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Se podría pensar que ser vidente jefe del mundo sobrenatural vendría
con algunas ventajas. Pero, así como Cassie Palmer ha aprendido, ser Pitia
no significa que no tienes que hacer las cosas de la manera difícil. Es por
eso que se encuentra en una misión de rescate saltando a través del tiempo,
a pesar de que no entiende por completo su nuevo poder para curvar
dimensiones.
Rescatar a su amigo John Pritkin debía haber sido un asunto de
entrar y salir, pero con el alma del mago casi inmortal perdida en el tiempo,
Cassie tiene que buscarlo a través de los siglos… con el papá demonio de
Pritkin a cuestas. Él es el único que puede revertir la maldición de Pritkin,
pero con los guardianes de la línea del tiempo empeñados en detener a
cualquiera que fisgonee, Cassie tendrá que encontrar la manera de
recuperar a su amigo sin alborotar demasiadas plumas, o causar una
paradoja que acabe con un mundo o dos…

Cassandra Palmer #7
Bien, esto iba a ser fácil.
Eso no era algo que dijera muy a menudo, porque mi vida es un
montón de cosas, pero fácil nunca ha sido una de ellas. Mi nombre es Cassie
Palmer, y solía ser una clarividente de muy-poca-suerte que llegaba al fin
de mes leyendo el tarot en un bar. Pero entonces sucedieron cosas. Muchas
cosas. Un montón de cosas espeluznantes, escalofriantes, increíblemente
locas y potencialmente mortales. Como resultado, ahora era una Pitia de
muy poca suerte, la jefe vidente del mundo sobrenatural.
Sí, tampoco sé cómo pasó eso.
Pero mi buena suerte estaba a punto de cambiar. Debido a que mi
pareja, que estaba perdido en el tiempo, y que había estado buscando, lo
que se sentía como un para siempre, estaba justo al otro lado de la
habitación.
Y esta vez, nada iba a salir mal.
—Esta vez, nada va a salir mal —dije a mi cerveza.
Porque-el-que-podría-ser-guapo-pero-no-lo-era-porque-era-como-el-
culo que estaba apoyado en la pared a mi lado no respondió. Su camisa
estaba abierta y estaba tocando algo en su estómago, presumiblemente un
moretón. Cerré mi mano en mi tarro de cerveza así no estaría tentada a
añadir unos cuantos más.
—¿Me escuchaste? —pregunté suavemente, tratando de no llamar la
atención. No es que eso pareciera probable. El pequeño tugurio en
Ámsterdam donde nos secábamos era ruidoso, y un grupo especialmente
estridente estaba entrando por la puerta. Junto con una ráfaga de aire frío
y helado que entumeció los dedos de mis pies, incluso a través de las gruesas
botas de cuero y añadió otra capa de escarcha a mis pestañas.
Aparentemente, la calefacción central no era una cosa de 1790.
Las personas inteligentes estaban al lado del fuego, había logrado
derretir el aguanieve alrededor de un pequeño círculo de sillas y unas pocas
cosas tipo taburetes que suponía eran mesas. Para la cerveza, o cualquier
cosa. Pero no podíamos unirnos y tratar de descongelarnos. Debido a que la
barra estaba al lado del fuego y un mago de guerra mitad demonio llamado
Pritkin estaba junto a la barra.
Había mirado a su alrededor unas cuantas veces desde que entramos,
pero no me había reconocido porque mis rizos rubio-rojizos estaban ocultos
bajo un glamour marrón oscuro. El mismo que había cambiado mi nariz
respingada en una chata y engordado mis ya regordetas mejillas al territorio
de ardilla. No era una gran apariencia para mí, pero puesto que mi renuente
socio lo había proporcionado, había decidido que podría haber sido peor.
Me sorprendió que no me hubiera dado verrugas.
No me sorprendió que no se hubiera molestado en responder. Rosier
podría ser el señor de todos los Incubo, la raza demoníaca conocida por ser
delicados, suave y encantadores, pero no conseguía ver ese lado de él. No,
veía otro lado. El lado que daba a su abdomen peludo con el ceño fruncido,
como si el anillo de magulladuras allí fuera potencialmente mortal.
Si sólo pudiera, pensé, y le pateé.
Eso me ganó un resplandor negro en los ojos de un extraño, porque
Rosier también llevaba un glamour. Normalmente, compartía el color verde
de ojos y la robusta belleza rubia de su hijo y nuestro elusivo objetivo. Y
nada más. El terco sentido del honor, la brutal honestidad y la disciplina de
hierro del hombre que conocía debían de haber venido del lado humano de
Pritkin, porque aún no había visto un fragmento de ellos en su objetable
padre.
—¿Por qué me estás preguntando? —preguntó la criatura,
fulminándome con la mirada debajo de los flequillos marrones oscuros y
grasientos—. No fui yo quien lo estropeó la última vez.
—¡Te robaron la última vez!
—No deberías haberme dejado solo —se quejó—. Londres es una
ciudad peligrosa, doblemente en la época victoriana…
—¡Eres un señor demonio! ¿Cómo diablos conseguiste ser golpeado…?
—Un señor demonio sin magia.
—¿…por un puñado de matones callejeros que ni siquiera tenían…?
Espera. ¿Qué?
Él me frunció el ceño.
—¿Por qué crees que estoy llevando esto? —Le dio un golpe al costado
de la bolsa de cuero que había traído, porque supongo que los íncubos son
más seguros en su sexualidad que la mayoría de los chicos. O tal vez había
otra razón.
De ahí había sacado el parche que había proporcionado mi glamour.
No me había detenido a preguntarme sobre eso en ese momento, ya que
estaba demasiado ocupada preguntándome cómo entrar en mi traje
victoriano multicapas. Pero ahora se me ocurría que tal vez un señor
demonio no debería tener que llevar cargando su magia.
Y no debería tener a basuras golpeándolo con tanta facilidad.
—En su infinita sabiduría, el concilio demoníaco decidió poner un
retén en mi poder —confirmó amargamente—. Les preocupó lo que podría
hacerles a algunos de ellos, regresando en el tiempo con ambos: pre-
conocimiento y magia intacta. Al no poder privarme de lo primero,
restringieron esto último, ¡algo que se convierte en un problema cuando eres
atacado por seis enormes brutos!
No perdí el tiempo señalando que habían sido tres la primera vez que
contó esa historia, porque la desvalorización de su ego podía esperar. Algo
más no podía.
—Entonces, ¿qué pasa con el contra-hechizo?
Rosier y yo nos estábamos soportando porque teníamos un objetivo
común: salvar a su hijo de la obliteración. El cuerpo de Pritkin, del siglo
XXI, estaba de regreso en su lugar, en forma decente a pesar de ser golpeado
por una maldición mortal. Pero sólo porque ese no había sido el objetivo. Su
alma lo era.
El hechizo de los demonios había enviado su espíritu retrocediendo a
través de las épocas de su vida, y lo destruiría una vez que alcanzara el
principio de lo que había sido, afortunadamente, una existencia muy larga.
Al menos, eso haría, a menos que le pusiéramos un contra-hechizo
primero.
Pero ese no era mi trabajo. Había hecho mi trabajo: llevándonos a
través del tiempo después de que el alma hiciera una carambola salvaje, no
tenía nada como un camino estable y predecible. Saltaba de aquí a allá,
como un pedazo de algo en desagüe rápido, atrapándola sólo
ocasionalmente en unos pocos pedacitos de tiempo antes de ser arrebatada
de nuevo unos minutos más tarde.
¿Y ahora la única persona que podía detenerla me estaba diciendo que
no podía lanzar el maldito hechizo?
—Por supuesto que puedo —dijo Rosier con acidez, cuando le señalé
eso—. Ellos tuvieron que dejarme algo, o ¿cuál era el sentido de que viniera?
—Ninguna hasta donde puedo…
—Pero ese es el único.
Lo miré fijamente mientras asimilaba el significado de eso.
—¿Quieres decir que ese es el único hechizo que puedes hacer?
Hizo un gesto hacia sus costillas magulladas.
—Obviamente.
—Pero… pero ¿qué pasa si nos encontramos con problemas?
—Bueno, eres una bruja, ¿verdad?
—¡No! ¡No, no soy una bruja! ¿Cuántas veces tengo que…?
Una mano se acercó a mis hombros y abofeteó sobre mi boca.
—¡Mantén tu voz baja! Esa no es una palabra popular en esta época.
Me callé, porque tenía razón. Y porque no tenía elección. Y,
finalmente, Rosier decidió dejarme respirar de nuevo, pero sólo para poder
interrogarme.
—¿Qué quieres decir con que no eres una bruja?
—Quiero decir, no hago cosas de brujas —susurré—. Hago cosas de
Pitia. ¡Por eso tengo guardaespaldas!
Sólo que había un límite sobre cuántas personas podía llevar a lo largo
de mis excursiones a través del tiempo, ya que cada persona añadía estrés
a la ya considerable tensión. Así que había dejado a mis guardias en casa,
asumiendo que un señor demonio podría protegerme.
Sólo para descubrir que él ni siquiera podía hacer eso para sí mismo.
—¿Qué hacemos si somos atacados? —preguntó.
—¡Eso es lo que te pregunté!
—¿No podrías haber mencionado esto antes?
—¡Me dijiste que nos trajera aquí y te encargarías del resto!
—Eso fue antes de que supiera que estaba tratando con alguien sin
siquiera una rudimentaria… —se interrumpió abruptamente.
—¿Qué pasa? —Miré a su alrededor nerviosamente. Pero no era un
grupo de cazadores de brujas que venía por mí con antorchas ardiendo. De
hecho, nada de interés parecía estar sucediendo en absoluto. Sólo el
mendigo alcohólico del bar serpenteando alrededor de unas piernas,
buscando caridad, más lluvia helada azotando las ventanas y un par de
chicos discutiendo sobre un juego de dados.
Y Pritkin charlando con una de las camareras.
Hice una doble toma en eso, porque no era el tipo de cosas que veías
todos los días. O alguna vez. El idiota a mi lado lo había visto.
Hace aproximadamente un siglo, Rosier había tenido uno de sus
episodios intermitentes de entusiasmo paternal, durante el cual usualmente
lograba estropear la vida de su hijo de una manera importante. Esa vez,
había decidido que quería que Pritkin regresara al Infierno de manera
permanente. No tanto por el placer de su compañía como para usarlo como
un peón en sus pequeños juegos de poder.
El hecho de que los íncubos ganaran poder e influencia a través del
sexo, y que por lo tanto este plan había implicado la prostitución de su hijo
a los mejores ofertantes, no se consideraba un problema. O probablemente
no se pensó en absoluto, puesto que los íncubos tienen que alimentarse
para vivir de todos modos. Por lo que para otros demonios solo significa
meramente un intercambio de poder de dos vías, con un poco de influencia
adicional para el proxeneta en jefe.
Al menos, eso sería, a no ser que fueras Pritkin. Quien, como medio
humano, podría vivir de la pizza como el resto de nosotros. Y quien había
tenido esta extraña idea de que podría haber más en la vida. Para lo largo
de la historia, había terminado permitiéndosele permanecer en la tierra,
pero sólo durante el tiempo que pudiera manejar la abstinencia completa,
algo que, para la mayoría de los íncubos, era considerado lo mismo que la
tortura constante. Rosier supuso que su hijo volvería dentro de un mes.
Todavía estaba esperando.
Como resultado, cuando conocí al obstinado maldecido conocido
como John Pritkin, había sido la más extraña de las criaturas: un íncubo
célibe. Por lo tanto, era más que extraño verlo coquetear con una rubia
pechugona que estaba haciendo todo lo posible para hacer caer su blusa de
corte bajo. Parecía que la vestimenta de las camareras para propinas no era
un concepto nuevo, pensé, frunciendo el ceño.
Y luego me empujaron un tarro en la cara.
—Toma —me dijo Rosier abruptamente—. Necesito una recarga.
—¿Y? ¿Qué esperas que haga?
—¡Consígueme otra!
—¿Con qué? Te han asaltado, ¿recuerdas? —De alguna manera había
encantado a la camarera para la primera ronda, pero ese tipo de cosas no
estaba en mi repertorio. Además, todavía tenía cerveza.
—¿Por lo general pagas tus propias bebidas?
—No, pero eso es… ¿qué estás haciendo? —pregunté, mientras
empezaba a desabotonar la parte superior de mi pequeña camisa.
—Anunciar.
Le di una palmada en la mano.
—¡Anúnciate a ti mismo!
—No soy su tipo.
—Su… —Me detuve, mirando a Rosier.
—Tenemos que llevarlo a solas —dijo el demonio con impaciencia—. Y
distraído. ¿Puedes pensar en una mejor manera?
—No puedo pensar en demasiadas cosas peores —dije, agarrando mi
parte superior para impedir que Rosier mirara hacia abajo por mi camisa—
. Y, de todos modos, ese tipo de cosas no funciona en Pritkin.
—No funciona en tu versión —corrigió, borrando algo de mi mejilla—.
Pero este no es el hombre que conoces, y éste no vino aquí para tomar una
copa. Entró a comer.
—Pero este lugar no sirve… —Me interrumpí ante la mirada que Rosier
me estaba enviando—. Oh.
Ese tipo de comida.
—Apresúrate —dijo Rosier, robando mi cerveza—. Parece que ya ha
encontrado el primer plato.
Volví a mirar a la barra para ver que, por supuesto, Pritkin estaba
siendo llevado a algún lugar por la rubia. Sentí que mi cara se ruborizaba.
Pensé que tendría mejor gusto.
Y entonces Rosier me dio lo que sólo se podía llamar un empujón,
enviándome a tropezones al centro de la habitación.
Podría haber devuelto el favor, pero tenía razón, maldito sea. No
podíamos des-hechizar a Pritkin desde el otro lado de la barra, por agradable
que sonara. Eso es lo que nos había fallado en Londres.
Había dejado al pobre y desprotegido señor demonio a merced de unos
brutos asesinos de la ciudad para jugar a la damisela en apuros. O por lo
menos una damisela en necesidad de algunas direcciones. Pritkin había ido
a pasear por el callejón donde habíamos entrado, y corrí tras él para atraerlo
de regreso, para que Rosier pudiera golpearlo, aunque no con el contra-
hechizo.
Habíamos planeado golpearlo y esperar… hasta que sus ojos brillaron
en verde neón con una doble dosis de energía del alma detrás de ellos.
Habíamos aparecido en Londres para adelantarnos a la maldecida alma,
porque golpearle con el contra-hechizo antes de que llegara no ayudaría. Y,
conociendo a Pritkin, probablemente nos golpearía de regreso. Inconsciente
tenía que estar.
O distraído, aunque esa clase de cosas eran más desalentadoras para
mí que para un lujurioso señor demonio.
Miré hacia atrás para ver cómo Rosier me miraba con una expresión
de disgusto absoluto en su rostro. Como sea. Empecé a caminar a través de
las mesas bajas, como bancos, y el nerviosismo me roía el estómago.
Claro, Rosier no tendría ningún problema para seducir a alguien y
que hiciera lo que él quería. Era prácticamente su descripción de trabajo.
Pero no era el mío, y todo era incómodo de una manera en la que no quería
pensar ahora.
Al igual que en algunas cosas que Pritkin había dicho recientemente,
después de que la prohibición de su padre se había levantado, pero antes
de que consiguiera ser golpeado con la maldición. Cosas que probablemente
había malinterpretado. Cosas que, aunque no hubiera malinterpretado, no
irían a ninguna parte, porque mi vida personal era aún más complicada que
mí trabajo.
¿Y no estaba diciendo algo?
Me detuve delante de una cortina hecha jirones que conducía a lo que
suponía era la parte trasera de la barra. Y luego sólo me quedé allí,
mordiendo mi labio y tratando de hacer un plan mejor. Porque éste no iba a
funcionar.
No era uno de los súcubos de Rosier, una mujer fatal experimentada.
Diablos, ni siquiera era una mujer ligeramente insinuante. Era una viajera
del tiempo, que escuchaba susurrar fantasmas, una clarividente algo torpe,
con una nariz respingada, demasiadas pecas y mejillas que nadie llamaría
definidas incluso sin la idea de Rosier de un disfraz. No habría sido la
competencia de Dolly Parton en mi mejor día.
Pero tenía que hacer algo. Lo suficiente para mantener a Pritkin a la
vista, al menos. De lo contrario, si su alma iba y venía mientras estaba en
la parte de atrás, tal vez nunca lo sabríamos. Y eso sería un problema, ya
que antes ya estábamos quedándonos sin tiempo…
Y luego estaba fuera.
La cortina fue abruptamente tirada hacia atrás y la rubia salió con
una risita y un guiño, doblando algo por el frente de su pecho. Guau, pensé,
débilmente decepcionada. Eso no había tardado mucho.
Y luego fui sacudida por la puerta por un furioso mago de guerra.
—¡Tú!
—¿Qué? —pregunté estúpidamente.
Y entonces ocurrieron tres cosas al mismo tiempo. La habitación
exterior se quedó de repente en silencio, una hoja de cuchillo se metió en la
piel de mi garganta, y la camarera volvió a través de la cortina, sonriéndome.
Y luego continuó haciéndolo mientras se caía, tiesa como un maniquí de
cabello rubio. Golpeando el suelo, rebotando por su considerable relleno a
un lado.
Pritkin y yo la miramos fijamente por un momento, sus ojos vidriosos,
su cabello desordenado y su rostro todavía sonriente. Lo cual era más que
un poco espeluznante, ya que ahora estaba mirando por mi bota izquierda.
Y luego nos miramos.
—¿Qué hiciste? —exigimos, al mismo tiempo.
—¿Qué? —dijimos de nuevo.
Y luego:
—¡Detén esto!
Pritkin lo hizo. Pero sólo para poder agarrarme y gruñir:
—Está aquí, ¿no?
—¿Q-qué es lo que hay aquí? —pregunté, mientras él me apoyaba en
una pared sin ningún esfuerzo. Porque siempre he encontrado un cuchillo
sobre mi yugular realmente persuasivo.
—No juegues —siseó.
Comencé a tragar y luego me detuve, temerosa de empujar más la
hoja. Por supuesto, eso podría no importar. Desde que una mirada a la chica
congelada me dijo que tenía problemas más grandes que un mago de la
guerra enojado.
Hay hechizos que pueden dejar a una persona inconsciente muy
rápido, pero no la dejarían con una mano levantada, ajustando un poco el
material sobre sus activos. O hacer que sus faldas quedaran atrapadas en
un remolino, como alrededor de las piernas en movimiento. O hacer que los
mechones de su cabello permanecieran suspendidos en el aire que no fluía
Parecía que alguien la había llamado justo después de que saliera de
la parte de atrás, y se había girado hacia ellos, con la sonrisa profesional ya
en su lugar. Sólo para congelarse a medio camino a través del movimiento
y cayendo de nuevo aquí. Parecía un marco cortado de una película, lo que
hubiera sido extraño si no hubiera visto antes ese tipo de cosas.
—Sabes —le dije nerviosamente—, nunca me sentí menos en un juego
como en mi…
—¡Lo que me robaste! —gritó, haciéndome retroceder. Y me asustó, ya
que no estaba segura que no sólo me cortaría la garganta.
Entonces una voz vino de la habitación exterior.
—¡Atrás! Echa un vistazo.
Pritkin y yo nos quedamos paralizados, rígidos como la muchacha en
el suelo. No sé cuál fue su razonamiento, pero el mío funcionó algo así como:
mierda. Esa orden había sido dada en inglés, lo cual era bastante extraño
considerando dónde estábamos. Pero no tanto como oírlo en tonos
femeninos imperiosos, en un lugar donde las mujeres eran toleradas sólo si
estaban con un hombre o servían bebidas.
No puede ser, me dije con severidad. Estás siendo paranoica. Incluso
tu suerte no es tan…
Y entonces la cortina se abrió y Pritkin me soltó para enfrentarme a…
dos niñas.
A primera vista, se veían así: dos adolescentes vestidas con largos y
blancos vestidos, sus rizos rojos y marrones reprimidos con listones de sus
rostros inocentes. Pero conocía la vestimenta, conocía el maldito uniforme,
e inocentes no eran.
—Oh, mierda —dije, haciendo que la cabeza morena se sacudiera.
Su mano siguió el movimiento un segundo después, pero ya lo había
esperado y me había arrojado al suelo, llevando a Pritkin conmigo. Como
resultado, la ola de tiempo que lanzó onduló por encima, perdiéndonos por
centímetros. Golpeó algo en la parte trasera que se derrumbó en una
cacofonía de metal oxidado y vidrio que se rompió, pero que no vi porque
estaba ocupada.
Congelando a dos acólitas de Pitia, antes de que pudieran hacer lo
mismo conmigo.
Fue una suerte que ya estuviera sobre mis manos y rodillas, porque
el drenaje de poder para detener el tiempo fue inmediato y terrible,
especialmente después de pasar por tantas cosas todo el maldito día. Si “día”
incluso significara algo más, que no estaba segura que lo hiciera, estaba
segura que iba a vomitar. Y entonces Pritkin me agarró de nuevo.
—¿Dónde está?
Dios mío, era un hombre de una sola idea, pensé, tratando de
arrastrarme. Lo había olvidado de alguna manera. Aunque estaba
recordando mientras él me arrastraba de nuevo a mis pies y me sacudía.
Me vi a mí misma: cara roja, cabellos rubios caídos, ojos azules
sobresaltados; en algunos platos de latón colgados en la pared. ¡Y maldito
Rosier! Debió de haberme quitado el glamour cuando me envió tras su hijo,
y no se molestó en mencionarlo.
Bien, eso explicaba mi recepción.
Mi Pritkin podría no estar aquí todavía, pero éste… bueno, nos
habíamos conocido antes. Para ser exactos, nos habíamos conocido en 1793
en una de mis excursiones anteriores, que había sido hace apenas un año
desde su perspectiva. Por eso era que necesitaba el glamour.
Está bien, y porque la última vez que nos conocimos, había hecho lo
mismo que los asaltantes de la calle con Rosier y lo había robado.
No había sido intencional… bueno, lo había sido, pero era por su
propio bien. Había estado buscando algo que absolutamente no se le podía
permitir encontrar, y había tenido un mapa sobre su ubicación, y, bueno,
no tenía más remedio que tomarlo.
Quitárselo y robarle su ropa.
Y enfrentarlo con un vampiro.
Y luego estaba la pequeña cuestión de quemar el único mapa que
llevaba a la ubicación de su posesión más preciada, así que, sí,
probablemente no era su persona favorita en este momento. Pero tenía una
gran ventaja.
—No estoy tratando de matarte —le dije, señalando a las chicas—.
¡Ellas sí!
No era mentira.
Porque la camarera congelada, la ola del tiempo, y los pequeños trajes
pequeños de las muchachas, todos sumaban una sola cosa. Una muy, muy
mala cosa. Y si iba a haber una batalla por el tiempo aquí, no quería que
estuviera cerca de ella.
—Tienes que irte —le dije frenéticamente, cuando finalmente dejó de
sacudirme.
Pero Pritkin no se fue. Se limitó a quedarse allí, mirándome perplejo,
mientras trataba de sacarle por la puerta de atrás.
—¿Por qué?
—Porque… hay algunas… personas… detrás de mí y… ¡maldita sea!
—El tipo pesaba una tonelada.
Ojos verdes se estrecharon.
—Quizá podríamos hacer un arreglo…
—¡No! ¡No, no podemos!
—Dame lo que quiero, y te ayudaré…
—No puedes ayudarme con esto. Es… nueva magia —le dije,
pensando rápido—. Realmente nueva. Como súper nueva.
Pritkin frunció el ceño, pero no me llamó mentirosa, tal vez porque no
podía. Este Pritkin no era el maestro de hechizos de mi época, cuando había
pocos encantamientos que no conociera o que no hubiera inventado. Éste
era quien apenas regresaba de una excursión prolongada en el Infierno, y
por lo tanto estaba fuera, muy lejos de la teoría mágica.
Fuera. Fue por eso que se había perdido la propiedad que estaba
tratando de recuperar de mí, robada por un par de estafadores de bajo nivel
que no tenían tanta magia en sus cuerpos como él la tenía en su dedo
meñique. Pero el conocimiento es poder, y sabían cosas que él no sabía.
Casi podía ver los pensamientos que corrían por su cabeza, pero él
todavía no se movía. Y eso era un problema, ya que era el doble de pesado
que yo y la mayoría de eso era músculo. Pero estaba decidido, porque no
teníamos mucho tiempo.
Y luego tuvimos menos, cuando miró la cortina y luego a mí, y de
repente me encontré contra la pared de nuevo.
Pero esta vez, el cuchillo no estaba a la vista.
—No, mira… —me las arreglé para decir, justo antes de que una boca
dura cayera sobre la mía.
—¡Este… no es momento… para un bocado! —jadeé furiosamente
cuando Pritkin me soltó por aire. Sólo para hacerle fruncir el ceño, en una
muy inquietante impresión como su padre.
Tanto más porque lo siguiente que supe fue que, una rodilla estaba
separando mis muslos, manos duras estaban agarrando mis caderas, y me
acariciaba el cuello con pequeños sonidos de gruñido, y que hicieron temblar
todo el camino hasta mi vientre.
Y puso una arruga en mi frente, porque esto era tan típico.
No las cosas sexys, aunque había habido algunos momentos… pero
momentos eran todo lo que habían sido, debido a toda la regla de no-sexo y
porque, bueno, era complicado. Pero la terquedad. La arrogancia. La certeza
absoluta que él sabía mejor que yo sobre cada maldita cosa, sí, eso era
familiar.
La última vez que lo había visto, aparte de ese vistazo en Londres,
había sido el momento en que fue maldecido. Y justo después, cuando
estaba segura que lo había perdido para siempre. Se había sentido como un
puñetazo en el estómago. Se había sentido como el fin del mundo. Había
pensado, si sólo tuviéramos un minuto más…
Y ahora que lo teníamos, todo lo que quería era darle unas rápidas
patadas.
En cambio, mis manos estaban encontrando su camino bajo su
camisa, mis dedos estaban recorriendo ligeramente sus costillas y pezones,
mis palmas gozaban de la ligera sensación de vello en el pecho bajo de mis
manos.
Me empujó contra la pared y me besó de nuevo.
Y maldita sea, sabía lo que estaba haciendo, pensé, devolviéndole el
beso furiosamente. Estaba tratando de usar las habilidades de incubo en
mí, y no iba a funcionar. ¡Porque podía alimentarse en cualquier momento…
—me interrumpí para morder su delicioso labio inferior— cuando no
estuviéramos… —y para chupar la barbilla… en medio… a lo largo de su
mandíbula— de una maldita crisis! Mordí un lóbulo de su oreja y lo oí
inhalar bruscamente. Le sentaría bien, pensé, preocupándome y
preguntándome cómo debía enfrentarme a una Pitia a toda potencia, cuando
apenas podía levantarme por mí misma.
Y entonces de repente no lo estaba.
Una solitaria mano se curvó bajo mi trasero, me levantó, otra capturó
mis manos, las subió sobre mi cabeza y su cuerpo se presionó contra el mío,
dejándome impotente contra la pared. No podía tocarlo, no podía moverme,
excepto enrollar mis piernas alrededor de su cintura, con faldas y todo, e
intentar aferrarme. Pero él podía y lo aprovechó al máximo, con pequeños
empujes de su cadera contra la mía, que rápidamente me dejaron jadeando,
gimiendo y mirando fijamente a algunas telarañas en el techo como si no
tuviera idea de lo que eran.
Y entonces él también gimió, y habló en mi cuello.
No podía entender una palabra porque no era inglés, al menos no lo
creía. Pero era difícil de decir con todo el ruido blanco rugiendo de repente
en mis oídos. Junto con el flujo y reflujo de la respiración entrecortada, que
podría haber sido mía, pero no estaba segura porque me estaba besando de
nuevo, caliente, duro y hambriento, casi desesperado. Y sus caderas
estaban moviéndose más, golpeándome contra la pared hasta que se olvidó
de sostener mis manos, que encontraron sus hombros y me quedé colgando.
Cada vez que repetía esa rutina otra vez, el ruido blanco aumentaba, mi
corazón aceleraba y mi respiración convertida en sollozos se convirtió en
gemidos, que se convirtieron en gritos hasta que estaba sólo gritando y
golpeando y…
Y… y… oh.
Me sostuve mientras una ola tras otra de sensaciones se estrellaba
contra mí, como un huracán que se estrellaba contra una playa. El huracán
Pritkin, pensé delirantemente, mientras las vibraciones me martilleaban,
salvajes, tumultuosas y exigentes. Y luego más suave, más suave, más
dulce, pero no menos fuerte. Finalmente salí a la superficie para encontrar
su cuerpo todavía presionado contra el mío, su respiración desigual y sus
dedos temblando en mi mandíbula. Un mechón de mi cabello estaba pegado
a su mejilla. Lo cepillé, jadeando ligeramente, sintiéndome drogada y
delirante, ardiente dorada dondequiera que nuestra piel se tocaba.
Y entonces alguien se aclaró la garganta.
No fue Pritkin.
Miré hacia arriba, parpadeando. Y vi a una mujer de mediana edad,
no muy alta y fornida, vestida con un ribete victoriano enmarcada en la
puerta. Tenía la cabeza llena de improbables rizos de tirabuzón violeta, y
llevaba una sombrilla cubierta de cerezas. También el vestido tenía cerezas
en él, las rojas grandes sobre un fondo blanco, y los pequeños lentes
púrpura redondos se posaban en el extremo de su nariz.
Ella se veía totalmente loca.
También lucía confundida, aunque no la mitad de lo que yo estaba.
—¿Has terminado? —preguntó finalmente, educadamente.
Sólo la miré.
—Sí, lo recuerdo —dijo ella, un poco nostálgica—. Tómate un
momento, muchacha.
Me tomé un momento.
Y luego tomé otro.
—¿Quién demonios eres tú? —pregunté finalmente.
—Misma pregunta.
Abrí la boca y luego la cerré de nuevo. Luego miré a las dos chicas de
blanco, que todavía imitaban a estatuas a ambos lados de la puerta.
—¿Tuyas? —pregunté con cuidado.
—Absolutamente.
Me desplomé contra la pared con alivio.
—Oh, gracias a Dios.
Los ojos marrones, que eran más astutos que lo que el traje sugeriría,
se estrecharon.
—¿Estabas esperando otra respuesta?
—Yo… bueno, a decir verdad, he estado teniendo un pequeño
problema con algunas de mis… asociadas… últimamente.
Casi había dicho “acólitas”, ya que eso era lo que había supuesto que
eran las chicas. Yo era una nueva Pitia, y no todas en la corte de mi
predecesora estaban exactamente de acuerdo con el cambio de mando.
Cinco especialmente habían decidido que podían prescindir de mí,
preferiblemente permanentemente. Y puesto que estaban en libertad en este
momento, había sido una conclusión lógica que algunas o todas ellas me
habían perseguido.
Lógico, pero, aparentemente, también equivocado.
A menos que mis acólitas hubieran adoptado un nuevo infierno de
código de vestimenta.
—¿Algunos problemas? —Una ceja delgada se alzó.
—Ellas quieren matarme. —Era uno de los líos con los que iba a tener
que lidiar en cuanto regresara a Pritkin.
Los labios rojo cereza se fruncieron.
—Comprensible. Unas renegadas son un problema serio.
—No soy una renegada.
Esto no parecía ir bien.
—Lo que sea que eres, no perteneces aquí.
—Tampoco tú —le señalé. Ese traje era puro exceso victoriano.
Ella sonrió suavemente.
—Si hubieras permanecido un poco más en Londres, no habría tenido
que hacerlo.
Bueno, eso explicaba esto. Parecía como si la Pitia del siglo XIX se
hubiese tomado una excepción a mi pasión por su patio; por qué, no lo
sabía. Nadie había dicho nada antes.
—¿No es el procedimiento habitual, uh, ignorar ese tipo de cosas? —
pregunté esperanzadamente.
La ceja subió otro tanto.
—¿No hacer caso a un poderoso señor demonio que se mete en áreas
que no debería?
Mierda. Debería haberlo sabido. Rosier.
Era sólo un regalo que seguía dando, ¿no?
—Pero no importa —me dijo—. Me gusta disfrutar de una cacería. Pero
me temo que ésta ya ha terminado.
Tragué. En otras circunstancias, ella tendría razón. Habría vuelto a la
Gran Bretaña victoriana sin un escándalo, con la suposición de que sería
capaz de hablar a mi manera para salir de esto tarde o temprano. Pero en
este momento, no tenía esa opción. Incluso si finalmente pudiera
convencerla de que no era una renegada peligrosa, que Rosier no era
actualmente nada poderoso, y que, por lo tanto, debía permitirnos seguir
nuestro camino, no importaría.
Todavía sería demasiado tarde para Pritkin.
El demonio que había lanzado el hechizo se había jactado de que había
sido seleccionado con mis habilidades en mente, para hacer el rescate poco
probable. Como resultado, el alma maldita de Pritkin sólo pasaría por cada
era de su vida una vez. No importa cuántas veces regresara a este año
después, nunca volvería a estar aquí. Y poco más allá de este punto, su
pasado se hacía mucho más difícil de navegar, con un largo tiempo pasado
en el Infierno donde mi poder no funcionaba bien, si es que lo hacía, y
luego… una joven vida en un punto demasiado atrás en el tiempo para que
pudiera llegar.
Mis manos apretadas en sus brazos. Estaba agotada de un día de
desplazamientos-en-el-tiempo, sesión-de-demonios y ahora la versión de
Pritkin de una merienda de última hora. No estaba en condiciones de
desafiar a una Pitia que, presumiblemente, tenía mucha más experiencia en
el trabajo que yo y tenía dos miembros de su corte con ella. Cada uno de las
cuales era como un paquete de baterías extra, dándole una gran ventaja
incluso si hubiera estado en plena fuerza.
Si la desafiaba, iba a perder.
Pero no tenía elección. Tenía que atrapar a Pritkin aquí. Y en base a
lo rápido que su alma había estado yendo, podría llegar en cualquier
momento.
Sólo que, mirando los agudos ojos marrones de la mujer, el tiempo no
era algo que pensara que tuviera.
Y entonces Pritkin apretó mis manos.
Le miré, sorprendida, pero no podía leer su expresión. Pero no me dejó
preguntándome por mucho tiempo.
—Un beso antes de que te vayas —dijo con voz ronca.
Parpadeé hacia él, no estaba segura de entender, y luego a mi
contraparte. Quien suspiró y puso los ojos en blanco.
—Entonces, adelante.
Seguí adelante con eso.
Pero este no era un beso normal. Lo supe tan pronto como nuestros
labios se tocaron, porque ya había sentido algo parecido antes, aunque el
recuerdo se había desvanecido un poco. Hasta que un cosquilleo, un
zumbido, una aceleración embriagadora recorría todas las células de mi
cuerpo, y me acordé.
Oh Dios, sí, me acordé, pensé, gimiendo y agarrando su cabello, sus
hombros, su culo, intentando arrastrarme por su cuerpo mientras me
llenaba de vida, energía y poder, hasta el punto en que me encontré riendo
contra sus labios, el sentimiento era tan vertiginoso, tan efervescente, tan
ligero, que simplemente tenía que salir de alguna manera.
—Está bien —dijo la otra Pitia secamente—. Creo que es suficiente.
No respondí, estando demasiado ocupada riendo y sosteniéndome
impotente sobre Pritkin.
—Vamos, muchacha —dijo con impaciencia.
—No. —Fue estrangulado, porque estaba tratando desesperadamente
de mantener una cara recta.
Fallé.
Los ojos marrones se estrecharon.
—No quieres probarme, querida.
—Sabes —me quedé sin aliento—, creo que lo hago.
Y luego la congelé.
La expresión de su rostro al caer me quitó el aire, pero Pritkin ya me
llevaba por la puerta de regreso a la barra. Donde la gente empezaba a
moverse lentamente mientras su congelamiento-de-tiempo se deshacía. Y
eso incluyó a un señor demonio con aspecto extraño que frunció el ceño en
cámara-lenta cuando me vio correr con su hijo, aún doblada de risa,
extrañamente eufórica y con la incredulidad absoluta de que acababa de
hacer eso.
Oh Dios, estaba tan muerta, pensé histéricamente.
Y luego la lluvia me dio un poco de sentido.
Pritkin había abierto la puerta, lo cual casi resultó en casi
arrancándonos los pies. Parecía que la burbuja de tiempo de la otra Pitia se
extendía sólo en esa habitación. Porque afuera, la naturaleza estaba
tomando su curso en forma de un vendaval de viento y lluvia torrencial que
sólo se redujo ligeramente cuando Pritkin me sacudió a la vuelta de la
esquina, contra el lado del edificio.
Había una intermitente cubierta bajo las cornisas y los brazos
extendidos de un árbol. Pero a diferencia de las sombras oscuras a lo largo
de un canal cercano, estaba demasiado cerca de una ventana para mi gusto.
Una neblina de luz dorada atravesó la oscuridad entre los huecos de un par
de viejas persianas de madera, destacando partes aleatorias de mago de
guerra: un pómulo, una mandíbula de familia, un violento ojo verde.
Y un par de finos labios que se abrieron para decir:
—¿Dónde está?
—¿Dónde está qué?
—¡Mi propiedad!
Correcto. Quería recuperar su maldito mapa.
—No tenemos tiempo para eso —le dije, poniéndome un poco
nerviosa—. Tenemos que conseguir a… alguien… y luego salir de aquí…
—¡Dame lo que quiero y te dejaré ir!
—No puedo darte lo que no tengo —le dije, distraída, porque las
aberturas de las contraventanas eran de tablas deformadas, no de cortinas,
y no podía ver mucho adentro. Eso era preocupante, ya que las Pitias no se
veían afectadas por los hechizos de tiempo como los demás. Lo que le había
lanzado me habría comprado quince minutos, quizá más, con cualquier otra
persona. Con ella… honestamente no sabía cuánto tiempo teníamos.
Pero apostaría a que quedaba por debajo del rótulo de no suficiente.
Y ahora Pritkin me estaba sacudiendo de nuevo.
—¡Te ayudé!
—Sí, después de a-atracarme —señalé. Aunque en honor a la justicia,
se sentía como si hubiera conseguido más energía de la que había dado.
Como, mucho más.
Lo cual era raro, porque él se veía como un poco energizado.
Junto con enojado.
—He quemado el mapa —le recordé rápidamente—. Tú me viste…
—Pero lo habías memorizado, ¿no?
—Mira, ¿podemos hablar de esto en otro…?
—Lo memorizaste —dijo bajo y furioso—, ¡y viste algo que te trajo aquí!
—¿Y tú sabes c-cómo?
—¡No te hagas la tonta!
—Confía en mí, no tiene que hacerlo —dijo una voz cínica.
La cabeza de Pritkin se sacudió al ver el espécimen que acababa de
unirse a nosotros. Afortunadamente, Rosier seguía irreconocible. Por
desgracia, era porque de alguna manera había logrado ponerse lo que quedó
de mi glamour.
Y supongo que no era recomendable tratar de usar dos al mismo
tiempo. Porque el señor demonio normalmente pulcro, ahora se parecía a
Popeye, con un ojo abultado y uno regular, una mejilla de ardilla hinchada,
una nariz morrocotuda y un par de cosas marrones peludas por encima de
sus ojos que parecían difusas orugas. Orugas que se juntaron cuando
Pritkin agarró su cartera.
—¿No hay nadie en este ignorado lugar que respete la propiedad
privada? —preguntó Rosier.
No sabía qué tipo de cosas peligrosas llevaba Rosier, pero Pritkin echó
una mirada al contenido y su ya temible ceño fruncido creció
exponencialmente. Me agarró por el cuello y se quedó mirando a Rosier, con
la bolsa apretada en la otra mano que no ocupaba para ahogarme.
—¡Más cerca y ella muere!
—Oh no, detente —dijo Rosier perezosamente.
—No estoy jugando —gruñó Pritkin. Me miró—. Y ahora vas a decirme
qué era esa cosa.
—¿Qué cosa? —pregunté, confundida—. Mira, no tenemos tiempo
para…
—Rastreé los movimientos de los ladrones —me dijo Pritkin,
bajamente perverso—. Descubrí que se habían ido de Inglaterra, donde
robaron mi propiedad, a París, donde la vendieron, vía Ámsterdam. Vine
aquí sospechando que podrían haber preferido ocultarlo lejos del sitio de la
subasta. ¿Y qué encuentro el mismo día que llego? Mi principal
competidor…
—Tienes que admitir que suena contundente —murmuró Rosier.
—¡Intentando escuchar a escondidas mi conversación con su
hermana!
—Su… ¿quieres decir la camarera? —le pregunté, extrañamente
aliviada. Aunque eso pudo haber sido porque finalmente se dio cuenta que
me estaba ahogando y aflojó ligeramente su agarre.
—¿O me distrajiste mientras tu cómplice buscaba en el lugar? —
Pritkin de repente miró a su alrededor, como si pensara que su premio
estaba a punto de caer de un árbol o algo así—. Es así, ¿no? ¡Está aquí!
—No, yo…
—¡Entonces dime dónde está si quieres vivir!
Y, bueno, las cosas de repente ya no eran tan graciosas. Porque Pritkin
no estaba bromeando. Lo conocía lo suficiente como para reconocer su
expresión de no-jodas-conmigo cuando la veía. Justo como sabía que no
podía darle lo que él quería. El mapa que había perdido había llevado a algo
llamado el Códice Merlini, un libro de hechizos que necesitaba dejar
exactamente donde estaba, ya que algunos de los eventos más delicados que
sucedían más tarde dependerían de eso. Algunos eventos delicados,
potencialmente terminales para el mundo.
Pero de alguna manera no creí que tratar de explicarlos fuera a ir bien.
Y entonces no tuve que hacerlo.
La mitad de la pared en la que estábamos parados de repente se
derrumbó en una cascada de rocas, polvo y, oh, mierda. Tuve un vistazo de
medio segundo de una Pitia enojada, de pie, a contraluz, entre las nubes
ondulantes, la sombrilla y la barbilla inclinada con determinación, luego
entré en pánico. Y como no había un montón de opciones, hice lo que suelo
hacer cuando estoy aterrorizada e indefensa, y desplace.
Pero no a mí.
El poder que me permite los desplazamientos en tiempo también me
permite los espaciales, en un grado limitado. Limitado en que tengo que
saber a dónde voy, lo que no sabía, y poder ver dónde estoy aterrizando, lo
que no podía. Tampoco podía dejar a Pritkin con el alma maldecida que
debía llegar en cualquier momento, y no es que tuviera mucho tiempo para
pensar en ello y…
Y así que la desplacé.
—¿Se suponía que eso debía ayudar? —preguntó Rosier, mirando
fijamente la visión de una Pitia húmeda elevándose de un oscuro y, está
bien, ligeramente viscoso canal, con los rizos purpuras colgando
desanimados alrededor de un rostro verdaderamente furioso.
Por una fracción de segundo, me quedé mirando con horror. Había
estado apuntando a la orilla opuesta, pero no podía ver una mierda y… y
maldita sea.
—Corran —grité. Sólo para descubrir que no podía. Porque Pritkin no
estaba dejándome ir, no había logrado entender todo.
Pero Rosier lo había hecho, agarró su mochila y salió corriendo.
Dejándome atrás, porque nadie lo había acusado nunca de ser noble. Pero
por una vez, pensé que tenía la idea correcta.
—¿Tú… quieres… el Códice? —pregunté a Pritkin, jadeando por la
falta de aire y el terror absoluto, absoluto—. Porque lo dejaste escapar. ¡Él
lo tiene!
Y, de acuerdo, eso funcionó, pensé, cuando Pritkin fue detrás del señor
demonio que huía. En cierta forma, me enmendé, ya que él me sacudió para
el paseo. Pero eso estaba bien; eso estaba muy bien. Sólo tenía que
mantenerlos cerca y evitar que Pritkin matara a Rosier, y mantener un ojo
atento por si el alma maldecida venía mientras estaba en eso.
Bueno, y otra cosa, corregí, cuando las viejas y afiladas ramas de un
árbol explotaron en flor cuando pasamos.
Me gire mientras seguía corriendo, observando a través de la lluvia
torrencial mientras el enorme tronco se encogía, la vieja corteza se hacía
nueva, las ramas retorcidas se enderezaban, florecían y colgaban con vida.
Habría sido hermoso, excepto por el conocimiento de que una explosión de
tiempo inverso como ese no me haría el mismo bien. De hecho, me
envejecería justo fuera de la existencia.
Era bueno que ella no pudiera verme mejor de lo que yo podía, eh,
pensé, justo antes de que algo como el sol inundara de repente el área a
nuestro alrededor. Algo exactamente igual, me di cuenta, mirando el cielo
oscuro. Un pedazo de hielo congelado del tamaño de una casa acababa de
ser reemplazado por cielos azules claros y nubes gruesas y felices.
Maldita sea, no sabía que pudiéramos hacer eso, pensé, mientras la
luz de otro día brillaba a nuestro alrededor, fuera de algún portal de tiempo
que no comprendía porque no entendía mucho sobre este trabajo. Pero si la
idea era encender un reflector, estaba bien, pensé, y jalé a Pritkin a la sombra
de un puente cercano.
—¿Qué…? —comenzó él, mirando hacia arriba a la viga que brillaba
por el agua, lanzaba sombras de las ramas de los árboles sobre las calles
cubiertas de nieve mientras empezaba a moverse, buscando por nosotros.
—¿Una nueva magia? —dije débilmente. Y recibí un ceño fruncido a
cambio, porque Pritkin no es estúpido.
Pero antes de que pudiera refutarlo, algo como un bote arrancó debajo
del puente, empapándonos con un rocío helado.
No había visto quién lo conducía, pero supongo que Pritkin lo había
hecho. Porque maldijo y nos arrastró por una escalera oxidada a un pequeño
bote, que parecía inútil ya que no tenía forma de propulsión que pudiera
ver. Los motores fuera de borda no existían en 1794.
Pero la magia sí. Por lo menos, asumí que había algún tipo de hechizo
involucrado cuando nos lanzamos por el canal, tan rápido que me tiro a la
popa y tenía a la proa del bote saltando por el agua, apenas tocando las olas.
Pero lo estábamos haciendo mejor que Rosier, a quien vi cuando me paré de
nuevo, justo delante de nosotros.
Estaba en otro bote a toda velocidad, por cortesía de su gran bolsa de
trucos, supongo, pero lo que estaba usando no debía venir con
instrucciones. O dirección. Porque estaba moviéndose hacia adelante y
hacia atrás a lo largo del estrecho canal, su bote golpeando otros barcos, a
las altas paredes de ladrillo del canal y básicamente a cualquier cosa en
todo en su camino, poniendo su cara frenética y agitando los brazos con
algo superfluo.
Sí, sabía que estaba en problemas.
Pero entonces, también nosotros.
Porque el reflector improvisado nos perseguía, fluyendo a lo largo de
los lados del canal como agua brillante. El portal parecía un óvalo de película
coloreada impuesta sobre el paisaje blanco y negro que nos rodeaba, como
alguna técnica cinematográfica de vanguardia fijando lo joven y lo viejo.
Detrás de nosotros, árboles esqueléticos se convertían a verde, la nieve se
derretía a calles cubiertas de hojas, la gente paseaba por la orilla disfrutando
de un día de primavera brillante.
Y luego se detenía a mirar a través del portal a nosotros, incluyendo
a un tipo que se topó con un árbol.
Miré hacia atrás mientras el tiempo hervía a lo largo de una línea justo
detrás de nosotros, dividiendo el día y la noche. Verano e invierno. Y al fondo
de nuestro bote, enviándome al frente revolviéndome frenéticamente con
Pritkin maldiciendo y de alguna manera aumentando nuestra velocidad.
Funcionó, algo así. Saltamos a toda prisa, ahora casi volando, con un
sonido como una grieta de un poderoso látigo. O, me di cuenta, un segundo
más tarde, como medio bote rompiéndose, desbaratándose y hundiéndose.
Miré detrás de nosotros a través de mi cabello salvaje volando, a lo
que había sido la parte trasera de nuestro bote, tragado por ese otro día,
meneándose, listo y luego hundiéndose en el sol de una primavera brillante.
Nos dimos cuenta que pronto no íbamos a estar en mejor situación. La mitad
de un barco no flota bien, y sólo nuestra loca velocidad nos mantenía
momentáneamente por encima del agua.
Miré a su alrededor frenéticamente, tratando de localizar a Rosier,
planeando desplazarnos a su bote, que al menos seguía en una sola pieza.
Pero estaba oscuro al frente, incluso sin que el resplandor de detrás
oscureciera mi visión. Y media lluvia torrencial, mitad de nieve caía más
fuerte ahora, lo que lo hacía casi imposible…
Rosier lo hizo fácil al estrellarse de cabeza en la parte trasera de una
barcaza.
Lo envió disparado de su nave por el aire, agarré a Pritkin y nos
desplacé incluso antes de que aterrizara. Acabamos justo a su lado, lo que
habría sido impresionante, si hubiera recordado dejar atrás nuestro bote
roto. Pero todavía estábamos aferrados a los lados, así que nuestro bote
también vino, y por un segundo, estábamos saltando a lo largo de la larga
superficie y sin carga de la barcaza, justo al lado de un señor demonio caído,
maldiciendo y rodando. Entonces Pritkin alargó la mano y agarró a su padre.
Nos desplacé otra vez, un segundo antes de que hubiéramos caído en
la cabina del capitán.
En su lugar nos arrojé en uno de los pequeños puentes que se
extendían por los canales.
Eso en realidad no habría sido tan malo, ya que nuestra pequeña
media embarcación había conseguido aterrizar en la parte superior. Pero
luego seguimos adelante. Grité y agarré a Pritkin, que estaba abrazando a
Rosier en un apretón de muerte, pero el hombre guardaba silencio. A
diferencia del elegante señor demonio, que gritaba junto a mí cuando
nuestro impulso nos llevó a través del estrecho tramo, que era poco más que
un arco de ladrillo sin barandillas.
Y por el otro lado.
Dentro de un parche de luz solar brillante y al frente de un barco más
grande siendo guiado por una Pitia aún empapada y estilando.
—Bueno, hola —dijo, sonriéndome maliciosamente, mientras
levantaba la vista de un montón de demonios.
—Bueno, adiós —jadeé, y la pateé al canal.
Nuestro diminuto barco se estremeció y sacudió cuando Pritkin volvió
a controlarlo. Y luego se desprendió bruscamente de la majestuosa barcaza
de la Pitia. Se deslizó por el canal, a través de la luz del sol de la mañana de
otro día que nos había engullido, con Rosier aferrado a la proa, Pritkin
sosteniéndolo y yo ahogándome detrás, mi cuerpo medio en el agua cuando
agarré un remo que había atrapado en el último segundo y me mantenía
aferrándome a mi querida vida.
Traté de levantarme, lo que hubiera sido más fácil sin todas las
patadas y los pies en mi cara. Y sin ser lanzada hacia adelante y hacia atrás
salvajemente, porque nadie parecía estar conduciendo esta cosa. Pero
entonces me olvidé de todo eso; me olvidé de todo.
Porque sólo miré hacia arriba.
Y vi una nueva forma de luz brillando en un par de brillantes ojos
verdes.
Mi garganta se cerró por un momento en alivio puro, sin adulterar. Y
luego se abrió para poder gritar:
—¡Hechízalo! ¡Hechízalo!
Eso me ganó un resplandor, pero nada más, porque Rosier estaba en
un estrangulamiento y no podía pronunciar las malditas palabras. Apenas
podía sostenerme, mucho menos ayudarle. Y entonces el pequeño bote se
llenó aún más cuando la triple perversa Pitia se desplazó junto a mí con un
gruñido.
Eso habría sido malo, realmente malo, si nuestro bote no hubiera
vuelto a caer en la oscuridad. Y no porque pasamos por debajo de otro
puente. Cayó a nuestro alrededor, como la noche llegando en un momento,
totalmente cegadora por el resplandor anterior. Entonces, abruptamente,
golpeamos algo.
Duro.
Fuimos arrojados al alto enfrente del bote, todos nosotros aterrizando
en un montón de miembros revueltos y rostros que gritaban. Luego
rebotamos a la proa, nos caímos a la parte trasera inexistente, porque
nuestro bote de repente no se movía. Me di cuenta por qué un segundo más
tarde, mi culo golpeó algo duro y helado.
Lo cual era una buena descripción ya que era, de hecho, hielo.
Más se extendía a nuestro alrededor, y había congelado el bote en su
lugar, lo que explicaba por qué no nos movíamos.
Miré alrededor de la tenue luz de la luna que reflejaba una larga línea
de sólido canal y me sentía mareada y confundida. Primero habíamos estado
en una tormenta de aguanieve, luego en un soleado día de primavera, y
ahora ¿dónde estábamos? Si de alguna manera hubiéramos escapado al
portal de tiempo de la Pitia, o lo que sea que haya sido, ¿no deberíamos
haber regresado a donde empezamos? Pero no había lluvia torrencial, ni
aguanieve, ni nubes oscuras hirviendo para ser vistas. Sólo una tranquila
escena de medianoche, un canal helado y una figura encorvada en lo alto
de un puente, recortada contra una luna de cosecha.
Era una mujer diminuta con una capa negra ondeando en la brisa. Y
un chongo de cabello blanco. Y una expresión enojada.
Rosier y Pritkin estaban luchando a un lado, revoloteando de un modo
que amenazaba con romper el hielo. Quería ir desesperadamente y ayudar,
pero no lo hice. Debido a que el enfoque de luz de sol se había detenido justo
detrás de nosotros, como si tuviera miedo de acercarse más.
Al igual que mi contraparte de las cerezas que seguía mojada, que de
repente ya no se veía tan segura.
—Lydia —dijo Cerezas nerviosamente—. Yo… puedo explicarlo.
—¿Qué? —La vieja frunció el ceño.
—Soy yo, Gertie. —Esta vez fue más fuerte.
—¿Qué?
—Ger-oh, por el amor de Dios. Tu cuerno.
—Habla, ¿por qué no puedes?
—¡Tu cuerno! ¡Ponte el cuerno!
—Dame un momento —dijo la anciana con voz de desconsuelo—.
Tengo que ponerme el cuerno.
Sacó un viejo cuerno de oído negro de debajo de su capa y lo sujetó a
un lado de su cabeza.
—¿Qué? —preguntó de nuevo.
—Soy yo —repitió la otra Pitia, fuerte y lento—. Gertie. Y sé que
estamos fuera de lugar…
—¡Jodidamente cierto, estás fuera de lugar!
—Sí, lo sé. Pero…
—Siempre rompiendo las reglas, lo haces. ¡Y ahora estás conspirando
con gente como él!
—Consp… —Gertie se hinchó—. No estoy haciendo tal cosa…
—Sabía que debía haber entrenado a tu hermana —murmuró la
anciana.
—¡Estoy tratando de devolverlos a donde pertenecen!
—Oh, los regresaré —dijo la anciana siniestramente.
—¡No! No, Lydia, debes escuchar…
Pero escuchar no parecía ser lo fuerte de Lydia. Y un segundo
después, no había más Gertie. Quien, asumí, acababa de ser enviada al año
de 1880.
Por su contraparte de 1794.
Se estaba llenando de Pitias por aquí, pensé en blanco, mientras la
vieja volvía su atención hacia mí. Sonreí débilmente. Y luego me desplacé
hacia los chicos, ni siquiera esperé tener un buen control sobre ellos antes
de desplazarnos a todos a través del portal de tiempo cerrándose rápido
detrás de nosotros.
Para mi sorpresa, funcionó. Aterrizamos a luz del día, lo cual era
bueno. En medio de un canal que ya no era sólido, lo cual era malo. Pero
eso seguía estando bien.
Hasta que mi maldito socio inútil se hundió como una piedra.
Me zambullí detrás de él, lo agarré por el cuello y lo arrastré de regreso
a la superficie, donde se agitó y tartamudeó e intentó ahogarme.
—¡Pensé que los de tu clase flotan! —dije, golpeándolo en la cabeza.
—Eso es… de brujas —jadeó, pero se calmó ligeramente.
Hasta que buscamos a Pritkin. Y casi nos atropelló un bote lleno de
turistas, en su lugar. Un chico japonés en una camiseta de “Me puse hasta
atrás en Ámsterdam” colgándose sobre el lado abierto del bote, haciendo
fotos de los locos empapados, mientras Rosier vociferaba, se agitaba,
maldecía y se hundía. Miré alrededor en confusión a unos cientos de
bicicletas, un montón de autos diminutos, y ningún Pritkin, maldecido o de
otra manera.
Todo bien, entonces, pensé, dejando que el agua se cerrara sobre mi
propia cabeza.
Tal vez esto no iba a ser tan fácil como pensaba.
Por un número de extrañas-razones-pero-que-juro-tienen-sentido-en-
contexto, la base de mi casa es un ático en un hotel de Las Vegas. Por lo
general es bastante concurrido, lo cual es la razón por la que ya no sólo me
desplazo en el interior. Tengo bastantes problemas sin aparecer a medio
camino de uno de los guardaespaldas vampiros que viven conmigo y que
tiene una tendencia a gritar en momentos extraños. Así que en su lugar he
aprendido a aparecer en el vestíbulo de mármol, que suele estar bastante
desierto.
Generalmente, pero no hoy.
Caí al suelo desde una altura de metro y medio, porque había olvidado
que estaba nadando, en un canal de agua sucia y con una lluvia como
granizo de diminutos peces plateados. Y un señor demonio empapado que
casi cayó sobre mi cabeza. Entonces un vampiro gritó y me apuntó con un
arma.
Un segundo después, volvió a gritar y señaló al suelo. Pensé que era
un poco excesivo hasta que parpadeé agua salina de mis ojos y me di cuenta
que no era el vampiro quien estaba gritando. Eran las guardas.
Los hechizos que protegían la suite debían haber sido recalibrados a
modo odiar-demonio mientras me había ido, lo que, considerando algunas
de las cosas que habían sucedido últimamente, no era realmente
sorprendente. Pero era molesto. Como un ruido molesto en tu oído.
El aullido seguía y seguía mientras tosía el contenido de la mitad del
canal e intentaba recordar cómo respirar. Lo que me dejó un poco ocupada
para entender lo que el vampiro estaba diciendo, y mucho menos tratar de
responderle. Me conformé con acostarme allí y jadear en su lugar.
Rosier fue menos reticente, pero afortunadamente, las guardas
también lo ahogaban. Incluso cuando fue atacado por cinco grandes
guardias que salieron de la suite y procedieron a golpear el problema. Los
miré por un momento, y luego saqué algo, que realmente esperaba fueran
algas, de mi escote y comencé a tratar de levantarme.
No fue muy bueno.
Me sentí como uno de los diminutos peces: golpeada, agotada, y
jadeando por respirar, lo que todavía no conseguía debido al maldito corsé
que venía con mi traje. También llevaba cerca de veinte kilos de lana
húmeda, la mitad de los cuales habían logrado enrollarse alrededor de mis
piernas, dejándome tan móvil como una foca varada. Pero de todos modos
me las arreglé para ponerme sobre mis manos y rodillas, dejando un rastro
de oruga en dirección general hacia la puerta principal.
Que se abrió en el mismo momento que llegué a ella, para mostrarme
un par de mocasines Cerutti. Eran negros y tenían un buen brillo para ser
de cuero. Eso era bueno. Porque el ante no habría manejado la marea en
miniatura que rodó simplemente así.
Miré hacia arriba para ver a su dueño pronunciando algunas palabras
no tan caballerosas y fulminándome. Y luego al alboroto sobre mi cabeza. Y
después de regreso a mí otra vez señalando, gesticulando y tratando de
transmitir órdenes por encima del ruido que realmente no quería que fuera
Rosier siendo golpeado.
Ya sabes, no mucho.
Y luego me encontré levantada por dos manos del tamaño de jamones,
lo que me puso cara a cara con mi jefe de guardaespaldas, un gigante
moreno llamado Marco.
También dejó a mis pies colgando sobre el piso, porque tengo uno
sesenta y cuatro y Marco no. Pero no me preocupé porque eso lo estresara.
Podría mantenerme allí todo el día si quería, con lana empapada y todo. El
feroz paquete que la naturaleza le había proporcionado había sido mejorado
hacía siglos con un par de colmillos que no necesitaba, porque, ¿quién iba
a saltar al hermano mayor de Lou Ferrigno?
Por desgracia, me las arreglaba para estresarlo de otras maneras,
como por el momento, a juzgar por el ceño que arrugaba su frente. Y por la
forma en que me metió debajo de un enorme brazo después de una última
mirada al caos. Y por cómo me llevó adentro como un saco empapado de
patatas.
—Puedo caminar —protesté sin aliento mientras las guardas se
callaban abruptamente. El combo de corsé y la idea de Marco de un apretón
suave me había dejado con quizá un centímetro de pulmón respirable.
Marco no respondió. Eso era malo, ya que informarme de mis varios
defectos era la manera favorita de Marco de liberar la tensión. Era cuando
se callaba que tenías que preocuparte, así que lo estaba.
Y eso fue antes de que me llevaran a través de una sala llena hasta el
borde con extraños.
Mujeres desconocidas. Todas parecían estar asistiendo a una fiesta
del té de la era victoriana. Algunas parecían ser tan jóvenes como de dos o
tres años, otras quizá de diez años más, aunque era difícil decirlo con los
chongos en el cabello y los viejos trajes infantilizados que llevaban y…
Y mierda.
No era de extrañar que Marco no estuviera contento.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó una de las muchachas, saltando
del sofá y corriendo—. ¿Qué está pasando?
Era una morena linda, probablemente la más grande, y se llamaba
Rhea. Era miembro de mi corte, como el resto de ellas, aunque no una de
las que me querían muerta. Al menos no lo creía, aunque su expresión era
bastante feroz.
Pero, ella no estaba mirándome.
—Tu señora está de vuelta —le dijo Marco con amargura.
—¿Qué estás haciendo con ella? —preguntó—. ¿Está herida?
—Aún no.
A juzgar por la expresión de Rhea, no le gustó esa respuesta. Era casi
divertido, ya que la gente no le fruncía el ceño a metro noventa y ocho de
vampiro con mal temperamento. La gente cuerda al menos. Pero Rhea había
demostrado tener ideas raras sobre quién era aterrador, y en realidad
parecía más intimidada por mí que por mi suite llena de monstruos
colmilludos.
—¡Bájala! —exigió, no que hiciera nada bueno.
Marco continuó caminando a través del mar de chicas, que ahora me
miraban fijamente, algunas con la boca abierta.
Mucho para hacer una buena primera impresión.
No importaba. Junto a mi predecesora, la perfecta y sabelotoda Agnes,
me veía… bueno, en su mayor parte trataba de no pensar en cómo me veía.
Suspiré y dejé caer la cabeza sobre el musculoso antebrazo de Marco.
Bien podría haber hecho la cosa de falta de dignidad antes.
Pero Rhea no parecía pensar así. Nos siguió a través de la sala, a
través del salón, y por el pasillo que conducía a los dormitorios. El cual era
más difícil de transitar de lo habitual porque estaba lleno de cunas
dobladas. Y luego nos siguió a mi habitación, que tenía colchonetas por todo
el piso, almohadas y mantas porque, sí.
Mi corte necesitaba un lugar para dormir, ¿no?
Era una de esas cosas que probablemente debería haber pensado
antes de huir con Rosier. Pero tampoco, esperaba ser cargada con una
compañía de jóvenes que nunca había conocido y con las que no sabía qué
hacer. Y el tiempo había sido esencial.
Y gracias a su absoluta y total ineptitud, todavía lo era.
—¿Acerca de… el tipo… que traje? —dije sin aliento, atrapándolo en
el último momento.
No recibí un reconocimiento. Sin embargo, me tiraron a la cama, en
lugar de arrojarme al suelo, así que supuse que era algo bueno. Aterricé
boca abajo sobre una bonita colcha de brocado que iba a necesitar
cambiarse después de esto, gemí y me dejé caer. Y vi como un vampiro
enojado trataba de averiguar cómo quitarme las botas.
Teniendo en cuenta que me había tomado quince minutos conseguir
amarrar las malditas cosas en primer lugar, y eso fue antes que los cordones
se mojaran, no le daba muchas posibilidades. Pero debería haberlo sabido
mejor. Marco tenía habilidades. Y un cuchillo afilado, lo que supongo que
estaba bien, ya que no era como si fuera a regresar a 1880 de todos modos.
—Lo necesito. Vivo —aclaré, porque por aquí, nunca sabías.
Marco seguía sin decir nada.
Miré a Rhea. Ella estaba de pie alerta, viéndose como si contemplara
arrojar algo a la cabeza de un vampiro antiguo, y ¿eso era lo último que
necesitaba?
—¿Puedes darnos un minuto? —pregunté.
Ella hizo una reverencia y se mordió el labio. Pero no fue a ninguna
parte. Sin embargo, una de mis botas lo hizo, chapoteando y soltando una
pequeña marea de agua sucia en la alfombra.
—Está bien —le dije mientras Marco se ocupaba en la otra—. Él está…
tenemos que hablar.
—No, necesitábamos hablar ayer —dijo Marco con voz baja y
venenosa.
—Necesitamos tener una discusión —corregí—. Se puede usar la
profanidad.
—No me importa —dijo Rhea con firmeza, mirándolo fijamente—.
Necesito… es decir, me gustaría solicitar una audiencia.
—¿Con quién?
Ella me miró.
—Oh. Sí. —No estaba acostumbrada a que se refirieran a mí como a
algún tipo de realeza. Y tampoco planeaba acostumbrarme a eso. Pero eso
podría esperar—. En un rato.
Rhea hizo una reverencia y luego siguió de pie.
—No me va a lastimar —le aseguré, y finalmente se fue, todavía
disparando a Marco miradas malvadas. Y un segundo más tarde la otra bota
salió.
La alfombra rápidamente fue de sucia a insalvable, pero no me
importaba. Me recosté contra la cama con algo entre un suspiro y un
gemido, retorcí mis pobres dedos con alivio. Junto con sus otras fallas,
Rosier me había conseguido las botas dos tallas más pequeñas.
—Oh Dios, eso se siente bien —le dije con fervor.
La puerta se cerró de golpe.
Oh-oh.
No me molesté en levantarme. La experiencia había demostrado que
podía acostarme gritando con la misma facilidad. Por supuesto, no
necesitaba levantarme, pensé soñolienta. Necesitaba volver. Pero incluso
suponiendo que el alma de Pritkin no se hubiera movido ya a alguna parte,
que las diversas Pitias se hubieran dispersado y que pudiéramos acercarnos
lo suficiente para poner el hechizo sin ser hechizados, todavía no serviría de
nada.
Porque estaba hecha mierda.
Y un salto de más de dos siglos ya era lo bastante duro incluso cuando
no lo estaba.
El rostro de Marco, aunque alarmantemente grande, apareció en el
espacio sobre el mío.
—Si te duermes, puedo destrozar la habitación —advirtió.
—Demasiado tarde.
Y mira, parecía que podía sentarme, después de todo, pensé, cuando
fui sacudida otra vez para levantarme. Hubiera protestado, pero Marco
estaba ocupado en quitarme algunas de las terribles lanas, así que no lo
hice.
—¿Supongo que esto no puede esperar? —le pregunté mientras me
quitaba la chaqueta.
—Sabes, eso es gracioso —me dijo, tirándolo a través de la habitación,
donde se humedeció contra la pared—. Eso es lo que me dije, esta misma
mañana. “Ella está durmiendo. Deja que la chica descanse un poco. ¡Hay
mucho tiempo para averiguar qué diablos pasó anoche!”.
—¿Anoche? —Anoche estaba borroso. Tal vez porque, para mí, había
sido hace varias noches. O días. O…
Los viajes en el tiempo eran difíciles.
—Puedo quitarme la falda —le dije, aunque no por modestia. Ser
desnudada por Marco era semejante a ser despojada por un carcayú
rabioso.
Podría haber salvado mi respiración. Porque debajo tenía al menos
cuatro capas de enaguas, o crinolinas o como fuera el término correcto.
Diablos, podría equipar una casa entera.
Lo que podría ser muy bueno, ya que no veía ningún equipaje.
—¿Dónde pusiste las cosas de las chicas? —pregunté, después de que
Marco me sacara de la falda y casi de la cama.
—No tenían nada.
—Ellas no tenían…
—Ellas dijeron —me dijo perversamente—, ¡que explotaron!
Correcto.
Esa noche.
—Mmm. Bueno, mira…
—No —dijo, agachándose junto a la cama, poniéndose a mi nivel.
—¿No?
—No. —Los ojos marrón oscuro miraron sin humor en los míos—. Sin
mentiras. No esta vez.
—No miento.
—O evasiones. O respuestas difíciles. Te juro que eres tan mala como
el maestro.
Considerando quién era su amo, decidí tomar eso como un cumplido.
—¿Gracias?
—¡Maldita sea, Cassie! Quiero saber qué demonios sucede.
—Sí, bueno…
—¡Y quiero saberlo ahora!
Me lamí los labios.
No era como si me gustara ocultarle cosas a Marco. En realidad, era
un buen guardaespaldas. O lo hubiera sido para alguien más. A veces me
sentía muy mal por él, ya que era del tipo que le gustaba pensar que estaba
por encima de las cosas, que tenía todo bajo control, que el mundo estaba
cuerdo y todo estaba en su lugar.
Dios, se había equivocado de trabajo.
Pero incluso si hubiera estado dispuesta a difundir secretos que no
eran realmente míos, el hecho era que Marco no quería saber qué estaba
pasando.
No quería saber que la razón por la que tenía una sala llena de
iniciadas Pitia, era porque un puñado de ellas había tratado de matarlas,
explotando la antigua corte de la Pitia. No porque las odiaran, sino para
ponerme una trampa. Una que casi había funcionado.
No quería saber que las acólitas responsables todavía estaban allí
afuera. O que las habilidades que habían recibido de la vieja Pitia antes de
morir, nunca habían sido rescindidas. Lo que significa que técnicamente
podían aparecer aquí en cualquier momento.
En realidad, no creía que lo hicieran. Era mucho más vulnerable en
otro lugar, y era a mí a quien buscaban. Pero, aun así. No creía que Marco
quisiera saber que todas las guardas, armas y habilidades vampíricas del
mundo, podían no ser suficientes para lidiar con el poder de esas chicas si
decidieran arriesgarse.
—¿Y bien? —preguntó.
—Estoy pensando.
—¡Maldita sea, Cassie!
—¿Puedes ayudarme… con esta cosa? —pregunté, señalando el corsé,
que era del tipo que se ataba a la espalda.
No estaba haciendo tiempo; realmente estaba teniendo problemas
para respirar. Toda aquella agua había tensado las cuerdas, algo de lo que
Marco se enteró cuando me volteó e intentó aflojarlas.
Murmuró algo y sacó de nuevo el cuchillo.
—¡No puedo mantenerte a salvo si no sé dónde estás! —dijo,
cortando—. O con quién estás. ¡O qué diablos has estado haciendo!
—Exactamente —murmuré en el colchón.
Marco tampoco quería saber que había salido con el buen amigo de
Satanás, simplemente no. Satanás, suponiendo que existiera,
probablemente tendría mejores gustos. También yo, pero estaba atrapada,
al menos por el momento.
Y maldita sea, ¡habíamos estado tan cerca!
—No me vas a decir una maldita cosa, ¿verdad? —preguntó Marco,
volviéndome a mirar.
El corsé estaba en pedazos, lo que me permitió tomar mi primera
respiración profunda en lo que sentía como días. Por un momento, me quedé
allí, explorando la maravilla que era el oxígeno. Y mirando fijamente a
Marco, que, a pesar de las apariencias actuales, era una buena persona y
un buen amigo. Se merecía algo mejor que la locura que era mi vida en estos
días.
Por supuesto, eso significaba que también yo.
—Deberías pedir una transferencia —le dije honestamente.
Las cejas gruesas se juntaron en un ceño fruncido.
—¿Es tan malo?
—¿No lo es siempre?
Se sentó en el borde de la cama húmeda.
—¿Contigo? Más o menos.
—No trato de ser un desastre —dije, sintiendo que mi garganta se
endurecía.
Suspiró y tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos. Ya que
los suyos eran de tamaño salchicha, eso dejaba los míos extendidos
incómodamente, pero decidí que podría vivir con ello.
—No tienes que intentarlo —me dijo—. Es un don.
—Siempre puedes dispararme —le ofrecí débilmente.
—Lo he considerado. Pero después tendría unas cuantas docenas de
niñas viajando por el tiempo sobre mi trasero.
—No pueden viajar todo el tiempo. —Al menos, realmente esperaba
que no—. ¿Cuándo llegaron hasta aquí?
—¿No te acuerdas?
Sacudí la cabeza.
—Te perdiste toda la escena —dijo Marco, soltando mi mano para
poder apoyarse contra el poste de la cama. Y el nivel exasperado de sus ojos
oscuros sobre mí.
—¿Quiero saberlo?
—No. Pero voy a decírtelo de todos modos —dijo amablemente.
Me eché el brazo sobre la cara.
—Así que, vuelves del Infierno. Sales por el gran-portal-remolino sobre
la alfombra arruinando la sala. Pero está bien. Al menos has vuelto. Sólo
que no. Un par de minutos más tarde, te vas otra vez. Sin explicación, sin
adiós, sin nada. Un segundo estás aquí, viendo las noticias de que la vieja
casa en Londres explotó, y al siguiente no estás. Por un minuto, pensé que
habías saltado por el maldito portal. Pero entonces me di cuenta que las
brujas también se habían ido.
“Las brujas” en este caso, eran un grupo de líderes de clan que se
habían ofrecido para ayudar a rescatar el mío. Es decir, mi aquelarre, puesto
que eso era lo que aparentemente era la corte Pitia. Ya que nunca me había
considerado una bruja, me costaba un poco acostumbrarme a la idea de
tener un aquelarre.
No tanto como el concepto de cambiar el tiempo.
Pero no había tenido elección. Había regresado de mi erróneo intento
de rescate, solo para descubrir que la mansión de Agnes en Londres acababa
de ser bombardeada. Me había sentado en el sofá de la sala durante unos
minutos, viendo una fuente de noticias mágica que mostraba montañas de
escombros todavía ardiendo e hileras de diminutas bolsas de cuerpos y
grupos de magos de guerra aturdidos. Tratando de absorber eso.
Y luego me llevé a las brujas y volví en el tiempo para arreglar las
cosas.
No debía hacerlo. El objetivo de tener una Pitia, en primer lugar, era
evitar que la gente modificará el tiempo, no hacerlo yo misma. Pero esas
niñas eran mi corte ahora, aunque no hubiera tenido oportunidad de
conocerlas todavía. Habrían muerto por mi culpa. Y sólo habían pasado
quince minutos…
De todos modos, lo había hecho. Probablemente eso me hacía una
Pitia pésima, pero entonces, ¿qué era lo nuevo? Y no lo sentía, pensé
desafiante.
Culpable, sí; arrepentida, no.
—Y, uh, entonces, ¿qué pasó? —pregunté, porque no lo sabía.
Supuse que las brujas habían sacado a mi corte, ya que estaba aquí
ahora. Y que los demonios habían hecho lo mismo por mí, después de
haberme quedado para cubrir el retiro de todos. Y me desmayé por el
esfuerzo de frenar los hechizos en el campo de batalla que los magos
oscuros, amigos de mis acólitas, habían estado lanzando.
Pero uno me había estado esperando cuando me desperté, aquí atrás
en mi cama.
No un hechizo… un demonio. Su nombre era Adra, jefe del concilio
demoníaco, y, por cierto, también la persona que había maldecido a Pritkin.
Pero había tenido un cambio de corazón, o eso decía, después de verme
arriesgar mi vida para salvar mi corte.
No sabía por qué eso le importaba al concilio, pero tal vez no eran tan
malos como me habían dicho. O tal vez se habían tardado en decidir que
podrían necesitar mi ayuda con los dioses, y la tendrían. ¡Si, ya sabes, no
acabaran de borrar a mi amigo de la existencia!
Pero no había tenido la oportunidad de averiguarlo antes de que
Rosier me arrojara un paquete lleno de ropa vieja y nos fuimos directo con
la cabeza todavía girando.
Marco entrecerró los ojos.
—Dime tú. Lo siguiente que supe, fue que las ventanas comenzaron a
temblar y el piso empezó a moverse, se sintió como un seis en la escala de
Richter. ¡Y entonces ese maldito portal se vuelve a activar y ahí estás,
tropezando con tres brujas maltratadas y una maldita docena de chicas!
Me mordí el labio.
—¿Lo siento?
—Luego das dos pasos y caes, y creo que estás muerta. Pero no,
resulta que estás agotada. Así que te llevo a la cama. Y a la mañana
siguiente, cuando creo que finalmente voy a tener una maldita explicación,
¿qué pasa?
No dije nada esa vez.
—Tenía un día —dijo Marco sombríamente—. Te habías ido y las
chicas no me decían una mierda, y ese maldito mago seguía llamando…
—¿Quieres decir Jonas? —pregunté preocupada.
—¿Quién más?
Estábamos hablando de Jonas Marsden, el jefe del Círculo de Plata,
la principal autoridad mágica del mundo y mi… bueno, colega,
técnicamente, aunque actuaba más como mi jefe. Y por supuesto, había
estado allí para ver todo esto. Mi suerte prácticamente lo exigía.
—¿Qué quería? —pregunté, bastante segura que ya lo sabía.
—Hablar contigo. Tuvo un ataque cuando desapareciste anoche y uno
peor cuando volviste. Quería llevarte a ti y a las chicas a algún sitio, pero
Rhea no se moverá hasta que hable contigo, y no tenía suficientes magos
con él para forzar el asunto. No con las brujas gritando sobre la “soberanía
Pitia”, sea cual sea el infierno que es eso, y yo amenazándolo con una docena
de maestros…
Me estremecí. Y de repente estaba profundamente agradecida de
haber estado inconsciente.
—… pero no fue bonito. Durante un tiempo, pensé que iba a tener que
pedir refuerzos. Pero finalmente accedió a irse si prometía que lo llamarías
tan pronto como te levantaras. Pero, por supuesto, esa mañana te habías
escapado, de nuevo, sin explicación, de nuevo. ¡Y tuve que decirle que habías
ido a un recado!
—Te lo debo —dije con fervor.
—Oh, no. No, ni siquiera llegamos allí todavía.
Tragué.
—Así que cada media hora: “¿No ha vuelto todavía, está de regreso?”
—Marco le dio a la voz de Jonas un gemido agudo que de ninguna manera
poseía—. Y después las chicas necesitaron comida y un lugar para
quedarse…
—Veré si puedo…
—Y la prensa se enteró de que tu corte había explotado y de alguna
manera consiguieron nuestro número…
—No otra vez. ¿Cómo siguen consiguiendo…?
—… y luego el jefe llamó.
Tragué. Y, una vez más, todo lo demás, de repente se sintió trivial.
Manejable. Fácil, en comparación.
—El… ¿jefe?
—Sí, ya sabes. —Marco sonrió maliciosamente—. ¿Tu marido?
Mircea Basarab era un montón de cosas. Guapo, increíblemente
hermoso realmente, si se puede utilizar esa palabra para un hombre, en esa
manera imponente que las estrellas de cine son y el resto de nosotros no.
Sólo que Mircea no necesitaba un gran vestuario y la iluminación adecuada.
Mircea podría hacer que las mujeres se derritieran desnudas y en la
oscuridad.
Especialmente desnudos y en la oscuridad, vino a mi mente.
No era sorprendente, ya que había tenido quinientos años para
perfeccionar su técnica de seducción, que ahora usaba como negociador
principal para el temido Senado Norteamericano de Vampiros. Controlaban
a los vampiros del país mucho más estrictamente que el Círculo hacía con
sus magos. Y hablando de magos, el senado estaba cansado de que
monopolizaran a las Pitias, cosa que habían hecho durante siglos como los
tradicionales guardaespaldas pitianos. Justo hasta que una Pitia acabó algo
así como, una especie-de-tipo-pero-no-exactamente-eso, casada con un
senador.
Como dije, mi vida amorosa es complicada.
O lo había sido hasta hace poco, cuando Mircea había desaparecido
de escena. No había oído hablar de él en más de una semana, no desde que
había ido a manejar una crisis en Nueva York. Eso había sido un poco
decepcionante, porque, bueno, estaba ocupado, pero ¿lo habría matado una
llamada telefónica? Pero también había sido un alivio, porque teníamos
cosas de que hablar, oh si las teníamos, y eran cosas que dejarían de
postergarse hasta que arreglara la crisis inmediata de una maldición
demoníaca y una corte sin hogar y un montón de acólitas homicidas.
—¿Qué dijo? —pregunté a Marco de manera casual.
Marco me arqueó una gruesa ceja.
—Creo que será mejor que tú le hables. Quiere que llames.
Extendió un teléfono negro brillante.
Me mordí el labio y vi un reflejo de aspecto infeliz hacer lo mismo. Sí,
Mircea y yo necesitábamos hablar. Sí, necesitábamos hacerlo pronto. Y no
sólo por cuestiones personales. También éramos aliados en una guerra, la
misma guerra a la que mis queridas acólitas habían decidido unirse al otro
lado, y tal vez él podría necesitar algo.
—¿Dijo que era urgente?
Marco me miró.
—¿Y bien?
—No dijo que no lo fuera.
Sentí que mis músculos de la espalda se relajaban ligeramente. Mircea
era un diplomático, pero si fuera vida o muerte lo habría dicho. Y Marco
estaría luciendo mucho más que exasperado ahora mismo.
Por supuesto, hacer caso omiso de esto sólo iba a cavar más profundo,
y tenía la sensación de que ya estaba por encima de mi cabeza como estaba.
Pero no podía lidiar con otro problema en este momento, sobre todo no un
problema alto, oscuro, con hermosos ojos malvados y una conocida sonrisa
de que me tocaría como a un violín, incluso cuando no estaba agotada. Y
hambrienta.
—Tengo hambre —le dije a Marco, lastimosamente.
Estrechó los ojos sospechosamente sobre mí, pero no discutió. Porque
una Pitia hambrienta era una Pitia vulnerable. La energía de la oficina
podría ser casi inagotable, pero eso no era cierto para las personas que
tenían que canalizarlo. Y sin combustible significaba para mí sin poder.
Apartó el teléfono.
—¿Qué deseas?
—Cualquier cosa. Y mucho —añadí mientras mi estómago despertaba
para informarme que la mitad de una cerveza no era una comida diaria
adecuada—. Y necesito ver a… eh, el tipo. Que traje conmigo.
—¿El demonio, quieres decir? —preguntó Marco con sequedad,
porque sí. También conocía las guardas.
Pero un momento después de que él salió a toda prisa, un demonio
desaliñado, golpeado, empapado y húmedo se tambaleó, escoltado entre dos
vampiros. Alguien le había golpeado el otro ojo para que coincidiera con el
primer glamour, que curiosamente le hacía lucir mejor. O al menos más
simétrico.
No parecía haber hecho nada por su genio.
—Está bien. Pueden dejarlo —dije a los guardias, más por su bien que
por el suyo. Rosier podría estar temporalmente sin poder, pero no se
quedaría así para siempre. Y me parecía un tipo vengativo.
Ellos intercambiaron miradas, pero tampoco discutieron. Porque
todos sabíamos que no importaba. Por eso me levanté de un salto y le di una
palmada en la boca indignada a Rosier tan pronto como se habían ido. La
capacidad auditiva de los vampiros aseguraba que podían escuchar
igualmente bien a escondidas desde la sala, o de una suite que al otro lado
del edificio.
No lo hacían exactamente a propósito. Era sólo que, con sentidos
sobrehumanos y viviendo en el cerebro unos y otros la mitad del tiempo, los
vampiros tenían la misma comprensión de la privacidad que la NSA. Y eso
era antes de recibir órdenes para mantenerme a salvo.
Así que puse un dedo en mis labios mientras Rosier me miraba un
poco más. Pero permaneció en silencio cuando lo solté para poder
inclinarme y encender la televisión. Lucha de sumo, por supuesto. Las Vegas
tan sólo tenían unos diez canales de eso. Pero lo cambié hasta que encontré
una telenovela ruidosa y le subí el máximo volumen, luego encendí la radio
reloj para una mejor añadidura.
—¿Qué estás…? —preguntó Rosier.
—¡Shhh! —Tomé su mano y lo llevé a las ventanas francesas al otro
lado de la habitación, que se abría a un balcón. Era un pequeño rastro de
un algo, poco más que un borde que se aferraba a un lado del edificio.
Porque había áticos y luego había penthouse, y el mío era de la variedad de
renta-baja.
Había tenido una mejor una vez, antes de que la jefa del senado
decidiera mudarse y echarme. Tenía un balcón grande, con un montón de
habitaciones y una piscina. Miré hacia arriba y fruncí el ceño; apuesto a que
ni siquiera nadaba.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Rosier mientras salía.
—Necesito hablar contigo.
—¿Y no podemos hablar adentro?
—No, a menos que quieras que te oigan.
—Me importa una mierda —dijo Rosier con aplomo—. ¿Y por qué vives
con una horda de monstruos sanguinarios con los que no puedes hablar
enfrente?
—Son de la familia —dije—. Ahora, ven aquí.
—Paso —me dijo, mirando cómo-veintidós-pisos sin placer.
—¡No me digas que tienes miedo de las alturas! —Había levantado un
poco mi voz, pero no importaba porque el viento aquí era otra cosa. Llegaba
zarandeando alrededor del lado del edificio como una banshee cada pocos
segundos, llevándose todo con él, incluyendo el sonido. Pero había una
barandilla, y era robusta.
No es que Rosier pareciera pensarlo así.
—Por supuesto que no —me dijo con altivez.
Y se quedó donde estaba.
—¡Oh, por lo más sagrado! —dije—. Tienes miedo del agua y tienes
miedo de las alturas. ¿Algo más?
—No estoy asustado.
—Entonces, ¿cuál es exactamente el problema?
—Prudencia. No podría sobrevivir a una caída de esa altura. Y aunque
podría crear otro cuerpo, eso tomaría tiempo.
—No vas a caer…
—Sé eso. Porque no voy a estar ahí afuera.
—No tenemos tiempo para esto —siseé.
Rosier quitó su mano de la mía y empezó a usarla para quitarse el
doble glamour. La nariz hinchada fue lo primero y luego el ojo morado falso.
Sin embargo, el verdadero tuvo que quedarse, lo que significó que su
apariencia no mejorara mucho.
O tal vez eso se debía a su expresión.
—Por el contrario, tenemos tiempo de sobra —dijo amargamente,
intentando quitarse la ceja izquierda, que de alguna manera se había
quedado pegada—. ¡Ahora que nos has traído inexplicablemente al presente!
—No hice tal cosa…
—Entonces, ¿estaba alucinando el bote que casi me ahogó?
—Lo estabas haciendo bastante bien por tu cuenta —dije, sin sentir
caridad hacia el tipo que había tenido un solo trabajo y logró arruinarlo.
Justo como ahora estaba transmitiendo nuestra conversación a cada
maldito guardia en el lugar.
Al menos, lo hizo hasta que lo desplacé afuera conmigo.
Eso provocó suficientes chillidos y aullidos para haber traído
corriendo a cada vampiro en el hotel. Excepto que lo había anticipado y cerré
la puerta firmemente detrás de él. Luego de ponerme en medio para que no
pudiera sumergirse de regreso, porque no iba a estar lanzando ese truco dos
veces.
Para como estaba, mis rodillas ya se sentían vacilantes.
—¿Por qué no lo hechizaste? —pregunté, para ocultar mi reacción.
—¿Por qué nos desplazaste de allí antes de que pudiera? —Se giró
salvajemente, quitándome de donde lo había desplazado, a medio cubrirse
en el pasamano del balcón.
—¡Por la última vez, no nos desplacé! Esa otra Pitia debió de haberlo
hecho. La vieja —aclaré—. Ella… abrió el portal de Gertie… lo usó para
enviarnos de vuelta a nuestro propio tiempo. O algo así. —No fue una gran
explicación, pero en realidad no estaba segura de lo que había sucedido.
Había estado tratando de desplazarnos hacia el brillante día de
primavera que nos seguía como un cachorro jadeante. No era una solución
a largo plazo, pero no habría sido necesario. Solo necesitaba comprar un
par de segundos para que Rosier pudiera hacer lo suyo antes de que la
abuela de Tweetie nos siguiera a través del portal.
Pero ella no me había dado oportunidad, nos golpeó con una ola de
tiempo, incluso cuando nos agachamos. Así que, en vez de viajar medio año,
o lo que fuera, habíamos viajado doscientos, de vuelta a nuestro propio
tiempo. Y, de alguna manera, también había logrado arrebatar a Pritkin en
el proceso.
Tampoco sabía cómo había hecho eso. O cómo ella había sabido que
él pertenecía en ese otro tiempo en vez de con nosotros. Pero fue afortunado
teniendo en cuenta la enorme cantidad de problemas que se habrían
causado si no lo hubiera hecho.
Me estremecí un poco. Quitar a Pritkin de la línea del tiempo también
me habría quitado la vida, ya que él había salvado la mía una docena de
veces en los últimos meses. ¡Era lo mismo que intentaba hacer por él, si mis
malditas compañeras dejaban de interferir! Especialmente con cosas de Pitia
a nivel postgrado que no sabía cómo manejar, porque estaban apenas
saliendo del jardín de niños.
Tal vez debería haberme sentido afortunada de haber sobrevivido.
Pero estaba más enojada. ¡Como si no fuera lo suficiente difícil!
Y ahora Rosier me miraba de nuevo con el ceño fruncido.
—Ella es del pasado —señaló—. Pero, ¿nos envió de vuelta aquí? ¿Me
estás diciendo que ahora tu clase puede manipular el futuro?
—No. —Al menos, yo no podía. No estaba tan segura del resto.
—Entonces, ¿cómo lo hizo?
—No lo sé. Pero eso no importa ahora, ¿verdad? Todo lo que importa
es que tenemos que llegar a Pritkin. Y por eso tengo que comer…
—Come todo lo que quieras. Duerme. ¡Tómate unas vacaciones! —
Levantó una mano. Y luego rápidamente la regresó a la barandilla cuando
otra ráfaga llegó rugiendo—. ¿Qué diferencia hace? —gritó—. Ahora su alma
está de vuelta en el reino de los demonios…
—¿Y qué?
—¡Y no podemos llegar allí, niña!
¡Maldición! ¡Fulminé con la mirada a Rosier porque sabía que esto iba
a suceder! Era por eso que había estado tan desesperada por atrapar a
Pritkin en Ámsterdam. Puesto que, poco antes de eso, había pasado lo que
parecían como cincuenta años más o menos en los reinos demoníacos, sólo
para volver a la tierra para encontrar que habían pasado más de mil años.
Primero Rosier había secuestrado a su hijo en algún momento del
siglo VI, cuando tenía casi mi edad, y la próxima vez que Pritkin vio la tierra,
fue a finales de 1780. Gracias a una vida mucho más larga por su sangre
de demonio y la diversa corriente del tiempo que funcionaba en el Infierno,
él no había cambiado tanto. Pero la tierra…
Debe haber sido una maldita experiencia desgarradora, al regresar a
lo Rip van Winkle, para descubrir que todo lo que conocía se había ido y
todo el que le importaba estaba muerto. Sólo uno de los golpes a su psique
por tener la maldición de tener a Rosier como padre. Pero no era mucho
mejor para nosotros, ya que nuestro fracaso en los canales helados
significaba que nuestra próxima parada era probablemente mucho más
caliente.
Pero imposible, no lo era.
—Puede que mi poder no funcione bien en el infierno, pero no es
necesario —le recordé a Rosier—. Puedo llevarnos atrás en el tiempo en la
tierra, y entonces puedes llevarnos al reino demoníaco. Es lo mismo…
—¡No es lo mismo! ¡No es remotamente lo mismo! —La falsa ceja se
soltó y empezó a abofetearle la cara mientras hablaba, como una polilla
atrapada. Alargó la mano y la arrancó, llevándose la mitad de la suya con
ella. El fino señor demonio estaba poniéndose difícil de reconocer ahora
mismo.
Pero no me reí.
Parecía seriamente demente.
—Había planeado atrapar a Emrys en la Tierra —me informó, usando
el odiado nombre de demonio de Pritkin—. ¡No en el Infierno!
—Pero los Infiernos son tu tierra natal…
—¡Sí! ¡Sí, exactamente!
—¿Y eso es un problema… por qué? —pregunté con cuidado.
—¿Tienes idea de cuántos enemigos tengo? —preguntó—. ¿Cómo se
supone que debo ir sin magia a una zona en la que camino con cautela
incluso ahora? ¿Por qué crees que el concilio tiene guardias para
protegernos? ¿Por su apariencia?
Estaba siendo gracioso, asumí, ya que los guardias del concilio
demoníaco no tenían rostros. O mucho de cualquier otra cosa. Sin embargo,
no impedía que fueran mortales.
—Muy bien… atrápalo cuando vaya a tu corte —dije, pensando rápido.
Pritkin había pasado gran parte de su tiempo en la Tierra de las
Sombras, un reino de demonios menor que servía de puerta de entrada a la
vasta gama de mundos que componían los Infiernos. No tenía buenos
recuerdos, pero Pritkin aparentemente lo había preferido al dominio de
Rosier, donde un gran número de íncubos celosos no se habían preocupado
por mejorar su rango al derribar al heredero real. Pero al menos había estado
en la corte por un tiempo, si pudiéramos atraparlo allí…
—Oh, sí. Eso sería mejor. —El sarcasmo estalló.
—¡Es tu corte!
—Es por eso que lo sé tan bien —replicó Rosier—. Y entrar en él como
un demonio, gordo con poder y sin protección, no sería temerario, sería
suicidio.
—¡Es tu hijo! Y eres un miembro del concilio. ¡Consigue que los
guardias te protejan si estás tan preocupado por tu precioso cuello!
—Soy un miembro del consejo ahora —dijo, tocando la delicada piel
sobre el ojo—. En ese entonces Él es un miembro del concilio.
—¿Él quién?
—Quién yo.
—¿Qué?
—Yo… el otro yo —dijo con impaciencia—. El Rosier de esa época. El
que se supone que estaría suplantando. Una ofensa, podría agregar, que es
castigable con la muerte.
—¡Maldición! Tiene que haber una manera.
—La hay. —Lo miré—. Esperamos.
—¿Para qué?
—Para que el alma de Emrys vuelva a entrar en la Tierra, natur…
Se interrumpió, posiblemente porque acababa de ser agarrado.
Parecía que no estaba tan cansada como había creído. Porque al segundo
siguiente estaba golpeando a la detestable rata contra las ventanas, lo
suficientemente duro para provocar una avalancha de polvo de las grietas
por encima de nuestra cabeza. Cayó una ola marrón rojizo, cubriéndonos y
oscureciendo, en parte, la indignación de Rosier.
Pero nada de la mía.
—¿Qué diablos está mal contigo? —se ahogó, literalmente, puesto que
su boca se había abierto cuando el diluvio de polvo cayó—. Estás
completamente loca…
—Pritkin tendrá veinticuatro años cuando vuelva a este mundo —
dije—. ¿Se supone que vamos a dejar pasar cientos de años y tratar de
atraparlo en unas pocas décadas? Sabiendo que, si lo perdemos, ¿será todo?
Y lo sería. El condenado concilio demoníaco sabía de mis habilidades
cuando lo maldijeron, y había usado el hechizo que sería el más difícil de
contrarrestar por mí. Su alma sólo pasaría por cada período de su vida una
vez, y luego nunca más. No podía volver a Ámsterdam e intentarlo de nuevo,
porque el cuerpo de Pritkin podía estar allí, pero su alma, la versión
moderna, preciosa y maldecida que tenía que salvar…
No lo haría.
Se había ido para siempre, yendo hacia atrás a través de su vida, al
período que había pasado en los Infiernos. Y si no podíamos atraparlo allí,
con un milenio de tiempo para trabajar, ¿cómo se supone que lo haríamos
en unos pocos años en la tierra? ¿Cómo se supone que lo haríamos antes
de que Pritkin, literalmente, desapareciera de la existencia? ¿Y cómo se
suponía que nos llevaría hasta allí para probarlo?
—Lo estaremos esperando cuando salga —dijo el maldito demonio,
porque todavía no lo entendía—. Lo atraparemos en el momento en que…
—No, no lo haremos.
—¿Y por qué es eso?
—¡Porque no puedo regresar tan lejos!
De repente encontré nuestras posiciones invertidas, retrocedí a la
puerta de cristal, con fuerza suficiente para dejar moretones en mis
magulladuras. Y, está bien, pensé, mirando a una cara verdaderamente
diabólica, ahora Rosier se veía más como era.
—¿Qué diablos significa eso? —siseó.
—¡Lo que dije! —refuté, demasiado enfadada para sentirme
intimidada—. Lo más lejano que he estado ha sido cuatrocientos años… ¡y
sin pasajero! De lo que estás hablando me mataría. Y tampoco funcionaría
—añadí, porque Rosier no parecía demasiado molesto con esa idea.
—Entonces, ¿por qué los rumores dicen que tu clase puede viajar a
voluntad, incluso de regreso al mundo antiguo?
—¡No lo sé! Como si supiera algo sobre este maldito trabajo. ¡Pero te
estoy diciendo que no puedo hacerlo!
—Te estoy diciendo que tienes que hacerlo.
—¡No tengo que hacerlo! Lo encontraremos en los Infiernos…
—No vamos a los Infiernos —dijo y luego alzó la voz para hablar sobre
mí cuando traté de interrumpir—. Aunque perdiera la cabeza y decidiera
arriesgarme, no funcionaría, niña. Para cuando pudieras recuperarte lo
suficiente para llegar allí, él ya se habría ido.
—¡No seas ridículo! ¡Él estuvo allí durante siglos! Tenemos un montón
de…
—Siglos de tu tiempo. El tiempo de la Tierra. Pero no está en la tierra,
¿verdad?
Me quedé mirando a Rosier.
—¿Qué?
—Los Infiernos están en una línea de tiempo diferente; sabes eso. —
Sonaba molesto—. Y el hechizo no está en la línea del tiempo, está en él. Le
sigue. Y donde estuvo, quizá pasaron cincuenta años.
Me detengo en seco. Y más porque lo sabía. Lo había sabido, pero no
había querido pensar en ello, no había querido reconocer ni siquiera a mí
misma lo cerca que estábamos del final.
Pero de repente, mis manos temblaban.
Quería discutir con Rosier, quería gritarle, decirle que no, no, no, que
él no tenía razón, no podía estarlo. Pritkin era de la Tierra. Estaba en el
tiempo de la Tierra…
Pero no cuando estaba lejos de ella.
Lo que significaba que nuestra ventana de oportunidad había sido
acortada por algo así como mil años.
Traté de procesar eso, pero no tenía la fuerza. Esa última bomba me
había dejado sintiéndome débil y vacilante, con un cerebro que tenía
dificultades para mantenerse al día. Todo venía demasiado espeso y
demasiado rápido, en todo lo que podía pensar era lo mismo, una y otra vez.
—Entonces hemos fracasado —susurré, mareada. Perdida. Y muy,
muy fría.
—¿Cómo diablos hemos fallado? —Levanté la vista para encontrar a
Rosier que me miraba de nuevo—. Voy a ver a Adra —dijo, secándose. Y
hablando del representante del concilio demoníaco.
—¿Por qué?
—¡Porque él lanzó el maldito hechizo! Es el único que puede rastrearlo.
Debería poder decirnos cuándo volverá a entrar en la Tierra el alma de
Emrys.
—¿Qué diferencia hace? —pregunté temblorosa—. No puedo
desplazarnos de nuevo, probablemente no por horas… y aunque pudiera,
Pritkin nació en el siglo VI…
—Sé cuándo nació.
Sacudí la cabeza violentamente, porque él no lo sabía. No lo entendía.
—Estás hablando de mil quinientos años. Incluso si tuviéramos más
tiempo, no puedo…
—Puedes y lo harás —dijo Rosier, con la voz como un látigo. Por un
momento, sonó exactamente como su hijo, cuando me daba una orden en
medio de una lucha. Fue suficiente para que levantara la cabeza, lo
suficiente para traerme de vuelta del borde. Parpadeé lágrimas estúpidas.
—¿Cómo?
—Eso es lo que descubrirás. El hechizo se debilita a medida que se
mueve hacia atrás, perdiendo poder como la magia detrás de él cuando se
acaba. Empezó rápido, pero cuanto más cerca del final, se ralentiza
considerablemente. Tenemos tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Eso es lo que intento averiguar. —La voz era dura. Como la mano
que de repente me agarró el brazo, posiblemente porque había comenzado a
balancearse un poco.
Miré hacia arriba y me encontré con los verdes, verdes ojos de Rosier.
Eran tan parecidos a los de Pritkin que, por un momento, casi creí ver una
chispa de compasión en ellos. Y entonces el agarre se volvió doloroso.
—Come. Duerme. Haz lo que tengas que hacer. ¡Y luego encuéntranos
un camino de regreso!
Me desperté en una cama blanda, sábanas frescas, y la sensación de
piel caliente deslizándose contra la mía. Se sentía bien; se sentía mejor que
bien. Como el inconfundible grosor que se presionaba contra mí.
Sonreí y me estiré, empujando hacia atrás a un fuerte abrazo.
Disfrutando de la sensación de músculos duros y el temblor de la anticipación
que se estremeció de mí al cuerpo detrás de mí. O tal vez fue al revés; tal vez
era él quien temblaba. No podía decirlo, no me importaba.
Un brazo rodeó mi estómago, jalándome abruptamente hacia atrás. Y
la presión contra mí de repente creció. Una mano áspera empezó a vagar,
explorando la punta de un hueso de la cadera, la curva de una costilla, la
inmersión del ombligo. Y luego alisando mi estómago, empujando mi camisa,
arriba y por encima de la hinchazón de un seno.
Un sonido escapó de mis labios ante la combinación de aire frío y carne
caliente. Esto último comenzó a explorar mi suavidad, pero lentamente,
jugando. Ignorando deliberadamente la punta firmemente enrollada.
Gemí de nuevo, más fuerte, y presioné en su agarre. Pero la suave
tortura continuó sin cesar, hasta que estuve jadeando, sudando, tiritando y
desesperada. Una cosa tan pequeña, dejándome completamente deshecha.
Una cosa tan tonta… pero lo había hecho, y lo hacía, y yo quería…
Y finalmente, finalmente, los expertos dedos encontraron el sensible
nudo, girándolo expertamente, haciendo que mi aliento se cerrara en mi
garganta. Empujé hacia la mano, temblorosa y dolorida. Y apretó por un
momento posesivamente, antes de deslizarse de regreso a mi estómago. Todo
el camino hacia abajo, más allá del residuo sedoso de mi tanga.
Hasta que agarró otras cosas.
Mi aliento aceleró y mis piernas se separaron automáticamente. El
agarre apretado, callos ásperos contra piel delicada, y me retorcí, casi de
dolor ahora. También su aliento aceleró, calentando el cabello en la parte
posterior de mi cuello cuando sus dedos encontraron un nuevo nudo para
torturar. Y el deseo que había estado construyendo y construyendo de repente
se incendió, llamas fuera de control.
Pero estaba atrapada, atrapada entre movimientos sinuosos por
detrás, donde su cuerpo todavía me ahuecaba, y los seguros, dulces toques
por delante, esos talentosos dedos enjaulado y trayéndome al borde por
momentos. Hasta que el profundo latido del deseo borró todo lo demás. Una
mano agarró mi muslo, tirándolo más hacia arriba. Dejándome abierta y
dolorida mientras se deslizaba lentamente contra mí por detrás, enorme y
duro y…
—¡Tómeme ya! —jadeé, y lo oí reírse entre dientes.
—¿Estás pidiendo o exigiendo?
—Cualquiera. Ambos. —Apenas sabía lo que estaba diciendo con el
maravilloso calor guardado. Perdiendo. El objetivo—. ¿No puedes encontrarlo?
—pregunté desesperadamente, después de otros segundos, porque estaba
perdiendo la cabeza.
—Creo que puedo hacerlo. —La voz se divirtió, pero las palabras fueron
puntualizadas por un deslizamiento de cuerpo entero contra mí—. Pero no
acepto órdenes muy bien.
—¡Tampoco yo! —le dije, empujando hacia atrás.
—Lo he notado —fue siseado en mi oído con una presión maravillosa y
odiosa deslizándose contra mí de nuevo. Y otra vez. Y…
—¡Maldita sea, Pritkin! ¡No te burles!
De repente, los movimientos se detuvieron. Y las manos en mi cuerpo
se tensaron. Y una voz familiar gruñó en mi oído.
—¿Pritkin?
Y luego alguien llamó a la puerta.
Me desperté bruscamente con un pequeño grito, mirando fijamente
alrededor en la confusión e instintivamente agarrando la sábana. Fue una
suerte, porque la puerta se abrió un segundo más tarde, volcando dos
guardias de seguridad bien armados en la habitación. Junto con un
pequeño vampiro que agarraba grandes bolsas de papel blanco.
El nombre del vampiro era Fred. Estaba un poco desconcertado.
Posiblemente por el grito, o porque lo estaba mirando como si tuviera dos
cabezas.
Levanté la sábana un poco más arriba y lo miré de todos modos. Mi
corazón estaba en mi garganta, mi cabello estaba por todas partes, y mis
pezones estaban duros como rocas. Era un poco difícil pensar claramente
en este momento.
—¿Sushi? —exclamó.
—¿Qué… qué? —Lo miré un poco más.
—¿O hindú?
Sacó las bolsas, así que las miré. Parecían del tipo que se obtienen en
lugares para llevar, y una de ellas tenía un fondo grasoso que estaba a punto
de fugarse a través del papel encerado. Olía maravilloso.
Mi cerebro finalmente se despertó lo suficiente como para informarme
que debía haberme quedado dormida mientras esperaba la cena, y que
ahora estaba asustando a Fred. Y a los otros guardias, uno de los cuales
tenía una mano en su arma. Me lamí los labios y me retiré del territorio de
ataque al corazón, aunque no bajé la sábana. No podía porque mi camisa se
había subido. La había subido, pensé sospechosamente, echando un vistazo
alrededor.
Pero no había fantasmas amantes a la vista, y sabía de fantasmas.
Sólo suave oscuridad, una tenue neblina del paisaje nocturno fuera de las
ventanas, y el acondicionador moviendo las sábanas de alrededor. Empujé
el cabello sudoroso de mi cara y me dije que me calmara.
Había sido un sueño, eso era todo, sólo un sueño vívido.
Realmente, muy vívido.
Tragué, y volví mi atención hacia el pequeño vampiro.
Estaba enmarcado por la parte más brillante de la luz del vestíbulo,
una figura corta y algo desaliñada con un traje mal ajustado. Mostraba sus
adorables orejas que hacían juego con sus grandes ojos grises y miopes.
Tenía el cabello castaño y liso, que había dejado crecer un poco para tratar
de cubrir una calva, una corbata que siempre terminaba en todas partes,
excepto donde se suponía que debía estar, y una nariz que parecía que había
perdido unos lentes que él eligió no usar porque creía que le hacían parecer
débil.
Odiaba decírselo, pero realmente no importaba. Fred no era
terrorífico. Sin embargo, todos tenemos nuestros dones. Y justo en ese
momento, estaba sosteniendo unas bolsas de dos de los restaurantes locales
que habían recibido el sello de aprobación de Fred. Lo que significaba que
se especializaban en alimentos grasosos, dulces, picantes o fritos, o
preferiblemente todo lo anterior.
Mi boca comenzó a salivar.
—¿Suuuushi o hindúúúúú? —preguntó de nuevo, recuperándose
ligeramente. Y levantando las bolsas alrededor.
—¿Qué… qué clase de hindú? —logré decir, sin babearme a mí misma.
—Tikka Masala. Y pollo tandoori, justo recién salido del horno. Tenían
algo de sobra en las cacerolas calentándose, pero les hice darme lo fresco.
—¿Poppadums?
Fred se incorporó.
—¿Qué soy, un animal? Y naan de ajo.
Asentí.
—Está bien.
—¿Quieres probar el sushi?
—No. —Después de una persecución a través de una tormenta de
hielo y sumergirme en agua fría, el pescado frío no apetecía.
Fred se encogió de hombros filosóficamente.
—Más para mí.
Se acercó y encendió la lámpara junto a la cama, mientras los otros
dos vampiros miraban a su alrededor. Probablemente se preguntaban qué
había hecho con Rosier. Al parecer, decidieron que lo había desplazado de
lugar o lo había arrojado del edificio, tampoco parecía preocuparles
demasiado.
Se fueron.
Fred comenzó a repartir comida.
Fui a buscar un par de toallas, por higiene, la colcha ya estaba hecha
un desastre, y para revisar el baño. Pero todo lo que encontré fue una
montaña de sábanas extras y una bolsa de plástico con los minúsculos
artículos que el hotel daba, para las chicas, me imaginé. Pero sin amantes
fantasmas.
A veces un sueño es sólo un sueño, me dije, sintiéndome un poco
avergonzada. Y mucha hambre. Tomé algunas toallas de la pila y fui a
reclamar mi parte de la recompensa.
Y descubrí que Fred —el bueno y viejo Fred— se había superado. Le
ayudé a preparar el picnic, luego me subí al pequeño espacio que quedaba
en la cabecera, mi estómago insistía en que me moría de hambre todo el
tiempo. También debo haberlo parecido, porque Fred donó generosamente
un rollo de camarón tempura a mi plato, aunque fue tacaño con el wasabi.
Él vio mi cara y puso sus ojos en blanco.
—No hagas pucheros. De todos modos, este lugar hace el suyo propio.
Nada de esa mierda falsa.
—¿Falsa?
—¿No lo sabías? —Dejó una porción mucho más grande en su propio
plato, que absolutamente no necesitaba porque los sentidos de los vampiros
son más fuertes que los humanos.
—¿Saber qué? —pregunté, con la boca llena.
—Que el wasabi en la mayoría de los lugares de sushi no es real. Es
rábano picante que han refinado con colorante verde y algo de mostaza.
—Bastardos.
—Dímelo a mí. Pero este lugar tiene artículos genuinos, y es picante.
Así que ten cuidado.
Tuve cuidado. Estaba delicioso. Felizmente me comí todo a través del
tempura con una lengua ardiendo y los ojos llorosos, antes de comenzar con
el tandoori rojo brillante. También estaba bueno, tierno hasta-el-hueso,
encebollado y picante… yum.
Salí de una niebla inducida por los alimentos unos momentos después
para encontrar que algo más había aparecido en mi plato. No era pollo tikka.
—¿Qué? —pregunté, alrededor de un bocado de asombro.
—Samosa.
Tomé la bola frita con un tenedor. Algunas cosas verdes desagradables
rezumaron a través del rebosado. Y, bueno, ewww.
—Son chícharos —me dijo Fred con impaciencia.
—¿Chícharos?
—Ya sabes, ¿pequeños y verdes? Son estas cosas llamadas verduras.
—Muy gracioso. —Empujé los chícharos al lado de mi plato.
Fred lo empujó hacia atrás.
—Comételos.
—No quiero comerlos.
—Son buenos para ti.
—Entonces cómelos tú.
—No necesito vegetales.
—Tampoco necesitas tikka masala —le señalé, aunque un montón de
eso había terminado en su plato. Junto con la mayoría de los naan. Me robé
un pedazo de nuevo.
—Aún queda mucho —dijo indignado—. Y tienes que comerlos.
—¿Por qué? —Miré los guisantes sospechosamente. No me extrañaría
que Marco me drogara. No se suponía que lo hiciera, ya que interfería con
mi habilidad para acceder a mi poder. Pero después de los últimos días,
podía imaginarlo decidiendo que era el menor de dos males.
Pero aparentemente estaba siendo paranoica, porque Fred miraba
hacia el cielo.
—¡Porque voy a conseguir La Mirada si no lo haces!
—¿Qué mirada? —pregunté, paleando el resto del arroz basmati
infundido-con-comino en mi plato y vertiendo los restos del tikka. Este lugar
que Fred había encontrado lo hacía bien, con mucha crema en la salsa de
tomate, trozos grandes y tiernos de pollo, y grandes y esponjosas rondas de
naan…
Y casi me olvidaba de lo que habíamos estado hablando.
Hasta que miré hacia arriba. Y encontré una imitación creíble de la
patentada Mirada de Desaprobación de mi antigua institutriz. Fue tan
buena, que sentí una vieja oleada familiar, a pesar de que no había hecho
nada.
Excepto el picnic en la cama, lo que hubiera sido suficiente para una
Plática Severa, por lo menos.
—¿Quién te está dando La Mirada? —pregunté, confundida.
—¿Quién crees?
—No tengo ni idea. —Y no la tenía. Porque vivir en un ático lleno de
chicos, incluso vampiros, era algo así como pasar el rato en una casa de
fraternidad.
La cocina nunca tenía comida, pero siempre tenía cerveza. La sala
estaba llena de ceniceros desbordándose, abrigos de trajes que nadie se
había molestado en colgar y el último evento deportivo en la televisión. Pero
principalmente el salón era donde la gente residía porque tenía una mesa
de billar, la recién instalada mesa de póquer y el cuadro de lanza-dardos
que alguien había hecho con una foto de la cara de Casanova.
Él era el gerente del casino, y sí, por lo general parecía bastante
trastornado, al menos cuando estaba a mi alrededor. Pero no tenía La
Mirada. Por lo que sé, nadie la tenía.
—Rhea —dijo Fred, echando un vistazo por encima del hombro, como
si temiera encontrarla allí.
—¿Rhea?
—Sí, Rhea. Tu acólita. O lo que sea. —Fred parecía que podría tener
algunas sugerencias para otros títulos.
Fruncí el ceño.
—¿Qué está mal con ella?
—Eso es lo que me gustaría saber—dijo Fred, y comenzó con una
especialidad local, el rollo Rock and Roll. Tenía anguila a la parrilla picante,
crema de aguacate, pepino crujiente, y semillas de sésamo tostadas
esparcidas por encima de…
—Detente —me dijo.
—¿Detener Qué?
—Deja de salivar por mi rollo. Y comienza a averiguar qué hacer con
tu corte.
—¿No comieron? —le pregunté, sintiéndome culpable de nuevo. No lo
había pensado… pero no estaba acostumbrada a tener que alimentar a
nadie más que a mí. Lo cual era bastante difícil por aquí.
—Oh, comieron —dijo pesadamente—. Les dije que podían llamar por
pizza o lo que fuera del servicio a la habitación, pero no. Rhea no quiso.
—Entonces, ¿qué comieron? —pregunté. Porque estaba bastante
segura que la única comida en el refrigerador era unas pocas cervezas
rancias y algo de kétchup.
Y no estaba segura sobre el kétchup.
—Pollo relleno. Papas rostizadas. Brócoli. —Fred hizo una mueca.
—¿De dónde sacaron eso? —Las Vegas no era conocida por comida
casera. Podrías obtener todo, desde costillas de veinticuatro onzas con queso
de cabra y langosta, hasta un cóctel de camarón de noventa y nueve
centavos que podría o no darte la Venganza de Moctezuma. Pero ¿pollo
relleno?
Fred murmuró algo alrededor de un bocado de anguila.
—¿Qué?
Tragó saliva.
—Dije que lo saco del supermercado.
—¿Qué supermercado?
—Al que ella me hizo salir. A mitad del día. —Se estremeció—. Ella
decidió que, ya que tenemos un horno doble, ella cocinaría.
—¿Tenemos un horno doble?
—Lo sé, ¿verdad? —Se comió el pepino—. ¿Quién sabía?
—Así que te envió al supermercado —dije lentamente, porque estaba
tratando de imaginar a una chica que había escapado por poco de la muerte,
decidiendo que lo que realmente necesitaba en ese momento era un pollo
relleno.
Y por algo más.
Rhea no era sólo una adolescente. Ella era miembro de la corte de la
Pitia, alguien que había estado manejando las rarezas mucho más tiempo
que yo. Si hubiera un modo de viajar quince siglos en el tiempo sin ponerme
al revés, ella debería saberlo.
Bueno, quizás. Me había dado la impresión de que había trabajado
principalmente en la guardería, cuidando a las niñas, que por alguna razón
parecía que teníamos un montón, en lugar de hacer saltos locos en el
tiempo. De hecho, me pareció recordar que ella decía que no era realmente
una acólita en absoluto, sólo una iniciada, aunque no tenía totalmente clara
la diferencia.
Pero, aun así, ella podría saber algo.
—Lechuga. Espinaca. Germinado —estaba diciendo Fred, con aires de
alguien pronunciando maldiciones desconocidas.
—¿Está despierta?
Levantó la vista de una acalorada mezcla de masala y wasabi con
algún naan, y parpadeó.
—¿Quien? ¿Rhea?
Asentí.
—No, está dormida. Todas lo están. Estuviste fuera casi dos horas.
¿Por qué?
Pensé en despertarla, pero entonces tendría que explicar por qué. Y
no podía explicar por qué. No podía arriesgarme a que nadie más
descubriera que estaba planeando un salto como ese. Jonas tendría un
ataque, y Marco… bueno, entonces realmente estaría drogándome.
Me encogí de hombros.
—Me dijo algo sobre querer hablar conmigo.
—Probablemente sobre Jonas. —Ésa era la voz de Marco, desde la
puerta. Miré hacia arriba para encontrarlo descansando contra el poste,
mirando la extensión en la cama.
—¿Qué hay de Jonas? —pregunté, mientras él caminaba y atrapaba
un trozo del rollo que Fred había alineado para un cazador.
Y rápidamente se puso blanco.
—¿Qué demonios? —jadeó, con los ojos llorosos.
Fred sonrió.
—Te enseñara a no robar la comida de un hombre.
—¡No necesitas comida! ¿Y qué mierda fue eso?
—Pimienta fantasma —dijo Fred, satisfecho—. Se llama rollo de
ruleta. Todas las piezas son bastante normales, excepto por el que tiene…
¡oye! —Lo último fue en respuesta a Marco robando su cerveza—. ¡Estoy
bebiendo eso!
—Ya no —le dijo Marco, y la bebió en un par de tragos.
Cogí mi botella de manera protectora.
—¿Qué hay de Jonas? —repetí.
—Sólo que ellos realmente discutieron cuando él llamó temprano —
dijo Marco, y fue al baño a tomar un poco de agua.
—Discutieron… ¿sobre qué? —le llamé.
Volvió trayendo dos vasos de cortesía llenos hasta el borde, y los
engulló antes de responder. Y luego regreso por una recarga.
—No lo sé.
—Cobarde —murmuró Fred.
—Escuché eso.
—¿No sabes? —pregunté escépticamente, por supuesto que sí.
Pero Marco sacudió la cabeza.
—Hechizo de silencio. Supongo que no quería que conociéramos los
asuntos de la corte.
—¿Rhea puede hacer un hechizo de silencio? —pregunté con envidia.
—Supongo que sí. Por cierto, Jonas sabe que has vuelto.
—¿Cómo?
Marco volvió a quedar con el ceño fruncido, aunque no sabía, si era
por mí o por los efectos persistentes de la pimienta.
—No me mires así. Eras tú quien colgaba del lado del maldito edificio
porque Dios no quiera que alguien sepa lo que estás tramando. Y sabes que
tiene espías por todas partes.
—Algunas personas necesitan aprender a ocuparse de sus propios
asuntos —dije, frunciendo el ceño.
—No podría estar más de acuerdo —estuvo de acuerdo, sin una pizca
de ironía.
Porque, por supuesto, yo era su asunto, desde el punto de vista de un
vampiro. Mantener la seguridad de la familia era una cosa muy grande en
el mundo vampiro. Cualquier maestro que no pudiera hacerlo perdería la
cara —posiblemente literalmente— muy rápido, porque sería visto como
débil. Como cualquier sirviente que dejara ver así a su amo, lo que Marco
claramente no tenía intención de hacer.
Bueno, pensé maliciosamente.
—Dile a Jonas que he muerto —le dije.
—Quiere ver el cadáver.
—¡Entonces dile que me fui!
Jonas estaba en mi libro negro de todos modos. Sólo que, a diferencia
de Mircea, no tenía miedo de hablar con él. Estaba demasiado enojada. Me
había prohibido regresar en el tiempo para rescatar a mi corte, y a pesar de
que probablemente él no lo recordara por todo el cambio en el tiempo, lo
había hecho. Por no mencionar que me ocultó el hecho de que había un
montón de acólitas locas y posiblemente homicidas. ¿Y cuál fue su razón?
Que ya tenía suficiente en mi plato para preocuparme.
¡Sí, como ser asesinada por enemigos que no sabía que tenía, Jonas!
Por supuesto, pensó que el Círculo podría protegerme. Siempre piensa
eso. Sólo que el tipo de cosas que venían por mí no siempre eran cosas que
el Círculo hubiera visto antes.
Jonas era inteligente, pero no creía que yo lo fuera, y me estaba
cansando de ser tratada como una maravillosa tonta. No, no había sido Pitia
por mucho tiempo; sí, ignoraba algunas partes de mi trabajo. ¡Pero estaba
haciendo mi mejor esfuerzo para remediar eso entre planear viajes de
rescate al Infierno y tratar de mantenerme viva! Y hasta ahora, había
probado aprender bastante rápido. Si alguien hubiera estado cerca para
entrenarme, podría haber estado haciéndolo aún mejor.
Alguien como mí condenada corte, por ejemplo.
Pero, entonces no necesitaría tanto al Círculo en ese caso, ¿no?
Los labios de Marco se crisparon ante las emociones que me habían
pasado por la cara.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunté.
—Nada.
—No mientas. Apestas mintiendo casi tanto como yo.
—Por eso soy el músculo —me dijo.
—A veces me gustaría ser el músculo — le dije con melancolía, sólo
para que él alargara la mano y pellizcara mi triste excusa de bíceps.
—Estoy creyendo que no—dijo, ahora sonriendo—. Pero no te
preocupes; me ocuparé de Jonas.
Parecía estar ansioso por hacerlo.
—¿Hay algo más? —pregunté cuando él se quedó allí.
—¿Las chicas?
—Mierda. —No sabía qué hacer con las chicas.
Marco asintió.
—Duermen en la sala, en el salón, en tu cama y en la habitación de
repuesto, y todavía no tenemos suficiente espacio. Estamos tropezando con
las cunas…
—Y necesitan baños —dijo Fred oscuramente—. Tampoco tenemos
suficientes. Cuando finalmente terminaron, todo el apartamento estaba
húmedo. Y dejaron sus cosas en todas partes…
—No tienen cosas —le señalé.
—… pasadores y bálsamo labial y esas pequeñas cosas con las que se
hacen las colas de caballo… ¿cómo se llaman?
—¿Sostén de cola de caballo? —pregunté.
Él frunció el ceño.
Marco no lo hizo, pero se apoyó en el poste de la cama y cruzó sus
enormes brazos. Lo cual era el código para no-voy-a-dejarte-hasta-que-
dejemos-esto-en-orden, aunque estaba condenada si sabía qué hacer al
respecto.
Excepto lo obvio, por supuesto.
—Este es un hotel, ¿no? —pregunté irritada—. Dile a Casanova que
encuentre habitaciones para ellas.
—Lo intenté, pero nadie lo ha visto en todo el día. Y, de todos modos,
ya sabes lo que va a decir.
Sí, lo sabía.
Si no hubiera sabido que Casanova era un vampiro, habría
sospechado de Ferengi. Le encantaba el dinero como a nadie que hubiera
visto, lo que significaba que me odiaba porque no obtenía nada. Pero asumí
que con la corte Pitia estaría mejor. Era una institución de tres mil años de
antigüedad a la que la gente regularmente pagaba por una visión del futuro,
o al menos, eso había sido una vez. No sabía lo que hacían con el dinero,
pero tenía que tener algo, ¿verdad? Y, de cualquier manera, íbamos a tener
que resolver esto, porque esto no era factible a largo plazo.
—Hablaré con él —le prometí.
—Eso deberá ser divertido —dijo Marco. Pero supongo que fue lo
suficientemente bueno, porque se fue.
Fred no lo hizo.
Me empujó otra vez los chícharos.
—Comételos. Así puedo decirle a Rhea que comiste verduras.
—Vegetales fritos.
—El mejor tipo.
Me rendí y los comí. Estaban bien. Del tipo blando.
—¿Y bien? —preguntó Fred con curiosidad.
—Prefiero mis verduras en forma de ensalada, preferiblemente
cubiertas con aderezo Ranch —le dije—. O César.
—César está bien —aceptó, juntando los restos de nuestra fiesta en la
húmeda colcha y tirándolos en una bolsa—. Por cierto, ¿cuándo regresará
ese tipo de Pritkin?
—¿Por qué?
—Porque tener a otro mago alrededor podría ayudar con las chicas. A
ellas, mmhh, no parecen gustarles mucho los vampiros.
—Pronto —dije. Porque era pronto o nunca.
—Es bueno saberlo. —Fred levantó la bolsa como un Kris Kringle con
cara grasosa. Luego se acercó e impulsivamente paso mi cabello por detrás
de mi oreja—. Duerme un poco, Cassie.
Dormí un poco. Por supuesto. Era lo que necesitaba, pero las
molestias, los dolores en mi cuerpo y la quemadura de lengua por el
abrasador wasabi decían que el sueño no estaba en mi futuro inmediato.
Así que me arrastré para tomar un baño en su lugar.
Y querido Dios, era peor de lo que pensaba.
Mi ropa estaba rígida con salmuera, mi piel estaba cubierta de sal y
polvo, saqué un pez muerto de mi sujetador. Me asustó y arrojé la cosa a la
basura, donde se quedó, mirándome con su ojo de pescado. Cerré mis ojos,
teniendo uno de esos momentos. Ya sabes cuales… en los que de repente
eres confrontada a algo tan bizarro que te hace reexaminar qué es lo que
has estado haciendo con tu vida.
Había tenido un pez muerto en mi sujetador.
Había tenido un pez muerto en mi sujetador.
Era sólo uno de los pequeños plateados de esos que habían paseado
desde Ámsterdam, poco más que una sardina. Otras personas tenían
pañuelos en la basura. O botellas de esmalte de uñas vacías. O servilletas
garabateadas con números de teléfono de chicos lindos.
¿Qué tenía yo?
Un pez muerto, posiblemente un viajero-del-tiempo.
Tiré un pañuelo sobre el cadáver y me metí en la ducha.
Apuesto a que Agnes nunca había traído un sujetador lleno de peces.
Apuesto a que Agnes ni siquiera habría estado en Ámsterdam en primer
lugar, porque ella habría agarrado a Pritkin en Londres. Apuesto a que
Agnes habría sabido qué decirle a Jonas.
Lástima que no fuera Agnes.
Pero, de alguna manera, tendría que encontrar una forma de tratar
con él de todos modos. Y averiguar qué hacer con las acolitas, con las que
de alguna manera había terminado y, que no quería. Y en cómo manejar un
montón de renegadas acólitas, un señor demonio molesto, y en cómo
conseguir traer a Pritkin de regreso…
Y lo haría. Iba a hacer todo eso. Pero no ahora mismo.
En este momento, me iba a lavar el cabello.
Lo hice, y fue glorioso. Veinte minutos de lavar sal y suciedad de Dios-
sabía-que me hizo sentir mucho mejor. Y apestaba mucho menos de lo que
sea que había estado en esos canales además del agua. Incluso hice las
cosas de chica para las que nunca tenía tiempo, afeitar, depilar e hidratar,
me sentí casi humana de nuevo para el momento en que salí y me envolví
en una gran toalla de baño blanca.
Pase una mano por el espejo del baño. Y, a pesar de todo, me eché a
reír. ¿Porque adivina quién estaba escamosa ahora?
Glamour, del tipo que compras en una caja, tenía dos partes: una
capa de base, que se extendía por la cara como loción, y el control para
decirle qué hacer. Rosier me había quitado el control cuando quitó el
pequeño parche, dejando que la verdadera yo brillara, porque sabía que una
némesis conseguiría la atención de Pritkin mejor que cualquier femme
fatale. Pero la base del hechizo había permanecido, y ahora se estaba
desprendiendo a pedazos como quemaduras de sol de una semana.
O como escamas de pescado seco.
Me estremecí un poco y comencé a quitarlo en tiras, revelando piel
pálida y pecosa por debajo.
Fue extrañamente terapéutico. O lo habría sido, si hubiera sido capaz
de entrar en estado Zen. Pero por supuesto que no. Decidí que tal vez mi
ritmo vertiginoso últimamente no había sido tan malo. Demasiado tiempo
libre y empecé a pensar en todas las cosas con las que no sabía cómo tratar.
Como ese sueño de antes.
¿Qué diablos?
No fue gran cosa, le dije a mi reflejo. Sólo el agotamiento mezclándose
con los restos de un poderoso hechizo incubo. Ese tipo de cosas se supone
hacen que una persona esté caliente y molesta, de modo que el incubo pueda
alimentarse. O en este caso, para que pudiera donar algo de energía a
alguien que necesitaba para sobrevivir un poco más de tiempo.
Pritkin había querido recuperar su maldito mapa, y si terminaba
siendo frita por una bruja enojada, eso no iba a suceder. Pero no podía
luchar contra ella y estar seguro del éxito, porque no sabía lo suficiente
sobre la magia moderna. Así que me había alimentado con un poco de
energía para que pudiera hacerlo por él. Y me había alimentado mucho. No
era de extrañar que hubiera tenido algunos… efectos persistentes.
Al igual que los permanentemente-duros-pezones que parecía
haberme dejado.
Miré el frente de mi toalla, por si lo imaginaba, pero no. Las cosas
estaban definitivamente alegres allí. Muy alegres. Incómodamente alegres.
—Basta —les dije.
Nada. Excepto dos pequeños pezones felices que no deberían estar allí
porque no hacía frío aquí. De hecho, era exactamente lo contrario, después
de mi ducha maratónica, pero eso no parecía importarle a un cuerpo que
estaba teniendo recuerdos de incubo.
¿Y no era eso todo lo que necesitaba?
—En serio, suficiente”, les dije, frunciendo el ceño.
Y luego fruncí el ceño un poco más, cuando me escucharon tanto
como cualquiera. Y, de acuerdo, esto estaba empezando a enojarme. Junto
con todo lo demás que no podía controlar, ¿ahora tenía que incluir a mi
propio cuerpo?
—¡Maldita sea! —dije, sintiéndome ridícula y sin preocuparme porque
no había nadie alrededor para verme de todos modos—. Lo digo en serio. No
más…
—¿Cassie?
Salté, porque la voz salió de la nada, y no desde fuera de la puerta.
Sonaba como si estuviera justo encima de mí, voz alta y fuerte resonando
en la pequeña caja forrada de azulejos. Me giré, mirando la alfombra de baño
empapada. Al suelo húmedo. Y a las paredes escurriendo con agua.
Y luego, lentamente, hacia abajo por mi propio pecho.
—Cassie.
—¡Auggghh! —Salté hacia atrás, porque podía jurar que la voz había
salido de mí. Y sí, por un segundo, estaba recibiendo recuerdos de Total
Recall, y eso no es algo que necesites cuando tienes una vida tan extraña
como la mía.
—¡Cassie!
Que inicie el reactor, pensé histéricamente, y agarré mis tetas.
—¡Cassie!
—¡Auggghh! Auggghh! Augg…
Y entonces la puerta se abrió con una patada de monstruos.
Sólo que, gracias a Dios, eran monstruos que conocía.
Las cosas se pusieron un poco locas después de eso, con una docena
de vampiros inundando el pequeño espacio, armas de fuego y caras
sombrías. Confundidos. Y luego me miraban como si hubiera perdido la
cabeza.
Y tal vez lo estaba, porque no había una amenaza evidente. Sólo yo
con mis tetas en mis manos, mi cabello por todas partes, y piezas del
glamour usado manchando mi cuerpo. Parecía una stripper zombi.
Tragué.
—¿Qué? —preguntó Marco.
Tragué de nuevo.
—Creí oír la voz de alguien.
—¿De alguien?
—Eso… sonaba como…
—¡Ahí! —gritó alguien.
Y entonces el cristal se rompió y las balas se dispararon —o tal vez
fue al revés— pero ¿quién podía saberlo mientras me tiraba al suelo? Luego,
mientras me levantaba, agarré el brazo del tirador, intentando forzarlo a
bajar el arma, porque el idiota estaba disparando a través del espejo. Y al
otro lado estaba…
—¡Basta! —gritó Marco antes de que pudiera.
De repente, hubo silencio.
Mis oídos resonaban tanto, en realidad oía como si el vampiro todavía
estuviera disparando. Aunque la pistola estaba levantada, estaba
apuntando al suelo, que parecía intacto. A diferencia de la pared que había
sostenido el espejo. Que ahora tenía algunos trozos y muchos agujeros.
Un montón de agujeros que conducían a la sala.
Una sala que conducía a…
—Las chicas. —Suspiré. Y luego, a través del eco en mis oídos, oí gritos
de alarma procedentes de la sala.
Empujé a un grupo de vampiros a un lado y corrí a través del
dormitorio hacia el vestíbulo. Sólo para detenerme ante la vista de una
docena de lanzas de luz entrecruzando la oscuridad, por donde el brillo del
cuarto de baño se escapaba a través de los agujeros de bala. Destacando
motas de polvo flotante, papel tapiz arruinado y un montón de heridas
similares al otro lado de la sala, las cuales también pasaban a formar una
pared de la sala.
Y aunque no se había ahorrado mucho en la decoración aquí, no se
podía decir lo mismo de los paneles de yeso. Subí mi toalla y corrí a través
de un campo minado de yeso y vidrio, con la esperanza de que el bar al lado
de la sala hubiera sido suficiente para detener lo que la pared no había
hecho. Corrí hacia Rhea, hacia el otro lado. Parecía tan sombría como la
había visto, tan sombría como la noche en que había arrastrado a un grupo
de niñas de una casa llena de magos oscuros homicidas, mientras que tres
brujas y una Pitia desorientada trataban de contener el Armagedón.
Y entonces ella me vio.
Y no creo haber visto más alivio en un rostro humano. Por un
segundo, honestamente pensé que iba a desmayarse. Así que la agarré en
mi camino. Luego pasamos por el salón y después la sala, donde…
Donde me hundí contra el muro desordenado, sintiéndome mareada,
porque estaban bien.
Estaban bien.
Pero sólo por pura suerte.
Vi un par de cuadros marcados con balas, un reloj roto, y más papel
tapiz que iban a necesitar reemplazar, de nuevo. Estaban en la pared del
fondo de la habitación, junto a las escaleras, que ahora tenía un nuevo
patrón de plomo incrustado en ella. La mayoría de los orificios estaban por
encima de mi pecho, lo que significa que no habían impactado a las chicas
sólo porque era de noche y todo el mundo estaba acostado en un bosque de
cunas. Y ahora estaban sentadas, mirándome y a Rhea con los ojos muy
abiertos.
Pero no estaban gritando. No estaban diciendo nada, después de esos
primeros gritos alarmados. Al igual que no lo habían hecho anoche, incluso
con una casa explotando alrededor de sus oídos. Pero estaban pálidas, y
algunas de las más pequeñas tenían sus caras enterradas en los camisones
de las chicas mayores. Y sentí que mi piel picaba con algo que no intenté
definir mientras me daba vueltas, encontrando a Marco saliendo del pasillo.
—Están ellas… Se detuvo al verlas, parecía aliviado.
—¡Apenas! —Mi voz temblaba—. ¿Quién diablos…?
—Un bobo. Pero dijo que vio algo…
—¿Vio algo dónde?
—En el espejo.
En cualquier otro lugar eso habría sonado realmente extraño. Pero
éste era el Dante, que redefinía lo normal de forma regular. Y aunque no
había visto nada, segura como el infierno que lo había escuchado.
—¡Cassie! —Ésa era la voz de Fred, llamándome. Cogí la bata y las
zapatillas que un vampiro estaba sosteniendo y me encogí de hombros en
mi camino a la cocina.
Y encontré a Fred allí de pie, mirando fijamente al lado de nuestro
nuevo refrigerador. El último había sufrido un accidente, y había sido
sustituido por un nuevo modelo de acero inoxidable brillante. Generalmente
bastante aburrido, puesto que ningunos de los imanes cursis que vendía el
Dante en la planta baja se pegaban a él. Ahora era mucho más interesante.
Porque había un hombre asomándose de él.
Un hombre con ojos azules acuosos, mejillas más rosadas que las
mías y cejas blancas esponjosas. Realmente esponjosas, como pequeñas
anémonas de mar que de alguna manera lograron unirse a su cara. Una
masa de cabellos blancos que flotaban como los de un tritón por las
corrientes de aire de la habitación detrás de él, una habitación que no
formaba parte de mi suite.
Y a pesar del hecho de que lo esperaba, a pesar del hecho de que no
había un puñado de personas en el mundo que pudiera pasar por encima
de las guardas de este lugar y soltar algo eso, todavía lo miraba con
incredulidad.
—¿Jonas?
—Cassie. Te pido disculpas por el inconveniente…
—¿Inconveniente?
—Traté de llamar de la manera habitual —dijo, y en realidad sonaba
molesto. Como si todo fuera culpa mía—. Pero tus… asociados… seguían
insistiendo en que estabas fuera…
—¡Estaba fuera!
—Sí, y tenemos que hablar de eso…
—¡Tenemos que hablar de esto! —le dije, levantando un brazo—. ¡Casi
consigues que maten a mi corte!
Vagos ojos azules de repente se afilaron. A Jonas le gustaba jugar al
anciano senil, cuando pensaba que lo llevaría a alguna parte, pero lo conocía
demasiado bien ahora. Y parecía que no estaba de humor de todos modos.
—No hice nada de eso. Tus vampiros reaccionaron exageradamente…
—Algo que los magos de guerra nunca hacen —dijo Marco
pesadamente, acercándose detrás de mí.
—… lo cual no debe ser sorprendente, teniendo en cuenta que fueron
entrenados como guardaespaldas de un vampiro…
—Como el señor Mircea necesita ayuda.
—… y para vigilar su casa, no la corte de la Pitia. No tienen
experiencia…
Marco bufó.
—Porque los magos que custodiaban la corte de Londres hicieron un
gran trabajo.
—¿Podrías por favor decirle a tu sirviente que se quede fuera de esto?
—preguntó Jonas bruscamente.
—Marco no es mi sirviente. ¡Y él se queda aquí!
—Sí. Pero tú no. Los miembros del Cuerpo están en camino para
moverte a ti y a tu corte a…
—¿Moverme?
—… los cuarteles temporales hasta que podamos determinar…
—¡No voy a ninguna parte!
—… dónde sería mejor para… —Jonas se detuvo, y sus mejillas
rosadas de repente se pusieron un poco más rosadas—. ¿Ruego me
disculpes?
—Marco tiene razón —le dije, furiosa—. Tú tenías guardias en la corte
de Londres. ¡Guardias que encontramos muertos cuando llegamos! No
mantuvieron a nadie a salvo…
—¿Cuándo llegaste? —preguntó Jonas con sarcasmo.
Pero no estaba de humor para jugar.
—¡Sabes lo que pasó! Lo has descubierto, o no estarías aquí…
—No fue demasiado difícil de entender. Y las líderes de los clanes que
tú elegiste llevar contigo estaban felices de informarme. Cualquier excusa
para ridiculizar la capacidad del Círculo para proteger…
—¡Y con razón! ¡Tus guardias no protegieron a nadie!
—No había más que un puñado en deber —dijo Jonas, frunciendo el
