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Seminario Educación, género y sexualidades 2008 Profesora: Dra.

Graciela Morgade Traducción de la cátedra

Eros, erotismo y el proceso pedagógico1


bell hooks2

Nosotras-os, profesoras y profesores, raramente hablamos del placer, del erotismo o de lo erótico en nuestras
aulas. Entrenadas en el contexto filosófico del dualismo metafísico occidental, muchas de nosotras aceptamos
la noción de que hay una separación entre el cuerpo y la mente. Al creer en eso, los individuos entran en las
aulas para enseñar como si solamente estuviesen presentes la mente y no el cuerpo. Llamar la atención
sobre el cuerpo es traicionar el legado de represión y de negación que nos ha sido traspasado por nuestros
antecesores en la profesión docentes quienes fueron, generalmente, blancos y hombres... Pero nuestros
antecesores docentes no blancos se mostraron igualmente ansiosos por negar al cuerpo. Las facultades
predominantemente negras siempre fueron un bastión de la represión. El mundo público del aprendizaje
institucional es un lugar donde el cuerpo debe ser anulado, debe pasar desapercibido. En el inicio, cuando me
recibí de profesora y necesité usar una malla de baño para en una clase, no tenía la menor idea de qué
hacían mis antecesoras en tales situaciones. ¿Qué se hace con el cuerpo en el aula? Al intentar recordar los
cuerpos de mis profesores y profesoras, me siento incapaz de acordarme de ellos. Oigo voces, recuerdo
detalles fragmentados, pero muy poco de los cuerpos enteros.

Entrando en la sala de clase decididas a anular el cuerpo y a entregarnos por completo a la mente,
demostramos a través de nuestro ser cuánto aceptamos el supuesto de que la pasión no tiene lugar en el
aula. La represión y la negación nos permiten olvidar y, entonces, intentar, desesperadamente, recuperarnos
a nosotras mismas, nuestros sentimientos, nuestras pasiones en algún lugar privado, después de clase.
Recuerdo haber leído, años atrás, cuando era estudiante de grado, una artículo en la revista Psychology
today que relataba un estudio que revelaba que a cada segundo, durante sus clases, muchos profesores
hombres estaban pensando sobre cuestiones de sexualidad, incluso, teniendo pensamientos libidinosos
respecto de las estudiantes. Me quedé estupefacta. Después de leer este artículo, que recuerdo haber
compartido y discutido de modo interminable en mi cuarto, comencé a mirar de modo diferente a los hombres
profesores, intentando conectar las fantasías que yo imaginaba sus mentes tenían con las conferencias, con
sus cuerpos que yo había aprendido, fielmente, a fingir que no veía. Durante mi primer semestre como
docente en la facultad, había un estudiante en mi clase que yo siempre parecía ver y no ver al mismo tiempo.
Cuando llegó la mitad del semestre, recibí una llamada del terapeuta de la escuela que quería hablar conmigo
sobre el modo en que trataba a este estudiante en clase. El terapeuta me comentó que los estudiantes habían
dicho que yo era inusualmente brusca, ruda, e indudablemente más dura cuando me relacionaba con él. Yo
no sabía exactamente quién era el estudiante, no era capaz de relacionar un rostro o cuerpo con su nombre,
pero luego, cuando se identificó en clase, me dí cuenta de que yo estaba atraída eróticamente por él. Y de
que mi modo ingenuo de enfrentar los sentimientos en clase, sentimientos que había aprendido que nunca
debería tener, era desviarme (de ahí mi trato insensible hacia él), reprimir y negar. Habiéndome tornado
consciente, después de eso, de las formas en que tales represiones y negaciones podían lastimar a los/as
estudiantes, me decidí a enfrentar cualquiera de las pasiones que surgiesen en el contexto del aula y lidiar
con ellas.

Jane Gallop, al escribir sobre el trabajo de Adrienne Rich, relacionándolo con el trabajo de hombres que
pensaron críticamente sobre el cuerpo, comenta en su introducción a “Pensando a través del cuerpo”:“Los
hombres que se descubren de algún modo pensando a través del cuerpo son, más probablemente,
reconocidos y escuchados como pensadores serios. Nosotras, las mujeres, tenemos que probar que somos
pensadoras, lo cual es más fácil cuando nos conformamos al protocolo que considera al pensamiento serio

1 En Lopes Louro, Guacira (comp.1999) O Corpo educado. Pedagogias da sexualidade. Belo Horizonte, Ed.
Autentica.

2 La autora emplea la minúscula como toma de posición frente a las nomas del lenguaje.
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como separado de un sujeto corporizado en la historia. Rich sugiere a las mujeres que entren al dominio del
pensamiento y del conocimiento crítico sin volverse un espíritu descorporizado – el hombre universal.”

