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ambos en latín.

Un epíteto específico carece de sentido cuando se escribe solo, ya que muchas


especies pueden tener el mismo epíteto específico. Por ejemplo: Drosophyla melanogaster (mosca
de la fruta) y Tamnophis melanogaster (una culebra semiacuática). De esta manera, el término
“melanogaster”, que significa “estómago negro”, por sí solo no identifica a ningún organismo. Las
especies también se denominan por nombres vulgares, que es aquella denominación que le
damos comúnmente. El nombre vulgar puede variar según la región, pero el nombre científico es
único para cada especie. Por ejemplo, a la especie Prosopis alba, se la denomina vulgarmente
“algarrobo blanco”, o “el árbol”. Linne había distinguido dos reinos: el animal y el vegetal. Aún con
el descubrimiento del mundo microbiano, este sistema subsistió. Las bacterias fueron ubicadas en
el reino vegetal; la presencia de una pared celular rígida lo justificó. Los hongos también, por
carecer de locomoción, aunque desde el punto de vista estructural, tenían poco en común con las
plantas superiores. Algunos organismos, como Euglena se mueven y fotosintetizan, de modo que
fueron reclamados por zoólogos y botánicos, y aparecían en ambos reinos. En 1959 Robert
Whittaker propuso la clasificación en 5 reinos: Monera: procariotas Plantae: autótrofos
fotosintéticos Fungi: hongos Animalia: animales Protista: son organismos eucariotas que por sus
características no pueden ser incluidos en los otros reinos. Sistemática molecular La clasificación
sistemática dependió durante muchos años de la experiencia, sabiduría de los especialistas
dedicados al estudio de los distintos grupos. Así, por ejemplo, las características morfológicas que
utiliza un entomólogo para estudiar insectos, no ayudan a resolver un problema de clasificación de
un grupo de hongos. A partir de la década de 1960, distintas técnicas moleculares fueron
empleadas en la sistemática. La electroforesis y la secuenciación de proteínas, se plantearon como
las primeras soluciones. Una de las primeras proteínas analizadas en los estudios de sistemática
molecular, fue el citocromo c, una proteína de la cadena transportadora de electrones. Esta
molécula, reconocida en una gran variedad de organismos, permitió determinar el número de
aminoácidos en el que diferían cualquier par de especies. Cuanto mayor es el número de
aminoácidos distintos, mayor debe haber sido el tiempo de evolución a partir de su ancestro
común. Con el advenimiento de la técnica de secuenciación de ácidos nucleicos, el uso de la
secuenciación de proteínas, para estimar relaciones evolutivas, fue abandonado,

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