ceño—. Y la mayoría estaba cerca de la jubilación. Los puestos eran una
sinecura, una asignación fácil para los heridos en batalla o con magia
defectuosa…
—¿Defectuosa?
El ceño fruncido creció.
—Estaban allí como una cortesía, Cassie. Una guardia de honor. La
corte no estaba en peligro…
—¡La corte explotó!
El ceño fruncido se desvaneció.
—Una corte es inútil sin una Pitia —me dijo bruscamente—, y tú no
estabas allí. Sin ti, no había ninguna razón real para creer que alguien
quisiera poner en peligro la vida de un grupo de niñas pequeñas…
—No había razón real —dije temblando, pero no con frío—. Había una
sobrenatural, ¿no? Y no me lo dijiste.
—Sabías a qué nos enfrentamos; te lo informé yo mismo.
—Me dijiste que los viejos dioses intentaban regresar. Me dijiste que
yo estaba en peligro. ¡No me dijiste que mi corte lo estaba!
—¡No debieron haberlo estado! —exclamó Jonas, de repente enojado—
. Esas chicas no estaban en peligro, hasta que se convirtieron en el cebo de
una trampa para ti. ¡Algo que no habría pasado si todas ustedes estuvieran
bajo nuestra custodia desde el principio!
—¿Su custodia? —El temblor era peor ahora—. ¿Su custodia? ¡El
Círculo estuvo tratando de matarme la mayor parte de los últimos tres
meses!
—Bajo mi predecesor. Uno de los muchos lapsos de juicio de su parte,
por lo que fue removido. Y después, sentí algo de… consideración… se te
debía, a la luz de tu introducción inicial a nosotros. Debió de dársete tiempo
para que entendieras que hay razones por las que somos los defensores
tradicionales de las Pitias.
—¡La Pitia es defendida por la Pitia! —dijo Rhea, corriendo hacia la
cocina con una niña en sus brazos. Ella me miró salvajemente—. Lady…
—¿Que está pasando?
—¡Ellos vienen!
—¿Quién viene? —preguntó Marco, con el rostro oscurecido.
Uno de los vampiros maldijo, de repente, Rhea y yo estábamos solas
en la cocina.
—El Círculo —dijo—. Ellos querían llevarnos antes. Debería habértelo
dicho, pero estabas tan cansada, pero debería haberle dicho…
—Y yo debería haberlo esperado —dije, y corrí hacia la sala.
La puerta del vestíbulo estaba abierta y llena de hombres en abrigos
de cuero que los hacían parecer héroes de películas de acción. Lo cual no
estaba tan lejos de la verdad. Los abrigos, ridículos porque era agosto, eran
necesarios para ocultar la tonelada de armamento que las fuerzas del
Círculo llevaban alrededor. Ninguno de los cuales podría ser utilizado esta
noche, porque había niñas en esta condenada habitación.
Me abrí paso entre la multitud de vampiros, la mitad de los cuales
tenía armas.
—Déjalos —dije con dureza. Rico, uno de los maestros italianos de
Mircea, vaciló, luego hundió su arma tan rápido que pareció que
simplemente había desaparecido. Era una indicación sutil a nuestros
huéspedes de lo rápido que podría estar de vuelta en su mano.
No importaba; los magos de guerra no eran muy buenos en sutileza.
Y, de todos modos, el resto de los vampiros me ignoraba, todavía tenían la
suya. Y entonces Marco decidió empeorar las cosas.
—Parece que los muchachos encontraron respaldo —les dijo, de frente
a la línea de vampiros—. Al menos eso hará que esto sea interesante.
—¡No va a ser interesante! —dije, acercándome a él—. No va a ser
nada. Se van.
Los magos no respondieron, no se movieron. Tampoco los vampiros.
Pero lo que los hombres del Círculo —y Jonas, maldito sea— no entendían,
era que los vampiros no podían.
Los vampiros podían haber empezado como seres humanos, pero ya
no lo eran. No lo habían sido por cientos de años en algunos casos. Y su
sociedad nunca lo fue.
Bueno, sí, a veces actuaban como si lo fueran; a veces comían, bebían
y se reían junto con el pequeño humano al que le habían ordenado cuidar.
Pero no eran humanos. Los magos de guerra podrían actuar como locos para
los estándares de la mayoría de la gente, podían tomar riesgos insanos,
incluso podrían estar un poco tocados de la cabeza…
Ciertamente lo había pensado lo suficiente. Pero dada una situación
bastante mala, retrocederían. Esperarían una mejor oportunidad. Vivirían
para pelear otro día.
Los vampiros no lo harían.
Incluso si estuviera dispuesta a seguir el plan de Jonas, ellos no
podían. Porque no podrían protegerme si estaba fuera de su vista. Y eso era
lo que su amo, la fuente de su riqueza y posición, su fuerza y su vida, les
había ordenado hacer. Así que se mantendrían firmes, morirían por un
hombre si tuvieran que hacerlo. O más probable, matarían a cada mago de
guerra y comenzarían una posiblemente brecha irreparable con el Círculo,
y Jonas no entendería eso.
Sólo esperaba que alguien más lo hiciera.
—Marco… —dije con fuerza.
—Traté —me dijo, sin darse vuelta—. El teléfono del maestro no
funciona.
—¿Por qué no?
Se encogió de hombros y parecía como si grandes rocas se movieran
bajo el delgado algodón de su camisa. Vi a uno de los magos de guerra de
enfrente, un chico de cabello oscuro con una barbilla partida, notarlo.
Él no tenía ni idea. Marco no necesitaba su tamaño. Marco podía
arrebatarle la sangre al hombre a través del aire, en partículas demasiado
pequeñas para verse, sin siquiera romper la piel. Podía drenarlo a través de
la habitación hasta que el idiota se pusiera blanco como fantasma y cayera
por los escalones, como una cáscara arrugada que nunca tuvo tiempo de
darse cuenta que, no eran los vampiros de bajo nivel a los que estaba
acostumbrado. Éstos eran maestros mayores, y de la línea familiar de
Mircea.
Lo que significaba que también podría hacerlo en cuestión de
segundos.
Pero los magos también tenían sus trucos, y éstos no eran los viejos
pensionados que el Círculo había dejado para cuidar mi corte. No si la
cantidad de poder que picaba sobre mis brazos era algo a tomar en cuenta.
Jonas podía haber esperado mi cooperación, pero no estaba seguro de la de
Marco. Habría enviado hombres en los que confiaba.
Así que esto… podría ser muy malo.
Y entonces Fred se acercó a mí.
—Mircea probablemente está con los cónsules —me dijo.
—¿Los cónsules? —Miré hacia arriba brevemente, en dirección a mi
vieja suite, esperando que lo que Mircea hubiera querido hablar conmigo
fuera de un viaje rápido a Las Vegas.
Pero por supuesto que no.
—No, no —dijo Fred—. Su lugar en el norte de Nueva York. Ella tiene
una casa… De todos modos, están haciendo una cosa esta semana,
eligiendo a algunos nuevos senadores.
—¿Qué tiene eso que ver con que el teléfono de Mircea no funcione?
Me dijo que lo llamara…
—Eso fue antes.
—¿Antes de qué?
—Antes de que cerraran el lugar —dijo Fred, sonando demasiado
tranquilo. Tal vez demasiado inexperto para leer el ambiente que tenía la
mano de Marco flexionando contra su muslo—. Hay un montón de pelotas
en sus manos, cónsules y cosas, sabes cuántos enemigos tienen. Así que
nuestra cónsul ordenó que las guardas principales se pusieran en línea
durante el tiempo que durará. Y los teléfonos no funcionan a través de ellas.
—¡Entonces póngase en contacto con él mentalmente!
—Ya lo hicimos. Pero es difícil enviar cosas complejas a través de este
tipo de distancia. Quiero decir, tal vez no para los senadores, sino para el
resto de nosotros…
—Fred —dije con los dientes apretados—. ¿Conseguiste atravesarlas?
—Sí, bueno, más o menos. Creo que la idea de que estás en problemas
se entendió bien, pero algunos de los detalles podrían haberse vuelto
confusos.
—¿Qué significa?
—Eso. —Fred asintió. Donde había aparecido otra masa de vampiros
maestros detrás del grupo de magos. La mitad de los cuales de repente se
giró para enfrentarse a ellos.
—El Círculo no es el único que tiene respaldo —les dijo Marco
suavemente.
Los magos no respondieron. No tenían que hacerlo. Porque su jefe
había aparecido como un reflejo en las ventanas que conducen al balcón.
Eran los mismos donde se habían proyectado las noticias mágicas anoche,
mostrando la destrucción de la corte de Agnes. Los mismos donde había
visto una docena de diminutas bolsas de cuerpos alineadas en una calle
llena de lluvia. Los mismos en los que Jonas había estado de frente cuando
me prohibió regresar y tratar de salvarlas.
Mi visión comenzó a pulsar en los bordes.
—Quería darte tiempo —me dijo—. Pero estamos fuera de eso. La
guerra ha visto eso. Y los acontecimientos recientes han demostrado
claramente que necesitas orientación…
—¿La orientación como la que le ofreciste a Agnes? —pregunté con
voz ronca. Golpeé debajo del cinturón, los dos habían sido amantes y su
muerte lo había golpeado con fuerza. Pero en ese momento, no me
importaba.
De ninguna manera habría intentado esto con ella.
De ninguna manera.
—Agnes era una Pitia experimentada —me dijo con voz aguda-. Tú no
eres…
—Parece que la estoy entendiendo rápidamente.
—Agnes tuvo años de entrenamiento; tú no…
—No tienes que decidir cuándo estoy lista para una oficina con la que
no tienes nada que ver.
—Y Agnes habría estado a nuestro cuidado en primer lugar, en lugar
de en las garras de…
—¡Agnes se avergonzaría de ti!
Eso último no había salido de mí. Rhea empujó a través de la
muchedumbre, ojos salvajes, la cara inundaba con una mancha oscura. Y
todavía llevaba a una niña que no podía haber tenido más de dos años.
—Las dejaste morir. ¡Las dejaste! —Rhea apretó a la niña de sus
brazos. Qué diablos había estado haciendo en la corte aquella niña, no tenía
ni idea. Pero en este momento estaba mirando a Jonas con grandes ojos
marrones, confundida y asustada, porque los ruidos le acababan de
despertar, la gente grande gritaba, y ella no estaba en su casa, en su cama.
Porque aquellos de nosotros que se suponía que debían protegerla
habían fracasado.
—¡Mírala! —demandó Rhea—. ¡Mira a quién habrías condenado! Mira
a quién habrías dejado…
—Es suficiente —dijo Jonas bruscamente.
Pero Rhea aparentemente no lo creía así. En las últimas veinticuatro
horas, había visto su casa destruida, casi se había matado a sí misma, y
había estado tratando de proyectar algún sentido de normalidad para un
grupo de chicas probablemente aterrorizadas. Todas rodeadas de criaturas
que la mayoría de la gente veía como monstruos.
De repente pensé que entendía mejor ese pollo.
Pero no parecía que hubiera sido suficiente, y ahora se lo estaba
diciendo a Jonas.
—¡Míralas a todas! —gritó Rhea—. Has jurado protegernos, pero no lo
hiciste. ¡No lo hiciste! Nos dejaste morir, ¿y ahora te atreves a venir a decir
que tenemos que ir contigo? ¿Para qué? ¡La única que se preocupa por
nosotros está aquí!
—Sí, a ella le importan —dijo Jonas, bajo y vicioso, sus ojos brillando
en los míos—. Ella se preocupó lo suficiente como para violar todo el
propósito de su oficina, para retroceder en el tiempo, para arriesgar su vida,
¡y así poner en peligro a todos los nuestros!
—Habían pasado quince minutos —le dije, sacudiéndome cierta ira por
la marea creciente de él. El pequeño discurso de Rhea parecía haber
sacudido algo perdido, y él se veía… no sabía a ciencia cierta cómo se veía,
pero no me gustaba—. No cambié mucho de nada —le dije, con más calma—
. Saque a las chicas del edificio antes de que explotara, eso es todo. Todo en
tiempo; todo lo demás se mantuvo igual. La línea del tiempo no podría haber
sido…
—¡No me importa la maldita línea del tiempo!
—Entonces, ¿de qué estamos hablando? —e pregunté, sinceramente
confundida.
—¡Estamos hablando de ti!
Miró de mí a Rhea, a las niñas levantadas en las cunas, con algunas
almohadas que sujetaban y, en algunos casos, animales de peluche para
consuelo. Y mirando a Jonas con los ojos muy abiertos. Se encontró con
ellas inquebrantablemente.
—Las hubiera salvado si lo hubiera sabido con tiempo —les dijo—.
Habría enviado un batallón entero en su ayuda si hubiera tenido alguna
sospecha. Pero una vez que estuvieran muertas, las habría dejado así. Pues
no podría haberles salvado entonces sin arriesgar lo que más valoro.
Fue un discurso increíble. Aún más, varias de las chicas mayores
asentían, como si estuvieran de acuerdo con él. ¿Qué tipo de mierda de
lavado de cerebro les había estado enseñando Agnes?
—¡Mi vida no vale más que la suya! No soy…
—¡Tú eres Pitia! —gritó, rodeándome con ojos azules ardiendo—. ¡Eres
lo único que nos queda! ¡Y estamos enfrentando una posible guerra
mundial! Así que sí, las habría dejado a su destino. Dejaría diez mil muertos
más en el suelo antes de arriesgarme. Porque si te perdemos, perderemos la
guerra. Perdemos todo.
Ya no estaba rosado; estaba blanco, casi tanto como su cabello. Nunca
lo había visto así. Nunca lo había visto remotamente cerca de eso.
Pero finalmente entendí de qué se trataba todo esto.
Finalmente entendí que Jonas tenía miedo.
Parecía increíble. Había sido un temerario en su juventud, corriendo
locos autos voladores a través del sistema de líneas ley, los ríos enormes del
poder metafísico que fluían sobre y alrededor de nuestro mundo y que los
magos más locos usaban para transporte. Era un juego que dejaba a los
competidores muertos aún más a menudo que NASCAR, pero Jonas había
parecido deleitarse con ellas. Y después, en la vejez, había creado un
peligroso golpe que había expulsado a su contraparte mucho más joven y lo
había devuelto a un poder preeminente en el Círculo. Decir que él era un
hombre que no temblaba fácilmente era el eufemismo del siglo.
Pero ahora estaba viéndose así.
Y eso no lo entendía.
Sí, estábamos enfrentando una posible invasión. Sí, era por criaturas
de leyenda, criaturas que deberían haberse quedado allí, porque eran
demasiado para la humanidad. Y sí, era espantoso como el infierno, porque
nuestra defensa principal, una pared de energía una vez erigida alrededor
de nuestro mundo por uno de los dioses, recientemente se había demostrado
ser la barrera menos que perfecta que siempre habíamos pensado que era.
Lo cual era aún más un problema de lo que normalmente habría sido,
porque estar golpeando las puertas en este momento era el peor escenario
posible para un mundo ya desgarrado por la guerra: el dios que la
personificaba.
Lo entendía.
Entendía todo eso.
Lo que no entendía era lo que Jonas creía que podía hacer al respecto.
—¿Esperas que peleé contra Ares por ti? —pregunté, desconcertada.
Sonaba increíble simplemente decirlo.
Pero Jonas aparentemente no lo creía así.
—Derrotaste a un dios una vez antes…
—Ayudé a derrotar a Apolo. Y ya estaba mayormente muerto.
Había sido el primero en romper la barrera, y había terminado como
la versión piadosa de pollo frito crujiente para su problema. Podría haber
estado bien, si hubiera tomado tiempo para sanar, pero por supuesto que
no. El divino orgullo le había hecho suponer que él todavía era más que un
rival para nosotros los patéticos seres humanos. Y, además, por una buena
suerte realmente increíble de nuestra parte, habíamos quedado vivos y él…
bueno, todos esperábamos que estuviera muerto.
Nadie había oído hablar de él desde entonces.
Pero ese era Apolo. Conocido por tocar la lira y perseguir ninfas, si las
viejas leyendas se creían. Este era Ares. Había peleado recientemente con
sus hijos medio-humanos y apenas había sobrevivido, y eso con ayuda que
no tendría de nuevo. ¿Pero el dios de la guerra mismo?
—Eres un semidiós —señaló Jonas, haciendo que varios de los magos
de la guerra me lanzaran rápidas miradas, como si no lo creyeran.
Por supuesto, a veces tampoco lo creía. Con mi cabello colgando lacio
y goteando húmedo alrededor de mi cara, mi cuerpo envuelto en una vieja
bata gris y mis pies en pantuflas rosas esponjosas, no me parecía a alguien
cuya madre había sido una diosa. Pero tampoco lucía como si estuviera toda
vestida. Era una rubia de uno sesenta y cuatro metros con piernas flacas,
rizos fuera de control y pecas.
Imponente no era.
Mamá lo había sido mucho más y, de hecho, había sido la que había
creado la barrera que aún mantenía a su especie fuera, miles de años
después. Pero mamá estaba muerta, y yo era con quien estábamos
atrapados. Y no iba a ser suficiente.
—Tienes habilidades que incluso los dioses no poseen —comentó
Jonas, como si tratara de convencerse a sí mismo.
Esperaba que tuviera éxito, porque no estaba haciendo una maldita
cosa por mí.
—¿Como cuál?
—Puedes detener nuestro flujo de tiempo…
—¿Qué nos ayuda cómo? —pregunté, desconcertada—. “Sabes cuánto
dura eso, y eso es contra los humanos. Ni siquiera sé si funcionaría en un
dios. Pero incluso si lo hiciera, ¿nos daría qué? ¿Unos minutos? ¿Qué tipo
de daño puedes hacer en unos minutos?
—Más de lo que piensas. —Fue siniestro.
—No es suficiente —dijo Rhea vacía, porque había sido ella quien
recibió la visión del regreso de Ares, no yo. E incluso en recuerdo, era
suficiente para blanquear su piel, para inundar sus ojos. Porque no había
visto a Ares regresar.
Nos había visto fracasar.
Más específicamente, ella había visto al Círculo fallar, vio a Ares
limpiando el piso con ellos, noticias que aparentemente habían golpeado a
Jonas más duro de lo que me había dado cuenta en ese momento. Así que,
bueno, si alguna vez un hombre tenía razones para entrar en pánico, las
tenía. Pero todavía no veía lo que él esperaba que hiciera.
Era una de las razones por las que había estado trabajando tan duro
para recuperar a Pritkin. No sabía cómo luchar contra los dioses, ni siquiera
sabía por dónde empezar. Así que, en lugar de sentarme, retorciéndome las
manos sobre lo que no sabía hacer, me había concentrado en lo que podía
hacer. Y no sólo por razones personales.
Sí, me preocupaba por él. Sí, le debía mi vida muchas veces. Pero
también era un hecho que él había olvidado más magia de la que Jonas
jamás conocería. Había estado ocultándose bajo el nombre de John Pritkin
durante siglos, pero no era con el que había nacido, la historia que conocía,
la que había escondido desesperadamente a causa del mito, la magia, el
aura que todavía rodeaba el nombre del más grande de todos ellos.
Merlín.
Es a quien había buscado, eso era lo que había estado persiguiendo
desesperadamente a través del tiempo, es por lo que me había ido al Infierno
y de regreso, literalmente. Pero si Pritkin tenía alguna posibilidad de tener
una vida normal después de que todo estuviera dicho y hecho, no podía
decírselo a nadie. No podía decirle a Jonas que estaba trabajando en una
forma de librarnos de Ares, con lo único que probablemente funcionaría:
devolviendo al mago más peligroso de todos.
Si alguien podía encontrar una manera de derrotar a un dios, era
Pritkin.
No sólo lo quería de vuelta; lo necesitaba de vuelta.
Y no tenía tiempo para esto.
—Nunca me he negado a ayudarte —le recordé a Jonas—. He hecho
todo lo que me pediste. Te ayudaré en el futuro, como pueda. Pero esto… —
Señalé a los magos—. ¡Esto no ayuda! Es lo contrario, de hecho: está
poniendo en peligro la alianza entre el Círculo y el senado…
—No necesitamos al senado —dijo Jonas, descartando a uno de los
grupos sobrenaturales más poderosos del planeta con un ademan de su
mano—. Te necesitamos. Eso es lo que predijo la profecía. Si queremos
resistir con éxito a Ares, necesitamos que tú y tu madre…
—Mi madre está muerta.
—Pero ella te ayudó a derrotar a los hijos de Ares, ¿verdad? Tal vez
esa era su parte del viaje. El resto, tienes que caminar, pero no sola. El
Círculo…
—Se retira ahora —dijo Marco con calma. Porque sus ojos nunca
dejaron a los magos, él debe haber notado algo que yo no. Algún ascenso en
el poder que había puesto una bandera roja a los sentidos de los vampiros.
—Sí, lo haremos —dijo Jonas cortante—. Con Cassie.
Tragué, tratando de pensar. Tenía un poco de poder ahorrado, gracias
a algo de comida y un par de horas de sueño, pero no lo suficiente. No es
que supiera lo que podría hacer aún con toda la fuerza. ¿Congelar el tiempo
para que Marco y compañía pudieran matar a todos de manera más
eficiente? ¡Porque se suponía que estábamos del mismo lado!
Algo que nadie más parecía recordar.
Y entonces Rhea me agarró la mano.
Y, de repente, se sintió como cuando Pritkin me dio energía. Bueno,
no exactamente así, pero hubo un impulso definitivo de energía. Ella vio mis
ojos.
—Estás arriesgando mucho por una vieja profecía —le dije a Jonas,
quitándole a la niña quisquillosa. Y sintiendo otro golpe más pequeño de
poder fluir a través de mí.
—Hemos visto lo que vale —argumentó, porque tampoco quería que
esto terminara en derramamiento de sangre.
—Hemos visto lo que podría ser coincidencia —le dije, empujando a
través de los vampiros hacia las otras chicas, como si estuviera llevando a
la irritada niña a su cama—. Tú mismo lo dijiste: los mitos tienen que ser
interpretados.
—¿Y de qué otra manera interpretarías esto? —preguntó—. Habría
tres dioses, según la leyenda, y tres campeones para ayudarte a luchar
contra ellos. Apolo fue el primero, y como se predijo, fue herido por el
contacto con el hechizo de Ouroboros que cubre nuestro mundo, antes de
que lo acabarás.
—Eso no prueba nada —argumenté, entregando a la niña a una
iniciada regordeta con piel de chocolate y rizos. Y luego sentándome junto a
ellas en una cuna, en medio de varias otras—. Cualquiera que venga a
nuestro mundo tendría que superar ese hechizo.
—Sin embargo, siguió el patrón que se predijo. Como tú derrotando a
los hijos de Ares. ¡Tu madre iba a ser tu campeona allí, y creo que la
eliminación de cuatro de los cinco califica!
—Pero los Spartoi no eran Ares, y mi madre ya no está —dije—. Si
Ares llega, no voy a tener su ayuda.
—No importa. Eres más fuerte de lo que sabes.
—¿Crees que puedo derrotar al dios de la guerra, pero envías a un
escuadrón de magos para que me secuestren? —Los miré y vi que ahora
varios estaban observándome abiertamente, en lugar de a la masa de
maestros vampiros. Hubiera sido gracioso, bajo otras circunstancias. Ellos
con su tonelada de armas y yo con mis pantuflas esponjosas. Sólo que no
tenía ganas de reírme.
—Creo que puedes derrotarlo con guía —dijo Jonas—. La cual no vas
a encontrar aquí…
—Esa no es tu llamada.
—La estoy haciendo mía, hasta que seas lo suficientemente mayor…
—Tengo veinticuatro años.
—¡Tengo ciento setenta y nueve! —dijo con enojo—. Cuando tengas mi
edad…
—No es probable que llegue a tu edad. —En este punto, me
conformaría con ver mi próximo cumpleaños—. Pero incluso si lo hago, no
estaré de acuerdo en poner el poder de la Pitia bajo el control del Círculo.
—¿A diferencia de dejarlo en manos de los vampiros? ¡No hacen nada
que no sea egoísta!
—¿Y esto no lo es? —pregunté mientras más y más de las chicas se
reunían alrededor, como si fuera para consuelo—. Romper con los vampiros,
justo cuando más los necesitamos, presionando sus derechos más allá de
lo que la tradición permite, destruyendo cualquier posibilidad de
neutralidad Pítica…
—¡No hay neutralidad en la guerra!
—Debe haberlo, Jonas. Necesitamos a los demás, a todos los demás.
No puedo derrotar a Ares por mi cuenta, tampoco tú. La visión de Rhea te
lo mostró. Si intentas hacer esto solo, profecía o no, fallarás. Y entonces
todos fracasaremos.
—No tengo la intención de hacer esto solo —me dijo—. Esa es la
cuestión. —Sentí a Rhea agarrar mi mano de nuevo, sentí que las
muchachas presionaban cerca, sentía una oleada de poder golpearme, todo
lo que tenían, incluso cuando su voz decía—: Agárrenla.
No esperé a ver al grupo de magos moverse, ni siquiera esperé a que
las palabras terminaran de dejar sus labios. Levanté una mano, y con ella
se fue todo lo que me quedaba, y todo lo que mi corte podía darme.
No guarde nada, y todavía no creía que hubiera sido suficiente.
Pero no podía decirlo. Porque un segundo más tarde, estaba de
rodillas, vomitando y medio ciega por una pérdida de poder que no podía
permitirme. Manos me sostuvieron y la habitación giraba, Rhea gritaba algo
que no podía oír sobre el rugido en mis oídos y el frenético latido de mi
corazón.
Pero a través de mis inundados ojos vi a media docena de vampiros
maestros caer al suelo delante de la puerta, habían saltado en un
nanosegundo por…
Por hombres que ya no estaban.
Me desperté en un charco de baba, con el rostro hacia abajo, en algo
empapado y aplastado, que finalmente identifiqué como uno de los cojines
del sofá. Tenía pequeñas joyas en el bordado, un toque con la mano me dijo
que me había dejado marquitas en toda la mejilla izquierda. Unos pliegues
en mi cara con algunos cordones decorativos, definitivamente no estaba
clasificado para dormir.
Gemí e intenté sentarme, pero no funcionó. No podía ver porque mi
cabello estaba en mis ojos y mis párpados estaban medio pegados. Y algo
me golpeaba suavemente en la cara.
Finalmente, logré tener los ojos lo suficientemente abiertos como para
darme cuenta que eran las sábanas que solían estar colgando bajo las
cortinas que enmarcan el balcón. Y que ahora estaban por todas partes
porque las puertas estaban abiertas y el viento las soplaba. Lo sabía porque
también me estaba soplando.
Y al sofá en el que aparentemente me había desmayado.
Y a la niña que estaba dormida en mi trasero.
Y algo con pedazos duros que se metió en mi…
Busqué a tientas debajo de mí hasta que encontré a un hombre lobo
de peluche que se había estado poniendo demasiado personal. Luego saqué
mi cuerpo del sofá y empujé la almohada debajo de la cara de la niña, con
el lado suave hacia arriba. Y me bajé del sofá.
Y me congelé.
Porque mi pie acababa de crujir.
Estaba en todas partes.
En todos lados.
De repente me di cuenta que las puertas del balcón no estaban
abiertas, se habían ido, sin siquiera algún fragmento dejado en los bordes.
Lo cual probablemente explicaba por qué había un guardia afuera, cada
sesenta centímetros, fumando, bebiendo y probando los límites de peso de
la arquitectura del Dante.
Teniendo en cuenta quién había construido este lugar, me habría
preocupado si fuera ellos. Pero si lo estaban, o si estaban volviéndose locos
por los acontecimientos que recién estaban comenzando a regresar a mi
conciencia, no lo mostraron. Rico incluso me guiñó un ojo, a través de una
bruma de humo.
Traté de guiñar de regreso, pero mi párpado todavía estaba pegajoso
y se quedó atascado.
Suspiré. Y lo despegué. Miré alrededor para ver qué más había
cambiado.
Yyyy era mucho.
La mesa de café también se había ido, con su tapa de cristal. Las fotos
con sus marcos de metal. Los candelabros con espejos detrás. Incluso las
luces empotradas eran diferentes, sus brillantes monturas ahora estaban
cubiertas de cinta adhesiva negra.
Parpadeé un momento, balanceándome un poco porque mi trasero
todavía dormía. El reloj había desparecido, así que no podía ver la hora, pero
se sentía como media noche. También lo parecía, con nada más que
oscuridad y el lejano resplandor de neón visible más allá del balcón. Sin
embargo, alguien estaba cocinando y olía… oh muy bueno.
Recuperé mis zapatos del lado del sofá y me arrastré hasta el salón.
Y descubrí que también había sido visitado por el loco re-decorador.
El televisor había desaparecido, así como la lámpara sobre la mesa de
cartas. La agradable cristalería de la barra portátil había sido substituida
por vasos rojos de Solo, aumentando el ambiente de vivo-en-una-casa-de-
fraternidad, a algo que se acercaba al cien por ciento. Pero el verdadero
espectáculo fue la mesa de billar.
Cada una de las pequeñas bolas se había metido en los bolsillos de
alguien, supuse porque eran de cristal y del tipo que relejaba.
—¿No crees que es demasiado? —pregunté, entrando en la cocina.
Rhea, que estaba en el fregadero, se quedó boquiabierta por alguna
razón.
—No —dijo Marco, sin apartarse de la estufa, donde cocinaba algo en
una sartén de hierro fundido. Se ajustaba a la cinta negra aislante en todo,
desde las perillas de la estufa, a las agarraderas de los cajones, a las llaves
del fregadero. Y coordinando en zigzag la pesada manta gris y negra que
alguien había puesto alrededor del refrigerador.
—No te preocupes; ella siempre se ve así por la mañana —le dijo Fred
a Rhea, levantando la vista para cortar un trozo de tocino en la tabla de
cortar.
—Lo hago cuando duermo en el sofá —dije, tratando en vano de
palmear mi cabello rebelde—. Por cierto, ¿por qué estaba en el sofá?
—Porque no nos dejaste moverte —me dijo Marco, girándose
finalmente. Y dándome una vez más una mirada antes de sacudir la cabeza.
—¿No los deje? —repetí. Marco usualmente no se molestaba en
pedirme permiso.
—Las chicas querían mantenerte con ellas, y de todos modos cuando
traté de llevarte a la cama, me golpeaste.
—No lo hice.
—Lo hiciste —enrolló la manga de su camisa de golf para mostrarme
un enorme bíceps y un moretón inexistente.
—Le dirás a Mircea que abuso de ti la próxima vez.
—De hecho, ya le dije eso.
Resoplé. Y abrí la boca para darle la respuesta que merecía. Pero
entonces algo se metió en ella.
Algo maravilloso.
—¿Qué? —le pregunté, después de masticar y tragar.
—Tochitura. Moldoveneasca… —Marco rodó los sonidos sobre su
lengua cariñosamente, aunque eso no era italiano.
—¿Y eso qué es?
—Esto —dijo Marco, entregándome un frágil plato de papel.
Y una cuchara de plástico.
—¡Oh vamos!
—Es sólo temporal, hasta que pueda conseguir a alguien para mejorar
las guardas.
—¿Cuándo será eso?
—Un par de horas. Hicimos que alguien hiciera un feroz trabajo
anoche, por si acaso Jonas se las arreglaba para encontrar… oye —dijo, y
rápidamente puso otros pocos platos de papel debajo del primero, el cual
estaba rápidamente empapado.
—Sólo en caso de que lograra encontrar… ¿qué?
—No qué. Quién —corrigió—. Sus chicos. A quienes desplazaste… ¿a
dónde?
Tenía un vago recuerdo de un puñado de magos de guerra enojados,
medio ahogados, que se abrían camino por una conocida playa con piedras.
Apuesto a que no había sido un divertido nadar con todo ese hardware, pensé
maliciosamente.
Y alcé la vista para ver a Marco levantando una ceja negra y gruesa
hacia mí.
—Lago Mead.
—¡Ha! —dijo Fred.
—No es gracioso —le dije, tratando de no sonreír. Y no lo era, en
realidad. Esta cosa con Jonas, no era probable que desapareciera solo
porque cambiáramos las guardas. O enviara a sus chicos por sorpresa a
nadar a medianoche. Necesitaba hablar con él, justo después de que
averiguara qué diablos decir.
Suspiré y lo puse en mi lista.
-—¿Vas a comer eso, o admirarlo? —me preguntó Marco.
Miré hacia abajo a mi plato. Había grueso y crujiente tocino, deliciosa
carne de salchichas, huevos fritos, en lo que podría ser grasa de tocino si
tenía suerte, polenta, y algunas extrañas cosas blancas desmenuzables que
no podía identificar inmediatamente. Pero en general, un fácil nueve de diez.
-—Comerlo —dije, y encontré un taburete en el bar.
Lo desmenuzable blanco resultó ser una especie de delicioso queso.
Lo cual sabía muy bien cuando se mezclaba con todo lo demás en una masa
pegajosa de increíbles sensaciones de ataque al corazón. Comencé a comerlo
con cuchara.
—¿Qué dijiste que era esto? —pregunté después de unos pocos
minutos embriagadores.
—Desayuno moldavo de campeones.
—¿Y sabes cómo hacerlo, porque?
—Horatiu me enseñó —dijo Marco, refiriéndose al criado más antiguo
de Mircea—. Es del viejo país.
—Viejo país mi culo —dijo un encantador pelirrojo llamado Roy,
entrando—. Eso es cocina del sur.
—El sur rumano, tal vez.
—Moldavia está en el norte —dijo Fred.
—No me importa dónde esté —dijo Roy, inclinándose sobre mi plato—
. Eso es tocino, huevos y sémola de queso. La mitad del sur come eso para
el desayuno cada mañana.
—Bueno, lo aprendí de un viejo rumano, y estoy bastante seguro que
lo tuvieron primero —dijo Marco, en su voz de no-discutas-conmigo-soy-el-
jefe. Y entonces miró hacia abajo, y su rostro cambió. De fuerte-patea-
traseros maestro vampiro a…
Bueno, no sabía exactamente qué era esa expresión. Pero era suave y
sonreía.
Al querubín descalzo en arrugado camisón blanco que estaba tirando
del pantalón en su pierna.
—¡Phoebe! —dijo Rhea, dando vuelta rápidamente alrededor de la
mesa—. No molestes al… al hombre. Él está cocinando.
Se inclinó hacia ella, pero la niña ya había sido arrastrada a los brazos
de Marco, parecía increíblemente pequeña al lado de mi gigante
guardaespaldas. Cuyo bíceps se veían más grandes alrededor de su cuerpo.
Le mostró el contenido de la sartén.
—¿Quieres tocino y huevos?
Ella asintió con entusiasmo.
—Yo… iba a hacer harina de avena —dijo Rhea, mirando entre los dos.
Marco y la niña arrugaron las narices exactamente en el mismo
momento, haciendo que me echara a reír.
Y casi me trago mi maldita cuchara. Rhea me miró con alarma.
—No creo que ella quiera avena —le dije.
—Es… es solo…
—¿Solo es qué?
—Eso no es muy saludable —soltó, mirando mi plato. Y luego se quedó
allí, aparentemente afectada. Y confundiéndome como el infierno.
Rhea parecía tener una cosa tipo personalidad dividida que no
entendía. Un minuto, estaba gritándole a los peligrosos vampiros maestros
y al líder del Círculo de Plata, y al siguiente estaba congelándose en Miss
Pequeña Voz Sumisa cuando tenía que hablar conmigo. Era desconcertante.
Me hacía sentir como Godzilla. También iba a ser un problema si no lo
superaba.
Decidí empujarla un poco.
—¿Así que piensas que no debería estar comiendo esto?
—Yo… no. —Miró asombrada—-. No, no me atrevería a hacerlo…
quiero decir, lo que la Pitia come es, por supuesto, su…
—Pero no es saludable.
—Es… —Ella miró mi plato con tristeza—. Es solo que… bueno, no
hay verduras…
—Tampoco hay verduras en la avena —dijo Fred.
—No, pero es un grano entero —dijo, mirándolo. Y parecía aliviada de
tener a alguien con quien poder discutir.
—La polenta es de grano entero…
—¡Y la harina de avena no se cocina con grasa de tocino!
—Podríamos añadir una verdura —dije, trayendo su atención de
nuevo hacia mí—. ¿No podríamos, Fred?
Miró mi plato pensativo. Las verduras no eran lo fuerte de Fred.
—Bueno, supongo que podría cortar una cebolla…
—¡Una cebolla no cuenta! —le dijo Rhea severamente.
—O poner medio tomate a un lado —dije, pensando en todos los
desayunos que había visto comer a Pritkin. Se suponía que iba a ser un
alimento saludable, y la mayor parte del tiempo estaba a la altura. Pero los
domingos derrochaba en los desayunos más horribles de la tierra. Me había
dado la idea de que, últimamente, él los había hecho deliberadamente
horribles sólo para meterse conmigo.
—La corte estaba en Londres —añadí—. Eso es a lo que las niñas
probablemente están acostumbradas.
—Sí, los británicos tienen grandes desayunos —dijo Fred
entusiasmado—. Con ese buen tocino grueso…
—Y hongos fritos —añadí.
—… y huevos fritos —aceptó Fred felizmente.
—… y salchichas fritas…
—… y pan frito…
—¿Te das cuenta que todo lo que has mencionado está frito? —le
preguntó Rhea.
—… y bollos nadando en mantequilla —dije, apilando más.
—Oh, ni siquiera vayas ahí —me dijo Fred—. Porque entonces vas a
necesitar mermelada de fresa y mermelada de naranja y natas…
—¿Natas? —preguntó Rhea, horrorizada.
—Y pan con queso tostado —dijo soñadoramente. Y me sonrió, como
si pensara que había ganado.
Como si pudiera.
—Frijoles horneados y tostadas —le dije inteligentemente.
—Salchichas rebozadas en pudín —refutó Fred, la luz del desafío en
sus ojos.
—Arenques frescos…
—Huevos escoceses…
—… riñones endiablados…
—… Albóndigas…
—… Carne frita con verdura…
—¡Pan con mantequilla! —dijo Fred, empezando a parecer un poco
preocupado.
Sonreí, porque Pritkin era galés, y los galeses comían de miedo, cosas
aterradoras.
—Pan de alga —dije con presunción. Nada como algas a primera hora
de la mañana.
—¡Pasta de levadura untable!
—Pescado desmenuzado…
—¡Panqueques!
—Los panqueques son americanos.
—¡Mierda, mierda!
—¿Te rindes?
—¡No! No, yo…
—Tictac, Fred.
—¡Jodida Morcilla! —dijo Fred, desesperado.
Y luego esperanzado, cuando dudé.
Después me reí en su cara.
—… ¡papas fritas!
—¡Maldición! —Fred me señaló—. ¡Mierda!
—¿Qué?
—¡Ya lo hemos dicho!
—No lo hicimos.
—¡Sí lo hicimos! ¡Debimos hacerlo! ¡No se puede ganar con papas
fritas!
—Mmm. Papas fritas. —Lo saboreé.
—¡Mierda!
—¡Las patatas fritas no cuentan como vegetales! —replicó Rhea.
Y entonces de repente se golpeó la boca con su mano, al darse cuenta
que acababa de gritarle a la Pitia. Me miró durante una fracción de segundo,
con algo que se acercaba al horror, y luego salió corriendo de la habitación.
Suspiré.
No había sido exactamente la respuesta que esperaba.
—¿Qué? —preguntó Fred—. Ni siquiera estaba jugando.
—Ve que las niñas se alimentan de algo —le dije, y fui tras ella.
La encontré en mi habitación, haciendo la cama. Lo cual parecía una
especie de desperdicio, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba.
—Iba a hacer cambiar la colcha —comencé, sólo para quitársela—.
Rhea, está bien.
Ella negó, enviando rizos oscuros a volar.
—¡No está bien! Está sucio. Deberían haber cambiado esto, tenerlo…
—Rhea
—… listo, en caso de que despertase y quisiera…
—Rhea.
—… cambiarse a la cama o tener una siesta o…
—¡Rhea!
Se detuvo bruscamente, llevando la horrible ropa de cama hacia su
pecho y mirándome.
—No necesito una criada —dije.
Y vi que su rostro se arrugaba.
—¡Entonces no le sirvo de nada!
—¿De nada? Tuviste la visión de Ares.
—¡Y tal vez estaba equivocada! ¡Ya no sé!
—No te has equivocado.
—Yo no… —Ella se sorprendió—. Sí, Pitia.
—¡No hagas eso!
Ella se sacudió y se sonrojó culpablemente.
—Lo… lo siento —me dijo, con ojos grises enormes, aunque dudaba
que tuviera alguna idea de por qué se disculpaba.
—O eso —dije, moderando mi voz—. No necesito una disculpa cuando
no has hecho nada malo.
—Pero usted dijo…
—Que no quiero un sí Pitia, o un no Pitia si eso no es lo que realmente
piensas. Necesito a alguien que me diga la verdad. Especialmente ahora. —
Miré hacia la puerta, porque de ninguna manera todos en el maldito
apartamento podían oírnos.
Toda esta falta de privacidad estaba empezando a ser una perra.
—La verdad es que no tengo visiones —dijo Rhea mientras la miraba—
. “No tengo nada. Se suponía que era una vidente… me pusieron a prueba y
pasé. Pasé, y sé que no te dejan quedarte en la corte de la Pitia a menos que
tengas una puntuación muy alta. Pero entonces…
—No, no lo sabía —dije, sentada en el borde de la cama, tratando de
frenarla—. No fui criada allí.
—No —estuvo de acuerdo, lanzando una mirada nerviosa a la puerta—
. Usted creció con ellos.
—Bueno, no con ellos, exactamente. Crecí en la corte de otro vampiro,
un tipo llamado Tony.
—Él… él debió haber sido bueno con usted —dijo, obviamente
tratando con diplomacia.
—¿Tony? Tony no era bueno para nadie. Tony era un bastardo.
Rhea pareció sorprendida por esta información.
—Los vampiros son sólo gente —le dije—. Buenos, malos y realmente
irritantes, justo como todos los demás.
—Pero… —Volvió a mirar la puerta, y luego hizo algo en el aire que
realmente esperaba fuera un hechizo de silencio. Y lo adiviné, porque de
repente fue mucho menos táctil después de que encajó en su lugar—. ¡No
son como los demás! —dijo con fervor—. Pueden matarte…
—Un mago puede matarte. Un humano no mágico puede matarte…
—Pero ellos no… no…
—¿No qué?
—¡No te comen!
Me reí. Esto tampoco parecía ir bien.
—Lo siento —le dije—. Pero Fred en su mayoría come tacos.
—Pero tienen que alimentarse de nosotros —siseó, en voz baja, a pesar
del hechizo—. No pueden vivir de otra manera.
—No, no pueden.
—Así que las niñas…
Parpadeé.
—Estás preocupada por… no.
—Pero están aquí. Y son tan vulnerables. Y no puedo protegerlas si…
Ella se detuvo, la cara pálida, los brazos todavía agarrando la
almohada. Y parecía extrañamente infantil. Me pregunte cuántos años
tenía.
Entonces pregunté.
—Di-diecinueve, lady.
—¿Diecinueve? —Habría pensado que más grande. Tal vez porque
todo el mundo parecía aferrarse a ella.
—Lo sé. —Parecía enojada—. Muy vieja. Pero necesitaban a alguien
en la guardería, y no tenía ningún otro lugar a donde ir, y…
—¿Desde cuándo tener diecinueve años es estar vieja?
—Para la corte de la Pitia lo es, si no eres seleccionada.
—¿Seleccionada?
—Para ser entrenada como una acólita. Ayudan a la Pitia, le
aconsejan, le ayudan en sus misiones…
—Bien. Porque realmente podría usar algo de eso. —Estiré una
mano—. Felicitaciones. Puedes ser mi primer acólita.
Y, está bien, eso tampoco iba muy bien, pensé, cuando Rhea se echó
hacia atrás y empezó a sacudir la cabeza violentamente.
—¡No, no, no!
—Rhea…
—¡No lo entiende! ¡No viene a mí! ¡No lo hace! He intentado, probado
y…
—¿Qué no te viene?
—¡Nada! —dijo apasionadamente—. ¡Por eso cuido de la guardería!
Era lo único que encontré que podía hacer. Estaba bien con las pequeñas,
pero todo lo demás… No puedo…
—¡Rhea! —Puse un poco de poder detrás de mi voz, porque la niña
estaba sacudiéndose—. Escúchame. No sé qué más se supone que debes
hacer, pero ya has hecho las cosas que necesito, ¿está bien? Ya lo has hecho.
—No he hecho nada.
—Está bien. ¿Entonces te estaba imaginando en la coronación? ¿No
estabas allí?
—No. Quiero decir… estaba allí. Vi lo que usted…
—No estamos hablando de mí. ¿Por qué estabas allí?
—Para… hablarle de las acólitas. Había tenido una visión… al menos
creo que la tuve; no tengo visiones…
—Pero viste algo en ese momento —señalé.
Ella asintió.
—Y las acólitas lo notaron y te preguntaron. Te diste cuenta que
estaban felices ante la idea de que el Dios de la guerra regresaría y patearía
todos nuestros traseros.
Ella asintió un poco más. Estaba empezando a recordarme a un
muñequito cabezón de Pitia.
—Así que supiste que se habían unido al otro lado. Y como Agnes
estaba muerta, lograste invitarte a la gran fiesta de su sucesora ¿para hacer
qué? ¿Comer aperitivos?
—¡No! ¡Para advertirle! Para decirle lo que había visto…
—Así que… ¿para ayudarme y aconsejarme?
Había estado a punto de decir algo, pero al instante cerró
bruscamente la boca. Y luego la abrió de nuevo después de un minuto.
—No.
—¿No?
—No soñaría con aconsejar a la Pitia —replicó, y no pude evitarlo. Me
recosté en la cama y me eché a reír de nuevo.
Dios, lo estaba perdiendo.
—Mi lady…
—Detente —le dije cuando su rostro preocupado apareció por encima
del mío.
—¿Detener…?
—Deja de llamarme así. Me llamo…
—Lady Herophila.
—Mierda. —Decidí pedirle la palabra a Fred.
—¿Qué? —Rhea parpadeó. Supongo que las Pitias tampoco
insultaban, aunque estaba segura de haber oído a Agnes en más de una
ocasión…
—Ese fue el título que Apolo me dio, cuando estaba tratando de
convertirme en su títere —le dije—. Elegí lady Cassandra…
—¡Lo siento! Nadie dijo…
—… pero tampoco me gusta ese. Llámame Cassie.
Ella sólo me miró. Pero de pronto hubo una inclinación obstinada en
su mandíbula que no había estado allí hace un momento. Pero que había
estado en plena evidencia cuando había estado poniendo a Fred en su lugar.
—No me llamarás Cassie, ¿verdad? —pregunté.
—Le llamaré como quiera, por supuesto, lady —dijo, y luego pareció
ofendida cuando me reí de ella otra vez.
—De acuerdo, mira. Tenemos que hacer algunas cosas bien —le dije—
. Uno. Los vampiros por aquí no te van a comer… ni a las niñas. Cuando no
están aquí sirviendo de mis niñeras, tienen cortes propias, con un montón
de seguidores más que felices de proveerles cualquier sustento que
necesitan. De hecho, Mircea, ese es su amo; él es… tipo el gran jefe, ¿sabes?
¿Sobre todo el clan?
Ella asintió.
—Él regularmente rechaza a los “Queremos-ser-sus-sirvientes”
porque ya tiene demasiados.
—Él… ¿la gente quiere ser mordida? —Parecía horrorizada.
Obviamente nunca había conocido a Mircea.
—Sí —me conformé con decir—. Algunas personas lo hacen. Pero tú
no y ellos lo saben, así que no tienes que preocuparte, ¿está bien? Ellos
están aquí para defendernos. Ellos habrían muerto esta noche
defendiéndonos, si fuera necesario.
Rhea parecía preocupada por eso, como si no estuviera segura qué
pensar. Pero no lo cuestionó. Sin embargo, aportaría que los chicos iban a
ser salpicados de preguntas más tarde
Bien; eso les daría algo que hacer.
—En segundo lugar —le dije, y acentué mi voz—. Tú eres mi acólita.
A partir de ahora. Más tarde, si lo odias, veremos cómo cambiar eso. Pero
por el momento, necesito a alguien que entienda la posición de Pitia mejor
que yo. Y esa eres tú.
Ella asintió, con los ojos muy abiertos, sorprendida, y tal vez un poco
aterrorizada.
Bienvenida al club, pensé.
—Y tercero…
—¿Tercero, lady?
—Tercero, ¿cómo diablos salto mil quinientos años?
—Así que éstas eran las habitaciones privadas de Agnes. —No encendí
una luz, aunque había un panel junto a la puerta. Un par de candelabros
sobre las paredes estaban con luz baja, además la bruma de la ciudad-por-
la-noche filtrándose por el conjunto de ventanas del piso al techo daban
suficiente claridad para ver.
Y había mucho que ver. Como las lujosas alfombras sobre pisos muy
pulidos, los que lucían genuinamente como viejos maestros de las paredes
eran los candelabros sobre nuestras cabezas, meciéndose suavemente con
el aire acondicionado, del tipo que a menudo cuestan más que las casas que
decoraron. Todo el conjunto en armonía con un esquema de colores pálidos
en beige y azul, que uniéndose a la tenue iluminación tenía un efecto muy
relajante.
O lo haría, si no hubiéramos estado tratando de robar el lugar.
—Muy privadas —aceptó Rhea suavemente, entrando detrás de mí y
rápidamente cerrando la puerta—. Nadie viene aquí, excepto los invitados
de honor. Y las acólitas, por supuesto.
Las acólitas. Genial.
—Esperemos que no ver nada de eso esta noche.
—No lo haremos. Están en la coronación.
Sí, ese era el plan. Estábamos a un poco más de una semana atrás en
el tiempo, la noche en que las acólitas estaban en mi coronación en el estado
de Washington, viéndome en un duelo con un semidiós. Mientras tanto, mi
otra yo, estaba aquí tratando de robar a su antigua jefa. Mi vida era rara.
Y posiblemente también muy corta, si ellas volvían temprano.
—¿Alguna idea? —pregunté, mirando a Rhea, quien lucía como si
pertenecía aquí con su formal traje blanco. Yo, por otra parte, parecía un
turista que de alguna manera había salido de la calle, con shorts de mezclilla
y una camiseta con una imagen de la rubia de Las Chicas Superpoderosas.
Estaba levantando pesas y declaraba orgullosamente que estaba
“Empoderando mis músculos en roca”. Por supuesto, había sido un regalo de
Pritkin.
Un obsequio muy, muy optimista. Especialmente ahora, cuando no
estaba sintiéndome dura, tanto como horriblemente ansiosa. Estar en
lugares donde casi había muerto tendía a hacerme eso.
Será mejor que me olvidé de eso, pensé arbitraria. O mis lugares de
vacacionar iban a empezar a estar muy limitados.
Rhea sacudió la cabeza.
—Podría estar en cualquier parte. Las estaba usando mucho, cerca
del final. Debe haber algunas… en algún lado.
Ella miró a su alrededor un poco impotente. Tal vez porque Agnes
tenía básicamente su propio apartamento en el piso superior de la mansión
en Londres, que solía ser la corte de la Pitia. Había un dormitorio visible a
través de una puerta a la izquierda; una sala, por la que habíamos entrado
desde el vestíbulo; y una oficina en la pared opuesta a la derecha. Y éstas
eran sólo las partes que podía ver.
—Ve al dormitorio —le dije—. Revisaré aquí.
Ella asintió, salió corriendo, y empecé a buscar en la sala.
No fue fácil. Había una enorme sección de tres lados con unas
cincuenta almohadas frente a una chimenea. Y una pared con estanterías
de muchos cajones. Un bar con aún más cajones y una tonelada de
cristalería. Y lo que buscábamos era más pequeña que una botella de
perfume promedio.
Sólo esperaba que Rhea lo supiera cuando la viera, porque no estaba
segura que podría.
Sólo las había visto una vez antes, cuando era sólo una lectora del
tarot, el senado necesitaba que hiciera un recado para ellos. Habían
sospechado que algo del poder de la Pitia había venido a mí, puesto que la
vieja Pitia estaba muriendo y mi madre había sido una vez su heredera. Pero
mamá había sido deshonrada, nunca había sido entrenada, y no estaban
seguros de que lo que estuviera escapándose de Agnes fuera suficiente para
hacer el truco.
De modo que sospecharon que una poción, llamada Las Lágrimas de
Apolo, podía ayudarme.
Casi lo había olvidado, ya que poco después había terminado
heredando todo el poder que ella tenía, y no las había necesitado de nuevo.
Pero me había preguntado, ¿por qué tener una poción si la Pitia no la
necesitaba? Supongo que la respuesta era: porque a veces la necesitaba.
Rhea pensó que era posible que encontraríamos algo aquí, ya que
Agnes había estado usando las cosas como agua, el último año que vivió.
Ella las había estado usando para aumentar su fuerza que ya fallaba y para
todavía permitirle desplazarse. Y si podía impulsar a una mujer moribunda,
a algo como el poder total, Rhea pensó que había una buena posibilidad de
que pudiera convertirme en una súper Pitia, la mejor en remontar siglos.
O por lo menos, regresarnos a Rosier y a mí al siglo VI sin arrancarme
las tripas.
Así que revisé todas las malditas almohadas, deteniéndome
ocasionalmente para echar un vistazo a las preciosas cortinas que cubrían
las ventanas. O al deslumbrante cristal de roca sobre la barra. O lo que
parecía una de las pinturas de girasol de Van Gogh brillando con un toque
de luz de luna en la pared de la sala. Pero lo único que encontré fue un buen
inicio de un complejo de inferioridad.
El lugar parecía que podría haber salido de las páginas de una revista.
Al igual que la casa de abajo, con sus zonas de recepción formales y la
opulencia en todo. Fue impresionante cuando entré por primera vez, pero
¿cómo habría sido vivir aquí? ¿Sin ninguna cosa fuera de lugar e incluso
con los pliegues de las cortinas increíblemente perfectos?
Volví a pensar en el alegre lío en el Dante, con los ceniceros
desbordados y el refrigerador en zigzag y la mancha de vino en la alfombra
que nadie se había molestado en limpiar porque estaban esperando el
próximo Apocalipsis. Este lugar olía vagamente floral. El mío olía a cigarros
de Marco, a comida para llevar, y a pies de vampiro. Este lugar era tranquilo,
sereno. El mío era un caos diariamente. Este lugar era…
Oh diablos. Este lugar era Agnes, elegante e intimidante y sin defectos.
Le quedaba bien.
Nunca habría encajado.
No era una chica de champán. Era más el tipo Bloody Mary,
específicamente del tipo que servían en uno de los bares del Dante, con
quince aceitunas, un manojo de dedos de pollo, una hamburguesa de queso,
un puñado de aros de cebolla, y una maldita pizza de pepperoni, todo pegado
por palillos como brocheta. No era elegante, pero funcionaba.
Como yo, usualmente.
Usualmente, pero no esta noche, porque no podía encontrar una
maldita cosa, ya sea en la sala o en la oficina-adyacente-con-mil-cajones.
Finalmente me rendí y fui a ver si Rhea había tenido mejor suerte.
E inmediatamente me sentí mal por quejarme. Porque tenía que
revisar todos los bolsillos de cada traje, en un vestidor tan grande como mi
dormitorio. Tal vez más grande, pensé, mirando fijamente una larguísima
alfombra blanca lujosa, hasta una otomana del tamaño de un sofá.
Frente a un enorme tocador lleno de cajones más extravagantes.
—Mierda —dije con sentimiento.
Rhea levantó la vista. Su cabello oscuro estaba revuelto y lleno de
pelusas, sus ojos estaban rojos por todas las fibras que flotaban en el aire.
Parecía que ella quería estar de acuerdo conmigo.
Pero, por supuesto, eso no sería de una dama.
Ya que había renunciado a eso, hace un tiempo, lo dije de nuevo.
—Lady Phemonoe tenía mucha ropa —estuvo de acuerdo, mientras
recorría el largo camino para unirme a ella.
—Y maquillaje —dije, mirando la cómoda. Maldita sea; conocía a drag-
queen del Dante que tenían menos que eso.
—Ella estuvo usando mucho, el año pasado —dijo Rhea en voz baja—
. La vi sin maquillar una vez, cuando traje té. Ella estaba… demacrada.
—Pero ella no podía darse el lujo de lucir así.
—El Círculo espera… u n cierto estándar —Incluso de una mujer
moribunda no se dijo.
—Sí, bien, el Círculo puede irse a… —Me detuve justo a tiempo,
recordando la sensibilidad más refinada de Rhea.
Pero no parecía importarle. En todo caso, parecía curiosa.
—No les tienes miedo.
—No.
—Todo el mundo les teme.
—Todos los demás no se pasaron semanas siendo perseguidos por
ellos por toda la creación —dije, arrodillándome frente a la monstruosidad—
. Ellos se pasaron los primeros meses de mi reinado intentando matarme.
—Pero fracasaron.
—No por falta de intentos.
—Y luego ayudaste al mago Marsden a retomar el control y volver a
ser el lord Protector de nuevo —dijo, como recitando.
—Parecía ser la mejor manera de quitar la recompensa por mi cabeza.
—Y para quitar a Saunders, su predecesor corrupto, homicida e hijo de puta,
del cargo.
¡Maldita sea, había un montón de cajones!
—Pero no podría haberlo hecho sin ti.
—No sé acerca de eso.
—¡No podría haberlo hecho! —dijo ella, de repente vehemente—. Él no
se movió hasta que tuvo a la Pitia a su lado. No habría hecho ni la mitad de
las cosas que sabe sin la ayuda de lady, y, sin embargo, trata a su sucesora
como… —Se detuvo bruscamente y apretó los labios.
Y luego giró a ordenar furiosamente los abrigos.
La miré un momento, pero no dije nada. Se sentía raro ser defendida,
tener a alguien actuando como si tal vez había algo malo en cómo me
trataban. Había pensado de esa manera a veces, pero todos los demás
actuaban como si las cosas estuvieran bien y fuera la única con el problema.
Todos menos Rhea.
Ella en realidad sonaba más ofendida por mí de lo que yo misma
estaba, de ahí lo extraño.
Pero era muy raro.
También me ocupé, pero lo único interesante que encontré fue una
tira de papel metido en el forro de un cajón. Era un grupo de imágenes,
viejas, en negro y blanco, todas en fila, del tipo de fotos que sacas en cabina
instantánea. Y mientras que los rostros que me miraban eran familiares,
estaban tan cambiados de los que conocía que apenas los reconocí.
Agnes tenía pecas; nunca las había notado antes, bajo la pintura de
guerra. Y Jonas… Sonreí a pesar de todo, incluso a pesar de la noche
anterior. Porque ¿quién podría estar furioso con eso?
Estaba de pie detrás de Agnes, como si ambos apenas hubieran
podido entrar en la pequeña cabina. Y mientras ella intentaba parecer
atractiva y posar para la cámara, él estaba haciendo una mueca detrás de
su cabeza. Con su loco cabello aún más desquiciado que de costumbre y
sus botellas de Coca Cola de vidrio, haciendo sus ya grandes ojos enormes…
Era muy gracioso.
Agnes lo atrapó en la segunda foto y lo agarró por la toalla que le había
puesto al cuello, como si estuviera amenazando con estrangularlo.
O no, pensé, sonriendo. Porque la tercera imagen mostraba que su
rostro había sido arrastrado hasta el suyo, de forma bastante abrupta que
sus gafas estaban medio torcidas. Y sin embargo no pareció importarle.
—¿Quién sabría que el viejo podía besar así? —le pregunté a Rhea,
pasándole la foto.
Ella lo miró fijamente, como si necesitara ajustar su imagen mental.
No tuve el mismo problema, ya que no había habido mucho para empezar,
al menos no sobre Agnes. Todo lo que realmente sabía con certeza era que
ella había sido la perfecta Pitia y había salido con Jonas durante décadas.
Se me ocurrió de repente que tal vez debería saber más que eso.
—¿De dónde era? —pregunté.
Rhea levantó la vista.
—¿Lady Phemonoe?
Asentí.
—Pittsburgh.
—¿Pittsburgh?
—¿Si, por qué?
La Pitia de Pittsburgh.
—Entonces, ¿por qué tenía acento inglés?
—Ella fue entrenada aquí. La Pitia anterior era británica, y tenía su
corte aquí. Cuando lady Phemonoe fue identificada, o Agnes Wetherby como
se la conocía entonces… —Se interrumpió ante mi expresión—. ¿Pasa algo
malo?
Agnes Wetherby, la Pitia de Pittsburgh.
—Nada.
Rhea me vio de reojo, pero luego continuó.
—Ella fue traída aquí como una iniciada, a la edad de seis años…
—¿Seis?
—Sí, ya era muy tarde —dijo Rhea, de acuerdo con un punto que no
había expresado—. Pero sus padres eran algo influyentes y lucharon contra
el proceso. Ellos lograron soportarlo por más de dos años.
—¿Lo combatieron? —Miré hacia abajo a la imagen en su mano, que
de repente parecía menos feliz—. ¿Quieres decir que las mujeres como Agnes
están obligadas a estar aquí?
—Es considerado un honor ser seleccionada —dijo Rhea con cuidado.
Le di una mirada.
—¿Tú lo ves así?
Ella no respondió.
Volví a mirar la foto, tratando de imaginar lo que habría sido, de
repente perder todo tan joven. Dejar a tu familia, tu hogar, tus amigos. Y
llegar a un lugar donde todo era diferente, desde la comida hasta la ropa
que llevaba a la gente…
—Es mejor que la alternativa —dijo Rhea, después de un momento.
—¿La alternativa?
—Las escuelas que el Círculo opera. Las únicas para los seres
humanos mágicos con poderes peligrosos. Ellos las llaman…
—Sé cómo les llaman.
También sabía lo que realmente eran. Los “centros educativos” eran
poco más que prisiones para personas con habilidades que al Círculo no le
gustaba. La gente como mi padre, que había sido un nigromante, pero de
alguna manera había logrado evitarlos. Gente como yo, porque heredé su
poder, no con cadáveres, sino con espíritus. Lo cual era peligroso, sólo para
mi cordura cuando un puñado de fantasmas aburridos que no se callaban.
Pero que habría sido suficiente para tenerme encerrada, posiblemente para
toda la vida.
Sólo que parecía como si eso podría haber ocurrido de todos modos.
—Pero las clarividentes no son peligrosas —señalé—. Y he visto
muchas en el exterior, dando vueltas, haciendo lecturas…
—Ha visto muchas charlatanas, lady —replicó Rhea con suavidad—.
Las clarividentes reales son raras, y las que son lo suficientemente
poderosas para la corte todavía más raras.
—Pero no somos peligrosas —repetí—. No somos incendiarias o
maléficos o magos oscuros…
—El conocimiento siempre es peligroso, y siempre hay quienes lo
temen. El Círculo se preocupa por lo que podríamos saber de ellos, sus
números, habilidades, planes, y lo que podríamos decir a los demás. A no
ser que…
—A menos que seas educada para pensar que el sol brilla por sus…
—Me sorprendí a mí misma, pero Rhea asintió, agachando la cabeza para
que no la viera sonreír.
No devolví la sonrisa. Ella no lo sabía, pero acababa de añadir otro
problema a mi creciente lista.
Uno grande. O más exactamente, un grupo de pequeños que sumaban
a uno grande, porque no había planeado realmente mantener mi corte.
Tenía la intención de hablar con Casanova acerca de conseguir
algunas habitaciones para las chicas, sí, pero eso era temporal, así tendrían
camas reales para dormir y baños suficientes, mientras pensaba qué hacer
con ellas.
Y así estarían lejos de mí. Porque cosas de mierda me pasaban.
Mierda me pasaba todo el tiempo.
Pero incluso sin la seguridad, el hecho evidente era que me las
arreglaba para arruinar mi propia vida regularmente; no tenía nada que
hacer a cargo de nadie más. Especialmente en medio de una guerra. En un
momento de paz, claro, manejaría la escuela de Cassie para chicos
talentosos o lo que fuera, ¿pero en este momento?
Ujum. Necesitaban irse. Necesitaban volver con sus familias, tan
pronto como supiera quiénes eran todas. Probablemente también
necesitarían terapia después de los últimos días, pero eso podría ser tratado
una vez que estuvieran a salvo de mí.
O ese había sido el plan. Pero ahora me enteraba que no las enviaría
a casa, las enviaría a la cárcel, y de alguna manera no pensaba que Jonas
estaría dispuesto a hablar de libertad ahora.
¡Y maldita sea, no necesitaba esto!
—Las iniciadas tienen libertad de irse a los dieciséis, si no eligen
aceptar la posición de acólita —dijo Rhea, observándome.
—¿Y hasta entonces? ¿Se les permite visitar a sus familias?
—Eso… ellos piensan que es mejor si no lo hacen.
Sí, podría interferir con el lavado de cerebro.
Por lo menos ahora sabía por qué Agnes tenía tantas niñas alrededor.
Probablemente se habría sentido mal si hubiera alejado a alguna de ellas,
pensando que estarían mejor en la corte que con el Círculo. Y probablemente
tenía razón. Pero eso había sido antes de que estallara la guerra y la corte
terminara en el punto cero y, ¡Dios, el Círculo me enfurecía!
Claro, quitar a un grupo de niñas pequeñas de sus familias, tratarlas
como una especie de monstruos, encerrarlas donde no quieren estar, ¡y
luego se sorprendían cuando algunas de ellas se ponían en contra!
Sólo que mis acólitas no se habían limitado a traicionar al Círculo,
¿verdad? No habían terminado convirtiéndose en magos oscuros como
algunos de los niños que escaparon de esas cárceles. No. Ellas habían ido
por lo grande, planeando traer de regreso a los jodidos dioses, que, sí,
joderían al Círculo agradablemente, pero también tratarían de matar al resto
de nosotros.
Así que este era un problema. Y ni siquiera podía confiar en Jonas
para que me ayudara, porque estaba ocupado. ¡Tratando de encerrar a la
otra clarividente que estaba fuera de su control!
Y quién iba a quedarse así.
—Lady, est… ¿Algo está mal? —preguntó Rhea, y volvió a esa voz
sumisa, la que estaba empezando a odiar. Pero sólo porque ahora odiaba
todo.
—No. Así que así es como se conocieron —dije, mirando la foto—.
Agnes estaba en la corte y Jonas era el lord Protector.
Rhea sacudió la cabeza.
—Entonces no era lord Protector. Y no se conocieron aquí. Se
conocieron…
—¿Sí?
—No estoy segura. Fue hace mucho tiempo.
Y, sin embargo, la única foto de él, había sido arrugada en un viejo
cajón. No había otras que hubiera visto… ni de él ni de nadie más. Y de
repente me di cuenta de lo que me estaba molestando de este lugar.
¿Dónde estaban las instantáneas? ¿Los papelitos con tontas
anotaciones? ¿Las entradas de cine? ¿Dónde estaban los estúpidos animales
de peluche que él había ganado para ella en una feria, los “anillos de plata”
de mierda que compraron a un vendedor y que les puso el dedo verde, las
postales, el recuerdo de mal gusto de tiro al blanco, las notas de amor? Este
lugar parecía que ya estaba a la venta y alguien había limpiado todas las
cosas personales, así un comprador sería capaz de verse en la casa.
Y tal vez podrían verse, pero no podía verla a ella.
No podía ver a Agnes.
—¿Has encontrado más fotos? —pregunté, porque tal vez guardaba
las cosas privadas aquí. Pero Rhea negó.
—Ella… por lo general no era sentimental. —Su puño cerrado, lo
suficiente como para arrugar la foto por un momento, pero luego me la
mostró.
—Guárdala —le dije—. La conocías mejor que yo.
Su mirada de gratitud fue rápida, pero le iluminó todo el rostro. Ella
sería muy bonita, pensé, si alguna vez salía del camisón de la abuela. Me
preguntaba si incluso tenía otra ropa.
—Y toma todo lo que quieras —añadí—. Si algo te queda… —Me
interrumpí ante su mirada de alarma—. ¿Qué?
—Yo… esto es lo que usamos —me dijo—. Las ini… las acólitas —se
corrigió—. Es tradición.
Es feo, no dije, porque ella estaba agarrando el cuello de la cosa como
si yo planeara arrancársela.
—Agnes no lo usaba —recité.
—La Pitia lleva lo que elige, por supuesto.
—Pero tú no.
—Yo… es parte de la disciplina…
—No estás en los infantes de marina.
—… la tradición —repitió. Como si tal vez no lo hubiera entendido la
primera vez.
—Pero alguien cambió la tradición en algún momento, ¿verdad? Eso
es viejo, no antiguo.
Miró al camisón.
—Lady Herophile VI lo diseñó. En 1840…
—Lo vi.
A Rhea le temblaron los labios; lo vi.
—Es mejor que el anterior.
—¿Quiero saber sobre el anterior?
—Vestidos griegos. No eran nada prácticos. Lady Herophile lo dijo…
—añadió, antes de que tuviera la idea de que ella podía tener una opinión
sobre algo—. Ella escribió que se sentía como si trajera un disfraz todo el
tiempo, y cuando salía, o bien tenía que usar una capa envolvente, o
escabullirse con ropa normal de calle y romper las reglas. Siempre estaba
rompiendo las reglas… hasta que se convirtió en Pitia, por supuesto.
—Por supuesto.
—Después, fue una Pitia adecuada —añadió rápidamente.
¿Por qué dudaba eso?
—Su nombre no habría sido Gertie, ¿verdad?
—Gertrude, sí —dijo Rhea, sorprendida de que lo supiera.
Cerezas. Supuse que parecía alguien a quien le gustaba la ropa. Tuve
una imagen repentina de su escape por una ventana de la mansión Pitia, en
un vestido griego, con un paquete de ropa normal sobre su espalda. Podía
verla totalmente.
Y no la culpe ni un poco.
—1840 fue hace mucho tiempo —señalé.
—Yo… sí. Sí.
—Eso se ve incomodo —agregué, mirando el cordón alrededor del alto
escote.
—A veces…
Miré a su alrededor. Había de todo, desde vestidos con flecos de los
años 20 hasta abrigos con botones de los años cuarenta, de los anchos
pantalones de las piernas de los años 60 hasta los trajes aún más anchos
de hombros de los 80. Y todo lo demás entre modas. Lástima que todo se
esfumaría en una semana o algo así.
—¿Agnes tenía herederos? —pregunté, y luego deseé no haberlo
hecho. Porque Rhea acababa de extender una mano para tocar un vestido
de noche púrpura y dorada que rozaba el suelo a su lado.
Ella lo apartó bruscamente.
—Es suyo. Todo es suyo —me dijo rápidamente-.
La miré, un poco exasperada.
—¿Podrías dejar de hacer eso, por favor?
—Hacer… ¿qué? —Sus ojos comenzaron a revisar alrededor, como si
tal vez su cuerpo estuviera haciendo algo de lo que ella no era consciente.
—Eso —le dije—. ¡Deja de actuar como si fuera un cruce entre Atila el
Huno y el Segundo Mesías! O vas a tener una verdadera decepción.
—Yo… yo no…
—Porque no soy Agnes, ¿de acuerdo? No soy perfecta. Cometo errores.
—¿Perfecta?
—… cometo muchos de ellos. Y si sigues saltando cada vez que lo
hago, vas a sufrir un espasmo o algo…
—Agnes no era perfecta —soltó. Y luego parecía horrorizada, ya fuera
porque se había atrevido a usar el primer nombre de la Pitia o porque había
dicho algo menos que elogioso, No lo sabía.
—Quise decir, en comparación conmigo —aclaré.
—En comparación con…
—Y si soy su heredera, entonces puedes tener lo que quieras.
¿Entonces qué quieres?
Rhea parecía que estaba tratando de mantenerse al día, lo que era
una locura, ya que sólo estábamos hablando de ropa.
—Si pudieras usar lo que quisieras, ¿qué sería? —le pregunté con
impaciencia. Era una pregunta fácil. Aunque tal vez no para ella. Miró de
nuevo a su alrededor, a la desconcertante masa de colores, materiales y
opciones. Y entonces sus ojos se centraron en un pequeño traje de falda que
bien podría haber sido la versión actualizada del camisón—. No mientas a
la Pitia —le recordé con severidad.
Se mordió el labio y me miró.
—¿Jeans? —susurró al fin.
—Buena respuesta —le dije, y le lancé unos de los de repuesto de
Agnes.
Una hora más tarde, Rhea parecía una mujer completamente nueva
con jeans y una blusa rosa campesina. Bueno, los jeans eran más como
capris, ya que ella era más alta que Agnes, y la parte superior estaba lo
suficientemente suelta como para mostrar clavículas demasiado afiladas.
Pero en general, se veía bien.
Diferente a mí. Estaba acalorada, sudorosa y había descubierto una
alergia, hasta ahora desconocida, a lo que demonios sea que la ropa vieja
emite. Mi espalda me estaba matando, mis rodillas estaban adoloridas de
gatear por la alfombra, y mi nariz estaba escurriendo. Decidí que necesitaba
un descanso y me senté con las piernas cruzadas en el suelo con el enorme
kit de costura de Agnes.
Hacía bordados. ¿Quién sabe?
—Y ellas no eran sólo videntes poderosas —decía Rhea, porque había
salido de su concha cuando salió del vestido, lo cual era bueno. Pero
entonces, había decidido que era lamentablemente ignorante acerca de la
historia Pitia, lo que fue malo. Porque estaba tratando de educarme.
No me gusta quejarme. No era como si no pudiera usarlo. Pero estaba
cansada y mi cabeza dolía, y peor aún, todavía no habíamos encontrado
nada.
Estaba tratando de no mirar mi reloj, pero era cada vez más difícil.
Rosier podría estar de vuelta en cualquier momento, y tenía que estar allí, y
tenía que tener las Lágrimas. Pero habíamos pasado por casi todo el
armario, y hasta ahora… nada. Excepto por un viejo labial, un par de
pañuelos y unas pocas monedas de cambio. Estaba empezando a creer que
no habría nada más, porque Agnes era jodidamente meticulosa acerca de
su ropa.
Esto no iba a funcionar.
—¿Lady?
Miré hacia arriba para encontrar los ojos gris oscuro de Rhea sobre
mí. Parecían preocupados. Me tapé la cara, porque el pánico era
probablemente el número 847 en la lista de cosas que las Pitias no debían
hacer.
—¿Sí?
—Estaba diciendo que las Pitias eran más que clarividentes famosas.
También eran algunas de las mujeres más poderosas y conocedoras del
mundo antiguo.
Asentí.
—Themistoclea I, por ejemplo, fue la tutora de Pitágoras, el padre de
la filosofía, quien dijo que aprendió mucho de lo que sabía de ella.
—¿De verdad?
—Sí. Y a lady Phemonoe I, la primera profetisa de Delfos, se le atribuye
la invención de un versículo hexámetro. El género utilizado en épicas
antiguas —añadió cuando la miré sin expresión.
—Oh.
—Y Perialla VI descubrió el sistema de líneas ley…
—Apuesto a que fue una conmoción.
Rhea asintió, contenta de verme mostrar algún interés, por vago que
fuera.
—¡Ella se desplazó en medio de una por accidente, y casi acaba
quemada antes de que pudiera salir de nuevo! Pero llevó a la exploración de
todo el sistema a partir de entonces. Eso fue en el siglo XIII, y luego en el
decimocuarto…
Ella seguía hablando, pero cada vez era más difícil prestar atención,
porque ahora no me importaba la historia pitiana. Me preocupaba
exactamente una cosa, pero una poción usada por una sola persona no es
exactamente fácil de encontrar. Y mis opciones si esto no funcionaba no se
veían bien.
Había gastado la botella del senado en su tarea, y dudaba que
tuvieran más, ya que su escondite de armas era actualmente una mancha
de cristal en el desierto. Y, según Rhea, sólo los maestros de pociones del
Círculo conocían la receta, así que no podía salir y comprar alguna. Y no era
probable que Jonas me ayudara a hacer algo tan peligroso, por lo que tenía
que esperar algunas de las sobras de Agnes.
Sólo que no parecía haber ninguna.
Nunca mostraban esta parte en la televisión, pensé con vehemencia.
Las búsquedas se suponían que tomaban un par de minutos. Entró, revisó
algunos lugares obvios, y luego lo que necesitaba se metía en la mano.
Sólo que hasta ahora, nada estaba saltando.
Excepto por la aguja que me había picado a mitad de un dedo.
¡Maldición!
—También eran poderosas políticas —dijo Rhea—-. Consultadas por
líderes mundiales en ocasiones de guerra y estrategia, tratados y
diplomacia. Las Pitias le dijeron a los griegos cómo derrotar a los persas, le
dijeron a Felipe de Macedonia cómo derrotar a los griegos, y predijeron el
ascenso de Alejandro…
Miré hacia arriba. Finalmente, un nombre que conocí.
—¿El Magno?
—Sí. Uno de los pocos que alguna vez se atrevieron a poner las manos
en una Pitia.
—¿La asaltó?
Rhea asintió.
—Había visitado otra sibila, que lo había halagado diciéndole que era
divino, un hijo de Zeus, que supuestamente había visitado a su madre
Olimpia una noche, quería que la Pitia lo confirmara. Ella decidió no decir
nada, en lugar de enfurecerlo con la verdad, pero no ayudó. Y su ejército
había rodeado el complejo del templo, ella sabía que no podía luchar contra
todos ellos, y temía por su pueblo…
—¿Bien? ¿Qué hizo? —le pregunté cuando Rhea se apagó.
Sus labios temblaron, y, de acuerdo, sí. Me había enganchado.
—Ella le dijo lo que realmente quería oír: que era imbatible.
—Oh. —Me sentí irracionalmente decepcionada.
—No le dijo que moriría de veneno antes de que pudiera disfrutar de
sus conquistas.
Me animé.
—Bueno, debió haber sido más agradable.
Rhea se echó a reír.
—Sí. ¡Debería haberlo sido! Al igual que el emperador Nerón, que fue
lanzado fuera del templo por una Pitia posterior, porque él había matado a
su madre. ¡Vete, matricida! ¡El número setenta y tres marca la hora de tu
caída!
—Demonios. —Me hubiera gustado ver eso. Por todo lo que se cuenta,
Nerón había sido un pequeño moco asesino—. Pero vivir setenta y tres años
no parece tan malo.
—Eso es lo que Nerón pensó. Hasta que fue asesinado unos años más
tarde por un general llamado Galba, que tenía setenta y tres años en ese
momento.
—Dulce.
—Incluso se dice que las Pitias ordenaban a los dioses. Bueno a los
semidioses —enmendó—. Xenoclea ordeno que Hércules fuera vendido como
esclavo durante un año, para compensar por haber matado a un hombre
mientras era un invitado bajo su techo. Su precio de venta iba a darse a los
hijos del muerto.
Comencé a protestar que Hércules era sólo un mito, pero teniendo en
cuenta mi vida últimamente, simplemente fui con:
—¿Realmente?
Ella sonrió.
—Incluso decidió a quién se iba a vender.
—¿Y eso es gracioso porque?
—Porque ella eligió a la reina Omphale de Lydia, que era conocida por
tener sentido del humor. La reina le quitó la piel de león y las armas, y lo
vistió con ropa de mujer. ¡Y lo hizo estar de pie, sosteniendo una cesta de
lana mientras ella y sus doncellas la hacían girar!
—¿Por un año?
—Por un año. —Rhea parecía satisfecha. Probablemente porque esta
Xeno, como se llamará, no podría haber encontrado una mejor tortura para
un musculoso hombre.
—¿Por qué no he oído nada de esto antes? —le pregunté.
La sonrisa de Rhea se desvaneció.
—No lo sé —dijo, con las cejas juntas. Pero ella lo sacudió al minuto—
. Y fue una Pitia, Aristonice IX, quien ayudó a negociar el tratado entre el
Círculo y los vampiros que todavía se mantiene hoy.
—Ella realmente debió ser alguien a tomar en cuenta —le dije,
preguntándome cómo había conseguido equilibrar esos dos grupos, que
generalmente se odiaban. Y si la cónsul actual la recordaba.
Supongo que lo haría, considerando que era tan vieja como el infierno.
Suspiré.
—No —dijo Rhea, un poco furiosa.
—¿No?
—¡No! —Ella sacudió su cabeza, enviando una tormenta de pelusa al
aire—. Tenemos que aprender las historias de las Pitias creciendo, y ella es
enseñada por el tratado. Pero aparte de eso, no había nada inusual en ella.
¡Por ejemplo, no se dedicó a luchar contra los dioses!
—Bueno, tal vez no tenía nada que luchar.
—No. —Ella estaba sacando los pequeños bolsillos de adentro hacia
afuera tan rápido que tenía miedo de que fuera a rasgar algo—. Ninguna lo
hizo. Ninguna de ellas tuvo que enfrentar lo que enfrenta. ¡No tuvieron que
eludir a los asesinos del Círculo o combatir a los semidioses o enfrentarse
al propio Apolo…
—Tuve un poco de ayuda con Apolo.
—… o a ninguno de ellos! ¡Sin embargo, tuvieron más apoyo del que
usted ha tenido nunca! La única gente que le ayuda es el senado, y ellos…
—Levantó las manos—. ¡No saben nada!
—No les digas eso —dije, pensando en la reacción de la cónsul.
—Nunca le diría a nadie nada de lo que no quisiera —dijo, con un
ligero escándalo—. Pero no debería vivir así. Debería tener apoyo. Usted
debe tener ayuda; tendría que… —Se interrumpió abruptamente.
Estaba a punto de preguntar por qué, cuando también lo escuché. Un
sonido. Un sonido como de una puerta que se abre.
Rhea y yo nos miramos, y luego buscamos la entrada del armario
La agarré por el brazo, en caso de que tuviera que alejarnos, pero
había una posibilidad de que alguien fuera a hacer las tareas domésticas.
Sólo que no lo creía. ¿Quién hace la limpieza a las diez de la noche?
Y entonces supe que no era eso.
Debido a que una franja de la sala era visible a través de la puerta del
dormitorio en su mayoría cerrada, y esos no se veían como camareras.
Había quizá media docena, pero no podía estar segura, ya que mi
espacio visual no me daba mucho que ver. Sólo la parte de atrás de algunos
abrigos de cuero oscuro, los magos de guerra y los nazis eran los únicos que
pensaban que era una declaración de moda. Pero era una mujer la que
hablaba.
—¿Dejaste una luz encendida en el dormitorio?
—No. —Otra mujer.
—¿Estás segura? —La voz se afiló.
Mierda. Antes de esperar una respuesta, los abrigos venían hacia
aquí. Tuve una fracción de segundo para ver que la puerta empezó a abrirse
y luego estábamos aterrizando en algún lugar más oscuro y mucho más
estrecho.
Rhea jadeó, tal vez porque su estómago había entrado en contacto con
el lado del escritorio de Agnes cuando nos desplacé dentro de la oficina. Pero
se tapó la boca al siguiente segundo, luego la empujé hacia abajo, fuera de
la línea de visión. Llegamos al suelo, mirando a través de la oscura sala a
través de las patas de una mesa de sofá, casi al mismo tiempo que la voz de
un hombre llamaba desde el dormitorio.
—Parece que alguien estuvo buscando en el lugar.
—¡Nosotros buscamos en el lugar! —Idiota no fue dicho, pero quedó
implícito.
—No uses ese tono conmigo. —Un hombre grande, de cabello oscuro
sacó la cabeza de la puerta del dormitorio.
—Y dije que buscó, no que busca. Alguien estaba aquí.
—Oh, ¿entonces eres psíquico ahora? —preguntó la mujer
sarcásticamente. Ajusté ligeramente mi posición, hasta que pude ver algo
más que piernas. Más allá de una lámpara y un derrame de flores falsas de
Lucite, vi una cara bonita de modelo, largo cabello castaño oscuro,
pantalones oscuros y un top color claro bajo una chaqueta de cuero.
Parecía que alguien más había decidido que el código de vestimenta
era una mierda.
¿Acólita?, gesticule a Rhea, quien asintió sombríamente.
—Te dejo esas supercherías —respondió el hombre—. Hablo de
hechos…
—¿Y cuáles son esos hechos? —preguntó la acólita con cólera.
—¡El puñado de magia que me dio una bofetada!
—Probablemente las guardas —murmuró otro hombre—. Me han
estado picando desde que llegamos aquí.
—No son las guardas. Conozco protecciones…
—No conoces estas —intervino la mujer—. No son las cosas
menudencias a las que estás acostumbrado. Los mejores artífices-de-
guardas del Círculo las hicieron…
—¡El Círculo! —dijo uno de los otros abrigos con desprecio—. No son
tan buenos como creen que son.
—Tampoco lo son ustedes.
—Entonces es una lástima que sea lo mejor que tengamos —dijo el
mago de cabello oscuro, volviendo a entrar a la sala—. Y te lo digo, alguien
acaba de hacer un hechizo.
—Te lo digo, fueron las guardas —comentó el hombre más pequeño.
Era asiático, calvo, y parecía incómodo en su piel—. A estas cosas no les
gustamos.
La alta acólita parecía estar de acuerdo con las guardas.
—No te harán daño mientras estés con nosotras. Ahora abre la caja
fuerte.
—¿Dónde está? —preguntó el hombrecillo, sacando algo de su abrigo.
Eché un vistazo a Rhea y gesticulé: ¿Hechizo de Silencio? Porque tenía
algunas preguntas candentes. Pero negó. Al parecer, era lo suficientemente
poderoso para que pudieran captarlo.
—¿Conoces la combinación? —susurré.
Ella sacudió la cabeza de nuevo, pareciendo culpable.
—Sólo la vi abierta una vez, y eso fue hace años. Había olvidado que
estaba allí.
Tanto como la idea de desplazar de regreso un par de horas y
golpearlos. De repente tuve una seria necesidad de entrar en esa caja fuerte.
Afortunadamente, parecía que iban a ser lo suficientemente agradables para
abrirla para mí.
O no, pensé, mientras el mago más pequeño iba a la pintura de girasol
y la quitaba, revelando un bloque de acero. Eso lo sacudió inmediatamente
tan pronto como lo tocó.
—¡Mierda! —Él sacudió su brazo hacia atrás, y juro que pensé que lo
vi vaporizarse.
—Parece que está protegida —dijo el mayor.
—¡Por supuesto que está protegido! —le dijo la alta acólita—. ¿Qué
esperabas? ¡Ábranla!
—Tú ábrela —dijo el pequeño mago, sujetándose todavía el brazo—.
Si quieres.
—¡No abro cajas fuertes!
—¿Hay algo que hagas? —preguntó el mayor, y uno de los otros rio.
No pareció molestarla.
—Sí. Me comunico con el maestro regularmente. ¿Y adivina qué voy a
decirle la próxima vez?
La sonrisa del hombre grande se desvaneció.
—Ábranla —le dijo al mago más pequeño.
—¡No puedo abrirla! ¡La maldita cosa no me dejará acercarme!
—Has oído al hombre —le dijo a la acólita, que parecía que se
preguntaba por qué había sido maldecida con incompetentes—. Tendrás que
apagar las guardas.
—¿Por qué no pensé en eso? —preguntó—. ¡En caso de que no te
hayas dado cuenta, hay una docena de magos del Círculo en la planta baja
que se darían cuenta si lo hago!
—¡Viejos! —se burló un tercer mago—. Bastardos inútiles.
—Tal vez. Pero esos bastardos inútiles podrían tener otros cincuenta
magos de guerra aquí en minutos si algo sale mal. ¿Crees estar dispuesto a
lidiar con eso?
El gran mago no respondió.
—Como sea, ¿qué hay tan importante allí? —preguntó él, con los ojos
entrecerrados—. Debe ser algo valioso.
—Más de lo que sabes.
—¿Cómo qué, exactamente?
—Como esto. —La mujer levantó algo que no pude ver del todo, pero
hizo que Rhea se pusiera rígida a mi lado.
Y después también estaba poniéndome rígida, cuando el mago dijo:
—¿Una poción? ¿Eso es todo?
La acólita empezó a responder, y luego se detuvo.
—Sí —le dijo—. Eso es todo. Queremos la poción; cualquier otra cosa
que encuentres es tuya.
El mago dijo algo más, pero no oí, porque mi corazón repentinamente
golpeaba en mis oídos. Parecía que estábamos detrás de lo mismo. Pero,
¿qué quería una acólita con las Lágrimas?
—No sólo ayuda con el desplazamiento —susurró Rhea, antes de que
pudiera preguntar—. Ayuda con todo.
—¿Todo significa…?
—Todo. El poder se vuelve de más fácil acceso, por lo que cualquier
cosa que desee hacer con él se vuelve más fácil.
La miré por un momento, aturdida ante la sola idea. El maravilloso,
maravilloso pensamiento de poder usar mi poder sin querer vomitar
después. O, estar tan agotada sería asombroso. O conseguir matarme
porque venía a mí en el momento equivocado.
Como cuando la vida de alguien colgaba en la balanza.
—Probablemente quieran incluso la ventaja —dijo Rhea suavemente—
. No son tan fuertes como tú. O incluso tan fuertes como Myra —agregó,
hablando de la ex heredera de Agnes, quien, afortunadamente, ya no era un
problema.
A diferencia de este grupo.
—Entonces, ¿qué tan fuertes son? —susurré, mis ojos en la ámpula
en la mano de la acólita—. ¿Como ahora, por ejemplo?
—No lo sé. —Se mordió el labio—. Sin las Lágrimas, probablemente
las cinco ni siquiera serían iguales a las habilidades de Myra.
—¿Y con ellas?
No dijo nada.
Está bien, bueno. Ahora realmente quería esa poción. No es que eso
fuera demasiado probable.
—Son magos de guerra —decía la pelirroja—. ¡Hagan algo! O me
aseguraré de decirle al maestro exactamente quién fue quien lo decepcionó.
—Deja de amenazarme —advirtió el gran mago.
—¡Entonces deja de darme una razón! Abra la caja fuerte y obtendrán
lo que se merecen. Fallen… y lo mismo es cierto.
El gran mago dijo una mala palabra. Y luego miró al más pequeño.
—Ve por ese hijo de puta.
—¿Cuál?
—¿Qué quieres decir con cuál? —Le dio un empujón—. ¡El que
dejamos en la escalera!
—¿De qué estás hablando? —preguntó la acólita.
El mago se encogió de hombros.
—Uno de los viejos bastardos que cuidaban este lugar estaba saliendo
cuando entramos. Él nos vio, así que tuvimos que ponerlo fuera de servicio.
—Ponerlo… —La acólita parecía asombrada—. ¿Qué se supone que
haga cuando alguien se percate que ha desaparecido?
—Ese es tu problema…
—¡Lo estoy haciendo tuyo!
—¿Que te preocupa? De todos modos, te vas a ir de aquí pronto. Nueva
sheriff en la ciudad, ¿no?
Una de las otras mujeres maldijo, pero la pelirroja se quedó en el
punto.
—¡No podemos irnos todavía! ¡No tendremos todo en su lugar hasta el
final de la semana!
—Entonces di que no sabes. Di que fue a alguna parte. O no digas
ninguna maldita cosa en absoluto y déjalos imaginárselo…
La puerta se abrió de golpe.
—¿Alguien me ayudará? —preguntó el mago más pequeño—. ¡Pesa
una tonelada!
Él también estaba luchando, un anciano de cabello gris con sangre en
su cara y un gran corte floreciendo en su lado izquierdo. Apenas podía
respirar, pero estaba peleando.
Hasta que uno de los magos le golpeó en la herida, y de repente se
puso blanco y aflojo.
Rhea me agarró del brazo cuando me quise levantar.
—Lady…
—No voy a hacer nada estúpido —susurré ásperamente.
Rhea no parecía creerme.
—Parte del entrenamiento de una acólita es cómo salir del tiempo
congelado —me dijo severamente.
Muy bien, necesitaba trabajar en mi cara de póquer.
—… no con los magos de la guerra —el tipo grande estaba diciendo—
. Están entrenados para resistir ese tipo de cosas.
—¡También están entrenados para no darte la combinación!
El mago la miró sardónicamente y luego sacudió al anciano.
—No había planeado pedirlo.
Arrastró a su cautivo a la pared, y traté desesperadamente de pensar.
Podría parar esto —literalmente— pero ¿por cuánto tiempo? No lo sabía,
porque no sabía lo que las acólitas podían hacer. Y luego estaba el problema
de lo que pasaría después de que detuviera el tiempo si no tenía a Pritkin
para recargar mis baterías. Tenía a Rhea, pero una acólita, no era probable
que contrarrestara el enorme drenaje del arma más grande de la Pitia, no
cuando había tomado a toda la corte para impulsarme para un hechizo
mucho más fácil. Y si incluso una de las acólitas lograra salir conmigo
estando vacía…
—¿Qué estás haciendo? —preguntó la pelirroja mientras el mago
empujaba la pintura de nuevo.
—Hay un camino alrededor de cualquier protección. Agotarla.
—No. ¡No! —El viejo mago había reaccionado y estaba luchando de
nuevo, estaba luchando duro. Pero el tercer mago lanzó un hechizo antes de
que pudiera hacer algo, congelándolo en su lugar.
—¿No puedes usar una silla o algo así? —preguntó secamente la
acólita.
—Las guardas pueden distinguir la diferencia —le dijo el gran
hombre—. La producción máxima exige una amenaza máxima.
—Eres el experto. —Ella se encogió de hombros y se apoyó contra la
pared.
Los dos magos levantaron el cuerpo rígido y el aire forzado en sus
pulmones sonó como un grito. Mis manos se hundieron en la alfombra
delante de mí mientras luchaba por mantenerlas inmóviles. Estamos en el
pasado, me dije ásperamente. Está hecho. Se acabó.
Pero no había terminado. Estaba ocurriendo ahora mismo. Y lo iban
a matar, luego iban a abrir la caja fuerte, y si había Lágrimas allí… Pero
había cuatro acólitas y cinco magos oscuros en la habitación, no podía
congelarlos a todos, y…
Y tal vez no necesitaba congelarlos.
Quizás no necesitaba hacerles nada.
—Quédate aquí. Quédate abajo —le dije a Rhea, que me miraba con
ojos enormes.
—¿Qué vas a hacer?
—Algo estúpido.
La presión golpeó como un puño, inmediata y terrible. Seguido por el
sentimiento de poder saliendo de mí, como la sangre del anciano, sólo que
más rápido. Esto no iba a durar.
Así que me moví, saltando sobre mis pies y luego sobre el sofá, rezando
para que la burbuja de tiempo que acababa de arrojar sobre mí misma
también viniera.
Lo que sí hizo, acelerando el tiempo dentro del hechizo y mis
movimientos junto con él, mientras que se mantenían normal en cualquier
otro lugar. Pero lo normal no está congelado, y me vieron antes de despejar
del sofá. El mago más cercano saltó por mí, probablemente un relámpago
rápido desde su perspectiva -
Y no tan lento como me hubiera gustado desde la mía.
Lo esquivé, pero fue como evitar a alguien que pasea por una acera
cuando estás corriendo.
Fácil pero no sin esfuerzo, y no había sólo uno. Y ahora los cinco me
habían visto.
Salté sobre la parte restante del sofá entre el viejo y yo, golpeé el suelo,
y rodé como un héroe en una película de acción. Sólo que normalmente no
terminan corriendo en la bota de alguien, que se movía más rápido de lo que
esperaba. Pero me las arreglé para retroceder en el último momento,
arrojándome a un lado, en lo que probablemente se vio para él como un
desenfoque de movimiento, y convirtió un golpe aplastante en otro moretón.
Igual no podía nadar en la piscina, pensé vagamente. Me vería como
un infierno en bikini.
Y después estaban por todas partes.
Me retorcí para evitar otra bota, ésta se dirigía a mi cabeza, la agarré
cuando pase y la sacudí, haciendo que el dueño cayera hacia atrás sobre
otro mago. Eso me dio tiempo suficiente para ponerme de pie, pero no para
escapar, porque el pequeño chico asiático atacó con un movimiento digno
de Bruce Lee, lo suficientemente rápido como para darme con un codo en
las costillas y lo suficientemente fuerte como para que casi expulsará el
desayuno. En vez de eso, me alejé, reboté en el respaldo del sofá y salté más
allá de él…
En una ráfaga de puños que venían a mí de todas partes. Lo único
que me salvó fue el hecho de que ninguno de ellos estaba empuñando
armas. Por un segundo no entendí por qué, pero luego me golpeó.
Las protecciones estaban levantadas.
A las guardas no les gustaban las armas de fuego de cualquier tipo,
mágicas o de otro tipo. Las guardas probablemente fueron diseñadas para
odiarlas en las propias cámaras de su lady. Las guardas podrían salvar mi
trasero si sólo pudiera lograr -
Mierda.
El arma del mago que había estado tratando de alcanzar se alejó,
aunque ese no era el problema, ya que era mucho más rápida que él. Solo
no era más rápida que el perno que se disparó de algo de la empuñadura de
su arma cuando le puse un dedo encima. Un dedo que murió de inmediato,
junto con el resto de mi mano y mis posibilidades de apagar las guardas,
¡porque necesitaba una maldita arma para eso!
O, en su lugar, una acólita.
Rhea empezó a ganarse su nuevo estatus un segundo después,
cuando el tipo con el arma giró y me agarró por el cuello. E hizo su mejor
esfuerzo para arrancarme la cabeza. Pero no lo consiguió cuando ella lanzó
un rayo de algo que lo envió volando contra la pared como si hubiera sido
golpeado por Hulk.
Fue una solución menos que perfecta, ya que también me golpeé
contra el delicado tapiz en relieve, lo suficientemente duro para dejarme
tambaleándome. Pero consideré que valió la pena. Porque la sacudida causó
que su agarre se aflojara y me liberé, él se enojó y sacó una pistola.
—¡Noooooooooo! —Oí a alguien gritar, la burbuja del tiempo
distorsionándose en una sola sílaba épica.
Eso no era lo suficientemente épico. El mago soltó un aluvión de balas
que seguían viajando demasiado rápido para que yo pudiera ver. Pero no, al
parecer, para las guardas.
Porque las balas se incineraron en el aire, en una línea de calor rojo
contra la débil luz de la habitación, la última explosión justo frente a mi
rostro como fuegos artificiales en miniatura.
Todavía estaba mirando los resplandecientes efectos verdes, todavía
sintiendo los diminutos aguijones de polvo quemando mis mejillas, todavía
con los ojos entrecerrados y respirando con dificultad, cuando empezaron
los verdaderos fuegos artificiales.
De repente aparecieron pequeños puntos rojos en todas partes, en los
extremos de docenas de pequeñas corrientes de luz entrecruzando la
oscuridad, apuntando a cualquier persona con un arma. Los magos
maldecían y se protegían, a excepción del tipo con el arma. A quien le tomó
medio segundo darse cuenta de lo que estaba pasando y la dejo caer.
Fue medio segundo demasiado largo.
Me arrojé al suelo mientras un rayo de fuego naranja teñía el aire
sobre mi cabeza. Haciendo una grieta como un trueno. Hubo un grito de
sorpresa. Y luego un mago ardiendo y chillante.
Su abrigo debía ofrecer algún tipo de protección, porque fuego o no,
todavía podía correr. Así lo hizo, saltando, agitándose y tropezando por la
habitación hacia las ventanas francesas, por qué, no lo sé. Tal vez porque
había empezado a llover y en su pánico, pensó que la dispersa niebla que
caía afuera iba a poner fin al fuego mágico que quemaba como fósforo y ya
estaba comiendo a través de su abrigo.
No lo hizo.
Gritó en el balcón, un gemido de dolor y furia que fue cortado cuando
otro rayo lo golpeó. Y lo levantó de sus pies, haciéndole retroceder por el
aire, hacia la línea de edificios al otro lado de la calle. Era una vista
extrañamente hermosa mientras su abrigo se inflamaba a su alrededor, una
brasa de sangre entre toda esa lluvia que caía.
Y entonces alguien me dio una patada en la cabeza.
No fue un mago. Ellos estaban acurrucados debajo de sus escudos,
siendo acosados por los rayos, que ahora golpeaban por todas partes.
Tampoco fue una guarda, ninguna de las cuales parecía estar
apuntándome. Pero no podía decirse lo mismo de las acólitas.
Las protecciones las estaban evitando, ya que ellas pertenecían aquí.
Lo cual fue algo bueno, ya que de lo contrario Rhea habría sido tostada. Y
algo malo, porque estaba a punto de serlo.
Porque esto se había convertido en una batalla del tiempo, y oh,
mierda.
La acólita de cabello castaño oscuro fue la primera en mostrarse y
lanzarme un hechizo de tiempo. Era pequeño e iridiscente y de apariencia
frágil, como un niño que sopla una burbuja de jabón, y lo esquivé fácilmente.
Pero entonces sus amigas, un par de morenas y una rubia, entraron en el
acto, y de repente el aire alrededor, lucía como si el niño hubiera sido
acompañado por una docena de amigos.
Y podría agacharme, esquivarlos y evitar la mayoría de ellos, sólo se
necesita uno, ¿no?
Lo vi venir, el pequeño heraldo de la condenación, no más grande que
una pelota de tenis, que una de las chicas había logrado conjurar. Pero
estaba impotente para evitarlo con otro pasando por el otro lado. Y no podía
esquivarlo porque acababa de caer al suelo de nuevo por cortesía del mago
más pequeño.
Y parecía que me había equivocado; uno de ellos se había deshecho
de sus armas lo suficientemente rápido. Y estaba demostrando rápidamente
que no las necesitaba. Me agarró por detrás con algún movimiento de artes
marciales que no conocía y que no tendría tiempo de aprender porque estaba
a punto de estrangularme hasta la muerte.
Incliné mi barbilla como Pritkin me había enseñado, y lo golpeé con el
puño. Pero él todavía me tenía agarrada por donde no podía pegarle. Y la
velocidad no hace mucho contra la fuerza, cuando la fuerza te tiene por el
cuello.
Hasta que de repente empezó a gritar. Me alejé y me giré hacia atrás,
a tiempo para ver su piel dorarse y encogerse, sus ojos siendo aspirados de
regreso a sus cuencas, y sus labios alejándose de sus dientes. Luego
desapareció por completo, como su grito, que se cortó cuando sus cuerdas
vocales se secaron y se espolvorearon. Pero todavía podía oírlo resonar en
mis oídos mientras regresaba.
Pero no lo suficientemente rápido. No para evitar la pequeña y frágil
burbuja que salió de su boca abierta un segundo después, dentro de mi
hechizo. Apareciéndonos a ambos con un sonido que no escuché, porque de
repente oía todo.
El mobiliario estrellándose, el cristal rompiéndose, la gente gritando.
Incluyendo a una de las morenas, que estaba gritando:
—¡No tengo nada! ¡Estoy fuera!
Parecía que esa maldita burbuja había tomado todo lo que tenía.
Afortunadamente, eso no era cierto para mí. Porque un segundo
después ella cazaba el arma caída del mago volador y la agarró. ¡Pero nada
la atacó, porque las guardas aún no estaban dirigidas a las acólitas! Así que
tuve que hacerlo… con un desplazamiento que la envió por la misma
ventana que el hombre ardiente, sólo que ella no estaba ardiendo.
Ella estaba cayendo.
Porque las habitaciones de Agnes estaban en el tercer piso, y ella no
había logrado agarrarse del balcón en el medio segundo que había estado a
su lado.
Seguí mirándola, jadeando con esfuerzo e incredulidad, cuando Rhea
empezó a gritar.
—¡Lady! ¡Lady!
Mi cabeza se sacudió para verla agarrarse al cuerpo caído del viejo
mago de guerra, tratando de arrastrarlo hacia mí y luchar con la acólita de
cabello castaño al mismo tiempo. No estaba funcionando, porque el mago
parecía ser un peso muerto. Y porque la acólita acababa de poner un
cuchillo contra la garganta de Rhea.
De repente, parecía que todo se quedó quieto. No lo hizo; mi visión
periférica todavía me mostraba a los magos encogidos, las guardas
disparándoles y a las acólitas manteniendo su distancia, porque no sabían
cuánto poder había dejado. Para el caso, tampoco yo, pero iba a ser
suficiente. Iba a ser suficiente para hacerla vieja si no soltaba a mi acólita.
Entonces la puerta se abrió de golpe y lo que parecía un pelotón entero
de magos de guerra entró corriendo, y supuse que eran de los nuestros.
Porque la bruja de cabello castaño oscuro me miro, a ellos y a los magos en
el medio. Y tomó la decisión ejecutiva de cubrir su culo.
—¡Mátenlos! ¡Nos atacaron! —Señaló a sus antiguos aliados, que
tenían medio segundo para darse cuenta que habían sido vendidos antes de
que los magos de guerra hicieran lo que los magos de guerra hacen mejor.
Y luego me empujó a Rhea, junto con el anciano que todavía estaba
cargando. No entendí por qué, hasta que la pelirroja sonrió. Y arrojó el
cuchillo incluso mientras los atrapaba, un casual arco plateado en luz baja,
trazado por un resplandor brillante de una guarda que no conocía, no
conocía en absoluto. Excepto como alguien desconocido que estaba a punto
de tener un arma.
Sólo que no lo hice.
Porque en el momento en que aterrizó, estábamos tendidos en medio
de mi vestíbulo en el Dante, Rhea, un anciano derramando sangre por una
herida sostenida sólo por su propia mano ensangrentada y yo. Mientras que
la otra estaba presionando algo duro y caliente sangre en mi mano, algo que
no podía ver porque el puño nudoso había capturado el mío, el agarre
sorprendentemente fuerte.
—No dejes que…
—Está bien —le dije, apretándolo, con la cabeza girando por el
desplazamiento, mientras Rhea se ponía de pie y salía corriendo para pedir
ayuda que ya estaba saliendo de la suite—. Estás seguro…
—¡No! Nadie está a salvo. No dejes que ellos… —Se interrumpió, la
sangre llenando su boca y ahogando su voz.
—Trae a Marco —dijo alguien.
—Está dormido… —dijo alguien más.
—¡Sé eso! ¡Ve a buscarlo!
El viejo mago agarró el frente de mi camisa, tirándome hacia abajo.
—No…
—Levántenlo. Quítensela de encima —dijo alguien.
—Déjenlo en paz. —Ésa era Rhea.
—Tenemos que conseguirle un médico…
—No, no tenemos —dijo ella suavemente.
Miré hacia abajo a los ojos azules acuosos. El hombre se estaba
desvaneciendo, y él lo sabía. Su mano se deslizó por mi camisa, cayendo al
suelo, pero sus ojos nunca dejaron los míos, aunque dudaba que pudiera
verme.
—Atrás —les dije al círculo de hombres mirando—. Confía en mí —le
dije al mago, tratando de sonar confiada cuando mis manos estaban
inestables, mi respiración agitada y limpiando el sudor de mi frente, me
manché con su sangre como pintura de guerra.
—Cassie… —Alguien me agarró por el hombro.
Levanté la vista y vi a Rico en la puerta.
—Los retiraré.
No preguntó por qué. Pero debe haber hecho algo. Porque un momento
después, el viejo y yo estábamos solos en una mancha creciente de rojo,
vívidamente brillante contra todo ese mármol fresco.
Lo acosté suavemente en el suelo.
—Está bien —le dije—. Ya lo he hecho antes.
No sé si oyó, mucho menos si me creyó. Pero la burbuja del tiempo
que llamé apareció a su alrededor un segundo después, tan pura y perfecta
como podría haber deseado, algo que tenía a mi respiración saliendo en un
suspiro tembloroso. Porque no había creído ni la mitad.
Pero había funcionado. Y muy similar a la que había conjurado
accidentalmente hace unos días, casi inmediatamente comenzó a tener un
efecto. Cabello gris iluminándose con rayas pelirrojas, piel envejecida
volviéndose firme y sonrojada de salud, los huesos de los dedos nudosos se
enderezaban y alargaban, volvían a una versión más joven, los puntos de la
edad se reducían a la nada.
Y la sangre continuaba derramándose por la herida de su costado, tan
cálida, tan terrible.
—¿Por qué no funciona? —pregunté, mirando a Rhea, que miraba al
hombre conmocionada, como si nunca lo hubiera visto antes. Y
probablemente no, no esta versión de todos modos, ya que, en lugar de
noventa, él ahora parecía de unos sesenta, tal vez más joven. Más joven,
pero no mejor—. ¡Rhea! —Mi voz se quebró—. ¿Qué estoy haciendo mal?
Ella me miró, sobresaltada, y luego su expresión se suavizó.
—Nada.
—Pero él no está sanando.
Ella sacudió su cabeza.
—No. Podemos manipular el tiempo, pero no los cuerpos. Todavía
necesitamos sanadores…
—¡Pero esto funcionó en un vampiro hace apenas unos días! —Y lo
había hecho. Jules, uno de mis guardaespaldas, había tropezado con una
maldición de fuerza de batalla que había hecho todo lo posible para borrarlo
de la existencia. En vez de eso, lo había retirado, llevándolo de regreso a un
tiempo antes de que el hechizo se pusiera, haciendo como si nunca hubiera
sucedido en absoluto.
Entonces, ¿por qué no funcionaba ahora?
—Los vampiros no son humanos. —Era la voz de Marco, detrás de mí.
Giré la cabeza para verlo, todavía medio vestido, tirando una de las camisas
de golf que le gustaban sobre la mata de vello en su pecho—. Y Jules fue
maldecido, no apuñalado —agregó, empujando a un vampiro fuera del
camino y agachándose a mi lado.
—¡Eso no debería importar! Lo estoy haciendo más joven. ¡Ya lo he
llevado de vuelta antes de que ocurriera!
—Está aplicando poder a él; usted no lo está enviando de regreso a
través de su vida —dijo Rhea, mirándome tristemente—. Puede hacerlo más
joven o más viejo, pero seguirá siendo lo que era cuando empezó.
Y lo que era, es que estaba muriendo, no añadió.
Porque ella no tenía que hacerlo.
—Pero Jules. —Agarré el brazo de Marco.
—Me lo explicaron, no puedes cambiar los componentes de un hechizo
y esperar que funcione —me dijo—. Y una vez que la maldición fue lanzada
sobre él, Jules se convirtió en un componente. Pero el hechizo había sido
lanzado sobre Jules el vampiro, y cuando se convirtió en Jules el humano,
desapareció. O lo que sea que haga la magia, no lo sé.
—Pero… pero él era humano cuando se convirtió en vampiro, y yo lo
quité…
—Puede que hayas tenido algo de ayuda en eso —me dijo con
brusquedad.
—Mircea. —Marco me dio un guiño que no necesitaba, porque debería
haberlo sabido. Mircea era un maestro de quinientos años de edad con
talento para la curación. Su poder se mezcló con el mío… ¿Quién sabía lo
que podía hacer?—. Entonces, ¿él puede…?
—Está muy lejos.
—¡Estaba tan lejos con Jules!
—Pero Jules era su hijo, su sangre. Este tipo no lo es. Y ninguno de
nosotros tiene su habilidad.
Lo miré fijamente, al mago y de nuevo a él. Y leí la verdad en los ojos
negros de Marco. Había sido un gladiador una vez; conocía heridas de
batalla. Ambas, del tipo de las que sobrevivías y del tipo que no.
No, no.
La burbuja se rompió, tan inútil como la que había hecho, y el mago
tocó mi brazo. Lo miré fijamente, furiosa y dolida. Pero no vi ninguna
recriminación en su rostro. Sólo desesperación por decirme algo. Me incliné
sobre él para escuchar las palabras susurradas.
—Las oí hablar…
—¿A los magos oscuros?
Sacudió la cabeza ligeramente.
—Acólitas. Antes… —Se interrumpió, ahogándose.
—Las acólitas quieren las Lágrimas.
Un movimiento de cabeza.
—¿Qué planean hacer con ellas? —No obtuve una respuesta, y sus
ojos estaban empezando divagar.
—Su nombre es Royston —me dijo Rhea, arrodillándose a su otro
lado—. Elias Royston.
—Mago Royston. ¿Qué van a hacer?
Trató de decírmelo, pero lo único que salió de su boca fue una
bocanada de sangre. Me salpicó la mejilla; podría probarla en mis labios.
—Quítenla… —Uno de los muchachos empezó a avanzar; no vi quién.
Pero Marco se lo impidió.
—Elias. ¿Qué planean hacer?”
—Traerlo de regreso. No dejes que ellas…
—¿Traer a quién de regreso? —pregunté, temiendo que ya lo supiera—
. Elias. ¿A quién están…?
—Los antiguos. Uno de los antiguos…
Se quedó flácido entre mis brazos.
—Dioses —susurré.
Alguien había limpiado el cristal de mi cuarto de baño, dejando sólo
una nueva, blanca y lista pared para un espejo que no había llegado todavía.
Estaba extrañamente agradecida de que no pudiera ver cómo lucía, no podía
ver la expresión en mi cara. No podía ver nada más que la botella que el
anciano me había dado, apretada tan fuertemente en mi mano.
Era gruesa, marrón, vidrio con hoyuelos y pequeñas ondulaciones que
podía sentir bajo mis dedos. La sostuve a la luz y algo se movió dentro, algo
denso y meloso, algo que no obedecía a las leyes de la física. Era demasiado
lento aquí, demasiado rápido allá, escalaba los lados del contenedor en
formas que un líquido no debería.
Pero tenía mucho espacio, porque la botella estaba casi vacía.
Tal vez quedaba un octavo del contenido, respondiendo a una de las
preguntas que había tenido: ¿por qué las acólitas querían tanto la jodida
poción si ya la tenían?
Porque no tenían suficiente.
Habían buscado en las habitaciones de Agnes, al igual que Rhea y yo,
pero a diferencia de nosotros, habían encontrado algo.
Algo que había abierto sus apetitos por más, por lo que habían
llamado a sus asociados magos oscuros para conseguirla para ellas. Y no
les importaba qué métodos utilizaban para hacerlo.
Puse la poción abajo y abrí la llave por un poco de agua, tallando la
sangre seca en mis manos y cara.
—¿Te dije cómo perdí a mi hija?
Miré hacia arriba para encontrar a Marco de pie en la puerta del baño,
su cuerpo casi llenándola. Me tomó un segundo registrar lo que había dicho,
porque era tan inesperado. Y porque mi cerebro no parecía estar
funcionando tan bien ahora.
—No.
—Me recuerdas a ella. Lo pensé la primera vez que te vi. No en cómo
lucen; ella era de color… sino en algo. Algún estúpido sentido del optimismo,
tal vez.
Se sentía como una bofetada. Mi cuerpo estaba magullado, pero mis
nervios estaban peores. No necesitaba esto.
—Entonces debería recordártela cada día menos —dije, y cogí una
toalla.
Atrapo mi brazo a medio camino.
—No. Eres exactamente como ella. Así era ella también. Nunca creyó
que algo pudiera sucederle; nunca creyó lo que los hombres pueden hacer…
—Estoy más preocupada por las mujeres en este momento.
—¡No te preocupas por nadie! ¡No lo suficiente! Eres salvaje.
—¿Entonces dónde me quieres, Marco? —pregunté, alejándome. Y
agarrando la maldita toalla porque estaba mojando todo—. ¿Acurrucada
bajo la cama? ¿Rezando para que el gran dios malo de la guerra no me
encuentre? Porque no creo que eso funcione.
—¿Y esto lo hará? Correr por ahí agotándote, apenas regresando,
¿cuántas veces vas a probar esta mierda?
—Hasta que termine el trabajo.
—¿Estás haciendo tu trabajo? Jonas tiene razón en una cosa. Eres la
única Pitia que tenemos. Ponerte en peligro sin ninguna buena razón…
—Es una buena razón.
—Ambos sabemos lo que es, o debería decir ¿”quién”?
Había estado secándome la cara, pero en eso levanté la vista.
—Todo el mundo sabe lo que has estado haciendo —me dijo.
—Lo dudo.
—Tal vez no los detalles, pero el punto principal… sí, creo que
sabemos eso.
—Bien por ti. —Pasé por delante de él y entré en el dormitorio.
Marco me siguió.
—Escúchame. Pierdes gente en la guerra, ¿de acuerdo? Tienes que
lidiar con eso.
Abrí un cajón de la cómoda.
—¿Tengo? Te preguntaré lo mismo que le pregunté a Jonas: ¿Para qué
demonios me están cuidando? Para venir por mí cuando Ares aparezca, y
decir oye, ¿aquí está nuestro campeón? Porque eso no va a funcionar. ¡No
soy la tarjeta-de-libertad de la humanidad!
—Nunca dije…
—Lo implicaste. Todo el mundo lo está implicando.
—¡Todo el mundo está tratando de mantenerte a salvo!
—¡No estoy a salvo! —Me di vuelta—. ¡Ninguno de nosotros está a
salvo! ¡Estamos todos juntos en esto, y si los dioses vuelven, vampiro, mago,
Pitia o lo que sea no va a importar!
—Si vuelven. No sabemos…
—Lo sabemos. Rhea lo vio. Lo vio regresar, y no medio muerto como
Apolo…
—Rhea lo vio —repitió—. ¿Por qué no lo viste? Eres la Pitia, no ella.
—No lo sé. Ya no veo mucho. Tal vez el poder se ha agotado con todos
estos desplazamientos.
—O tal vez no hay nada que ver. Tal vez ella está equivocada…
—¿Y si no lo está?
—Más razón para que te quedes aquí, y no te desgastes a ti misma.
—¡No puedo quedarme aquí! —Cerré el cajón.
—Necesitas calmarte.
—¡Estoy calmada! Sólo quiero saber lo que tú o Jonas o alguien piensa
que voy a hacer por ustedes si Ares vuelve. He aquí una pista: voy a morir,
como todos los demás. Mantenerme en reserva no es diferente de…
mantener a una reina en reserva en el ajedrez, porque tienes miedo de
perderla. ¿Sabes cómo perderla? ¡Perdiendo el juego!
—No estamos jugando —dijo Marco mientras volvía al cuarto de baño.
—No, no lo estamos. Pero la vida implica riesgo.
—Sí, pero tal vez no quiero arriesgarte.
—Tal vez no sea tu decisión.
—¡Tal vez no quiero ver a otra chica que quiero, sangrando y rota en
el maldito camino!
Me volví hacia él y vi la agonía en su rostro. Como si acabara de pasar.
Como si todos estos años no hubieran importado en absoluto.
—Tenía ocho años —me dijo.
—No tienes que hacer esto.
Fue como si no hubiera hablado.
—Estaba fuera en un ejercicio de entrenamiento con las tropas. Ella
y su madre estaban de vuelta en casa, en la granja con mi hermano. Tenía
una pierna coja y no podía servir, pero podía manejar una espada, le había
enseñado eso. Y creí estúpidamente que sería suficiente. Todavía no sé qué
pasó. Nunca lo supe. Acabe regresando a una casa de campo quemada y al
cuerpo de mi hermano crujiente, todavía agarrando esa maldita espada. Y
mi esposa y mi hija en una zanja al otro lado del camino, como si hubieran
estado huyendo, pero no lo hubieran logrado. Ninguno de ellos había sido
perdonado.
—Marco…
—¿Entiendes lo que te estoy diciendo? ¡Estaban muertos, peor que
muertos, y no quedo nada más para mí que enterrar los cuerpos! ¡No quiero
enterrar el tuyo!
—No lo harás. —Apenas saqué las palabras.
—No, no lo haré. No tendré que hacerlo. No estaré allí. Morirás en
algún otro maldito lugar, en otro tiempo, donde no puedo alcanzarte…
—No soy una niña de ocho años, Marco…
—¡Y tú tampoco eres tu madre!
Me detuve de nuevo, pero no por la violencia.
—Yo sé eso.
—¿Lo sabes? —Me agarró, tan rápido que mis ojos no pudieron seguir
el movimiento. Y lo siguiente que supe fue que estaba cerca del armario,
mirando hacia el espejo de cuerpo entero en el interior de la puerta. Y vi
unos salvajes ojos barbáricos con cabello enmarañado, piel salpicada de
sangre y un puño cerrado.
Me llevó un segundo darme cuenta que era yo.
Mi camiseta estaba completamente empapada, partes de ella estaban
chamuscadas, y había una huella de mano ensangrentada en un hombro.
La miré fijamente, las profundas impresiones del mago Royston, donde me
había agarrado tan fuerte al principio. Y luego las marcas alargadas que se
deslizaban por el frente, mientras su fuerza fallaba.
Un pulso empezó a palpitar en mi cabeza.
—Hace cuatro meses respondías los teléfonos y hacías copias en una
agencia de viajes —replicó Marco—. No me importa de quién eres sangre;
tienes veinticuatro años. Un usuario mágico sin entrenamiento con un
maldito agarre tenue de su poder. ¡Y una inútil si te quedas sin él!
Por un momento, me vi a través de sus ojos. Vi a esa chica que había
estado durante tanto tiempo, pequeña, débil y sola, acurrucada en la
oscuridad, así las grandes cosas malas no me encontraban. Marco tenía
razón. Eso era lo que había sido, lo que había sido toda mi vida.
Pero no era quien yo era.
No era mi madre, y nunca lo sería. Pero tampoco era esa chica. Me
miré en el espejo, y mis propios ojos miraron de regreso, pero no eran a los
que estaba acostumbrada. Deberían haber estado oscurecidos por el miedo,
por la incertidumbre; deberían haber estado dando vueltas, buscando la
salida más cercana, preparándose para correr. En cambio, estaban
enojados, firmes, desafiantes.
No era mi madre.
Ni siquiera era Agnes.
Pero era la Pitia.
Oí a Marco maldecir. Y salió por la puerta un segundo después,
porque también podía leer expresiones. Casi se topó con Rhea entrando.
Se aplastó contra el marco de la puerta, se apartó de su camino, y
luego se quedó allí, como si no estuviera segura si debía entrar o no. Y sí.
Supongo que incluso los oídos humanos habían podido escuchar esa
pequeña discusión.
En ese momento, no me importaba.
—No puedo usar mi poder dónde quiera —le dije amargamente—. No
puedo salvar a quién quiero. ¿Qué puedo hacer exactamente?
Ella alzó los ojos de la botella ensangrentada que todavía estaba
sosteniendo en mi mano.
—¿Hacer que los últimos momentos de un anciano estén libres de
tortura? ¿Dar significado a su muerte? No son pequeñas cosas, lady.
La miré fijamente hasta que su cara empezó a difuminarse.
—Entonces, ¿por qué no parece suficiente?
Pero Rhea no tenía respuesta para eso.
—¿Quieres verme por algo? —pregunté, después de un minuto. Y
regrese al armario para cambiarme a una camiseta limpia.
Ella asintió.
—Las niñas. Ellas están… Creo que les haría bien verla. Que está bien,
quiero decir.
Eché un vistazo a la pila ensangrentada de ropa en el suelo. Sí. Tal
vez debería haber pensado en desplazarnos a la habitación.
—El mago Royston era popular —dijo, siguiendo mi mirada—. Solía
hacer trucos de magia para las niñas.
—Un miembro del Círculo sería bueno en eso.
Ella sacudió su cabeza.
—Era terrible. Su magia… y no era muy fuerte, así que hacía la de
tipo humano.
—Te refieres del tipo falso.
Ella asintió.
—Trucos de cartas en su mayoría…
—¿Y a las niñas les gustaba eso?
—A ellas les gustaba tratar de entenderlos.
Lástima que no supiera.
Terminé de vestirme y seguí a Rhea de vuelta a la sala. La puerta del
vestíbulo estaba cerrada, pero las niñas seguían mirándola fijamente. Y
parecían sombrías, ansiosas, conmocionadas y estoicas por turnos,
dependiendo de su naturaleza. Pero ninguna de ellas parecía estar bien, o
bien cuidada.
Habían tenido suficiente para comer; Conocía a Marco lo
suficientemente bien para estar segura de eso. Pero su ropa empezaba a
parecer mugrienta, lo que supongo que no era sorprendente, ya que llevaban
lo mismo desde hace dos días. ¡Y maldita sea, este no era un lugar para
niñas!
Tuve un breve momento para preguntarme si no estarían mejor con
Jonas, antes de que la primera me notara. Y la mirada de alivio alegre en su
rostro me hizo sentir avergonzada. Estas niñas habían sido educadas para
que toda su vida girara alrededor de la Pitia, sólo para que se las arrebataran
bruscamente. Y luego casi asesinadas cuando sus acólitas trataron de
matarlas. Y luego ser arrastradas aquí, en medio de un montón, de lo que
probablemente pensaban como monstruos, al servicio de otra Pitia que no
conocían y que nunca estaba aquí de todos modos.
Si fuera ellas, me habría odiado.
Pero en vez de eso, empujaron a los vampiros para acercarse, una ola
de sucios vestidos blancos y manos que me alcanzaban, me tocaban, me
apretaban, preocupadas por mí en lugar de lo que les había pasado. Y lo
que, desde su perspectiva, seguía ocurriendo. El nudo de vergüenza en mi
pecho creció exponencialmente, pero también lo hizo otra cosa. El mismo
algo que había estallado cuando esa maldita acólita agarró a Rhea. Una
posesividad feroz, casi aterradora.
Ellas eran mías, este grupo estrafalario de chicas, e iba a
entregárselas a Jonas. No las vería destrozadas, no las haría enviar a esas
malditas escuelas que manejaba el Círculo, no se las daría a cuidar a gente
que no conocía y en las que seguramente no confiaría. Iba a cuidar de ellas;
iba a averiguar cómo. Ellas eran mi corte, y… y eso es todo lo que había que
hacer.
Pero no pude decirles eso.
De repente, no pude decir nada.
Y entonces Fred vino al rescate.
—No, no, no, los tengo —dijo, corriendo desde el salón y hablando con
alguien por encima del hombro.
—¿Tienes qué? —pregunté cautelosamente cuando se giró hacia mí y
sonrió. Y empujó un puñado de cosas.
Me tomó un segundo por el color.
—¿Globos?
—Los conseguí en el supermercado —me dijo con orgullo—. Pensé que
podrían ser útiles.
—¿el supermercado?
—Sí, los tenían en oferta. Prácticamente regalándolos. No sé por qué.
Porque son deprimentes, no dije, ya que él solo estaba tratando de
ayudar. Pero honestamente, ¿quién compra globos negros? Fred, al parecer,
y ahora los estaba inflando.
—Créeme… solía hacer esto… todo el tiempo —me dijo entre
respiraciones. Pronto tuvo un racimo de tubos largos y delgados, que luego
procedió a atar con velocidad vampiro. Un segundo, había un montón
deprimente de cilindros, y el siguiente…
Era peor.
Las niñas se miraban unas a otras, como si tampoco supieran qué
hacer con eso. Pero Fred parecía esperanzado. Y entonces empezó a mover
su creación de arriba abajo, de modo que las patas torturadas que colgaban
de uno y otro lado flotaron alrededor, una especie de pájaro agonizante. Una
de las chicas más pequeñas hizo un ruido y ocultó su rostro.
—Fred—comencé, tratando de encontrar la manera de decir por favor
detente, sin herir sus sentimientos.
Y entonces uno de los chicos resolvió el problema por mí.
—¿Qué put… eh diablos?
—Leo —dijo Roy, frunciendo el ceño hacia él desde la barra.
—¿Qué? Dije diablos. Y mira esa cosa.
—¿Qué es? —preguntó otro chico—. ¿Una araña?
—Un murciélago, obviamente —dijo Fred. Y lo movió un poco más,
sobre la teoría, supuse, de que no había sido lo suficientemente vigoroso la
primera vez.
—La cosa más extraña que he visto —murmuró el vampiro.
—¿Extraña? —Roy dejó caer hielo en un vaso—. No has estado aquí
el tiempo suficiente.
— Entonces, ¿por qué se siente así?
—Tengo más —dijo Fred, finalmente dándose cuenta que su
distracción no era un éxito—. Mucho más. Solía hacerlas todo el tiempo,
bueno, la vejiga de cerdo…
—Pero ¿alguna de ellas era buena? —preguntó Leo.
Fred se detuvo a mirarlo, mientras Roy evaluaba su último intento.
—¿Qué es eso?
—¡Es un payaso!
—Oh, payaso demoníaco. Gran elección.
La niña empezó a sollozar suavemente.
—Espera un minuto —dije, arrastrando una mesita lateral y sacando
un maltratado paquete de viejas cartas de tarot.
Estaban sucias, arrugadas y algo patéticas, y debería haberlas
reemplazado hace años. Pero habían sido un regalo de alguien que me
importaba, así que nunca lo había hecho. Además, tenían un hechizo en
ellas que pensé que a las chicas les podría gustar. Habían resultado
extrañamente precisas en la lectura de la atmósfera alrededor de una
situación, y dando consejos en forma de tarjetas pertinentes.
Y bastante seguras, prácticamente en cuanto las toqué, apareció una.
Una negra.
Una negra con un demonio impúdico en ella.
Bien, mierda.
Traté de llevarla de nuevo al montón antes de que empeorara el ya
mal asunto, pero estaba resbaladiza y mis manos estaban torpes, tuvo un
buen inicio en su primer discurso: “La tarjeta del diablo significa que el
consultante se siente atrapado o restringido en la vida, atado como las figuras
encadenadas en la imagen de la tarjeta. Pero si bien este cautiverio podía
parecer inquebrantable, una mirada más de cerca, demostraba que las
cadenas estaban bastante sueltas, y que el consultante, por lo tanto, tenía el
poder de desprenderse de ellas cuando quisiera. Las personas en la tarjeta
no están sujetas a cadenas reales, sino por el miedo, la falta de esperanza y
la falta de creencia en sus propias habilidades. La carta del diablo enseñaba
que, mientras estés dispuesto a permitir que otros te exploten y te refrenen,
ellos pueden y lo harán. Pero nadie tiene poder sobre ti a menos que tú se los
des. Y lo que das, puede tomarlo de regreso”.
La tarjeta continuó, burbujeando alegremente sobre la historia del
tarot y el significado inverso de la tarjeta y Dios sabía qué más. No estaba
escuchando más. Estaba mirando a la diabólica figura en la parte delantera,
y sentí que el murciélago me acababa de golpear en la cabeza.
—¿Cassie? —dijo alguien, y levanté la vista para ver a Rhea
mirándome preocupada. Junto con los vampiros. Y las niñas, a excepción
de la que estaba todavía sollozando en silencio, porque no había ganado
nada con eso, ¿verdad?
Y seguía sin hacerlo. Porque un momento después, Fred estaba siendo
levantado a un lado, y Marco se arrodilló frente a la niña que lloraba. Y sacó
un naipe de detrás de la oreja.
Ella vio el naipe, luego parpadeó hacia él y luego volvió a llorar. Pero
seguía observando sus dedos cuando de pronto el naipe ardió en llamas.
Varios de los vampiros retrocedieron rápidamente, causando que Marco se
burlara de ellos. Y dejándolo arder casi hasta la punta de sus dedos antes
de arrojarlo al aire, donde se desintegró en cenizas.
Sólo para sacarlo de detrás de la oreja de la niña otra vez, nuevo,
completo y sin chamuscar.
Su boca hizo una O perfecta de asombro, mientras miraba hacia él, al
aire y de regreso.
Marco se sentó sobre sus talones, satisfecho. Hasta que ella se acercó
y sacó la tarjeta original del bolsillo de su camisa.
Se encontró con mis ojos.
—Niñas mágicas —dije.
—Sí. Siempre te sorprenden.
—Marco…
—Haz lo que tengas que hacer —me dijo amargamente—. Solo regresa,
completa, ¿sí?
Asentí y empujé a Rhea hacia el pasillo.
El yeso había sido aspirado, en su mayoría. Los chicos no permitían
entrar a los de la limpieza cuando estábamos bajo asedio, supongo que por
miedo de un mago pasando como señora de la limpieza, por lo que se
encargaban ellos mismos. Lo cual explicaba por qué las esquinas todavía
estaban blancas y con fragmentos de cristal brillando aquí y allá por
doquier.
Pero Rhea no los miraba.
Estaba mirando los agujeros de bala.
Sí, había sido bautizada por el fuego estos últimos días, ¿no? Sabía
cómo era eso. Pero no sabía cómo hacérselo más fácil.
—¿Funcionaría? —pregunté.
—¿Lady? —Los ojos de ella volvieron a los míos.
—¿Podrían las acólitas desplazar a Ares aquí, desde más allá de la
barrera?
—Yo… ¿Qué?
—Elias dijo que estaban tratando de traer de vuelta a los dioses, y
sabemos que están detrás de las Lágrimas. Estoy preguntando si podrían
estar conectados.
Ella sacudió su cabeza.
—Yo… no lo creo.
—¿Estás segura? ¿Aunque todos trabajaran juntos?
Ella negó, más fuerte esta vez.
—El poder se limita a la tierra. Apolo se aseguró de eso, así no podría
ser usado contra él o su clase. No veo cómo se podría utilizar ahora para
salvarlos.
—Lo he usado fuera de la tierra.
—Es la hija de Artemisa, lady; las acólitas no lo son.
—Pero usamos el mismo poder. Tengo mejor acceso a él, por ahora.
Pero si ponen sus manos en suficientes Lágrimas…
—Lady Phemonoe tenía pleno acceso al poder pythico, y era muy hábil
en su uso —dijo Rhea—. Sin embargo, me dijo una vez que no se atrevía a
ir más allá de los confines de la tierra. El poder está encadenado aquí; no
puede salir de este mundo.
—Pero eso es lo que te digo. Ha salido. Al menos unas cuantas veces…
—Pero, si lo piensa —repuso ella, tentativamente—, ¿no estaba en
lugares cercanos a la tierra en esas ocasiones? ¿Lugares accesibles a través
de portales o el sistema de líneas ley?
—Bueno sí. ¡Pero eso está por todas partes!
—No en todas partes. Es posible que pueda acceder a su poder a
través de un portal, si está lo suficientemente cerca, o incluso a través de
las líneas de ley, si nuestra línea de tiempo y la del mundo a la que ha
viajado están algo alineadas. Pero incluso entonces, no será fiable. Las
líneas fluctúan, interrumpiendo el flujo; las líneas de tiempo entran y salen
de sincronización; y los portales son notoriamente…
—Sí, lo sé. Mi poder no funciona bien fuera de la tierra, pero puede
funcionar…
—A través de un conducto. Pero el ouroboros no es un conducto, lady;
Es una pared. El hechizo de su madre fue diseñado para mantener las cosas
afuera, para no dejarlas pasar. Es lo opuesto a un portal.
Empecé a decir algo, pero luego me detuve, porque ella tenía un punto.
—Así que estás diciendo que no podrían hacerlo.
—Estoy diciendo… —Se lamió los labios—. Estoy diciendo que no creo
que puedan. Me parece que si tal cosa fuera posible, Myra lo habría hecho
por Apolo.
Bueno, no podía discutir con eso. Apolo había tratado de evitar la
barrera que mi madre puso al sobrecargar una línea ley, había terminado
asado a la parrilla. No creía que hubiera elegido esa opción si hubiera podido
hacer que su acólita lo desplazara aquí.
—Entonces, ¿para qué las quieren? —dije a la maldita botella.
Rhea se limitó a mirarla fijamente. Todavía parecía aturdida, pálida,
y más que un poco asustada. Demasiado para una primera asignación fácil.
No conseguíamos los trabajos fáciles…
Se lo había dicho a Pritkin una vez, y nunca se había sentido más
cierto. La posición de Pitia sonaba tan poderosa, tan invencible. ¿Qué no se
podía arreglar con la capacidad de manipular el tiempo?
Resultaba que muchas cosas.
Pero tal vez una de ellos podría arreglarse de otra manera.
Volví a la habitación y comencé a buscar por debajo de la cama mis
zapatos.
—Necesito que hables con Casanova —le dije a Rhea, cuando me
siguió—. Dile que quiero habitaciones para las niñas y las quiero ahora. Este
lugar es demasiado peligroso para ellas.
—Yo… sí. Si por supuesto.
—Y haz que sea una suite…o tres. No necesitamos que las más
pequeñas sepan cómo girar un picaporte de puerta y vagar por el maldito
hotel.
—Sí, eso suena muy bien…
—Y consígueles algo de ropa; no se han cambiado en días.
—Lo haré, por supuesto, pero…
—Y se vean normales. Cuanto menos parezcan iniciadas, ¡más
seguras estarán!
—Por supuesto. Quiero decir, lo haré, es decir, lo haría, pero…
—Pero ¿qué?
—Es solo que…
—¿Es solo que qué? —le pregunté, sacando dos zapatos, pero ambos
eran para el pie izquierdo.
—Es que hay un problema con el dinero —admitió.
—¿Qué problema?
—¿El… que… no lo tenemos?
La miré, con un brazo todavía debajo de la cama, intentando atrapar
otro zapato.
—¿Me estás diciendo que la corte de la Pitia está quebrada?
—No. —Parecía sorprendida—. La corte tiene mucho dinero;
Simplemente no podemos acceder a él.
—¿Por qué no?
—El Círculo cerró las cuentas. Tuve que pedir prestado dinero a su
jefe de guardaespaldas para el supermercado…
—¿A Marco?
Ella asintió.
—No sabía qué más hacer. Las cuentas eran accesibles para la Pitia y
su heredera. Pero lady está muerta, y Myra…
—También muerta.
—Y el mago Marsden, es decir, el lord Protector, dijo que las cuentas
estaban congeladas hasta que se proclamara una nueva Pitia.
—Lo que ya sucedió.
—… pero él no ha liberado las cuentas todavía.
—¿Por qué las tiene él siquiera? —le pregunté, finalmente
consiguiendo zapatos a juego—. ¡Eso es asunto de la corte!
—Se supone que lo es —estuvo de acuerdo Rhea—. Pero debido a la
inestabilidad de la situación en el momento de la muerte de lady, le dejó los
códigos de acceso para darlos a su sucesora…
—Y en su lugar, decidió usarlos como chantaje, para que la corte
regrese a donde él quiera.
—No… no lo sé —dijo Rhea, pero frunció el ceño. Pero sí, así es como
parecía.
—Así que prueba una teoría —le dije, ajustando mis zapatos—.
Pregúntale por ellos y ve lo que dice.
Ella asintió.
—Mientras tanto, ¿seguramente la corte tiene algo de dinero? ¡Ha
estado funcionando con algo durante los últimos tres meses!
—Nuestras facturas principales se pagaban automáticamente
mediante un acuerdo con los bancos: electricidad, agua, ese tipo de cosas…
—¿Y la comida?
—Teníamos cuentas con los mercados locales…
—¿Y para incidentes? ¡Tenía que haber algo de dinero en efectivo!
—Sí hay. Había. Hasta que se…
—Esfumo, junto con todo lo demás.
Ella asintió.
Cerré los ojos. No entendía por qué me dolía tanto la cabeza hasta que
me di cuenta que ya tenía migraña, una explosión de golpes pulsando detrás
de mis ojos.
—Entonces, dile a Casanova que les dé habitaciones de todos modos.
Si tiene un problema con eso, puede revisarlo conmigo. Dile que conseguirá
su dinero en cuanto obtengamos el nuestro.
—Sí, lady.
—Y llama a Jonas y explícale lo que pasó. —Ella tomó una libretilla y
un lápiz de la mesita de noche y comenzó a garabatear—. Dile lo que dijo
Elias, y haz que nos envíe las Lágrimas que tenga a mano. Somos las más
adecuadas para vigilarlas.
—Yo… sí. Lo somos. Pero puede no estar de acuerdo, después de…
—No, porque eso sería demasiado fácil—gruñí.
Rhea también parecía un poco abrumada y más que un poco agotada.
Probablemente se preguntaba cómo iba a hacer todas las cosas de su lista
y también cuidar de todas esas niñas. Y no era como si estuviera recibiendo
mucha ayuda de mí parte, o de la brigada de solteros.
—Debes haber tenido ayuda con las niñas en Gran Bretaña, ¿no? —
pregunté.
Ella asintió.
—Un equipo diurno, cocineros, ama de llaves, tutores…
—¿Niñeras? —le pregunté con esperanza.
Pero Rhea negó.
—Se esperaba que las acólitas y las iniciadas más antiguas ayudaran
con las niñas más jóvenes y ayudaran con su entrenamiento. Pero…
—Pero terminaste haciendo la parte de la leona —adiviné.
Ella asintió.
Pero eso no funcionaría aquí. Sólo tenía una acólita, y la necesitaba
para otras cosas. Como entrenarme.
—Hay una mujer llamada Tami —le dije—. Tamika Hodges. La
recepción puede ponerte en contacto con ella. Se está quedando aquí en el
hotel con algunos niños. Llámala y pídele que te ayude.
—Pero… si ya tiene hijos propios…
Pensé en la manada que Tami tenía cuando la conocí, había tantos,
casi demasiados.
Sin embargo, ella aún seguía recogiendo, recorriendo las paradas de
los autobuses, los comedores populares, los parques y los refugios sin
hogar, en busca de fugitivos mágicos que aceptar.
Ella me había aceptado y me había calmado cuando no había confiado
en nadie. Cuando había estado asustada, temerosa y propensa a saltar de
mi propia sombra, de alguna manera me había hecho parte de su familia no
tan pequeña. ¿Quieres hablar de magia? Tami era jodidamente mágica.
—Llámala. Te sorprenderás.
Rhea asintió, con aire de esperanza.
—Y si Jonas no nos da las Lágrimas, dile que las guarde. En algún
lugar seguro. ¡En algún lugar en el que incluso las acólitas no puedan llegar
a ellas!
—¡Sí, lady! —Rhea escribió con ferocidad.
—Y arregla que el cuerpo de Elias sea enviado de vuelta al Círculo.
Diles que merece un funeral de héroe. Murió en el cumplimiento de su deber,
ayudándome.
—Sí, lady.
—Y llama a un tipo llamado Augustine, tiene una tienda en la planta
baja, y dile que quiero ropa para las niñas. ¡Puede mandar algo o dejar de
llamarse diseñador de la Pitia!
—Sí, lady. Y… ¿qué va a hacer? —preguntó, preocupada, mientras me
levantaba y ponía las Lágrimas de vuelta en mi bolsillo.
—Conseguir un seguro.

