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La Traduccion en La Epoca Ilustrada Pano
La Traduccion en La Epoca Ilustrada Pano
LA TRADUCCIÓN
EN LA ÉPOCA ILUSTRADA
(PANORÁMICAS DE LA TRADUCCIÓN
EN EL SIGLO XVIII)
GRANADA, 2009
EDITORIAL COMARES
Director de publicaciones:
MIGUEL ÁNGEL DEL ARCO TORRES
INTERLINGUA
82
Coordinadores de la colección:
EMILIO ORTEGA ARJONILLA
PEDRO SAN GINÉS AGUILAR
© Los Autores
Editorial Comares, S.L.
Gran Capitán, 10-bajo
Teléfono 958 46 53 82 / 27 76 85 • Fax 958 46 53 83
18002 Granada
PEDIDOS :
http://www.comares.com • E-mail: libreriacomares@comares.com
ISBN: XXX-XX-XXXX-XXX-X • Depósito Legal: GR. xxx/2009
Impresión y encuadernación: EDITORIAL COMARES, S.L.
SUMARIO
PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IX
Este libro es resultado de un proyecto que surgió hace algún tiempo en el seno
del Grupo de Investigación LEC (Lingüística, Estilística y Computación, HUM 0534
de la Junta de Andalucía). Al igual que Seis estudios sobre la traducción en los
siglos XVI y XVII (España, Francia, Italia y Portugal), que vio la luz en esta mis-
ma colección en 2003, este volumen se enmarca dentro de la línea de historia de la
traducción. Si en aquella obra el objetivo era aportar materiales para el estudio de
la traducción en el ámbito románico, en el libro que ahora se presenta, La traduc-
ción en la época ilustrada (Panorámicas de la traducción en el siglo XVIII), el in-
terés procede de la visión de conjunto propuesta para seis países: Alemania, Espa-
ña, Francia, Gran Bretaña, Italia y Portugal.
El título refleja uno de los aspectos fundamentales del siglo, el esfuerzo ilus-
trado, cuya incidencia fue desigual en cada uno de los ámbitos culturales; asimis-
mo, con el sustantivo «panorámicas» del subtítulo, quiere expresarse el carácter di-
námico de los capítulos que buscan describir el campo de acción de la traducción
en el siglo XVIII. La obra adquiere sentido si la entendemos como un todo que
ofrece en cada una de sus partes retazos de lo que supuso la traducción en el siste-
ma de acogida de los países estudiados.
Estamos ante una obra colectiva en la que, junto a miembros del grupo LEC de
la Universidad de Granada, han colaborado tres especialistas de otras universida-
des: los profesores María Jesús García Garrosa (Universidad de Valladolid), Fran-
cisco Lafarga (Universidad de Barcelona) y Miguel Ángel Vega (Universidad de
Alicante). Cada autor ha organizado su capítulo con entera libertad teniendo ape-
nas como guía hacer una sinopsis documentada y crítica del papel desempeñado
por la traducción durante el siglo XVIII en cada país. Los capítulos son autónomos
y pueden leerse por separado sin necesidad de seguir el orden propuesto, permi-
tiendo una lectura abierta y comparada. Desde esta perspectiva, el lector deberá com-
pletar con su interpretación las distintas panorámicas aquí presentadas.
X LA TRADUCCIÓN EN LA ÉPOCA ILUSTRADA
Abre el libro Miguel Ángel Vega con una historia en dos actos de la traduc-
ción en Alemania. Desde el principio plantea el punto de vista metodológico que
adopta en su estudio: una interpretación que evite «el vicio del documentalismo» o
la acumulación excesiva de datos y fechas para privilegiar la selección de obras,
autores y traductores con objeto de historiar la actividad traductora en el siglo XVIII
alemán. Su trabajo arranca con un preludio de la eclosión de la traducción ilustrada
cuyos protagonistas fueron eruditos y escritores y no simples traductores «invisi-
bles y apocados». El «drama» de la traducción ilustrada se desarrolla en dos actos:
el primero, promovido por el modelo francés, propaga los autores racionalistas y
prepara lo que después será el momento áureo de la traducción al final del siglo.
Los límites cronológicos de este primer acto van desde finales del siglo XVII y
llegan hasta pasados los años cincuenta. El segundo acto, marcado por tendencias
prerrománticas y que se basa en el renacimiento de Shakespeare, se orienta a mo-
delos más abiertos y a la búsqueda de nuevos horizontes poéticos con los que cons-
tituir la Weltliteratur ideada por Goethe. Cronológicamente este segundo momen-
to llegaría hasta la publicación de la traducción del Agamenon (1816) por parte de
Alexander von Humboldt y del estudio de Friedrich Schleiermacher, Acerca de los
diferentes métodos del traducir (1813). Completan este acercamiento a la traduc-
ción en Alemania un capítulo sobre la España traducida y un breve repaso a la teo-
ría de la traducción en el siglo XVIII. Como conclusión, cabe resaltar que la activi-
dad traductora y teórica de los alemanes del siglo XVIII constituye para Miguel
Ángel Vega «el biotopo cultural más rico de la historia europea de la traducción».
María Jesús García Garrosa y Francisco Lafarga analizan en su capítulo dedi-
cado a España el papel de la traducción en los procesos de recepción y su inciden-
cia en los cambios de las mentalidades así como su repercusión en la historia so-
cial sin descuidar la teoría y práctica traductoras. El estudio viene a corroborar el
enorme peso que tuvo la traducción en la vida española de la época y constata el
aumento progresivo de los títulos traducidos que alcanzan las cifras más altas al
final de la centuria. Más de la mitad de los textos vertidos al español proceden del
francés, seguido a gran distancia del italiano, el latín, el inglés y el portugués. Son
también interesantes los datos sobre las materias de estas traducciones: las obras
de religión son las más numerosas; la literatura de creación, las obras científicas o
técnicas, y la historia constituyen prácticamente el resto de la producción venida
de fuera. Junto a la actividad traductora estudian la reflexión de traductores, críti-
cos, filólogos, lingüistas y autoridades implicadas en la práctica traductora. El
núcleo de esas reflexiones sobre la traducción es la disyuntiva entre libertad o
fidelidad en el tratamiento del original, idea recurrente en todo el discurso tra-
ductor del XVIII, que cada autor asumió en su propia práctica, y que se manifes-
tó en su constante aspiración a un punto medio entre la servil literalidad y la ex-
trema libertad.
PRESENTACIÓN XI
Carmen Alberdi Urquizu y Natalia Arregui Barragán son las responsables del
capítulo de la traducción en Francia en el siglo XVIII. Tras una pertinente intro-
ducción en la que destacan la importancia de la traducción para la renovación de la
cultura, se centran en un aspecto característico del siglo XVIII francés: la traduc-
ción de obras literarias. Sin ánimo de ofrecer una lista exhaustiva, presentan un pa-
norama muy completo de las obras traducidas que dividen en tres apartados: litera-
tura inglesa, alemana y de otras lenguas. Cuantitativamente, la novela es el género
que ocupa el primer lugar, con cerca de 700 títulos, contando traducciones,
seudotraducciones, secuelas o imitaciones, que verán la luz entre los años 1700 y
1830. En la segunda parte de su trabajo, tratan las cuestiones metodológicas y teó-
ricas relativas a la actividad del traductor, lo que las lleva a examinar el difuso con-
cepto de fidelidad que predomina durante el siglo XVIII y a detenerse en la evolu-
ción que experimenta la sociedad francesa a partir del siglo XVII y que se materia-
liza en el XVIII en torno al fenómeno de la presencia femenina en el campo de las
letras y de la traducción.
Fruela Fernández estudia el papel de la traducción en Gran Bretaña durante el
siglo XVIII desde un punto vista sociológico-descriptivo. Tras una contextualización
histórico-social muy detenida, que permite entender el papel de la traducción en el
siglo XVIII británico, estudia el ámbito de la traducción (recepción, agentes y des-
tinatarios) y los aspectos ideológicos, las concepciones de la traducción, entre ellas
el concepto de «mímesis», la importancia de la traducción como transición hacia el
Romanticismo, se detiene en la figura de Tytler, destaca la recepción de la literatu-
ra grecolatina y moderna, especialmente la francesa, sin descuidar otros aspectos
como el Orientalismo. El autor considera que, mediante las traducciones, el
Neoclasicismo inglés, plasmado en la época Augústea, se reveló durante el siglo
XVIII «como un estilo autolimitado, poco flexible, obsesionado por sí mismo y
marcado por una moral elusiva, pero de una influencia social determinante».
Mónica García Aguilar y José Abad se ocupan de rastrear la recepción de la
literatura europea en la Italia del siglo XVIII. Antes de desarrollar este aspecto prin-
cipal de su contribución, presentan las condiciones históricas, sociales y políticas
que condicionaron el desarrollo de la cultura italiana: los principales pilares para la
circulación internacional de ideas fueron el periodismo literario, las relaciones epis-
tolares y el intercambio de obras entre los propios literatos, la creación de nuevas
academias y, sobre todo, la ingente actividad de los traductores. A continuación,
comentan con detenimiento las reflexiones sobre la traducción de los traductores
que se polarizan en torno a la fidelidad al texto original o a la belleza de la traduc-
ción, un debate dependiente de los modelos franceses. Por lo que se refiere a la
recepción de la literatura en Italia durante este siglo, cabe señalar que la presencia
de las literaturas española y alemana es muy escasa en relación con la francesa y la
inglesa. El predominio es para la literatura francesa cuya presencia será muy inten-
XII LA TRADUCCIÓN EN LA ÉPOCA ILUSTRADA
sa durante la segunda mitad del siglo, momento en que se difunden las ideas ilus-
tradas en Italia, gracias a la novela y, sobre todo, al teatro de Voltaire. Asimismo,
la lengua francesa sirvió, en un primer momento, para introducir la literatura ingle-
sa hasta imponerse las traducciones directas al italiano, entre las que destaca el in-
terés mostrado por la poesía de Pope.
En Portugal, según se desprende de las conclusiones del trabajo de José Anto-
nio Sabio Pinilla, la traducción fue durante la época ilustrada un anhelo más que
una realidad pues no consiguió renovar la mentalidad portuguesa debido a la per-
sistente influencia de la censura religiosa y política. Pese a todo, la traducción ocu-
pó un lugar tan importante como la creación original en la configuración del siste-
ma cultural portugués durante el siglo XVIII. Tres son los campos donde su pre-
sencia fue más relevante: el teatro de cordel «adaptado al gusto portugués», la tra-
ducción de obras para apoyar la reforma de la enseñanza y las versiones de literatu-
ra moderna (especialmente poesía). En el teatro, fue un medio de instrucción y di-
versión; en la enseñanza, instrumento para el estudio y conocimiento tanto de las
lenguas clásicas y modernas como de la lengua materna; en las obras científicas,
contribuyó a divulgar las nuevas ideas y a incentivar el desarrollo experimental; en
la literatura, abrió camino a las corrientes neoclásica y prerromántica. En cuanto a
la concepción de la traducción, esta se ve como un acto de transferencia lingüística
y la teoría depende en gran medida de las autoridades francesas y latinas.
Las panorámicas ofrecidas en este volumen dedicado al siglo ilustrado coinci-
den en señalar la importancia de la traducción en la configuración del sistema cul-
tural de cada uno de los países estudiados. En este sentido, pueden anticiparse al-
gunas conclusiones más evidentes a primera vista: el enorme peso de las traduccio-
nes en la producción editorial y el aumento progresivo de los títulos traducidos a
partir del fin de la centuria; el predominio de la lengua francesa, que sirve de len-
gua intermedia en numerosas ocasiones; las oscilaciones en cuanto a la presencia
de otras lenguas en las que hay que resaltar las traducciones del inglés y del ale-
mán; el papel desempeñado por la censura (y también por la autocensura) y su rela-
ción con las cuestiones ideológicas; la diversidad de procedencias de los traducto-
res y la aparición de las mujeres traductoras en algunos ámbitos; el nacimiento de
los primeros traductores profesionales; las diferentes etiquetas que adquiere la tra-
ducción, considerada como seudotraducción, adaptación, imitación o plagio; la dia-
léctica de la fidelidad o la libertad en el tratamiento del original y la relatividad de
los conceptos conforme a los tipos de textos traducidos; la función ancilar e instru-
mental de la traducción para el desarrollo de la cultura y para la evolución de los
géneros y estilos literarios…
Una historia de la cultura, que se conciba como el conjunto de las respectivas
historias de la literatura, de la ciencia o de la religión, no podrá prescindir de las
PRESENTACIÓN XIII
presión de Goethe en la que este abogaba por el surgimiento de una literatura mundial a través de la
traducción, es hoy en día un documento fundamental para el historiador de la época en Alemania.
2 MIGUEL ÁNGEL VEGA
Obwohl Deutschland nicht zu Unrecht als das klassische Land der Ubersetzer
und Übersetzungen gepriesen wird, gib es bis heute keine umfassende Darstellung
der Geschichte der Übersetzungsliteratur, keine vollständige Geschichte der
Ubersetzungstheorien, ja selbst die bibliographische Grundlagen sind nur lücken-
haft erarbeitet 3.
Tres décadas más tarde sigue teniendo la misma validez la entonces promete-
dora afirmación. Y de prometedora se podía calificar en efecto, ya que hacía espe-
rar un cambio de actitud o de conciencia hacia una actividad de enorme interés para
la historia de la cultura. Sin embargo, al día de hoy todavía no existe una historia
general de la traducción en Alemania. Pocas de las promesas implícitas que seme-
jante exposición insinuaba se han llevado a cabo. La historia de la traducción es en
Alemania una cenicienta que merece consideración en la medida en que se deja uti-
lizar como ciencia auxiliar en los estudios de recepción y literatura comparada 4.
Solo a título de ejemplo permítasenos aducir un caso entre muchos: siendo
Shakespeare uno de los autores clásicos extranjeros más leídos, ni siquiera en las
páginas del Jahrbuch (anuario) de la correspondiente sociedad shakespeareana de
Alemania (Deutsche Shakespeare-Gesellschaft) se encuentran mayores referencias
a la traducción o a los traductores, y menos aún un intento de historia «integrada»
de la traducción de Shakespeare en Alemania 5. Parece que los años del positivis-
mo documental en los que se publicaban exhaustivos repertorios de traducciones
(la traducción de textos franceses en alemán 6, por ejemplo) no han dado los lógi-
3 «Si bien Alemania no sin razón se alaba como el país de los traductores y de las traduccio-
nes, hasta el día de hoy no hay una presentación de conjunto de la literatura traducida, ninguna his-
toria completa de las teorías de la traducción. Incluso los fundamentos bibliográficos se han trabaja-
do solo de manera bastante lagunar».
4 Así, por ejemplo, el libro de Jörn Albrecht Literarische Ubersetzung que mencionamos en la
bibliografía, a pesar del subtítulo que porta Geschichte, Theorie, kulturelle Wirkung, no tiene una
consideración estrictamente histórica del tema.
5 Shakespeare es posiblemente el autor clásico más traducido. En Alemania, «su» sociedad,
existente desde mediados del siglo XIX, publica monografías dedicadas al tema Shakespeare y/en
Alemania. Pero muy pocas de ellas atacan directamente el tema traducción. El lector o estudioso
sólo puede hacerse ideas aproximadas visitando epígrafes que le desvían del tema. Así, una colectánea
presentada bajo el título de Shakespeare im 18. Jahrhundert, editada por R. Pauli, bajo la rúbrica
«Probleme der Übersetzung» solo trata tangencialmente el aspecto histórico y despacha con algún
artículo de carácter sistemático, no histórico, el tema: «Was bedeutet, Shakespeare zu übersetzen?
Die erste deutsche Fassung von Romeo und Julia». Como se ve, o poco interés por la traducción o
poca consideración por la historia. Por su parte, Hansjürgen Blinn, en Shakespeare-Rezeption: die
Diskussion um Shakespeare in Deutschland (Berlin: Erich Schmidt Verlag, 1988) centra su trabajo
en la recepción crítica, no tanto en la traductora.
6 Bibliographie des traductions Allemands d’imprimés français, Baden-Baden, 1953 o Al-
son dos ejemplos de este tipo de repertorio de traducciones que no han dado lugar a visiones de
conjunto y a una labor auténticamente historiadora que presentara la diacronía, los períodos, los
efectos, etc.
7 H. van Hoof, Histoire de la Traduction en Occident, Paris/Louvain, Duculot, 1991, p. 222.
8 Todos los repertorios bibliográficos son muy parcos en el epígrafe Übersetzungsgeschichte:
historia de la actividad en los países germánicos sea todavía la mal titulada pero
por lo demás meritoria Histoire de la traduction en Occident del belga Van Hoof.
La tarea emprendida recientemente por Hans Vermeer promete (o amenaza, según
se vea), si logra llevarla a cabo, con ser una primera y definitiva («ni tanto ni tan
calvo» habría que prevenirle) aportación alemana a una historia de conjunto, apor-
tación a la que, por cierto, el profesor heidelbergense tiene la humorada de llamar
«bocetos»… a pesar de las trescientas páginas largas que dedica tan solo a lo que
podríamos considerar la protohistoria de la traducción: Skizzen zu einer Geschichte
der Translation 10.
La Alemania que comienza el siglo XVIII es una nación en la que todos los
movimientos y conmociones que ha experimentado desde que en 1517 Martín Lutero
fijara sus 95 tesis en la iglesia del castillo de Wittenberg, van a dar el fruto que
hasta entonces no había podido madurar por haberse convertido, volens nolens, en
el campo de batalla de Europa. Los topónimos Mühlberg, Weisser Berg (Bílá Hora),
Nordlinga o Fehrbellin evocan, a través de las batallas que en ellos tuvieron lugar
(respectivamente en 1545, 1620, 1634 y 1675) el desgarro de una sociedad, la eu-
ropea, que tenía su punto de referencia en el funcionamiento interno de lo que que-
daba del Sacro Imperio, y su motor en la ambición de los soberanos europeos (los
de Francia y Suecia, sobre todo), quienes, con el pretexto de las disensiones inter-
nas, hacían de la Europa Central la manzana de la discordia. Los principios de la
razón que la Paz de Westfalia había puesto como base para la convivencia interna
iban paulatinamente madurando en los espíritus, aunque no lograron eliminar las
querencias de hegemonía de los soberanos.
En la segunda mitad del XVII, los alemanes, que en la primera habían recibido
con generosidad las literaturas española (El lazarillo de Tormes, 1614, El Quijote,
1620, la Diana de Jorge de Montemayor (1646), etc.), italiana (Ariosto, Tasso,
Francisco Ruiz Casanova (Aproximación a una historia de la traducción en España, Madrid, Cáte-
dra, 2000) y la de Francisco Lafarga y Luis Pegenaute (Historia de la traducción en España,
Salamanca, Editorial Ambos Mundos, 2004).
10 1: Anfänge -von Mesopotamien bis Griechenland, Rom und das frühe Christentum bis
Hieronymus). Por desgracia, en su segundo volumen todavía va por los siglos medios: 2 Altenglisch,
Altsächsisch, Alt- und Frühmittelhochdeutsch. Literaturverzeichnis und Register. Frankfurt: Verlag
für IKO, 1992.
LA TRADUCCIÓN EN LA ALEMANIA DEL SIGLO XVIII: UNA HISTORIA EN DOS ACTOS 5
Guarini) e inglesa (Tomás Moro), habían caído bajo la influencia de Francia, na-
ción que había salido de los 30 ominosos años de la guerra con una posición
hegemónica, no solo política, sino también cultural. La presencia de Luis XIV en
la margen izquierda del Rin (Alsacia y Lorena), sus conatos de poner pie en el
Palatinado junto con el esplendor adquirido por sus letras y letrados hicieron de
Francia una referencia política en las numerosas cortes alemanas (tres centenares)
y el patrón y metro de la nueva literatura. A pesar de que el erudito Schottelius
pretendía impulsar el purismo de la lengua alemana defendiéndola de los efectos
colaterales de la traducción («que no adopte [el alemán] tan pronto el orgullo espa-
ñol, nada alemán; como la vulgar suntuosidad italiana; o la pronunciación y des-
cripción francesas carentes de brillo y de gusto» 11, decía en un pasaje de su Poéti-
ca, titulada Deutsche Hauptsprache), la admiración por lo francés impondrá su ley
en las letras y las artes de allende el Rin. Gottsched (1700-1766), preceptista del
clasicismo de principios del XVIII, plúmbeo dramaturgo y traductor, entre otras
obras del célebre Dictionaire de Bayle, y su mujer, «die Gottschedin», van a hacer
de las letras francesas y de su bon goût el modelo a seguir y, por supuesto, a tradu-
cir en Alemania. Luise von Gottsched, por ejemplo, traduciría obras de A. Thérèse
de Lambert (Reflexiones acerca de las mujeres), de Mme Lafayette (La princesa
de Cleves), de Fontenelle y de Molière (El Misántropo), etc. Queriendo expulsar el
mal gusto barroco, tanto ella como su marido proponían el racionalismo estilístico
de los franceses como solución a la astracanada en la que, en parte, había derivado
el teatro nacional y excluían, en contra de la opinión de los suizos Bodmer y
Breitinger, la presencia de lo fantástico en la creación poética. De 1741 a 1745, en
la Deutsche Schaubühne 12, Gottsched presentaba como ejemplo de lo que debía
ser el teatro ilustrado, concebido, tal y como más tarde formularía Schiller, como
una moralische Anstalt (institución moral), las obras de Molière y de Corneille que
después representaba la compañía de su amiga y célebre empresaria teatral «die
Neuberin». En su Versuch einer Critischen Dichtkunst vor die Deutschen, 1730,
M. A. Vega, Textos clásicos de teoría de la Traducción, Madrid, Cátedra, 2004. En este contexto de
perceptible xenofobia lingüística hay que señalar que en Francia ya mucho antes se habían manifes-
tado abiertos recelos contra la traducción por parte de Du Bellay, Sebillet y otros.
12 Así se titulaba una colección, en seis volúmenes, de piezas traducidas o propias que llevaba
el pomposo título de Die Deutsche Schaubühne, nach den Regeln und Exempeln der Alten. Erster
Theil, nebst des vortrefflichen Erzbischofs von Fenelon Gedanken, von der Tragödie und Comödie…
(«La escena alemana, según las reglas y ejemplos de los antiguos. Primera parte: además de los pen-
samientos del insigne arzobispo Fenelon acerca de la tragedia y la comedia»…). Junto con las res-
tantes obras de Gottsched fue decisiva para la formación del gusto clasicista y para la presentación
en alemán de los autores franceses.
6 MIGUEL ÁNGEL VEGA
13 Con relación al hispanismo lessingiano, ver Ulrike Hönsch Wege des Spanienbildes im
Deutschland des 18. Jahrhunderts. Von der Schwarzen Legende zum Hesperischen Zaubergarten,
Tubinga, Niemeyer, 2000.
14 Con referencia al mercado del libro en Alemania en la época de la Ilustración, ver Peter
peo o las escuelas de lenguas, la de lenguas orientales de Francia entre otras) indi-
can que, quizás como en las antiguas «escuelas de traducción» de la Edad Media,
se pretendía una práctica de la versión más sistematizada. A los «muy copiosos»
vocabularios y manuales de «tirocinio» que habían aparecido en el siglo anterior
(el de Jean Pallet, Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa /
Dictionnaire tres ample de la langue françoise et espagnole, París, 1604, o el de
Nicolas Mez de Breidenbach, Diccionario muy copioso de la lengua alemana y es-
pañola hasta agora nunca visto… Viena, 1670) o a la gramática de Oudin, traduc-
tor al francés del Quijote, les sucede ahora una serie de materiales didácticos para
el aprendizaje de las lenguas de cultura, sobre todo del francés, del inglés y del
italiano al estilo de los que se dedicaban a la enseñanza de las lenguas clásicas:
poco prácticas, aunque muchas pretendían serlo, y muy normativas. Obviamente,
la hegemonía francesa hacía del francés la lengua diplomática y la lingua franca
que todo bien criado debía poseer. De ahí, los numerosos «manuales» de aprendi-
zaje del francés, aunque también los de la lengua inglesa tuvieron un importante
desarrollo, sobre todo en Alemania, una nación que durante este siglo mantuvo un
intenso comercio personal y cultural con las Islas, ya que fue una dinastía alemana
la que se sentó en el trono de San Jorge y gobernó el país durante casi todo el siglo
XVIII. Los viajes y estancias en Inglaterra de Haendel, Mozart, Gluck o Haydn son
testimonio de esa intensa relación que se había establecido entre el continente e
Inglaterra. Las gramáticas de Christian Ludwig (Anleitung zur Englischen Sprache,
Leipzig 1717) o la de Carl Philip Moritz (Englische Sprache fur die Deutschen),
autor del cervantino relato Anton Reiser y gran viajero, tendrán una gran importan-
cia, dado que con ellas muchos aprendieron no solo a leer a Shakespeare sino, lo
que es más importante, a traducir al genio inglés, que tanta importancia tuvo en el
desarrollo estético de Alemania. Por su parte, el italiano basó su propagación y di-
fusión en el prestigio cultural y en las necesidades que imponía el llamado grand
tour, que mayormente tenía como meta la Antigüedad recuperable en territorio ita-
liano. El español, aunque ya desde comienzos de siglo tuvo sus manuales de apren-
dizaje, tuvo que esperar hasta mediados de siglo, cuando, a partir de la ocupación
de Lessing, Herder, Mainhard 15 y otros con nuestra literatura, se fuera despertando
la curiosidad, más que el interés, por nuestra lengua. En 1706, un profesor español
en Leipzig había publicado Llave capital con la cual se abre el curioso y rico teso-
ro de la lengua castellana. Poco más tarde, Matthias Kramer elaboraría varias gra-
máticas de las principales lenguas europeas de las que era maestro en Nuremberg.
La española llevaba el título de Grammatica et Sintaxis linguae Hispanicae
15 J. N. Meinhard (1727-1767) fue un célebre viajero alemán e incansable estudioso de las li-
teraturas italiana y española.
8 MIGUEL ÁNGEL VEGA
(1711) 16. Ya en época prerromántica, en 1777, Fernando Navarro daba a la luz unos
Grundsätze zur Erlernung der spanischen Sprache en Viena. En todo caso, más de
un erudito interesado en el español, Lessing por ejemplo, se lamentaría de la esca-
sez de medios didácticos. No es de extrañar que este mismo autor no tuviera empa-
cho en reprochar abiertamente las malas traducciones con las que tenía que vérselas.
Otras determinaciones que inciden sobre el ejercicio de la traducción tienen
más bien carácter cosmovisivo o intelectual: el racionalismo, los viajes, la libertad
de pensamiento o las nuevas modas traductoras, etc. En efecto, tanto la traducción
como la creación literaria están supeditadas a las modas o estilos de época. Dado
que las traducciones del Renacimiento o del siglo anterior podían resultar anticua-
das a un público que había evolucionado en sus gustos poéticos y que, al leer una
buena traducción, pretendía leer también un «buen original» de la propia lengua
(tal y como proponían los partidarios de «las bellas infieles»), se postulaban nue-
vas traducciones que dieran gusto al gusto de la época. Aún a costa de la integridad
del original. Al igual que los estilos estéticos se motivaban a partes iguales por los
nuevos elementos cosmovisivos que se depositaban en la sociedad a través del ejer-
cicio literario y artístico, y por los propios gustos (el gusto por el orden lógico o
por el del bello desorden, por ejemplo) de los escritores, también los traductores
van a dejarse influenciar en el ejercicio de su actividad por las ideas estéticas pro-
pias de la época y por los gustos generales y particulares de su actividad. Con el
tiempo, la crítica de la traducción irá reconociendo diferentes estilos de traducción.
El «estilo de Wieland» y el «estilo de Voss» de los que se habló en Alemania, se
referían a una y la misma obra: La Ilíada de Homero 17.
Los viajes, que se imponen como elemento de formación humanística y cientí-
fica, y, sobre todo, el llamado Bildungsreise o grand tour, incluyen el contacto o la
visita a las personalidades de los países visitados 18, todo lo cual va a contribuir a
una globalización del élan racionalista presente por doquier. El cosmopolitismo,
derivado de los ideales humanistas del Renacimiento, que eruditos y pensadores
como F. Vitoria 19, H. Grocio, Pufendorf o Leibniz habían puesto en circulación,
hacía de la comunicación universal la base fundamental del progreso. En aras de
esta comunicación universal, Leibniz escribía sus obras en latín o francés al tiempo
16 Ver al respecto, Ingrid Neumann «Spanische Grammatiken in Deutschland. Ein Beitrag zur
spanischen Grammatikographie des 17. und 18 Jahrhundert» en: W. Dahmen y otros, Zur Geschichte
der Grammatiken in romanischen Sprachen, Guenther Narr Verlag, pp. 257-285.
17 Ver al respecto el capítulo «Wielandische oder Vosssische Manier» en Weltliteratur, p. 269 y ss.
18 En el viaje de formación de Herder por Europa, este se encontraría, p. e., con Lessing,
20 Ese filo-eslavismo queda testimoniado, entre otras obras, en el escrito fundador de la filoso-
fía de la historia titulado Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit.
10 MIGUEL ÁNGEL VEGA
que aparecen a finales del XVIII como respuesta a ese interés cosmopolita y orientalista del público
LA TRADUCCIÓN EN LA ALEMANIA DEL SIGLO XVIII: UNA HISTORIA EN DOS ACTOS 11
europeo. Dya-Na-Sore oder die Wanderer, por ejemplo, fue una novela utópica que apareció bajo la
pretensión del apócrifo, tal y como había hecho Cervantes para el Quijote, traducida del sánscrito,
que se debía a la mano de un oficial y escritor de nombre W. Fr. von Meyern.
24 «Naturalidad, naturalidad, nada hay más natural que los hombres de Shakespeare».
12 MIGUEL ÁNGEL VEGA
25 Esta irreconciabilidad con la regla por parte de Homero era el punto de partida para alguna
de las críticas que Lessing dirigiría contra la poética francesa en su Laocoonte, al acusarla de no
haber entendido la naturaleza de ambas artes: al aplicar el principio horaciano ut pictura poesis, los
preceptistas clásicos no habrían comprendido que la primera, la pintura, es decir, las artes plásticas,
estaría obligada a representar alusivamente todos los momentos de la acción en un espacio y mo-
mento único; la poesía, por el contrario, estaría abierta a la representación nacheinander, es decir,
sucesiva o progresiva. De ahí que las artes plásticas y las del tiempo (poesía y música) no estén so-
metidas a los mismos condicionamientos.
26 «Homero ha representado para los ilustrados y para las cabezas preocupadas por la ilustra-
Werke in der Malerei 27. Los latinos, sobre todo Horacio, patrón de la estética ra-
cionalista (Abel, 1727; Lange, 1747) y, en menor proporción, Ovidio, Virgilio,
Lucano (La Farsalia, 1749, por mano de Borck) o Cicerón. Son estos autores los
que abrieron el diálogo con la Antigüedad ilustrada en la Alemania del XVIII. Ade-
lantado el siglo, la Fábulas esópicas (Triller, Äsopische Fabel, 1740; Lichtwer, idem,
en 1748), las Odas de Anacreonte o las de Horacio (J. P. Uz, Oden, 1747) o los
discursos de Cicerón fueron obras que renaturalizaron parcialmente la latinidad en
Alemania hasta que apareciera Winckelmann con sus Pensamientos. Así pues, los
latinos pudieron mantener su consideración traductora a lo largo de esta primera
parte del siglo… por supuesto junto a los modernos, franceses e ingleses sobre todo.
Los demás autores de la Antigüedad sufren un cierto ostracismo traductor que no
editorial, pues se siguen haciendo ediciones de ellos. El interés por la latinidad y la
cultura helénica seguía siendo importante, si bien había un factor que determinaba
la carencia de «Verdeutschungen» de las obras clásicas latinas: el hecho de que aún
gran parte del público ilustrado pudiera leer los originales latinos. El latín, al for-
mar parte de la educación escolar, aunque había perdido su situación de privilegio
en las universidades, tenía una base social de aprendizaje más amplia que el grie-
go. Por eso se puede decir que mientras Horacio fue una constante de la
traductografía, Homero fue, como hemos indicado, una asignatura pendiente.
Por su parte, Homero, Plutarco o Luciano, autores ampliamente traducidos en
Inglaterra y Francia, a partir de 1700, necesitaron más tiempo para difundirse
en nuevas versiones alemanas, no excesivamente numerosas en la primera par-
te del siglo.
Así pues, derivando de impulsos presentes ya en el XVII, una nueva ola
traductiva se instala en Europa y en Alemania y los clásicos, que habían sido los
motores de la traducción renacentista, tendrán que compartir con los modernos las
ansias lectoras del nuevo público ilustrado. La traducción de los clásicos cede es-
pacio a la traducción de obras modernas, a lo que el italiano Folena ha llamado la
«traducción horizontal». La aparición de los «clásicos» de las lenguas modernas ya
constituidas culturalmente (inglés, francés, español) había provocado la célebre
querelle des anciens et modernes que, si bien había estallado en Francia, sus ecos
habían llegado a toda la Europa culta. Los partidarios de los últimos publicaban,
27 El sajón Winckelmann, aficionado desde sus tiempos de formación en Halle a los clásicos
griegos y que había intervenido en las excavaciones de Herculano y Pompeya, llegaría a conserva-
dor de los museos vaticanos. Escribiría sus Gedanken über die Nachahmung der griechischen Werke
in der Malerei. Esta obra propagaría, sobre una falsa interpretación de la Antigüedad, un entusiasmo
clasicista que, entre otras cosas, abrió una fecunda discusión estética (la que introdujo en el Laocoonte
de Lessing) y una nueva orientación a Homero.
14 MIGUEL ÁNGEL VEGA
salía definitivamente por sus fueros 29, dando origen a la moderna tradición de
helenistas alemanes. En su versión de Homero intentaba recrear en alemán el
hexámetro, metro ya ensayado por Klopstock en su Mesías, introduciendo con ello
una nueva variante de fidelidad traductora 30: la siempre difícil fidelidad métrica.
El valor de esta fidelidad a ultranza consistiría en el efecto «grequizador» de la cul-
tura alemana (efecto deseable para muchos), al contrario de lo que conseguiría la
estrategia «naturalizante» o adaptadora: la germanización de los antiguos.
Junto a las de Homero, las traducciones de Shakespeare fueron decisivas. Las
primeras para el clasicismo, las de Shakespeare para el romanticismo. Los dioscuros
suizos Bodmer y Breitinger, apoyándose en las teorías del italiano G. B. Vico, ha-
bían reivindicado hacia los años cuarenta, otras maneras no estrictamente «pictóri-
cas» (miméticas) de describir la realidad: la fórmula horaciana, ut pictura poesis,
debía hacer sitio a una nueva estética en la que la fantasía fuese el elemento pri-
mordial. La reivindicación del Quijote por parte de los suizos, y de Shakespeare
por parte de Lessing y de un primerizo Goethe encontrarían pronto gran eco en una
ilustración que se manifestaba ya un tanto insatisfecha de sus propios postulados.
Frente a la interpretación afrancesada, «amanerada» de los griegos (la del conde
Caylus, por ejemplo), Lessing proponía la expresión espontánea de los antiguos.
En 1771, Goethe proclamaba su manifiesto anticlasicista Zum Shakespeares-Tag
y, poco más tarde, en 1777, Johann Joachim von Eschenburg, profesor de filosofía,
traductor de Shakespeare y autor de una antología de bellos ejemplos literarios
(Beispielsammlung zur Theorie und Literatur, Berlín, 1789), publicaba en el
Deutsches Museum una defensa de Shakespeare contra las asechanzas críticas que
le llovían de la parte volteriana de las letras. Las consecuencias de este cambio
de orientación estética se hicieron sentir en la traducción. Eschenburg y el pre-
cursor de la «era Weimar», Wieland, contribuían a ello con sendas traducciones
del inglés.
