las ocho de la mañana,
lo que significa que era tarde en Gran Bretaña. Y teniendo en cuenta que no
fue el hombre correcto, a pesar de que esta era su línea directa.
—Oficina de lord Protector —me contestó un funcionario con gran
resonancia—. ¿Cómo puedo ayudar?
—Poniéndome en contacto con Jonas.
—¿Y a quién debo anunciar?
—Cassandra Palmer.
Hubo un pequeño silencio en el otro extremo.
—Yo… preguntaré.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Tami, apoyándose en el mostrador,
con los ojos brillantes, mientras escuchaba a Elton John cantar sobre
diminutos bailarines.
—Preguntando.
—¿Qué hay que preguntar? Tú eres la Pitia. Deben de pasártelo.
—No, pasarían a Agnes.
Tami frunció el ceño.
—El… el lord Protector… está en una reunión —me informó el
secretario después de un minuto—. Me instruyeron arreglar… ¿una cita?”
Jonas necesitaba ayuda nueva, decidí.
Incluso su secretario sonaba como si supiera que era una mierda.
—Está bien —dije—. Sólo quería consultar con él antes de que
cualquier cosa fuera decidida.
—¿Decidida?
—Sí, ya sabes. ¿Sobre mi corte?
—Yo… ¿la corte de la Pitia?
—¿Tengo otra que no conozco?
—Yo… no. Es decir…
—Por favor, no lo hagas. Sólo dile que llamé, así no dirá que no lo
consulté.
—Consultarle…
—… antes de decidir hacer permanente la residencia de la corte en
Las Vegas…
Tami se echó a reír.
—… en vez de cualquier otra posibilidad que pudiéramos tener…
—Vuelvo enseguida —dijo el hombre, y la música de fondo
interrumpió bruscamente.
—¿Qué está pasando ahora? —preguntó Tami con ansiedad.
—Estoy en espera otra vez.
—Al menos esta vez es Queen —dijo Roy, sin siquiera pretender fingir
que no estaba escuchando.
No me importaba. Si me importara, lo habría hecho en el dormitorio,
bajo un hechizo de silencio. Pero me estaba cansando de tener que andar
de puntitas por mi propia suite, de tener que guardar secretos de las
personas que se suponía que eran mis aliados, de tratar de hacer mi trabajo
sin apoyo y con oposición activa la mitad del tiempo.
Y no era lo que importaba.
Mircea no iba a darme esa maldita poción de todos modos.
Por supuesto, Jonas probablemente tampoco. Le había dicho a Tami
la verdad anoche: no tenía muchas cartas para jugar con él. De hecho, tenía
exactamente una, que sólo había utilizado para tratar de conseguir que
contestará el teléfono.
Era el mismo problema que tenía con Mircea. Yo soy la Pitia, oírme
rugir puede sonar bien en teoría, pero en la práctica era mucho más
problemático. ¿Cuáles eran mis opciones? ¿Luchar contra Ares por mi
cuenta? ¿Huir con la corte Pitia como una especie de isla en una caravana
sobrenatural? ¿Nunca hablar con ellos otra vez? Estaba bastante segura
que no estaba en la descripción del trabajo. Estaba bastante segura que era
exactamente lo contrario de la descripción del trabajo, la Pitia se suponía
que era un puente entre los diversos grupos, acercándolos.
Aunque parecía que Agnes no había estado haciendo eso.
Casi me parecía un sacrilegio cuestionarla, pero estaba empezando a
pensar que tal vez su relación con Jonas había dado al Círculo delirios de
grandeza. Como si no necesitaran a nadie más, porque tenían a la Pitia. Y
en cuanto a los vampiros…
Bueno, no confiaban en la oficina.
Hasta que llegué.
Y ahora yo era Agnes 2.0, sólo que con un amante vampiro en lugar
de un mago. Quien obviamente esperaba los mismos privilegios que él
pensaba que Jonas había estado recibiendo. Y tal vez eso hubiera
funcionado en tiempos de paz; tal vez podría haber hecho lo mismo que
Agnes aparentemente había hecho, y permitirle al poder creer que hiciera lo
que quisiera mientras yo hacía lo que jodidamente me gustara. Demonios,
había estado haciendo eso de todos modos, porque no había tenido elección.