El gran asentamiento de los señores demonios todavía parecía un


edificio municipal, uno destartalado. Había escaños aburridos que
enmarcaban un vestíbulo utilitario, una fea alfombra beige que se
deshilachaba en manchas y una planta-en-una-maceta que luchaba por no
morir. O al menos, eso es lo que a mí me parecía. Lo que realmente
supondría ver cualquier invitado, ya que los señores tenían su lugar de
audiencia en la Tierra de las Sombras, el Reino Demoníaco más cercano a
la Tierra. Estaba lo suficientemente cerca como para que mi poder
funcionará, aunque sólo intermitentemente, pero lo suficientemente lejos
como para que nada de eso hubiera tenido sentido en la mente de un
humano. O para todos los demás, aparentemente, por lo que los seres que
controlaban este lugar habían glamurizado la ciudad para que pareciera
familiar.
Demasiado familiar.
No miré el lugar de la alfombra donde había caído Pritkin. Podía verlo
en mi mente, como si todo acabara de suceder, podía verlo golpeado por el
hechizo y luego tumbado allí, tan inmóvil. Pálido y helado como una estatua.
O un cadáver.
Pero no miré, porque no importaba. Más que cualquiera de los otros
lugares en los que se había lesionado. Él regresaría, todo terminaría pronto
y no importaba.
Tampoco intenté ver detrás del glamour. Era aburrido, pero
considerando la alternativa, estaba bien con aburrido. Y era mi culpa de
todos modos. El hechizo sacaba las imágenes de la mente del espectador,
porque miles de personas venían aquí de todos los Reinos Demoníacos,
haciendo lo “normal” subjetivo.
Supuestamente esto hacía que no lo encontrara amenazante.
Como el disfraz usado por uno de los dos demonios que entró un
momento después, a través de las puertas oscilantes en la parte posterior.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Rosier, caminando y luciendo
molesto. Ya sea porque me había aparecido donde no se suponía que los
humanos debían estar, o porque no lo había esperado en el hotel como una
niñita buena, no lo sabía. Tampoco me importaba.
—No he venido a verte —le dije, mis ojos en su compañero.
Adra, sobrenombre para Adramelech, era un ser tan viejo que él
figuraba en la mitología más antigua de la tierra. Y no figuraba como bueno.
Era difícil saber cuáles de las historias de terror contadas de él eran verdad,
ya que no había tenido tiempo para algo más que una rápida búsqueda en
Google. Pero había leído lo suficiente como para dudar de que en realidad
pareciera un maestro de primaria.
El jefe actual del concilio demoníaco era rubio y gordo, con las
características engañosamente blandas de alguien usando un glamour
como cortesía, para evitar que la gente como yo tuviera pesadillas, y no
porque estuviera tratando de engañar a nadie. Su única concesión a la
credibilidad, o posiblemente vanidad, era una hendidura en su barbilla. Era
profunda y redondeada y le hacía verse como si alguien hubiera puesto a
Pillsbury Doughboy en la cara en lugar de la barriga. Y ni siquiera ayudaba,
porque sólo ponía en evidencia lo falso del resto de la cara.
Él sonrió, soso y sin pretensiones.
—Pitia.
—Tengo un problema —le dije abruptamente.
—Uno que has resuelto, al parecer. —Estaba mirando el bolsillo con
las Lágrimas, aunque no había manera de que pudiera saber lo que había
allí.
—Estoy hablando de mis acólitas. —Saqué la botella—. Les quité esto
mientras buscaban más.
—¿Con qué propósito?
—¿Qué es eso? —interrumpió Rosier, entrecerrando los ojos en el
pequeño frasco en mi mano.
—Ese es el problema —le dije a Adra—-. No lo sé con seguridad…
—¿No lo sabes? —repitió Rosier—. ¿Dónde la obtuviste?
—… pero ellas podrían estar tratando de usarlo para traer de vuelta a
uno de los dioses.
—¿Cómo? —preguntó Adra con suavidad.
—Déjame ver —dijo Rosier, y me arrebató el frasco, antes de que
pudiera alejarlo, mirándolo fijamente.
—Tampoco lo sé —le dije a Adra—. Pero tienen que ser encontradas,
hay cinco de ellas, y sólo una yo, hay posibilidades de que no todas se
queden juntas…
—Serían más sabias si no.
Asentí.
—Una ya desapareció cuando las vi, después de lo que pasó, podrían
haberse esparcido aún más lejos. Pero no puedo sentirlas, lo que
probablemente significa que se esconden en Faerie, como Myra. Pero su
poder no funciona allí, por lo que tendrán que volver a la Tierra para hacer
cualquier cosa…
—Quieres que las encontremos para ti —adivinó.
—¡No podemos encontrarlas para ella! —exclamó Rosier antes de que
pudiera responder—. Mi gente ha estado buscando todo el día, desde que
mencionaste las malditas cosas, y no hay un frasco de Lágrimas que se
pueda obtener por amor o dinero en cualquier parte. ¡Y lo digo literalmente!
Lo ignoré, porque es la única manera de llegar a cualquier parte con
Rosier. Le encanta el sonido de su propia voz tanto que a menudo olvida
escuchar a los demás, tratándolos como un ruido de fondo. Decidí hacer lo
mismo con él.
—Sería de ayuda —le dije a Adra—. Tengo que hacer esto, pero no
puedo dejar que corran incontrolables en mi ausencia, y no hay nadie más
que pueda lidiar con ellas…
—No estoy seguro que podamos tratar con ellas —dijo en voz baja.
—Pero tú eres del concilio demoníaco…
—¡Algo que es menos que inútil cuando se trata de ladrones de la clase
mercantil!
—Y están canalizando el poder de uno de los antiguos dioses —señaló
Adra, sin mirar a Rosier. Debe estar acostumbrado a él.
—Pero no son dioses —le recordé—. Son humanas.
—Un hecho que no hace que su poder sea más fácil de contrarrestar.
—Los bastardos venderían a sus propias madres por lo que he estado
ofreciendo —gruñó Rosier—. ¡Y probablemente lanzarían también a sus
hijas, sin embargo, ni uno solo ha visto la pócima! No sirve de nada a nadie
aquí…
—Son mucho más fácil de lidiar que tratar con lo real —le dije a Adra—
. Si logran traerlo de regreso…
—Si lo hacen. Han tenido suficiente tiempo para intentarlo. Tu
predecesora murió hace más de tres meses.
—Pero Apolo no lo hizo.
—No es que haya detenido a uno de los ladrones diciéndome que
podría encontrar algo, si contribuía lo suficiente como para pagar a la gente
adecuada —se quejó Rosier—. ¡Cuando todo el mundo sabe que es rico como
Croesus! Le dije que, si no estuviera lo suficientemente desesperado como
para contratar mercenarios para una incursión en el suministro del Círculo,
lo haría por mí mismo sin pagarle honorarios exorbitantes como
intermediario.
Adra entrecerró los ojos.
—¿Qué tiene que ver la muerte de Apolo con esto?
—Las Lágrimas sólo funcionan en la Tierra —dije—, o en alguna parte
con un enlace a la Tierra. O una grieta…
—¿Crees que la transición de Apolo a través de la barrera la debilitó,
haciendo posible que alguien se desplace a través de ella?
Maldición, era rápido.
—No lo sé —repetí, porque no lo sabía—. Pero una de las acólitas
mencionó que ella había estado hablando con Ares regularmente y ella no
debería ser capaz de hacer eso. No debería poder hablar con él en absoluto.
Apolo podía hablar con Myra porque el poder pítico era originalmente suyo,
y siempre mantuvo un vínculo con él. Pero ninguno de los otros dioses fue
capaz de obtener mensajes antes. Sin embargo, ¿de repente Ares se
comunica a la Tierra todo el tiempo? Algo cambió.
—¿Qué es todo eso? —preguntó Rosier, finalmente despertando al
hecho de que a nadie le importaba su búsqueda inútil—. ¿De qué estás
hablando? Los dioses no regresarán.
—Uno de ellos ya lo hizo.
—¡Sí, y muy bien que le fue!
—Pero consiguió atravesar…
—Sólo para ser devorado por Rakshasas. —Parecía disgustado—. El
poderoso Apolo derribado por inmundos carroñeros…
—Pero consiguió atravesar —insistí—. Ese es el punto…
—No, el punto es que necesitamos algunas de las llamadas Lágrimas.
¿Las tienes o no?
—¡Sí!
Rosier parpadeó, como si estuviera sorprendido de que le gritara.
Los ojos de Adra se estrecharon ligeramente.
—Si la barrera es lo suficientemente débil como para que tus acólitas
desplacen a Ares, ¿por qué no lo han hecho ya?
—Tal vez todavía no tienen suficiente fuerza. Hay cinco de ellas, pero
su capacidad para acceder al poder es limitada…
—A menos que encuentren algunas Lágrimas para aumentarlo.
Asentí.
—Encontraremos a tus acólitas —me dijo abruptamente—. Si están a
nuestro alcance.
Dejé escapar un suspiro que no sabía que estaba sosteniendo.
—Gracias.
—No me des las gracias, Pitia. Acaba de regresar rápidamente de este
encargo. A menos que me equivoque mucho, tenemos una guerra que
luchar.
Mi viaje épico, mil quinientos años atrás en el tiempo, terminó en algo
fresco y húmedo, con estrellas girando sobre la cabeza. Durante un
segundo, hasta que me desplomé. Y fueron desplazadas con la visión de una
docena de enojados rostros que me rodeaban en un carrusel molesto.
O tal vez era sólo una, porque todas tenían el desprecio de Rosier.
Realmente se ve como Pritkin, pensé vagamente, y luego me desmayé.
Desperté alrededor de lo que supuse fue un rato más, puesto que el
sol aun brillaba en mis ojos. Sin embargo, era intermitente, como si
estuviera coqueteando con un montón de nubes. Finalmente me di cuenta
que no eran nubes, sino el antiguo-asno-demonio, y yo no estaba
coqueteando con él tanto como machacándome contra con él. Parecía que
Rosier había decidido actuar como su hijo por una vez, y me había arrojado
sobre su hombro.
Rebotaba a lo largo de lo que no parecía ser un camino tanto como
una colina rocosa, y pensé en vomitar. Pero había pasado un tiempo desde
el desayuno y decidí que me gustaban las cosas donde estaban. Así que mi
desayuno y yo seguimos sacudiéndonos, porque muchas de las cosas que
Rosier hacía que otros hicieran por él, debía incluir cargar mujeres medio
inconscientes.
Porque él apestaba haciéndolo.
Afortunadamente, sólo estuve despierta de vez en cuando durante las
siguientes horas; o bien el jefe del clan de íncubos no estaba en tan buena
forma como su hijo. Porque la próxima vez que abrí mis ojos, él estaba
luchando a través de algún campo pantanoso y maldiciendo hasta la
tormenta. Y luego más tarde jadeando a través de algún tipo de colina. Y
finalmente me dejo caer al borde de una zona boscosa, con todo el cuidado
de un tipo que llevaba un saco de arena.
Y luego maldiciendo un poco más, porque parecía haber perdido un
zapato.
Estaba oscuro de nuevo, así que miré las estrellas a través de mis
pestañas y vagamente me pregunté qué pensaría un celta antiguo, viendo
un Ferragamo medio descompuesto en una semana o tres.
Decidí que no me importaba.
Las maldiciones finalmente se redujeron, y me arriesgué girando la
cabeza hacia un lado. Y fui recibida por la visión improbable de un señor
demonio, normalmente elegante, frotando furiosamente dos palos juntos.
Parpadeé, pero la imagen permaneció igual. Y, como bono, en su
mayoría me estabilizo. Decidí intentar ofrecer una observación.
—Siempre puedes usar magia.
Mi voz se quebró alarmantemente, pero la idea se hizo realidad.
Porque un ojo verde malévolo me miró a través de una caída de cabello rubio
y sudoroso.
—¿Por qué no pensé en eso?
El frotar los palos se reanudó.
Lo miré durante unos minutos antes de aclararme la garganta y tratar
de nuevo.
—¿Hay alguna razón por la que estás haciendo eso de la manera más
difícil?
—¡Sí! ¡Olvidé los cerillos!
—¿Y los necesitas porque?
—¡Porque ahora no tengo magia, como sabes perfectamente!
—Pero tienes eso. —Asentí hacia la bolsa que el hombre había estado
arrastrando, junto conmigo, una mochila súper llena, y una actitud de,
bueno, ya sabes.
—¡Eso es para emergencias!
—¿Y está no es una?
—No. —Él lanzó los palos, jadeando—. Un poco de frío no te matará…
—Ni un poco de calor.
—¡Pero otras cosas pueden!
Hizo una pausa para meter la cabeza en la enorme mochila y sacar
algo. Y decidí ver cómo me iba apoyándome en un codo. No era cómodo,
Rosier me había dejado en un pedazo duro cerca de los árboles mientras
que guardó la materia suave y agradablemente llena de hierba para sí
mismo. Pero no me desmayé de nuevo, así que estuvo bien.
—¿Cómo cuál? —pregunté mientras sacaba una cantimplora.
—Como esa maldita mujer loca de Ámsterdam —gruñó, después de
tomar un largo trago.
Y oh, mierda. De repente recordé que se suponía que debía
preguntarle a Rhea cómo nos había encontrado Cerezas.
Lo había olvidado, con Jonas y las acólitas, y las otras cuarenta y siete
cosas que había tenido que hacer.
—Oh, no te veas tan culpable —me dijo Rosier con sorna—. Mientras
estabas mintiendo por toda la suite, yo me ocupé de eso.
Estaba a punto de responder a eso como lo merecía, pero luego me
pasó la cantimplora. Y drené la mitad de ella antes de respirar, y luego la
acerqué protectora cuando intentó arrebatármela de nuevo. Oh Dios, eso
estaba bueno.
—¿Te ocupaste cómo? —Jadeé, después de otro trago.
—¡Sabiendo a quién preguntar! —Rosier me la arrebató, frunciendo el
ceño ante el peso—. ¿Tenías que beberlo todo?
—No lo hice, ¿y te encargaste cómo?
Esta vez tuve una respuesta, tal vez porque le permitió lucirse.
—Descubrí que las brujas, de las que la Pitia es una, a pesar de las
apariencias actuales, se sienten atraídas por la magia —me dijo, empezando
a ocuparse con los palos de nuevo—. Cualquier magia. Y cuanta más energía
se gasta, más brillante es la señal.
—Y el poder de la Pitia…
—Es tan brillante como se supone. Eso es lo que nos hizo fallar en
Londres, y de nuevo en Ámsterdam: nos quedamos demasiado cerca del
punto de entrada. Nos pusimos un gran foco en nosotros mismos, y luego
nos quedamos justo al lado. ¡No me sorprende que nos hayan encontrado!
—Así que esta vez me has alejado.
Él asintió.
—Muy lejos. Parece que las Pitias son especialmente sensibles al uso
de su propia magia, como se podría esperar, aunque cualquier cosa podría
ser suficiente para ponerlas en la pista de la esencia…
—¿Ponerlas?
—… y lo último que necesitamos es una pandilla de Pitias enojadas,
persiguiendo eso como aliteración…
—¿Pandilla? ¿Qué pandilla?
—… en nuestro camino. Pero gracias a mí, ahora tienen que
encontrarnos a la manera antigua, ¿no? Y pueden encontrarse con poco más
de un truco —terminó, viéndose sorprendentemente presumido.
Presumido y despistado.
—¿Quiénes “ellas”? —pregunté cuidadosamente—. ¿Te refieres a la
Pitia de esta época?
— Entre otras.
—¿Qué otras?
Él levantó la vista para poner los ojos en blanco.
—Las Pitias cuyos tiempos acabamos de violar, ¿pues qué creías?
—¿Qué?
Él asintió.
—Todas las Pitias. De todos los tiempos por los que me arrastraste…
—No.
—Sí.
—¡No!
—Sí. ¿Realmente pensabas que podrías usar ese tipo de poder y que
nadie se daría cuenta?
Lo miré con horror.
—Pero… pero no podrían… pero nosotros no… sólo nos detuvimos
aquí…
—Es como una autopista, ¿no? —preguntó Rosier, apartándose y
pareciendo insanamente despreocupado—. Llegas, te bajas, pero no es como
si desaparecieses en el medio. No como si esa parte no cuente. No se le
puede decir al oficial que la custodia: Sí, señor, sé que iba a exceso de
velocidad, pero no importa ya que estoy de paso.
Se interrumpió, posiblemente porque acababa de tenderle la mano y
la había agarrado. Y lo arrastré a través de su pila bien arreglada de ramitas
y musgo, dispersándolo por todas partes. Y haciendo que un par de chispas
se prendieran y luego se apagaran abruptamente, haciéndolo maldecir, pero
no importaba. Nada de eso importaba, porque estábamos a punto de estar
muy, muy muertos…
—¿Qué diablos está mal contigo? —preguntó.
—¿Qué está mal conmigo? ¡Tú! ¡Tú eres lo que me pasa! Tú y una
docena de Pitias…
—¡Silencio!
—¡Como infiernos voy a estar en silencio! No puedo luchar…
—¡No, no puedes! Y ahora mismo, tampoco yo. Y podría haber
bandidos en estos bosques…
—¿Bandidos? ¿A quién le importan los bandidos? ¿Me has oído? No
puedo luchar contra una docena de Piti…
Una mano cayó sobre mi boca.
—Cierra. La. Boca.
—¡Tú. Cállate! —Me deshice de él—. No mencionaste… no dijiste nada
sobre…
—¿Por qué tendría que hacerlo? —preguntó—. Tú eres la Pitia…
Le señalé con un dedo tembloroso.
—Sabes jodidamente bien…
—¿Que no sabes nada? ¿Que eres la opción más ridícula para
mantener esa oficina funcionando? Tener el poder de una diosa manejada
por una niña incompetente… —Se interrumpió ante mi expresión—. Oh,
¿qué? —preguntó, levantando los brazos—. ¿He aplastado el divino orgullo?
¿Herido el ego celestial? Ofendido el omnipotente…
—¡Cierra. La. Boca!
—¿Y si no lo hago? ¿Qué vas a hacer, pequeña diosa? ¿Matarme?
Si tuviera fuerzas, no lo sé. Sinceramente, no sé qué habría pasado.
Afortunadamente para nosotros dos, si había algo estaba vacío, estaba
sentado en ello.
Lo cual, por supuesto, significaba que íbamos a estar muertos incluso
más rápido de lo normal tan pronto como la pandilla nos alcanzara.
—No tengo que hacerlo —le dije insegura—. Hay un par de docenas
de mujeres en camino para hacer eso.
Rosier me miró por un momento, y luego se sentó sobre sus talones.
Y estiró el cuello hacia atrás para mirar a la vasta y brillante banda de la
Vía Láctea, muy arriba, desobstruida por nuestro fuego inexistente.
La oscuridad ocultó las diferencias en su cara, la nariz ligeramente
más aguileña, la mandíbula ligeramente menos robusta, la expresión
completamente diferente que separaba a dos hombres que usualmente se
parecían menos como padre e hijo y más parecidos a gemelos idénticos.
Al menos, lo habían hecho una vez. Pero ahora… nunca cometería ese
error. Sólo que no tendría que preocuparme por ello, ¿verdad? Aquellas otras
Pitias nunca escucharían, no a tiempo, no conmigo arrastrando a Rosier tan
lejos, con la posibilidad de que nosotros arruináramos el tiempo,
multiplicándolo exponencialmente cada año.
Y no era como si tampoco hubiera pensado en eso, no era como si no
supiera lo peligroso que era esto. Pero, ¿importaba? ¿Importaba si
estropeaba el mundo cuando Ares estaba a punto de volver y ponerlo todo
en llamas, y no podía detenerlo y Pritkin…?
Hice un sonido en mi garganta, y Rosier miró hacia abajo para verme.
Pero estaba demasiado molesta para preocuparme.
Si nos alcanzaban esta noche, todo habría terminado. Simplemente
no tenía nada.
—No nos encontrarán —me dijo, después de un momento.
—¿Cómo puedes saber eso?
Hizo un amplio gesto que se apoderó de toda la extensión que nos
rodeaba.
—Gales.
—Eso no responde nada.
—Al contrario, responde todo. Las legiones romanas conquistaron
imperios, sus gobernadores hicieron estremecer a los reyes de miedo, y su
expansión se tragó una buena parte del mundo conocido. Sin embargo, les
llevo treinta años conquistar Gales, e incluso entonces, nunca lo tuvieron
fácil. Las legiones se dieron cuenta que era demasiado difícil luchar en estas
montañas y era demasiado fácil morir, con escondrijos detrás de cada roca
y árbol, hombres salvajes constantemente acechando…
—Las Pitias no son legiones romanas —le dije insegura.
—No, pero no se puede luchar contra lo que no se puede encontrar. Y
no nos pueden encontrar. Dejé bastantes senderos falsos, hice lo suficiente
dando vueltas alrededor, y corté mi camino a través de las cimas de las
montañas.
—Pero… decenas… —La idea era abrumadora. Decenas de Pitias.
¿Cómo podría alguien oponerse a eso?
—Potencialmente decenas —enmendó.
Lo miré.
—¿Qué?
—Bueno, esa otra, ¿cuál era su nombre? ¿La anterior a ti?
—¿Agnes?
—Sí. No se presentó en Ámsterdam, ¿verdad?
—Yo… no. Pero…
—Ella debe habernos sentido pasar, por así decirlo, pero dejó que la
Pitia de ese momento lo manejara. Sólo nos enfrentamos a dos Pitias en
Ámsterdam, porque de Londres nos siguió fuera de su propia época. Ahora,
puede haber más Londres por ahí, pero me parece más que probable que se
quedarán dónde están y dejaran que la chica local se encargue. Quienquiera
que sea. —Miró a su alrededor.
—Pero… pero acabas de decir…
—Sí, bueno, estaba jugando contigo, chica.
—Jugando… —Lo miré fijamente.
—Dándote el peor de los escenarios —dijo, un poco a la defensiva—.
Técnicamente, todas podrían terminar aquí. Sin embargo, creo que es más
probable que sólo se presenten si la Pitia actual no puede encontrarnos. Lo
cual, con la cantidad de territorio que tiene que cubrir, y si nos abstenemos
de ponernos un foco encima usando magia, debe comprarnos unos cuantos,
¡mira!
Salté, con la cabeza dando vueltas, mi corazón en la garganta. Pero la
luna apenas era una astilla sobre los árboles, y no podía ver nada. La luz de
las estrellas sólo lograba hacer que cada pequeña colina y montículo en el
suelo pareciera un enemigo al acecho.
—¿Qué?
—¡Una llama! —Rosier se puso de rodillas, las manos ahuecadas
protectoramente alrededor de algo en una pila de musgo. Casi me desmayé.
Jugando, pensé vertiginosamente, observándolo inclinarse protector
sobre un parpadeo en la oscuridad. Sus mejillas se hincharon, y comenzó a
exhalar pequeñas bocanadas de oxígeno. Al cabo de un momento, un brillo
de luz bailó en sus ojos, haciéndole parecer más diabólico que de costumbre.
Iba a matarlo, decidí inestablemente.
Simplemente no ahora.
Me recosté.
Después de un rato, lo oí avanzar, probablemente en busca de más
madera para la pequeña llama hambrienta. No me molesté en abrir los ojos
para comprobarlo. Todo dolía. Cada. Cosa. Se. Sentía como si hubiera
logrado esguinzarme el cuerpo entero y posiblemente también mi cerebro.
Y encima de eso, me moría de hambre.
—¿Trajiste algo de comida? —le pregunté cuando lo oí regresar.
—¿Qué? Oh sí.
Algo me golpeó en el pecho. Abrí los ojos para encontrarme mirando
uno de esos pequeños paquetes de galletas y queso. No eran de las buenas.
Eran del tipo que consigues en las gasolineras cuando estás ebrio a las dos
de la madrugada y no eres remilgoso. Del tipo que tiene el queso pegajoso a
medio-licuar en neón amarillo.
Las comí de todos modos.
—¿No hay una posada o algo así? —pregunté.
—¿Qué?
—Una. Posada. ¿Tú sabes, un Ramada medieval?
Él bufó.
—Vas a estar decepcionada.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que, si estás buscando las majestuosas fortalezas de
Camelot con bandera, vas a estar buscando un rato.
Dios, odiaba a ese hombre.
—No pregunté acerca de las fortalezas. Pregunté por una posada. En
algún lugar —dije señalando todo, mientras una gota de agua silbo alegre
en el pequeño resplandor de Rosier.
Miró hacia el cielo, frunciendo el ceño. Pero parecía haber sido una
centinela solitaria, porque no había más. Así que me miró con el ceño
fruncido.
—Tampoco tenían posadas.
—Entonces, ¿dónde dormían los viajeros?
—La mayoría de la gente no viajaba, y los que sí lo hacían se quedaban
en los monasterios, algunos de los cuales te dejarían pasar una noche o dos
si decías cosas buenas sobre cualquier pedazo de santo que hubieran
escondido. —Agito una mano—. Pero en este período de Gales están en su
mayoría por la costa.
—Entonces, ¿qué hace alguien que va al interior?
—Encuentra una cómoda granja si nadie lo está buscando.
—¿Y si alguien lo está buscando?
—Acampa.
Cerré los ojos. Maravilloso.
—Tienes más suerte de lo que sabes —me dijo—. Las posadas
medievales, cuando se podía encontrar una, eran universalmente terribles.
Pulguientas, infestadas de piojos, y repletas de matones que tan pronto te
vieran, te acuchillarían por mirarlos. ¡Y no me hagas empezar con la comida!
Creo que deliberadamente trataron de envenenarme en más de una ocasión.
—Entonces, ¿por qué has venido aquí?
—Por la misma razón por la que alguien viene a este miserable
pequeño mundo. —Miró alrededor con malicia—. Poder.
Él no parecía interesado en explicar eso, lo cual estaba bien por mí.
Si nunca volviera a hablar con el hombre, estaría bien para mí.
—¿Has traído sacos de dormir al menos? —pregunté, tratando en vano
de encontrar un lugar cómodo.
—No.
—¿No? Si sabías que no había posadas, ¿por qué…?
—No sabía que ibas a aterrizarnos en medio de la maldita nada,
¿verdad?
Ahogué unas cuantas docenas de comentarios sobre su suerte al
habernos traído aquí completos, y me centré en el paquete que me había
arrojado a la cara con otro pase.
—Entonces, ¿qué hay aquí dentro?
—Ropa, principalmente. ¿O pensabas ir a la corte vestida así?
Miré hacia abajo, a mis shorts y camiseta, entendí lo que había dicho.
—¿Vamos a la corte?
—Así es.
—Te refieres… ¿a la corte de Arturo? ¿Vamos a Camelot?
Rosier parecía que estaba a punto de decir algo, y luego cerró los
labios con fuerza.
—Sí. Vamos a Camelot. ¿Contenta?
—¡No!
—¿Por qué no estoy sorprendido?
—¿Por qué no podemos esperar a Pritkin en algún lugar menos…
público?
—Porque, querida, a diferencia de ti, mi hijo se molestó en aprender
algo sobre su magia. Magia que no tengo, ¿recuerdas? Acercarse a él en el
camino sería una muy mala idea.
—Pero él te conoce. Oh espera. Veo a qué te refieres.
—Aún no me conoce —replicó Rosier—. ¡Todo lo que vería sería a
alguien que se había disfrazado de él, que también está tratando de
engañarle!
—¿Y no verá lo mismo en la corte?
—No. Vas a entrar y atraerlo. Me esconderé y lo dejaré inconsciente
mientras está ocupado contigo…
—Sí. Porque eso funcionó muy bien en Londres.
—… y luego usaremos algunas drogas humanas para mantenerlo así.
No hay magia, ¿ves?
Sólo lo miré.
—¿Tienes una idea mejor? —preguntó.
—Cualquier cosa es una idea mejor. Tratar de sorprender a alguien
con los reflejos de Pritkin…
—¡Los míos tampoco son tan malos!
—… ¿y por qué tengo que atraerlo? ¿Por qué no puedes entrar y…?
—Nunca entraré; hay demasiada seguridad. La gente aquí es
paranoica, y por buenas razones. El lugar hace que tu Salvaje Oeste parezca
Disneylandia.
—Entonces, ¿cómo se supone que…?
—¡Maldita sea, niña! ¡Eres una mujer atractiva! Es un paso para
entrar prácticamente a cualquier lugar, si sabes cómo usarlo.
Lo miré un poco más.
—Y te ayudaré” —dijo pesadamente. Comencé a comentar, pero
levantó una mano—. Estás haciendo esto más difícil de lo que es. Vamos a
la corte. Lo atraemos. Nos lo llevamos. Llegar aquí fue el desafío; el resto va
a ser fácil.
Fácil, pensé burlonamente, dando tumbos a lo largo de un “camino” a
la mañana siguiente con los “zapatos” que Rosier había proporcionado para
armonizar con mi “vestido”, y todos ellos eran impíos, feos y ni siquiera
combinaban. Y eso incluía el “camino”, que se aferraba al lado de una
montaña como si hubiera sido cortado para ir a otro lugar.
Como a algún lugar que no estuviera en un ángulo de cuarenta y cinco
grados, situado junto a un acantilado.
—Pensé… Gales… se suponía que era… frío —jadeé, sintiendo sudor
caer por mi cuello.
—¿Siempre te lamentas tanto? —preguntó Rosier deslizándose por el
barro. Y apenas logrando evitar un rápido descenso hacia el valle.
—Estaba haciendo… una observación. Y esta maldita lana no ayuda.
—Es lo que la gente usaba en esta época. Lana y lino…
Rosier se interrumpió cuando de repente cayó sobre su culo, lo cual
fue divertido. Y luego comenzó a deslizarse hacia el acantilado, lo cual no lo
era. Lo agarré y me eché hacia atrás, pero me olvidé del barro… y de mi
pésima excusa de zapatos con tracción inexistente. Terminé cayéndome y
clavando un codo en su estómago, o posiblemente algo ligeramente más
bajo, mientras nos alejábamos del borde, rodando, maldiciendo y
cubriéndonos de barro.
Pero terminamos encima de la cara del acantilado, así que supuse que
eso era algo.
Furiosos ojos verdes se encontraron con los míos, sobresaliendo de
una máscara marrón y viscosa.
—¿Así que no podríamos… tener… algo más que lino? —le pregunté
después de un minuto.
—¿Por qué no te ha matado Emrys? ¿Por qué todos no te han matado?
—Lo han intentado.
—¡No lo suficiente!
—Pensé que no me creías —dijo cuándo nos detuvimos bajo un árbol
goteando para tomar un poco de agua. Cómo podía ser simultáneamente
lluvioso y caliente en Gran Bretaña, no tenía idea. Pero estaba sucediendo.
Y lentamente nos evaporábamos dentro de nuestra lana encantadora.
—¿Acerca de?
—Tu madre.
—No lo hago —le dije, limpiando mi boca en mi vestido, porque no era
como si alguien fuera a notarlo. Me había caído en el lodo tres veces, la
última de cara, y la prenda estaba más allá de la suciedad. Y tenía una roca
en mi “zapato”. Me senté en una raíz muy incómoda y lo saqué, sacudiendo
la cosa.
—Entonces, ¿qué fue esa broma? —preguntó Rosier.
—¿Qué broma?
—¡Sobre yo usando a mi hijo!
Me encogí de hombros.
—Sólo que no puedes hacer ambas cosas. No puedes reaccionar como
el anticristo de mamá por supuestamente tratar de usarme, y luego darte la
vuelta y declararte puro y blanco lirio cuando estás haciendo exactamente
lo mismo…
—¡No estoy haciendo lo mismo!
—Oh no. Por supuesto que no. —Habíamos llegado al tema de la
madre de Pritkin, y Rosier se había puesto a la defensiva. Y así, por
supuesto, había comenzado a atacar a la mía. Pero teniendo en cuenta todo,
no creía que tuviera muchas razones para sentirse superior—. Solo preñaste
a una mujer que sabías que iba a morir…
—¡No sabía eso!
—¿Porque las últimas cincuenta que murieron en el parto después de
que sus hijos medio-íncubos las drenaran fue una coincidencia?
—¡No fueron cincuenta, y las mujeres morían de parto todo el tiempo
en esta época! —dijo irritado—. Junto con mil otras cosas. Al principio,
pensé que era simplemente mala suerte.
—¿Mala suerte?
—No tenía a nadie que me dijera lo contrario. ¡No es como si alguien
hubiera intentado eso!
No, supongo que no. Los íncubos, como todos los demonios tan cerca
como podía imaginar, trataban de mejorar su línea mediante el
acoplamiento de cadena de poder. Así que los cruces de demonios y
humanos eran bastante raros. Tendría que ser una excusa muy triste para
un demonio encontrar en un humano un partido decente.
Por supuesto, era Rosier de quien estábamos hablando.
Pero no había estado detrás de la madre de Pritkin por su poder,
¿verdad?
—Pero cuando finalmente te diste cuenta, no te detuviste —señalé.
—¡No, busqué a una mujer que pensé que viviría!
—¿Por qué tenía una pequeña cantidad de sangre Fey?
—No era pequeña, ¿y por qué sabes todo esto?
—Pritkin me lo dijo. —Rosier me fulminó con la mirada—. ¿Qué?
También es su historia.
Desvió la mirada y su mandíbula se tensó.
—Nunca habla con nadie. No sobre esto. Él no me habla de esto.
—¿Lo esperabas?
—¡Sí! ¡Él hace suposiciones, y siempre, siempre, soy el villano!
—Puedes culparlo…
—¡Ese no es mi lugar!
—… a menos, por supuesto, que esas suposiciones sean correctas…
Empezó a decir algo, y luego se detuvo, los labios apretados. Y luego
decidió que al infierno con eso y lo dijo de todos modos.
—No tienes ni idea de lo que es en la corte —escupió—. ¡Ninguna! El
complot, la intriga, nunca termina. La única salida es morir, o tener
suficiente poder para que nadie corra el riesgo de desafiarte. Pero no podía
absorber lo suficiente por mí mismo y acumular ese excedente, no cuando
debo gastarlo constantemente para romper las luchas y mantener el orden.
—Así que decidiste conseguirte un respaldo.
—¡No se suponía que necesitara uno! Nunca debí tener esta posición
tan joven. ¡Hasta que tu madre decidió lo contrario!
Caminó con dificultad hacia delante, apuñalando el suelo con el
improvisado bastón que había construido a partir de una vieja rama de árbol
y sin mirarme. Aunque eso podría haber sido por el terreno traicionero. Me
esforcé por mantener el ritmo.
Era difícil imaginar a alguien que probablemente era más viejo que las
pirámides como “joven”, pero supongo que era relativo. Y no se equivocaba
con mi madre. No enteramente, de todos modos.
Había sido la última diosa dejada en la tierra porque había pateado a
todos los demás, y a los dioses también. Lo sabía desde hacía un tiempo. Lo
que acababa de descubrir era cómo lo había hecho.
Lo había hecho cazando demonios, a los más viejos, los más fuertes y
más poderosos, incluyendo a los que, los otros demonios llamaban “horrores
antiguos” y se estremecían cuando los mencionaban. Y el padre de Rosier,
que no había sido uno de los anteriores, pero había tenido la mala suerte de
ponerse en el camino.
Luego ella utilizó lo que les robó, energía acumulada durante
innumerables milenios, para echar a sus dioses compañeros y cerrar de
golpe la puerta metafísica detrás de ellos.
Nadie sabía por qué había hecho eso. El Círculo la veía como la
salvadora de la humanidad, porque los dioses habían estado haciendo un
trabajo bastante bueno destruyendo el nuevo mundo que habían
encontrado antes de su abrupta partida. Era por eso que el Círculo de Plata
tomaba ese nombre, por qué seguía siendo su símbolo: un círculo de luz,
como la luna llena en una noche clara, como el viejo símbolo de los más
conocidos nombres de la madre: Artemisa, diosa de la luna, la gran
cazadora…
Por supuesto, como el hijo de uno de los que había cazado, Rosier lo
había tomado ligeramente diferente. Es decir, que había expulsado a los
otros dioses para dominar por sí misma. Sólo ellos habían resistido más de
lo que esperaba, lo que le llevó a gastar la mayor parte de su fuerza recién
adquirida en la batalla. Y eso la había dejado vulnerable para pagar a todos
esos demonios indignados, si podían encontrarla.
Nunca lo hicieron.
Pero ellos me encontraron. Y naturalmente asumieron que alguna
trama nefasta por parte de mi madre había conducido a mi concepción.
Rosier era especialmente un gran fan de esa idea. Eventos recientes habían
mitigado algo el punto de vista del Concilio, pero Rosier…
Todavía estaba en tierra de la incredulidad y no mostraba ninguna
señal de regresar.
—Entonces era una época diferente —me dijo, mirando hacia la
extensión de las montañas—. Mi padre superó las brechas entre mundos
como un coloso, magnífico en su poder, impresionante en su influencia. En
su época, los íncubos eran respetados, admirados, incluso codiciados.
Nuestro pueblo era considerado un ornamento para cualquier corte, valiosos
concejales, espías de confianza, funcionarios, diplomáticos… —Se
interrumpió.
—¿Y entonces? —pregunté.
Me disparó una mirada.
—Y luego llegaron los tiempos oscuros, y el mundo que conocíamos
se destrozó y se rompió. Todo el mundo estaba a la deriva mientras las cortes
se dispersaban y la gente huía y mi padre… nunca nos recuperamos.
—¿Así que Pritkin debía ayudarte a recuperar la gloria perdida?
—¡Se suponía que debía ayudarme a sobrevivir! —dijo Rosier,
cortando algunos arbustos de aulaga que habían crecido sobre el “camino”—
. Eso es todo lo que hemos hecho desde entonces. Y fue muy duro, niña.
Nuestras habilidades especializadas, perfeccionadas a lo largo de
innumerables siglos, eran repentinamente inútiles. Belleza, lujo, adulación,
¡ninguna de estas cosas significa una mierda cuando estás rasgando y
arañando para sobrevivir! ¡Cuando tu propia civilización está
desmoronándose alrededor de tus orejas! Pero sobrevivimos, entre todos
ellos, entre criaturas mil veces más poderosas. Los que todos supusieron
que estarían entre los primeros en desaparecer, los suaves, los indulgentes,
los inútiles íncubos sobrevivieron cuando innumerables razas más fuertes
cayeron.
Se giró de pronto contra mí, tanto que ambos casi nos caímos.
—Hice eso, ¿entiendes? Mantuve los remanentes de nosotros unidos;
Nos forjé en un todo funcional; ¡nos encontré un refugio! Todo lo que pido
es que Emrys me ayude a sostenerlo. Y él podía, fácil, placenteramente. Con
dos de nosotros para absorber poder, y con nuestros dones… ninguna
coalición jamás podrá desafiarnos. Significaría seguridad absoluta…
—Para ti —le señalé.
—¡Para todos nosotros!
—No para Pritkin.
—¡Es un incubo, le guste o no!
—Él también es humano, y para él esa clase de vida es más como
esclavitud.
—¡No es nada de eso!
—¿Como para esas personas cuyo mundo has convertido en tu
refugio? —Lo había visto recientemente, un vasto y extenso mundo desértico
que había sido tomado por los incubo. El mundo y su gente.
—Si no lo hubiéramos hecho, habrían sido conquistados por otra
persona. En esos días…
—Pero esos días han terminado, ¿no? Ha pasado por mucho tiempo.
Pero no he notado ninguna emancipación que…
—¡Bah! —gritó de repente Rosier en mi cara, haciéndome retroceder.
Y mirarlo fijamente—. ¡He terminado de hablar contigo! —proclamó, y se
alejó a grandes pasos, levantando con los pies pequeños grumos de barro.

—Tienes que dejar de entrar en pánico —le dije muy claramente, unas
horas después. Habíamos salido del valle húmedo hasta una montaña fría,
pero nuestra suerte era casi la misma. Así estaba ocupado demostrándolo
Rosier.
—¡Tú detén el pánico! —gruñó—. ¡No están tratando de comerte!
—Tampoco están tratando de comerte. —Bueno, estaba bastante
segura—. Sólo quieren lo que hay en la bolsa. Dales lo que hay en la bolsa.
Rosier me fulminó con la mirada desde su agarre encima de un
abedul, donde había aterrizado después de que la roca cayera, pero antes
de la avalancha. Me había refugiado en una especie de hueco en forma de
cueva en las rocas, pero él se había visto obligado a saltar sobre el acantilado
o ser aplastado por piedras de cuarenta kilos y una montaña de nieve. La
buena noticia fue que terminó agarrándose de la parte superior de un árbol.
La mala noticia era que una masa de cerdos salvajes aparentemente vivía
abajo.
Y no tenían intención de dejarlo.
—¿Cómo es que darles comida va a animarlos a marcharse? —
preguntó Rosier, mirándolos con ojos desorbitados.
—Porque van a tirarte del árbol —dije, exasperada—. No, no. Quita el
celofán primero. ¡No sabrán lo que es!
—¡No puedo quitar el celofán y aferrarme al maldito árbol!
—Usa las piernas.
—¿Qué?
—¡Tus piernas!
Rosier me miró como si hubiera perdido la cabeza.
—¡Soy un incubo, no un contorsionista!
Tomé un respiro y cerré los ojos. Eso parecía ser lo único que ayudaba
con él, si no podía ver su cara estúpida.
—Usa las piernas para sujetarte al árbol. Utiliza tus manos para
desempaquetar la comida. Tira la comida lejos de ti. Entonces, cuando la
persigan, baja y corre en otra dirección.
Hubo algunos gruñidos que no pude distinguir muy bien, y luego un
celofán arrugando. Y luego un montón de chillidos agitados.
Abrí los ojos para ver a varios cerdos saltando sobre el tronco como si
estuvieran tratando de subir, Rosier chillando y retrocediendo aún más
hacia la oscilante y frondosa copa de la arboleda y galletas de queso
lloviendo como un maná del cielo. Suspiré.
—Dije lejos. Tienes que tirarlas lejos de…
—¡No soy Sandy Koufax!
—¿Quien?
—Oh, por favor… —La copa de los árboles tembló un poco más, y una
cara de indignación apareció a través del follaje—. ¡Solo haz lo que te dije!
—No estoy usando magia —le dije, agarrando su bolsa grande de
trucos un poco más fuerte. Afortunadamente, había decidido aliviar su
carga haciéndome llevarlo. Por desgracia, no podía usar nada en él sin traer
la pandemia de Pitias sobre nuestras cabezas.
—¡Entonces usa la pistola!
—¿Ha-has traído una pistola? —Abrí la mochila y en el fondo estaba
una brillante nueva Beretta—. ¿Por qué trajiste una pistola? No podemos
disparar a nadie…
—Infiernos no podemos.
—¡No podemos! ¡Cambiaría el tiempo! Te lo dije…
—¡Y te dije que dispararas a los malditos cerdos! ¿O eso también
cambiará el tiempo?
Dejé el arma antes de que me sintiera tentada a usarla en Rosier.
Más tentada.
—¡Dispárales! —gritó.
—Esa montaña acaba de intentar enterrarnos —le recordé, tratando
de hablar con calma—. ¿Quieres otra avalancha?
—¡No tenemos elección!
—Sólo han pasado unos minutos. Si dejas de gritar…
—No grito. ¡Nunca he gritado!
—… tal vez se aburrirán y se irán.
—¡Quizá si no les hubiera echado comida! ¡Nunca se irán ahora!
—No lo sabes —le dije, justo cuando varios cerdos más empezaban a
saltar en el tronco—. ¿Y puedo recordarte que toma segundos para que una
Pitia aparezca? —añadí, sobre sus gritos renovados—. Una vez que sepan
dónde estamos…
—¡Cállate y bájame, mujer espantosa! ¡Bájame, bájame, bájame!
—No puedo hablar contigo cuando estás así, sabes; realmente…
—¡Augghhh!
Habría puesto el ruido infernal de Rosier en la tendencia a la histeria,
pero luego oí algo más. Algo como el chirrido-crujiente-reventándose de la
madera que se quiebra. Y, bueno, era apenas posible que este árbol
estuviera en su mejor forma.
Y ahora los cerdos estaban aplastándolo.
Empecé a hurgar en la bolsa.
—¿Qué más tienes aquí?
—Usa las amarillas. ¡Las amarillas!
—¿Qué amarillas? —Había mil cosas aquí—. Píldoras, pociones,
amuletos…
—¡Augghhh! ¡Augghhh! ¡Augghhh!
Vacíe la bolsa al revés y me arrastré por el nevoso lodo de barro. Y
encontré un montón de pequeñas cosas amarillas envueltas
individualmente que caían de una pequeña bolsa. Genial, ahora tenía que
abrir una. Y gracias a los acontecimientos recientes, mis uñas estaban rotas.
Pero me las arreglé, y un momento más tarde miré hacia arriba. Y vi
el árbol de Rosier balanceándose de un lado a otro, locamente, como si
estuviera tratando de hacer el hula-hula. O, ya sabes, como si estuviera a
punto de caer por una manada de jabalís enloquecidos.
Me lamí los labios.
—De acuerdo, ¿ahora qué?
—¡Sus gargantas!
—¿Qué?
—¡Sus gargantas! ¡Sus gargantas! ¡Tienes que metérselos por su…
augghhh!
Lo miré fijamente. Sí, como si eso fuera a pasar.
Pero por una vez, el pánico de Rosier estaba justificado. No tenía que
ser un leñador para saber que el árbol estaba en su última pierna. O rama.
O…
—¡Lánzame la mochila! —grité.
—Oh sí. Sí, te gustaría eso, ¿no?” —dijo furiosamente—. Así puedes
largarte con la comida y dejarme aquí…
—¡No! ¡Estúpido, no estoy planeando abandonarte!
—¿Entonces para qué?
—Para los cerdos, estúpido, estúpido…
Una gran cosa de cuero me golpeó en la cara, lo suficientemente fuerte
como para derribarme.
Pero realmente no había tiempo para quejarse. Mi trasero cayó en un
charco helado, y al segundo siguiente, estaba tirando comida chatarra por
todas partes. Y este no era el momento para jugar con mierda como rollos
de fresa o tiras de pavo. No, esto era para llamar a las grandes armas.
Saqué una pequeña caja blanca y fui disparando los Twinkies.
Un momento después, el árbol de Rosier quedó abandonado, y
algunos otros cayeron con un gran chasquido, crujidos y chillidos tan
fuertes como una bala que resuena en el bosque. Normalmente me habría
hecho estremecer y entrar en pánico, huyendo en la dirección opuesta, antes
de que todo el mundo y su perro vinieran a averiguar qué diablos pasaba.
Solo que estaba teniendo un problema para hacer eso.
Justo ahora estaba teniendo un problema haciendo cualquier cosa,
de pie y mirando con la boca abierta.
Todavía lo hacía cuando Rosier se unió a mí unos momentos después.
Su árbol había terminado encajado contra una saliente de roca un poco más
abajo, en lugar de golpear el suelo del bosque, lo que le permitió girar a
tierra firme. Y supongo que el tiempo intermedio le había dado la
oportunidad de reunir su mierda, aunque la presunción habitual aún no
había regresado.
O tal vez también estaba teniendo dificultades para encontrar las
palabras correctas.
—Tú… no, no usaste las píldoras para noquearlos, ¿o sí? —preguntó
finalmente, mirando hacia el vacío.
Sacudí la cabeza.
Se sentó y dividimos el último Twinkie.
—Te das cuenta que acabamos de enviar una manada de cerdos
voladores sobre la región medieval de Gales —le dije, algún momento más
tarde, cuando el último pequeño oink desapareció en el horizonte.
—Mh.
—No pareces muy preocupado.
Rosier se puso de pie y luego extendió una mano para ayudarme.
—Quizá les dé a las Pitias algo más que hacer. Y en todo caso…
—¿En todo caso?
—Bien. La expresión tenía que comenzar en alguna parte, ¿no?
—Pensé que sabías dónde estaba este lugar —dije mientras
pasábamos por tercera vez un familiar tronco cubierto de musgo.
—Lo sé.
—Así que estamos tomando la ruta escénica, ¿es eso? —Era mitad de
la tarde, estábamos empapados de sudor, y nos había llovido dos veces. Peor
aún, ni siquiera habíamos conseguido localizar la corte, mucho menos a
Pritkin. ¡A la velocidad que íbamos, aún estaríamos vagando por la región
inhóspita cuando el alma maldita viniera, se fuera y ni siquiera lo
sabríamos!
Rosier se detuvo abruptamente.
—¿Ves eso? —preguntó señalando algo entre los árboles.
—No.
—¡Es un molino!
Miré la sombra.
—Está bien.
—Quédate allí. Encuentra un asiento, siéntate y espérame. ¡No te
vayas, no te metas en líos y no hables con nadie!
Lo miré furiosa. Nuestro breve momento de camaradería se había
desvanecido en el lúgubre lodo de caminos inexistentes, montañas heladas
y valles húmedos, se había estado poniendo cada vez más malhumorado
durante toda la tarde. Por no mencionar más lento, cuando el zapato perdido
tomó su cuota a pesar de ser reemplazado por un largo repuesto de lana
gris. Bueno, ahora grisáceo, la tierna carne de Rosier había sido lacerada
por un par de miles de rocas afiladas.
—No puedo hablar con nadie cuando no hablo el idioma —le señalé—
. ¿Y a dónde vas?
—¡A encontrar el camino correcto!
—¿Por qué no puedo ir contigo? —No estaba entusiasmada con la
compañía, pero me sentía menos feliz de quedarme sola en el Salvaje Oeste
de Gales.
—Porque puedo viajar más rápido solo —dijo Rosier, con la voz
cortada mientras intentaba sacar la roca número 2,914 de su zapato
improvisado.
Fruncí el ceño.
—He estado caminando contigo todo el maldito día, e incluso me he
adelantado la mayor parte de la última…
-—Y si tengo que soportar tu charla infernal un minuto más, te
asesinaré —añadió, jadeando—. ¡Y mientras que indudablemente sería de
gran ventaja para la tierra, me dejaría aquí, sin magia, por el próximo
milenio y medio!
Se alejó.
Lo miré y fruncí el ceño un poco más. Entonces fui a encontrar este
“molino”. No tenía grandes esperanzas.
Por supuesto, podría estar equivocada, pensé, pasando entre los
árboles. Y encontrando una estructura desmoronada con una rueda de
agua, que podría ser confundida con un molino si alguien entrecerraba los
ojos. Pero apenas me di cuenta.
Porque había un arroyo, y se veía como un pequeño trozo de cielo
gorgoreante.
Choqué y tropecé y luego resbalé el resto del camino por la colina y
me senté en la orilla, tiré los “zapatos” que mi bastardo sádico compañero
de viaje había proporcionado. Porque, aparentemente, si alguien veía una
foto de mis Keds, podría cambiar toda la historia. Probablemente sólo estaba
enojado porque no había pensado en traer zapatos de senderismo.
No es que los finos tenis hubieran sido de mejor ayuda, ya que
aparentemente Gales es una palabra celta que significa “fosa de barro”, pero
al menos tenían suelas. Lo más parecido a esto era un pedazo de cuero
endurecido, y luego un puñado de solapas de cuero con un cordón tirando
de ellas hasta donde las ate alrededor del tobillo. No eran tanto zapatos como
bolsas para los pies, y eran una mierda, Oh Dios mío.
Pero finalmente conseguí desatar los cordones y metí mis ampollas en
el agua y Oh. Estaba fría. Estaba perfecta.
Permanecí allí un rato, mirando hacia las ramas del árbol. Un par de
determinadas afluentes de vides se mecían por el viento hacia las ramas al
otro lado. Iban y venían, iban y venían. Las seguí pensando que se
agarrarían en cualquier momento, y empezarían a bordar el restante del
cielo, pero nunca lo hicieron. Sin embargo, era algo hipnótico.
Especialmente con el placer líquido corriendo por mis talones golpeados y
los dedos de mis pies maltratados.
Después de un rato, mis pies comenzaron a sentirse mejor, pero mis
piernas comenzaron a señalar que también podrían tener cierta atención.
Todas estaban arañadas, gracias al hecho de que el último “camino” había
sido más bien un sendero de cabras y tuvimos que atravesar kilómetros de
flora espinosa. Me deslicé un poco más abajo, pero eso me dejó con piedras
duras debajo de mi trasero, un cuerpo sudoroso y manchado de barro,
gritando para nadar.
Miré alrededor.
La gran rueda giraba perezosamente, pero no vi a nadie alrededor del
molino, estaba medio oscurecido por las malas hierbas de todos modos. Por
supuesto, eso no significaba que estuviera abandonado; todo por aquí tenía
maleza. Pero incluso si no, la gente no usaba molinos todo el año, ¿verdad?
La cosecha llegaba, hiciste lo que pudiste, recoge tu harina o lo que sea, y
hasta el próximo año.
Al menos eso esperaba, porque realmente quería un baño.
Me senté allí, mordiendo mi mejilla un rato y pensando en ello.
Rascándome, porque el maldito vestido me estaba rozando. Era básicamente
otro saco, sólo que con agujeros en él. Lo cual habría estado bien, ya que mi
cabeza y mis brazos necesitaban un lugar para salir. Sólo que estos agujeros
no tenían sentido.
A menos que la cosa hubiera sido diseñada para un jorobado con un
brazo que creció fuera de su pecho y un cuello donde debe estar su hombro.
Así que no lo llevaba tanto como estar presa por él, de repente no podía
soportarlo más.
Después de otra mirada cautelosa, lo quité, solo así, sólo deshacerme
de diez kilos de lana húmeda y rasposa, fue la sensación más increíble que
había tenido en un tiempo.
Permanecí allí unos minutos más, con la masa rasposa en mi regazo
como un esponjoso peluche muerto.
Y esperé a que alguien llamara sobre algo como un polluelo desnudo
que se estaba cruzando. Pero nadie lo hizo.
Nadie apareció, y no hubo ruidos, salvo el ocasional llamado de un
pájaro, el gorgoteo de la corriente y el rechinar, rechinar, rechinar rítmico
de la rueda distante. Un pez se lanzó al aire e hizo un pequeño movimiento
feliz antes de desaparecer de nuevo. Un conejo gordo sacó su nariz de un
arbusto, me miró por un momento, y comenzó a masticar algo de hierba.
Una pequeña brisa envió una ondulación a través de la parte superior del
agua, rompiendo la luz del sol de la tarde en un centelleo de oro.
Dejé el monstruo de lana en la orilla y me metí al arroyo.
Y, está bien, eso estaba frío.
Sólo quédate, me dije. Quédate adentro, quédate adentro, quédate
adentro, y va a estar mejor. Y lo hizo. En un minuto, fue increíble.
Sentí que todo mi cuerpo magullado, rasguñado y torturado por la
lana se relajaba en una sensación de felicidad tranquila. Oh Dios, pensé
lloriqueando. Amo Gales.
Pasé quizás diez minutos nadando, flotando sobre mi trasero y viendo
mis dedos de los pies salir del agua. Era un pequeño lugar dulce. Muy verde.
Por supuesto, decir eso sobre Gales era como decir que el desierto era
marrón. O que el cielo era azul. O que Rosier era un idiota. Gales tenía que
ser el lugar más verde que había visto en mi vida, casi sorprendentemente
después de Las Vegas.
De regreso, a lo que había empezado a pensar secretamente como, en
casa, incluso los lugares que deberían haber sido verdes a menudo no lo
eran. Como al sur cerca de la línea de agua del lago Mead o a lo largo de las
orillas del Colorado. Si tenías suerte, podrías ver algunos trozos arrebatados
de la piel del desierto aquí y allá, obstinadamente aferrados a la tierra
rocosa, o una enredadera, mayormente parda, que se arrastraban por un
acantilado. Pero eso era todo lo que conseguirías, al menos de la naturaleza.
Por supuesto, era Las Vegas, así que todo el mundo engañaba. Los
casinos, centros comerciales y campos de golf, todos tenían verdor
alrededor. El Bellagio tenía su propio jardín interior. Y Boulder City, un
pequeño pueblo donde los trabajadores habían sido alojados durante la
construcción de la presa Hoover, había instalado una exuberante alfombra
de hierba en el nuevo parque infantil que habían construido para sus hijos.
Sólo para salir al día siguiente y encontrarse treinta o más, enormes
y cornudas cabras masticando el buffet gratis.
Oye, era Las Vegas.
La gente del pueblo finalmente había hecho la paz con las cabras, que
simplemente se negaron a moverse, y al verdadero estilo de Las Vegas,
incluso se había organizado visitas al lugar. Si se iba a la hora correcta del
día, se podía ver el enfrentamiento entre las cabras que iban y los niños
locales, cada uno en su lado respectivo del patio de recreo, cada uno
ignorando al otro.
Lo que no podías ver era algo como esto.
Miré a mi alrededor, al extremo opuesto de Las Vegas, donde incluso
las cosas que no debían ser verdes lo eran de todos modos. Como la rueda
del molino, con su fina capa de musgo verde brillante. O el agua, que era de
un esmeralda moteado gracias a las copas de los árboles que casi tocaban
el arroyo. O el cielo, que estaba tomando un tinte oliva en el este, que
predecía más lluvia en mi futuro. Incluso las rocas bajo mis pies estaban
redondeadas y musgosas, habiendo abandonado hace tiempo los bordes
ásperos por el flujo implacable de la suave agua.
Era el cielo en mis talones doloridos.
Era un infierno en el centenar de mis rasguños, pero decidí que podría
vivir con eso.
Estaba proporcionando un baño para un futuro mago de guerra.
—Esto está bien —pensé, metiéndome perezosamente en un grupo de
juncos, donde algunos pequeños peces comenzaron a intentar mordisquear
los dedos de mis pies.
Y entonces la comprensión golpeó, y casi me ahogué.
Me acerqué, tartamudeando, tosiendo, y mirando alrededor, una
masa de pájaros negros despego de las copas de los árboles. Sus aleteos y
graznidos cubrieron los sonidos que estaba haciendo, como las hierbas
cubrían mi cuerpo. Lo cual fue afortunado. Debido a que el río no era tan
ancho y Pritkin estaba justo frente a mí, metiendo un pie en el agua en la
orilla opuesta.
Puse un puño de juncos en ambas manos y miré fijamente.
Estaba vestido con un traje hippie, o considerando dónde estábamos,
posiblemente algo que un druida borracho había inventado: una túnica
cubierta de ramas, hojas y viñas, una capucha despeinada con más de lo
mismo, y un par de botas marrones apenas visible bajo el follaje caído.
Su rostro también estaba pintado como comando, todo manchado de
marrón y verde, su cabello estaba largo y esponjado en vez de corto y
puntiagudo.
Pero era él. Lo conocí al instante, y casi grité su nombre de puro alivio
antes de recordar. Y apreté mis dientes en mi labio inferior, lo
suficientemente duro como para lastimar.
Porque este Pritkin no me conocía.
Este Pritkin ni siquiera sabría el nombre que había estado a punto de
gritar, ya que él no lo había usado todavía.
Este Pritkin era un peligroso mago en un momento peligroso, y
probablemente no lo tomaría bien si sabía que estaba siendo espiado.
Afortunadamente, los juncos aseguraron que no me viera de inmediato.
Desafortunadamente, eso no me ayudó mucho, ya que no tenía idea
de lo que se suponía que debía hacer ahora.
Mis procesos de pensamiento, tal como estaban, eran algo así como:
uep.
¡Oh, mierda, oh, mierda, oh, mierda, oh, mierda!
Rosier. Escanee la ladera frenéticamente. Ningún Rosier.
¡Maldito sea!
¡Qué tiempo para desaparecer, y para mí dejarlo ir!
Pero no debería haber importado. No habíamos visto un alma todo el
día. Estábamos en medio de la nada, Pritkin debía estar en la corte y eso no
debería haber importado.
Pero él estaba aquí y sí importaba, y Rosier acababa de marcharse,
tal vez hace media hora. No podría haber sido mucho más que eso, así que
¿quién sabía cuándo volvería? ¿Y qué se suponía que debía hacer mientras
tanto?
¿Qué se suponía que debía hacer cuando Pritkin decidiera marcharse?
Sólo que no se marchaba.
Estaba desnudándose en su lugar.
Por un momento, me quedé mirando. No sé por qué. Probablemente
todavía sorprendida. Pero el del gran quién-sabe-que hippie… cayó al suelo,
dejándolo de pie, desnudo, con pantalones cortos y un bronceado decente.
Parpadeé.
Pritkin no tenía bronceado. Pritkin era un turista británico pálido,
incluso en Las Vegas, debido a toda la parafernalia de mago de guerra que
cargaba. Requería de un abrigo de cuerpo entero o, al trotar, una
voluminosa sudadera con capucha, para ocultar las diversas
protuberancias letales, y tampoco dejaba al sol muchas oportunidades.
Pero aún no era un mago de guerra, ¿verdad? Y parecía que podía
broncearse, después de todo. Lo cual era más que un poco desconcertante,
porque con el abundante cabello rayado por el sol y la versión celta de
pantalones cortos, parecía menos un peligroso mago que un surfista de
Malibú.
También se veía de otra manera. El hombre que conocía no tenía más
remedio que entrenar. Ninguna posibilidad de usar sus habilidades de
íncubo, significaba ninguna posibilidad de aumentar su magia, y los magos
de guerra eran objetivos constantes. Pero este tipo no tenía ese problema. Y
mientras que se le veía de constitución definida, parecía más alguien que le
gustaba mantenerse activo que un físico-culturista.
Excepto cuando se levantó y se giró para quitarse los pantalones
cortos. Dejando que fuera imposible no notar que las piernas eran las
mismas, gruesas y duras con músculo, probablemente debido al
entrenamiento diario de Gales. Como los muslos, que eran ligeramente más
pálidos que las pantorrillas y el pecho, como si no vieran el sol con tanta
frecuencia. Y los montículos más ligeros de arriba, que se extendían y se
flexionaban cuando se movía, arrojando la última de sus ropas sobre el
montón.
Y luego se dio vuelta y se estiro en la orilla del río, dándome la
oportunidad de ver qué otras cosas eran las mismas que yo recordaba.
Así como el hecho de que estaba herido.
Pritkin estaba sudoroso y fangoso, lo cual no me preocupaba mucho
porque era Gales, pero una rodilla estaba raspada con sangre. Y también lo
estaba su pierna derecha, donde lo que parecía una quemadura descolorida
serpenteaba desde la mitad del pecho hasta justo por encima de la espinilla.
Y su cadera…
Me trague un sonido cuando giró de ese lado, porque era un enorme
moretón.
Parecía que había estado en una pelea que, teniendo en cuenta la
forma en la que estaba, no estaba segura que la hubiera ganado. Pero debió
de haberlo hecho, me dije, antes de que mi presión arterial subiera al techo.
Estaba aquí y en una sola pieza, y dudaba que se desnudara en presencia
de un enemigo. O dejara sus cosas en la orilla del río. O buceara en el agua
desarmado…
Y no volviera a subir.
Miré a ambos lados después de un minuto, no volvió a aparecer, no
había nada. Sólo la vieja rueda, el giro lento, un montón de agua lenta, y
nada de Pritkin. Salí de los juncos para obtener una mejor vista, pensando
que tal vez había nadado bajo la superficie a algún lugar que no podía ver,
pero todavía nada.
Y, de repente, lo perdí.
El combo de sorpresa, gran alivio, pánico y luego más sorpresa hizo
que el segundo apagón mental fuera más extremo que el primero. Todo lo
que pude pensar era que estaba herido y desmayado después de que se
zambulló. Y estaba ahogándose mientras estaba allí, estaba allí como una
idiota.
¡Está bien eso no tenía sentido, lo sabía, porque él no había muerto
en el Gales medieval! Pero ¿y si de alguna manera hubiera cambiado las
cosas? ¿Qué pasaría si me hubiera visto en el momento en que se lanzó y se
salió de curso, y luego se golpeó la cabeza con algo? ¿Qué pasaría si hubiera
regresado para rescatarlo, sólo para matarlo yo misma?, y eso podría
parecer una locura para cualquiera, pero no sabían, no conocían mi vida
y…
Me sumergí en el agua, tratando desesperadamente de ver algo que
estaba todo moteado de luz, ramas de árboles balanceándose, rápidos peces,
sombras, luz del sol y plantas de agua agitándose, ¡todo el lugar se estaba
moviendo! Y no podía oír nada mejor, no con agua tapando mis oídos. O
sentir algo más que la corriente que me jalaba, más fuerte ahora que estaba
completamente dentro y luchando por ir más lejos.
Luchando duro. Pero en vez de eso, sentí que mis pies dejaban las
piedras lisas del lecho del río y mi cuerpo empezaba a regresar hacia la
superficie. Me retorcí y pateé, pero no sirvió de nada. En segundos salí de
todos modos, jadeando y mareada, porque había estado abajo más de lo que
pensaba. Lo que significaba que Pritkin…
Me sumergí otra vez o lo intenté, pero esta vez, no fui a ninguna parte.
Empujé hacia abajo, y el agua empujó de regreso. Estaba tan confundida,
tan aterrorizada, y tan cerca de enloquecer, que ni siquiera me detuve a
preguntarme por qué. La tocaba, rasgándola como si fuera tela, o suciedad
que podía quitar de mi camino si sólo me esforzaba lo suficiente. Pero no lo
hacía, pasaba por mis dedos y luego se transformaba en una barrera
repentinamente impenetrable que se burlaba de mí, se burlaba de mí hasta
que le daba bofetadas, gritando frenéticamente, furiosa y asustando de
muerte a un pájaro de agua.
Lo que no era nada comparado por cómo me sentí cuando fuertes
brazos de repente me rodearon por detrás.
El pájaro aterrizó en el grupo de juncos, sus estrechas alas cortando
el aire con un silbido.
Se hundió bajo el agua, su larga cola despedazó la luz del sol reflejado
y la fragmentó en mil piezas brillantes hasta que todo el río fluía dorado bajo
las nubes. Excepto por una silueta oscura en medio de todo, sólida y real en
la luz danzante mientras me giraba en sus brazos.
Y vi la luz de la tarde reflejada en un par de ojos verdes.
A lo lejos, las pesadas nubes que me habían seguido todo el día se
abrieron con un suspiro, y la lluvia cayó como un velo en el horizonte. Los
pájaros más sorprendidos despegaron con trinos ululando quejas. Una
sensación saltó en mi pecho, tan brillante y plena que casi fue dolorosa, el
relámpago fue un tenue eco, el cielo demasiado pequeño para sostenerlo.
Entonces Pritkin se rio, y el estado de ánimo se rompió, dejándome
parpadeando y conmocionada.
Y arrodillada sobre un manto de agua dúctil que firmemente se negó
a aceptarme.
—Tú… ¡Bastardo! —Respiré, resbalando, deslizándome y tratando de
cubrirme con lo que parecía un gigante globo de agua inflado, en el que de
alguna manera había terminado en medio. Y siendo vigilada por un duende
de torso velludo que parecía encontrar todo el asunto muy divertido. Lo miré,
atrapada entre el alivio y la indignación, hasta que la burbuja estalló tan
abruptamente como se había formado y me zambullí de nuevo.
Cálidas manos me sujetaron la cintura, ayudándome a volver a la
superficie. Y luego me arrastraron cerca de una cara divertida, que
rápidamente se agrietó en una sonrisa aún más amplia. Y luego en una risa
completa, rica, fuerte y larga, o en cualquier expresión que hubiera logrado
poner en su cara.
La que probablemente era una sorpresa, ya que nunca había oído a
Pritkin reírse así.
Y porque, extrañamente, parecía aún menos familiar de cerca.
Había similitudes con el hombre que conocía: la barbilla rechoncha,
una-generosa-nariz-que-debe-ser-llamada-como-romana y unos verdes,
muy verdes ojos. Pero las diferencias eran mayores, y estaban por todas
partes. Como la boca, que estaba más voluptuosa de lo que debería haber
estado, tal vez porque estaba estirándose en una sonrisa. Y las mejillas, que
todavía tenían algo de su regordeta cara de bebé, suavizando las duras
líneas que conocía. Y los ojos…
Que, aparte del color, no conocía en absoluto.
Les faltaba la sospecha, el cinismo y la cautela con que estaba
acostumbrada. En lugar de eso, brillaban con humor travieso y la alegría
que había visto en raras ocasiones cuando acababa de hacer algo
increíblemente peligroso. Por no hablar de estar juguetón, curioso y más
que un poco coqueto.
Lo que podría explicar sus manos en mi trasero.
Pritkin dijo algo mientras permanecía allí, quedándome boquiabierta
ante él, pero para mí eran disparates. Después de un momento, cambió de
cadencia y lo intentó de nuevo, supongo que era un idioma diferente porque
parecía expectante. Sólo para fruncir sus labios pensando cuando negué.
Luego miro a su izquierda y estrecho los ojos. Seguí su mirada, pero
no vi nada particularmente interesante. Sólo las malas hierbas, las rocas y
la rueda de agua suavemente girando.
Y una muy desnuda yo encima de un muy desnudo Pritkin.
Eché un buen vistazo y luego uno más por asegurarme, pero la vista
no cambió. Ese era definitivamente un clon de Pritkin, que acababa de
aparecer en la orilla del río. Y esa era definitivamente yo arriba,
arqueándome hacia atrás, los muslos flexionados, mientras hacíamos
algunas, mmh, cosas, muy desnudos…
Y antes de que tuviera la oportunidad de asimilarlo, otra yo y otro él
aparecieron a pocos metros de distancia, sólo que él estaba encima esta vez,
y deslizándose firmemente hasta…
De repente, miré hacia otro lado, pero otra pareja brotó a nuestra
derecha. Y luego más y más, a ambos lados del río, cada uno con una
especialidad ligeramente diferente. Como una especie de menú loco…
Y eso es exactamente lo que era, me di cuenta. Una exhibición
increíble de magia por ninguna otra razón más que para romper la molesta
barrera del lenguaje. Y tal vez para lucirse un poco. Debido a que este Pritkin
tenía sus capacidades completas de íncubo y poder para gastar, sin ningún
complejo del hombre que conocía.
O, ya sabes, de cualquiera.
Porque él no era el hombre que yo conocía. Era un joven principiante
que estaba herido y dolido, y acababa de espiar a una chica desnuda que lo
perturbó desde las malas hierbas. Y que, probablemente, pensó que había
encontrado una manera fácil de sanar. Y quien… y quien…
Y quien estaba siendo bastante optimista, pensé, mirando a la pareja
más cercana. Y sí, sabía que era una ilusión, lo sabía. Pero por alguna razón,
todavía era una sorpresa verme —verla a ella— en la cara de una mujer
como ella…
Y supongo que tal vez los había visto demasiado. Porque Pritkin, el
verdadero, dijo algo. Miré hacia arriba para encontrarlo sonriendo,
asintiendo y pareciendo entusiasta sobre mi elección.
—No —le dije con fuerza—. No, eso fue por sorpresa. Eso no fue una
elección.
Alzó una ceja, pero no parecía demasiado apagado. Quizás, me di
cuenta un segundo más tarde, porque acababa de sacar la vainilla de la
mesa. Parpadeé cuando más parejas aparecieron, salpicando ambos lados
de la orilla con delicias carnales.
Maldita sea, pensé, mirando fijamente a un trío justo un poco más
abajo en este lado del río. Y luego incliné mi cabeza hacia un lado, porque
no podía entender qué… Oh. Oh sí. Bueno, eso no estaba sucediendo…
Sólo, que de repente, sí sucedía.
—Oh, mierda —susurré mientras dos brazos más cálidos me rodeaban
por detrás.
Y eso era lo que había estado mirando, ¿no?, pensé, mientras las duras
manos se extendían sobre mi vientre inferior, empujándome contra un torso
igualmente duro. Mientras las manos del Pritkin número uno enmarcaban
mi rostro, jalándome hacia él mientras bajaba la cabeza. Por un momento,
sólo hubo aliento cálido contra mis labios, dedos acariciando mis pómulos
y huesos de cadera al mismo tiempo, líneas idénticas de espesa y necesitada
dureza presionando contra mí a ambos lados, sedosa, suave y rígida fuerza,
y dolor buscando calor.
—Oh, mira, yo, verás, mmmh —dije inteligentemente.
Y luego me besó. No era nada como los besos de Pritkin, y todo como
si lo fueran. Era menos desesperado, un hombre hambriento en un
banquete a lo que estaba acostumbrada, pero tan exigente, tan posesivo,
tan rayando en la arrogancia. Con una técnica adicional de entusiasmo,
maquillada-por-la-falta-de-técnica, técnica que realmente, realmente
funcionó en cierto nivel, no estaba con la cabeza-en-su-lugar para definirlo
en ese momento.
Se retiró al cabo de un momento, aunque no se sentía así desde que
el falso todavía estaba pegado a mi espalda, y sus labios comenzaron a vagar
alrededor de mi cuello. Como sus manos alrededor de mi torso. Estaba a
punto de hacer un escándalo, pero el Pritkin real tomó ese momento para
dar un paso atrás y ejecutar un arco muy formal y completamente
surrealista, teniendo en cuenta que su doppelganger actualmente tenía mis
tetas en sus manos.
—Myrddin —me dijo, poniendo una mano en su pecho, su cara riendo
mirando hacia arriba a la mía.
—¿Mmh… yo…. qué?
—Myrd-din —enunció más lentamente, enderezándose y golpeando su
pecho otra vez. Porque supongo que incluso en el Gales medieval se
consideraba educado presentarse antes, antes de…
—¡Oh, mierda! —grité, y comencé a explorar desesperadamente la
orilla del río. Y la colina, y el área alrededor del molino, y la jodida opuesta
área despejada, nada de Rosier. Porque este sería un buen momento para
que él apareciera.
—Ohmierda —repitió Pritkin, rodándolo sobre su lengua
pensativamente.
—No —le dije distraída, tratando de ver lo que se movía detrás de los
árboles—. No, eso no es mi… no, quise decir que… oh, mierda.
Ese último fue porque alguien acababa de salir de la línea de árboles,
bien, pero no era Rosier. Tampoco era la pandilla Pitia, lo que debería
haberme hecho feliz teniendo en cuenta cuánta magia estábamos
chapoteando alrededor. Pero por alguna razón, no estaba recibiendo esa
vibración.
Por un segundo, me quedé allí, contemplando a tres muy-ligeros-
cuerpos que bajaban por la orilla. Tenían una extraña armadura negra,
largo cabello plateado, una forma fluida y alienígena de moverse que era
menos sexy que la de El Señor de los Anillos y más intensamente
espeluznantes.
Fey, pensé en blanco.
Me pregunto qué están haciendo aquí.
Entonces uno de ellos sacó una lanza de alguna parte en su espalda.
Se paró junto a una de las parejas retorciéndose en la orilla del río. Y la dejó
caer en un movimiento salvaje que los atravesó con un solo empuje, como
un kebab humano.
—¡Ohmierda! —dijo Pritkin con más confianza.
Mis pensamientos exactamente.
El dúo se dobló y luego se evaporó en la niebla, y empecé a cruzar
locamente por la ribera.
Lo que habría sido más fácil si el falso Pritkin no hubiera decidido
venir también, todavía tratando de besarme el cuello.
Y si todo este maldito país no estuviera cubierto de musgo.
El Pritkin real murmuró algo seductoramente mientras trataba de
ayudarme acercando mi trasero.
—¡No! —dije, con sentimiento.
—¿No? —repitió, como si se preguntara qué era esa nueva palabra.
—¡No! —Agarré su cabeza y la giré hacia los Fey. Quiénes se habían
desplegado y ahora estaban sistemáticamente destrozando las ilusiones a la
izquierda y a la derecha.
—Ohmierda —dijo Pritkin, mientras otro golpe brutal dispersaba una
pareja que se retorcía ante los vientos.
—Ese debe ser nuestro lema —murmuré, y corrí hacia el área
despejada.
Al menos lo hice hasta que él agarró mi brazo, diciendo algo que no
pude entender. Pero se hizo un poco más claro cuando comenzó a tirarme
más lejos en el agua. Lo cual no tenía sentido, ni un maldito sentido en
absoluto, porque también había visto a unos cuantos al otro lado. Por lo
menos cuatro o cinco parejas se estaban convirtiendo en carnada carnal,
teníamos que irnos.
Pero Pritkin a los veinte años, o el infierno de edad que tuviera, era
tan terco como el hombre que conocía. Y un segundo después decidí que tal
vez tenía un punto, y no sólo porque estaba a punto de zafar mi brazo de su
articulación. Sino porque uno de los Fey en la parte superior de la ribera
nos había visto.
Supongo que ya no nos veíamos suficientemente amorosos. Porque se
separó del resto y empezó a dirigirse hacia el área despejada directo a
nosotros. Tuve un instante para ver mi expresión de pánico en su brillante
armadura…
Entonces Pritkin se lanzó contra mí, justo cuando algo nos
deslumbró, brillando como un resplandor de sol en la ventana de un
automóvil. Y el lugar en el agua donde habíamos estado de pie hacía un
segundo, se convirtió en un géiser de vapor. Los dos nos detuvimos a
mirarlo, y luego a las cosas que nos rodeaban, que habían pasado de
montañas frías a la lava. Y luego saltamos hacia el área despejada, porque
la amenaza de ser hervido vivo tiende a poner fin a los argumentos, muy
rápido.
No es que las cosas estuvieran mucho más de supervivencia en tierra.
Los tres Fey que había visto debían de ser la vanguardia, porque ahora había
mucho más del doble. Y cada vez venían más por la ribera a cada segundo,
como si brotaran del maldito suelo. Y luego otro destello de algo pasó
volando, perdiéndonos a pesar de que el más cercano no podía estar a más
de una docena de metros de distancia.
Pero no perdió el área que estábamos tratando de escalar.
La mitad de ella, de repente, explotó sobre nosotros en una erupción
de cosas volando, salpicando suciedad. Parecía que un cañón había
golpeado justo delante de nosotros, quitando la mano de Pritkin de la mía y
lanzándome hacia atrás, a través del aire sobre mi trasero magullado.
Dejándome medio aturdida y medio ciega por la tierra, y casi completamente
ahogada por la cantidad de Gales que acababa de inhalar.
Y luego sucedió de nuevo, a mi izquierda. Y luego a mi derecha. Y todo
lo que pude pensar, en medio de lo que se sentía como un combo de mortales
cañones y terremotos, fue que los Fey no apuntaban mejor que yo.
Por supuesto, podría estar equivocada, pensé, cuando sentí que algo
me golpeó la cabeza. Pero esta vez no fue el fuego de armas, ni el fuego de
hechizos, ni el tipo de fuego que estaban lanzando. No era un arma en
absoluto.
Era una bota.
Seguida por otra.
Seguida por una estampida entera de ellas, junto con los individuos
en ellas, que corrían directo por mí incluso como si no estuviera allí.
Por un segundo, me quedé helada, confundida y medio ciega, con los
ojos llenos de arena y una nube de tierra que se cernía en el aire. Pero una
vista de veinte-veinte no es necesaria para ver tu propia mano delante de tu
cara. Y yo no podía.
No podía ver nada.
Sólo que, no, eso no era cierto. Moví mis dedos y vi una ondulación
vaga en el aire, no una mano tanto como un vacío en forma de mano donde
no había polvo. Pero eso era lo suficientemente bueno, ¿no?, pensé, y
retrocedí de nuevo, mientras más Fey corrían por mi camino.
Este grupo debería haberme visto. Incluso con glamour o lo que
Pritkin hubiera hecho para ocultarnos, porque estaban allí. Literalmente
justo encima de mí, en el caso de uno de ellos. Quien me pasó como si nada,
saltando por el aire sobre mi cabeza, en un movimiento que un saltador
olímpico de altura habría envidiado.
Y luego se fue directo con el resto de ellos, con grandes zancadas que
hacía se pareciera más a un antílope hinchado que a un humano. Pero
entonces, no eran humanos, ¿verdad? Como lo demostraron avanzando por
el suelo incluso pesados por toda esa armadura, desgarrando la ribera del
río después…
¡Mierda!
Me había dado la vuelta tan pronto como pasaron, escudriñando el
suelo por una ondulación de nada, que podría ser un disfrazado íncubo-en-
entrenamiento. Pero no encontré ninguno. Tal vez porque en lugar de
esconderse, se deslizaba por la pendiente justo delante de los Fey, un vacío
incoloro, en forma de Pritkin, que era demasiado visible porque se movía,
desplazando el polvo en una larga estela detrás de él. Lo cual podría haber
sido una bandera roja para un toro, porque los Fey estaban…
—¡No! —grité, ya que lo que parecía una lanza resplandeciente
atravesó el espacio donde el cuerpo de Pritkin estaba delineado, emergiendo
claramente a través del centro del torso…
Y luego siguió adelante.
Miré fijamente en la confusión mientras que lo explotaba contra un
árbol, enviándolo arriba como una vela romana, mientras que el vacío de
Pritkin que apenas había hecho pedazos, simultáneamente se rompía,
esparciendo polvo que volaba en todas las direcciones, como fuegos
artificiales arenados.
Pero eso era todo. No había cuerpo visible ni de otro modo. Uno de los
Fey extendió un pie con bota para presionar sobre el montón de arena
húmeda a sus pies, pero todo lo que hizo fue dar más pruebas de que su
presa no estaba allí.
Porque estaba aquí.
De repente, un trozo de tierra cercana se echó hacia atrás como una
alfombra, y la cabeza a todo color de Pritkin salió. Estaba un poco salvaje y
un poco lleno de arena, más que un poco rojo, pero muy vivo. Como el resto
de él, que emergió un segundo más tarde y me agarró la mano, después
estábamos corriendo en la dirección opuesta…
Justo cuando un grupo aún mayor de Fey bajaba por la orilla del río.
Eso habría sido bastante malo, incluso con glamour. Pero el que
Pritkin había utilizado para ocultarnos había desaparecido. Los Fey nos
vieron, porque, por supuesto que lo hicieron, ¡simplemente estábamos allí
de pie expuestos como un par de locos!
Un segundo después, aquellas lanzas brillantes estaban destellando
en las manos de todos alrededor y mi mano estaba apretando la de Pritkin,
porque a la mierda con esto, ¡prefiero tratar con Cerezas!
Sólo que no iba a hacerlo.
Porque mi poder no funcionó.
Lo intenté de nuevo, y de nuevo. Pero el resultado fue el mismo,
porque todavía estaba demasiado agotada por el enorme esfuerzo que había
tomado llegar aquí. Y no parecía que Pritkin tuviera otro glamour con él,
basada en su expresión, que estaba un poco frenética, un poco desesperada
y muy asustada.
Y luego amorosa, apasionada y traviesa, cuando tres Pritkin más de
repente pasaron por delante de nosotros, persiguiendo a otras tres Cassie.
Seguidos rápidamente por quizás una docena más. Y luego una segunda
docena, y tal vez una treintena por lo que pude ver, no tuve tiempo de
contarlos. Pero había muchos.
Porque Pritkin podría no ser capaz de hacer más glamour en este
momento, pero no lo necesitaba, ¿verdad?
Ya tenía una multitud de ellos.
Una multitud que ahora teníamos en medio.
De repente, en lugar de estar solos y expuestos en la orilla del río,
estábamos rodeados por un gran grupo de clones. La mitad de los cuales
todavía estaban tratando de tener relaciones sexuales con la otra mitad, y
el resto estaban mirando con intención lasciva a los Fey. Era como si
Woodstock hubiera venido a Gales.
Hasta que corrieron, dispersándose en todas direcciones, y corrimos
con ellos. Supongo que incluso la visión Fey tenía problemas diciéndoles
alto a esas parejas balanceándose, rebotando y gritando. Porque también se
dispersaron, corriendo tras nosotros, sólo que era el colectivo de “nosotros”,
dejando sólo un par en el seguimiento correcto.
Pero una pareja era más que suficiente, así que también corrimos,
directamente por el área despejada y la carnicería.
Por todas partes, los Fey estaban matando sistemáticamente a cada
pareja feliz que encontraban, incluso a los que llevaban mi cara. Tuve la
visión surrealista de ver mi propia cabeza cortada rebotando por la
pendiente antes de que desapareciera como un globo lleno de vapor.
Nos metimos en los árboles, bajo cubierta.
Correr a través de un bosque desnuda no es divertido. Correr a través
del bosque, desnuda, con locos homicidas detrás de ti, lanzando explosiones
de energía que convertían a los árboles en lluvia punzante, es aterrador. A
pesar de que, realmente, ayudaba a ignorarlos, las ramas que azotaban
agrediendo la piel, las piedras moreteando tus pies y el hecho de que la
corteza dolía como una perra cuando corrías sobre ella.
De todos modos, nos lanzamos a toda velocidad, tratando de llegar lo
más lejos posible, mientras que los Fey estaban ocupados. Y parecía que
podíamos hacerlo, porque las falsificaciones no tenían la adrenalina de su
lado, lo que los ralentizó y los convirtió en objetivos más fáciles. Pero eso
también significaba que no iban a durar mucho tiempo.
Por eso retrocedí cuando Pritkin giró bruscamente a la izquierda.
—¡No, no… de este lado! —le dije, porque no conocía Gales, pero sabía
lo suficiente como para huir del fuego.
Pero Pritkin no me escuchaba, lo cual probablemente sería cierto
incluso si pudiera haber entendido, porque “terco” no era el segundo nombre
del hombre, era toda su filosofía de vida, y eso era normalmente muy
irritante, pero ahora estaba a punto de matarnos.
Como cuando un árbol estalló cerca, enviando ramas ardiendo y
trozos de tronco por todas partes. Y nos habría volado a nosotros si no
hubiéramos saltado detrás de un árbol aún más grande. Y luego dejé de
discutir y sólo corrí, ¡porque cualquier cosa era mejor que aquí!
Pasamos detrás del molino y seguimos adelante, chapoteando por el
río, hacia donde estaba Pritkin cuando lo vi por primera vez. Estábamos
demasiado cerca del caos general para mi comodidad, y el viento soplaba
humo en la otra dirección, haciéndonos mucho más visibles. Pero por lo
menos la mayoría de los Fey estaban en la otra orilla, ya que los de este lado
habían franqueado en un intento de atraparnos.
Y ahora mismo, si nunca veía a otro Fey, sería demasiado pronto.
Por fin descubrí hacia dónde íbamos cuando llegamos al traje hippie
y a la ropa abandonada de Pritkin. Me sorprendió que un íncubo fuera
tímido, pero tal vez encontrar un lugar para esconderse sería más fácil si no
estuviéramos deslumbrando a los nativos. Sólo que Pritkin no se estaba
vistiendo. Pritkin buscaba alrededor bajo la ropa y luego la tiró a un lado,
parecía cada vez más frenético. Y luego vio algo a un lado, algo que estaba
medio enterrado por las malas hierbas, algo que se parecía mucho…
—¿Una vara? —Miré fijamente la fea cosa, que era una versión hecha
en casa del bastón de Rosier.
Excepto que debió haber caído en un incendio en algún momento,
porque no sólo estaba agrietada y le faltaba parte de un extremo, sino que
también estaba carbonizada casi negra. Sólo que Pritkin la agarraba como
si estuviera hecha de oro puro.
—¿Volvimos por eso?
Pritkin vio mi expresión y sacudió la cabeza. Y dijo un montón de
cosas en un disparo rápido que no pude entender. Y luego me empujó la
cosa, junto con su capa de barro, la cual limpiaba mientras sus dedos
recorrían la larga longitud, trazando una línea…
Bueno, supongo que estaba escribiendo, sólo que no era nada que
pudiera leer. Ni siquiera era un alfabeto que reconociera, más de runas,
todos los ángulos duros, agudos y líneas profundas y enojadas. Al menos
parecían enojados conmigo, pero tal vez estaba proyectando.
—¡Podríamos haber estado a medio kilómetro de distancia! —susurré
furiosamente.
Pero Pritkin volvía a sacudir la cabeza. Y gesticulaba al lado opuesto
del río. Y luego de nuevo a la vara. Y luego de vuelta al río.
O no, finalmente me di cuenta con la luz tardía del atardecer.
No en el río.
En las criaturas al otro lado.
—¿Tú… se las robaste?, ¿robaste la vara? —pregunté, incrédula.
Pero, por supuesto, Pritkin no entendía.
Así que los señalé. Luego a la vara. Y luego a él, y…
Y él asintió y sonrió. Muy sonriente.
—¿Estás loco?
Está bien, ahora menos sonriente. Y las manos más apretadas en la
pieza inútil de…
—¡Devuélvela!
Pero Pritkin no iba a devolvérsela. No necesitaba hablar con fluidez lo
que hablaban en el siglo VI en Gales para saberlo. Estaba en la línea de su
mandíbula, el brillo en sus ojos… la forma en que de repente… se fue
corriendo.
¡Maldita sea!
Corrí tras él, y en realidad logré alcanzarlo porque de repente se echó
a tierra, por qué, no sabía. Hasta que miré hacia arriba. Y vi a un par de Fey
caminando por encima de la ladera, sin prisa, casi casual. Como si
estuvieran dando un paseo por la tarde, disfrutando del fuego del bosque.
Y llegaron a un par de metros de nosotros.
Dios, pensé salvajemente, nunca había estado tan agradecida por las
malas hierbas en mi vida.
Esperamos, inmóviles, hasta que pasaron, un minuto duro lo que
parecía una hora. Y luego otro minuto, Pritkin se tensó y alertó, los dedos
clavándose en mi brazo de donde me agarró, respirando rápido pero
tranquilo. Porque sí, este lado no estaba tan desierto, después de todo.
Y luego corrimos por la ladera y cruzamos la maleza irregular en la
parte superior, a través de un aterrador espacio abierto y después hacia otra
línea de árboles en el lado lejano. Donde paramos, respirando duro y
escuchando. Pero no había nada, nada excepto el distante crujido de fuego,
el chirrido de un pájaro enojado, y el suspiro del viento a través de las copas
de los árboles.
Y los pasos casi silenciosos de otro Fey que no habíamos visto, no
hasta que terminamos prácticamente justo encima de él.
Pritkin nos golpeó contra un árbol, pero ya era demasiado tarde. El
Fey nos había visto, y al momento siguiente, la cantimplora en su mano
golpeó la tierra, y una lanza resplandeciente la reemplazó. Y traté de
desplazar, me esforcé, porque era ahora o nunca. Pero no estaba
sucediendo. Estaba demasiado agotada o demasiado asustada, o
probablemente una combinación de ambos, y ¿qué importaba cuando
estábamos a punto de ser asados vivos?
Pero entonces algo cambió en el aire alrededor de nosotros, algo
poderoso. Se sentía como una ráfaga de viento, pero no como el tipo que
estaba moviendo las copas de los árboles alrededor. Sino caliente, caliente,
casi abrasador, como algo traído de un desierto. Sin embargo, logró enviar
una ola de piel de gallina tiritando mi cuerpo de todos modos, enrollando
mis pezones y arrancando un grito de mi garganta.
Y de repente noté algo extraño.
El hecho de que el Fey estaba allí.
No fue porque no nos viera. Estaba mirando hacia nosotros, con la
lanza encendida en la mano, sólo que no la estaba arrojando. De hecho, no
estaba haciendo nada, excepto parpadear. Y luego lanzó una rápida mirada
por encima de su hombro.
Pero no había nadie allí. Y cuando volvió su atención sobre nosotros,
la lanza se desvaneció, repentinamente fuera de la vista. Porque pensó que
éramos un par de hippies felices y desnudos, me di cuenta, una de las
falsificaciones que había estado destruyendo durante los últimos quince
minutos junto con sus amigos.
Sólo que sus amigos no estaban aquí ahora. Y estaba excitado y
probablemente cansado. De repente parecía mucho menos interesado en
continuar la persecución de gansos salvajes que en…
Que, en ver el espectáculo, me di cuenta, mi corazón comenzó a pesar.
La mano de Pritkin se cerró abruptamente en mi muslo.
Su espalda estaba en el tronco del árbol; la mía en la de él. Así que no
podía ver su cara. Pero no lo necesitaba.
No lo necesitaba para saber que me estaba dando la opción.
El cuerpo detrás de mí estaba tenso, los brazos flexionados,
preparados para un enfrentamiento si llegaba a eso. Y por lo que sabía,
Pritkin podía contra un solo Fey. Mi Pritkin podría haberlo hecho.
Pero este no era mi Pritkin. Y este no tenía cientos de años de
experiencia de combate. O armas. Y después de todo, su magia tenía que
estar en el límite, si no es que ya estaba allí.
Y aunque lo lograra, aunque ganara, bien podría perder, porque este
lugar estaba lleno de Fey. Si a éste le saliera un solo grito, tendríamos otra
docena encima en un momento, y no podríamos manejar eso. No podríamos
manejar la mitad de eso.
Lentamente levanté y puse una mano detrás del cuello de Pritkin.
El Fey recogió su cantimplora y se apoyó contra un árbol.
Y otra oleada de sensación inundó mi cuerpo con una cálida ola.
Una mano callosa encontró mi pecho, y la brisa que soplaba a través
del agua se convirtió en una cálida y arrastrada caricia. Me acarició el
estómago y la luz moteada que atravesaba las copas de los árboles destelló
mi piel como monedas doradas, con calor y peso. Se sumergió entre mis
muslos, y la luz se deshizo en mil soles individuales.
Tenía el cabello en mi cara; el Fey no podía haber visto mucho de mi
expresión. Lo cual estaba muy bien. Porque dudo que la incredulidad
aturdida fuera la respuesta esperada cuando Pritkin empezó a explorar,
suavemente al principio, buscando, buscando. Y luego se volvió más asertivo
al saber lo que me hacía estremecer. Y temblar. Y arquear de nuevo, una
inundación de la piel de gallina recorría arriba y abajo mi cuerpo.
Grité, y el bosque se derrumbó a nuestro alrededor. Colores brillantes
desde el gris hasta la puesta del sol, explotaron estroboscopios después de
la coloración. Inundaron en el aire como niebla; los azules brillaban, los
verdes eran resbaladizos y húmedos, los dorados dolían. Y todos ellos
enviaban ráfagas y ondas de placer a todas las partes que tocaban,
empapándose en mi piel, haciendo que las copas de los árboles giraran en
un caleidoscopio de sensación y emoción y…
Y era demasiado. Grité, retorciéndome contra él, y me habría caído,
excepto por las manos en mi cuerpo. Su agarre se apretó, sosteniéndome
cuando me había ahogado en la sensación, ahogado y no me importaba,
porque Dios, ayuda, por favor, y Dios.
Y entonces una nueva mano me agarró, alejándome. Tirándome al
suelo mientras mi cabeza seguía girando, mi cuerpo seguía temblando y la
euforia por hechizos me hacía reír. Reír incluso cuando me dieron una
patada sobre mi espalda, cuando mis piernas fueron separadas, cuando una
cara que no conocía se cernía sobre la mía…
Y de repente retrocedió.
Por la vara en las manos de Pritkin, que había deslizado por la
garganta del Fey.
Pero el hombre —el Fey— no estaba intentando escapar. No estaba
tratando de tirar a Pritkin. No estaba haciendo nada que hubiera esperado,
mientras su rostro enrojecía, sus ojos sobresaltados y su lengua comenzó a
hincharse.
Porque seguía viniendo por mí.
Y siguió viniendo, para alcanzar, para agarrar, incluso cuando
desperté sobria, regresé a sobria rápido, y me puse fuera de alcance,
sudando, temblando y mirando…
Pero no tanto como él cuando de repente parpadeó y miró a su
alrededor, desorientado, sus manos se acercaban para agarrar la vara. Que
casi inmediatamente comenzó a alejarse de su cuello porque los Fey eran
fuertes; eran tan condenadamente fuertes. Y luego me puse de pie,
respirando con dificultad, sin saber cómo ayudar, antes de ir por el morral
desechado del Fey, esperando encontrar un cuchillo…
Lo cual no conseguí. Porque otra ola de poder de íncubo golpeó,
cuando Pritkin luchó para restablecer el control. Y éste era menos un puño
que un tren de carga, enviándome de vuelta al suelo, retorciéndome bajo
una ola de sensaciones demasiado fuertes para el placer, demasiado
eufórica para el dolor.
Los siguientes segundos fueron un borrón de imágenes
contradictorias: La cara llena de lujuria del Fey se cernía sobre la mía, una
vez más enfocada y determinada. La hierba lamiendo mi piel, como mil
lenguas diminutas. El sonido de la carnicería a través del río, gritos, alaridos
y órdenes gritadas. El olor a humo de madera, rico y picante.
El crujido de los huesos del cuello, suave y sutil, pero tan fuerte como
un disparo en mis oídos.
No estaba segura —nunca estaría segura— si Pritkin lo había hecho.
O si el Fey lo había hecho él mismo empujando contra la restricción, aún
extendiéndose mientras caía, la cara púrpura todavía mirando, los ojos
muertos todavía muy abiertos y fijos…
Sobre mí.
E incluso con el efecto amortiguador del hechizo, era demasiado. Sentí
construyéndose un grito, lo sentí clavarse en mi garganta, sentí que Pritkin
me empujaba contra él, su mano sobre mi boca, sus labios susurrando algo
que no podía oír y que no habría entendido si lo hubiera hecho,
probablemente no grites, no grites, no grites en cualquier idioma que
hablaran aquí.
Pero lo estaba haciendo de todos modos, casi sin hacer ruido contra
la presión de su palma, gritando, gritando y gritando, incluso mientras me
arrastraba lejos, más profundo en el bosque.
Sólo que no funcionaba muy bien con los árboles temblando a mi
alrededor, como alguien usando una videocámara que no sabe cómo
enfocar. Pero que puede sostener la cámara, no parecía ser capaz de
sostenerme firme. O detener la sobrecarga sensorial o lo que sea que de
repente me hacía poder probar colores, oler los sonidos, tocar la luz y la
sombra como si fueran cosas tangibles.
Pritkin me empujó a través de un bosque de Alicia en el País de las
Maravillas lleno de cosas familiares que repentinamente no tenían sentido:
árboles reconocibles sólo por su altura, la tierra era sólo una cosa enorme
que se inclinaba bajo mis pies como un paseo de carnaval, un cielo tan
inmenso que no podía no mirarlo, no podía mirarlo, no sin sentir como si
pudiera caer en él y enloquecer.
Sólo que estaba sintiéndome de esa manera de todos modos.
Y en lugar de mejorar, la distorsión sensorial estaba empeorando, y
empeorando rápidamente, junto con una anhelante necesidad que no podía
identificar, pero eso tenía a mis manos temblorosas y a mi piel enfriándose
un segundo y enrojeciendo caliente el siguiente. Miré mis manos y pensé
que podía ver el vapor real surgiendo de ellas, una neblina rojo anaranjado
tan brillante, tan brillante contra el bosque oscuro que sólo podía mirar.
Las ramas que empujábamos azotaban mi cuerpo como cien látigos.
Pintaban mi piel con líneas de fuego, calientes y picantes. Hasta que el
sonido, el sabor, el olor se arremolinaban a mi alrededor con cada nuevo
golpe, dejándome retorciendo bajo su toque de dolor, en un éxtasis diferente.
Pritkin se detuvo bruscamente y me tropecé con él. Descubrí que no
había conocido el éxtasis en absoluto.
Mi frente se conectó con su espalda, y se sentía tan bien, tan bien que
no podía creerlo. Todas las otras impresiones se desvanecieron dejando sólo
esto: suavidad, calidez, rigidez, flexionándose bajo mis manos. Sal bajo mi
lengua. Perfume en la nariz por el sudor, todavía estaba tratando de lamer
cuando alguien me empujo lejos, cuando alguien más me envolvió en un
abrigo, cuando nos separaron.
Pritkin estaba maldiciendo. No podía entender las palabras, pero los
sonidos hablaban directamente a mi cerebro, como los sonidos de las peleas.
Estaba luchando contra ellos; ¿con quién estaba luchando? No lo sabía, no
podía decirlo. Sólo sabía que lo extrañaba, que necesitaba volver a él, que
tenía que tocar…
Lo encontré de nuevo, no tenía idea de cómo. Estaba casi ciega, mis
ojos funcionaban, pero no veían, mis sentidos tan abrumados que
prácticamente habían quedado rotos, mi cabeza tambaleándose y pasos
vacilantes…
Hasta que lo toqué. Y de repente, todo volvió a tener sentido. Todavía
estaba tratando de hablar, de decir algo, a mí o a ellos, no sabía, pero era
un problema con mi lengua bajando por su garganta. No me importaba. Él
sabía bien; sabía como la vida, la cordura y la estabilidad. Donde mis manos
lo tocaban, se sentían casi normales, excepto por esta extraña sensación de
que se estaban hundiendo en su pecho, fusionándose con él. Pero eso
también estaba bien. Quería fusionarme con él, quería hundirme en el
interior, quería…
Manos me pusieron lejos, un dolor físico. Sonaban voces ásperas en
mis oídos, pero no entendía. Entonces alguien se detuvo frente a mí,
levantando mi cara hacia la luz, pero no pude ver nada; mis ojos se volvieron
locos de nuevo. Seguían tratando de probar las cosas, y eso no estaba bien…
¿o sí?
—¿Ves qué pasa cuando juegas con el tiempo, muchacha? —preguntó
una voz concisa. Después las manos estaban llevándome más lejos, y estaba
empezando a entrar en pánico, luche para volver, escapé del abrigo fuera de
su agarre, y corrí…
Por un segundo. Hasta que me atraparon, y me arrastraron de
regreso, alguien dijo:
—¡Basta de esto!
Y entonces hubo una luz.
Y luego no hubo nada.
Me desperté en lo que supuse que era la corte de la Pitia, ya que estaba
bastante segura que Gertie era la que acababa de sacarme de Gales.
Bastante segura, pero no con certeza, porque el hechizo de Pritkin seguía
en plena fuerza. Y justo por eso, no podía estar segura de nada.
Pero desperté en una silla en una habitación pequeña y oscura. Tenía
cortinas escarlata con flecos de pompón, una puerta abierta con luz que se
derramaba, y afuera gente hablando acalorada, pero en voz baja. Algo como
un terrible, terrible tapiz desorientador, me caí antes de que pudiera
descifrar lo que estaban diciendo, y luego no podía levantarme de nuevo.
Cada vez que me paraba había otra línea, que se elevaba
inmensamente alta, hacia el cielo. Como el más alto de los árboles en un
extraño bosque. Y por alguna razón ese pensamiento me dio pánico y corrí,
me enredé aún más en la interminable selva de líneas, como barras en una
jaula, como astas en un carrusel, como postes de luz que parpadean a lo
largo en una línea constante…
El carruaje se detuvo.
Lo cual me sorprendió porque no me había dado cuenta que estaba
en uno.
Alguien me sacó a la banqueta por uno de los postes de luz, y me
tropecé. No pude sostenerme porque mis manos estaban esposadas detrás
de mí. Alguien me agarró del brazo, me estabilizó y trató de decir algo, pero
fue interrumpido por voces de varios lados.
No importaba. No podía concentrarme en las voces. No podía
concentrarme en nada.
Porque cuando lo hacía, era aterrador.
Un monstruo torció el cuello para mirarme, una cosa horrible,
alargada, como algo fuera de una pesadilla. Su enorme curva llenaba la
mitad de la calle, junto con una cabeza llena de fosas nasales y enormes
dientes. Ojos en blanco me miraron, antes de dar un rugido horrible y
relinchante, como si estuviera riéndose de mi terror…
—¡Aléjenla del caballo! —ordeno alguien, y me echaron hacia atrás,
gritando.
Y luego nos marchamos por la acera en medio de una multitud de
gente que no miré, tenía miedo de mirar. Simplemente me quedé mirando la
acera en su lugar, un aburrido tramo de ladrillo con el que incluso mi
desordenado cerebro no podía hacer nada. Y a los pies de los guardias o
quiénes fueran, marchando junto a mí con sus botas negras.
Las botas comenzaron a dejar huellas alquitranadas en las piedras,
como el caucho en un día caluroso derritiéndose al sol, aunque no era un
día de esos. Lo sabía porque seguíamos pasando bajo farolas que arrojaban
círculos de luz sobre las pegajosas huellas. Y luego sobre charcos de cuero
derretido cuando las botas comenzaron a disolverse, primero en charcas,
luego en agujeros que se abrían en el ladrillo perfectamente uniforme,
profundo y oscuro,
La acera se tragó un guardia.
Simplemente se abrió y lo devoró entre un segundo y el siguiente,
estaba segura de ello. Pero nadie más parecía darse cuenta que se había
ido, nadie más parecía darse cuenta, ¿y si yo era la siguiente? ¿Y si…?
Una oleada de pánico me golpeó, traté de correr, una explosión de
velocidad que me llevó a ninguna parte. Porque me tropecé con el abrigo que
llevaba y me atraparon por los brazos, me retorcí y luche, debí haber
golpeado a alguien, porque una voz maldijo. Y alguien más hizo una
pregunta que no escuché.
—¡Maldita sea si lo sé! —dijo la primera voz—. Sólo tráela dentro.
¡Cuánto más pronto se la lleven, mejor!
Y luego me arrojaron sobre el hombro de alguien, bajamos por un
callejón y subimos algunas escaleras de madera desvencijadas, hasta llegar
a un pasillo. También era débil, casi oscuro, con sólo unos pocos parches
de luz difusa desde arriba, que no daban nada de iluminación en absoluto.
Pero incluso eso era demasiado.
Porque había carteles en las paredes, de los más pequeños, más como
folletos, otros tan grandes como una página de periódico. Pero casi todos
contenían caras burlonas, como zombis, odiosos rostros que parecían saltar
de las paredes, gritar y amenazar, o chirriar por las barras de las celdas en
que muchos de ellos parecían estar, tratando de llegar a mí. Y algunos ni
siquiera eran humanos.
Un largo cambiaforma salto de una página y entró en la jaula,
golpeándome con enormes mandíbulas babeantes, haciéndome chillar y
retorcerme, terminando en el suelo cuando el hombre que me llevaba perdió
su agarre.
Me puse de pie, en cuclillas, jadeando, buscando la amenaza…
Que de repente se había ido.
Miré alrededor en confusión y pánico, no sabía a dónde ir o lo que era
real. Alguien había golpeado una de las luces colgantes, y el débil círculo
que iluminaba el pequeño pasillo, hacía la galería de horrores mucho más
aterradora. Ahora todos parecían venir por mí, cien manos fantasmagóricas
que se extendían imposiblemente largas, alcanzando, buscando,
alcanzando…
Hasta que una de ellas se echó hacia atrás con una maldición.
—¡La muy puta me mordió!
—¿Qué esperas? —preguntó alguien más—. Está fuera de sí por esa
mierda.
—No está loca; ¡está hechizada! —dijo una voz más familiar, sonando
furiosa—. Esperaría que un grupo de usuarios mágicos pudiera reconocer
la dife…
Se oyó el sonido de un puño golpeando la carne.
La voz se interrumpió.
Y luego fui arrastrada a una habitación que se ramificaba en el pasillo.
Era de madera, pisos y paredes, con viejas luces de gas en lo alto y un
gran mueble de madera en el centro, como un mostrador independiente. No
había carteles. Pero había dos cajas en el mostrador, unas negras del
tamaño de las cajas de zapatos que parecían familiares, pero que no miré
demasiado tiempo en caso de que se convirtieran en algo más.
Volví a mirar hacia la puerta.
Y encontré a Rosier parada justo detrás de mí, sangrando por los
labios.
—Se desgastará —me dijo, en voz baja y apresurada—. Hasta
entonces, no confíes en tus sentidos. Han sido comprometidos…
—No jodas —le dije con fuerza, y tuve el placer de verlo parpadear.
Entonces uno de los hombres al otro lado de la mesa, la azotó con un
bastón, con una grieta que resonó en mi confuso cerebro como un disparo.
—¡Sin hablar!
Está bien, pensé, tratando de no colapsar en un montón.
Alguien me estaba quitando el abrigo, pero se había olvidado de los
puños. Así que el cuero se atoró en los extremos de mis brazos y me tiró de
rodillas cuando él lo jaló. Finalmente lo entendió y me soltó, para que
pudiera desparramarme desnuda en el suelo sucio.
Miré hacia arriba para ver otro abrigo de cuero que venía hacia mí,
con una de las cajas en la mano. De repente Rosier trató de luchar, luego
de correr, y parecía realmente dedicado a la idea. Porque les tomó a tres de
ellos luchar contra el piso.
No corrí.
¿Cuál era el punto?
El piso sólo me comería.
Y luego se apagaron las luces.