Más allá del dominio del pensamiento crítico, es igualmente crucial que aprendamos a entrar en la clase
“enteras” y no como “espíritus descorporizados”. En los primeros tiempos de las clases de “Estudios de la
Mujer” en la Universidad de Stanford, aprendí del ejemplo de osadas y valientes profesoras mujeres
(particularmente Diana Middlebrock) que había un lugar para la pasión en la clase, que no era necesario
negar el eros y lo erótico para que ocurriese el aprendizaje. Uno de los principios centrales de la pedagogía
crítica feminista ha sido la insistencia en no reforzar la división mente/cuerpo. Esta es una de las creencias
subyacentes que hace de los “Estudios de la Mujer” un locus subversivo en la academia. En cuanto a los
“Estudios de la Mujer”, año tras año, tuvieron que luchar para ser considerados como serios por los
académicos de las disciplinas tradicionales, las que estuvimos íntimamente comprometidas, como estudiantes
o profesoras, con el pensamiento feminista hemos reconocido siempre la legitimidad de una pedagogía que
osa subvertir la división mente/cuerpo y que nos permite estar enteras en la clase y en consecuencia, enteras
en el corazón.

Recientemente, Susan B, una colega y amiga, de quien fui profesora en un curso de “Estudios de la Mujer”,
cuando era estudiante afirmó, en una conversación, que sentía tener muchos problemas con las materias que
estaba cursando porque esperaba pasión en la enseñanza, y no ocurría eso. Sus comentarios me hacen
pensar de una nueva manera al lugar de la pasión, del reconocimiento erótico en el contexto de la clase
porque creo que la energía que ela sentía en nuestras clases de “Estudios de la Mujer” estaba presente a
causa de que nosotras, las profesoras que enseñamos en esos cursos, osamos entregarnos completamente,
yendo más allá de la mera transmisión de información. La educación feminista para la conciencia crítica está
enraizada en el supuesto de que el conocimiento y el pensamiento crítico generados en clase deberían
orientar nuestras formas de ser y de vivir fuera del aula. Como la mayoría de nuestras clases son elegidas
casi exclusivamente por estudiantes mujeres es más fácil para nosotras no ser espíritus descorporizados en
el aula. Al mismo tiempo, se esperaba que tuviésemos un cierto nivel de cariño y aún de “amor” hacia
nuestras estudiantes. Eros estaba presente en nuestra clase, como una fuerza motivadora. Como pedagogas
críticas, estábamos enseñando a nuestras estudiantes modos de pensar en forma diferente sobre el género,
entendiendo plenamente que este conocimiento también las llevaría a vivir de manera diferente.

Para comprender el lugar del eros y del erotismo en la clase, precisamos dejar de pensar esas fuerzas en
términos sexuales, aunque esa dimensión no pueda ser negada. Sam Keen, en su libro The passionate life,
lleva a sus lectores lectoras a recordar que en su concepción inicial “la potencia erótica no estaba confinada
al poder sexual, sino que incluía a la fuerza motriz que hace que cualquier forma de vida deje de ser mera
potencialidad para alcanzar su plena realización”. Dado que esa pedagogía crítica busca transformar
conciencias, dotar a las estudiantes de modos de conocimiento que las capaciten a conocerse mejor a sí
mismas y a vivir el mundo más plenamente, en alguna medida debe confiar en la presencia de lo erótico en la
clase como contribución al proceso de aprendizaje. Keen continúa:

“Cuando limitamos “lo erótico” a su sentido sexual, exponemos nuestras alienación del resto de la naturaleza.
Admitimos que no somos motivados por algo parecido a la misteriosa fuerza que lleva a migrar a los pájaros o
a florecer a las flores. Más allá de eso, damos a entender que la realización o el potencial hacia el que nos
movemos es sexual – la conexión romántico-genital entre dos personas”