Pero no iba a funcionar para siempre.
Porque no era un Pitia en tiempo de paz. Era una Pitia en tiempos de
guerra, y los necesitaba.
Necesitaba que los dos trabajaran conmigo en lugar de dictarme, pero
no lo hacían. Y no sabía cómo hacerles entender, me estaba quedando sin
tiempo y Jonas no iba a darme una mierda, lo sabía, suponiendo que incluso
se dignara a hablar conmigo en absoluto, y…
Y entonces estaba en la línea.
—Cassandra.
—Lady Cassandra —se quejó Rian, porque había llegado a la cocina
a tiempo para oírlo.
Si la escuchó, no reaccionó. O probablemente no le importó. Me aclaré
la garganta y agarré una manzana del tazón, porque necesitaba algo en que
concentrarme.
—No estoy llamando por mi corte —le dije.
—Sé eso. —Era seco.
—O sobre el dinero.
Y, está bien, eso tuvo una ligera pausa. Y un ceño fruncido de Tami,
que es más práctica que yo, y probablemente tenía una lista de todas las
cosas que las chicas necesitaban. Pero no iban a morir si no las conseguían.
Había algo más.
—Estoy llamando por las Lágrimas de Apolo —le dije uniformemente—
. Rhea dijo que te las pidió.
—Ella lo hizo.
—También dijo que te dijo por qué. Mis acólitas…
—No conseguirán nada de nosotros.
Me concentré en la manzana, que podría haber oscurecido a sombra,
aunque podría haber sido mi imaginación. Y me dije que mantuviera mi voz
firme. Porque eso había sonado mucho como “y tampoco tú”.
—No puedes saber eso —señalé—. Pueden desplazarse a cualquier
lugar. Agnes las entrenó ella misma, y parece que han prestado atención.
—Un hecho del cual no estarías enterada si no las hubieras buscado.
—Ellas son mi responsabilidad…
—¡Muchas cosas son tu responsabilidad, y esas chicas son la menor
de ellas!
—No si obtienen las Lágrimas —dije, manteniendo la calma, porque
tenía que hacerlo. Tenía que hacer esto bien—. En el mejor de los casos, me
dejarán tratando con múltiples Myras, y en el peor de los casos…
—No habrá peor, ya que no obtendrán ninguna.
Y, está bien, eso de mantenerse calmada se estaba poniendo un poco
más difícil. La manzana definitivamente se sonrojó a más oscura, lo que
probablemente coincidió con mi rostro mientras luchaba por mantener la
irritación fuera de mi voz.
—Jonas, estaban buscando las Lágrimas cuando me encontré con
ellas. Mataron a Elias por ellas…
—Por lo que rendirán cuentas, te lo aseguro. —Sonó hostil—. Pero eso
puedes dejárnoslo a nosotros. Necesitas concentrarte en otras cosas…
—¡No puedo concentrarme en otras cosas hasta que esté segura sobre
las Lágrimas! Envíamelas, cualquier cosa que tengan, y entonces podemos…
—No puedo hacer eso.
—¡Maldita sea, Jonas! ¡Se supone que somos aliados! —dije, y noté
tardíamente que la manzana ahora era una viscosa papilla de manzana y
gravemente machacada.
Tami me entregó una toalla de papel.
—Un hecho que pareces olvidar últimamente. —Fue ácido—. Pero en
todo caso, no podría enviártelas, aunque quisiera.
—¿Y por qué no?
—Por la misma razón que sé que las acólitas no obtendrán nada de
nosotros. El último lote fue enviado a la corte una semana antes de que
Agnes…
—¿Una semana?
—… y en su ausencia, naturalmente no más han sido…
Jonas seguía hablando, pero tenía problemas para escucharlo por el
súbito rugido de mis oídos.
¿Cuánto es un lote?, gesticulé a Rhea.
Tres.
¿Tres?
—… y, en cualquier caso, se requieren seis meses para… ¿Cassie?
¿Cassie?
—Rico —respiré.
—No es nada.