Fue maravilloso.
Fue maravilloso.
No sabía dónde estaba ni cómo llegué aquí. Pero de repente, no había
luz, ni sonido, ni nada que proporcionara estímulo a mi cerebro
sobrecalentado. Sólo un montón de nada tibia, flotante, pacífica, tranquila,
lo que me permitió una oportunidad para respirar.
Lo que lo hacía condenadamente cerca del paraíso.
Al cabo de un rato, bajé una mano, pero no toqué nada. Intenté con
un dedo, pero tampoco parecía haber nada ahí abajo. Y tanto como me
gustaba la tensión, todavía no podía oír un sonido.
Eso estaba bien; me daba tiempo para pensar.
Pensé en tomar una siesta.
Sería tan fácil aquí, simplemente dejarte ir…
Pero había algo que necesitaba hacer primero. Algo que arañaba en el
interior de mi cabeza como una uña persistente. Era molesto, como un
insecto que no podía espantar, o como Rosier cuando hablaba y hablaba y…
Rosier.
Necesitaba encontrar a Rosier. Y luego necesitamos… nosotros
necesitábamos… teníamos que hacer algo que no podía recordar en este
momento, y perseguir el recuerdo que se deslizaba alrededor de mi cráneo
sonaba como demasiado trabajo. Pero era importante, y Rosier sabría lo que
era.
Tenía que llegar a Rosier.
Me preguntaba cómo.
Y al segundo siguiente, mi trasero golpeó un polvoriento piso de
madera dura.
Fue un fuerte golpe, y dolió como si me hubiera caído de una altura
considerable. Por un momento me quedé allí, aturdida por el choque de la
caída, esperando ser agarrada, ser sacudida, ser re-aprisionada. Pero nada
de eso pasó.
Posiblemente porque no había nadie allí.
Hice un balance.
Sucio suelo de madera, listo. Una enorme cosa de madera, listo.
Rosier, sin Rosier. Pero estaba de regreso en lo que supuse era el equivalente
victoriano de una CG de magos de guerra, donde había estado hace un
segundo. O tal vez no un segundo; realmente no podía decirlo. Pero me
pareció más largo, y mi cabeza se sentía un poco más clara.
Me di cuenta que estaba sosteniendo una caja.
Era negra y brillante, la misma en la que me habían encarcelado,
supuse. Había estado en lo correcto: había visto una como estas antes. Los
magos las usaban como trampas mágicas, y como una alternativa a inventar
celdas para las chicas malas como yo.
O chicos malos.
Lentamente, me puse en cuclillas, y luego aún más lentamente, puse
sólo mis ojos en el borde de la cosa de madera.
Había otra caja.
Estaba simplemente allí, completamente sola, a la intemperie, sin que
nadie la guardara. Y supongo que eso tenía algo de sentido. ¿Por qué
preocuparse por las personas en cajas pequeñas? La gente en cajas
pequeñas no iba a ninguna parte.
Bueno, normalmente no.
Si tenía que ver con la sangre de mi madre, o con ser Pitia o no sé,
nunca tuve ningún problema abriendo cosas. En su mayoría me había
metido en problemas antes, cuando dejaba salir cosas que se suponía no
debían salir. Como cuando había terminado por un tiempo con tres
ancianas, viejas semidiosas, que el senado había encarcelado y que había
liberado accidentalmente.
Eso había sido divertido.
Había pasado más que pocos momentos en aquellas semanas
maldiciendo lo que el Destino pensaba era una broma que constantemente
me enredaba.
Estaba un poco mejor con él ahora.
Ahora sólo tenía que dejar salir a Rosier.
Lo cual hubiera sido mucho más fácil si otro hombre no hubiera
venido por el vestíbulo.
Era grande, de cabello castaño y barbudo, vestido como un mago de
guerra. Me había levantado cuando él abrió la puerta, giré y lo miré
fijamente. Por un momento, nos quedamos así, yo con la espalda en el
escritorio, mi caja escondida detrás de mi pierna, y él con su abrigo a medio
quitar, el agua rodando por la acerada piel haciendo charcos en sus pies.
Parpadeó y terminó de quitarse el abrigo.
—Si esta es la idea de Cavendish de una sorpresa de cumpleaños, lo
apruebo —me dijo, colgando el abrigo en un estante. Y revelando una
versión de la época victoriana del mago de guerra Pritkin, cargando un
cinturón de pociones y fundas, pistolas y cuchillos. Pero no sacó ninguno
de ellos, ni siquiera parecía particularmente preocupado.
Tal vez no encontraba a una chica rubia desnuda tan intimidante.
Sus ojos se dilataron sobre mí, una leve sonrisa se desató detrás de
su barba.
—Será difícil superar esto en noviembre —me dijo—. ¡Si hago lo mismo
por él, el pobre se congelará!
No dije nada.
—¿Qué tienes detrás de la espalda, pequeña? —me preguntó,
finalmente notando mi torpe actitud.
Sacudí la cabeza y seguí sin hablar.
—Oh, vamos. Puedes mostrarme. —Él vino hacia mí, con su cara
quebrándose en una sonrisa plena—. Puedes mostrarme lo que quieras.
Así que lo hice.
Y luego la habitación estaba vacía de nuevo, y la caja ni siquiera se
sentía más pesada.
La apreté.
Me gustaba mucho esta caja.
Su abrigo aún goteaba en el suelo donde lo había dejado. Me acerqué
y me lo puse. Era enorme en mí, incluso más grande que el anterior, y no
tenía ninguna arma en él. Pero me sentía mejor.
Había sido una chica desnuda con una caja.
Ahora era una chica vestida con una caja.
Eso es lo que llamas progreso.
Cogí la segunda caja del mostrador y hui.
De regreso por la puerta del vestíbulo, de regreso a través de la galería
de monstruos, que seguían retorciéndose y estremeciéndome un poco
cuando pasaba, pero ya no intentaron saltar de sus carteles de Se Busca
para atraparme. Continúe a través de la puerta, que no estaba cerrada con
llave, porque ¿quién bloquea la puerta de una comisaría? ¿Incluso una
sobrenatural? Y luego de nuevo por un estrecho callejón, que se había
convertido en un canal estrecho, revestido de ladrillos, lleno de agua, porque
estaba lloviendo a cantaros.
Me detuve abruptamente.
Podría haber corrido al infierno.
La lluvia me invadió con líneas plateadas que se rompían en mi piel,
silbando y burbujeando como cometas en miniatura. Los relámpagos
brillaban como fuegos artificiales, iluminando la calle y haciendo crecer y
retorcerse todas las sombras. Miré fijamente alrededor, viendo la Noche
Estrellada de Van Gogh cobrar vida si agregabas algunos monstruos de
Goya en las esquinas, y me pregunté de repente si cualquiera de ellos había
conocido un íncubo.
Un trueno golpeó, prácticamente encima de mí, estrellándose como
una explosión nuclear dentro de mi cráneo, fue todo lo que pude hacer para
no empezar a gritar de nuevo.
Volví a meterme en la puerta, y luego me quedé allí, estremeciéndome,
temblando y respirando con dificultad.
Para darme cuenta de lo mucho en que estaba en un lío.
No podía salir. No podía quedarme aquí. No podía desplazar, nunca
podría desplazar de nuevo, por la forma en que me sentía, lo que significaba
que iban a encontrarme. Iban a encontrarme en cualquier momento y
encerrarme, porque la trampa podría no funcionar, pero encontrarían algo
que lo hiciera. Conocía bien a los magos de guerra para saberlo, y no tenía
esa clase de tiempo; no tenía nada…
No tenía ninguna.
Botas golpearon un piso de madera, monedas tintinearon en un
bolsillo, y el olor a puro, dulce y picante, burlo el aire. Luego un grito desde
dentro de la habitación que acababa de dejar:
—¡Se han ido!
Regresé a la empapante lluvia del infierno afuera, salté por la puerta
de desembarco de madera, y corrí bajo las escaleras, justo antes de que tres
tipos salieran por la puerta detrás de mí, el crujido de tablas sobre mi cabeza
cuando descendieron fue casi peor que el trueno.
Pero en cierto modo, eso era bueno. Porque estaba tan preocupada
por el pum, pum, pum, en mi cabeza que me olvidé de reaccionar. No me
estremecí cuando las brillante luces iluminaron el exterior del edificio un
segundo después, o cuando una alarma empezó a sonar en el interior,
amortiguada pero aún distinguible, tan cerca, o cuando más truenos de pies
salieron por la puerta dando Instrucciones entre sí.
O cuando un hombre se detuvo, justo encima de mi cabeza.
Y sólo se quedó allí.
Sentí el latido de mi corazón, que ya había estado bastante rápido,
bordear la zona de peligro. Todo lo que tenía que hacer era mirar hacia abajo.
La zona bajo las escaleras era oscura, pero la luz desde arriba se filtraba
como en el maldito tapiz de Gertie.
Pude ver las suelas de sus botas a través de las tablillas de madera,
rasgadas y desgastadas, pero todavía sólidas. Como lo pesado que era, lo
suficientemente pesado como para hacer gemir las tablas cuando cambiaba
de peso de un pie a otro, aunque podría haber sido debido a todo el
armamento que llevaba. Armamento que no tenía, porque no tenía nada,
nada, sólo un abrigo húmedo, un cuerpo tembloroso y un par de…
Mi respiración, que se había acelerado para adaptarse a mi ataque
cardíaco en progreso, de repente se trabó en mi garganta.
Y luego lentamente, muy lentamente, mi mano sintió los ladrillos
resbaladizos por el agua detrás de mí. Saque mi caja debajo de mi pierna
izquierda, donde había acabado de alguna manera. Y comencé a levantarla,
tratando de mantenerla fuera de la luz, de modo que la superficie brillante
no reflejara nada.
Como el destello que repentinamente resplandeció a través de mi
visión, como un pequeño sol rojo.
Cayó, rápido contra las tablas de arriba. Pasó a través de una grieta
entre dos de ellas. Y salpicó en el barro delante de mí.
Porque el tipo había dejado de encender un cigarro y acababa de dejar
caer su encendedor.
Miré hacia arriba, con el corazón apretado por el pánico, y encontré
un par de estrechos ojos azules mirando hacia abajo. Por un segundo, antes
de que el rostro del hombre se ruborizara y su boca comenzara a abrirse.
Acerqué una esquina de la caja contra la parte inferior de su zapato.
Y luego me recargué contra el edificio con los ojos cerrados, sólo
concentrándome en respirar por un minuto.
Podía sentir el barro que se filtraba debajo de mí, y la lluvia corría por
los espacios entre los ladrillos sobre mi espalda. Pero el abrigo era
impermeable, y no estaba de pie bajo un torrente azotando, por lo que mi
cerebro parecía ser capaz de manejarlo. Así como la caja en mis manos, que
estaba suave, brillante y resbaladizo, pero también sólida e inmutable.
Tranquilizador.
Al igual que la presencia de Rosier lo sería en este momento, por
extraño como sonaba.
Había vivido en esta época; él sabría qué hacer.
Suponiendo que pudiera encontrarlo.
Miré a mi alrededor, el corazón de nuevo en mi garganta, donde
debería quedarse y ahorrarme un poco de esfuerzo, pensé viciosamente. Y
luego la sentí, la otra caja, escondida debajo de un pliegue del abrigo, donde
la había dejado caer, me senté. La abracé a mi pecho con alivio vertiginoso.
Y un segundo más tarde, estaba abrazando al tipo a mi lado que salió
de ella, lo que habría sido genial, lo que habría sido impresionante.
Excepto que no era Rosier.
Por un segundo, lo miré y él me miró, un hombre pequeño y de cabello
rizado con una barba rojiza irregular y abundante acné. Y luego se fue, saltó
de debajo de las escaleras al resplandor de la luz en el callejón, que parecía
confundirlo. Se detuvo, se puso en cuclillas y miró a su alrededor, de un
lado a otro. Y luego bruscamente salto de nuevo, corriendo hacia la calle.
Sólo para detenerse después de unos pocos pasos, porque por ese
camino estaba bloqueado. Los magos de guerra se habían agrupado en la
abertura del camino más grande, con voluminosa solidez revestida de cuero
que, afortunadamente, estaban de frente a la calle, no a nosotros, por el
momento. Eso podía cambiar en cualquier momento, como el tipo pareció
darse cuenta. Retrocedió, sólo para encontrarse frente al edificio que
constituía el otro extremo del callejón, con ventanas de ladrillo y sin escape
de incendios conveniente.
Bueno, era por eso que todavía estaba sentado aquí, pensé, mientras
se unía a mí otra vez.
—¿Qué es todo esto? —preguntó, haciendo gestos.
—Los magos de guerra me buscan.
—¿Por qué? ¿Qué hiciste?
—Nada.
—No es una coincidencia —me dijo—. También fui perseguido
maliciosamente y detenido injustamente.
—¿Qué hay sobre esto?
Miró la caja de la que le había dejado salir, la que estaba sacudiendo.
La giré al revés. Y la golpeé en el fondo, como a una botella de kétchup
obstinada, sólo que nada más salió.
—¿Qué es esto?
—Nada.
—No, eso no es nada, ¿verdad? —preguntó—. Eso no es nada. Esa es
una de las trampas que el Círculo usa en las personas. ¡Ya lo sé!
—Sí. Sí, lo es —dije frunciendo el ceño. Y luego la golpeé un poco más,
lo que no parecía ayudar.
—¿Qué hay ahí entonces?
—Nada —dije, mirándolo con frustración.
—Te gusta esa palabra, ¿verdad? —Inclinó la cabeza hacia un lado—.
Pero si no hay nada en ella, ¿por qué te molesta?
—¡Porque se supone que hay algo en ella! O alguien.
—¿Como quién?
—Como un demonio.
—¿Un demonio? —El hombre me miró de nuevo, evaluando—. ¿Qué
haces con uno de ellos?
—¡Nada ahora mismo! —Miré a los magos al final de la calle—. Me
cambiaron las cajas. ¡No está aquí!
—Bueno, claro que no —me dijo Red—. Nunca ponen a los demonios
en esas.
Parpadeé.
—¿Qué?
—No, ¿por qué lo harían? Cuándo van a llamar al viejo concilio de
demonios, los llamaran para que vengan a recoger a su muchacho rebelde.
—¿El… concilio?
Él asintió.
—El Cuerpo patrulla a los humanos, los que no son demonios. Tienen
un tratado con el concilio. Dice que, si uno de su clase se sale de la fila, el
Cuerpo los llama a ellos, y vienen. A menos que el demonio los haga enojar
mientras tanto, y muere intentando escapar, no se ha sabido…
Se interrumpió cuando mis uñas se hundieron en su muñeca.
—¿Dónde lo tendrían?
—¿Qué?
—¡Al demonio! ¿Dónde lo encerrarían hasta que el concilio viniera por
él?
—En máxima seguridad, indudablemente. No les gustan los
demonios.
—Y, ¿dónde está eso?
El tipo miró hacia arriba.
—Piso superior, pero nunca entrarás.
—¿Por qué no?
—Porque voy a quedarme con ese abrigo, ¿está bien? —preguntó, y de
repente me di cuenta que estaba sosteniendo algo contra mí.
Era un cuchillo. Una pequeña variedad de bolsillo, que parecía haber
salido de la nada.
—¿Cómo conseguiste un cuchillo ahí? —le pregunté, mirándolo a él y
luego la caja.
—El círculo no lo sabe todo, ¿verdad? Ahora quítatelo.
—¿Qué?
—¡El abrigo!
—¿Por qué? —Lo miré—. Tienes un abrigo.
Lo tenía. Era muy bonito para un ladrón, era de lana gruesa y muy
nuevo. De hecho, parecía mejor que el mío.
—Se ve mejor que el mío —señalé.
—No es el cómo se ve lo que me importa, ¿sí?
—¿Entonces por qué?
—¡No te importa! Solo quítatelo…
—Quítame las manos de encima o gritaré.
—¡Gritas, y ellos estarán sobre nosotros dos!
—Lo qué sería inconveniente para ti, ¿verdad?
Me fulminó con la mirada. Pero la mano en el frente de mi abrigo se
aflojó. Y luego la quitó completamente, porque realmente no parecía querer
tratar con los magos de guerra de nuevo.
Podría simpatizar con eso.
—Dime para qué lo quieres, y tal vez te lo daré —le ofrecí.
Él frunció el ceño. Y entonces sus ojos se estrecharon.
—Tal vez podamos trabajar juntos, en eso.
—¿Cómo?
—Es un abrigo grande. Demasiado grande para una niña como tú. Lo
suficientemente grande para dos tal vez, si lo hacemos bien.
—¿Por qué querríamos hacer eso?
—Porque conseguiríamos pasar las guardas, ¿sí?
Miré hacia la puerta, todavía estaba ligeramente abierta, donde el
mago la había dejado.
—No hay guardas.
—No en la puerta —dijo con impaciencia—. Las guardas internas. Las
que pusieron en los pisos superiores. Las que están sobre todo, extensas y
peligrosas, las que robaron de gente como tú y como yo.
No sabía cómo sentirme acerca de ser mezclada con un elemento
criminal, pero por el momento no podía realmente discutir el punto.
—¿El abrigo te hace pasar por ellas?
Él asintió.
—Por supuesto, no suele importar. Demasiados magos de guerra
rondando alrededor para que importe. Es más un dispositivo que ahorra
tiempo para ellos que cualquier otra cosa. —Miró por encima de su
hombro—. Pero parece que los has molestado. Parece que tienes a la mayoría
de ellos peinando las calles por ti. Lo que significa que hay un equipo de
esqueletos ahí dentro, y eso significa que…
Saltó sobre mí. Lo siguiente que supe, fue que mi espalda estaba
contra su pecho, y su cuchillo estaba presionando contra mi garganta. Lo
suficientemente fuerte como para que, si gritaba, cortaría mi propia tráquea.
—Esta es mi oportunidad —siseó en mi oído.
—Pensé que íbamos a trabajar juntos —le dije, con mucho cuidado.
—¿Sabes lo que dicen los viejos sobre el honor entre ladrones?
Asentí.
—Nunca lo he tenido conmigo.
Lo golpeé en la entrepierna con la trampa.
—Tampoco yo —dije.
Un segundo después subí las escaleras y regresé al cuartel general.

El lugar no estaba desierto. Había gente por todas partes. En todos


lados. Parecía que nuestro pequeño escape los había puesto en alerta, y eso
significaba salones repletos con cada mago de guerra en el lugar.
Y era el doble en las escaleras.
Sólo que los que veía estaban en el otro extremo del vestíbulo de la
entrada, casi perdidos en la oscuridad. Por supuesto, pensé, antes de
esquivarlos en una habitación lateral para evitar ser vista. Y luego
lentamente avancé por el pasillo, levantando la capucha del abrigo,
metiéndome en más habitaciones cada vez que alguien se atravesaba en mi
camino, rezando para que no hubiera nadie en ellas.
No había.
Tal vez porque parecían del tipo oficinas administrativas, las que
cualquier departamento de policía necesita, y que cerraban a tiempo para
que todos pudieran llegar a casa para cenar. También había una biblioteca
llena de viejos libros, pero sin lectores, y la versión victoriana de una sala
de descanso, con una chimenea, unas cuantas mesas viejas marcadas y
algunas cosas para hacer té. Y un letrero con letras a mano, en una
ornamentada escritura victoriana: POR FAVOR REGRESE LOS PLATOS AL
SÓTANO PARA LAVAR.
Lo miré. Y luego miré la puerta de la escalera, que estaba
momentáneamente vacía. Y luego corrí hacia ella, corriendo por el pasillo en
silencio, los pies descalzos son buenos para algo, después de todo, y llegué
al descanso sin que nadie gritara por mi cabeza. Pero no subí, porque no
haría ningún vuelo.
Bajé.
Como la mayoría de los sótanos, éste era húmedo, oscuro y feo. Lleno
de cosas como un viejo horno, un montón de muebles antiguos, y una
pirámide de barriles apilados en una esquina casi hasta el techo alto. Pero
también tenía una pequeña área reservada para una cocina, que, a juzgar
por la parte del piso que estaba recubierto, originalmente había sido mucho
más grande.
No me sorprendió. El lugar tenía una sensación de casa convertida,
con el tipo de pequeños toques que una fuerza policial, incluso una policía
inusual, no se habría molestado. Al igual que los paneles de caoba en la
biblioteca. Las decoraciones en las barandas y los pasamanos de la escalera.
La calidad de los suelos de madera, que ahora estaban rayados y
degradados, especialmente en el vestíbulo principal, pero que habían sido
incrustados con un delicado diseño en algún momento en el pasado.
Y si esto había sido una residencia de un caballero, debería tener un
artículo, uno de los más importantes del siglo XIX. Una de mis viejas
institutriz había lamentado a menudo la falta de uno de ellos, en la granja
donde crecí, porque significaba que tenía que bajar a la cocina para hacer
su té de la tarde. Y, por cierto, los restos de la zona de la cocina tenían un
fregadero, algunos estantes, una enorme estufa de hierro viejo que parecía
que nadie nunca utilizaba…
Y un montacargas puesto en una pared.
Una sonrisa enorme estalló en mi cara.
Y luego se desvaneció tan pronto como me di cuenta de dos cosas; era
pequeño, muy pequeño, y tenía manivela.
Bueno, mierda.
Pensé durante un segundo, mordiéndome el labio, pero no había
elección. Podría haber otro camino por arriba, pero no tenía tiempo de
encontrarlo. Si el concilio demoniaco llegaba a Rosier antes que yo…
No cría que fuera buena idea que llegarán a él antes que yo.
Así que dejé a salir a Red.
—¡Ha! —dijo, golpeándome con su pequeño cuchillo, haciéndome
retroceder.
Y lo golpeé en el brazo con la trampa.
Él se desvaneció, y me apoyé contra la pared, pateando mis talones
contra el yeso manchado de agua durante unos minutos.
Lo dejé salir de nuevo.
—¡Ha! —dijo, y se lanzó hacia mí.
De regreso adentro de nuevo.
Me golpeé mi dedo, deseé tener zapatos. El suelo estaba como hielo, y
absorbía mi calor corporal. Empecé a levantar uno de los pies, así al menos
uno se mantendría caliente, y esperé otros pocos minutos.
—¿Vamos a pasar por esto toda la noche? —preguntó Red cuando lo
dejé salir de nuevo.
—Eso depende de ti. Necesito tu ayuda. A cambio, te ayudaré.
—¿Cómo? —Cruzó sus flacos brazos y se burló de mí.
—Tengo que subir, para recuperar a mi compañero. Pero las escaleras
están llenas de magos. Nunca lo lograré.
—No, con curvas —estuvo de acuerdo.
—¿Qué?
—Curvas y rizos.
—¿Qué?
Él puso los ojos en blanco.
—Una mujer. No hay mujeres en el Cuerpo. Todos saben eso.
—Tiene que haber unas cuantas.
—Nunca he visto una. Y creo que la notaría. —Me hecho una mirada.
—Así que, como he dicho, no puedo subir las escaleras…
—Pero apuesto a que podría —dijo con ansiedad—. Me das el abrigo y
voy a sacar a tu hombre, a tu demonio. Tienes mi palabra.
Fue mi turno de rodar los ojos.
—Tengo una idea mejor.
—Entonces pídele a alguien que te ayude, porque tengo cosas
mejores…
De regreso a la caja.
—¡Basta! —me dijo cuándo lo solté nuevamente, un minuto después.
—¡Entonces deja de perder mi tiempo! Lo hacemos a mi manera o no,
puedes regresar aquí para siempre por el bien de todos y el mío.
Él me miró hoscamente. Pero no dijo nada ni trató de atacarme de
nuevo, así que supuse que eso era algo.
—Aquí está el plan —le dije rápidamente—. Me meto en esta caja…
—¿Qué?
—No me interrumpas. Luego la pones en el montacargas…
—¿Qué?
—¡Dije, sin interrupciones! Después me subes al piso más alto. El
abrigo va a pasar por las guardas, incluso si pueden detectarme aquí, lo
cual dudo. Y entonces…
—¡Y luego te sientas ahí, porque no hay nadie que te deje salir!
—Puedo sacarme a mí misma.
Sus ojos se estrecharon abruptamente.
—Todo bien. Ahora sé que me estás diciendo empanadas.
—¿Qué?
—Empanadas de cerdo.
—¿Hablas inglés?
—¡Mentiras! ¡No hay nadie que haga eso!
—Puedo —dije con impaciencia—. O si no, estoy a punto de atraparme
en una caja en el nivel más seguro del cuartel general de mago de guerra.
Pensó en eso durante un minuto. Y entonces sus ojos se iluminaron.
—Sabes, conozco a algunas personas que estarían muy interesadas…
—Podemos hablar de eso más tarde. Ahora mismo, necesito que me
subas hasta allí.
—¿Y qué voy a conseguir?
—El abrigo. Tan pronto como esté arriba, lo dejaré caer por el hueco.
No lo necesitaré más. Entonces puedes ver si tu carrera por las escaleras
funciona o no.
—¿Y cómo saldrás, sin abrigo?
—Mi amigo demonio me sacará. Puede desplazarnos al reino de los
demonios…
—Entonces, ¿por qué no lo ha hecho ya?
—¡Porque no me abandonaría aquí! Es por eso que tengo que llegar a
él, ¡no sabe que estoy libre!
Red masticó eso.
—También necesitaré tu abrigo —añadí.
Su mano se cerró en el cuello.
—¿Por qué?
—Hace frío.
Sólo me miró un poco más. Y luego decidió que no le importaba. Se
encogió de hombros con la agradable lana esponjosa, pero me tomó el brazo
cuando fui a agarrarlo.
—Si sales de aquí, devuélvelo al Bull y Bollocks. Ten cuidado de no
perderlo.
—¿Qué?
—Es… —Parecía extraño—. Es solo que… mi mamá lo hizo, y ella…
ya no está aquí, y… —Me miro—. ¡Si le dices a cualquiera que dije eso, voy
a cortar tu garganta!
—No, yo… simplemente nunca había oído ese nombre antes —le dije.
—¿Cuál nombre?
—El nombre del pub.
—¿No has oído hablar del Bull? —Parecía asombrado.
Sacudí la cabeza.
—¿Tiene algo bueno?
—¿Bueno? —La incredulidad creció—. Es donde la esperanza muere,
luego te absorben y te patean en las bolas. Pero si te molesta un trabajo o
intentas hacerlo por debajo de la ley, no hay lugar mejor.
—Veré lo que puedo hacer —le dije.
Él asintió y se quitó el abrigo. Y respiré hondo, preguntándome hoy
por octogésima séptima vez si no estaba loca. Y para la ochenta y ocho,
decidí que realmente no quería saber.
—Aquí no hay nada —le dije. Y un segundo después, la cocina se
desvaneció, y sólo había oscuridad.
El oscuro mundo de la nada dentro de la trampa era mucho menos
reconfortante esta vez, tal vez porque no estaba tan borracha como una
cuba. De hecho, era seriamente espeluznante, una jaula sin ruido, sin
fricción, sin luz, que no era una jaula, ya que ni siquiera podía sentir
paredes a mi alrededor. Miré a la oscuridad y traté de no imaginar que
estaba mirando hacia atrás.
Asumí que el Círculo noqueaba a la mayoría de la gente antes de
ponerlos en estas cosas, a menos que estuvieran planeando sacarlos rápido
para interrogarlos. Miré alrededor un poco más. Y me pregunté si alguna
vez se olvidaron. Y entonces me pregunté si alguna vez “se olvidaron”.
Fue más que un poco preocupante, no estaba dispuesta a ofrecer esa
probabilidad de ninguna manera.
Pero no había nada más que hacer que esperar. Y preocuparse, porque
no había manera de predecir el tiempo aquí.
O para decir si me “re-materializaría”, o lo que sea que hacía, dentro
del diminuto y pequeño espacio del montacargas. Porque eso sería… malo.
Muy malo. Cassie-se rompe-cada-hueso-en-su-cuerpo es malo. Pero no me
había materializado en la mesa antes; había golpeado el suelo delante de
ella, así que presumiblemente…
Realmente deseé haber pensado en esto antes.
Realmente deseé que un reloj LED iluminara toda esta oscuridad.
Realmente deseé no tener que hacer pis.
¡Maldición!
Por último, no podía soportarlo más. Abrí los ojos, aunque no había
nada que ver, y me concentré. Y caí sobre un escritorio cubierto de papeles,
lápices y un vaso de porcelana que se balanceaba de un lado a otro, de un
lado a otro y no, no, no, pensé, agarrándolo con ambas manos.
Y luego di un suspiro de alivio cuando no se cayó.
Bueno, eso fue lo primero, pensé, un poco sorprendida.
Hasta que un pisapapeles de cristal golpeó el suelo detrás de mí, cayó
sobre la madera fuerte, como una bala de cañón, antes de golpear al lado
de un gabinete de cristal.
Y destrozarlo.
¡Maldición!
Tomé la caja, agarré el abrigo de Red y di un salto por encima del
escritorio. Luego corrí por la habitación, abrí la ventana, y empujé la caja
en el alféizar. Pero todavía era visible, así que lo empujé en un tramo del
techo cercano y salté tras él. Luego me zambullí de nuevo en la caja, porque
los pasos venían hacia aquí, y no había ninguna posibilidad de que no me
vieran de otra manera.
Me senté allí, en la oscuridad una vez más, masticando mis uñas, si
tenía uñas aquí, lo cual probablemente no, pero parecía que las masticaba.
Y esperé.
Y esperé.
Y esperé.
Y maldita sea, Rosier iba a estar muerto o de vuelta en el infierno para
cuando llegara a él, porque no era Lara Croft. ¿Y si no pudiera volver a la
ventana? ¿Y si las guardas eran más inteligentes de lo que un ladrón de dos
años les daba crédito? ¿Qué pasa si me atacaba un puñado de pájaros locos
tan pronto como reapareciera?
Porque lo último ocurrió.
Había una enorme parvada de ellos, habían decidido refugiarse de la
tormenta en el tejado, donde un saliente les daba cierta protección. A ellos.
No tenía protección alguna, aparte de lo que me ofrecía el abrigo, que maldije
cuando volví a aparecer y los asusté. Se levantaron en una nube de garras,
agitándose furiosos a mi alrededor, y de repente comprendí por qué
Hitchcock hizo esa estúpida película, que ya no sonaba tan estúpida.
No grité, pero sobre todo porque no podía. Había alrededor de mil alas
golpeando mi cara, las plumas encima de mi nariz, pequeños picos agudos
que picoteaban y pequeñas garras afiladas que cavaban, no podía ver,
apenas podía respirar y ahora en cualquier segundo iba a caer del tejado. ¡Y
esto era una mierda!
Un segundo después, no había más pájaros. Sólo la lluvia y yo, y
bueno, una última paloma gorda que debía de estar fuera del alcance de la
caja, estaba posada encima de los aleros, mirándome fijamente.
Antes de que volara bruscamente, supongo que antes de que le pasara
lo mismo que a las otras.
Agarré la caja.
Y tardíamente me di cuenta que había agarrado la equivocada, la que
tenía a los dos magos. Que ahora también contenía una tonelada de pájaros
enojados. Pero probablemente no interactuarían… ¿verdad?
Miré hacia atrás en la ventana. Todavía había un par de magos allí
recogiendo el desorden, pero no parecían particularmente alarmado. Tal vez
porque no era tan malo como había pensado. El escritorio era una ruina,
pero parecía que podría haberlo estado antes de todos modos, y la mayoría
de los periódicos de alguna manera quedaron en la parte superior.
Uno de los muchachos se inclinó, agarró el pisapapeles, y dijo algo al
otro que no pude oír debido a la tormenta. Pero debió culpar al viento por la
calamidad. Porque caminó un segundo más tarde a la ventana, obligándome
a aplastarme rápidamente contra el costado del edificio.
Justo antes de que la ventana estuviera firmemente cerrada,
dejándome en un techo cubierto de lluvia en medio de una tormenta.
Y todavía necesitaba hacer pis.
Miré hacia el cielo con los ojos cerrados, dejando que la lluvia me
golpeara en la cara durante un minuto, diciéndome que me tranquilizara.
No quería ser Lara Croft, decidí. Lara Croft apestaba. Quería estar en casa,
en una cama blanda, con una cálida taza de algo seriamente embriagante.
Como café irlandés. Sí. Un café irlandés estaría realmente genial ahora
mismo.
Pero no tenía un café irlandés. Lo que tenía, cuando abrí los ojos, era
una habitación vacía a mi lado, porque los magos se habían ido. Y, bueno,
lo aceptaría.
Finalmente alcancé la ventana lo suficiente como para que pudiera
poner una mano bajo ella, y empujar mi cuerpo de nuevo a través de ella, y
poner mis pies sobre suelo de madera pulida. Me dirigí de puntillas al
montacargas, porque los magos habían dejado la puerta del vestíbulo
ligeramente abierta, y fue serenado brevemente por algunas maldiciones
muy distintas que comenzaban a flotar desde la abertura debajo de la
puerta. Al menos se escucharon hasta que me quité el abrigo y lo dejé caer.
Las maldiciones se detuvieron. Eso me dejó sin el abrigo de lana de
Red, que no habría necesitado, excepto que estaba condenadamente
cansada de estar desnuda. Me lo puse.
Y luego fui en busca de Rosier.
Y esta vez, lo encontré.
Estaba en medio de una habitación grande, rodeada por un círculo de
magos de guerra, que estaban ocupados haciendo lo que probablemente
llamaban interrogación mejorada, yo lo llamaba tortura. Tenía dos ojos tan
negros que parecía que llevaba una máscara, el resto de su rostro estaba
rojo o púrpura, su nariz estaba seriamente hacia un lado, y su labio estaba
menos partido que pulverizado. Sentí mi mano subir a mi cuello; no sabía
por qué.
Tal vez porque estaba teniendo problemas para respirar.
Él tenía problemas para hacerlo.
Mi otra mano apretada en la caja.
Pero había demasiados y estaban demasiado dispersos. Nunca
lograría atraparlos a todos, no antes de que uno de ellos me atacara. O se
llevaran a Rosier, aunque parecían estar ya de camino. No tenía ninguna
arma, e incluso si la tuviera, no podría luchar con todos ellos. Entonces,
¿qué dejaba?
Antes de que pudiera averiguarlo, Rosier cayó extendido, golpeando el
suelo, con las manos sobre la cabeza, tratando de alejar la masa de botas
de punta de acero que se le clavaban como los puños lo habían hecho hace
un momento. Sentí que un golpe de rabia pura y fría me abofeteaba, porque
no les había hecho nada, no podía haber hecho nada en su estado actual.
Nada más que morir.
Y eso no iba a suceder.
Tomé medio segundo para memorizar su ubicación, y luego empujé la
puerta. No mucho, sólo un par de centímetros. Lo suficiente para lanzar una
caja ya abierta.
Y esta vez, no me equivoqué.
Un segundo después, la habitación explotó en gritos, cacareos,
plumas volando y rojos ojos demoníacos. Maldita sea, las palomas
asustaban de cerca, sobre todo cuando había alrededor de un millón de
ellas. Me metí en la agitada masa y de repente no pude ver, desafío a
cualquiera a haber visto una mierda allí, pero sabía dónde estaba Rosier, y
un segundo después lo agarré.
O agarré a alguien, como sea. Y Dios, realmente esperaba que fuera
él. Pero supuse que así fue, porque en lugar de maldecirme en la
inconciencia, estaba golpeando, pateando y tratando de morder. O tal vez
esos eran los pájaros, porque ¿quién podría decirlo aquí? Pero me estaba
machacando de todos modos.
Porque no podía verme.
—¡Soy yo! ¡Soy Cassie! —grité, justo en su cara, o lo que esperaba que
fuera su cara, pero no ayudó. Porque tampoco podía oírme.
Diablos, no podía oírme, no en medio del Pájaróddon. Pero no nos
detuvimos. No en una habitación llena de magos de guerra, que en cualquier
momento iban a desplegar algún hechizo del que nunca había oído hablar y
matarnos a los dos.
Y probablemente lo hicieran, excepto por una cosa.
O por hacer ambas cosas, porque no solo había liberado los pájaros,
¿verdad?
Y supongo que tal vez hubo alguna interacción, porque de repente, en
medio de la masa de aves, había una masa de explosiones, un virtual ciclón
de maldiciones lanzándose, por los que sospechaba eran dos de los antes
atrapados, ahora seriamente enojados y liberados magos de guerra, lo que
causó que las aves comenzaran a caer como lluvia.
Pero los otros magos presumiblemente no podían ver nada mejor que
yo, y no sabían que eran sus amigos, o que acababan de ser liberados del
infierno con los pájaros. No sabían que las maldiciones estaban siendo
disparadas contra las aves; supusieron que les disparaban. Y siendo magos
de guerra, naturalmente no se detuvieron para averiguar por qué.
Me arrojé al suelo, empujando a Rosier hacia abajo conmigo, y
comencé a gatear, a través de un granizo de sangre, plumas y el fuego de los
hechizos chisporroteando, de regreso por el camino por el que había
entrado. Porque no había otra opción. Esta debía haber sido una celda de
espera y no tenía otras puertas o ventanas.
Lo que significaba que no había ningún lugar para que la parvada
saliera, ahora seriamente en pánico, giraban y giraban en un frenesí de
furia.
Aunque sorprendentemente, ese no era el principal problema, ya que
estaban sobre todo por encima de nuestras cabezas. El problema era el puño
en mi barbilla que tenía mi cabeza tambaleándose, y el codo en mi estómago
que sacó la mayor parte del aire, y el señor demonio enloquecido que por un
momento creí que estaba royendo mi brazo.
Hasta que saqué la otra trampa de mi bolsillo y le golpeé la cabeza.
Y Dios, eso se sintió bien.
Y así fui capaz de correr hacia delante, cargado sólo la trampa que
volví a meter en mi bolsillo. Un segundo después, golpeé la pared, y un
segundo después de eso, encontré la puerta y agarré el mango. Casi fui
pisoteada por un grupo de magos inundando desde el vestíbulo.
¡Maldición!
Me eché hacia atrás contra la pared, levanté la capucha de mi abrigo
prestado y esperé a que se rompiera la línea. Luego salí disparada a través
de una multitud de botas, manteniéndome lenta y agachada, aunque de
todos modos habría tenido que hacer eso. Porque no era la única que
intentaba escapar.
La puerta momentáneamente vacía había proporcionado a alguien
más un camino a la libertad, o debería decir, a quienes. Debido al caos
vomitándose fuera de la habitación, junto a mí, sobre mi cabeza y alrededor
de mi cuerpo, aleteos y cacareos furiosos, una tormenta que casi me derribó.
Pero eso también llenó el pasillo hasta el punto de que una figura más
cubierta en la oscuridad no atraía ninguna atención en absoluto.
Palomas, pensé con fervor, corriendo por las escaleras.
Me encantaban las palomas
Y entonces alguien agarró mi brazo.
—¡Aquí! ¿Dónde crees que vas?
Miré a un mago de cabello oscuro que no reconocí, pero que debía de
ser más observador que sus amigos. Porque un segundo después un grillete
se cerró alrededor de mi muñeca. La que necesitaba para agarrar la trampa
de Rosier y defenderme.
Y un segundo después, alguien agarró la otra.
—Siga, sargento, adelante —dijo una voz familiar—. La tengo.
Miré a mi alrededor para ver a Red usando mi viejo abrigo de cuero. Y
una expresión severa. El cabello liso, porque estaba haciendo una maldita
representación de un mago de guerra. Excepto, ya sabes, por los dos metros
de cuero que estaba arrastrando, porque el tipo no era mucho más alto que
yo.
¿No eres un poco corto para ser un soldado de la tormenta?, pensé
histéricamente, y me mordí el labio.
—¿Y quién te tiene? —preguntó secamente el sargento, porque
tampoco se lo estaba comprando.
—Buena pregunta —dijo Red, y le golpeó en la cabeza con un jarrón
de aspecto pesado.
Se rompió con una grieta astillada que nadie oyó sobre el estruendo,
el sargento hizo un clavado de nariz, y yo hice otro tipo de clavado por las
escaleras. Sólo para que Red me atrapara y me arrastrara de regreso a la
oficina.
—¿Qué estás haciendo? —le dije—. ¡Esta es nuestra oportunidad!
¡Podemos salir mientras están distraídos!
—Lo que sería un buen y admirable plan —acordó, cerrando la puerta
tras nosotros—. Si no fuera por un pequeño inconveniente.
—¿Qué inconveniente?
—Sólo que cerraron el edificio. ¿Por qué crees que estoy aquí?
—No lo sé. ¿Por qué estás aquí?
—¡Así tu demonio puede sacarnos a ambos! ¿Lo encontraste?
—Lo hice —dije, sacando la trampa.
Rosier cayó de frente.
Sobre su cara.
Lo que quedaba de ella.
Red miró a la criatura inmóvil, y luego hacia mí.
—¿Ahora qué?
Un minuto después, Rosier estaba de vuelta en la caja y nosotros fuera
de la ventana, hacia el techo. Donde todavía llovían gatos y perros, y magos
de guerra, por el aspecto de las cosas, porque una ola de ellos rondaba por
las calles abajo en grupos de dos o tres. E incluso si hubiera querido caer
en medio de eso, no había escape de incendios, y los edificios cercanos no
estaban suficientemente cerca. Tenían los techos inclinados por donde
corrían ríos de agua sucia, que estaba ocupada derramándose en la calle
seis pisos más abajo.
Tendría que tener un deseo de muerte para tratar de aterrizar en uno
de ellos.
Y no lo tenía.
Realmente, realmente no.
—Sabes, no estoy tratando de parecerte ingrato —comentó Red—.
Pero no estoy viendo cómo es que esto nos ayuda.
Tampoco lo veía.
Hasta que una carreta tirada por un solo caballo viejo, con cabezas de
balancín, llego rodando por la calle. Parecía estar lleno de basura. Una
basura maloliente y nauseabunda que los magos de guerra ignoraban tan
completamente debajo de ellos.
Afortunadamente, no tenía estándares tan altos.
Miré a Red.
—¿Confías en mí?
Parpadeó, como si no estuviera acostumbrado a que le hicieran esa
pregunta.
—Más de lo que confío en ellos.
—Bien —le dije, y lo golpeé.
Un momento más tarde, había subido por la ventana a la cascada más
grande y más rápida que podía alcanzar, que caía hasta la línea del techo y
hacia el borde, hacia la calle de abajo. A la calle que estaba llena de magos
de guerra. A la calle que pasaba justo al frente del cuartel general de los
magos de guerra.
La calle por la que la carreta con caballos, iba a pasar en un segundo.
Volví a entrar en lo que se estaba convirtiendo en una oscuridad
familiar, rezando para que no me re-materializara en una zanja, o colgando
de un edificio, o salpicada sobre el suelo por un impacto para el que la caja
no estaba clasificada para soportar.
O con una bota de mago de guerra en mi yugular.
Pero no lo hice. Unos minutos después, me materialicé medio
enterrada en un montón de basura. Junto con un mago de guerra falso con
salvajes ojos, una cáscara de manzana colgando de su cabeza y un señor
demonio inconsciente.
Que de inmediato cayeron de frente, otra vez, en una pila de algo
desagradable.
Pero un segundo después de eso, Rosier estaba de vuelta en su
pequeña casa, Red y yo nos alejamos de la parte de atrás de la carreta. Y
atravesamos las calles lluviosas del Londres victoriano. Tratando de no
doblarnos en una risa histérica, lo cual era difícil cuando estabas
tropezando al bailar y al tener que reprimirte del trasero al aire sin idea de
todos los magos rastreando alrededor de las calles detrás de ti.
Entonces Red lo hizo de todas maneras, mientras me abrazaba a un
poste de luz y reía y reía y reía.
Hasta que no pude respirar. Hasta que me miró y sacudió la cabeza.
—¿Estás por aquí, muchacha?
—Por ahí, a la mitad del camino —jadeé.
—Entonces tu ropa encaja perfectamente.
—¿Perfectamente en dónde?
Él sonrió.
Llegué a la suite, horas después, sin Rosier. Había tenido que dejarlo
en el pub, al tierno cuidado de Red, porque incluso después de comer y
descansar no había podido desplazar a dos. Estaba un poco sorprendida de
haber sido capaz de desplazar a uno, por lo que me sentí aliviada al no ver
a nadie en el pórtico cuando regresé.
Excepto por Rico, apoyado contra la pared, fumando un cigarrillo.
—¿Es tarde? —le pregunté esperanzadamente. Porque por una vez
sería realmente agradable poder volver adentro y cambiarme antes de que
nadie, léase Marco, me viera.
—¿Quieres decir, si ya está levantado? —preguntó Rico, dejando
escapar una exhalación de humo.
Suspiré.
—La respuesta es sí —me dijo. Y luego destelló una sonrisa con fuertes
dientes blancos—. Pero él no está aquí.
Sentí que mi espina dorsal se relajaba ligeramente, y luego me sentí
mal. Marco tenía un trabajo de mierda, y sólo estaba haciendo lo mejor. Lo
sabía.
—¿Puedes lidiar con esto? —le pregunté, sacando el brazo, donde el
grillete mágico del mago todavía colgaba. Podría quitar las de clase regular,
pero éstas eran una perra.
Rico le echó un vistazo y sacó una cajita de dentro de su chaqueta de
cuero. Y ni siquiera levantó una ceja ante la petición. O por la enorme
cantidad de suciedad que había arrastrado conmigo. O a mis pies desnudos
que sobresalían del fondo del mugriento manto.
Lo miré trabajar y me pregunté, no por primera vez, lo que haría falta
para agitar al perpetuamente a indiferente Rico. A diferencia de la mayoría
de los otros chicos, nunca lo había visto perder el control. Tampoco lo había
visto, nunca, con un traje.
Los otros guardias los llevaba religiosamente, probablemente algo
relacionado con mantener la dignidad de su casa. A excepción de Marco,
que prefería la comodidad al orgullo, y sus amadas camisetas polo. Pero Rico
prefería un combo de camiseta negra, vaqueros negros y chaqueta de cuero
negra. Lo hacía parecer una versión actualizada y de mejor aspecto de Fonz,
hasta la habilidad con todas las cosas mecánicas.
Una habilidad que resultó real, cuando el grillete salió casi
inmediatamente de mi muñeca.
—¿Dónde está Marco? —pregunté, frotando con gratitud, porque él
cazaba la suite más que cierto fantasma que conocía.
—Compras.
—¿Compras? —Marco era un maestro de nivel superior. No hacía
compras. Tenían gente para hacer eso por ellos—. ¿Para qué?
El labio de Rico se crispó.
—Ve y mira.
Miré de él a la puerta grande y adornada de la suite. Y repentinamente
deseé volver al Bollocks con Rosier. ¿Y qué tan triste era eso? ¿Cuando un
sucio pub, maloliente y congelado era mejor en mi vida?
Contrólate, Cassie, me dije. Probablemente no sea una catástrofe esta
vez. Quiero decir, cuáles eran las probabilidades, ¿verdad?
Pero seguí allí de pie, con la mano en el pestillo de la puerta, sin
empujarla. Porque no podía tratar con otra cosa esta noche; simplemente
no podía. El viaje había tomado todo lo que tenía, e incluso entonces no
había estado segura que iba a conseguirlo. Sin embargo, de alguna manera,
tuve que conseguir más Lágrimas, ahora tenía una corte que cuidar, y luego
estaba Jonas, mis acólitas, el maldito Ares y no podía tratar con otra cosa…
—No todas las sorpresas son malas —me dijo Rico con suavidad.
—No conoces mi vida —le dije, tratando de no sonar tan terrible como
me sentía. Aunque probablemente habría funcionado mejor sin la carcajada
en los labios. O la cosa de balancearme sobre mis pies. O el temblor en mi
mano que sacudía el pestillo lo suficiente como para hacer un pequeño
sonido burlón hasta que lo solté, sintiéndome como una tonta.
Y probablemente también lo parecía, lo que no ayudaba. Los vampiros
admiraban el poder, la fuerza, el estoicismo. Y no estaba exponiendo
exactamente ninguna de las anteriores.
Pero para mi sorpresa, el rostro de Rico se relajó, y no en un ceño
fruncido.
—Vamos —me dijo—. Parece que podrías necesitarlo.
Ni siquiera le pregunté qué quería decir. ¿Cuáles eran mis
alternativas, dormir aquí afuera? ¿Y tropezar con Marco cuando volviera de
lo que estaba haciendo?
Sacudí la cabeza. Agarré de nuevo la cerradura de la puerta. Y en
realidad la abrí esta vez.
Y me encontré cara a cara con una risueña niña de dos años.
Eso no habría sido tan raro, excepto que nadie la estaba cargando.
Tenía rizos negros y grandes ojos marrones, una camiseta
completamente nueva en un rosa brillante e impactante. En el frente tenía
un montón de globos en colores iridiscentes, con una firma abajo en una
exagerada floritura que conocía muy bien. Augustine, el diseñador residente
del Dante, había atacado de nuevo.
La niña se rio un poco más, completando un lento salto mortal en el
aire. Y cuando Rico le dio un ligero empujón, cayó en una habitación llena
de más niñas saltando, flotando, levitando, rebotando en el sofá y
empujándose desde las paredes, siendo observadas por un usualmente
estoico grupo de guardaespaldas que sonreían como nunca los había visto,
porque ¿cómo no hacerlo?
Rhea estaba sentada en medio del grupo, en una silla como una
persona normal, tal vez porque el encanto no era lo suficientemente fuerte
para levantar a una mujer adulta. Pero no parecía importar. Todavía estaba
riendo con deleite. Y también lo hacía la mujer a su lado, con su propio
conjunto de rizos, porque a Tami le gustaba un buen peinado, sí le gustaban
los trenzados.
Sentí una sonrisa de respuesta salir por mi propia cara, una tan
amplia que parecía que podría abrirse.
Nunca me había alegrado tanto ver a alguien en mi vida.
Ella levantó la vista y me vio en el mismo segundo, los ojos oscuros
afilados tomaron nota de las mismas pistas que Rico, pero Tami no era
grandiosa con el silencio.
—¡Maldita sea, muchacha! ¿Qué te ha pasado?
No pude evitarlo; me eché a reír. Y luego me reí un poco más por la
expresión de su rostro. Y entonces se me salió de las manos, estaba apoyada
contra la puerta, prácticamente muriéndome, porque ella nunca, jamás me
creería si se lo dijera.
—De acuerdo, sí —dijo ella, levantándose y viniendo hacia mí—. Es
hora de ir a dormir.
—No, no, estoy bien —protesté. Porque lo estaba. De repente, me sentí
mil veces mejor. Era tan bueno tenerla aquí.
Todo el mundo parecía que sentía lo mismo. Las chicas, que habían
estado jodidamente desaliñadas cuando me fui, estaban limpias y tenían
ropa nueva, aunque algo extraña. También sonreían y, por primera vez
desde que las conocí, no parecían especialmente traumatizadas.
No debería haberme sorprendido. Tami sabía todo sobre niños
traumatizados. Tami podría escribir un maldito libro sobre niños
traumatizados. Y su actitud era que, lo que la mayoría de los niños
necesitaba era afecto, humor y organización. Y parecía que había organizado
la mierda de todo.
Los ceniceros que se desbordaban habían desaparecido, porque por
supuesto no se permitía fumar con las niñas. Los abrigos, las corbatas y, a
veces los zapatos, que tendían a estar repartidos por todos lados a la vista,
las cintas/mantas/fundas, todo había desaparecido. La alfombra parecía
recién aspirada, había flores en la mesa del salón, y el penetrante olor a
cerveza y agrio olor de los largos pies de Marco que se arrastraba desde el
vestíbulo estaban visiblemente ausentes. En cambio, el aire tenía un olor
distinto…
—¿Galletas? —pregunté, sonando casi trágicamente esperanzada.
—Después de la cena —me dijo Tami automáticamente, y luego se rio.
Pero lo decía en serio. Si trataba de comerlas antes me las arrebataría, lo
haría… bueno, no lo sabía, pero probablemente implicaría una conferencia
sobre cómo dar un buen ejemplo.
Estaba empezando a entender por qué Marco estaba “haciendo
compras”.
Y entonces me encontré rodeada por un montón de pequeños globos
humanos que flotaban a mi alrededor como la marea, un océano de camisas
rosadas, mejillas rosadas y ojos brillantes, como los de una niña pelirroja
con una expresión demasiado seria, que estaba mirando fijamente las partes
multicolores y relucientes de su camisa con asombro, su mano
acariciándolas tentadoramente. Como si obtuviera más de ellos que de la
sensación de volar.
Pero entonces, si nunca hubiera sido capaz de usar nada más que un
blanco aburrido, tal vez yo también lo estaría. De repente pensé que
entendía un poco mejor los trajes locos y coloridos de Cereza. Y luego pensé
en otra cosa.
Mi kit de manicura estaba donde lo había dejado, en uno de los
cajones de la mesa del sofá. Y todavía estaba en su mayoría lleno, porque
¿cuándo diablos tenía tiempo para pintarme las uñas? Lo agarré y giré hacia
la niña, quitando la parte superior de la caja y mostrando una línea de
botellas de polvos brillantes en todos los colores que se pudieran imaginar.
No usaba el púrpura destellante o el verde ácido o el naranja brillante,
pero el kit venía con ellos y había estado así a la venta, por lo que todos
estaban allí. Junto a mis rosas favoritos —cuatro tonos diferentes— un rojo
ardiente, un blanco nacarado, un dorado rico, un plata pulido, y un elegante
negro. Y cada uno de ellos estaba cargado de brillo, porque así me gustan.
Y parecía que no era la única.
Los ojos de la niña se pusieron enormes.
—Escoge un color —le dije, pero ella se quedó dónde estaba,
moviéndose suavemente hacia arriba y hacia abajo, mirándolos fijamente.
Así que escogí uno por ella, el más brillante de los rosados, porque coincidía
con su camiseta—. ¿Te gusta el rosa? —le pregunté, pero ella sólo miró un
poco más.
—Está bien —dijo Rhea, tomando la pequeña mano regordeta que
subía y bajaba—. La Pitia los usa.
Eso pareció entenderlo bien, porque la niña se relajó. Y las demás se
agruparon alrededor para verme pintar cuidadosamente las uñas
diminutas. Observando intensamente. Habrías pensado que les estaba
enseñando una lección de vida importante o cómo desplazarse o algo así.
Finalmente terminé. Y una niña que había aprendido a levitar a gran
velocidad, que probablemente había visto más magia en su corta vida, que
me volaría la mente, se quedó mirando su mano con absoluta incredulidad.
Y luego empezó a darle la vuelta, tratando de mostrarla a todas sus amigas
a la vez, tan emocionada que no sabía qué hacer.
—Has creado un monstruo —me dijo Tami, mientras las otras chicas
se lanzaban por los colores y Rhea se apresuraba a usar toallas de papel,
para evitar que el brillo decorara toda la suite.
—¿Qué pasa con las camisetas? —pregunté mientras me llevaban al
dormitorio, probablemente porque estaba a punto de caerme.
—Ese maldito Augustine —dijo Tami—. Le dije que necesitábamos
ropa para las chicas, pero ya que él no estaba recibiendo pago…
—¿No lo está?
—… decidió darnos las cosas del negocio en el sótano. Se suponía que
los globos de esas camisetas flotan alrededor, no el que las lleva puestas.
—Tami…
—Así que no se vendieron, y nos quedamos con ellas. Por suerte, las
chicas se divierten de todos modos. Pero Marco no estaba contento, dijo que
era un insulto a la corte, y bajó para tener una charla con el hombre mismo.
—Tami…
—Sabes, él no es tan malo… Marco, quiero decir. Creo que las chicas
están empezando a encariñarse con él. Por supuesto, podría ser más fácil si
no pareciera un oso de mal genio la mitad de…
—¡Tami!
Ella miró a su alrededor.
—¿Qué?
—¿Por qué no le pagamos a Augustine?
Ella parpadeó.
—Porque estás quebrada. ¿Pues qué creías?
—¿Qué?
—Quebrada. Q-U-E-B-R-A-D-A —dijo la mujer que podía estirar un
dólar hasta que gritaba y pedía misericordia.
Sólo que aparentemente no teníamos ninguno para estirar.
—¿Jonas todavía no libera las cuentas? —pregunté, sorprendida a
pesar de todo. Pensé que había sufrido una crisis momentánea ayer, en
respuesta a algunas malas noticias. Pero si no estuviera mejor hoy…
Me subí a la cama.
—Ni un maldito centavo —dijo Tami, sentándose a mi lado—. ¿Debería
preguntarte por qué no llevas zapatos?
—No. Háblame de Jonas.
—No hay nada que decir. No había oído ni pio de él, y cuando Rhea lo
llamó, él la pasó a algún tipo de secretaria para concertar una cita. —Tami
hizo un sonido de disgusto—. ¿Oíste eso? Una cita. Para la Pitia. —Ella
negó—. Chica, tienes que patear un trasero.
Sí. Eso era lo que me apetecía hacer, pensé detenidamente. Patearle el
culo.
Y supongo que lo proyecté, porque Tami sonrió.
—Bueno, tal vez no ahora mismo.
—¿Dijeron algo más? —pregunté, viendo hacia abajo.
Dios, mis pies estaban sucios.
—No, sólo que llames. Pero Rhea no cree que sea una buena idea. Ella
cree… bueno, ella puede decirte —dijo Tami, cuando Rhea entró.
—Dije que es costumbre que la Pitia sea puesta en práctica de
inmediato —me dijo tranquilamente, mirando preocupada. Sus ojos se
abrieron sobre mí y un ceño preocupado apareció en su frente. De repente
me di cuenta que nunca me ha visto bien.
Ninguna de ellas. Era perfectamente posible que mi corte comenzara
a pensar que siempre andaba con los pies negros y los tobillos manchados
de barro, llevando un abrigo de mago de guerra robado y bebiendo alcohol
barato. Muy barato.
Me estremecí ante el recuerdo de lo que daban por vino en el Bollocks,
y puse mi cabeza sobre la cama.
—¿Me dan un teléfono?
Ella se obligó, mordiéndose el labio, pero Tami no era tan tímida.
Tami no sabía lo que significaba timidez.
Y Tami no pensaba que debía hacer esa llamada.
—Dejas que ellos caminen sobre ti, ellos van a caminar sobre ti —me
dijo—. Tú lo sabes. Es el Círculo del que estamos hablando.
Y sí, Tami nunca había sido demasiado aficionada al Círculo. O
viceversa. Tal vez porque algunos de esos niños que había rescatado no
habían estado en la calle. Habían estado en los pequeños campos de
reeducación del Círculo; al menos los tenían hasta que los estalló.
Había empezado con su propio hijo, y luego con algunos de sus
amigos, y luego se había convertido en un hábito, ganándole el apodo en la
prensa del “Vixen Vigilante”. Porque escalar las paredes de las bien
custodiadas prisiones no significa que lo hagas mal vestida. Por desgracia,
el Círculo no había sido tan aficionado a ella como la prensa, y había
ofertado una recompensa considerable por su cabeza. Había conseguido
disculparla con un perdón, cuando Jonas estaba jugando a ser agradable,
pero probablemente no estaría feliz de saber que tenía a su vieja enemiga
como un nuevo miembro de mi personal.
No es que ella supiera que estaba en mi personal todavía.
Y no es que él estuviera feliz de todos modos, así que no importaba,
¿verdad?
—No voy a llamar a Jonas —le dije.
—¿A quién entonces?
Golpeé el botón de la recepción.
—Augustine —le dije, hubo algunos sonidos y luego hubo un pitido y
luego hubo un sonido como de un genio indignado que estaba gritando
acerca de algo. Oí la voz de Marco en el fondo un segundo después, lo que
probablemente explicó el grito, sólo que no funcionaba en Augustine.
Afortunadamente, tenía algo que sí lo hacía.
—Sabes —le dije, sin esperar un descanso en la conversación porque
probablemente no habría uno—, pensé el otro día que lo que realmente
necesito es un nuevo diseño para los uniformes de las iniciadas.
Hubo un silencio repentino en el otro extremo del teléfono.
—O lo que sea que llamen su ropa formal. Vaqueros y cosas de esas
están bien para todos los días, si nada especial está sucediendo, pero hay
momentos en que van a tener que vestirse. Van a necesitar algo un poco
mejor que los camisones que han estado usando. Quiero decir, ¿los has
visto?
—Sí, son espantosos —dijo Augustine—. ¿Quién los diseñó?
—Creo que fue una de las Pitias, Gertrude algo, en el siglo XIX. Y tal
vez parecían estar bien entonces, no sé, pero…
—No puedes tenerlas caminando por ahí así —aceptó, sonando
súbitamente razonable.
—Bueno, eso es lo que pensaba. Y entonces, naturalmente, pensé en
ti.
—Naturalmente. —Suspiró, y fue un largo sufrimiento. Porque estaba
tan sobrecargado de trabajo y mi petición sería una carga, una carga que
pronto habría enyesada en cada pedacito de espacio publicitario que pudiera
encontrar.
Augustine encontró su asociación con la Pitia muy lucrativa.
Simplemente no le gustaba pagar por ello.
Escuché pasar algunas páginas.
—Supongo que podría arreglarlo —me dijo—. Será difícil, por favor.
Tengo el desfile de pre-otoño el veinte, y luego está el…
—Y mientras tanto —le dije, porque Augustine podría darle a Rosier
una catedra en el departamento de amar-el-sonido-de-su-propia-voz—, le
pedí a Marco que recogiera algo cotidiano para las chicas, para llevar a
diario. ¿Oíste lo que pasó con su guardarropa?
—Si el resto era algo así como la pesadilla que llevan, están bien
libradas de él.
—Pero tienen que usar algo, hasta que estés listo para mostrar al
mundo tu obra maestra. ¿No es así?
Hubo otra pausa.
—Veré lo que puedo hacer —me dijo cortantemente, y colgó.
Me recosté en la cama.
—Bueno, ahora haz eso con Jonas —me dijo Tami, con los ojos
brillantes.
Abrí un ojo hacia ella.
—Pensé que no querías que lo llamara.
—Sí, pero eso fue bueno. Llámalo y haz eso.
Seguro. Como si fuera tan fácil.
—Jonas no es Augustine —le dije—. No tengo ese tipo de influencia
con él.
—Pero eres la Pitia…
—Y él es el jefe del Círculo. Molesto a Augustine, y hay otros
diseñadores. Molesto a Jonas, y daño una relación con un aliado cercano.
—Y eso no sería una gran idea en este momento.
—¿Y no crees que le enojaste la otra noche? —preguntó Tami. Al
parecer, las noticias viajaban rápido.
—Probablemente. Pero estaba seriamente fuera de línea entonces. No
tuve elección.
—Él está fuera de línea ahora. —Tami miró a Rhea.
—Ella lo sabe —dijo Rhea, observándome.
—Le estoy dando una oportunidad de refrescarse —le dije a Tami—.
No estoy tratando de exhibirlo o de hacer un enemigo. Esto no puede
convertirse en algún tipo de… de concurso de meadas.
—Ya es un concurso de meadas…
—No para mí. Y voy a darle tiempo a ver si viene.
—¿Y si no lo hace?
Cerré los ojos.
—Esperemos que lo haga.
—Eres más… diplomática… que yo —dijo Tami.
Me pregunté si eso era diplomacia de su parte, para evitar decir
“gallina”. Si lo fuera, no podría culparla. Había estado actuando como una,
no intencionalmente, sino en una forma de estar juntos, porque lo
estábamos. Y porque ya tenía bastante de qué preocuparme con mis
enemigos; no necesitaba problemas con mis aliados, también.
Pero tal vez no lo habían tomado así.
Tal vez lo habían tomado como Tami.
Suspiré.
—¿Qué hay de las habitaciones? —le pregunté, manteniendo los ojos
cerrados porque se sentía muy bien—. ¿Tengo que llamar a Casanova
también?
—Buena suerte —dijo secamente.
Abrí mis ojos.
—¿Qué significa eso?
—Significa que al menos Augustine responde su teléfono. Casanova
ha estado ASP.
—¿AUSENTE SIN PERMISO?
Ella asintió.
—Como desde hace un mes, cuando la maldita electricidad tronó en
mi habitación. Parecía una película de terror, parpadeaba, parpadeaba,
parpadeaba, me volvía loca. ¿Pero crees que pude conseguir a alguien para
arreglarla? Y cuando lo llamé para quejarme, y para señalar que era su hotel
el que se iba a quemar si había un cortocircuito, ¿crees que tomo mi
llamada?
—No está atendiendo a nadie —dijo Rhea—. Lo intenté ayer, y otra vez
esta mañana. Dicen que ha salido.
—Él no está fuera, se está escondiendo —insistió Tami, la luz de la
batalla en sus ojos—. Pero no puede esconderse para siempre.
—Volveremos a intentarlo mañana —dije, porque en realidad no
sentía ganas de localizar a un evasivo vampiro en este momento.
Tami asintió.
—Te ves exhausta. Duerme una siesta, Cassie.
—No voy a hacer una siesta —le dije—. Tengo que tomar un baño. No
puedo dormir así.
—Mmhm —dijo, y cerró la puerta del dormitorio.
Rhea no fue con ella, y un segundo después de que la puerta se cerró,
un hechizo de silencio hizo clic en su lugar.
Tenía que aprender a hacer eso.
—¿Las lágrimas? —le pregunté, incluso sabiendo que sería demasiado
fácil.
Ella sacudió su cabeza.
Dejé la mía sobre la cama.
—Lo siento, lady.
—Está bien. Si no envíe el dinero, realmente no creía que las enviara.
—Me giré hacia un lado y apoyé mi cabeza en un codo para poder verla
mejor—. ¿Jonas entiende lo que las acólitas podrían querer con ellas?
—Estaba apurado cuando le hablé… y con temperamento —añadió,
haciendo una mueca—. Pero yo le expliqué…
—¿Y qué dijo?
—Sólo que no conseguirían nada de él. Pero no dijo cómo lo sabía, o…
mucho de cualquier otra cosa. Puedo volver a intentarlo mañana…
Suspiré. Porque sí, ella podría. Y yo también. Pero eso planteaba su
propio problema, ¿no?
—No podemos darle la idea de que estamos demasiado interesadas, o
él las usará como palanca para obtener el control de la corte.
—No es la corte lo que quiere —dijo, furiosa—. Es usted.
—Entonces las usará para sacar provecho de mí. No es que le haga
ningún bien.
—¿No le haría ningún bien? —Rhea parecía confundida.
—Jonas se ha estado diciendo pasteles de cerdo —le dije, rodando de
la cama.
—Yo… ¿Perdóneme yo…?
—Mentiras —traduje y me fui al baño.
Y luego cambié de opinión, porque un baño sonaba impresionante,
pero también sonaba como un montón de trabajo en este momento. Y como
si pudiera quedarme dormida a mitad de ello. Pero al menos tenía que
lavarme los pies. Realmente no podía dormir así.
Corrí un poco de agua caliente en el fondo de la bañera, me senté en
el borde, y agarré una toallita de sacrificio.
Dios, el Londres victoriano era sucio. Mis plantas estaban negras, me
había golpeado un dedo en un adoquín más elevado de lo usual, y ni siquiera
quería saber lo que estaba entre los otros dedos. Vacíe el jabón y me puse
en ello.
—¿Lady?
—¿Mhmm?
—¿Qué clase de mentiras?
Miré por encima de mi hombro para ver a Rhea de pie en la puerta,
observándome.
—¿Qué? Oh. Del tipo que todo va a estar bien, porque Cassie va a
echar una mano y salvara el día. Creo que Jonas olvida a veces que no trata
con Agnes.
—¿Por qué usted…? —Rhea se interrumpió.
—¿Qué?
—Nada.
Empezó a recoger el cuarto de baño, y pronto tenía un montón de ropa
sucia. El antes algodón blanco estaba arrugado y manchado de sudor,
bueno, parecía haber sido usado durante tres días. Pero supongo que habría
sido difícil tenerlos limpios cuando las niñas no tenían nada más que
ponerse.
Pensé en el perfecto corte pequeño de Agnes, su manicure tan bien
cuidado.
Y luego pensé en el reluciente, brillante, resplandeciente y ligeramente
manchado de afuera.
Y, oh, mira, ya estaba teniendo efectos en ellas.
—Lástima que no hubiéramos podido rescatar más cosas de Agnes —
dije cuando Rhea me notó observándola—. Podríamos haber vestido a las
chicas mayores, al menos.
—La mayoría de sus cosas eran demasiado cálidas para Las Vegas…
¿Si el tribunal debe permanecer aquí?
—No lo he pensado mucho. ¿Quieres volver a Londres?
—No. —Era enfática—. El clima —añadió, haciendo una mueca.
—Entiendo eso —estuve de acuerdo, recordando los muchos abrigos
de Agnes. Si hubiera sido ella, habría trasladado la corte a algún lugar
soleado. El sur de Francia tal vez, o la costa de España.
Mmm, España. Paella, sangría y chicos magníficos…
Sólo que el chico magnífico de Agnes había estado en el viejo Londres
lluvioso, ¿no? Bueno, los de su tipo, de todos modos. Traté de imaginar a
Jonas como un ardiente joven, un galán y fallé miserablemente. Pero debe
haberlo sido alguna vez. O por lo menos ella debe haberlo pensado. Y
parecían felices…
Sonreí, recordando la foto. La mujer riendo, bromeando y besando a
Jonas había tenido el cabello movido por el viento y la parte superior de la
blusa con la mitad de los botones deshechos porque estaba siendo usada
como cubierta en la playa. Había llevado gafas de sol en la cabeza y lo que
parecía una mancha de esa vieja crema blanca para el sol sobre su nariz,
para evitar más pecas, supongo. Le hacían verse más familiar de una
manera que sus elegantes habitaciones no lo habían hecho. Más relatable.
Más real.
Más como la mujer que una vez me disparó en el trasero.
Me preguntaba de nuevo dónde estaban todas las otras fotos. Debe de
haber tenido algunas… ¿correcto? Quiero decir, la gente lo hacía, ¿sí?
Incluso antes de la era de las selfie.
Pero entonces, ¿dónde estaban las mías? Si moría mañana y Rhea
tuviera que pasar por mis cosas, ¿qué encontraría? ¿Algunas camisetas
viejas pegajosas? ¿Unas pocas cartas de tarot? Un armario lleno de vestidos
de baile sin usar que Augustine me había impuesto para poder usar mi
nombre en su publicidad, pero que nunca había usado porque no tenía una
vida social, ¿cierto?
Sacudí la cabeza; no sabía qué estaba mal conmigo. Estaba en medio
de una guerra. Mi falta de vida social no importaba.
Sólo que lo hacía, de alguna manera. Tal vez porque había empezado
a sentirme, especialmente últimamente, como si hubiera saltado de una
crisis a otra. La idea de que, tarde o temprano, las cosas se calmaran y
tendría tiempo de llegar a las cosas personales no parecía estar sucediendo.
En todo caso, todo se estaba acelerando, incluso con la idea de llegar a ser
más difícil de visualizar.
¿Y si no lo hacía?
Agnes no lo había hecho. Había tenido algo así como ochenta cuando
murió, lo cual podría ser una vida jodidamente larga para un ser humano,
pero no para un mago. Para un mago, eso era como morir a los cuarenta. Y
aquí estaba yo a los veinticuatro años, no estaba segura que fuera a llegar
a los veinticinco años y…
Y de repente me pregunté si eso era lo que ella había sentido. Como
si la vida pasara muy rápido, pero no pasaba nada. No para ella.
—¿En comparación con usted? —preguntó Rhea de repente.
Miré hacia arriba.
—¿Qué?
—Ayer dijo algo sobre lady Phemonoe… ¿En comparación con usted?
—Sólo que no hay mucho que comparar —dije, haciendo muecas.
Pero Rhea no parecía entender la broma.
—Era una Pitia muy buena —me dijo en voz baja.
—¿Pero? —pregunté, porque había uno allí.
Se mordió el labio. Pero cuando habló, su voz estaba decidida.
—Pero estaba demasiado cerca del Círculo.
—Ella y Jonas eran amantes —señalé—. No que la mayoría de la gente
lo supiera.
—Ellos sabían. Tal vez no la gente en la calle, lo mantuvieron fuera de
los papeles. Pero había rumores. Y los jugadores principales, siempre tienen
espías…
El senado seguro los tenía. Pensé brevemente en el rostro sonriente
de Kit Marlowe. El jefe de espías del senado, siempre había sido amable
conmigo, incluso encantador. Él me gustaba.
Me pregunté si lo haría, si supiera todo lo que tiene sobre mí.
—La gente sabía que los otros grupos se sentían excluidos —continuó
Rhea—. No importaba mucho con los individuos, alguien que quería un
juicio sobre un asunto personal. Pero si tocaba el Círculo…
—¿Y qué no toca el Círculo? —No eran el único jugador mágico en la
ciudad, pero eran los más grandes y todos lo sabían.
Ella asintió.
—Entonces, ¿qué hacían los grupos como el senado cuando
necesitaban un juicio? ¿Cómo se acercaban a ella?
—La mayoría no lo hacía —dijo Rhea en voz baja—. No sobre las cosas
importantes. Le molestaba, podría decirse, cuando resolverían las cosas por
sí mismos, sólo para descubrir que la solución que habían encontrado no
funcionaba. Ella podría saberlo, podría haberles dicho… pero no se lo
habían preguntado.
—¿Me estás diciendo que su relación era tan perjudicial? ¿Al punto
que nadie la escuchó después?
—No era que nadie escuchara. Fue más que eso… Confirmaba lo que
todos siempre habían sospechado. Que el Círculo y la Pitia trabajaban en
tándem.
—¿Entonces empezó antes de Agnes?
—Oh sí. —Como de costumbre, ella parecía ligeramente sorprendida
por mi ignorancia—. Comenzó con las Guerras de Aquelarres.
Maldita sea. Eso sonaba como más del tipo de cosas que debería
saber, pero no sabía. Suspiré y me enganché.
—¿Las Guerras de Aquelarre?
—Es la razón por la que el Círculo y los aquelarres no se llevan bien.
Tenían una guerra enorme en el siglo XVI sobre quién iba a controlar Gran
Bretaña. El Círculo ganó, apenas, en parte porque la Pitia del momento
profetizó que lo haría. Los otros grupos tomaron eso como una señal de que
ayudar a los aquelarres sería una pérdida de tiempo, y después, no podrían
conseguir aliados en ninguna parte.
—Una profecía auto-cumplida.
Ella asintió.
—Eso es lo que dicen los aquelarres. Ellas estaban furiosas, y muchas
se negaron a permitir que más de sus hijas entraran al servicio de la Pitia.
Y las que lo permitieron… no lo hicieron bien.
Recordé que Rhea tenía una prima en los aquelarres. Por eso corrió
hacia ellas cuando descubrió que mis acólitas estaban podridas y por qué
las líderes del clan habían estado dispuestas a ayudarme. Pero parecía que
sus conexiones no la habían hecho demasiado popular en la corte.
—Las Pitias eran únicas en el mundo antiguo, ¿lo sabía? —preguntó,
sentada en el borde de la bañera, abrazando un montón de algodón
manchado—. Cada otro vidente, cada otro templo, estaba dominado por
hombres o mujeres ricos, cuyas familias los habían puesto en esa posición.
Cada uno. Excepto Delphos. Algunas de las Pitias provenían también de la
riqueza, de vez en cuando, pero eran tantas las que eran hijas de pastores,
de agricultores… o de nadie. Simplemente de nadie. Pero en esos días…
—¿En esos días? —pregunté cuando se detuvo.
—Dicen que el poder va donde quiere. Pero casi siempre va a la que
es mejor capaz de usarlo. Y eso significa a la más antigua heredera de la
Pitia, la persona que más ha recibido entrenamiento.
Estaba empezando a ver hacia dónde iba con esto.
—Pero si sólo permiten que algunas personas sean entrenadas…
—Entonces deciden a dónde va el poder, o a dónde no va. Se ha
convertido en un monopolio entre algunas viejas familias mágicas que tienen
fuertes conexiones con el liderazgo del Círculo. Lady Phemonoe era de una
de ellas; su predecesora de otra. Y una y otra vez, más allá de las guerras.
—¿Y las acólitas actuales?
—Todas de antiguas familias. Los padres de lady Phemonoe eran
inusuales al no querer que su hija fuera seleccionada. La mayoría lo ven
como un camino hacia el poder, la influencia y la riqueza, y empujan a sus
hijas a obtener la posición a toda costa.
—Por eso crían un grupo de pequeñas demonios ambiciosas como
Myra.
Pero Rhea sacudió la cabeza.
—No como Myra. Ella fue seleccionada por su habilidad, sí, pero
también por ser tranquila, sin pretensiones, aparentemente humilde. Las
demás… no lo eran. Ellas querían el poder terriblemente, y lo demostraban.
Y creo que lady debe haber visto algo… Una vez me dijo que nunca le
permitiría a ninguno de ellas tener éxito.
—Pero ella no vio nada acerca de Myra, porque Apolo estaba
protegiendo a su pequeña marioneta —adiviné.
Rhea asintió, preocupada.
—Debe haber hecho, por lo menos, lo suficiente para que lady no viera
a Myra por lo que era.
—Así que Myra consiguió el trabajo, y todas las demás obtuvieron
nada en absoluto.
Rhea asintió.
Empecé a enjuagar.
—Cuéntame sobre ellas.
—Victoria, la pelirroja, es de una de las familias fundadoras que inició
el Círculo, los Roupells. Ella es una de las primas distantes del lord
Protector, y todo el mundo pensó que sería la heredera, hasta que Myra fue
nombrada inesperadamente. Ella siempre fue la líder, incluso de niñas, y
sigue siéndolo, al parecer.
—¿Y las otras?
—Elizabeth, la rubia, también vino de una familia fundadora, pero su
comprensión del poder no es tan bueno. Ella es más una seguidora y… no
muy inteligente. Creo que fue nombrada acólita como movimiento político.
Los Warrender, su familia, estaban entre los principales partidarios del lord
Protector.
El lord Protector parecía tener mucho que decir sobre algo que no era
asunto suyo, pensé, y agarré una toalla.
—¿Y las morenas?
—Amelie de Vielles, la que tiene el cabello más largo, es la mejor con
el poder. De hecho, es la mejor que he visto. Ella claramente esperaba ser
la heredera, y estaba furiosa cuando fue a Myra. Jo… Johanna Zirimis es la
que no estaba allí. No sé si ella está actuando con ellas o no. Siempre fue
difícil de leer. Tranquila, reservada, pero un poco… impar. Nunca parecía
estar allí de algún modo.
—¿Y la quinta?
—Sara Darzi, la de cabello corto y oscuro. Ella es la que usted… —
Rhea se interrumpió abruptamente.
—¿Lancé por una ventana? —terminé con severidad.
—Estaba haciendo lo que tiene que hacer —dijo, viendo mi
expresión—. Una Pitia es responsable de su corte, como cualquier líder de
clan lo es para su aquelarre. ¿Y quién más tendría posibilidades de…?
—¿Qué pasa con los aquelarres? —interrumpí, porque no quería
hablar de eso ahora mismo. O alguna vez, porque ¿qué había que decir?
Había intentado matarme; no había tenido elección. Ya sabía todo eso
Pero no lo hacía más fácil.
Esas chicas podían ser un desastre, pero no habían llegado así por su
cuenta. No se suponía que la posición de Pitia fuera algún tipo de premio
que se ganara, una especie de trofeo para las familias prominentes por el
que pelear. Era un trabajo, y un jodido trabajo muy duro. Y necesitaba a
alguien que lo obtuviera, y no a algún designado político atraído por el
glamour.
Miré alrededor de un acre de fango victoriano irse por el desagüe
No es que hubiera mucho de eso en estos días.
—¿Los aquelarres? —replicó Rhea.
—Si no envían a nadie a la corte, no pueden creer que tendrán muchas
posibilidades de conseguir una Pitia —dije.
—Ellas no creen que tengan muchas de todos modos. No han tenido
una Pitia en más de quinientos años, no han tenido a nadie que pudiera
estar de su lado, hasta usted.
—Excepto que tampoco soy una bruja de aquelarre, ¿verdad? —
Estrujé mi toallita mugrienta, y decidí que había estado en lo cierto, era más
que sacrificio. La tiré a la basura—. Fui criada por vampiros —Lo cual nunca
parecía hacer a nadie feliz.
Excepto a los vampiros, por supuesto.
Pero Rhea estaba sacudiendo la cabeza.
—Las líderes dudaron en ir a buscarle al principio. Hubo un gran
debate sobre eso después que les pregunté. Creo que sólo estuvieron de
acuerdo porque estaban curiosas. No sabían qué esperar de usted, una Pitia
de la corte de un vampiro. Pero entonces le conocieron y…
—Lo puedo imaginar.
—Estaban impresionadas —dijo Rhea, observándome.
Resoplé.
—¿De qué? ¿Mi habilidad para jugar al billar? —Porque eso es lo que
habíamos hecho la mitad de la noche. Y el resto… bueno, yo no había sido
precisamente de mucha ayuda allí. Desplazar a cinco personas en el tiempo,
incluso a corta distancia, casi me había desintegrado. Si las brujas no
hubieran asumido la defensa, no habríamos salido de allí.
Estaba un poco sorprendida de que lo hubiéramos logrado de todos
modos.
—No —dijo Rhea—. Por el hecho de que superó el Desafío.
La miré, esperando más información. No quería tener que admitir otra
cosa que no sabía. Pero supongo que la idea pasó, porque sus ojos se
pusieron en blanco.
—¡El desafío! —Por primera vez, parecía genuinamente sorprendida
por mi ignorancia.
Suspiré. Podría acostumbrarse a eso.
—Me temo que tampoco sé qué es eso.
—¡Por supuesto! —De repente parecía enojada—. ¡El Círculo no hace
una prioridad de la enseñanza sobre la tradición del aquelarre!
—Tal vez no, pero no supervisaron mi educación; un vampiro lo hizo.
Y su única prioridad era hacer dinero.
—Tal vez fue mejor —dijo amargamente—. Cuando el Círculo enseña
algo sobre los aquelarres, normalmente no es… complementario.
—¿Pero esta cosa del Desafío es importante?
—No es sólo importante. Es lo que le da a una líder de aquelarre su
legitimidad. Varía de aquelarre a aquelarre, pero la premisa básica es la
misma: un prospecto de líder debe pasar una prueba, una prueba física y
emocionalmente agotadora, posiblemente letal, si quiere demostrar que está
en condiciones de liderar. Si no tiene el coraje de seguir adelante, no será
seleccionada, no importa lo buena que pueda ser en otras formas.
—Eso suena un poco… bárbaro —admití, sin querer ofenderla. Pero
maldita sea lo era.
Pero ella no pareció sorprendida; supongo que lo entendía.
—¡No lo es! —insistió ella.
—Bueno. Entiendo que la gente tiene diferentes tradiciones…
—¡No se trata sólo de tradición! Una líder tiene que probarse a sí
misma. ¿Por qué debería alguien prestarle su poder si no saben lo que va a
hacer con él? ¿Si no saben que ella va a luchar por ellas, morir por ellas, si
ella debería? Usted lucho por nosotras. Usted lucho por nosotras cuando
Jonas no lo hizo. Para los aquelarres, eso significa que usted ganó su corte;
Nadie se la dio, la compró con sangre y dolor. ¡Para ellas, usted tiene una
legitimidad que las otras Pitias no tuvieron, que nunca han tenido! Y
después los desafío…
Ella se interrumpió, pero entendí la idea.
—Y Jonas… ¿sabe todo esto?
Ella asintió.
Bueno, eso explicaba algunas cosas. Como por qué se fue disparado
la otra noche. Pensé que era porque había roto una regla para salvar mi
corte.
Pero tal vez tenía más que ver con quién lo había roto.
Típico. Me las arreglé para tropezar con uno de los temas más
calientes del Círculo, sin ni siquiera saberlo. Necesitaba un curso intensivo
en Historia Mágica 101, como, de inmediato. Pero no lo iba a conseguir
ahora.
Porque me acababa de dar cuenta que, por primera vez desde que
tomé este trabajo, finalmente tenía a alguien para preguntar sobre algunas
cosas, un montón de cosas. Y que sonaba como si pudiera saber de lo que
estaba hablando. Y tenía una pregunta, oh sí, la tenía.
—Rhea. —Levantó la vista—. Parece que sabes mucho acerca de las
Pitias.
Ella sonrió.
—Me gusta leer las historias.
—Bueno. Podría usar alguna información.
Ella abrazó su montón de algodón sucio y asintió.
—¿Sí, lady?
—Acerca de… cambiar el tiempo.
—Tuvo razón al rescatar su corte —me dijo rápidamente—. El lord
Protector no debería…
—No, no sobre eso. —Eso había sido solo un salto de quince minutos,
para rescatar a unas niñas que no habían estado haciendo nada más que
dormir antes de que yo apareciera. No creí que hubiera podido estropear
demasiado las cosas—. No por eso —repetí.
Ella asintió.
—Pero digamos que una Pitia hizo algo… o hizo que algo sucediera…
o ayudo a que algo sucediera… eso cambió el tiempo. ¿Qué… tan malo es?
—Eso es difícil de decir —me dijo Rhea, parecía mucho más tranquila
de lo que esperaba. Tal vez esa no era una pregunta tan impensable como
yo había creído—. Dependería de las circunstancias.
—Digamos que fue algo… un poco grande.
Aún no estaba asustada.
—Siempre me entrenaron para que el tiempo fuera maleable —me
dijo—. Y puede sanarse en gran medida. Una invención o descubrimiento
no hecho por una persona puede ser hecho por otro; una reunión fortuita,
si se pierde, puede ocurrir en otro momento…
—Sí, pero digamos que no estamos hablando de reuniones fortuitas
—interrumpí, porque todavía no estaba entendiendo de qué hablaba—.
Digamos que estamos hablando de algo serio. Alguna cosa… como una
muerte. Eso tiene que cambiar las cosas, ¿verdad?
—Ciertamente hay cosas que se pueden hacer que la línea del tiempo
no puede compensar —aceptó serenamente—. Pero su poder debería
advertirle de esos casos, lady.
—Pero ¿y si no? —pregunté, preocupada—. Porque no he oído nada.
¡Nunca oigo nada!
Por primera vez, Rhea frunció el ceño.
—Nunca oye…
—Y debo, ¿no? —la interrumpí, porque no me sentía serena. No me
sentía serena en absoluto—. ¡Si se supone que debo recibir una advertencia
cuando cambie algo, entonces mi poder debería estar encendiéndose como
una alarma de incendio ahora mismo! Porque hubo una muerte. Un… un
hombre… no se suponía que muriera, y fue mi culpa. ¡Pero ni pío!
Rhea pensó por un momento.
—Las acólitas, las reales, podrían responder mejor a su pregunta…
—Eres una verdadera acólita. Eres mi acólita.
Ella sonrió de pronto, una pequeña expresión, pero le iluminó todo el
rostro.
—Gracias, lady. Pero el hecho es que ellas recibieron entrenamiento
que yo no. Sin embargo, estoy segura que me dijeron que un Pitia sabrá si
el flujo del tiempo está siendo perturbado. Que ella recibirá una advertencia
inconfundible. Si no recibió ninguna… entonces tal vez no ha cambiado
nada, después de todo.
—Pero un hombre está muert…
—En cualquier caso, podría haber muerto poco después.
—¿De qué? ¿Un ataque al corazón? —Porque no lo creía… no, yo
sabía… que Pritkin no habría peleado con los Fey si no hubiera estado allí.
Probablemente se hubiera ocultado en cuanto se presentaron y, según lo
que había visto, habría hecho un buen trabajo.
Pero conmigo en escena, él había tenido que esconder a dos, que no
parecía que fuera una gran cosa. Pero, la gente pensaba lo mismo acerca
del desplazamiento. Como, ¿qué es una persona extra cuando ya vas a
alguna parte?
Pero hacía una gran diferencia —sólo una enorme— y tal vez hacer a
otra persona invisible no fuera más fácil. No, y menos mantenerlo por el
tiempo que los Fey podrían quedarse. Así que él había agarrado su bastón,
a mí y había empezado a correr a la carretera más cercana —o, ya que era
el Gales medieval, el camino de ovejas más cercano— o lo que fuera allí.
Pero no lo había conseguido.
Y ahora un Fey estaba muerto, que no debería haberlo estado.
Pero Rhea no parecía estar de acuerdo.
—Si no le dieron ninguna advertencia, este hombre no podría haber
sobrevivido —insistió ella—. Por cualquier medio, debe haber sido
condenado a expirar antes de que pudiera hacer algo por lo que la línea del
tiempo no podía compensar.
A menos que estuviera demasiado fuera de ella para notar la
advertencia, pensé sombríamente. O a menos que no supiera qué se supone
que suene a una advertencia. O a menos que lo que se suponía que debía
hacer, lo hiciera de regreso en Faerie, donde mi poder no funcionaba, así
que ¿quién sabía lo que acababa de joder?
¡Dios, se suponía que sería tan fácil! Encontrar a Pritkin, hacer que
Rosier dijera algunas palabras, y listo. Pero lo habíamos perdido tres veces,
y ni siquiera tenía una manera de regresar para una cuarta, e incluso si
encontrara una…
—Lady —dijo Rhea, y levanté la cabeza, porque sonaba inusualmente
severa.
Parpadeé hacia ella.
Los ojos grises registraron mi rostro, y el ceño en su frente creció.
—Está cansada —me dijo—. Y ha estado trabajando demasiado duro.
Ha tenido demasiada gente dependiendo de usted y poco apoyo. Usted, si
puedo decirlo, necesita un merecido descanso.
—Lo sé. No puedo desplazar de nuevo si no me duermo. Pero primero
necesito…
Pero Rhea estaba sacudiendo la cabeza.
—No, duerma. Descanse. Usted necesita algo de tiempo libre de estrés
y preocupación. Necesita relajarse. Necesitas un…
Me eché a reír medio histérica antes de que pudiera decirlo.
—Lo siento —le dije después de un minuto. Y lo decía en serio, porque
no merecía que me riera de ella. Pero unas vacaciones no estaban en mi
futuro cercano.
Probablemente tampoco en mi lejano.
—Entonces, una especie de calmante para el estrés —dijo con
determinación—. Podría hacerle… ¿una bebida?
Sacudí la cabeza. Todavía podía saborear el vino del Bollocks. Lo que
significaba que nunca podría probar algo nunca más.
—Está bien —le dije.
—Entonces déjeme darle un baño.
Pensé en ello. Y de repente, todos los dolores de unos días muy largos,
de dormir en una raíz de árbol en Gales, de subir y bajar, arriba y abajo,
más colinas de las que podía contar, de estar tan segura que lo teníamos…
sólo para que él se deslizara entre nuestros dedos de nuevo, me golpeó.
—Un baño suena bien —le dije con fervor, y salí de la bañera.
Fui a buscar alguna ropa de dormir, y para cuando volví, había puesto
una almohada de baño, la tierra había sido lavada de alrededor del desagüe,
las burbujas calientes y espumosas tomaban su lugar.
Rhea salió corriendo, alivié mi cuerpo dolorido en el agua caliente,
caliente, casi demasiado caliente, haciendo una mueca porque causó que
cada rasguño y contusión destacara en los relieves agudos. Pero también se
sentía bien, calmando el dolor casi tan rápido como lo causaba. Y en un
minuto, Rhea estaba de vuelta con esa bebida que no había querido, pero
que de repente sí quería.
Porque era leche y había un plato de galletas de chispas de chocolate
aún calientes para acompañarla.
Un baño de burbujas y chispas de chocolate, pensé, un poco
asombrada. Podría haber muerto y no haberlo notado. Comí, y estaban tan
buenas como siempre, suaves y cremosas, perfectas. Tami siempre había
sido la mejor cocinera, la mayoría de sus cosas eran caseras, porque era
más barato.
Y mejores, pensé, mirando medio plato.
Atrapé a Rhea observándome con una extraña expresión.
—¿Querías algo? —le pregunté imparcialmente, porque tenía una
mejilla llena de felicidad.
—No —susurró. Se sentó en el taburete de la vanidad.
Durante un tiempo, sólo me vio comer galletas.
—¿Dijo que su poder no se comunica? —preguntó finalmente.
Asentí.
—¿En absoluto?
Pensé en mis primeros días en este trabajo, antes de que hubiera
completado el ritual para conseguir el primer lugar, y era sólo otra heredera
en la competencia con Myra. Mi poder me había sacudido por todo el lugar,
como una especie de títere salvaje, viajando en el tiempo, tratando de
detener lo que se fuera a desordenar. Realmente me molestaba en ese
tiempo. Ahora… bueno, no era como si quisiera ver a mis acólitas de nuevo,
pero las prefería que conocer a Ares. Pero no las veía, porque mi poder no
estaba llevándome a ninguna parte. O diciéndome algo.
Tragué leche.
—No. Agnes me dijo una vez que no tenía que preocuparme de
aprender a ser Pitia, que mi poder me entrenaría. Como lo hizo para las
primeras Pitias que tuvieron que calcular las cosas por sí mismas. Pero no
lo ha hecho.
Ella frunció el ceño.
—¿Te ignora?
—Bueno, hace lo que quiero… si no estoy demasiado cansada. Así que
no creo que pueda decir “ignorar”.
—¿Pero cuando habla con él, no responde?
—¿Qué?
—Cuando hace una pregunta. ¿No tiene respuesta?
—Hacerle… ¿una pregunta?
Fue su turno de mirarme.
Y luego siguió haciéndolo, más de lo que era cómodo.
—Usted… nunca le… pide a su poder… ¿nada? —dijo finalmente, en
un tono que sólo podía describirse como “horrorizado”.
Pobre Rea. La seguía extraviando y ni siquiera lo intentaba.
Suspiré.
—¿Por qué?
—Yo… —Se detuvo. Y luego se sentó allí un poco más, parpadeando—
. No est… no estoy segura.
—Eso nos hace dos.
—Pero puedes hacerlo —insistió—. Lady Phemonoe dijo muchas veces
que tenía que preguntarle al poder sobre esto o aquello. Y usted es su
heredera, y una Pitia de gran habilidad…
Reprimí una risa.
—¡Usted lo es! ¡Ha hecho más que ninguna! ¡Y lo ha hecho sola!
—No sola —corregí—. He tenido ayuda…
—¡Aún no he visto ninguna!
Rhea parecía estar un poco molesta, por alguna razón.
—He tenido ayuda —repetí, porque era verdad—. Es que, ahora
mismo, la gente está un poco asustada por la guerra. Como yo lo estoy.
Ella sacudió su cabeza.
—Pero no debería estarlo. El poder es su socio, su ayudante, su… —
Levantó las manos—. No entiendo cómo lo ha hecho tanto bien sin él. ¡De
verdad que no!
—Bueno, eso es lo que estoy diciendo. Hoy no fue tan bien. Y
realmente necesito saber si he estropeado algo. —¡Y vaya que fue mal, y si
se suponía que debía arreglarlo, y Dios, esperaba que no se suponía que
debía arreglarlo!
—No puedo ayudarle —dijo Rhea, molesta—. Lady… ella nunca dijo…
Sólo que tenía que preguntar.
—¿Como si fuera una persona? —pregunté—. Porque Apolo está
muerto…
—Pero el poder no es Apolo. Vino de él, hace mucho tiempo, pero desde
que llegó a nosotras… —Se detuvo, y pensó durante un minuto. Luego
comenzó a hablar lentamente, como si tratara de recordar alguna
conversación de hace mucho tiempo—. Lady dijo que no sabíamos lo que es
exactamente, o lo que es desde que Apolo lo lanzó. Pero sabemos lo que no
es. No es humano y no piensa como un ser humano. Pero tampoco es una
fuente de energía estúpida. Aquellos que tratan de explotarla encuentran
que trabaja activamente contra ellos.
Asentí, pensando en Myra. Cada vez que se había presentado a causar
problemas, el poder me había lanzado por ella, arruinando su día. No pudo
detenerla de usarlo para viajar en el tiempo, pero podía cerciorarse que lo
lamentara.
—Así que… ¿trabajo para él, básicamente?
Pero Rhea sacudió la cabeza.
—No. Algunas personas han pensado que las Pitias son simplemente
el avatar del poder, un cuerpo para que habite. Pero ese no es el caso.
Tampoco está sujeto a ella. Ustedes son socios.
Lo cual era genial, pero eso no hacía mucho bien si no podíamos
comunicarnos.
—¿Cómo socios? —persistí, porque cualquier información era más de
la que tenía.
—El poder usa sus habilidades clarividentes para mirar el pasado,
hacia el futuro, y proporcionarte información —me dijo—. Y opciones. Las
Pitias tienen que hacer el trabajo real, y tomar las decisiones finales. Pero el
poder da información que nadie más podría tener. Es por eso que todas las
Pitias tienen que ser poderosas videntes.
Parpadeé cuando algo finalmente tuvo sentido.
—Entonces estás diciendo que casi nunca tengo visiones… ¿porque
mi poder está utilizando todo el ancho de banda?
Rhea asintió.
—Cuanto más lo uses, menos visiones tendrás, ya que necesita tus
habilidades para ver a dónde llevarte en el pasado. Esa es una de las razones
de la corte: nuestra clarividencia compensa los tiempos en la que la suya
está… ocupada.
—Como cuando viste el regreso de Ares —dije, e inmediatamente
deseé no haberlo hecho. Rhea palideció, cualquiera que fuese el detalle que
recordó, atormentó sus ojos. No estaba segura si esa había sido su primera
visión, pero como ella había dicho que el poder no venía, era una posibilidad.
¡Y qué manera de empezar!
Pero un momento después lo tragó y se recuperó.
—Sí. El poder pudo haber intentado mostrarle, estoy segura que lo
hizo, pero la cantidad en la que usted ha estado utilizando sus dones… y
por tanto tiempo… no podría arriesgarse a agotar sus habilidades cuando
usted podría necesitarlas de nuevo en cualquier momento…
—Y no podría darles en la cabeza a las acólitas, que acababan de hacer
una fiesta —dije amargamente.
Ella asintió de nuevo. Y luego frunció el ceño.
—¿Está segura que no le ha estado ayudando, lady?
Pensé en ello mientras me lavaba más mugre de la época victoriana.
Tal vez lo había hecho, de alguna manera.
Tal vez Rosier y yo no habíamos terminado en medio de la campiña
galesa por accidente. Tal vez habíamos ido allí porque no había estado
pensando en un lugar en particular cuando nos desplacé; había estado
pensando en Pritkin. Y él no había estado en la corte.
Era posible, ahora que lo pensaba, que originalmente hubiéramos
aterrizado en algún lugar muy cerca. Pero yo había estado inconsciente y
Rosier había estado tratando de alejarse del punto de entrada lo más rápido
posible, y lo perdimos. Sólo para reunirnos de nuevo más tarde, porque
todavía estábamos en la misma área general.
Mi poder había sabido dónde estaba, aunque yo no lo había hecho, y
me había llevado a él.
Eso sonaba como ayuda para mí.
Pero, por otro lado, si mi poder estaba tratando de ayudarme, ¡tenía
seriamente malos momento! Me había llevado a un Pritkin en medio de una
crisis. Debe haber pensado que había perdido a sus perseguidores, no
habría estado deteniéndose para nadar de otro modo, pero no lo había
hecho. Y yo no había estado con él por más de unos minutos cuando
aparecieron. Entonces, ¿por qué devolverme entonces?
Quiero decir, honestamente, ¿una semana antes o después no habría
sido mucho mejor? Cualquier día, cuando su mayor problema fuera decidir
¿qué tener para la cena? ¿O que lo pasara lavando sus calcetines? ¿O
enfermo en cama con la cabeza fría y no haciendo nada? Básicamente
cualquier día cuando no estuviera en riesgo de cambiar la línea del tiempo,
porque absolutamente nada peligroso estaba sucediendo.
Pensé que mi mayor desafío sería llegar a Gales. Una vez que obtuve
la poción, y en realidad recorrimos todo el camino hasta el jodido siglo seis,
pensé que mi trabajo estaba hecho. Y la maldita cosa estaría hecha, debería
haberlo estado. Pritkin debería estar de vuelta, esto debería haber
terminado, y yo debería ser capaz de concentrarme en otras cosas.
Entonces, ¿por qué no?
—Tal vez —dije lentamente—. Pero… no daría muchas probabilidades.
¿Dijiste que Agnes le hacía preguntas?
Ella asintió de nuevo.
—La oí decirlo muchas veces.
—¿Hola? —pensé, sintiéndome un poco ridícula.
Nada.
—¿Hola? —dije, en voz alta, porque qué diablos.
Más nada.
Suspiré de nuevo.
—Debería saberlo. ¡Debería ser capaz de ayudarte! —dijo Rhea,
pareciendo tan frustrada y molesta como me sentía. Lo cual no era injusto.
—Me has ayudado —le dije—. Tú me avisaste del poder cuando estaba
demasiado cansada para verlo por mí misma. Y me dijiste algo esta noche
que no sabía, algo importante. —Sonreí—. Y es difícil obtener respuestas
cuando ni siquiera sabes las preguntas. Así que gracias.
Ella asintió, mordiéndose el labio. Pero todavía parecía miserable.
—Ten. Toma una galleta —le dije, pasándole el plato. Quedaba
exactamente una. Ella la miró y luego a mí. Y luego se la comió.
Y finalmente sonrió, porque no había nada que la cocina de Tami no
pudiera arreglar.
La orilla del río era borrosa, indistinguible, como la luz del día vista a
través de la niebla. Combinaba con el cielo por encima y con el río por debajo
de mí, pero no con el hombre delante de mí. Era demasiado real, se agachó o
se puso de rodillas o hizo algo que causó que la mayoría de su cuerpo
desapareciera bajo el agua.
A excepción de la cabeza dorada, que terminó al nivel de mi cuerpo
flotando suavemente.
Cálidas manos que se deslizaban, mojadas, entre mis muslos.
Podía sentir a su gemelo en mi espalda, deslizando un idéntico par de
manos debajo de mis caderas, levantándolas y apoyándolas al mismo tiempo.
Aunque el río ya estaba haciendo eso, así que no vi por qué necesitaba… una
lengua rosada saltó hacia fuera, probando las gotas de agua en mi muslo
interno.
Oh.
Eso era el por qué.
Una pregunta que no necesitaba una traducción apareció en un par de
ojos verdes. Y se quedó allí mientras lentamente lamía más agua con cada
arrastre de su lengua. De la pantorrilla baja a la superior, que llegó a la
rodilla, que se fue detrás de la rodilla, debería detenerlo, pensé; debería
detenerlo ahora.
Pero no quería detenerlo ahora. Había empezado a sentirse como un
espejismo, allí un minuto y se iba al siguiente, o como un fantasma, sólo que
menos real porque los fantasmas regresaban. Pero ahora estaba aquí, cálido,
vivo y atrapando mi mirada de nuevo, su ardiente calor incluso con sus labios
curvados en una sonrisa, como si estuviera riéndose, pidiéndome y
atreviéndose, todo al mismo tiempo.
Esto fue lo que Rosier le quito, pensé. La oportunidad de ser tan
despreocupado, nunca lo volvería a ser. La oportunidad de explorar quién era
él, lo que él era, en lugar de ser dicho. La oportunidad de desarrollarse libre
de la criatura que nunca estuvo cerca cuando era más joven y lo necesitaba,
pero fue el primero en aparecer cuando comenzó a dar pruebas de que podría
ser útil.
Veinte y cuatro años. Había tenido veinticuatro años. Y luego peleando,
corriendo y… ¡Dios, yo sabía exactamente lo que sentía!
Sólo que no, no lo hacía. Porque nunca había tenido eso. Había sido
educada en un lugar donde caminar sobre cáscaras de huevo era la vida
cotidiana; donde un loco gobernaba un feudo personal y podía matar gente
en cualquier momento; donde no había elección sobre nada, desde lo que
llevaba hasta lo que comía, hasta cómo usaba mi don, y no había libertad,
ninguna libertad.
Hasta que la tomé, o pensé que lo había hecho, y hui. ¿Pero a qué? A
años de paranoia, de vivir con la idea de que aquel loco me encontraría de
nuevo, en cualquier momento. De revisar todo lo que decía, todo lo que hacía
y saltar por las sombras, porque él podría estar en ellas.
Ni siquiera había podido bailar en el club donde trabajaba a tiempo
parcial, porque tenía que vigilar la puerta. Un montón de gente de mi edad
llegaba cada noche a reír, a hablar y a divertirse. Y a soltarse, solo por un
rato… pero yo no. Nunca yo. ¿Qué pasaría si me soltaba y era la noche en
que aparecía uno de los chicos de Tony? ¿Y si me dejaba llevar y no lo veía?
¿Y si me veía primero? ¿Y si…y si…y si?
Había sido joven, pero no podía actuar así; había estado libre, pero sólo
de nombre.
Dios, realmente había sido la candidata perfecta a Pitia, ¿no?
El aliento caliente me invadió, calentándome de un modo que un aliento
no tenía derecho. Detenlo, algo todavía ligeramente racional en mi cerebro era
exigente. ¡Detenlo ahora!
Pero entonces el apartamento de Agnes pasó por mi mente, tan perfecto,
tan prístino. Por supuesto. No hubo un marido allí para volver a casa y
quitarse los zapatos, ¿no? Para tirar su chaqueta y lo que sea por todo el sofá.
No había niños para dispersar desorden alrededor, y dejar juguetes en el
centro del piso para que todo el mundo tropezara. Ni siquiera un perro. Sólo
un apartamento perfectamente guardado, lleno exactamente de nadie, ni
siquiera la tranquila voz de las iniciadas la mitad del tiempo.
¿Dónde estaban los otros? ¿Dónde estaba su vida?
Pero las Pitias no tenían una vida, ¿verdad? Las Pitias tenían
responsabilidades, protocolos, políticas y trabajo. De repente no sabía si
podía vivir así, no de nuevo, no para siempre.
Por supuesto, realmente no tenía elección, ¿verdad?
Sólo, que de repente, la tenía.
Y no quería que se detuviera.
Y por alguna razón, esa pequeña revelación impactó en mi centro. O no,
supongo que había sido una sorpresa. El impacto fue cuando de repente una
boca se cerró sobre la mía.
No una boca, una pequeña voz corrigió. Su boca. Cálida y húmeda, y
repetida por una idéntica en mi pecho. Muy diferente de aquella otra vez, la
que había intentado olvidar realmente. En esa hora desesperada, de vida o
muerte, cuando había sido tan cuidadoso, conteniéndose deliberadamente.
Ahora no estaba teniendo cuidado.
No estaba teniendo cuidado en absoluto, pensé, arqueándome. ¿Y por
qué lo estaría? Ninguna de las cosas que lo habían perturbado había ocurrido
todavía. Demonios, tal vez ni siquiera sabía lo que estaba haciendo, no sabía
lo que él era. Probablemente sólo pensaba que se sentía bien y que le daba a
su poder un impulso, no era como si yo estuviera gritando y corriendo por la
orilla del río…
Está bien, no corría por la orilla del río, corregí, y hundí mis dientes en
mi labio inferior para detener los ruidos que había estado haciendo.
Pero a él no le gusto eso. O tal vez lo tomó como un desafío. Gruñó contra
mi piel, contra mí, y una oleada de sensaciones inundó mi cuerpo, otra de
esas cálidas olas de marea.
Una lengua barrió a mi alrededor, las manos se apretaron debajo de
mí, y un pinchazo de colmillos raspo a través…
¿Colmillos?
Miré a lo largo de mi cuerpo, parpadeando, oscuros, ojos muy oscuros
se alzaron para encontrarse con los míos.
—Tienes una vida de fantasía interesante, dulceata…
Miré hacia atrás por un segundo ataque al corazón, y luego una oleada
de pánico me golpeó, como un cubo de agua helada. El cálido capullo
retrocedió ante el frío, al rígido terror, la languidez se convirtió en un golpeteo
agitado, y un instante después casi me ahogo en la bañera, supongo que me
había dormido adentro. Porque emergí jadeando, tosiendo y haciendo raros
ruidos estridentes cuando Roy, y un grupo de vampiros irrumpieron por la
puerta un segundo después.
Quienes no obtuvieron una explicación antes de que les arrojara una
esponja y gritara:
—¡Cierren la puerta!