Con ello y las traducciones ya existentes de Pope o Milton se iba introducien-
do en el panorama cultural alemán el fermento inglés. Incluso de Francia, gracias
al prestigio cultural que le supuso el llamado grand siècle, provendrían nuevos im-
der Johann Heinrich-Voss Gesellschaft, 8, 2005, pp. 41-57. En todo caso la opinión de Herder sólo
puede hacerse valer como expresión de una sensación subjetiva como frecuentemente se da en la
crítica (especializada o no) de la traducción.
29 En esta tarea reivindicatoria le habían acompañado o precedido traductores o eruditos como
Herder, Gedike o, sobre todo, Chr. T. Damm, traductor de las Ístmicas y Píticas de Píndaro.
30 Hoy en día, el premio de traducción más afamado de Alemania lleva el nombre de J. H.
Voss, después de Lutero, quizás el más destacado traductor de lengua alemana que, con justicia, fi-
gura en la historia literaria del país.
LA TRADUCCIÓN EN LA ALEMANIA DEL SIGLO XVIII: UNA HISTORIA EN DOS ACTOS 17
31 La obra de Rousseau (1761) fue traducida ese mismo año al alemán en Leipzig de la de J.
Gelius.
32 Muchas de las obras extranjeras se traducían del francés o se leían en esta lengua, lo que
puede dar una idea del conocimiento inexacto que esto determinaría en los alemanes, ya que, por
ejemplo, la traducción de la Pamela de Richardson por parte del Abbé Prévost, autor del Manon Lescaut,
estaba fuertemente mutilada, no digamos la traducción del Quijote que realizó el sobrino de Voltaire.
33 La obra de Abentofael (Ibn Toufail en alemán) El filósofo autodidacta, que apareció en este
idioma bajo el título de Der Naturmensch (y que, por consiguiente, se prestaba a confusión con la
homónima de Auguste Lafontaine), fue traducida por J. G. Eichborn en 1782, teólogo e historiador
de fines del XVIII. Su introducción al Antiguo Testamento goza todavía del interés de los eruditos.
34 En esta colección de cartas publicada por Nicolai intervino la crema de la crítica alemana
del momento.
18 MIGUEL ÁNGEL VEGA
europea 35), el grupo de weimarianos y los románticos verán encarnados los ideales
anticlasicistas de la nueva literatura y las esencias populares en la literatura y cul-
tura española. Por lo demás los estudios críticos sobre nuestra literatura se multi-
plicarán a partir de la Revista de Literatura española y portuguesa, editada por el
tesorero y empresario weimariano J. Bertuch (Magazin der Spanischen und
Portuguiesischen Literatur, Weimar) y seguirían un sin fin de comentarios y tra-
ducciones como los de Cronegk (Die spanische Bühne), Schiebeler (Einige
Nachrichten, den Zustand der spanischen Poesie betreffend), Jacobi (Romanzen aus
dem spanischen des Gongora) y, sobre todo, la traducción que realiza Dieze de la
obra de Luis José Velázquez (Orígenes de la poesía castellana, 1754) y el Ferreras,
Dillo, J. A. J. Volkmann (Neuere Staatskunde von Spanien). De manera definitiva
influyeron los estudios de Fr. Schlegel dedicados a la poesía española en sus Wiener
Vorlesungen 36. También el grand tour contribuiría a despertar el interés de los lec-
tores en aquellos venturosos tiempos en los que la lectura era la principal manera
de saciar la curiosidad y la necesidad de pasatiempo. Los viajes de alemanes por la
Península, escasos en un primer momento, se irán intensificando a medida que avan-
za el siglo. Mientras que inicialmente se ha dependido de la traducción de los rela-
tos de viajeros franceses (sobre todo de los malintencionados Relatos de la corte
de España de Mme d’Aulnoy, que confirmaban la visión de la España retrógrada
que habían puesto en circulación los historiadores franceses) o ingleses (Thickness,
Dalrymple, Twiss), a partir de mediados de siglo son varias las descripciones o
Reise-Beschreibungen alemanas: Aulus Apronius (=Adam Ebert), Plüer, Kaufhold,
los Humboldt, etc. Pero el factor decisivo será la traducción: los romances de
Góngora —tres solo, pero algo es algo— que traduce Gleim en una colección euro-
pea de ellos (Lieder, Fabeln und Romanzen, 1758), la del Examen de ingenios para
la ciencia, de Huarte de San Juan de Puerto, de Lessing (Prüfung der Köpfe zu den
Wissenschaften, 1752), algunos otros recogidos en las Stimmen der Völker in Lieder
de Goethe / Herder, así como la traducción/adaptación de los romances del Cid que
hace Herder, el Quijote y el Calderón que hace escala en Weimar en el teatro de la
corte por decisión de Goethe son hitos en la recepción de la literatura alemana.
En este contexto dos son los grandes «románticos» españoles que se descu-
bren, a despecho de otros que también lo habrían merecido, como son Lope o Tirso,
que quedaron un tanto relegados frente a Cervantes y Calderón. El primero hace un
nuevo recorrido triunfal por las letras alemanas de la mano de tres traductores que,
en solo 25 años, hacen sendas versiones del Quijote.
35 Ver al respecto nuestro trabajo «La imagen española de Herder y sus fuentes eruditas». Ac-
tas del Simposio sobre La imagen de España en la Ilustración Alemana, Madrid, 1991.
36 Hay versión española de Miguel Á. Vega en Fr. Schlegel, Obra Selecta, Fundación Univer-
sitaria, Madrid.
20 MIGUEL ÁNGEL VEGA
Hasta ese momento, nuestro hidalgo no había hecho un gran recorrido por Ale-
mania. Durante el XVII mayormente había emprendido sus aventuras de la mano
de escuderos franceses. Caesar von Joachimsthal (bajo el seudónimo Pasch Bastel
von der Sohle) había publicado una tímida primera parte en la lengua de Lutero en
1621 que sería impresa en tres ocasiones a lo largo del siglo. Las traducciones ale-
manas de la francesa de Filleau de Saint-Martin (Nuremberg, 1696, y la de Wolf,
de 1734) se leían más que la autóctona. Fue Justin Bertuch, funcionario de la corte
de Weimar, quien en 1776 dio a la imprenta la primera traducción íntegra (entién-
dase, según los criterios de la época) y directa del original, que en su versión per-
día los altisonantes títulos con los que se había presentado en la primera, la de Pasch
Basteln von der Sohle. Si este traductor barroco, también traductor del Lazarillo,
había hecho del manchego un Juncker Harnisch aus Fleckenland (lo que vendría a
sonar, de manera harto quijotesca, algo así como «El Caballero Coraza de Tierra
Manchada»). Bertuch se atenía en la presentación titular a lo objetivo y evitaba
remembranzas ariostescas. J. Bertuch se atenía a lo objetivo en la titulación del li-
bro: Leben und Thaten des weisen Junkers Don Quixote von Mancha, obra a la que
había añadido la de Avellaneda. Al no traducir, por ejemplo, el nombre del sin par
héroe, lograba una mayor exactitud en la denominación del mismo que, en el origi-
nal, no suscita ninguna asociación con un caballero acorazado. En todo caso, lla-
mar íntegra a esta traducción es apelar a los lasos criterios que, in puncto traduc-
ción, tenía el público dieciochesco, el cual, sin mayores problemas y remordimien-
tos, aceptaba los acortamientos, las supresiones o los coloreados «gustosos» de aque-
llos pasajes que el traductor tenía a bien realizar en el texto original. El mismo
Bertuch explica en el prólogo la generosidad de trato que había tenido con el origi-
nal cervantino, cosa que dado el ambiente traductológico de la época (les belles
infidèles) no era nada de extrañar.
El éxito de esta traducción vino abonado por la serie de notas críticas —nunca
llegaron a estudios— de diversos eruditos que empedraron el camino que el hidal-
go cervantino recorrió en la cuarta parte del siglo, hasta llegar, finalmente, en 1800
a la traducción de Tieck, la cual, gracias a los elogios, alguna vez exagerados 37, de
La teoría de la traducción vive en la Alemania del siglo XVIII uno de sus pe-
ríodos más fecundos. Los prólogos y reseñas a las traducciones publicadas y los
capítulos dedicados en las poéticas a este arte —que los círculos eruditos conside-
raban como parte integrante del acerbo literario de un país— dieron una gran den-
sidad al pensamiento traductológico de la época. El intento de resumen y síntesis
tradujo, no solo a Lope sino también El Conde Lucanor o los dramas de Calderón. A pesar de que
sus traducciones caen a comienzos del siglo XIX, el impulso del que derivan es de la ideología larvada
a finales del XVIII, ya que se educa en los últimos años de este siglo.
22 MIGUEL ÁNGEL VEGA
que este trabajo supone nos obliga a una exagerada limitación expositiva, ya que el
tema da, como comprueba el tratado de Huber que se menciona en la bibliografía,
para una monografía entera.
En la Alemania de la Ilustración, las poéticas de la traducción, como en el res-
to de Europa, seguían basándose mayormente en los clásicos. Voss, en Alemania,
como hemos visto, haría de la obra homérica la piedra de toque para adaptar la ver-
sificación griega a la lengua alemana. Las poéticas de la traducción, además, se ali-
mentaban básicamente de la casuística que proporcionaba la traducción de los clá-
sicos. En su Kritische Dichtkunst, Breitinger aporta una traducción de Horacio y
Gottsched hará otro tanto. Todavía cuando en el XIX se instale el positivismo en la
reflexión traductora, Paul Cauer publicará una poética de la traducción aplicada a
Homero. (Lo mismo sucedería en Inglaterra, donde la disputa homérica que man-
tendrían Newman y Arnold haría época en una sociedad «homerizada» como de-
muestra, por ejemplo, la pintura de Alma Tadema y las numerosas traducciones del
clásico: hasta Lord Derby dedicó sus ocios a Homero.)
El diferente posicionamiento frente al valor de la traducción provoca la edi-
ción en dos estilos de traducción, a saber, el de la monótona fidelidad y en el de la
belleza infiel. Ambos re-alimentan en todo caso el interés por la lectura de los anti-
guos. El espectro de temas o, mejor, los aspectos traductológicos tratados por estas
reflexiones iban desde el aspecto filosófico del lenguaje hasta la más aplicada teoría.
Cinco son los tratados teóricos más importantes que surgen en el campo del
pensamiento traductológico en la época historiada: las poéticas traductivas de
Gottsched, Venzky, Breitinger, Humboldt y Schleiermacher 41.
Fueron varias las ocasiones en las que el erudito de Leipzig Gottsched se ex-
presó acerca de la traducción: Beyträge zur Critischen Historie der Deutschen
Sprache, Poesie und Beredsamkeit 42, en su Ausführliche Redekunst, en su intro-
ducción a la edición alemana de Luciano de Samosata, acompañada de una Vorrede
o prólogo «sobre el valor y la utilidad del traducir», y siempre que tenía oportuni-
dad: siempre haciendo gala, tras las huellas de Plinio, de un sentido utilitarista de
la traducción. En su Ausfürhliche Redekunst, poética en la que dedicaba un impor-
tante capítulo a la traducción, Gottsched proponía, siguiendo al maestro Plinio y a
los franceses que por entonces practicaban a ultranza la traducción respetuosa con
41 Como ya hemos advertido, los límites que damos al siglo XVIII desde el punto de vista de
la traductografía superan los del siglo e integran las que podemos considerar las dos obras termi-
nales de esta gran época, la de Humboldt y la de Schleiermacher, ya que el impulso que las guía,
al igual que las traducciones a las que se refieren tienen su arraigo en las coordenadas del siglo
anterior.
42 «Contribuciones a la historia crítica de la lengua, poesía y retórica alemanas».
LA TRADUCCIÓN EN LA ALEMANIA DEL SIGLO XVIII: UNA HISTORIA EN DOS ACTOS 23
43 Ver «Uebersetzung als Gegenstand der Reflexion und des wissenschaftlchen Diskurses» en
7. A MODO DE CONCLUSIÓN
44 Célebre traductor del italiano: Orlando furioso, Jerusalén liberada y La Divina Comedia.
45 «Al traducir debe llegarse hasta lo intraducible; solo entonces se puede percibir la nación
extranjera y lo extraño de su lengua».
LA TRADUCCIÓN EN LA ALEMANIA DEL SIGLO XVIII: UNA HISTORIA EN DOS ACTOS 25
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. INTRODUCCIÓN
estos estudios, que integran cada vez más la historia de la traducción en la historia
cultural, y que se orientan preferentemente a explicar el papel de la traducción en
los procesos de recepción y apropiación culturales, su incidencia en los cambios de
las mentalidades y su repercusión en la historia social.
Cualquier aproximación a la historia de la traducción en un período concreto
debe, por tanto, tener en cuenta estos aspectos, además de la teoría y práctica tra-
ductoras y la producción propiamente dicha 1.
1 Las consideraciones que siguen tienen un referente más amplio y detallado en los estudios
ral, y para colmo de oprobio y de sonrojo, una traducción es por lo común el libro que se pone a los
adolescentes en las manos para que estudien la historia de España. […] El hombre odia el trabajo
por naturaleza, y ni aun pensar quiere cuando sabe que otro ha pensado por él. Por eso ha medio
siglo que España alimenta sus prensas con pensamientos ajenos, y que se ha vuelto una nación de
traductores […], subiendo la traductomanía a ocuparse de novenas de santos, de que acaso tenemos
originales más que todo el cristianismo» (Vargas Ponce 1793: 42 y 179).
3 En los casos mencionados se tienen solo en cuenta las traducciones declaradas, lo que, da-
das las prácticas de la época, deja fuera del recuento un número presumiblemente muy importante de
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 29
traducciones no reconocidas como tales. Igualmente, y por razones obvias, se desestiman las traduc-
ciones aún hoy no identificadas, o las publicadas en todo tipo de obras colectivas (prensa, miscelá-
neas, colecciones, etc.).
4 Las ideas sobre la traducción presentadas aquí pueden verse ilustradas con los textos que
He procurado ceñirme al concepto, y casi a las palabras del original, pero no con
tanta exactitud que le haya copiado al pie de la letra, en cuyo caso tendría aún más
defectos de los que advertirán desde luego los inteligentes. El pintor no puede sacar
una copia perfecta si a cada paso no vuelve los ojos hacia el original; mas el traduc-
tor, una vez que se entere del concepto, no ha de estar estrechamente atado al origi-
nal si quiere sacar airosa la copia (Amar y Borbón 1789: s. p.).
ciones de obras religiosas y las que se dirigían a la enseñanza de las lenguas, en las
que se imponía una fidelidad absoluta. El padre Scio escribe que aun a riesgo de
parecer «desaliñados y bárbaros» en el idioma propio, quienes pasan a las lenguas
vulgares las Escrituras han de ajustarse «escrupulosamente a las palabras del texto
sagrado», porque cualquier tentación de paráfrasis o de libertad en la traducción
puede provocar la libertad de interpretación con los consiguientes errores en el dog-
ma (Scio 1790). Del mismo modo operan Nifo al traducir un catecismo del fran-
cés: «Me he ligado cuanto he podido al concepto y a la letra, porque en asuntos de
tanta gravedad e importancia más quiero que me culpen de servil que de libre» (Nifo
1776: s. p.), o Villanueva y Estengo, que supedita la brillantez del estilo «a la exac-
ta declaración de la verdad católica en materia tan delicada» (1783: XIX). En cuanto
a los textos traducidos para el aprendizaje de las lenguas clásicas, se impone re-
nunciar a la libertad de la paráfrasis «porque mi intento es que esta traducción pue-
da aprovechar a los principiantes y servirles de guía» (Andrés de Jesucristo 1776:
9), y porque esta «desfigura considerablemente el texto» (Ranz Romanillos 1789:
XXV), lo que anularía el fin pedagógico perseguido.
La traducción literaria parece favorecer más la libertad del traductor, quizá por-
que quien la realiza suele ser a su vez un creador, más dado por ello a la re-crea-
ción del original que a la mera copia; quizá también porque los procesos de apro-
piación en el terreno de la ficción (esencialmente el teatro y la prosa narrativa) ten-
dían en la España dieciochesca a la connaturalización, a la adaptación del texto ori-
ginal a los gustos del nuevo público y a la realidad social y cultural del país; sin
olvidar otras circunstancias (léase la censura) que hacían aconsejable cierto aleja-
miento del texto de partida. Por ello, no es difícil encontrar testimonios de esta li-
bertad en la versión literaria, que algunos ejercieron en grado sumo, como Cándido
M.ª Trigueros, que está dispuesto incluso a modificar el argumento de las novelas
que traduce para Mis pasatiempos: «Cuando traduzca lo haré libremente, y jamás
al pie de la letra; alteraré, mudaré, quitaré o añadiré lo que me pareciere a propósi-
to para mejorar el original, y reformaré hasta el plan y la conducta de la fábula cuan-
do juzgue que así conviene» (Trigueros 1804: XXXII), algo que tampoco había du-
dado en hacer Tomás de Iriarte al traducir el Nuevo Robinson: «Lejos de ceñirme a
una traducción rigurosa y literal, me he tomado libertad en suprimir, aumentar o
alterar no pocos lugares» (Iriarte 1798: X), con el fin de adecuar más el texto del
alemán Campe a los niños españoles.
Entre la traducción libre y la que seguía fielmente el original existieron en el
siglo XVIII varios grados de intervención del traductor en el texto de partida, que
han sido tipificados y ejemplificados por Inmaculada Urzainqui (1991). El traduc-
tor puede añadir, suprimir, corregir, compendiar, abreviar, adaptar, por motivos que
van desde los criterios morales al deseo de actualizar y enriquecer con nuevas apor-
32 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
taciones la obra original o acercarla a la realidad del país de destino. Todo ello es
en primer lugar testimonio del concepto amplio que se tenía en la república de las
letras del ejercicio de la traducción, pero es también indicativo de la forma variada
y compleja en que se dieron en la Europa del XVIII los procesos de recepción y
apropiación culturales; algo que, como hemos señalado, está marcando las actuales
líneas de investigación sobre la historia de la traducción.
5 Sobre este texto, publicado en el Diario de Madrid en febrero de 1795, y la polémica susci-
tada por los argumentos de Estala, véase las notas de su editora moderna, M.ª Elena Arenas (Estala
2006: 321-334).
6 «Carta sobre el abuso de las traducciones, y utilidad de reimprimir nuestros buenos autores»,
7 Sobre este asunto pueden verse los trabajos de Jiménez Ríos 1998 y Martinell 1984.
8 Puede verse ampliamente desarrollado este aspecto en García Garrosa & Lafarga 2004: 33-52.
9 Véase el estudio de Urzainqui 1989. En Lafarga 1996 se hallará el texto de Batteux, así como
Junto a él, D’Alembert y sus Observations sur l’art de traduire (1759), las ideas
expuestas por Marmontel en el artículo «Traduction» de la Encyclopédie (1777), o
diversos comentarios recogidos en prólogos a sus traducciones por nombres como
Bitaubé, Delille, o los esposos Dacier. A ellos hay que añadir el del admirado Pierre-
Daniel Huet, autor del tratado De interpretatione libri duo (1661). Y aunque en
menor número que a los franceses, no faltan en los textos españoles las referencias
a los traductores italianos e ingleses, sobre todo para comentar la manera en que se
han enfrentado a problemas concretos de la versión y para alabar o cuestionar sus
resultados.
No menos importante que esta influencia extranjera fue la de los traductores
españoles, el peso de una tradición que marca la continuidad del discurso traductor
hispano. La actitud casi generalizada de los traductores dieciochescos es conside-
rar a sus predecesores como modelos dignos de imitación, algunos incluso no su-
perados. Los nombres de los grandes maestros de los Siglos de Oro, de los «prínci-
pes de la traducción», en palabras del padre Isla (Manero, Hernández de Velasco,
Simón Abril, fray Luis de León, Villegas, Boscán, entre otros) están ligados tam-
bién al engrandecimiento de la lengua castellana y al esplendor de la literatura na-
cional, y suponen por ello un reconocimiento implícito del papel de las traduccio-
nes en el progreso cultural de cualquier época o nación (Isla 1731: 64).
3. LA PRÁCTICA TRADUCTORA
Con las pinceladas de todos estos maestros, los traductores españoles del siglo
XVIII fueron construyendo el retrato del buen traductor, aquel que une el dominio
de las lenguas de partida y de llegada con el conocimiento de los usos y costum-
bres del país de origen y el de la materia de que trata el texto que traslada; y el que
sabe que cada género tiene su especificidad, sus requisitos y, por tanto, sus dificul-
tades. Sirva de ejemplo la manera en que lo expresa Fernando Gilleman al traducir
a Mme de Genlis:
Para traducir una obra, mayormente si tiene mérito, no basta entender y traducir
bien el idioma, ni tampoco bastan ni sirven mucho los diccionarios, recurso muy dé-
bil e imperfecto por su misma naturaleza. Es preciso para emprender este trabajo con
alguna esperanza de feliz éxito haber estudiado el espíritu de la lengua en los mis-
mos que la hablan, y haber leído con reflexión muchos libros de todas clases; porque
no se usa en todas las obras de las mismas voces, frases, ni estilo. El político tiene su
modo de expresarse, el orador el suyo, el cómico otro muy diverso; el autor de nove-
las (si hace lo que debe) se ha de ceñir a un estilo puro, pero familiar y vivo, que es
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 35
una forma de traducción anotada o explicativa que acercara el texto a los nuevos
lectores, como señalan Tomás de Iriarte en su traducción de Los cuatro primeros
libros de la Eneida (1787) o Ignacio García Malo en la de La Ilíada (1788).
Menos dificultades planteaba, en principio, la traducción de obras en prosa. Son
quizá los traductores de novelas quienes muestran un mayor grado de libertad, al
menos en el plano formal. Su mayor preocupación radicaba en eludir las trabas de
la censura, muy poco favorable a un género que, sobre todo en los títulos venidos
de fuera, proponía modelos humanos y sociales peligrosos para la preservación de
las buenas costumbres y del orden social establecido. La salvaguarda de unos valo-
res morales que garantizaran su publicación y el deseo de acercar el relato extran-
jero a las costumbres españolas —actitud predominante, como sabemos, en la prác-
tica traductora finisecular— imponía alteraciones del original que nadie pareció cues-
tionar, al menos desde el punto de vista literario.
La presencia del teatro extranjero en la España del siglo XVIII fue tan intensa
que por fuerza hubo de generar unos planteamientos muy particulares ante la tra-
ducción de los textos dramáticos 10. En el tratamiento del original teatral el traduc-
tor debe plantearse qué actitud adoptar ante la estructura dramática (si mantiene el
número de actos, la forma primitiva en verso o prosa), además de decantarse por el
respeto a las reglas y características propias de cada género (tragedia y comedia), y
a la tradición dramática del país de origen del texto en cuestión, o bien optar por
las modificaciones de contenido y forma que lo acerquen a los gustos del público
español y lo ajusten a los usos de la tradición nacional.
La riqueza de las traducciones en este campo hace imposible detallar aquí el
comportamiento de los dramaturgos que llenaron los escenarios españoles durante
todo el siglo de versiones fieles, arregladas, adaptadas o acomodadas de la produc-
ción teatral francesa, italiana y en menor medida alemana o inglesa, sin olvidar a
los autores clásicos. La variedad de géneros, la modalidad (teatro neoclásico o po-
pular), la sucesión de tendencias a lo largo del siglo, incluso la personalidad de los
traductores y su condición de dramaturgos también en la lengua propia, marcó di-
ferencias importantes en el tratamiento de las obras extranjeras. Dicho esto, podría-
mos concluir que predominó la tendencia a «connaturalizar» los originales en un
proceso traductor que implicaba identificarse con el autor original y adaptar luego
su obra a la realidad social, cultural y literaria española. En el plano formal, esto
supuso traducir mayoritariamente en verso —incluso los originales en la prosa que
la renovación dramática europea estaba imponiendo—, prefiriendo el octosílabo para
la comedia y el endecasílabo para la tragedia, y optar por la estructura en tres actos
10 Además de los numerosos estudios sobre traducciones teatrales, véase el trabajo de conjun-
to El teatro europeo en la España del siglo XVIII (Lafarga 1997a).
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 37
(«He reducido a tres los cinco actos del original por estar más en uso esto en Espa-
ña que lo otro», dice Margarita Hickey en su versión de Andrómaca de Racine;
Hickey 1789: XIV). Y en los contenidos, aunque un reconocido gusto popular por
cierto exotismo exigía mantener la ambientación original en géneros como las co-
medias militares, algunas sentimentales, etc., también fue muy generalizada la ten-
dencia a «vestir la pieza a la española, de modo que no quede más francés que el
argumento» (Porcel 1780: 325), esto es, a la adaptación.
El terreno científico presentaba otro tipo de dificultades, derivadas en gran me-
dida de su relativa novedad en la tradición traductora española y del retraso evi-
dente con respecto a Europa. Este tipo de traducción requería una especialización
técnica que quienes dominaban las lenguas originales no solían tener, y un domi-
nio de léxicos propios de cada materia que la lengua española, carente de una tradi-
ción en esos campos específicos, no podía aportar, y que tampoco podían suplir
diccionarios especializados, aún inexistentes en España. La situación generó medi-
das muy concretas, y, al parecer, efectivas. Así, los editores interesados en dotar a
la nación de este tipo de obras tan necesarias para el progreso procuraron encargar
el trabajo a traductores especializados, como hizo el impresor Antonio de Sancha
en el volumen de la Enciclopedia metódica correspondiente a la Historia natural
de los animales: «Por lo que mira a los traductores, hemos procurado por todos los
medios valernos de los que tienen de antemano acreditada su habilidad en este ejer-
cicio, y alguna inteligencia de los varios asuntos que comprende cada diccionario»
(Sancha 1788: II). Y se aplicó una pauta de trabajo sugerida por Campomanes en su
Apéndice a la educación popular: «La traducción, en lo que mira a la propiedad
del oficio, debe consultarse con los peritos en él, a fin de que suministren las voces
propias del arte, que comúnmente ignoran los literatos» (Rodríguez de Campomanes
1776: 7). En consecuencia, los traductores recorrieron talleres y oficinas, hablaron
con los artesanos, con los fabricantes, con los especialistas en cada materia que les
proporcionaron los términos facultativos de cada ramo. Como hizo Cristóbal Cladera
para traducir el Diccionario de Física de Brisson:
A pesar del escrupuloso cuidado con que hemos procurado traducir unas materias
de una utilidad tan general, y en que se hallan voces que, o por su novedad, o porque
no se han cultivado en España, no tienen su correspondencia exacta en nuestra len-
gua, quizá no habremos acertado alguna vez a dar el verdadero sentido; pero debe-
mos decir para satisfacción del público que hemos consultado para no errar todas las
obras maestras que tenemos en nuestra lengua que nos han podido suministrar algu-
na luz; que hemos recurrido a sabios profesores cuando hemos dudado, o no nos he-
mos fiado de nuestro propio parecer; y que repetidísimas veces hemos recorrido los
talleres públicos de esta Corte, para presenciar las operaciones y cerciorarnos por los
mismos artistas acerca de lo que no nos indicaban con claridad los mismos libros
(Cladera 1796: XXVII-XXVIII).
38 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
11 Véanse, entre otros, los trabajos de Bolufer 2002 y Romero Alfaro 2001.
12 Sirvan de ejemplo títulos como Vidas de los varones ilustres, que escribió en latín Cornelio
Nepote, traducidas en nuestro idioma por Don Rodrigo de Oviedo, Catedrático de Sintaxis en los
Reales Estudios de Madrid, para el uso de ellos (Madrid, Pedro Marín, 1774) o Arte Poética de Mr.
Boileau, traducida en verso suelto castellano, y dedicada a la clase poética del Real Seminario de
Nobles, por D. Juan Bautista de Arriaza (Madrid, Imprenta Real, 1807).
40 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
En cualquier caso, queda claro por lo expuesto hasta aquí que la traducción es
considerada mayoritariamente en el siglo XVIII como una actividad que revierte
en beneficio del conjunto de la sociedad, como un canal que permite la llegada a
España de lo mejor que han producido otras naciones en todos los campos del
saber y de la creación: «El objeto de un traductor debe ser trasladar al idioma,
para beneficio de su nación, lo mejor que hay escrito en otras lenguas» (Clavijo
1791: LXX).
No fue, sin embargo, una visión compartida por todos los que de una forma u
otra estuvieron implicados en las traducciones o se pronunciaron sobre ellas, lo que
originó en la España de la segunda mitad del siglo XVIII un agrio debate que tras-
cendía lo puramente lingüístico o cultural para entrar en el terreno ideológico (García
Garrosa 2006). El factor de discordia era, en primera instancia, la relación entre
traducción y pureza de la lengua, un asunto que, como ya hemos visto, llevaba a
los puristas a cuestionar lo que consideraban una invasión de voces, giros y expre-
siones ajenas, cuya consecuencia era la adulteración y el empobrecimiento del cas-
tellano. Esta postura, que recogen entre otros Vargas Ponce en su Declamación con-
tra los abusos introducidos en el castellano, Forner en las Exequias de la lengua
castellana, o Capmany en varias de sus obras, y que se justificaba por la prolifera-
ción de galicismos que se habían hecho ya moda en los hábitos lingüísticos hispa-
nos, se vio rebatida por quienes apreciaban los grandes beneficios que también en
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 41
el plano lingüístico habían aportado las traducciones: «La mayor parte de los tra-
ductores de lenguas vulgares […] en cuanto al estilo han contribuido a purgar éste
de ciertos vicios que se habían hecho generales en nuestros libros y ahora no lo son
ya tanto, cual es el de la hinchazón, sutileza, cadencia, hipérboles y metáforas de
que antes estaban empedradas las obras aun de los más sabios escritores» (Sempere
1789: 230) 13.
El problema, con todo, iba más allá del terreno de la lengua. El artículo de
Masson de Morvilliers cuestionando en 1782 la contribución de España a la cultu-
ra europea provocó una reacción en defensa de la cultura española que se materiali-
zó en el ataque a todo lo francés, cuya hegemonía lingüística y cultural en esos
momentos se percibía desde esa perspectiva apologista como una amenaza contra
los valores hispanos. Las traducciones, que como sabemos procedían mayoritaria-
mente del francés, se vieron —sobre todo en el terreno literario— como una inva-
sión que pretendía suplantar con sus textos la rica tradición española y que impedía
el desarrollo de una producción genuinamente nacional. La ya citada «Carta sobre
el abuso de las traducciones, y utilidad de reimprimir nuestros buenos autores» pu-
blicada en el Memorial Literario en 1787 es uno de los ejemplos más elocuentes
de esta actitud, que queda expresada de manera sencilla pero contundente en la afir-
mación de que «vamos a buscar a casa del vecino lo que con tanta copia y propie-
dad tenemos dentro de nosotros mismos» (p. 519). El rechazo a las traducciones
con el argumento de la pureza de la lengua resultaba así el reverso de una moneda
cuya cara era el nacionalismo cultural e ideológico, una asociación entre pureza de
la lengua y carácter nacional que constituye una suerte de «casticismo dieciochesco»
antesala del romántico (véase Álvarez Barrientos 2004).
Frente a la idea de amenaza y colonización cultural que para unos encarnaban
las traducciones, y contra la que no se cansaban de advertir en todo tipo de escri-
tos, otros vieron en ellas el símbolo del cosmopolitismo dieciochesco; las traduc-
ciones, vinieran de donde vinieran y fuera cual fuera su género, significaban un
enriquecimiento para el país de recepción, eran la puerta abierta a la renovación y
el progreso. Uno de los textos en los que se defiende con más energía ese ideal de
universalismo que encarnan las traducciones es el discurso de entrada en 1799 en
la Real Academia de la Lengua de Nicasio Álvarez de Cienfuegos, en el que atri-
buye a la «vanidad nacional» y el «amor de la patria tan mal entendido» propios de
los puristas, el empobrecimiento de la lengua y de la cultura españolas: «Esta hipo-
cresía de patriotismo ha sido causa de que una nación deprima los escritos y los
descubrimientos de todas las otras; de que exagere sus propias riquezas literarias;
14 Se trata del Desengaño de malos traductores (Madrid, Aznar, 1786), de Ranz Romanillos,
al que respondió Calzada con el Desengaño de malos desengañadores (Madrid, Imprenta Real, 1787).
15 Las reiteradas críticas de López de Sedano a la versión de Iriarte llevaron al canario a com-
poner la sátira Donde las dan las toman. Diálogo joco-serio sobre la traducción del Arte poética de
Horacio que dio a luz D. Tomás de Yriarte, y sobre la impugnación que de aquella obra ha publica-
do D. Juan Joseph López de Sedano al fin del tomo IX del Parnaso Español (Madrid, Imprenta Real,
1778), texto que no dejó sin respuesta López de Sedano.
16 Puede verse una presentación más detallada de estas polémicas en García Garrosa & Lafarga
2004: 72-77.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 43
Aun es mayor este defecto del lenguaje en las traducciones; con total descuido de
la propia lengua, y con no suficiente instrucción en la extranjera, hay muchos que se
meten a traductores. De unos y otros resultan libros indigestos, la lengua castellana
padece, y la elegancia se olvida o se trastorna. […] Hemos en fin declamado contra
el descuido de los traductores en no estudiar la lengua que traducen y la en que [sic]
se traduce (Memorial Literario, julio 1793:15-17).
Muchos de los defectos en las traducciones denunciados por los censores y por
los críticos se atribuyen a la impericia de quienes las realizan, a la falta de expe-
riencia y formación, al casi nulo conocimiento del arte de traducir y al poco rigor
con el que llevan a cabo este trabajo quienes, como señala un censor, «toman el
oficio sin estudiar las reglas». La condena de este «intrusismo», de esta banalización
de una tarea difícil que cualquiera se cree en condiciones de abordar, fue especial-
mente dura en la prensa, en artículos como este que publicó El Regañón General
en 1803, de cuya contundencia puede dar idea el siguiente fragmento:
De todo lo dicho se infiere que el traducir no es una cosa tan fácil y hacedera como
lo creen cuatro minimistas de Apolo, que a causa de haber ojeado unas cuantas veces
el Chantreau y mal leído algunas obrillas francesas, se ponen a traducir el primer li-
bro que tiene la desgracia de caerle [sic] a las manos, sin más trabajo que el de darle
cuatro bofetones a los diccionarios de Gatell, de Cormon o de Sobrino. Este prurito
ha sido causa de que se haya dado a luz tanta maldita novela y de que se hayan visto
en el teatro una multitud de tragedias y comedias bellísimas en sus originales y tan
horribles en su traducción que no han podido sufrirse; de modo que los que las zur-
cen se pueden comparar con aquellos despreciables pintamonas que se ponen a co-
piar los cuadros de Rafael y del Correggio. Si los hombres más eruditos apenas han
podido hacer una versión sin incurrir en defectos muy notables, ¿cómo se atreven a
imaginar estos pisaverdes literarios que pueden hacer cosa que valga un comino no
teniendo principios ni conocimientos fundamentales? ¡Oh, miserables traductores! El
idioma castellano os debe el incomparable beneficio de su corrupción; vuestra igno-
rancia, atrevimiento y mal gusto en elegir las piezas teatrales, nos ha presentado en
estos últimos tiempos las composiciones más viles y despreciables traducidas en un
lenguaje bárbaro que no es español ni francés. ¿Cuándo será el día que recobréis el
juicio y que, estudiando más y escribiendo con más tino, ya que no escribáis buenos
originales, porque esto no es para todos, a lo menos hagáis mejor elección de dramas
extranjeros, poniéndolos en el idioma castizo que se hablaba en Castilla y que por
vuestra culpa ya se va olvidando? 17
El artículo no hace sino constatar en el inicio del nuevo siglo lo que otras mu-
chas voces habían expresado a lo largo del XVIII: que el traducir «se ha convertido
17 «Tribunal catoniano. Concluye el juicio del asesor segundo sobre los teatros», en El Rega-
ñón General, núm. 7, de 22 de junio de 1803: 49-56 (la cita en la p. 51). Es muy elocuente también
la extensa carta que publica el Correo de Madrid en 1790 (tomo VI, núm. 320: 2574b-2576a), que
arremete contra la «muchedumbre de sandios y pobretes traductores», la «chusma de hambrientos y
vanos traductores», «el enjambre de malos traductores que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, y
sin respetar los fueros de nuestra lengua, se atreven a ultrajarla […] y transformar en adefesios las
buenas obras extranjeras».