—No es nada. —Miré a su brazo, o lo que había sido un brazo. Ahora
era… Dios, ni siquiera lo sabía. Había ido al gabinete de primeros auxilios
tan pronto como volvimos, con la intención de vendarlo, pero él no había
querido dejarme. Ni siquiera había querido dejarme verlo. Y ahora sabía por
qué. No parecía nada más que un trozo de carbón por debajo de su codo…
Lo que había sido su mano. Su hermosa, perfecta, de largos dedos…
La otra mano se inclinó hacia mi barbilla, y su rostro nadó frente a
mis ojos.
—Sanará.
Sacudí la cabeza. No podía hablar.
—Sanará dentro de un día” —me dijo en voz baja—. Dos a lo mucho.
No es diferente de cuando consigues un corte de papel.
Y, bueno, eso detuvo la salida de agua, porque eso era una mierda.
Para empezar el hecho de que alguien se curara más rápido no significaba
que no sintiera dolor. No significaba que no pudieran lastimarse. No
significaba…
Volví a mirar el brazo que acababa de cubrir con la manga de su
chaqueta de cuero. Él estaba herido; estaba herido por mi culpa. Porque no
había sido lo suficientemente rápida, no lo había planeado lo
suficientemente bien.
Y lo odiaba.
De repente, no quería ir a ningún lado, nunca más. Quería hacer lo
que todo el mundo siempre me decía: quedarme en casa, estudiar mis
poderes, estar a salvo. Y asegurarme de que todo el mundo a mi alrededor
se quedara de la misma manera.
Quería bloquear a todos los chicos de la suite y nunca dejarlos salir.
Porque una vez pensé que nada podía herir a un maestro vampiro, que eran
como tanques de carne, indestructibles e inmortales.
Y me gustaba ese pensamiento. Había perdido demasiada gente en mi
vida para querer que volviera a suceder, y rodearme de gente indestructible
me había hecho sentir muy tranquila.
Ahora era menos.
Porque no eran indestructibles. Ellos podían ser heridos; incluso
podrían morir. Y de repente, ya nada se sentía seguro.
—No debería haberte llevado conmigo —susurré—. No debería haber
llevado a nadie conmigo.
—¿Entonces no creías lo que le dijiste a Marco?
—¿Qué?
—Que estamos todos juntos en esto. Eso de “vampiro”, o “mago”, o
“Pitia” no son palabras que más importan.
—Por supuesto que lo dije en serio…
—Entonces, ¿crees que eres la única con derecho a arriesgarse, a
luchar?
—No, pero…
—¿Y que el resto de nosotros se contentaría con sentarse, esperando
que esos putos traigan a un dios? Yo, por ejemplo, preferiría pelear…
aplastarlos. —Sonrió de repente—. Y no me habría perdido verte arrasar una
habitación como un golem de dos metros y medio por nada.
—Dos metros.
—Era de al dos y medio, posiblemente tres. Cuando empezaste a gritar
órdenes con esa voz de demonio, creo que algunos de los magos se orinaron.
—¡No lo hicieron!
—Bueno, esa es la historia que voy a contar —me informó Rico—. ¿Vas
a contradecirme?
Dejé que mi cabeza descansara contra su pecho por un momento,
porque era cálida, sólida y viva, y no había conseguido que lo mataran.
Apreté el puño en su chaqueta.
—No.
—Bueno. Mis bebidas deberán ser gratis por lo menos un mes.
No respondí. Tampoco me moví. No podía dejarle ver mi cara, y no
quería que me viera la cara. No sabía qué estaba mal conmigo. Solía ocultar
mis sentimientos mejor que esto. No solía tener tantos sentimientos, tan
cercanos y tantos, o quizás no había tenido tanta gente para tenerlos. Y
había sido mejor así. Había sido…
Hice un sonido y traté de alejarme, pero una mano fuerte me atrapó.
—Tú eres la Pitia —me dijo Rico, con los ojos oscuros líquidos—. Algún
día, la gente morirá por ti.
—¡No quiero que la gente muera por mí!
—Y eso es por qué lo harán.