Está bien, me tomó un poco más de tiempo para calmar ese momento.
Logré enjuagarme, lavar las burbujas de mi cabello, y drenar la bañera antes
de que estuviera lo suficientemente tranquila para pensar. Y decirme que
estaba siendo ridícula, que era sólo un sueño. Una mezcla de esa escena en
Gales, el temor de terminar como Agnes, y la inducida íncubo a lo ardiente,
sí, eso era lo último que necesitaba en este momento.
Todo tenía sentido, tanto como los sueños.
Anchos y preocupados ojos azules me miraban fijamente desde el
nuevo espejo del baño. No parecían creerme. Parecían algo asustados, lo
cual era irónico teniendo en cuenta que era una clarividente y trataba con
fantasmas todo el tiempo.
—Fue un sueño —dije a mi imagen en voz alta, y comencé a frotar
crema fría en mi cara.
Aquellos no habían sido los ojos de Mircea al final, no había sido su
voz, no había sido nada excepto mi imaginación hiperactiva. Sólo mi cerebro
jugando trucos. Aunque no sabía por qué ese truco en particular.
Mircea no estaba preocupado por Pritkin. ¿Por qué debería estarlo?
Cuando Pritkin no era arrastrado al Infierno o de regreso a través del tiempo,
él era mi guardaespaldas. Y autonombrado sargento de entrenamiento. Y
criticón oficial. Me criticaba lo que comía, los ejercicios que hacía y cualquier
momento en el que terminaba en peligro, aunque no fuera por mi culpa. Con
frecuencia le daba a Marco una oportunidad en el departamento de vamos-
a-apostar-por-Cassie; él seguro como el infierno no estaba susurrando
dulces palabras en mi oído.
Ni siquiera estaba segura que el hombre que conocía se acordara de
cómo. De hecho, la mayoría de los íncubos que había conocido necesitaban
desesperadamente una dosis de la escuela de encanto, porque todos los que
no morían de hambre estaban más allá de mí. Y, por supuesto, Pritkin lo
estaba; no tenía elección, gracias a la prohibición de su padre.
Pero eso fue antes de que lo arrastraran al Infierno, corrigió una tímida
voz interior. Su padre fue capaz de llevárselo porque rompió su trato. Y tuvo
sexo demoniaco contigo.
No fue sexo, pensé irritada. No fue nada como sexo. No fue nada más
que lo que había hecho en Ámsterdam, me dio energía cuando casi no tenía
nada. Era su bastardo de padre el que había decidido contarlo como algo
más.
Porque fue algo más, ¿o no? En el mundo demoniaco…
¡No estábamos en el mundo demoniaco! Y lo conté como lo que era, una
donación de energía. Como yo lo hice por él un par de…
No estás ayudando a tu caso.
¡Maldición! Puse el frasco de crema fría más duro de lo necesario. ¡Sólo
había una de muchas maneras de salvar la vida de un íncubo, y no iba a
dejar que Pritkin muriera por mí! No cuando la mayor parte del tiempo
terminaba medio muerto por mi culpa. Así que había donado energía varias
veces para ayudarlo a sanar. ¡No era diferente de alimentar a un vampiro, y
lo hacía todo el tiempo!
Solías hacer eso todo el tiempo, corrigió mi crítica interna. No lo haces
ahora. Debido a que también la alimentación tiene un matiz sexual en el
mundo de los vampiros y Mircea prohibió a quien sea morderte. ¿Cómo
reaccionaría si supiera?
¡No lo sabrá! No había nada que saber. Pritkin nunca me tocaba mucho
si podía evitarlo. Era como ser entrenada por un jodido monstruo ninja…
Eso fue hasta hace poco, dijo mi pequeña voz. Pero ¿no fue diferente
cuando lo encontraste en el Infierno?
Tomé el peine y comencé a atacar el nido del pájaro en mi cabeza. No,
pensé enojada. No lo había sido. Ni siquiera se había alegrado de verme.
Había sido… Pritkin. Al igual que en esa maldita ladera esa noche.
Me había estado muriendo, herida en una pelea que esperaba perder,
pero de alguna manera había ganado, si ganar significaba que iba a morir
más tarde que el otro tipo. Pero Pritkin había llegado justo a tiempo y
básicamente hizo lo mismo que había hecho en Ámsterdam. Me dio algo de
su energía, por lo tanto, salvo mi vida, y perdió la suya en el proceso.
Al menos las partes significativas. Porque Rosier tenía una maldita
definición de lo que constituía sexo, y para los estándares imposibles que
había impuesto a Pritkin, una alimentación mutua era lo suficientemente
cercana. Pritkin había roto el tabú y había sido bruscamente llevado al
Infierno, me habían dejado gritando en una ladera con sólo un pensamiento
en mente: ir a buscarlo.
Y tenía que hacerlo. No tenía ni idea de cómo meterme en el Infierno,
o qué hacer una vez que llegara allí. Mi poder no funcionaba bien fuera de
la Tierra, si es que funcionaba en absoluto. Pero había ido de todos modos.
Y luego, cuando finalmente lo encontré, cuando lo localicé a través de
mundos enteros, ¿qué había hecho?
¡Me gritó y me tiró de un balcón!
Y eso fue después de leerme la cartilla por atreverme a ir tras él en
primer lugar. Había arruinado su gesto desinteresado, él se había
enfurecido, aunque ni la mitad de lo que yo había estado. Maldito mago
infernal. No sabía por qué me molestaba a veces…
Pero después de eso, mi pequeña voz me recordó. Después de que los
dos escaparon de la corte de Rosier y terminaron frente al concilio demoníaco.
Después de que todo el drama había terminado y esperabas el veredicto que
lo liberaría o lo condenaría, ¿no había actuado de manera diferente? ¿Acaso
no había actuado como si quisiera decir algo?
Fruncí el ceño. Había estado bajo una enorme cantidad de estrés.
Conocía mejor al concilio que yo, sabía las probabilidades. Había intentado
decirme, pero yo no había escuchado. Había estado tan segura que verían
la razón. ¿No sabían que estábamos peleando contra los mismos enemigos?
¿No vieron que yo lo necesitaba?
Pero no. Habían pasado siglos con la cabeza tan alta que no podían
ver nada. Lo habían matado. Lo habían matado justo allí frente a mí, y luego
actuaron como si no fuera un gran problema, como si debería haberlo
esperado. Pero no lo había esperado, y si Adra no hubiera decidido que él
podría necesitarme, y me diera ese contra hechizo…
Sí, sí, eso es muy bonito. Muy aterrador, se burló mi voz interior. Estoy
segura que habrías tomado al gran y malvado concilio demoníaco todo por ti
misma, pequeña. Pero ese no es el punto, ¿verdad? Pritkin quería decirte algo,
y casi había sonado como:
¡No había querido decirme una mierda! Había sabido que había una
muy alta probabilidad de que lo mataran. ¡No sabía lo que decía!
O tal vez él no se había preocupado, mi pequeña voz insistió
astutamente. Tal vez había decidido que ya no importaba. Que si él iba a ser
asesinado de todos modos, podría también…
¡Maldita sea! ¡No había nada entre nosotros!
Y aun así soñabas con él esta noche.
Miré a mi reflejo, y me regresó la mirada. Desafiante, incluso un poco
presumida. Como si pensara que había dicho algún tipo de punto
irrefutable, y honestamente, a veces me parecía que este trabajo me estaba
volviendo loca.
Dejé el peine antes de que terminara calva.
¿Y si soñaba con él? No podía ser responsable por lo que soñaba. Y,
de todos modos, Mircea no lo sabía. Y aunque lo hiciera…
¿Si lo supiera?, preguntó mi voz interior. Porque mi voz interior no
sabe cuándo llamar una anormal noche.
Mis dedos cayeron en los dos pequeños bultos en mi cuello, vestigios
de la noche que había comenzado con un hechizo que salió muy mal y
terminó con un vampiro maestro medio enloquecido. Quién hizo lo que los
vampiros medio locos tienden a hacer y me mordió. Sólo que no había sido
una mordida normal.
Tragué, y sentí que los diminutos bordes se movían bajo mis dedos.
No era el mordisco de sangre de las películas. Podría haber sido confundido
fácilmente con granitos por un ser humano, si alguien los hubiera notado
siquiera. Lo cual era poco probable ya que ni siquiera eran rojos. Sólo dos
pedazos de piel elevada, casi nada…
A menos que fueras un vampiro.
Para un vampiro, eran un letrero en neón que decía que se detuviera,
retrocediera, se tomara un momento y valorara su vida. Porque está tomada,
y por un senador, no menos. Quien te destruirá y a todo lo que amas si la
miras demasiado tiempo.
O, al menos, eso es lo que me habían dicho que significaban. Tenía
dificultades para visualizarlo, porque no veía ese lado de él. Sí, sabía que los
miembros del senado no obtenían el trabajo de supervisar una sociedad de
“demonios chupadores de sangre”, como Rosier los había llamado, siendo
amables. Pero ese no era mi Mircea. Mi Mircea era de ojos risueños, cabellos
sedosos, manos expertas e ingenio rápido…
Lo cual probablemente explicaba por qué me había enamorado de él
desde que era niña, cuando él había hecho una visita a la corte del vampiro
que me crio.
Tony había aceptado a mis padres, que huían de los Spartoi, unos
tipos desagradables que Ares había dejado para cazar a mi madre, a cambio
de que papá le hiciera algunos hechizos. Los vampiros no eran capaces de
hacer magia como los humanos, así que la mayoría empleaba a los magos
para crear guardas y cosas. Y por un tiempo, las cosas parecían haber ido
bien.
Hasta que Tony había descubierto que la joven hija de su mago era
una verdadera vidente, una rara y potencialmente lucrativa mercancía en el
mundo sobrenatural. Y trató de llevarme. Mis padres objetaron, Tony
insistió y al final, el problema fue resuelto por un mortal auto bomba. Que
había matado a una diosa debilitada disfrazada de humana. Y dejó a su hija
de cuatro años huérfana y siendo la nueva vidente de la casa de Tony.
Al menos hasta que su amo se enteró de mí.
Porque a diferencia de su sirviente, Mircea hizo su tarea. Y él había
descubierto que el mago que Tony había aceptado no era un mago
cualquiera caído, como lo eran la mayoría de los tipos independientes, sino
Roger Palmer, un ex miembro del infame Círculo Negro. Quien era más
conocido por huir con Elizabeth O'Donnell, la heredera designada por la
Pitia, y por alguna razón la mantuvo oculta durante años de todos los
intentos de recuperarla.
Mircea lo había encontrado muy interesante, ya que la heredera
desaparecida también era mi madre.
Agnes había envejecido y todos sabían que el poder pronto pasaría a
una sucesora.
La que se suponía sería una acólita cuidadosamente arreglada como
de costumbre. Pero era el propio poder pitiano el que eligió una anfitriona,
no la antigua Pitia, así que técnicamente podría ir a cualquier parte.
Y Mircea había apostado que iría a mí.
La apuesta larga había dado sus frutos, pero la otra apuesta no. Sabía
que el Círculo nunca había dejado de buscar a mi madre, y que me llevarían
tan pronto como supieran quién era yo. Tenían jurisdicción sobre los
usuarios mágicos, no así el senado, que sólo gobernaba a los vampiros. Y
no podía ser transformada en vampiro, porque ese tipo de cosas arruinaba
la habilidad mágica, incluyendo la capacidad de canalizar el poder de la
Pitia.
Así que me había dejado en casa de Tony, que, a diferencia de su
propia reluciente corte, estaba tan lejos de la luz de las estrellas como era
posible conseguir. Antes de que se volviera loco y se uniera al otro lado en
la guerra, Tony había traficado principalmente con vicios humanos, por lo
que no era de gran interés para el Círculo. Y, de todos modos, yo ya estaba
allí. Nadie tenía ninguna razón para cuestionar los orígenes de la pequeña
niña huérfana que Tony había tomado por la bondad de su frío y húmedo
corazón.
Y así habíamos esperado. Para que yo creciera. Mircea para ver qué
pasaría. Y mientras tanto, un mago me había hecho un hechizo para
asegurar mi seguridad en la corte de un tipo que hacía que la mafia humana
se pareciera a dulces corazones.
Había pensado en todo, excepto en la posibilidad de que la maldita
cosa fuera contraproducente.
Al igual que la magia más fuerte, el hechizo que había usado tenía la
reputación de ser impredecible, y unas cuantas travesuras de viajes en el
tiempo después de que Mircea y yo volvimos a encontrarnos como adultos,
había resultado en un verdadero lío. Y en una relación obsesiva y lujuriosa
que había sido resuelta sólo cuando el hechizo finalmente se rompió. Pero
para entonces, su mordedura había asegurado que, de acuerdo con la ley
vampírica al menos, ahora era su esposa.
Y el divorcio no existe en el mundo vampiro.
No es que yo hubiera pedido uno. No, había pedido algo casi tan
extraño. Había pedido citas.
La idea era averiguar si toda esa atracción inducida por el hechizo
tenía algo más detrás. O si sólo lo había coloreado de rosa en una infancia
en la que Mircea parecía el único puerto en una tormenta constante. Tony
había sido aterrador. Su amo, por otra parte, había sido amable, cuidadoso,
guapo y pensativo…
Tal vez era realmente estúpida. O crónicamente ingenua. Pero no creía
que todo eso hubiera sido una mentira.
¿Mircea quería sacar provecho de mí? Por supuesto que sí. Era un
vampiro. Pero eso no significaba que no se preocupara por mí.
Tampoco significaba que lo haga, mi pequeña voz comentó, antes de
que la aplastara y me inclinara sobre el lavabo para agarrar mi cepillo de
dientes.
Sentí una mano deslizarse por mi trasero desnudo.
Por un segundo, me quedé inmóvil, sin mirar nada. Excepto el cepillo
de dientes colgando en mi boca abierta. Entonces giré con mi corazón
martilleando…
Seguía sin ver nada.
A excepción de los remolinos de vapor que parecían un poco
fantasmagóricos incluso bajo la luminosa y alegre luz del baño.
Y tal vez había una razón para eso, pensé con esperanza.
—¿Billy?
Mi compañero fantasma no respondió.
Me lamí los labios.
Eso no significaba que no estuviera allí. A Billy Joe le gustaba jugar,
un resquicio de una vida pasada como jugador profesional en el Mississippi.
No un buen jugador. Era por eso que había terminado a sus veinte años en
el fondo del río, por cortesía de un saco, un montón de cuerda, y un par de
vaqueros enojados que había estado tratando de engañar.
Supuse que su cuerpo seguía allí. Su alma, por otra parte, estaba
pasando el rato en Las Vegas en estos días, cortesía de un feo collar viejo
que había ganado unas semanas antes de su fallecimiento prematuro y que
no había tenido tiempo de empeñar. Eso resultó ser su única suerte, porque
el collar era un talismán, una reliquia que recogía la energía natural del
mundo y la utilizaba para apoyar la magia del dueño.
O en este caso, el fantasma del dueño. Billy ahora lo habitaba como
otros fantasmas lo hacían en cementerios y casas espeluznantes. Desde que
lo había comprado, pretendiendo darlo como un regalo de cumpleaños para
mi vieja institutriz, me había perseguido a mí.
Sólo que, ahora, no pensaba que me estuviera persiguiendo.
No había un destello de su arrugada camisa roja o su tonta sonrisa
de suficiencia. No había ningún fantasmal sombrero Stetson cayendo sobre
los risueños ojos avellana. No había nada, lo que probablemente significaba
que estaba imaginando cosas de nuevo.
Tomé otra toalla y comencé a secar mi cabello goteante.
Uno de estos días, iba a tener que considerar el concepto de evitar los
baños en general. Mierda extraña me pasaba en los baños. Tal vez
necesitaba encontrar otra forma de limpiarme. Quizás necesitaba encontrar
una habitación con un jacuzzi. Tal vez necesitaba alguna terapia a largo
plazo, aunque no estaba segura que una Pitia tuviera tanto ti…
Se oyó un chasquido al otro lado de la puerta del baño.
Me congelé de nuevo, con las manos en la cabeza, mirando desde
debajo de metros de algodón turco. Miré la puerta. Miré hacia atrás. Pero
nada paso, porque estaba cerrada.
—¿Roy? —llamé suavemente, porque las orejas de un vampiro no
necesitaban un grito. Y porque me sentía más que un poco absurda.
Sentimiento que se derritió en algo más cuando nadie respondió.
Maldita sea, contrólate, me dije ásperamente, y agarré el pomo de la
puerta. No hay nada que de miedo al otro lado. ¡Es sólo un dormitorio!
Y eso era.
Simplemente no era el mío.
Me tropecé en una habitación con techos altos, hermosos moldeados,
y ventanas altas mirando hacia afuera en la noche. Y luego di la vuelta en
pánico, y casi me rompo la nariz con un tramo de paneles del viejo mundo.
Porque de pronto no había puerta allí.
Me tambaleé hacia atrás, confundida, dolida, y aterricé sobre mi
trasero junto a una tetera volteada. Estaba en el suelo debajo de una mesa
pequeña, derramándose con los restos de una taza de porcelana y un platito.
Enviando un riachuelo de líquido fragante que corrió a través de algún tipo
de suelo de madera muy pulido.
No ayudó con la confusión.
Tampoco la cama grande y desconocida que contenía ropas
arrugadas. O la toalla y el manto que habían sido arrojados sobre una
almohada. O la ventana que no estaba lo suficientemente cerca como para
ver, pero que permitía que la luz de la luna se filtrara sobre las costosas
alfombras y una pintura parecida a un Jackson Pollock en la pared más
lejana.
No conocía este lugar.
No sabía nada de esto.
Pero el vampiro que entró por la puerta un momento después era otra
historia.
Me puse de nuevo en pie, pero él no pareció verme. Lo cual era lo
primero que tenía sentido. Porque su nombre era Horatiu y no podía ver a
nadie.
Era el viejo tutor de Mircea, muy viejo. Había estado en su mediana
edad o más cuando había tratado de meter un poco de latín a través del
cráneo de su joven a cargo. Pero eso significaba que Mircea no había
alcanzado el estatus de maestro, el nivel necesario para hacer nuevos
vampiros, hasta que Horatiu estuvo en su lecho de muerte. Y ese tipo de
cosas tiende a meterse con la fórmula. El resultado final fue un vampiro
medio ciego, casi sordo, que sin embargo insistía en ganar su permanencia.
Como mayordomo, supongo que era el trabajo más seguro que Mircea había
encontrado.
Bueno, un poco seguro, pensé, mientras el viejo vampiro de cabello
blanco colocaba una bandeja precariamente en el borde de una silla en vez
de en la mesa adyacente. Una silla justo encima de la tetera volteada, que
estaba empezando a entender mejor ahora. Pero Horatiu tampoco parecía
darse cuenta.
Tal vez porque estaba ocupado recogiendo la ropa de la cama y
arrojándolas por la ventana al lado de un conducto de lavandería. Regando
una planta de seda en maceta. Y comenzando a hacer algo a una estantería
adyacente a la chimenea justo antes de que otro vampiro entrara.
—¡Maldita sea! —El vampiro era Kit Marlowe, el jefe de espionaje del
senado, cabello rizado, perilla, imposible que vestir arrugado. Bueno,
normalmente imposible porque se veía que estaba un poco arrugado ahora.
Tal vez porque la repisa acababa de prenderse fuego.
—Lord Marlowe —dijo Horatiu con voz temblorosa de anciano—.
¿Quieres unirte al maestro para desayunar?
—¡No! —dijo Marlowe, pasando por encima de la figura encorvada
hasta el cuarto de baño contiguo.
—Hay muchos arenques —dijo Horatiu tras él—-. Pero no los
suficientes. Ojalá el amo hubiera dicho algo…
—¡Maldita sea, no quiero desayuno! —dijo Marlowe, corriendo con una
papelera llena de agua. La cual procedió a usar para salvar el dormitorio y
destruir un montón de viejos volúmenes probablemente costosos.
—Puedo hacer más, por supuesto —protestó Horatiu—. Pero creo que
estamos sin centeno.
Trastabillo al retirarse, sin duda, para ir a provocar más problemas, y
dejó a Marlowe humeante, húmedo y maldiciendo detrás de él. Quien no
parecía notar al polluelo en toalla todavía. Abrí la boca para preguntar qué
diablos pasaba, sólo para cerrarla de nuevo abruptamente cuando Marlowe
salió a través de la única otra puerta de la habitación.
Directo a través de mí.
Hubo una extraña sensación de desorientación cuando nuestros
cuerpos se fusionaron, del mismo tipo que tenía cuando Billy entraba en mi
piel para un impulso de energía. Sólo que aquí no faltaba energía. Sólo la
sensación de hormigueo en la piel de alguien que ocupa el mismo espacio
que yo por una fracción de segundo, antes de que saliera.
Me giré, agarrando mi toalla y respirando con dificultad, porque los
vampiros no dejan fantasmas. Y aunque lo hicieran, dudaba que uno
pudiera discutir con Horatiu. O apagar un fuego sin esfuerzo.
Pero seguro que se había sentido como un fantasma.
O… o esa era yo, me di cuenta, con creciente horror.
Permanecí allí por un segundo, preguntándome si uno de los muchos
atentados a mi vida había tenido éxito, y si fue así, por qué no había oído la
explosión o visto al tirador o sentido el dolor antes de terminar aquí.
Pero no podía ser un fantasma, no podía. Mis guardias habrían
sentido a un asesino. Así que algo más estaba pasando y los sentidos de los
vampiros eran los más apropiados para ayudarme a averiguar qué. Siempre
y cuando no lo perdiera de vista.
Sólo que parecía que ya lo había hecho, porque Marlowe había
desaparecido por la puerta al otro lado de una sala. Una que empezó a
cerrarse incluso cuando corrí detrás de él. Y cuando me lancé a través de la
estrecha abertura, apenas pasando antes de que la puerta se cerrara y
viera…
Una habitación vacía.
Parecía un atrio, o uno de esos extraños cubículos donde varios
pasillos se encuentran y luego se ramifican. Había otra bonita alfombra en
el suelo, una planta en maceta y una chimenea con una repisa, pero sin
sillas delante porque no era una habitación en la que te quedabas. Era una
habitación diseñada para no hacer nada y no ser nada, además de una
manera de llegar de un lugar a otro.
Excepto en este caso, porque no había otras puertas.
Me habría asustado, pero ya lo había visto antes. Era una
característica popular de seguridad en las residencias de vampiros,
destinadas a frenar a los intrusos al obligarlos a jugar a encontrar la salida.
Pero no busqué una.
Porque había encontrado otra cosa.
Algo que proyectaba un brillante resplandor de color contra los
paneles del viejo mundo en la pared opuesta. Algo que me hizo olvidar
momentáneamente a Marlowe y Horatiu e incluso mi propia situación. Algo
que me atrajo hacia adelante como un imán.
Algo hermoso.
No podía verlo tan bien como quería, porque la única iluminación eran
un par de luces empotradas encendidas en el techo. Y una vela encendida
en la chimenea por alguna razón, así que la agarré. E iluminé el cuadro.
Uno grande, a juzgar por la forma en que la luz sólo alcanzó la mitad
inferior de un vestido. Levanté el candelabro más alto y la bruma dorada
brilló en una superficie agrietada por el tiempo, pero todavía vibrante con
colores de joyas: crema rica, rosa salmón, coral oscuro y marrón pálido.
Formaban un suntuoso vestido de raso, una mano que llevaba un enorme
anillo de perlas, una redecilla de oro y perlas sobre un chongo de liso cabello
oscuro, y…
Y una cara que había visto antes.
No en forma de pintura, sino en fotografías, todo un álbum de ellas,
que había encontrado por casualidad en otra de las muchas residencias de
Mircea. No sabía quién era entonces; todavía no lo sabía, porque a Mircea
no le gustaba hablar de su pasado, mucho menos de las mujeres que lo
poblaban. Cada vez que sacaba el tema, entraba en modo de evasión.
Y nadie se escapa como Mircea.
No era completamente ingenua. Sabía que había tenido otras
amantes; ¿cómo no podría hacerlo en quinientos años? Pero no había
encontrado álbumes llenos de fotografía hasta el borde de ellas. No había
tropezado con una pintura que debía haber costado una fortuna a
cualquiera de ellas. No había visto pruebas de que ninguna de ellas fuera
más que una aventura pasajera.
Miré fijamente los altos pómulos, los voluptuosos labios rojos, los
brillantes ojos oscuros. Y sentí que mi mano apretaba el candelabro. Porque
esta mujer no parecía una aventura para mí.
Las fotos que había visto habían sido modernas, pero el vestido era de
la Era del Renacimiento Italiano; al menos lo era si tenías montones de
dinero. Había visto a algunos como ese de vez en cuando, en algunas de las
pinturas que Rafe, artista residente de Tony, había esparcido alrededor.
Tenía un corpiño de corte bajo sobre una delicada camisa, una cintura alta,
largas y ajustadas mangas que se ataban a los hombros con pequeños arcos.
La cruz que cubría el fino cuello de la portadora era de oro pesado, las perlas
gruesas y lustrosas que colgaban de sus orejas podían haber venido del
tesoro de un sultán.
Y no sólo su ropa era costosa.
Puse la luz más cerca, porque quería estar segura. Y sí. Sus joyas
brillaban en un dorado opaco a la luz de las velas porque eran de oro, hechas
con hojas de oro repujado. De la misma manera, el rojo en sus labios y
mejillas no eran en ocre, sino escandalosamente caro bermellón. Y el mar
brillando detrás de ella… bueno, eso no era índigo.
Ese color puro e intenso sólo podía ser ultramarino. Importado desde
las minas en Afganistán, era extraído a través de un proceso muy laborioso
de auténtico lapislázuli. Rafe me lo había contado mientras mezclaba
algunos para su propio uso un día. Podría no ser especialmente querido en
los tiempos modernos, pero había sido una vez, el pigmento más caro en
todo el arte del Renacimiento. Literalmente valía más que su peso en oro.
Sin embargo, estaba salpicado por todas partes, desde el cielo hasta
el mar, hasta el azul brillante en el bordado del vestido de la mujer. Un
vestido que debió costar una fortuna, pero no era tan encantador como la
mujer que lo llevaba. Una mujer que ocupaba no sólo un álbum lleno de
fotografías, sino un lienzo que ocupaba toda una jodida pared…
Sólo que no. No un muro, me di cuenta un momento después, cuando
alcancé a tocar la superficie brillante. Y caí por esa puerta que no había
estado buscando. En un vórtice de luz y sonidos y oh-santa-mierda terminé
abruptamente sobre mis manos y rodillas en otra habitación con otra
chimenea y otro maestro vampiro.
Pero éste no era Marlowe.
Mircea sentado en una gran silla de cuero detrás de un escritorio de
caoba aún más grande. Parecía un poco incongruente, porque llevaba sólo
un par de grandes pantalones de pijama en color ciruela. Su pecho y sus
pies estaban desnudos, su cabello oscuro, largo sobre los hombros, casi
siempre sujetado atrás con un clip, estaba suelto.
Parecía que se había levantado, pero luego decidió tomar una siesta
en su… ¿oficina?
Eso parecía, si, una versión algo genérica. El resto de la casa tenía
una encantadora mezcla ecléctica del viejo mundo y del tipo moderno chic
caro, como su propietario. Pero aquí, eso había dado lugar a un soso hotel
de lujo en beige y marrones, si los hoteles estuvieran regularmente
iluminados por velas: un escritorio muy pulido, una alfombra de Kerman en
el piso y una pared de libros caros. Decían contador de reputación o abogado
de gran prestigio. No decían Mircea.
Excepto por una estatuilla china quebrada, un chico barrigón feliz con
una pandereta que servía como taza de plumas.
Y, por supuesto, el hombre mismo, sentado detrás del escritorio,
acariciaba lentamente los brazos de la silla.
Realmente le gustaba esa silla, ¿no?, pensé en blanco. Por un
momento. Hasta que sentí otro golpe no subrepticio bajo mi trasero
desnudo. Un golpe que igualaba el movimiento de la mano de Mircea sobre
el cuero resbaladizo.
Me di cuenta que coincidían exactamente, mientras lo alisaba hasta
el final del brazo de la silla, y luego volvía a subir, completando el ciclo. Una
caricia simultánea recorría mi mejilla izquierda. Era uno de sus
movimientos favoritos, y normalmente me habría puesto toda caliente y
nerviosa.
Excepto que ya estaba caliente, y no en el buen sentido.
Entonces Marlowe caminó a través de mí otra vez.
—Puede que quieras revisar antes de que nos vayamos —dijo mientras
me ahogaba y caía de espaldas—. Horatiu está intentando quemar la casa.
—No tiene que intentarlo —murmuró Mircea, sin abrir los ojos—. Lo
hace naturalmente.
—¡Él necesita un cuidador!
—Lo intentamos. Pero notó su presencia. —La boca de Mircea se
curvó—. Y se quejó de que era demasiado viejo para entrenar a todos los
recién llegados.
—¡Mejor eso que un furioso infierno!
—Todos hemos llegado a ser bastante buenos en discernir el olor del
humo.
Marlowe resopló.
—Sin duda. ¿Y por qué no estás vestido?
El jefe de espías lo estaba, si se pudiera decir así, con un traje borgoña
arrugado y una camisa que Mircea no habría utilizado ni para dar brillo a
sus zapatos. No es que lustrara sus propios zapatos. Y no es que Marlowe
fuera conocido por su esplendor al vestir. O por dar un carajo sobre
impresionar a nadie.
Ese era el trabajo de Mircea.
—Ni siquiera ha oscurecido —comentó Mircea con suavidad—. Y el
portal a la ciudad es virtualmente instantáneo. ¿De qué serviría llegar horas
antes que todos los demás?
—¿Y qué piensas hacer? ¿Una siesta?
—No. Pero parece que podrías tomar una.
Kit le fulminó con la mirada. Y luego se arrojó sobre una silla verde
frente al escritorio. Y se sentó allí, fingiendo relajarse, mientras
prácticamente temblaba de energía reprimida.
Habría estado más curiosa del por qué, si hubiera estado menos
furiosa.
Porque Mircea seguía haciéndolo. Los toques fantasmales seguían
deslizándose sobre mi piel, y seguía poniéndome cada vez más confusa.
Porque estaba jugando conmigo mientras mataba el tiempo y conversaba
con su compañero, y porque estaba en mi cabeza.
Tenía que estarlo, para hacer esto, fuera lo que fuera. Un nuevo poder
vampiro, algo de lo que nunca había oído hablar, algo que iba mucho más
allá de sólo captar la superficie de un pensamiento perdido que de vez en
cuando algunos maestros podían hacer. Algo que no me había contado,
porque esto no era superficial, esto no era pasivo, esto estaba en mi cabeza.
Hijo de puta.
Y luego me pegó.
Lo vi antes de que azotara, una rápida contracción en las yemas de
los dedos sobre el brazo de la silla. Un sutil pellizco en el cuero liso. Sólo
que no se sentía sutil. Se sentía fuerte, un aguijón agudo que, está bien, en
las circunstancias adecuadas podría ser bienvenido, pero estas no lo eran.
Ni siquiera estaban cerca, y…
Y luego lo hizo de nuevo.
Miré hacia arriba para ver una pequeña sonrisa curvando sus labios
perfectos, sólo una pequeña sonrisa, que habría sido suficiente para sí
mismo. Pero no estaba sola. Estaba acompañada por un par de oscuros ojos
color whisky que estaban intensos y divertidos, y abiertos.
Y fijos en los míos.
Y la calidez abruptamente se convirtió en nuclear.
—Estás jodidamente calmado —dijo Kit, levantándose para servirse
un trago—. Es molesto en el mejor de los casos, pero ahora mismo se
aproxima a lo obsceno.
—¿Preferirías que entrara en pánico? —preguntó Mircea, con los ojos
fijos en mí mientras me levantaba lentamente del suelo.
—Prefiero que actúes como humano…
—Eso sería difícil.
—Ya sabes a lo que me refiero —dijo Kit con brusquedad—. ¡Muestra
nervios por una vez!
—No tienes que preocuparte —dijo Mircea, observándome caminar
hacia él—. Hemos reunido un excelente equipo.
—No es el equipo lo que me preocupa. ¡Es el maldito Fey! —Kit levantó
una mano. Que pasó a través de mí, como si ni siquiera estuviera allí. Porque
no lo estaba. No para él. Yo estaba en la cabeza de Mircea, o él estaba en la
mía; no sabía cuál.
Pero sabía una cosa.
Dos podrían jugar este juego.
—Si algún Fey se lesiona esta noche, caerá sobre sus propias cabezas
—dijo Mircea, una ceja subiendo mientras caminaba dando vuelta al
escritorio—. Están actuando ilegalmente, en violación del tratado…
—¡Sí, y el tratado les importa tanto! —dijo Kit amargamente—. Nunca
lo han seguido, nunca tuvieron la intención de hacerlo. Los verdes todavía
nos cosechan como esclavos, los oscuros están constantemente tratando de
pasar por la frontera, y los llamados azules, todos duendes…
—Prefieren “Fey” —murmuró Mircea mientras me detenía delante de
él—. Duendes es considerado peyorativo.
—¡Como si me importara un carajo lo que ellos prefieren!
Mircea no hizo ningún comentario. Tampoco se movió. Se quedó
sentado allí, mirándome, con los ojos brillando perversamente.
Porque pensó que estaba faroleando.
No, pensé con tristeza; él sabía que era yo. Él jugaba estos juegos
conmigo todo el tiempo. Como en esos sueños que había estado teniendo
últimamente, porque estaba segura que había sido él. Como todas esas
veces, en las que había evadido preguntas, ignorado consejos, evitado
comentarios abiertos. Y siempre se salía con la suya. Porque, ¿cómo atan a
un vampiro maestro? ¿Cómo obtienes su atención? ¿Cómo lo haces
escuchar?
Decidí que podría haberlo imaginado.
Observé que sus ojos se ensanchaban ligeramente mientras dejaba
caer la toalla y lo montaba a horcajadas.
—Por lo menos los verdes están al frente —dijo Kit, mirando un mapa
en la pared. Supuse que era de Faerie, ya que de eso estaba hablando, pero
solo le di un vistazo. Porque Mircea ya se había recuperado.
Fuertes brazos me tiraron abruptamente contra él, la diferencia de
altura aseguro que, incluso arrodillada sobre la silla, estábamos cara a cara.
—Miran hacia abajo con esas narices largas y nos dicen que nos
ocupemos de nuestro propio negocio —dijo Kit—. Pero los malditos Fey
azules, ¡oh, son nuestros buenos amigos, nuestros aliados incondicionales,
ellos contrabandean más que el resto combinado!
—Es lamentable —murmuró Mircea, con los ojos oscuros brillando
entre los míos—. Pero algunas amistades no sobreviven a su utilidad, y
tienen que ser desechadas.
—No tienes que elegir a mis amigos —le dije—. ¡Más de lo que puedes
jugar en mi cabeza!
—No estoy jugando.
—¡Ni yo tampoco!
—Bueno, me gustaría saber cómo lo llamas, entonces —murmuró
Marlowe—. Sabes que no podemos dejar caer a los Blarestri. Tenemos que
tener aliados, particularmente ahora.
—¿De verdad? —preguntó Mircea—. Entonces, ¿qué estamos
haciendo aquí?
—¡Perdiendo nuestro tiempo! —gruñó Kit—. Lo he dicho todo el
tiempo.
—Tú dime —grité mientras Mircea se recostaba de repente,
empinando la silla en una inclinación. Y empujándome por encima de él,
hacia el lugar dulce donde las caderas delgadas se encontraban con muslos
musculosos. Y donde el pesado tamaño de su sexo apenas estaba oculto por
una delgada capa de seda. Era más una tentación que una barrera, una
suave y seductora caricia mientras luchaba por encontrar un agarre en el
material resbaladizo.
—Algunas personas se especializan en problemas —dijo Mircea,
mientras las cálidas manos se curvaban alrededor de mis caderas,
estabilizándome. Luego me levantó hasta que sus labios descansaron contra
mi estómago.
Marlowe seguía mirando el mapa, de espaldas a nosotros, y Mircea
aprovechó al máximo. Los malvados labios comenzaron a moverse,
lentamente, arrastrándose, con la boca abierta contra mi vientre inferior.
Seguido por unos toques de su lengua, resbalando a través de mi piel,
probándome. Me hizo temblar.
¿Y quién iba a enseñarle a quien una lección?, pensé vertiginosa.
—Algunos incluso parecen preferirlos —me dijo Mircea, sonando
divertido.
Y luego hizo otro sonido mientras me movía ligeramente de posición,
deliberadamente arrastrándome sobre él.
Y de repente, las cosas ya no eran tan suaves.
—Como esos tres malditos Svarestri —acordó Marlowe, poniendo
hielos en su bebida—. No se mezclan con nosotros seres inferiores, oh no.
Excepto cuando ese bastardo de Geminus les ofreció carta abierta, incluso
llevándolos a través de los portales oficiales, ya que ¿quién sospecharía que
un senador haría contrabando? —Hizo un sonido asqueado—. ¡Yo, por
supuesto! Sabía que estaba tras de algo, pero pensé que eran esas peleas
ilegales que tenía funcionando durante décadas. Debería haber sabido que
se ramificaría tarde o temprano, con tantos contactos…
Dejé de escuchar.
Las manos de Mircea se habían apretado, sosteniéndome en un lugar.
Pero mis manos encontraron sus hombros de todos modos, porque el apoyo
no era suficiente. No sabía por qué; no estaba cerca de una zona erógena.
Excepto que de repente todo lo estaba, y mis rodillas seguían tratando
de apretarse.
Tuve un momento de desconexión, de incredulidad absoluta y
molestia. No estaba arrodillada aquí, desnuda y mojada, en la oficina de
Mircea. Y definitivamente no estaba lamiendo las gotas de agua de mi piel.
Sólo que aquí estaba y él lo hacía, y no parecía que me movería,
apenas podía respirar mientras que los golpes se hicieron más largos, más
lentos, más anchos. O cuando siguió a la hinchazón de un pecho, el calor
de su aliento sólo apretó más mi cuerpo cuando se detuvo junto al pezón, a
pesar de que una gota de agua tembló en la punta firmemente rígida.
Brillaba a la luz de la lámpara, reflejando la habitación durante unos
segundos. Y probablemente a una pequeña versión de mi cara cada vez más
desesperada.
Hasta que la gravedad tuvo suficiente y finalmente cayó sobre sus
labios.
Me sostuvo los ojos mientras lo lamía, como cuando repasaba la piel
alrededor, como…
Mi cabeza giró, mirando fijamente la pared detrás de su cabeza porque
no podía mirarlo más.
Pero no importaba. Todavía podía ver su sombra mezclada con la mía,
moviéndose suavemente. Todavía podía sentir cada golpe de la ardiente
aspereza arrastrándose sobre mí. Todavía podía oír el sonido que hacía, bajo
en su garganta, mientras empezaba a morder.
Mi espalda se arqueó, mis dedos en su cabello apretándose a puños,
necesitando algo, cualquier cosa para estabilizarme.
Y tratando de alejar esa maldita cabeza aún antes de que me volviera
loca.
Pero, por supuesto, eso no evitaba sus manos, y estaban ocupadas.
Alisando mi espalda, sobre la curva de mi trasero y hacia abajo a mis
muslos, a la piel sensible en la parte posterior de mis rodillas. Sólo para
retractar su curso en reversa un momento después. Y cada viaje me
empujaba contra esa protuberancia no tan suave, simulando algo que no
iba a ser una simulación más larga, porque iba a arrancarle esos
condenados pantalones y…
—Explica. Ahora —apreté.
—Eso podría ser difícil —dijo, mirando a Marlowe.
—”Difícil” no es la palabra que usaría —gruñó Marlowe, volviendo a
su silla con lo que parecía un trago triple—. Tratando de tapar una ciudad
que gotea como un tamiz esos malditos portales por todas partes. Incluso si
tenemos éxito, ¿qué habremos hecho? Detener un poco de contrabando, tal
vez hacer las cosas un poco menos convenientes para el otro lado. ¡Pero no
vamos a ganar esta jugada a la defensiva, y los dos lo sabemos!
—¿Y la alternativa sería?
—Lo sabes muy bien. Nuestros enemigos están en Faerie, no aquí. O
bien vamos detrás de ellos donde están escondidos, o, esto no va a ir bien,
Mircea.
En realidad, pensé que iba perfectamente. La técnica de Mircea, tan
formidable como era, también estaba limitada con su amigo sentado al otro
lado de la mesa. Pero la mía no. Kit no podía verme, no podía oírme.
Lo que dejaba todo tipo de posibilidades, ¿no?
Sonreí y vi cambiar la expresión de Mircea. Pero no se levantó, y podría
haberlo hecho. Pero eso significaría admitir que había algo que no podía
manejar, ¿no?
Y ambos sabíamos que eso nunca sucedería.
Sonreí de nuevo y me incliné para lamer el agua que había estado
desconsoladamente derramando sobre su pecho.
—Unos portales lo suficientemente cerrados y empezará a importar —
dijo Mircea, ignorándome—. Matar a bastantes de los magos oscuros con los
que están trabajando, y dolerá aún más. Los Fey no conocen este mundo,
no puede caminar en él fácilmente…
—Algunos pueden.
—No son suficientes. E incluso aquellos que pueden, no les gusta
intentarlo. Su magia es débil aquí; los deja vulnerables.
Su voz cambió ligeramente en esa última palabra, tal vez porque se
sentía un poco vulnerable de repente. Porque acababa de llegar a su cuello.
Un humano habría sido más afectado si hubiera ido en otra dirección, pero
Mircea no era humano. Y yo había descubierto recientemente un talón de
Aquiles que debería haber sospechado antes.
Pero siempre era agradable aprender algo nuevo, pensé, raspando el
borde de mis dientes sobre las fuertes cuerdas de su garganta.
—Entonces, ¿por qué siento que estamos sentados como patos? —
gruñó Kit.
Mircea no le contestó esa vez, tal vez porque su garganta ya estaba
ocupada, trabajando bajo mis labios. Como su pulso latiendo con fuerza,
golpeando, golpeando bajo mi lengua. Estaba justo encima de la yugular
ahora, justo encima de la fuente de vida y el poder de un vampiro, su
virilidad y fuerza. Justo encima de su área más vulnerable, incluso para un
maestro.
No tomaría su sangre, por supuesto; no la quería, no podía usarla.
Pero todavía estaba embriagada, lo tenía así. Ese cuerpo grande y duro se
extendió bajo el mío, las manos apretando los brazos de la silla porque no
podían apretarme a mí, el latido del corazón bajo mi boca salto cuando cerré
los labios sobre el punto del pulso.
Y comencé a chupar.
Y sentí que más de una cosa saltaba contra mí.
—¿Mircea? —preguntó Kit.
—Tal vez necesites un trago —dijo Mircea, sonando un poco
estrangulado.
Marlowe miró con confusión su vaso, que todavía estaba casi lleno.
—Tengo un trago. Lo que no tengo es información, ¡especialmente
sobre los llamados Fey de la luz!
Kit saltó de nuevo y empezó a caminar, pero apenas lo noté.
Dios mío, era bueno, el sabor dulce y salado de su piel, los escalofríos
de su cuerpo bajo el mío, la forma en que reaccionaba a cada trazo de mis
labios. Me retorcí encima de él, sabiendo que estaba jugando con fuego, pero
no pude evitarlo, no me importó. Incluso cuando me alejé lo suficiente para
ver sus ojos, llenos de calor y fuego, y la promesa de que pagaría, y pagaría
caro, por esto, tan pronto como Kit se fuera.
Pero aún no lo había hecho, ¿verdad?
Estaba deambulando, todavía despotricando contra los Fey,
gesticulando y murmurando…
Sin prestar atención al hombre detrás del escritorio.
Quien me observó mientras me levantaba lentamente, levantando las
estacas. Mircea podría haber pedido a su amigo que se fuera, podría haberlo
despachado así sin más, podría haber hecho un centenar de cosas que no
estaba haciendo porque todavía no lo creía. No pensaba que lo haría.
¿Y por qué debería hacerlo? Lo deje salirse con la suya en un montón
de mierda estos últimos meses, cosas que no habría soportado de nadie
más. Había retrocedido cada vez que me desafiaba porque él era Mircea y yo
lo amaba y él era Mircea.
Pero acababa de hacer la última inclinación.
Él no conseguiría seguir vagando dentro de mi cabeza. No decidiría
quiénes eran mis amigos. No conseguiría mantenerme en la oscuridad aún
más que Jonas, y no me diría que no molestara a mi preciosa cabeza porque
los hombres grandes y fuertes me protegerían. Porque los hombres grandes
y fuertes no entendían lo que estábamos enfrentando más que yo.
Todos tropezábamos en la oscuridad, incluso Kit, incluso el jefe de
espías del senado, que sabía todo, excepto sobre los Fey, aparentemente. Y
los demonios. Y las criaturas locas de otro mundo con las que habíamos
estado luchando, que se llamaban dioses y pensaban en los humanos de la
misma manera que nosotros pensábamos en los insectos. Y nos mataban
con la misma facilidad.
Si íbamos a sobrevivir, necesitábamos al menos empezar a tropezar
juntos. Pero no lo hacíamos, porque Jonas no confiaba en mí, Mircea no me
respetaba, y nadie creía en mí. Y mientras yo siguiera retrocediendo, nunca
iban a hacerlo.
Me incorporé un poco, bajando sus malditos pantalones de dormir,
agarrándole suavemente.
Y luego me senté de nuevo, llevándolo dentro de mí.
—Los Fey oscuros no son tanto problema —dijo Kit, inconsciente—-.
Hemos tenido tantos refugiados, especialmente últimamente, que mi gente
ha logrado construir al menos una imagen básica de su estructura de poder
y de sus principales actores. Pero los de la luz me preocupan.
Sabía cómo se sentía. Porque los ojos de Mircea acababan de cambiar,
pequeños puntos ámbar remontándose de la oscuridad aterciopelada, una
señal de que tal vez, tal vez, debería haber pensado en esto un poco más.
Que tal vez estaba sobrepasándome.
Muy por encima.
Y no me importaba.
No lo suficiente para detenerme de retorcerme, poniéndome cómoda,
mientras lo veía menos. No lo suficiente para evitar gemir cuando él se
endureció abruptamente dentro de mí, incluso más de lo que ya había
estado, llenándome completamente, deliciosamente. No lo suficiente para
evitar que empezara a moverme.
Kit todavía seguía maldiciendo, pero apenas lo escuchaba. Y Dios, si
hubiera pensado que lo otro era embriagador, no era nada comparado con
esto. Observando ese cuerpo poderoso retorciéndose, sintiéndolo moverse
dentro de mí, oyendo su aliento acelerarse como lo hacía, mientras me
ondulaba encima de él, mientras marcaba el paso por una vez. Fue glorioso.
Hasta que de repente se sentó, cambiando el peso, haciéndome jadear.
Y me agarró la parte de atrás del cuello, retirándome un mechón de cabello
del rostro. Y abruptamente dejó descender sus colmillos.
Mi corazón palpitaba fuera de mi pecho, mi aliento estaba atrapado
en mi garganta, mi cuerpo se estaba apretando alrededor de él lo suficiente
como para hacernos a ambos jadear.
Y todavía no me importaba.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté sin aliento—. ¿Morderme?
Y, justo así, sus ojos destellaron dorados, el marrón del hombre
completamente eclipsado por el poder del vampiro.
—¿Qué dijo Churchill sobre Rusia? —preguntó Kit, casi sordo—. Un
enigma, envuelto en un misterio, dentro de un enigma…
—¿Por qué no vas a buscarlo? —gruñó Mircea.
—¿Qué?”
—¡Vete! —gruñó, y al mismo tiempo barrió todos los objetos del centro
de la mesa, enviando libros, papeles y, a la sonriente y aterrorizada taza de
las plumas a volar.
Me hubiera gustado ver la expresión en la cara de Kit en ese momento.
Me hubiera gustado saber cómo tomaba un maestro de primer nivel ser
ordenado a irse, especialmente tan abruptamente. Pero no lo hice.
Porque estaba ocupada.
Golpeé la superficie pulida del escritorio incluso antes de oír que la
puerta se cerraba, sintiendo la suave dureza mientras mis manos se
extendían, tratando de encontrar la estabilidad que no estaba allí,
descubriendo que no la necesitaba cuando un furioso vampiro maestro
agarró mis caderas, me jaló hasta el borde del escritorio, y se empujó en mí
lo suficientemente duro como para hacerme jadear.
Y luego reí, como la persona loca que realmente estaba empezando a
creer que estaba, porque había ganado.
Por una vez, él había sido el primero en retroceder. Por una vez, yo
había hecho que el gran Mircea Basarab cayera.
Después era yo la que estaba cayendo. Y gimoteando. Y gritando
mientras me tomaba más duro de lo que nunca había hecho, más duro de
lo que jamás se había atrevido, porque los cuerpos humanos se rompen con
tanta facilidad.
Pero mi cuerpo no estaba aquí, ¿verdad? Yo no era más que un
producto, un sueño, una ilusión. Y las ilusiones no se rompen.
Pero sí sienten, y esto era crudo y salvaje y, todo, todo lo que había
deseado desde ese maldito sueño que me dejó caliente y adolorida y
desesperadamente insatisfecha.
Lo cual no era realmente un problema ahora, pensé delirantemente. Y
después no pensé en nada. Acabe envolviendo mis brazos alrededor de él y
me colgué mientras el poder golpeaba a través de mí, dentro de mí, sobre
mí, una bruma dorada hundiéndose en mi piel que coincidía exactamente
con el color de un par de ojos dorados.
—Bien —dije sin aliento, unos momentos después.
—¿Bien? —respondió Mircea, la voz apagada desde que su rostro
estaba enterrado en mi cabello.
—Bien… espero… que eso… te enseñara… una lección —le dije,
vagamente preocupada por el hecho de que había un defecto en mi lógica en
algún lugar, pero demasiado blanda para importarme.
Mircea levantó la cabeza. Y vi con cierta satisfacción que él estaba casi
tan sonrojado y sudoroso como yo. Su garganta estaba trabajando y sus ojos
estaban un poco locos. Pero no estaba sin aliento, porque era un vampiro y
técnicamente no necesitaban hacer eso.
—Ya te lo dije, dulceata —añadió con voz sombría—. No estoy en tu
cabeza.
—¿De verdad? Entonces, ¿cómo lo llamarías?
—Más de lo que estuve en tu cuarto esta noche, o en la ducha la
semana pasada.
—¿La ducha? —comencé, confundida.
Y luego me detuve. De repente, vívidamente, recordando un cierto
incidente en la ducha que, sí, había sido bastante memorable. Y que
probablemente debería haberlo pensado más, si no tuviera demasiado ya
que pensar.
Pero que ahora estaba recordando. Junto con la explicación que había
descubierto más tarde. Lo cual, pensando en ello, no tenía nada que ver con
Mircea en absoluto, y…
Y oh-oh.
—Creo —me dijo Mircea malvadamente—, que es hora de que
tengamos una charla.
—¿Cedar? ¿Estás segura que es así cómo se deletrea? —exigió Mircea,
mientras me arrastraba a lo largo de un corredor atestado.
—Yo… yo ni siquiera estoy segura que es así como se pronuncia —le
dije, sintiéndome más que un poco nerviosa. Acababa de ser arrastrada del
escritorio, apenas con tiempo de recoger mi toalla de baño arrugada, y luego
remolcada por una puerta que no había notado al otro lado de la habitación.
Y luego a través de una chimenea, increíble, por un pequeño pasillo estrecho
sin ventanas y casi sin luz. Después a través de otra chimenea y una
habitación que no tuve tiempo de ver antes de salir a un pasillo ancho,
brillantemente iluminado que no se sentía todo lo ancho en el momento que
debía porque estaba lleno de vampiros.
Maestros, por la sensación proveniente de ellos. Así se sienten los
maestros, pensé, mientras me tropezaba con un cuerpo, que fue casi
imposible de evitar en un lugar tan atestado. Deferentemente hicieron
camino para Mircea, pero se cerraron de nuevo justo detrás de él, dejándome
luchar a través de un mar de vampiros. O más como por un mar de colores,
sonidos y pensamientos intermitentes:
—… ¿así los maestros pueden atravesarte con esto?
—No me importa. Quiero mi maldita espada…
—Una pistola tiene mejor alcance.
—¡Y una espada no se queda sin balas!
—Malditas botas están demasiado ajustadas…
A los vampiros no parecía gustarles la situación más que a mí.
Algunos parecían bastante ajenos, pero otros saltaban, se estremecían y
miraban a su alrededor mientras los atravesaba. Como si supieran que algo
estaba sucediendo.
Y así era; simplemente no sabían qué.
—¿Qué está pasando? —le pregunté a Mircea, tratando de permanecer
lo más cerca posible de él, para evitar asustar a cualquier vampiro.
—Hemos tenido problemas con algunos portales ilegales que nuestros
enemigos han estado usando para traer armas —me dijo.
—¿Portales de Faerie?
El asintió.
—Incluso a nuestros aliados no parece importarles a quién venden, y
se está convirtiendo en un problema.
—Así que los van a cerrar.
—Vamos a intentarlo.
—¿Y si no les gusta eso? —pregunté, esquivando una forma que se
movía con rapidez, sólo para golpear otra atravesándola.
—Ellos aprenderán —me dijo, y me sacó del otro lado del vampiro que
miraba furiosamente.
Y luego de un nudo de varios más que iban en la misma dirección que
nosotros.
El pasillo era tan pequeño, y estaban agrupados tan firmemente que
era como ser inundada por una ola en la playa. Un diluvio inesperado de
color, ruido y un abrumador asalto sensorial. Las mentes, las extremidades
y el zumbido eléctrico de cinco veces un vampiro maestro.
—¿Has visto a la dhampir? Me pregunto dónde la están guardando…
—Eso. ¿A quién le importa?
—Me importa. Nunca he visto una…
—Lo cual explicaría por qué sigues aquí.
—Habla por ti mismo. Podría con ella…
—Hazlo. Siéntete libre de intentarlo.
—Por supuesto. ¿Y luego tendrías que tratar con papá? No creo que…
—¿Así que los rumores son ciertos?
—¿Qué rumores?
—Los que dicen que no es cualquier dhampir. Que ella es en realidad…
—¡Cassie! Aquí dentro.
La última fue la voz de Mircea, y un segundo después, me encontré
atravesando una puerta a una pequeña habitación. Sin nada en ella. Y eso
incluía a los vampiros maestros, gracias a Dios, porque había estado a punto
de ahogarme ahí afuera.
Pero esto… esto era agradable. En calma al menos. Estábamos en lo
que suponía que era algún tipo de sala de recepción, aunque no era muy
acogedora, sin ninguna imagen en la pared o una silla, y luego estábamos
atravesando una puerta al otro lado y en…
—No pises las alfombras —me dijo Mircea—. Por si acaso.
—¿Por si acaso qué?
No obtuve una respuesta. Porque el único ocupante de la habitación
acababa de levantar la vista desde un pequeño escritorio para fruncir el ceño
hacia nosotros. O a Mircea, supongo, ya que sus ojos pasaron por encima
de mí para clavarse en su colega.
—¿Has terminado con tu pequeño ajuste? —preguntó Marlowe con
acidez.
—No. Cedar. ¿Qué sabes al respecto?
—¿El árbol?
—No. El hechizo. Creemos que es así como se pronuncia.
—¿”Creemos”?
Mircea me miró.
—Sólo lo oí una vez —dije torpemente.
—¿Pero si tuviera que adivinar?
—¿Say-duh? ¿Say-drr? ¿SAY-der? No estoy segura. Estaba un poco…
—¿Con quién estás hablando? —preguntó Kit, levantándose. Sus ojos
recorrieron de nuevo sobre mí, pero no se detuvieron. Tiré de mi toalla de
baño un poco más arriba de todos modos.
Mircea repitió mis variaciones sobre el tema.
—Un tipo de magia antigua —le dijo a Ki—-. Necesito todo lo que tienes
de eso.
—¿Te das cuenta que nos vamos en menos de una hora?
—Entonces tendrás que darte prisa, ¿verdad?
Kit frunció el ceño con más fuerza, pero luego hizo la constipada
mirada que un montón de vampiros utilizaban cuando se comunicaban
mentalmente.
Mircea pasó entre las alfombras. Lo seguí, un poco cautelosamente,
porque el piso era de mármol pulido y pulcro, las alfombras resbaladizas
estaban por todas partes. Eran extrañas, en parte porque ninguna de ellas
coincidía, en parte porque la mayoría no tenían más que un par de metros
de ancho, pero sobre todo porque eran el único intento de decoración.
A la oficina de Mircea le había faltado el sello de su carácter, pero al
menos había sido bastante atractiva.
Esta… no lo era. No tenía una planta o una imagen o un cojín. No
tenía una sola silla aparte de la que Marlowe estaba ocupando. No tenía
mucho de nada, a pesar de ser una habitación bastante grande, sólo el
pequeño escritorio, un infierno de montones de alfombras, y…
Y un par de gabinetes utilitarios a lo largo de la pared lejana.
Un expediente araño mi cabeza.
Seguía mirándolos un momento después, cuando un vampiro gordo
con una mala peluca negra entró por la puerta con una Tablet electrónica
incongruentemente moderna.
—¿Tipo de magia? —preguntó sin preámbulo.
Kit miró a Mircea. Mircea me miró. Kit volvió a fruncir el ceño.
—Mircea. ¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó.
—Um —dije, tratando de no mirar los gabinetes—. Eso depende. ¿Qué
tipo de magia usaban los dioses?
—¿Qué? —preguntó Mircea bruscamente.
Kit frunció el ceño con más fuerza.
—Dije…
—No tú —le dijo bruscamente Mircea.
Y causó que el vampiro de cabello rizado se ruborizara casi tan rojo
como su abrigo.
—Mircea…
—Bueno, ¿qué creías que era? —le pregunté, un poco a la defensiva.
Porque Mircea no parecía feliz.
—Una extensión de tu poder, alguna nueva faceta que estabas
explorando. ¿Pero me estás diciendo que los dioses están involucrados?
—¿Los dioses? —preguntó Kit, levantando la voz—. Mircea, ¿qué
diablos…?
—Eran… en su mayoría demonios —dije, esperando disolver la
situación.
Y eso lo empeoro.
—¿Demonios? —repitió Mircea, frunciendo el ceño.
-—Mmmhh.
—¿Qué clase de demonios?
—Bueno, de… un poco de todo tipo. Era el concilio demoníaco…
—¿El concilio?
Kit empezó a decir algo, pero Mircea lo rechazó con un gesto. Kit no
se veía feliz con eso. Mircea se veía aún menos. Pero no era como si pudiera
ayudarme si no sabía la verdad.
—Mi madre quería hablar con el concilio —expliqué—. Y ella, usó este
hechizo seiðr para hacerlo…
—Tu madre está muerta.
—Sí, bueno, por eso necesitaba un hechizo —dije torpemente.
De hecho, lo necesitaba para dirigirse al concilio en nombre de Pritkin.
No es que hubiera hecho mucho de eso. De hecho, apenas lo había
mencionado. Habló sobre todo de la guerra, y de cómo necesitábamos
aliarnos si teníamos alguna posibilidad de ganarla. Lo cual era cierto, pero
no servicial, ya que nadie más parecía estar de acuerdo.
—Pero el hechizo está en ti —señaló Mircea. Porque Mircea no era
estúpido.
—Sí, bueno, yo era una especie de… catalizador… para ella —
expliqué, lo menos posible.
Sólo me miró.
Miré hacia atrás. Porque, claro Mircea, yo iba a hablar primero. Había
vivido con vampiros la mayor parte de mi vida; dame crédito por algo.
—No conocemos el tipo. Posiblemente usado por los dioses —les dijo
Mircea, sus ojos todavía en mí.
—Ah sí —dijo el pequeño vampiro, una pluma inteligente apuñalaba
la pequeña pantalla, casi demasiado rápido para seguirla—. Eso simplifica…
Ah. Aquí está. “Seiðr”, significa “un cordón, una cuerda o una trampa”, una
forma antigua de magia nórdica y chamanismo concerniente a hacer viajes
visionarios.
—¿Es peligroso? —preguntó Mircea.
—¿Para qué parte?
—¡Para cualquiera de las dos partes!
El pequeño vampiro gordo parpadeó. No parecía estar acostumbrado
a escuchar ese tono del mayor diplomático del senado.
—Un momento —dijo, y comenzó a apuñalar de nuevo con la pluma.
Arriesgué otra mirada a los gabinetes.
Eran viejas cosas feas, de color gris acero y ligeramente golpeadas a
lo largo, donde demasiados pies las habían cerrado con demasiada fuerza.
Eran el tipo de piezas que se podían encontrar en cualquier oficina, bueno,
en cualquier oficina que no se preocupara por impresionar a los clientes.
Demonios, podrían haberse encontrado en muchos garajes, con latas de
pintura viejas y botellas de aceite de motor a medio usar.
Pero eso no era lo que estaban sosteniendo en este momento.
Lo sabía porque los había invadido una vez.
Al menos, estaba bastante segura de haberlo hecho. Parecían iguales,
pero los antiguos habían estado en la antigua sede del senado. Lo que en la
actualidad era poco más que una marca abrasadora en el desierto, debido a
que fue una de las primeras víctimas de la guerra. Y teniendo en cuenta
cómo había caído eso, no esperaba que nadie hubiera esperado rescatar
algunos viejos gabinetes de metal.
Pero, no habían tenido que esperar, ¿verdad? No habían tenido que
vaciarlos y luego volverlos a empacar como un humano, porque no eran
humanos. Todo lo que un vampiro tenía que hacer era cargarlo en uno de
sus hombros y marcharse con él, lo que hacía que empacar con prisa fuera
mucho más fácil, ¿no?
Y me dejó con un dilema.
Porque, si eran los mismos, contenían cosas que el senado había
estado coleccionando durante siglos. Como armas potentes que habían
confiscado a otras personas para que pudieran usarlas ellos mismos. Y las
antiguas reliquias con poderes que pensaban podrían ser útiles algún día.
Y viejos enemigos atrapados en trampas mágicas…
Y una poción llamada las Lágrimas de Apolo.
—Hm, todo es muy vago —estaba diciendo el pequeño vampiro—.
Mucho sobre cómo alterar el curso del destino… viajando en forma de
espíritu a lo largo de los nueve mundos… Parece haberse originado con los
Vanir, los antiguos dioses de la fertilidad nórdica. Ellos le enseñaron a los
Æ sir, los dioses de la guerra, quienes finalmente lo comunicaron a los
aquelarres escandinavos…
—¿Se puede quitar? —preguntó Mircea.
—Oh, por supuesto. El lanzador sólo tendría que…
—No por el lanzador. Por una de las otras personas involucradas en
el hechizo.
—Bueno, entonces. No.
—¿Perdón? —dijo Mircea suavemente, pero el vampiro se ruborizó.
—Simplemente quería decir, es decir, bueno, usted, antes preguntó
sobre los peligros…
—¿Y?
—Y, bueno, esa es el principal. De hecho, es el único, por lo menos
que puedo encontrar hasta ahora. Puedo revisar la Edda, y por supuesto lo
haré, aunque francamente no es probable que sea muy útil en este caso.
Los Vanir no eran muy queridos, saben, por los eruditos cristianos que
escribieron la mayoría de los relatos, mucho después de la antigua religión
nórdica. Los Æ sir eran los tipos fuertes, viriles, belicosos, que los eruditos
de su propia cultura valoraba. Pero los Vanir… bueno, eran asociados con
la fertilidad, y se consideraba un poco… afeminado…. y por lo tanto su
magia, de la cual el seiðr era una parte destacada, no está bien
documentada. Se consideraba un poco más allá de lo pálida, si me sigues.
—No.
El vampiro parpadeó.
—¿No?
—No.
—Yo… bueno, es decir, pensé que estaba siendo bastante claro…
—Te has equivocado.
—Yo… yo sólo quería decir, es decir…
—¡Por el amor de Dios, hombre! —explicó Marlowe—. ¡Deja de decir
“es para decir” y sólo dilo!
—¡Bueno, estoy tratando! —El pequeño tenía más carácter de lo que
esperaba—. ¡Estoy tratando de señalar que el seiðr no fue nombrado una
trampa por nada! Se dice que los dioses establecían un vínculo con alguien
que no les gustaba, y luego… dejaban colgado el teléfono. Por así decirlo. Y
dejar a esa persona para siempre en un mundo de ensueño, completamente
solo, para finalmente marchitarse lejos por hambre, sed o locura… —Se
interrumpió.
—Los dioses eran muy divertidos —dije.
Mircea lo ignoró, pero sus labios se tensaron.
—Pero ese no es el caso aquí —señaló—. Nadie “ha colgado” nada. Ese
es el problema.
—¿Lo es? —pregunté.
—¿Lo es? —repitió el hombre sin saberlo.
—¡Sí! —le dijo Mircea.
—¿Por qué? —pregunté.
—¿Por qué? —preguntó el hombre.
Mircea cerró los ojos.
—No te gusta que esté en tu cabeza, ¿verdad? —le pregunté, luz
aclarando. Había estado tan asustada por lo contrario, que no se me había
ocurrido que él pudiera sentir lo mismo. Y ahora que lo pensaba…—. ¿Por
qué no?
—No parecías complacida cuando el zapato estaba en el otro pie —
señaló.
—Esto se está volviendo surrealista —murmuró Marlowe—. Incluso
para este lugar.
—Cassie está aquí, mentalmente —le dijo Mircea.
—Ya había captado eso.
—Parece que le resulta difícil entender por qué no deseo tenerla en mi
cabeza, sin previo aviso, en cualquier momento que le plazca…
Marlowe soltó una carcajada.
—Oh, esto debería ser divertido.
—¡No es divertido! —dije, mirando a Mircea—. Y no estaba feliz porque
pensé que lo estabas haciendo a propósito. No lo hice a propósito. ¡No sabía
que lo estaba haciendo en absoluto!
—Pero aquí estamos.
Sentí que mis cejas se unían, lo cual era estúpido porque no tenía
cejas ahora mismo. Pero me sentía como si lo hicieran, y parecía que
acababan de hacer un punto.
—¿Me estás culpando por esto?
—No. Sólo estoy señalando que es un riesgo de seguridad…
—¿Cómo? Pensé que estábamos del mismo lado.
—Estamos del mismo lado…
—Entonces, ¿cómo es un riesgo para mí estar en tu cabeza?
—Es una cuestión de privacidad…
—Hace un minuto era un problema de seguridad.
—¡Es posible que sea ambas cosas!
Parpadeé.
—Estoy empezando a desear tener palomitas de maíz —murmuró
Marlowe.
—Puedes marcharte —le informó Mircea.
Una ceja oscura subió.
—Esta es mi oficina. Ya me sacaste de la tuya.
—Esto realmente te ha asustado, ¿verdad? —Miré a Mircea con
asombro. Había estado enojada, seguro, cuando pensé que estaba
caminando de puntillas por mi cabeza. Pero no parecía enojado. Parecía
casi…—. ¿De qué tienes miedo? —le pregunté, apenas creyendo que estaba
diciendo esas palabras.
—No tengo miedo. Simplemente pienso…
—Sí, lo tienes. Te he visto luchar contra un escuadrón de magos
oscuros, y parecías estarlo disfrutando. Te vi ser electrocutado y no perder
la calma. Y ahora te estás volviendo loco porque…
—¡No estoy asustado!
—Bueno, ¿cómo lo llamarías?
—Yo… debo irme —murmuró el pequeño vampiro, avanzando hacia la
puerta. Pero Mircea lo agarró por el frente de su chaleco marrón.
—Tú. ¡Dime cómo quitar esto!
—Pero… pero yo ya… es decir…
—Si pronuncias esa frase una vez más…
—Dios existe, y él me ama —dijo Marlowe, con ojos brillantes.
—¡Dime cómo! —rugió Mircea.
—¡Mircea! —dije, horrorizada.
Me lanzó una mirada exasperada.
—¡No lo estoy amenazando, Cassie! Él es un maestro de segundo nivel
y bajo la protección de un senador. Y se espera que conozca su negocio…
—¡Conozco mi negocio! —dijo el hombre, sacudiéndose enojado
cuando Mircea lo soltó—. Pero como he explicado, con algunos detalles,
podría añadir, nadie sabe mucho acerca del seiðr. Ya no se usa. Es
demasiado caro, mágicamente hablando. Los dioses encontraban útil
comunicarse entre sí, incluso a través de diferentes mundos. Pero para los
seres humanos, ¡una llamada telefónica es más fácil!
—Una llamada telefónica también es voluntaria —señaló Mircea.
Realmente no parecía feliz.
Y de repente me sentí estúpidamente herida. O tal vez no tan
estúpidamente. No estaba segura. Este era mi primer gran romance, mi
primer período de romance, en realidad, a menos que contara una noche
con un amigo para completar un hechizo y evitar morir, de alguna manera
no creía que se suponía que eso debía contar. Pero esto… esto se suponía
que iba a contar.
Sentí que mi rostro se arrugaba.
Mircea suspiró de repente y pasó una mano por su propio rostro.
—Tú logras hacerme olvidar todo mi entrenamiento —me dijo con
tristeza.
—No se supone que necesites entrenamiento conmigo —susurré. Y no
estaba llorando, maldita sea. ¡No lo hacía!
Mircea se acercó y me colocó contra su pecho, una mano fuerte en mi
cabello.
—No soy buena en las relaciones —le dije, sonando amortiguada.
—Odio decirte esto, pero no se hace más fácil —me dijo.
—Bueno, fue divertido mientras duró —dijo Marlowe, suspirando, y
se dirigió a la puerta, llevando al pequeño vampiro de ojos abiertos junto
con él.
—Voy a… buscaré una solución —lanzó el vampiro sobre su hombro
cuando fue sacado.
—Hazlo —dijo secamente Mircea.
—No pises las alfombras —dijo Marlowe, y luego se fueron.
—¿Qué pasa si pisamos las alfombras? —pregunté.
—Probablemente nada. —Mircea se sentó en la silla vacía de Marlowe
y me puso en su regazo, tal vez porque no había otras—. Es una broma
corriente.
—¿Cuál es? ¿Que sus alfombras te matarán?
—Que todo lo que hay aquí te matará. Kit tiene la reputación de tener
guardas verdaderamente viciosas, hasta el punto de que cualquier cosa
nueva que aparece en su oficina es automáticamente sospechosa. Empezó
a notar que la gente evitaba incluso pisar sus alfombras. Y él… lo encontró
divertido.
—¿Así que compró más?
Mircea asintió.
—Creo que le gusta ver que todo el mundo tiene que pasar entre ellas.
—Pero… tú aún no las pisas —señalé.
—Con Kit, siempre es mejor estar por el lado de la precaución.
Estupendo.
Dejé mi cabeza apoyada en su hombro.
Nos quedamos así por un tiempo.
Tenía un montón de preguntas, y probablemente él también. Y había
tantas cosas que necesitábamos hablar que había perdido la cuenta. Pero
no quería hacerlo ahora mismo. No quería hacer nada. Excepto sentarme
aquí así, porque ¿con qué frecuencia teníamos tiempo de inactividad? ¿Con
qué frecuencia teníamos la oportunidad de ser sólo nosotros, sólo Mircea y
Cassie, en lugar de senador y Pitia? ¿Con qué frecuencia teníamos la
oportunidad de estar juntos?
Me di cuenta que lo había extrañado la semana pasada, o lo que fuera.
Con viajes en el tiempo, nunca sabía exactamente cuánto tiempo había
pasado. Pero sabía que había extrañado el sonido de su voz, la sensación de
sus manos, la forma en que de inmediato había hecho que las cosas
parecieran fáciles, sencillas, correctas. La sensación de comodidad y
seguridad que me envolvía como una manta tibia cada vez que estábamos
juntos. Me había perdido esto, pensé, mientras me besaba el cuello.
Y luego me inclinó hacia atrás sobre el brazo de la silla para besar mi
pecho en su lugar.
Colmillos afilados raspando a través del pezón, no lo suficiente para
lastimar, lo suficiente para hacerme saber que podía. Se enroscó
firmemente, apretado bajo su lengua, y un estremecimiento de anticipación
me atravesó. Mordió, lo suficientemente duro como para sacar sangre esta
vez, y sentí que la habitación giraba alrededor de mí. Como si ya estuviera
aturdida por la pérdida de sangre cuando no era así, cuando no podía ser,
cuando ni siquiera estaba aquí.
Pero se sentía real de todos modos, como cuando tiró de la toalla y me
dobló sobre el escritorio, porque no había sitio en la parte superior. Y entró
en mí densamente, dulcemente, menos urgente que antes, pero igual de
bueno.
Oh Dios, tan bueno.
Era grande, intimidante también si lo estuviera mirando. Era más fácil
de esta forma, su dulce ardor superando todo lo demás. Me estremecí y él
me besó la espalda, trazando mi columna vertebral con sus labios, y sólo
me hizo temblar más fuerte.
—He soñado con tomarte de esta manera —susurró, con su aliento
caliente en mi oreja, como su cuerpo cubriendo el mío.
—¿Kit los sabrá?
Mircea se echó a reír, y resonó en mí, haciéndome jadear y retorcerme.
—De hecho, su oficina no es un factor a tomar en cuenta —aclaró.
—¿Y qué dirá cuando descubra para qué lo usamos?
—Nada, si sabe lo que es bueno para él.
Fue mi turno de reír, hasta que cambió de posición, deslizándose
completamente dentro de mí. Y luego me jaló de repente contra él,
reclamando media centímetro final que ni siquiera sabía que tenía. Y antes
de que pudiera recuperarme de eso, sus labios encontraron las marcas en
mi cuello, las que él había dejado allí, pero no perforó mi piel.
No tenía que hacerlo.
La vieja herida, desde hace mucho tiempo cerrada, hasta el punto de
que casi no había ni rastro, se abrió para él como si hubiera estado
esperando su regreso, su propio orificio privado. Sus colmillos se deslizaron,
limpios, sin dolor, fácil, y mi sangre brotó, suya para ser tomada. Como mi
cuerpo, como todo.
Empezó a alimentarse, algo que no había hecho en mucho tiempo, y
todo mi cuerpo se puso rígido de sorpresa. Y luego se contrajo, empezando
a pulsar al unísono de la succión de su boca, al latido de su longitud dentro
de mí, a la sensación de su mano entre mis piernas, apretando. No estaba
haciendo nada todavía, ni siquiera se estaba moviendo.
Sin embargo, yo estaba temblando y palpitando, al borde del orgasmo
con apenas un toque.
—Soñé con inclinarte sobre una mesa —gruñó en mi oído—. Una silla,
un escritorio, cualquier cosa en que pudiera. Y llevarte hasta que no
pudieras respirar, no pudieras caminar, no pudieras recordar tu nombre.
A mitad de camino, pensé, ligeramente histérica.
—Cuidado —jadeé—. Sabes lo que sucede con nuestros sueños
últimamente.
Había estado pensando, está bien, fantaseando, hace unas noches
acerca de Mircea, y de repente allí estaba. O había estado allí, porque de
repente se sentía como en su ducha al lado opuesto del país. Pero no había
tratado de ir allí, mucho menos para ponerle un hechizo. Y todavía no sabía
cómo lo hice.
—Eso no fue un sueño —murmuró, su lengua caliente lamiendo la
sangre de mi cuello—. Yo estaba disfrutando de mí mismo, pensando en ti,
y allí estabas. Pensé que me estaba volviendo loco por un momento, de la
mejor manera posible.
—Pero no dijiste nada —dije, tratando de concentrarme y sobre todo
fracasando.
Los escalofríos de cuerpo entero me hacen eso.
—No más que tú —señaló.
—No estaba… segura… que no lo estuviera imaginado —dije, tratando
de no retorcerme. Porque todavía no se movía. Si había alguna duda de que
los vampiros eran sobrehumanos, esto debería hacerlo. Ningún hombre
humano podría quedarse allí así. Podría estar enterrado en mi cuerpo, hasta
el punto de que podía sentir su latido de corazón haciendo eco en el mío
propio, dentro de mi carne. Y simplemente quedándose allí.
Iba a matarme jodidamente uno de estos días.
—Yo lo hice —me dijo—. Pero no sabía con lo que estábamos tratando.
Todavía no lo sé.
—¿Eso es lo que te ha molestado tanto? —pregunté—. ¿Qué alguien
pudiera entrar en tu cerebro a través del mío?
—No sólo el mío. Estoy en comunicación mental con el senado de
manera regular. Si mi mente estaba comprometida…
—¿Eso es realmente lo que pensabas? —Me había dado cuenta que
Mircea me había estado evitando últimamente, pero había supuesto que
estaba ocupado. Y una o dos veces me pregunté si estaba teniendo el mismo
problema definiendo nuestra relación. Pero debería haberlo sabido mejor.
Mircea era un vampiro maestro y miembro del senado. Y a pesar de lo que
había dicho, no tenían problemas con las relaciones.
Ellos tomaban lo que querían.
Como cuando finalmente, finalmente comenzó a empujar.
Y de repente olvidé cómo respirar.
—Estamos en guerra, Cassie —murmuró contra mi piel—. Y nuestros
enemigos han demostrado… ingenio. Se aprovecharon del poder de tu
oficina a través de la guarda que solías llevar, ¿no? ¿La usaron para
ayudarles a traer a un dios a través de la barrera?
—Pero… ya no lo uso.
—No, pero ahora usas un hechizo, uno inventado por los mismos con
los que estamos luchando.
—Pero ha sido puesto por mi madre.
—Sí. Permitiéndole hablar con el concilio. ¿Todavía pueden acceder a
tu mente?
—Yo… no lo creo —le dije, porque sí, ¡era el tiempo para veinte
preguntas, Mircea!
—Pero lo hicieron un momento —señaló, con la respiración aún
inmóvil, aunque la mía se estaba desgastando—. No habrían podido hacerlo
si tu madre no te hubiera usado como conducto.
—Sí, pero lo cerraron. O… o dijeron que lo hicieron.
—Y la palabra de un demonio debe ser de confianza —dijo con sorna.
—Tal vez no —dije sin aliento—. Pero están de nuestro lado en esto…
—Los demonios están de su propio lado.
—Pero ese pasa a ser el nuestro ahora ¿no?
Se movió ligeramente, y la suave ondulación que había estado
haciendo se aceleró.
Fuerte.
Oh Dios.
—¿Cómo lo sabemos?
—Lo sabemos… porque odiaban… a los dioses —le dije tercamente.
Rechazando dejar que él tuviera la última palabra sólo porque me estaba
empujando contra el escritorio—. Los dioses… se alimentaban de ellos, como
los demonios se alimentan de nosotros. Mataron… a miles de ellos. Mi madre
en particular. Fue energía demoníaca la que usó para construir su barrera…
—Algo que no te habías molestado en mencionar.
—No hemos tenido exactamente… mucho tiempo para… ¡hablar!
—Algo que tendré que remediar —me dijo, sonando ligeramente
siniestro—. Pero ¿no crees que espiarían a la hija de su viejo enemigo?
—Sí… pero también pienso… que pueden ser… buenos aliados. No
quieren a los dioses de vuelta… más que nosotros.
—Los aliados traen algo a la mesa.
—Ellos… traen algo a la mesa —dije, tratando de mirarlo por encima
del hombro. Y fue difícil, ya que necesitaba ambas manos para sostenerme.
Maldita sea; sabía que pagaría por esa pequeña burla en la oficina,
tarde o temprano.
—Ellos mataron a… Apolo —me las arreglé para decir.
—El hechizo de tu madre mató a Apolo, para todos los efectos y
propósitos.
—Pero lo terminaron.
—Sí, eso es lo que hacen. Carroñeros, buitres, sanguijuelas…
—Algunas personas… dirían lo mismo… acerca de vampiros.
—Entonces esa gente es tonta. Vivimos en la tierra. Contribuimos de
muchas maneras. Es nuestro hogar. Los demonios la usan como coto de
caza, nada más.
No estaba completamente de acuerdo con eso, pero estaba teniendo
difícil pensar claramente con él estremeciéndose en la terminación.
—Pero… pero ellos no… querrían la competencia… ¿no? —pregunté—
. Los dioses… controlaban la Tierra cuando estaban aquí. Cuando llegaron
los demonios… se alimentaron de ellos. Si los dioses vuelven, los demonios
pierden su barra de comida favorita. ¡Y tal vez se conviertan ellos mismos
en los aperitivos!
—El hecho de que todavía puedas razonar en este punto me preocupa
—dijo Mircea, y se sentó, llevándome con él, su cuerpo todavía dentro del
mío. Y Dios, necesitaba una silla como esta, pensé vertiginosamente,
gimiendo por el abrupto cambio de posición. Y luego gimiendo de nuevo
cuando empezó a complacerme con sus dedos, jugando, expertos,
enloquecedores. Y me hizo retorcerme en su regazo en cuestión de segundos.
Y, bueno, esto era mejor que hablar, lo cual no había querido hacer
de todos modos. Pero eso fue cuando pensé que estaríamos discutiendo
entre nosotros, lo cual no sabía cómo hacer. Pero esto… sí, necesitábamos
hablar de esto.
Pero no lo hicimos. Porque estaba demasiado ocupada
estremeciéndome, retorciéndome, gritando y viniéndome. Después me
acosté contra él, exhausta y feliz, con lo que probablemente era una sonrisa
totalmente torpe en mi cara. La cual, afortunadamente, no podía ver, porque
Dios sabía que no necesitaba un impulso al ego.
—Eso no… refuta… mi punto —dije, cuando pude hablar.
Y sentí el trasero sudoroso detrás de mí temblar ligeramente.
Mircea siempre había tenido lo que mucha gente percibía como un
desafortunado sentido del humor. Lo veía como una ventaja, y una de las
cosas más humanas sobre él. No podía dejar de ver lo absurdo de las cosas,
como nosotros tratando de hablar de política, ahora, de todos los momentos
posibles.
Pero, ¿cuándo sería más probable que tuviera la oportunidad? Y
necesitaba entender esto. Sólo que Mircea no parecía pensar así.
—Si los demonios están “de nuestro lado” o no, son inútiles para
nosotros —me dijo.
—Pero son poderosos…
—En su propio reino, sí. Pero ¿en Faerie? —Él negó—.”Su magia no
funciona allí.
—¿Estás seguro? —Sabía que la mía no, por lo menos no bien. Los
mundos diferentes tenían flujos de tiempo diferentes, y mi poder parecía
estar atado a éste. Pero los demonios no tenían ese problema, así que tal
vez…
Pero Mircea aplastó esa idea.
—Muy seguro. Su fuerza permanece intacta, para aquellos que tienen
un cuerpo, pero su magia vacila fuera de su propio reino.
—Pero podrían ser útiles aquí, ¿no? ¿En la Tierra? —pregunté,
porque, por extraño que parezca, la Tierra era su reino. O, para ser más
precisos, era una de las dimensiones del Infierno. Los Infiernos, no eran un
solo mundo sino miles, estaban todos en el mismo plano metafísico, por lo
que las mismas leyes mágicas funcionaron a través de todos ellos.
Eso no significa que no hubiera problemas. El principal era que los
magos humanos, y supongo que los demonios, los Fey y lo que sea, hacían
algo de su propia magia. Eran criaturas mágicas, lo que significaba que sus
cuerpos actuaban como talismanes, absorbiéndolo del mundo en el que
nacían y luego generaban poder, como un cuerpo humano normal fabrica
vitamina D si se expone al sol.
Pero fuera de su mundo de origen, los seres mágicos no absorben
tanto, lo que significa que su poder circulaba rápidamente muy bajo. Sería
como tratar de hacer vitamina D, mientras es invierno en el norte de Alaska,
cuando hay solo un par de horas de sol al día. Posible pero no fácil.
Pero parecía fácil comparado con intentar lo mismo en Faerie.
Porque Faerie no era un Infierno, era un Cielo, difícil como era de creer
después de haber estado allí brevemente. Y apenas sobreviviendo al viaje.
Pero, técnicamente, estaba en una de las dimensiones celestiales, y por lo
tanto tenía magia que trabajaba en reglas totalmente diferentes.
Eso significaba básicamente que la absorción natural era cero en ese
mundo mientras estabas allí. Tendrías la magia con la que has entrado,
siempre y cuando durara, y luego nada. En lugar de Alaska, sería como estar
en una habitación oscura y te dijeran que produjeras vitamina D, no
sucedería.
Pero, por supuesto, lo mismo era cierto para los Fey cuando llegaron
aquí. Tenían lo que tenían cuando llegaban, y eso era todo lo que tendrían,
mágicamente hablando. Y eso no duraba mucho, porque era más difícil
lanzar hechizos en un mundo extraño. Era como si estuviera tratando de
rechazarlos o algo así.
Era por eso que nunca había habido una guerra entre los dos reinos
y probablemente nunca lo habría. ¿Con qué iba a pelear la gente?
¿Garrotes?
Pero eso no significaba que los demonios no pudieran ser útiles en la
Tierra, que era su propio patio trasero.
—Podrían ayudarnos con Circulo Negro —le señalé, hablando de los
magos corruptos que eran un dolor perpetuo en el culo para la organización
de Jonas—. Y liberar a algunos de nuestros propios magos para la guerra.
Pero Mircea estaba sacudiendo la cabeza.
—El Círculo Negro es una molestia, nada más. Como los
contrabandistas que estamos sacando en este momento. Destruirlos es útil,
y lo haremos donde y cuando surja la oportunidad, pero no ganaremos la
guerra de esa manera. Kit tiene razón; nuestros enemigos están en Faerie,
no aquí. Y no es probable que vengan aquí.
Me habría girado para mirarlo, pero estaba demasiado cansada. Y
habría significado separarme de él, y no quería hacer eso todavía. No quería
dejarlo ir.
—Están planeando invadir.
No era una pregunta porque no era realmente una noticia; la idea
había sido tocada por un tiempo. No para iniciar una guerra, sino como un
ataque de comandos. Entrar, tomar a Tony y a su grupo de idiotas, que eran
los cabecillas de la campaña para traer de vuelta a los dioses, y luego correr
hacia la frontera. El truco era, ¿cómo?
—No podemos ganar una guerra manteniéndonos siempre a la
defensiva —dijo Mircea.
—¿Así que toman la ofensiva a través de? ¿Sus aliados Fey?
Hizo un ruido a medio camino entre humor y disgusto.
—Los Fey no tienen más que desprecio por los seres humanos, o por
nosotros que solía ser así. Nuestros “aliados”, si merecen el nombre, nos
dicen poco y actúan como si fuéramos adecuados para ser siervos y nada
más.
Me tomé un momento para absorber eso. Fue un poco difícil. Los
vampiros siempre habían sido la élite en mi mundo, criaturas divinas e
inmortales, bueno, hasta que enojaban a un vampiro más fuerte, tenían
habilidades, conocimientos y experiencia de siglos que a mí me faltaba. Fue
un poco de un ajuste mental, imaginar a alguien verlos como inferiores. Pero
explicó algunas cosas.
—Es por eso que todavía no sabes dónde está Tony.
Mircea asintió. Podía sentirlo contra mi espalda, mientras él
empezaba a peinar sus dedos a través de mi cabello mojado.
—Él y los líderes de la coalición contra nosotros están escondidos en
Faerie, lo que significa que deben tener aliados entre los Fey. Pero la política
Fey… llamarlos bizantinos es confundir la marca considerablemente. Hay
solamente tres facciones principales en los Fey de la luz, pero centenares de
familias, clanes, y grupos de alianza entre ellos, ningunos de los cuales ven
cualquier razón para discutir sus asuntos con los seres humanos. Ni para
ayudarnos con una invasión a su mundo. Ellos deliberadamente nos
mantienen en la oscuridad para asegurarse que no tenemos otra opción que
dejarlo en sus manos.
—Y, sin embargo, no están haciendo nada.
—No que se hayan molestado en comunicarnos. Y esto no puede
continuar.
—Pero, ¿cuál es la alternativa? Si no pueden invadir…
—No dije eso, dulceata…
Incliné la cabeza hacia atrás para ver su rostro, pero se veía serio. Lo
cual no tenía mucho sentido.
—¿Cómo? El Círculo…
—Es inútil. Su magia es débil en Faerie; no llegarían ni a ocho
kilómetros millas de cualquier portal por donde entraran. Y no importaría si
lo hicieran; los Fey limpiarían el piso con ellos en cualquier batalla. Lo
mismo podría decirse de tus demonios.
—Entonces, ¿cómo invadir?
Mircea me sonrió, con los ojos oscuros brillando.
—Bien. Ya que preguntaste.
Mircea tomó mi mano y fuimos a través de las alfombras. Pero esta
vez, pasamos por otra puerta, situada en la pared opuesta de la que
entramos, y luego por un pequeño corredor. Tenía habitaciones ramificadas
en ambos lados, incluyendo un pequeño dormitorio cerca del final.
Donde un hombre de cabello desordenado llamado Jules estaba
sentado en una cama con las piernas estiradas y un montón de revistas
extendidas a su alrededor, ninguna de las cuales estaba mirando. De hecho,
no parecía estar mirando nada. Ni siquiera levantó la cabeza cuando
entramos, lo cual no tenía precedentes en presencia de su amo.
Solo que… Mircea ya no era el amo de Jules, ¿verdad?
Ese fue un pensamiento tan extraño que no sabía qué hacer con él.
Los vampiros no simplemente dejaban de ser vampiros. Simplemente no lo
hacían.
Excepto para Jules.
Había sido uno de mis guardaespaldas hasta que se equivocó con un
terrible hechizo, un hechizo de guerra, por error. Todavía estaba en las
etapas experimentales, pero era lo suficientemente poderoso como para
convertirlo en poco más que una bola de carne humana. Dejándolo incapaz
de hablar, o moverse, incluso ver, una vez que su propia piel terminó
estirando sobre él como una mortaja.
Habría sido mortal para un humano, pero Jules no era uno. Y los
vampiros son una raza resistente. Pero nadie, incluso el inventor del
hechizo, había sabido cómo revertirlo, así que decidí probar algo un poco
loco.
Había intentado quitárselo a él, llevarlo atrás, al tiempo antes de que
el hechizo se pusiera, esperando que lo desactivara. Parecía un tiro al aire,
pero nadie había sabido qué hacer, y Jules había estado… Dios. Me había
rogado que lo ayudara o lo matara, ya que era la única con quien podía
hablar. El hechizo lo había estropeado tanto que ni siquiera la habitual
comunicación mental vampírica había funcionado.
Pero el seiðr lo había hecho. Después de que mamá me puso el hechizo
y luego olvidé mencionarlo, había hecho un par de conexiones al azar. Una
con Mircea, durante ese pequeño episodio en la ducha, y otra cuando me
senté junto a Jules, horrorizada, sin palabras y sin saber cómo ayudarlo.
Hasta que me lo dijo.
Por el lado positivo, al des-envejecerlo se había librado del hechizo
malicioso, por lo que era algo. Pero por el otro… también se había deshecho
de todo lo demás. De todos los otros hechizos. Incluyendo el que lo hizo
vampiro.
El tipo que lentamente levantó la cabeza, registrando nuestra
existencia con retraso, todavía era joven, rubio y atractivo.
Pero también era muy, muy humano.
Supongo que es por eso que se ruborizó a rojo cuando sus ojos
cayeron sobre mí. Bueno, eso y el previo contacto seiðr que le permitió verme
totalmente. Agarré mi toalla, pensando que tal vez se había soltado, pero no.
Por una vez, estaba realmente decente.
Y luego miré hacia arriba…
Sólo para ser abordada por un dínamo humano que literalmente me
levantó de mis pies.
—¡Cassie!
—Aw —le dije, porque mi espalda acababa de golpear la pared, y a
pesar de que no estaba realmente aquí, me dolía. Los dedos se hundieron
en mis brazos. Y el rápido temblor ardiente comenzó inmediatamente
después hasta que Mircea lo apartó.
—¡Cassie! —repitió Jules, mirándome fijamente a través de ojos
enormes, con un rostro enrojecido y una boca de aspecto extraño que,
francamente, no sabía qué significaba esa expresión, porque podía amarme
u odiarme ahora mismo, y ambos serían perfectamente justos.
Luego estalló en lágrimas, me agarró de nuevo, y, bueno, ¿quizás no
estaba enojado? Todavía no podía decirlo. Pero fui a sus brazos de todos
modos, porque si alguna vez alguien parecía que necesitaba un abrazo…
—No me dicen nada, pregunté y pregunté, ¡y no me dijeron nada! —
dijo, retrocediendo. Y sonriendo. Y luego llorando un poco más, incluso
mientras todavía sonreía, ¿y puedes culparme por estar confundida?
—¿Estás… estás bien? —dije, porque todavía no estaba segura.
—¡No lo sé! —me dijo. Y se rio.
Miré a Mircea.
—Lo hemos mantenido sedado —dijo Mircea con ironía—. Pero ese
tipo de cosas son duras en la fisiología de un humano.
—¿Escuchaste eso? Duro para un ser humano —repitió Jules, su
rostro se llenó de una extraña mezcla de cosas, que seguían haciendo que
su boca se viera extraña. Maravilla, miedo, alegría, tristeza, felicidad y
confusión, finalmente me di cuenta que no sabía lo que sentía porque no lo
sabía.
—Así que… ¿estás bien? —repetí—. ¿Más o menos?
—¡Más o menos! —dijo sacudiendo la cabeza.
Decidí que él realmente no sabía, y que tal vez debería encontrar otra
pregunta.
Un vampiro apareció en la puerta, uno que en realidad parecía el
estereotipo: alto y delgado, con espeluznantes ojos rojos. Y entonces se
quedó allí parado hasta que Mircea se dignó a reconocer su existencia.
—¿Sí, Lawrence?”
—Louis-Cesare ha llegado, mi señor. Quiere algunas palabras.
—Discúlpeme un momento —me dijo Mircea.
Se fueron a alguna parte, y me senté en la cama. También tenía que
ir a ver esos armarios y ver si tenían lo que esperaba que tuvieran, para
conseguir algunas Lágrimas de Mircea si fuera así, y para dormir un poco.
Pero era muy difícil con el brillante rostro de Jules mirándome así.
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó, cogiendo un saco del final de la
cama.
—¿Qué?
—Me vas a llevar contigo. Por eso has venido, ¿no?
—Mmhh.
—¿No fue por eso que viniste?
—No… exactamente.
—Pero lo harás, ¿no? —Se agachó frente a mí, porque Jules tenía más
de uno ochenta de alto lo que casi nos dejaba al mismo nivel—. Puedes
preguntar —me dijo con urgencia—. ¡Me dejarán ir si lo pides!
—¿Dejarte ir? Pero eres un humano. Ya no te controlan.
—¡Diles eso!
—¿Quieres decir que te mantienen aquí? ¿Como una especie de
prisionero?
—Ellos están… no lo sé. Dicen que puedo irme con el tiempo, pero no
me dicen cuándo. Y mientras tanto he estado aquí, justo aquí, desde que
me cambiaste. Tenían miedo de que la gente me viera en el hotel, así que me
trajeron aquí…
—¿Dónde es aquí?
—No lo sé. El lugar del cónsul, creo. Sólo sé que me fui a dormir y me
desperté aquí, ¡y ya no he estado fuera de aquí! Le pedí que me dejaran salir,
sólo para ver el amanecer, pero no me dejaron. Dijeron que alguien podría
verme, y… y tienes que sacarme, Cassie. ¡Prométeme que me sacarás!
—Lo haré —dije, tratando de calmarlo. Porque finalmente se había
quedado con una emoción y era pánico.
No entendía eso. Eché un vistazo alrededor de la habitación, pero no
me pareció tan mala. No había ventanas, por supuesto, presumiblemente
esto era una residencia de vampiros, por lo que no hay gran sorpresa en
eso. Todo lo demás parecía bastante cómodo. Había incluso una pequeña
televisión.
Y había estado aquí sólo un par de días.
Por supuesto, Jules no era exactamente el más estoico de los chicos.
Jules tendía a volverse loco por un uñero.
Pero, aun así.
—¿Qué es tan terrible? —le pregunté, honestamente desconcertada.
—¡Todo! —Bajó la voz; ¿por qué?, no lo sé. No era como si Mircea no
pudiera oírlo a un kilómetro de distancia—. Nada. No lo sé. —Puso los ojos
en blanco—. ¡Es espeluznante!
—¿Espeluznante?
—¡Este lugar está lleno de vampiros!
—Jules. Solías ser un vampiro.
—Sí, pero ahora no. Y ya no me miran de la misma manera. De
repente, no soy una persona. Soy… el almuerzo. O una rata de laboratorio
o… no lo sé. ¡Pero están planeando algo, sé que lo hacen, y necesito salir de
aquí antes de que imagen qué hacer!
—¿Una rata de laboratorio? ¿Por qué una rata de laboratorio?
Me miró con incredulidad.
—Cassie. ¿No lo entiendes? ¿No sabes lo que hiciste?
—Hiciste historia —dijo Mircea desde la puerta.
Miré hacia arriba y, bueno, Kit también había venido. Parecía aún más
arrugado que antes, porque había encontrado un abrigo que al parecer
había estado en el fondo de un cesto de ropa en algún lugar. O posiblemente
fue remolcado detrás de una furgoneta. Con su ropa arrugada y sus rizos
desordenados, sus ojos afilados y oscuros, parecía ligeramente un mejor
Columbo. O tal vez más que un poco, si no hubiera estado de pie junto a un
Adonis sin camisa.
Y frunciendo el ceño.
—Mircea… —dije, empezando a tener los pelos de punta, porque no
me lo imaginaba. Los ojos oscuros de Kit perforaron un agujero en los míos.
—Lo dejé entrar en mi mente —explicó Mircea—. No en el hechizo —
agregó, ante mi mirada de alarma. Porque lo último que necesitaba era que
el jefe de espionaje del senado examinara mi cráneo—. Yo no controlo esto;
tú lo haces.
—Mi madre lo hacía —corregí.
Pero Mircea negó.
—Ella pudo haber puesto el hechizo, pero no estaba dándole poder.
Tú lo hacías. Y a menos que esta magia se oponga a cualquier otro tipo que
conozcamos, el que da el poder a un hechizo lo controla.
—Pero no lo he estado controlando. No sé cómo controlarlo. —Me
había caído por el agujero del conejo y ni siquiera sabía cómo llegar a casa.
—Aun así, lo has estado poniendo a otras personas. En mí, en Jules.
—Por accidente.
—¿Y eso importa por qué? —dijo Marlowe bruscamente. Porque los
vampiros no tenían conceptos como circunstancias atenuantes. Al menos,
su código de ley no los tenía. Si haces algo, eres responsable de ello, no
importa por qué sucedió.
Así que, en lo que a Marlowe se refería, la pérdida de un vampiro
maestro era cien por ciento mía. Pero Jules no había sido su vampiro, así
que no vi cuál era su problema. Jules había pertenecido a Mircea, y parecía
que lo estaba tomando con calma.
Parecía que lo estaba tomando sospechosamente en calma.
Era una de las razones por las que me había llevado un tiempo notar
que últimamente me había estado evitando, porque yo también lo estaba
haciendo. Esperaba que él tuviera algunas cosas que decir sobre Jules,
junto con algunas otras cosas que habían sucedido recientemente. Pero se
veía de muy buen humor para alguien que acababa de ser privado del
equivalente vampiro de un billete ganador de la lotería.
Empecé a tener un mal presentimiento sobre esto.
—Estas cosas suceden —dijo Mircea con facilidad, haciendo que mi
medidor de alarma subiera un poco más—. Sin embargo, su nueva habilidad
puede ser la solución que hemos estado buscando.
—¿Qué solución? —pregunté, mirando hacia adelante y hacia atrás a
Kit. Pero, extrañamente para un tipo que se enorgullecía de saberlo todo, no
parecía que Kit lo supiera. Había trasladado su ceño fruncido a Mircea, y
estaba creciendo.
—¿De qué estábamos hablando? —me preguntó Mircea.
Me tomó un momento, porque no vi lo que tenía que ver una cosa con
la otra.
—La… invasión a Faerie?
Mircea sonrió.
Marlowe no lo hizo. Pero sus ojos se estrecharon. Y cambió de Mircea
de regreso a mí, con una nueva expresión en ellos.
Una que no me gustó.
—¿Qué? —le pregunté bruscamente.
Pero fue Mircea quien respondió.
—Como acabamos de comentar, la única opción para terminar esta
guerra es descubrir a los responsables. Y debemos hacerlo pronto, antes de
que logren traer a otro de los dioses para luchar por ellos. Sin embargo, eso
ha parecido imposible. Se esconden en Faerie, y nadie entra en Faerie a la
fuerza. Nunca se ha hecho. Por lo tanto, hemos estado bloqueados,
esperando a que nuestros aliados Fey nos ayuden o al menos para decirnos
dónde se encuentran nuestros enemigos. No han hecho nada.
—Y no tienen la intención de hacerlo —dijo Marlowe—. Ni siquiera nos
ayudarán a detener a los malditos contrabandistas; ¿cómo podemos esperar
que hagan algo que requiere un riesgo real?
—No podemos —dijo Mircea, todavía mirándome—. La
responsabilidad recae sobre nosotros. Solo nosotros entre la comunidad
sobrenatural no somos afectados por Faerie. Un vampiro es un vampiro,
donde quiera que esté. No adquirimos nuestra magia de la misma manera
que los otros grupos, y por lo tanto no sentimos los efectos de un mundo
extraño como otros lo hacen.
—Lo sienten cuando es hora de alimentarse —le señalé,
preguntándome a dónde iba con esto.
—Pero un maestro no necesita alimentarse a menudo…
—Lo hace si está herido.
—… y puede sacar fuerza de su familia en caso de lesión,
alimentándose a través de su conexión a ellos. Solos tenemos un vínculo
con este mundo, nuestra familia, nuestra fuente de magia, que sigue siendo
el mismo independientemente de dónde estemos.
—Si eres un maestro —señalé, porque todos los vampiros tenían
vínculos con sus familias, pero los maestros eran los únicos que podían
sacar el tipo de poder del que hablaba Mircea. Y la mayoría no lo eran.
—No —estuvo de acuerdo—. La mayoría no.
Hubo una pausa embarazosa.
Que se mantuvo así, porque todavía no estaba entendiendo esto.
—No entiendo cómo esperan hacer esto solos —dije—. O por qué lo
quieren. Los vampiros no son los únicos en peligro, así que ¿por qué todo
recae en…?
—Piénsalo, Cassie —dijo Mircea, sentándose en la cama a mi lado—.
Los magos son casi inútiles en Faerie; los demonios también. Los
cambiaformas podrían ser de alguna ayuda, pero son muy pocos en número
y poco confiables para contador con ellos. ¿Quién queda?
—Los aquelarres, por ejemplo —dije, hablando de los grupos de
usuarios mágicos que nunca habían estado bajo el control del Círculo—. Y
usan una forma de magia Fey…
—Pero diseñada para usarse en la tierra. Y tienen el mismo problema
de organización que los cambiaformas, más. No tienen una líder, están
fracturadas, no son confiables. Para evitar ser absorbidas por el Círculo, se
retiraron de él. Pero al hacerlo, cedieron gran parte de su poder en la
comunidad mágica que ahora gobierna el Círculo. Sería prudente no poner
demasiada fe en ellas. Pueden necesitarte, pero no pueden ser un activo
para ti.
Lo cual, en términos vampíricos, las hacía irrelevantes.
—Pero los vampiros no pueden invadir por sí mismos —dije, sintiendo
que estaba tomando pastillas locas—. Apenas tienen suficientes maestros
para dirigir todo ahora.
Los maestros eran la columna vertebral del mundo vampiro. Eran los
administradores, embajadores, gobernantes y policía. Sin mencionar la
fuente de todos los vampiros nuevos, ya que nadie debajo del nivel maestro
podía hacer ningún nuevo vampiro, además eran la razón por la que todo el
mundo vampiro no había sido aniquilado por los magos hace siglos.
En aquellos tiempos, el vampirismo había sido visto como la peste, y
los magos que los cazaban pensaban que eran médicos tratando de
erradicarla. Lo habían hecho con facilidad, matando a los vampiros de rango
y de archivo que habían encontrado cientos y luego miles. Hasta que se
encontraron con un grupo de maestros que se habían unido para joder algo
de mierda.
Y lo hicieron. Condujo a siglos de conflictos a partir de entonces, con
cada lado renovando la guerra cada vez que uno de ellos conseguía lo que
pensaban sería una ventaja. Me habían enseñado todo de niña, sobre todo
desde la perspectiva de los vampiros, pero los vampiros habrían causado
mucho daño, viendo un mundo sin magos como un paraíso donde podían
vivir, alimentarse y difundirse a voluntad.
Pero eso no sucedió porque los dos grupos se mantuvieron en
equilibrio entre sí, y por lo tanto sirvió como una especie de sistema no
oficial de verificación y equilibrio. Habían firmado un tratado hace años
profesando “amistad y cooperación”, pero de ninguna manera eso duraría si
de repente hubiese una gran ventaja para uno u otro lado.
Como la mayoría de los maestros siendo borrados en Faerie, por
ejemplo.
—No tienen tantos vampiros para sacrificar, o arriesgarse —dije.
Incluso con los seis senados, no…
Me detuve, la migaja de la pista acababa de golpearme bruscamente
entre los ojos.
Miré a Jules, que ahora estaba sentado al otro lado de la cama, ya que
Mircea había tomado su espacio. Me miró de nuevo, los ojos azules amplios
e inconscientes. Marlowe, por otra parte, estaba prácticamente vibrando.
No, pensé.
No, estoy imaginando cosas.
Pero una mirada a la cara de Mircea me dijo que no era así.
Estaba observándome, con una pequeña sonrisa en los labios, del tipo
que decía que ya había hecho todos los cálculos y sólo esperaba que lo
entendiera. Pero no lo entendía, porque había enfermedades y luego había
curas, y algunas de las curas eran tan malas como las enfermedades.
—¿Qué pasara después de la guerra? —pregunté abruptamente, y
tuve la pequeña satisfacción de verlo parpadear.
No porque no lo hubiera pensado también, sino porque no había
pensado que lo haría.
—Tenemos que ganar primero —señaló.
—Sí. Pero no de esta manera. —Empecé a levantarme.
Me cogió del brazo.
—Entonces, ¿de qué manera? ¿Qué quieres que hagamos?
—No lo sé. Pero tiene que haber otro…
—¿Crees que no hemos buscado uno? ¿Crees que no hemos tenido a
todos los expertos que poseemos trabajando en el problema? ¿Por meses?
En lo que se refiere a Faerie, simplemente no hay muchas opciones.
—¡Entonces busquen un poco más! ¡Esto es una locura!
—¿Por qué locura? —preguntó Mircea, aún sonando tan razonable—.
Si puedes deshacerte de un vampiro, puedes hacer lo contrario.
—¡No, no puedo! Puedo envejecerle, pero no puedo darle poder…
—Pero su amo puede.
Me detuve. Había estado a punto de señalar que toda esta discusión
era una pérdida de tiempo, ya que lo que podía hacer, no resultaría en nada
más que un bebé vampiro más viejo, como un niño de ochenta años, que no
ayudaría a nadie. Lo que significaba que no teníamos nada que discutir,
¿verdad?
Pero entonces las palabras de Mircea se postraron.
—¿Eso qué significa?
—Que ha habido una manera de acelerar el proceso, para el candidato
correcto. —Miró a Kit, quien frunció el ceño ferozmente.
—Ahora sé por qué me invitaron a esta pequeña conversación —dijo
amargamente.
—Dile a ella.
Parecía que había algunas cosas que a Kit le gustaría decirnos a los
dos, especialmente a Mircea. Pero no lo hizo. Sin embargo, su expresión no
se hizo más feliz.
—Se llama Push —dijo con voz vacilante, y Jules jadeó. Como si el
murciélago hubiera encontrado otra víctima. Marlowe lo ignoró—. Es un
método usado para hacer un maestro en unos pocos días en lugar de
algunos siglos. Se originó en tiempos de guerra, cuando muchos maestros
habían sido asesinados y se necesitaba reemplazarlos inmediatamente para
evitar el desastre. Estaba hecho de esta manera, y casi mueren como
resultado. La mayoría de los que intentan hacerlo, por lo que se utiliza sólo
en extremos.
No parecía que quisiera hablar de ello, así que no pregunté. Excepto
por lo obvio.
—¿Y esto que tiene que ver conmigo?
—Sabes cómo se hacen los vampiros —dijo Mircea.
—Por supuesto.
—La mordedura infecta el cuerpo, pero la fuerza para elevarse de
nuevo, para vivir como una nueva criatura, viene del maestro —dijo,
aclarándolo de todos modos—. Pero con el Push, al nuevo niño no se da
solamente la energía básica requerida para levantarse, se da mucho, mucho
más. Para la mayoría, es demasiado, demasiado pronto. No pueden
absorberlo, y nunca se levantan, muriendo no por el poder sino por tener
muy poco tiempo para absorberlo adecuadamente.
—Quieres que los envejezca mientras que su amo los alimenta —dije.
No me molesté en hacer una pregunta.
—Sí.
—¿Y el riesgo de matarlos si no funciona?
—Hay muchos que estarían encantados de tomar esa oportunidad.
Muchos de los que han renunciado a la esperanza de tal cosa, de un estado
al que nunca estarán destinados a ganar.
—Y hay una razón para eso, ¿verdad? —pregunté. Los maestros eran
las potencias del mundo de los vampiros, pero también eran peligrosos.
Extremadamente peligrosos. Y difíciles de controlar.
No importaba mucho, porque no había muchos maestros y el senado
los gobernaba con mano de hierro. Y debido a que los cientos de años, que
normalmente les tomaba hacer uno, daba hasta al espécimen más
enloquecido, incluso alguien como Jack, el feliz torturador en jefe del
senado, suficiente tiempo para ganar un poco de autocontrol. A Jack le
gustaba su trabajo, pero no iba corriendo por ahí haciendo más cosas por
sí mismo en estos días, como lo había hecho en la vida. Cuando había tenido
el lindo apodo de El Destripador.
Pero, ¿y si hubiera conseguido el estatus de maestro antes de tiempo?
¿Y si nunca hubiera tenido ese tiempo? ¿Y si tuviera el mismo poder, pero
no el control?
Me estremecí de horror, y ese era un solo uno. Si estaban planeando
una invasión…
—¿Cuántos?
—Cassie…
—¿Cuántos? —dije con fuerza, abrazándome. La toalla se había
sentido bien antes, pero de repente estaba húmeda. Como mi piel.
—No tengo la cifra exacta…
—¡Entonces conjetura!
—No más de los necesarios…
—Ahora mismo, el hecho de que no quieras decírmelo me preocupa.
Mircea frunció el ceño, como si sinceramente no hubiera esperado que
esto fuera difícil. Como, claro, te haré un ejército de maestros vampiros para
invadir Faerie, no hay problema. ¡Y luego fingir que no es mi culpa cuando
se den la vuelta y hagan lo mismo a la Tierra!
—Tendremos cuidado con la selección —dijo Mircea, observándome.
—No tendrás que preocuparte por eso.
—Cassie…
Pero antes de que pudiera reconfigurar su plan de ataque, el mismo
vampiro que lo había llamado la última vez regresó.
—Hora del espectáculo —dijo Marlowe sombríamente.
—Hablaremos más tarde —me prometió Mircea.
—¡No, maldita sea! Hablaremos…
Y justo así, regrese al Dante. Tendida en el piso de mi baño medio
inundado, porque no había cerrado la llave antes de que me fuera
bruscamente.
—… ahora —terminé furiosamente.
¡Hijo de puta!
Pasé los siguientes veinte minutos limpiando. Debí haber tirado el
jabón líquido de las manos cuando me caí, era del tipo espumoso. Así que
me desperté en un mar de burbujas, con una esponja en la nariz, y un
lavamanos en cascada derramándose sobre todo, como un Niágara en
miniatura.
Una inminente inundación, porque tenía mi culo en el desagüe.
Me levanté, cerré la llave del agua y empecé a empujar la marea hacia
la salida. Lo que no fue de gran ayuda, ya que me dejó con una marca de
jabón a lo largo de las paredes, como una marca de lo alto del agua. Tomé
cada toalla que tenía para limpiar y absorber el resto del desbordamiento.
Excepto el que yo misma provocaba, porque estaba goteando sobre todo.
Los muchachos me habían dicho que lo dejara para el servicio de
limpieza, pero ya les dábamos suficientes problemas. Y la limpieza me dio
la oportunidad de sacar la energía. Y ahora mismo, tenía un montón de ella.
Porque estaba enojada.
Lo cual era a la vez irritante y seriamente confuso, porque no sabía
por qué.
Quiero decir, sabía por qué. Era obvio por qué, de todos modos. Mircea
corría asustado, igual que Jonas. Pero cuando los maestros vampiros están
asustados, no hacían un círculo alrededor y se ponían a la defensiva.
Corrían hacia lo que les estuviera asustando, con armas y sus colmillos
descubiertos. Se volvían más peligrosos cuando tenían miedo, y no menos,
cada instinto les decía que buscaran sangre. Y Mircea, siendo más
inteligente que la mayoría, sobre algunas cosas, pensé, frotando ferozmente,
había encontrado una manera nueva y astuta de hacer eso.
—Tendremos cuidado con la selección.
Sí, estoy segura. Dicen que sí. Dicen que el senado podría mantener
bajo control a todos esos-nuevos-maestros-aturdidos-con-su-brillante-
poder. Lo cual era discutible porque algunos de ellos ya les habían causado
bastantes problemas algunas veces. Pero sólo por el bien de la discusión,
digamos que podrían hacerlo. Eso todavía dejaba algunas malditas
preguntas, ¿no? ¿Como qué vampiros serían?
Después de la guerra, ¿por quién pelearían? Porque había una alianza
entre los vampiros de los senados en este momento, pero era inestable en el
mejor de los casos, ya que todos se odiaban unos a otros. Pero odiaban más
a los dioses más. Así que ahora, los vampiros del mundo eran una familia
grande, infeliz y seriamente disfuncional, porque normalmente había seis
senados separados. Y los habría nuevamente, como un nanosegundo
después de que terminara la guerra.
Así que tuve que preguntarme cuando todo el polvo se asentara y
hubiéramos ganado, porque de lo contrario no importaba, ¿por quién
pelearían? O, lo que es más importante, ¿contra quién lucharían? ¿Otros
senados? ¿El Círculo? ¿Los humanos?
Porque podrían. Con un ejército de maestros vampiros, el senado sería
muy, muy capaz de cualquier cosa que quisiera. Y viejo o no, maduro o no,
responsable o no, no les das poder vampírico ilimitado de esa manera.
Simplemente no lo haces. Porque lo usarían. Tarde o temprano, de alguna
manera u otra, ¿y cuál sería el punto de todo esto entonces? ¿Salvar el
mundo de Ares para que pudiéramos desgarrarlo? ¡Sí, eso sería una mejora!
No era lo suficientemente estúpida como para pensar que me iban a
pedir invertir el proceso después de la guerra. Tomar a todos esos nuevos
brillantes maestros y convertirlos en viejos vampiros regulares. Por
supuesto.
Los vampiros mismos no lo soportarían, correrían a las colinas, harían
lo que fueran para no volverse esclavos. Y los maestros mayores de sus
familias probablemente los respaldarían, porque cualquier maestro que los
tuviera en su establo, alimentarían su base de poder más que un vampiro
normal. Así que les cortarías la garganta antes de dejar que revertir el
proceso.
Y eso si pudiera hacerlo, lo que dudaba, porque no iba a ser la fuente
del poder, ¿verdad? Se suponía que debía hacer el proceso más tolerable. La
cucharada de azúcar que ayudara a todo ese poder a no quemar hasta las
cenizas a los nuevos vampiros.
Así que no. Una vez que estuvieran aquí, se quedarían aquí. ¡Y eso no
sucedería!
Pero tan fantásticamente mala como era la idea, eso no era lo que me
había enojado. Y estaba furiosa, me di cuenta, no sólo molesta o irritada o
enojada. Estaba ardiendo, algo que me había tomado un tiempo darme
cuenta. porque no era una emoción que sintiera muy a menudo. No podías
permitirte esas emociones alrededor de Tony. Las emociones te hacían
visible, las emociones te hacían notar, y ser notado por lo general era algo
muy malo.
Tiré mi cepillo de dientes, que había encontrado en un viaje épico a la
bañera, a la basura, envolví las toallas en una empapada bata de baño y tiré
todo el desorden en una esquina. No era un trabajo perfecto, pero al menos
no inundaríamos a los chicos en la habitación de abajo.
Lo cual estaba igual de bien ya que eran parte de mis guardias, ¡no
había manera de que nadie más ocupara esa suite!
Luego volví a la ducha, porque estaba jabonosa, sudorosa, y porque
necesitaba refrescarme.
Y para averiguar por qué estaba furiosa, porque todavía no lo sabía.
Decidí que no estaba enojada por lo que Mircea había pedido. Podría
no saber mucho acerca de ser Pitia, pero conocía a los vampiros. Y ningún
vampiro en el mundo habría pasado una oportunidad como esa.
Y, de todos modos, podría haber pensado en ello primero, porque
Jules era suyo, así que él había oído hablar de eso primero, pero alguien
más habría surgido con la misma idea tarde o temprano. Marlowe o la propia
cónsul o alguien. Los vampiros no pasaban por alto las cosas que
probablemente aumentarían su base de poder, incluso una pequeña
cantidad.
Y esto no era pequeño.
Así que no, no estaba enojada con él por intentarlo.
Pero si no se trataba de esa cuestión, ¿de qué estaba tan indignada?
Porque lo estaba. Estaba muy, muy furiosa.
Y realmente no sabía qué hacer con eso.
El miedo, lo conocía, y el pánico, eran prácticamente mis mejores
amigos. Enfado, irritación, felicidad, alivio y muchas otras emociones,
porque todas esas eran las que me habían permitido crecer. Animada a
tenerlas, en el caso de las primeras, para mantenerme en línea.
Pero Tony, sólo había permitido que una persona se enojara, y no
había sido yo.
La ira era una emoción para el tipo a cargo. El enojo era algo que
sentían los maestros, una emoción vívida y ardiente que usaban como una
pestaña para mantener a sus hogares alineados. Al menos, lo hacían si eran
Tony. Yo sabía todo sobre la ira, estando en el extremo receptor a menudo,
pero del lado contrario…
Solía pensar que debía ser maravilloso poder estar así. Solamente
dejar salir todas esas emociones embotelladas y gritar y pisotear como él
hacía, cortar el aire y tirar cosas y… terminar sacándolo todo. Solía
pensarlo, cuando tenía que estar allí en la corte, en blanco, de frente y
cuidadosa, con todo bien embotellado en el interior, lo maravilloso que sería,
sólo una vez, poder enojarse.
Pero ahora no se sentía tan maravilloso.
Ahora me estaba causando náuseas, temblores y sintiéndome
ligeramente enferma.
No me gustaba estar enojada con Mircea.
Me gustaba estar sobre las manos de Mircea.
Y realmente le había echado de menos esta semana. No me había dado
cuenta qué tanto, hasta que lo volví a ver. E incluso esa primera mirada,
cuando había estado seriamente molesto, había sido tan agradable…
Hasta que tuvo que echarlo a perder.
Y finalmente, la luz iluminó.
No estaba tan enojada con Mircea por lo que dijo, sino por cuándo lo
dijo. Porque teníamos un trato. Un trato que habíamos hecho, de modo que
lo que hacíamos como Pitia y senador se mantuvieran alejado de lo que
hacíamos como Cassie y Mircea, y no trastornar nuestra vida personal. El
trabajo era trabajo y lo personal era personal, y se suponía que debían
permanecer agradablemente separado.
Era una buena teoría.
Me gustaba la teoría.
Incluso pensé que podría funcionar.
Pero no si seguía haciendo cosas así. Porque esta noche no había sido
una cita, no había sido un Oye, te he echado de menos; vamos a pasar el
rato, o incluso un No te he visto por un tiempo, así que ¿nos reunimos y
exploramos las posibilidades más cachondas de este nuevo poder? No. Si lo
hubiera hecho, entonces debería haberlo hecho y dicho, Buenas noches,
Cassie, al final. Pero en su lugar, ¿dónde había terminado? En la habitación
de Jules, recibiendo proposiciones de una manera totalmente nueva que no
era tan divertida, y…
¡Maldita sea! Me había olvidado de Jules. Y de las Lágrimas, que eran
un poco más apremiantes ahora, porque Jules no estaba a punto de morir.
Pero no había forma de que Mircea me las diera, suponiendo que tuviera
alguna. Él podría ofrecerme un trato, oh sí, jodidamente lo haría. Pero ¿dar?
¿Cuando tenía algo que los vampiros querían y no estaba dando nada a
cambio?
Ah-ah.
El comercio en el mundo vampiro no funcionaba así.
Y especialmente no cuando el artículo en cuestión era algo como esto.
Mircea no había puesto una porquería de tonelada de vampiros como
guardaespaldas sobre mí porque quería que anduviera corriendo por ahí.
Mircea quería que me quedara en mi bonito ático. Mircea quería que me
cortaran el cabello, las uñas y quizás ver un espectáculo de vez en cuando,
fuertemente vigilada, por supuesto. Mircea quería que actuara como las
otras mujeres que había tenido, de las que seguía escuchando indicios, pero
que nadie me daba detalles, mujeres que eran hermosas, elegantes y se
quedaban donde jodidamente las ponían.
Como esa mujer en la pintura.
Apuesto a que nunca le causó ningún problema, pensé con envidia.
Apuesto a que nunca camino a casa como una víctima de guerra. Apuesto a
que ella era perfecta, hermosa, dulce, suave y…
Me di cuenta que estaba frotando hasta el punto de quitarme la piel.
Puse la esponja restante abajo, agradablemente lento. Y comencé a enjuagar
en su lugar.
Así que no, negociar las Lágrimas con Mircea no iba a salir bien. Lo
sabía sin siquiera preguntar. Tendría una mejor oportunidad de conseguir
algunas con el Círculo, aunque Jonas probablemente también querría una
explicación, y dudaba que las consiguiera hasta que le dijera algo que le
gustara.
Y eso era enloquecedor. Era mi poción. Se elaboraba específicamente
para la Pitia, para usar cuando fuera necesario. ¿Desde cuándo él le decía
cuándo era eso?
Desde que la Pitia era yo, aparentemente.
Apuesto a que no le habría exigido una explicación a Agnes. Y Mircea,
si hubiera ido a él por alguna loca razón, tampoco lo habría hecho. El senado
había querido una Pitia por tanto tiempo, que habrían saltado a la
oportunidad de ayudarla, para que ella les debiera un favor.
Pero no yo.
Y, abruptamente, la pieza final del rompecabezas cayó en su lugar.
Porque yo esperaba que todo el mundo exigiera por qué lo necesitaba,
¿no? Y porque sería algo que todos aprobaran, para tener alguna posibilidad
de conseguirlo. Y mientras eso estaba enfureciéndome con Jonas, era peor
con Mircea.
Los vampiros respetaban el poder y la fuerza, eso era todo lo que ellos
respetaban. Había demostrado recientemente que tenía poder, de alguna
manera, logrando matar a un Spartoi, uno de los hijos semidioses de Ares,
en un duelo que muchos de los líderes vampiros habían visto. Les había
gustado eso. A ellos les había gustado tanto que habían firmado el tratado
de alianza un poco después, haciendo lo que nadie había esperado y
poniéndose bajo la dirección de la cónsul norteamericana.
Eso fue un gran trato. Eso nunca había ocurrido antes. Y sólo había
pasado porque se trataba de un poder que no sabían cómo contrarrestar y
que necesitaban a alguien de su lado que lo hiciera.
Les había mostrado el poder, el poder que no tenían, y había ayudado.
Pero no les había mostrado fuerza.
Porque la fuerza en el mundo del vampiro no significaba la capacidad
de doblar el acero. La chica vampiro más pequeña podía hacer eso. No, la
fuerza era otra cosa.
Fuerza era la cónsul diciendo con calma a otros cinco líderes del
senado, cada uno de ellos con cientos de años de edad y asombrosamente
poderosos, Voy a dirigir esta alianza, y hacerlo firmemente. La fuerza era un
maestro vampiro que se inclinaba ante otro y le daba el paso, no porque no
fuera tan fuerte, sino porque no estaba dispuesto a averiguarlo. La fuerza
era por qué los asientos del senado todavía eran determinados por duelos,
tan arcaicos que parecía en estos días. Debido a que, ser un líder en el
mundo de los vampiros no requería sólo ser poderoso, requería ser capaz de
decirle a otro maestro de primer nivel, este asiento es mío y lo tomaré.
Así que sí, había mostrado poder, pero hasta ahora, desde una
perspectiva vampiro, no había mostrado fuerza. Y ahora estaba pagando por
ello. Mircea podría amarme, pero no me respetaba. No habría tirado esa
trampa esta noche si me respetara.
Y eso, señoras y señores, era por eso que estaba furiosa. No porque
hubiera preguntado, sino por cuándo y cómo. Debido a la suposición de que
yo sólo lo haría, sin dudar, sin pensar. Que sólo podía decirme que él lo
quería y que lo haría.
O apuntarme al problema como un arma, porque las armas no
actuaban por su cuenta, ¿verdad? Las armas no tenían ideas ni opiniones.
Las armas eran sacadas cuando era necesario y dejadas en el cajón el resto
del tiempo.
O en una suite en un hotel en Las Vegas.
Algo me sacudió de un sueño muerto a la mañana siguiente, y rodé
para ver el reloj. Apenas eran las siete de la mañana, pero no volví a dormir.
Porque tenía un trabajo que hacer y porque necesitaba encontrar algo para
detener el golpeteo en mi cabeza.
Lo cual tardíamente me di cuenta que no venía de mi cabeza.
Venía desde la puerta.
Me quedé mirándola con tristeza y me pregunté si me importaba.
Entonces la puerta se abrió de golpe, una mujer de ojos oscuros y cabello
oscuro entró, gritando mi nombre incluso después de ser abordada por
Marco en un salto volador.
Lo cual se convirtió en un viaje en la dirección opuesta cuando ella lo
desvió con un gesto, enviándolo de regreso por el aire y luego a través de la
pared.
Me senté.
Supongo que importaba.
Me tomó un segundo averiguar a quién estaba mirando, porque no la
había visto con demasiada frecuencia. Y cuando lo hice, había estado un
poco más distinta. Íncubo, o súcubo, supongo, en este caso, normalmente
no tienen cuerpos, porque se necesita una enorme cantidad de poder el
manifestarlos.
Pero, esta súcubo en particular había estado en la tierra algo así como
cuatrocientos años y tenía poder para quemar.
—¿Rian? —dije con tristeza, y levanté una mano para que nadie
decidiera dispararle.
Incluyendo a Marco, que acababa de regresar corriendo, armado.
—Está bien —le dije—. Ella es… solía ser la novia de Casanova.
—¡Todavía soy su novia! —Rian me miró salvajemente, cabello oscuro
por todas partes. Supuse que el cabello verdadero era más difícil de manejar
que el de tipo espíritu que tenía hasta hace poco. Porque era un poco
escalofriante.
Por otra parte, podría haber sido porque ella seguía jalándolo.
—Está bien, sigues siendo su novia —le dije, porque esto parecía ser
importante por alguna razón—. Estoy segura que se alegrará de oír eso.
—¡No estará feliz, no será feliz en absoluto!
—¿Y por qué es eso? —preguntó Marco, como si quisiera presentarla
a la ventana más cercana. Del tipo sin balcón.
Pero a Rian no parecía que le importara.
—¡Porque está a punto de morir! —gritó, y me agarró la mano
Y lo siguiente que supe fue que nos materializamos con un ruido de
rugido, como una ola que se estrellaba contra una playa.
Mil olas en mil playas, pensé, momentáneamente ensordecida. Y
mirando alrededor un montón de espaldas, porque habíamos aterrizado en
medio de una multitud.
Nunca me metía en multitudes por temor a terminar dentro de otra
persona, pero Rian debía tener un mejor control. Posiblemente porque ella
no se desplazaba exactamente, sino que podía hacer la transición entre los
mundos humano y demoníaco. Que es donde parecía que estábamos, en
medio de una multitud de lo que parecían ser algunas gradas de madera
viejas.
Creí que podría haber una arena abajo, que las gradas estaban
rodeando, pero era difícil de decir ya que todo el mundo era más alto que
yo. Y muchos de ellos estaban sosteniendo vasos enormes de cerveza y
palomitas de maíz en el medio. Junto con los típicos aperitivos chatarra del
estadio, como nachos, chili-hot-dog y enormes insectos negros que se
retorcían en un palo, todavía tratando de agarrar y morder a pesar de estar
perforados.
Rian me arrastró más allá de todo, todavía mirando fijamente y la
escena onduló en los bordes. Otros agujeros aparecieron aquí y allá, tal vez
porque había demasiadas personas para compensar cualquier glamour. O
tal vez porque no había sustituto alguno para ellos, nada excepto
estremecerse de horror.
Retrocedí ante algo que había visto una vez, una gigantesca babosa
clara de hombre, con unos demoníacos ojos acechado dentro de su enorme
vientre, negros y rojos ojos visibles a través de las brillantes capas de grasa
translúcida. Lo cual ya era bastante horrible, incluso antes de que sus rojos
ojos se fijaran en los míos.
Empecé a retroceder en otra dirección porque no, no, no…
Y encontré otra cosa.
Algo que parecía una especie de centauro, si en lugar de tener la mitad
trasera de un caballo se sustituía por la de un escorpión del tamaño de un
caballo, con la cola de púas rizada, demasiadas patas y tenazas en el lugar
de manos. Me aparté de él —también—, mirando de aquí para allá, pero sin
ver ninguna salida. Sólo una multitud de monstruos que también estaban
viéndome y se estaban acercando por todos lados, olvidando las palomitas
de maíz o lo que el infierno fuera, precipitándose en una carrera por una
verdadera comida.
Grité y me desplacé, sin pensar en ninguna parte, solo “lejos”.
Y lejos es a donde fui, sólo que no fue una mejora. Levanté la mirada
en pánico, desde las cuclillas en las que había aterrizado, me encontré en
medio de un enorme espacio abierto, rodeada de altos puestos llenos de
monstruos. Y, sí, era una arena, muy bien, llena de lo que debían de ser diez
mil fans gritando, como en un partido de fútbol de las Grandes Ligas. Sólo
que no vi un balón de fútbol.
Sin embargo, vi la tenaza gigante que aró el suelo un segundo
después, remolcando y arrojando mucha arena. Y a Casanova, al habitual
gerente del casino, impecable y cortés, pasar por delante con un taparrabos
y una expresión que iba más allá del pánico, dejando el miedo en el polvo y
entrando en pleno territorio de ataque cardíaco. Sólo que él era un vampiro,
y su corazón no sufría ataques.
Pero alguien más sí. Tuve medio segundo para ver un enorme
caparazón venir hacia mí, negro, grasoso y brillante bajo las luces, antes de
que bloqueara la mayoría de ellas. Junto con los puestos, la multitud y el
cielo, porque la cosa era tan grande como un autobús. Y eso sin contar las
piernas peludas como troncos de árboles que me enjaularon por todos lados,
antes de que una protrusión tan grande como una espada saliera…
Y fallará, porque acababa de desplazar a Casanova. Que estaba a
medio camino atravesando el suelo arenoso y moviéndose rápidamente. Al
menos lo estaba hasta que me encontró y nos enredamos en una bola de
baile, maldiciones, gritos, y nos desplacé…
De regreso a mis habitaciones en el Dante.
Golpeé el suelo de mármol, esparciendo arena por todas partes, Marco
me agarró con un gruñido, por qué, no estaba segura.
Hasta que me di cuenta que… Casanova no había venido conmigo, a
pesar de que me había aferrado a él con ambos brazos y una pierna cuando
me desplace.
Pero había algo más sí lo hizo.
Otra cosa de la que ni siquiera conseguí un buen agarre antes de que
saltara de mi espalda a la cara de Marco, como un loco apéndice de
alienígena. Largas y negras piernas del tamaño de un rey cangrejo envueltas
alrededor de su cabeza, extendiéndose de un cuerpo como de escarabajo,
una miniatura de la que acababa de huir. Y del que tenía ganas de huir de
nuevo, pero en lugar de eso gritaba:
—¡Quítenselo! ¡Quítenselo de encima! —Mientras una docena de
vampiros trataban de hacer eso.
Fred salió de la suite con un cuchillo de cocina y lo hundió en el
espacio donde el horrible cuerpo de la criatura se encontraba con la cabeza
fea. Y jaló hacia atrás, supongo que tratando de despegar la horrible
cáscara. Terminó con sólo un cuchillo roto para su problema.
Así que en su lugar intentó usar sus manos, antes de saltar hacia
atrás.
—¡Mierda! ¡Mierda!
—¿Qué? —le dije, temiendo que fuera a decir “veneno”.
—La maldita cáscara es afilada. ¡Casi me cortó la mano!
—¡Ten! —Uno de los muchachos le arrojó una chaqueta, la cual
envolvió alrededor de sus dedos sangrantes antes de intentarlo otra vez.
Y esta vez, en realidad se las arregló para despegar el caparazón, con
un horrible silbido que pensé que podría escuchar en mis pesadillas a partir
de ahora. Y entonces Rico apareció, bloqueando la entrada a la parte
principal de la suite con una expresión que decía que no estaba dispuesto a
que un pelotón pasara por delante de él, Marco estaba agarrando el cuchillo.
Y arrojándose sobre la criatura, que acababa de rebotar de la pared al suelo
y todavía se movía.
Mordiendo, luchando y corriendo alrededor del vestíbulo, dejando un
rastro de baba detrás que no estaba corroyendo el suelo, sino que estaba
haciendo tropezar a los vampiros tratando de atraparlo. Entonces la criatura
se lanzó hacia mí de nuevo, sólo para quedar atrapada en el aire por el
cuchillo de Marco, antes de golpearla contra la pared sobre mi hombro
izquierdo.
Ambos lo miramos por un segundo, el tembloroso cuchillo dentro del
cuerpo que seguía moviéndose, la salpicadura de lodo negro que había
manchado el yeso y las manchas de lado izquierdo por todo mi corto camisón
rosa, y la chirriante cosa chillando.
De repente, salió de la pared y volvió a atacarme.
—¡Puta madre! —dijo Marco, agarrándolo y apuñalándolo una y otra
vez, luego Rian regresó y de repente nos encontrábamos en algún otro lugar,
en algún lugar con una multitud animada, luces deslumbrantes y una mesa
de buffet gimiendo.
Me quedé mirando a esto último por un segundo, incapaz de seguir
adelante. Y entonces lo noté: la multitud seguía siendo audible, pero
amortiguada. Las deslumbrantes luces estaban por fuera de una gran
ventana de observación, como un domo en un estadio. El grupo bien vestido
alrededor del buffet me miraba con una sorpresa cortes, pero nada más. Lo
más que recibí fue una ceja levemente arqueada por estar allí cubierta de
sangre negra y jadear.
Y eso fue de Adra, el jefe del concilio demoníaco, que parecía tan
agradable como siempre.
—¿Hay algún problema? —preguntó amablemente, justo antes de que
Marco gritase y se fuera sobre él, porque de alguna manera también había
venido.
Intenté detenerlo, pero un vampiro maestro se mueve como un
relámpago, y ni siquiera abrí la boca antes de que me pasara en un borrón
de movimiento.
Y luego se quedó inmóvil, a medio salto, sostenido en su lugar por
nada que pudiera ver, porque Adra no se había movido tanto.
Por un momento, todo se detuvo. No hubo sonido alguno, aparte del
ruido del océano de la multitud, ningún movimiento excepto por el de dos
maestros vampiros que habían estado tratando de matar en el último
minuto retorciendo el extremo del cuchillo de Marco y escurriéndose lejos,
nada más que un vampiro de repente se dio cuenta que ya no estaba en
Kansas y rodó sus conmocionados ojos oscuros hacía mí.
Me lamí los labios.
Y luego Rian irrumpió en una puerta que no había notado, con ojos
salvajes y frenéticos, su largo cabello oscuro enredado en su hermoso rostro.
—¡Lo están matando! —me dijo, agarrándome la mano.
Y corrimos.
El sonido de la multitud me golpeó en la cara cuando salimos de la
habitación principal a un balcón, una cosa ancha y afelpada como la suite
detrás de nosotros, a diferencia del resto del estadio deteriorado. Pero
cuando crucé la extensión y me recargué sobre la barandilla, vi lo mismo
que antes, sólo que desde un mejor punto de vista: Casanova en medio de
un mar de arena, siendo perseguido por media docena de diferentes tipos
de criaturas, desnudo, sangrando e indefenso, o tanto como lo está un
vampiro maestro.
Parecía estar jodidamente indefenso ahora mismo.
Rian lo miró fijamente, con las manos apretadas, la cara frenética,
furiosa y aterrorizada, mientras evitaba estrechamente ser empalado por lo
que parecía un escarabajo gigante. Era el mismo que casi me había
arrollado, y me había equivocado en el tamaño. Las piernas eran tan grandes
como las grúas, el caparazón era del tamaño de una casa, y debía de ser de
diamante duro, porque en el siguiente segundo, Casanova saltó sobre la
parte superior y dejó caer dos puños juntos con la fuerza de un maestro
detrás de ellos.
Y ni siquiera lo arañó.
La criatura tuvo mejor suerte, arrojándolo con un movimiento de
torsión. Las piernas, podrían haber sido enormes, pero eran realmente
rápidas, comenzaron a golpear, aquí, allá, por todas partes, lo cual era
bastante fácil considerando que la cosa tenía seis. Y Casanova estaba
haciendo lo que parecía una danza interpretativa, pero era más como huir
por su vida mientras los movimientos de la criatura lanzaban enormes
cantidades de arena, medio ocultándolo de la vista.
Lo oculto, cuando la cosa dejó de intentar atraparlo y empezó a
intentar enterrarlo en su lugar, estrellándose contra el suelo y arrojando
grandes cantidades de arena a la parte superior de su caparazón con cada
pierna que tenía.
Hasta que lo desplacé al otro extremo de la arena, un movimiento que
me envió sobre mis rodillas, ya sea por el tamaño de la cosa o porque ya no
estábamos en la tierra, no estaba segura.
—¡Cassie, Cassie! —Alguien estaba gritando, creo que era Rian.
Posiblemente porque mi borrosa visión me mostró que acababa de gastar
mucho poder para muy poco resultado. Miré a través de los pasamanos
mientras Casanova se abría camino en la arena, sus buenas costumbres
españolas, ahora sucias y salvajes, aunque esto último podría haber tenido
algo que ver con el hecho de que el enorme escarabajo, estaba en camino de
regreso hacia él.
Así que le di vuelta, y oh Dios, no fue bueno, no fue bueno, no fue
bueno, pensé cuando una oleada de náuseas paralizante me golpeó como
un martillo, lo suficientemente duro como para dejarme caer el resto del
camino hasta el suelo. Pero tenía que levantarme, porque algo estaba
pasando. Y dudaba que fuera algo bueno, porque ¿cuándo lo era? Y porque
a la gente parecía gustarle.
La subida del sonido desde abajo era casi ensordecedor incluso en lo
alto, aumentando la confusión en mi cabeza, el golpeteo en mis oídos y la
enfermiza náusea en mi intestino cuando agarré la mano de Rian, tratando
de ponerme de pie.
Y descubrí que, en su lugar, era la mano de Adra.
—Impresionante —me dijo, levantándome con tanta facilidad como si
no pesara nada.
Hoy parecía un banquero gordo, con un traje gris muy bien ajustado
que estaba considerando seriamente lanzar por todos lados.
Pero no lo hice. Porque pude ver la arena sobre su hombro, y… y no
había sido tan malo, después de todo. Dejé ir de su mano para agarrar la
barandilla, a tiempo para ver a un montón de las pequeñas cosas bichos
atacar a la cosa que era como bicho enorme. Junto con algunas otras cosas,
la mitad de las cuales hacían que mi cerebro doliera con solo mirarlas,
porque supongo que el glamour tampoco podía hacer nada con ellas. Pero
de repente corrieron hacia adelante, habían estado abrazando las líneas
laterales, a la espera de los restos, pero ahora estaban viendo una
oportunidad para una fiesta.
Debido a que el enorme escarabajo seguía sobre su espalda,
balanceándose de lado a lado, tratando de recuperarse, pero no tenía mucha
suerte. Tal vez porque estaba siendo atacado por lo que tenía que ser un
centenar de otras criaturas. Y supongo que el vientre no era tan duro como
el caparazón, porque estaban devorándolo rápido.
Desvié la mirada, aliviada y enferma en la misma medida. Hasta que
vi a Casanova corriendo, mirándonos y gritando algo que no podía oír sobre
la multitud. Pero supongo que Adra lo hizo, porque también me miró y negó.
—Denegado.
Y supongo que Casanova oyó eso, porque empezó a agitar sus brazos
furiosamente y gritando algo que todavía no podía oír, pero no tenía que
hacerlo.
—¿Qué… que se le niega? —le pregunté mientras Rian miraba a Adra
con odio desenmascarado en su rostro.
—Lo mató —le reclamó—. Dijiste que podía irse si…
—No mató nada —le dijo Adra, alisando el pequeño bigote que había
adquirido desde la última vez que lo vi, supongo que intentaba nuevas
formas de vestir el rostro de pudín. Era tan rubio como su cabello, así que
no hacía mucha diferencia—. Fue salvado por la Pitia, aunque sólo sea
momentáneamente.
—¿Momentáneamente? —pregunté, mirando hacia atrás y adelante
entre ellos—. ¿Por qué, momentáneamente?
—¡Pero está muerto! —gritó Rian—. Eso es lo que querías,
entretenimiento para tus criaturas…
—No se trata de entretenimiento —dijo Adra.
—… ¡y lo has tenido! ¡Ahora déjalo ir!
—Él ha derrotado a un oponente por su cuenta. Rompió la ley, invadió
un estado soberano…
—¿Qué estado? —pregunté, súbitamente temerosa de que lo supiera.
La ceja casi invisible subió de nuevo.
—Tú estabas ahí.
—El de Rosier.
Recibí una ligera inclinación de cabeza que no necesitaba, porque
sacar a Pritkin de la corte de su padre había requerido entrar en dicha corte
en primer lugar. Y eso había requerido de Rian, que, como uno de los
súcubos de Rosier, lo conocía como la palma de su mano. Pero, por
desgracia, lo contrario también fue cierto.
Ella era conocida por demasiada gente, que podría haber adivinado lo
que estábamos haciendo si la hubieran visto. Así que necesitaba viajar
dentro del cuerpo de su anfitrión, el desafortunado anfitrión era Casanova,
donde ella era casi invisible. Y había dicho que podía protegerlo, que no
estaría en peligro, y ambos lo creímos…
Y ahora solo habíamos conseguido que lo mataran.
No. Yo lo había matado. Había propuesto la maldita misión; había
convencido a Rian de que lo ayudara; había ordenado a Caleb, un amigo
mago de guerra de Pritkin, arrastrar a Casanova literalmente al Infierno y
de regreso, pateando, gritando y protestando todo el camino. Y ahora estaba
pagando por ello.
—Lo hizo bajo mis órdenes —dije, tratando de mantener el temblor
fuera de mi voz. Porque dudaba que los demonios fueran más débiles que
los vampiros.
—¡Sí! —dijo Rian, aferrándose al comentario—. ¡Sí! ¡La Pitia dio la
orden, y acaba de derrotar a tu criatura! ¡Se acabó!
—Esto no ha terminado —dijo Adra suavemente.
—Se supone que me estás ayudando a encontrar a mis acólitas —
señalé, tratando de mantener mi nivel de voz—. No privándome de un aliado.
—Un pobre aliado.
—Se las arregló para atacar a una de sus cortes.
—Sí. —Adra miró por encima del balcón—. Estoy seguro que fue una
gran ayuda.
No miré para ver lo que Casanova estaba haciendo. Probablemente no
quería saberlo.
—Entonces, ¿por qué castigarlo?
Adra se encogió de hombros.
—Proceso de eliminación. El príncipe ya estaba castigado. Tú eres una
aliada necesaria, y, en cualquier caso, tu poder hace cualquier lucha…
desigual. Rian informó a su amo de su intención, por lo tanto, ganó un
perdón. Y el mago de la guerra que usaste… —Tronó sus dedos.
—Caleb Carter.
—Sí. Está protegido por un tratado que tenemos con el Círculo de
Plata. Y aunque no lo hiciera, se podría argumentar que estaba participando
como tu guardaespaldas y, por lo tanto, estaba bajo tu control.
—¿Y Casanova? ¿Por qué no puede ser considerado un
guardaespaldas?
Los ojos grises miraron detrás de mí. Me giré para ver a Casanova
huyendo de un grupo de pequeñas cosas como insectos, ninguno más
grande que el tamaño de mi mano, saltaban a lo largo de la nube de polvo
detrás de él, mordisqueando sus talones.
Me giré hacia Adra y probé otra táctica.
—¿Por qué castigar a alguien? No se hizo daño. Rosier ni siquiera…
—Siento disentir. Se ha hecho daño. Nuestras fronteras son
inviolables; han estado así desde los sufrimientos que siguieron del tiempo
de tu madre, cuando los extensos ejércitos las mantuvieron a gran costo.
Los ejércitos ya no existen, se han disuelto desde hace mucho tiempo. Pero
la idea permanece. Permitir que cualquier persona, incluso tú,
especialmente tú, viole su soberanía con impunidad, sería desafiar esa idea,
y podría conducir a una desgracia incalculable.
—Vas a hacer un ejemplo con él —dije, porque por supuesto que lo
hacía.
Sentí un peso de plomo caer en mi estómago.
—Somos aliados. —Lo intenté de nuevo—. Nuevos. Como un gesto de
amistad…
—Pero ya estoy haciendo un gesto así, ¿verdad? Y no sólo yo tengo
voz. El Concilio se verá presionado al encontrar una razón para regresarlo a
quien rompió nuestras fronteras.
Tragué.
Sí.
Eso podría ser complicado.
—¡Cassie, por favor! —dijo Rian. Y luego giró sobre Adra—. Cómo
puedes…
Pero levantó una mano. Y se centró en algún lugar detrás de mi
cabeza.
—Ahh —murmuró.
Me habría dado la vuelta, pero realmente no quería saber lo que el jefe
del concilio demoniaco pensaba que merecía ese sonido. Y porque estaba
tratando de escanear la arena, para ver si había algo que Casanova pudiera
usar como arma. Pero supongo que no eran permitidas. Porque todo lo que
vi fue el enorme óvalo, ahora terriblemente picado, y lleno de cosas
dispersas. Y una enorme puerta de madera de hierro en el extremo lejano,
que estaba cerrada pero que varias criaturas pesadas avanzaban hacia
ambos lados.
No quería saber qué había detrás de esa puerta.
Realmente no lo quería.
Aún más, no quería pelear. Adra probablemente podría mantener esto
todo el día, pero yo no podía, y Casanova tampoco podía. Necesitábamos
otra solución. La necesitábamos ahora.
Lo que conseguíamos en su lugar eran más problemas.
Una delgada muñeca cubría la barandilla del balcón, justo al lado de
la mía. Era color miel y elegante, con uñas verdes esmeraldas, y tenía una
víbora enroscada alrededor como una pulsera. La serpiente sacudió una fina
y negra lengua hacia mí.
Cerré los ojos.
—No necesito esto —susurré.
—Y puedo preguntar —una voz familiar y sibilante preguntó—, ¿qué
es “esto” que no necesitas?
Me giré y vi lo que parecía ser todo el maldito senado arremolinándose
alrededor del balcón, con un aspecto mucho menos hastiado que de
costumbre. Incluyendo a Mircea, oscuramente guapo en un traje de
negocios azul marino, colocándose detrás de la reina con el fetiche de la
serpiente. Parecía un poco sorprendido, que era el equivalente vampírico de
atónito, pero en ese momento no me importaba.
Porque, ¿por qué no pensé que había llegado a través de un portal?
—¿Número equivocado? —pregunté bruscamente.
—Número correcto, dirección incorrecta —murmuró, casi
confirmándolo. Debían haber planeado arrastrarme a una especie de
teleconferencia metafísica a través del enlace en el cerebro de Mircea, pero
en lugar de eso fueron arrastrados.
Bien, pensé maliciosamente. Tal vez les enseñaría algo. Aunque a
juzgar por la expresión de su alteza, lo dudaba.
La líder del senado hoy debía estar en modo casual, porque había
intercambiado la túnica de serpientes que se retorcían, la que usaba
generalmente para asustar a los seres humanos, por un caftán que fluía en
brillante seda verde. Envío su oscura mirada de ojos negros, y podría haber
parecido casi normal, excepto por las dos bandas vivas envueltas alrededor
de ella como un cinturón.
Por lo general parecía extraña.
Por lo general, parecía aterradora.
En este momento, aquí mismo, parecía trillada, ordinaria, casi
aburrida.
Excepto por los brillantes ojos abiertos, que carecían del habitual
tedio que reservaba para la mayor parte de vidas, pero sobre todo para mí.
En este momento estaban animados y curiosos, rápidamente entraban en
la escena. Como un niño en la mañana de Navidad, que de alguna manera
lograba hacerla aún más espeluznante que de costumbre.
Suprimí un estremecimiento e intenté alejarme, pero una mano
enjoyada se estiró y agarró mi muñeca, rápida como una serpiente.
Me pregunto de dónde saqué esa analogía, pensé, mientras otra de sus
mascotas me silbaba.
No me silbaba, pero estaba cerca. Estaba jodidamente cerca,
especialmente cuando esas garras verdes comenzaron a clavarse en mi piel.
De repente, me alegré de que estuviera casi agotada, porque si tuviera poder
de sobra, juro por Dios…
—¿Dónde estamos? —preguntó ella, un poco menos cortés.
—¿Dónde parece que estamos? —gruñí, probablemente iba a pagarlo
más tarde, pero maldita sea, ¡no necesitaba esto ahora mismo!
—¡Cassie! —dijo Rian con urgencia.
—¡Estoy pensando! —le dije. Y lo estaba. Pero sobre todo lo que estaba
pensando era que acabábamos de matar a Casanova.
Entonces supe que lo habíamos hecho, cuando la multitud se volvió
loca, el ruido en una ola como un golpe físico. Y las enormes puertas al final
de la arena se abrieron con un ruido como de metal rompiéndose, cortando
incluso la cacofonía que seguía por debajo. Agarré la barandilla, rezando por
algo factible, algo fácil, algo, cualquier cosa, que Casanova pudiera ser capaz
de manejar.
Y eso no lo era.
—¿Qué mierda? —dije con incredulidad.
—No —susurró Rian, su mano agarrando la barandilla lo suficiente
fuerte como para doblarla.
—Qué maravilloso —dijo la cónsul, inclinándose sobre el balcón como
una niña en un desfile, tratando de ver mejor.
Pensé seriamente en empujarla.
Pero entonces Casanova corrió de nuevo, ya no se defendió de nada,
porque todo lo demás en la arena se había lanzado a cubrirse, un centenar
de pequeñas criaturas se hundían bajo la arena, escondiéndose como si
nunca hubieran existido. Dejándolo solo en el enorme espacio, a excepción
de la gigantesca cosa que acababa de aplastar a uno de los guardias bajo
una enorme garra, con un crujido que resonó en los soportes y a través de
mi cabeza. Entonces agarré a Adra por el frente de su chaqueta gris.
—¿Por qué no lo matas? ¡Bien podrías!
—Cassie. —Era la voz de Mircea en mi oído, y su mano en mi hombro,
pero en ese momento no me importaba.
—Las reglas del desafío son claras —me dijo Adra.
—¡Esto no es un desafío, es una matanza!
—… la selección es aleatoria…
—¡Es una mierda! ¡Dale algo! Dale una oportunidad…
Suaves ojos grises bajaron la mirada hacia los míos, pero no estaban
enojados. Estaban atentos, curiosos, comedidos. Como si no pudiera
entenderme.
Y entonces Rian empujó entre nosotros dos, su hermoso rostro
distorsionado por el dolor, el miedo y la misma rabia impotente que yo
sentía.
—¡Déjame ir con él!
Adra la miró.
—Has sido perdonada.
—¡Renuncio!
—¿Podemos hacer eso? —pregunté, apretando las manos en las
solapas de Adra.
Como Mircea mis hombros.
—¡No!
—¿Podemos? —pregunté con urgencia, mirando fijamente los ojos
grises. Porque podría ser capaz de…
Y entonces estaba siendo sacudida, lo suficientemente duro como
para casi enviarme al piso, pero por los brazos enjaulándome.
—Mircea —dijo la cónsul.
—¡Ella no va a enfrentarse a esa cosa!
—¡Esa no es tu decisión! —le dije, furiosa—. Lo metí en esto…
—¡Y ahora te vas a quedar fuera!
—¡No respondo ante ti!
—Estás cansada —dijo Adra, observándome—. Y tu poder es débil
aquí. Has derrotado a un retador, pero te aseguro que éste no será tan fácil.
¿Realmente crees que puedes soportarlo?
—¡Sé muy bien que Casanova no puede!
—¿Y te arriesgarías por él?
—¡Sí!
—Él no es de tu clase; no es tu responsabilidad.
—¡Estoy haciéndolo mío!
—¿Por qué? Nos sorprendió que te arriesgaras a salvar tu corte, pero
son tuyas: tu base de poder, tu clan. Te dan fuerza y prestigio. Permitirles
que murieran cortaría ambos…
—¿Honestamente es todo lo que puedes ver? ¿Todo lo que puedes
entender?
—Es lo que la mayoría de la gente entiende. ¿Por qué arriesgarte por
alguien que no es tuyo? ¿Por qué no sacrificarlo y salvarte?
—Es un amigo.
—Mientes. Ni siquiera te gusta.
—¿Cómo…?
—Sabemos mucho. Entendemos mucho. A ti no te entendemos.
—¿Qué es tan difícil? —dije, mirando a Casanova, directamente a él.
Porque ya no estaba corriendo. No estaba peleando. Él estaba allí de pie,
debajo del balcón, mirándonos fijamente. Porque sabía que era la única
oportunidad que tenía.
Y lo era, pero yo no conocía a estas personas, no sabía qué podría
funcionar con ellas, incluso si hubiera sido capaz de pensar con claridad.
—Mircea —le dije, porque él era el que tenía la lengua de oro, el que
podía hablar para salir de cualquier cosa.
Cualquier cosa excepto esto.
—El senado pagará el rescate —dijo Mircea a Adra con fuerza, con la
mano apretada en mis hombros, porque Casanova también era suyo.
—¿Lo haremos? —preguntó la cónsul.
—Entonces lo rescataré —miró a Adra—. ¡Di tu precio!
—No hay moneda que tengas que queramos —murmuró Adra, con los
ojos clavados en los míos—. Explícame —me dijo.
—Yo… No sé lo que quieres oír.
—La verdad.
—¿Lo creerías?
—Pruébame.
Extendí mis manos, desesperada, aterrorizada. Porque esa cosa
estaba viniendo hacia acá, sacudiendo el suelo mientras caminaba, y no
tenía las palabras, no las que alguien como Adra probablemente entendería.
Cómo explicar que había tenido tan pocas personas en mi vida en las que
podía confiar para cualquier cosa, tan pocas que no me usaban o me
apuñalaban por la espalda o me traicionaban. Cómo las pocas que tenía
eran tan preciadas, tan valiosas: Mircea, Pritkin, Tami, Billy, Marco, y, sí,
incluso Casanova, aunque probablemente se sorprendería si lo escuchara.
—Es mi amigo —dije—. Él me ayudó. No sé cuáles son sus criterios
para “amigo”, pero ¡no siempre me gustan todos los míos! Él se quedó a mi
lado, a regañadientes, pero lo hizo, y me salvó cuando no tenía que hacerlo,
y… y me ayudó. ¿Y ahora debo darle la espalda? ¿Se supone que debo estar
aquí y dejarlo morir?
Los ojos grises examinaron los míos durante un largo momento, y
luego apartaron la mirada.
—No.
—¿No? Entonces puedo…
—Tú no. —Adra hizo un pequeño movimiento con la cabeza hacia la
arena—. Rian.
Y eso era todo lo que necesitaba.
Antes de comprender lo que había sucedido, Rian había perdido su
forma humana y se había disuelto en una nube de niebla espumosa. Y voló
sobre el balcón, buceando directamente en la diminuta forma de su amante,
muy abajo. Y desapareció.
—¿Qué puede hacer? —preguntó la cónsul, inclinándose más hacia el
balcón.
—Observa y verás —dijo Adra justo antes de que todos tuviéramos
que retroceder, cuando una cabeza escamosa salió desgarrando la abertura
del balcón, arrancando trozos de piedra, doblando vigas de metal como papel
de aluminio y enviando una ola de polvo y una ráfaga de aliento ardiente
sobre nosotros.
Pero no fuego. Casanova no estaba frente a un dragón, porque los
dragones eran Fey, no demonios. Y porque no era tan afortunado.
Entonces Adra, que no solo no se había molestado en moverse, hizo
un ligero movimiento, y la cosa retrocedió, reuniéndose abajo con la masa
de cabezas retorciéndose como serpientes sobre el cuerpo como de
dinosaurio.
Al menos, supuse que sí, pero Mircea me había arrastrado casi hasta
la puerta de la habitación interior, así que no podía ver mucho.
—¿Qué es? —le pregunté, tratando de ver.
—Una hidra.
—¿Cómo la matas?”
—No lo sé. —Su mandíbula estaba apretada. Mircea no estaba
acostumbrado a ser un espectador. No estaba acostumbrado a tener que ver
a alguien luchar mientras él se mantenía indefenso en el banquillo. No
estaba acostumbrado a ser el único sin poder en ninguna situación.
Bienvenido a mi mundo, pensé, y entonces Marlowe nos llamó.
Había vuelto a reunirse con la cónsul, que había vuelto a ocupar su
puesto tan pronto como la cosa desapareció. Y parecía estar pasando el rato
de su vida, inclinándose en el borde del precipicio, porque la barandilla
también había desaparecido. Había sólo unos pedacitos de metal retorcido
y cristales rotos aquí y allá, y un montón de viento soplando su cabello largo
y oscuro.
—Puede hacerse —dijo Marlowe, mirando hacia arriba mientras
tratábamos de encontrar un lugar visible.
—¿Cómo? —pregunté, mirando fijamente aquella cosa. Y buscando a
Casanova, al que no veía en absoluto.
—Hércules lo hizo, al menos según el mito.
—Casanova no es Hércules —dijo Mircea sombríamente.
—Hércules era un idiota —dijo la cónsul—. No vas por las cabezas.
—¿Por qué más irías tú? —preguntó Marlowe mientras Mircea tiraba
un vaso del camino para hacernos un lugar.
—El corazón. Sólo tiene uno de esos.
—Según el mito, el cuerpo viviría mientras quedara una sola cabeza.
—¿Alguna vez has sabido de algo que pueda vivir sin corazón? —
preguntó—. ¿Incluyéndonos?
—No, pero… Marlowe miró a su alrededor. Aún seguía con el traje
rojizo arrugado de ayer, pero ahora estaba más arrugado. Como sus rizos
enrollándose por el viento, volando por todas partes. Y aquellos ojos oscuros,
que parecían estar teniendo problemas para decidir qué enfocar—. Estoy
empezando a pensar que mi experiencia… puede necesitar una
actualización —dijo finalmente.
—¿De verdad crees que funcionará? —pregunté a la cónsul, con el
corazón en la garganta.
Ella levantó la vista y, por primera vez, tal vez por primera vez, estaba
sonriendo. No, estaba sonriendo completamente.
—Dile que lo clave y veamos.
Sonaba como un plan para mí.
Si pudiéramos encontrarlo. Pero era como si simplemente se hubiese
desvanecido. La criatura parecía pensar así, también, rondando alrededor
de la arena, las muchas cabezas extendiéndose por todas direcciones.
Incluso en los estrados en algunos casos, pululando a los demonios que se
derramaban fuera del camino, causando lo que parecía una marea en la
multitud.
Pero no había Casanova.
—¿Puede hacerlo invisible? —dije, preguntándome qué clase de truco
estaba haciendo Rian.
—No —me dijo Mircea—. O, si puede, nunca ha elegido hacerlo en
cuatrocientos años.
—¿Qué puede hacer ella? —pregunté, porque no creía que los poderes
normales de íncubo pudieran ayudar aquí. De hecho, no sabía qué haría,
menos un ejército. Lo que Rian no tenía.
—¿Qué puede hacer él? —preguntó Adra, acercándose. Y
posicionándose entre la cónsul y yo, para balancear sus piernas sobre el
boquete.
—¿Qué?
—¿Qué habilidades tiene?
—¿Qué diferencia hace eso? —Nada que él pudiera hacer iba a ayudar
ahora.
Pero Adra no parecía estar de acuerdo.
—Eso hace toda la diferencia. Eso es lo que hace la posesión.
Ocasionalmente, sí, puede darle poderes que normalmente no tendría. Pero
mucho más a menudo, simplemente aumenta los que tienes.
—¿Aumentar cuánto? —preguntó Marlowe bruscamente.
Adra le sonrió y le dio una patada en las piernas.
La cónsul no era la única que estaba pasándolo bien, pensé.
—Eso dependería del demonio —dijo Adra—. Pero mientras que los
íncubos no están entre los más poderosos de nuestra clase, Rian ha estado
en la tierra una… estadía prolongada. Ella ha adquirido una gran cantidad
de poder, y por lo tanto tiene más que prestar.
—Pero ¿qué puede hacer? —repetí.
Adra se encogió de hombros.
—¿Qué puede hacer tu vampiro? —preguntó de nuevo—. La posesión
para los humanos no aumenta mucho su poder, ya que, me perdonarás,
tienen poco que mejorar. Pero un vampiro… bueno. Fuerza, velocidad, todos
los sentidos y poderes de cualquier maestro que el vampiro pudiera tener
serían aumentados enormemente.
—¿Conoces los poderes de los maestros? —preguntó la cónsul.
Adra la miró.
—Querida.
—¿Cuánto? —repitió Marlowe.
Adra se encogió de hombros.
—Ve por ti mismo.
Y, de repente, lo hicimos. Casanova salió de detrás del gigante
caparazón hueco, que ya era todo lo que quedaba de su antiguo oponente.
Se veía increíblemente pequeño en lo que tenían que ser un par de campos
de fútbol de distancia. A diferencia de su oponente, que lo vio casi al mismo
tiempo que nosotros, y se fue directo por todo el campo de la arena hacia él.
—Mircea —dije, agarrando su mano.
—Le he dicho lo que sabemos. Será suficiente o no.
Sonaba tranquilo, pero su mano casi estaba partiendo la mía en dos.
Pero apenas me di cuenta, porque la hidra ya había cruzado uno de
los dos campos de fútbol y estaba desgarrando el segundo, Casanova todavía
estaba quieto allí. Sin vacilar, sin moverse, sin entrar en pánico. Haciendo
nada, hasta que la criatura estaba casi encima de él. Y luego se movió, tan
rápido que ni siquiera pude seguirlo con mis ojos.
Pero podía rastrear los resultados.
El gigantesco caparazón del escarabajo surgió repentinamente del
suelo y salió volando por el aire, cortando una franja oscura a través de la
arena como un enorme Frisbee. Un enorme Frisbee con un borde afilado
como cuchillo y bastante fuerza detrás de él para seccionar una montaña, o
una docena de gruesos cuellos como de serpiente, cortándolos como tiernos
vástagos de flor.
Las cabezas rodaban por todas partes, ríos de sangre brotaban, y una
figura diminuta de un hombre saltó por el cuerpo apaleado antes de que
pudiera regenerar cualquier cosa que hubiera perdido. No vi lo que usó como
cuchillo, tal vez otro pedazo de caparazón. Pero fuera lo que fuese,
funcionaba, penetraba profundamente y enviaba pedazos de la cosa a rodar
sobre su espalda, retorciéndose en una mancha que se extendida, mientras
la multitud se volvía loca y Casanova la apuñalaba, una y otra vez como un
loco, hasta que se cubrió con tanta sangre negra como la arena.
Y la cónsul estaba gritando —sí, gritando— la dignidad olvidada, el
cabello en el rostro, tan jubilosa como la multitud. Marlowe miraba, de
Casanova hasta Adra y de regreso, con la cara en blanco, pero con los ojos
ardiendo.
El brazo de Mircea tensándose, arrastrándome de regreso a la otra
habitación.
Inmediatamente, los sonidos ensordecedores de la arena se
atenuaron, dejándome con oídos resonando y una palpitante visión, cuando
mis ojos trataron de adaptarse al interior más oscuro.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté mientras Mircea seguía
avanzando, pasando por la mesa del buffet y casi hasta las puertas del
ascensor al otro lado de la habitación.
—¡Es extraño, iba a preguntarte lo mismo!
—Tú viste…
—¡Sí, lo vi! —Se giró sobre mí, ojos oscuros brillando—. ¡Te vi arriesgar
tu vida, otra vez, innecesariamente, tontamente! Estoy empezando a creer…
—¡Fue necesario!
—… ¡que tienes algún deseo de morir! ¿Que estabas pensando?
—¡Estaba pensando que él necesitaba ayuda! Estaba pensando que
alguien me pedía…
—¡Entonces les dices que no!
—Él era mi responsabilidad…
—¡Tu responsabilidad está ahí! —Fue hosco y lo puntualizó señalando
bruscamente en dirección general hacia el buffet.
Donde tardíamente noté que Jules estaba ahí torpemente de pie,
sosteniendo una copa de champán y tratando de parecer que no estaba allí.
Era un poco difícil, porque él y un Marco que ya no estaba suspendido eran
los únicos que quedaban en la habitación. Todos los demás habían
despejado, todos los hombres y mujeres finamente vestidos se abrían
camino entre los escombros del exterior para aplaudir educadamente al
vencedor.
Mientras que aquí, otra batalla se estaba preparando, y no era una
para la que estuviera preparada.
Acababa de despertarme. Todavía estaba en camisón rosa de algodón,
con el que había dormido, mi cabello estaba por todas partes y mi estómago
gruñía exigiendo desayuno. No quería hacer esto.
Pero Mircea obviamente lo estaba, y estaba aquí, visiblemente
enojado, lo que por lo general para un vampiro maestro significaba que
estaba a punto de arruinar la habitación. Ni siquiera quería saber qué
significaba para el jefe de negociadores del senado, que por lo general se
mantenía tranquilo incluso cuando todos los demás estaban en crisis. No
quería saberlo.
Pero estaba a punto de saberlo, porque no iba a darle lo que él quería.
—No puedo cambiar a Jules —comencé.
—¿Y por qué no? —me interrumpió—. Le expliqué el procedimiento.
Todo lo que tienes que hacer es envejecerle. Yo me encargaré del resto.
—Está bien, “no puedo” puede no haber sido la mejor elección de
palabra…
—Entonces hazlo. Nos estamos quedando sin tiempo.
—¿Sin tiempo para qué? —Miré hacia arriba, pero Jules
aparentemente estaba encontrando su copa de champagne fascinante—.
¿Jules va a alguna parte?
—¡Nuestro ejército va a alguna parte!
Fruncí el ceño.
—No te haré un ejército, Mircea. Te lo dije anoche.
—Y ahora has tenido tiempo de reconsiderarlo.
—No voy a reconsiderarlo.
—¡Maldita sea, Cassie! —La explosión me hizo saltar, porque Mircea
no hablaba así. A nadie, y especialmente no a mí. Pero tampoco se veía así
regularmente. El amante lúdico, atrevido y socarrón no se veía por ninguna
parte. En cambio, estaba frente a un hombre que estaba visiblemente
estresado y enojado, como si hubiera tenido muy poco sueño y demasiada
presión, demasiada, tal vez durante un largo período de tiempo. ¿Y qué
diablos había pasado anoche?—. Esto es por tu bien tanto como el nuestro
—me dijo con fuerza—. ¿Cuántas veces nuestros enemigos han intentado
matarte? ¿Cuántos asesinos han enviado? ¿Cuántas veces crees que vas a
tener suerte?
—¿Por qué es… —me interrumpí, poniéndome un poco enojada—…
que cuando alguien más esquiva una bala, es por habilidad, pero cada vez
que yo lo hago, soy “afortunada”? Maté a un Spartoi; ¿no tengo crédito por
eso? Acabo de asumir esto… esta cosa… ¿y qué? ¿Solo era el momento de
huir?
—Tienes poder, sí, algo que nos puede ayudar mucho en esta guerra
si se utiliza adecuadamente.
—Por ti, quieres decir. Divertido, Jonas parece pensar lo mismo.
—… pero eso es inútil si está mal dirigido…
—¿Mal dirigido?
—… y no importa cuán grande sea el arma, debe ser…
—¡No soy un arma, Mircea!
—Estoy muy consciente de eso…
—¿Lo estás? Porque estoy empezando a sentir que todo el mundo
piensa que soy sólo un arma para disparar. Pero no lo soy. Mi poder no lo
es. Vino a mí porque lo puedo utilizar mejor… o decidir cuándo no hacerlo
—dije, mirando a Jules.
—Jules quiere esto.
—Anoche no sabía lo que quería.
—¡Ahora lo hace!
—¿Lo quieres? —pregunté a Jules, porque alguna introducción aquí
sería buena.
Y ahora estaba examinando la bandeja de prosciutto, tratando de
probar una resbaladiza rebanada tan delgada como una hoja con un
pequeño tenedor.
—¡Jules! —le dije, y lo vi saltar.
—Yo… no he comido —dijo torpemente.
—¿Lo has decidido? —pregunté de nuevo—. Porque Mircea parece
pensar que sí.
—Yo… bien… es decir… —Miró a Mircea.
—¡No lo mires! Esto es sobre tu vida.
—Mi vida. —Jules soltó una carcajada y luego la apagó rápidamente.
—Puedes reírte si quieres —le dije—. Puedes hacer lo que quieras. Ya
no tienes un maestro…
—¡Lo sé! —Hizo un ademan y un arco de champán lo acompañó. Vio
su vaso vacío e hizo una mueca—. Lo sé, ¿de acuerdo?
—Entonces, ¿qué quieres hacer? —pregunté de nuevo. Y, a cambio,
recibí una mirada medio enojada y medio desamparada.
—Jules, tú eras un maestro. Has sido capaz de usar tu propia mente
sobre las cosas durante mucho tiempo…
—Sí, pero no se trata de cosas, ¿verdad? —preguntó—. Esto es sobre
todo. Todo mi futuro. Todo mi… pensé que las cosas estaban hechas.
Pensé… —Miró impotente a Mircea—. No es… Aprecio tanto, todo lo que
has… estaría muerto sin… Lo iba a hacer, iba a saltar, y me salvaste…
—Y lo haré de nuevo —le dijo Mircea.
—Sí, pero… —Esa mirada indefensa estaba de vuelta, arrugando su
rostro y agitando la mano que no sujetaba una copa. Jules siempre había
tenido manos tan expresivas, las manos de un actor. Y ahora estaban por
todas partes, pintando historias en el aire que no sabía leer, pero supongo
que sí, porque sus ojos estaban repentinamente distantes—. Nunca lo
averigüé, sabes —dijo finalmente—. La vida. Yo solo… Nunca tuve la
habilidad. Otras personas parecían entenderlo: se casaban, tenían hijos,
parecían entender, encajar, de una manera que yo nunca lo hice… —Se
interrumpió.
—Pero entonces te convertiste en vampiro —dije, porque quería que
llegara al punto ya.
Y pareció ayudar, porque asintió vigorosamente.
—Solo eso. Era un pésimo humano. No era un gran un actor, para ser
honesto, ni de cerca… Pensé que sería diferente, después. Pensé, tal vez es
esto, tal vez la razón por la que no encajaba como un ser humano era porque
no se suponía que debía ser uno. Tal vez esto es lo que estaba destinado a…
Pero no lo estaba. ¡También era un vampiro pésimo!
—Eras un maestro —dijo Mircea—. ¿Sabes cuántos…?
—¡Sí, lo sé! —dijo Jules, interrumpiéndolo. Y luego parecía afectado,
porque no interrumpes a tu maestro en el mundo vampiro. Simplemente no
lo haces—. ¿Ves? —dijo, casi en un susurro—. Ese soy yo, ahí mismo. Por
eso me enviaste a Cassie. Ese es el por qué me enviaste.
—No te envié por eso —dijo Mircea con pesadez—. Te envié a donde
mejor pudieras ser utilizado. Eres… fuiste poderoso, pero no sutil. Cassie
necesita defensores, no diplomáticos…
—Pero no la defendí, ¿verdad? —interrumpió Jules de nuevo,
inconscientemente, y reprimí una sonrisa. Realmente carecía casi
completamente de tacto, lo cual realmente debió apestar en un hogar
reconocido por su encanto y diplomacia—. Lo intenté, realmente lo hice,
¡pero ella terminó defendiéndome!
Él me miró.
—Me preguntaste lo que quiero. ¿Cómo se supone que debo saberlo?
Tal vez estaría mejor como un humano de nuevo. Tal vez una niñez de no
saber cuándo vas a comer de nuevo, o si serás comerciado con quien sea
que tenga unos pocos dólares para alquilar tu rostro bonito por una noche,
de que te digan que no eres bueno para nada cuando era tu trabajo el que
sostenía toda la maldita cantidad de ellos… —Se interrumpió, los labios
apretados.
—Jules… lo siento —dije.
De repente, ya no tenía ganas de reírme.
—Fue hace mucho tiempo —me dijo—. Pero siempre me he
preguntado si tal vez el comienzo que tuve en la vida fue lo que me jodió. Si
tal vez hubiera tenido una familia diferente, alguien a quien le importara…
Pero no puedes volver, ¿verdad? Puedes hacerme más joven, pero no puedes
borrar lo que pasó…
—Yo puedo —dijo Mircea—. Si eso es lo que quieres…
—No, puedes borrar la memoria. Pero y entonces, ¿quién sería yo?
¿De ser una metida de pata a… nada?
Mircea hizo un sonido frustrado, que era otra señal de que él no el
mismo hoy.
—Es difícil ayudarte cuando no pareces saber lo que quieres…
Jules asintió.
—Sí, exactamente. Antes de convertirme en un maestro, cuando era
un bebé vampiro, me dijeron lo que se suponía que era. Me dieron la ropa
adecuada para vestir, las palabras para decir, los trabajos que hacer.
Después, seguía esperando ser esa persona, solo… mejor de alguna manera.
Era como estar en un juego de ponerte el disfraz, decir las palabras, tratar
de permanecer en personaje… y lo hice. Yo lo hice. Pero he sido un personaje
desde hace tanto tiempo, no sé quién soy cuando estoy fuera de él. —Me
miró y extendió sus expresivas manos—. Cassie, no querías hacerlo, pero
me quitaste el traje, lo borraste. ¿Y ahora quieres saber lo que quiero?
¿Cómo diablos debería saberlo?
Lo miré y pensé que tal vez finalmente lo entendí. También entendí
algo más.
—No podemos saber lo que quieres, pero sabemos lo que no quieres.
—Miré a Mircea—. Él no quiere hacer esta elección hoy.
—¡Y yo no quería perder a once maestros esta noche!
—¿Qué?
—La redada. ¿Para la cual nos viste preparar?
Asentí.
—Doce operativos salieron; sólo uno regresó. Y tenían poder, cada uno
de ellos. Y habilidades. Y siglos de experiencia que no tienes. Y sin embargo
murieron.
—Pero… ¿qué puede matar a doce maestros? —pregunté con
incredulidad. Porque la respuesta debería haber sido nada. Enviar a un
maestro mayor, un vampiro de primer o segundo nivel, detrás de un
problema era no tener más problemas. Era como enviar un batallón entero.
Perder once…
Nadie perdía once.
—No lo sabemos —me dijo, pasándose una mano por el cabello—. En
este momento, no tenemos idea. Pero fue un ataque cuidadosamente
coordinado que requirió un conocimiento íntimo de nosotros. Hay muy
pocas personas con ese tipo de información, muy pocos que podrían haber
dirigido una serie de emboscadas lo suficientemente peligrosas como para
matar a los maestros de primer nivel.
—Crees que Tony y su grupo están detrás de esto.
—Esa es la suposición actual. Ciertamente tienen la mayor causa.
Pero si resulta ser exacto o no, hasta que los desarraiguemos, seguirán
llegando. Lo han demostrado, al menos. Y Antonio…
—Es una amenaza —estuve de acuerdo—. Y sabes que lo quiero más
que a nadie. Pero estoy un poco más preocupada por Ares ahora mismo…
—¡Ares quizá nunca regrese si sus partidarios son eliminados!
—Pero Rhea no vio a Tony volviendo a matarnos a todos, ¿verdad? —
pregunté—. Ella vio a Ares…
—¿Y le crees? ¿A una chica que apenas conoces?
—… y también lo hizo mi madre, y también las profecías de Jonas…
—Profecías, visiones, dame enemigos tangibles para luchar. ¡No puedo
luchar contra el aire!
Y eso era todo, ¿no? A Mircea realmente no le gustaba sentirse
indefenso, no le gustaba estar al margen, no le gustaba dejar su destino en
manos de otra persona. Un dios con toda su fuerza era demasiado,
demasiado para cualquiera de nosotros, y sabía que no podía luchar contra
él.
Así que estaba tratando de asumir lo que podía.
Lo entendía. Pero también entendía algo más. Que, si cedía en eso,
estaría cediendo a todo. Porque ¿cómo dar un paso atrás después de darle
a alguien un ejército? ¿Cómo lo rechazas cuando sabe que vas a ceder,
incluso con las cosas grandes, en las cosas enormes, porque ya lo has
hecho?
Si le daba a Mircea lo que quería, podría ayudar ahora, pero me dolería
más tarde. Y me dolería mucho. No sólo porque todos esos maestros
vampiros extras de repente correrían repentinamente por ahí, sino porque
acabaría confirmando que yo no era más que un arma para que él disparara,
cuando él eligiera hacerlo, a lo que él eligiera, y yo no podía ser eso. Yo no
podía hacer eso.
No, y pretender alguna legitimidad.
—Comprendo… —empecé.
—¿Lo haces? Entonces dame un ejército.
Y, está bien, me estaba enojando de nuevo, probablemente porque eso
había sonado muchísimo como una orden.
—No soy tu sirviente, Mircea.
—No te estoy tratando como a uno. Estoy señalando el mejor curso de
acción en la actual…
—Me estás tratando exactamente como a uno. No me estás
preguntando; me estás ordenando…
—¡Te estoy diciendo lo que necesitamos hacer para sobrevivir!
—¡Y te estoy diciendo que eliminar a Tony no resolverá el problema!
Ares tiene otros partidarios: las antiguas acólitas de Agnes, por ejemplo.
Creo que pueden estar detrás de las Lágrimas de Apolo para desplazarlo a
través de la barrera…
—¿La barrera que ha existido durante miles de años? Es probable que
tus acólitas estén detrás de las Lágrimas para capturarte a ti.
Sacudí la cabeza.
—Uno de los guardias del Cuerpo las oyó hablar. Dijo que están
planeando traer de vuelta a un dios…
—¿Y qué dijo el mago Marsden de esto, cuando le dijiste?
—No se lo dije. Rhea lo hizo…
—Entonces, ¿cuál fue su respuesta para ella?
—No parecía demasiado preocupado.
—¿Y eso te dice algo?
—¡Sí! Me dice que no me toma en serio. ¡Esperaba algo mejor de ti!
—Te tomo en serio…
—No, tomas en serio mi poder. ¡No es lo mismo! Si me respetas en
absoluto, dame…
Me detuve, porque Mircea acababa de cruzar sus brazos sobre su
pecho, un implacable pedazo de lenguaje corporal que nunca usaba. Su
estilo normal era accesible, abierto, relajado. Había una razón para eso, a
pesar de ser un poderoso maestro de primer nivel y un senador, la gente
hablaba con Mircea, de una manera que simplemente no hacía con otros de
igual rango.
Sólo que no parecía que estuviera demasiado interesado en hablar
ahora mismo.
—¿Para que puedas matarte con ellas? —preguntó.
—¡Así puedo hacer mi trabajo!
—Tu trabajo está aquí, encontrando a tus acólitas y ayudando a tus
aliados. ¿Cómo exactamente esforzarte por la guerra, se cumple al correr
por el tiempo detrás de un solo mago de guerra?
—Esto no es sólo sobre él…
—Por el contrario, esto es totalmente sobre él. ¿No ves lo que están
haciendo? ¿Lo qué está haciendo Marsden? Él era el amante de la última
Pitia, oh sí, lo sabíamos, y ahora está tratando de ejercer la misma influencia
de poder sobre ti. Pero es demasiado viejo para usar su propio encanto en
estos días; por lo tanto, él usa a otro…
—¿Pritkin? —Miré a Mircea con incredulidad.
—Debe ser irónico que sea el hombre que inició su asociación contigo
tratando de matarte —dijo Mircea sombríamente—. Pero has llegado a
confiar en él… demasiado. Y eso no ha pasado desapercibido, por nosotros
o por el Círculo.
—Pritkin nunca ha tratado de influir en mí…
—No ha tratado de influir en ti todavía. Pero lo hará, si lo mantienes
a tu servicio. Tal vez cualquier calamidad en la que se encuentre sea lo
mejor, antes de que se convierta en un problema aún mayor de lo que ya
es…
—¡Pritkin no es un problema! Y no se trata de él. Esta soy yo haciendo
una petición formal a un aliado…
—¿Como la que acabo de hacer? —Una ceja oscura se levantó—.
Sabes cómo funciona nuestro mundo, Cassie; siempre has sabido…
—Sabía cómo funcionaba para los demás. Pensé que éramos
diferentes.
—Somos diferentes. Pero tenemos dos relaciones…
—¡Hasta que decides lo contrario!
—Cassie…
—¡Dame las Lágrimas, Mircea!
Y lo sabía, lo vi en sus ojos antes de que ni siquiera pronunciara las
palabras.
—Dame un ejército.
—¡Maldita sea! —dije, y me desplacé.
—¿Vas a llamarlo? —Tami me siguió desde el salón, donde había
estado armando un rompecabezas con algunas de las niñas, a la cocina.
—Sí.
—Pero pensé que ibas a darle más tiempo.
—Ha tenido tiempo —dije, y agarré el teléfono de la casa.
Ella sonrió y deslizó algo de cereal delante de mí mientras
esperábamos la conexión. No tomó mucho tiempo, lo que no es
sorprendente, considerando que era poco después de las ocho de la mañana,
lo que significa que era tarde en Gran Bretaña. Y teniendo en cuenta que no
fue el hombre correcto, a pesar de que esta era su línea directa.
—Oficina de lord Protector —me contestó un funcionario con gran
resonancia—. ¿Cómo puedo ayudar?
—Poniéndome en contacto con Jonas.
—¿Y a quién debo anunciar?
—Cassandra Palmer.
Hubo un pequeño silencio en el otro extremo.
—Yo… preguntaré.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Tami, apoyándose en el mostrador,
con los ojos brillantes, mientras escuchaba a Elton John cantar sobre
diminutos bailarines.
—Preguntando.
—¿Qué hay que preguntar? Tú eres la Pitia. Deben de pasártelo.
—No, pasarían a Agnes.
Tami frunció el ceño.
—El… el lord Protector… está en una reunión —me informó el
secretario después de un minuto—. Me instruyeron arreglar… ¿una cita?”
Jonas necesitaba ayuda nueva, decidí.
Incluso su secretario sonaba como si supiera que era una mierda.
—Está bien —dije—. Sólo quería consultar con él antes de que
cualquier cosa fuera decidida.
—¿Decidida?
—Sí, ya sabes. ¿Sobre mi corte?
—Yo… ¿la corte de la Pitia?
—¿Tengo otra que no conozco?
—Yo… no. Es decir…
—Por favor, no lo hagas. Sólo dile que llamé, así no dirá que no lo
consulté.
—Consultarle…
—… antes de decidir hacer permanente la residencia de la corte en
Las Vegas…
Tami se echó a reír.
—… en vez de cualquier otra posibilidad que pudiéramos tener…
—Vuelvo enseguida —dijo el hombre, y la música de fondo
interrumpió bruscamente.
—¿Qué está pasando ahora? —preguntó Tami con ansiedad.
—Estoy en espera otra vez.
—Al menos esta vez es Queen —dijo Roy, sin siquiera pretender fingir
que no estaba escuchando.
No me importaba. Si me importara, lo habría hecho en el dormitorio,
bajo un hechizo de silencio. Pero me estaba cansando de tener que andar
de puntitas por mi propia suite, de tener que guardar secretos de las
personas que se suponía que eran mis aliados, de tratar de hacer mi trabajo
sin apoyo y con oposición activa la mitad del tiempo.
Y no era lo que importaba.
Mircea no iba a darme esa maldita poción de todos modos.
Por supuesto, Jonas probablemente tampoco. Le había dicho a Tami
la verdad anoche: no tenía muchas cartas para jugar con él. De hecho, tenía
exactamente una, que sólo había utilizado para tratar de conseguir que
contestará el teléfono.
Era el mismo problema que tenía con Mircea. Yo soy la Pitia, oírme
rugir puede sonar bien en teoría, pero en la práctica era mucho más
problemático. ¿Cuáles eran mis opciones? ¿Luchar contra Ares por mi
cuenta? ¿Huir con la corte Pitia como una especie de isla en una caravana
sobrenatural? ¿Nunca hablar con ellos otra vez? Estaba bastante segura
que no estaba en la descripción del trabajo. Estaba bastante segura que era
exactamente lo contrario de la descripción del trabajo, la Pitia se suponía
que era un puente entre los diversos grupos, acercándolos.
Aunque parecía que Agnes no había estado haciendo eso.
Casi me parecía un sacrilegio cuestionarla, pero estaba empezando a
pensar que tal vez su relación con Jonas había dado al Círculo delirios de
grandeza. Como si no necesitaran a nadie más, porque tenían a la Pitia. Y
en cuanto a los vampiros…
Bueno, no confiaban en la oficina.
Hasta que llegué.
Y ahora yo era Agnes 2.0, sólo que con un amante vampiro en lugar
de un mago. Quien obviamente esperaba los mismos privilegios que él
pensaba que Jonas había estado recibiendo. Y tal vez eso hubiera
funcionado en tiempos de paz; tal vez podría haber hecho lo mismo que
Agnes aparentemente había hecho, y permitirle al poder creer que hiciera lo
que quisiera mientras yo hacía lo que jodidamente me gustara. Demonios,
había estado haciendo eso de todos modos, porque no había tenido elección.
Pero no iba a funcionar para siempre.
Porque no era un Pitia en tiempo de paz. Era una Pitia en tiempos de
guerra, y los necesitaba.
Necesitaba que los dos trabajaran conmigo en lugar de dictarme, pero
no lo hacían. Y no sabía cómo hacerles entender, me estaba quedando sin
tiempo y Jonas no iba a darme una mierda, lo sabía, suponiendo que incluso
se dignara a hablar conmigo en absoluto, y…
Y entonces estaba en la línea.
—Cassandra.
—Lady Cassandra —se quejó Rian, porque había llegado a la cocina
a tiempo para oírlo.
Si la escuchó, no reaccionó. O probablemente no le importó. Me aclaré
la garganta y agarré una manzana del tazón, porque necesitaba algo en que
concentrarme.
—No estoy llamando por mi corte —le dije.
—Sé eso. —Era seco.
—O sobre el dinero.
Y, está bien, eso tuvo una ligera pausa. Y un ceño fruncido de Tami,
que es más práctica que yo, y probablemente tenía una lista de todas las
cosas que las chicas necesitaban. Pero no iban a morir si no las conseguían.
Había algo más.
—Estoy llamando por las Lágrimas de Apolo —le dije uniformemente—
. Rhea dijo que te las pidió.
—Ella lo hizo.
—También dijo que te dijo por qué. Mis acólitas…
—No conseguirán nada de nosotros.
Me concentré en la manzana, que podría haber oscurecido a sombra,
aunque podría haber sido mi imaginación. Y me dije que mantuviera mi voz
firme. Porque eso había sonado mucho como “y tampoco tú”.
—No puedes saber eso —señalé—. Pueden desplazarse a cualquier
lugar. Agnes las entrenó ella misma, y parece que han prestado atención.
—Un hecho del cual no estarías enterada si no las hubieras buscado.
—Ellas son mi responsabilidad…
—¡Muchas cosas son tu responsabilidad, y esas chicas son la menor
de ellas!
—No si obtienen las Lágrimas —dije, manteniendo la calma, porque
tenía que hacerlo. Tenía que hacer esto bien—. En el mejor de los casos, me
dejarán tratando con múltiples Myras, y en el peor de los casos…
—No habrá peor, ya que no obtendrán ninguna.
Y, está bien, eso de mantenerse calmada se estaba poniendo un poco
más difícil. La manzana definitivamente se sonrojó a más oscura, lo que
probablemente coincidió con mi rostro mientras luchaba por mantener la
irritación fuera de mi voz.
—Jonas, estaban buscando las Lágrimas cuando me encontré con
ellas. Mataron a Elias por ellas…
—Por lo que rendirán cuentas, te lo aseguro. —Sonó hostil—. Pero eso
puedes dejárnoslo a nosotros. Necesitas concentrarte en otras cosas…
—¡No puedo concentrarme en otras cosas hasta que esté segura sobre
las Lágrimas! Envíamelas, cualquier cosa que tengan, y entonces podemos…
—No puedo hacer eso.
—¡Maldita sea, Jonas! ¡Se supone que somos aliados! —dije, y noté
tardíamente que la manzana ahora era una viscosa papilla de manzana y
gravemente machacada.
Tami me entregó una toalla de papel.
—Un hecho que pareces olvidar últimamente. —Fue ácido—. Pero en
todo caso, no podría enviártelas, aunque quisiera.
—¿Y por qué no?
—Por la misma razón que sé que las acólitas no obtendrán nada de
nosotros. El último lote fue enviado a la corte una semana antes de que
Agnes…
—¿Una semana?
—… y en su ausencia, naturalmente no más han sido…
Jonas seguía hablando, pero tenía problemas para escucharlo por el
súbito rugido de mis oídos.
¿Cuánto es un lote?, gesticulé a Rhea.
Tres.
¿Tres?
—… y, en cualquier caso, se requieren seis meses para… ¿Cassie?
¿Cassie?