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 45
Sólo resta hablar algo de nuestra traducción. Bien creo que no faltará quien la des-
precie por ser del francés […]. Por lo que mira a ser traducción del francés, con ra-
zón debía temer que no fuese bien admitida por los que están justamente escarmenta-
dos con el diluvio de mezquinas traducciones; mas espero que cuando vean que he
procurado guardar en lo posible la índole de nuestra lengua y conservar en los versos
el estilo de nuestra poesía, no la confundan con las traducciones de a docena, donde
el estilo es frío, oscuro, sin gracia, sin armonía, con mil expresiones impropias, ex-
travagantes, inusitadas, y estropeada sobre todo la lengua castellana, que se mira ya
como inútil (Pellicer 1797: XXI-XXIII) 19.
18 Recuérdese también la «traductomanía» que denunciaba Vargas Ponce (1793: 40): «Pren-
dió luego en los ánimos el sabor de las traducciones […] hasta llegar por violentos grados a ser el
traducir un oficio, un comercio, una manía, un furor, una epidemia, una temeridad y avilantez».
19 Sobre las justificaciones de los traductores puede verse García Garrosa 1999.
46 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
hubiese extendido. Esta actitud fue afianzando a lo largo del siglo la idea de que la
traducción era equiparable con la creación en punto de dificultad, o que incluso,
como afirmaron algunos: «Es necesaria tanta habilidad para traducir bien, que es-
toy por decir que más fácilmente se hallarán buenos autores originales que buenos
traductores» (Feijoo 1760: 396) 20.
Después, en su práctica traductora, algunos mostraron una profesionalidad digna
de todo encomio, realizando un trabajo serio y riguroso previo a la traducción, que
repercutió en la calidad de las versiones que ofrecieron de textos de todas las len-
guas y géneros. No se trata aquí de esos «traductorcillos literales» de pane lucrando
tan denostados, sino de verdaderos profesionales de las letras y de la traducción,
que conocen los principios del arte de traducir porque han leído los manuales, tra-
tados o textos teóricos de las autoridades en la materia; que antes de emprender su
versión se preocupan por buscar la edición más fiable del texto que van a traducir,
que consultan y estudian las posibles versiones previas del original en castellano o
en otras lenguas para aprender de ellas o no incurrir en sus defectos; que se docu-
mentan sobre el autor o el texto traducido leyendo otros escritos de la materia y
obras de referencia para asimilar mejor el original; que a falta de material escrito
con el que ayudarse visitan talleres y consultan con especialistas del ramo en cues-
tión; y que no solo traducen, sino que desean además aclarar y enriquecer el texto
traducido, ayudar a su comprensión con notas que requieren un trabajo adicional
de consulta y elaboración.
Lógicamente, este género de traductores mereció el elogio general y vio reco-
nocido su papel en la historia literaria española, en el sentido amplio que este tér-
mino tenía en la cultura del siglo XVIII. En su Ensayo de una biblioteca española
de los mejores escritores del reinado de Carlos III, Sempere y Guarinos considera
que sin los traductores «no puede formarse un conocimiento exacto de nuestra lite-
ratura», y alaba tanto a los que tradujeron de las lenguas clásicas, pues «nadie pare-
ce que duda que deben contarse entre los literatos» (Sempere 1789: 229), como a
quienes lo hicieron de las lenguas vulgares, que, como se recordará por un pasaje
citado más arriba, modernizaron la lengua y purificaron el estilo del engolamiento
que había llegado a adquirir en el siglo anterior 21.
22 El más notable fue el intento del duque de Híjar de establecer en 1785 una Sociedad de
Traductores. Por su parte, Tomás de Iriarte redacta en 1779-1780 un Plan de una Academia de Cien-
cias y Buenas Letras, en el que destaca la importancia de los traductores: «Sé que en otros tiempos
se habló en Madrid de establecer una Academia de Traductores, y oí apuntar este pensamiento a mi
tío D. Juan de Iriarte. El fin de este cuerpo era utilísimo y lo será siempre, porque todas las naciones,
sin dejar de tener sus escritos originales, se han aprovechado de lo que han adelantado los de las
naciones extranjeras; y según una máxima cierta, el que no imita, jamás será imitado. […] Para que
se formen hombres de doctrina y gusto es menester adoptar lo bueno de los extranjeros, porque es
difícil que, de repente, adelantemos lo que ellos, sin imitarlos; y para esto sería preciso traducir bien
los mejores libros elementales. Ésta es nuestra mayor necesidad. No nos falta ingenio sino libros que
le guíen, le enriquezcan, le rectifiquen, y le abran sendas que él por sí solo no puede descubrir sin
ayuda del estudio. Esto está casi hecho entre los extranjeros: sólo resta trasladarlo a nuestro suelo,
alterando, quitando y añadiendo con libertad lo que convenga; de suerte que unos traductores juicio-
sos y no serviles, lejos de corromper nuestra lengua y hacernos en todo medio extranjeros, evitarían
la decadencia de nuestra literatura». Propone, en consecuencia, que se forme una Academia de Cien-
cias, de Buenas Letras, de Traductores y Mesa censoria, encomendando al cuerpo de traductores la
tarea de realizar «buenas traducciones de libros magistrales y útiles» (citado por Álvarez Barrientos
1994: 21-22).
23 Las cifras son siempre las ofrecidas por García Hurtado 1999: 40-41, quien reconoce el va-
lor relativo, aunque muy orientativo, de las mismas, pues solo en el 77% de los casos se ha podido
establecer la profesión del traductor.
24 Véase, entre otros estudios más concretos, centrados en autoras o géneros particulares, el de
López-Cordón 1996, que ofrece una visión de conjunto de la labor traductora de las mujeres.
48 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
dujeron obras de todos los géneros, desde libros de viajes a tratados de historia li-
teraria, de filosofía o de matemáticas, y por supuesto, obras literarias (poesía, tea-
tro, novela); pero su mayor interés se centró —como era esperable en el contexto
cultural en el que realizaron su tarea— en las obras educativas: tratados de educa-
ción para jóvenes, cartas y manuales con consejos para las mujeres en el momento
de tomar estado y entrar en el mundo, y novelas o relatos marcados igualmente por
el sello educador; unas obras de claro objetivo pedagógico que, a lo que sabemos,
estaban en buena medida determinadas por la constitución de un público lector fe-
menino emergente (véase Urzainqui 2006). Sabemos poco, en general, de la forma-
ción específica de estas mujeres traductoras, que estaban desde luego mucho más
lejos que sus colegas masculinos de algo parecido a una profesionalización en el
campo de la traducción. Pero su dedicación dejó logros más que notables y tuvo —
como ya se ha señalado aquí— el valor de ser un estímulo para las aspiraciones
literarias y traductoras de otras mujeres.
La tradición había ido perpetuando una serie de imágenes para referirse a quie-
nes traducían: el traductor como pintor o dibujante, que hace una copia del origi-
nal, como viajante que cambia de moneda al atravesar fronteras, como criado que
transmite fiel o torpemente un mensaje de sus amos, etc. Todas ellas tienen en co-
mún el asignar al traductor el papel de intermediario. Pero no solo lo fueron los
traductores dieciochescos en el sentido de meros transmisores de un mensaje aje-
no, ejerciendo una función que les exigía, si la cumplían con propiedad, el renun-
ciar a la voz propia. También fue usual en el siglo XVIII la metáfora del jardinero
que trasplanta flores y frutos de un huerto a otro, que aclimata en un terreno nuevo
plantas de otras latitudes; o la del comerciante, que favorece la circulación de pro-
ductos de todo tipo entre los diversos países. ¿Qué mejores imágenes en un siglo
cosmopolita que vio en el tráfico y el intercambio entre las naciones el mejor me-
dio de progreso y enriquecimiento mutuo?
Los traductores han sido en todas las épocas y en todos los contextos los inter-
mediarios culturales por excelencia. No podían serlo menos en el siglo XVIII, cuando
la traducción se convirtió en el nexo privilegiado que unió de la manera más sólida
y fructífera posible España al resto de Europa, estableciendo un canal por el que
circuló lo mejor de lo que el ingenio humano había producido en todos los países.
Aun cuando su trabajo fuera tantas veces cuestionado porque los resultados no es-
taban a la altura de lo esperado, pocos pudieron negarles a los traductores su valor
como agentes de un comercio de ideas y de saberes que dotaron a España de obras
absolutamente necesarias para la renovación y el progreso en todos los campos. De
ellas se ocuparán las páginas siguientes.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 49
4. LAS TRADUCCIONES
ble es, sin duda, el de la traducción de la célebre Histoire des Deux Indes de
Guillaume-Thomas Raynal, vinculado al grupo de los filósofos franceses. La ver-
sión española fue publicada por el duque de Almodóvar —que usó el anagrama
Eduardo Malo de Luque—, con el título Historia política de los establecimientos
ultramarinos de las naciones europeas (1784-1790) y numerosos cambios, redu-
ciendo los diez volúmenes del original a cinco, suprimiendo todo o casi todo lo
relativo a la acción de los españoles en América, que en la versión original era pre-
sentada de modo muy crítico, y omitiendo el nombre del autor principal, puesto
que la obra estaba prohibida por la Inquisición (véase García Regueiro 1982).
En otro ámbito, cabe decir que también la traducción de libros de pensamiento
filosófico, político y económico contribuyó al desarrollo moderno del pensamiento
económico y político en la España del siglo XVIII. Propiciadas en determinados
casos por el gobierno y por las Sociedades de Amigos del País, estas obras, a pesar
de la sospecha que pesaba sobre ellas de introducir doctrinas perniciosas o dema-
siado progresistas, pudieron traducirse y circular libremente, siendo algunas de ellas
establecidas como manuales en varios establecimientos de enseñanza superior. Las
fuentes extranjeras, en este ámbito, son variadas 25. Por un lado, el pujante pensa-
miento económico inglés, representado principalmente por The Nature and Causes
of the Wealth of Nations de Adam Smith: la Investigación de la naturaleza y cau-
sas de la riqueza de las naciones fue traducida por José Alonso Ortiz y publicada
en 1794, convenientemente retocada, pues ya había sido prohibida por la Inquisi-
ción. Poco antes (1792) se había traducido el compendio de la misma obra hecho
por el marqués de Condorcet. El pensamiento filosófico inglés, dominado en el si-
glo XVIII por el empirismo de Locke y de Hume, si bien fue conocido en España
tuvo dificultades para ser aceptado por su novedad frente al pensamiento tradicio-
nal. Su presencia es más bien indirecta, gracias a reelaboraciones hechas en Fran-
cia y otros países. Tal es el caso del Verdadeiro método de estudar del portugués
Luís António Verney, llamado el Barbadinho, que propugnaba una reforma de la
lógica y de la metafísica, oponiéndose al aristotelismo dominante: fue traducido,
tras vencer los obstáculos de la censura, por Juan Maymó en 1760. También en la
línea del sensismo lockiano hay que situar al pensador francés Étienne Bonnot de
Condillac, cuya Lógica o primeros elementos del arte pensar apareció en castella-
no en 1784 gracias a Bernardo M.ª de Calzada, traductor profesional, aunque con
ciertas implicaciones ideológicas que le acarrearon más de un disgusto con la cen-
sura. Años más tarde (en 1794), un pensador político y económico como Valentín
de Foronda dio una nueva versión del texto de Condillac en forma de diálogo. Poco
25 Véanse sobre el particular los trabajos de Llombart 2004 y Reeder 1973 y 1978, y para ini-
cios del siglo XIX el de Cabrillo 1978.
52 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
europeo en el siglo XVIII pertenece, sobre todo, al ámbito del derecho y la legisla-
ción. Fue celebérrimo, alabado por unos y denostado por otros, el tratado Dei delitti
e delle pene de Cesare Beccaria: aunque la traducción española que se publicó con-
taba con la licencia del Consejo de Castilla en 1774 (obra de Juan Antonio de las
Casas), fue prohibida por la Inquisición tres años más tarde. Semejante suerte le
cupo a la Ciencia de la Legislación del jurista italiano Gaetano Filangieri: fue pro-
hibida al poco tiempo de su publicación (1787-1789).
Sin salir del campo de las humanidades, pueden mencionarse también aquí el
conocimiento, difusión y circulación de textos extranjeros relativos a la poética y a
la retórica 27. Aun cuando algunos de los principales tratados franceses e italianos
sobre literatura y arte fueron conocidos muy pronto en España, sus traducciones
son bastante tardías. Así, las Riflessioni sul buon gusto de Ludovico Antonio
Muratori, de 1708, no se tradujeron al español hasta 1782 por Juan Sempere y
Guarinos (Reflexiones sobre el buen gusto en las ciencias y en las artes), aun cuan-
do ya Mayans en 1732 las había leído y apreciado (véase Froldi 1999). Lo mismo
cabe decir de la más célebre de las poéticas clasicistas, la de Boileau, cuya primera
traducción, realizada por Juan Bautista Madramany, se demoró hasta 1787; en los
primeros años del siglo XIX aparecieron otras dos versiones, debidas a Juan Bau-
tista de Arriaza (1807) y a Pedro Bazán de Mendoza (1817). Ya se han menciona-
do más arriba, por la polémica que suscitaron y los piques entre los traductores,
dos de las obras más significativas del género: los Principios filosóficos de la Lite-
ratura de Batteux, y las Lecciones sobre la Retórica y las Bellas Letras, de Hugh
Blair, traducidos respectivamente por Agustín García de Arrieta en 1797-1805 y
José Luis Munárriz en 1798-1801 (véase Urzainqui 1989).
En cuanto a la literatura pedagógica, de tanta raigambre en el siglo XVIII, aparte
de varias obras que adoptaron la forma del relato y se mencionarán más adelante,
conviene recordar, por su presencia e influjo, la producción de Charles Rollin, so-
bre todo el Traité des études que tradujo Catalina de Caso con el título de Modo de
enseñar y estudiar las bellas letras para ilustrar el entendimiento y rectificar el
corazón (1755, 4 vols.), añadiendo diversas consideraciones morales, como bien
deja entrever el título.
Un terreno muy específico y que, según se ha apuntado más arriba, presentaba
no pocos problemas era el de la traducción de obras científicas y técnicas 28. Una
1997, Checa 1998 y Jacobs 2001, son las precisiones en cuanto a presencia de teóricos extranjeros
en Aradra 1999 y 2001, y Urzainqui 1997.
28 Es amplia la bibliografía sobre traducciones en los campos de las ciencias, la técnica y la econo-
mía. Pueden consultarse, entre otros, los trabajos de Aguilar Piñal 2006, Garriga 1998, Gómez de Enterría
1999, Lépinette & Sierra 1997, Llombart 2004, Reeder 1973 y 1978, Riera & Riera 2003, y Roig 1995.
54 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
parte de esa literatura científica estuvo representada en el siglo XVIII por enciclo-
pedias o diccionarios especializados. No se hizo traducción completa de la más am-
biciosa de estas producciones, la Encyclopédie dirigida por D’Alembert y Diderot,
que tuvo una enorme difusión europea; aunque prohibida por la Inquisición desde
1759, pudo ser importada legalmente gracias a los permisos concedidos a ciertas
sociedades científicas y culturales por su utilidad en el campo de las artes mecáni-
cas, las ciencias y los oficios (véase Sarrailh 1957 y 1964: 295-301, y Anes 1970).
Algunos préstamos, sin embargo, se han hallado en la obra de Antonio de Capmany,
quien utilizó varios artículos de retórica y literatura para construir su Filosofía de
la elocuencia y, por el otro, sacó partido del artículo «Gallicisme» para algunos
aspectos de su Arte de traducir del idioma francés al castellano 29. También debe
vincularse si no al texto al espíritu de la Encyclopédie el magno proyecto concebi-
do por Campomanes de traducción de unos setenta tratados franceses sobre artes y
oficios, que estaban siendo publicados por la Academia de Ciencias de París entre
1761 y 1782. Tal proyecto, incluido en su ya citado Apéndice a la educación popu-
lar, de 1776, no llegó lamentablemente a realizarse 30. Mayor presencia tuvo en Es-
paña la Encyclopédie méthodique, en particular por la polémica que produjo el ar-
tículo «Espagne» incluido en uno de los volúmenes dedicados a la geografía; dicha
polémica no impidió finalmente la circulación del texto, y en 1788 el impresor ma-
drileño Antonio de Sancha iniciaba la publicación, con todas las aprobaciones y
censuras necesarias, del diccionario, del que aparecieron diez volúmenes entre ese
año y 1794 31.
Las ciencias naturales, en las que se centró el interés de la época, son tal vez
las mejor representadas, empezando por la Historia natural del hombre del conde
de Buffon, de la que se hizo en 1773 una primera versión abreviada, obra de Alonso
San Fernando; II: Historia natural de los animales por Gregorio Manuel Sanz y Chanas; III: Histo-
ria de las aves por Joseph Mallent; IV-V: Arte militar por Luis Castañón; VI-VII: Geografía por
Juan Arribas y Julián de Velasco; VIII: Artes académicas por Baltasar de Irurzun (Arte de la equita-
ción) y Gregorio Manuel Sanz (Arte de baile, esgrima y nadar); IX-X: Fábricas, artes y oficios por
Antonio Carbonel. Sobre la circulación del texto en España véase Anes 1978, Donato 1992a y 1992b,
y Jalón 1998; y sobre los contenidos de algunos de los volúmenes, Checa 1999 y Floeck 1991.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 55
Ruiz de la Piña, y a partir de 1786 otra versión completa, realizada por José Clavijo
y Fajardo, empleado del Real Gabinete de Historia Natural, que se prolongó hasta
1805 y abarcó 21 volúmenes 32. La fama alcanzada por Buffon propició que en los
años siguientes se tradujeran otras obras relacionadas con el naturalista, como la
Vida del conde de Buffon hecha por José Miguel Alea (1797) o el Espíritu del con-
de de Buffon traducido por Tiburcio Maquieyra (1798). También se tradujeron al-
gunas obras de divulgación de la historia natural, como las Lecciones o elementos
de historia natural por preguntas y respuestas para el uso de los niños (1795) de
Cotte, o las Conversaciones de un padre con sus hijos sobre la historia natural
(1802-1803) de Jean-François Dubroca, traducidas por Manuel M.ª Ascargorta. Pero
no solamente las ciencias naturales fueron objeto de atención por parte de los tra-
ductores. También la física y la química, ciencias en plena expansión en el siglo
XVIII, fueron objeto de traducciones, con el consiguiente problema añadido —como
se ha evocado más arriba— de la constitución de una nomenclatura en español. En
cuanto a la medicina, no pocos de los textos traducidos procedían de Inglaterra.
Así, se tradujeron el Ensayo sobre el método de conservar la salud de los soldados
(1768) de Donald Monro, La medicina doméstica (1785) de George Buchan, el Tra-
tado de las úlceras de las piernas (1791) de Michael Underwood, la Farmacopea
quirúrgica de Londres (1797) de Robert White o el manual de Cirugía (1798) de
Benjamin Bell.
4.2.1. Poesía
32 La traducción de Clavijo se reeditó a mediados del siglo XIX (1844-1847); algunos años
antes había aparecido una nueva versión con el título de Obras completas, impresa en Barcelona por
Bergnes de las Casas (1832-1835); véase Josa 1989 y 1991.
33 Contienen alusiones a traducciones de textos poéticos los estudios generales sobre la poesía
del XVIII realizados por Aguilar Piñal 1996, Arce 1981: 36-91 y Checa, Ríos & Vallejo 1992.
56 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
34 Para las traducciones de los clásicos siguen siendo de gran utilidad las obras de Menéndez
Pelayo, Bibliografía hispano-latina clásica y Biblioteca de traductores españoles.
35 No habría que olvidar, aunque pertenecen al campo de la prosa, las traducciones que Ranz
Romanillos hizo de las Vidas paralelas de Plutarco (1782) y de varias cartas y discursos de Isócrates
(1789): véase Pérez Rioja 1962.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 57
versos (si es que tradujo más), mientras que Jovellanos terminó el canto I, y parece
que intentó seguir con la traducción. De hecho, las primeras versiones íntegras per-
tenecen a principios del siglo XIX, y se deben al canónigo Juan de Escoiquiz
(Bourges, 1812) y al fiscal Benito Ramón de Hermida (Madrid, 1814). Y son muy
distintas: la de Escoiquiz fue hecha a partir de la traducción francesa de J. Delille y
contiene numerosos cambios de tipo ideológico; la de Hermida está traducida di-
rectamente del inglés y es más fiel al texto de Milton 36. También fue conocido y
traducido otro de los más célebres poemas religiosos del XVIII, La Religion de Louis
Racine, hijo del dramaturgo, al que más arriba se ha aludido por provocar otra de
las grandes disputas traductológicas del XVIII español: el mismo año de 1786 apa-
recieron las versiones de Bernardo M.ª de Calzada 37 y de Antonio Ranz Romanillos.
Poco aportó la poesía francesa a la española en el siglo XVIII. El carácter
clasicista de la mayor y mejor parte de esa poesía resultaba poco novedoso y a lo
sumo, relativamente interesante por la personalidad de los autores. Es el caso de
Voltaire, algunos de cuyos poemas breves traducidos o no llegaron a publicarse o
lo hicieron perdidos en el interior de obras vagamente relacionadas con él 38. En
cuanto al poema épico de La Henriade, las versiones que se publicaron lo fueron
tardíamente: en 1816 por Pedro Bazán de Mendoza y en 1821 por José Joaquín de
Virués; es anterior, de 1800, una versión de José Viera y Clavijo, que permanece
inédita. También tardía es la traducción en prosa del poema burlesco La Pucelle
d’Orléans (1824). Con todo, un subgénero que tuvo cierta aceptación en España
fue la heroida, que si bien no es estrictamente francés —su primera formulación se
remonta a Ovidio— fue en la Francia de mediados de siglo donde tomó nuevos
aires. Especie de elegía o epístola heroica, la heroida expresa pasiones y sentimien-
tos de manera subjetiva y sincera, usando la primera persona. Aparte de algunas
traducciones aisladas, se publicaron en España, a principios del siglo XIX, dos co-
lecciones distintas de heroidas traducidas del francés (en 1804 y en 1807). Contie-
nen poemas de Blin de Sainmore, Chamfort, Colardeau, Dorat (el más representa-
do), La Harpe y otros autores, y los personajes que hablan —sacados de la historia,
la leyenda o la literatura— son tan conocidos como Caín, Calipso, Sócrates, Safo,
Ovidio, Catón, Séneca, Armida, el conde de Cominges o Barnevelt (véase Saura
2002). Más novedosa fue considerada la poesía hecha en Inglaterra, en particular la
poesía ossiánica, de imágenes brillantes y grandiosas, evocadora de un pasado rudo
36 Véanse el estudio de ámbito general de Pegenaute 1999 y los dedicados a las traducciones
de Jovellanos (Álvarez Buylla 1963) y de Escoiquiz (González Ródenas 1997).
37 Puesto que de traducción de poesía se trata, puede añadirse que Calzada dio también una
(1788-1789).
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y lírico a la vez, tuvo una aceptación inmediata en toda Europa occidental, así como
la poesía nocturna, de acentos prerrománticos. La superchería literaria de James
Macpherson conoció pronto dos traducciones: la primera fue la del abogado José
Alonso Ortiz, que en 1788 incluyó la versión de dos poemas en un volumen que
tituló Obras de Ossian, poeta del siglo tercero en las montañas de Escocia, con
una versión doble: traducción literal en prosa y reescritura más libre en verso; y la
segunda en 1801, obra de Pedro Montengón, la cual, no obstante el título (Fingal y
Temora, poemas épicos de Osián, antiguo poeta céltico), presentaba solo el primer
poema, traducido en verso endecasílabo blanco y acompañado de amplio prólogo y
numerosas notas. Parece ser que la versión no se hizo directamente del inglés, sino
de una traducción del italiano Cesarotti, el prólogo del cual reproduce Montengón
en su libro 39. En otro registro, aunque igualmente atractivo, se presentaba Edward
Young, conocido sobre todo por sus poesías sobre la noche que habían de tener
tanta aceptación en toda Europa. En España fue pronto conocido, citado, elogiado
e imitado por Cadalso y Meléndez Valdés en el siglo XVIII, y por María Gertrudis
de Hore y el conde de Noroña en el XIX (véase López García 1991). Con todo, las
traducciones de las obras de Young fueron pocas y tardías: aparte de una prosifi-
cación del poema El Juicio final, hecha por Cristóbal Cladera en 1785, la única
traducción de conjunto es la que realizó Juan de Escoiquiz con el título Obras se-
lectas de Eduardo Young, expurgadas de todo error y traducidas del inglés al cas-
tellano (1789-1790, con reediciones en 1797 y en 1804, todas en 3 vols.). Y tam-
bién conviene recordar la traducción de las Estaciones del año de James Thomson,
realizada por Benito Gómez Moreno en 1801. Del ámbito germánico llegó la voz
del suizo Salomon Gessner, quien con sus idilios proponía una poesía intimista y
sincera: aun cuando algunos de sus poemas ya aparecieron en 1788 en el Correo de
Madrid, hubo que esperar a finales de siglo para tener dos versiones distintas de
sus Idilios, por Juan López (1797) y por Manuel A. Rodríguez (1799). También de
Gessner, aunque pertenece a otro registro, se tradujo el «poema moral» La muerte
de Abel (en 1785, por Pedro Lejeusne).
4.2.2. Narrativa
constituir una colección española de novelas y cuentos a partir de una célebre serie francesa. De
Pablo de Olavide se ha ocupado preferentemente M.ª J. Alonso Seoane en varios artículos apareci-
dos de diez años a esta parte, descubriendo nuevas fuentes; era ya más conocida, pues se indica en
la portada, la del Gil Blas de Santillana de Lesage traducido por el padre Isla, una de las más contro-
vertidas versiones narrativas del siglo (véase Husquinet 1980, Álvarez Barrientos 1991: 94-100); van
apareciendo nuevas e insospechadas fuentes para relatos que se creían originales de Trigueros, de
García Malo y de otros autores. Esas fuentes son generalmente francesas, aunque no hay que olvidar
la conexión inglesa, directa o indirecta. Después del estudio de conjunto de Suárez 1978, quien más
ha trabajado en este sentido es sin duda E. Pajares, partiendo de su tesis sobre Richardson y descu-
briendo también presencias en autores como Montengón en quien se habían detectado ya reminis-
cencias de la novela rusoniana.
41 Acerca de la difusión española de la obra de Fénelon véanse los estudios contenidos en
Minerva 2003.
60 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
45 Véanse los estudios de García Garrosa 1991, 1992 y 1996, así como el de Alonso Seoane
2002, en el que se recogen aportaciones publicadas con anterioridad.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 63
4.2.3. Teatro
46 Sobre la tragedia francesa en España el estudio más completo es el de Ríos Carratalá 1997.
47 Un panorama reciente de la recepción de Racine puede verse en Tolivar 2001.
64 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
que no se publicarían hasta mucho más tarde. De la tragedia bíblica Esther se co-
nocen varias traducciones y adaptaciones de finales de siglo y principios del XIX:
la de Juan Clímaco Salazar (como Mardoqueo), la del padre José Petisco y, aunque
anónimas, las atribuibles a Félix Enciso Castrillón y a Luciano Francisco Comella.
Entre los trágicos de XVIII Voltaire, a pesar de la prohibición inquisitorial de sus
obras de 1762, alcanzó extraordinaria difusión. Menos representado que el de Racine,
su teatro gozó de distintas traducciones, la mayoría impresas. También es cierto
que, a menudo, los traductores se guardaron de mencionar el nombre del autor ori-
ginal; y, por otra parte, el contenido filosófico de las piezas hizo que algunos tra-
ductores introdujeran modificaciones. Así, Alzire se convirtió en El triunfo de la
moral cristiana en la versión de Bernardo M.ª de Calzada (1788) y en La Elmira
en la de Juan Pisón y Vargas (1788), mientras que Zaïre, considerada la obra maes-
tra de Voltaire, conoció títulos como Combates de amor y ley (1765) y La fe triun-
fante del amor y cetro (1784) 48, en versiones, respectivamente, de cierto Juan Fran-
cisco del Postigo y de Vicente García de la Huerta. De esta misma tragedia hay, de
hecho, una primera versión por Margarita Hickey, anterior a 1759, que permanece
inédita, otra traducción por Fulgencio Labrancha (1768), y la estrenada en 1771 y
atribuida a P. de Olavide. Otras tragedias de Voltaire se tradujeron en la época en
ocasiones por personajes tan conocidos como Tomás de Iriarte u Olavide. El pri-
mero dio para el teatro de los Reales Sitios una versión del Orphelin de la Chine,
aunque no la publicó hasta 1787 en una colección de sus obras. Por su parte, Olavide,
además de la versión citada de Zaïre (La Zayda), representada y publicada en dife-
rentes ocasiones, dio otras dos versiones volterianas que no llegaron a editarse:
Casandro y Olimpia (de Olympie) y Merope, tragedia traducida igualmente por José
Antonio Porcel (1786). Otras tragedias volterianas traducidas en la época fueron
Tancredo, que Bernardo de Iriarte, hermano de Tomás, escribió en 1765 para una
fiesta palaciega en Madrid; La muerte de César, publicada en 1791 por Mariano
Luis de Urquijo, con el nombre de Voltaire en la portada (algo totalmente inédito)
y Semíramis, que tras una versión de Lorenzo M.ª de Villarroel, marqués de Pala-
cios, que permanece inédita, fue adaptada, reduciéndola a un solo acto, por el dra-
maturgo Gaspar Zavala y Zamora, y puesta varias veces en escena. Aparte de los
tres grandes, otros trágicos franceses fueron conocidos en España gracias a las tra-
ducciones, aunque no siempre las piezas llegaron a representarse y ni siquiera a
publicarse. Puede recordarse a Crébillon padre, cuyo Rhadamiste et Zénobie cono-
ció dos traducciones, por Antero Benito y el ya citado Zavala; a Gresset, de quien
Valladares de Sotomayor tradujo el Eduardo III; a J.-F. de La Harpe, dos de cuyas
tragedias, Les Barmécides y Le comte de Warwick fueron puestas en castellano por
48 A partir de la segunda edición llevó el subtítulo de Xayra, con la que se la conoce usualmente.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 65
José Viera y Clavijo; a Legouvé, autor de una muy citada Muerte de Abel, que co-
noció dos versiones (por Antonio de Saviñón y Magdalena Fernández Figuero); a
Lemercier, de quien Eugenio de Tapia vertió el Agamenón; a Lemierre, de quien,
además de la Hipermenestra traducida por Olavide, se conoció la más famosa Veuve
du Malabar, que en la versión de Zavala llevó el título de El imperio de las cos-
tumbres; a Alexis Piron, que, además del Gustavo en traducción de M. Maestre,
fue conocido por su Hernán Cortés en versión del duque de Medina Sidonia; a N.
Pradon, rival de Racine, a quien se debe el original del Bayaceto de Ramón de la
Cruz (Tamerlan ou la mort de Bajazet), y a otros.
En el subgénero comedia también se puede observar el intento de dar con las
traducciones un ejemplo a seguir en la renovación de la escena española y, en par-
ticular, como una fórmula dramática que pudiera sustituir con éxito a la comedia
áurea, género que algunos consideraban obsoleto. Dejando a un lado el debate que
se produjo en torno a una y otra concepción teatral, lo cierto es que un número nada
desdeñable de comedias francesas pertenecientes a la estética clásica, «regulares»
como se decía en la época, fue traducido, representado y publicado 49. A la cabeza
de esta presencia hay que colocar a Molière, comediógrafo enormemente citado y
puesto como modelo. Aunque existe una temprana adaptación de una pieza del au-
tor francés (el sainete El labrador gentilhombre, compuesto con varias escenas del
Bourgeois gentilhomme y representado en una función palaciega en 1680), su pre-
sencia arranca a mediados de siglo con la traducción de El avariento por Manuel
de Iparraguirre (1753). Casi cincuenta años más tarde apareció otra versión de la
misma comedia, publicada en la colección Teatro Nuevo Español (1800) y realiza-
da por Dámaso de Isusquiza, quien llevó a cabo todo un trabajo de «españolización»
de la pieza. Una de las traducciones más notables, por la calidad del traductor y por
las circunstancias en las que se dio, fue la del Tartuffe realizada por Cándido M.ª
Trigueros con el título de Juan de Buen Alma (también conocida como El gazmo-
ño), estrenada en Sevilla en 1768 y prohibida por la Inquisición en 1779. Se ha
atribuido al censor Santos Díez González una traducción de Anfitrión estrenada en
1802; mientras que Ramón de la Cruz transformó Georges Dandin en sainete (El
casamiento desigual o los Gutibambas y Mucibarrenas), con notables cambios. Con
todo, las traducciones más interesantes pertenecen a principios del siglo XIX: El
hipócrita (Tartuffe) de Marchena es de 1810; su Escuela de las mujeres, así como
El enfermo de aprensión (Le malade imaginaire), traducida por Alberto Lista, son
de 1812; y las célebres versiones de Moratín La escuela de los maridos y El médi-
co a palos (Le médecin malgré lui) son también de los años 1812-1814 50. Si el
teatro de Molière contó con una nutrida representación en las tablas y en la edición
española, no ocurrió lo mismo con otros autores que tanto en su época como en la
actualidad son considerados dramaturgos de primera línea. Los casos de Marivaux
y Beaumarchais son, en este sentido, ejemplares. De hecho, solo se conocieron en
español dos traducciones completas de textos marivaudianos: La escuela de las
madres, programada por la compañía de los Reales Sitios, de traductor desconoci-
do, representada luego en los teatros públicos a partir de 1779 e impresa en varias
ediciones a finales de siglo; y La viuda consolada (procedente de La seconde
surprise de l’amour), estrenada en 1801, anónima e inédita. Lo demás que circuló
de Marivaux fueron adaptaciones a sainetes por obra de Ramón de la Cruz, con los
inevitables cortes y modificaciones: El viejo burlado (L’école des mères), El here-
dero loco (L’héritier de village) y El triunfo del interés (Le triomphe de Plutus).
Peor suerte le cupo al teatro de Beaumarchais. Aunque el personaje fue conocido
en España por su viaje a Madrid y su disputa con Clavijo y Fajardo, con anteriori-
dad a 1808 solo se hizo una traducción del Barbier de Séville por Manuel Fermín
de Laviano con el título La inútil precaución (representada en 1780) 51.
Otros autores y modalidades cómicas francesas estuvieron presentes en Espa-
ña. De Jean-François Regnard, el mejor de los seguidores de Molière, se tradujeron
Le joueur, obra de P. de Olavide y representada desde principios de los años 1770
con los títulos El jugador o daños que causa el juego y Malos efectos del vicio y
jugador abandonado, El heredero universal por Clavijo y Fajardo, El distraído por
Félix Enciso Castrillón, y Citas debajo del olmo de José M.ª de Carnerero (1801).
De Philippe Néricault Destouches, representante de la comedia de carácter, Tomás
de Iriarte tradujo para el teatro de los Reales Sitios El malgastador y El filósofo
casado en una línea teatral que iba a ilustrar más tarde con sus comedias originales
El señorito mimado y La señorita malcriada; de la primera se conservan varias edi-
ciones sueltas, mientras que El filósofo casado, del que también hay sueltas, fue
incluida por Iriarte en la colección de sus obras por estar en verso. En cuanto a otra
comedia célebre de Destouches, Le glorieux, gozó de varias traducciones realiza-
das por escritores de fama: Clavijo y Fajardo, que la tituló El vanaglorioso, y ya a
principios de siglo, Valladares y Enciso, que le dieron curiosamente el mismo títu-
lo (El vano humillado).
