A mi papá y a mí nos gusta mucho observar estrellas desde nuestro jardín. Apagamos todas las luces y nos recostamos sobre una manta. Una noche, cuando observábamos estrellas, un ruido nos hizo mirar al costado. ¡Un sapo! Sin pensarlo dos veces, mi papá lo atrapó y lo metió en mi mochila. —¿Querías una mascota rara, Lucía? —me preguntó. Unos días antes yo le había dicho que mi perrito me aburría. Mis ojos se pusieron tan grandes como los del sapo. Asustada, le respondí que sí quería. La decisión estaba tomada, recogimos la manta y caminamos de regreso a casa. Cuando llegamos, mi papá armó todo rápidamente: recicló un viejo acuario, le puso tierra, plantas y un pequeño estanque de agua, y metimos el sapo ahí. El sapo era marrón y tenía la piel muy seca y arrugada. Mi papá dijo que yo tendría que aprender a cazar lombrices y grillos para alimentarlo. Página 1 de 2