La comprensión de que el eros es una fuerza que intensifica nuestro esfuerzo global de autorealización, de
que puede proveernos una base epistemológica que nos permita explicar cómo conocemos aquello que
conocemos, posibilita tanto a profesores como a estudiantes a usar esa energía en el contexto de la clase de
forma de vigorizar la discusión y estimular la imaginación crítica.
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Sugiriendo que esta cultura carece de una visión o ciencia de la “higiología”(salud y bienestar), Keen pregunta
“Qué formas de pasión pueden tornarnos enteros? A qué pasiones podemos entregarnos con la seguridad de
que tendremos a expandir, en lugar de disminuir, la promesa de nuestras vidas?” En la búsqueda del
conocimiento que nos permite unir la teoría con la práctica es una de esas pasiones. En la medida en que
nosotras, profesoras y profesores, nos hacemos cargo de esta pasión, que está fundamentalmente enraizada
en un amor por las ideas que somos capaces de inspirar, la clase se torna una lugar dinámico en el cual las
transformaciones en las relaciones sociales se realizan concretamente y la falsa dicotomía entre el mundo
externo y el mundo interno de la academia desaparece. Eso es, en muchos sentidos, algo amena zante. Nada
en mi formación docente me preparó para observar a mis estudiantes transformándose a sí mismos-as.

Fue durante los años en que enseñé en el departamento de Estudios Afroamericanos en Yale (un curso sobre
escritoras negras) que percibí cómo la educación para la conciencia crítica puede alterar nuestra percepción
de la realidad y nuestras acciones. Durante uno de esos cursos, nosotras, colectivamente, exploramos el
poder del racismo presente en la ficción, viendo cómo era descripto en la literatura y también cuestionando
críticamente nuestras experiencias. Una de las estudiantes que siempre tenía planchado el cabello porque se
sentía con mal aspecto si no lo hacía, si dejaba su cabello de modo “natural”, sufrió un cambio importante.
Volvió a la clase después de las vacaciones y contó a todos que esa materia le había afectado
profundamente, tanto que cuando fue a hacer su “planchita” habitual una fuerza interna le había dicho “no”.
Recuerdo el miedo que sentí con su testimonio. Aunque creía profundamente en que la filosofía de la
educación fortalece nuestro poder, aún no había unido teoría y práctica. Una pequeña pare de mí quería que
permaneciésemos como espíritus descorporizados. Y su cuerpo, su presencia, no nuevo aspecto era un
desafío directo que tenía que enfrentar y confirmar. Ella estaba enseñándome. Ahora, años más tarde, leo sus
palabras de finalización del curso y reconozco la pasión y belleza de su deseo de conocer y de actuar:

“Soy una mujer negra... Crecí en Shaker Heights, Ohio. O puedo volver atrás y cambiar años de creencia de
que nunca podría ser tan bonita o tan inteligente como muchas de mism amigas blancas - pero puedo
aprender a enorgullecerme de quien soy de ahora en adelante... No puedo volver atrás y cambiar los años de
creencia de que la cosa más maravillosa del mundo sería ser la mujer de Martin Luther King Jr. – pero puedo
seguir hacia adelante y descubrir la fuerza que necesito para ser revolucionaria por mí misma más que
compeñera y ayudante de otra persona. No, no creo que podamos cambiar lo ya hecho, pero podemos
cambiar el futuro y así estoy aprendiendo más sobre quién soy de modo que pueda estar entera”.

Tratando de reunir mis pensamientos sobre el erotismo y la pedagogía, he releído diarios de estudiantes que
cubren un periodo de diez años. Una y otra vez, leo notas que podrían fácilmente ser consideradas
“románticas”, cuando las/os estudiantes expresan su amor por mí, por nuestras clases. Aquí, una estudiante
expresa su opinión sobre una clase:

“Las personas blancas nunca comprenderán la belleza del silencio, del vínculo y de la reflexión. Usted nos
enseña a hablar y a prestar atención a las señales del viento. Como una guía, usted camina silenciosamente
a través de la floresta, por delante nuestro. En la floresta, todo tiene sonido, todo habla... Usted también nos
enseña a hablar, donde toda la vida habla, no solo el hombre blanco. No es eso parte de sentirse entera – la
habilidad de ser capaz de hablar, de no tener que quedarse en silencio o tener que actuar todo el tiempo, la
habilidad de ser honesta y crítica abiertamente? Esta es la verdad que usted nos enseñó: todas las personas
merecen hablar”

O un estudiante negro escribiendo que iba a “amarme ahora y siempre” porque nuestras clases habían sido
una danza, y él adora bailar:

Me encanta bailar. Cuando era un niño, danzaba en todas partes. Por qué caminar si se puede moverse por
todo el camino? Cuando danzaba mi alma corría libre. Yo era poesía. En mis idas con mi madre al almacén,
los sábados, podía zapatear, zapatear, zapatear, bailar empujando el carrito de las compras por los
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corredores. Mi mamá se daba vuelta y me decía “Niño, para con esa danza. Las personas blancas piensan
que eso es lo único que somos capaces de hacer”. Yo paraba pero cuando ella no miraba, yo daba un
puntapié en el aire y me movía. No me importaba lo que los blancos pensaban, solo adoraba bailar-bailar-
bailar. Todavía bailo y sigue sin importarme lo que las personas piensan, sean blancas o negras. Cuando
danzo mi alma es libre. Es triste leer sobre hombres que dejan de bailar, que dejan de ser graciosos, que
dejan de permitir que sus almas vuelen libres... Creo que, para mí, sobrevivir entero es nunca dejar de bailar”.