Lo miré fijamente, preguntándome si todos los maestros de Mircea
eran lectores de mente. Incluso sin cuidarme. Porque, de todos modos, todo
lo que sentía, probablemente estaba en mi cara.
—De acuerdo, esto se está poniendo denso —dijo Fred, metiendo la
cabeza en la cocina y mirando de uno al otro entre los dos—. Vengan si
quieren ver la gran revelación.
Habían puesto la caja fuerte en el salón, en un gran lugar despejado
en el suelo cerca de la mesa de billar. O lo que había sido un gran lugar
despejado, ya que ahora estaba casi cubierto de gente. Todo el mundo
estaba allí: las niñas, los vampiros, y Marco…
Que me dio una mirada inescrutable cuando llegamos.
Encontré un lugar en la alfombra y me acomodé, porque esto podría
tomar un tiempo.
Habría sido más fácil si no tuviéramos que preocuparnos por la
integridad de un pequeño objeto de vidrio, o si el mecanismo no se hubiera
estropeado cuando Rico le dio un puñetazo, o si la caja fuerte no hubiera
sido tan de excelente calidad. Pero era lo que era, así que esperé. Y mordí
mi labio inferior. Y vi que un vampiro rubio apodado Teddy, “porque soy tan
adorable”, trabajaba en la caja fuerte.
Rogué a Dios que él se apresurará, y un segundo después deseaba
que se ralentizara. Porque ahora mismo, era como la botella de poción de
Schrödinger, tanto ahí pero no ahí. Pero una vez que la caja fuerte se
abriera…
Sentí que mis palmas comenzaban a sudar.
—Es como una alocada mañana de Navidad —dijo Billy, inconsciente.
Varias de las chicas asintieron, al parecer de acuerdo con él, y una
incluso extendió la mano para tocarlo, riendo.
—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó.
-—Sombrero —le dijo, mirando a su Stetson.
—¿Este sombrero? —Se lo quitó y se lo puso en la cabeza. No encajaba
exactamente, flotando a unos centímetros por encima de sus rizos oscuros.
Pero parecía feliz—. Voy a querer eso de regreso —le advirtió.
Ella rio.
—¡Oye, eso es como regalar la rodilla derecha cuando eres un
fantasma! Es todo yo.
Ella se rio un poco más.
—Esto va a tomar algo de tiempo para acostumbrarse —me informó,
mirando alrededor. Y, aparentemente, estaba siendo extraño el hecho de que
la mitad de los ojos supiera a dónde ver hacia atrás—. Va a tomar una gran
cantidad de tiempo acostumbrarse.
Sí, pensé, escudriñando la multitud de pequeñas caras. Y
repentinamente sintiendo pánico. Porque ellas también eran mi
responsabilidad, todas ellas.
¿Cómo diablos pasó eso?
—¿Recuerdas esa cosa de Geraldo? —preguntó Fred de repente—. ¿Lo
de la caja fuerte de Al Capone?
—No.
—Oh, es cierto, eres demasiado joven. Bueno, atrás en los…
¿ochentas, tal vez? Geraldo hizo este gran especial donde iba a abrir una de
las cajas fuertes de Capone en vivo en la televisión…
Limpié las palmas sudorosas de mis jeans.
—¿Y lo hizo?
—Oh sí. De una manera muy anunciada. Es decir, promocionaron esa
cosa durante semanas. —Me sonrió.
—¿Así que?
—Así que… ¿qué?
—¿Y qué había en la caja fuerte?
—Oh, bueno, esa fue la cosa. Fue, como, un especial de cuarenta
horas o algo así, por lo menos se sintió así. Simplemente seguía y seguía y
seguía. Quiero decir, creo que ellos entrevistaron a cualquiera que hubiera
visto alguna vez una foto de Capone. E hicieron todas esas reconstrucciones.
Y tenían a todas esas cabezas hablantes especulando sobre qué tipo de
cosas podrían estar en la caja fuerte. Supongo que sólo estaban estirando
para más tiempo comercial, pero pensé que iba a volverme loco.
—Lo puedo relacionar.
—Sí, y luego, después de horas, horas y horas, me sorprendería si no
tuvieran a su manicurista allí o algún…
—Fred.