Otra modalidad dramática de gran éxito en Francia y que también cruzó la fron-
tera fue la ópera cómica, emparentada por su forma con la zarzuela, que recibió en
50 Son varios los estudios sobre la traducción y recepción de Molière en la época, entre ellos
ras 1992.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 67
52 Sobre este género y sus conexiones con sus modelos franceses, véase García Garrosa 1990
y 1997, y Pataky 1977.
68 MARÍA JESÚS GARCÍA GARROSA / FRANCISCO LAFARGA
la obra más representada. También alcanzó gran éxito Un curioso accidente, tradu-
cida como El prisionero de guerra o un curioso accidente en prosa por Domingo
Botti, y versificada luego por Fermín del Rey. De doble adaptación gozó también
otra obra célebre de Goldoni, La vedova scaltra: la primera, en verso, por Vallada-
res en 1778 (como La viuda sutil) y la segunda, en prosa, por José Concha diez
años más tarde (como Las cuatro naciones o viuda sutil). La fama de Goldoni hizo,
como se ha visto, que se realizaran varias versiones de la misma comedia, en oca-
siones con el mismo título y, en el mejor de los casos, con subtítulo diferenciador;
por otra parte, en los documentos relativos a la representación (anuncios, papeles
de los archivos teatrales, textos manuscritos de las piezas), las confusiones y las
atribuciones a uno u otro traductor son continuas, lo cual dificulta enormemente la
determinación de paternidad en la traducción; finalmente, algunas comedias se die-
ron con títulos distintos. Con todo, tales dificultades son buena muestra del grado
de penetración del teatro goldoniano en España y de la asimilación de que fue ob-
jeto por parte del sistema teatral español 54.
Otros autores italianos fueron conocidos y traducidos en España, aunque de
todos ellos el único que conserva fama en la actualidad es Vittorio Alfieri. Las tra-
gedias alfierianas —Mirra, Sofonisba, Virginia, La congiura de’ Pazzi—, que com-
binan el gusto clásico con una ideología liberal y progresista, circularon sobre todo
a principios del siglo XIX, en traducciones debidas en ocasiones a dramaturgos de
buen oficio, como Dionisio Solís y Antonio de Saviñón (véase Parducci 1942 y
Barbolani 2003).
Las presencias de otros teatros son casi testimoniales. De hecho, la mayoría de
las piezas inglesas y alemanas que se publicaron en España se tradujeron a partir
de versiones intermedias francesas. En el caso de Shakespeare, por ejemplo, hay
que tener en cuenta que la primera traducción directa no se publicó hasta 1798 (el
Hamlet por Leandro Fernández de Moratín), aunque eso no significó un cambio de
mentalidad y el fin del recurso a las versiones francesas, que siguieron utilizándose
durante, por lo menos, el primer tercio del siglo XIX. Moratín inició seguramente
su traducción en el periodo de su estancia en Londres (1792-1793), donde pudo
conocer directamente el teatro inglés. La edición de Hamlet, que salió en 1798 con
el nombre poético de Moratín (Inarco Celenio), iba acompañada de un prólogo, nu-
merosas notas y una interesante «Vida de Guillermo Shakespeare», donde Moratín
expresa con severidad su juicio de dramaturgo ilustrado y neoclásico ante el genio
desbordante y anárquico de Shakespeare. En el prólogo, Moratín justifica su tra-
ducción, que pretende sea fiel y alejada de las versiones francesas de La Place y Le
54 Sobre la recepción y traducción de Goldoni, tanto de su teatro musical como recitado, véase
Calderone & Pagán 1997, así como por Pagán 2003.
LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 71
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LA HISTORIA DE LA TRADUCCIÓN EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII 79
1. INTRODUCCIÓN
Dictionnaire royal anglais et français, Abel Boyer (1727), Dictionnaire italien, latin et français (1735),
Nouveau dictionnaire allemand et français (1774), Dictionnaire de l’architecture latin-français-
anglais-espagnol-italien de Roland de Virloyer (1770-1771).
2 El Spectator de Addison será inmediatamente traducido, entre 1714-1718, como Le Spectateur
ou le Socrate moderne, où l’on voit le portrait naïf des mœurs de ce siècle y reeditado hasta 1726.
No le faltan imitadores, como Marivaux (Spectateur français, 1721-1724) o Van Effen (Nouveau
spectateur français, 1725).
82 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
3 J. Texte, J.-J. Rousseau et les origines du cosmopolitisme littéraire, 1895, p. 121, citado en
West (1932: 334).
4 Véase, por ejemplo, la afirmación de Du Resnel en su prólogo a la traducción de Pope: «Soit
amour de nation, ou, comme il nous plaît de l’appeler, amour du bon goût, on nous accuse de vouloir
tout ramener au nôtre; et il faut avouer que l’air étranger, loin de nous plaire, est souvent un fâcheux
préjugé contre tout ce qui en porte le caractère» (citado en West 1932: 332).
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 83
politique: “je suis Anglais, et tout ce qui ne l’est pas est pour moi comme s’il
n’existait pas”» 5.
A mediados de siglo, el interés se desplaza hacia la producción alemana. Serán
de gran utilidad, para su difusión, sus valedores en Francia: Grimm, Diderot, Mercier,
Turgot y, muy especialmente, la futura reina María Antonieta. Su matrimonio en
1770 con el que más tarde será Luis XVI, permitirá que se reúna en torno a ella una
auténtica «colonia» alemana frecuentada por artistas y nobles de paso.
Contrariamente a la influencia británica, que despierta suspicacias entre los de-
tractores de los filósofos, el carácter germánico parece complacer a todos. Los filó-
sofos reconocen en autores como Lessing los valores que ellos mismos desearían
inculcar a la sociedad: tolerancia, ausencia de prejuicios, elogio de la burguesía y
de sus cualidades morales frente al carácter aristocrático y anquilosado de la cultu-
ra francesa. Sus adversarios, atraídos en primer lugar por su desprecio de la filosó-
fica Inglaterra, creen descubrir una Alemania idealista, edificante y moralista:
O, Germanie, nos beaux jours sont évanouis, les tiens commencent. Tu renfermes
dans ton sein tout ce qui élève un peuple au-dessus des autres, des mœurs, des talents
et des vertus! Ta simplicité te défend encotre contre l’invasion du luxe et notre frivolité
est forcée de rendre hommage aux grands hommes que tu produis! 6
Junto a estos embajadores, y desde finales del siglo XVII, numerosas revistas
jugarán un papel fundamental en la difusión de las obras extranjeras y en la intro-
ducción de nuevos modelos literarios. En Londres, según precisa Van Tieghem
(1967: 69-70), el cuartel general de los redactores, siempre a la caza de novedades,
es la Taberna del Arco Iris, punto de encuentro de pensadores, autores, traductores
y editores. Cita este autor como principales redactores a Rapin de Thoyras,
Desmaizeaux, Abel Boyer, de La Chapelle, Pierre Costes o Jean Le Clerc. De los
25 volúmenes de la Bibliothèque universelle et historique de este último, publica-
da entre 1686 y 1693, un 22% de los artículos están dedicados a Inglaterra.
En el XVIII toman el relevo la Bibliothèque choisie (27 volúmenes entre 1703
y 1713) y la Bibliothèque ancienne et moderne (29 volúmenes entre 1714-1727).
En ellas, Leclerc se consagra de manera muy especial a las reseñas, tanto de nove-
las como de obras filosóficas, poéticas y dramáticas. Pierre Bayle, en su Nouvelles
de la République des Lettres (creada en 1684) se dedica igualmente a comentar las
novedades editoriales. Prévost se lanza asimismo a la edición con su revista Le Pour
et le Contre, que publica casi ininterrumpidamente entre 1733-1740. El Mercure
de France y el Journal des Savants, pese a que tienen que silenciar toda informa-
7 Primera versión de Silhouette a la que seguirán varias más a lo largo del siglo, entre ellas
otra del mismo Silhouette en 1741.
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 85
2. LA TRADUCCIÓN LITERARIA
guas de origen— en el ámbito de la filosofía, la religión, las ciencias, el derecho, la historia, la geo-
grafía, o las bellas artes, remitimos a Van Hoof (1991: 61-65).
86 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
10 Cultivada entre otros por Prévost en Le Philosophe anglais, ou histoire de Cléveland, fils
naturel de Cromwell, écrite par lui-même et traduite de l’anglais (1875), o por Desfontaines, quien
en 1730 añadirá a la edición de la traducción de los Voyages de Gulliver una continuación —Le
nouveau Gulliver, ou voyage de Jean Gulliver— presuntamente traducida de un manuscrito inglés
(Barbier, 1875, t. 3).
11 Es tal la atracción por las obras novelescas que algunas llegan incluso a eclipsar el resto de
la producción literaria de sus autores. Así por ejemplo, pese a tener una sólida trayectoria como dra-
maturgo, Richard Cumberland figura en las fuentes consultadas solo por sus dos únicas novelas
Arundel (1798, Ducos) y Henry (1799, Ducos). Y está lejos de ser un caso aislado.
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 87
12 Martin (1970: 259) señala entre ellas los Amusements des eaux de Spa, de Pöllnitz (1734) y
Nouveaux amusements des eaux de Spa (1762), La belle Allemande de Bret (1745), Histoires galan-
tes de la cour de Vienne (1750), La Raison du temps, de Meray (1761), Mémoires d’un officier de
Saxe (1767), Le philosophe allemand (1769), Liebman de Baculard d’Arnaud, anécdota alemana con-
tenida en sus Épreuves du sentiment (1775), La destinée ou mémoires d’une dame de qualité (1776),
Sophie ou mémoires intéressans pour servir à l’histoire des femmes du dix-huitième siècle, atribuida
a Constant d’Orvillem (1779) y L’Homme-sans-façon de Jehin (1786).
88 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
exento de humor satírico, su obra despierta enorme interés, sobre todo en Voltaire.
El Essai sur la critique, traducido por primera vez en 1717, nuevamente en verso
por Du Resnel (1730) y más tarde por Silhouette (1736), es acogido con entusias-
mo entre los círculos intelectuales, del mismo modo que el Essai sur l’homme, como
comentábamos anteriormente. En 1746, Marmontel traduce The Rape of the Lock,
descripción satírica del mundo de los salones, bajo el título La Boucle de cheveux
enlevée.
Otro de los poetas más apreciados es Milton, aunque con un considerable in-
tervalo respecto a la publicación del original: el Paradis perdu, publicado en 1667,
no es traducido hasta 1729, en una versión bastante libre de Dupré de Saint-Maur y
será retraducido siete veces más hasta 1778, aunque la primera versión en verso
data de 1771-1774 (de Duduit de Maizières). El Paradis reconquis, por su parte,
aparece en 1730 (Pierre de Mareuil).
Entre las obras poéticas, podemos citar igualmente el Village abandonné de
Goldsmith, con una traducción, bastante fiel, de Campion (1770) y una muy libre
de Rutlidge, titulada Le Retour du philosophe (1772).
A partir de 1760 aparecen ya las primeras obras que marcan una ruptura con el
clasicismo y anuncian la nueva temática prerromántica en dos de sus principales
ejes. La exaltación de la naturaleza, por una parte, se manifiesta en las Saisons de
Thomson (1759, Mme Bontemps, reeditada siete veces hasta 1818), o en el idílico
marco que dibujan los Poèmes d’Ossian según Macpherson 13 (parcialmente tradu-
cidos entre 1761-1777 y presentados en su totalidad por Le Tourneur). Pese a que
la esencia de los supuestos bardos gaélicos y el mundo al que remitían los poemas
estaban notablemente falseados, tanto en la traducción inglesa como en la de Le
Tourneur, dichos poemas fueron ampliamente imitados a lo largo del siglo. Por otra
parte, la subjetividad atormentada y las meditaciones sombrías en torno a la muer-
te son inauguradas por Les Nuits de Young, libremente adaptadas en prosa por Le
Tourneur (Nuits d’Young, 1769) y reeditadas una veintena de veces hasta 1836. El
mismo Le Tourneur, traductor de otras obras de Young (Conjectures sur la
composition originale, 1770, Œuvres diverses 1770) se encargará de parafrasear y
adaptar al gusto francés Les tombeaux et Méditations de Hervey (1796). La fisono-
mía del romanticismo se configura ya prácticamente en todos sus rasgos gracias a
otro poema de gran éxito, la Élégie écrite dans un cimetière de campagne de Gray,
con quince traducciones al francés antes de 1800 y otras tantas en las siguientes
tres décadas.
13 Macpherson, que recibió el encargo de traducir al inglés las leyendas gaélicas de transmi-
sión oral que componían el corpus osiánico, se dedicó en realidad a inventar la mayoría de los poe-
mas, publicados entre 1760-1765.
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 89
blados de monstruos y vampiros. Tres son, pues, los ejes temáticos en torno a los
que se articula la novela inglesa del XVIII: (a) la novela de corte realista, que abar-
ca tanto obras de contenido filosófico como la crítica social, la novela satírica y la
picaresca, (b) la novela sentimental y sus ramificaciones en relatos didácticos y
moralizantes y (c) la novela gótica o de terror que, del mismo modo que ocurre con
la poesía, anuncia, hacia final de siglo, la estética del prerromanticismo.
14 Además de esta, solo otra obra más de Defoe (Histoire du diable, 1730) parece haber sido
traducida durante el siglo XVIII. De hecho, ninguno de los repertorios consultados contiene referen-
cia alguna a Moll Flanders, pese a que fue escrita en 1722.
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 91
Más ácida y mordaz es sin duda la crítica social que, desde el humor, realiza
Jonathan Swift. El Conte du tonneau es traducido en 1721 por Van Effen y de nue-
vo, ampliado con anotaciones del mismo Van Effen en 1732, y los Voyages de
Gulliver aparecen el mismo año de su publicación (1726) en La Haya y al año si-
guiente en París, en traducción de Desfontaines.
Esta pintura realista y satírica de la sociedad no puede eludir la crítica de las
desigualdades, de la afectación y de la hipocresía, campo abonado para que des-
punten en él héroes (o anti-héroes) como los que ya popularizara en España la tra-
dición picaresca y que en Francia habían sido muy apreciados durante todo el siglo
XVII. Ello explica sin duda el éxito de autores como Fielding, Tobías Smollet,
Arbuthnot o Sterne.
La fama de Fielding, que comienza con Joseph Andrews (1743, Desfontaines,
retraducida en 1807 por Lunier con el título Histoire, ou aventures de Joseph
Andrews et de son ami Abraham Adams), se consolida con la publicación de Tom
Jones (1751, La Place), que conocerá varias retraducciones: Tom Jones ou l’enfant
trouvé (1793, Davaux), Tom Jones (1804, Chéron) e incluso una curiosa adapta-
ción de T.P. Bertin (1789 y 1812) titulada Le Tom-Jones des enfants. De Fielding
tenemos también: tres versiones de Amélia 15, Jonathan Wild (1763, Picquet), Julien
l’apostat (1768, Kauffman) y las Mémoires du Chevalier de Kilpar (1769, DMCD).
Entre las obras de Tobías G. Smollet podemos citar: Sir William Pickle (1753,
Toussaint), Les Aventures de Roderick Random (1761), Voyages d’une famille
galloise (1792, Mlle R…), Fathom et Melvil (1798) y Les aventures de Sir Launcelot
Greaves (1824, M. de F).
John Arbuthnot, más conocido por sus estudios en matemáticas, aportará a la
literatura satírica el personaje emblemático de John Bull, popularizado en Le Procès
sans fin (1753, Velly). En 1775, aparece la Histoire de Martinus Scriblerus, de ses
ouvrages et de ses découvertes (Larcher). Aunque Barbier (1874, t. 2) le atribuye
la autoría a Pope, posiblemente porque las Memoirs of Scriblerus fueron impresas
en el segundo volumen de sus obras en prosa (1741), se trata realmente de una obra
colectiva de los miembros del Scriblerus Club (Swift, Pope, John Gay y especial-
mente de Arbuthnot), que crearon un autor de ficción al que atribuían diversos es-
critos satíricos y críticas dirigidas a los intelectuales de la época.
La obra de Laurence Sterne se sitúa entre esta tendencia de realismo y la nove-
la sentimental que examinaremos a continuación, ejemplificadas respectivamente
en sus dos obras más famosas. La primera de ellas es La Vie et les opinions de
15 Dos de ellas en el mismo año (1762), la muy libre versión de Mme Riccoboni (Amélia) y la
de Puisieux (Amélie), y una tercera, de traductor desconocido, en 1797 (Amélie Booth: histoire
anglaise).
92 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
16 Pese a que esta traducción se atribuye a Prévost, Cointre y Rivara (2006: 65) señalan que la
primera edición de la traducción de Paméla, publicada anónimamente, podría corresponder a Aubert
de La Chesnay des Bois.
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 93
Aunque es sobre todo el sector femenino de las letras el que se encarga de ase-
gurar la posteridad de este género, también Goldsmith sucumbe al parecer a la moda
de la novela sentimental con su Vicaire de Wakefield (1767, Mme de Montesson),
retraducida a inicios del XIX como Le Ministre de Wakefield (1802, Ymbert).
17 Cointre y Rivara (2006) recogen otra traducción, de 1800, con el título Mistriss Walter (Mme
de S***).
18 Posteriormente ambas traducciones de Deschamps se publican juntas como Simple Histoire,
19 Las obras de su hermanastra, Sarah Harriet Burney, cuya primera novela, Clarentine data
de 1796, serán traducidas a partir de 1815: Le Jeune Cléveland, ou traits de nature (1815 y 1819),
Le Naufrage (1816), Clarentine (1819, Elisabeth de Bon), Les voisins de campagne, ou le secret
(1820, madame d’Esmenard), y Miss Fauconberg (1825).
20 1777 es la fecha que indica Pigoreau en las páginas biográficas que acompañan a su reper-
torio, aunque en el mismo recoge Évelina, ou l’entrée d’une jeune personne dans le monde, de 1816,
mientras que Cointre y Rivara (2006) remiten a una traducción de 1784 de Griffet de la Baume.
96 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
21 De hecho, según afirma Lelièvre (1974: 257-259), buena parte de la producción alemana de
principios de siglo se nutre de las tragedias francesas clásicas, de Fénelon y de Boileau, y no es has-
ta 1770 cuando el teatro alemán adquiere una identidad propia.
22 Le fils reconnaissant (1771), Le Bon fils ou Antoine Masson (1773, Lemonnier), Le Bon fils
(1777, Abancourt), La pitié filiale (1781, Eberts), Le Bon fils ou le soldat parvenu (1782, Berquin),
L’amour filial (1786, du Rozoi) y Le Bon fils ou la vertu récompensée (1787, Villemain d’Abancourt).
23 Abbé Roman (1762), Abbé de Saint-Ener (1770), Villemain d’Abancourt (1776 y 1787),
Maupinot (1778) y una muy libre adaptación de Mme de Genlis, quien la incluye en 1779 en Théâtre
à l’usage des jeunes personnes.
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 99
des Grâces (1771, Mme d’Ussieux), Les Contes comiques (1771), Dialogues de
Diogène de Sinope (1772, Barbé de Marbois), Socrate en délire, (1772), Le miroir
d’or ou les rois du Chéchian, histoire véritable (1773), Obéron. Poëme (trad. libre
en verso, 1784, F. de Boaton), Petite chronique du royaume de Tatoïabe (1798),
Histoire du sage Danichunend, favori du sultan Scha-Gebal et des trois Calenders,
ou l’égoïste et le philosophe (1800), Le Tonneau de Diogène (1802, «imitado» del
alemán por Fresnais), Les Grâces (1803, M.H), La vie, les Amours et les Aventures
de Diogène le cynique, surnommé le Socrate fou, écrites par lui-même supuesta-
mente «traducido del griego por Wieland» (1819, Baron de H.) y Oberon ou un
moment d’oubli (trad. libre, 1824, Ludwig de Sabaroth).
Cabe señalar que se trata en ocasiones de adaptaciones «noveladas» de origi-
nales en verso. Como señala Martin (1970: 258), numerosas obras alemanas —poe-
mas narrativos, epopeyas, fragmentos líricos o elegíacos en prosa— son remodeladas
en la traducción en forma novelesca o de cuento: La Messiade de Klopstock (1769,
Antelmy) y L’Arminius de Schönaich, se convierten en epopeyas en prosa. Las
Fables de Lessing (1764), de Lichtwer (1763), las Satires de Rabener (1754) pier-
den igualmente su forma poética. Es también el caso de la mayor parte de las obras
en verso de Wieland y de casi toda la obra de Gessner 24.
La traducción de poemas plantea, en efecto, graves problemas a los traducto-
res. Aun cuando se critica con frecuencia la traducción en prosa de originales en
verso, no es fácil superar las barreras técnicas que conllevan las diferencias de usos
métricos. Con el fin de ceñirse a la transmisión del contenido sin forzar la expre-
sión poética, la mayoría de los traductores optan por soluciones intermedias, como
la de la prosa poética o la del verso libre, cuando no por recursos altamente imagi-
nativos, aunque poco prácticos, como el que proponía Baudus, director del
Spectateur du Nord en su traducción de la primera oda de Klopstock: die Sonne
und die Erde:
Pour enrichir notre langue des bons poèmes allemands, ou plutôt pour les faire
connaître aux Français, ne pourrait-on pas réunir deux genres qui, n’étant proprement
ni l’un ni l’autre une traduction, en produiraient cependant tout l’effet? Je veux dire
une traduction en prose et une imitation en vers (citado en Hazard 1913: 29-30).
Según Hazard, Baudus se entrega así a una triple tarea: traduce la oda literal-
mente una primera vez, colocando bajo cada palabra alemana una palabra en fran-
cés, la reescribe a continuación en prosa y, por último, en verso.
24 Daphnis (1756), La Mort d’Abel (1760, 1761 y 1775, Huber), Idylles et poèmes champêtres
(1762, Huber), Daphnis et le premier navigateur (1764, Huber), Le premier marin (1764), Les
Pastorales (1766, Huber y Turgot) y Contes moraux et nouvelles idylles (1773, Meister).
102 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
Salvo dos representantes de una generación anterior (Loen, con L’homme juste
à la cour ou les mémoires du C.D.R y Pfeil, L’Homme tel qu’il est ou mémoires du
comte de P***, ambas traducidas en 1771 por Madame de Rome), en general, se
trata de autores contemporáneos a los traductores y las traducciones son publicadas
casi inmediatamente después del original.
En la línea de la novela burguesa y sentimental, tenemos a Teubern con La
jarretière (1769, atribuido a Mme de Rome, y reeditado en 1770) y Louise ou le
pouvoir de la vertu du sexe, conte moral (1771, Junker), a Korn, Les étrangers en
Suisse ou aventures de M. de Tarlo et de ses amis, histoire morale et intéressante
(1770, Schultes), a Beuvius, Louise de H*** ou le triomphe de l’innocence (1778),
Henriette de Gerstenfeld ou lettres écrites pendant la dernière guerre de 1779 pour
la succession de Bavière (1782) y a Sophie La Roche, Les caprices de l’amour et
de l’amitié, anecdote anglaise suivie d’une petite anecdote allemande 25 (1772),
Mémoires de mademoiselle de Sternheim, publiés par M. Wieland (1773, traduc-
ción atribuida a Marie-Elisabeth Lafite), Miss Lony (1792, Mme***) y Eugénie, ou
la résignation (1797, Mme de Polier).
En el género de novela costumbrista de corte cómico, encontramos a Nicolaï,
La vie et les opinions de maître Sebaltus Nothanker (1774) y a Thümmel Wilhelmine,
poëme héroï-comique (1769 y 1771, Huber).
La novela realista con tintes filosóficos tiene como representantes a Basedow
con De l’éducation des princes destinés au trône (1777, M. de B***), a Haller,
Usong, histoire orientale (1772, Seigneux de Correvon), Alfred, roi des Anglo-
Saxons (1775), Fabius et Caton, fragment de l’histoire romaine (1782, Koenig) y
a Pestallozi, Léonard et Gertrude ou les mœurs villageoises telles qu’on les retrouve
à la ville & à la cour, histoire morale (1783 y 1784, traducción atribuida a Le Pajot
de Moncets).
Miller, con su Sigevart, dédié aux âmes sensibles (1783, de La Vaux) expresa
la sensibilidad agitada de la última parte del siglo. Stetten (Lettres d’une femme du
quatorzième siècle, 1788) evoca un medievo que atraerá a las almas prerrománticas.
Y mientras Anton-Wall (Antoine, suivi de plusieurs pièces intéressantes, 1787, Mme
la chanoinesse de P…) alcanza cierto éxito con sus relatos cortos, Campe ofrece al
público su versión moralista de Robinson (Le nouveau Robinson, pour servir à
l’amusement et à l’instruction des enfans de l’un et de l’autre sexe, 1785, traduc-
ción atribuida a Auguste Simon d’Arnay).
Del mismo modo que las obras teatrales, numerosos relatos son presentados en
Francia en el marco de antologías y colecciones de cuentos, como los siguientes:
25 Según Martin (1970: 263), parece haber sido escrita primero en francés y posteriormente
traducida al alemán.
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 103
26 Las imitaciones son las de Gil Blas (1715-1735) y Le Diable boîteux (1707); en cuanto a las
traducciones, se trata del Traître puni, de F. de Rojas y Don Felix de Mendoce de Lope de Vega,
publicadas en Théâtre espagnol (1700) y la Histoire de Guzman d’Alfarache (1732).
27 Les Aventures de Don Quichotte, peintes par C. Coypel, Boucher et Nic. Cochin, peintre du
Roy, grav. Par Surugue, Cochin, etc. (1724), Les principales aventures de l’admirable Don Quichotte,
représentées en fig. par Coypel, Picart-le-Romain et autres habiles maîtres, avec les explications
des 31 pl. de cette magnifique collection (1746 y 1776) y Les principales aventures de l’incomparable
chevalier errant Don Quichotte de la Manche, peintes par Ch. Coypel et grav. sous sa direction
(1723-1725).
104 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
Entre las obras traducidas, podemos citar: el Manuel de Epicteto (1715) y Vies
de Plutarco (1721), ambas traducidas por André Dacier; la Apologie de Socrate
(1762) y la Cyropédie (1778) de Jenofonte y la Histoire de Heródoto (1786) por
Larcher; los Idylles de Teócrito (1792), las Odes de Anacreonte (1794) y Œuvres
complètes de Jenofonte (1795) traducidas por Gail; Œuvres complètes de
Demóstenes (1774), Œuvres de Isócrates (1781) y las Harangues tirées des
principaux historiens grecs (1788) por Auger; la Iliade (1780) y Odyssée (1785)
por Bitaubé.
Entre las traducciones más libres, Van Hoof (1991: 58) cita las que se hacen
de los siguientes autores y obras: Quintiliano, De l’institution de l’Orateur (1718,
Nicolas Gédoyen), Juvenal (Dusaulx), Lucano, La Pharsale (1766, Marmontel) y
Suetonio, Les douze Césars (1770, La Harpe).
Siguen siendo traducidos Cicerón, (Les Tusculanes, 1737, les Pensées, 1744 y
las Philippiques, 1777, por Pierre d’Olivet); Horacio (Œuvres, por Batteux en 1750,
Épîtres, 1788 y Les Discours moraux ou satiriques, 1795 por Du Vernet); Tácito,
del que D’Alembert y Rousseau traducen diversos fragmentos, o Virgilio, traduci-
do por Delille (Géorgiques, 1769).
Paralelamente a esta decadencia de las culturas tradicionalmente influyentes,
despuntan otras nuevas que aportan nuevos símbolos y mitos al imaginario del lec-
tor francés. Una de las obras más influyentes en este sentido es la que constituyen
los 12 volúmenes de cuentos árabes que Galland publica entre 1704 y 1717, agru-
pados bajo el título Les Mille et une Nuits. Contes arabes, paráfrasis muy libre,
magistralmente aclimatada no solo a los gustos del público francés, sino al de toda
una generación de autores que abonará su imaginación con las aventuras de
Sherezade. Tras su estela, y durante todo el siglo, aparecerán diversas obras tradu-
cidas (o supuestamente traducidas) del árabe y del persa, algunas de ellas, vertidas
por primera vez a una lengua europea como la Histoire de la Sultane de Perse et
des Vizirs de Chec Zadé (Galland, 1707). Podemos señalar: Gulistan ou l’Empire
des roses de Saadi (1704, Alègre), Les mille et un jours, contes persans (1710-1712,
Petis-de-la-Croix y 1766), Les aventures d’Abdalla, et ses voyages à l’île de Borico
(1775), Les Orphelins de Perse, histoire orientale tirée d’un manuscrit persan (1773,
M.M***), Les Contes des Génies, ou les charmantes leçons d’Horam (1782),
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 105
fenómeno requiere un breve recorrido retrospectivo sobre los orígenes de estos «tem-
plos» del refinamiento y el buen gusto en los que la supremacía femenina reinaba
sin discusión.
Como ya señalábamos al referirnos a las novelistas inglesas, si al acercarnos al
siglo XVIII hay algo que nos ha llamado poderosamente la atención es la infinidad
de féminas que durante este siglo se dedican a escribir y a traducir. Cabría pregun-
tarse cómo empiezan las mujeres a tener este papel preponderante en la vida inte-
lectual si en los siglos anteriores apenas tenían acceso a la cultura ni a la escritura
y difícilmente podían dedicarse a la traducción dado que, en primer lugar, no se les
enseñaban las lenguas, y en segundo, era un terreno reservado a los hombres.
En el siglo XVII diversas voces se alzan contra la idea, ampliamente extendida
y profundamente arraigada, de la inferioridad intelectual de la mujer. Voces femeni-
nas anónimas en Inglaterra, como señala Eulalia Pérez Sedeño 28, cuando refiere que
…en 1678 apareció un panfleto titulado Advice to the women and Maidens of
London que exhortaba a las mujeres a rechazar las labores domésticas y a dedicarse a
estudiar matemáticas y contabilidad. La autora —desconocida, aunque en la portada
aparece la expresión «por una de ese sexo»— consideraba que las mujeres que estu-
vieran capacitadas en esas materias serían más independientes.
Las mujeres que en el siglo XVII destacaban por su cultura (Marie de Gournay,
Marguerite de La Sablière, Antoinette Des Houlières o Marguerite Buffet, entre
28 http://www.fmujeresprogresistas.org/visibili3.htm
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 107
—convertir en femeninas todas las palabras posibles ya que éstas tienen un soni-
do más suave,
—evitar una serie de incorrecciones como las palabras y las expresiones anticua-
das, los neologismos y las expresiones en exceso novedosas, los términos calcados
del griego y el latín, los términos vulgares y populares, los provincialismos, las cons-
trucciones incorrectas, algunas expresiones de la Corte, las conjunciones de sonidos
108 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
«rudos», las palabras que contuvieran alguna sílaba que evocara imágenes feas en la
mente como con o cul, la pedantería, el refinamiento excesivo, la afectación, los ador-
nos exagerados, las antítesis, las metáforas, etc.
—atender a las cualidades de la dicción, esto es, concisión, claridad, sencillez, be-
lleza en el discurso, delicadeza, armonía, etc.
El preciosismo tenía detractores como Louis Petit y serán estos quienes extien-
dan la imagen de afectación y ridículo que únicamente algunas «précieuses» culti-
varon. Livet en Préface à la réédition du Grand Dictionnaire des Précieuses (1856),
las divide así en dos clases: una primera generación (1620-1660) «marcada por la
influencia del hotel Rambouillet y una segunda generación (a partir de 1660) en la
que el preciosismo se divide en dos tendencias: las “précieuses prudes” y las
“précieuses coquettes”» (Fernández Fraile 2003: 106). No todos los salones fueron
exagerados, rebuscados, frívolos o barrocos pero sí fueron estos los criticados por
Molière en Les précieuses ridicules (1659).
Siguiendo los modelos establecidos por Madame de Rambouillet, Mademoiselle
de Scudéry o Madame de Sévigné, el siglo XVIII prolongará las discusiones estéti-
cas, lingüísticas, literarias, filosóficas e incluso científicas en diversos salones regen-
tados por mujeres altamente influyentes. Asomémonos a algunos de estos salones.
Madame de Châtelet recibió una educación atípica para su época, ya que a los
diez años ya había leído a Cicerón y estudiado matemáticas y metafísica; a los doce
hablaba inglés, italiano, español y alemán y traducía textos del latín y griego como
los de Aristóteles y Virgilio. «Se decía que disfrazada de hombre participaba en las
reuniones de científicos que se celebraban en los cafés parisinos en los que no esta-
ban admitidas las mujeres» (De Martino 1996: 204). No es pues de extrañar que en
sus salones además de discutir de teatro, literatura, música y filosofía se discutiera
sobre los últimos descubrimientos científicos. A partir de 1735 y tras ocho años de
matrimonio con un hombre al que consideraba menos inteligente que ella, Madame
de Châtelet se irá a vivir con Voltaire con quien formó una sólida pareja unida tan-
to por los sentimientos como por los intereses comunes, lo que le proporcionó es-
tabilidad afectiva y el respeto de un hombre admirado. En Cirey trabajaron y estu-
diaron siendo sus salones centro de intelectuales de toda Europa que iban allí a dis-
cutir sobre física newtoniana. Divulgó los conceptos del cálculo diferencial e inte-
gral en su libro Institutions de Physique, obra en tres volúmenes publicada en 1740.
El hecho de que las mujeres pudieran demostrar su inteligencia y publicar so-
bre ciencia producía a veces tal rechazo que esto daba «permiso» a ciertos hombres
para intentar arrebatarles su obra. De Martino (1996: 205) refiere así que cuando
Mme de Châtelet pidió a Koenig que revisara su manuscrito Institutions de Physique,
este no desaprovechó tal ocasión y al regresar a París desde Cirey afirmó que había
sido él quien había dictado la obra. No será hasta después de la muerte de Mme de
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 109
29 Horguelin (1981: 76) matiza no obstante que estos traductores tomaron como modelos a
predecesores del XVI: «ils ont appliqué les principes de Du Bellay et suivi l’exemple d’Amyot qui,
lui aussi, modernisait, ajoutait et retranchait».
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 111
Je ne puis néanmoins dissimuler ici que j’ai trouvé dans l’ouvrage de M. Swift,
des endroits faibles et même très mauvais, des allégories impénétrables, des allusions
insipides, des détails puérils, des réflexions triviales, des pensées basses, des redites
ennuyeuses, des polissonneries grossières, des plaisanteries fades, en un mot des
choses qui, rendues littéralement en français, auraient révolté le bon goût qui règne
en France, m’auraient moi-même couvert de confusion et m’auraient infailliblement
attiré de justes reproches, si j’avais été assez faible et assez imprudent pour les exposer
aux yeux du public 30.
(2006: 43).
31 Prólogo a la traducción de Robinson Crusoe (1720), reproducido en Cointre y Rivara
(2006: 31).
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 113
bajo manual. Todo aquello, en suma, que remite a significados que no convienen a
personas distinguidas de la alta sociedad. El traductor debe sustituir cada palabra
indigna por otra, evitar la crudeza y la precisión, camuflar en la medida de lo posi-
ble la vulgaridad asociada al uso de un término concreto, utilizando en su lugar
una palabra más elevada y, si esto no fuera posible, eliminar directamente del texto
la alusión en cuestión.
Del mismo modo, la traducción de Galland de Las mil y una noches (1704-
1711) hace desaparecer, no solo cualquier alusión erótica y expresiones malsonantes
o soeces, sino todo lo que puede resultar feo y «vulgar», lo cual incluye los deta-
lles en la descripción de las estancias, fuentes y jardines del original, la evocación
de alimentos, incluso la descripción de personajes. Todo un mundo material que
queda reducido a unos pocos rasgos generales (cf. Larzul 1995: 310 y ss.).