—Vaya, —dijo Tami, agarrando mi brazo, y pareciendo un poco


aturdida—. ¿Haces esto todo el tiempo?
—Se siente como eso —le dije, mirando alrededor de la sala de Agnes.
Estaba oscura, silenciosa y vacía, igual que la última vez. Lo cual no
era sorprendente, ya que era la última vez, o al menos la misma noche que
Rhea y yo habíamos visitado antes. Nos había traído varias horas antes.
Probablemente las acólitas todavía estaban en mi inauguración, y con Rhea
alrededor, las guardas nos ignoraban.
O tal vez había otra razón para eso.
Porque Tami no era simplemente increíble con los niños y una gran
cocinera. Ella era también una null mágica. Una de las raras brujas que no
podían hacer magia por sí mismas, pero aseguraban que nadie más lo
hiciera. O que algo funcionará.
Al menos, realmente eso esperaba, porque el hackear seguridad no
estaba en mi conjunto de habilidades.
—Está detrás de la pintura —le dije a Tami, que había superado la
desorientación de un desplazamiento de tiempo y estaba mirando alrededor
con aparente fascinación.
—¿Esto es donde vivían las Pitias? —preguntó ella.
—Hasta que explotó.
—Maldita sea —me dijo—. Tu lugar necesita una actualización.
—No me sentiría cómoda en algún lugar como este —dije, quitando la
pintura.
—¿Estás segura? Porque podría acostumbrarme. Podría
acostumbrarme a ello muy rápido —dijo, mirando el cristal de la barra.
—¿No te gusta la suite?
Puso los ojos en blanco.
—Cariño, eso no es una suite. Es una casa a medio camino. Sabes
que no puedes mantener eso, ¿verdad?
—Sólo han pasado un par de días…
—Un par de días es demasiado. Tienes que pensar en tu imagen.
Miré a Rhea, que no había dicho nada, pero cuyo silencio era algo que
decía todo.
—Es una suite en el ático —le dije.
Tami se echó a reír.
—Es una suite en el ático con agujeros de bala en las paredes, cunas
en todo el piso, y sin privacidad para esas chicas o para ti. ¡No sé por qué
has aguantado tanto tiempo!
—Otras cosas parecían más importantes.
—Sí, pero ahora tienes tu corte —dijo, uniéndose a mí. Y extendiendo
una mano, a unos diez centímetros de distancia de la superficie de la caja
fuerte—. Tienes que pensar en las chicas. ¿Sabes cuánto tiempo tuve que
esperar para el baño esta mañana? Debería haber bajado al vestíbulo…
¡habría sido más rápido!
—Casanova debería volver a trabajar pronto. Le preguntaré…
—¿Por qué? ¿Por qué pedirle algo? No tienes que quedarte allí. Podrías
vivir en cualquier lugar. Podrías vivir aquí. —Ella miró a su alrededor con
aprecio.
—¿Te perdiste toda la cosa-de la explosión?
—Está bien, tal vez no aquí, pero ya sabes a qué me refiero. En algún
lugar como este.
Fruncí el ceño.
—¿Qué está mal con Las Vegas?
—¿Las Vegas?
—Pensé que te gustaba.
—Para vacaciones, seguro. Pero no dice exactamente serenidad y de
otro mundo, ¿verdad?
—No soy serena y de otro mundo…
—Y no vas a vivir allí.
Fruncí el ceño un poco más.
—Es conveniente. MAGIA solía estar allí —le dije, hablando de la
versión sobrenatural de la ONU. Que recientemente había sufrido un
pequeño revés en forma de un dios enojado—. Están hablando de
reconstruirlo. E incluso si no lo hacen, muchos grupos todavía tienen
representantes en la zona…
—Esas cervezas de yarda larga, siempre son un empate.
—¡Y ahora el Dante tiene las mejores protecciones que cualquier lugar!
—El senado se mudó temporalmente mientras arreglan alojamientos a largo
plazo, y mejoraron la seguridad casi de inmediato—. Tiene sentido quedarse
allí.
—Simplemente te gusta quedarte ahí —acusó Tami.
No lo negué. A pesar del brillo y el glamour, Las Vegas había empezado
a sentirse como en casa. ¿Y cuáles eran mis alternativas? ¿Regresar a
Filadelfia? No tenía buenos recuerdos allí. ¿O Atlanta? Donde, sí, las cosas
habían sido mejores, si por mejor te refieres a vivir en constante temor de
ser atrapada por mi viejo y loco maestro vampiro, y luego casi muriendo.
Conocí a gente agradable en Atlanta, pero es difícil hacer amigos cuando
sabes que básicamente los estás poniendo en peligro. Así que, bueno, no me
perdía de nada.
Pensé que podría perder a Las Vegas.
Había lugares en los que había estado con gente a la que llamaba
amigos. Recuerdos que había hecho, incluso los descalabros, que eran
importantes para mí. Y la gente…
Mucha gente me importaba, incluso si algunos de ellos estaban
actuando como asnos.
Miré alrededor. En algún lugar como este, siempre me sentiría fuera
de lugar, inadecuada, como una niña vestida con la ropa de mamá, fingiendo
ser alguien que no era. Mientras que en Las Vegas… podías ser quien sea
que quisieras ser. A menudo pensaba que era el verdadero atractivo del
lugar. No la cerveza barata o la oportunidad de hacerse rico —que, en la
Franja, al menos, era básicamente cero— o los clubes o los espectáculos.
Una oportunidad de probar una nueva piel por un tiempo, hacer algo
diferente, ser alguien diferente.
Un banquero podría ser un ciclista.
Una secretaria podría ser una seductora.
Una lectora de manos podría ser una Pitia.
Además, Londres podría ser más elegante, pero también era más
estructurado. Todos los que habían estado en la vieja corte estaban aquí. Si
regresaba, esperaban que hiciera las cosas a su manera, a la manera
antigua. Pero en Las Vegas… sería mi corte. Y tal vez no sería tan serena o
tan perfecta, pero…
Pero podría ser más divertida.
—Creo que nos quedaremos allí por un tiempo, veremos cómo va —le
dije con indiferencia.
Tami me lanzó una mirada.
—Bueno, dondequiera que te quedes, necesitas un lugar más grande,
mucho más grande. Necesitas algunas áreas impresionantes para recibir a
los huéspedes. Necesitas un lugar donde puedas hablar, con un poco de
intimidad…
—Necesito esa caja fuerte —le recordé—. ¿Ya casi?
—Dale un minuto —dijo Tami, despreocupada. Porque supongo que
después de quebrar un par de docenas de establecimientos del Círculo, una
pequeña caja fuerte no parecía gran cosa—. Y un decorador —añadió—. Lo
último que necesitas es dejar que quien diseñó ese maldito escape del
infierno de hotel cerca de cualquier lugar que…
—Podrías hacerlo —exclamé antes de pensar.
¡Maldita sea! Había planeado esperar un poco para decir algo, como
hasta que tuviera algo de dinero. Pero ya era demasiado tarde.
—Podrías ayudar con… un montón de cosas —terminé torpemente,
porque ella me estaba mirando.
—¿Me estás ofreciendo un trabajo?
—Una… especie de trabajo.
—¿Qué es una especie de trabajo? —preguntó la Sra. Practicidad.
—Un… trabajo con un cheque de pago atrasado —dije, haciendo una
mueca—. Pero sólo hasta que pueda sacarle el dinero a Jonas —agregué
rápidamente.
—Nos diste un lugar para quedarnos cuando los niños y yo nos
habríamos quedado en la calle. Me diste un indulto de Marsden, para que
no me encerrara. Creo que puedo renunciar al salario por un tiempo —dijo
secamente.
—Entonces, ¿estás a bordo?
—¿A bordo de qué? ¿Jefa de niñera? Porque puedo hacer eso, pero…
—No. Estaba pensando más como jefa… coordinadora. Puedes
contratar a las niñeras, a los tutores y cualquier otra cosa que necesitemos.
Puedes ayudarme a encontrar un lugar para la corte. Puedes ayudar,
bueno… coordinando cosas.
No podía ser más específico que eso, ya que ni siquiera sabía lo que
necesitábamos. Nunca había pensado en una corte, menos en la mía. La de
Londres siempre había sido de Agnes en mi cabeza, y de alguna manera, el
hecho de que ahora fuera mía no se había registrado. Probablemente porque
la idea me asustaba hasta morir.
Pero me asustaba un poco menos con Tami.
Mire a Rhea.
—¿Estás bien con eso? ¿No estaría invadiendo tu territorio?
Rhea sacudió la cabeza.
—Ningún territorio. O… o algo más. Eso realmente suena… —Tomó
una respiración profunda, y casi pude ver algo del peso cayendo de sus
hombros—. Eso suena maravilloso —dijo honestamente.
—Bueno, supongo que podría darle una oportunidad —me dijo Tami,
pero distraídamente. Como si ya estuviera haciendo una lista mental de
tareas pendientes.
—¿Y la caja fuerte? —pregunté, porque parecía igual, con la barrera
pálida, casi invisible, todavía brillando débilmente frente a la puerta.
—No. —Tami giró su atención hacia la caja—. No se siente como si la
hubiera debilitado en absoluto.
—¿Debilitado? —preguntó Rhea—. ¿Eso es lo que estás tratando de
hacer?
Asentí.
—Tami es un null mágica. Si no está activamente reprimiendo sus
habilidades, las guardas se vendrían abajo cuando entra en una habitación.
—Fue así como solía atacar los malditos campos de internamiento del
Círculo —le dijo a Rhea—. Es difícil evitar a alguien que pueda entrar por la
puerta principal.
—Sin embargo, esta te está manteniendo fuera —dije, empezando a
preocuparme. Había visto a Tami drenar guardas más grandes, más rápido,
muchas veces.
Ella suspiró.
—Sí, podemos tener un problema.
—¿Qué clase de problema?
—Sabes cómo funciona una null, ¿verdad? —preguntó.
Asentí, pero Rhea negó.
—Nuestra magia está invertida —le dijo Tami—. En lugar de
proyectarse hacia fuera, tira hacia adentro. Específicamente, tira de otra
magia en un área y la destruye. Es como si tuviéramos un gran agujero
negro en algún lugar adentro, solo succionando toda la magia. Pero a
diferencia de un agujero negro, tenemos un límite, se llena. —Rhea asintió.
Me preguntaba dónde iba Tami con esto.
—Así que, la mayoría de las veces, no es un problema —dijo, mirando
la caja fuerte—. Para un fuerte null, el límite es realmente, muy alto. Un
talismán, al igual que los que utilizan para alimentar a la mayoría de las
guardas, por lo general puede drenarse en un par de minutos.
—Pero ya llevas mucho tiempo en eso —dije.
Ella asintió.
—Sí. Y si tengo razón, podría quedarme aquí todo el día, hasta que
estuviera llena hasta el tope, y no importaría. Esa cosa no está
debilitándose.
—¿Por qué no? Es sólo una guarda…
—Una guarda enganchada al sistema de líneas ley.
—¿Qué?
Tami asintió.
—Las líneas ley no son una batería sobrenatural, como un talismán.
Ellas son más como… un enlace directo al sistema eléctrico del mundo.
Grandes ríos de energía metafísica que sólo siguen yendo y viniendo. No
puedo absorber eso. Nadie puede.
Miré la pequeña caja fuerte.
—Pero… pero si las personas pueden enganchar una guarda
directamente en una línea ley, ¿por qué utilizar talismanes?
Se encogió de hombros.
—Porque las líneas no funcionan en todas partes. Además, es caro.
Cortar en una línea es un trabajo peligroso, y no es barato. Alguien debe
haber pagado una fortuna por todas las guardas alrededor de este lugar.
Porque si realmente, realmente quieres asegurarte de que nada y nadie
entre, así es como lo haces.
—¿Entonces no puedo acelerar el tiempo de la guarda tampoco? —
pregunté, porque esa había sido la opción número dos.
—Lo siento.
Y eso probablemente significaba que Marlowe lo había hecho de la
misma manera. Por no hablar de las trampas y engaños que había
preparado para los ladrones desprevenidos, todos las cuales eran
probablemente letales. No es de extrañar que las malditas acólitas todavía
no hubieran encontrado las Lágrimas.
Por supuesto, tampoco yo.
—¡Maldición! ¡Debe haber una forma!
—Si tienes el código de acceso de las guardas —estuvo de acuerdo
Tami—. De lo contrario, necesitas una manera de derribarlas, y luego un
saqueador de cajas para que puedas abrirla. O vas a estar aquí por mucho
tiempo.
Encontré a Rico en la cocina cuando regresamos, lavando los platos
del desayuno. Tenía su chaqueta y sus mangas enrolladas, mostrando los
músculos de los antebrazos. Su cabello castaño oscuro estaba desaliñado,
el cuello de su camisa estaba abierto, mostrando una V de piel bronceada y
una gota de espuma de jabón decoraba su mejilla. Parecía el sueño de toda
mujer, y descubrí a Rhea mirándolo fijamente.
También Rico y le guiñó.
Rhea no parecía saber qué hacer con eso. Tal vez porque los únicos
hombres en la corte Pitia habían tenido unos ochenta. Y porque las iniciadas
no parecían haber aprendido habilidades sociales normales. Como si
hubieran sido entrenadas para ser estoicas y serenas, pero no como
interactuar con chicos normales.
O no tan normales.
Rhea finalmente resolvió el problema haciendo un guiño torpe, lo que
hizo que Rico se echara a reír.
—Necesito un favor —le dije a él y asentí hacia ella. El hechizo de
silencio se cerró alrededor de nosotros.
—Mi sueño se hace realidad —me dijo Rico, todavía sonriendo a una
Rhea cada vez más nerviosa.
—Necesito abrir una caja fuerte. ¿Conoces a alguien que pueda
hacerlo?
Esos ojos líquidos se deslizaron hacia mí.
—¿Qué clase de caja fuerte?
Algunos días, me encantaban los vampiros. No había ninguna
pregunta sobre lo que había dentro de la caja; no hay debates sobre la
posible legalidad. Solo ¿De qué tipo es?
Saqué mi teléfono móvil de mis jeans y le mostré una foto.
—De este tipo.
Una solicitud para cometer un delito grave y ni siquiera parpadeó.
—¿Tiene que estar funcionando después? —preguntó, quitándome el
teléfono.
—No me importa si la arrancas con la maldita pared.
Subió una ceja.
—¿Qué hay de las guardas?
Miré a Rhea.
—Las guardas… no van a ser un problema —dijo, un poco sin aliento.
—¿Ningún un problema? ¿Entonces esta es la caja fuerte de un
humano?
Ella me miró.
Suspiré y expliqué.
—No, pero la casa donde se encuentra, está a punto de explotar, por
lo que las guardas estarán fuera de línea.
Una segunda ceja se unió a la primera.
—Suena intrigante.
—Estará bien —dijo Rhea, como si estuviera tratando de convencerse
tanto como él—. Nadie debe estar en la habitación en el momento…
—Si la casa está a punto de estallar, eso parecería prudente —dijo él
con suavidad.
—… pero estaremos en el lado seguro…
—¿Fue un juego de palabras? —bromeó.
Rhea pareció confundirse un poco más.
—Rico —dije con impaciencia—. ¿Conoces a alguien que pueda
hacerlo?
—Sí, yo.
Dudé.
—Entendiste la parte sobre abrir una caja fuerte en medio de un
Armagedón, ¿verdad?
Sólo me miró.
Bien. Era su decisión.
—Hay otra cosa.
Su mirada se volvió cortésmente curiosa.
Me mordí el labio, tratando de averiguar cómo expresar esto sin decir
que era un vampiro extraño.
Pero lo era. Él lavaba platos, lo que vampiros maestros
definitivamente. No. Hacen. Le gustaban las armas, las que muchos
vampiros despreciaban por ser innecesarias y demasiado humanas. Me
había dado la impresión en el corto tiempo que lo conocía, que no le
importaban mucho las reglas, ni siquiera las reglas de vampiros.
Lo que era bueno, porque estaba a punto de pedirle que rompiera una,
una grande.
—Por lo pronto Mircea no debe saber nada de esto —le dije finalmente.
Rico frunció el ceño.
—Ya sabes, no enseguida —agregué rápidamente, porque por
supuesto él le diría al jefe tarde o temprano. Sólo prefería que fuera más
tarde.
Mucho más tarde.
Como después de que tuviera a Pritkin de regreso y tuviera más
tiempo para ser gritoneada.
No es que Mircea gritara; no era su estilo. Pero ciertamente haría notar
su disgusto. Lo que estaba bien; podría lidiar con eso. Con lo que no podría
tratar sería con su intento de detenerme, porque él era un maldito sordo y
podría tener éxito, ¡y no tenía tiempo para esto!
Rico frunció el ceño un poco más.
—No somos sus hombres —me dijo—. Somos tus hombres. Nos envió
a ayudarte.
—Y para informar sobre mí.
—No me ha pedido que lo haga.
—No es necesario. Hay muchos otros…
—… y no le diría si lo hiciera.
Parpadeé.
—¿Disculpa?
Apoyó un codo en el mostrador, con un entrando movimiento elegante.
—Soy un maestro mayor, Cassie. Hago lo que quiero.
—No es así como funciona el mundo vampiro.
—¿No lo es? Estoy emancipado. El lazo de sangre ya no me sostiene.
—¿Entonces, por qué estás aquí?
—Me gusta aquí.
—A nadie le gusta esto. —Los chicos llamaron a este lugar Australia.
Porque habían sido exiliados de la corte principal en el estado de
Washington y habían sido enviados a una tierra abajo, llena de calor, locura
y el peligro frecuente. No era la ubicación favorita de nadie.
Pero Rico no parecía verlo así.
—A mí sí. La vida en la corte me pareció muy agradable y muy bonita.
Y muy aburrida. Todo es demasiado perfecto allí, demasiado controlado. —
Sonrió—. Me gustan las cosas desordenadas.
—Entonces has venido al lugar correcto.
Él asintió.
—El día que llegué, fui atacado por magos, casi estallé y llegué a estar
muy cerca de ser comido vivo por un dragón.
—¿Y te ha gustado eso?
—No estaba aburrido.
Bien
—¿Y Mircea?
—Me parece que me gusta la idea de saber algo que el maestro no.
—A mí también. —Miré a mi alrededor para ver la cabeza de Fred
atravesando las persianas que separaban la cocina del salón, comiéndose
una manzana. Debe haber estado arrodillado en uno de los taburetes de la
barra para poder espiarnos. Le fruncí el ceño—. ¿De dónde sales?
—Mi madre siempre dijo que yo salí del cielo…
—¡Fred!
—… aunque otros han expresado ocasionalmente un diverso punto de
vista.
—¿Cómo hiciste eso?
—¿Hacer qué? —Siguió masticando—. ¡Oh, la cosa del silencio! —Él
se encogió de hombros—. Es un hechizo amortiguador, no un escudo. Y tuve
curiosidad cuando el splash de los platos de repente se detuvo.
—¡Ten menos curiosidad!
—No tendré que tenerla, porque voy.
—No vas.
—Claro que voy.
—¿Y por qué debo dejarte?
—¿Porque eres inteligente? Vas a necesitar a alguien que te cuide la
espalda, y Rico no puede hacer eso y romper la caja fuerte al mismo tiempo.
—¿Quién dice que no puedo? —Rico se veía ofendido.
—Yo lo digo. Y, de todos modos, necesitarás una coartada. Le diré a
todo el mundo que vamos de compras.
Le fruncí el ceño.
—Nunca voy de compras.
—Bueno, deberías. Tu armario está lleno de vestidos de baile y
camisetas viejas destartaladas. Necesitas ropa normal.
—Necesito que me examinen la cabeza.
—¿No lo necesitamos todos? Entonces, ¿cuándo nos vamos?
Me tambaleé un poco y bajé a una rodilla. Pero la rodilla golpeó
mármol pulido en vez del azulejo de la cocina, así que estaba bastante
segura que lo habíamos hecho. Solté un suspiro de alivio.
Y luego vomité.
—¡Cassie! —Fred me agarró, lo que no ayudó, porque ya estaba abajo.
Pero entonces Rhea me sostuvo el cabello hacia atrás, lo que sí ayudo. Y
Rico tomó una posición delante de nosotros, la pistola hacia fuera, mirando
sombrío, dándome tiempo para recomponerme.
Maldita sea, sabía que no debería haber intentado desplazar a cuatro.
Cuatro era una putada. Pero los cuatro eran necesarios: Rico para abrir la
caja fuerte, Fred para cubrir su espalda mientras lo hacía, yo en mi papel
habitual como taxi-desplaza-tiempo y Rhea…
Rhea para darme un impulso para que pudiéramos regresar todos,
porque estaba vacía.
Me pasé el brazo de la camisa por los labios y levanté la vista.
Estábamos en un rincón oscuro del salón de baile de la palaciega casa
de Londres que hasta hace poco había albergado la corte Pitia. En realidad,
todavía las albergaba, porque nos había traído de vuelta a justo antes de
que todo hiciera kabloom. No porque yo fuera una amante del castigo, sino
porque las acólitas idiotas que estaban a punto de volar este lugar a lo alto
del cielo habían pensado en apagar las guardas primero.
Pero como la razón por la que las guardas estaban abajo eran las tres
o cuatro docenas de magos oscuros en las instalaciones, no creía que
arrastrarse por los alrededores fuera una gran idea.
—Vamos —les dije, y me puse de pie.
Atravesamos la habitación abierta, pasando por las puertas francesas
que habían sido reemplazadas después de que Mircea y yo ayudáramos a
borrarlas en algún momento en la década de los ochenta. Nos quedamos
fuera de la línea de visión de la sala principal, donde otra yo estaba a punto
de disparar a un trío de desgraciadas brujas. Y terminamos al lado de la
pared donde una vez Agnes había sido congelada por una diosa disfrazada.
Por un momento, todo lo que vi fueron paneles de madera gótica, del
tipo que parecía que pertenecía a la biblioteca de un caballero en lugar de
un salón de baile. Pero estaba allí por una razón. Porque cuando Rhea giró
una roseta de madera, una estrecha sección de la pared se deslizó hacia
atrás, revelando una estrecha escalera oculta.
—Magos en el segundo piso —les recordé suavemente mientras
dejábamos el primero atrás.
—¿Y por qué no estamos en el tercero? —susurró Fred—. O mejor aún,
dentro de la habitación, ¿por qué tomamos la ruta panorámica?
—¿Porque no quiero materializarme en una habitación llena de magos
oscuros?
—¿Por qué estarían allí? ¿Por qué alguien estaría allí? ¡Este lugar está
a punto de estallar como fuegos artificiales!
—Porque así es mi vida —siseé, mientras Rico abría cautelosamente
los paneles en el vestíbulo de Agnes.
Y los regresaba lo más rápidamente posible.
—¿Qué? —pregunté, moviéndome hacia el frente para poder ver—.
Mierda.
—¿Qué es? —preguntó Fred.
—Algunos de los magos que se supone que no están aquí.
—¿Qué? —Él metió la cabeza bajo mi brazo, para poder echar un ojo
a la grieta en la puerta. Y vio lo mismo que yo: dos chicos holgazaneando,
fumando. Como si todo este lugar no estuviera a punto de hacerlo.
—¿Qué diablos están haciendo allí?
—Haciendo un humo.
—Haciendo… eso es simplemente estúpido.
—No si las acólitas no mencionaron que este lugar estaba a punto de
arder en llamas —susurró Rico.
—Ellas no harían eso —dijo Fred, sonando sorprendido—. ¿Lo harían?
—No las conoces. —Esa fue Rhea, su rostro generalmente suave
estaba cubierto por algo que parecía odio—. Las sectarias, ellas son… no les
importaba. Dos docenas de niñas, y no les importo.
—Es seguro decir que no les importo cuántos magos salieron de aquí
—le dije a Fred.
—Sin ofender —susurró—. Pero tus acólitas son mierda.
No había argumentos. Pero ellas no eran el problema en este
momento, sus secuaces lo eran, y el cómo moverse alrededor de ellos. Y no
teníamos mucho tiempo
Y luego teníamos menos.
Un sonido familiar vino de abajo. Un sonido como una puerta que se
abre en algunos paneles. Después tacones empezaron a golpear las
escaleras, muchos de ellos. Como si tal vez alguien nos hubiera visto venir
y tuviera algunos amigos con ellos para comprobarlo.
—Maldición —dijo Fred.
Sí, eso lo resumía. Miré hacia atrás al otro lado, pero estaba peor que
antes, ya que a los fumadores se les había unido un tipo arrastrando una
sábana hecha bolsa. Una bolsa que hacia ruidos con lo que, suponía, era
todo lo valioso que pudo encontrar.
—Están saqueando —susurró Rhea, temblando porque estaba tan
furiosa.
—Puedo con ellos —me dijo Rico, con los ojos oscuros nivelados.
Y sí, probablemente podría. Pero no sabía con certeza que esos
hombres no salieron de aquí. Y mientras que no desperdiciaría lágrimas en
un montón de asesinos de niñas, ya estaba arriesgando la línea de tiempo
lo suficiente tal como estaba.
—Podría desplazarnos adentro —dije a regañadientes, cuando las
botas que se acercaban golpearon el segundo piso.
—¿Estás segura?
No. Los muebles podrían haber cambiado de posición, más de sus
amigos todavía podría estar allí, mil cosas podrían salir mal. Como no tener
suficiente poder para regresarnos, lo cual no sería divertido.
Pero entonces tampoco esto lo era.
Y luego empeoró.
—¡Oye! —Vino de la escalera detrás de nosotros—. Oye, arriba…
“Aquí” no se dijo, porque el cuchillo de Rico estaba enterrado en la
garganta del orador.
¡Mierda!
—Revisen —gritó una voz desde abajo, y las escaleras empezaron a
temblar bajo varios tacones.
Y luego nos tropezábamos por el pasillo, porque las probabilidades
eran mejores aquí, aunque los magos no se hubieran movido. Y aún no lo
había hecho, incluso para levantar la vista, cuando cuatro desconocidos
emergieron de una pared al otro lado del pasillo.
El panel se cerró detrás de nosotros, y entonces vi a Fred, mirando
fijamente a los hombres inclinados sobre sus bolsas.
—¿Los tienes? —susurró Rico.
—Creo que sí —murmuró Fred.
—Estás seguro.
—Tú asegúrate —gruñó en un susurro Fred—. ¡Tres es jodidamente
difícil!
—No si están distraídos —dijo Rico. Y un segundo después, uno de
los magos se dio la vuelta y golpeó al tipo que estaba a su lado.
—¿Qué diablos? —Su amigo levantó la vista, un candelabro de plata
en una mano y su abultada mejilla en la otra.
—¡Eso es mío! —dijo el primer mago, agarrando el candelabro.
—Consigue el tuyo. ¡Yo encontré este!
—Y yo lo quiero.
—Lo que quieres es un labio partido que coincida con esa cabeza —
dijo el segundo chico—. Y lo vas a conseguir si no lo sueltas.
—Jódete —fue la respuesta elegante.
Es por eso que el mago número uno tuvo su nariz golpeada un
segundo más tarde.
—Date prisa, antes de que empiecen a lanzar hechizos —dijo Rico, y
comenzó a jalarnos hacia el dúo golpeándose.
—¡Van a vernos! —dijo Rhea, retrocediendo.
—No verán nada.
Ella me miró y yo asentí. No sabía exactamente lo que estaba pasando,
pero podía adivinar. Todos los vampiros podían hacer sugestiones, pero
basándome en experiencias recientes, estaba asumiendo que el grupo de
Mircea era mejor que la mayoría. Lo que significaba que Fred probablemente
les haría jurar que el cielo era rojo si quería.
Al menos un rato. Pero parecía que tal vez este tipo de cosas eran
difíciles, porque ya estaba sudando. Y teniendo en cuenta que los vampiros
no sudan, eso no era una gran señal.
—Vamos —le dije, y empezamos a bajar por el pasillo, justo cuando
alguien empezó a buscar en los paneles detrás de nosotros.
—No. Corras —dijo Fred con fuerza, empujando a Rhea hacia atrás
mientras avanzaba.
—¿Por qué no? —Ella miró alrededor, los ojos enormes.
—Porque la gente te nota cuando corres.
—¿Y no se darán cuenta si caminamos junto a ellos?
—No.
Y no lo hicieron, al estar demasiado centrados el uno en el otro para
prestarnos ninguna atención.
Por desgracia, eso no fue cierto para los que salieron de la escalera
oculta detrás de nosotros un momento después.
—¡Allí! —dijo alguien, y un hechizo pasó por encima de nuestras
cabezas, fallando sólo porque Rico nos empujó en el mismo segundo.
No tuvo que empujar a Fred, que ya había golpeado el suelo, todavía
mirando a los magos delante de nosotros. Hasta que la pared junto a su
rostro estalló en llamas cuando el hechizo golpeó, haciéndolo maldecir y
retroceder.
Y perder el control sobre el pequeño grupo de ladrones.
Afortunadamente, estaban demasiado ocupados luchando entre sí
para notarlo. Y los chicos detrás de nosotros, que supusieron que los
habíamos atacado. Y no parecía que el Círculo Negro fuera mejor al hablar
de diferencias con el Plateado.
Tanto para no alterar la línea del tiempo, pensé sombríamente. Y por
una vez, esperaba que mis acólitas asesinas realmente lo fueran, y que
ninguno de estos hombres había sido predestinado a salir de aquí de todos
modos. Pero no había tiempo para preocuparse por eso ahora, no había
tiempo para nada más que avanzar sobre manos y rodillas mientras la
batalla rugía por encima de nosotros y nos dirigíamos hacia la puerta.
A la que de alguna manera llegamos antes de que algo nos golpeara,
tal vez porque Rhea protegía todo lo que valía la pena.
Al menos supuse que era por eso que un hechizo se desvío en el aire,
tal vez unos centímetros por encima de nuestras cabezas, golpeó el escudo
de otro mago, y luego salió rebotando, golpeando escudo tras escudo antes
de finalmente encontrara un objetivo en el techo.
Abriendo un agujero en él.
El yeso llovió, el polvo se extendió en una nube asfixiante, y la puerta
que finalmente habíamos alcanzado estaba abierta. Un montón de más
magos vinieron, atraídos por la locura. Pero gracias al camuflaje que
acabábamos de desatar, no nos vieron.
Hasta que cayeron sobre nosotros.
El escudo de Rhea había dejado de ser un fantasma en algún
momento, así que sentí cada pedazo de las botas en mis costillas, cuando
uno de los magos tropezó sobre mí. Y entonces Rico sacudió al resto, que
estaba tratando de volver a entrar a la habitación, en la refriega. Botas
pisotearon, abrigos golpearon mi rostro, gritos, maldiciones y silbantes
hechizos de repente se intensificaron. Pero no me importaba. Tenía el ojo
puesto en la puerta abierta, y me sumergí en eso, los otros se deslizaron,
gateando, y, en el caso de Fred, rodando junto a mí.
Y entonces alguien golpeó la puerta.
—¿Cómo es que eso va a ayudar? —preguntó Fred, con una voz un
poco alta.
—¡No, pero esto lo hará! —gruñó Rhea, y golpeó su mano contra un
pequeño botón en la pared.
Lo había tomado por un interruptor, pero supongo que no. Porque un
escudo brilló justo delante de mi cara un segundo después, casi lo
suficientemente cerca como para cortarme la nariz. ¡Pero no importaba,
porque estábamos dentro!
—Oh —dijo Rhea suavemente, su ira se evaporó en sorpresa mientras
miraba alrededor.
Y, sí. El lugar parecía un poco diferente ahora. La mesa de café estaba
agrietada, muchos cojines del sofá estaban destrozados, el bar había sido
vaciado de su cristal y la mayor parte de las bebidas. Unas cuantas botellas
vacías yacían sobre sus costados, encima de alfombras manchadas y sucias,
en las que se marcaban las huellas de decenas de botas con barro. Parecía
que habíamos llegado al final del saqueo.
Lo que hacía extraño que la caja fuerte siguiera allí y todavía intacta,
a pesar de que el Van Gogh se había ido.
Un momento después, entendí por qué.
—¡Mierda! —Rico sacudió su mano.
—¿Qué es? —Me apresuré.
—Guardas.
—Pero se supone que están abajo. ¡Es todo el punto de esto!
—Probablemente la caja fuerte fue protegida para ser independiente
de la red de la casa. O eso o…
Miró hacia la puerta.
Pero Rhea ya estaba sacudiendo la cabeza.
—Es sólo una guarda perimetral. No debería afectar a nada más.
Y muy mal si lo hacía, porque no podíamos exactamente quitarla, ¿no?
—¿Cuánto tiempo durará? —le preguntó Rico.
—¿Diez minutos? Quizá un poco más. Fue concebida como un nivel
adicional de protección para la Pitia en tiempos de angustia.
—Bueno, creo que esto califica —murmuró Fred detrás del sofá.
Estaba haciendo algo, pero no podía decir qué. Pero si se agazapaba, no
tenía la intención de decir nada.
Apuesto a que no sería voluntario la próxima vez.
—No soy mago —dijo Rico—. Pero conozco algunos trucos. Mientras
tengamos tiempo, los usaré.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Rhea, mordiéndose el labio.
—Entonces seré rápido. —Le lanzó una devastadora sonrisa sobre su
hombro—. Aunque ese no es mi estilo habitual.
Ella lo miró completamente en blanco. Él sonrió ampliamente. Fui a
ver lo que Fred estaba haciendo.
Estaba detrás del área con muchos cojines, pero no estaba agazapado.
Estaba observando algo muy feo. Supuse que lo había sacado de la gran
bolsa que había en el suelo junto a él, la que uno de los ladrones debía de
haber dejado caer al salir por la puerta.
Aunque el hecho de que cualquier ladrón quisiera esa cosa estaba más
allá de mí.
—¿Has visto esto? —preguntó él, levantando la vista.
—Sí. Y no querría volver a verlo.
—Es un infierno de cosa —me dijo.
—Es un bezoar.
—Eso es lo que quise decir. —Me lo mostró—. Alguien sacó eso del
estómago de una cabra, lo preparó y lo convirtió en una taza.
—Lo sé —dije, tratando de no retroceder, pero la cosa era
desagradable. Y eso a pesar del bonito entramado de oro esmaltado que
alguien había añadido en un seriamente equivocado intento de añadir algo
de clase. Aunque podrían haberlo hecho por otra cosa, yo no sabía, ya que
básicamente era una suave pelota peluda color estiércol.
Ahora parecía un huevo Fabergé peludo y color estiércol.
—¿Por qué harían eso? —preguntó Fred.
—Lady Phemonoe coleccionaba remedios de venenos —le dijo Rhea,
echando un vistazo a la estantería vacía. Que, hasta hace poco, había
contenido la colección de tazas más espeluznante del mundo. La que parecía
estar ocupando el saco que Fred estaba mirando.
—¿Todas ellas? —preguntó Fred, claramente fascinado—. ¿Aun el
cuerno?
—Se creía que los vasos de cuerno vibraban al contacto con el veneno
—le dijo—. Los viticultores usaban un cuerno en su cuello cuando probaban
su vino, para asegurarse de que no se había hecho.
—¿En serio?
—El cristal de roca era similar —agregó mientras sacaba otra taza—.
Cuando se expone al veneno, se supone que pierde su transparencia y se
vuelve turbio. Éste se fija con la amatista, se creía que cambiaba su brillo
cuando se acercaban cosas envenenadas.
—¿Y el de los dientes de tiburón?
—Fred —dije, interrumpiendo—. ¿Puedes hacerme un favor y tratar
de encontrar alguna botella de pociones que Rhea y yo podríamos haber
pasado por alto? Tu nariz puede ser capaz de captar algo que no hicimos.
—Bueno, sí —estuvo de acuerdo—. Por eso vine aquí. Estas cosas
apestan.
—¿A poción? —pregunté bruscamente.
Él asintió.
De repente estuve mucho más interesada en la extraña colección.
—Probablemente haya residuos en la mayoría de ellas —dijo Rhea,
mirándome con una disculpa—. Estas no eran sólo para mostrar. Ella las
usó. No bebía en nada más.
Fred silbó entre sus dientes.
—Guau, ¿muy paranoica?
—No era paranoia —dijo Rhea—. Se había profetizado que ella moriría
por veneno si no estaba alerta.
—Pero ella era Pitia. ¿No sabría si alguien estuviera intentando
meterle algo?
—¿Cómo lo sabría?
—Sólo pensé que tendría una visión o algo así.
—No tenemos visiones sobre nosotras mismas.
—Oh. —Fred parecía que no lo sabía—. Bueno, parece que se lo tomó
en serio. ¿Dientes de tiburón?
Miré a Rico, que acababa de sacudir su mano de nuevo, maldiciendo
suavemente. Pero no podía ayudarlo.
Así que encontré un lugar en el sofá en ruinas y me senté, un
momento después, Rhea se unió a mí. Como si estuviéramos teniendo una
charla educada en lugar de saquear el lugar de una mujer muerta mientras
los ladrones golpeaban la puerta y una bomba marcaba sus últimos
minutos.
—Una cura en lugar de una prevención —le dijo a Fred—. Los dientes
de los tiburones colocados en una copa de ágata, se decía que ambos hacían
inofensivo el veneno. Como el bezoar.
—¿Y éstas? —Fred sacó una miscelánea de objetos del fondo del saco.
Una pequeña taza de oro con rubíes. Un puñado de piedras preciosas,
algunas del tamaño de un mármol, otras grandes como huevos de gallina.
Un enredo de amuletos. Algunos huesos carbonizados.
—Por precaución extra, podrías añadir un bezoar o un amuleto a la
taza —explicó Rhea—. Lady Phemonoe solía usar varias.
—Pero eso es… sólo superstición. Ella tenía que saber eso, ¿verdad?
No funciona.
—Funcionó —dije—. Simplemente no de la manera en que fue
pensado.
—¿Cómo entonces?
—Es lo que la mató.
Fred miró la taza en sus manos y la dejó caer como si estuviera
caliente.
—No van a hacerte daño —le dije—. Fue un amuleto lo que lo hizo.
Contenía arsénico…
—¿Arsénico?
—… debido a una vieja creencia de que el veneno atraía al veneno y lo
sacaría de lo que sea en que fuera sumergido.
—Eso… parece una muy mala idea.
—No se suponía que fuera posible hacerlo.
—Pero lo hicieron —señaló.
—Tuvo ayuda.
—¿Ayuda? —Fue Rhea. Ella había estado mirando de uno a otro, pero
ahora sus ojos se centraron en mí.
Y recordé: no mucha gente sabía con certeza cómo había muerto
Agnes. Había rumores, por supuesto. Pero los reputados periódicos,
controlados por el Círculo, habían hecho un muy buen trabajo
deteniéndolos.
Supongo que no querían dar ideas a la gente.
Pero Rhea había sido parte de la corte de Agnes; merecía saber.
—Fue Myra —le dije, hablando de la ex heredera de Agnes, que había
sido demasiado impaciente para heredar—. Ella hizo un agujero de alfiler
en uno de los amuletos…
—¿Ella hizo qué?
De repente, deseé haber mantenido la boca cerrada. Porque Rhea
acababa de ponerse blanca como una sábana. Pero ya era demasiado tarde.
—Eso, mmmh, eso permitió que el veneno escapara un poco cada vez
que fue usado —le dije—. Agnes, bueno, ella hizo el resto por sí misma, cada
vez que tomaba un trago.
—¿Por qué… por qué no nos dijeron esto?
—Pensé que lo habían hecho.
—No. No. —Parecía afligida.
Qué manera de meter la pata, Cassie, pensé sombríamente.
—¿Lo sabía el lord Protector? —preguntó Rhea, usando el título oficial
de Jonas. Y luego no me dio tiempo para responder—. Por supuesto que sí.
¡Por supuesto que sí!
—Bueno, sí —dije, para aclarar.
—¿Por qué haría eso? —preguntó, con una expresión entre lágrimas
y rabia—. ¿Por qué la privaría de su derecho?
—¿Qué derecho? —preguntó Fred—. Ella está muerta.
Le lancé una mirada.
—¡El derecho a vengarse de su agresor!
—Pero… está muerta —repitió Fred, como si tal vez Rhea se hubiese
perdido aquella parte.
—¡Pero su alma no! —chasqueó.
—Sí, bueno, estoy seguro que está, mmh, en un lugar mejor —dijo
Fred torpemente.
Rhea sacudió la cabeza.
—No entiendes, la Pitia dedica su vida a su propósito, y es
recompensada al permitírsela la fusión con otra al morir.
—¿Fusión?
—Su alma emigra a otro cuerpo, un cuerpo de acogida.
—Sólo… ¿alguien? —preguntó Fred, de repente alarmado. Y me miró
por el rabillo del ojo.
—Alguien que quiera —aclaré.
—Oh, bueno, porque no me estoy ofreciendo, en caso de que te lo
preguntaras.
—No lo hago.
—Bueno porque… en serio, en realidad no.
—Bien.
—Quiero decir, ni siquiera un poco…
—¡Fred!
—Tenemos que encontrarla —intervino Rhea—. ¡Tenemos que darle
esa oportunidad!
—Myra ya está muerta —dije, tratando de pensar en una manera de
cambiar el tema.
—¡Sí, pero las otras no, tenían que saberlo, eran como uña y carne,
todas ellas, no hay manera de que no…!
—Rhea.
—¡Tenemos que encontrarla! Ella puede ayud…
Se detuvo repentinamente, probablemente por la expresión en mi
rostro. La habilidad diplomática de Mircea. Tenía mucha diversión. O
incluso algunas de esas habilidades de comadreja que sacan preguntas que
no quieres responder. Porque esa respuesta no era nada que ella quisiera
oír.
—Rhea —le dije suavemente—. Déjalo ir.
—Sabes algo.
La palidez de antes se había transformado en dos círculos rojos en
sus mejillas. La hacía parecer una niña que había metido la cara en los
cosméticos de su madre y se había vuelto loca con el rubor. Pero no me
pareció gracioso. No parecía divertido en absoluto.
—Rhea, por favor.
—Quiero saber.
—Rhea…
—¡Es mi derecho saberlo!
No iba a salir de esto, ¿verdad?
Pero realmente no quería decírselo. Si ella se veía tan mal, sólo
confirmando que Agnes fue asesinada, ¿cómo se sentiría con el resto de la
historia? ¿Cómo tomaría saber que la Pitia había muerto en su último
desplazamiento de regreso en el tiempo, después de haber montado en el
cuerpo de una joven secuestrada por los Fey, que había esperado siglos en
Faerie, donde el tiempo corre de manera diferente? Justo cuando ella y la
chica pudieron escapar de regreso aquí al momento perfecto para que Agnes
se fusionara con una nueva anfitriona, su antigua acólita, Myra. Y cortarle
la garganta de oreja a oreja, liberando ambas almas al mismo tiempo.
No por venganza, sino como su último acto como Pitia. Estaba
decidida a liberar al mundo del horror que había desencadenado
involuntariamente. Y negar a Myra la oportunidad de regresar a un nuevo
cuerpo, de la única manera que podía.
Arrastrando su alma con ella, a la vida futura.
Podía cerrar los ojos y seguir viéndolo, la sangre roja derramándose
por el blanco vestido de Myra, las dos almas entrelazadas, luchando hasta
el último momento, el pequeño cuerpo deslizándose lentamente hacia el
suelo, casi con gracia. Lo había visto en mis pesadillas unas cuantas veces
desde entonces. No quería dejarlo pasar.
Pero Rhea tenía razón; como miembro de la corte, ella debía saber.
—Es una larga historia —le dije finalmente—. Y no sé la mayor parte.
Si quieres oírlo todo, cuando regresemos al Dante, habla con una bruja
llamada Françoise. Trabaja con Augustine —añadí—. Ella puede decirte más
que yo.
Para mi alivio, ella pareció aceptar eso.
—¿Puedo… puedo ser excusada por un momento? —preguntó.
Asentí, y ella corrió bruscamente. La vi irse, sintiéndome mal. Y
recordándome que debía tener cuidado con lo que dijera delante de la corte
de ahora en adelante.
—Lo siento —me dijo Fred—. No quise decir…
—No es tu culpa.
—No sabía que iba a tomarlo así.
Eso hacía a dos de nosotros.
Fred recuperó su terrible juguete y se sentó en el sofá, puse mis pies
en la mesa de café, porque ya no importaba. Y por un momento hubo
silencio, excepto por el chirrido, rasguño, chirrido de Fred acariciando su
taza peluda. Y maldita sea, eso era inquietante.
—Deja eso —le dije.
—¿Dejar qué?
—De tocar esa cosa.
—Se siente bien —dijo—. Como una roca-mascota peluca. Quieres…
—¡No!
La miró con cariño.
—Parece rara, ¿verdad?
—”Rara” no es la palabra que usaría.
—No la taza. Myra.
—¿Qué hay con ella?
—Dejó tanto al azar. Matar a alguien así… ya sabes, cuando no tenía
que hacerlo.
—Ella tenía que hacerlo. Si una acólita mata directamente a una Pitia,
el poder se negará a ir a ella. Es algo que tiene que ver con las condiciones
establecidas en el poder cuando Apolo lo dio.
—Apolo dijo Fred, frunciendo el ceño— ¿Realmente crees lo que le
dijiste a Jonas la otra noche, sobre nosotros combatiendo a dioses?
Por un momento, me desbalanceó. Tal vez porque, durante los últimos
tres meses, había estado viviendo en un mundo loco de dioses y demonios,
mitos y monstruos, y Fred no. Bien, bueno, él había estado allí para los
últimos, los hijos semidioses de Ares llamados Spartoi, que podían cambiar
en forma de dragón a voluntad. Y maldita sea, pensaría que algo así lo habría
despertado.
Pero había dragones en Faerie, y por lo que sabía, tal vez había visto
uno. No había visto a un dios.
No había estado allí cuando Apolo murió, no lo había visto
resplandecer como una estrella caída a la tierra, una masa hirviente de
poder. Y eso después de que había sido seriamente drenado al superar la
barrera. Sin embargo, apenas había podido mirarlo…
—¿Cassie?
—No son dioses —le dije tersamente—. Sólo seres lo suficientemente
poderosos como para hacer pensar a la gente antigua que lo eran.
Empecé a ordenar las cosas en la mesa de café para darme algo que
hacer. Tal vez las niñas quisieran algunos recuerdos de Agnes, si pudiera
encontrar un par de docenas que no fueran demasiado horripilantes.
Lo cual no parecía que iba a ser fácil.
—Pero ¿por qué tan poderosos? —preguntó Fred, sentándose
adelante.
—¿Qué?
—Los dioses. ¿Por qué eran tan poderosos aquí?
—No lo sé. Vienen de otro mundo…
—Los Fey vienen de otro mundo. Y su magia no funciona aquí.
—Funciona. Utilizan magia Elemental, igual que los aquelarres.
—No es lo mismo —argumentó—. Tal vez es la misma idea, pero los
Fey no pueden alimentarse de nuestro mundo en absoluto. Los aquelarres
pueden hacerlo porque son de aquí, pero los Fey no lo son. Sus cuerpos
generan algo de magia, traen talismanes y mierda con ellos para extenderla.
Pero cuando su energía comienza a bajar rápido, vuelven con la cola entre
las patas a Faerie. ¡Tienen que hacerlo, o convertirse en blancos fáciles!
Parpadeé, porque eso había sonado… del tipo vicioso.
Vio mi expresión e hizo una mueca.
—Hemos tenido algunos problemas con los Fey últimamente. Es una
de las cosas que el maestro está haciendo en Nueva York.
Asentí.
—Pero nada de esto explica por qué los “dioses” eran tan poderosos
aquí —insistió—. ¿No deberían haberse quedado secos al final, como los
Fey?
—No son Fey.
—Pero ellos son seres mágicos y toda magia se acaba eventualmente;
¿por qué no la suya?
Me encogí de hombros.
—A veces se iban a casa. Es por eso que las viejas leyendas dicen que
vivían en lugares como Asgard o el Olimpo, no la tierra.
—Pero las leyendas también dicen que lucharon guerras aquí —
insistió Fred—. Incluyendo algunas entre ellos. Entonces, ¿qué hacían
cuando su poder se agotaba? ¿Pedían tiempo fuera e iban a casa?
—No —dije, y tiré un rubí sobre la pila—. Se alimentaron de demonios.
—¿Demonios?
—Eso es por lo que querían la tierra en primer lugar: como un
escenario para cazar. Los seres humanos no tienen suficiente energía como
para molestarse, pero los demonios tenían más, a veces milenios de poder
acumulado, y eso… engordó a los dioses.
—Ah. No lo sabía.
—Es por eso que los demonios los odian. Los dioses nos estaban
usando como cebo para atraerlos. Los demonios venían a alimentarse de
nosotros, y entonces los dioses se alimentaron de ellos. —Como los leones
acechando en el abrevadero, como Pritkin lo había expresado.
Leones hambrientos.
Fred frunció el ceño. No parecía que le gustara aprender que era un
hombre abajo en la cadena alimenticia.
—¿Son los dioses como nosotros de otras maneras? ¿Pueden sacar
poder de la… familia? ¿Compartir el poder?
—No que yo sepa. —Tenía la impresión de que los dioses no
compartían mucho de nada.
—Pero entonces, ¿cómo lucharon? Me refiero a los demás.
—Te lo dije. Tal vez se alimentaron de los demonios que pasaban por
ahí, si se ponían débiles.
—Tal vez. —No parecía convencido.
—Los vampiros hacen eso —dije—. Los chicos de Tony lo hacían, en
una pelea. Solían vaciar a sus oponentes para curarse a sí mismos.
—Una pelea no es una guerra —argumentó—. Y mientras eso es
técnicamente posible, se necesita concentración. Y perder la concentración,
incluso por una fracción de segundo, con uno de nosotros…
Asentí. La mejor manera de sobrevivir a una pelea de vampiros era no
entrar en una. Algo así como con los dioses, pensé sombríamente.
—Ten, ponlos en tus bolsillos —le dije, recogiendo las joyas. Descarté
los amuletos. El factor de horror era alto y no necesitaba a nadie más
envenenado. Pero algunas de las piedras podrían ser bonitas todas pulidas.
Tal vez las niñas podrían hacer anillos o algo así.
—Puedes decírmelo, ya sabes —dijo mientras llenaba los bolsillos de
su chaqueta.
—¿Decir qué?
—¿Por qué has estado corriendo como un pollo sin cabeza durante
dos semanas?
—No lo hago.
—Lo haces. Regresas cayéndote, sucia, golpeada y usando ropa
seriamente rara. Tomas algo para cenar, un poco de sueño y luego te vas
otra vez. Todo el mundo tiene curiosidad.
—Entonces diles que sean menos curiosos.
—Algunos de los chicos creen que el mago Pritkin fue y se metió en
problemas, y que estás tratando de ayudarlo…
—Pueden pensar lo que quieran.
—… pero les dije que probablemente estabas haciendo algo acerca de
la guerra. Tratando de encontrarnos alguna ventaja, tal vez.
—Ah-aja.
—¿Y cuál es? —insistió él—. ¿Guerra o mago de guerra? Tengo una
apuesta en eso.
—¿No pueden ser los dos? —pregunté, distraída por la visión de una
de las tazas que había terminado debajo de la mesita de café. La levanté.
Eran realmente hermosas, algunas de ellas. Ésta había sido tallada
enteramente en amatista, sola como una gran joya.
Pero no la habían salvado. Ninguna de ellas. Estaba empezando a
pensar que ese tipo de precauciones nunca lo hacían. Agacharse, jugar
seguro, tomar precauciones… y morir de todos modos.
Porque Mircea tenía razón en una cosa: ¿cómo ganas una guerra
jugando a la defensiva? La respuesta era que no lo hacías. No usualmente,
de todos modos, y no ésta.
Pero, ¿qué otra opción teníamos?
¿Qué teníamos que podría matar a un dios?
—¿Cassie?
Miré hacia arriba para encontrar a Fred apoyándose en el sofá,
observándome. Y tal vez fue un truco de la luz, o mi imaginación hiperactiva.
Pero por un segundo, el rostro demasiado redondo estaba sombrío, y los
grandes ojos grises estaban estrechos y astutos.
Y entonces sonrió de nuevo, y él fue sólo Fred.
—¿Ambos?
Y mierda.
Estaba metiendo la pata cada vez que abría mi boca esta noche, ¿no?
Pero esta vez tuve un respiro cuando Rico decidió reunirse con
nosotros.
Estaba cerrando el pequeño estuche de cuero de herramientas que
había traído con él, y lo puso de nuevo dentro de su chaqueta. La chaqueta
era otra de cuero, que iba mejor con su imagen de chico malo que los trajes
que nunca le había visto usar. También le daba un aire como de
“solucionador de problemas” para la familia, que debía haber incluido ser
experto en cajas fuertes ya que había sido voluntario.
Una sola mirada a la caja fuerte mostró que no había roto esta.
—¿No? —dije, porque por supuesto que no. ¿Cuándo algo fue tan
fácil?
—Puedo abrirla o arrancarla de la pared —confirmó—. Pero no puedo
hacerlo mientras esas guardas estén activas. Necesitamos un mago.
—¿Y dónde podremos encontrar uno? —preguntó Fred—. No podemos
simplemente llamar al Círculo y pedirles que envíen uno, o cambiará el
tiempo. Y no podemos volver a nuestro propio tiempo y traer uno, porque
ella ya está agotada. Y todos los que están por aquí son…
Se interrumpió cuando la puerta de repente golpeó el piso,
deslizándose medio camino a través de la habitación, mientras que la
apertura se convirtió en una bola de fuego gigante.
—… oscuros —terminé por él, mientras el infierno se desataba.
Los magos no eran el problema.
Les arrojé una congelación de tiempo casi al segundo que se despejó
la puerta. No fue lo suficientemente fuerte para hacer su trabajo, porque
estaba cansada y estaban dispersos, obligándome a extender el hechizo
sobre un área más grande de la que había planeado. Pero eso al final resultó
algo bueno. Porque en lugar de detenerlos en su lugar, los encerró en una
gran gota de tiempo ralentizado, que dejó a los hechizos de fuego hirviendo
delante de ellos y a los abrigos flotando detrás de ellos y a los magos en sí
mismos en lo que parecía podría ser un viaje de diez minutos al otro lado de
la habitación.
No, no eran el problema.
Las acólitas lo eran.
—¡Mierda! —Escuché a alguien decir, y un hechizo atravesó la
habitación al mismo tiempo que traté de sacar a mi grupo de ella. Pero
desplazar sin poder tocar a alguien es una nueva habilidad para mí, y
exponencialmente más difícil. Y eso es sin tener que lanzar dos hechizos en
cuestión de segundos uno detrás de otro.
Fred soltó un guiño de existencia, todavía agarrando su horrible
recuerdo, pero Rico me golpeó, tratando de protegerme. Y en el proceso se
puso fuera de alcance. Rhea ni siquiera estaba de vuelta, y desplazar a la
gente sin siquiera ser capaz de verlos no estaba sucediendo.
Especialmente no cuando ya estás desplazándote a ti misma.
Nunca supe exactamente lo que pasó. Pero el hechizo de la acólita o
el codo de Rico debieron de haberme tirado, porque en lugar de la suite,
terminé de regreso en la parte superior de la escalera oculta. Eso fue bueno,
ya que no había querido irme con dos de mi gente atrapada aquí de todos
modos. Eso fue malo, porque lo que sea que me había golpeado no sólo había
congelado mi poder, sino que me había congelado.
Y… ahora me estaba cayendo.
Me tambaleé contra la pared, lo que no estaba tan mal. Y luego reboté
y golpeé las escaleras, deslizándome todo el camino de regreso al panel
secreto, lo que fue peor. Y que obligadamente lo abrió, expulsándome a
medio camino fuera en la habitación, porque por supuesto lo haría.
Maldición.
La forma incómoda en que había caído había dejado mis pies fuera
del salón de baile y mi cabeza dentro del pasillo. Las escaleras oscuras
detrás de mí y la pared de los paneles frente a mí aseguraron que no pudiera
ver una mierda. Sin embargo, podía oír y unos segundos más tarde mis
oídos estaban siendo taladrados con el sonido de tacones de botas
golpeando mármol.
Mi aliento se congeló tan quieto como el resto de mí mientras miraba
el débil contorno del arco gótico. La habitación exterior estaba iluminada
sólo por un poco de luz de luna, pero parecía brillante como el día
comparado con la oscuridad de las escaleras. Iba a ser difícil que alguien no
notará mis piernas en jeans, en la entrada abierta de la escalera.
Es decir, si las botas vinieran de esta dirección.
Resonaban fuertemente en todo ese mármol, haciendo difícil de decir,
pero de alguna manera sonaba así.
Por supuesto, pensé desesperadamente, y saqué la lengua.
Era lo único que podía mover actualmente, junto con mis labios,
ligeramente. No era mucho, ni siquiera lo suficiente para evitar que babeara.
Era más como la sensación de un par de horas después de visitar al dentista,
cuando la Novocaína comienza a disminuir y empiezas a buscar tus pastillas
para el dolor.
No tenía pastillas para el dolor. Pero tenía un dolor. En la forma de
un tipo que se estrellaba en mi collar cuando no estaba afuera comiéndose
con los ojos a las bailarinas hoochie-coochie del casino. Que con mi suerte
era donde estaba esta noche, porque él nunca estaba alrededor cuando…
Ahí.
Mi lengua finalmente logró encontrar algo más que la pelusa de mi
camisa. Es decir, la cadena del collar que llevaba, que se había deslizado
sobre mi hombro junto a mi barbilla cuando caí. Lo agarré con los labios y
la lengua, y empecé a jalar la cosa fea, que consistía en una piedra roja rubí
rodeada de un montón de filigrana de oro de mal gusto, hacia mí.
Pero la maldita cosa seguía deslizándose en su cadena, y los pasos se
acercaban definitivamente, y cuando traté de desplazarme un poco más
atrás en la escalera, no pasó nada.
Excepto que las pisadas de botas finalmente se pusieron a la vista.
Él era un mago de guerra, completamente, en equipo de comando
negro combinado con botas de punta de acero, y una incongruente capa
larga hasta el piso. Como un soldado mercenario cruzado con un monje
medieval. Las botas de trabajo eran familiares como las del armario de
Pritkin. Otra cosa que también tenía en común.
El elegante salón de baile con sus candelabros de cristal, las cortinas
de terciopelo y el piso de mármol muy pulido eran un telón de fondo
incongruente para la cruda criatura que estaba al lado del mago. Desnudo,
más alto que un hombre, y hecho de tierra naranja opaca, parecía un mal
pedazo de arcilla en el que un artista necesitaba pasar un poco más de
tiempo.
No era así.
Cuando lo conocí por primera vez, Pritkin había tenido una de las
criaturas llamadas golems por los rabinos medievales, que habían sido los
primeros en hacerlos. Y que no se habían molestado demasiado con la
imagen, porque ese no era el punto. El punto era crear una prisión móvil
para la criatura malévola dentro de ella, una de las especies demoníacas
más desagradables que eran atrapadas por los magos más locos para ser
usadas como sirvientes.
Pritkin había utilizado al suyo principalmente como señuelo y una
capa adicional de blindaje. El cuerpo de la arcilla absorbía los hechizos y las
balas igualmente bien, impidiéndoles que impactaran en él, y también era
útil como mula de carga para llevar el hardware adicional. Pero también
podían atacar con una velocidad líquida que raramente había visto fuera de
un vampiro.
Y eran prácticamente imparables, ya que, a diferencia de nosotros de
carne y sangre, no sentían dolor.
Estaba tan jodida.
El amo y el esclavo me daban la espalda en ese momento, mirando
por las ventanas francesas.
Porque lo único que se suponía que estaba aquí estaba en la cárcel.
Pero me verían tan pronto como se dieran vuelta, lo que significaba que no
tenía…
Nada de tiempo.
Un débil sonido, como el de un panel de puerta que se deslizaba, bajó
hasta mis oídos desde la parte superior de las escaleras. Y entonces pasos
pesados y medidos empezaron escucharse. No podía ver quién era, pero no
importaba ya que un niño de cinco años podría matarme en mi estado actual
y…
Y entonces un destello me golpeó en la cara.
—¿Qué demonios?
La voz salió de detrás, pero el mago delante de mí lo oyó y giró.
Dejándome en medio entre dos magos oscuros con la única pregunta de
quién me maldeciría primero. Y supongo que fue Destellos, porque la mano
de Botas ni siquiera se contrajo antes de que la zona estallara en luz.
Pero no en la forma de un hechizo.
No, a menos que los magos hubieran elaborado uno que se pareciera
mucho a un genio que se levantaba de una lámpara, si la lámpara fuera un
feo collar de rubís y el genio fuera un vaquero transparente y enojado cuyo
sueño nocturno acababa de ser arruinado por dos magos irreflexivos. Me di
cuenta que ahora ya no me miraban fijamente. Pero sí a mi amigo fantasma,
Billy Joe, que brillaba como la Aurora Boreal, con la enfermiza luz verde
neón que pocos humanos tienen la oportunidad de ver.
Y luego, con un brillo más blanco y brillante, mientras el largo cuerpo
con camisa y vaqueros se desplomaba en una bola de energía fantasmal que
emitía sombras locas en las paredes. Y soltando un sonido que parecía un
cuchillo en el cerebro.
Si alguna vez quisieran un efecto de sonido para una película de miedo,
yo tenía una, pensé, deseando que mis manos funcionaran para poder
taparme los oídos. O cerrar los ojos, que empezaban a secarse seriamente,
pero no tanto que no pudiera ver cómo Billy Joe se precipitaba por las
escaleras, con un grito psíquico que sonaba como mil clavos en mil pizarras
y hacía correr horribles escalofríos mi piel.
Al mago tampoco le gustó, porque maldijo y retrocedió, cayendo por
la escalera.
Pero no le impidió empuñar un arma, y cuando Billy se abalanzó sobre
él, volvió a bajar por las escaleras, seguido de un granizo de balas.
Eso habría sido muy malo, excepto por el hecho de que estaba
acostada. Así que volaron sobre mi cabeza y golpearon al otro mago, que
había estado parado allí con la boca abierta. Con sus escudos abajo, a juzgar
por el hecho de que se estremeció y cayó justo cuando el otro mago derribó
las escaleras.
Directamente en el último hechizo de Botas.
Parecía que el mago moribundo había tenido una fracción de segundo
para soltar una maldición final, que atrapó a su contraparte a medio camino
por el vuelo corto y lo envió caer el resto del camino. Hasta que me dio una
patada en la cabeza, tropezó, y se desparramó por el piso brillante del salón
de baile. Dejándome con dos magos muertos, y un golem que de repente
perdió interés en atacar, en favor de empujar a su viejo amo con un dedo
del pie de arcilla.
Una bola de energía enojada se detuvo justo por encima de mi cara
babeando, tomando la forma de una fantasmal cabeza que llevaba un
Stetson y un ceño fruncido.
—¿Has llamado? —preguntó Billy secamente.
—Nngghnh —dije, era lo mejor que podía hacer con las cuerdas
vocales congeladas y una lengua colgando.
—¿Te importaría repetir eso?
—¡Nngghnh, nngghnh!
—Muy divertido —dijo Billy.
—NNGGHNH!
—¡Oh, por el amor de Dios! —dijo, disgustado, y se fusionó conmigo
para que pudiéramos tener una conversación—. Ahora, ¿quieres decirme
por qué no puedes moverte?
—Me golpearon con un hechizo.
—¿Y por qué esos tipos querían matarte?
—Es jueves.
—¿Y qué diablos significa nngghnh?
—¡Significa que nos estamos quedando sin tiempo! —dije, y maldije.
Porque nada funcionó. ¡Y malditas sean las acólitas! ¡Y malditos magos
oscuros! ¡Y maldito todo el mundo que tenía magia, menos yo! Se suponía
que debía tener más magia que todos los demás, poder hacer cosas que
otras personas no podían, no quedar atrapada en un…
Mis pensamientos se detuvieron cuando mis ojos cayeron sobre el
golem. Que acababa de derrumbarse, probablemente porque los hechizos
no sobrevivían a quien los lanzo, incluidos los hechizos de contención, y el
mago acababa de irse al otro lado. No había estado prestando mucha
atención a eso antes, pero ahora lo estaba.
Y tal vez tenía algo de magia que funcionaría, después de todo.

—Esto no va a funcionar —me dijo Billy un par de minutos después.


—Está funcionando—dije, moviendo un dedo.
Era gordo y naranja, sin una uña ni un cabello ni las pecas comunes
a un humano. Parecía más una salchicha de hot dog sin cocer que un dedo,
pero se estaba moviendo. Que era más de lo que podía decir de mi muñeca
rota en un cuerpo todavía tumbado en la escalera.
Billy permanecía en casa, por así decirlo, porque mi cuerpo moriría
sin un alma en su residencia.
Es por eso que estaba recibiendo una mirada de muerte de mis
propios ojos azules. Podía parpadear ahora, y había conseguido, en su
mayoría, meter mi lengua de vuelta a donde pertenecía, aunque mi voz se
arrastraba como la de un viejo borracho.
Pero era una mejora. Y esperaba que una indicación de que el hechizo
del mago se debilitaba. Pero no lo suficientemente rápido.
—Ojalá pudieras ayudarme—le dije a Billy.
—Desearía que dejaras de usar esa voz —me dijo—. Es… perturbador.
—Lo siento.
Me gustaba bastante. Profunda, poderosa y aterradora, se ajustaba al
cuerpo, y al antiguo ocupante del cuerpo, a quien todavía podía oler como
un hedor penetrante. Como si el mal hubiera penetrado los mismos poros
que esta cosa que lo contenía.
O quizás los demonios antiguos no usaban desodorante.
—¿No te asusta? —preguntó Billy mientras me acomodaba más
cómodamente en mi piel temporal.
—No —dije, pero no sonó convincente ni siquiera para mí.
Pero estaba asustada; claro que lo estaba. Era un alma desencarnada
tratando de llevar la piel abandonada de un demonio maligno, que estaba
controlando a través de una magia muy ilegal conocida como necromancia.
O lo estaba intentando, enmendé, cuando empecé a levantarme.
Y había una pierna fantasmal de aspecto femenino saliendo
torpemente de la enorme tibia del golem.
—Te lo dije —dijo Billy mientras fruncía el ceño.
La metí, pero cuando intenté mover la pierna otra vez, sucedió lo
mismo. Movía la mía en su lugar. ¡O ya sabes, la que debería ser la mía si
todavía tuviera una, y maldita sea!
Bien. Está bien. Esta no era mi primera vez en el rodeo de posesiones.
Debería ser capaz de entender esto.
Técnicamente, mi padre había sido el nigromante en la familia,
aunque no había hecho zombis.
Había hecho algo así. No golems; él no era un brujo. No podría
convocar a un demonio si su vida hubiera dependido de él, lo cual era igual
de bueno porque le habría pateado el culo. Por lo tanto, ciertamente no podía
atrapar a uno.
Pero entonces, no tenía que hacerlo. Porque ya tenía muchos espíritus
por ahí. Papá, resultó ser un imán fantasmal.
Era algo que me había heredado, junto con su cabello rubio, ojos
azules y la tendencia a caer de pie. Había crecido con la habilidad de ver y
hablar con fantasmas, lo que había supuesto que era sólo una cosa de
clarividentes. Pero aparentemente no.
Debido a que a los fantasmas no sólo les gustaba hablar conmigo, se
quedaban por ahí. Y supuse que también les gustaba estar con papá, porque
había amasado su propio grupo. Se había dado cuenta que serían más útiles
si tuvieran cuerpos como los golems, que hacían algunos de sus compañeros
brujos.
Loco, ¿verdad?
Pero papá lo estaba, o a veces daba una buena impresión de eso.
Como en este caso, porque nadie se ocupaba de los fantasmas. Los
nigromantes hacían zombis porque hacían lo que se les decía. Los fantasmas
te harían señas con el dedo antes de asaltarte por energía e irse al club de
striptease. Al menos, lo harían si fueran Billy Joe. Los fantasmas hacían lo
que ellos querían.
Pero papá los había preferido de todos modos, y por eso había decidido
hacer cuerpos protésicos para sus fantasmas. Y sí, era un bicho raro, pero
eso no significaba que estuviera equivocado, porque había funcionado.
Desafortunadamente, no sabía el hechizo que había usado.
Me había dicho que había logrado infundir el hechizo para hacer
golems con su propia necromancia, pero no había mencionado cómo. En ese
momento, no había parecido importante. Se sentía importante ahora.
—Cass…
—En un minuto.
El objetivo de todo esto era unir un espíritu con un cuerpo. Eso era lo
que hacía la necromancia, usar un poco del alma del nigromante para
animar un cuerpo que no era suyo. Era por eso que sólo podían hacer un
puñado de zombis a la vez; sólo había cierta cantidad de energía de alma
que una persona podía reponer.
Así que papá había tomado parte de su alma, la había fusionado con
un fantasma, y luego simplemente… resulto el combo de relleno de un
cuerpo prefabricado. Y el alma de papá había actuado como pegamento para
mantenerlos allí.
Pero si ese era el caso, ¿por qué necesitaba un hechizo?
No necesitaba atar otra alma. Yo era el alma. Y, de acuerdo con papá,
yo también era nigromante.
Entonces, ¿por qué no funcionaba esta cosa?
—Cass…
—Dije que me dieras un minuto.
—No creo que tengamos un minuto —dijo Billy, rodando mis ojos
hacia la puerta, por donde un par de magos acababan de entrar.
Maldita sea.
Empecé a dar vueltas, tratando de forzar el asunto, y logré sólo
voltearme. Y al parecer esta cosa era más pesada en la parte delantera o
algo, porque no podía levantarme. Lo que me dejó en el suelo, aplastando la
mitad mi propio cuerpo boca abajo y vulnerable como el infierno.
—Cass…
—¡Lo estoy intentando!
—¡Cass!
—¡Maldita sea, Billy!
Y entonces algo encajó abruptamente.
Es decir, mi pierna izquierda en la misma pierna del golem. Luego mi
brazo derecho en su brazo. Y entonces el resto de mi cuerpo, que hace un
minuto había estado haciendo su mejor intento para no flotar fuera de esta
cosa, ahora estaba confortablemente cómodo. ¿Qué demonios?
La única diferencia que pude ver fue que mi collar se había incrustado
en parte de la arcilla, gracias a mis giros en el suelo. Sólo que no era sólo
un collar, ¿verdad? Era un talismán. Al igual que los cristales de control que
los golems tenían, pero no el mío, porque se había roto, y se había roto
cuando el demonio se fue.
Estaba tan orgullosa de mí misma por averiguar esto que me olvidé
que había dos magos oscuros en mi camino, hasta que vi el pánico absoluto
en mi propio rostro medio congelado.
Mierda.
Cogí el collar de mi cuerpo y lo empujé con más fuerza en el barro. Y
luego traté de meter mi rebelde pierna izquierda, que todavía estaba
tratando de acomodarse, dentro de mi maloliente traje. Y sentí que volvía a
encajar en su lugar.
Y esta vez, se movió bajo mi mando, aunque mi coordinación dejó algo
que desear. Pero de todos modos conseguí poner mis nuevos enormes pies
debajo de mí y me puse de pie. Y descubrí que el cuerpo era increíblemente
ligero, sin sentir que era más pesado que el mío, tal vez incluso menos.
Tal vez la arcilla era una opción decente, después de todo.
—¿Qué pasó? —preguntó uno de los magos, avanzando con la mano
en una pistolera.
—Nada —dije mientras mi pierna trataba de salirse por un lado de
nuevo—. No… no te acerques más.
—¿Por qué no?
—Uh, es una trampa —dije, sintiendo el alrededor con mi rebelde
pierna dentro de la pierna del golem, la que no parecía encajar. Tal vez
porque el golem era algo como de uno ochenta de altura y yo no lo era. Pero
no, no, no, tú eres un alma, me recordé. Ya no tienes un tamaño.
Pero mi cerebro no lo creía, y mi cerebro seguía insistiendo en que no
encajaba. Y el segundo mago se había unido al primero. Y ambos me
miraban sospechosamente mientras me agachaba por ahí, haciendo el
equivalente golem del baile Hokey pokey.
—¿Qué clase de trampa? —preguntó el segundo mago, al lado de su
compañero.
—Esta clase —dije, y golpeé sus cabezas juntas.
Se sintió como si apenas los hubiera tocado, pero sus cráneos sonaron
como melones golpeando el pavimento, y ellos desplomándose en un
montón. Tragué, sintiéndome enferma, pero entonces mi cabeza se alzó al
oír el ruido de pelea que venía desde el vestíbulo principal.
Y maldita sea, el Armagedón acababa de estallar, y tenía que irme.
No había duda alguna de que mi otra yo y un trío de brujas peligrosas
estaban ahora en la casa, y pronto estaríamos escandalizando por el pasillo
del segundo piso en alguna parte sobre nuestras cabezas. Y un momento
después, ellas se irían, cuando las chicas se escaparán, y la versión pasada
de mí desapareciera. Y un momento después, la casa explotaría.
Agarré a Billy y corrí.
Me tropecé en la escalera y sobre el cuerpo del mago, subiendo las
escaleras y alrededor de la curva. ¡Maldita sea, esta cosa no estaba bien!
Pero era rápida, más rápida que yo, si no te importaba golpear la pared un
par de veces en el camino. Y ahora mismo, no importaba, a pesar del hecho
de que mi cuerpo relleno estaba empezando a, verse un poco peor por el
desgaste para el momento en que irrumpimos en el pasillo.
Directamente a un grupo de magos que saqueaban las viejas
habitaciones de Agnes, con las armas listas.
Porque, por supuesto… también habían oído la conmoción, ¿no?
Por un segundo, todo se detuvo. Los miré y me miraron, y nadie dijo
nada. Me habría atragantado, pero en ese momento no podía hacer eso, o
congelarme de miedo, pero tampoco había funcionado muy bien
últimamente. Así que después de un momento, simplemente enderecé mis
enormes hombros.
Y caminamos por el medio de ellos.
Porque estábamos del mismo lado ahora, ¿no?
Puede que no haya funcionado bajo otras condiciones. Pero con el
caos de abajo como telón de fondo, no se detuvieron para interrogarme. Se
movieron otra vez, inundando a cada lado, dirigiéndose a la pelea. Lo que
me obligó a caminar a través de una marea de cuero para llegar a la puerta
de la suite, sólo para detenerme y mirar.
Lo último que hubiera esperado.
Mi hechizo de tiempo había desaparecido, junto con quizás la mitad
de los magos. El resto estaba agrupado en la caja fuerte, donde uno de ellos
estaba trabajando duro en las guardas. Rico estaba junto al sofá, congelado,
con la mano levantada y un gruñido en sus facciones. Fred seguía
desaparecido.
Y Rhea, la pequeña Señorita Voz-Sumisa, la pequeña Señorita Lo Que
Usted-Diga-Lady, la pequeña Señorita Vestimos Camisones de Abuela y Nos
Gustan, estaba de pie en el centro de la habitación, apuntando con la varita
a la pelirroja. Gritando:
—¿Lo sabías?
—Oh, mira —dijo la acólita—. La bruja de aquelarre nos va a maldecir.
—¿Tú. Lo. Sabías?
—¿Sobre la querida y abandonada Agnes? Por supuesto que lo
sabíamos. El poder envejece rápidamente a las Pitias, pero no lo
suficientemente rápido. Si no hubiéramos actuado, podría haber vivido otros
veinte años o… oh —dijo, sonriendo suavemente—. Vas a maldecirme,
¿verdad? Bueno, adelante. Muéstranos el poder de los aquelarres, bruja. Si
puedes penetrar a través de mis escudos, merezco…
Ella podría haber seguido hablando; no lo sé. Las ventanas francesas
detrás de Rhea se abrieron de golpe abruptamente, y una ráfaga de lluvia y
viento se arremolino lo suficientemente potentes como para rasgar una de
las cortinas. Una lámpara se balanceó sobre una mesa, una de las últimas
en pie, y luego cayó, rompiéndose en mil pedazos contra el suelo. Un gran
destello de relámpago voló a través de las ventanas abiertas y golpeó la varita
levantada, dividiéndose en una triple hebra que apuntó a las tres acólitas a
la vez.
Levantó a la pelirroja de sus pies y de nuevo la arrojó a través de la
condenada pared.
Me quedé allí un segundo, oliendo el ozono y viendo imágenes en
retrospectiva. Y entonces sucedieron tres cosas a la vez: los magos
apuntaron a Rhea, salté delante de ella con mi ancha espalda anaranjada,
y la acólita morena gruñó y saltó de regresó a sus pies.
Y fue rechazada, por un Rico repentinamente animado.
Porque nadie juega al muerto —o congelado— como un vampiro.
—¡Consigue la caja fuerte! —le dije, en mi voz demoníaca de miedo. Lo
cual no tuvo el efecto deseado, porque él cambió su atención de la acólita a
mí, probablemente porque estaba agarrando mi propio cuerpo
aparentemente sin vida.
Pero entonces recibí ayuda de una fuente inesperada.
—El golem —gritó la rubia—. ¡Ella está en el golem!
Ni siquiera había sacado todas las palabras cuando de repente lo que
se sentía como una docena de hechizos se estrelló contra mí. No dolían, y
no parecían funcionar como estaba previsto, supongo que estaban
diseñados para carne y hueso en lugar de arcilla encantada. Pero me
sacudieron y me retrasaron, cuando traté de moverme de nuevo, una grieta
grande apareció en la enorme extensión de mi muslo.
—¡La caja fuerte! ¡Toma la caja fuerte…! —grité cuando Rhea lanzó
otro hechizo detrás de mí, echando a varios magos sobre sus pies y haciendo
que varios más abruptamente se protegieran, porque nadie se estaba riendo
de la magia de los aquelarres ahora.
Pero varios hechizos más fueron lanzados he hicieron que mi maldita
pierna izquierda quedará muerta, y me enviaron a golpear a Rhea. Causando
que su último hechizo saliera torcido y golpeara el candelabro, haciéndolo
explotar en mil fragmentos brillantes. Y luego siguió adelante, corriendo por
la habitación, haciendo estallar las luces empotradas, haciendo llover vidrio
y chispas eléctricas. Seguido por un velo de oscuridad que no molestaba
mucho a mis ojos de golem, pero parecía asustar seriamente a los magos.
Porque, de repente, los hechizos estaban volando por todas partes.
—¡La caja! ¡La caja! —seguí repitiendo, no sé por qué. Probablemente
porque también estaba un poco asustada, teniendo la experiencia única de
ser desmembrada pieza por pieza, mientras Rhea lanzaba hechizo tras
hechizo, Billy maldecía y Rico…
No sabía qué demonios estaba haciendo Rico.
Yo estaba mirando hacia otro lado, tratando de proteger mi cuerpo y
el de Rhea, y no podía verlo. Hasta que mi gran cabeza naranja voló de mis
grandes hombros anaranjados y se fue rodando, y los ojos terminaron de
cara a la caja de metal que todavía estaba en la pared, aunque no por mucho
tiempo. Porque al segundo siguiente, Rico echó a un lado al mago que
todavía estaba trabajando en la caja fuerte y hundió su brazo a través de la
guarda. Y por el frente de la gruesa puerta de metal.
Y luego sacó la caja fuerte de la maldita pared.
—¡Vamos! —gritó, inclinándose hacia nosotros, pero ya estaba yendo.
Volviendo a mi propia forma, me golpeó la desorientación de intercambiar
cuerpo, una oleada de dolor por una docena de nuevos golpes y
magulladuras, la ceguera de la oscuridad casi total, que mis ojos humanos
no podían manejar. Y un cuerpo que todavía no estaba entusiasmado con
seguir mis órdenes.
Eso era muy malo, porque estábamos fuera de tiempo, en más de una
forma.
—¡Vámonos! ¡Vámonos! ¡Vámonos! —gritaba la rubia, mientras
agarraba la forma inconsciente de la pelirroja—. ¡Larguémonos de aquí!
—¿Qué? —La morena se tambaleó, parecía un poco desorientada.
Supuse que había tenido un escudo, o habría estado bien muerta,
porque Rico no había detenido su puñetazo. Pero parecía que la niebla se
aclaró bastante cuando la rubia gritó:
—¡Es hora! —Y desapareció.
—¿Tiempo para qué? —preguntó uno de los magos mientras la
morena parpadeaba.
Pensé que sabía. Agarré a Rhea y a Rico, arranqué el collar de Billy
del pecho del golem y tiré de mi poder. No quería venir; realmente, realmente
no. Pero si esa maldita morena podía desplazarse mientras todavía estaba
medio inconsciente, yo también podía. Así fuera a matarme, porque iba a
matarme si no lo hacía, ahora mismo.
Tuve medio segundo para sentir algo enorme sacudir la casa, oí una
explosión que me ensordeció todo lo demás, y para ver destellos de luz
delante de mis ojos.
Y entonces algo me agarró. No el ascenso suave y familiar, fue más
como un puño cerrándose alrededor de mi cuerpo, alrededor de todos
nuestros cuerpos. Y no tanto como desplazándonos fue más como
arrojarnos fuera del espacio y en el tiempo.
Y nos habíamos ido.

—Rico —respiré.
—No es nada.
—No es nada. —Miré a su brazo, o lo que había sido un brazo. Ahora
era… Dios, ni siquiera lo sabía. Había ido al gabinete de primeros auxilios
tan pronto como volvimos, con la intención de vendarlo, pero él no había
querido dejarme. Ni siquiera había querido dejarme verlo. Y ahora sabía por
qué. No parecía nada más que un trozo de carbón por debajo de su codo…
Lo que había sido su mano. Su hermosa, perfecta, de largos dedos…
La otra mano se inclinó hacia mi barbilla, y su rostro nadó frente a
mis ojos.
—Sanará.
Sacudí la cabeza. No podía hablar.
—Sanará dentro de un día” —me dijo en voz baja—. Dos a lo mucho.
No es diferente de cuando consigues un corte de papel.
Y, bueno, eso detuvo la salida de agua, porque eso era una mierda.
Para empezar el hecho de que alguien se curara más rápido no significaba
que no sintiera dolor. No significaba que no pudieran lastimarse. No
significaba…
Volví a mirar el brazo que acababa de cubrir con la manga de su
chaqueta de cuero. Él estaba herido; estaba herido por mi culpa. Porque no
había sido lo suficientemente rápida, no lo había planeado lo
suficientemente bien.
Y lo odiaba.
De repente, no quería ir a ningún lado, nunca más. Quería hacer lo
que todo el mundo siempre me decía: quedarme en casa, estudiar mis
poderes, estar a salvo. Y asegurarme de que todo el mundo a mi alrededor
se quedara de la misma manera.
Quería bloquear a todos los chicos de la suite y nunca dejarlos salir.
Porque una vez pensé que nada podía herir a un maestro vampiro, que eran
como tanques de carne, indestructibles e inmortales.
Y me gustaba ese pensamiento. Había perdido demasiada gente en mi
vida para querer que volviera a suceder, y rodearme de gente indestructible
me había hecho sentir muy tranquila.
Ahora era menos.
Porque no eran indestructibles. Ellos podían ser heridos; incluso
podrían morir. Y de repente, ya nada se sentía seguro.
—No debería haberte llevado conmigo —susurré—. No debería haber
llevado a nadie conmigo.
—¿Entonces no creías lo que le dijiste a Marco?
—¿Qué?
—Que estamos todos juntos en esto. Eso de “vampiro”, o “mago”, o
“Pitia” no son palabras que más importan.
—Por supuesto que lo dije en serio…
—Entonces, ¿crees que eres la única con derecho a arriesgarse, a
luchar?
—No, pero…
—¿Y que el resto de nosotros se contentaría con sentarse, esperando
que esos putos traigan a un dios? Yo, por ejemplo, preferiría pelear…
aplastarlos. —Sonrió de repente—. Y no me habría perdido verte arrasar una
habitación como un golem de dos metros y medio por nada.
—Dos metros.
—Era de al dos y medio, posiblemente tres. Cuando empezaste a gritar
órdenes con esa voz de demonio, creo que algunos de los magos se orinaron.
—¡No lo hicieron!
—Bueno, esa es la historia que voy a contar —me informó Rico—. ¿Vas
a contradecirme?
Dejé que mi cabeza descansara contra su pecho por un momento,
porque era cálida, sólida y viva, y no había conseguido que lo mataran.
Apreté el puño en su chaqueta.
—No.
—Bueno. Mis bebidas deberán ser gratis por lo menos un mes.
No respondí. Tampoco me moví. No podía dejarle ver mi cara, y no
quería que me viera la cara. No sabía qué estaba mal conmigo. Solía ocultar
mis sentimientos mejor que esto. No solía tener tantos sentimientos, tan
cercanos y tantos, o quizás no había tenido tanta gente para tenerlos. Y
había sido mejor así. Había sido…
Hice un sonido y traté de alejarme, pero una mano fuerte me atrapó.
—Tú eres la Pitia —me dijo Rico, con los ojos oscuros líquidos—. Algún
día, la gente morirá por ti.
—¡No quiero que la gente muera por mí!
—Y eso es por qué lo harán.
Lo miré fijamente, preguntándome si todos los maestros de Mircea
eran lectores de mente. Incluso sin cuidarme. Porque, de todos modos, todo
lo que sentía, probablemente estaba en mi cara.
—De acuerdo, esto se está poniendo denso —dijo Fred, metiendo la
cabeza en la cocina y mirando de uno al otro entre los dos—. Vengan si
quieren ver la gran revelación.
Habían puesto la caja fuerte en el salón, en un gran lugar despejado
en el suelo cerca de la mesa de billar. O lo que había sido un gran lugar
despejado, ya que ahora estaba casi cubierto de gente. Todo el mundo
estaba allí: las niñas, los vampiros, y Marco…
Que me dio una mirada inescrutable cuando llegamos.
Encontré un lugar en la alfombra y me acomodé, porque esto podría
tomar un tiempo.
Habría sido más fácil si no tuviéramos que preocuparnos por la
integridad de un pequeño objeto de vidrio, o si el mecanismo no se hubiera
estropeado cuando Rico le dio un puñetazo, o si la caja fuerte no hubiera
sido tan de excelente calidad. Pero era lo que era, así que esperé. Y mordí
mi labio inferior. Y vi que un vampiro rubio apodado Teddy, “porque soy tan
adorable”, trabajaba en la caja fuerte.
Rogué a Dios que él se apresurará, y un segundo después deseaba
que se ralentizara. Porque ahora mismo, era como la botella de poción de
Schrödinger, tanto ahí pero no ahí. Pero una vez que la caja fuerte se
abriera…
Sentí que mis palmas comenzaban a sudar.
—Es como una alocada mañana de Navidad —dijo Billy, inconsciente.
Varias de las chicas asintieron, al parecer de acuerdo con él, y una
incluso extendió la mano para tocarlo, riendo.
—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó.
-—Sombrero —le dijo, mirando a su Stetson.
—¿Este sombrero? —Se lo quitó y se lo puso en la cabeza. No encajaba
exactamente, flotando a unos centímetros por encima de sus rizos oscuros.
Pero parecía feliz—. Voy a querer eso de regreso —le advirtió.
Ella rio.
—¡Oye, eso es como regalar la rodilla derecha cuando eres un
fantasma! Es todo yo.
Ella se rio un poco más.
—Esto va a tomar algo de tiempo para acostumbrarse —me informó,
mirando alrededor. Y, aparentemente, estaba siendo extraño el hecho de que
la mitad de los ojos supiera a dónde ver hacia atrás—. Va a tomar una gran
cantidad de tiempo acostumbrarse.
Sí, pensé, escudriñando la multitud de pequeñas caras. Y
repentinamente sintiendo pánico. Porque ellas también eran mi
responsabilidad, todas ellas.
¿Cómo diablos pasó eso?
—¿Recuerdas esa cosa de Geraldo? —preguntó Fred de repente—. ¿Lo
de la caja fuerte de Al Capone?
—No.
—Oh, es cierto, eres demasiado joven. Bueno, atrás en los…
¿ochentas, tal vez? Geraldo hizo este gran especial donde iba a abrir una de
las cajas fuertes de Capone en vivo en la televisión…
Limpié las palmas sudorosas de mis jeans.
—¿Y lo hizo?
—Oh sí. De una manera muy anunciada. Es decir, promocionaron esa
cosa durante semanas. —Me sonrió.
—¿Así que?
—Así que… ¿qué?
—¿Y qué había en la caja fuerte?
—Oh, bueno, esa fue la cosa. Fue, como, un especial de cuarenta
horas o algo así, por lo menos se sintió así. Simplemente seguía y seguía y
seguía. Quiero decir, creo que ellos entrevistaron a cualquiera que hubiera
visto alguna vez una foto de Capone. E hicieron todas esas reconstrucciones.
Y tenían a todas esas cabezas hablantes especulando sobre qué tipo de
cosas podrían estar en la caja fuerte. Supongo que sólo estaban estirando
para más tiempo comercial, pero pensé que iba a volverme loco.
—Lo puedo relacionar.
—Sí, y luego, después de horas, horas y horas, me sorprendería si no
tuvieran a su manicurista allí o algún…
—Fred.
—Así que, de todos modos, me aburrí y salí a comer con los chicos.
Luego me detuve en un lugar y tomé unas copas. Y más tarde decidí ir a la
piscina. Cuando regresé, todavía estaban trabajando en la caja fuerte.
Quiero decir…
—¡Fred!
—Bien bien. Como sea nada…
—¡No! ¡No, como sea! ¡No, no, nada! ¿Qué había en la caja fuerte?
—Nada.
—¿Qué?
El asintió.
—Esa fue la patada real. El bastardo nos la había jugado a todos. No
había nada allí.
Lo miré fijamente.
—¿Y me estás diciendo por qué?
Él parpadeó.
—¿Es la única historia que conozco de una caja fuerte?
Cerré los ojos.
Y luego los abrí de nuevo un segundo después, cuando Teddy dijo:
—Lo tengo.
—¿Tienes qué? —pregunté, inclinándome hacia adelante,
terriblemente asustada de que fuese a ver un gran montón de nada.
Pero definitivamente había algo allí.
Mucho de algo.
—Parece que aquí era donde guardaba todas sus cosas personales —
me dijo, sacando una caja de joyas después de otra caja de joyas, junto con
sobres de lo que parecían documentos oficiales, un pasaporte, un montón
de diferentes tipos de moneda de una amplia gama de tiempos, que, sí, eso
sería una cosa inteligente tener alrededor, ¿no? Y álbumes de fotos. Muchos,
muchos álbumes de fotos.
Algunos parecían relativamente nuevos; otros tenían que tener
cincuenta o más años de edad, desgastados, rayados y desmenuzados en
los bordes. Las fotos, que se escapaban por los lados porque grupos de ellas
habían sido apilados por allí. Algunos eran lo suficientemente viejos como
para tener los pequeños bordes retorcidos como suelen ponerse; otros tenían
ese extraño color de la era de los setenta. Unas pocas eran incluso Polaroids.
Pero por muy interesantes que fueran, no las miré. Porque lo que yo quería…
No estaba allí.
—No —dije, buscando entre los papeles en el suelo. Y luego a través
de los sobres. Y luego a través de los gruesos tomos de los álbumes, en caso
de que la botella pequeña de alguna manera se hubiera metido allí.
Pero no lo había hecho.
No estaba allí.
—Vas a comer algo —me dijo Tami. No era una pregunta.
Colocó una bandeja en la mesilla de noche y se fue, cerrando la
puerta. Pero alguien se deslizó antes que ella. Alguien inmenso, pero tan
rápido y tan callado, que dudo que ella lo haya notado. Los vampiros se
mueven como sombras cuando quieren, y Marco no era la excepción. Por
supuesto, por lo general no se molestaba, prefiriendo bramar, fanfarronear
y hacer temblar a las masas insignificantes.
Pero eso no significaba que no pudiera hacerlo.
Crecí con vampiros, aprendí a sentirlos en todos sus estados de
ánimo, incluso a los más tranquilos.
Especialmente a los tranquilos. Ese era el momento en que se suponía
debías observarlos lo más cerca posible, porque nunca sabías lo que estaban
haciendo. Pero ahora no lo observaba. Me quedé donde estaba, sentada al
lado de la cama.
Las cortinas estaban cerradas, como solían estar durante el día. Los
maestros podían manejar la luz del día, pero ¿por qué sufrir el drenaje de
energía cuando no tenía que hacerlo? Pero alguien había sido descuidado,
o tal vez una de las chicas había estado asomándose a la Franja, muy por
debajo, y dejó una cortina entreabierta. Sólo que no era la luz del sol que
estaba derramando.
Una lanza de luz rojiza derramada sobre la cama y sobre el suelo como
un arroyo carmesí, el desbordamiento de la gran señal de neón del Dante
no muy lejos. Normalmente añadía un matiz apenas perceptible al día, una
bruma bochornosa en el paisaje de Las Vegas ya enrojecido por el polvo.
Pero la oscuridad de la habitación y el peculiar ángulo de la inclinación sólo
dejaban al neón penetrando en la penumbra.
Brillaban las joyas esparcidas en la alfombra delante de mí,
haciéndolas parecer como si hubieran sido sumergidas en sangre. Había
tenido una vaga idea acerca de los recuerdos para las chicas, algunas menos
espeluznantes que las del apartamento de Agnes. Sin embargo, no había
hecho mucho progreso.
No podía concentrarme.
Recogí un collar de oro, con pequeñas perlas como semillas formando
margaritas entrelazadas. Muchos de los conjuntos eran un poco pesados
para las niñas, pero este podría funcionar. Parecía un poco anticuado, como
algo fuera de la época victoriana, con pequeñas hojas de esmeraldas y
diamantes como diminutas gotas de rocío.
Algo que Gertie podría haber usado cuando niña. Era bonito…
Pero no lo quería. Estaba bien, pero no lo necesitaba. Me gustaba,
pero podía regalarlo, porque no me aferraba a las cosas.
Era una de las razones por las que no me importaba vivir en una
habitación de hotel en Las Vegas, donde pocas de las cosas que me rodeaban
eran en realidad mías. Supongo que habría molestado a la mayoría de la
gente. A mí no me molestaba.
Había descubierto muy pronto que, si algo me gustaba, Tony lo
descubriría y me lo quitaría si le disgustaba. Y le disgustaba mucho.
Después de un tiempo, era más fácil quedarme sola. De esa manera, no
sabía lo que era importante y lo que no. Y finalmente, nada lo fue. No había
tenido problema en huir y dejar todo atrás porque no me apego a las cosas.
Tampoco me apego a la gente. Porque también se iban. Mis padres,
que murieron cuando yo tenía cuatro años, mi institutriz, que Tony había
matado, por mi culpa; me había encariñado demasiado con ella,
prácticamente con todos los que había conocido en los últimos cuatro
meses.
Pritkin…
Pritkin.
Pritkin.
No.
Estaba atorada. Mi cabeza estaba atascada y solo… no iría por allí.
Debería ser capaz de lidiar con esto. Debería ser capaz de aceptarlo. Debería
poder añadirle a esa lista, la misma lista que todos seguían, la misma lista
en la que siempre había sabido que terminaría, porque todos lo hacían,
todos se iban. Las razones podrían variar, pero eso nunca cambiaba. Todo
el mundo se iba…
No.
Ese era el problema que había estado teniendo durante más de una
semana, el problema que había evitado incluso mirar, porque no podía tratar
con eso. Así que lo manejé de la misma manera que hacía con todo lo que
no podía hacer, simplemente lo ignoré. Lo encontraría; yo lo recuperaría. No
llegaría a eso.
Y ahora que lo había hecho, no sabía qué hacer.
—Ella tenía algunas cosas buenas.
La enorme sombra se inclinó sobre sus caderas frente a mí, cada
muslo más grande que mi cuerpo. Bloqueando la mayor parte de la luz.
Estaba extrañamente agradecida por eso.
—Sí. Pensé que a las chicas les gustaría… alguna cosa.
—¿Qué hay de ti? —La cabeza grande se inclinó—. ¿No te gustan las
joyas?
—Durante mucho tiempo, no pude permitirme el lujo, y luego… —
Toqué el collar de Billy—. No mucho coincide con esto.
—No. Supongo que no. —Un enorme dedo revolvió los costosos
escombros—. Bueno, ahora tienes mucho para elegir.
Puse mi cabeza al lado de la cama.
Marco me observó por un momento, y luego se unió a mí en el suelo,
acomodándose contra el colchón y sacando uno de sus horribles cigarros.
Durante un rato, sólo hubo arrugas en el celofán, mientras lo rodaba entre
sus manos, aflojando las hojas. A Marco le gustaba saborear toda la
experiencia, desde rodarlo, deshilacharlo hasta podarlo, finalmente,
absorbió profundo el dulce humo en un cuerpo que nunca tendría que pagar
por ello.
Pero él no estaba fumando todavía.
Él estaba hablando.
—Cuando estaba en la arena —dijo, hablando de su tiempo como
gladiador—, conocí a este tipo. Enano. Flaco. Incluso un poco torpe. Lo
mirarías y pensarías, sí, espero que sea enfrentado con este. Es un regalo.
Lo golpearé en dos minutos, luego iré a beber vino y veré a alguien sangrar.
Ajusté mi posición para reflejar la suya, y miré fijamente el techo.
—¿Lo hiciste?
—No. Nunca me enfrentaron con él. Lo saqué de mi camino para
asegurarme de que no fuera así, después de un par de veces de verlo luchar.
Giré la cabeza para mirarlo.
—¿Entonces era bueno, después de todo?
Marco resopló.
—No, era terrible. Una forma terrible, reflejos terribles, todo terrible.
Era tan malo como parecía y más. Pero nunca se rindió. No parecía entender
que se suponía que debía hacerlo. Otro chico, lo ponías contra la arena, él
se imaginaba que acabó. Podía verlo en sus ojos. Sólo se veía que empezaban
a rendirse, ¿entiendes?
No. En realidad no lo hacía y me alegré por ello. Pero asentí de todos
modos.
—Pero no este bastardo loco —dijo Marco, sacudiendo la cabeza—.
Lanzaría arena en tu cara, te picaría los ojos, te mordería la nariz, un tipo
que no pelea limpio. Él arañaría, mordería y te escupiría. Te gritaría en la
cara para intentar deshacerse de ti. Te daría de rodillazos en las bolas. Lo
haría todo al mismo tiempo si tuviera la mitad de una oportunidad, hasta el
punto que era como clavar un carcajú enloquecido. Ninguno de los chicos
quería pelear con él porque todos pensaban que estaba loco. Yo… sólo
pensaba que quería vivir.
—¿Lo hizo?
—Hasta donde sé. Él todavía estaba en eso cuando mi amo me sacó
del juego. Es gracioso. No piensas en alguien por mil años, y entonces de
repente lo ves, claro como el día. Lo vi hoy, en ti.
Dejé caer la cabeza sobre mis rodillas. En la mente de Marco, de
alguna manera había ido de ser una mujer débil que necesitaba proteger a
un gladiador de peso gallo con posible daño cerebral. Quería reír, porque
era gracioso. Quería llorar, porque era verdad.
—Sí, supongo que sí —finalmente me conformé con eso. El tono era
incómodo, pero había un resquicio en mi voz que no había querido.
Marco me agarró del brazo.
—Estaba hablando de su determinación. Su negativa a dejar que otros
ganaran, a pesar de que las probabilidades estaban en su contra. No sé
dónde lo recogieron, pero él no era un luchador en su antigua vida, te puedo
decir eso. El resto de nosotros éramos ex-soldados, guardaespaldas,
matones. Crecimos conociendo nuestro camino alrededor de una espada, él
apenas sabía cómo sostener una. Pero ganó.
—Entonces no era nada como yo —dije, y esta vez había algo en mi
voz, algo amargo. Porque no había ganado esta vez. Mircea tenía razón y me
había equivocado. Había tenido suerte, o tal vez sólo había gente muy buena
para ayudarme, así que había superado las probabilidades. Pero mi suerte
se había ido, y también Pritkin, y no tenía, no podía, necesitaba pensar,
idear algo, pero todo lo que podía ver era su cara…
Empecé a levantarme, pero la mano sobre mi brazo no se movió.
Excepto para darme un apretón suave, que puso a mi cabeza a bambolearse
casi como un latigazo en las cervicales. Un Marco suave y todos los demás
eran dos cosas diferentes.
—Escúchame —dijo, y había algo en su voz que me detuvo, incluso
mejor que su agarre—. Te miro y veo esta… pequeña cosa blanda. Este
pedazo de carne con un mazo de rizos, grandes ojos azules y una inclinación
testaruda en su barbilla que me asusta la puta vida, porque cualquiera,
cualquiera en absoluto, podría simplemente romperla como una ramita.
Cuando Mircea me dio esta asignación, no daba dos mierdas por mis
posibilidades. Pensé: “Voy a tener que sentarme en ella para tener alguna
esperanza de que sobrevivirá la semana”. Pensé que esta era la manera del
maestro de deshacerse de mí, dándome un trabajo imposible, y verme
fracasar.
Parpadeé con confusión, sin entender su punto.
—¿Por qué querría deshacerse de ti?
Se encogió de hombros.
—Por cabezota. Me pasó con cada maestro que he tenido. Nunca tuve
el poder de ir por mi cuenta, pero siempre me molestaba que alguien me
diera órdenes. Mi último amo estaba listo para tirar la toalla y estacar mi
culo, hasta que llegó Mircea. Pensarías que yo estaría agradecido.
—Estoy segura que él te respeta —dije, todavía confundida—. Él no te
habría dado este trabajo si no lo hiciera.
—Sí, quizás. Nunca sé lo que piensa. Supongo que por eso es el
diplomático. —Marco me miró con franqueza—. Yo no lo soy. Hicieron lo
mejor que pudieron, me vistieron con todos esos trajes finos, me cortaron el
cabello… ¡incluso me hicieron una maldita manicura! —Se rio de repente—
. El primero en mi vida. No ayudó. Yo era lo que era, no lo que parecía. Al
igual que Jules hoy. Y al igual que tú. —Presionó algo en mi mano.
Miré hacia abajo, y por alguna loca razón, esperaba un cigarro. No
habría sido lo más extraño que me había pasado hoy, y nada tenía sentido
de todos modos. Pero no era un puro.
En lugar de eso, estaba agarrando algo fresco, duro y extrañamente
pesado. Algo vagamente triangular, con una superficie desigual y con
textura. Una cosa…
—¿De dónde sacaste esto? —susurré, mirando la botella en la mano.
Y luego a Marco, con absoluta incredulidad—. He revisado todo…
—No todo. —Recogió algo de la oscuridad a su lado y me lo dio. Un
objeto grande, redondo y peludo con fina filigrana de oro que lucía aún peor
con la luz baja.
Como una cabeza calva cortada.
El horrible recuerdo de Fred.
—Pero… ¿por qué lo pondría allí?
—Como podemos imaginarnos, esta era la copa con la que bebía.
Probablemente la mezclaba con algo para cortar el sabor. Y después, ella
simplemente… lo olvidó.
—Lo olvidó.
—O puedes ser romántica al respecto. Ella era Pitia. Tal vez sabía que
lo necesitarías.
Mi mano se cerró sobre él, y levanté la vista, medio ciega.
—¿Por qué me lo das?
—Dos razones. Por la forma en que lo veo, puede que no sepas lo que
estás haciendo, pero al menos sabes lo que no. Todo el mundo piensa que
las cosas se resolverán. Jonas y sus profecías, el amo y su ejército… —Marco
sacudió la cabeza—. No van a encontrar una manera de luchar contra Ares
si no están buscando una. Tú podrías.
—¿Y la segunda razón?
Finalmente desenvolvió el puro que había estado apretando.
—¿Esa anterior Pitia, Agnes?
Asentí.
—Parece que ella también estaba peleando esta guerra, sólo que nadie
lo sabía. Así que ella estaba luchando sola. Y mira cómo resultó eso. —Hizo
una mueca—. Pensé que era hora de que alguien te ayudara. —Los ojos
oscuros se encontraron con los míos—. Simplemente no me hagas
arrepentirme, ¿de acuerdo?
Asentí, mordí mi labio, y miré fijamente los destellos carmesíes en la
botella casi llena en mi mano.
—Estarás en problemas cuando Mircea se entere de que me diste esto.
—Probablemente.
Miré hacia arriba.
—¿Y?
Marco metió el cigarro entre los dientes y me sonrió. Y luego enredo
mi cabello.
—He tenido problemas antes.