—Así que, de todos modos, me aburrí y salí a comer con los chicos.
Luego me detuve en un lugar y tomé unas copas. Y más tarde decidí ir a la
piscina. Cuando regresé, todavía estaban trabajando en la caja fuerte.
Quiero decir…
—¡Fred!
—Bien bien. Como sea nada…
—¡No! ¡No, como sea! ¡No, no, nada! ¿Qué había en la caja fuerte?
—Nada.
—¿Qué?
El asintió.
—Esa fue la patada real. El bastardo nos la había jugado a todos. No
había nada allí.
Lo miré fijamente.
—¿Y me estás diciendo por qué?
Él parpadeó.
—¿Es la única historia que conozco de una caja fuerte?
Cerré los ojos.
Y luego los abrí de nuevo un segundo después, cuando Teddy dijo:
—Lo tengo.
—¿Tienes qué? —pregunté, inclinándome hacia adelante,
terriblemente asustada de que fuese a ver un gran montón de nada.
Pero definitivamente había algo allí.
Mucho de algo.
—Parece que aquí era donde guardaba todas sus cosas personales —
me dijo, sacando una caja de joyas después de otra caja de joyas, junto con
sobres de lo que parecían documentos oficiales, un pasaporte, un montón
de diferentes tipos de moneda de una amplia gama de tiempos, que, sí, eso
sería una cosa inteligente tener alrededor, ¿no? Y álbumes de fotos. Muchos,
muchos álbumes de fotos.
Algunos parecían relativamente nuevos; otros tenían que tener
cincuenta o más años de edad, desgastados, rayados y desmenuzados en
los bordes. Las fotos, que se escapaban por los lados porque grupos de ellas
habían sido apilados por allí. Algunos eran lo suficientemente viejos como
para tener los pequeños bordes retorcidos como suelen ponerse; otros tenían
ese extraño color de la era de los setenta. Unas pocas eran incluso Polaroids.
Pero por muy interesantes que fueran, no las miré. Porque lo que yo quería…
No estaba allí.
—No —dije, buscando entre los papeles en el suelo. Y luego a través
de los sobres. Y luego a través de los gruesos tomos de los álbumes, en caso
de que la botella pequeña de alguna manera se hubiera metido allí.
Pero no lo había hecho.
No estaba allí.
—Vas a comer algo —me dijo Tami. No era una pregunta.
Colocó una bandeja en la mesilla de noche y se fue, cerrando la
puerta. Pero alguien se deslizó antes que ella. Alguien inmenso, pero tan
rápido y tan callado, que dudo que ella lo haya notado. Los vampiros se
mueven como sombras cuando quieren, y Marco no era la excepción. Por
supuesto, por lo general no se molestaba, prefiriendo bramar, fanfarronear
y hacer temblar a las masas insignificantes.
Pero eso no significaba que no pudiera hacerlo.
Crecí con vampiros, aprendí a sentirlos en todos sus estados de
ánimo, incluso a los más tranquilos.
Especialmente a los tranquilos. Ese era el momento en que se suponía
debías observarlos lo más cerca posible, porque nunca sabías lo que estaban
haciendo. Pero ahora no lo observaba. Me quedé donde estaba, sentada al
lado de la cama.
Las cortinas estaban cerradas, como solían estar durante el día. Los
maestros podían manejar la luz del día, pero ¿por qué sufrir el drenaje de
energía cuando no tenía que hacerlo? Pero alguien había sido descuidado,
o tal vez una de las chicas había estado asomándose a la Franja, muy por
debajo, y dejó una cortina entreabierta. Sólo que no era la luz del sol que
estaba derramando.
Una lanza de luz rojiza derramada sobre la cama y sobre el suelo como
un arroyo carmesí, el desbordamiento de la gran señal de neón del Dante
no muy lejos. Normalmente añadía un matiz apenas perceptible al día, una
bruma bochornosa en el paisaje de Las Vegas ya enrojecido por el polvo.
Pero la oscuridad de la habitación y el peculiar ángulo de la inclinación sólo
dejaban al neón penetrando en la penumbra.