La idiosincrasia propia de la lengua francesa plantea por lo tanto al traductor
una tarea de una enorme dificultad, dado que la belleza de las expresiones de otras
lenguas no podrían nunca llegar a aclimatarse en el estricto corsé de la cultura gala:
«[elles] ne sauraient aucunement prospérer en France. Ce sont des palmiers qui
donnent de bonnes dattes en Afrique. Transplantez-les sur la côte de Gênes, ils ne
produisent plus rien que des feuilles» 32.
No menos estereotipadas y difíciles de conservar son las imágenes y metáforas
creadas a imagen y semejanza de las distintas visiones del mundo. Los ingleses,
por ejemplo, estarían dominados por su gusto del mar y del comercio, del que to-
man la mayor parte de sus metáforas, carentes de todo interés para el lector fran-
cés, hombre de mundo (West 1932: 343).
Rivarol, en su traducción de La Divine Comédie de Dante, evoca de este modo
la dificultad de conciliar la crudeza y violencia de las imágenes del infierno con la
delicadeza y el pudor que exige la sociedad francesa del siglo XVIII:
Il n’est point de poète […] qui tende plus de pièges à son traducteur; c’est presque
toujours des bizarreries, des énigmes ou des horreurs qu’il lui propose: il entasse les
comparaisons les plus dégoûtantes, les allusions, les termes de l’école et les
expressions les plus basses: rien ne lui paraît méprisable et la langue française, chaste
et timorée, s’effarouche à chaque phrase 33.
32 Baretti, Discours sur Shakespeare et sur M. de Voltaire (1777), citado en West (1932: 342).
33 Discours préliminaire à la traduction de l’Enfer (1783), citado en Mounin (1955: 21-22).
114 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
Par le droit suprême de tout écrivain qui cherche à plaire dans sa langue naturelle,
j’ai changé ou supprimé ce que je n’ai pas jugé conforme à cette vue. Ma crainte n’est
pas qu’on m’accuse d’un excès de rigueur. Depuis vingt ans que la littérature anglaise
est connue à Paris, on sait que, pour s’y faire naturaliser, elle a souvent besoin de ces
petites réparations 34.
C’est parce qu’il sait que sa version restera inférieure au texte original que le
traducteur se donne pour but de réduire au maximum cet inévitable écart: d’où
précisément la méthode qui tend à s’éloigner le plus possible de la meschante copie
et à se rapprocher le plus possible de l’admirable original (Guillerm 1996: 26).
Resulta evidente que a fuerza de «connaturalizar» las obras se acaba por trans-
formar el original extranjero en un boceto en el que utilizando dicho texto como
lienzo de fondo, cualquier traductor puede modificar personajes, intrigas, localiza-
ciones, etc., es decir, empleando un símil de tipo pictórico, recurrente en esta épo-
ca, hacer de Las Meninas el Guernica de Picasso. Entramos así poco a poco en el
mundo de las imitaciones, como ya hemos observado en las traducciones de litera-
tura inglesa y alemana, en las que resulta difícil saber cuándo se trata de traduccio-
nes y cuándo de seudotraducciones o de imitaciones, efecto reforzado además por
el hecho de que, con frecuencia, el traductor aparece mencionado en la página de
título como «autor» de sus anteriores traducciones.
En el extremo opuesto a estos recreadores se sitúan los trabajos de helenistas
concienzudos y modestos, imbuidos de cultura filológica y de respeto al original
que, no obstante, sucumben sin querer a otra tentación, la de la paráfrasis explicati-
va, preñada de erudición, sin duda, pero igualmente «infiel» en tanto en cuanto el
texto resultante se asemeja más a un comentario que a una traducción. Se cuentan
entre ellos André Dacier y su esposa, Madame Dacier, quien pese a defender a
ultranza la fidelidad en la reconstrucción del texto original rechaza la traducción en
verso de poetas griegos y permanece tan presa como los demás de los tabúes del
decoro, el buen gusto y la moral. De hecho, cuando el Duque de Montausier la con-
trató como redactora de la serie ad usum Delphini, para la cual publicó Florus (1674),
Aurelius Victor (1681), Eutrope (1683) y Dictys de Crète et Darès de Phrygie
(1684), los clásicos griegos y latinos destinados a la educación del hijo de Luis
XIV sufrieron importantes modificaciones debido a la censura y se eliminó cual-
quier pasaje escabroso o no apropiado para el joven Delfín. La colección consta de
64 volúmenes, aparecidos entre 1670 y 1698. Víctimas de esta censura fueron tex-
tos de Homero, Aristófanes, Plauto, Terencio, Ovidio, Juvenal, Marcial, el Antiguo
Testamento e incluso Racine.
Comparemos, por ejemplo, el original del texto de Esther de Racine:
Je veux voir les Grands Hommes tel qu’ils sont, avec la physionomie qui leur est
propre & même avec leurs défauts. Quand on traduit un Ouvrage d’agrément, sans
doute, il faut saisir autant qu’il est possible l’esprit de l’Auteur, il faut employer pour
rendre ses idées toutes les ressources de la langue dont on fait usage; mais il faut
tout rendre; il faut conserver précieusement, les traits de mœurs & même les fautes
de goût (citado en Collani 2005: 12).
La première obligation d’un traducteur, c’est donc de bien prendre le génie & le
caractère de l’auteur qu’il veut traduire; de se transformer en lui le plus qu’il peut;
de se revêtir des sentimens & des passions qu’il s’oblige à transmettre; de réprimer
dans son cœur cette complaisance intérieure, qui ne cesse de nous ramener à nous 38.
Quienes pretenden interpretar tanto las ideas del autor como lo que presupo-
nen que puede ser admitido por el lector le hacen en efecto un flaco favor, ya que
la versión que ofrecen a su público falsea tanto el contenido como el estilo. Sirva
como ejemplo el caso de Lessing. Lelièvre (1974: 271) comenta a propósito de la
traducción de Sara Sampson:
Si elle avait plu, c’était sous le déguisement français dont l’avait parée Trudaine
de Montigny, si bien que les esprits prévenus en faveur de Lessing furent déconcertés
à la lecture de ses autres ouvrages. Il en sera de même pour Minna de Barnhelm qui
ne trouvera de public que dans l’adaptation-trahison de Rochon de Chabannes sous
le titre Les Amants généreux.
Il n’est pas permis au peintre d’altérer les traits de son original, ni de changer ses
couleurs, ou de s’écarter de ses moindres détails: de même un traducteur doit rendre
avec fidélité les images, les phrases, et jusques à la ponctuation de son auteur. Les
points sont au discours ce que sont aux tableaux les contours qui fixent les formes.
Para estos traductores, las «bellas infieles» no son sino una burda falsificación
que uniformiza, con el pretexto de corregirlo, el estilo de todos los autores: «Sous
leur plume, tous les écrivains ont le même style», protesta Saint-Ange, «tous les
étrangers ont le costume de Paris» (West 1932: 351).
Traducir y «afrancesar» son sin duda tareas diferentes, y no está claro en modo
alguno que la segunda de ellas sea garantía de calidad literaria, belleza o delicade-
za, sino más bien un claro ejemplo de mutilación. ¿Qué hay de malo, por otra par-
te, en mostrar a los autores tal y como son? Si una expresión no resulta vulgar en el
original, no existe motivo por el que el traductor deba censurarla, máxime cuando
se sigue considerando que las lenguas transmiten visiones del mundo. El deber del
traductor es, al contrario, esforzarse por hacer que se entienda al autor, respetando
su especificidad y su idiosincrasia, permitirle al lector, como dice Geoffroy, recu-
perar el placer de
39 Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des Sciences des Arts et des Métiers, t. 1, 1751, art.
Dictionnaires de langues étrangères, mortes ou vivantes.
118 CARMEN ALBERDI URQUIZU / NATALIA ARREGUI BARRAGÁN
…voir les Anglois, les Espagnols, les Italiens dans le costume de leur Pays. Je ne
les reconnois plus quand ils sont habillés à la Françoise. Cette manie de mutiler & de
défigurer les ouvrages sous prétexte de les ajuster à notre goût & à nos mœurs me
paroit extravagante: notre goût & nos mœurs sont-ils donc la règle du beau. Pourquoi
nous envier le plaisir d’étudier & de connoitre les mœurs étrangères? Cette
connoissance n’est-elle pas un des plus grands avantages qu’on puisse retirer de la
lecture? Quel tort n’a pas fait l’abbé Prévôt à tous ceux qui ignoraient l’Anglois, en
retranchant des chef-d’œuvres de Richardson plusieurs traits admirables, par égard
pour notre fausse délicatesse (citado en Collani 2005: 11-12).
El respeto a ambos sistemas lingüísticos conlleva sin duda pérdidas que el tra-
ductor debe tratar de compensar buscando expresiones equivalentes. Delille, reco-
mienda, por ejemplo, basarse en la proximidad o distancia entre las dos lenguas,
con el fin de decidir la estrategia que hay que aplicar:
Quiconque se charge de traduire contracte une dette: il faut pour l’acquitter qu’il
paie non avec la même monnoie, mais avec la même somme. Quand il ne peut rendre
une image, qu’il y supplée par une pensée; s’il ne peut peindre à l’oreille, qu’il peigne
à l’esprit; s’il est moins énergique, qu’il soit plus harmonieux; s’il est moins précis,
qu’il soit plus riche. […]
Que fait donc le Traducteur habile? Il étudie le caractère des deux langues. Quand
leurs génies se rapprochent, il est fidèle; quand ils s’éloignent, il remplit l’intervalle
par un équivalent qui, en conservant à sa langue tous ses droits, s’écarte le moins
qu’il est possible du génie de l’Auteur 40.
40 Delille, prólogo a la traducción de Les Georgiques en vers françois (1770), citado en Viallon
(2001: 268).
41 Noël Étienne Sanadon, prólogo a Les poësies traduites en françois (1728), citado en
Viallon (2001).
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 119
Il me semble que la version est plus littérale, plus attachée aux procédés propres
de la langue originale, et plus asservie dans ses moyens aux vues de la construction
analytique; et que la traduction est plus occupée du fond des pensées, plus attentive
à les préserver sous la forme qui peut leur convenir dans la langue nouvelle, et plus
assujettie dans ses expressions aux tours et aux idiotismes de cette langue (citado en
D’Hulst 1990: 42-43).
Un homme de lettres trouve des difficultés bien plus faites pour le décourager dans
la traduction d’un écrivain dont le principal mérite est le goût et le style; si le
traducteur ne rend pas ce style et ce goût, il n’a rien rendu; il a anéanti son auteur en
croyant le faire revivre 42.
C’est une traduction exacte & vraiment fidèle que nous donnons ici; c’est une co-
pie ressemblante, où l’on retrouvera l’ordonnance, les attitudes, les coloris, les beau-
tés & les défauts du tableau. Par cette raison même, elle n’est pas & ne doit pas être
toujours rigoureusement littérale: ce seroit être infidèle à la vérité & trahir la gloire
du poëte. Il y a souvent des métaphores & des expressions qui, rendues mot à mot
dans notre langue, seroient basses ou ridicules, lorsqu’elles sont nobles dans l’origi-
nal: car en Anglois il est très peu de mots bas.
42 D’Alembert, Éloges Académiques (ou Éloges historiques) en Éloges lus dans les séances
Es por lo tanto condición sine qua non que, además de conocer a la perfección
ambas lenguas, como ya proponía Dolet en La manière de bien traduire d’une langue
en aultre (1540), el traductor sea un hombre dotado de buen gusto:
Un bon traducteur doit être lui-même un homme de goût; il doit sçavoir que son
travail ne consiste pas à compter les syllabes de son auteur, & à substituer
scrupuleusement un mot à un autre, mais à se pénétrer du génie de son modèle, à ne
point emprisonner ses pensées dans des périodes qui les énervent, & à cacher tellement
l’art de sa traduction que tout le monde croye lire l’auteur original. L’attention
minutieuse à traduire des mots tue le sens et mutile le génie 44.
Sin embargo, como recuerda Mounin (1955: 95), «ce culte de la traduction dite
élégante, qui ne fut que le culte de la traduction conforme aux bienséances d’une
forme sociale donnée, a survécu, contrairement à ce qu’on croit, jusque vers la fin
du XIXe siècle». Ambas maneras de entender la traducción seguirán vigentes, por
lo tanto, y encontrando en el siglo XIX defensores y detractores entre críticos y
traductores:
44 De La Pause, prólogo a Histoire des douze Césars, avec des Mélanges philosophiques &
des notes, (1771), citado en Viallon (2001: 256).
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 121
Las ideas que hemos tratado de recoger en las páginas anteriores se formulan a
través de reflexiones y observaciones que aparecen en dos tipos de soportes textua-
les bien diferenciados: los ensayos y los prólogos. Entre los primeros, generalmen-
te vinculados a la postura intermedia de respeto al autor sin caer en la servil
literalidad, podemos citar dos escritos del siglo anterior, vigentes aún al comenzar
el XVIII —Règles de la traduction de Gaspard de Tende (1660) y De optimo gene-
re interpretandi de Huet (1661 y 1680)—, y de principios de siglo la Apologie des
traductions de Gédoyen; vendrán después los Principes de la traduction recogidos
en el Cours des Belles-Lettres distribués par exercices, de Batteux (1747-1748),
las Observations sur l’art de traduire en général et sur cet essai de traduction en
particulier de D’Alembert (1763), o los dos artículos consagrados a la traducción
en la Encyclopédie ya mencionados: el primero, redactado por Beauzée titulado
Traduction, version 45 (1765) y el de Marmontel, titulado Traduction, con el signi-
ficativo subtítulo «Devoirs du traducteur» (1777) 46.
En cuanto al segundo tipo de textos, son los propios traductores los que expre-
san sus opiniones en prólogos, prefacios, introducciones, advertencias, discursos
preliminares y otras denominaciones del paratexto, en las que explican las dificul-
tades que han encontrado en su tarea y las opciones de traducción por las que se
han decantado. Se trata, por lo tanto, menos de «teorías» que de argumentaciones,
45 Encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, vol. XVI, pp.
510-512.
46 Supplément de l’Encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des
Les critères d’appréciation des romans traduits reflètent donc le goût français
directement ou indirectement. En conformité avec les critères aristotéliciens plus ou
moins imposés à la littérature au XVIIe siècle: ils louent la simplicité du plan et de la
narration, une logique interne qui amène les événements jusqu’au dénouement, un
intérêt soutenu voire croissant du début à la fin. C’est l’esthétique de la nouvelle
classique. Ils apprécient également l’esprit, la délicatesse, le respect de la décence et
du bon goût (Cointre y Rivara 2006: 12-13).
47 Véanse, por ejemplo, las Réflexions préliminaires sur le goût des traductions de
Silhouette en su traducción de Pope (1738), o el Discours préliminaire à la traduction de l’Enfer de
Rivarol (1783).
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 123
Clarisse Harlowe (1785) (cf. Cointre y Rivara 2006: 67-68), quien se vanagloria
de restituir al original «une portion intéressante que l’abbé Prévost avait comme
dérobée à la gloire de Richardson et à nos plaisirs, sans autre motif apparent que
son empressement de sortir de l’humble rôle de traducteur, pour créer lui-même».
Además de señalar supresiones que considera absolutamente gratuitas, dice Le
Tourneur que no ha seguido la traducción de Prévost, sino que ha preferido reha-
cerla por completo, ya que
Ceux qui voudraient juger encore mieux de mes réformations peuvent se procurer
une traduction du même ouvrage, imprimée à Gottingue, qui présente l’anglais, non
seulement avec toutes ses longueurs, mais littéralement rendu en français, dans la
vue d’enrichir notre langage de nouvelles expressions et de nouveaux tours. Ce
dessein, conçu en Allemagne, et la manière dont il est rempli, en font un des plus
singuliers monuments qui soient jamais sortis de la presse.
traducteurs, si vous osez toucher à ses chefs-d’œuvre, ôtez-en, si vous pouvez, ces
taches légères, et cette poussière qui couvre, par-ci, par-là, ces statues admirables;
dégagez-les de cette terre qui cache quelquefois leurs contours, mais gardez-vous de
porter une main profane jusque sur la statue même, de peur de trahir votre ignorance
et votre insensibilité.
El propio Monod replica con elegancia a Prévost lanzándole una pulla sobre el
derecho del lector a conocer en profundidad al autor que se traduce:
Si l’on n’a pas su mauvais gré à l’élégant traducteur de Clarisse d’avoir retranché
quelques longueurs, dont il craignait que l’impatience des lecteurs français ne
s’accommodât pas, aujourd’hui que l’auteur est connu si avantageusement, le public
a droit d’attendre et d’exiger d’un traducteur qu’il ne lui retienne rien de ce qui sort
d’une si bonne plume.
M. l’abbé Prévost qui avait déjà fort tronqué les derniers volumes de Clarisse dont
il n’y avait pas un mot à perdre, a absolument estropié le roman de Grandisson; il a
osé abréger et gâter jusqu’au morceau de Clémentine, qui est un chef-d’œuvre de génie
d’un bout à l’autre. Tous les gens de goût préféreront à la traduction de M. l’abbé
Prévost celle qu’on a faite en Hollande du roman de Grandisson, et qui, quoique
barbare en beaucoup d’endroits, a le mérite de la fidélité d’une traduction littérale 51.
51 Correspondance Littéraire, agosto de 1785, t. IV, 25, citado en Herman (1990: 6).
LA TRADUCCIÓN EN LA FRANCIA DEL SIGLO XVIII … 127
Mme Dacier en 1714 replica con su obra titulada Des causes de la corruption
du goût. Houdar de la Motte contraataca en 1714 con Réflexions sur la critique.
Diversas personalidades se involucran en el conflicto. Fénelon en su carta sobre las
actividades de la Academia defiende a los antiguos (1714). En 1715, Terrasson pu-
blica una obra de dos tomos titulada Dissertation critique sur l’Iliade en la que
toma partido por Houdar de La Motte. El mismo año, Claude Buffier publica Homère
en arbitrage intentando mediar entre ambas posturas. La disputa se prolonga hasta
1716, cuando aparece una apología de Homero del jesuita Hardouin con un nuevo
método para interpretar la Ilíada, a lo que Mme Dacier respondió con su Homère
défendu contre l’apologie du père Hardouin ou suite des causes de la corruption
du goût (1716). Como último apunte, Van Tieghem (1967: 51) señala que la ver-
sión de Houdar de la Motte tuvo que utilizar como punto de partida la versión en
prosa de Madame Dacier, cotejándola con otra traducción en latín, ya que ni si-
quiera conocía la lengua griega.
Estas polémicas no solo quedaban entre traductores, sino que también influían
en la decisión de los libreros y editores, quienes en nombre del buen gusto o de la
censura preferían unas traducciones a otras.
Relativamente constantes a lo largo del siglo, los prólogos de novelas escritos
por los traductores van paulatinamente abandonando el terreno de la reflexión so-
bre la traducción para centrarse, a partir de 1815, en comentarios sobre la biografía
del autor y la historia, llegando más tarde a extinguirse (cf. D’Hulst 1989: 183).
4. CONCLUSIONES
glo XVIII despliegan traductores y escritores. En efecto, sorprende ver cómo di-
versos traductores se entregan en cuerpo y alma a la difusión de obras extranjeras
llegando a firmar hasta decenas de traducciones en un solo año, lo que, por una
parte, prueba el auge y prestigio de la actividad traductora, y apunta, por otra parte,
al porvenir de la literatura como producto de consumo.
La ardua tarea de búsqueda y de verificación de autores, obras y fechas, nos
deja cierto desasosiego en ocasiones, dado que las diversas fuentes se contradicen
con frecuencia en la atribución de la autoría y en la transcripción de los títulos,
pero también despierta nuestra admiración por el lugar que se le reconoce al tra-
ductor: desde los prólogos y desde los propios repertorios, que recogen el nombre
del traductor, obviando incluso en algún caso el del propio autor, se contribuye,
como comentábamos anteriormente, a darle una visibilidad, un reconocimiento y
una entidad de la que hoy en día carece. Es sin duda síntoma de los tiempos, atri-
buible a la doble carrera de traductores y escritores que, en casi todos los casos,
simultaneaban estos autores, lo que explica también en cierto modo el auge de las
«bellas infieles».
Es incuestionable que los partidarios de este modo de traducir cometieron ex-
cesos que hoy en día resultarían inadmisibles. Las obras que presentaban a sus lec-
tores se convertían en mutilaciones, deformaciones o amplificaciones que hacían
irreconocibles a los originales. Pero dan cuenta al mismo tiempo de una enorme
inquietud artística y permiten comprender la sociedad de la época, los usos
lingüísticos y literarios, las maneras de ser, por lo que nuestro juicio no podría ser
excesivamente severo.
Más cercanos a nuestro modo actual de entender la traducción aparecen sin duda
todos aquellos que buscan el «juste milieu», basándose en el respeto al autor, a su
obra y al lector, fin último y justificación de la actividad traductora.
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LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA
DURANTE EL SIGLO XVIII
FRUELA FERNÁNDEZ
1. INTRODUCCIÓN
* Fruela Fernández es beneficiario de una beca de investigación del programa F.P.U. del Mi-
nisterio de Ciencia e Innovación (referencia AP2006-02234).
132 FRUELA FERNÁNDEZ
europeos—; sin embargo, las relaciones internacionales del reino fueron bastante
conflictivas, puesto que el proceso que le permitirá alcanzar y mantener la hege-
monía mundial de la época conllevará la participación en numerosos enfrentamientos
militares: la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), la Guerra de Sucesión Espa-
ñola (1702-1713), la Guerra de la Cuádruple Alianza (1718-1720), la Guerra de Su-
cesión Austriaca (1739-1748) y la Guerra de los Siete Años (1754-1761). Además
de estas guerras europeas, serán decisivos los conflictos bélicos derivados de la ex-
pansión colonial, como la campaña de la India (1764-1814) y la Guerra de Inde-
pendencia Americana (1775-1783) 1. Lógicamente, esta actividad militar supondrá
un aumento considerable del ejército y de su presupuesto a lo largo del siglo, que
será financiado con la subida frecuente de impuestos, los préstamos de la banca y
los beneficios coloniales; dependencias económicas que, por su gran magnitud, no
solo requerirán el desarrollo de mecanismos burocráticos y agencias de control y
gestión cada vez más importantes —como el Banco de Inglaterra, el Tesoro y la
Comisión de Medios y Arbitrios (Committee of Ways and Means)—, sino que irán
minimizando progresivamente el poder real en beneficio de la nueva clase parla-
mentaria, financiera y económica, formada, sobre todo, por la baja nobleza y la bur-
guesía comercial (cf. Langford 1984 [2000]: 6-8).
Aunque la relevancia del siglo XVIII en la evolución del mundo moderno haya
sido siempre indudable, los estudios culturales referidos a esa época son deudores,
desde hace décadas, de un texto que dio un giro importante a la perspectiva investi-
gadora: Strukturwandel der Öffentlichkeit 2, la primera obra relevante del filósofo
alemán Jürgen Habermas (Habermas 1962 [1994]). En su planteamiento, el siglo
XVIII aparece como un siglo de «transformación», durante el que emergería un con-
cepto decisivo para la vida política moderna: «la esfera pública» —denominada por
otros autores «sociedad civil»—, que Habermas entiende como un conjunto de ciu-
dadanos, opuestos tanto a lo estatal como a lo privado, cuya intención es influir
1 Para una cronología detallada de las campañas militares y del gasto presupuestario británico,
resultan muy recomendables las aportaciones de Gregory & Stevenson (2007: 138-170).
2 Conviene hacer notar, a efectos bibliográficos, que esta obra se publicó en España con un
título arbitrario, elegido seguramente por su mayor atractivo comercial: Historia y crítica de la opi-
nión pública. Según indica en su prólogo el traductor de la obra, Antoni Domènech, esta elección
fue responsabilidad de los editores, ya que él había propuesto la opción, mucho más ajustada, de La
transformación estructural de la vida pública.
134 FRUELA FERNÁNDEZ
3 Según la expresión bastante acertada de Sitton, analista de Habermas: la esfera pública «afectó
a la toma de de decisiones políticas sin usurpar en realidad el papel de la toma de decisiones» (Sitton
2006: 190; cursivas mías).
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 135
modo que ya se apuntó acerca del Arte, puede decirse, en suma, que el siglo XVIII
verá la aparición del concepto «Literatura» (Foucault 1966 [2005]: 312-313), tal y
como se ha concebido y reglado según los planteamientos modernos:
[…] [I]n antiquity, and the Renaissance, literature or letters were understood to
include all writing of quality with any pretence to permanence. The view that there
is an art of literature, which includes both poetry and prose insofar as it is imaginative
fiction, and excludes information or even rhetorical persuasion, didactic argumentation
or historical narration, emerged only slowly in the 18th century (Wellek 1978: 20;
cursivas mías).
Durante el XVIII inglés resulta, de hecho, posible trazar este itinerario evoluti-
vo mediante calas en obras representativas de los distintos momentos del siglo, como
las que ofrece Woodmansee (1994: 37-40): recurriendo a tres obras clave como el
Essay on Criticism de Alexander Pope (1711), las Conjectures on original
composition de Edward Young (1759) y el «Preface, to Lyrical Ballads» de William
Wordsworth (1815), se puede observar con claridad la evolución desde la Edad
Augústea (Augustan Age) de Pope —que concebía al autor como un representante
de la tradición y adaptador del mundo clásico a las necesidades modernas—, hasta
el Romanticismo maduro de Wordsworth, con su reivindicación de un escritor «ar-
tista», que ha de ser por completo independiente y original.
Como ya se ha indicado, el elemento económico y comercial tuvo una gran
influencia en este cambio de mentalidad; y, en lo que a la tecnificación de la litera-
tura se refiere, es indudable que Gran Bretaña fue uno de los países que más evolu-
cionó durante el XVIII. Si a finales del XVII eran escasas las imprentas y se locali-
zaban casi exclusivamente en Londres, las ciudades universitarias de Cambridge y
Oxford y la sede episcopal de York, en apenas un siglo aumentaron de forma
exponencial y se expandieron por todo el país, de forma que incluso las pequeñas
ciudades acabarían disponiendo de alguna imprenta local (cf. Belanger 1982: 6;
Raven 2001: 1). La legislación en torno al negocio se volvería mucho más laxa, en
especial si se compara con las considerables restricciones que había traído la Res-
tauración a través de la Licensing Act, que expiró en 1695. La censura oficial des-
aparece en 1694, aunque durante el XVIII aún existirán medios de control indirec-
to: las leyes contra el libelo, los impuestos sobre el papel impreso y, sobre todo, el
poder del rey sobre las imprentas, ya que decidía la concesión de licencias y tenía,
además, la posibilidad de ceder, mediante pago, derechos exclusivos para la impre-
sión de ciertas obras muy rentables, como las Biblias, los manuales, los libros jurí-
dicos, etc. (Kernan 1989: 28-29). Una de las grandes trabas del negocio —la consi-
derable inversión de partida necesaria, dado el alto coste del papel— se irá minimi-
zando gracias a ciertas mejoras, como el sistema de suscripción —que permitirá
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 137
recuperar parte de la inversión antes de que el libro esté publicado (Kernan 1989:
67-68)—, el progreso en las comunicaciones y los circuitos de distribución y, por
último, el descenso de los costes comerciales, gracias a los nuevos sistemas de cré-
dito y aseguración (cf. Raven 2001: 10, 24-25). Estas y otras condiciones favora-
bles harán, en suma, que, a lo largo del XVIII, la edición de libros se vaya convir-
tiendo en un negocio bastante rentable; ya en 1725, Daniel Defoe ridiculizará la
edición de la Odisea de Alexander Pope —firmada por el poeta, pero traducida, en
realidad, entre varios autores— comparando el negocio editorial con los talleres
industriales:
gunda mitad de siglo, las bibliotecas serán ya instituciones consolidadas en las pro-
vincias británicas (Wiles 1972: 61). En suma, el desarrollo del comercio literario
es parte ineludible de un proceso comercial amplio y generalizado: «Leisure and
culture became a profitable speculation in which more and more capital was sunk -
an aspect of 18th century economic growth almost totally ignored by economic
historians» (Plumb 1972: 31).
Otro aspecto derivado de este proceso de cambio técnico hará que el siglo XVIII
vea una transformación fundamental en la idea moderna de autor y en las
implicaciones de tal condición, ya que en 1709 se aprobará la Queen Anne Act, ley
pionera en el reconocimiento de los derechos de autor. Aunque la ley surgió como
respuesta a la presión de los libreros y editores, que veían amenazado su negocio
por la proliferación de ediciones piratas y exigían medidas proteccionistas, la nue-
va legislación supuso una considerable mejora en la situación de los escritores. De
acuerdo con la ley, los autores o propietarios de las obras cedían los derechos de
impresión en exclusiva durante catorce años (veintiuno para libros que ya se en-
contraran en circulación en 1709); pasado ese tiempo, los derechos regresaban al
autor durante otros catorce años. Además, se establecían sanciones para quien
incumpliera estos derechos y, si el precio del libro establecido por el librero se con-
sideraba demasiado alto, el autor podía hacer una apelación judicial (para ver las
condiciones detalladas cf. Foxon 1991: 237-238).
En esos dos aspectos —crecimiento del mercado y reconocimiento de los de-
rechos de autor— están las raíces de otra transición fundamental, que se hallará
entre las más complejas e importantes del siglo: la sustitución del mecenazgo por
el dominio del mercado.
Como ocurre con otros aspectos ya señalados, en la cuestión del mecenazgo el
siglo XVIII funcionará como época de transición; en palabras de Donoghue (1996:
1), «[…] literary production in the eighteenth century existed in a kind of limbo,
between an age of substantial aristocratic support and the fully developed literary
market of the nineteenth century». En la primera mitad del XVIII, entre los autores
«augústeos» (neoclásicos), se mantendrá cierto rechazo aristocrático a la edición,
ya que se consideraba indigno obtener algún tipo de beneficio económico con la
literatura; aún era habitual que los escritores de prestigio accedieran a puestos gu-
bernamentales gracias a su labor literaria o intelectual: es el caso, por ejemplo, de
Congreve, Locke, Gay, Steele o Addison (cf. Kernan 1989: 30-32). La segunda mi-
tad del siglo verá, en cambio, el ascenso de los autores profesionales y su diversa
fortuna: junto a la exitosa carrera de autores canónicos como Samuel Johnson (1709-
1784) —quien afirmaría con orgullo en 1773: «We have done with patronage»
(Johnson y Boswell 1775 [1984]: 188)—, también abundaba la miseria de muchos
«escritores de alquiler» (hack-writers), asentados en torno a la famosa calle Grub
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 139
…neither a clear index of literary fame (such as affiliation with a patron had once
bestowed) nor a way to specify the relationship of one piece of their writing to the
next (since market demands so greatly influenced what they chose to write) (Donoghue
1996: 2).
rey quiera conocer la opinión del escritor sobre las dos Reviews (Boswell 1791
[1998]: 383).
2.1. Introducción
El siglo XVIII se caracteriza, sin duda, por ser «an age of multitudinous
translations» (Draper 1921: 241); sirva de ejemplo extremo que en este periodo se
publicaron más de treinta traducciones distintas de la Ilíada, además de diez edi-
ciones de las obras reunidas de Homero (Draper 1921: 241). Pese a dicha multitud,
la concentración fue más relevante que la diversidad, ya que las traducciones es-
tuvieron aparejadas de forma muy precisa con las distintas tendencias literarias
del siglo.
Como ya se ha señalado en la introducción, la literatura británica estará domi-
nada por una orientación neoclásica durante buena parte del XVIII, lo que dará una
impronta muy concreta a la traducción en este periodo; la Edad Augústea será, so-
bre todo, una época centrada en los poetas —Matthew Prior (1664-1721), Alexander
Pope (1688-1744), Colley Cibber (1671-1757)— y, por tanto, las traducciones de
mayor relevancia serán de poesía, sobre todo grecolatina. A mediados de siglo, el
aumento del público lector provocará «el ascenso de la novela», según la afortuna-
da expresión de Ian Watt (1957 [2001]); aunque ya viniera asentándose con las obras
pioneras de Daniel Defoe (1660-1731) y Jonathan Swift (1667-1745), será enton-
ces cuando la novela se convierta en el género predominante, con autores de re-
nombre como Samuel Richardson (1689-1761), Henry Fielding (1707-1754), Tobias
Smollett (1721-1771) o Laurence Sterne (1713-1768). Como es fácil suponer, la
fortuna comercial de estas obras traerá un considerable aumento de traducciones de
narrativa extranjera —en especial de obras francesas—, configurando la parte prin-
cipal de las publicaciones de la época; por otra parte, cabe señalar que este ascenso
de la novela se produjo como proceso común en buena parte de Europa, de forma
que el primer corpus del género fue forzosamente internacional, traducido y móvil
(Gillespie 2005a: 14-15). En el cierre del siglo coexistirán las últimas señales del
Neoclasicismo —con autores bastante célebres, como Richard Sheridan (1751-
1816)—, los autores de transición, como William Cowper (1731-1800), y aquellos
que conforman el «Alba del Romanticismo» (cf. Blamires 1974 [1994]: 217), como
William Blake (1757-1827) o Robert Burns (1759-1796). Estos años precursores
del estilo romántico conllevarán un importante cambio en la orientación de las tra-
ducciones, tanto en el estilo de producción y valoración como en el tipo de obras
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 141
seleccionadas; este proceso recíproco —las obras traducidas influirán en los auto-
res y estos, a su vez, fomentarán las nuevas traducciones— implicará una nueva
mentalidad traductora ajena al Neoclasicismo y otorgará una particular importan-
cia a ciertos ámbitos menos conocidos, como la poesía arcaica (a través, por su-
puesto, de las «versiones» de Ossian), la tradición literaria alemana y las literaturas
orientales.
De la misma manera que John Dryden (1631-1700) había sido el autor decisi-
vo para la poesía y la traducción a finales del XVII (el periodo que se suele deno-
minar Restauración), en la época neoclásica será un autor muy afín a sus plantea-
mientos generales, Alexander Pope, quien ocupe un lugar preeminente en la escena
literaria, traductora y editorial; como ha señalado Robin Sowerby (2005: 157):
«From the outset of his career, Pope’s translations follow the Drydenian mode of
“translation with latitude”». Aunque sea Pope quien ha establecido la imagen más
duradera de la época, no deben descuidarse otros nombres de importancia que irán
apareciendo en la exposición y que ayudarán a precisar un panorama más cabal:
John Ozell, Floyer Sydenham, Christopher Smart, Tobias Smollett, William Jones,
John Nott, William Taylor, Samuel Boyse, Walter Scott, etc.
The great advantages which the world receives from the labours of eminent and
learned men, are not so generally acknowledged as they ought to be. In our pursuit
of literary knowledge, we seldom stop to reflect on the means whereby we are enabled
to attain it. The chronologer, the annalist, the dictionary maker, though men of infinite
labour, and some genius, must not expect their reward in that sort of gratitude which
contributes to their fame; nay, must be content to be considered as the drudges and
pioneers of literature, to smooth the way for others. Nor does it fare much better with
translators: in this case, the original author engrosses the whole applause. A man reads
the translation with advantage and pleasure; but thinks the commonwealth of letters
no more indebted to the person who introduced into the language, than to the printer
who printed, or the bookseller who sells the book.
From whatever cause this neglect of translator has arisen, whether from the gene-
ral inferiority of translations to their originals, or from a mistaken notion, that a
translator cannot be a good poet, (I mean here to speak only of poetry) it is a prejudice
142 FRUELA FERNÁNDEZ
that has done so much harm to literature, by preventing and discouraging those who
are best able to turn their studies that way (Steiner 1975: 132-133) 4.