Estas palabras fueron escritas por O’Neal Laron Clark en 1987. Tuvimos una apasionada relación
profesora/alumno. El era alto, más de un metro ochenta; recuerdo el día en que llegó atrasado a clase y fue
directamente al frente, me levantó y dio una vuelta conmigo en el aire. Todo el grupo rió. Le dije “bobo” y me
reí también. Era una manera de disculparse por estar atrasado, por perder un momento de la pasión del aula.
Yo también adoro bailar. Y así bailamos en nuestro camino en dirección al futuro como camaradas y amigos
ligados por todo lo que habíamos aprendido en la clase juntos. (...)

Cuando el eros está presente en el contexto de la clase, entonces el amor está destinado a florecer. Las
persistentes distinciones entre lo público y lo privado nos hacen creer que el amor no tiene lugar en el aula.
Aunque muchos espectadores hayan podido aplaudir un film como “la sociedad de los poetas muertos”,
posiblemente identificándose con la pasión del profesor y sus estudiantes, raramente tal pasión es confirmada
institucionalmente. Se espera que los profesores y las profesoras publiquen pero no se espera ni exige un
modo de enseñar apasionado y diferente. Los profesores y las profesoras que aman a sus estudiantes son
sospechosos/as en la academia. Parte de la sospecha se basa en el temor a que la presencia de los
sentimientos, de la pasión, pueda impedir una consideración objetiva del mérito de cada estudiante. Pero esa
concepción está basada en el falso supuesto de que la educación es neutra, de que hay una base emocional
equilibrada sobre la cual podemos apoyarnos de modo de tratar a todos de manera igualitaria,
desapasionada. En realidad, siempre existieron lazos espaciales entre docentes y estudiantes, pero en
general fueron excluyentes más que inclusivos. Permitir que el sentimiento de alguien, que el cariño y el
deseo de apoyar a individuos particulares en la clase se expanda y alcance a todos/as va contra la
concepción privatizada de la pasión. En los diarios de varias de mis estudiantes había siempre reclamos
sobre ligazones especiales que percibías entre algunas estudiantes y yo. Al darme cuenta de que estaban
inseguros/as en clase, descubrí que era necesario enseñar el asunto. Pregunté una vez a los/as alumnos/as:
por qué sienten que la mirada que dirijo a un/a estudiante no puede también extenderse a cada uno o cada
una de ustedes? Por qué piensan que no hay amor o cariño suficientes para todo el mundo?. Para responder
esas preguntas, tenían que pensar profundamente sobre la sociedad en que vivimos, y cómo se nos enseña a
competir unos con otros. Tuvieron que pensar acerca del capitalismo y cómo éste da forma al modo en que
pensamos sobre el amor y el cariño, el modo cómo vivimos nuestros cuerpos, el modo cómo intentamos
separar la mente y el cuerpo.

No hay mucha enseñanza ni aprendizaje apasionados en la educación superior hoy en día. Aun donde los/as
estudiantes están deseando desesperadamente ser tocados por el conocimiento, los profesores y las
profesoras aún temen el desafío, aún dejan que sus preocupaciones sobre la pérdida del control prevalezcan
sobre sus deseos de enseñar. Al mismo tiempo, aquellos y aquellas de nosotros/as que enseñamos las
mismas cosas de las mismas viejas maneras estamos muchas veces, íntimamente enojados/as – nos
sentimos incapaces de retomar las pasiones que un día pudimos haber sentido. Si, como sugiere Thomas
Merton, en su ensayo sobre pedagogía Aprendiendo a vivir, el propósito de la educación es demostrar a los
estudiantes cómo definirse a sí mismos/as “auténtica y espontáneamente en relación” con el mundo, entonces
profesores y profesoras podrán enseñar mejor si se sienten realizados. (...)

Para restaurar la pasión por la enseñanza o para estimularla en la clase, donde nunca estuvo, nosotros/as,
profesores y profesoras, debemos descubrir nuevamente el lugar del eros dentro de nosotros mismos y juntos
permitir que la mente y el cuerpo sientan y conozcan el deseo.
Seminario Educación, género y sexualidades 2008 Profesora: Dra. Graciela Morgade Traducción de la cátedra

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