—Bueno, ¿qué estás esperando? —preguntó Rosier cuando me quedé


allí, mirando la botella en la mano.
—Estoy tratando de averiguar cuánto tomar. —Era lo único que Rhea
no había podido responderme. Suponía que las acólitas sí, porque nunca
había estado allí cuando Agnes había usado la poción. Y nadie había sido lo
suficientemente amable para poner una dosis diaria recomendada en la
etiqueta.
—Bueno, ¿cuánto tomaste la última vez?
—Quizá un octavo de botella, porque eso era todo lo que había. Pero
no fue suficiente. Creo que es por eso que estuve desmayada por mucho
tiempo, tuve que complementar con mi propio poder, y casi me volé un
fusible. Pero si estoy inconsciente esta vez…
—Entonces dobla la dosis.
—Estuve desmayada casi un día —le recordé—. Si la doblo y estoy
inconsciente medio día, ¿eso nos ayuda?
—Entonces, tómala toda. Para estar segura.
Lo miré fijamente, mordiéndome el labio.
No estaba segura.
No estaba segura de nada.
—Esta es el última.
—¿Qué?
Lo miré.
—La última botella. Ya no hay más.
—¿Qué quieres decir? —Parecía molesto—. Es una poción, no un
recurso finito…
—Una poción que tarda seis meses en hacerse.
—¿Qué?
Asentí.
—Jonas dijo que Agnes tenía que hacer una solicitud con seis meses
de antelación, debido al tiempo de preparación, y que el último lote fue
entregado una semana antes de su muerte…
—Entonces sácalas de su corte. ¡Si acaba de recibir un cargamento,
no puede haberlo usado todo!
—Lo hice. Esto es lo que hay. Y tu gente consultó con todos los
fabricantes de pociones, y si el senado tiene alguna, no me la van a dar.
Rosier miró la botella en mi mano y frunció el ceño.
—¿Me estás diciendo que esta es la última?
—Sí. Y no puedo ir al pasado y recuperar ninguna, porque las Pitias
sólo las usaban en emergencias, y eso arruinaría el tiempo de una manera
que podría no ser capaz de arreglar. Así que… esto es todo.
Ambos miramos la botella por un momento, el señor demonio que
gobernaba un mundo y la Pitia que controlaba el tiempo, y ninguno de
nosotros tenía nada útil que decir.
Hasta que la voz de Rosier cortó el pub, una nota dura y discordante.
—Tómala toda.
Lo miré, y mi puño se apretó alrededor del cristal.
—¡Maldita sea, muchacha! Si esas Pitias nos encuentran, tomarán lo
que quede. ¡Mejor que sea en ti, donde nos haga aprovecho!
Él estaba en lo correcto; yo sabía que lo estaba. Pero por un minuto,
me quedé de pie de todos modos, sintiendo el viejo y picado cristal deslizarse
bajo mis dedos y el miedo tembló por mi garganta. Tenía que hacer esto, y
tenía que hacerlo bien esta vez. Y sin embargo me quedé allí.
Y luego la bebí, una dosis amarga y grasosa que se movía
horriblemente en mi lengua.
—¿Sientes algo? —preguntó Rosier.
—Náuseas —jadeé, mirando la botella, temiendo que tal vez hubiera
conseguido un lote malo.
Hasta que mi mano se estremeció y la vi caer al suelo como si estuviera
en cámara lenta, mientras cada célula de mi cuerpo explotaba con luz, calor
y poder, tanto poder que pensé por un minuto que iba a desgarrarme.
Y entonces estaba segura que lo hacía. La realidad se deformó, el
tiempo se amplió y la silla a mi lado se duplicó en mil sillas que retrocedían
en la distancia, como espejos en la casa de la risa colocados cara a cara.
Como el resto del pub, como la mano que Rosier puso en mi hombro,
como el mundo que nos rodeaba…
Hasta que todo volvía a cerrarse, me levantaba de los pies y me
convertía en un torbellino de luz y sombra, sonido y silencio, viento que no
podía sentir, sino que podía oír, resonando en mi cabeza, gritando más allá
de nosotros mientras caíamos abajo, abajo, abajo, en la nada tan absoluta
que ya no estaba segura si el viento gritaba o si lo hacía yo.
Y, está bien, pensé.
Supongo que era un buen lote después de todo.
Y luego me desmayé.
—¡Cassie! ¡Cassie! ¡Maldita sea, despierta! —Alguien me sacudía. Y
maldecía. Y me fulminaba con ojos rojos.
Y luego me golpeó fuerte en la cara.
Y después parecía sorprendido cuando le regresé la bofetada.
Parpadeé y me di cuenta que era la cara de Rosier, que los extraños
ojos reflejaban el cielo detrás de él. El cual estaba rojo, oscuro e hirviendo
con nubes gris-verdes. También tenía el cabello enrojecido, un viento
tembloroso le hacía sobresalir y danzar en una muy buena imitación del de
su hijo. Para completar la escena, en algún lugar cercano, algo ardía.
—¿Estamos en el Infierno? —gruñí, confundida.
—Estamos lo suficientemente cerca —gruñó Rosier. Y luego me
levantó, apoyándome mientras tropezábamos por la escasa cubierta ofrecida
por un bosquecillo cercano.
Las copas estaban en llamas, probablemente como resultado de las
brasas que soplaban por todas partes. Pero no importaba porque todo lo
demás también estaba ardiendo. Los árboles a lo largo de la orilla del río,
los arbustos, las malas hierbas. Incluso parecía que el río en sí estaba en
llamas, la superficie refleja las llamas y las ráfagas de viento enviando
pequeñas ondulaciones doradas por todas partes. La única cosa que —
aún— no estaba encendida era el viejo molino, pero el casco oscuro era
visible porque la luna había salido desde que nos habíamos marchado,
grande, pálida y flotando serenamente sobre el caos de abajo.
No estaba iluminando a Pritkin. O si lo hacía, no podía decirlo con
todas esas sombras saltando por todas partes. Con los ojos llorosos y la
cabeza girando. Con las explosiones, añadí mentalmente, mientras otro
árbol se fracturaba con una grieta y una ráfaga de llamas, el viento azotaba
los pedazos ardientes en nuestras cabezas.
—¿Qué están haciendo? —le pregunté mientras nos agachábamos
para cubrirnos, tanto del fuego como de las figuras demasiado pálidas que
habían aparecido.
—¡Tratando de sacar a mi hijo! —dijo Rosier, furioso—. Obviamente
no pueden encontrarlo…
—¡Nosotros no podemos encontrarlo! ¿Cómo se supone que vamos a
verlo en medio de esto?
Parecía que los Fey, de los que habíamos huido antes, habían
renunciado a la sutileza y estaban destruyendo todo en su camino. Lo que
pronto sería a Pritkin y nosotros, si no lo encontramos pronto.
Y no íbamos a hacerlo. Estaba ahogándome al tratar de respirar, con
el humo del anillo de fuego, oscureciendo las áreas bajo los árboles como
nubes bajas.
Esto no iba a funcionar.
Y por una vez, Rosier pareció estar de acuerdo.
—No lo harás —dijo, con expresión sombría—. Yo lo haré.
Y luego se puso de pie y avanzó rápidamente.
Agarré su brazo, pero fallé porque mis reflejos aún no se habían
recuperado. Así que agarré la pierna en su lugar.
—Se supone que yo debo encontrarlo. Se supone que tú debes…
—¡Sé lo que debo hacer! Pero puedo sentir cuando está cerca,
muchacha; ¡tú no puedes! Así que lo sacaré.
—¡Pero se supone que debes distraer a las Pitias!
—Ha habido un cambio de planes —dijo, sacudiéndome como un
perrito molesto—. Tú las distraes, después me encuentras en el pueblo.
Y con eso se fue, caminando antes de que pudiera señalar que yo no
sabía dónde estaba el “pueblo”. Y que no estaba en ninguna forma para
distraer a nadie en este momento. Y que ni siquiera tenía un arma, porque,
a diferencia de él, en realidad me importaba el…
Mi cerebro se detuvo con una imagen de la pistola de Rosier. Lo cual,
no, no podría ayudarme mucho, ya que usarla aquí podría destruir la línea
del tiempo. Pero estaba sentada en un paquete de magia que podría ayudar.
Un paquete que había dejado caer en la orilla antes de desmayarme.
Un paquete que todavía podría estar allí, oculto por las malas hierbas.
Eché un vistazo alrededor de nuevo, me dejé caer al suelo, y comencé
a gatear.
La orilla del río estaba extrañamente intacta, excepto por el tramo en
el que habían sido estallados pedazos por el barranco. Parecía peor de lo
que recordaba, una fea y desnuda cicatriz en un tramo de arena, pero me
ayudó a orientarme. Entre eso y el molino, me las arreglé para encontrar mi
escondite anterior de malas hierbas, y poco después mi ropa desechada.
¡Y el paquete!
Lo abracé, casi sin creer, porque seamos realistas, no tengo suerte así
todos los días.
Y luego pasé el “vestido” por mi cabeza. Porque con todo lo feo,
sofocante y caliente que podía ser, también era más oscuro que mi camiseta
blanca. También me deshice de los Keds, también blancos, pero no podía
ponerme mis viejos “zapatos” de nuevo.
Hasta que pensé en lo extra horrible que se iban a poner mis pies,
corriendo a través de un bosque ardiendo, si no lo hacía, y lo reconsideré.
Estaba tratando de encontrar un cordón que me faltaba, que, siendo
de cuero, marrón y fibroso estaba haciendo un buen trabajo imitando a uno
de los pedazos de juncos aplastados, cuando otra explosión estalló a través
de mi visión. Miré hacia arriba, porque aquella había sido un poco cerca
para mi comodidad, y escaneé la orilla del río. Pero no vi a nadie.
Porque no estaban en el barranco.
Tuve un segundo para mirar fijamente a Pritkin, no caminando sobre
el agua, sino corriendo sobre ella, sus pies descalzos pateando pequeñas
ondas detrás de él en secuencia encendida por las llamas. Había vuelto a
ponerse los pantalones cortos, pero no la parte superior de hippie, supongo
que porque no sería muy útil como camuflaje a menos que estuviera en
llamas.
Y su precioso bastón estaba alojado sobre su espalda, en algún tipo
de dispositivo de transporte de cuero que no impedía que se golpeara en las
piernas con cada zancada, porque no había sido hecha para el uso de un
humano.
Había sido hecho para las cosas que lo perseguían.
Y estaban persiguiéndolo con fuerza. Justo detrás de él había un
grupo de Fey, resbalando, deslizándose, cayendo y medio ahogándose,
porque llevaban armadura, no lino fino, y porque no parecían encontrar el
agua tan cómoda como él. Pero otros estaban convergiendo en el barranco,
muchos otros, un montón de otros fanáticos, barriendo todo, de esa manera
como un tren de carga de otro mundo…
Y entonces Pritkin me alcanzó. Y me levantó. Lo siguiente que supe,
es que también lo estaba haciendo, dejando pequeñas huellas esponjosas
en la superficie de un río menos sólido que la tierra, pero más de lo que
cualquier tramo líquido tenía derecho a ser.
Por un minuto. Y luego fue como la extraña superficie del globo de
agua, delante de nosotros se acabó, y nos sumergimos. O, más bien, Pritkin
se sumergió y yo me caí del borde, maldiciendo, agitada y hundiéndome,
porque él me estaba tirando hacia abajo, no sabía por qué.
Hasta que un disparo de luz pasó rozando un mechón de mi cabello,
hirviendo a través del agua justo encima de mi cara, quemando mi carne
incluso a través de la corriente fría.
Y, bueno, lo entendí.
Y nos disparamos hacia abajo como una bala.
En un minuto, mis pulmones estaban ardiendo, se sentía como si
bandas de mi piel estuvieran ardiendo y sin embargo seguíamos bajando.
En agua benditamente fría que iba a matarnos de todos modos, porque de
ninguna manera podríamos nadar más lejos que los Fey. Había demasiados
de ellos y esto no iba a funcionar, estaba a punto de tratar de desplazarnos,
incluso si me torcía un músculo mágico o atraía a cada Pitia en cinco
kilómetros hacia nuestras cabezas, porque al menos tendríamos cabezas…
Y entonces lo vi: algo azul brillante en el fondo del río.
Estaba nebuloso y parecía fluctuar con la corriente, así que no podía
verlo claramente. O mucho de cualquier otra cosa, porque estábamos
demasiado profundos ahora. Pero un segundo después lo sentí, como un
desagüe tirándonos, jalándonos hacia abajo. Y antes de que pudiera tratar
de desplazar de nuevo, antes de que incluso lo registrara plenamente,
estábamos dentro, aspirados y succionados hacia abajo a un vórtice de
remolinos de luz, color y sonido, hasta que se detuvo abruptamente.
Realmente abruptamente.
Abruptamente como insectos sobre el parabrisas.
Y me di cuenta que acabábamos de llegar a una especie de membrana
elástica que cubría la abertura de una cueva.
La cueva parecía estar llena de rocas, oscura y húmeda, aunque no
tanto de esto último como cabría de esperarse con un agujero en la pared.
También estaba llena de Pritkin, porque la membrana no lo había detenido.
Había pasado a través ella muy bien y aterrizó agachado en un tramo
húmedo de roca en el otro lado. Y ahora estaba discutiendo con una cosa
peluda a la altura de su cintura que parecía ser principalmente nariz,
cabello y mala actitud.
Una actitud que empeoró mucho cuando empecé a golpear contra la
barrera, distorsionándola en la cueva con protuberancias en forma de puño
y pies, porque una tonelada de agua me presionaba y el desplazamiento no
funcionaba y estaba a punto de ahogarme y…
Pritkin agarró la lanza de la cosa y la arrojó directamente hacia mí.
Habría gritado, si no estuviera sofocada. O me habría alejado del
camino si no estuviera siendo aplastada por toda esa agua. Que de repente
cayó a mi alrededor, como la membrana disuelta en una ráfaga de luz.
Y exploté en la habitación, junto con algunos miles de litros de
tsunami a través de todo alrededor de mí. Y alrededor de Pritkin. Y alrededor
de la cosita peluda, que ahora era una pequeña cosita enojada, apareciendo
aquí y allá a través de toda el agua revuelta para apuñalarnos con un par
de cuchillos.
Eso hubiera sido más un problema si no nos hubiéramos precipitado
corriendo simultáneamente por un pasillo rocoso sobre el torrente de agua
que brotaba a través de la pared. Y haciéndolo sólo con luz intermitente,
porque el techo de esta cueva no estaba en reparación. Las grandes lagunas
brillaban por encima de nosotros, no mostrando el paisaje de infierno que
acabábamos de dejar, sino piezas de un bello día, con cielos azules y
brillantes, nubes esponjosas y enredaderas agitadas.
Y un montón de cositas más enojada mirando a través de la
vegetación.
Estaba más preocupada por el ahogamiento que por los locales, así
que cuando una ola me arrojó a una enorme estalagmita, lo suficientemente
fuerte como para sacar el poco aire que había conseguido respirar, me aferré
a la querida vida.
Y luché para respirar con lo que parecía como un océano de agua
chocando por ambos lados. Parecían como olas rompiendo contra un
acantilado, hasta el punto de que ya ni siquiera podía ver el piso, sólo una
masa de remolinos de agua rugientes que no sólo estaban recorriendo y
espumando las paredes, sino que también estaba estallando en pequeños
chorros de agua que no entendí hasta que volví a levantar la vista.
Y vi a las cositas peludas hacer llover rocas de del tamaño de pelotas
a través de una brecha en el techo.
—¿Qué… qué están haciendo? —grité, antes de recordar que Pritkin
no me entendía.
—¡Diciendo hola! —gritó de nuevo desde un agarre junto a la pared—
. ¡No estamos armados! —agregó, gritando hacia arriba.
La única respuesta fue un montón más de piedras, salpicando como
granizo gris. Pero apenas me di cuenta.
Tal vez porque estaba demasiado ocupada mirando a Pritkin.
—¿Qué… cómo… qué…?
—¡Hechizo de traducción! —me dijo sobre el rugido del agua.
—Traduc… ¿por qué no lo hiciste antes?
—¡No lo hice esa vez! ¡Todavía no lo sabía!
—Entonces quién…
Me interrumpí para aplastarme contra la estalagmita, permitiendo
que una roca del tamaño de mi cabeza salpicara en el vórtice entre nosotros.
—Te vas a casa —nos gritó una cosa peluda—. ¡Vete a casa ahora!
Y, bueno, pensé que podría adivinar.
—¿Quieres explicar cómo? —gritó Pritkin, señalando el torrente que
salía por la puerta.
La única respuesta fueron más rocas, desde el tamaño de puños. Una
golpeó la cúpula brillante de mi estalagmita, irradiando la inundación y
esparciendo por todos lados los trozos de metralla. Incluyendo sobre mí.
—¡Parece que le importa! —me dijo Pritkin. Y luego midió la distancia
e hizo un salto directo volando a través del estrecho que nos separaba,
aterrizando en un pedazo de roca que sobresalía. Era minúsculo y sobre
todo bajo el agua, me habría impresionado si no hubiera estado
maldiciendo.
—¿Cómo salimos de aquí? —grité, porque el rugido que nos rodeaba
seguía ensordecedor, incluso así de cerca.
—¡Esperaba que tuvieras una idea!
Lo miré fijamente.
—¿No tienes un plan?
—¡Los planes están sobrevalorados! —dijo el hombre que nunca hacía
un movimiento sin uno. Miró hacia arriba—. Y no me preocuparía por los
*intraducible*. No puedne darle ni a un granero…
—¿Los qué?
—¡Un pequeño tipo de troll que vive en el bosque! El hechizo no
traduce nombres propios, ¡Ohmierda!
Cerré los ojos y apoyé la frente contra el resto de la cúpula de la roca
mientras medio río pasaba a ambos lados. No estaba aquí; yo no estaba
escuchando esto; no lo hacía, no lo hacía.
—¿Trolls que viven en el bosque?
Abrí los ojos para ver a Pritkin un poco apenado.
—Anteriormente, llegamos a través de un… un tipo de puerta. Y ahora
estamos en, bueno, tal vez has oído historias…
—¡Estamos en Faerie! —grité, agitando mis brazos y casi cayendo de
mi roca—. ¡Sé eso! ¡Lo que no sé es cómo salimos!
—¿Sabes eso? —Pritkin parpadeó, aunque podría haber sido por todo
el rocío volando alrededor.
—Supongo que debería haberme dado cuenta. ¡Eres demasiado suave
para una campesina!
Lo fulminé con la mirada.
—¡Lo quise decir en el buen sentido! —me aseguró.
Cerré los ojos otra vez; no sé por qué. Nunca ayudaba. Pero lo prefería
a lo que vi cuando los abrí.
—… no están mal, una vez que te acostumbras a ellos. Simplemente
son muy territoriales —gruñó Pritkin, antes de que otra roca salpicara,
esquivando su hombro por centímetros.
Aterrizó en el fondo de la estalagmita, haciendo volar más metralla,
pero esta vez ni siquiera me estremecí. Estaba demasiado ocupada mirando
algo en la oscuridad por el camino por el que habíamos venido. Algo que
parecía un montón de gente llevando linternas que se reflejaban en las
paredes.
Solamente que las linternas generalmente eran amarillas, ¿no?
Y estos iluminaban en pura y fría plata.
Por supuesto, pensé. Porque un río furioso, un grupo de salvajes
armados con rocas y una corriente de energía inexistente no eran
suficientes. Eso sería el modo fácil. En algún lugar a lo largo de la línea
había hecho la transición a experta. Lo que hubiera estado bien si tuviera
tantas vidas como un personaje de videojuegos.
Pero sólo tenía una.
Que estaba a punto de perder.
—… de nuevo —gritó Pritkin, porque todavía estaba hablando—, hay
una pequeña posibilidad de que no hayan tenido tiempo de absorber mi
particular encanto en mi última visita…
—No tienes ningún encanto —gruñí, y lo empujé fuera de la roca.
Salté detrás de él, justo cuando dos lanzas más brillaron hacia
nosotros, casi invisibles desde la cascada de luz de arriba.
Y cuando subí, tartamudeando, unos instantes más tarde, fue sólo
para tener que agacharme y evitar que otra descarga me rasgara la cabeza.
Oí el golpe, un enorme ruido ensordecedor incluso bajo el agua, y sentí los
temblores que sacudieron la cueva como un terremoto. Y eso debe haber
golpeado algunas rocas sueltas, porque, de repente, estaban lloviendo por
todas partes.
—¡Baja! —gritó Pritkin—. ¡Agáchate! Aga…
—¡Agáchate tú! —le grité, porque una lanza acababa de destrozar una
estalagmita enorme con un golpe, como si la punta de una montaña hubiera
sido cortada. Lo cual no estaba lejos de eso para el caso, parecía que la
mitad del techo se agrietaba, desprendía y luego caía a pedazos,
directamente hacia él—. Pritkin! —grité, antes de recordar que no sabía ese
nombre.
Y entonces el borde de la ola golpeó, y también estaba
sumergiéndome.
Pero en realidad resultó ser algo bueno, teniendo en cuenta las rocas,
fragmentos y lo que parecían árboles enteros cayendo desde arriba. Una
roca se estrelló contra el agua un momento después, justo a mi lado, lo
suficientemente grande como para haberme arrancado el brazo. Excepto que
el agua desvió algo del impacto, así que sólo parecía que estaba siendo
raptada. Entonces la corriente me atrapó antes de que tuviera la
oportunidad de preguntarme cómo se suponía que debía nadar con sólo un
brazo.
Y me obligó a empezar a preocuparme acerca de cómo no ahogarme
con solo uno en su lugar.
Durante los siguientes pocos minutos, mi cabeza permaneció
principalmente bajo el agua. Pero estaba casi agradecida por eso, ya que
cada vez que salía, lo lamentaba.
La primera vez que salí a la superficie, vislumbré a Pritkin por delante
y nadé con fuerza, lo cual fue un gran alivio. Perseguido de cerca por un
grupo de Fey plateados, lo que no alivio. Sobre todo, porque no tenían que
luchar contra el agua como nosotros.
De hecho, no se mojaban en absoluto. No estaba segura que hubiera
una palabra para lo que estaban haciendo, podría haber sido llamado
escalar si se hiciera corriendo y de lado a lado. Lo mejor que pude imaginar
entre las olas que me golpeaban la cara, es que ellos saltaban de un
afloramiento diminuto a una saliente diminuta y de ahí a una protuberancia
de medio centímetro de ancho en las paredes, todas húmedas, todo
resbaladizo, a toda velocidad hacia adelante, y lanzando esas malditas
lanzas de energía contra nosotros.
De repente, el pequeño salto de Pritkin ya no parecía tan
impresionante.
Por supuesto, tampoco lo era el objetivo de los Fey, que estaban siendo
afectados en su loca persecución, por el hecho de que estaban tratando de
golpear a objetivos que se movían salvajemente con una muy mala luz, y por
la pequeña cuestión de que ellos mismos estaban siendo atacados.
Porque los estaban atacando. Las cositas peludas. Con quienes, de
repente, estaba empezando a sentirme mucho más amigable.
Los pequeños Fey parecían tener un gran problema con sus últimos
huéspedes. Más del que tenían con nosotros. Como, muchísimo más. Nos
habían gritado, amenazado y lanzado algunas rocas en nuestra dirección,
pero eso no era nada comparado con la reacción causada por la aparición
de los Fey plateados. No sabía lo que los pequeños estaban diciendo, porque
supongo que el hechizo tampoco traducía improperios. Pero gritaban algo
que sonaba verdaderamente feo acompañado de una absoluta avalancha de
rocas.
Y parecía que Pritkin se había equivocado.
Podían apuntar, después de todo.
O eso, o tenían más suerte, porque uno de los Fey tomó
repentinamente un baño, cortesía de una roca de cien kilos aplastando su
cráneo.
Una línea roja manchó el agua antes de que la corriente la arrullara,
y por un momento pensé que uno de sus compañeros saltaría tras él. Pero
en vez de eso, agarró una raíz baja que colgaba y la usó para balancearse
arriba. Un segundo después, tres pequeños Fey fueron expulsados a través
de un agujero en el techo y arrojados sobre las rocas de abajo.
No los oí aterrizar, por lo que estaba agradecida.
Tampoco los vi, por lo cual estaba menos agradecida, porque tenía
que ver con que el suelo de la cueva, de repente, dio paso a una cascada que
me hizo gritar en la oscuridad.
La segunda vez que volé por el aire, vi que, cascada o no, no habíamos
perdido a nuestros perseguidores.
Específicamente, Pritkin no lo había hecho, porque los Fey plateados
parecían estar mucho más interesados en él que en mí. Y una docena de
guerreros Fey sobre un todavía no mago de guerra no eran buenas
probabilidades.
Me quité la mochila de Rosier de la espalda y empecé a intentar ver
que había en ella.
Pero si antes había sido difícil ver, ahora era casi imposible. La
cascada nos había dejado en lo que suponía era un río subterráneo, pero no
podía estar segura porque ya no había convenientes tragaluces. Sólo un
vasto, oscuro, espacio con eco, con una bruma como única luz, que se
oscurecía rápidamente dejándola detrás y unos parches de liquen
fosforescente en el agua. Y los Fey, brillando como señales en la oscuridad
por delante. O como mortales relámpagos plateados mientras saltaban de
roca a roca, tratando de alcanzar la otra forma más oscura, la de Pritkin.
Estaban haciendo un buen trabajo. Ellos estaban haciendo un jodido
buen trabajo, ya que también había tramos de bancos de arena por aquí y
por allá, haciendo su extraña actuación de parkour mucho más fácil. Ellos
estaban ganando, mientras que yo estaba enfrentando el hecho de que
Rosier había traído un montón de pastillas y pociones, probablemente para
ayudar a noquear a su hijo, pero parecía jodidamente poco para un arma.
Aparte de la pistola, que no podía usar aquí. Y aunque pudiera, ¡había
más Fey que balas! Y eso suponiendo que la maldita cosa siguiera
funcionando después de sumergirla y si pudiera acercarme lo suficiente
como para disparar y si no atraparan a Pritkin mientras tanto…
Y no lo hicieron.
Pero sólo porque de repente aceleró, no supe cómo.
Y desapareció; no sabía por qué.
Hasta que me agarró y jaló hacia adelante a algo que probablemente
era una corriente, pero se sentía más como un torbellino. Y me di cuenta:
¿aquello que pensé que era una cascada? Era la pendiente de principiantes.
Acabamos de llegar a la carrera olímpica.
La tercera vez que volé, pude ver bien, gracias a la brillante luz
plateada que irradiaba un solo Fey. Estaba a sólo unos metros de distancia,
pero no me vio, estaba demasiado ocupado luchando contra una pequeña
criatura peluda que reconocí vagamente como el guardia que había visto en
el portal. Había encontrado un barco en algún lugar, tal vez se subió en uno
de los tramos, no lo sabía. Pero lo había hecho, y lo había utilizado para
rescatar a sus amigos que habían sido arrojados por los Fey.
Sólo que el rescate era un punto discutible, ya que un pasajero estaba
hundido en la proa, tan sin vida como un cadáver, y otro estaba a punto de
serlo.
Y éste no era Fey.
El guerrero plateado aterrizó con un golpe salvaje sobre un segundo
troll pequeño que le hizo caer hacia atrás, casi en el agua. Y eso hizo que su
apariencia cambiara, se borrara y…
Pritkin, pensé, dándome cuenta de lo que había sucedido al mismo
tiempo que su oponente.
El Fey se lanzó tras su enemigo antes disfrazado, para terminar el
trabajo, y probablemente habría tenido éxito porque Pritkin parecía aturdido
por el golpe. Pero el primer troll tomó ese momento para contraatacar,
tropezando con el Fey. Y un segundo después, se encontró enfrentándose a
una batalla desesperada contra un enemigo mucho más grande, más rápido
y más fuerte en una embarcación de apenas un tamaño mayor que un bote
de remos que empezó a balancearse locamente de un lado a otro mientras
intentaba agarrar el costado.
Me las arreglé, de alguna manera, pero ni siquiera intenté levantarme
porque no tenía la fuerza. En su lugar tiré de la única opción que tenía y
traté de apuntarla, mientras el pequeño guardia se ponía en modo
berserker, apuñalando con su lanza tan rápido que era casi invisible. Y los
Fey plateados comenzaron a moverse y a agacharse como un digno danzar
de Muhammad Ali, mis manos temblaban por el agua fría, y yo apuntaba la
pistola con mi brazo izquierdo porque por supuesto el derecho había sido
herido, y el maldito Fey brillando tan intensamente en la oscuridad que casi
me cegaba.
Pero no lo suficiente como para no poder verlo cuando el guardia troll
fue derribado a un lado, brutalmente fuerte. Y cuando el Fey se precipitó
sobre Pritkin, que había terminado encima de mí, sacudiendo su cabeza
para intentar despejarla. Pero era un poco demasiado, demasiado tarde, sin
más tiempo, sin más ayuda y un destello plateado disparando contra
nosotros.
Y luego el disparo se desvío en otro sentido, porque parecía que una
Magnum .44 funcionaba igual de bien sobre un Fey como en todos los
demás.
Y eso incluía mi hombro.
El guerrero Fey se tambaleó hacia atrás, con el rostro enrojecido y
cayó de la parte delantera del bote. Y mi brazo se paralizó por la reculada,
dejándome caer de regreso. Sólo que no estaba segura que se hubiera
paralizado tanto como roto.
Porque ahora no podía usarlo en absoluto.
Mi cabeza se hundió, la corriente era lo suficientemente fuerte como
para luchar incluso con dos brazos, y esta vez, se mantuvo así. Me di la
vuelta, lo que es fácil cuando todo está oscuro. Y cuando tu hombro es un
pulso de agonía y no funciona. Y cuando tu vestido empapado se envuelve
alrededor, obstaculizando el poco movimiento que te queda.
Y cuando te das cuenta que no puedes oír nada más que un eco
ensordecedor.
De repente, todo lo que vi a mi alrededor fue oscuridad.
De repente, todo lo que sentía era frío.
Dejé de luchar, esperando ver la dirección en la que las burbujas se
dirigían cuando dejé escapar un suspiro, sólo para descubrir que no tenía
nada. Resulta que los músculos, no funcionan muy bien sin oxígeno. Me
quedé mirando alrededor de la nada, más oscuro, agua oscura, y el pánico
cerró mi garganta.
Había peleado mi camino de regreso tres veces, la tercera es la
vencida; ¿no era ese el dicho? Sólo que nunca me pregunté antes, ¿qué hay
de la cuarta? ¿Por qué nunca dicen qué pasa si necesitabas una cuarta?
Estaba empezando a pensar que lo sabía.
Y entonces alguien me agarró.
Me sacudieron con un brazo alrededor de mi cintura, lo
suficientemente fuerte para casi partirme en dos. Las cosas se pusieron
borrosas por un minuto mientras trataba de averiguar por dónde salir. Y
fracasé, porque rompí la superficie en una dirección totalmente diferente a
la que me había estado dirigiendo, con la cabeza revoloteando, devolviendo
mi estómago y alguien gritando algo que no podía entender, porque, de
hecho, no podía entender nada.
Pero lo sentí cuando fui transportada por el lado del barco. Y caí en
un fondo viscoso, sólo un capullo de lana húmeda, piel húmeda y pánico
silencioso. Porque todavía no podía respirar.
Me quedé allí, jadeando inútilmente, como un pescado varado.
Tratando de succionar oxígeno en los pulmones ya llenos de algo más. Hubo
más gritos y alguien me dio la vuelta, y alguien más empezó a golpearme en
la espalda con brazos como los de Schwarzenegger, pero estaba demasiado
ocupada vomitando un cubo de agua helada para preocuparme.
Sentí como si hubiera expulsado un océano. Parecía que vomité el
mundo. Pero al final, estaba respirando —algo así— en jadeos desgarbados
y agradecidos que eran tan claros, tan fríos, y tan dulces que eso,
simplemente eso, sólo aire me hizo maravillarme en la magnificencia pura
del mismo.
Y luego me lanzaron una luz a los ojos, justo en mi cara, lo que me
hizo jadear, agitarme y caer de nuevo…
Antes de que me diera cuenta que era una lámpara de aceite y no un
Fey.
—No hables. —El brazo de Pritkin me rodeó por detrás, su voz apenas
audible incluso con sus labios casi tocando mi oreja—. Pueden saber de
dónde viene el sonido.
¿Cómo?, pensé, mirando cien lucecitas, como una cueva llena de
luciérnagas.
O, más exactamente, como una cueva llena de barcos, cientos de ellos.
Todos se movían por el espacio cavernoso, llenos con dos pequeños Fey, un
futuro mago de guerra y una rata ahogada colgada en un costado,
boquiabierta. En lo que, finalmente me di cuenta, era una flotilla de
imágenes especulares de nuestro equipo heterogéneo, que ahora llenaba el
río casi de la costa a la orilla.
Y sí, pensé vertiginosamente, Pritkin podría no ser capaz de luchar
contra ellos, pero todavía podía confundirlos hasta el infierno, ¿no? Y estaba
funcionando.
Los Fey que habían desaparecido por el río debían haber retrocedido,
probablemente al sonar el disparo. Porque había un montón de ellos aquí
ahora. Incluyendo al que saltó de un banco de arena a un afloramiento de
roca justo adelante. Se parecía a algo místico, con brillante armadura negra
que fluía con la luz de todas esas pequeñas lámparas, que también teñían
sus largos cabellos plateados y brillaban en sus ojos mientras exploraba la
cueva. Y siguió escaneando.
Porque no pudo encontrarnos.
Comencé a sonreír y levanté la mano para empujar un montón de
cabello suelto de mis ojos. Y luego me congelé cuando todas las Cassie en
todos los otros barcos hicieron lo mismo. Era tan extraño, como mirarse en
una casa de espejos, sólo que mucho más realista. Los plateados ojos del
Fey parpadearon aquí y allá, observando un centenar de repeticiones del
mismo pequeño movimiento. Pero sus ojos no se quedaron en nosotros más
que en cualquiera de los otros.
Pasamos flotando suavemente, sin movernos, apenas respirando. Y
nuestro silencioso anfitrión era como una flotilla fantasma, moviéndose a
buen ritmo, haciendo tiempo. Nos estamos escapando, pensé, apretando la
mano en el muslo de Pritkin. ¡Nos estamos escapando!
Y entonces el Fey empezó a cantar.
Supongo que en realidad estaban hablando entre sí, pero las voces
eran lentas, sonoras, casi musicales. Llevaban el aire claro y fresco de la
cueva y resonaban en las paredes, dando un concierto improvisado que no
podía entender pero que no me gustaba.
—¿Qué están diciendo? —susurré a Pritkin, pero esta vez, tampoco
parecía que lo supiera.
Y no parecía que el hechizo de traducción funcionara con este grupo
particular de Fey, porque todo lo que escuché fue cantar. Aunque podría
haber una razón para eso, pensé, cuando una enorme lanza de energía brilló
en la mano de los Fey en el afloramiento. Y luego dispararon hacia arriba,
hacia el techo, donde estallaron en mil luces parpadeantes como estrellas
que caían.
Hermoso, pensé de nuevo, hipnotizada a pesar de mí.
Hasta que me di cuenta: estas estrellas ardían.
Las brasas brillantes comenzaron a caer como la lluvia, silbando en
el agua y chispeando las rocas. Pero no dañaron a la multitud en los barcos,
no, no les hicieron daño en absoluto. Porque eran sólo ilusiones.
Pero nosotros no lo éramos.
Y ahora las brasas caían sobre nosotros.
El guardia comenzó a hacer un chillido aterrador y pisoteo un montón
de trapos que acababan de incendiarse. Y que resultó ser el cuerpo de un
tercer troll, que supongo que no estaba muerto después de todo. Porque
empezó a gemir y a golpear, luego se recorrió hacia atrás tratando de ponerse
a sí mismo fuera del incendio.
Lo que en realidad funciono muy bien, ya que había un montón de
agua en el fondo del barco para ayudarle.
Porque una de las brasas acababa de quemar un agujero en él.
Pritkin puso una mano en el géiser, y de repente dejó de brotar.
O incluso el chorrear. Más parecido a una pausa. Silbando. Y luego
se deslizó y se extendió en el fondo del barco de una manera extraña,
gelatinosa, como si de repente al agua le hubiera crecido una piel.
Lo que habría sido estupendo si otra corriente no nos hubiera
agarrado un segundo más tarde, enviándonos a girar, a hundirnos y a caer
en un túnel, y a bajar lo que probablemente habría sido un aterrador tramo
de rápidos subterráneos si hubiera podido verlos.
En su mayoría no pude.
Pero no necesitaba hacerlo.
Porque podía oír: el enorme rugido, el chirrido y el silbido de lo que
tenían que ser miles de galones de agua, todos cayendo hacía abajo, muy
abajo, en la oscuridad, en algún lugar en la distancia por delante.
—¡Oh, vamos! —grité, no es que importara, y no es que nadie pudiera
oírme, incluyéndome a mí misma. No sobre toda esa agua en el mundo
cayendo al lado. Estamos muertos, pensé en blanco cuando el barco dio un
puntapié. Estamos muy, muy muertos.
Y eso parecía ser el consenso, incluso entre los trolls. Los chicos
dejaron de gritar y empezaron a remar, pero incluso sus enormes brazos no
hacían mucho para detenernos. Estábamos demasiado cerca. Y no habría
ayudado de ninguna manera, ya que los Fey seguían en persecución, como
salpicaduras de plata en las paredes de la cueva detrás de nosotros mientras
luchaban por alcanzar la intensa corriente.
Así que sería la muerte por cascada, o la muerte por ahogamiento, o
la muerte por Fey, el hecho de que la palabra imperativa en todos esos
escenarios fuera “muerte” me hizo agarrar Pritkin por la pierna, que era lo
único que podía alcanzar.
—Amarillo —jadeé.
—¿Qué?
—¡Amarillo! ¡Amarillo! —grité, y realmente esperé que me hubiera
oído, porque el hechizo de traducción no cambiaba la forma en que
funcionaban las bocas. Así que la lectura de labios estaba descartada. Pero
cuando intenté arrastrar mis veinte kilos de lana empapada sobre los trolls
para llegar a la bolsa de Rosier, y a los pequeños parches amarillos en el
interior, pareció que él entendió la idea. La agarró y comenzó a buscar.
Sacando un montón de basura inútil que probablemente le costó a
Rosier un buen dinero, pero estaba a punto de ser desastre, junto con lo
que quedara de nuestros cuerpos si no lo hacíamos…
—¡Allí! —grité, viendo los pequeños parches amarillos de Rosier,
todavía en sus contenedores de plástico—. ¡Ahí! ¡Ahí! ¡Ahí!
Pritkin murmuró algo que no pude oír, y de repente me di cuenta que
no entendía cómo abrirlos. Y yo solo tenía una mano y sin uñas, malditos
empaques resistentes para niños; siempre supe que me iban a matar algún
día. Y parecía que era hoy.
Porque cuando miré hacia arriba, no había nada delante de nosotros,
solo viento, niebla y un montón de aire.
Llegamos a la turbulencia en el borde del segundo acantilado, donde
miles de litros de agua estaban vaciándose sobre las rocas, y lanzando
grandes cantidades de brisa en el proceso. Era como ser disparado por
cañones de agua desde múltiples direcciones, y durante un largo momento
ni siquiera pude decir si ya estábamos al lado correcto, no podía ver, no
podía oír, apenas podía respirar, a causa de un terrible terror, y porque
Pritkin estaba a punto de partirme en dos. Pero no importaba, no cuando
no tenía ideas y estábamos hundiéndonos en nuestra condenación…
Y…
Y…
Y nos tomó mucho tiempo pasarlo.
Había cerrado los ojos, pero ahora los abría para ver que el mundo se
había vuelto blanco, con estruendosos choques y cantidades ingentes de
agua siendo arrojadas alrededor, como gigantes jugando. Y sólo seguía
cayendo más, remojando, golpeando y amenazándome con ahogarme
mientras todavía estaba en el aire, o al menos en un barco atascado
colgando sobre un infierno de una gran cantidad de agua. Pero no cayendo,
sin estrellarnos, aún no, porque los trolls, esos maravillosos,
impresionantes e increíbles trolls, habían acuñado los remos de barco entre
dos de las rocas que eran salpicadas en el borde de la caída.
Y nos atraparon detrás de ellos.
De todos modos, sería solo por un momento, porque los remos eran
tan viejos como el barco y no necesitaba verlos claramente para saber que
estaban forzándose. Mi corazón se apresuró a golpetear, luego aceleró, y
luego sentí como que se detuvo por completo cuando me di cuenta que no
había ganado el indulto y si solo pudiera agarrar la línea de vida y abrirla.
Y la abrí, mordiendo, rasgando y luego miré alrededor para un lugar donde
poner el pequeño parche, porque estas cosas se activaban rápido.
Pero todo estaba mojado, todo, incluso las tablas que atravesaban por
los asientos. Estaban siendo rociadas con tanta brisa como yo y eso que ya
había estado húmeda con la ropa empapada y el trasero empapado hasta el
punto que no había un solo lugar seco, ni siquiera por debajo. Así que lo
pegué en un lugar húmedo, protegiéndolo con mi cuerpo y rezando.
Sólo para que flotara como comida en la estación espacial, y ¿cuán
estúpido era eso?
—¿No podrían hacerlas impermeables? —le grité a Pritkin, que no me
entendía.
Pero estaba mirando a la pequeña cosa con renovado interés. Y luego
al troll más cercano. Y luego de nuevo a mí. Y entonces…
—¡Oh, santa mierda!
Pero no hubo tiempo para el debate; no había tiempo para nada. Salvo
un momento más tarde, cuando un remo se rompió, Pritkin me agarró y
agarré el bote y el troll más grande agarró a su compañero. Quien no estaba
agarrando nada porque lo acabamos de meter bajo los asientos.
Y sí, me iba al infierno, porque primero le habíamos empujado el
parche por la garganta. Pero había estado en el infierno, y superaba la
mierda de Faerie. Así que ese no era el problema. El problema era que el
parche debía funcionar, que había estado funcionando, maldita sea, no
funcionaba ahora.
Porque la única cosa que nos atrapó mientras giramos en el vacío fue
la gravedad.
Por un momento, todo se detuvo. No vi mi vida brillar ante mis ojos
porque no podía ver mucho de nada. Sólo el chorro de brisa en las rocas
detrás de nosotros, irrumpiendo en el aire por encima de nosotros, y luego
saltando al vasto vacío por delante. Estábamos siguiendo las gotas,
haciendo arcos, un chapuzón, cayendo y gritando…
Y golpeando algo, girando, cayendo y atascándonos.
Y luego agazaparse, zambullirse y salir disparados hacia adelante,
como en un viaje fluido en la feria más sádica del mundo. Alguien seguía
gritando, pero no creí que fuera yo esta vez ya que ni siquiera parecía
respirar. O pensar, excepto para preguntarme a dónde había desaparecido
toda el agua de repente.
Porque se había ido, como si el grifo más grande del mundo acabara
de ser cerrado.
Sólo que no, me di cuenta, empujando una masa de cabello empapado
fuera de mi cara y jadeando por aire.
No estaba cerrado.
Sólo fuera de alcance. Debido a que la enorme caída de agua, y Dios,
vaya que era enorme, seguía azotando lo suficientemente cerca como para
seguir remojándonos, pero demasiado lejos para seguir matándonos, porque
estábamos observando desde un punto de vista en el vacío. ¡Una posición
ventajosa formada por una pequeña isla humeante de madera y trolls
gritando, porque el parche, el maldito remiendo maravilloso, había
funcionado!
El barco se balanceó perezosamente, flotando por las ráfagas de aire
que salían de todo ese rocío, y me di cuenta que estaba a punto de romper
a Pritkin en dos, con brazos femeninos o no. Pero no parecía importarle; ni
siquiera parecía darse cuenta, tal vez porque estaba ocupado notando algo
más. Y entonces yo también lo vi. Y oh. Mi. Dios.
Me giré para obtener una mejor vista. Y luego me senté allí, con los
ojos muy abiertos y temblando. Y mirando fijamente algo que habría costado
la mitad de un presupuesto de una superproducción poder falsificar.
Pero no era falso; era simplemente fantástico.
La cascada formó a un lado de la caverna algo para lo que el término
“humongous” podría haber sido acuñado. Los otros lados eran de roca
oscura manchada con pedazos de cristales y más cascadas, pequeñas sólo
en comparación con el mamut que acabábamos de caer. Algunas caían
sobre cornisas rocosas de quince o quizás veinte pisos por encima de
nuestras cabezas, tan altas que se evaporaban en la niebla que estaba
desplegando arcoíris en el aire a nuestro alrededor antes de que pudieran
esperar golpear el suelo. Otros comenzaban muy abajo, derramando su agua
en algo que no podía ver, porque había algo de luz que se filtraba desde muy
arriba, pero que en el fondo de la caverna desaparecía en la oscuridad.
Era hermoso.
Muy hermoso.
Y te dejaba sin aliento, no que me quedara algo. Pero lo recuperaría.
Lo recuperaría porque estábamos vivos, vivos, vivos, y todo era hermoso.
Miré a Pritkin, que estaba justo detrás de mí en la proa de la nave.
Parecía bastante golpeado, pero hace un segundo, no había importado.
Había estado mirando a su alrededor con el mismo temor que sentía, como
un hombre que acababa de mirar a la muerte a la cara y la había visto
encogerse de hombros e irse. Pero ahora la luz había desaparecido de su
rostro, y ya ni siquiera estaba mirando a la cueva.
Estaba mirando la cascada.
Y al guerrero reluciente que acababa de aparecer encima.
El Fey estaba de pie en uno de los peñascos más grandes, el rocío
arremolinándose a su alrededor, su largo y blanco cabello azotando
salvajemente su rostro. No sabía cómo llegó allí, porque la roca estaba casi
en el centro de la cascada, no cerca de cualquier conveniente escalón. Pero
sabía lo que estaba haciendo.
Por supuesto que sí. Por supuesto que sí. Cualquier otro habría
asumido que la caída nos habría matado, pero no los Fey. No, tenían que
ver lo que sucedió por sí mismos.
Y lo hicieron.
Porque nuestra pequeña flotilla no estaba a la vista.
Estiré la cabeza, pero no había ni un solo barco en cualquier parte.
Dañados, de repente me acordé. Las ilusiones que usaba Pritkin no
resistieron los daños. Para eso debió ser la tormenta de fuego.
Y creo que caer sobre el Niagara no había ayudado.
—Lo siento —dijo Pritkin, apretando su mano en mi hombro.
—No te disculpes —dije, mi voz temblando—. No te atrevas.
—Te involucré en esto. Me estaban persiguiendo a mí, no a ti. No
pensé, y no protegí…
—Me metí en esto. Y no necesito protección.
Volví a mirar al Fey. Nunca mostraban esa inexpresión en los libros
de cuentos de hadas, incluso en los que había tenido cuando era niña, que
contenían la versión más sombría de los Hermanos Grimm. Siempre tenían
a los malvados villanos gruñendo o babeando, llenos de odio o malicia.
Cuando la verdad era, que la mayoría de los que había conocido eran como
los del tipo que te asaltaban en un callejón y te disparaban a pesar de que
estaba demasiado oscuro para ver su cara.
Porque ¿por qué correr el riesgo?
Como si respondiera, otra lanza apareció en la mano del Fey, pero esta
vez, por primera vez, no me asustó.
Me puso furiosa.
—¿Quieres esto? —Agarré el bastón de debajo del trasero del Fey más
pequeño, donde había terminado d alguna manera. Y luego la levanté y grité
a través del vacío—: ¿Quieres esto?
—No puedes pretender devolvérselo —dijo Pritkin con voz apretada—
. ¡De todos modos, nos matarán…!
—¡Que infiernos estoy regresando! —grité, no porque esperara que
orejas puntiagudas pudiera escucharme. Apenas pude oírme a mí misma
sobre el estrépito y el rugido de las cataratas. Pero en ese momento no podía
hacer nada más—. Estoy pensando que tal vez lo romperé. ¿Es eso lo que
queremos que suceda aquí?
Y supongo que no. Porque el Fey de repente encontró algo más que
hacer con esa lanza de energía, que se fundió de nuevo en su piel. Sus ojos
se encontraron con los míos a través del vacío, completamente inexpresivos.
Pero luego se deslizaron lentamente hacia todo el equipo.
Y, oh sí. Lo quería todo correcto. Lo quería jodidamente.
Así que eliminarnos a cada uno no iba a funcionar, con uno de
nosotros sosteniéndolo. No, a menos que también estuviera dispuesto a
perderlo. Y no parecía que así fuera.
—Ahora es mío —le dije—. ¡Considera que es una compensación por
lo que me han hecho pasar!
-—Ohmierda —dijo Pritkin con urgencia, como si tal vez no fuera como
debías hablar con poderosos guerreros.
No, pensé, probablemente no. Y entonces pensé: Que se jodan los Fey.
¿Qué iban a hacer? ¿Matarme dos veces?
De pronto sentí ganas de reírme.
—¡Todos quieren matarme! —les dije—. Cada jodido alguien que
conozco desde hace años. Pero, oh, mira. ¡Aún aquí! Supongo que debo
hacer algo bien, ¿eh?
Pritkin empezaba a parecer preocupado, como si pensara que tal vez
me hubiera golpeado la cabeza antes. Y también me sentía así. Aturdida y
extraña, aterrorizada y descarada, todo al mismo tiempo. Todo un batallón
de mierda de guerreros Fey había estado persiguiendo a una impotente Pitia
y a un no listo mago en primer tiempo por lo que fue, ¿más de una hora?
Entonces, ¿por qué no estábamos muertos?
—¡Apestan! —grité, de repente riendo, ¿por qué diablos no?—.
Conozco vampiros que me habrían matado, drenado y tendrían mi cuero
cabelludo en su maldito cinturón ahora, ¿y qué están haciendo? Nada. ¡No
están haciendo nada! Porque lo saben, ¿no es así? —Sostuve el precioso
bastón sobre el borde del barco, sólo para observar al Fey retroceder—. Si lo
dejo ir, ¿crees que lo encontrarás de nuevo?
—Ohmierda. —Pritkin sonó estrangulado—. Eso no tiene precio. Es
único. Completamente, completamente insustituible.
—Supongo que eso significa que acaban de perder, entonces, ¿no? —
dije, mirando a los Fey. Cuyos ojos nunca dejaron el bastón, pero cuyos
puños se cerraron repentinamente.
Bien, tal vez esas orejas funcionaban mejor de lo que yo pensaba.
Porque de pronto aparecieron en las rocas toda una línea de Fey, como si se
hubieran condensado de la niebla. Y luego la rompieron, sin ninguna orden
que pudiera oír, la mitad de ellos se quedaron allí para que no pudiéramos
volver por el camino del que veníamos y la otra mitad moviéndose como un
rayo por el precipicio rocoso junto a la caída.
Porque había uno, negro como obsidiana y desgastado en su mayoría,
liso por años de riachuelos y fino rocío constante. Parecía una trampa mortal
para mí, pero los reyes del parkour parecían navegar por la pared de roca
como en la del gimnasio.
La del muro de niños.
Parecía que teníamos una carrera, chicos y chicas. Lo que habría
estado bien, ya que el bote se quebraba al infierno en su lugar. Había sólo
un pequeño problema.
Los Fey en la cascada comenzaron a arrojar lanzas sobre nosotros.
De acuerdo, dos pequeños problemas.
Y luego caímos.
Pritkin me agarró, agarré al troll más cercano y él agarró a su
compañero, que todavía estaba atrapado debajo de las bandas que formaban
los asientos. Atrapado, pero no le gustaba, no le gustaba ni un poco, y
parecía que quería estar en cualquier otro lugar, pero estaba aquí, sí. Estaba
zarandeándose, caíamos y luego la lanza del Fey brilló por encima, casi
poniendo mi cabello en llamas.
Bueno, al menos sé cómo bajar ahora, pensé locamente, justo antes de
que volviéramos a caer.
El troll atrapado se congeló, a medio camino de un puñetazo, y miró
a su alrededor, con los ojos enormes. Y luego se puso muy, muy quieto,
como si entendiera que había hecho algo para atornillar el hechizo. Pero
obviamente no sabía qué. Y eso significaba que no podía controlarlo, lo que
era un problema, ya que el Fey claramente pensaba que podíamos.
Eso explicaba el aluvión, que caía al otro lado de nosotros como una
jaula brillante, para evitar que escapáramos y llevarnos más cerca del
acantilado. No intentaban golpearnos; no podían darse el lujo de pegarnos.
Pero tal vez eso no era del todo evidente para alguien sin un gran punto de
vista.
Como para el tipo relleno bajo un asiento, por ejemplo.
Otra descarga paso rápidamente por encima, brillante como fuegos
artificiales en la penumbra, el troll pequeño gritó, y nos caímos. Esta vez,
no pensé que algo fuera a atraparnos en absoluto. Nos desplomamos seis,
quizás siete pisos, y luego quedamos atrapados, colgando desequilibrados y
casi volteados.
Porque nuestro pequeño dispositivo de flotación estaba tratando de
salir corriendo.
Era un poco difícil culparlo. Había sido raptado de arriba abajo,
vapuleado, golpeado y casi ahogado, y luego obligado a ser nuestro torpe
intento de escape. Y ahora su amigo acababa de empezar a golpearle.
—¡Deja de golpearlo! —Pritkin estaba gritando, tratando de separar al
pequeño guardia del otro—. Deja de pegarle…
—Si dejo de golpearlo, se va —jadeó el otro guardia—. Dice que no nos
necesita. ¡Él dice, que todos podemos irnos a la tierra para lo que le importa!
—¡Eso es lo que estamos tratando de hacer!
Pritkin agarró el brazo del tipo más grande, pero no antes de que le
dieran unos buenos golpes, y la indignación del pequeño guardia en el
ataque le hizo olvidar todo lo demás por un momento. Se volvió hacia su
amigo, con rostro rojo y furioso, y nuestro paseo abruptamente se niveló,
incluso se hizo suave. Miré alrededor, pero no lo había imaginado. El
pequeño troll no podía asustarse y luchar al mismo tiempo, y si su sistema
nervioso no estaba sobrecargando, no estaríamos cayendo.
Lo cual era un problema, porque los chicos de arriba habían dejado
de disparar.
A lo mejor también lo habían deducido. O tal vez sólo tenían miedo de
golpear a sus amigos. Porque estaban ganando.
Me senté allí asombrada, viéndolos prácticamente correr por el
maldito acantilado. Se movían tan rápido o más rápido que alguien haciendo
rapel, pero no tenían estacas ni cuerdas ni ningún equipo en absoluto. Y no
lo necesitaban. Porque la propia roca les estaba ayudando.
No había podido ver lo que estaban haciendo a lo largo de la ribera;
Había estado demasiado oscuro. Pero había más luz aquí y estaba más
cerca, no había duda al respecto. Las fisuras y las grietas se abrían
dondequiera que las necesitaran, pequeños salientes de la roca sólida bajo
sus pies o se hundían para que se agarraran con las manos. Uno tropezó y
una saliente entera salió de la nada para atraparlo.
Era como si toda la maldita pared de roca fuera una masilla que se
modificaba con la configuración que ellos necesitaran, tan maleable para
ellos como el agua lo había sido para Pritkin. Y muy malo para nosotros.
Agarré el brazo de Pritkin.
—¿Conoces algún insulto?
—¿Qué?
—Insultos. Injurias. —Lo sacudí con una sola mano—. ¿Puedes
insultar en su idioma?
—¿Por qué?
—Necesitamos que disparen. —Miré a los trolls, que estaban de
regreso.
Y joven o no, Pritkin nunca había sido exactamente lento. Me miró un
segundo, luego hacia ellos. Y luego comenzó a gritar algo en Fey por encima
de nosotros, que el hechizo ni siquiera trato de traducir.
Pero supongo que debió haber sido bastante malo, porque los dos
trolls se detuvieron a medias para mirarle. Y luego, ante el aluvión de rayos
que nos arrojaban de nuevo como si hubiéramos conseguido enojar a Zeus.
Dándome tiempo, pensé histéricamente, mientras volvíamos a caer.
Nos enganchábamos.
Y caímos.
Y colgábamos.
Nuestra pequeña barcaza estaba comenzando a verse bastante
destartalada, pero no iba a ser nada comparado con lo malo que iban a ser
las cosas si no nos dábamos prisa. Porque nunca nos habíamos arreglado
completamente de esa caída inicial, y nos habíamos ido acercando a las
rocas cada vez que nos deteníamos. Y cuando volví a darme la vuelta, el
acantilado estaba…
Justo enfrente de mí.
Al igual que el tipo con la mitad de su cara posada en la parte superior.
Miré fijamente al Fey del río con horror, sin entender por qué no
estaba muerto. Le había disparado. Dos heridas abiertas, una debajo de su
barbilla y una en su frente, eso era una sentencia. Junto con la sangre que
enmarañaba su cabello y salpicó su pecho. Las quemaduras de polvo que
cubrían la mitad de su rostro, negros y feos contra la palidez de otro mundo
de su piel.
Parecía una víctima de accidente; parecía un cadáver. Debería haber
sido un cadáver, porque el ángulo de una de esas balas tenía que haberlo
atravesado directamente por su cerebro. Un maestro de nivel superior
podría haber sido capaz de regresar de algo así, pero nada más que yo
conociera.
Nada más… hasta ahora.
Porque en lugar de desplomarse, estaba saltando quizá cuatro metros
por lo alto, desde una pequeña saliente a un extremo de nuestro barco.
Enviándonos hacia atrás por el impacto, casi a la lluvia de lanzas de arriba.
Y luego volvió a golpear el acantilado, como un péndulo en un reloj, cuando
Pritkin y el guardia se lanzaron hacia adelante en un intento de derribarlo.
No lo derribaron.
Lo aplastaron contra la roca, sin embargo, no lo suficiente. No con las
malditas cosas agitándose y moviéndose detrás de él como arcilla húmeda.
Deformándose alrededor de su cuerpo, hasta el punto que dejó un agujero
en forma de su cuerpo, cuando se lanzó de nuevo contra nosotros, hizo a un
lado el remo roto que Pritkin había agarrado, y saltó a nuestro viaje fallido.
Y rápidamente lo ayudó a fallar un poco más.
Pritkin y el Fey plateado aterrizaron en el fondo del barco, pateando y
peleando, entramos en caída libre. El pequeño guardia empezó a chillar
sobre su amigo de nuevo, pero esta vez, no ayudó. Agarré el lado del barco
en llamas y me preparé para el impacto.
Que no llegó.
No porque volviéramos a engancharnos. Sino porque Pritkin había
agarrado el palo, o bastón, o lo que infiernos fuera, y trató de ponerlo contra
el cuello del Fey. Creo que la idea era estrangularlo entre él y el fondo del
barco. Pero la criatura era demasiado fuerte, lanzándolo de espaldas contra
mí, y luego agarro la punta del bastón como si tuviera la intención de
atravesarlo a través de nuestros pechos.
Pero no lo hizo.
Porque en su lugar atravesó el suyo.
Me senté allí, viendo, pero sin entender. A diferencia de una pistola,
no había habido ningún retroceso, ni sonido que pudiera escuchar sobre
todo lo demás. Y toda la pelea había durado unos segundos. Literalmente
tardé más en contarlo que en verlo, los humanos no están constituidos para
comprender cosas tan rápidas; apenas estamos construidos para verlas.
Por eso estaba casi tan sorprendida como el Fey cuando miró hacia
abajo a la cavidad sanguinolenta que había sido su pecho.
Y no había nada allí.
Él cayó fuera de la nave, girando en el vacío de una ráfaga de viento,
pero no desapareció, no cayendo. O más bien lo estaba, pero nosotros
también. Y muy rápido.
Hasta que Pritkin golpeó con el bastón el parche acuoso que había
colocado sobre el agujero en el fondo, que todavía estaba sosteniéndose. E
hizo algo con el bastón, no vi qué. Pero lo sentí.
Porque, de repente, en lugar de estar a uno centímetros de chocar
contra la base de las cataratas, volvimos a volar.
Alto en el aire.
Como, caray, aerotransportados, pensé, completamente incoherente
mientras aferraba a Pritkin y miraba la línea de los Fey en la cima de la
cascada, que nos miraba mientras avanzábamos.
Yendo por otro lado.
Lo que habría sido bueno, lo que habría sido genial, si no hubiera un
techo, como, justo allí y ¡el techo, techo, techo!
Y supongo que Pritkin también lo vio, aunque no había tenido tiempo
de formar palabras. Porque sacó el bastón apuntando y bajamos, demasiado
abruptamente. Haciéndolo demasiado abruptamente, tirando de nosotros
en circuito alrededor de la cueva, mientras íbamos casi completamente de
lado. Y nos habrían enviado a caer a nuestro destino, excepto que todos ya
estábamos listos metiendo los pies debajo de los asientos y nos aferramos a
los costados con nuestras manos y en general teníamos nuestros culos
apretados contra los asientos con frío y puro terror.
Lo que sólo aumentó cuando aceleramos por la pared de roca y otro
Fey saltó.
Golpeé con el talón su frente, pero no llevaba zapatos y no ayudó. A
diferencia del aire que silbaba a través de un agujero en el casco, que le
golpeaba en la cara lo bastante fuerte como para hacer volar sus labios de
sus dientes. El borde roto de la pala que el guardia manejaba, parecía estar
haciéndole algún daño hasta que el Fey se lo quitó e intentó empalarle con
él.
Eso dejó al Fey colgado del barco con una sola mano, con su cuerpo
aleteando detrás casi horizontalmente, lo que habría significado la
condenación para cualquier persona que fuera remotamente normal. Él
simplemente procedió a apuñalar al guardia de nuevo, quien se salvó sólo
por la armadura de cuero hervido y por dar un paso a un lado.
Quien lo hizo casi de ballet cuando giró en un rápido movimiento…
Y puso la bota de suela gruesa sobre la mano que sujetaba al Fey.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —grité, aunque nadie podía oírme. Ni siquiera podía
oírme a mí misma, con el viento rasgando las palabras antes de que
estuvieran fuera de mi boca. Como el Fey, que de repente voló.
Justo a la cara del acantilado escarpado que estaba sobresaliendo
justo delante de nosotros. Lo perdimos gracias a un rápido desvío de Pritkin,
pero eso nos costó medio segundo. Que era todo lo que el Fey necesitaba
para retorcerse, ponerse sobre sus pies y catapultarse de nuevo al barco a
medida que pasaba rápidamente.
Y abruptamente el pequeño guardia voló hacia atrás.
El Fey casi había perdido el barco —literalmente— cayendo contra el
casco exterior en lugar de dentro, y había agarrado el cuello del guardia para
salvarse a sí mismo y tratar de estrangularlo al mismo tiempo. Pero el
guardia tenía otras ideas, se agarró de la parte inferior de un asiento con su
bota y uso uno de sus puños sobredimensionados para golpear al lado de la
cabeza del Fey.
Pero no estaba funcionando, y estábamos sin armas, incluso los
remos rotos habían caído. Y el Fey tenía al guardia con una llave de candado,
por lo que incluso si descubría alguna manera de enviarlo a volar,
probablemente el guardia también se iría con él. Pero iba a hacerlo de todos
modos si no hacía algo, así que agarré el cinturón del pequeño y jalé.
No estaba lo suficientemente loca como para pensar que podía
dominar a un guerrero, pero esperaba inclinar el equilibrio lo suficiente para
que el guardia hiciera el resto. Pero sólo tenía un brazo funcionando, e
incluso con ambos, el Fey era más fuerte que yo. Mucho más fuerte. Diablos,
me parecía que uno de sus dedos podría superarme, porque no parecía que
estuviera haciendo jodidamente nada de diferencia en absoluto.
Y Pritkin luchaba para domar el poder de un huracán y no podía
evitarlo, y el asiento que el pequeño troll estaba usando para apoyarse se
estaba soltando, los clavos se sostenían mayormente por el moho en este
punto, y un par de minúsculos ojos negros se encontraron con los míos…
No para pedir ayuda, porque no tenía más que dar. Sino para decirme
que estaba bien, que había hecho todo lo posible, que estaba bien, cuando
no estaba bien. ¡Cuando nada de eso estaba bien! Los ojos negros nadaron
ante mi mirada, volviéndose más viejos, cada vez más oscuros, como los de
otro hombre que no había podido salvar. Y como el otro, éste se deslizaba
entre mis dedos, y yo no podía sostenerlo, no podía…
Y entonces usé las dos manos y grité porque mi hombro parecía que
estaba siendo arrancado de mi cuerpo, pero todavía no era suficiente, y no
había nadie para ayudar…
Excepto por los propios Fey.
Porque acabábamos de completar un circuito completo de la vasta
caverna, regresando a donde habíamos empezado frente a las cataratas. Y
las lanzas que los Fey habían estado lanzando, que habían fallado por la
distancia, estaban repentinamente cerca. Y supongo que el líder había
decidido que, si él no podía tener el bastón, nadie podría. Porque una
descarga de fuego se abrió pasó a través del aire, directamente hacia
nosotros.
Y esta vez, conectó. Una resplandeciente lanza rompió la proa,
haciendo estallar el alto mástil en polvo y enviándonos a girar como un
trompo. Otro rasgó a través del fondo del barco casi al mismo tiempo, justo
donde había estado sentada antes de ser arrojada al suelo. Y un tercero…
Y un cuarto y un quinto se estrellaron contra su propio hombre, que
estaba esparcido por la mitad del casco, todavía obstinadamente aferrado a
su premio.
El pequeño troll se alejó, cayendo sobre mí, y las explosiones de
energía iluminaron toda esa armadura negra como rayos. No penetraron; no
tenían que hacerlo. El negro brillante se volvió rojo, el amarillo se volvió
blanco, y el Fey gritó, gritó mientras estaba cocinándose como una langosta
en su concha, gritó mientras empezaba a humear, gritó hasta que su cara
se puso negra, y aun así se aferraba a la nave porque se había derretido
allí…
Y luego la bota del troll se estrelló contra la madera carbonizada y
también contra el Fey, y cayeron girando en el vacío.
Y yo también gritaba, porque estaban a punto de lanzar de nuevo y
no podíamos escapar de ellos, no a tiempo, y no había nada que sirviera
como escudo y no había manera de mantener los clavos y nada que hacer…
Excepto lo obvio, que de alguna manera me las arreglé para no
pensarlo. Pero no me sentía mal porque parecía que los Fey tampoco.
Arrojaron lanzas en una volea enorme como una línea de fuego que se
extendió a través del vacío. Y Pritkin levantó bruscamente el bastón,
enviándonos al suelo mientras el bote se iba completamente de lado y la ola
de viento se dirigía directamente a los Fey.
Cuyos reflejos de relámpago no fueron lo bastante relámpago cuando
su propia volea regresó a ellos.
Era como la galería de tiro en la feria, pensé. Había sido atrapada a
mitad de un grito con mi boca abierta mientras observaba a través del
agujero del casco acribillado cuando la mitad de la alineación desapareció
repentinamente, mientras unos cuantos de los otros se abalanzaron para
cubrirse.
Y el resto…
No hizo nada.
No volaron hacia atrás por el vendaval, como yo habría esperado si
pudiera haber esperado algo entonces. Tampoco cayeron hacia delante. De
repente me di cuenta que estaban atrapados entre la enorme cantidad de
aire que el río estaba revolviendo por un lado, ya que toda esa agua venía
descendiendo desde arriba, y la corriente de poder que Pritkin enviaba del
otro lado. Como bichos entre dos diapositivas de cristal, sólo colgados allí
por un largo momento, junto con el agua que regresaba a la boca de las
cataratas.
Mucha agua. Casi toda el agua, de hecho, estaba siendo vaporizada y
devuelta, en largos banderines blancos y fluidos, como el cabello de los Fey.
Más y más de ellos, hasta que no pude ver nada más, ni a los Fey, ni a las
rocas, ni la boca de las cataratas. Nada más que una pared blanca donde
hace un momento había habido un tremendo torrente.
Y repentinamente ahí estaba otra vez.
Pritkin gritó algo que supongo era que me mantuviera firme, aunque
no había manera en el infierno de saberlo. Pero un segundo más tarde, toda
la pequeña nave de trapo giraba, con aquellos de nosotros que seguíamos
ahí, buscando nuevas agarraderas en los hoyos en el casco, en lo que
quedaba de los asientos y en el esqueleto desnudo de la nave, que era en lo
que estábamos porque más tablas estaban cayendo a cada momento.
Y luego nos zambullimos.
Tuve una fracción de segundo para ver la hirviente pared blanca
colapsarse, y ver a un montón de medio-ahogados Fey colapsarse con ella,
y para ver todo el jodido desorden caer desde las cataratas como un maldito
tsunami de agua. Y luego huimos del diluvio hacia el suelo, la poderosa
explosión de aire que venía desde la punta del bastón insignificante nos
envió disparados hacia atrás tan rápido como nos había subido. Y esta vez,
no había rayos de energía por los que preocuparse, ni siquiera de los chicos
del acantilado, que estaban demasiado ocupados evitando ser aplastados
por el agua, las olas estrellándose e inundándolos por los lados como para
que se preocuparan por nosotros.
Y, de todos modos, no puedes golpear una bala a exceso de velocidad.
Y eso era lo que parecía que éramos, con el viento casi cegándonos, un
huracán aullando en nuestros oídos y el río cayendo hacia nosotros. Y luego
el chorro de rocío en el fondo de la caída cortando a ambos lados de nosotros
cuando nos desviamos, deslizamos y salimos disparados hacia delante,
justo antes de que todo el asunto fuera oscurecido por el vasto torrente
desde arriba.
Miré hacia atrás y vi a Pritkin iluminado por el diluvio chispeante y
estremecedor, riéndose como un loco, mientras que el pequeño Fey peludo
que había terminado debajo de mi brazo agitaba sus puños y gritaba, el otro
tipo pegado en el asiento estaba mirando alrededor con los ojos tres veces
más grandes de lo normal, que casi los hacía de tamaño regular…
Y de repente empecé a gritar también, porque todavía estaba viva,
hijos de puta, todavía vivos.
Y entonces el techo empezó a caer.
No sólo parte de él, todo.
El largo tramo del río subterráneo empezó a saltar, brotaba y azotaba
con olas salpicando seis metros de altura en el aire para golpearnos cuando
íbamos pasado. Las gigantescas olas eran causadas por monumentales
peñascos que se estrellaban a nuestro alrededor. Y las enormes grietas
corrían hacia adelante por el techo, mostrando las líneas donde las
secciones aún más grandes estaban a punto de romper. Debido a que el
pasillo, el enorme corredor rocoso, no sólo se estaba rompiendo, sino que se
derrumbaba.
Los Fey estaban dejando caer una montaña sobre nuestras cabezas.
Pero no lo suficientemente rápido.
Porque un segundo más tarde, estábamos desviándonos rápido hacia
la pared más alejada, y luego por una grieta de metro y medio de diámetro,
y la piedra caliza se deslizaba hacia abajo.
—¡Augghhhhh! —dijo alguien, pero no era yo esta vez. No podía decir
nada, gracias al pequeño guardia que me había agarrado del cuello.
—¡Aughhh, aughhh! —gritaba el guardia, mientras el suelo se
levantaba para encontrarse con nosotros, porque me había equivocado, no
era directamente abajo. Era un curso de slalom con vueltas, giros y bajadas,
entre los montones de techo colapsado para encontrar fisuras anchas por
donde pasar y no había manera de evitarlos, excepto balancear nuestro peso
corporal de una manera u otra.
Lo que podría haber funcionado mejor si no estuviéramos tocando el
piso más de la mitad del tiempo.
—¡Llévanos abajo! ¡Llévanos abajo! —gritó el pequeño guardia
mientras rascábamos a través del techo.
Pero no bajamos hasta que soltó mi cuello para golpear la tabla sobre
el pecho de su amigo. Lo que fue la última gota para nuestro encantamiento,
atrapado en el Fey, que le dio un puñetazo en la mandíbula.
Empezaron a pelear, y empezamos a caer, nos levantamos, y caíamos,
nos levantamos, chocábamos y rebotábamos entre el piso y el techo, y casi
volteándonos, gritando toda nuestra caída, abajo, abajo, hasta que estaba
segura que la maldita cosa nunca terminaría…
Y luego lo hizo.
Porque salimos del costado de un acantilado, a una cascada que ya
no estaba allí. Sólo una apertura a la luz del sol y al aire, y a un río que
mejor podría ser descrito como el camino al infierno demasiado abajo.
Especialmente después de que nuestro pequeño remiendo decidiera
tomar ese momento para finalmente expirar.
—¡Oh, mierdaaaaaaa!
—¿Ese es realmente tu nombre? —preguntó Pritkin mientras nos
arrastrábamos hacia la orilla un momento después.
Me tambaleé en un tramo de gravilla forrada de arena, agitada,
lloriqueando y haciendo unos extraños sonidos pequeño de sofocamiento de
los que probablemente estaría avergonzada más tarde si sobrevivía lo
suficiente. Me dejé caer, rodé sobre mi espalda, y vi el humo subir por un
tramo de montaña completamente destruido. Los árboles, arbustos y
arroyos habían sido tragados por una cicatriz que tenía que ser de un
kilómetro de largo.
Tenía que ser.
Me quedé allí, demasiado agotada para incluso jadear y demasiado
sacudida para asustarme. Incluso cuando el troll más pequeño empezó a
hacerlo por mí, emitiendo un grito terrible y ululante a niveles de decibelios
no destinados a oídos humanos.
Afortunadamente, los míos estaban demasiado llenos de agua para
estallar. Y luego se fue corriendo, el sonido de pequeños pies corriendo y un
grito de respuesta haciendo eco hacia nosotros desde algún lugar cercano.
Pritkin se dejó caer a mi lado, respirando pesadamente. El troll
restante empezó a maldecir débilmente.
Otro pedazo de ladera se derrumbó, como un soufflé que alguien había
sacado del horno en el momento equivocado, lo suficientemente fuerte,
incluso a la distancia, para hacerme encoger.
—¿Ohmierda?
—Es más la historia de mi vida —dije miserablemente.
Y luego me desmayé.
Dos horas más tarde, estaba sentada en lo alto de una plataforma en
un árbol, mientras un pequeño Wookie bloqueaba la única salida. La
plataforma estaba conectada a muchas otras plataformas en muchos otros
árboles por puentes de cuerda, viñas oscilantes y tablas pesadas que subían
y bajaban, a veces a través de un complicado sistema, estaba demasiado
cansada para entenderlo.
Especialmente porque no era probable que fuera a usarlo.
El pequeño Wookie me miró fijamente desde una cara salvajemente
barbada. Ewoks, pensé. Los pequeños habían sido llamados Ewoks. Sólo
que esta versión no era tan peluda, y había inteligencia humana en esos
ojos oscuros. Y características humanas bajo todo ese pelo.
Bueno, a excepción de la nariz, que lograba hacer que incluso la de
Pritkin se viera menuda. Y las grandes manos nudosas. Y la barba, que era
negra, espesa y lo suficientemente grande como para ocultar cualquier cosa,
incluyendo más armas con las que estaba cubierto por todas partes. Y los
dientes, que eran más caninos y puntiagudos que humanos…
Pensándolo bien, no creía que Lucas hubiera contratado a estos tipos,
después de todo.
Me dije que ya tenía cierto control. Sólo que no funcionaba tan bien
ya que no sabía dónde estaba Pritkin, y eso hacia el doble para su padre. Y
no sabía dónde encontrar otro portal, preferiblemente uno no caudaloso,
para llevarnos de vuelta a la tierra. Y no podría alcanzarlo incluso si lo
hubiera sabido, porque había un Ewok delante del único puente para salir
de aquí.
Quién estaba empezando a verse un poco preocupado, tal vez porque
ahora estaba mirándolo a él.
En lugar de seguir haciéndolo me di vuelta y miré la escena debajo de
mí.
Era bonito. El sol se había puesto hacía una hora y las estrellas
estaban brillando. Pero eran difíciles de ver debido al espesor de las copas
frondosas y por toda la luz que se esparcía por debajo. Había fuego ardiendo
entre los árboles, fogatas alegres, antorchas parpadeantes y una gran cosa
como hoguera justo debajo de nosotros, donde un grupo de hombres
diminutos y peludos luchaban tratando de poner algo enorme sobre un
asador.
Todavía no lo habían logrado, pero otros olores empezaban a
derramarse por el aire, haciendo que mi estómago gruñera y mi boca se
hiciera agua. Pero no había nada que hacer sino sentarse y salivar. Nada.
Porque lo que una vez había parecido un muppet desafortunado se
había degenerado en una verruga grande y peluda después de haber sido
empapada y secada.
Pero nadie llevaba pantalones cortos, así que pensé que era mejor
dejarlo.
—Sabes, ellos le dieron a Leia un vestido nuevo —le dije al guardia,
sobre mi hombro.
No sintió la necesidad de responder, tal vez porque no tenía ninguna
barra energética para compartir.
Dios, pensé fervientemente, una barra energética. O charqui. O
realmente cualquier cosa, cualquiera. Nunca mostraban esta parte en las
películas, cómo las aventuras significan que estabas constantemente sucia,
destartalada, agotada y hambrienta. No, Leia había estado impecable con
un cabello perfecto, y su vestido —su bonito, suave y halagador vestido—
había estado bien ajustado y ¡no había parecido que estaba preparándose
para empezar a roer las tablas de la maldita plataforma!
Por supuesto, Han y Luke casi habían sido asados vivos en esa misma
escena, así que supuse que podría estar peor. Y me trataban bastante bien
si es que estaban planeando una ejecución. Me había despertado a ver a un
tipo con un hueso en la nariz y plumas en el cabello, parecía que debería
estar sacudiéndome con un pollo, pero que en lugar de eso había estado
untando en mi hombro una olla de bálsamo. Olía como si un oso le había
hecho el amor a un zorrillo, pero había entumecido el dolor agradablemente.
Y ahora tenía una jarra de agua y un montón de pieles entre las tablas y yo,
por si quería dormir, supongo.
Pero no lo hice.
Yo quería irme. Quería encontrar a Pritkin. Quería llevarlo con Rosier.
Quería sacar esa maldita maldición de él y llevarnos de vuelta a donde
pertenecíamos y acabar con esto…
Sólo que eso no estaba sucediendo, ¿verdad? No con Chewbacca aquí,
viendo cada uno de mis movimientos. Me senté y me masqué el labio.
Si no podía llegar a Rosier, tenía que traerlo a mí. De algún modo. Y
tenía que hacerlo pronto, en caso de que la loca corriente de tiempo de los
Fey acelerara las cosas, y el alma maldita apareciera, gracias a mi colosal
mierda de suerte y…
¡Contrólate, Cassie!
Podía hacer esto. Era sólo otro desplazamiento. Y, sí, estaba en Faerie
y Rosier estaba en la tierra, y mi poder no funcionaba bien aquí, si acaso
funcionaba, pero estábamos justo al lado de un portal. Antes de que
oscureciera, había podido ver el río brillando entre los árboles. Y el portal
estaba en el río. Y Rosier estaba justo al otro lado del portal, por lo menos
sería mejor que lo estuviera, porque si se hubiera escapado a alguna parte,
le torcería el cuello demoníaco.
Correcto. Así que. Un desplazamiento. Rosier desde el otro lado del
portal conmigo, y luego a donde estaba Pritkin. No lo veía, pero no podía
haber ido demasiado lejos, y no lo estaban asando abajo, así que supuse
que estaba bien. Probablemente nos habían separado para que no
pudiéramos coludirnos o algo así, y calla, calla, calla, sólo trae a su bastardo
padre aquí.
Cerré los ojos y alcancé mi poder.
No fue sorprendente que no llegara. Pero no se había ido. Ahora el
poder iba a donde yo lo hacía; si me movía de cuerpo o no, si me movía en
el tiempo o no, era como una gran sombra dorada, siguiendo, brillando,
haciendo señas… sólo… fuera de… mi alcance…
¡Concéntrate!
Tomé una respiración profunda, porque no lo estaba haciendo por
alguna razón, lo intenté de nuevo. Se sentía casi exactamente como tratar
de alcanzar algo alto en un estante, cuando no eres lo bastante alta.
Estirándote con fuerza, como si pudieras estirarte más y más, y mis dedos
pudieran tocarlo, pero no agarrarlo, como si estuviera ahí mismo, justo allí,
allí, pero no podía… no lo suficiente… ¡Maldición!
Me detuve, jadeando, sudando y maldiciendo entre dientes, porque
casi lo había conseguido esta vez. Sólo por un segundo, y sólo como un
toque fugaz, pero lo había sentido, puro, bello y poderoso.
Todo el poder que podría necesitar o esperar usar, como un mar
reluciente que se extendía a mi alrededor…
Hice una pausa durante un minuto, porque eso era exactamente lo
que hacía. Se extendía, como un vasto océano por todos lados, estrellándose,
golpeando y golpeando la barrera que nos separaba. Como si no le gustara
este arreglo más que a mí. Pero todavía no podía tocarlo, ni directo, ni aquí,
como tampoco podía llegar al fondo del río cuando estaba por encima del
truco elástico de Pritkin.
De hecho, esa era realmente una mejor analogía, porque un estante
no se mueve. Pero mi poder lo hacía, bajando y fluyendo como el agua, a
veces más cerca, a veces más lejos, pero siempre regresando. Era como si
estuviera en algún tipo de flotación metafísica de una piscina de la que no
podía salir, y quería algo por la cubierta que no podía alcanzar.
Pero el agua podría, si me desplazaba lo suficiente. Así que empecé a
moverme mentalmente y retorciendo y saltando, tratando de descubrir esta
nueva forma de controlar el poder que en realidad no podía tocar. Y
funcionó, o algo así.
Estaba haciendo algo, algo que hizo que el flotador no estuviera
subiendo y bajando más y más, hasta que se sintió como si estuviera
sentada en un bote en alta mar en lugar de en una plataforma esperando a
que el Fey decidiera venir a cocinarme.
Y, de acuerdo, tal vez esto no había sido una buena idea, pensé,
jugando con tanto poder, cuando las olas comenzaron a golpear más fuerte,
y las cosas empezaron a estar un poco fuera de control, y luego más que un
poco. Pero no me detuve; no estaba segura de poder detenerme. Acabé de
concentrarme en Rosier, tenía una imagen en mi cabeza de ese molesto y
complaciente dolor en el culo, y…
Y…
Y jalé.
Me caí hacia atrás, aunque no por el chasquido del poder. Que golpeó
y absorbió, ondas de choque radiante a través de mí, sensación extraña y
estimulante, del tipo bueno y malo todo al mismo tiempo. Como cuando el
asiento del juego rueda hasta la parada después de la montaña rusa y te
quedas preguntando si realmente lo pasaste bien o no y agarrando tu pecho.
Y algo más.
Me incorporé, dándome cuenta que había caído hacia atrás porque
algo me había golpeado. Algo que no entendí al principio, porque no era un
demonio enojado. Bueno, no completamente, pensé, mientras examinaba un
pedazo de tela de aspecto familiar, manchado de barro en varios lugares y
arrugado, como si alguien hubiera dormido en él.
Porque alguien lo hizo.
Era una capa, del tipo que probablemente la mitad de la gente en Gran
Bretaña usaba en este momento. Pero no pertenecía a ninguna de ellas. Ése
era el pequeño abrigo circular de Rosier que sostenía en la garganta, la única
concesión a la vanidad que él no había podido negarse a sí mismo, a pesar
de que el bonito artículo no combinaba con el material áspero.
Era la capa de Rosier. Me senté ahí, agarrándolo por un momento con
ligera incredulidad, sintiendo la lana sucia bajo mis dedos ¡y una enorme
sonrisa brotando sobre mi cara porque lo había hecho! ¡Había desplazado
una capa!
Decidí probar con el propietario al lado.
O lo haría, si alguien no se hubiera entrometido.
Literalmente. Sentí un toque en mi hombro, y miré a mi alrededor
para encontrarme nariz con nariz con alguien del tamaño de ocho años. Y
un par de ojos negros en el largo tramo detrás de ellos, mirándome
estrechamente.
—¿Qué haces?
—Nada.
Los ojos cayeron hasta mi premio.
—¿Qué es eso?
—Una capa, ¿qué parece?
—¿De dónde? No la tenías antes…
—Si.
—No la tenías.
—Si la tenía.
Los ojos se abrieron para mirarme y de reojo a la capa. No parecían
ver muy bien, lo que no era sorprendente con todo ese cabello enfrente. Pero
entonces comenzó a olerla. Y debería haberlo sabido: una nariz como esa
tenía que ser buena para algo.
Una mano nudosa agarró un pliegue de lana.
—No huele como tú.
—Yo… la tomé prestada de un amigo.
—Tampoco huele como él.
—¡No ese amigo! Otro amigo. ¡Bueno, más o menos, y devuélvelo!
—¿Qué haces? —preguntó de nuevo. Y luego dijo algunas otras cosas
que sonaron como brocheta de pollo texano en basura, pero probablemente
no lo era.
Confía en mí para obtener la versión de hechizo de la torre de Babel,
pensé, y me arrebató mi capa.
—No estoy haciendo nada con eso —le dije, tratando de indignarme—
. ¿Qué hace alguien normalmente con una capa?
La sospecha no disminuyó.
—¿Por qué la necesitas?
—¡Se está poniendo frío! —Me froté los brazos.
No parecía haber comprado eso, tal vez porque era una noche apacible
sin siquiera un toque de las frías temperaturas nocturnas de Gales. Pero
supongo que él decidió que tal vez los seres humanos eran extraños,
criaturas de sangre fría y necesitaba más calor, porque finalmente la soltó.
Rápidamente me arropé con la capa, lo cual pareció satisfacerlo, y volvió a
su puesto.
Esperé un rato, de espaldas a él, sudando bajo dos capas de lana. Y
tratando de ser tan aburrida como fuera posible al hacerlo. Y supongo que
le di al clavo, porque la próxima vez que arriesgué una mirada por encima
de mi hombro, él estaba viendo algo al otro lado de la plataforma, y
olfateando el aire como si también le gustaran los olores que estaban
flotando por todas partes.
Cerré los ojos, puse mi capa alrededor y lo intenté de nuevo.
Esta vez fue más difícil, mucho más difícil, y por un momento no
pensé que fuera a funcionar en absoluto.
Pero entonces agarre algo. Algo que no quería pasar, como si estuviera
atascado de alguna manera, o como si alguien estuviera jugando a jalar la
cuerda en el otro lado. Pero empujé con más fuerza, tirando, agitando y
tirando…
Y conseguí una bofetada en la cara con algo desagradable por mi
problema.
Estaba húmeda de sudor y manchada de malezas, con agujeros en lo
que finalmente identifique como las rodillas, y la suciedad salpicaba a medio
camino de las pantorrillas. Pantalones, me di cuenta, con una sensación de
hundimiento. Miré a mi alrededor rápidamente, y luego los escondí debajo
de mi capa.
Rosier probablemente no estaba en ningún sitio donde los necesitara.
O al único zapato que sobrevivió, que aterrizó en mi regazo al segundo
siguiente. O al cinturón que apareció después de eso.
Y luego algo que no reconocí de inmediato, algo pequeño, blanco y
roto, y francamente un poco oloroso, que…
¡Ewww! Dejé caer el par de calzoncillos blancos que acababa de traer
y me senté allí, jadeando, agotada y mirando un desagradable montón de
ropa de Rosier, pero sin Rosier. Y sin fuerza para intentarlo de nuevo cuando
apenas podía sentarme.
Puse una mano para apoyarme y solo respiré por un rato.
Maravilloso.
¿Ahora qué?
Ésa había sido mi única gran idea, sola y atrapada en un árbol de
Faerie, y ahora estaba agotada.
Y desplazar era lo mejor de mí; era lo que siempre había hecho bien,
incluso Agnes lo había dicho. Así que, si no podía hacer eso, ¿qué quedaba?
Excepto agrupar las cosas desagradables con el zapato. Y dejarlas
fuera al lado de la plataforma. Y tratar de no golpear a nadie en la cabeza
con eso en su camino hacia abajo, aunque otro guardia por debajo, agarró
su lanza y saltó salvajemente cuando aterrizaron sobre unas hierbas detrás
de él.
Pero no los encontró y soplé un suspiro de alivio, mirando en la
oscuridad y preguntándome qué pensaría Salvatore si supiera dónde había
terminado uno de sus mocasines.
Y entonces el Ewok comenzó a hacer algún tipo de ruido detrás de mí.
Me giré para mirarlo de nuevo, pero él no había regresado. Tampoco
se había movido, ni siquiera para parpadear. Habría parecido una estatua
peluda a excepción de la luz del fuego que brillaba en esos ojos negros y
obscuros. O la forma en que el pecho debajo de las capas de trapos subía y
bajaba, un poco más rápido ahora. O la forma en que su mano apretó su
lanza.
Parecía que no era un fanático de la magia humana.
Realmente no. No se movió, pero lo blanco de sus ojos se mostró. Y
parpadeó alrededor mientras miraba de mí, al lado de la plataforma y de
regreso a mí otra vez, y sí. ¿No tenía manera de saber lo que acababa de
conjurar, verdad? O lo que había arrojado en el medio de sus amigos, y
reflexionando, tal vez debería haber vivido con la basura porque no había
tal cosa como estar demasiado ordenado, y ahora estaba haciendo esos
sonidos de nuevo.
Y dio un paso hacia mí.
Y no, realmente no eran lo suficientemente lindos para Lucas, pensé,
recapacitando. No eran lindos en absoluto, y mientras yo había asumido
que había características humanas debajo, realmente no sabía eso,
¿verdad? Realmente no sabía nada y no estaba en ningún lugar cerca de
casa y estaba sin energía, y, por lo que sabía, tal vez Pritkin y yo estábamos
en el menú, porque no era como si los Fey oscuros del Dante fueran
particularmente exigentes, y…
Y entonces lo que pude ver del rostro del guardia cambió, se arrugó,
como si hubiera hecho algo que lo molestaba. Sólo lo podía intuir cuando
todo lo que podía ver ¿era un par de centímetros de piel? Su piel se ruborizo
un poco de repente, porque lo había estado mirando demasiado tiempo, y
tal vez eso era un insulto en su cultura, porque lo que podía ver de su cara
no parecía feliz.
Y eso fue doblemente cierto cuando me levanté de un salto y retrocedí
un paso, con las manos levantadas, tratando de parecer lo menos
amenazante posible.
Sólo que tal vez eso tampoco significaba lo mismo en su cultura,
porque estaba viéndose seriamente enrojecido, algo que no cambió ni
siquiera cuando di un paso atrás. Como si estuviera mostrando debilidad y
eso lo estaba enojando, ¿cuáles eran mis opciones aquí? Y él estaba
haciendo esos sonidos de nuevo, más como chirridos, y no tenían sentido,
tal vez porque el hechizo de traducción se estaba desgastando o tal vez
porque me estaba maldiciendo, ¿quién diablos sabía?
Retrocedí y él empezó a agitar los brazos, incluyendo el que tenía la
lanza, y luego corrió hacia mí, di un grito e intenté retroceder de nuevo, sólo
que esta vez, no había nada bajo mi pie sino aire.
Grité y el guardia chilló, él se lanzó y empecé a caer y la copa de los
árboles se arremolinaba repugnantemente por encima de mí…
Y luego se detuvo tan abruptamente.
Pero no porque él me hubiera atrapado.
Fue porque alguien más lo había hecho.
—¿Siempre te metes en estos problemas? —preguntó Pritkin detrás
de mí.
Estiré el cuello para verlo de pie en una de las plataformas oscilantes,
sosteniendo una canasta en una mano y a mí en la otra.
—En su mayoría sí —respiré.
—Sabes, he notado eso sobre ti —me dijo.
Y luego me besó.
—Guardia —jadeé, retrocediendo.
—¿Qué?
-—Hay un guardia.
Pritkin parecía confundido.
—¿Sí?
Miró por encima del hombro, y yo también. Y el guardia que había
estado a punto de matarme de repente se veía como la tercera rueda de un
baile de secundaria: torpe e incómodo y ligeramente avergonzado. Había
estado examinando la punta de su bota, pero alzó la vista cuando Pritkin
dijo algo en una lengua que el hechizo no conocía. Pero el guardia debe
haberlo hecho, porque se giró abruptamente y corrió a toda velocidad por el
puente colgante.
Miré a Pritkin sorprendida.
—¿Qué dijiste?
—Lo liberé. Y creo que estaba aliviado. Pobre hombre; temía que
estuvieras a punto de ponerle un maleficio.
—No hago maleficios.
—Bueno, hiciste algo —dijo Pritkin—. Ese guerrero Svarestri no se
desplomó de un ataque al corazón.
—¿Cuál? —pregunté miserablemente, y volví a sentarme. Y a poner la
cabeza en mis manos, porque no podía evitar el elefante en la habitación
para siempre, ¿no?
No cuando acababa de tirar a la mierda la línea del tiempo.
Me senté allí por un momento, escuchando, extendió un picnic que ya
no quería, la sensación de hundimiento en mi estómago llenándolo en lugar
de la comida. Había estado enojada con Rosier sólo por traer una pistola
que sabía que no podíamos usar, ¿y qué había hecho? Yo lo sabía. Sabía
que cualquier cosa que hiciera a la larga podría tener consecuencias
desastrosas, que podría estropear el tiempo de una manera que no podría
arreglar, que se suponía que debía cuidar la línea de tiempo, ¡no destruirla
yo misma!
Si la hubiera destrozado.
Pero segura como el infierno que parecía como si lo hubiera hecho.
Habíamos matado a otro Fey, estaba segura. Y tal vez más de uno, porque
a pesar de su asustadiza resistencia, había sido una condenada caída sobre
las malditas rocas, y seguro, tal vez había tenido suerte y tal vez algunos de
ellos lo habían logrado, pero no podía creer que todos ellos.
No podía creer que la mayoría de ellos lo hubieran hecho.
Entonces, ¿cómo eso no echaría a la basura la línea del tiempo? ¿No
contaba en la línea de tiempo Fey? ¿Estaban todos ellos programados para
ataques cardíacos en los próximos días? ¿Qué?
No lo sabía, porque no había recibido ningún tipo de advertencia como
lo había dicho Rhea. No había recibido ninguna en absoluto, a pesar de
tener mi mente lúcida esta vez y vigilando por una. Y todavía lo hacía.
Mi poder tarareaba, una cálida energía de fondo, más tenue que en la
tierra, pero como acababa de demostrar, todavía aquí, en algún nivel. Pero
¿tal vez no a un suficiente nivel? ¿Tal vez no podría hablar conmigo aquí? O
tal vez simplemente no sabía cómo escuchar.
Sí, estaba apostando a esa última. ¿Quién sabía cuánto me había
equivocado? Y por un hombre.
Tal vez por eso no se suponía que las Pitias tuvieran… personas, pensé
miserablemente. Tal vez por eso Agnes había vivido en ese museo estéril de
apartamento, sola. La gente interfería con las cosas, las complicaba, se
metían en tu cabeza.
Agnes habría dejado que Pritkin muriera, si llegaba a ello. No tenía
ninguna duda de eso. Habría hecho lo correcto y se habría quedado en casa,
aceptando que así eran las cosas ahora.
¿Y si hubiera sido Jonas?, preguntó una voz. ¿O alguien más a quien
le importaba? ¿Habría hecho lo correcto?
Pensé en esa foto, la que Rhea y yo habíamos encontrado. Parecían
tan felices. Sólo dos personas de mediana edad en una playa, con arena en
la piel y el inicio de una quemadura en sus mejillas, alimentos grasos en
sus estómagos los que probablemente les daría indigestión al día siguiente
en lugar de las resacas que sus más jóvenes podrían haber tenido. Pero no
les importaría eso. Porque le habían robado un día al trabajo, y a las
responsabilidades, y al correo sin fin, y habían vivido un poco.
Pero ¿y el día siguiente? ¿Qué pasó cuando regresaron al trabajo?
Porque lo habían hecho.
¿Qué había pasado entonces?
No lo sabía. Pero sabía lo que no había sucedido. ¡Agnes no había
jodido hasta el infierno la línea de tiempo! Tal vez nunca se había enfrentado
a la elección que yo tenía; tal vez ella también habría fallado. Tampoco lo
sabía. Sólo sabía una cosa.
Esperaría que lo arreglara.
De algún modo.
Sentí un dedo debajo de mi barbilla y miré hacia arriba para ver
brillantes ojos verdes mirando los míos.
—¿Por qué la cara larga? Ganamos.
Me reí. No era particularmente agradable, pero era lo mejor que podía
hacer bajo las circunstancias.
—Sobrevivimos.
—Contra los Svarestri, eso cuenta —me dijo Pritkin en serio. Y
entonces sonrió, una expresión brillante y abierta que dejó mi aliento
atrapado, porque nunca se veía así—. Y eso vale la pena celebrar, ¿no?
¡Nosotros sobrevivimos! —gritó, y media docena de voces le gritaron de
vuelta, junto con el alzamiento de sus tazas.
Una de los cuales fue puesta en mi mano al segundo siguiente, por
un sonriente y medio desnudo mago de guerra.
—¡Tiempo para disfrutar de la vida!
—Disfrutar. —Me abstuve de rodar mis ojos, solo un poco.
—Suenas como si no estuvieras familiarizado con esa palabra.
—Estoy familiarizado. Simplemente no con el término básico.
Él sonrió de nuevo y sacudió la cabeza. Y volvió a desempacar la
canasta mientras investigaba mi taza. Cerveza. Fuerte. Pero no estaba mal,
y mi estómago vacío lo aceptó ansiosamente.
—¿Qué quieres decir con que lo liberaste? —le pregunté después de
drenar la mitad.
—Quiero decir, que le dije que fuera a cenar. Están asando un buey
en tu honor y todo el mundo está muy emocionado. En su mayoría viven de
peces ahora, ya que fueron echados de sus tierras, pero a nadie realmente
le gustan.
Había un montón de cosas mal con esa frase, pero mi estómago sólo
se centró en uno.
—Eso es… ¿un buey?
Miré dentro de la cesta, y sólo el olor hizo que mi boca empezara a
salivar de nuevo. Y mi estómago a quejarse. De repente, me pareció que
podía comerme el maldito buey completo.
—No, todavía no está listo. Pero pensé que tendrías hambre, así que
les dije que tomaríamos lo que sea que tuvieran. —Me miró con severidad—
. Si traen un ojo más tarde, cómelo. Se considera una delicia, y los ofenderás
si no lo haces.
—¿Y… y qué harían si les ofendiera? —pregunté nerviosamente.
—Probablemente poner mala cara. Durante años. Nadie tiene
memoria como los Fey.
Empujó las pieles más cerca del árbol para que no les cayera comida
y terminó de preparar nuestra fiesta. Lo miré trabajar por un momento,
tratando de cambiar de marcha. Y para ponerme al día, aunque nada tenía
sentido.
—¿En mi honor? —dije finalmente.
—Mmhm.
—Pero hace un rato estaban lanzándome piedras a la cabeza e
intentando apuñalarme…
—Eso fue antes.
—¿Antes de qué?
—Antes de que ayudaras, salvaste la vida de dos de sus guerreros. Y
antes de que supieran de la bendición. —Hizo una pausa, para cortar el pan,
lo suficiente para estrecharme los ojos verdes—. Pudiste haber mencionado
eso.
—¿Mencionar qué?
—¿No lo sabes?
—¿Saber qué? —pregunté, cansada, ansiosa y hambrienta.
Y luego sobresaltada, cuando de repente me empujó el cuchillo, lo
suficientemente rápido como para hacerme jadear y retroceder. Y entonces
volví a estremecerme con lo que sonaba como una cascada de campanas
repicando en el aire a mi alrededor. Y antes de que me hubiera recuperado
de eso, aparecieron media docena de lanzas, como por arte de magia, todas
grandes, todas brillantes, todas en manos de un puñado de guardias
enojados.
Y todas señalando la garganta de Pritkin.
Por un momento, nos quedamos allí, las lanzas, los guardias, y los
dos en el medio del círculo mortal, ni siquiera respirábamos. De todos
modos, yo no lo hacía. Pritkin parecía cauteloso, pero no tan alarmado como
debería haber estado con un puñado de cuchillas a unos centímetros de su
yugular.
Pero él fue muy intencional en sus movimientos mientras lentamente
bajo el cuchillo del pan.
—Solo comprobando —les dijo cuando uno de ellos rápidamente le
quitó el cuchillo—. Pero mientras están aquí, ¿podrían conseguirnos más
cerveza?
Los guardias le dieron la mirada que él merecía, me dieron otra una
vez más, y se fueron tan rápido como llegaron. Nadie ofreció más cerveza.
Pero de repente me sentí mejor.
Mucho mejor.
No estar en el menú puede hacer eso para una persona.
—Así que… ¿no nos van a lastimar? —le pregunté, arrastrándome al
borde de la plataforma para verlos irse girando hacia abajo otra vez. Y para
ver las cargas contrarias pivotear hacia arriba y luego alrededor, porque un
solo ascensor improvisado parecía servir a un cierto número de árboles. Una
hembra de aspecto corpulento se reía y carcajeaba mientras se balanceaba
en un gran arco, llenando tazas de gran tamaño en manos ansiosas, que
salían alrededor del círculo de árboles, como una especie de hada maníaca
de la cerveza.
Maldición, eso parecía divertido.
—¿Lastimarnos? Eres una amiga Fey —dijo Pritkin, su voz
recalcándolo—. Ellos te tratarán… bien, probablemente no morirán por ti;
no es su marca. Pero en algún momento, hiciste un gran servicio a un
miembro de uno de los clanes Fey oscuros, y por lo tanto puedes esperar la
consideración de todos ellos.
Me tomó un minuto. En realidad, me tomó varios, mientras miraba
las chispas ocasionales de abajo, algunas de las cuales empezaron a volar
por el aire hasta el borde de nuestra plataforma. Y entonces me acordé.
—Radella.
—¿Qué? —Levantó la vista de estar vaciando algo en un tazón.
—Una Fey. Una duendecilla. Yo le di… una runa… —Pritkin se quedó
perplejo—. Una cosa para ayudar con la fertilidad.
—Ah. No es de extrañar que te llamaran amiga. ¡Me sorprende que no
te hayan adoptado!
—No creo que hubiera cabido en su casa.
Se rio, y como de costumbre, me hizo saltar.
—No, supongo que no.
Me arrastré hacia atrás y recogí mi cerveza.
—¿Qué significa “consideración”? —pregunté, después de drenar el
resto.
—Yo no lo empujaría demasiado lejos —me advirtió, entregándome el
cuenco—. Y sólo con los Fey oscuros. La luz no honrará sus marcas, de
hecho, pueden hacer las cosas peor para ti si encuentran una. Y cualquier
clan oscuro que esté en las salidas como el que te marcó… bueno,
probablemente no te harían daño, pero podrían tratar de regresarte.
Sí, eso saldría bien, considerando que Radella ni siquiera habría
nacido aún.
—Pero, por otro lado, te da paso libre a través de las tierras de los Fey
oscuros —añadió Pritkin—. Tienes derecho a estar aquí. Eres conocida por
ser amable. Y tienes protectores. No es un pequeño regalo.
Gracias, Radella, pensé fervientemente.
—Entonces, ¿por qué tenía un guardia? —pregunté.
—Era un guardia de honor, el hermano de uno de los trolls que
ayudaste. Y un guía, en caso de que quisieras ir a cualquier parte.
—¿Ir? ¿Entonces podemos irnos?
Pritkin arqueó una ceja.
—Mañana.
—¿Qué hay de malo esta noche?
—¿El hecho de que es de noche? —dijo, llenando su propio
recipiente—. Viajar a lo largo de la frontera oscura no es fácil, incluso en el
día, cuando se puede ver lo que está a punto de comerte. Y yo, por ejemplo,
estoy cansado. ¿No lo estás tú?
Infierno sí, lo estaba, pero tenía un trabajo por hacer, y no estaba
haciendo nada sentaba aquí. Pero tampoco haría nada sin Pritkin, y no
parecía interesado en moverse. Y dudaba de mi capacidad para arrastrarlo.
—Además, te perderías la celebración —agregó.
—¿Qué celebración? ¿Qué están haciendo? —pregunté, estirando mi
cuello para mirar por encima del borde de la plataforma.
—¿Qué está pasando? —preguntó Pritkin, porque estaba demasiado
atrás para verlo por sí mismo.
—Un puñado de viejos, viejos trolls, con barbas blancas. Se están
reuniendo cerca del buey. Tienen dos guardias con ellos. Creo que son los
que estaban en el barco con nosotros.
Pritkin sonrió.
—Parece que el entretenimiento está a punto de comenzar.
—¿Qué entretenimiento?
—Ya verás. Ven a comer.
Me arrastré con toda la intención de obtener algunas respuestas a las
preguntas que llenaban mi cerebro.
Pero la comida parecía atractiva, y Pritkin no me escuchaba de todos
modos. Una banda estaba tocando sobre un árbol no muy lejano, y él estaba
tamborileando sus dedos, asintiendo, escarbando el pan, tomando cerveza
y algunas cosas extrañas de carne asada que… que, bueno, eso olía muy
bien, en realidad.
Metí la nariz en mi propio recipiente. Realmente bueno. Empecé a
buscar una cuchara.
Y acabé puliendo la mayor parte del tazón no tan pequeño antes de
darme cuenta. Y maldita sea, estaba bueno, una especie de estofado de
venado y algo con verduras asadas y una espesa salsa marrón. Lamí la
cuchara.
Y miré hacia arriba para encontrar a Pritkin observándome, con
expresión divertida, no sabía por qué. Tal vez porque estaba comiendo como
Scarlett O’Hara en la barbacoa en lugar de como una mujer buena y
delicada. Ni idea, pensé, y le robé otro pedazo de pan.
—Puedo ir a buscar más —me dijo, riendo abiertamente ahora.
—¡Tú te quedas! —le señalé con el pan—. Tengo algunas preguntas.
—¿Cómo cuáles?
—¿Como qué habrías hecho si yo no hubiera estado ahí?
—¿Ahí?
—En el molino. ¿Qué habrías hecho si no… me hubieras visto?
Lo pensó por un momento.
—¿Tomar un baño?
—¡Lo digo en serio!
—También lo hago. —Tomó un plato de pescado ahumado y me lo
ofreció, pero sacudí la cabeza. Tengo un problema con comer cualquier cosa
que sea capaz de verme hacerlo. Al parecer, Pritkin no tenía ese problema,
trituro hasta los huesos y todo, con aparente gusto—. ¡Esos malditos Fey
me persiguieron a través de la mitad de una cordillera! —me dijo entre
mordiscos—. Y además me utilizaron para la práctica de tiro. Finalmente los
perdí y me dirigí a la fuente de agua más cercana. Es mi elemento, y
aumenta el poder lanzar hechizos. Tenía la intención de mezclarme y
esconderme hasta que estuviera seguro que se habían ido. Lo siento si eso
te desilusiona —añadió—, pero no tenía ninguna intención de luchar contra
ellos.
—Ocultarse es bueno —le dije con fervor.
Él asintió.
—Sólo por mi suerte ellos tomaron el mismo camino.
—¿No esperabas que lo hicieran? No puede haber tantos portales a
Faerie dispersos por ahí. Si estaban tratando de volver…
—No lo hacían.
—¿Cómo sabes eso?
—Cuando los conocí, se dirigían hacia la ciudad, no procedían de ella.
—¿La ciudad? Te refieres… ¿iban a la corte?
—Posiblemente.
—¿La corte de Arturo?
Pritkin pareció confundido por un minuto, y luego sonrió.
—Ah, Arth-Aur.
—¿Eso es diferente?
—Significa “Oso Dorado”, en nuestra lengua. Es su apodo. No le gusta
mucho, pero le queda bien. Grande, arrogante, de cabello dorado, y
peligroso. Pero un buen hombre en general.”
—¿Un buen hombre que anda con los Svarestri?
Pritkin sacudió la cabeza.
—Eso, solo: no lo hace. ¡Tiene una alianza con otra de las casas más
importantes y no tienes dos de esas!
—Pero iban a su corte.
—Probablemente.
—Con un arma.
—Seguro.
—¿Crees que planeaban hacerle daño?
—No tengo ni idea de lo que planeaban —dijo Pritkin—. No tengo ni
idea de lo que estaban haciendo en la Tierra. El rumor es que desprecian el
lugar, y todos en ella. Nunca antes había visto uno de ellos.
—Entonces, ¿cómo supiste quiénes eran?
Se encogió de hombros.
—La forma en que se veían.
—Parecían hombres.
—¿Lo parecían?
Me detuve y lo pensé durante un minuto. La respuesta era no, en
realidad no. Nunca había visto a un miembro de los Fey de la luz antes, pero
sabía sin duda que eso es lo que eran. La estructura ósea, la forma en que
se movían, cientos de cosas diferentes los habían delatado. No sólo parecían
diferentes; parecían extraños, como el tipo de villanos que Lucas habría
puesto en esa película si realmente quisiera asustar la mierda de todo el
mundo.
—Mestizaje —dijo Pritkin, antes de que yo pudiera preguntar—. Las
otras grandes casas se han mezclado con seres humanos a través de los
años, y por lo tanto se parecen más a nosotros. Los Svarestri no lo han
hecho. Sabía lo que eran tan pronto como los vi.
—Y les robaste su palo.
—Bastón —corrigió Pritkin—. Y no lo robé. Lo recuperé.
—¿Recuperar? ¿Entonces es tuyo?
Sacudió la cabeza y buscó algo en la canasta. Y, finalmente, sacó una
pequeña olla de lo que parecía mostaza, en la que procedió a hundir las
cabezas de pescado. Y me sonrió cuando me estremecí.
—No, un contacto mío entre los Fey me pidió que estuviera atento a
ello, dijo que había sido robado. No sonaba como si pensara que fuera
probable que vinieran a la Tierra, pero estaba tomando todas las
precauciones posibles. Él estaba… más molesto de lo que nunca lo había
visto. Afirmó que una guerra podría estallar si no se devolvía.
—¿Una guerra? ¿Por el bastón de un mago?
Pritkin tragó pescado.
—No es de un mago, de un rey. El Bastón de los Vientos es la propia
arma del rey del cielo, por lo que causó tal alboroto cuando desapareció.
—El… ¿rey del cielo?
—El líder de los Blarestri. Probablemente los conoces como los Fey
azules. O posiblemente no; tampoco vienen a la Tierra a menudo. Pero sí
más que los Svarestri, que nunca vienen. Bueno, hasta ahora.
—Por un bastón robado.
Él asintió.
—Y eso es lo extraño.
—¿Que vinieran a la Tierra o que robaran el bastón?
—Ambos. O cualquiera de los dos. —Giró la mano que no sostenía el
plato de pescado—. Los Svarestri tienen razones para querer poner las
narices de los lores del cielo fuera de la jugada; han sido enemigos durante
años. Pero es interesante que arriesgaran tanto por tan poca ganancia.
—¿Pequeña? ¡Esa cosa me pareció bastante poderosa!
—Lo es en la mano del rey. Se dice que él puede levantar una tormenta
lo suficientemente grande como para acabar con todo un ejército con ella.
Pero ese es él. Es el más poderoso de los Fey azules, posiblemente el ser más
poderoso de todo Faerie, y su elemento es el aire. El bastón en la mano de
alguien más… —Pritkin se encogió de hombros—. Útil, sí. ¿Vale la pena
arriesgarse a una guerra por eso? No.
Fruncí el ceño, y cubrí de mantequilla el pan con una cuchara porque
estábamos sin cuchillos.
—¿Así que un grupo de Fey que nunca vienen a la tierra tomaron un
bastón que no se supone que tengan y que no pueden usar, para ir a la corte
de un tipo que no quiere nada que ver con ellos?
Pritkin asintió.
—¡Eso no tiene sentido!
Él asintió de nuevo, porque tenía la boca llena.
—¿Qué hiciste con él de todos modos? —le pregunté, porque
obviamente no lo tenía con él.
Miró la copa de los árboles, donde pequeñas chispas volaban
alrededor de la hoguera de abajo, como luciérnagas.
—¿Hacer?
—Sí, ¿dónde lo pusiste?
—¿Poner qué?
—El bastón.
—Oh eso. Los ancianos lo tienen.
Era indiferente.
—¿Se los diste? —No me molesté en mantener el escepticismo fuera
de mi voz.
—No preguntaron. Están discutiendo sobre qué hacer con él ahora
mismo.
—¿Qué quieres decir?, ¿están planeando conservarlo? —Me mordí el
labio un poco más, porque eso… eso probablemente no era bueno.
No sabía cómo las cosas se habían jugado originalmente, antes de
Calamidad Cassie se involucrará, pero dudaba que fuera con los chicos
haciéndola de bandidos. Me recordaban a mí, y nuestras vidas no
funcionaban así. Cuando los centavos caían del cielo, usualmente estaban
en sacos de doscientos kilos que aplastaban nuestros cráneos.
—Eso es lo que están discutiendo —dijo Pritkin, observándome con
una expresión curiosa—. Algunos quieren conservar el bastón y encontrar
una manera de usarlo. Perdieron la mayor parte de sus tierras, a excepción
de esta franja junto al río, hace unos años con los Fey verdes, y el bastón es
el tipo de cosa que podría ser capaz de hacerles recuperar al menos algo de
ella”
—¿Fey verdes?
—Los señores del agua. —Inclinó la cabeza—. Tú sabes, los que
habitualmente vienen a la tierra.
—Oh, Correcto. Esos Fey verdes.
—Probablemente los conoces como Alorestri, pero eso significa: “Ellos
que usan el verde” en su idioma, y, de cualquier manera, no tiene sentido.
Sólo es un nombre que se dan para que no tengan que darnos el verdadero.
—¿Sabes cuál es el verdadero?
Pritkin asintió. Y luego una serie líquida de sílabas salió de su boca
que sonaron casi como un canto, una canción entera, porque duró, como,
un minuto completo.
—Eso es… hermoso —le dije, porque lo era.
—Lo memoricé cuando era niño. Me llevó una semana entera.
—¿De niño?
—Y luego está el segundo grupo —dijo—. Los que quieren devolver el
bastón a los Blarestri y abogar por su caso allí. Pero otros dicen que es poco
probable que el rey del cielo vaya a luchar contra la señora de los lagos y los
océanos, con quien solía estar casado, piénsalo, por nada más que el regreso
de un pedazo de su propiedad. ¡Que, por lo que él sabe, ellos se lo robaron
en primer lugar!
—Yo… ¿qué? —Estaba teniendo problemas para mantener el ritmo.
¡Los Fey tenían demasiados nombres!
—Y luego está el tercer grupo, que quieren devolvérnoslo y enviarnos
por nuestro camino, lavando efectivamente sus manos de todo el asunto…
Me animé.
—… y que son la minoría. Los otros dicen que lo tienen ahora, y
cualquier grupo que venga a buscarlo es probable que los haga
responsables.
—Entonces… ¿entonces los hemos puesto en peligro? —No podía creer
que no lo hubiera pensado antes. Dios, era una idiota.
—Los Svarestri los pusieron en peligro —dijo Pritkin, sujetándome el
brazo mientras me esforzaba por ponerme de pie—. Ellos entraron en sus
tierras, violando un tratado en el proceso de perseguirnos.
—¿Y ahora qué? ¿Y si vuelven?
—Estamos bien protegidos aquí.
Lo miré fijamente.
—¿Viste esas cosas?
—Sí, y he visto lo que nuestros anfitriones pueden hacer en su tierra
natal. Han luchado contra los Fey verde durante años. Este lugar está bien
protegido. No nos habrían traído aquí de otra manera.
Me sentí relajar un poco.
Y luego una aullante flecha salió disparada directamente a mi cabeza.
Grité y Pritkin me atrajo hacia el montón de alfombras. Y la flecha se
desintegró en una niebla espumosa justo más allá del borde de la
plataforma, enviando pedazos translúcidos de ceniza a revolotear hacia
nosotros.
—Parece que es hora del entretenimiento—me dijo.
—¿Entretenimiento?
Él asintió, sonriendo, porque era un bastardo. Siempre había sido un
bastardo, y la juventud obviamente no había cambiado esa maldita cosa…
—No puedes irte —me dijo mientras luchaba por levantarme llevando
veinte kilos de lana.
—¡Mírame!
—Pero también serás honrada esta noche. Todos lo seremos.
—¿Llamas a esto “honrar”?
—Por favor —dijo, lo suficientemente serio para detenerme—. Ellos
necesitan esto. Últimamente no han tenido muchas victorias, si es que las
han tenido, y esta noche, necesitan esto.
—¿Qué es “esto”?
Asintió al espacio abierto entre el círculo de árboles.
—Observa.
Y un segundo después, lo hice. Estaba viéndonos, junto con nuestros
dos compañeros, caminando a lo largo de un río subterráneo, sólo que éste
estaba hecho de chispas. El gran fuego los arrojaba desde abajo, y de algún
modo los Fey lo convertían en una película monocromática brillante que
fluía y brillaba en el aire y tenía la atención de todo el mundo.
Me arrastré hasta el borde de la plataforma y miré hacia abajo a un
vórtice de fuego, el matiz radiante, imágenes en movimiento en el aire. Y me
sentí relajar de nuevo cuando el asombro superó la indignación. Y no fui la
única.
A nuestro alrededor, la gente se reunía en los árboles, agolpaba las
plataformas y se sentaba a lo largo de las ramas más robustas, buscando
un mejor punto de vista. Había abuelas geriátricas con largas trenzas grises,
niños con brillantes ojos negros y narices que aún no habían llegado a su
verdadero potencial, hombres sólidos y peludos con manos ásperas y
cicatrices de batalla, cubiertos con suficientes armas para combatir una
guerra. Sin embargo, miraban las luces con la misma fascinación que los
niños.
Y no es de extrañar. La película en el aire llenaba prácticamente todo
el espacio abierto, con gráficos tridimensionales que Hollywood podría haber
envidiado. El largo torrente del río se derramó desde arriba sobre una
cascada de chispas, los puntos dentados de las rocas fueron mostrados en
ráfagas de estrellas entre los miembros de los árboles, y los Svarestri
saltadores fueron pintados en rápidos destellos de luz en medio de todo,
lanzando incluso explosiones más rápidas a las cabezas que se movían
salvajemente abajo.
—¿Es así como cuentan historias? — susurré.
—Así es como cuentan historias —aceptó Pritkin—. Solía esconderme
en los árboles y observarlos, desde la distancia. Me mostraron cosas
extraordinarias, batallas largas, héroes muertos hace tiempo, grandes
ciudades convertidas en polvo. Pero realmente no se fueron. No mientras su
gente los recuerde.
—¿Y ahora se acordarán de nosotros? —Fue casi abrumador pensar
en ser parte de la historia de alguien, incluso de una manera pequeña. Ser
recordada… Estúpidamente, sentí que mis ojos se mojaban.
—Oh, se acordarán de nosotros —dijo Pritkin, sonando divertido—.
Después una moda.
Lo miré de nuevo.
—¿Qué significa eso?
—Eso —dijo, mientras el fuego se me acercaba a toda velocidad por la
plataforma, la lluvia de chispas de algún modo logró transmitir unos ojos
saltones, miembros que se movían y una boca cómicamente abierta que
gritaba silenciosamente.
Fruncí el ceño ante mi doppelganger poco halagador.
—¡Pensé que habías dicho que nos honraban!
—Lo somos. Pero ya sabes quién decide las historias.
—¿Quien?
—¡Quienquiera que las cuente! —Se rio y me jaló de nuevo, cuando
mi yo de fuego miró alrededor frenéticamente, hizo una cara de mierda, y se
zambulló en el río ardiente, justo antes de que una lanza estallara en
chispas, que se dispersaron casi hasta mis dedos reales. Rápidamente los
puse de nuevo debajo del borde de la piel.
Pero la muchedumbre circundante no parecía usar mi cobardía contra
mí. Por el contrario, un momento después una nueva botella de cerveza casi
me golpeó en la cabeza, bajada de una plataforma por un par de viejas
cacareando. Y varios niños de ojos brillantes nos estaban espiando a través
del follaje a la derecha, al parecer nos encontraban más interesante que el
espectáculo.
Les saludé con la mano antes de darme cuenta que tal vez no supieran
lo que significaba. Pero luego una pequeña mano se levantó, con uñas como
garras de punta oscura. Y lentamente se movió hacia arriba y hacia abajo
mientras devolvía el saludo.
Nos sonreíamos el uno al otro, ambos sintiéndonos absurdamente
contentos por alguna razón. Y Pritkin tomó la cerveza y volvió a llenar
nuestras tazas, ¿por qué diablos no? Y el lanzamiento de piedras y
maldiciones a los Fey de la luz continuaron, con la participación entusiasta
de la multitud.
Muy entusiasmados, pensé, mientras las chispas ondulaban, se
arremolinaban y armas genuinas eran arrojadas a las cabezas de los
Svarestri.
Esperaba que alguien hubiera pensado en cubrir al buey.
—No recuerdo que esta parte nos tomara tanto tiempo —dije después
de varios minutos más.
—No lo hizo. Pero la gente aquí odia a los Svarestri.
—Pensé que fueron los Fey verdes quienes tomaron sus tierras.
—Así fue —asintió Pritkin—. Pero fue en respuesta a que los Svarestri
tomaron muchas de las de ellos, y se aprovecharon de la mayor parte de la
tierra fértil en su frontera norte. Se dice que las tierras de los Svarestri son
rocosas y frías, ricas en minerales, pero nada más.
—Así que tomaron lo que necesitaban de los demás.
Él asintió.
—Y entonces los Fey verdes reemplazaron lo tomado de los oscuros.
Pero no queda una maldita cosa que tomar en estos días, al menos a lo largo
de la frontera. Y no hay manera de que esta gente la cruce, no con facciones
más poderosas listas para destruirlos tan pronto como lo hagan. Se les ha
dejado entre el martillo y el yunque, cortesía de la expansión Svarestri y la
insensibilidad de los Fey verdes. Si quieren disfrutar de la satisfacción de
desollar a sus enemigos durante unos minutos, créeme, se lo merecen.
Había entrado un filo en su voz. Estaba observando el ligero
resplandor y el cambio, y su rostro cambió con él, de un compromiso alegre
a una fiera satisfacción, dependiendo de qué sombras el espectáculo
estuviera lanzando. Pero, de cualquier manera, parecía que estaba
disfrutando de la prolongada paliza tanto como los trolls.
—No sé qué pasará cuando se queden sin espacio —dijo después de
un momento.
No respondí, aunque podría haberle dicho. Porque los Fey oscuros
habían ido a la Tierra en números cada vez mayores en mis días. Y
congregándose en enclaves poco glamurosos, aquellos que no podían pasar
como humanos, porque no había ningún otro lugar a donde ir.
Me pregunté cómo sería perder no sólo su hogar sino su mundo
entero, a excepción del puñado de familia o de amigos que podías llevar
contigo. Por supuesto, los inmigrantes lo habían hecho durante años, pero
los inmigrantes siempre podían volver a casa o trabajar para integrarse en
su nueva sociedad. La mayoría de los Fey no podían. Serían para siempre
extraños en una tierra extraña, y eso de repente me pareció terriblemente
cruel.
—¿Por qué los Svarestri necesitan tanta tierra? —pregunté—. Creía
que no se casaban con humanos.
Él bufó.
—No lo hacen.
—Entonces, ¿no debería ser baja su tasa de natalidad?
—Debería serlo. Pero el rumor es que han hecho obligatorio el
matrimonio, junto con la maternidad. Están tratando de aumentar su
número.
—¿Para qué?
Pritkin sacudió la cabeza.
—Nadie sabe.
Y entonces la muchedumbre jadeó, una inhalación colectiva de
alientos, cuando la batalla en el barco comenzó.
—Aquí está tu gran escena —le dije a Pritkin. Y entonces noté: la pelea
había sido sutilmente alterada para enfocarse en los golpes del pequeño
guardia en el Fey, que en esta versión se convirtió en una prolongada y
heroica batalla a lo David y Goliat. Lo que había sido, ya que el guardia era
quizás un tercio del tamaño de su oponente. Pritkin, que se quedó de lado,
miraba con admiración—. ¡Así no fue como paso! —dije con indignación.
Sólo sonrió.
—¿No te importa?
—¿Importarme? Estoy siendo inmortalizado en poesía y una canción
—dijo, refiriéndose al canto de voz baja que habían estado haciendo los
barbas grises—. Mil años después de mi muerte, seguirán cantando mi
heroica falta de participación, y la tuya —agregó, de nuevo mi boca abierta,
maldita sea, ¿alguna vez la mostrarían cerrada?, gritando otra vez.
—¿No me pueden eliminar? —le pregunté con esperanza.
Él rio.
—Podrías acostumbrarte a esto. Así es como seremos recordados para
siempre por generaciones de jóvenes trolls.
Maravilloso.
Y luego hubo otro jadeo colectivo, porque mi yo de fuego finalmente
había recogido su mierda y disparó al guerrero Svarestri. Sólo que en esta
versión lo había maldecido, porque aparentemente nadie había asimilado la
pequeña cosa en mi mano con su repentina falta de rostro. Cayó hacia atrás
y la multitud se volvió loca, gritando, vitoreando y golpeando sobre las
plataformas, hasta el punto que temí que algunos de ellos estuvieran a
punto de caer.
Pero supongo que eran más robustas de lo que parecían, porque
ninguno lo hizo. Incluso cuando mil voces sacudieron las copas de los
árboles, y un par de docenas de lanzas reales dispararon al aire, la multitud
haciendo todo lo posible por matarlo de nuevo. Y me estaba riendo, porque
era imposible no verse afectada por su estado de ánimo, que estaba
bordeando lo alegre.
Y luego todos hicieron Ooooh, incluyéndome, cuando la enorme área
entre los árboles fue iluminada repentinamente por un centenar de
pequeños barcos hechos de chispas. Y, de alguna manera, los ancianos
incluso habían logrado evocar lo que parecían imágenes en un espejo de
agua, con aluviones de chispas más finas que brillaban y tintineaban como
reflejos brillantes. Y encendió las caras de los observadores con parpadeante
luz de hadas.
Y me había equivocado; tenían que ser dos, tres mil personas mirando
a través de los árboles, caras llenas de luz y asombro.
—¿Dijiste que había clanes oscuros más fuertes? —pregunté de
repente.
Pritkin asintió.
—¿No podrían unirse? ¿Empujar a los Svarestri?
—Eso… sería difícil.
—¿Por qué? —Me pareció que tenían una buena razón. El enemigo de
mi enemigo podría no ser un amigo, pero encontraría una manera de
soportarlo si eso significaba no morir. Pensé que la mayoría de la gente lo
haría.
Y luego pensé en el Círculo y el senado. O el Círculo y los aquelarres.
O toda la maldita comunidad sobrenatural, para mayor ejemplo, parecía
imposiblemente dividida. Y demasiado ocupados discutiendo, peleando y
luchando entre sí para preocuparse por la mayor amenaza.
Supongo que tal vez no podría decir nada a los Fey, después de todo,
¿no?
—Debido a su pasado —dijo Pritkin, mirando alrededor, su cara se
encendió con asombro. Y luego me miró—. ¿No sabes cómo se hicieron los
Fey?
Sacudí la cabeza.
—En realidad, todos son iguales. Incluso los señores Svarestri,
aunque probablemente incendiarían a cualquiera que lo dijera. Pero es
verdad.
—¿Qué es verdad? —le pregunté, viendo a mí-yo de fuego gritar la
caída por el río furioso. Al menos eran consistentes.
—Que todos nacieron de los dioses.
Me tomó un segundo. La gran zambullida sobre las cataratas estaba
apareciendo, y yo estaba tensa como todos los demás, a pesar de que sabía
que no moríamos. Y entonces lo que había dicho lo entendí.
Y me tensé un poco más.
—¿Qué? —Me giré para mirar a Pritkin. Su rostro se había girado a
las sombras, mientras la escena del túnel se oscurecía, solo un poco la luz,
pero sus ojos todavía brillaban con las chispas reflejadas. Y con el placer de
decirme algo que obviamente no sabía.
—Los viejos dioses —repitió—. Los de la leyenda. Se dice que vinieron
de otro mundo, o mundos, muy lejos. Descubrieron Faerie primero, antes
que la Tierra. Y cuando lo hicieron, trataron de hacer siervos para sí mismos,
pero ninguno de los entonces Fey lo hizo. Y tú conoces a los dioses…
—Bastardos encantadores —dije sin expresión.
El asintió.
—Fecundaron con algunos de los habitantes que ya estaban aquí, la
mayoría de ellos, de hecho. En algunos casos, eso resultó lo que ellos vieron
como cambios positivos. Servidores adecuados para atender a todos sus
caprichos. Pero en otros…
—Tuvieron monstruos —dije, recordando algunas de las criaturas que
me habían atacado.
—O lo que ellos vieron de esa manera, sí. Los Fey oscuros, como se
les conoció, fueron expulsados de las ciudades hacia el interior, para hacer
su propia vida o morir de hambre. Muchos murieron de hambre. Pero unos
pocos sobrevivieron y procrearon entre sí, y con los restantes habitantes
originales, y con algún miembro ocasional de las llamadas razas
privilegiadas… El resultado es la enorme variedad que se ve hoy en día.
Miré alrededor, repentinamente recordando la mitología. Y todas las
historias sobre los dioses engendrando monstruos tanto como héroes. Por
cada Perseo había una Medusa; para cada Odiseo un Ciclope.
Pero nunca se me había ocurrido preguntarme por qué.
Supongo que siempre había asumido, si lo hubiera pensado, que los
monstruos eran sólo una especie de demonio. Y tal vez algunos de ellos lo
eran; los dioses tenían ciertamente monstruosos oponentes, que dicen ser
del Inframundo. Pero eso ignoraron a los monstruos que estaban de su lado.
¿De dónde habían venido? ¿Por qué concebían un Teseo una vez, y un
gigante al siguiente?
Tal vez por con quien dormían.
—Pero eso no explica por qué no pueden unirse —dije—. En todo caso,
lo que acabas de decir debería darles más en común.
—Podría haberlo hecho —concedió Pritkin—. Pero los recursos eran
escasos, y nuevos grupos estaban llegando todo el tiempo para pelear por
ellos. Y cada vez que varios grupos se unían y comenzaban a ganar poder,
los dioses intervenían, iniciando guerras y disputas para mantenerlos
discordes.
—¡Estoy sorprendida de que no los eliminarán por completo!
—Podrían haberlo hecho, pero ya habían descubierto la Tierra y se
habían distraído. Y algunos de los Fey oscuros eran útiles para hacer
trabajos que sus homólogos más luminiscentes no tocarían. Así,
sobrevivieron, hasta el día en que los dioses desaparecieron, desaparecieron
tan rápidamente como habían llegado. Y el mundo cambió.
—Hubo una guerra. —Ni siquiera tenía que adivinar.
Pritkin asintió.
—Una tan terrible, que ni siquiera cantan al respecto. Algunas cosas,
nadie quiere recordar.
—¿Y los Fey oscuros formaron parte de ella?
—Todos lo hicieron. Pero los principales combatientes eran las dos
principales familias de Fey de la luz, las favorecidas por los diferentes grupos
de dioses.
—¿Diferentes grupos?
—Los señores Æ, dioses de la batalla, y los Vanir, dioses de la
naturaleza, que se encontraban en la garganta del otro más a menudo. Los
señores Æ eran adorados por los Svarestri, que siguen siendo tan marciales
como sus antepasados. Los Vanir eran adorados por los Blarestri, por lo que
las tierras de los señores del cielo se dice que florecen como un jardín, a
pesar de estar en fortalezas en lo alto de las montañas.
—Y una vez que sus maestros se fueron…
—Sus criados retomaron los viejos conflictos como si nada hubiera
cambiado, usando las armas que sus antiguos maestros habían dejado atrás
para salvarse unos a otros casi a la obliteración. Y arrastraron al resto de
los Fey a su pelea.
—¿Por qué? ¿Cuál era el punto? Si los dioses se hubieran ido…
—¿Cuál es el propósito de cualquier guerra? —Se encogió de
hombros—. Supongo que era para ver qué familia gobernaría. Los Blarestri
ganaron, apenas, y siguen siendo el clan más poderoso hasta este día. Pero
no fue tanto una victoria, ambos lados lucharon hasta el agotamiento,
dejándolos con pocas opciones para hacer la paz. Lo hicieron, pero los
grupos que habían arrastrado a su conflicto continúan odiándose.
—¡Eso es ridículo!
Pero Pritkin estaba sacudiendo la cabeza.
—Ponte en su lugar. No deseados, despreciados, tratados como nada,
toda su existencia, sin dignidad, sin poder, sin permitirles orgullo. Hasta
que, un día, estalla una guerra de la que poco se sabe, pero de repente tienes
a los grandes que has envidiado, odiado y secretamente admirado durante
tanto tiempo como puedes recordar, viniendo a hablar… contigo.
—¡Porque querían algo!
—Por supuesto. ¿Cuándo más los poderosos se fijarían en el resto de
nosotros? Pero no le importo a las tribus de los Fey oscuros, que de repente
se vieron adornados con los colores de las grandes casas, con cadenas de
oro alrededor de sus cuellos y títulos importantes antes de sus nombres.
Aquellos que no habían sido nada eran ahora auxiliares valiosos y, en
algunos casos, incluso las tropas de primera línea…
—¡Carne de cañón!
—¿Qué?
—Nada. —Supongo que todavía no tenían cañones—. Los pusieron
para absorber las bajas, para salvar a los Fey de la luz.
—Sí, y los oscuros lo sabían. Pero pensaron que, si luchaban lo
suficiente, si lo hacían bien, probaban su valor, sus familias serían
honradas. Se les darían tierras para vivir, títulos para conservar, ser
capaces de levantar la cabeza entre todos en las tierras…
—¿Y cuando terminó la guerra?
Se sentó contra el árbol.
—¿Qué piensas? ¿Que ves?
Miré hacia atrás al espectáculo, al anillo de caras observando y no
respondí.
—Pero las cicatrices no se curaron —me dijo—. Los clanes oscuros
que estaban en diferentes bandos en la lucha todavía se desprecian unos a
otros. Por las viejas heridas, por los resentimientos más antiguos, y porque
no pueden luchar contra los que realmente fueron la causa de su
sufrimiento. Los Fey de la luz son demasiado fuertes, y los dioses…
—Tienen mucho por qué responder. ¡Y a sus siervos!
Sus hijos, pensé, mirando alrededor. Sí, el porcentaje de sangre divina
podría ser pequeño ahora, podría ser minúsculo incluso, pero una vez, éstos
habían sido sus hijos e hijas. ¿Cómo tirabas a tu propia carne y sangre?
¿Cómo veías a un niño pequeño y lo llamabas monstruo?
—Si es diferente para ti, no es tan difícil —dijo Pritkin en voz baja,
porque debo haber hablado en voz alta sin darme cuenta.
—No podría hacerlo.
—No, no creo que pudieras. Pero no eres Fey. Y los Fey de la luz… no
son como nosotros.
Le eché un vistazo, porque había habido algo en su voz. Y descubrí
que también había algo en su rostro. Y esta vez, no necesitaba una
traducción.
Había visto la misma expresión a menudo, en el espejo.
Parecía que los Fey oscuros no eran los únicos que se habían sentido
abandonados.
La multitud estaba encantada, viendo a sus dos héroes valientemente
luchar para evitar que pasáramos por las rocas, mientras que los chorros
de chispas rociaban alrededor como fuegos artificiales. O como olas enormes
de agua, sofocando incluso el aire. De repente, me resultaba difícil respirar.
Me senté contra el tronco del árbol y me concentré en mi cerveza.
—Nunca conocí a mis padres —le dije a Pritkin—. Tuvieron… un
accidente… antes, y me quedé con un tutor que… no me gustaba mucho.
Él esperó, pero yo no continué. No estaba segura de cuánto podía
decirle, cuánto recordaría más tarde. Ya habíamos compartido algunos
acontecimientos bastante memorables, pero seamos realistas, el siglo VI fue
el siglo VI. Probablemente acabaría como una bruja loca que conoció, una
bruja loca llamada Ohmierda. Asfixié una risa medio histérica con mi taza,
porque él parecía bastante serio por una vez, pero encajaba. Oh, Dios me
ayude, pero lo hacía.
—A mí tampoco me gustó —dijo finalmente.
—¿Tenías tutores? —No lo sabía. Aunque supuse que debería haberlo
adivinado. Rosier no pasaría por todos estos problemas por un niño sin ver
como creció.
Pritkin asintió.
—Un viejo granjero y su esposa. Mi madre era parte Fey, pero ella
murió, y mi padre… supongo que no quería la carga de criar a un niño solo.
Le dijo a la vieja pareja que algún día regresaría por mí, pero la mujer me
dijo que no lo esperara.
—¿Por qué no?
—A veces, los niños en parte Fey resultan… extraños. Ella solía
mirarme; ¡creo que estaba esperando que me brotara una cola o que me
crecieran orejas de burro o algo así! Nunca paso, pero nunca dejó de revisar
mis orejas, con el pretexto de lavarlos. Creo que estaba decepcionada de que
ni siquiera estuvieran puntiagudas. Dijo que probablemente mi padre
estaba aliviado de librarse de mí.
—Encantador.
Pritkin sacudió la cabeza.
—Ella estaba bien. Simplemente supersticiosa y temerosa. Ambos lo
eran. El mundo estaba cambiando, y no sabían cómo, dónde, o si encajarían
en el nuevo. Creo que por eso no le gustaba. Ella podría decir que no tenía
miedo.
—¿De qué?
—De todo. Según ella, el mundo entero era un peligro, especialmente
para un niño. Aventurarte demasiado en los pantanos y el fuego fatuo te
llevará a las profundidades. Ve al bosque, y el monstruo Afang te llevará a
su cueva, llena de huesos de niños y niñas desobedientes. Ve a nadar, y las
sirenas te atraerán hacia el agua oscura, hasta que te ahogues. ¡Y además
siempre estaba el bwgan, que servía para casi cualquier otra cosa!
—¿Pero no estabas preocupado?
Sacudió la cabeza.
—Yo estaba… intrigado. Se suponía que las historias tenían que
mantener a los niños seguros dándoles razones para evitar áreas peligrosas.
Pero tuvieron el efecto contrario en mí. Quería ver si las sirenas eran tan
hermosas como todo el mundo decía. Encontrar al Afang y ver los puntos
legendarios en su piel. Seguir al fuego fatuo, en caso de que me llevara a
Faerie… escuché sus historias, las más aterradoras que ella conocía, y luego
pedí más. ¿Por qué no? ¡Eran las cosas más emocionantes en mi vida! Y la
mayoría de ellas eran sobre Faerie, a donde quería ir más que nada.
—Para encontrar a la gente de tu madre.
Asintió.
—No sabía por qué me habían dejado. Sólo que los Fey eran diferentes;
nunca sabías por qué hacían lo que hacían. Pero todo el mundo siempre
decía lo mismo: vendrían por mí algún día. Siempre volvían a buscar a sus
hijos.
Pero no lo habían hecho. Pritkin había mostrado repetidamente
mucho conocimiento sobre Faerie, incluso fue a negociar con el rey de los
Fey oscuros o con el tipo que se llamaba así en mi época. También había
hecho una visita posterior para encontrar alguna información sobre un
posible asesino. Pero ninguno de esos viajes había ido exactamente de la
manera que yo esperaba para alguien que había pasado la mayor parte de
su infancia entre los Fey.
En lugar de, por ejemplo, deslizarse a través de los portales que podía
encontrar y correr a atravesarlo hasta que lo arrojara del otro lado
—Tenía seis años la primera vez que me escapé —me dijo—, seis y
convencido de que había superado ese triste lugar. Recuerdo que empaqué
mis pocas pertenencias, no fue difícil, e inicié mi camino varias veces. Para
ser honesto, me sorprende que no me dejaran ir.
Yo no lo estaba.
Conocía a su padre.
—Pero siempre me traían de vuelta, antes de que tuviera la
oportunidad de ver algo. Decían que era por mi propio bien, y por supuesto
tenían razón. Habría muerto probablemente en la intemperie o habría sido
recogido por esclavistas o peor, por mi cuenta. Pero yo no lo entendía. Todo
lo que sabía era que nada sucedía en esa granja. Cada día era exactamente
el mismo: una lista de tareas, un plato de sopa, un jalón de orejas, o dos.
Era un niño terrible.
—No creo eso”
—Oh, lo era. Hacía un millar de preguntas y conducía a la locura a la
vieja. El viejo simplemente me ignoraba. ¡Creo que estaba medio sordo, algo
por lo que sin duda estaba agradecido!
—Hacer preguntas no te hace un niño malo.
—No, pero salía corriendo. Y desobedecía y desafiaba. Sabía que no
me querían, que yo no pertenecía allí, pero no me dejaban ir. El dinero venía
cada año para mi mantenimiento, el dinero que necesitaban
desesperadamente, y me sentía como si me estuvieran manteniendo
prisionero por eso. Era demasiado joven para verlo desde el otro lado, para
ver que también se sentían atrapados. Como si no tuvieran más remedio
que albergar a un monstruo…
—¡No eres un monstruo!
—… un monstruo potencial —enmendó—, debido a su pobreza.
—Eran los adultos, no tú. ¡No era cosa tuya encontrar excusas por
ellos!
—Bueno, no lo hice. Me resentía hasta el infierno y les causaba no
pocos problemas. —Su cabeza se inclinó—. ¿No te has sentido así?
—No.
—¿No hay rabia en absoluto? —Su frente se arrugó, como si no
pudiera entender eso. Y supongo que no.
La cólera siempre había llegado naturalmente a Pritkin.
—No. —Recogí las rodillas. Hicieron una buena mesa para mi enorme
taza de cerveza. También proporcionaron una barrera, pero Pritkin no
entendió la pista.
—¿Miedo, resentimiento, amargura, envidia? —insistió él.
—No.
—Debes haber sentido algo. Es imposible no sentir nada.
—No. Realmente no lo es.
Se sentó y me miró, y fue esa mirada. Esa de Aquí-hay-algo-
interesante-que-no-entiendo-pero-voy-a-averiguarlo. Sólo que no lo haría,
no esta vez, y no sólo porque no podía explicarle.
Sino porque él no lo entendería de todos modos.
Aprendes algunas cosas cuando creces en el hogar de un vampiro
psicótico. Como no interrumpir un alimento, a menos que quieras ser el
postre. A no tocar la colección de armas de los muchachos, a menos que
quieras jugar a William Tell con balas reales. Y a que cuando Tony camina
por la casa de esa manera en particular, probablemente era hora de ir a
buscar un armario para pasar el rato por un tiempo.
Y a cómo ser pequeña, lo que ayudaba con todo lo demás.
No físicamente tanto, a pesar de que había tendido a merodear
alrededor de las esquinas, de acuerdo con una de las chicas de Tony, y no
podía discutir con ella. Y no mentalmente, porque si había algo que
necesitabas cerca de Tony, era mantener los ojos abiertos. Sólo pequeña.
Hasta el punto de ser capaz de caminar a través de una habitación
sin que nadie se diera cuenta. Hasta el punto de poder prácticamente
mezclarme con los muebles y hacer que la gente se olvidara de que estaba
allí. Hasta el punto de que a veces, me había empezado a preguntar si yo
estaba realmente allí, o si tal vez podía ver fantasmas porque yo también era
uno.
Había decidido que cualquier persona con tantas raspadas en las
rodillas, como yo, probablemente era humana, pero nunca había olvidado
cómo ser pequeña. De hecho, a veces pensaba que la principal razón por la
que había podido evitar a los chicos de Tony durante tanto tiempo después
de que me escapara era que, prácticamente había pasado mi vida
practicando para ello. En una casa de criaturas que leen emociones casi tan
bien como palabras reales.
A los vampiros no les gustaba la comparación, pero eran como perros
en su escaneo del entorno. Los sentidos extra agudos ayudaban con eso,
pero era algo más que una mejor visión o lo que sea. Era la necesidad de un
depredador de decir quién es vulnerable y quién no. Quién hará una buena
víctima, y quién va a joder su mierda. Los vampiros no cometen ese tipo de
errores a menudo, especialmente los vampiros que trabajan como soldados
de infantería para un mafioso vampiro.
Los chicos de Tony eran buenos.
Pero yo también. Y me había dado cuenta que una parte importante
de mantenerse pequeño era ser capaz de separar tus emociones de su
entorno, dar la vuelta a un interruptor y sólo apagarte, pero no de alguna
manera de vital importancia. Los vampiros no me notaban mucho tiempo,
porque no caía en la categoría de depredador o presa. No era peligrosa, pero
tampoco tenía miedo. Así que yo era invisible, o tan cerca como cualquiera
podía estar con criaturas con esa clase de visión.
Pensé en Pritkin, ese curioso, obstinado y enojado niño con Tony, y
me estremecí.
Y alcé la vista para encontrarlo observándome.
—Si no reaccionaba, no me notaban tanto —le dije—. Era… más
fácil… no ser vista.
Miró hacia otro lado, ante el espectáculo todavía en marcha, y su
mandíbula se tensó. La cambiante luz naranja-rojiza dibujó su perfil y
encendió su cabello. Por un momento, casi se parecía a su propio fuego: una
chispa resplandeciente que rebotaba con una energía apenas reprimida.
Entonces de repente me miró de nuevo.
—Te veo.
Siempre lo hiciste, pensé, viendo chispas bailar en sus ojos.
Y luego bebí cerveza.
—¿Alguna vez encontraste un Fey?
Pritkin parecía frustrado, como si no estuviera listo para un cambio
de tema todavía. Pero al final, lo captó. Se sentó de nuevo.
—No. Pero no importaba. Cuando estuvieron listos, me encontraron.
—¿Qué? —Mi cabeza se levantó.
Asintió.
—Era joven, pero lo recuerdo perfectamente. Un grupo de ellos,
vestidos con ropa fina, como nobles, pero sin caballos. Pensé que era
extraño. ¿Cómo andaban sin caballos?
—¿Cómo lo hicieron?
—Descubrí más tarde que había un portal en el bosque, no lejos de la
casa. Habían dejado sus caballos al otro lado. Parece que, cada vez que los
traían a nuestro mundo, un maldito humano los robaba.
Sonreí a pesar de mí. Me hubiera gustado ver eso.
—Los poderosos Fey, chapoteando través del barro.
—Me temo que no había ese día. Pero debiste haber visto a los
Svarestri esta mañana. Habían encontrado una vieja mula y la habían
cargado como parte de su disfraz. Pero no tenía nada de eso. Es por eso que
les di una segunda mirada: un grupo demasiado alto, a pie, vestidos con
ropa demasiado fina en el medio de la carretera, maldiciendo una vieja mula
sarnosa.
—¿Ayudó?
—Todo lo contrario. La criatura se había detenido a comer algunas
malas hierbas, pero cuando comenzaron a maldecirla y luego a golpearla,
respingo y pateo, casi golpeando a uno en los dientes.
—Demasiado malo para perdérselo.
Él asintió.
—Después de lo cual se escapó, y no se molestaron en perseguirla, a
pesar de que supuestamente tenía todos sus bienes. Y me puso… curioso.
—Siempre tienes curiosidad.
—¿Cómo sabrías eso?
—Tú… es tu manera.
—Eso es extraño. No puedo entenderte del todo.
—No lo intentes.
—Pero quiero intentarlo. Una mujer que usa traje de campesina, pero
lleva una fortuna en magia. Que viaja sola, sin guardias, lo que muchos
hombres dudarían en hacer estos días. Quien sabe sobre portales y reconoce
Faerie, pero no sabe quiénes son los Fey verdes.
Maldición.
—Quien me llama por un nombre que no es mío, pero que parece
conocerme… y cuida de lo que me pasa.
Siempre olvidaba lo inteligente que era Pritkin, y siempre me mordía
el culo.
—Cuéntame sobre los Fey —insistí—. ¿Dices que vinieron a tu casa?
Me miró solemnemente por un momento, y por primera vez pensé que
no podría responder. No estaba exactamente siendo yo misma. Pero me
sorprendió de nuevo.
—Aparecieron una mañana, de improviso. Los viejos estaban
acurrucados en el interior, temerosos incluso de hablar con ellos, sólo
rezando para que se fueran. Dudo que hubiesen visto a algún Fey antes,
pero habían oído las historias; pensaron que iban a ser secuestrados. Y yo…
esperaba serlo.
—¿Qué querían los Fey?
—Preguntar por mi madre, mi padre, lo que recordaba. Pero no podía
decirles nada. Era demasiado joven cuando llegué a la granja. Era todo lo
que había conocido. Entonces ellos quisieron que hiciera algo de magia para
ellos, pero apenas sabía lo que era. La magia era algo de las fábulas, y
mucho menos interesante que los monstruos y los héroes que los mataban.
O los calderos que daban comida ilimitada. O las grandes batallas que se
luchaban con armas míticas. La magia era algo para los viejos hechiceros;
No me interesaba la magia.
Sonreí.
—Pero insistieron y parecieron molestarme por mi confusión.
Finalmente, uno de ellos me mostró algo. —Los ojos de Pritkin se
distanciaron—. Era rubio, no oscuro como los otros. Y llevaba gris claro en
lugar de verde. Alzó una hoja del suelo sin tocarla, me pidió que hiciera lo
mismo. No sabía lo que quería decir al principio; seguía recogiéndolo y
entregándosela a él.
Me mordí el labio con simpatía.
—Yo sólo tenía siete años, y eran tan altos, y todos me miraban. Uno
de los otros sonrió y dijo algo que no entendí. Pero el de gris era paciente.
Me dijo que no pensara en la hoja, sino en la brisa. Para llamarla a mí.
—¿Lo hiciste?
—No sabía cómo hacerlo. Sólo recuerdo que me enfadé. Había querido
que los Fey vinieran por tanto tiempo, tanto y ahora estaban allí, pero en
lugar de llevarme lejos, me estaban pidiendo que hiciera algo imposible. Esta
cosa que nadie podía hacer, pero que me hubiera gustado poder. Deseaba
que las hojas se levantaran y nos tragaran, así que no tendría que ver más
sus caras burlonas… y luego paso. Una pequeña brisa estalló, de repente.
Y las hojas, era otoño, y estaban por todas partes, giraron alrededor de
nosotros, como una tormenta en miniatura. Primero unas pocas y luego más
y más, hasta que no pude ver más a los Fey, hasta que no pude ver nada.
Todavía había extrañeza en su rostro.
—¿Me parece que estarían impresionados? —pregunté.
—No.
—¿No?
—Si algo, parecían… era infelices. Hubo una discusión. No sé qué fue
dicho; no pude entenderlos. Pero allí estaba una mujer hermosa, pero fría,
y me miraba con el ceño fruncido. En retrospectiva, probablemente yo era
un harapiento, sucio y mal educado, sólo un inútil erizo a sus ojos, pero en
ese momento, no lo entendía. Sabía que no le caía bien, y al final se fueron.
—Entonces fueron estúpidos.
Él sonrió ligeramente.
—Sabes, algunos de ellos volvieron. Durante varios años, venían, de
dos a tres, hombres y mujeres en color gris, y se quedaban un tiempo en el
bosque cerca de la casa. No me invitaban a su campamento, pero sabían
que iría, y quería creer que era por eso que ellos estaban allí. Me enseñaron
cosas: magia, sabiduría de su mundo, incluso algo de su lenguaje. Pero
nunca me llevaron con ellos cuando se iban. Y nunca me dijeron por qué.
—Eran estúpidos —dije de nuevo, con más dureza esta vez, porque
había habido melancolía en su voz, el eco de la confusión y el dolor de un
niño que no entendía por qué no era lo suficientemente bueno. Por qué nadie
lo quería.
—Eran Fey —repitió—. Ellos piensan diferente que nosotros. Aunque
nunca he entendido sus criterios para llevarse a algunos y a otros no. Los
he visto llevarse a algunos… —Se interrumpió.
—Da gracias de que no te llevaron —le dije—. Estas mejor.
—Lo dudo.
—Yo no. No sabes cómo es crecer en torno a un grupo de personas
que te tratan como a un inferior, que te ven sólo como una mercancía que
se utiliza, que no dan una mierda por ti a menos que le saquen algún
beneficio de alguna manera… —Me detuve, mordiéndome el labio—. Habrías
intentado encajar, habrías hecho todo lo posible para aprender sobre ellos,
para ser uno de ellos. Pero nunca hubiera funcionado. Siempre te habrías
sentido como tú, un extraño. Porque no eres como ellos. Tú no eres… como
cualquiera.
Miré hacia arriba para ver su cara bailando delante de la mía.
—¡Da gracias de que no te hayan llevado!
—Alguien en tu vida también fue estúpido —me dijo. Y luego me besó.
Las explosiones, la luz parpadeante, los jadeos y los Oooh de la
multitud, todo retrocedió al fondo. Por un segundo, no había nada más que
sensación: manos calientes, mandíbula sin afeitar, labios que deberían ser
duros, siempre duros, pero repentinamente eran suaves y delicados. Una
extraña sensación en mi estómago, algo así como cuando caímos por las
cataratas.
No sé por qué; no era ni siquiera un beso particularmente apasionado.
No era como el de la orilla del río, que había sido lujurioso y divertido, una
recompensa por mi espionaje, junto con una oferta medio seria. O el de
después de que llegamos aquí, que había sido todo feliz, aliviado y contento
de estar vivo. No estaba segura de lo que era, excepto que era tierno, dulce
y, sin embargo, algo más inquietante que los otros, mucho más y…
Lo interrumpí, medio asustada, sin ninguna razón por la que pudiera
nombrar, y una ola de ruido y luz impactó sobre mí.
—Mira —dijo Pritkin en voz baja—. Es tu gran momento.
—¿Qué?
Parpadeé y miré alrededor confundida. Y luego en el gran espacio
vacío, que no estaba vacío ahora. Porque estaba lleno de una imagen de mí
frente a frente con el líder Svarestri, una figura diminuta, frágil junto a la
solidez firme de los trolls o la electricidad irregular de los Svarestri.
Con, sí, la boca todavía abierta.
Pero afortunadamente, mi parte fue misericordiosamente breve. La
historia se centró rápidamente en el verdadero héroe: el tipo bajo los
asientos. Y era difícil discutir con esa lógica, ya que todos habríamos estado
muertos sin él.
Pero pensé que era un poco injusto que no se le mostrase también con
una boca muy abierta, teniendo en cuenta que apenas se había callado un
momento.
—Fue muy valiente —dije en voz alta, porque varios trolls en un árbol
cercano me observaban.
Nuestros anfitriones parecían estar de acuerdo. Se izaron las tazas, se
bombeaban los puños y se intercambiaban sonrisas por todas partes. Y
luego jadeos, Ooohs y aplausos de puro deleite, cuando nuestros yos de
fuego comenzaron lagrimear alrededor del círculo de árboles, estábamos de
pie en la enorme cueva.
—Saben que no pueden quedarse aquí por siempre —dijo Pritkin,
observándolos—. Los Fey de la luz son demasiado poderosos, demasiado
unidos. Pero tomas tus victorias donde puedes conseguirlas.
Y, de repente, lo estaba viendo a través de sus ojos. Porque hoy había
sido una victoria, ¿no? Había estado enfocada en sobrevivir durante tanto
tiempo que a veces, incluso la idea de victoria, de ganar esto, parecía un
sueño infantil.
¿Cómo podría hacer frente al tipo de cosas que enfrentamos? La mitad
del tiempo, ni siquiera sabía lo que eran. Podría tener la sangre de mi madre,
pero no era mi madre. Podría ser la heredera de Agnes, pero no era Agnes.
Era una Pitia de segunda categoría, mal entrenada, casi desorientada, que
había estado tropezando durante tres meses, de alguna manera logrando no
morir.
Y del tipo que no esperaba administrar por mucho más tiempo.
Había estado tan concentrada en eso, que había olvidado verlo de otra
manera, como lo había hecho cuando me enfrenté al líder Svarestri. Porque
todavía estaba aquí, ¿no? A pesar de los intentos de todo el mundo, desde
el Círculo de Plata hasta el Negro, desde mis propias acólitas hasta mitos,
monstruos y jodidos dioses, la torpe y tropezada debes ser una broma de
Pitia, no solo había sobrevivido, los había mordido. Había golpeado a toda
la maldita banda, y de repente también estaba gritando. Y arrastrándome
hasta el borde de la plataforma para gritar junto con todos los demás cuando
los grandes guerreros Svarestri dispararon y dispararon. Pero Continuaban.
Perdiendo. El objetivo.
—No le pegarían ni al mundo —les grité, a pesar de que nadie aquí
sabía lo que quería decir—. ¡Ni al mundo!
La multitud estuvo de acuerdo. Rugieron cuando todo el loco
espectáculo terminó con chispas que llovían desde arriba, como piedras
cayendo, y el fuego se acercó desde el lado del acantilado y luego en una
vuelta de victoria alrededor de la línea de árboles, a través de decenas de
manos a las que no les importaba si se chamuscaban un poco, siempre y
cuando fueran parte de él.
Y por un segundo, lo fueron, todos lo fuimos, todos los diminutos que
nunca estaban en los planes de nadie, porque no valíamos la pena para
preocuparse, no valíamos la pena para pensar en nosotros, excepto para ser
pisoteados, pasados por alto y eliminados en las guerras de otras personas.
Porque los que tenían el poder pensaban que no importaba, que sólo
podíamos ser esclavos. Sin embargo, hoy habíamos demostrado que estaban
equivocados. Hoy los habíamos derrotado.
El espectáculo terminó con fuegos artificiales de chispas que
iluminaron las copas de los árboles y causaron unos cuantos destellos
involuntarios aquí y allá que tuvieron que ser rápidamente apagados. Pero
a nadie parecía importarle. La banda se había puesto de nuevo en marcha,
y todos estaban ocupados bebiendo y bailando, saltando de un lado a otro
entre las plataformas para chismorrear con sus amigos, y darse la vuelta
para darnos cerveza, tanta cerveza que Pritkin se reía y se alejaba antes de
tiempo, antes de que los dos terminamos borrachos como una cuba.
Ya me sentía un poco así, agarré una nueva taza que alguien había
puesto en mi mano, alguien con ojos brillantes y un montón de pelo en la
cara, sonriendo con dientes afilados que ya no parecían tan de miedo. Y
viendo a Pritkin, que estaba sentado con las piernas cruzadas, sacando el
tapón de una botella que alguien le había dado. Eso tenía algo mucho más
fuerte que la cerveza, por el olor en ella.
Mucho más fuerte. Me lo ofreció, pero sólo el tufo fue suficiente para
entonar mis cejas. Pero la cerveza estaba buena, los árboles brillantes con
luces, risas y canciones que no conocía pero que tenía a mis pies saltando
de todos modos.
Y luego me pusieron en pie, con la cerveza en la mano.
Y giramos fuera de la plataforma a toda velocidad sobre un círculo de
madera que ya estaba lleno de juerguistas. Eso nos paró el corazón por un
momento, sobre el siguiente árbol en línea, en medio de una multitud de
caras risueñas y manos agarradas. Y luego nos reímos también, y corrimos
a través de las tablas, esquivando, evadiendo y en algunos casos saltando
sobre la multitud, para caer en otro giro pasando por la piel de nuestros
dientes.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunté sin aliento mientras los
árboles, la hoguera y la multitud de rostros se arremolinaban a mí alrededor.
—¡Baile Troll!
—¿Baile Troll?
Pritkin asintió, alegre.
—¿Qué diablos es eso?
El no respondió. Pero al segundo siguiente, estaba siendo arrojada de
nuestro columpio al borde de uno más grande que había estado pasándonos
en el aire mientras chillábamos hacia otro lado, sólo que ahora íbamos de
otra manera, sostenidos por las manos de mucha gente sonriendo. Y luego
depositados arriba en una plataforma a más de un piso, después de un salto
que detiene el corazón…
En medio de una línea de juerguistas que corrían alrededor, a través
y en algunos casos sobre los árboles.
Sólo los seguí. Los puentes de cuerda se balanceaban bajo mis pies,
plataformas aparecieron delante de mí, por encima de mí, por todas partes,
dando vistas a través del follaje de la fiesta que se celebraba por todas
partes. Los columpios fueron capturados antes de que incluso notara que
estaban allí, escaleras aparecieron de la nada, barriles, cajas y en algunos
casos llegaban manos sustituyendo las escaleras cuando no había ninguna,
comida, bebida, gente cantando mantenía mi taza llena cuando pasaba
corriendo, haciendo lo que sea que estuviéramos haciendo.
Y entonces Pritkin se detuvo y me sacó de la loca estampida a un
rincón de una plataforma.
Una ceja rubia se alzó. Usualmente no podía ver las suyas a ninguna
distancia en absoluto, pero el ligero bronceado les hacía destacar más. Le
hacían parecer diferente, extraño. Por supuesto, las sonrisas fáciles y la
desnudez casual ya estaban haciendo eso. Era como si el tipo que yo conocía
hubiera sido sustituido por un feliz sátiro con hojas en el cabello, brillo en
los ojos y labios curvados maliciosamente.
Que bajó a mi oído para decir:
—Compite conmigo.
Y luego se fue antes de que incluso registrara lo que había dicho,
atrapada en un giro que pasaba de un lado a otro y encerrándome, casi
antes de que pudiera parpadear. Miré alrededor, un poco frenética, y vi una
de las escaleras de cuerda subiendo. La tomé a la próxima plataforma
construida sobre el árbol, una pequeña con sólo un par de chicos muy
borrachos sentados en ella, balanceando sus piernas por un lado.
Corrí y me arrodillé junto a ellos, y quité algunas ramas del camino
para poder ver. No tenía que preguntar a dónde se dirigía Pritkin. Había una
pequeña plataforma, como el nido de un cuervo de un barco, cerca de la
cima de un enorme árbol, el más alto de la zona. Estaba mirando hacia
arriba cuando golpeó una plataforma al otro lado del espacio abierto, y luego
se detuvo para mirar hacia atrás sobre su hombro, hacia mí. Y sonrió.
Y, oh, estaba divertido.
Agarré el hombro del troll más cercano.
—Tengo que llegar a la cima. —Señalé hacia arriba—. ¡Rápido!
Parecía bastante borracho, pero al segundo, había vaciado su taza,
terminó unos instantes después. Y dejó escapar un eructo que amenazó con
romperme el tímpano. Y señaló.
Seguí el dedo inestable hacia arriba, hacia una cuerda clavada en el
tronco sobre mi cabeza. Una cuerda con un lazo en el extremo, como para
el tamaño de un pie. Y eso fue todo; ninguna plataforma, ni siquiera una de
los modelos individuales como la que el hada de la cerveza había estado
utilizando. No había de donde sostenerse que no fuera la propia cuerda.
Nada más que un lazo para el pie de una loca persona, porque ese sería el
único tipo que incluso consideraría usar una trampa de muerte tan obvia
y…
Y él ya estaba casi allí.
Miré hacia el claro y vi a Pritkin subir rápidamente por una escalera
de cuerda, lo único que quedaba entre él y su objetivo. Tenía menos de un
par de pisos por delante, y si había otra salida, no tenía tiempo para
encontrarla. Así que, obviamente, iba a ganar. Debería simplemente
sentarme a tomar mi cerveza y esperar a que regresara y se jactara de ello,
entonces ¿por qué estaba buscando la soga?
Lo que tardíamente me di cuenta había sido atada debido a la tensión,
y una vez liberada…
Era básicamente una honda.
O tal vez un bungee a la inversa sería un mejor ejemplo, porque estaba
siendo sacudida y luego lanzada a través del gran espacio abierto, antes de
que incluso tuviera oportunidad de agarrarme bien, resbalando, luchando y
agarrándome a la cuerda frente a mí con los dos brazos mientras pasaba a
través de una lluvia de chispas y una niebla de humo de madera y cenizas
del espectáculo, que todavía estaba revoloteando por todas partes, incluso
en mi boca mientras seguía subiendo, subiendo y subiendo. Y entonces
capté algo por encima del nido de cuervo, algo que no podía ver, pero que
debía de ser alto, muy alto, porque me arrojé de nuevo sobre el borde de la
plataforma y a Pritkin, que estaba a un paso de dejar la escalera. Y nos envié
a ambos a caer, rodar y agarrar la barandilla de cuerda en el borde lejano,
que era la única cosa entre nosotros y un montón de aire.
—¿Estás loca? —preguntó Pritkin, sacudiéndome—. ¿Estás loca?
Sí, pensé, pero no pude decirlo porque me reía demasiado. Había
terminado debajo, y me quedé mirando a su cara, me reí y me reí, no sé por
qué. Pero parecía que no podía detenerme, y francamente no lo intenté
demasiado.
—Estás loca —me dijo, sacudiendo la cabeza.
—¡Pero gané! —Jadeé—. ¡Gané, gané, gané!
—¡Por un segundo!
—¡Todavía cuenta! —Le sonreí—. Entonces, ¿qué gané?
No respondió. Pero sus labios se curvaron en otra de esas sonrisas
inquietantes, incluso mientras sus ojos ardían. Y por un momento, juro que
sentí la tierra moverse.
Y después estaba segura de ello, mientras la plataforma empezaba a
temblar debajo de nosotros. Una cascada de hojas llovió a nuestro alrededor.
Y, por un momento, pensé que tal vez algún nuevo entretenimiento estaba
comenzando, porque los trolls realmente sabían cómo festejar.
Pero entonces el árbol se inclinó, casi arrojándonos al resto del camino
antes de que Pritkin me atrapara, empujándome por la plataforma ahora
inclinada. Agarré la parte superior y me sostuve. Observé y descubrí…
Algo imposible.
El centro del gran espacio abierto, que hacía un momento había
estado lleno de juerguistas, mesas gritando con cerveza, un enorme buey
asado sobre un fuego aún más grande, ahora era una masa agitada e
hirviente de suciedad, troncos llameantes y escombros. Parecía que la gente
había logrado salir libre, corriendo hacia el bosque o balanceándose hacia
los árboles, pero la fiesta había desaparecido. Y en su lugar…
—Ellos pasaron por encima de las guardas al subir por el suelo —dijo
Pritkin, mientras los demonios plateados salían del caldero en la tierra—. El
elemento de los Fey oscuros es el fuego. Sus guardas son sofocadas por la
tierra…
—¡Deja de decirme cómo entraron y dime qué hacemos al respecto! —
dije.
Y entonces la vi. Una niña pequeña, de ojos oscuros, como la que me
había saludado con la mano, de pie sola en lo que había sido una mesa,
pero que ahora era un trozo de basura en un mar de tierra. Los Svarestri no
estaban atacándola, ni siquiera parecían notarla, pero no importaba. Porque
en un minuto atacarían a todo el mundo, destruyendo hasta la última de su
gente con armas que probablemente ni siquiera podrían usar.
Un arma que habíamos traído aquí.
—Pritkin —dije, mis labios entumecidos.
Pero ya no estaba allí. Y un segundo después, tampoco yo, cuando un
brazo descendió desde arriba. Y me empujó hacia arriba, sobre la plataforma
inclinada y sobre una viga que todavía se aferraba al árbol.
No tuve la oportunidad de preguntar qué estaba pasando, porque
estaba gritando, pero no a mí.
—¡Aquí arriba! —gritó él a la caótica escena abajo donde corrían y
gritaban. Las palabras debieron haber sido mágicamente mejoradas, porque
se arrastraron por el bosque como si estuviera hablando a través de un
megáfono, fuerte y resonante—. ¿Están sordos? ¡Estamos aquí!
Y no, no parecía que los Svarestri estuvieran sordos. Porque ni
siquiera había terminado de hablar cuando giraron la cabeza, todos al
mismo tiempo, como si tuvieran una cadena. Y enfocaron. Y dispararon.
El enorme árbol explotó en una bola de fuego que consumió media
docena de otros en la vecindad, como velas romanas. Pero no nos consumió,
porque ya no estábamos allí. Un tirón familiar y desgarrador nos arrancó
justo antes de que los rayos golpearan, enviándonos a navegar por el aire
hacia el árbol por donde había venido.
Sólo que no terminamos allí. Porque Pritkin tomó otra cuerda a medio
camino, una que ni siquiera había visto con el cielo oscuro. Y un segundo
después de eso, algún tipo de sistema de poleas nos empujó aún más, y
luego…
—¿Qué diablos? —grité cuando empezamos a volar hacia adelante,
atravesando un túnel de ramas apenas por debajo de las copas de los
árboles.
—Línea rápida a través del bosque; e s su ruta de escape—dijo Pritkin
sin aliento—. Llevará a los Svarestri lejos del pueblo.
¿Y después qué?, pensé, pero no lo dije. Porque no parecía que eso
fuera un problema. No parecía que fuera un problema en lo absoluto, con
los árboles estallando alrededor de nosotros cuando rayos y más rayos eran
arrojados hacia arriba desde suelo del bosque.
Debían de estar corriendo y disparando, y corrían rápido.
—¡Agárrate! —me dijo Pritkin cuando un lanzamiento explotó justo a
nuestra izquierda, esparciendo recortes ardientes y una tormenta de fuego
por todas partes.
—¡Estoy agarrándome! ¡Agarrarme no es el problema! —grité, lo que
probablemente no fue de ayuda, pero ¿qué lo sería?
Y luego me enteré.
—¿Lo tienes? —grité cuando un palo familiar apareció de la nada.
—Glamourice un sustituto de camino aquí —me dijo Pritkin un
segundo antes de que activara el bastón.
Que también podría haber sido un cohete de refuerzo pegado a
nuestros traseros. Porque nuestro vuelo a través de las copas de los árboles
de repente se convirtió en un tren expreso directamente al infierno.
Salimos corriendo a través de una tormenta de ramas ardientes y
hojas que caían, con el bosque convirtiéndose en una larga línea de fuego
cuando los rayos golpeaban arriba, abajo y al lado de nosotros. No podía ver
con las ramas del bosque golpeándome en la cara, el humo y la metralla
volando por todas partes, y el viento lo suficientemente fuerte como para
hacer que mis ojos lagrimearan sin todo eso. Pero eso estaba bien; todo
estaba bien.
Porque los malditos Svarestri tampoco podían vernos. Escondidos por
todo el follaje y con una tormenta de fuego subiendo detrás de nosotros. El
bastón avivó las llamas en un torbellino y luego en lo que parecía un sólido
muro de fuego dejando a los Fey atrás mordiendo el polvo.
Sólo había un pequeño problema.
Es decir, la cuerda salvavidas sobre nuestra cabeza. La cual no estaba
un segundo más tarde, cuando un árbol ardiendo cayó en la dirección
equivocada y se derrumbó justo encima de ella. Y nos envió a volar de nuevo,
sólo que esta vez, nos dirigíamos directamente al suelo del bosque.
Aterrizamos en un montón de arbustos espinosos que no sentí porque
había algo entre nosotros. Algo que se rompió el segundo siguiente y nos
hizo caer al suelo cuando cualquier escudo que Pritkin había sido capaz
lanzar reventó. Nos golpeamos fuerte, porque incluso los arbustos, aquí,
eran más como pequeños árboles, y altos desde el suelo. Pero al segundo
siguiente volvimos a ponernos de pie y corrimos.
Porque venían.
Lo sabía, aunque no podía oír nada. Excepto el chisporroteo de un
fuego no tan lejano y los sonidos de los animales que se escurrían para
cubrirse y un pájaro que al azar sobrevolaba con una nota confusa. Pero
sabía que venían de todos modos, porque los conocía.
Y realmente me hubiera gustado que no.
Y luego nos estrellamos de nuevo en el hueco de un árbol, y una mano
se pasó por mi boca, la que no necesitaba, porque mi garganta ya se había
cerrado de terror ante la visión de una cabeza plateada pasando por fuera.
Me congelé en el lugar, más por instinto que por sentido, porque iba
a vernos; tenía que. Estábamos casi lo suficientemente cerca para tocarnos.
Y después estuvimos incluso más cerca, mientras él retrocedía casi hasta el
árbol, para darse un campo de visión lo más amplio posible sobre un bosque
profundo y oscuro lleno con parpadeantes chispas de luz, y luego
parpadeando Fey cuando varios más fantasmales Svarestri pasaron
corriendo. Y luego el también corrió, siguiéndolos mientras se movían
internándose en el bosque, buscando una presa que ya habían encontrado,
pero que por alguna razón no habían notado.
No nos movimos. Y un momento más tarde me di cuenta por qué,
cuando varios Svarestri más nos pasaron, en silencio como fantasmas en la
noche. Y luego varios más. Y luego lo que parecía un maldito batallón.
No había tantos antes, ¿o sí?, me pregunté, pero no por mucho tiempo.
Porque el último grupo apenas había pasado cuando estábamos tropezando
con el árbol. Me giré hacia Pritkin para preguntar cuál era el plan y luego
me detuve. Y comprendí de repente por qué los Fey no nos habían visto.
Porque, por un segundo, tampoco pude.
Estaba sosteniendo su mano; podía sentirla, dura, fuerte y apretando
alrededor de la mía. Estaba allí —estaba justo allí— pero no lo estaba. Y
luego se movió, vi un ligero resplandor contra la noche, uno que fluía con
las llamas reflejadas alrededor de los bordes, como un hombre que llevaba
una especie de traje de espejo.
Maldita sea, esos Fey le habían enseñado bien, pensé, justo antes de
que se derrumbara.
Lo agarré, pero él solo se quedó a una rodilla, y se quedó allí jadeando
contra mi hombro. Un hombro que de repente podía ver tan bien como podía
ver el resto de él, porque el revestimiento de camuflaje reflexivo estaba
escurriéndose como el agua. Hasta que llegó a nuestros pies y desapareció
por completo, dejándome mirar a un hombre pálido y cadavérico que
temblaba por el esfuerzo.
Era demasiado visible incluso para los ojos humanos.
Miré a mi alrededor, con el corazón latiendo, pero los Fey no estaban
allí. No estaban allí. Pero estarían de regreso y teníamos que irnos para
cuando lo hicieran, pero ¿dónde?
No podíamos volver al pueblo. Parecía que habíamos conseguido
alejarlos de los trolls, y no podíamos llevarlos de vuelta. Incluso si los
guardias pudieran ayudarnos, había niños, ancianos… y a los Svarestri no
parecía importarles a quién herían. Su entrada por sí sola podría haber
matado a docenas, si estas personas no tuvieran reflejos como los gatos y la
paranoia de crear un sistema para volar a través de los árboles.
No, no podíamos volver allí. No podíamos ir a ninguna parte y estar a
salvo, no en Faerie. Y, de todos modos, yo no nos quería en Faerie, yo nos
quería…
Agarré el hombro de Pritkin.
—Dijiste que podríamos ir a casa.
Él asintió, parecía un poco aturdido todavía, pero menos que si
estuviera a punto de desmayarse.
—Entonces hay un portal cerca de aquí. ¡Tiene que haberlo!
Asintió de nuevo.
—Hay… —Se detuvo y se lamió los labios—. Hay uno justo por encima
de la frontera.
—¿Cuán lejos?
—Unos minutos, pero eso… —Se interrumpió. Miró a su alrededor
como si estuviera tratando de ver una solución en los árboles, una que no
aparecía, porque cuando me miró de nuevo, sus ojos estaban tan oscuros
como los había visto—. Eso no nos ayudará.
—¿Por qué no? —pregunté, justo antes de que nos congeláramos en
el lugar, la maleza nos cubría más que la noche, mientras varios Svarestri
más pasaban entre la maleza, yendo hacia el otro lado. Ya estaban
empezando a dar vueltas alrededor, a establecer un perímetro, para
comenzar a cerrarlo.
Lo que fuéramos a hacer, tenía que ser ahora.
—Es ahí donde están los Svarestri —susurró mientras el Fey se movía
en la dirección opuesta—. Es uno de sus portales. Y esperarán que lo
intentemos; no hay alternativa en este punto…
—Podríamos escondernos. Lo que hiciste antes…
Sacudió la cabeza, todavía respirando con dificultad.
—No puedo mantenerlo lo suficiente, no tan lejos del agua. Y habrá
guardias en el portal que nos percibirán si intentamos pasar. Incluso con el
hechizo, somos visibles cuando nos movemos. Y no podemos luchar usando
el bastón. Un huracán en medio de un bosque nos mataría con la misma
seguridad que a ellos.
Volvió a mirar a su alrededor, pero no parecía ayudar más de lo que
había hecho la última vez. Y luego me agarró por los brazos.
—Ni lo pienses —le dije, porque yo también lo conocía.
—Puedo distraerlos, no por mucho tiempo, pero tiempo suficiente…
—¡Tiempo suficiente para nada!
—Puedes volver al pueblo. Eres amiga Fey. Te ocultarán…
—¡No voy a huir y dejarte aquí!
—¡Esto es mi culpa! Te metí en esto…
—Hemos tenido esta discusión…
—¡Entonces la tendremos de nuevo!
—Puedes tenerla siempre que quieras —dije—. Pero hablarás para
oírte a ti mismo, porque no voy a… ¡maldita sea!
Lo último fue porque se había vuelto invisible otra vez, o lo más
cercano que el hechizo lo permitía. Pero esperaba eso, porque también lo
conocía, y mucho mejor que los Fey. Lo agarré cuando se levantó,
enviándonos a ambos al suelo. Y luego se enganchó cuando trató de alejarse,
envolviéndome alrededor de algo que no podía ver, pero no podía moverme,
porque ya estaba cerca del agotamiento y yo estaba luchando como si la vida
de alguien dependiera de ello, porque así era.
Y luego se detuvo.
—¡Espera! ¿Qué fue eso?
—¿Qué fue qué? —Levanté la cabeza.
Y luego cayó hacia atrás por el puño o el codo de alguien, o quizás por
el talón. ¿Cómo podría saberlo? Sólo sabía que rompió mi detención por un
segundo, y un segundo era todo lo que necesitaba. Se alejó, invisible en la
noche a excepción de unos cuantos miembros de árbol, y entonces ni
siquiera eso, y no había manera, de ninguna jodida manera de que fuera a
ser capaz de encontrarlo, probablemente ninguna y ciertamente no antes de
que se martirizará jodidamente a sí mismo.
Me senté allí por una fracción de segundo, debatiendo las opciones.
Y entonces empecé a gritar.
Un par de segundos después fui atacada por un mago repentinamente
visible que me agarró y me sacudió y, bueno, esta parte fue como en los
viejos tiempos.
—¿Estás loca?
—Pensé… que nosotros ya habíamos… establecido eso —dije sin
aliento mientras varios otros gritos resonaban por el bosque.
Pritkin también los escuchó y me sacudió de nuevo.
—¿No lo entiendes? ¡Si nos quedamos, nos encontrarán; ¡si corremos,
nos encontrarán! Y no podré protegerte cuando lo hagan, no en Faerie, no
de esta cantidad…
—Te lo dije, no necesito protección.
—Bueno, entonces espero que puedas protegerme —dijo con furia,
cuando pasos que nadie se molestó en ocultar tronaron hacia nosotros.
También espero poder.
—Sólo escóndenos todo el tiempo que puedas” -le dije-. “Y acércanos
lo más cerca que puedas a ese portal. Yo haré el resto.”
Y entonces corrimos, a tope, mi corazón palpitando un poco rápido —
bueno, muy rápido— porque esto realmente podría ser la cosa más loca que
jamás había hecho. Pero no es una apuesta cuando es la única oportunidad
que tienes, y teníamos una oportunidad. No una grande, pero ahora mismo,
la tomaría.
Y luego volvimos a golpear contra un árbol, cuando media docena de
Svarestri estalló en el aire, justo delante de nosotros.
Y no había esperanza de que no nos vieran esta vez, ninguna
esperanza en absoluto, porque tres de ellos sostenían antorchas. Una de las
cuales fue empujada a nuestras caras un segundo después. Contuve el
aliento, segura que acababa de matarnos a ambos…
Y entonces supe que lo había hecho, porque los Fey nos rodearon.
Uno de ellos dijo algo, pero no a mí.
Y tampoco a Pritkin. O si lo hizo, fue un poco extraño, porque estaba
mirando a unos treinta centímetros por encima de su cabeza.
Habría pensado que me estaba mirando, porque había terminado
subiéndome sobre algunas raíces de los árboles cuando retrocedí, tratando
de fusionarme con el tronco. Pero no, definitivamente estaba mirando la
madera por encima de la cabeza de Pritkin. Por un segundo, pensé que
estaba hablando con el árbol, lo cual habría sido una locura excepto en
Faerie, pero luego Pritkin le respondió. Y entonces otro Fey empujó algo en
mi cara.
Me encogí de nuevo, pero no estaba golpeándome. Quizás porque no
era un arma, me di cuenta. Era… una antorcha.
Lo miré fijamente, pero era incuestionablemente lo que era. El extremo
porro de una antorcha apagada. Que él parecía esperar que yo tomara.
Así que lo hice. Y luego la encendió con la suya. Se encendió a la vida,
y debió haber iluminado mi cara, pero siguió sin reaccionar. Y finalmente,
noté mi reflejo en su armadura y entendí por qué.
La mano que había envuelto alrededor de la antorcha era mía,
pequeña, de dedos cortos, con los restos astillados de la última manicura
que me había dado brillando bajo la luz de las antorchas. Pero en la
armadura… en la armadura, la mano que agarraba la antorcha de madera
era delgada y de dedos largos, y tan pálida como el cabello que caía sobre
mi hombro. Mi hombro, de repente muy masculino, que estaba envuelto en
una brillante armadura negra que corría con las llamas que ahora sostenía.
El Fey seguía mirándome. Asentí, y el rostro masculino reflejado en
su armadura parecía grave y frío, en lugar de femenino y asustado.
Retrocedió un paso.
Miré a mi izquierda, a donde Pritkin todavía se veía para mí, como una
chispa de bosque cubierto de hollín, o Tarzán después de un día realmente
malo. Pero él estaba escuchando y asintiendo y luego diciendo algo al líder
del batallón Fey, quien dijo algo en respuesta cuando otra docena de figuras
fantasmales se unieron a nosotros. El hechizo de lenguaje estaba teniendo
problemas reales con la traducción, pero supongo que Pritkin no lo tenía,
porque el líder empezó a dar órdenes, y grupos pequeños comenzaron a
romper la formación, dirigiéndose en todas direcciones. Y después también
nosotros, tomando nuestra antorcha y nos movimos para buscarnos.
—Por aquí —susurró Pritkin, todavía furioso, como si los dedos que
me molieron el brazo no me lo hubieran dicho.
No me importaba. No me importaba tanto que fuera todo lo que podía
hacer para detener una sonrisa extremadamente estúpida en mi rostro, la
que probablemente se veía realmente espeluznante en un Fey y tampoco
tenía sentido porque no estábamos fuera todavía. Pero me mordí el labio de
todos modos, temblando de alivio, agachando mi cabeza porque era
inapropiada, Cassie, seriamente inapropiada. Pero alguna parte de mí
finalmente había tenido suficiente y no estaba escuchando.
Afortunadamente, nadie estaba lo suficientemente cerca como para
que nos notaran y me las arreglé para tener el colapso nervioso de hoy en
silencio.
No duró mucho de todos modos, no después de mirar hacia arriba y
ver lo que estaba por delante.
Pritkin me empujó a la sombra de un arco de piedra, que era
prácticamente todo lo que quedaba de cualquier pared de la que formara
parte. Era de color rojo oscuro y brillaba a la luz que la antorcha que estaba
brillando, antes de enterrar la cosa en la tierra. Y luego se quedó abajo en
cuclillas, ardor en mi nariz y la puerta del infierno me miraba a la cara.
Y eso era exactamente lo que parecía: una gran puerta roja con
remolino, enmarcado por el arco, y tal vez la mitad de un campo de fútbol
de distancia. Y Pritkin tenía razón: estaba vigilado por una docena de
Svarestri. O tal vez más por todo lo que sabía, ya que no podía ver todo, sólo
podía ver un tercio, ya que en medio había paredes, columnas caídas y
piedras decorativas en el camino. Pero no había vegetación. Era como si al
bosque tampoco le gustara este lugar, porque no había viñas en las piedras,
y ningún matorral perturbaba la arcilla roja bajo nuestros pies.
Miré detrás de mí, la tierra del bosque era oscura, o bien, rica en un
color marrón o negro, no podía decirlo con esta luz. Pero no oxidado, no rojo.
Este material parecía que alguien lo había levantado directamente del Red
Rock Canyon en Las Vegas.
Pero no obtuve una explicación. No conseguí nada en absoluto, tal vez
porque estábamos demasiado cerca para arriesgarnos a hablar. O tal vez
por el estado de ánimo de Pritkin, que claramente no era bueno. Agarraba
el bastón con una mano, lo suficientemente apretado como para poner su
mano blanca, lo que igualaba su rostro pálido y tenso.
El Pritkin de mis días podría disfrutar de este tipo de cosas, pero no
creía que este lo hiciera.
Y eso fue antes de que el maldito portal se activara, con un sonido
como rasguños en pizarra, y una línea de guerreros vestidos de negro
comenzó a salir. Y, bueno, a donde quiera que fuera ese portal, no quería ir.
—Creí que habías dicho que había un portal a la Tierra —susurré.
Pritkin continuo sin decir nada, pero asintió. Hacía algo que no podía
ver porque el lado del arco estaba en medio. Me puse sobre mis manos y
rodillas, y me arrastré hacia adelante, con seguridad había otro portal, en
un claro color azul sereno que habría sido calmante.
Excepto que era allí a donde iban todos esos nuevos soldados.
—¿Eso va a la Tierra? —Giré mi cabeza para preguntar.
Pritkin asintió sombríamente y me hizo retroceder.
—Pero, ¿qué están haciendo los Svarestri?
—No lo sé. No se supone que estén aquí.
—¿Qué?
—Nada de esto. Aparte del portal, el de la Tierra. Siempre ha estado
aquí, por lo que sé. Pero el otro, todo esto —señaló el arco de ruinas rojas y
lívidas—, esto no estaba aquí hace unos meses.
—Entonces, ¿por qué está aquí ahora?
No obtuve una respuesta. Debido a que el joven soldado al que Pritkin
había estado hablando antes había tomado ese momento para salir de los
árboles, moviéndose demasiado rápido para verlo. Pero no lo
suficientemente rápido como para escapar de la lanza que le golpeó por
completo en la espalda.
Su armadura estalló junto con ella, destrozándola y sacándola de su
cuerpo, pero dejándolo relativamente indemne. A diferencia del torbellino
que lo atrapó un segundo después. Empezó a decir algo, y luego grito, algo
que no pude entender, pero realmente no necesitaba. Porque un momento
después de que lo levantará, el viento lo retorcía en formas que un cuerpo
no debía de doblarse, y luego lo destrozó, enviando pedazos a volar en todas
direcciones, incluyendo la nuestra.
Una aterrizó en el suelo fuera del arco, pero no lo miré. Estaba
mirando a Pritkin, que miraba fijamente los restos con la mirada
conmocionada de un hombre que no había visto antes ese tipo de cosas y
que estaría bien si no lo volviera a ver. Entonces me agarró y yo estaba
empujándolo atrás, porque no, no, no, el bosque no era a donde
necesitábamos ir.
—El portal —jadeé, porque él no me subestimó esta vez, y cansado o
no, él era más fuerte.
—¡Nunca vamos a llegar al portal! —gritó, sin molestarse en bajar la
voz esta vez, porque el viento ya era tan salvaje, que ya no importaba.
Y tampoco lo hizo el intento de escape de Pritkin, que de repente fue
discutido de otra forma importante. El torbellino que había destruido al Fey
se había extendido, desgarrando el bosque cuando empezó girar con las
viejas piedras, como un ciclón moviéndose hacia adentro. Era como estar en
el ojo de un huracán, o más probablemente, en el centro de una cuerda que
se apretaba rápidamente.
A alguien más no le gustaba que los Svarestri fueran a la Tierra, y no
estaban jugando.
Apreté mi agarre sobre Pritkin, que nos había empujado hacia atrás
dentro del arco, la única cubierta disponible.
Pero no haría la diferencia en un minuto, y su expresión decía que lo
sabía. Estaba mirando con incredulidad el viento, que ya estaba arrancando
árboles enormes y convirtiéndolos en metralla voladora, estaba enviando las
rocas periféricas a rebotar alrededor como guijarros, estaba convirtiendo
todo el perímetro de las ruinas en un torbellino negro, verde y cada vez más
rojo.
—¡Espera! —dije mientras el polvo se elevaba, como nubes para
ahogarnos.
Pritkin no respondió. Dudaba que oyera. Ni siquiera podía
escucharme. Pero podía sentir mi poder alcanzándome, tan desesperado por
tocarme como yo lo estaba, pero no era capaz de hacerlo. Pero eso ya no
importaba tanto, porque ya conocía la partitura. Sabía que, en Faerie, no
podía tocarlo, pero podía montar las ondulaciones causadas por intentarlo.
Simplemente no sabía si podía hacerlo lo suficientemente rápido y
llevar a alguien más en el viaje.
Pero era la única oportunidad que teníamos, y la que había estado
apostando desde que hice ese grito, porque no lo dejaría atrás. No lo haría,
a pesar de que mi nuevo truco no parecía estar funcionando esta vez, las
olas que generaba no eran lo suficientemente fuerte como para levantar a
dos. Pero iba a llevarnos; lo iba a hacer así me desgarrara en el proceso, y
se sentía como si eso fuera posible. La tensión me hizo jadear, sofocarme y
luego gritar de dolor, hasta el punto en que apenas entendí que estábamos
moviéndonos de nuevo, que Pritkin me estaba arrastrando a pesar de que
hacía mi mejor esfuerzo para regresarlo. Sólo que él me estaba llevando a
algún lugar físicamente y yo estaba tratando de acceder a la marea
metafísica que podría… jodidamente… llevarnos…
Y ahora había Svarestri corriendo a nuestro alrededor. Me di cuenta
de ellos de la forma en que se nota a una enfermera entrando en una
habitación donde se está operando sin anestesia. No importaban… no
importaban. Y supongo que ellos sentían lo mismo por nosotros, tal vez
porque la tormenta estaba sobre nuestros talones.
Pero tampoco importaba. Nada lo hacía excepto ese portal, pero si era
a donde Pritkin estaba tratando de llevarnos, no iba a funcionar. Debido a
que los Svarestri tenían la misma idea y se amontonaban contra él, una
masa de criaturas antes rígidamente controladas que de repente se habían
convertido en una turba que se quejaba, golpeaba y gritaba. No pasaríamos
a través de eso; simplemente no lo haríamos.
Y no lo hicimos.
Pasamos por encima de ellos.
Un segundo antes de que la tormenta nos despedazara, otro tipo de
tormenta nos agarró. Y no estaba segura que fuera una gran mejora, porque
mi poder había dejado de ser ondas en una piscina y ahora estaba atacando
a la barrera entre los mundos como olas de seis metros en un tifón, en
respuesta a mis llamadas cada vez más frenéticas. No sabía si podía
controlarlo, de hecho, estaba bastante segura que no podía, pero ya era
demasiado tarde porque nos tenía…
Y luego lo perdí.
Lo perdí, y caímos al suelo.
O tal vez golpeamos tierra, fue más como… como un tsunami de
suciedad arrojado de repente, como una pared, a cada lado. Miré alrededor
desesperadamente por el portal, pero no lo vi. De repente, no podía ver nada
más que otra pared de tierra que brotaba del suelo, como una montaña
creada de la nada.
Sólo que no era nada. Eran los escombros de una grieta en la tierra,
lo suficientemente grande para conducir un auto. Estaba tratando de
tragarnos mientras otra montaña estaba tratando de enterrarnos,
estábamos deslizando, escalando, corriendo, cayendo y volviendo a subir,
porque la grieta estaba ganando.
Alguien gritó cuando fue tragado, justo detrás de nosotros. Alguien
voló por el aire cuando el ciclón lo agarró. Y el viento rugía, el polvo volaba
y yo no podía ver nada, nada, hasta que otra pared de tierra se disparó,
bloqueando nuestro camino. O lo hubiera hecho, excepto que ya estábamos
en lo alto de ella, que parecía querer dispararnos junto con ella.
Por un segundo, estuvimos volando, por la pura fuerza del
levantamiento que nos arrojó y luego más antes de volver a caer, lo
suficientemente duro para dejarme aturdida. Pero Pritkin me puso en pie y
corrí un poco más, ciega, asfixiada y sin idea de nada, ni idea de a dónde…
Hasta que de repente despejamos la nube y la vi, con lo que quedaba
de mi visión. Me tallé la suciedad de una montaña de mi cara para mirar
con incredulidad, antes de que Pritkin me arrojara por la ladera cubierta de
hierba al…
Agua.
Dulce, fresca, familiar.
Porque ahí estaba la ladera, los árboles y el maldito molino que
honestamente nunca pensé volver a ver y…
Y había funcionado.
¡Había funcionado!
Estábamos de vuelta.
El agua corrió sobre mis manos sucias, como algo de ensueño, clara,
fría y casi milagrosa después del kilo de tierra que acababa de tragar. Me
quedé allí sentada un minuto, escuchando el Armagedón llevándose a cabo
en algún lugar a lo lejos y mirando a Pritkin mirándome. Había pasado de
duende del bosque a comando: rostro y cuerpo ennegrecidos, y cabello
resbaladizo con el barro que habíamos hecho cuando nuestros cuerpos
cubiertos de tierra cayeron al agua.
Probablemente yo no estaba mejor, y mi hombro dolía como el infierno
de nuevo, probablemente porque lo había golpeado unas pocas docenas de
veces. Y sentí que mi tobillo izquierdo podría estar torcido o posiblemente
roto. Mi labio se hinchaba, como si lo hubiera mordido en algún momento,
y era difícil respirar.
Y no me importaba.
Sonreí trémula a Pritkin y recibí un destello de dientes blancos a
cambio.
La luna estaba llena y visible a través de una neblina de polvo, que se
filtraba a una escena incongruentemente pacífica. No podíamos ver sobre la
alta ribera, pero sonaba como si la batalla estuviera lejos de nosotros. Y el
agua se sentía como bálsamo en mi cuerpo magullado. Y todavía no podía
creerlo.
Parecía un milagro.
Bueno, un corto milagro, pensé, mientras un Svarestri saltaba hacia
nosotros.
Y, antes de que pudiera parpadear, fue arrancado de su trayectoria y
se estrelló contra un árbol cercano, aún ardiendo por el rayo que atravesó
su corazón.
Pero no dejé escapar el aliento que había sostenido, porque alguien
más estaba allí un segundo después.
Alguien nuevo. Alguien con una armadura de oro cortada con diseños
que no conocía, cabellos dorados y un rostro más humano que los otros Fey,
tan humano que me hubiera engañado excepto la belleza de otro mundo tan
grande que incluso aquí, incluso ahora, me detuve y miré con asombro.
Afilados ojos verdes jugaban sobre la orilla del río, donde Pritkin y yo
permanecíamos inmóviles. Pritkin apretó la mano en mi muslo, pero no la
necesitaba. Tenía mi mano extendida en la orilla frente a mí. Lo había
estado, pero ahora no, porque ahora estábamos en el agua y de regreso en
la Tierra y la ilusión que Pritkin había elaborado era tan pura, tan perfecta,
que por un segundo ni siquiera creí que estuviéramos allí.
Supongo que el Fey debió estar de acuerdo, porque la siguiente vez
que parpadeé, se había ido.
Y me desplomé contra la orilla, jadeando para respirar.
—El lord del cielo —susurró Pritkin, casi inaudible a pesar de estar
justo delante de mí.
-—¡No mierda! —susurré de vuelta, cuando pude hablar.
Y luego, lentamente, lentamente, nos arrastrábamos hasta la cima
inclinada. Y miramos por encima.
Y vimos…
Una batalla como nada que hubiera presenciado o me atreviera a
imaginar.
Lo que parecían ser montañas enteras estaban siendo arrancadas de
lugar y arrojadas a seres que las arrojaron de regreso, ayudadas por ciclones
de poder que me seccionaron el cabello y amenazaron con enviar a volar mi
cuerpo, a pesar de que la batalla principal tenía que estar a medio kilómetro
de distancia ahora. Un relámpago rasgó el cielo, y luego a través de una
columna de Svarestri, chisporroteando sobre armaduras que, por una vez
aguantaron, en su mayor parte. A excepción de un tipo al final, que debió
tenerla ya debilitada, y que fue lanzado seis metros o más.
Pero los otros siguieron luchando, y una columna de guerreros
dorados desapareció repentinamente en una fisura en la tierra, que
inmediatamente se cerró sobre ellos. Pero salieron de allí un momento
después, no todos, pero la mayoría de ellos, en medio de ciclones en
miniatura que les permitían desgarrar el aire y flanquear a los Svarestri.
Quienes poco a poco retrocedían hacia la puerta que flotaba en el aire, donde
una vez había existido una colina y ahora era una caverna por explosión.
El guerrero que habíamos visto un momento antes con la fascinante
armadura parecía estar dirigiendo la pelea, pero siguió mirando hacia atrás,
como si algo no encajara. Como si no pudiera vernos, pero sin embargo sabía
que estábamos allí. Pritkin debió de tener la misma idea, porque su mano
se apretó en mi hombro, y empezamos a retroceder lentamente por la
pendiente…
Empezamos, pero me detuve, en mi caso. Porque al segundo siguiente,
un peñasco del tamaño de una casa rebotó a través del paisaje, siendo
lanzado desde la pelea. Justo delante de ella, una cabeza gritando, era…
—¡Rosier!
Lo grité antes de pensar, el alivio saltando a palabra en mis labios
antes de que pudiera cerrarlos, pero no debería haber importado. No con la
sinfonía de destrucción que ocurría a todo alrededor. Pero a pesar del hecho
de que el viento desgarró mi voz, tres cabezas giraron instantáneamente
hacia la mía. Rosier cambió abruptamente de rumbo, corriendo huyendo del
infierno en nuestra dirección; El Fey dorado, que acababa de girar para ver
el combate de nuevo, sacudió la cabeza hacia atrás; y una mujer que no
había visto, porque ella estaba justo detrás de Rosier, levantó su barbilla y
me miró directamente.
Y luego fue directamente hacia mí, apuntando con los dedos, ojos
destellando y esa maldita sombrilla cubierta de cerezas y todo…
Y entonces ocurrieron tres cosas al mismo tiempo: el Fey dorado lanzó
un rayo de energía, Cerezas lanzó un hechizo de tiempo, yo me lancé sobre
Pritkin y nos desplacé. Pero no muy lejos. Porque teníamos que encontrar a
Rosier, y donde infiernos estaba…
¡Mierda!
Desplacé de nuevo cuando otro rayo se estrelló dónde estábamos. Y
luego otro, y otro, como si el maldito Fey, pudiera sentirnos o algo así. Ya
no nos materializamos en ninguna parte, a la que él girará y disparará otra
vez, mortalmente preciso y tan rápido que me mareé en segundos, tratando
de no morir. Y entonces…
Y entonces no fui lo suficientemente rápida.
Nos estrellamos a la existencia en la ladera, justo al lado del molino,
porque, con Rosier o no, estaba tratando de alejarme de la hermosa muerte.
Pero ya sea por casualidad o alguna clase de habilidad extraña que no
conocía, un rayo estaba allí casi antes de que lo estuviéramos. Tuve la
oportunidad de verlo destellar, sentir el calor, pensar… no.
Y luego pensar, oh, mierda, porque el rayo se detuvo, congelado en el
aire, a unos centímetros de mis ojos. Lo que me habría puesto bastante
cerca del éxtasis, excepto que no lo hacía. Y la persona que lo tenía estaba
justo detrás.
—Yo… puedo explicarlo —le dije a Cerezas, cuyo rostro estaba casi
tan rojo como su fruta favorita.
—¿Explicar?
Bueno, tal vez no. Y entonces una ola de tiempo rasgó el aire, lo cual
no tenía mucho sentido, porque si ella me quería muerta, acababa de tener
una oportunidad perfecta. Pero me desplacé de todos modos, antes de que
pudiera golpearme, y un segundo después nos re-materializamos en el
techo. Porque necesitaba un maldito mirador.
—¿Quién eres tú? —preguntó Pritkin, llena de asombro—. ¿Qué eres?
—¡Jodida, si no te callas! —dije con voz estridente.
Se calló. Pero tenía los ojos muy abiertos y absorbía toda la escena,
desde la batalla que seguía en el fondo, hasta la media docena de chicas
blancas que se movían en todas direcciones, hasta el lord demonio medio
desnudo que se dirigía hacia aquí hasta que vio las chicas. Y bruscamente
se dio la vuelta y se lanzó en otra dirección en lugar de aquí, mostrando su
trasero pálido mientras corría levantando su camisa detrás de él.
Y el Fey dorado, de repente estaba justo encima de nosotros.
La única pista que tuve fue un destello dorado a la izquierda, pero mis
nervios estaban tan agitados que bien podría haber sido una señal de neón.
Rodé y tiré al mismo tiempo, congelé uno de esos malditos rayos de energía
a cinco centímetros de mi pecho. Y luego traté de salir de debajo de él y casi
caigo del techo.
Pritkin me atrapó, con la boca abierta por la sorpresa, y Dios, este no
era el plan, este no era el plan, ¡este no era el maldito plan! Tampoco era el
tipo de cosas que olvidabas, siglo VI o no. Pero tratar con lo que Pritkin
había visto iba a tener que esperar porque estaba teniendo una crisis y no
podía respirar, y después estaba jadeando, ahogando y alejándome de la
maldita lanza llameante y del bastardo que la había arrojado e incluso de
Pritkin, ¡porque esto estaba jodido! ¡Todo estaba jodido!
Agarré la decoración al frente del tejado, y me sostuve, mi pecho
agitado. Honestamente pensé que podría estar teniendo un ataque al
corazón.
Pritkin se acercó a mí de nuevo, al cabo de un momento, pero alejé su
mano. Lo cual era estúpido; podríamos tener que desplazarnos de nuevo,
suponiendo que fuera capaz, lo que francamente no sentía demasiado
probable en este momento, pero tarde o temprano alguien iba a buscarnos.
La única razón por la que no nos habían encontrado ya, era la cantidad de
magia volando, estaba levantando mi cabello como electricidad, sacudiendo
el aire a mi alrededor y haciendo que mi pequeña contribución pareciera
casi irrelevante.
O tal vez era yo la que estaba temblando. No podía decirlo; no lo sé.
¡La reacción se estaba estableciendo, y no, no, no, Cassie! No puedes hacer
esto todavía. Tienes que hacer esto después. Pero mis nervios habían
decidido tomar unas vacaciones y, oh sí, ahora estaba temblando. Y
llorando, no por ninguna razón, no porque estuviera herida —bueno, no
muy mal— sino porque tenía que hacer algo y eso era lo que mi cuerpo
parecía haber decidido hacer.
Me mordí el labio y desvié la mirada de Pritkin, que parecía un poco
perdido, sí. Miré alrededor, lágrimas haciendo surcos en la suciedad de mi
cara, salpicando mugre en mis manos y Dios, ahora mi nariz estaba
escurriendo. Con la mano enjuagué esa indignidad, al menos, mientras me
decía piensa, piensa, junta todo y piensa…
Y luego me detuve.
No congelada, no hechizada, pero sintiendo algo así.
Porque el fantasma dorado me estaba mirando.
Lo miré fijamente y él me miró fijamente. Pensé al principio que era
sólo un truco de la luz, el resplandor dorado de su lanza congelada brillando
en sus ojos. Pero no. Sus pupilas se expandieron al mirarme, y luego se
deslizaron hacia un lado y miraron a Pritkin.
Y no. No, él no podía hacer eso. Lo acababa de congelar, y en mi pánico
había arrojado todo lo que tenía, lo cual era mucho, lo cual era muchísimo,
porque todavía estaba impulsada con una botella entera de la poción más
rara del mundo. Por eso estaba sentada aquí temblando de miedo, agotada
y berreando como un bebé. Esa era la reacción que por lo general venía con
el congelamiento del tiempo, tiempo por un par de puntos exponenciales a
causa de mi vida. Pero mientras que ese pequeño truco podría dejarme
acabada, también hacía algo más, paraba el maldito tiempo.
Entonces, ¿cómo es que me miraba?
Y después no sólo estaba mirando.
Un dedo se contrajo.
Lo miré, tratando de convencerme de que estaba viendo cosas, de que
era un truco de la luz que se reflejaba de los árboles ardientes.
Pero entonces sucedió otra vez.
—D-dale el bastón —le dije a Pritkin.
Pero Pritkin estaba sacudiendo la cabeza.
—¡Dale el maldito bastón!
—No puedo.
—Sólo dáselo, y tal vez todo esto termine. Tal vez… ¿nos dejará ir?
Dije lo último como una pregunta, y miré hacia atrás al Fey, que
definitivamente estaba siguiendo esto. Pero no podía moverse, todavía no,
así que no sabía si estaba de acuerdo o estaba esperando otra oportunidad
de matarnos. Pero yo sabía cuál sería mi voto, porque todos los Fey de la luz
parecían locos, asesinos bastardos, pero todavía valía la pena intentarlo.
Sólo que Pritkin no parecía pensar así.
—No puedo —repitió, sus dedos se cerraron sobre él.
—¿Quieres explicar por qué? —pregunté amablemente.
Pritkin tragó saliva. Pero sus ojos estaban fijos en los míos cuando
contestó,
—Los Svarestri llevaban esto a la corte. Ellos deben haber sido. No
habría ninguna otra razón por la que hubieran estado en ese camino.
—¿Así que?
—Así que tengo que averiguar por qué…
—No, no lo harás —le dije, todavía con agrado. Y eso fue a pesar de
que no había estado alucinando. El dedo del Fey acababa de retorcerse de
nuevo.
Pero mis nervios no parecían estar respondiendo esta vez. Ya ni
siquiera estaba llorando. Pensé que quizá se habían esfumado.
Lo cual, considerándolo todo, sería una especie de ventaja ahora
mismo.
—Los Svarestri lo llevaban a la corte, a la corte del rey —repitió
Pritkin, como si tal vez no lo hubiera oído la primera vez.
—Yo sé eso.
—Entonces sabes que deben haber tenido un plan para ello. Tengo
que averiguar cuál era ese plan…
—Así que descúbrelo sin el bastón.
—Necesito el bastón para sacar a quienquiera que estaban planeando
encontrar. Nadie va a prestarme atención sin él. No podré averiguar nada…
—¡Vivirás!
—¡Pero puede que el rey no! Hemos discutido esto. ¿Y si planean
hacerle daño?
—¿Lastimarlo? —pregunté, y, bueno, tal vez mis nervios no estaban
tan muertos como pensé—. ¿Hacerle daño? —Apunté una mano en dirección
al infernal choque de titanes allí—. No parecen necesitar ayuda.
—Escúchame —dijo con urgencia, tomando mi mano—. Eso solo
muestra cuánto riesgo tomaron para robar el bastón en primer lugar. No lo
hicieron por capricho; lo necesitan para algo…
—Y no piensas que los… estos otros chicos… —Agité una mano hacia
el chico dorado, ¡porque no podía recordar todos esos nombres y sus
nombres alternos y a los malditos Fey y a todos sus jodidos nombres!
—Los Blarestri —dijo Pritkin amablemente—. También conocidos
como los Fey azules, o los señores del cielo, o los…
—¡Lo que sea! ¿No crees que estos señores del cielo son capaces de
averiguar qué están haciendo sus homólogos? Todos ellos son Fey… ¡deja
que lo resuelvan!
—Si estuvieran en Faerie, lo haría —dijo Pritkin con seriedad—. Pero
no conocen bien la Tierra; incluso los Fey verdes rara vez están aquí y no
saben tanto de nosotros como creen que lo hacen. Pero conozco la corte y a
la mayoría de la gente; tengo conexiones que no tienen, una identidad ya
establecida que me permitirá moverme libremente, hacer preguntas sin
incitar sospechas. —Miró al Fey congelado, y tuve la sensación de que no
estaba hablando más para mí—. Puedo averiguar lo que los Svarestri
querían con esto, y luego transmitir la información a los señores del cielo,
que pueden lidiar con ello.
—¡Y contigo! —dije, mirando abiertamente al Fey—. Has visto cómo
son, toda tu vida. Te dejaron para pudrirte antes; ¿de verdad crees que
vacilarán en matarte ahora? Si no descubres nada, te matarán por cólera, y
si lo haces, te matarán para callarte, y de cualquier manera te matarán. No
puedes confiar en ellos…
—No creo eso —dijo Pritkin, mirando también al Fey—. No creo que
sean todos iguales.
—¿Y si te equivocas? Estás jugando con tu vida…
—… lo que es mi elección, ¿no? —preguntó, su voz suave. Pero había
oído ese tono antes, y había visto el conjunto de esa mandíbula. Como cien
veces o más, porque esa era su cara de hacerlo o morir, y Dios, ¡no
necesitaba esa cara ahora mismo!
—¡Dámelo! —le dije, agarrándolo de repente, sólo para que se alejara
del alcance.
¡Maldita sea, no teníamos tiempo para esto!
—Puedes venir a la corte conmigo… —prosiguió Pritkin mientras me
lancé hacia él de nuevo. ¡Fallando, porque no cargaba con veinte jodidos
kilos de lana!
—No quiero ir contigo —le dije, subiéndome las malditas faldas—.
Quiero que vengas conmigo…
—No puedo hacer eso ahora mismo.
—¡Sí, puedes! —Lo agarré de nuevo.
—No me estás escuchando…
—¡Estoy escuchando! —Finalmente logré agarrar el bastón y lo
sostuve—. Pero hay cosas que… —él lo retorció—, no entiendes —y saltó
hacia atrás—, ¡que necesito hablar contigo… maldita sea! —Porque el
hombre enfurecido era como el mercurio—. ¿Podrías esperar un momento?
—¿Quieres escucharme?
—¡Estoy escuchando! —Y luego me lancé.
Lo que podría haber funcionado bien, porque Pritkin estaba apoyado
contra el borde del techo y no tenía a dónde ir. Sin embargo, lo conocía,
podría haber imaginado como zafarse. Sólo que no tuvo que hacerlo.
Porque el Fey lo hizo.
La maldita criatura se movió con velocidad líquida, golpeándome y
enviándome a caer con un ruido sordo sobre el techo. Y luego a través de él,
cuando el material podrido cedió bajo mi peso, hundiendo una pierna a
través de él.
Y después todo mi cuerpo, cuando Pritkin trató de agarrarme y el Fey
trató de patearme, o, no, supongo que estaba pateando el techo.
Rápidamente cayó el resto.
Lo cual ya era bastante malo, pero también la maldita lanza cayó. Y
pensé que los molinos debían contener grano, no TNT. Pero estábamos a
medio camino del suelo cuando todo el lugar se encendió en nubes de oro
rojo que se desató en todas partes, como si el aire estuviera en llamas.
Y, de repente, se congeló.
Yo había estado cayendo primero, así que todo lo que pude ver fue la
cara inmóvil y desesperada de Pritkin que me miraba, la mano aún
extendida, los escombros del techo que estaba en proceso de quemarse y las
chispas ardientes por todas partes, como lluvia intensa. Que comenzó a
moverse, lentamente en el aire a mi alrededor, mientras luchaba y retorcía.
—El granero está en llamas —dijo alguien—. ¡Sal!
—¡No! Ella está luchando. ¡Agarrarla!
Pero quien hablaba no era lo suficientemente rápido. Me arranqué del
hechizo un segundo más tarde, aterrizando en un montón de sacos de grano
con algunos jadeos, antes de rodar en un suelo de tierra. Sólo para ser casi
incinerada cuando el aire a mi alrededor subió como una tormenta de fuego.
Estaba llena de polvo amarillento flotante, el grano en cuestión,
supongo, que se encendía como pólvora. Pero no me quemó, porque nunca
había dejado de moverme. Salí del camino justo cuando un nuevo hechizo
de tiempo hirvió a través del viejo, volví a tomar otra sección de la habitación
en tiempo real. Y enviándolo en una columna de fuego hirviendo.
Y luego otro, y otro, brillaron a la vida a mi alrededor, mientras me
agachaba, esquivaba, rodaba y miraba frenéticamente a Rosier. Y descubrí
tres diferentes Pitias en su lugar, el poder emanando de ellas casi cegador.
Allí estaba Gertie, la vieja de Ámsterdam a la que había llamado Lydia,
todavía toda de negro, y una joven de traje muy elaborado.
Y entonces vi a Rosier, junto a la puerta, congelado entre media
docena de acólitas, todavía mirando hacia arriba al vacío en forma de Cassie
en las chispas. La de la derecha al lado de una pila de bolsas de granos
amontonados como una pirámide…
O una escalera.
Agarré una bolsa de harina casi vacía del suelo y la arrojé a través de
la masa de chispas que había frente a mí, enviando una ola de ellas fluyendo
hacia la multitud junto a la puerta. Y mientras estaban cegadas, corrí,
esquivando a través de las columnas hirviendo de aire, subiendo las
escaleras improvisadas, extendiendo la mano porque tenía que tocar a
Pritkin para sacarlo del hechizo de otra persona. Pero no se necesitaría
mucho, sólo un toque, y luego a Rosier, ¡y luego nos íbamos y vamos a ver
quién me atrapaba!
Pero me había olvidado del dorado Fey, que había permanecido en su
lugar, tan inmóvil como una estatua. Pero quien aparentemente había
rechazado el hechizo de Gertie tan fácilmente como el mío. Y cuya mano se
movía ahora en un gesto tan pequeño que no estaba segura que las demás
lo vieran, pero eso me envió volando…
Directamente a un portal de tiempo que la vieja Pitia acababa de abrir.
Era el mismo tipo que ella me había utilizado en Ámsterdam, que me
había enviado de vuelta a mi propio tiempo antes de que tuviera la
oportunidad de darme cuenta de lo que estaba sucediendo. Pero ahora tenía
más experiencia, y toda una botella de Lágrimas bajo el cinturón, y esta vez
peleé, rasgando y agarrando frente al remolino negro que giraba, tironeaba
y se retorcía, dejándome atrapada entre la tierra y el cielo, entre dos tiempos
diferentes, entre la esperanza y el fracaso absoluto.
—La chica es obstinada —le dijo a Gertie, quien me entrecerró los ojos
azules.
—Por favor —le supliqué—. ¡No estoy tratando de hacer daño a nadie!
Sólo estoy tratando de remover un hechizo.
—Aquí no hay ningún hechizo que te concierna, muchacha.
La joven Pitia se adelantó, las túnicas doradas enviaron un remolino
de chispas al aire. Y levantó una mano que brillo con joyas. Y, de inmediato,
el tirón hacia atrás se hizo exponencialmente más fuerte.
—¡No! ¡No lo entiendes! —Jadeé, tratando de concentrarme mientras
ponía todo lo que tenía para quedarme—. No quiero cambiar el tiempo…
—Entonces te alegrarías de saber que no lo has hecho —me dijo
Gertie—. Puede que hayas guiado a los Fey en una alegre persecución, pero
al final, solo los trajiste de vuelta a donde habrían estado en cualquier caso.
Los que mataste habrían muerto en la batalla de todos modos.
Lydia asintió.
—El tiempo no es tan fácil de deshacer con todo esto.
—¡No quiero deshacerlo! ¡Quiero salvarlo! —Traté de mirar a Pritkin,
pero ya no podía verlo. El portal me estaba tirando hacia atrás, y todo lo que
veía era oscuridad.
—Sálvate —aconsejó Gertie—. Suelta. O dejarás que te destroce.
—No… por favor… solo escucha un minuto…
Pero Gertie no estaba escuchando. Gertie estaba echando una mano.
—¡Por favor! ¡No tengo más Lágrimas! ¡No puedo volver otra vez!
—Bien —me dijo, y levantó la mano.
Y lo siguiente que supe era que estaba golpeando el piso pulido de la
recepción de mi suite, sintiéndome como si me hubieran disparado de un
cañón. Derrapando, rodando y golpeando la pared como si yo también lo
hubiera sido.
Y luego aterricé en el suelo, donde me quedé maltratada, aturdida e
incrédula.
Pero no tanto como cuando miré hacia arriba.
Y vi a la acólita rubia salir de la nada para mirarme fijamente, marcas
de quemaduras todavía frescas en su piel.
—Vamos a intentar esto otra vez —me dijo con malicia, y apuñaló algo
en mi muslo.
Tuve un segundo para escuchar a las guardas resonar una
advertencia, para ver sombras uniéndose en las esquinas de la habitación,
para verlas descender sobre ella y verla caer, gritando y agarrándose la
cabeza. Y entonces la habitación se inclinó, se tambaleó y la oscuridad se
cerró sobre mi propia cabeza, tan absoluta que parecía que nunca volvería
a haber luz.
—¡Cassie! ¡Cassie!
Alguien estaba gritando mi nombre, y alguien más me estaba
sacudiendo. O tal vez eran uno y el mismo. No lo sé. Tampoco parecía poder
moverme, excepto muy lentamente. Y cuando lo hice, me dolió, todo.
Mis articulaciones se sentían como si se hubiera formado óxido
alrededor de ellas, viejo, grueso, endurecido. Mi cabeza estaba golpeteando,
como si un feliz lunático con un martillo hubiera llegado allí y decidiera
redecorar. Sin embargo, me las arregle para girar al mismo tiempo, a pesar
de que estaba acostada con los ojos cerrados. ¿Cómo te desmayas
acostada?, me pregunté. ¿Cómo…?
Alguien me dio una bofetada.
Y maldita sea, eso se estaba haciendo costumbre.
Abrí los ojos para ver un rostro frenético que se cernía sobre el mío,
no era más que un borrón, porque tampoco mis ojos estaban funcionando
bien. Pero no los necesitaba. Una mezcla de perfume, aceite de cabello y
galletas me golpeó antes de que el frenético rostro de Tami se hiciera visible.
Junto con la sala, porque estaba acostada en el sofá, en medio de un
caos absoluto. Había magos por todas partes, abrigos oscuros y botas
pesadas, con rostro sombrío, ocupados en asustar a las niñas llorosas que
tenían de la mano o en sus brazos. Jonas estaba junto a la puerta,
discutiendo con una Rhea con la cara roja; la acólita rubia estaba en una
silla, custodiada por no menos de cuatro magos, y mis guardaespaldas…
Estaban por todas partes.
Pero no enfrentándose con el Círculo. Un hecho que debía haberme
hecho feliz, excepto que tampoco estaban haciendo otra cosa. Excluyendo
estar de pie.
Marco estaba caído en el sofá a mi lado. Estaba teniendo problemas
para ver correctamente, pero incluso me di cuenta que no se estaba
moviendo, no estaba parpadeando. Sus ojos estaban abiertos, pero, como
los míos hace un minuto, no estaban enfocados en nada.
Luché y deslicé una mano dentro de la última terrible camiseta de
golf. Pero mientras su piel estaba cálida debajo, no había latidos del corazón,
ningún movimiento del pecho hacia arriba y hacia abajo, nada.
Y eso…
No sucedía.
Los vampiros no quedaban inconscientes como los humanos. Estaban
levantados y móviles o estaban en un trance de sanación, o estaban
muertos. Esas eran casi las únicas opciones. Y, sin embargo, Marco no
estaba levantado y no estaba muerto. Y si esto era un trance de curación, lo
que le había golpeado también debió de golpear a todos los demás, porque
los demás no estaban mejor.
Rico estaba hundido en un rincón, como una muñeca sin vida. Roy
estaba tendido junto a la barra, con el vaso alto en la mano. Una media
docena de otros estaban dispersos, parecían haber caído simplemente sobre
el lugar, o haber sido remolcados fuera del camino y dejados esparcidos en
posiciones extrañas, como títeres con sus cuerdas cortadas.
—¿Qué pasó? —pregunté, escuchando mi propia voz en mis oídos.
—¿Qué no pasó? —dijo Tami frenéticamente—. ¡Estuviste fuera
durante horas! Vienes drogada y los vampiros colapsados, todo ellos excepto
Fred, ¡que escapó como un pollo asustado! Y Jonas se presentó y luego llamó
a sus hombres y…
—Espera —le dije, tratando de levantarme mientras mi visión pulsaba
dentro y fuera.
Pero mi vida no espera.
—¡Lady! —Rhea me había notado despierta y se acercó, Jonas detrás
de ella.
—¿Qué está haciendo aquí? —pregunté, aturdida. Porque podría estar
atolondrada, pero estaba bastante segura que no estaba en la lista de
invitados.
—¡Lo dejé entrar! —me dijo, sin mirar mejor que Tami—. Lo siento,
pero estabas inconsciente y Lizzie estaba aquí y no sabía qué más hacer.
—¿Lizzie?
—Ella te atacó —dijo Rhea, mirando a la acolita rubia con odio—. Ella
te drogó y los demonios la atacaron y yo logré someter…
—Lograste. ¿Qué pasó con los vampiros? —pregunté, mirando a
Marco otra vez. Nunca me había dado cuenta de lo grande que era, incluso
cuando no hacía nada. Era el tipo de persona que sentías en una habitación.
Excepto ahora.
Ahora no sentía nada.
—No lo sabemos —dijo Tami—. Sólo se desmayaron, todos al mismo
tiempo, y no pudimos despertarlos…
—¿Todo al mismo tiempo? —Miré a Jonas.
—Mi gente no tuvo nada que ver con esto —me dijo—. Llegué para
hablar contigo, solo, y encontré a tus llamados defensores inconscientes en
el suelo. Pedí respaldo, ya que tú y tu corte no tenían protección. Como te
he dicho antes, no puedes confiar…
Siguió hablando, pero ya no estaba escuchando. Era fácil con el
rugido en mis oídos ahora sonando como un océano. O quizás eso era los
latidos mi corazón. Sólo sé que apenas podía oír hablar sobre ellos mientras
agarraba el teléfono de la casa.
—Casanova —dije.
—No está disponible en este momento; ¿puedo tomar…?
—Ponlo al maldito teléfono, David —dije, porque reconocí la voz de
uno de los chicos de la recepción con los que solía trabajar, cuando
Casanova me hacía ganarme la vida—. Soy Cassie.
—Oh, lo siento. —Él tragó saliva—. No he comprobado. Estoy un poco
nervioso…
—¿Qué pasó?
—¡Lo que pasó es que el jefe sólo se desplomó esta tarde, junto con la
mitad de la maldita fuerza de seguridad! Primero se fue por dos días, sin
advertencia, y el siguiente, él…
—¿Eran todos vampiros?
—¿Qué?
—¡Los que se desmayaron! ¿Eran todos vampiros?
—Sí.
—¿De la línea de Casanova?
—Um, creo que sí. Puedo ir a comprobar…
—No importa —logré soltar, antes de colgar.
—¿Qué es? —preguntó Rhea, viendo mi cara.
—Mircea.
Llamé a su línea privada, pero nada. Llamé al número de su corte en
Washington. La misma cosa. Me puse de pie y casi me caí, pero logré caer
en dirección de la silla donde estaba la rubia, sonriéndome. Me sonreía
mientras Mircea yacía moribundo en algún lugar, ya fuera muerto o
jodidamente cerca, porque era la única manera —la única manera— que
esto tenía sentido.
Un maestro podía sacar poder de su familia in extremis. Pero los
maestros de primer nivel de casi seiscientos años no necesitaban hacer eso.
Los maestros de primer nivel, incluso aquellos considerablemente más
débiles que Mircea, podían encender una ciudad. Así que, si Mircea había
necesitado tomar prestado tanto poder, y sin advertencia…
Mi corazón se retorció y mi respiración se detuvo. Por un instante.
Hasta que agarré a la rubia por el frente de su camisa.
—¿Qué hiciste?
La sonrisa se intensificó.
—Vamos a interrogarla, Cassie —dijo Jonas—. Pero mientras tanto…
La rubia se echó a reír.
Por un momento, nos miramos unos a otros.
¿Por qué no creía que teníamos tiempo?
—Manzana —le dije a Rhea, quien corrió para conseguir una.
—Ella hablará, te lo aseguro —me dijo Jonas.
—Sé que lo hará —dije, mis ojos no dejaron a la chica. No sé qué había
en mi cara, pero la suya era petulante, segura de sí misma, arrogante. No
parecía alguien que estuviera rodeada de magos de guerra y una furiosa
Pitia. Parecía alguien que ya ganó, y está esperando a que todos los demás
se pongan al día.
—Manzana —dijo Rhea sin aliento, entregándome una.
—¿Qué hiciste? —le pregunté a la chica de nuevo, inclinándome sobre
su silla.
—Si estas intentando amenazarme, buena suerte —dijo—. Ese dardo
habría derribado a un elefante. Estás sin poder. Y para el momento en que
lo recuperes… —Se calló, sonriendo.
Le tendí la manzana, apoyada en la palma de mi mano.
—Un minuto.
—Un minuto es todo lo que te queda —espetó—. En un minuto, el
maestro estará de vuelta y estarás muerta…
—Pero tú no lo estarás —le prometí—. Estarás muy viva.
—Estás condenadamente en lo correcto, yo…
Se detuvo bruscamente. Porque la manzana se había sonrojado a un
tono más oscuro del rojo.
Tomó mucho de mí; tomó demasiado. Una botella llena de Lágrimas
guerreaba con el nocaut de droga y un montón de cosas corriendo alrededor.
El resultado neto fue un aumento a cero.
Pero tenía que hacer esto.
Tenía que saber lo que habían hecho.
—No voy a matarte —le dije firmemente mientras la fruta empezaba a
cambiar de color de un lado—. Voy a envejecerte. —El rojo empezó a dorarse
en manchas, y la carne regordeta se movió extrañamente, enfermizamente,
reventándose un poco antes de comenzar a desinflarse—. Hasta el punto
que nadie será capaz de decir que solías tener un lindo cabello muy rubio y
la piel lisa.
La manzana repentinamente explosionó, la mitad se hundió, casi
hasta el núcleo, mientras que las manchas grises se unieron al marrón. Ella
retrocedió, pero no había a dónde ir, con los magos del Círculo custodiando
por todos lados. Y yo al frente, manteniendo la cosa en decadencia en su
rostro.
—Las personas mayores se ganan las arrugas —le dije—. Ellos las
compran con una vida de alegría y tristeza, triunfo y dolor. Con la vista de
la cara de su amante el día de su boda, el sonido del primer grito de su bebé,
la sensación de la mano de su hijo en la suya. Pero no tú.
Y luego todo estaba gris, entre un parpadeo y el siguiente, la
superficie, una vez brillante, de una fruta perfecta ahora estaba borrosa de
moho y filtraba jugos desagradables en su agradable blusa azul.
—Solo serás vieja —dije mientras miraba la cosa podrida—. En un
parpadeo. Demasiada vieja para ser Pitia, si eso es lo que él te prometió.
Demasiada vieja para disfrutar del triunfo que tus amigos celebrarán.
Demasiada vieja para hacer algo o ser cualquier cosa o tener algo o
experimentar algo. Nunca. De nuevo.
Grandes y asustados ojos azules se encontraron con los míos, y luego
se estrecharon, la barbilla en alto.
—Mis amigos me salvarán —escupió—. Una vez que el maestro
regrese…
—¿Tus amigos? ¿Te refieres a las otras acólitas? ¿Las que compiten
contigo por sus afectos? ¿Las que te enviaron aquí? ¿Esos amigos?
Me miró fijamente y luego miró a Jonas, que estaba detrás de mí.
—Estás fanfarroneando. El Círculo no permite…
—Pero no estás tratando con el Círculo, ¿verdad? —pregunté—. Ni
siquiera estás tratando con una Pitia adecuada. Estás lidiando con alguien
que ha sido criada por vampiros homicidas, y yo no fanfarroneo.
—Y me temo —le dijo Jonas suavemente—, que el Círculo tiende a
ser… pragmático… en estos casos.
La manzana ya no estaba goteando. Era un pedazo de carne disecada,
marchita, aferrada a un núcleo podrido. Lo dejé caer en su regazo.
—Una última oportunidad. ¿Qué están haciendo?
Tragó saliva. Y luego levanto la cabeza desafiante.
—No importa. Es demasiado tarde para detenerlos…
—Para detener. ¿Qué?
—Estamos atacando la fortaleza de los vampiros en Nueva York. ¡Con
todo un ejército!
—Al norte —murmuró Jonas—. La casa de la cónsul.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Para evitar que invadan Faerie, son los únicos que pueden. Fueron
lo suficientemente estúpidos como para reunir a sus líderes en un solo
lugar, para algún tipo de conferencia. Será la última vez que…
—¿Y qué hay de Mircea?
Sus labios se curvaron.
—Él es el que mantiene unida la alianza de vampiros, y tú sabes cómo
son. Un senado no se atreverá a invadir si los dejas vulnerables al ataque
de los demás en su país. Rompes la alianza y no más invasión. Además,
nuestro contacto de vampiro no quería ir contra él, y decidió acabarlo
antes…
—Acabarlo. —Sentí que la habitación volvía a girar—. Entonces está
muerto.
Se encogió de hombros.
—Si no lo está, pronto lo estará. Junto con el resto cuando tengamos
las Lágrimas…
—¿Lágrimas? Están buscando… —Me interrumpí.
Por supuesto que lo hacían.
Por supuesto que sí.
—Nuestro contacto nos dijo que tenían dos botellas enteras —
confirmó—. Más que suficiente para lo que necesitamos. Pero él no las
conseguiría para nosotros. Dijo que era demasiado arriesgado. Dijo que
estaban en algún tipo de centro de mando con un montón de guardas…
—Sé dónde están —dije, con los labios entumecidos.
—… y que tendríamos que esperar hasta que el ataque comenzara.
—Justo como con lady Phemonoe —dijo Rhea, furiosa—. Cuando
saquearon.
La rubia movió sus ojos hacia Rhea.
—Estaban allí para hacer lo mismo. Ambas queremos el poder;
estamos tomando caminos diferentes para conseguirlo. Aquellas de nosotras
con algo de sentido eligieron alinearse con el dios. Escogiste a la puta del
vampiro. Así que no me digas…
Tami la abofeteó.
La cabeza de la chica se balanceó hacia atrás, con un golpe lo bastante
fuerte como para enviarla contra el mago detrás de ella. Quien no se
estremeció. Pero la atrapó cuando se desplomó y trató de deslizarse de la
silla.
Miré a Tami.
—¡Lo siento! —gritó—. ¡Estoy fuera de control! Estoy golpeando a todo
el mundo.
—Si no lo hubieras hecho, lo habría hecho yo —dijo Rhea, bajo y
vicioso.
—Pero podría habernos contado más…
—Ella nos dijo lo suficiente —dije, y me dirigí hacia el salón.
Sólo para que Jonas me agarrara del brazo.
—¿A dónde vas?
—¿Dónde crees?
—No. Voy a tener a mis hombres…
—¿Para hacer qué? ¿Conducir hasta el estado de Washington?
¿Tomar una línea ley? —Me encogí de hombros—. Eso podría llevarte allí
dentro de una hora o dos, ¡pero esto está pasando ahora, Jonas!
Llegué al dormitorio antes de que me agarrara de nuevo.
—Tengo hombres cerca—me dijo rápidamente—. Siempre tenemos
gente vigilando al senado. Les enviaré…
—¡Entonces envíalos! Y mientras estás en ello, envía a los demonios.
—Miré a mi alrededor, pero si mis anteriores protectores todavía estaban
aquí, no podía verlos. Y no podía ordenarles—. Dile a Adra…
—No necesitamos a los demonios —dijo Jonas—. Mi gente…
—¡No puedo manejar a esas chicas! No si consiguen las Lágrimas
primero, y quizá no si no lo hacen. Los demonios probablemente tampoco
pueden, pero voy a tomar la ayuda que pueda obtener. Dile a Adra…
—¡Esta bien! ¡Le diré… si estás de acuerdo en quedarte aquí!
La mano se tensó en mi bíceps, y esta vez, no parecía que fuera a
moverse.
La miré fijamente por un momento, y luego hacia él. Y lo vi
ruborizarse, ya fuera con vergüenza o con ira, no lo sabía. Pero no se movió.
—No voy a perderte —me dijo, bajo y áspero.
Y esto es todo, pensé. Así es como fracasaríamos. No porque el otro
lado fuera mejor, sino porque no íbamos a trabajar juntos. Ni siquiera ahora.
Y esa era mi culpa, ¿no? La Pitia era la gran unificadora, o se suponía
que lo era.
La que hacía que todo el mundo dejara sus estúpidas peleas y
trabajara en una causa común. Pero no tenía las palabras, como tampoco
las había tenido con Mircea. No sabía cómo hacer que Jonas me dejara ir,
no en una suite llena de sus magos. No sabía cómo hacerle entender que no
nos estábamos quedando sin tiempo, estábamos fuera. No sabía cómo llegar
hasta él.
—¿No la perderás? —dijo Rhea desde la puerta—. ¿Cómo perdiste a la
última Pitia confiada a tu cuidado?
—No te metas en esto —le dijo Jonas.
Pero Rhea no se quedaría fuera. Rhea ya estaba dentro, viniendo
detrás de nosotros.
—Eso es de lo que se trata, ¿no es así? —preguntó—. No la edad de
lady Cassandra… han habido Pitias más jóvenes. O su falta de
entrenamiento, que su sangre más que lo compensa. O incluso su recepción
a los aquelarres, que estaban muy olvidados. Tú. Tu pesar, tu dolor, tu
constante necesidad de…
—¡Aprende tu lugar, chica! —gruñó Jonas, empujándola lejos cuando
ella trató de interponerse entre nosotros.
—¡Conozco mi lugar! —dijo ella, su voz no más amable que la suya—.
Siempre lo he sabido. Pero tú no, ¿verdad? Lady no te dijo…
—¿Qué estás balbuceando?
—… porque sabía cómo reaccionarías, lo que harías. ¡Esto! Lo que
siempre haces, tratando de controlar todo, tratando de controlarla. Pero no
a mí. Ella no iba a dejar que me controlaras…
—¡Esto no te concierne!
—¿La muerte de mi madre no me concierne?
Y de repente, todo se congeló.
Parecía que había detenido el tiempo. Sólo que todavía podía oír el
sonido del reloj, ver las motas de polvo flotando en la luz desde el vestíbulo,
sentir el soplo silencioso del aire acondicionado.
Y el repentino apretón de la mano de Jonas en mi brazo.
—¿Tu… madre? —preguntó, las palabras sorprendentemente sin
tono.
—Mi madre —dijo Rhea, tomando uno de los álbumes de fotos, los que
habíamos sacado de la caja fuerte de Agnes, los que nunca había tenido la
oportunidad de mirar. Y lo empujó hacia él—. Todo está ahí, toda mi vida.
Cómo me tuvo en secreto, cómo me envió lejos cuando era una bebé, cómo
crecí con una de sus antiguas iniciadas, una bruja de aquelarre, porque
sabía que no tenías nada menos que desprecio para los aquelarres, sabía
que nunca me encontrarías ahí…
—Yo nunca… —Jonas estaba mirando el álbum que sostenía. Estaba
repleto con fotos hasta el punto que se cayeron por un lado en grandes
grupos. Muchas de ellas lo mostraban, por lo general con Agnes.
Pero todavía no lo entendía, pensé.
No entendía lo que ella le estaba diciendo.
—Ella sabía que crecería fuertemente por el poder —dijo Rhea—.
Sabía que volvería a la corte muy pronto, para estar con ella. Pero como
iniciada, nadie cuestionaría mi presencia. Y procedente de una familia de
aquelarre, nadie trataría de usarme como un peón político, o me obligarían
a una posición que no quería, sólo para que él pudiera beneficiarse…
—¡No! —Jonas la miró, y supongo que me había equivocado. Supongo
que había sido una sorpresa. Porque parecía que lo había entendido,
después de todo—. Yo nunca…
—Pero pensó que lo harías —dijo Rhea, torciendo el cuchillo—. Y ella
te conocía. Ella me dijo una vez, que fue la decisión más difícil que tomó, y
la más solitaria. Pero sabía el número de veces que intentaste influir en
ella…
—¡Por el bien de la comunidad mágica!
—Por el bien del Círculo…
—¡Son lo mismo!
—¡No son lo mismo! —dijo, furiosa—. Es por eso que tenemos una
Pitia, para hablar por nosotros, todos nosotros. Y madre lo sabía, pero ella
te amaba, y la atormentaba, pero te amaba…
—¡Y yo la amaba! —gritó con voz áspera—. Por cincuenta años…
—¡Entonces, pruébalo! Demuéstralo y haz lo que ella hubiera querido.
Deja que lady Cassandra se vaya, antes de que sea demasiado tarde. Deja
que haga esto.
—¡Ella no puede hacer esto, no sin ayuda!
—Jonas —dije, poniendo una mano sobre la que aún tenía en mi
brazo—. Eso es lo que he intentado decirte. No puedo hacer esto. No puedo
ganar esta guerra por mí misma. Pero tal vez pueda ganarla contigo.
Él miró a Rhea por un largo momento, dolor, furia y temor, todo allí
en su rostro, claramente, para que cualquiera leyera. No iba a hacerlo. Era
como mi vida últimamente: demasiado, demasiado rápido. O tal vez no,
pensé, mientras su mano de repente saltó de mi brazo.
—Vete.
No le di oportunidad de cambiar de opinión. Agarré el abrigo del mago,
todavía olía a hollín del siglo XIX, y me desplacé.
No tenía que preguntar si habían encontrado la poción. La puerta de
la oficina de Marlowe estaba abierta, curvas y charcos de sustancias letales
brillaban en la oscuridad: rojo, morado oscuro y naranja. Un grupo de
magos de guerra, oscuros, a juzgar por la falta de insignias, permanecían
congelados en una masa contorsionada frente a los gabinetes, los abrigos
arremolinados y los escudos medio levantados mientras luchaban para
alejarse de la peligrosa marea. Excepto por uno que había aterrizado en un
charco de poción que debía estar justo fuera del rango del hechizo.
Porque estaba ocupado chisporroteando a través de lo que quedaba
de su carne.
Parecía que alguien había atravesado las guardas, todo el mundo se
había precipitado hacia adelante para un saqueo al por mayor, y luego
alguien más había arrojado un montón de sustancias letales, atrapándolos
a todos con la guardia baja. Y luego congelándolos donde estaban.
Y eso incluía a la competencia, pensé, mirando a un cadáver marchito
atrapado a la mitad del piso. Los miembros estaban grises, encogidos y
disecados, la cara irreconocible. Pero el cabello rojo era tan vibrante como
siempre.
Así que era la morena.
Me giré y salí de la oficina.
No tenía que preguntar por dónde se había ido. El pasillo a la derecha
era una escena congelada, con hechizos de rayos de fuego suspendidos en
el aire, inmóviles. Explosiones de yeso colgaban por encima como las nubes,
las motas de cristal parpadeaban como estrellas y las bombas de poción
habían explotado en lo que parecían copos de algodón de azúcar.
Me detuve de todos modos, agarrando el marco de la puerta, la
indecisión arañándome.
Porque no tenía que hacer esto. Podía retroceder en el tiempo un día
y advertir a todo el mundo. Podía decirle a Marlowe que moviera su maldita
poción. Podría decirle al senado que mejorara su seguridad. Podría…
Ser ignorada, desacreditada, y no ser tomada en serio, como lo había
sido toda mi vida.
Mi nombre no era Cassandra por nada.
Y casi podía oír la respuesta, si le decía a Mircea que moviera la poción
—una que sabía que yo quería— de las manos de Marlowe a algún lugar
menos seguro. ¿Para que puedas acceder más fácilmente, dulceata?
Además, aunque pudiera hacerme creer, no sabía quién era el
contacto de las acólitas. Un vampiro, ella había dicho. Alguien con acceso.
Alguien que podría aprender del movimiento, y entonces no estaría mejor,
de hecho, estaría peor. En este momento, todavía tenía los restos de una
botella llena de poción en mí.
Mañana, podría haber desaparecido.
Pero si me quedaba y fracasaba…
Si alguna vez vas a hablar conmigo, le dije a mi poder en silencio,
ayúdame ahora. ¿Sigo adelante, o me regreso?
Durante un largo momento, no hubo nada, excepto mi propia
ansiedad. Pero entonces el corredor detrás de mí se apagó, muy ligeramente,
o tal vez el que estaba por delante se iluminó. No era mucha diferencia, era
poco menos que nada, al punto que no lo habría notado si no lo hubiera
estado buscando.
Pero lo había estado, y estaba allí.
—Así que, malas probabilidades de cualquier manera, pero ¿un poco
mejor por delante? —le pregunté. Pero esta vez, no recibí una respuesta. Lo
cual, a juzgar por la experiencia pasada, significaba que lo había entendido
bien.
Tragué. Y luego me agaché por debajo una nube rosada, que
probablemente me habría comido la cara si se movía. Pero no lo hizo, nada
nada en todo el corredor. Incluyendo la línea de balas flotando en el aire
justo por delante, en su camino para perforar el pecho de un mago.
A uno de los hombres del Círculo, cuyo escudo se había debilitado a
un débil parpadeo verde en el aire alrededor de él. Quité las balas del aire y
las arrojé por el pasillo vacío detrás de mí, escuchándolas explotar contra el
suelo una vez que salieron del área del hechizo. Resonaron fuerte en la
quietud, pero no importaba.
Ella ya sabía que iba.
Ella me estaba esperando, tendría que estarlo, o ya tendríamos a un
dios vengativo en nuestras manos. Pero no lo teníamos. Porque dos botellas
de poción eran suficientes para permitirle el lujo del tiempo, todo el tiempo
en el mundo. Para jugar sus juegos. Para traerlo. Y para tratar conmigo.
Yo, por otra parte, tenía un suministro de energía seriamente agotado
y un marco de tiempo desconocido. Jonas encontraría a Adra, de eso no
tenía duda, y él enviaría a su gente. Pero ellos podrían enfrentar a casi
cualquier otro adversario, ¿qué podían hacer contra el poder de un dios?
Porque eso era lo que ella estaba empuñando.
Y parecía que estaba empuñando un montón de él.
Había una fila de cuerpos adelante, medio esqueletizados, donde un
hechizo de tiempo había comido su camino a través de una multitud.
Algunos habían muerto instantáneamente, cabezas y torsos envejecidos de
regreso a hueso, o en algunos casos a polvo.
Otros… no habían tenido tanta suerte.
Puse un brazo sobre mi cara y traté de bloquear el penetrante hedor
de sangre, tanta sangre, de la gente lo suficientemente desafortunada como
para obtener sólo un golpe de vista del hechizo. Un hombre seguía
moviéndose, lentamente, impotente, piernas pegadas que sobresalían de un
torso normal. Quería ayudarlo, pero incluso yo podía decir que estaba
demasiado lejos. Y yo no tenía fuerza de sobra.
Lo dejé allí.
El siguiente pasillo estaba aún peor, aunque de una manera diferente.
Las paredes se veían como si un camión hubiera atravesado a través de
ellas. Una explosión había sido suspendida en el momento en que estalló la
pared, los bordes dentados brotaron como un racimo de cuchillos cuando
pasé. Mientras otra, más abajo, estaba explotando una y otra vez, atrapada
en un momento de tiempo, como una repetición sin fin de ejecución y
agitando el suelo debajo de mis pies cada pocos segundos.
Parecía que acababan de lanzar hechizos por todas partes, muchos
sin propósito que yo pudiera ver. Una pintura en una pared cercana se
cambió de nuevo a una lona en blanco, después se repintó una y otra vez.
Un manantial de agua roto inundaba por una grieta desde el piso de arriba,
la cortina brillante suspendida en el aire, como un velo. Un par de hechizos
habían caído en la misma planta en una maceta, haciendo que se
marchitara y volviera a la vida, floreciendo de nuevo. Y cubriendo la pequeña
mesa en la que estaba con flores, décadas o más de flores, que caían sobre
el suelo como sangre derramándose, como derramándose en un funeral.
Pasé a través de las resplandecientes hebras de la cascada, sólo para
detenerme abruptamente al ver lo que tenían que ser un centenar de
hechizos, todos convergiendo en un solo lugar, el mío. Parecía que la gente
en el pasillo finalmente se había dado cuenta que tenían un problema
común, pero fue demasiado tarde.
Los rayos eran demasiado gruesos para encontrar un camino a través
de ellos, así que me agaché por un agujero que alguien había hecho en la
pared. A un pequeño conjunto de habitaciones débilmente iluminadas.
Donde una batalla en cámara lenta estaba teniendo lugar entre media
docena de parejas luchando cuando un hechizo de tiempo poco a poco
desenredaba.
Parecían casi como si estuvieran bailando, una débil neblina de luz de
algún lugar por delante proyectaba sus sombras moviéndose sobre las
paredes y el suelo restante. Avancé mi camino y finalmente me di cuenta
por qué podía verlos tan claramente. Faltaba toda la pared trasera de la
última habitación, lo que me permitió salir a un espacio abierto donde el
derrumbe del piso superior había incluido buena parte del techo, dejando
un área abierta a la luz de la luna.
Parecía casi un estadio, sólo que, en lugar de espectadores, sólo había
más combatientes, ocupados matando, muriendo o ambos.
Y una niña de ojos salvajes en el centro, ayudándoles y riendo
alegremente.
—¿Es esto lo que es ser un dios? —me llamó desde el campo de
escombros—. ¿Es así como se sienten todo el tiempo?
—No lo sé.
—¡Tienes que saber! Tu madre era Artemisa, ¿no te lo dijo alguna vez?
—No hablamos mucho.
—¿Por qué no? Puedes volver a verla cuando quieras. ¡Puedes hacer
lo que quieras!
Ella levantó una mano, y la carne de un mago cercano casi salió
volando de sus huesos. El hechizo de tiempo lo despojó de todo en cuestión
de segundos, dejando atrás un esqueleto de cuero jaspeado que, sin
embargo, siguió amenazando a un vampiro saltando. Pero que se deshacía
en los huesos secos tan pronto como el hechizo falló.
Era uno de los suyos, uno de los magos oscuros de su lado, pero no
parecía darse cuenta. O importarle. La batalla de vida o muerte que le
rodeaba se había convertido en su zona de juego, la gente en sus juguetes,
todo el desorden ensangrentado allí para su diversión.
Sí, pensé. Eso es, probablemente, exactamente lo que los dioses habían
sentido.
—¿Esto es lo que te prometió? —pregunté, pasando entre los
escombros—. ¿Darte el poder de un dios? ¿Para hacerte Pitia?
Ella rio de nuevo, un sonido genuinamente encantado.
—Pitia. ¿Sabes, solía soñar con eso? Solía estar despierta por la
noche, en mi pequeña y estrecha cama, planeando el día en que yo tendría
el control. De mi vida. De mi futuro. De todo. Tendría el dinero, la fama y el
título, y todos aquellos ricamente vestidos vendrían a verme.
—Pero eso no sucedió.
—No. Fue a Myra. ¡Cuando la única buena idea que tuvo fue cómo
deshacerse de lady! Siempre fui mejor al usar el poder que ella. Me llegó
fácilmente, ella tuvo que luchar. Le gustaba, me quería, pero Agnes me dijo
que era demasiado ambiciosa. ¡Ambiciosa! —Se rio de nuevo—. ¿Qué
demonios creía que era Myra? ¿Qué pensaba ella de nosotras? ¿Qué más
había?
—¿Qué más? Eran verdaderas clarividentes, de familias ricas y
poderosas…
—¡A quien no les importa un bledo si no alcanzas el primer puesto! —
dijo con malicia—. A nadie le importa un carajo. Mis padres me lo dijeron,
justo antes de irme. Es uno de mis primeros recuerdos. Allí estaba yo, de
cinco años y lloraba en la pierna de mi madre con miedo. Antes de que ella
me apartara y se agachara, me dio mi primera lección de vida. “Haz lo que
sea necesario, pero conviértete en Pitia. No hay nada aquí para ti si no lo
haces”.
—Tu madre era cruel.
—Mi madre fue honesta. Sabía cómo funciona el mundo. Obtener el
poder, mantener el poder, o arrastrarte la vida entera ante los que lo tienen.
Como hicieron conmigo, cuando fui nombrada acólita. Había sólo un
puñado de nosotras, y una de nosotras iba a conseguirlo, una de nosotras
iba a serlo. ¡Y cómo cambió todo!
Ella lanzó un hechizo —a mí esta vez— y no me había equivocado
sobre ella. Era rápida y mortal. Me desplacé apenas a tiempo, cuando un
muro se derrumbó en escombros detrás de mí, materializándome del otro
lado…
Donde ella ya había girado para encontrarme.
—Se arrastraron ante mí —dijo, como si nada hubiera pasado—. Me
adulaban, halagaban y me compraban cosas, todo tipo de cosas bonitas:
autos que no podía conducir, ropa y joyas que no se me permitió llevar. Pero
me encantó; ¡me encantó todo! No por las cosas, sino por la razón por la que
las compraron. Cómo se callaban cuando entraba en una habitación, la
forma en que sus ojos me seguían, la forma en que se arrastraban.
Me lancé fuera del camino de un hechizo, y golpeó una columna a mi
izquierda, rodeándola como una vid.
Desmoronando yeso y ladrillos a estrellarse, luego esparciéndose y
empolvando a la nada en el suelo a mi lado.
Al parecer, nadie le había dicho nunca de los monólogos de villanos y
luego los ataques.
—Pero Myra consiguió el asentimiento —dijo—, y de repente, volví a
ser invisible. Nunca fui lo suficientemente buena, no, no. No para mi familia,
no para lady, no para nadie. Pero ahora mira. Incluso el maestro mismo,
incluso un dios me espera.
Y antes de que pudiera esquivar, envió otra ola de poder hacía mí, una
fuerte y lo suficientemente rápida que apenas tuve tiempo de contar. Los
dos hechizos se reunieron en el aire, formando una bobina que se retorcía y
se movía, parecía estar tratando de comerse una a otra. Y luego
abruptamente volaron aparte, en mil diminutas esferas que se apresuraron
en todas direcciones.
Golpeamos el suelo, los dos al mismo tiempo. Debido a que el aire que
nos rodeaba se llenó repentinamente de pequeñas y flotantes burbujas
mortales, como esferas reflejando la escena. Y salpicando las paredes
restantes de la zona con rápidos agujeros, como la explosión de proyectiles
de una escopeta enorme.
-—Vaya. Nunca lo había visto antes —dijo, sonriendo. Y luego volvió
a lanzar.
Me eché a correr detrás de un grupo de archivadores que se habían
oxidado a medida que pasaba, por una puerta que se derrumbó casi encima
de mí, a una sala llena de papeles bajo los pies y huellas de botas
embarradas. Ambos se dispersaron a la nada mientras el hechizo comía el
suelo detrás de mí.
Hasta que lancé una lenta onda de tiempo sobre mi hombro, lo
suficientemente gruesa como para ser considerada una pared, tratando
frenéticamente de ganar tiempo. Y lo hizo, por un segundo. Hasta que un
hechizo de tiempo rápido llegó hirviendo por el medio como un dardo
dirigido, o como un misil lanzado bajo el agua. Y luego chocó al otro lado,
golpeando al mismo tipo de hechizo que acababa de lanzar sobre mí,
destrozándose ambos.
Y enviándome de espaldas hacia atrás a un pasillo cuando los restos
de los hechizos volaron sobre mi cabeza, apenas rozando mi cara. Y entonces
ella estaba ahí, allí mismo, y yo hice lo único que podía, lo único en todo
este arsenal pitiano en el que había sido realmente buena. Desplacé.
Pero no a mí.
Desplacé un mueble viejo de nogal tallado, era lo que aparentaba,
arrancándolo de una pared y golpeando justo el lugar donde ella había
estado de pie.
Y luego me quedé allí un momento, jadeando, agotada, y esperando
que jodidamente hubiera funcionado.
Y tal vez lo hubiera hecho. Porque el polvo y los trozos de papel tapiz
desmenuzado, de centenares de años, ahora revoloteaban a mi alrededor
como confeti, pero nada más se movía. Y la solidez inquebrantable del
mueble me daba razones para esperar que tal vez, sólo tal vez, nada lo haría.
Hasta que la puerta se abrió y ella pisó con delicadeza, su pequeña
zapatilla blanca del todavía atuendo Pitia contra el suelo sucio.
—Bien por eso —dijo—. Apenas tuve tiempo de levantar un escudo.
—Me alegro de que te haya gustado.
—Cuando solíamos tener duelos, ese era el movimiento favorito de
Victoria. —Sonrió—. ¿Quieres ver el mío?
No, pensé, y me desplacé.
Y en ese tiempo me desplacé, porque necesitaba un momento. Y
terminé en el techo que había vislumbrado antes a través del techo caído,
ya que era el único lugar en el que podía pensar donde no había otras
personas alrededor. Aterricé sobre las manos y las rodillas, jadeando,
mirando fijamente alrededor por un rayo revelador blanco. Pero no parecía
haber uno.
Lo cual… era bueno y no. Porque no podía arriesgarme a cansarla de
nuestro juego y que corriera a conseguir su recompensa. Pero todo el plan
de mantenerla hablando hasta que los demonios llegaran y
esperanzadamente arruinar su plan no parecía estar funcionando.
En absoluto.
Tragué el aire fresco de la tarde e intenté pensar en una alternativa.
Pero no se me ocurría mucho. Porque, por supuesto, solían tener duelos. Y
debieron tener muchos, porque ella era condenadamente buena. Y yo bueno,
Gertie había pateado dos veces mi trasero, y apenas había conseguido un
empate con la pelirroja, y eso había sido con la ayuda de Rhea.
Pero quedarme aquí no iba a funcionar. Tenía que encontrarla de
nuevo. Tenía que pensar en algo…
—Bonito, ¿no?
Me di la vuelta.
Y la encontré mirando la gran luna plateada flotando serenamente
sobre nuestras cabezas, sobre un banco de nubes plateadas. Mi mano se
estremeció y ella miró hacia abajo, sonriendo. Como si supiera lo cerca que
estaba de llegar.
—Sin ofender —me dijo—. Pero me cuesta creer que tu madre fuera
una diosa.
—A mí también.
Ella rio.
—Me gustas. Sabes, no creo que me guste matarte.
—Entonces no lo hagas.
—No puedo hacer eso. —Negó con la cabeza—. El amo está
esperando…
—Déjalo —dije rápidamente—. ¿No dijiste que te gustaba esta
sensación? Porque no durará. No una vez que lo traigas de vuelta. En este
momento, eres la persona más poderosa del mundo. ¿Pero después? Él es
un dios. No somos nada para ellos…
—Habla por ti misma.
—¿No estás cansado de que te pasen por alto? ¿Inadvertida? ¿No estás
cansada de ser esa chica de blanco?
—No tienes idea.
—Entonces, ¿qué crees que serás para él?
—Creo que seré su reina.
—¿Eso es lo que te prometió?
Ella asintió.
—Un concurso: el ganador se lleva todo. Quienquiera que lo traiga de
vuelta primero sería su consorte y una diosa. Quien fracase… —Se encogió
de hombros.
—Y tú has ganado.
—Por supuesto. Victoria trató de vendernos la idea de trabajar juntas
y compartir sus favores. Compartir. Como si alguna vez hubiera compartido
algo. Pero al final, ella no era un problema en absoluto.
—¿Y tu otra competencia?
—Jo está en una búsqueda de una aguja en un pajar, buscando
alguna vieja reliquia. —Puso los ojos en blanco.
—¿Reliquia?
—Una que ella piensa que es lo suficientemente fuerte como para
explotar la barrera. Le dije que estaba perdiendo el tiempo. Si alguna vez lo
encuentra, los Fey la matarán. Ellos no sueltan sus juguetes fácilmente.
Tragué.
—No. No, no lo hacen.
—Y Lizzie, pobre, tonta, todavía piensa que va a ser Pitia. Ella no lo
entiende; ya no necesitaremos una Pitia. Lo primero en la lista es deshacerse
de todos los usuarios de magia, para que no haya más amenaza de destierro.
Después, los únicos con magia seremos nosotros…
—Y los otros dioses, una vez que él los deje entrar.
Ella rio encantada.
—¿Quién dice que los dejara entrar?
—Está planeando mantener la tierra para sí mismo.
—Y Faerie, y los infiernos —estuvo de acuerdo—. ¿Por qué quitar el
hechizo de tu madre cuando eso solo dejaría que todo el mundo regresara,
todos esos codiciosos? No necesita a todos. No necesita a nadie. Puede
tomarlo todo y ser dueño de todo. Sólo él y yo, y los niños que tendremos…
por eso me temo que tienes que irte.
—Él me matará por ti cuando esté de vuelva.
—Probablemente —convino—. Pero no puedo arriesgarme, ¿verdad?
¿Dejándolo con una opción entre una semidiosa niña de Artemisa y yo?
Y de repente me di cuenta por qué había estado dispuesta a jugar a
este pequeño juego.
—No lo quiero —dije con fervor.
Ella sonrió.
—No creo que tengas opción. Y yo… he estado segunda posición con
demasiada frecuencia. ¿Qué dijeron en Blade Runner? “Tiempo de morir”.
—Nunca vi esa película —dije, y pateé. Mientras pudiera le robaría
tiempo al duelo, Pritkin me había estado enseñando todo tipo de trucos
sucios. Si hubiera estado usando botas, podría haberle roto la rótula. Pero
incluso en tenis, ella cayó.
Sólo para patearle la barbilla cuando levantó la cara, gruñendo.
—Sabes, ser reina no suena tan mal —le dije. Y me desplacé a la
planta baja por donde había entrado. Porque podría no ser una gran
luchadora, pero era un profesional en huir. Podría dar clases de huida.
O podría haberlo hecho, si ella no hubiera seguido mis pasos.
Giré por un sonido detrás de mí, y ella envió una onda de tiempo que
de alguna manera alejé de mí, pero no antes de que hiciera a un mechón de
mi cabello viejo y quebradizo lo suficiente como para desmoronarse cuando
me rematerialicé. Y levanté con fuerza una mano. Y la desplacé dentro de
una pared.
Literalmente.
Accidentalmente me había hecho algo similar una vez, quedando
atrapada en una chimenea porque estaba desplazándome demasiado rápido
para prestar atención. Había tomado diez minutos y una enorme cantidad
de magia de Jonas para sacarme. Ella lo logró sola y en segundos.
—Realmente eres buena con el poder —le dije.
—Gracias —dijo. Y me congeló.
Sucedió tan rápido que ni siquiera la vi moverse. De hecho, no creo
que lo hiciera. Yo siempre había hecho algún tipo de gesto al desplazar,
aunque sólo fuera uno pequeño. Pero tal vez era sólo yo, la parte humana
de mí, que sentía una necesidad de moverse cuando me estaba moviendo.
Pero supongo que no era técnicamente necesario, porque ni siquiera
se retorció.
Pero algo más sí.
La cortina de agua congelada detrás de ella ya no estaba tan
congelada. Brillaba suavemente con la luz, como una cascada Fey, que caía
lentamente hacia el suelo. Y detrás de ella, apenas visible a través de la lenta
corriente que se movía, todo era color del arcoíris.
O al menos los tonos más letales y cálidos de los agresivos hechizos
utilizados por los magos de guerra.
Los miré mientras mi rígido cuerpo se tambaleaba y amenazaba con
caer. Y recordé todos esos hechizos, ese corredor lleno de hechizos, los
últimos hechizos que habían lanzado todos esos magos moribundos. Los
que ella había evitado una vez, pero no esta vez.
Y no, resultó que realmente no necesitabas moverte para lanzar un
hechizo, después de todo.
Media hora más tarde, estaba sentada en lo que supuse había sido
una vez un balcón, con vistas a lo que podría haber sido una gran sala. Era
difícil saberlo, ya que en su mayor parte era escombros, pero parecía que a
la cónsul le gustaba vivir bien. Todavía se veían toques de él aquí y allá: el
brillo del mármol incrustado bajo montones de paredes derrumbadas, ricos
tejidos que se enroscaban a través de montañas de muebles rotos, el destello
de lo que quedaba de una pared de espejos brillando a la luz del fuego, el de
la izquierda seguía ardiendo.
En vez del asentamiento del poder del vampiro en la Tierra, finalmente
parecía lo que era: una zona de guerra.
Pero la lucha había terminado por el momento, y todo el mundo estaba
ocupado recogiendo todo. Y lamiendo sus heridas. Y planeando su próximo
movimiento.
Un vampiro apareció con ropa sucia y arrugada, con una mancha de
sangre en su bonita y blanca túnica.
Pero el cinturón de seda todavía estaba recto, y se había detenido en
algún momento para limpiar el polvo de sus zapatos muy pulidos. Tenía una
bandeja con él —de plata por supuesto— con tazas de café. Tomé uno, pero
rechacé la manta que también ofrecía, de un grupo cubriendo su brazo.
Siguió adelante.
Me senté y pensé en el poder. Específicamente el mío. Porque tal vez
había estado hablando conmigo, después de todo. O al menos escuchando.
Y no había estado preguntando por solo una cosa, ¿verdad?
Había estado pidiendo dos.
Toda la semana, prácticamente cada pensamiento había estado en dos
cosas: encontrar a Pritkin y tratar de encontrar un arma para luchar contra
los dioses. ¿Y si mi poder, que no era humano y no pensaba como nosotros,
había decidido tomar un atajo? ¿Y si hubiera decidido llevarme de vuelta al
lugar y al tiempo… donde podría encontrar ambos?
Oí de nuevo la voz de Fred preguntando: “¿Cómo luchaban entre sí?”.
Sentí una vez más la superficie lisa y vieja de un bastón de increíble poder.
Escuché a la morena decir que mi última descarriada acólita estaba detrás
de “una antigua reliquia” que podría desafiar el poder de un dios.
Tal vez porque había sido hecho por uno.
Todo el mundo había estado buscando un arma contra Ares: Jonas
pensaba que yo era una; Mircea quería que le hiciera una. Todo el mundo
estaba buscando respuestas, pero ¿y si lo que necesitábamos no estuviera
aquí? ¿Y si hubiera estado mil quinientos años en el pasado, en una corte
todavía envuelta en mitos y leyendas?
¿Y si la historia del regreso de un antiguo rey para salvarnos en la
hora más oscura de la humanidad fuera más verdadera de lo que alguien se
hubiera dado cuenta?
Mi mano se apretó sobre la superficie irregular de una botella
minúscula. Era la que la acólita había dejado caer cuando golpeó la pared,
la que ella nunca había tenido la oportunidad de recuperar. Era la última,
la última botella llena de la poción más rara de la Tierra, y mi última
oportunidad.
Para rescatar a Pritkin.
Para encontrar las respuestas que necesitábamos desesperadamente.
Y, posiblemente, para salvar un mundo.
Pero tenía que hacer una tarea primero.