Son numerosos los aspectos de este breve extracto que ayudan a situar la épo-
ca y ver sus enlaces con la mentalidad posterior: por un lado, se puede observar esa
nueva conciencia, claramente moderna, de la literatura como «sistema de múltiples
participantes» (editores, críticos, eruditos, traductores, impresores, lectores) opuesto
al sistema tradicional (autor-mecenas); por otro, es inevitable considerar que ese
«neglect of translators» al que se alude no es distinto del que se ha visto desde en-
tonces. Y este último matiz proporciona otro aspecto contradictorio e interesante
para analizar la época, ya que esta opinión se sostiene a finales de un siglo durante
el que las traducciones serán fundamentales, de una importancia igual o superior a
la de aquellas obras escritas originalmente en inglés, puesto que el canon literario
británico aún estaba formándose y apenas incluía obras nativas (cf. Gillespie 2005a:
7-8). De hecho, el canon inglés, entendido como un conjunto nacional que posee
una determinada tradición y un cierto espíritu propio, puede decirse que surge a
partir de la figura y la obra de Samuel Johnson (cf. Kernan 1989: 158-163), quien
propone una primera lista de autores relevantes (Lives of the poets), establece un
uso de la lengua basado en la referencia a los principales autores (su Dictionary),
define el concepto de «edición erudita» (con su Shakespeare) y se convierte en su-
jeto de una biografía intelectual (la célebre Life of Johnson de James Boswell). Tanta
es la interrelación entre un aspecto y otro —la dependencia de la traducción y el
inicio de un interés por la propia tradición—, que dará lugar a una interesante mez-
colanza de la época: las traducciones de autores ingleses previos como Chaucer,
Donne o Milton (Gillespie 2005a: 10).
La importancia de la traducción en el siglo XVIII se demuestra, en primer lu-
gar, por los números: aunque las estimaciones varían, los estudiosos coinciden en
que el volumen de traducciones publicadas en este siglo fue superior al número de
obras originales inglesas en cualquier género (Gillespie 2005b: 123-124). Son nu-
merosas las razones que justifican esta abundancia y que permiten definir el pano-
rama de la época. En primer lugar, hay una cuestión conceptual: durante la primera
mitad del XVIII el concepto de «adaptación» y el de «traducción» no se habían
escindido por completo, de forma que, en ocasiones, se publicaban como traduc-
ciones obras vagamente inspiradas en el texto extranjero (Gillespie 2005b: 127).
Por otra parte, ha de tenerse en cuenta que, en la última época del mecenazgo y en
aquellos casos que podrían resultar especialmente llamativos se ha optado por la advertencia explíci-
ta mediante la indicación tradicional sic. Salvo que se indique lo contrario en la bibliografía, las tra-
ducciones empleadas en el texto son propias.
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 143
los inicios del «mecenazgo colectivo» que era la publicación por suscripción, los
autores que deseaban establecerse y conseguir el favor de algún grupo de poder te-
nían la posibilidad de recurrir a la traducción como medio de acceso a las clases
dirigentes (Draper 1921: 250-251; Wilson 1982: 80). Asimismo, en la medida en
que la edición de traducciones se estaba convirtiendo en un negocio lucrativo
(Wilson 1982: 80; Gillespie y Wilson 2005: 38-40), había cuestiones económicas
de importancia que influían en el ritmo de producción (Gillespie 2005b: 127-130):
por un lado, resultaba más económico recurrir a algún traductor de escaso prestigio
o a un hack-writer que conseguir los derechos de una obra original; por otro, exis-
tía una gran competencia comercial entre los editores, que, en muchas ocasiones,
encargaban una nueva traducción con el objetivo de mermar las ventas de otro.
Conviene recalcar, en este punto, la importancia comercial que tendrán en esta
época los editores. Aunque a principios de siglo aún era habitual que algunas tra-
ducciones no se publicaran, sino que circulasen como manuscritos por un círculo
de autores y lectores, serán muy pronto los editores quienes promuevan la traduc-
ción, sustituyendo a los mecenas: bien mediante el encargo directo, bien convir-
tiéndose en intermediarios para los proyectos de aquellos traductores con más ini-
ciativa (Gillespie y Wilson 2005: 38-40). Los principales editores del momento te-
nían un alto número de traducciones en sus catálogos: así ocurría con Jacob Tonson
el Viejo (1655-1736), editor de las grandes traducciones de Dryden; Bernard Lintot
(1675-1736), editor de la Ilíada y la Odisea de Pope; Edmund Curll (1683-1747),
conocido sobre todo por el oportunismo de su estilo editorial; y Robert Dodsley
(1703-1764).
A causa de ese progresivo desarrollo y especialización del sector editorial, puede
considerarse que es en esta época cuando empieza a darse la distinción moderna
entre el traductor «autor» y el traductor «profesional» (Hopkins y Rogers 2005: 84-
88): entre los primeros estarán nombres tan relevantes para la literatura del siglo
como Pope, Goldsmith, Smollett o Fielding; entre los segundos, destacan nombres
como los de Robert Samber (1682-c.1745), John Lockmann (1698-1771), Samuel
Boyse (1708-1749) o John Ozell (¿-1743). En la época, esta distinción solía ir car-
gada con matices peyorativos, oponiendo el talento de los traductores-autores con
la mediocridad de los profesionales; así lo expresaba Thomas Francklin (1721-1784)
—profesor de Griego en Cambridge, traductor de Sófocles y Luciano— en su co-
nocido poema didáctico «Translation; a Poem» (1753), donde lamentaba que los
grandes autores de la época (Prior, Addison, Swift, Rowe, Johnson) no se dedica-
sen con más frecuencia a la traducción:
…those [los traductores] are the saddest pack of rogues in the world. In a hungry
fit, they’ll swear they understand all the languages in the universe. I have known one
of them take down a Greek book upon my counter and cry, “Ay, this is Hebrew, I
must read it from the latter end.” By God, I can never be sure in these fellows, for I
neither understand Greek, Latin, French, nor Italian myself (Pope 1960: 95).
Pese a estos testimonios, ni el nivel medio de los traductores era tan deplora-
ble, ni las fronteras entre traductores eran en absoluto tan marcadas como se pre-
tendía en el momento, sino que había numerosas gradaciones y mezclas; aunque
abundaba la mediocridad, ni esta ni la fiabilidad traductora se escindían en grupos
cerrados: algunos autores de renombre —los casos de Pope y Smollett son
paradigmáticos— no poseían un conocimiento exhaustivo de la lengua extranjera,
aunque lo encubrían mediante la riqueza de estilo, mientras que otros profesionales
con la preparación adecuada permanecieron en segundo plano, al no poseer una tra-
yectoria literaria que los avalase (Hopkins y Rogers 2005: 82-83). Ciertamente, aun-
que en la actualidad sean pocos los traductores profesionales que se conocen, los
estudios sobre la época señalan que fueron numerosos quienes se dedicaron a esta
tarea por cuestiones económicas, aunque los pocos testimonios conservados seña-
lan, por otra parte, que podía ser una profesión muy mal pagada a causa de la enor-
me disparidad salarial. A finales del XVII, un autor canónico como Dryden cobra-
ba 8,5 peniques por línea (en torno a 4 libras actuales); pero no era en absoluto lo
habitual entre los profesionales del XVIII: el editor Jacob Tonson ofreció al histo-
riador John Oldmixon 1,5 peniques (media libra actual) por línea de una traduc-
ción de Ovidio en 1717; el prolífico Samuel Boyse cobró 3 peniques por línea (una
libra y media) en una adaptación de Chaucer y en 1747 tenía un salario de media
guinea por semana (cerca de 70 libras actuales) para traducir una obra francesa de
historiografía (Hopkins y Rogers 2005: 83-84). Pese a todo, estos números siguen
haciendo referencia tan solo a aquellos de quienes existe cierto testimonio, dentro
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 145
But he [Juvenal] wrote for Fame, and wrote to scholars; we write only for the
Pleasure and Entertainment of those Gentlemen and Ladies, who, tho’ they are not
scholars, are not Ignorant: Persons of Understanding and good Sense; who not being
conversant in the Original, or at least not having made Latine Verse, so much their
business as to be Critiques in it, wou’d be glad to find, if the Wit of our Two great
Authors, be answerable to their Fame, and Reputation in the World. We have,
therefore, endeavour’d to give the Publick all the Satisfaction we are able in this kind.
And if we are not altogether so Faithful to our Author, as our predecessors Hotyday
and Stapylton, yet we may challenge to ourselves this Praise, that we shall be far
more pleasing to our Readers (Dryden 1692 [2004]: 66).
«minoría de edad» política, siendo tuteladas y aconsejadas sin cesar en los aspec-
tos intelectuales y morales. La incorporación de las mujeres al público lector de la
época y la importancia que adquirirán en ese conjunto de potenciales consumido-
res conllevará el aumento de las traducciones destinadas a ellas (obras clásicas y
modernas, como las Metamorfosis o el Decamerón, expurgadas de acuerdo con la
moral que se consideraba apropiada para las mujeres), además del ascenso de un
tipo de obras muy definitorias de la mentalidad prevalente: las «selecciones para
mujeres», antologías de textos elegidos y traducidos según el decoro de la época
(Gillespie y Wilson 2005: 47). Desde otra perspectiva totalmente distinta, resulta
necesario destacar la importancia de las traductoras en el conjunto de la edición
literaria del XVIII, dada la variedad de sus tareas y lo que esta mayor implicación
laboral supuso. Indudablemente, no se puede negar que las traductoras fueran aje-
nas al elemento de tutela predominante en la época: la mayoría de ellas se dedica-
ban a la traducción de narrativa francesa, es decir, a aquellas obras literarias que la
época consideraba específicamente femeninas; las pocas traductoras que escapaban
a esa restricción genérica solían ser hijas de clérigos o de nobles que disponían,
por tanto, de una situación de partida privilegiada (cf. Brown 2005: 111-112). Sin
embargo, más allá de esas restricciones sociales, la evolución del siglo hace posi-
ble encontrar cada vez más traductoras con una trayectoria —creativa o económi-
ca— relativamente propia, como puede ser el caso de Elizabeth Elstob (1683-1756),
pionera en la traducción de poesía anglosajona arcaica y defensora de la traducción
literalista; la novelista Charlotte Lennox (1720-1804); Sarah Fielding (1710-1768),
traductora de Jenofonte; Ann Francis (1738-1800), autora de una versión del Can-
tar de los Cantares; la precursora del feminismo Mary Wollstonecraft (1759-1797);
y la célebre Elizabeth Carter (1717-1816), autora de una de las traducciones más
rentables de la época —una excelente versión en prosa de Epicteto publicada en
1758— y dotada, además, de una notable e innovadora perspectiva acerca de las
complejidades de la traducción, como demuestra su correspondencia con Thomas
Secker, obispo de Oxford en aquellos años, en torno a la traducción de Epicteto (cf.
Robinson 1997: 199-203).
ta tan desagradable como «lo inesperado» (Priestley 1777: 273). Por último, con-
viene recordar, como se ha venido señalando en los distintos epígrafes, que el obje-
tivo de la traducción literaria durante la época neoclásica no es el conocimiento de
lo extranjero y lo ajeno, sino el enriquecimiento de la lengua vernácula, ideario que
ya provenía del XVII (Draper 1921: 243); por tanto, se entiende que la lengua y las
letras inglesas —al igual que el traductor-pintor descrito por Samuel Garth— de-
ben tomar prestado tan solo lo mejor de los rasgos foráneos, es decir, lo extranjero
«carefully strained of all imperfection» (Draper 1921: 244).
El concepto mimético de la traducción, en consecuencia, da un marco intelec-
tual idóneo para la época Augústea, pues reafirma la voluntad —casi la necesidad—
de traducir seleccionando, adaptando el original de acuerdo con sus requisitos de
construcción de época. Inevitablemente, un planteamiento como este evidencia sin
cesar fuertes implicaciones políticas y morales. Cuando William Guthrie (1708-
1770), traductor de Cicerón y de Quintiliano, afirma en su prólogo a Cicerón (1741)
que lo más importante para una traducción es mantener el «modo», el «aire»
(«Manner»), del autor original, adaptándolo a los «modos vivos» («living
Manners»), plantea un razonamiento práctico que se desdobla en justificación polí-
tica: el lenguaje usado por Cicerón en sus alocuciones al Senado sólo puede verse
reflejado correctamente si se halla un lugar contemporáneo semejante, donde exis-
ta la misma «Libertad de Debate», donde cada miembro sea «Juez y Consejero»,
donde se sometan las cuestiones «de Propiedad y Gobierno»; ese lugar, sostiene
Guthrie, solo existe en Gran Bretaña, en el Parlamento, y es ahí donde debe el tra-
ductor buscar sus «modos» de lenguaje (Steiner 1975: 98-99). En esa asociación
práctica, por tanto, la lengua y las costumbres se convierten en un factor decisivo
de continuidad, de forma que el Senado se perpetúa en el Parlamento, el Imperio
Romano en el Reino Unido, el latín en el inglés. No menos política es la conclu-
sión que plantea, de nuevo, Thomas Francklin («Translation; a Poem», 1753) cuando
afirma que los autores británicos, por no ocuparse suficientemente de los autores
clásicos, están permitiendo el triunfo de los franceses:
Arts as well as arms, las artes y las armas son parte del mismo proceso de he-
gemonía. La traducción es, por tanto, una cuestión política: al tiempo que da re-
nombre al país y preeminencia ante otros, sirve también como línea de filiación
con la antigüedad, como continuidad política e intelectual, como legitimación.
152 FRUELA FERNÁNDEZ
Aun más importantes, si cabe, que las connotaciones políticas son las cuestio-
nes de moralidad y de costumbres que vienen asociadas con la traducción. En este
nivel intelectual, la época Augústea ya no se plantea tan solo como continuación
del mundo clásico, sino incluso como superación de aquel; y en tanto que una so-
ciedad se considera superior a otra, el respeto por los textos pasa a ser menor y las
libertades permitidas son mayores (Lefevere 1992: 87-98). Dos son los conceptos
prevalentes en esta perspectiva de moralidad: el «buen gusto» y el «decoro»; o si-
guiendo la acertada formulación de Draper (1921: 241 y 248), «the set convention
of «Good Taste» y «the subtle power of decorum».
Estos conceptos y su influencia en la época ofrecen un caso de estudio muy
interesante para indagar en el funcionamiento de las «normas de traducción», defi-
nidas por Toury (1980, 1995) y reevaluadas por numerosos investigadores poste-
riores. Tal y como han planteado distintos teóricos, las normas actúan «as constraints
on behaviour, foreclosing certain options while suggesting others» (Hermans 1991:
161); es decir, resulta posible considerar las normas como un medio de control y
transformación del comportamiento, en la medida en que la presión social ejercida
por las distintas normas, convenciones, costumbres, etc., acaba siendo asumida e
incorporada, de manera consciente o inconsciente, por los sujetos, que terminan ac-
tuando de manera «normativizada» sin necesidad de que exista la coacción de una
fuerza legal (cf. Toury 1995: 53-69). Ese es el caso paradigmático de la Gran Bre-
taña del XVIII: aunque no existiera la censura oficial, las traducciones se expurga-
ban de forma continua (Draper 1921: 245), sin necesidad de una reglamentación
externa; eran los modos y costumbres de la época, la ideología aceptada y asentada
la que, en cada persona, en cada traductor, iba dando pie a una censura habitual e
intuitiva. Los prólogos de la época abundan en justificaciones del traductor, que,
en nombre del buen gusto y el decoro, se decide a eliminar «expresiones e imáge-
nes demasiado familiares», «bajezas» y «procacidades»; decisiones, por otra parte,
que eran justificadas por los críticos literarios (cf. los testimonios recogidos en
Draper 1921: 248). Así ocurre, por ejemplo, que Pope, en su traducción de la Ilíada,
omita una mención del autor a las caderas de la nodriza que había criado a Héctor;
Tytler, en su famoso tratado (Tytler 1790 [1813]: 49-50), alaba esa omisión, que
considera «muy apropiada», y señala que Homero «has […] shewn [sic] less good
taste in this instance than his translator».
El «poder sutil» del buen gusto y del decoro no solo afectaba a las cuestiones
morales y religiosas, sino también a las costumbres arcaicas o extranjeras, que eran
criticadas, eliminadas o sustituidas por las nativas; este detalle ayuda a compren-
der hasta qué punto la época neoclásica, en su absoluta rigidez, se sobrevaloraba y
se planteaba como única medida posible de comportamiento —algo que, segura-
mente, no dejaría de relacionarse con el inicio de la expansión internacional de Gran
Bretaña en este periodo—. Esta tendencia «decorosa» del Neoclasicismo tiene su
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 153
It would shew [sic] very little judgment in a translator, who should honour
Patroclus with the epithet of godlike, while he is blowing the fire to roast an ox; or
bestow on Agamemnon the designation of King of many nations, while he is helping
Ajax to a large piece of the chine (Tytler 1790 [1813]: 50).
El famoso buen gusto impide a Tytler comprender que esos desniveles son,
precisamente, una de las intensidades del estilo homérico, que trata los aconteci-
mientos cotidianos con la misma importancia que el resto de sus temas; en la
cosmovisión homérica, no hay acontecimientos que carezcan de importancia: la con-
tinuidad personal no solo permite que Patroclo sea «igual a un dios» mientras en-
ciende un fuego, sino que el carácter tan cotidiano de esa acción refuerza la intensi-
dad comparativa. Sin embargo, la concepción de la vida como un conjunto en el
que conviven las cuestiones cotidianas y las excepcionales resulta incomprensible
para la mentalidad de una época que, pese a las transformaciones estructurales, con-
tinúa fascinada por la nonchalance y el refinamiento de la nobleza. Aún a finales
de siglo (1791), un autor más cercano al Romanticismo y con planteamientos me-
154 FRUELA FERNÁNDEZ
—la traducción debe dar una transcripción completa de las ideas del original;
—el estilo y la forma de la traducción deben ser del mismo tipo que aquellos
del original;
—la traducción ha de tener la misma fluidez que un texto escrito originalmen-
te en la lengua de llegada.
Aunque resulta evidente que los dos primeros puntos expresan una obviedad,
un deseo inherente a cualquier traducción —mantener tanto el fondo como la for-
ma—, conviene tener en cuenta que también suponían una cierta novedad para la
época, habituada a esa «imitación ideal» que inducía a la síntesis y la selección
arbitraria; la insistencia de Tytler en la letra del original rompía en cierto modo
con la tradición reciente de Dryden o Pope. Estos planteamientos iniciales, sin em-
bargo, se van resituando y contradiciendo a lo largo del texto de Tytler, como se
puede observar por los distintos ejemplos ofrecidos en este capítulo; obviamente,
unos preceptos tan laxos acaban chocando, en primer lugar, con la gran diversidad
de la práctica y, en segundo lugar, con la justificación y valoración general que
Tytler tiende a hacer de las normas del buen gusto y de los propósitos de los tra-
ductores neoclásicos, quienes no se caracterizaron por un gran respeto ni a la forma
ni al sentido de sus originales. Por otra parte, el tercer precepto —la defensa de la
«fluidez»— facilita esa voluntad de adaptación y asimilación que caracterizó al
Neoclasicismo, a la vez que perjudica a las traducciones más ásperas y complejas
que irá requiriendo el movimiento romántico. En cualquier caso, aunque la origi-
nalidad de Tytler sea escasa, su obra sigue teniendo el interés histórico que implica
su carácter pionero y su mezcolanza de ideas, tan propia de las transiciones que
definieron el siglo XVIII.
Si bien resulta innegable que las obras clásicas siguieron manteniendo su estatus
de referencia en el siglo, especialmente por lo que respecta a la poesía, esta posi-
ción predominante se irá haciendo más compleja y discutida. Pese a que el conoci-
miento de las lenguas iba perdiendo su importancia dentro de la formación acadé-
mica (Wilson 1982: 89), se seguía valorando positivamente como signo tradicional
de cultura y podía servir como ayuda para alcanzar el respaldo del mecenazgo
(Draper 1921: 250-251). Estos matices contradictorios se observan, con sutileza,
en cierta descripción hecha por Henry Fielding en su novela Joseph Andrews:
[…] I say (but I whisper that softly, and I solemnly declare without any intention
of giving offence to any brave man in the nation), I say, or rather I whisper, that he
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 157
is an ignorant fellow, and hath never read Homer nor Virgil, nor knows he anything
of Hector or Turnus […]. (Fielding, 1742 [2001]: 291)
ciones políticas que a una idea general de fidelidad, dando pie a la abundancia de
versiones (Draper 1921: 250-251).
El autor clásico más traducido será, sin duda alguna, Homero, con decenas de
traducciones distintas (totales o parciales) y en torno a un centenar de ediciones
totales, entre reediciones, obras escogidas y nuevas traducciones; de todas ellas, en
torno a la mitad corresponderán a la Ilíada (27 ediciones hasta 1790) y la Odisea
(33 ediciones) de Alexander Pope, verdadero «canonizador» del poeta griego
(Gillespie 2005b: 131). Tanta fue la importancia comercial y literaria de Homero
que llegaba a ser objeto de enfrentamientos editoriales (Sowerby 2005: 160): dos
días después de que Lintot publicara el primer volumen de la Ilíada de Pope (6 de
junio de 1715), Tonson haría aparecer el Libro I de la obra en traducción de Thomas
Tickell; esta contrapublicación —ideada, al parecer, por Addison, enemigo de Pope
(cf. Rosslyn 1979: 49)— suponía un verdadero ataque comercial, ya que podía de-
bilitar todo el proyecto de suscripción planeado por Pope para su traducción (aun-
que, finalmente, no fuese así, dado que esta acabaría teniendo más éxito que la de
Tickell).
Gracias, en suma, a Homero y a la Eneida de Virgilio —cuya traducción más
célebre, tras la de Dryden, será la publicada por Christopher Pitt, protegido de Pope,
en 1726—, la épica tendrá considerable relevancia en la época, aunque otros auto-
res de este género apenas recibiesen atención (Sowerby 2005: 155). Cabe señalar
la nueva importancia que adquirió la Farsalia de Lucano —quizá por su mensaje
político republicano, asociado por los lectores con la Revolución de 1688— y la
Tebaida de Estacio, cuyo libro I tradujo Pope en 1712.
Aparte de Homero y Virgilio, los dos autores ascendentes durante el XVIII se-
rán Horacio (Wilson 2005) y Ovidio (Tissol 2005). La popularidad de Horacio era
considerable y uno de los entretenimientos eruditos más habituales del periodo
Augústeo era traducir alguna de sus odas; de ahí, también, que abunden las traduc-
ciones ocasionales —de Addison, Rowe, Johnson, etc.— publicadas en revistas y
colecciones misceláneas. Muestra de esta variedad es una importante traducción
colectiva de 1715, publicada por Tonson y conocida popularmente como el Wits’
Horace; en ella aparecían versiones a cargo de Dryden, Roscommon, Prior o
Congreve. Posteriormente aparecería otra notable traducción colectiva, editada por
Duncombe (1757-59, ampliada en 1767). Deben destacarse, además, las traduccio-
nes de la obra completa hechas por Philip Francis (1743), con texto latino y notas,
y las dos versiones de Christopher Smart (la primera, de 1756, en prosa; la segun-
da, de 1767, en edición bilingüe, con versión en prosa y en verso).
El considerable interés que la época sentirá hacia Ovidio se inicia con la publi-
cación, en 1709, de la traducción del Ars amandi (Art of Love); editada también
por Tonson, la obra aparecía en traducción de Dryden (Libro I), del profesor de
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 159
Teología Thomas Yalden (Libro II) y del dramaturgo William Congreve (Libro III).
Asimismo, el caso de las Metamorfosis (Tissol 2005: 210-216) resulta muy revela-
dor de la constante relación entre los autores clásicos y el mundo literario. En 1716,
Edmund Curll publica una traducción completa de la obra, editada por George
Sewell; la mayor parte del material aparece traducido por el propio Sewell, aunque
incluye traducciones de otros autores, realizadas expresamente para la obra (siendo
los más conocidos de ellos John Dart y John Gay). Dado el éxito comercial alcan-
zado con el Arte de Amar, Tonson decide publicar en 1717 una traducción de las
Metamorfosis que compita con la de Curll. La edición corre a cargo de Sir Samuel
Garth, discípulo de Dryden, que recopila todas las traducciones publicadas en vida
por este; la obra se completa con traducciones de Garth y de numerosos colabora-
dores, casi todos relacionados políticamente con los Whig: Addison, Congreve,
Nahum Tate, Nicholas Rowe, Laurence Eudsen, etc.
De entre el resto de poetas clásicos, conviene señalar la publicación de dos tra-
ducciones completas de Tibulo (John Dart 1720, y James Grainger 1758) y una edi-
ción bilingüe y anotada de Catulo (1795); esta fue, además, la primera traducción
completa que se hizo de Catulo en inglés y estuvo a cargo de John Nott, traductor
implicado en ámbitos lingüísticos muy variados. Algunos poetas de relevancia, como
Píndaro (Wilson 2005: 178-180), Juvenal (Hopkins 2005: 230-234), Anacreonte,
Safo o Persio, fueron más imitados que traducidos. En el caso de Juvenal, autor de
importancia para la sátira en Inglaterra, es importante tener en cuenta que Dryden,
en colaboración con otros traductores, había publicado una edición completa en
1693, que quizá refrenó los intentos posteriores; a este respecto, resulta interesante
comprobar que varias de las traducciones publicadas en el XVIII fueran en prosa y
con el complemento de su texto latino, lo que parece evidenciar su voluntad por
evitar la comparación con el texto de Dryden.
Fuera de la poesía, el autor clásico más apreciado sería, probablemente, Platón;
resulta destacable el hecho de que veinte de sus diálogos se tradujeran por primera
vez en el XVIII (Winnifrith 2005a: 255). Durante la primera mitad del siglo, tuvo
gran importancia la retraducción hecha a partir de la versión francesa de André
Dacier (1701), que vería cinco reimpresiones hasta 1772. Será en la segunda mitad
cuando comiencen a publicarse las traducciones de Floyer Sydenham (1710-1787),
clérigo que se propuso traducir todos los Diálogos; si bien no llegó a completar su
intención, entre 1759 y 1780, produjo un buen número de traducciones y dejó otras
inéditas. El proyecto lo completaría Thomas Taylor con su edición de 1804 —que
recuperaba, de hecho, algunas de las traducciones de Sydenham—, segunda traduc-
ción de las obras completas de Platón que se publicada en Europa tras la italiana.
Dado que el periodo Augústeo fue una época de abundante preceptiva literaria,
también fueron valiosas las traducciones de los grandes tratados clásicos de Horacio,
160 FRUELA FERNÁNDEZ
Como se ha venido señalando a lo largo del texto, el francés será, con diferen-
cia, la más pujante entre las lenguas modernas; el italiano y el español permanece-
rán a la par, en un segundo plano, mientras que el interés por el alemán surgirá a
finales de siglo, asociado ya al prerromanticismo (Gillespie 2005b: 139-140). Ape-
nas habrá producción referida a otros ámbitos de importancia futura, como
Escandinavia o el mundo eslavo.
La literatura francesa tendría una notable acogida en el XVIII por factores que
podrían considerarse comerciales: por un lado, ofrecía un gran volumen de obras
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 161
que aún no se habían traducido al inglés, entre otras razones porque la competencia
política entre ambos países había refrenado en parte el trasvase cultural (France
2005a); por otro lado, el gran crecimiento del público lector a partir de 1750 hace
que las editoriales requieran más novelas traducidas, pues la producción inglesa no
es suficiente y los editores se ven en la necesidad de centrarse en aquellos ámbitos
más cercanos (Gillespie 2005b: 135). Tanta fue la importancia de esta transforma-
ción que el francés llegará a dominar de forma radical como lengua de partida: en
la prosa, se publicarán, de hecho, más traducciones del francés que originales in-
gleses (Gillespie 2005b: 123-124); además, es importante tener en cuenta, como
señal, que los principales traductores profesionales de la época —como los ya cita-
dos Samber, Duncombe, Ozell o Lockmann— se dedicaron principalmente a las
obras de origen francés. En consecuencia, el XVIII será una época de gran flujo
cultural entre los dos países: Gran Bretaña exportaba filosofía y escritos científi-
cos, a la vez que importaba un considerable conjunto de obras en prosa.
Por supuesto, la lengua francesa será más relevante en algunos géneros que en
otros (Gillespie 2005b: 136-138): mientras la poesía pasó casi inadvertida y el tea-
tro fue más imitado que traducido, la prosa narrativa destacó, sobre todo, con el
género epistolar, muy en boga durante la época (Mme Graffigny, Mme de Beaumont,
Mme Riccoboni, La Nueva Eloísa de Rousseau, Marmontel), y las narraciones de
corte exótico o viajero (Genlis, d’Argens y el enorme éxito del Télémaque de
Fénelon). En un lugar de importancia se situaron, igualmente, los moralistas y filó-
sofos, como Huet, Jurieu, Bossuet, Rochefoucauld, Montesquieu, Saint-Évremond
y, sobre todo, Voltaire y Rousseau.
La poesía francesa, como se ha señalado, apenas caló en Gran Bretaña, con la
excepción marcada de La Fontaine (France 2005a: 310-315), muy imitado en la épo-
ca por autores como Pope. Aunque era habitual leerlo en la lengua original, entre
1711 y 1713 se publicó una selección en tres volúmenes de sus obras principales.
El interés por La Fontaine proporciona, obviamente, una medida del tipo de poesía
didáctica y tradicional que interesaba al periodo augústeo y sobre la que se forjaría
su canon.
En el ámbito teatral, la traducción tendía a ser, más bien, adaptación, imita-
ción, recreación o, incluso, plagio, pues se rehacía y se tomaba de la obra original
francesa sin voluntad alguna de ser fidedigno. Por otra parte, la traducción y adap-
tación de obras francesas se consideraba un acto político, dada la rivalidad entre
ambos países; de ahí que abunden los paratextos (prólogos, notas, comentarios, etc.)
donde, a la vez que se acepta el relativo interés de las obras traducidas, se critica al
público por su predilección ante las costumbres y tendencias francesas (Kewes 2005:
317). En cualquier caso, los dramaturgos franceses no tuvieron en el XVIII la mis-
ma importancia que habían tenido durante la Restauración. Puede destacarse, sobre
FRUELA FERNÁNDEZ
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 163
(France 2005b: 380), quien publicará en 1761 Julie, ou la Nouvelle Héloïse; en 1762,
el Émile; y, en 1767, una miscelánea de obras en cinco volúmenes (1767).
Voltaire, por su parte, alcanzó, tanto en francés como en traducción, una pre-
eminencia indiscutible, llegando a ser uno de los autores más leídos de la época: es
posible contar hasta 65 obras traducidas, además de dos ediciones de obras selec-
tas. La primera, dirigida por el catedrático de griego Thomas Francklin y el nove-
lista Tobias Smollett (1761-1765), tuvo numerosas reediciones. Su historia edito-
rial resulta interesante para analizar los mecanismos comerciales y publicitarios que
subyacen a muchas traducciones: las obras en prosa de esta edición estaban a cargo
de Smollett, aunque hay constancia de que apenas tradujo algún fragmento; por otra
parte, el teatro y la poesía quedaban a la responsabilidad de Francklin, quien pare-
ce que produjo, a lo sumo, una o dos tragedias. La parte fundamental de la edición
fue, en suma, la mezcla de ediciones previas y del trabajo nuevo llevado a cabo por
distintos traductores sin firma, entre ellos el poeta William Cowper (France 2005c:
382). La segunda edición de obras selectas la publicaron David Williams y William
Kenrick (1779-1781): aunque la mayor parte del material correspondía a este últi-
mo, su relevancia posterior fue escasa.
El siglo XVIII se interesará poco por la literatura italiana y casi siempre a tra-
vés de la poesía. Lógicamente, dos de los autores que recibirán mayor atención se-
rán los épicos: Ludovico Ariosto y Torcuato Tasso. El Orlando Furioso de Ariosto
aparecerá en dos traducciones completas, la de William Huggins (1757) y la de John
Hoole, muy criticada por Sir Walter Scott, que la consideraba «plomiza» (Bates
2005: 398). También serán dos las traducciones de la Gerusalemme liberata: la de
Philip Doyne (1761), en verso blanco, y la de Hoole, de nuevo, en pareados heroi-
cos (1783). A finales de siglo, se verá también cierto interés hacia la poesía lírica:
John Nott publicará una selección de odas y sonetos de Petrarca (1777) y Tytler
ofrecerá diversas traducciones del poeta como complemento a su estudio sobre la
obra y el carácter de Petrarca (1784). Será entonces, igualmente, cuando se dé el
primer acercamiento sistemático a la Divina Comedia de Dante: Henry Boyd pu-
blicará en 1785 una edición del Inferno en dos volúmenes, aunque no completará
el proyecto hasta 1802 (Pite 2006: 246-247).
El interés por la literatura española también será escaso y se manifestará en el
ámbito de la narrativa, en auge durante todo el siglo XVIII. Se prestará gran aten-
ción, sobre todo, a la novela breve y la picaresca. De las Novelas ejemplares se
produjeron tres traducciones, una de ellas a cargo de Ozell (1709); también es po-
sible encontrar traducciones de Quevedo (una selección de obras de 1707 que in-
164 FRUELA FERNÁNDEZ
The Misfortune of our Translators is, that they have only one Style, and that
consequently all their Authors, Homer, Virgil, Horace, Ovid, are compelled to speak
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 167
in the same Numbers and the same unvaried Expression. The freeborn Spirit of Poetry
is confined in twenty constant Syllables, and the Sense regularly ends with every
second Line, as if the Writer had not strength enough to support himself, or Courage
enough to venture into a third (Francis apud Draper 1921: 248).
5 «O el traductor deja al escritor en paz todo lo posible, y mueve al lector hacia este, o deja al
en Mandelbrote (2001).
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 169
indirecta, una mayor atención hacia los errores del texto y sugirió la necesidad de
una nueva traducción, posibilidad ante la que se crearon dos bandos: los críticos de
la Authorized Version, fundamentalmente católicos y protestantes radicales; y sus
defensores, que eran, a su vez, los fieles de la Iglesia de Inglaterra y los partidarios
de la Corona. Aquí se plantea ya el primero de los conflictos políticos en torno a la
traducción: dado que la Authorized Version era considerada el baluarte de las insti-
tuciones —al ser la edición aprobada por la Iglesia protestante y por la monarquía,
a través del Rey Jacobo I (1567-1625) que le da nombre—, poner en duda la tra-
ducción implicaba socavar la autoridad de ambas (cf. Mandelbrote 2001: 38).
Aunque una parte importante de los errores, pese a todo, no eran de traduc-
ción, sino de malas lecturas o errores de imprenta, estas imprecisiones comprome-
tían la fiabilidad y prestigio de la Iglesia de Inglaterra; las disputas políticas en tor-
no a la traducción conllevarían, finalmente, que Thomas Secker —obispo de Bristol
y Oxford, arzobispo de Canterbury, ya mencionado en este panorama por su debate
con Elizabeth Carter— tomase la responsabilidad de financiar una versión corregi-
da, de la que se ocuparían Benjamin Kennicott (1718-1783) y Robert Lowth (1710-
1787), autor de un estudio fundamental para el interés romántico en la Biblia, Sacred
Poetry of the Hebrews (1753).