Brillaban las joyas esparcidas en la alfombra delante de mí,
haciéndolas parecer como si hubieran sido sumergidas en sangre. Había
tenido una vaga idea acerca de los recuerdos para las chicas, algunas menos
espeluznantes que las del apartamento de Agnes. Sin embargo, no había
hecho mucho progreso.
No podía concentrarme.
Recogí un collar de oro, con pequeñas perlas como semillas formando
margaritas entrelazadas. Muchos de los conjuntos eran un poco pesados
para las niñas, pero este podría funcionar. Parecía un poco anticuado, como
algo fuera de la época victoriana, con pequeñas hojas de esmeraldas y
diamantes como diminutas gotas de rocío.
Algo que Gertie podría haber usado cuando niña. Era bonito…
Pero no lo quería. Estaba bien, pero no lo necesitaba. Me gustaba,
pero podía regalarlo, porque no me aferraba a las cosas.
Era una de las razones por las que no me importaba vivir en una
habitación de hotel en Las Vegas, donde pocas de las cosas que me rodeaban
eran en realidad mías. Supongo que habría molestado a la mayoría de la
gente. A mí no me molestaba.
Había descubierto muy pronto que, si algo me gustaba, Tony lo
descubriría y me lo quitaría si le disgustaba. Y le disgustaba mucho.
Después de un tiempo, era más fácil quedarme sola. De esa manera, no
sabía lo que era importante y lo que no. Y finalmente, nada lo fue. No había
tenido problema en huir y dejar todo atrás porque no me apego a las cosas.
Tampoco me apego a la gente. Porque también se iban. Mis padres,
que murieron cuando yo tenía cuatro años, mi institutriz, que Tony había
matado, por mi culpa; me había encariñado demasiado con ella,
prácticamente con todos los que había conocido en los últimos cuatro
meses.
Pritkin…
Pritkin.
Pritkin.
No.
Estaba atorada. Mi cabeza estaba atascada y solo… no iría por allí.
Debería ser capaz de lidiar con esto. Debería ser capaz de aceptarlo. Debería
poder añadirle a esa lista, la misma lista que todos seguían, la misma lista
en la que siempre había sabido que terminaría, porque todos lo hacían,
todos se iban. Las razones podrían variar, pero eso nunca cambiaba. Todo
el mundo se iba…
No.
Ese era el problema que había estado teniendo durante más de una
semana, el problema que había evitado incluso mirar, porque no podía tratar
con eso. Así que lo manejé de la misma manera que hacía con todo lo que
no podía hacer, simplemente lo ignoré. Lo encontraría; yo lo recuperaría. No
llegaría a eso.
Y ahora que lo había hecho, no sabía qué hacer.
—Ella tenía algunas cosas buenas.
La enorme sombra se inclinó sobre sus caderas frente a mí, cada
muslo más grande que mi cuerpo. Bloqueando la mayor parte de la luz.
Estaba extrañamente agradecida por eso.
—Sí. Pensé que a las chicas les gustaría… alguna cosa.
—¿Qué hay de ti? —La cabeza grande se inclinó—. ¿No te gustan las
joyas?
—Durante mucho tiempo, no pude permitirme el lujo, y luego… —
Toqué el collar de Billy—. No mucho coincide con esto.
—No. Supongo que no. —Un enorme dedo revolvió los costosos
escombros—. Bueno, ahora tienes mucho para elegir.
Puse mi cabeza al lado de la cama.
Marco me observó por un momento, y luego se unió a mí en el suelo,
acomodándose contra el colchón y sacando uno de sus horribles cigarros.
Durante un rato, sólo hubo arrugas en el celofán, mientras lo rodaba entre
sus manos, aflojando las hojas. A Marco le gustaba saborear toda la
experiencia, desde rodarlo, deshilacharlo hasta podarlo, finalmente,
absorbió profundo el dulce humo en un cuerpo que nunca tendría que pagar
por ello.
Pero él no estaba fumando todavía.
Él estaba hablando.
—Cuando estaba en la arena —dijo, hablando de su tiempo como
gladiador—, conocí a este tipo. Enano. Flaco. Incluso un poco torpe. Lo
mirarías y pensarías, sí, espero que sea enfrentado con este. Es un regalo.