Los pasillos de la mansión de la cónsul ahora parecían un poco


diferentes, lo cual no era para sorprendente, ya que aún no había sucedido
nada. El ataque sería esta noche, y cuando llegara, mucha gente iba a morir.
Algunas de ellas serían nuestras, buenas personas cuyas muertes podría
prevenir fácilmente, excepto por la advertencia que repiqueteaba en mi
mente.
No estaba segura por qué; no tenía detalles. Sólo que la batalla,
aunque terrible, había tenido un propósito. Pero podía adivinar.
Los pequeños grupos que había visto de vampiros, cambiaformas y
magos, todos luchando juntos, eran algo sin precedentes. No luchaban uno
al lado del otro; se ignoraban mutuamente o se mataban unos a otros,
excepto por la noche anterior. Lo cual los había tomado desprevenidos, con
muy poco respaldo, y con un enemigo mutuo que amenazaba toda su vida.
Fue la guerra en miniatura, y enseñó la lección mucho mejor de lo que yo
podría.
Pero seguía siendo terrible, sabiendo que podía prevenirlo todo, con
una sola advertencia…
Y en el proceso, dejarlos tan divididos como siempre. Frente a un
enemigo que seguía golpeando las puertas, tratando de entrar. Quería
matarnos a todos.
Y así caminé por los pasillos en silencio, el peso de todas esas vidas
sobre mis hombros, y me pregunté qué era lo que realmente envejecía a las
Pitias. ¿Canalizar el poder de un dios cuando no éramos uno, o esto?
Sabiendo cosas que nunca podríamos decir, viendo lugares de los que nunca
podríamos hablar, guardando secretos durante toda nuestra vida.
Como Agnes.
No dudaba que Jonas la hubiera amado realmente; la expresión de su
rostro había sido elocuente. Pero tampoco dudaba de que explotara su
relación tanto como ella lo permitió. Hasta el punto de que había ocultado a
su hija, para evitar que le hiciera lo mismo.
Porque ella lo sabía: no es fácil decir no, y seguir diciendo no, a alguien
que amas.
Tal vez por eso muchos Pitias no parecían tener amantes a largo plazo.
Tal vez por eso incluso, aquellas como Agnes, se habían visto obligadas a
esconderlos, para evitar que la gente sospechara que estaban siendo
influenciadas. Tal vez por eso muchas habían parecido vivir tan solas.
No planeaba estar sola por el resto de mi vida. Pero tampoco iba a ser
Agnes con alguien como Jonas. No iba a tener ese tipo de relación, y
cualquier hombre en mi vida iba a tener que entender eso. Cualquier hombre,
pensé, y abrí la puerta de la habitación donde me habían dicho que
encontraría a Mircea.
Y lo hice.
Pero también encontré a alguien más.
Me detuve en seco al ver a Mircea, insensible en una cama, siendo
vigilado por una hermosa morena.
No, no era una hermosa morena. La hermosa morena, de la pintura
por la que no había recordado preguntarle. Y no sentada. Acostada. Bajo
una fina sábana que hacía poco para ocultar sus amplias curvas desnudas.
Me miró a través de sus ojos oscuros, y su boca tomó un tono
despectivo.
—No te necesita —me dijo con desdén.
—¿Qué?
—Está durmiendo —dijo, como si de alguna manera me hubiera
perdido eso—. Y puedo darle lo que necesita.
Lo apuesto, pensé, sintiendo que mi presión arterial empezaba a subir.
—Puedes irte —repitió impaciente—. Vamoose, amscray, haz como un
árbol. ¿Entiendes?
—Sí. Entiendo —le dije, y alcancé mi poder. Y deslizó una pregunta a
lo largo de un cordón resplandeciente, recibiendo una respuesta
instantánea.
Y rio de la ironía.
Podría salvar a esta.
Por supuesto que podía.
Así que lo hice. Pero la envié a un pastizal en medio de la nada, un
pastizal lleno de estiércol, porque el poder tenía que ser bueno para algo,
¿no? Y entonces reuní a Mircea en mis brazos. Y juro que vi un resplandor
de fuego oscuro bajo esas pestañas demasiado gruesas para un hombre.
—Vamos a tener una larga charla cuando te despiertes —le dije en
tono sombrío.
Y me desplacé.
Desde que fue nombrada la principal vidente del mundo sobrenatural,
Cassie Palmer ha estado jugando a ponerse al día. Ponerse al día en el
entrenamiento que le faltó al ser criada por un vampiro psicótico en lugar
de en la corte Pitia. Ponerse al día en el mundo peligroso de la política
sobrenatural. Ponerse al día con las poderosas, y a veces seductoras, fuerzas
que intentan moldearla a su voluntad. Ha sido una prueba de fuego que la
ha dejado quemada.
Pero ahora se da cuenta que todo eso ha sido sólo el calentamiento.
Las fuerzas antiguas que una vez aterrorizaron al mundo quieren
regresar, y Cassie es la única que puede detenerlas.

Cassandra Palmer #8
Karen Chance nació en Orlando, Florida. Se licenció en historia y tras
ejercer de profesora en Hong Kong durante dos años decidió dedicarse por
entero a la literatura. El aliento de las tinieblas fue su primera novela, y ha
sido todo un fenómeno editorial en Estados Unidos.
A pesar de su limitada bibliografía, es una autora que ha conquistado
a los lectores de habla inglesa y española ahora con sus libros siendo
llevados al idioma.

Saga Cassandra Palmer:


1. El aliento de las tinieblas
2. La llamada de las sombras
3. Envuelta en la noche
4. La maldición del alba
5. En busca de la luna
6. Tempt the stars
7. Reap the wind
8. Ride the storm
LizC

Adddy

LizC y Nanis

Mae

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