Sin embargo, la revisión propuesta por Kennicott y Lowth nunca obtuvo apro-
bación, ya que, progresivamente, la idea de enmendar la Authorized Version —en
suma, la idea de revisar el texto angular del culto protestante— dejó de verse como
algo útil para la Iglesia de Inglaterra y pasó a considerarse una opción dañina
(Mandelbrote 2001: 60-61); en ello influyó, probablemente, el planteamiento de tra-
bajo de Kennicott, que no era un hombre de religión, sino un hebraísta con crite-
rios de fidelidad más filológicos y que llegaría a reconocer, al valorar la Authorized
Version, que «our translators have frequently given the Sense, not of that which is,
but of that which seem’d to them necessary to be» (Kennicott apud Mandelbrote
2001: 59). Así señalaba lo que ha sido, en cierto modo, una constante histórica en
muchas traducciones cristianas de la Biblia: la lucha contra la ambigüedad, aunque
esto implique un descuido de los criterios filológicos (cf. Fernández 2007b).
Uno de los textos orientales más influyentes durante el siglo XVIII serán Las
mil y una noches —obra conocida siempre en inglés como Arabian Nights—, que
proporcionarán ciertos recursos de ambientación exótica a distintas narraciones de
la época, como el Rasselas (1759) de Samuel Johnson (cf. Mack 2005). Esta rele-
vancia, pese a todo, se manifiesta tan solo en una traducción, concretamente una
retraducción de la edición francesa de Antoine Galland; publicada en edición de
bolsillo, durante un periodo amplio (1705-1721) y en una traducción anónima, que
se atribuirá a un posible hack-writer de Grub Street. Otras traducciones relevantes
del árabe serán la primera traducción inglesa del Corán, a cargo de George Sale
(1734), y una antología poética, Specimens of Arabic Poetry, traducida por Joseph
Carlyle (1796).
El interés por el subcontinente indio se manifestará de manera lenta pero dura-
dera. La primera traducción proveniente de este complejo ámbito étnico y lingüís-
tico será un compendio legal titulado A Code of Gentoo Laws (1776), traducido
por Nathaniel Brassey Halhed (Trivedi 2006: 340); la obra no estaba escrita en
sánscrito, sino en persa, la lengua oficial y jurídica de la India durante el dominio
musulmán (hasta 1837, cuando fue sustituida por el inglés). Posteriormente, Char-
les Wilkins (Trivedi 2006: 341) traducirá el célebre diálogo filosófico conocido
como Bhagavad Gîtâ (1785) y el conjunto de fábulas morales Hitopadeœa (1787).
Del persa aparecerán también algunas traducciones de sus principales poetas (Davis
2006: 334 y 338): John Nott publicará en 1787 una versión de Hafiz, mientras que
en 1790 será Joseph Champion quien publique un primer volumen de poemas de
Ferdusí, proyecto que no tendría continuidad.
En este contexto aparece una figura decisiva para el nacimiento del orientalismo,
un autor pionero de numerosos ámbitos de estudio modernos: Sir William Jones
(1746-1794). Jones fue, en gran medida, un autodidacta fascinado por las lenguas y
literaturas de Oriente, como demuestra su variada y cambiante trayectoria intelec-
tual. Aprendió hebreo de forma independiente y, tras iniciar en Oxford los estudios
de lenguas clásicas, los simultaneó con el estudio del árabe y el persa. En 1771
publica su Grammar of the Persian Language, donde incluye algunas traducciones
del poeta Hafiz; en 1774 aparece su extenso tratado, escrito en latín, sobre la poe-
sía asiática, término con el que engloba China, Turquía, el ámbito persa y el mun-
do árabe; en 1782 serán dos las traducciones publicadas: un tratado jurídico de Ibn
al-Mulaqqin y la primera versión inglesa de las Mu’allaqâs, conjunto de siete casidas
preislámicas al que se considera uno de los grandes referentes líricos de la lengua
árabe. Posteriormente Jones se traslada a la India, donde se convertirá en el primer
estudioso europeo del sánscrito; en 1789 publica su traducción del clásico sánscrito
El reconocimiento de Sakuntala (Sacontalá or The Fatal Ring: an Indian drama),
de Kâlidâsa, uno de los autores principales de esta lengua (en palabras del propio
Jones: «the Shakespeare of India»; Jones apud Holes 2005: 451).
LA TRADUCCIÓN EN GRAN BRETAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII 171
…man eroberte damals, wenn man übersetzte, - nicht nur so, daß man das
Historische wegliess: nein, man fügte die Anspielung auf das Gegenwärtige hinzu,
man strich vor Allem den Namen des Dichters hinweg und setzte den eigenen an seine
Stelle - nicht im Gefühl des Diebstahls, sondern mit dem allerbesten Gewissen des
Imperium Romanum (Nietzsche 1882 [1999]: 439) 7.
7 «…entonces se conquistaba cuando se traducía —no solo en que se omitía lo histórico: no,
se añadía la referencia a lo presente, sobre todo se borraba el nombre del autor y, en su lugar, se
ponía el propio— no con la sensación de robo, sino con la mejor conciencia del Imperium Romanum».
172 FRUELA FERNÁNDEZ
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LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA.
TRADUCCIONES Y TRADUCTORES
MÓNICA GARCÍA AGUILAR
JOSÉ ABAD
1. INTRODUCCIÓN
que de poco empuje. Se replanteó la organización del Estado, así como las relacio-
nes entre este y la Iglesia. Además se estimularon las reformas del sistema banca-
rio, el fiscal y la educación, en la convicción de que toda mejora educativa suponía
una mejora en la formación de la élite política. Se incrementaron asimismo las tie-
rras dedicadas al cultivo y se apoyó a la industria textil, en un intento de dinamizar
la sociedad italiana. O sea, una serie de transformaciones inspiradas más o menos
directamente por el ejemplo francés; sin duda, el paradigma sociocultural predomi-
nante en esta centuria.
Estas iniciativas sufrieron, a lo largo del siglo, sucesivos vaivenes históricos,
pues la de España no sería la única conflagración de tipo dinástico que estallaría en
suelo europeo, y todas tendrían repercusiones en Italia. Durante la Guerra de Suce-
sión de Polonia (1733-1738), que alcanzó al país trasalpino a través de su relación
con Austria, hubo un feroz período de carestía que causó estragos en la zona cen-
tral, dejando una profunda huella en la línea de crecimiento demográfico del siglo.
Si tomamos, por ejemplo, el caso de Nápoles, veremos cómo este conflicto provo-
caría una redistribución del mapa geopolítico, sin lograr crear, no obstante, las con-
diciones necesarias para llevar a puerto las innovaciones más urgentes: Carlos de
Borbón tomó posesión del reino de Nápoles en 1734, expulsando las fuerzas
austriacas y cimentando una monarquía independiente de la corona española, y sin
embargo el cambio se quedó en mero traspaso de poder:
concreto, del sistema fiscal 1. Sin embargo, la secular fragmentación política italia-
na impide que el cuadro sea homogéneo:
La geografia politica del riformismo anche in questi anni, come nei precedenti,
presenta disomogeneità e somiglianze. Nell’Italia centro-settentrionale le trasforma-
zioni nelle campagne e i movimenti economici furono piú dinamici, ma solo in Lom-
bardia e in Toscana si accompagnarono a un complessivo processo di unificazione
politica, che fu tentato con una riorganizzazione giuridica e amministrativa dallo stato,
attraverso la quale si posero le basi per il superamento delle molteplici discriminazioni
reali e formali della società d’ancien régime. A Napoli, invece, al grande dibattito
intellettuale promosso dalla scuola di Genovesi e caratterizzato da un illuminismo
originale e maturo, attento ai problemi sociali, non corrispose una direzione politica
adeguata, incapace, come fu, di introdurre effettivi cambiamenti nella società e nello
stato (Carpanetto 1980: 238).
1 «Tornano al centro dell’attenzione politica i problemi del fisco, diventati urgenti a causa del
deficit degli stati, e delle strutture amministrative, che dovevano essere ridefinite per poterle adeguare
al processo di estensione della presenza statale nella società. In campo economico e nei rapporti tra
stato e sistema feudale in questo periodo si accennano timidi approcci a propositi riformatori che
saranno più intensamente discussi e attuati a partire dagli anni ’60» (Carpanetto 1980: 83).
180 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
Así pues, durante este siglo, las formas de transmisión cultural y, por tanto, los
pilares de la circulación internacional de las nuevas ideas fueron, sin duda, el pe-
riodismo literario, las relaciones epistolares y el intercambio de obras entre los mis-
mos literatos, la creación de nuevas academias como centros autónomos en donde
se fomentaba la incipiente actividad intelectual ilustrada y, sobre todo, la útil y fe-
bril actividad de los traductores.
El periodismo literario del Settecento italiano —tal y como demuestra el inte-
resante estudio de Luigi Piccioni—, reflexionó sobre la vida intelectual del mo-
mento ofreciendo interesantes reseñas o estratti de las más recientes publicaciones
europeas, así como las traducciones, generalmente del francés, de algunos artículos
de otras renombradas cabeceras europeas que, a juicio de los redactores, merecían
ser difundidos en Italia. No fueron pocos los diarios que se especializaron en las
más dilatadas materias del mundo cultural, mostrando una parte de ellos particular
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 181
sensibilidad por la estética literaria. De esta manera, ya en 1722, Luigi Parini pu-
blicaba mensualmente el Giornale de’ Letterati Oltramontani, edición traducida del
francés en la que se daba cabida a diversas recensiones y compendios de obras ex-
tranjeras, en su mayoría francesas, de cualquier rama del saber. Más claros son los
objetivos y el espíritu del periódico Il Gran Giornale d’Europa, o sia la Biblioteca
Universale in cui vengono a compendiarsi li Giornali oltramontani più rinomati
ed a raccogliersi gli estratti de’ Libri migliori, usciti alla luce dall’anno MDCLXVI
e susseguentemente in ogni sorta di materia, que comenzó su breve andadura de
apenas un año en septiembre de 1725.
A partir de la segunda mitad del siglo se multiplican los periódicos literarios
en la península italiana, «aumenta quindi ogni giorno il bisogno, nei dotti, di questi
mezzi di comunicazione letterari che sono i giornali, tanto più che la stampa va
ognor più estendendosi, e le pubblicazioni crescono ogni giorno di numero e
d’importanza» (Piccioni 1894: 109). En 1756 se comienza a publicar en Módena el
Saggio critico della corrente letteratura straniera que cada tres meses se proponía
ofrecer «un catalogo di libri nuovi oltramontani». Dos años después nace en Berna
el Estratto della letteratura europea para continuar luego en su sede de Milán. Gran
fama y reputación alcanzó entre el público erudito L’Europa Letteraria que en 1768
aparece en el mercado veneciano insistiendo en las obras europeas —una vez más,
principalmente francesas—, publicando «articoli tradotti da giornali stranieri, in
ispecie francesi, oppure, qualche volta, anche semplici estratti d’essi articoli»
(Piccioni 1894: 167). En las últimas décadas del siglo verían la luz la Biblioteca
Oltramontana, boletín que «fu molto lodato al suo tempo e fu tenuto in gran pregio
nel Piemonte», considerado uno de los mejores periódicos literarios del momento
en Turín y el veneciano Genio letterario d’Europa que en los pocos números que
publicó mostró claramente predilección por los descubrimientos y por los viajes,
por los debates y las polémicas que la cultura europea ofrecía, pero sobre todo un
fuerte interés por la literatura italiana y europea, obsequiándonos en cada fascículo
con una relación de aquellos libros franceses, ingleses o alemanes que acababan de
editarse.
Este conocimiento general de lo que Europa estaba ofreciendo al saber litera-
rio no solo sirvió para incrementar el interés de la élite intelectual por autores y
obras europeas; además despertó la urgente necesidad de descubrir esta literatura.
Los viajes y desplazamientos internacionales, como ya se ha apuntado, así como
las embajadas y los cargos oficiales de instruidos personajes en Europa favorecie-
ron esta comunicación intercultural. Considerados una especie de «mediadores de
cultura», estos doctos personajes settecenteschi lograron ampliar, consciente e in-
conscientemente, los horizontes de la literatura nacional haciendo uso del intercam-
bio bibliográfico de aquellas obras inglesas o francesas que llamaban su atención,
182 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
pero que tanto la censura eclesiástica como las dificultades subyacentes al mercado
librero impedían su normal distribución. De esta manera comenzaron a circular en
Italia, aunque no en gran número, los libros en lengua original de los más renom-
brados escritores, gracias precisamente a la amistad y al generoso préstamo de es-
tas obras entre literatos como Agostino Paradisi y el marqués Gherardo Rangone
que intercambiaron obras de autores ingleses como Milton y Thomson.
Efectivamente, una vez más, la censura eclesiástica y política impidió la libre
circulación de obras, prohibiendo taxativamente la introducción de libros contra-
rios a la religión como el Système de la Nature de Mirabaud, La Tolérance de
Voltaire o L’Émile de Rousseau. Francia e Inglaterra eran dos focos de atención
por sus ideas revolucionarias y agnósticas, dándose además en el caso de Gran Bre-
taña un culto contrario: el protestante. Francescantonio Zaccaria, teólogo y histo-
riador romano, publicó en 1777 una Storia polemica delle proibizioni di libri, en
respuesta a esta necesidad de vigilancia eclesiástica que debía preservar la religión
católica del supuesto peligro de determinadas obras extranjeras. Precisamente en el
capítulo IV de esta Storia polemica titulado «Alcuni esempi che confermano il danno
de’ libri cattivi, e quindi la necessità di proibirli», el jesuita enumera «certi libri di
ateismo coperto» sobre todo de algunos escritores ingleses traducidos al italiano
que «vomitano veleno tanto più mortifero, quanto più sottile, e più nascosto; e gli
uomini dementati lo beono, nulla scorgendovi di reo, perchè non sospettan di nulla»,
llegando a la conclusión final de que «tutti questi non sono se non gli amari frutti
della lettura di tanti libri, che non più, come un tempo per trapassare alle nostre
contrade navigan mari, o valican monti, ma colle nostre stampe a tutt’agio si
diffondon tra noi sotto la vana ombra di un troppo dannevol commercio» (Zaccaria
1777: 243-244).
(1775), escribe: «…se la lingua francese ha dei termini appropriati ad alcune idee
necessarie che in Italia mancan di nome, e se questi termini hanno tutte le condizioni
sopra richieste, per quale strano e ridicolo aborrimento ricuserem di accettarle?».
La problemática discutida en el siglo XVIII es la inherente a nuestra discipli-
na. Algunas cuestiones están desfasadas hoy en día o, sencillamente, han perdido
el aura «blasfema» que tuvieron entonces; nos referimos a discusiones antaño do-
minantes como la deliberación sobre si el «arte» del traductor era realmente útil, o
si era oportuno trasladar a los autores antiguos a la lengua vulgar o si, en caso de
hacerlo, no supondría una degradación de los textos clásicos, o si dichas traduccio-
nes no favorecían la ignorancia del ciudadano al impedir la lectura de aquellos gran-
des autores en su propia lengua, etc. Estas preguntas han quedado obsoletas o han
perdido el mordiente de antaño. Hubo, sin embargo, una interesante reivindicación
de la figura del traductor que marca prácticamente un antes y un después en los
estudios sobre traducción; en 1743, el abad Pierre-François Guyot Desfontaines de-
nunciaba el rol secundario al que el traductor había sido relegado en otros tiempos:
Ma fino ad ora si è pensato che un traduttore non fosse che una specie di strumento,
che per riuscire in questo lavoro fosse suficiente capire due lingue e ogni esattezza, e
qualsiasi eleganza usata nella traduzione, fossero soltanto una semplice copia che
richiedeva solo attenzione e buon senso. Si sono confusi i traduttori di opere aride e
dogmatiche, di scritti senza acume dove non ci sono che logica o fatti, con gli scrittori
che si ingegnano di far passare da una lingua ad un’altra opere ammirate in tutti i
secoli, sia per le cose che contengono, sia per la maniera in cui sono espresse; il loro
gusto, acume e genio richiedono necesariamente queste tre qualità riunite in chiunque
osi tradurle (citado en Bruni-Turchi 2004: 61).
È condivisibile […] sui motivi che hanno determinato, in Italia, il fiorire di buone
traduzioni, perchè, egli dichiara «essendo il coltivamento della lingua Latina, e lo
studio della Greca rinati assai prima in Italia, che altrove; in Italia per conseguenza
saranno stati prima i capaci di ben intendere agli Antichi, onde fu altresì, che a voltare
i Greci in Latino gl’Italiani furono primi: e d’altra parte benchè la nostra lingua fosse
l’ultima a prender corso, fu però la prima senza dubbio a perfezionarsi» (Bruni-Turchi
2004: 22).
Ma il dovere esenziale del traduttore, quello che li riassume tutti, consiste nel
cercare di produrre in ogni brano lo stesso effetto dell’autore. Bisogna che rappresenti,
per quanto possibile, se non le stesse bellezze, almeno lo stesso numero di bellezze.
Chiunque si prenda il compito di tradurre contrae un debito; occorre, per estinguerlo,
che paghi, non con la stessa moneta, bensì la stessa somma: quando no può rendere
un’immagine, vi supplisca con un pensiero, se non può dipingere per l’orecchio,
dipinga per la mente; se è meno energico, sia più armonioso; se è meno preciso, sia
più ricco. Se pensa che debba indebolire il proprio autore in un luogo, lo fortifichi in
un altro; gli restituisca dopo ciò che gli ha derubato prima, in maniera da stabilire
dappertutto una giusta compensazione, ma sempre allontanandosi il meno possibile
dal carattere dell’opera e di ogni brano (citado en Bruni-Turchi 2004: 95-96).
Estamos hablando de una actitud diferente ante la traducción, más que de una
metodología. Y frente a los defensores de la «fedeltà» se plantan quienes se niegan
a ser simples copistas, los que quieren ser creadores a la par del autor traducido,
los valedores de la «bellezza», una vía también alimentada por ejemplos franceses
—podría citarse el nombre de Perrot d’Ablancourt y su defensa de las «belles
infidèles»— y condicionada, al menos en parte, por una convicción: la imposibili-
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 185
dad de trasladar tal cual las bondades estilísticas de un texto cualquiera a un idio-
ma diferente al que fue escrito, una idea en absoluto desterrada en la actualidad.
Los principales modelos son, debemos insistir, franceses. Entre los siglos XVII
y XVIII, la élite intelectual francesa estaba convencida de que su idioma había al-
canzado una misma perfección o pareja madurez a la de las lenguas clásicas, ade-
más de una altura y peso culturales que nada tenían que envidiar a los antiguos.
Esto lleva a algunos autores a enmendar las obras del pasado; en su versión de la
Ilíada, Houdar de la Motte no dudará en sustituir las ideas de Homero por otras
más del agrado de los salones franceses dieciochescos. El autor italiano más sensi-
ble a estas influencias fue el ya citado Melchiore Cesarotti (1730-1808), profesor
de griego y hebreo en la Universidad de su ciudad natal, Padua, y el mejor expo-
nente de las ideas hegemónicas del momento, más atento a los eruditos europeos
—franceses e ingleses, sobre todo— que a otros compatriotas contemporáneos su-
yos de peso, pensemos en el veneciano Francesco Algarotti (1712-1764), el turinés
Giuseppe Baretti (1719-1789) o Saverio Bettinelli (1718-1808), de Mantua. Con
su trabajo, Cesarotti «se situaba en la línea del más alto pensamiento estético y crí-
tico europeo, que con Diderot en Francia y Lessing en Alemania delineaba precisa-
mente un ideal de clasicismo ilustrado» (Petronio 1990: 496).
A pesar de las voces de quienes consideraban negativo el influjo de «lo fran-
cés» 2, Cesarotti consiguió para la lengua italiana unas palabras altamente elogio-
sas del mismísimo Voltaire (1694-1778), el cual, en una carta de agradecimiento
por su traducción de La muerte de César, dijo a Cesarotti: «Leggendo la vostra
traduzione io comprendo la superiorità che la lingua italiana ha sopra la nostra. Essa
dice tutto quello che vuole, e la francese non dice che quello que può». A Cesarotti
le debemos una propuesta radical que ejemplifica, mejor que ninguna otra, el deba-
te sobre el mayor o menor apego al texto de partida o, según la polémica entre
Desfontaines y Delille, si la poesía debe ser traducida en verso o en prosa; nos re-
ferimos a su doble traducción de La Ilíada de Homero, una versificada, otra
prosificada. Según sus propias palabras, para que el lector pudiera saborear a
Homero, Cesarotti ofrecía una traducción en verso, forzosamente inexacta, empero
libre. Para que lo conociera tal como era, en cambio, preparó una traducción en
prosa «esclava a la letra hasta el escrúpulo», aunque privada de gracia. Al presen-
tarlas en un mismo volumen, ambas traducciones se complementaban.
2 Según Augusta Brettoni: «Cesarotti apre un intenso dialogo con la cultura francese, non sempre
ben vista dal contesto intellettuale italiano che, sul finire del secolo, riattiva la polemica sugli effetti
di imbarbarimento della lingua nazionale, ritenuti una conseguenza dell’influsso nefasto del francese
sull’idioma nazionale e della persistente moda della gallomania, esecrata da una parte dei letterati
italiani» (Bruni-Turchi 2004: 29).
186 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
Due sono gli oggetti che io mi son proposto con essa [es decir, con esa doble
traducción]: l’uno di far gustare Omero, l’altro di farlo conoscere. Parrà strano per
avventura ch’io distingua questi due oggetti, quando sembra a prima vista che deb-
bano e possano formarne un solo e indivisibile, che è quello stesso che si contempla
universalmente dai traduttori d’ogni spezie. Io la penso altrimenti, e credo che i non-
grecisti d’Europa non abbiano un’idea esatta d’Omero appunto perché gl’interpreti
intendono di soddisfare con un solo mezzo a due oggetti diversi, ed essenzialmente
inconciliabili. Per far gustare un originale straniero la traduzione dee esser libera,
per farla conoscere con precisione è necessario ch’ella sia scrupulosamente fedele.
Ora la fedeltà esclude la grazia, la libertà l’esattezza. Omero adunque tradotto sarà
sempre poco o molto diverso da quel che egli è. Qualunque traduzione va a rompersi
ad uno di questi due scogli: né ciò talora per colpa degli artefici, ma per la natura
medesima di un tal lavoro. Gli esempi degli autori sfigurati dalle traduzioni sono fre-
quenti: pure è più facile che un autore tradotto riesca miglior che lo stesso. Quelli
che tengono una via di mezzo, e cercano di conciliar l’eleganza colla fedeltà non ap-
pagano comunemente abbastanza né gli amatori d’un genere, ne quei dell’altro: e la
loro fatica non può aver né gloria distinta, né molto uso. Perciò sembra pensarla me-
glio chi prende francamente il suo partito e si risolve di essere o poeta ed emulo del
suo originale, o puro copista e gramatico. Così almeno ciascheduno farà tranquilla-
mente il suo ufizio; poiché l’uno rinunzia all’ambizione, l’altro agli scrupoli:
ciascheduno otterrà compiutamente il suo fine; il copista serve all’erudizione, e
l’emulo alla poesia, quello ci dà la figura dell’originale, e questo l’anima e il ge-
nio quindi è che chi vuole sulla fede delle traduzioni accertar un giudizio sul meri-
to di quel poeta, trova sempre dalla parte degli oppositori una eccezione plausibi-
le. […] Così la disputa si perpetua senza conchiuder mai nulla, e chi vorebbe pur
istruirsi, resta tuttavia nella confusione e nel dubbio. Qual è dunque il sistema a cui
mi sono appigliato nel dar Omero all’Italia? Eccolo. Io ho deliberato di soddisfar
separatamente ai due mentovati oggetti, e di presentarli adempiuti nel volume mede-
simo con doppio e diverso lavoro. Risolsi di dar ai miei lettori due traduzioni in cam-
bio di una: la prima in verso e poetica, la seconda in prosa ed accuratissima, quella
libera, disinvolta, e per quanto mi fu possibile originale, questa schiava della lettera
fino allo scrupolo, e tale che quanto al senso e al valor preciso dei termini potrà ser-
vire di testo a chi non intende la lingua. Così queste due versioni si compenseranno
a vicenda nelle loro mancanze e gli studiosi d’Omero avranno il loro poeta compiu-
to, e lo stesso nel solo modo possibile, vale a dire, diviso in due quadri: troveranno
nell’uno tutti i membri, tutte le parti, tutti gli articoli del corpo omerico, e perfino le
pieghe, e lo strascico delle due vesti: vedranno nell’altro la fisionomia, il portamen-
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 187
to, lo spirito di quel poeta, sotto un vestiario alquanto diverso (citado en Bruni-Tur-
chi 2004: 36-37).
3 Según Emilio Mattioli: «È chiaro che nel Cesarotti la teoria del tradurre non è compattamente
unitaria come diseguali sono i risultati delle sue traduzioni, ma è certo che la sua posizione è
estremamente fertile e rappresentativa proprio per le diverse tensioni cha la percorrono» (VV. AA.,
1982: 51).
4 En este punto, Cesarotti también sigue los modelos franceses de Pierre-François Guyot
Desfontaines o Jacques Delille. El primero sostenía que «È per perfezionarci nell’uso del nostro idio-
ma, per formare il nostro gusto e piegarci a scrivere in francese con purezza, con eleganza, con for-
za, con una dolce armonia, che dobbiamo studiare i famosi autori Grecia e latini, soprattutto i poeti»
(Bruni-Turchi 2004: 63). Delille, por su parte, confesaba: «Ho sempre considerato le traduzioni come
uno dei migliori strumenti per arricchire una lingua. La differenza di governo, di clima e di costume
tende incesantemente ad aumentare la differenza degli idiomi: le traduzioni rendendoci familiari le
idee di altri popoli, ci rendono familiari i segni che le esprimono; insensibilmente trasportano nella
lingua una moltitudine di giri di frase, di immagini, di espressioni, che sembrerebbero lontane dal
suo genio ma che, attraverso l’analogia che esprime il significato con una parola sola, una sola
espressione, una sola immagine appropriata, sono prima tollerate e presto adottate. Fintanto che si
188 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
ral. El autor incluyó en sus traducciones más ambiciosas una serie de textos de otros
estudiosos —cuyos enfoques no necesariamente compartía— para ayudar a una me-
jor comprensión de la obra, sabedor asimismo de que la libre circulación de las
ideas es imprescindible en toda civilización que se precie. A Cesarotti parecía inte-
resarle la discusión más que fijar una metodología; o sea, despertar una cierta sen-
sibilidad antes que responder a preguntas concretas. En sus Osservazioni alla
seconda Filippica, escribe:
…l’arte del tradurre ricerca una delicatezza e sagacità straordinaria, e che bisogna
esser ben rozzo ed ignaro degli elementi del Gusto per creder che la traduzione d’un
Autore elocuente sia un lavoro materiale e volgare. Odorar con finezza dell’Originale
le tracce di qualche bellezza perduta, ravvivar i colori già spenti colla freschezza de’
nuovi, conoscere squisitamente i generi, i gradi, la proporzione delle tinte. Sapere
dove e come un traslato debba conservarsi in tutta la naturale sua forza, ove
ammollirsi, ove sopprimersi senza discapito, ove surrogarsi a quello un altro della
medesima specie; osar talora d’esser di scorta all’Originale fingendo di seguitarlo;
di due lingue affatto diverse farne saggiamente una sola, ammorbidire le frasi straniere,
per naturalizzarle, arrichir la sua lingua senza imbastardirla, rispettarne il Genio
rendendolo attivo e fecondo, camminar francamente, per dir così, sopra una linea
geometrica posta in mezzo a due precipizj; questi, oltre moltissimi altri, sono problemi
alquanto difficili a scigliersi, e checchè si gracchhi il volgo, chi è iniziato ne’ misterj
dell’arte confesserà che anche in questo genere l’andar a Corinto non è da tutti (VV.
AA., 1982: 50-51).
scrivono opere originali nella propria lingua, si impiegano solo frasi, espressioni già note, si gettano
idee in calchi ordinari e spesso logori: quando si fa una traduzione, la lingua nella quale si traduce
prende impercettibilmente il colore di quella che traduce. Scrivere un’opera originale nella propria
lingua, significa, se così posso esprimermi, consumare le proprie riccezze; tradurre significa
importare in qualche modo della propria lingua tramite un commercio felice, i tesori delle lingue
straniere. In una parola, le traduzioni sono per un idioma ciò che i viaggi sono per lo spirito» (Bruni-
Turchi 2004: 91-92).
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 189
Dai capolavori del Corneille e del Racine, al Parrochetto del Gresset; dal Telemaco
del Fénelon, tradotto anche in ottava rima, ai romanzi del Marivaux; dal Viaggio
d’Anacarsi in Grecia del Barthélemy, ai Ragionamenti sulla pluralità dei mondi del
Fontenelle; dalla Cause celebri del Pitaval, alla grande Enciclopedia, accolta anche
qua con istraordinario favore, stampata a Livorno, stampata a Lucca, voluta rifare,
190 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
con proposito cui non tenne dietro l’effetto, dal gesuita Alessandro Zorzi, e cagione
di scandalo a molti, ma avuta cara da quanti amavano, come l’Algarotti e il Rezzonico,
far pompa di un sapere universale. Persino giornali si tradussero, come il Mercurio
storico e politico, e il Giornale de’ Letterati oltramontani, pubblicati entrambi in
Venezia (1911: 4).
Como hemos apuntado, la novela francesa fue, junto al teatro, el género que
mayor aceptación tuvo durante todo el siglo XVIII. Un ejemplo de ello lo encon-
tramos en la producción literaria de François Prévost (1697-1763) que logra llamar
la atención del público italiano, ávido de lecturas que describieran las más intricadas
pasiones amorosas. Su obra más famosa y extensa, Mémoires et aventures d’un
homme de qualité qui s’est retiré du monde, vio la luz en Venecia a mediados de
siglo en tres volúmenes bajo el título Memorie ed avventure d’un uomo di qualita,
che s’e ritirato dal mondo. Nuevas traducciones circularon en 1761 y 1786, aun-
que partieron de una previa traducción inglesa «in italiano ridotta a una maggior
chiarezza» y «dall’ultima edizione francese», respectivamente.
Los cuatro tomos de Le philosophe anglais que Prévost compuso en su viaje a
Holanda, contaron con su versión italiana con el título Il filosofo inglese o sia la
storia del signor di Cleveland, traducida directamente del francés, a pesar de que
en 1751 o 1780, fechas de las dos ediciones venecianas de esta obra, ya existía una
traducción inglesa de la misma. La última de las obras de Prévost en difundirse por
Italia es el Doyen de Killerie, debido al interés que despertó en el lector italiano
este tipo de relatos que exploran el amor sáfico. Su traducción vio la luz en Venecia
y Milán con el título Memorie del conte di… vescovo titolare di Cloyne in Irlanda,
cappellano di Giacomo secondo re d’Inghilterra, e decano di Kellerine. Storia
morale, istruttiva, e dilettevole composta su’l manoscritto d’una illustre famiglia
irlandese del celebre autore delle Memorie d’un uomo di qualita.
Gran éxito alcanzó también Alain René Lesage (1668-1747), autor de una no-
vela de tintes picarescos inspirada en El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara.
Su Diable Boiteux se convirtió en un éxito editorial que atravesó fronteras y llevó a
Lesage al reconocimiento como novelista de primer orden. Italia no renunció a esta
novela y publicó en Venecia (1716 y 1721) su particular Diavolo zoppo, obra del
traductor Nicola Felletti. Con un total de seis ediciones italianas contó su otra no-
vela Gil Blas de Santillano 5, lo que demuestra que la obra de Lesage recibió el
beneplácito del lector settecentesco. Giulio Conti, su traductor, supo respetar el ca-
rácter universal de esta obra que, como la anterior, se inspiró en la tradición litera-
ria española. También circularon por manos italianas las Avventure di Stefanello
entonces. Así pues, para asegurar un mayor número de ventas, gran parte de estas
antologías se basaron en un primer momento tan solo en la traducción del teatro
trágico y cómico francés y solo a partir de la segunda mitad del Settecento, gracias
a la voluntad de algunos intelectuales italianos de dar a conocer la producción tea-
tral de otros países, se empezaron a traducir y a publicar las primeras piezas teatra-
les inglesas, aunque siempre dando mayor protagonismo a los autores franceses. Si
bien las primeras antologías como Opere varie trasportate dal franzese e recitate
a Bologna (1724-1750) o Il Teatro comico francese (1754) destacaron por difundir
el teatro francés del siglo XVII, los grandes dramaturgos del XVIII se darán a co-
nocer en Italia gracias sobre todo a la Biblioteca de’ più scelti componimenti teatrali
d’Europa y al Teatro moderno applaudito. La primera de estas antologías estaba
dividida por países queriendo ofrecer al lector una colección universal del teatro.
En primer lugar se presenta la Biblioteca della nazione francese «sì per cominiciare
da quella nazione che più di ogni altra si distinse nella grand’arte teatrale» e inme-
diatamente después nos encontramos con la Biblioteca della nazione greca, latina,
tedesca, spagnola e italiana.
El Teatro moderno applaudito será una de las colecciones más importantes de
finales de siglo. Se empezó a publicar en 1796 en Venecia gracias al editor Anto-
nio Fortunato Stella. Era una publicación mensual que incluía traducciones del re-
pertorio teatral europeo de autores contemporáneos y en cada ejemplar aparecía una
sección para la tragedia, la comedia, el drama y la farsa. En este Teatro moderno
tendrán cabida la mayor parte de dramaturgos consagrados franceses y la traduc-
ción de las piezas teatrales más exitosas. Debemos aclarar, sin embargo, que ba-
sándonos en el número de traducciones italianas del repertorio dramático francés,
los máximos exponentes de la producción teatral del siglo XVIII que la crítica ac-
tual considera como tales —hablamos de Lesage, Marivaux, Beaumarchais— no
alcanzaron en el Settecento la fama que cabría esperar. Sucede lo contrario con cier-
tos dramaturgos, considerados hoy de segunda fila, que en este siglo contaron con
numerosas ediciones italianas. Valga el ejemplo de Pierre de Marivaux (1688-1763),
uno de los grandes comediógrafos del país galo, y que, sin embargo, apenas alcan-
zó repercusión en Italia. Tan solo se tradujo su «commedia nuova in cinque atti»
en una edición veneciana de 1751, La orfana riconosciuta o sia la forza del naturale,
adaptación teatral de su novela La vie du Marianne.
Pierre Augustin de Beaumarchais (1732-1799), otra de las grandes coronas de
la dramaturgia francesa, se dio a conocer en toda Europa gracias, sobre todo, a la
ambientación española de sus obras La folle journée ou le Mariage de Figaro o Le
barbier de Séville. La traducción de esta última obra vio la luz en Italia a finales de
siglo de manos de Francesco Balbi en la anteriormente citada antología de Il teatro
moderno applaudito, al igual que Eugenia, drama en cinco actos traducido por Luigi
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 193
Pieroni e I due amici, ovvero il negoziante di Lione, en esta ocasión traducido por
la infatigable Elisabetta Caminer Turra.
Otros autores como Marie-Joseph Chenier (1764-1811), sin embargo, contri-
buyeron a ampliar la tradición trágica francesa en Italia. Su obra Fenelon, ovvero
le monache di Cambrai, tragedia en cinco actos, tal y como requerían los estrictos
cánones clásicos, fue traducida por Franco Salfi y publicada en la «stamperia ita-
liana e francese» en 1793. En esta misma imprenta milanesa se publica seis años
después Cajo Gracco, traducción de Celestino Massucco, profesor de poética en la
Universidad de Génova. Esta «tragedia reppublicana», tal y como se deduce de la
portada del libro, fue puesta en escena por primera vez en Génova por la compañía
Paganini y a petición del público se representó durante cinco días consecutivos.