Lo golpearé en dos minutos, luego iré a beber vino y veré a alguien sangrar.
Ajusté mi posición para reflejar la suya, y miré fijamente el techo.
—¿Lo hiciste?
—No. Nunca me enfrentaron con él. Lo saqué de mi camino para
asegurarme de que no fuera así, después de un par de veces de verlo luchar.
Giré la cabeza para mirarlo.
—¿Entonces era bueno, después de todo?
Marco resopló.
—No, era terrible. Una forma terrible, reflejos terribles, todo terrible.
Era tan malo como parecía y más. Pero nunca se rindió. No parecía entender
que se suponía que debía hacerlo. Otro chico, lo ponías contra la arena, él
se imaginaba que acabó. Podía verlo en sus ojos. Sólo se veía que empezaban
a rendirse, ¿entiendes?
No. En realidad no lo hacía y me alegré por ello. Pero asentí de todos
modos.
—Pero no este bastardo loco —dijo Marco, sacudiendo la cabeza—.
Lanzaría arena en tu cara, te picaría los ojos, te mordería la nariz, un tipo
que no pelea limpio. Él arañaría, mordería y te escupiría. Te gritaría en la
cara para intentar deshacerse de ti. Te daría de rodillazos en las bolas. Lo
haría todo al mismo tiempo si tuviera la mitad de una oportunidad, hasta el
punto que era como clavar un carcajú enloquecido. Ninguno de los chicos
quería pelear con él porque todos pensaban que estaba loco. Yo… sólo
pensaba que quería vivir.
—¿Lo hizo?
—Hasta donde sé. Él todavía estaba en eso cuando mi amo me sacó
del juego. Es gracioso. No piensas en alguien por mil años, y entonces de
repente lo ves, claro como el día. Lo vi hoy, en ti.
Dejé caer la cabeza sobre mis rodillas. En la mente de Marco, de
alguna manera había ido de ser una mujer débil que necesitaba proteger a
un gladiador de peso gallo con posible daño cerebral. Quería reír, porque
era gracioso. Quería llorar, porque era verdad.
—Sí, supongo que sí —finalmente me conformé con eso. El tono era
incómodo, pero había un resquicio en mi voz que no había querido.
Marco me agarró del brazo.
—Estaba hablando de su determinación. Su negativa a dejar que otros
ganaran, a pesar de que las probabilidades estaban en su contra. No sé
dónde lo recogieron, pero él no era un luchador en su antigua vida, te puedo
decir eso. El resto de nosotros éramos ex-soldados, guardaespaldas,
matones. Crecimos conociendo nuestro camino alrededor de una espada, él
apenas sabía cómo sostener una. Pero ganó.
—Entonces no era nada como yo —dije, y esta vez había algo en mi
voz, algo amargo. Porque no había ganado esta vez. Mircea tenía razón y me
había equivocado. Había tenido suerte, o tal vez sólo había gente muy buena
para ayudarme, así que había superado las probabilidades. Pero mi suerte
se había ido, y también Pritkin, y no tenía, no podía, necesitaba pensar,
idear algo, pero todo lo que podía ver era su cara…
Empecé a levantarme, pero la mano sobre mi brazo no se movió.
Excepto para darme un apretón suave, que puso a mi cabeza a bambolearse
casi como un latigazo en las cervicales. Un Marco suave y todos los demás
eran dos cosas diferentes.
—Escúchame —dijo, y había algo en su voz que me detuvo, incluso
mejor que su agarre—. Te miro y veo esta… pequeña cosa blanda. Este
pedazo de carne con un mazo de rizos, grandes ojos azules y una inclinación
testaruda en su barbilla que me asusta la puta vida, porque cualquiera,
cualquiera en absoluto, podría simplemente romperla como una ramita.
Cuando Mircea me dio esta asignación, no daba dos mierdas por mis
posibilidades. Pensé: “Voy a tener que sentarme en ella para tener alguna
esperanza de que sobrevivirá la semana”. Pensé que esta era la manera del
maestro de deshacerse de mí, dándome un trabajo imposible, y verme
fracasar.
Parpadeé con confusión, sin entender su punto.
—¿Por qué querría deshacerse de ti?
Se encogió de hombros.
—Por cabezota. Me pasó con cada maestro que he tenido. Nunca tuve
el poder de ir por mi cuenta, pero siempre me molestaba que alguien me
diera órdenes. Mi último amo estaba listo para tirar la toalla y estacar mi
culo, hasta que llegó Mircea. Pensarías que yo estaría agradecido.
—Estoy segura que él te respeta —dije, todavía confundida—. Él no te
habría dado este trabajo si no lo hiciera.
—Sí, quizás. Nunca sé lo que piensa. Supongo que por eso es el
diplomático. —Marco me miró con franqueza—. Yo no lo soy. Hicieron lo
mejor que pudieron, me vistieron con todos esos trajes finos, me cortaron el
cabello… ¡incluso me hicieron una maldita manicura! —Se rio de repente—
. El primero en mi vida. No ayudó. Yo era lo que era, no lo que parecía. Al
igual que Jules hoy. Y al igual que tú. —Presionó algo en mi mano.
Miré hacia abajo, y por alguna loca razón, esperaba un cigarro. No
habría sido lo más extraño que me había pasado hoy, y nada tenía sentido
de todos modos. Pero no era un puro.
En lugar de eso, estaba agarrando algo fresco, duro y extrañamente
pesado. Algo vagamente triangular, con una superficie desigual y con
textura. Una cosa…
—¿De dónde sacaste esto? —susurré, mirando la botella en la mano.
Y luego a Marco, con absoluta incredulidad—. He revisado todo…
—No todo. —Recogió algo de la oscuridad a su lado y me lo dio. Un
objeto grande, redondo y peludo con fina filigrana de oro que lucía aún peor
con la luz baja.
Como una cabeza calva cortada.
El horrible recuerdo de Fred.
—Pero… ¿por qué lo pondría allí?
—Como podemos imaginarnos, esta era la copa con la que bebía.
Probablemente la mezclaba con algo para cortar el sabor. Y después, ella
simplemente… lo olvidó.
—Lo olvidó.
—O puedes ser romántica al respecto. Ella era Pitia. Tal vez sabía que
lo necesitarías.
Mi mano se cerró sobre él, y levanté la vista, medio ciega.
—¿Por qué me lo das?
—Dos razones. Por la forma en que lo veo, puede que no sepas lo que
estás haciendo, pero al menos sabes lo que no. Todo el mundo piensa que
las cosas se resolverán. Jonas y sus profecías, el amo y su ejército… —Marco
sacudió la cabeza—. No van a encontrar una manera de luchar contra Ares
si no están buscando una. Tú podrías.
—¿Y la segunda razón?
Finalmente desenvolvió el puro que había estado apretando.
—¿Esa anterior Pitia, Agnes?
Asentí.
—Parece que ella también estaba peleando esta guerra, sólo que nadie
lo sabía. Así que ella estaba luchando sola. Y mira cómo resultó eso. —Hizo
una mueca—. Pensé que era hora de que alguien te ayudara. —Los ojos
oscuros se encontraron con los míos—. Simplemente no me hagas
arrepentirme, ¿de acuerdo?
Asentí, mordí mi labio, y miré fijamente los destellos carmesíes en la
botella casi llena en mi mano.
—Estarás en problemas cuando Mircea se entere de que me diste esto.
—Probablemente.
Miré hacia arriba.
—¿Y?
Marco metió el cigarro entre los dientes y me sonrió. Y luego enredo
mi cabello.
—He tenido problemas antes.
Cassandra Palmer #8
Karen Chance nació en Orlando, Florida. Se licenció en historia y tras
ejercer de profesora en Hong Kong durante dos años decidió dedicarse por
entero a la literatura. El aliento de las tinieblas fue su primera novela, y ha
sido todo un fenómeno editorial en Estados Unidos.
A pesar de su limitada bibliografía, es una autora que ha conquistado
a los lectores de habla inglesa y española ahora con sus libros siendo
llevados al idioma.
Adddy
LizC y Nanis
Mae