El teatro de Prospere Jolyot de Crebillon (1674-1762), a pesar del desconcier-
to que produjo en un primer momento la temática de sus piezas teatrales, contó con
la aceptación del público italiano que vio cómo se sucedían las ediciones de sus
obras. En concreto, cuatro de sus más famosas piezas teatrales contaron con una
traducción italiana en este siglo. La tragedia Atreo e Tieste, por ejemplo, circuló en
un primer momento en dos ediciones independientes en 1795 y 1796 llevadas a
cabo por el Conde Giuseppe-Urbano Pagani Cesa y el mismo texto aparecerá en
estos años en tres colecciones de obras teatrales como son la Biblioteca de’ piu scelti
componimenti teatrali d’Europa, la Biblioteca teatrale della nazione francese y el
Teatro moderno applaudito. En estas dos últimas antologías, también fue incluida
Radamisto e Zenobia, aunque antes ya había circulado en Bolonia y Florencia (1724
y 1756) gracias al empeño del traductor Carlo Innocenzio Frugoni. Por último, las
tragedias Jerjes y Semiramis vieron la luz a mediados de siglo, en 1756 y 1757,
respectivamente en la capital de la Toscana. En el primer caso fue la «stamperia
imperiale» quien publicó la traducción de Ferdinando Bassi, mientras que en
Semiramide fue «trasportata dal verso franzese nell’italiano» por el académico
Niccolo Siminetti.
Pierre Nivelle de la Chaussée (1692-1754) destacó igualmente por sus innova-
ciones teatrales; su «comédie lamoryante», Mélanide, apareció publicada en Italia
en 1799 gracias al proyecto de Ottaviano Diodati que facilitó su inclusión en la
Biblioteca teatrale italiana, en donde se encargó también de publicar Il pregiudizio
alla moda del mismo Chaussée. El talento de Alexis Piron (1689-1773) se vio re-
flejado en las traducciones de dos de sus obras; por un lado, la tragedia Gustavo
Wasa, traducida por el «nobiluomo» Francesco Gritti y publicada en 1794 en la
Biblioteca teatrale della nazione francese y en 1798 en el Teatro moderno
applaudito. Por otro lado, la comedia La metromania que se publicó en Venecia en
1794 gracias al trabajo de Placido Bordoni. De las innumerables obras del prolífico
dramaturgo francés Louis Sébastien Mercier (1740-1814), Italia conoció ocho a fi-
194 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
nales de siglo. Seis de ellas aparecieron publicadas por vez primera entre 1797 y
1800 en el Teatro moderno applaudito gracias a la traducción de Elisabetta Caminer
Turra que versó en italiano las comedias Natalia, L’ abitante della Guadaluppa y
las tragedias Olindo e Sofronia, Il disertore, Jenneval ovvero Il Barnevelt francese,
mientras que Le tombe di Verona fue traducido por Giuseppe Ramirez.
Por último, al mismo tiempo que las ideas filosóficas de Denis Diderot (1713-
1784) llegaban a Italia a través de su Dizionario di belle arti, el padre de la Enci-
clopedia francesa consiguió hacerse un hueco en el género dramático con dos de
sus obras teatrales. Por un lado Il figlio naturale o sia la prova della virtù se publi-
có en un primer momento en Modena, gracias a la imprenta de Montanari en 1768,
mientras que en 1799 apareció como parte integrante de la gran antología de Il tea-
tro moderno applaudito. Junto a este drama estaba presente también en esta publi-
cación Il padre di familia, comedia en cinco actos que años antes, en 1762, había
sido traducida por Michele Bocchini.
Por el contrario, la difusión en Italia de la obra de uno de los principales repre-
sentantes de la Ilustración, François Voltaire (1694-1778), fue rápida y uniforme.
Si hablamos tan solo de las traducciones de su producción literaria, según el estu-
dio de Ferrari, podemos contar cerca de dos centenares a lo largo del siglo XVIII,
siendo más numeroso la traducción del género teatral que del novelesco o épico.
Es, pues, el teatro voltairiano el que acapara la atención de numerosos intelectuales
y literatos italianos que dedican, además, parte de su tiempo a la traducción de es-
tas obras. Es el caso de Saverio Bettinelli, Melchiorre Cesarotti o Elisabetta Caminer
Turra, entre otros. Las antologías antes citadas también serán el vehículo de trans-
misión del teatro de este autor, en concreto, las traducciones de sus tragedias apa-
recerán en Teatro moderno applaudito y la Biblioteca teatrale della nazione
francese. En la primera de ellas, por ejemplo, encontramos la versión italiana de
Merope, Olimpia, Semiramide, Zaira y Alzira, mientras que en la segunda antolo-
gía de 1796, además de Alzira o Semiramide, aparecen La morte di Cesare y Il fa-
natismo ossia Maometto profeta. La Merope verá la luz asimismo en una edición
veneciana de 1787 junto a la homónima tragedia de Scipione Maffei y Vittorio
Alfieri, «per la prima volta unite in un volume».
Al contrario del resto de dramaturgos franceses del siglo XVIII, Voltaire verá
cómo su producción trágica comienza a circular en Italia en colecciones que reco-
gen únicamente sus piezas teatrales más famosas. Así, en 1752 aparece publicada
en Florencia Le tragedie del signore di Voltaire adattate all’uso del teatro italia-
no. En sus dos volúmenes traducidos por el literato jesuita Antonio Maria Ambrogi
encontramos las obras La Zaira; Il Maometto; Il Giunio Bruto; La morte di Cesare;
L’Alzira; La Marianne; La Merope; La Semiramide. En 1771 se publica en Venecia
la primera edición de Raccolta compiuta delle tragedie del sig. Di Voltaire
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 195
trasportate in versi italiani da vari, obra en seis volúmenes que comprende las si-
guientes traducciones: L’Edipo, Marianne, Bruto, La morte di Cesare (Tomo I);
Zaira, Alzira, Merope, Il Fanatismo ossia Maometto profeta (Tomo II); Semiramide,
L’Oreste, I Pelopidi, Roma salvata (Tomo III); Ottavio e Pompeo, L’Orfano della
China, Il duca di Foix, Il Tancredi (Tomo IV); Gli Sciti, L’Olimpia, Zulima, Li
Gauri (Tomo V); La Sofonisba, D. Pietro re di Castiglia, Le leggi di Minosse, Irene
(Tomo VI). Esta obra, que contará con otras ediciones en años sucesivos (1781,
1791) fue publicada gracias al esfuerzo de sus traductores, algunos poco conocidos
como Matteo Franzoja, Antonio Cardin, Giambattista Richeri, Leonardo
Capitanachi, Francesco Gritti o Francesco Zacchiroli, mientras otros ya se habían
responsabilizado de grandes obras de la literatura europea del momento como
Elisabetta Caminer Turra, Melchiorre Cesarotti, Saverio Bettinelli o Francesco
Albergati Capacelli, especializado en otros dramaturgos franceses como Jean Racine.
Entre estos literatos-traductores, Saverio Bettinelli pudo presumir de tener un
contacto directo con François Voltaire. En el momento de publicar su Roma salvata,
le dirige una carta a «le poète des Princes aussi bien que le Prince des poètes», ex-
plicándole que si bien en un primer momento «j’ai eû dans mon travail toute la
timidité, qu’on doit avoir en traduisant le premier poète de l’Europe & du siècle»,
seguidamente le confiesa que «j’ai fait tout mes efforts pour être fidele à votre ori-
ginal, tel qu’un a donné dans la dernière édition de Paris?» (Bettinelli 1800: 56). Él
mismo escribe el pequeño discurso Del teatro italiano en el cual, tras exponer las
excelencias del teatro clásico, llega a la conclusión de que Voltaire, principalmen-
te, ha sido el que ha conseguido allanar el terreno al género trágico francés, de ma-
nera que «dando uno sguardo alla Francia non vi troviamo più che l’ombra di
Voltaire, ultimo sostenitore della scena francese, che fuor di lui da gran tempo
giacerebbe deserta» (Bettinelli 1800: 78). Y concluye diciendo que Voltaire es «il
più fecondo, e più chiaro tragico di questo secolo» (Bettinelli 1800: 94).
Para concluir, debemos aclarar que muchas traducciones de la producción trá-
gica de Voltaire circularon contemporáneamente a estas antologías en ediciones
únicas, tal es el caso de Marianna que vio la luz en Palermo en 1774. Sin embargo,
la selección hecha tanto en las colecciones de su obra como en Teatro moderno
applaudito o Biblioteca teatrale della nazione francese no alcanzó a algunas trage-
dias e incluso comedias del filósofo francés, como por ejemplo, Il caffe, o La
scozzese, comedia traducida por Ottaviano Diodati que se dio a conocer entre el
público veneciano en 1762. Igualmente sucede con la Adelaide di Ghesclino, tra-
gedia «tradotta in verso sciolto italiano» aparecida en Parma en 1783 de mano del
traductor Vincenzo Jacobacci, o con la tragedia póstuma La Erifile, «recata ad uso
del teatro italiano dal sig. Avvocato Giulio Cesare Ferrari, patrizio carpigiano»
(Módena, 1784).
196 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
La literatura inglesa que circulaba por Italia lo hizo tanto en lengua original
como en traducciones al italiano, aunque se dio el caso de que estas traducciones
se realizaron, a menudo, a partir de traducciones previas al francés. «I nostri giovani
di qualità», comenta Baretti, «leggono non solo il marchese d’Argens, Voltaire,
Rousseau, Montesquieu, Elvezio ed altri autori moderni francesi, ma anche i libri
inglesi tradotti dal francese» (Graf 1911: 241).
A pesar de esta grave presencia de obras inglesas basadas en su traducción al
francés 6, el mercado literario italiano comenzó a abastecerse de las primeras tra-
ducciones directas del inglés. Excepcionalmente, a finales del siglo anterior, en 1683,
Francesco Pona tradujo y publicó en Venecia el Argenis de John Barclay. A princi-
pios del Settecento el mejor exponente de esta labor lo tenemos en Lorenzo
Magalotti, uno de los primeros intelectuales en valorar la literatura inglesa y en
traducir del inglés cuando «poco o nulla sapeasi nel restante dell’Italia di lettere
inglesi» (Graf 1911: 243). Así el público italiano pudo deleitarse con la lectura del
Sidro o el Scellino lampante de Philips, la Battaglia delle Bermude de Waller o
con fragmentos del Paradiso perduto de Milton. Anton Maria Salvini y Andrea
Bonducci, sobre quienes volveremos más adelante, seguirán los pasos de Magalotti,
completando así el círculo de traductores toscanos que dedicaron sus esfuerzos en
dar a conocer las obras de Alexander Pope, Joseph Addison o, incluso, el pensa-
miento filosófico de John Locke.
El entusiasmo que había causado la novela de Daniel Defoe (1660-1731),
Robinson Crusoe, tanto en Francia como Alemania —en donde además de ser nu-
merosas veces traducida fue también imitada—, no se dio en Italia con la misma
fuerza. Sin duda, gozó del favor del público, convirtiéndose en un libro muy aplau-
dido, según testimonian las seis ediciones publicadas a lo largo del siglo bajo el
mismo título de La vita e le avventure di Robinson Crusoe. Storia galante, che con-
tiene, tra gli altri avvenimenti, il soggiorno ch’egli fece per ventott’anni in un’isola
deserta situata sopra la costa dell’America vicino al’imboccatura della gran Riviera
Oroonoca. Il tutto scritto da lui medesimo. Como se deduce de la portada de la
primera publicación, año 1730, se trata de una traducción realizada del francés, al
igual que el resto de las reimpresiones venecianas 7.
El mordaz espíritu satírico del irlandés Jonathan Swift (1667-1745) cautivó el
ánimo de Francesco Algarotti hasta tal punto que muchas de las notas que ilustran
6 Arturo Graf nos habla de que «le traduzioni italiane erano, nove volte su dieci, traduzioni di
traduzioni francesi» (1911: 242).
7 Esas reimpresiones aparecieron en 1731, 1738, 1784, 1788 y 1781.
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 197
y completan la obra del italiano son citas eruditas tomadas de Swift. Solo cuatro
años después de su muerte, en 1749, Zannino Marsecco tradujo del francés Viaggj
del capitano Lemuel Gulliver in diversi paesi lontani. A esta edición veneciana le
seguirá la única edición «tradotta da un manoscritto inglese nella lingua italiana»,
que verá la luz en 1775 y 1776 en la Stamperia Avelliniana de Nápoles. En 1731,
sin embargo, había aparecido en Venecia una traducción italiana de la continua-
ción e imitación que Pierre François Desfontaines había hecho de la obra inmortal
de Swift. Este Nuovo Gulliver fue, según consta en el título, «tradotto da un
manoscritto inglese nella lingua francese dall’abbate D. F. ed ora dalla francese nella
italiana». Por otro lado, sin salirnos de Swift, el largo poema Cadenus and Vanessa
(1713) conoció una edición «volgarizzata» en Venecia con motivo «delle felicissime
nozze del nobile signor Jacopo Belgrado con la nobile signora Terzia co.sa Mantica
dal sig. Antonio Cantarutti friulano» celebrado en 1767. Asimismo, en 1768 se pu-
blicó en Lucca una Vita del Dottore Gionata Swift Irlandese, Decano di S. Patrizio
in Dublino, celebre poeta e politico. Es interesante señalar que se trata de una tra-
ducción «voltata dall’inglese»; como tal la presenta su traductor Francesco
Vanneschi.
Pamela, or Virtue Rewarded de Samuel Richardson (1689-1761), precursor de
la novela epistolar, contó con la aceptación general del público italiano. A partir de
la segunda mitad del siglo sería imitada y llevada a los escenarios italianos de la
mano de Carlo Goldoni con el título de Pamela maritata; sin embargo, contamos
tan solo con una traducción directa del inglés en cuatro volúmenes que aparecieron
publicados entre 1744 y 1746 con el título Pamela, ovvero la virtù premiata.
Gracias a las traducciones francesas de mediados de siglo, Henry Fielding (1707-
1754) había alcanzado cierto reconocimiento en las esferas literarias italianas, an-
tes incluso de que su obra satírico-humorística más emblemática, Tom Jones, se
versara al italiano por primera vez en 1757. Su Amelia vería la luz en Italia en 1782,
junto a otras obras de Voltaire o del Abate Prévost, siendo incluida seis años des-
pués en una breve antología que llevaba el título de Biblioteca inglese o sia Scelta
de’ migliori romanzi del signore Fielding, donde encontramos también Giuliano
l’apostata, o sia Viaggio nell’altro mondo 8. En cambio, Laurence Sterne (1713-
1768) no fue muy conocido en la Italia del Settecento. La admiración que le profe-
saba Alessandro Verri estaba seguramente alimentada por la amistad que los unía.
Sus Lettere di Yorick a Elisa e di Elisa a Yorick se tradujeron en 1792, el mismo
año que su Viaggio sentimentale. Esta obra, que tanta influencia ejercerá en el Ro-
manticismo por su carácter subjetivo y personal, llamó enormemente la atención
8 Arturo Graf cita la edición italiana de Adventures of Joseph Andrews publicada en 1753 de
la que no tenemos noticia actualmente (1911: 280).
198 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
de Ugo Foscolo a comienzos del siglo XIX, tanto es así que consiguió publicar su
traducción en 1813.
En poesía, Alexander Pope (1688-1744), sin duda, fue el escritor inglés con
mayor difusión durante todo el siglo XVIII, «il più letto, il più citato, il più accla-
mato, il più tradotto, il più imitato» (Graf 1911: 266). Esta fama fue realmente ex-
cepcional, superada tan solo por la alcanzada por Voltaire, del que recogió el testi-
go pasando a ser reconocido en los círculos literarios como el «Voltaire
dell’Inghilterra». Francesco Algarotti, que lo había conocido personalmente duran-
te uno de sus viajes a tierras inglesas, lo cita frecuentemente en su epistolario y en
varios escritos suyos, seleccionando los pasos más lúcidos de este poeta para ilus-
trar sus ensayos.
A pesar de haberse convertido en el poeta más importante de su siglo, elevan-
do el dístico heroico a su máxima perfección, Pope llama la atención de los inge-
nios italianos sobre todo por sus ensayos. Así, por ejemplo, las traducciones en len-
gua italiana de su Essay on Man fueron innumerables a partir de 1742, fecha de la
primera edición de I principj della morale o Saggio sopra l’uomo. Pueden enume-
rarse dieciocho ediciones de esta obra en el espacio de casi seis décadas (1742-1799)
en ciudades tan dispares como Venecia, Arezzo, Reggio, Catania, Nápoles, Berna
o Livorno. Arturo Graf enumera hasta cinco traductores distintos de este ensayo;
entre ellos, Celestino Petracchi, Giammaria Ortes, G. M. Ferrero, G. V. Benni y
Anton Filippo Adami. De todos, tan solo el último, el poeta toscano y experto en
lengua inglesa Adami, logrará que su traducción fuera «durante molto tempo la
prescelta in Italia» (Pera 1868: 140).
El Essay on Criticism de Pope no contó con la misma suerte que los principios
morales sobre el hombre, aunque sus tres apariciones en el mercado (1759, 1778,
1792) denotan esa predilección del intelectual italiano por la brillante exposición
del inglés sobre los cánones del gusto. Gasparo Gozzi, por ejemplo, quiso dar bri-
llantez a su Difesa di Dante, acompañándola del Saggio sulla critica de Pope. Por
su parte, su parodia heroica llegó a Italia de la mano del traductor Andrea Bonducci
en 1739. Sin embargo, Graf sugiere que la primera traducción italiana de dicha obra
fue Riccio rapito llevada a cabo por Antonio Conti en 1721, a petición de Lord
Bolingbroke, aunque no viera la luz hasta 1740. El mismo Conti tradujo en «terza
rima» la epístola de Eloisa ad Abelardo que más tarde, en 1792, Vincenzo Forlani
trasladaría al verso elegíaco latino. De Pope se tradujeron asimismo Le quattro
epistole morali (por Giuseppe Cerretesi de’ Pazzi, Milano, 1756), Le pastorali
(Nápoles, 1767), Ode in onore di Santa Cecilia (por Angelo Mazza, 1767) y Le
quattro stagioni (por Giuseppe Maria Pagnini, Parma, 1780; 1797; Pistoia, 1791).
Thomas Gray (1716-1771) tuvo su más apasionado admirador en Algarotti,
quien lo define «arbitro di ogni poetica eleganza», asemejando su sublime y armo-
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 199
niosa poesía a la del poeta griego Píndaro. Llegó a alabar de este precursor de los
poetas románticos su oda a la Armonía e incluso los textos contra Eduardo I. No
obstante, la famosa Elegy writen in a Country churchyard llegó a los lectores de la
mano del abad Melchiorre Cesarotti quien la tradujo en 1772, el mismo año en que
precisamente los traductores Giovanni Costa e Giuseppe Gennari dieron una ver-
sión propia, «trasportata in versi latini e volgari». A finales de siglo, en 1792, el
mismo Cesarotti trabajó también en una versión latina de dicha elegía y pudo pu-
blicarla en la edición preparada por Giuseppe Torelli con el título Elegia inglese di
Tommaso Gray sopra un cimitero campestre trasportata in verso italiano. Otras
obras de Gray fueron incluidas en antologías traducidas del inglés, reunidas y tra-
ducidas por Lastri en 1784, o editadas como obras únicas en el caso de Il bardo e i
progressi della poesie odi due di Tommaso Gray recate in versi italiani dall’abate
Angelo Dalmistro (Venecia: 1792) o L’invenzione del ventaglio (1795).
Edward Young (1683-1765) consiguió con sus Night Thoughts que gran nú-
mero de intelectuales italianos, aunque en un principio con cierto «ischerno e dis-
gusto», se interesaran por este nuevo género sombrío y melancólico. Sus imitadores
fueron muchos —entre ellos, Alessandro Verri, Giuseppe Pellegrini, Clemente
Bondi, Diodata Saluzzo—, anticipándose al amplio tributo que el Romanticismo
italiano rendiría al poeta inglés a lo largo del siglo XIX. Los versos de Young lle-
garon a manos del lector hasta en diecisiete ocasiones desde 1771, año de edición
de las primeras Notti italianas. Francesco Alberti di Villanova, autor del Dizionario
universale critico-enciclopedico della lingua italiana, y Giuseppe Bottoni acapa-
raron el mercado con sus traducciones, aunque en ambos casos fueron reediciones
de sus primeros trabajos. Además, Le notti di Young de Bottoni —que habían apa-
recido ya en la imprenta arzobispal de Pisa—, pasaron a formar parte, junto al
Giudizio Universale (traducción de Clemente Filomarino) y a La forza della ragione
o l’amor vinto (traducción de Francesco Soave), de una pequeña antología de las
obras de Young que vio la luz en Florencia (1775), Siena (1775), Vercelli (1780;
1783), Venecia (1784; 1792; 1794) y Prato (1796). El abad Alberti, por su parte,
hizo circular estos versos traducidos del inglés por la Italia meridional, Nápoles
(1779; 1785; 1786; 1793) y Palermo (1782) 9.
Lodovico Antonio Loschi lanzó al mercado en 1774 Le lamentazioni ossia Le
notti d’Odoardo Young, aclarando en el título que se trata de una traducción libre
«con varie annotazioni». En realidad, esta publicación bilingüe italiano-francesa no
es más que una traducción emprendida a partir de una versión francesa; en su ad-
vertencia al lector, Loschi confiesa: «ho preso a seguir passo a passo, e quasi parola
9 Arturo Graf cita además que en 1774 se publicaron las Sette notti de L. M. Scherdi en una
edición que nos ha sido imposible localizar (1911: 290).
200 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
a parola», aceptando que «rade volte m’è giovato l’originale». Al mismo tiempo,
no duda en reconocer sus intervenciones en el texto: «talvolta ho aggiunto qualche
verso inglese, in que’ luoghi massime dove più debole parea la Traduzione, o dove
credea necessario lo aggiugnere qualche paroluccia, a rendere più compiute le frasi,
e allora ho procurato che si stampasse ciò in altro carattere, o appiè delle pagine,
affinchè più facilmente scorgere si potesse» (Loschi 1774: V-VII).
Young publicó algunos poemas de tema religioso, fruto de su carrera eclesiás-
tica, muy bien acogidos entre los intelectuales italianos de este siglo, tal es el caso
de Il Savio in solitudine o sieno Religiose meditazioni sopra diversi soggetti di
Eduardo Young tradotte dall’inglese, obra merecedora de aplauso general a decir
de sus cinco ediciones. No sucedió así con la elegia L’immortalità dell’anima y el
poema La forza della religione que aparecieron únicamente en 1774 y 1781, res-
pectivamente. Luigi Richeri, miembro de la academia de La Arcadia, tradujo «in
versi sciolti» la segunda tragedia de Young inspirada en la skakespeariana Otelo
con el título La vendetta (1790).
Las primeras impresiones de la crítica italiana del tan cuestionado poema de
James Macpherson (1736-1796) más conocido por el nombre del bardo céltico
Ossian, no fueron muy buenas, «anzi, in Venezia furono molto cattive tra i ben
pensanti, che se non li videro, ne udiron parlare» (Graf 1911: 291). Por ejemplo,
Gasparo Patriarchi se negó a concederle al poema de Ossian —un texto «pieno di
malizia e artifizio»—, la misma categoría de modelo literario que había alcanzado
la epopeya de Homero. Sin embargo, la opinión general que circulaba en los am-
bientes literarios del Settecento europeo pondrá en evidencia esta impresión del docto
lingüista paduano. Dejando a un lado la espinosa cuestión de la autoría de los ver-
sos ossiánicos —una cuestión secundaria para muchos—, la admiración por el ge-
nio poético de Ossian se extendió rápidamente de norte a sur de la península italia-
na, tanto es así que
ron a circular a partir de la segunda mitad del siglo, sobre todo gracias a la infati-
gable Elisabetta Caminer Turra que facilitó la lectura al público italiano con sus
múltiples traducciones, no solo del francés, sino también del español, alemán, da-
nés e incluso ruso.
Un claro ejemplo de ello lo tenemos con la obra de Thomas Addison (1672-
1719), uno de los ídolos del siglo XVIII tanto en Francia como en Italia. Su fama
se difundió gracias a Algarotti y su obra Catone era descrita como «uno dei
pochissimi drammi moderni in cui lo stile è veramente tragico, e i Romani parlano
romano e non spagnolo» (Graf 1911: 259). En el carnaval de 1714, Anton Maria
Salvini presentó la traducción de esta obra en la Accademia dei Compatiti de Livorno
consiguiendo con ella el aplauso general de todos los académicos. Se publicó final-
mente en Florencia «col testo a fronte» en 1715, siendo reeditada diez años después.
De los casos alemán y español puede decirse muy poco, a pesar de las grandes
afinidades con Alemania entonces y de la herencia española en tierras transalpinas.
Vayamos por partes: Alemania e Italia tuvieron mucho en común en el Settecento.
Eran dos naciones políticamente fragmentadas y fueron dos de las zonas de mayor
influencia de la cultura ilustrada francesa, lo que los llevó quizás a mirar en la mis-
ma dirección e ignorarse recíprocamente. En las cortes de los pequeños estados ale-
manes se cultivó con profusión el modelo versallesco, gracias a la difusión de las
tesis de Johann Christoph Gottsched (1700-1766), que en su obra Versuch einer
Critischen Dichtkunst abogaba por una completa subordinación al clasicismo fran-
cés. Una de las muestras más tempranas del gusto por lo clásico lo encontramos en
Albrecht von Haller (1708-1777) y en su obra Die Alpen (1729), un famoso poema
sobre la pureza de los paisajes y las gentes de las montañas, que tuvo una tardía
traducción al italiano: Le Alpi del signor Haller, traduzione dall’originale tedesco
per le nozze Erizzo e Pojana (Venecia, 1781), en la imprenta de Carlo Palese (con
los pocos datos a nuestra disposición, no obstante, podemos decir que Venecia se
erigió en un importante foco de difusión de la literatura en lengua alemana).
Curiosamente, el representante de la Ilustración más importante en las letras
alemanas fue un firme opositor de los postulados de Gottsched. Nos referimos a
Gotthold Lessing (1729-1781), que rechazó la simple imitación del teatro francés y
postuló por un regreso a las fuentes clásicas, aunque esto no le impidiera valorar
las bondades de William Shakespeare, tan importante en el posterior Romanticis-
mo, a quien se encargó de introducir en Alemania. En la Nuova raccolta di
composizioni teatrali tradotte da Elisabet Caminer Turra, que el editor Pietro
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 203
6. CONCLUSIONES
No podemos concluir este estudio sin mencionar que la proyección de esta li-
teratura europea en la Italia del siglo XVIII no hubiera sido posible sin el esfuerzo
de un número extraordinario de traductores que, aunque en contados casos fueron
literatos conocidos, en su inmensa mayoría se trató de personajes anónimos. Así
pues, pertenecientes a la más variada condición social y cultural, los traductores
podían ser literatos reconocidos o tan solo aficionados a las letras como lo fueron
muchos eclesiásticos e incluso damas de corte y príncipes reinantes como Fernan-
do de Borbón, duque de Parma, que se empleó con gran empeño en la traducción
de los Discursos de D’Alembert.
LA LITERATURA EUROPEA DEL SIGLO XVIII EN ITALIA. TRADUCCIONES Y TRADUCTORES 205
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206 MÓNICA GARCÍA AGUILAR / JOSÉ ABAD
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LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL
DURANTE EL SIGLO XVIII
JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
1. INTRODUCCIÓN
El siglo XVIII portugués está marcado por la constante lucha dialéctica entre
las fuerzas del pasado y los movimientos renovadores: por un lado, persiste la in-
fluencia de las instituciones religiosas, especialmente la Inquisición, que frena el
impulso de la Ilustración; por otro, aparecen las ideas procedentes de Europa gra-
cias a la acción de los llamados estrangeirados, intelectuales, diplomáticos y mé-
dicos que establecidos en el extranjero introdujeron en Portugal los avances de la
ciencia y una nueva concepción del hombre. El espíritu del siglo, conocido por Si-
glo de las Luces, procede de la Ilustración. Esta corriente filosófica, de base racio-
nalista, defendió el espíritu crítico, la confianza en la ciencia y el valor de la obser-
vación, y cuestionó la autoridad, las supersticiones y la tradición instituida. La idea
central del movimiento ilustrado es la consecución de la felicidad y la mejora de
las condiciones de vida mediante el desarrollo de la educación y el acceso a la cul-
tura. Pero la estructura tradicional de la sociedad portuguesa, de profundas convic-
ciones religiosas, rayanas en el fanatismo, supuso un freno para la divulgación de
las ideas ilustradas. El movimiento ilustrado fue reprimido en Portugal y quedó cir-
cunscrito a una élite, por lo que las luces tuvieron sus sombras.
Tres reinados recorren el siglo XVIII en Portugal: Juan V (1706-1750), José I
(1750-1777) y María I (1777-1792). El siglo puede considerarse concluido con las
invasiones francesas y la ida de la familia real a Brasil en 1808.
El reinado de Juan V estuvo orientado por una serie de líneas básicas: neutrali-
dad ante los conflictos europeos; centralización y refuerzo del poder del rey; mece-
nazgo de las artes, letras y ciencias, no exento de una cierta ostentación barroca. Su
reinado ha sido objeto de pareceres encontrados que van del elogio a la más dura
condena, por haber dilapidado en lujos gran parte de los recursos naturales y mine-
208 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
1 Para una visión global de las academias literarias en Portugal, véase João Palma-Ferreira,
Academias literárias dos séculos XVII e XVIII, Lisboa, Biblioteca Nacional, 1982.
2 He seguido en esta parte a Saraiva (1986). También puede consultarse, José Mattoso (dir.),
História de Portugal. Vol. IV. O Antigo Regime (1620-1807), Lisboa, Círculo de Leitores, 1993.
210 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
3 Esta influencia es muy patente, como ocurría en el siglo anterior, en la literatura de la espiri-
tualidad: textos religiosos y morales, discursos para reformar las costumbres, libros de oraciones y
meditaciones, confesiones, catecismos, vidas y milagros, y sobre todo las obras espirituales de fray
Luis de Granada y el padre Ribadeneyra. A lo largo del siglo aparecen traducidas otras obras litera-
rias: Lazarosinho de Tormes, trad. por Antonio de Faria Barreyros (1721); Góngora, Saudades de
Inés de Castro… com o Poliphemo (1734); Feijóo, Theatro critico universal, abreviado y traducido
por Jacinto Onofre e Anta (1746); Mateo Alemán, Vida e acçoens celebres e graciosas de Gusmão
de Alfarache (1792-1793, 3 vols.); Iriarte, Fabulas, trad. Romão Francisco Creyo (1796).
4 Para la figura de António José es fundamental la obra de Barata (1985). Véase también para
Por los años que António José da Silva representaba sus obras en el Barrio Alto
de Lisboa, entran en Portugal los espectáculos líricos de ópera y de opereta (ópera
buffa) de mano de un grupo de cantantes italianos dirigidos por Domenico Scarlatti.
5 La primera traducción portuguesa del Quijote es de 1794 (anónima). Otras obras traducidas
de Cervantes en este siglo: Historia de la Española Inglesa (1748), Historia do curioso impertinente
(1783), Historia do amante liberal (1788). Para la difusión del tema del Quijote en este siglo, véase
Fidelino de Figueiredo, «O Thema do Quixote na Literatura Portuguesa do Século XVIII», RFE VII
(1920), 47-56, y José Ares Montes, «Don Quijote en el teatro portugués del siglo XVIII», Anales
Cervantinos III (1953), 349-352.
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 213
6 Para una relación más detallada de los espacios teatrales de este siglo, véase Barata (1985: I,
siglo XVIII, véase la tesis doctoral de Maria João Almeida, Goldoni e o sistema teatral portugués (s.
XVIII), Estudos Literários - Literatura Italiana, Dep. de Literaturas Românicas, Fac. de Letras, Univ.
de Lisboa, 2004 (especialmente la Parte III «Goldoni em Portugal no século XVIII», 239-263).
214 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
teatro clásico francés. Por otra parte, hay una escasez de traducciones de Corneille, al contrario de
Racine quien, aunque llegado tarde, fue ampliamente traducido y que respondía al creciente gusto
neoclásico. Corneille no entrará hasta 1787 con O Cid en versión de António José de Paula, según
Inocêncio da Silva, y que Jorge de Faria atribuye a Nicolau Luís (Barata 1985: I 265, nota 2) y con una
segunda edición, con título diferente, A afronta castigada, e o soberbo punido, trad. de António José
de Paula (1794). Racine será representado por vez primera en 1742, con una traducción de Bajazet.
10 Hecha por Alexandre de Gusmão para homenajear al diplomático inglés Lord Tirawley, que
fue representada por un grupo de actores aficionados (Miranda 1973c: 7). Este intento puede consi-
derarse una primera «europeización» del ambiente cultural portugués, así como la polémica que se
dio en torno al teatro español, tradicional, y el teatro francés, mensajero de novedades y guía para
nuevos modelos (Miranda 1973c: 147).
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 215
Todo este teatro italiano y francés, junto con las comedias de capa y espada
castellanas 11, forma parte a partir de los años sesenta del «teatro de cordel». Su
nombre procede del modo en que los ciegos lo vendían en las esquinas de las calles
de la Baixa, colgados en clavos o, empleando la expresión de Nicolau Tolentino de
Almeida, «a cavalo num barbante». Así, el repertorio de los teatros del Barrio Alto
y de la Rua dos Condes se hará con traducciones y adaptaciones de los libretos de
Metastasio, de las comedias de Goldoni y, más tarde, con el teatro francés, funda-
mentalmente de Molière y Voltaire.
El público a quien se dirigía este teatro era el pueblo llano. Esta tendencia po-
pular queda recogida en la expresión «adaptar al gusto portugués» que aparece en
las ediciones de cordel de las comedias, tragedias y entremeses del XVIII. La
adpatación consistía en introducir graciosos, al estilo del teatro español; nacionali-
zar los nombres de países, lugares y personajes, y añadir nuevas escenas o supri-
mirlas en función de la carga humorística. Los textos aparecían sin los nombres del
autor ni del traductor y se adaptaban a la censura, expurgados de cuestiones de tipo
religioso o político. La gran mayoría de las ediciones de estos textos teatrales eran
obras impresas con gran descuido por impresores de Lisboa, entre ellos, Francisco
Borges de Sousa, António Gomes, Simão Tadeo Ferreira, Domingos Gonçalves,
Manoel Coelho Amado, Francisco Sabino dos Santos, Caetano Ferreira da Costa,
António José da Rocha, José da Silva Nazareth, António Rodrigues Galhardo o Fran-
cisco Luís Ameno (Stegagno Picchio 1969: 197).
Los dos autores más importantes de esta tendencia fueron Francisco Luís Ameno
(1713-1793) y Nicolau Luís da Silva (1723-1787). El primero, también conocido
por los seudónimos de Fernando Lucas Alvim, Lucas Moniz Serafino y D.ª Leonor
Tomásia de Sousa e Silva, fue editor, traductor y autor, e influyó en la renovación
del campo de las letras, especialmente en la poética y el teatro. Tradujo a Apóstolo
Zeno, Benedetto Marcello, Metastasio y Goldoni. En su Teatro Dramático (Lis-
boa, 1755) recoge las traducciones de Metastasio: Alexandre na Índia, Zenóbia em
Arménia, Clemência de Tito, Demofoonte em Trácia, Antífona na Tesalónica,
Semíramis no Egipto y Temístocles (Stegagno Picchio 1969: 385-386). El segundo
fue durante años el más prolífico adaptador teatral portugués con 217 comedias y
23 tragedias de autores italianos, castellanos, franceses e ingleses, muchas de las
11 La presencia del teatro español no desaparecerá del todo, aunque quedará relegada a un
plano muy secundario. En el último tercio del siglo encontramos: Antonio Solís, Amar à moda (1776);
Mira de Amescua, O Capitao Belizario (1777, 1781); Bances Candamo, O escravo em grilhoens de
ouro (1782); Calderón, Affectos de odio e amor (1783); Moreto, O melhor par entre os doze. Reinaldos
de Montalvao (1783); Calderón, O Lavrador honrado (El alcalde de Zalamea) (1784); Moreto, Ho-
nestos desdens de amor. Trad. Pedro Antonio Pereira (1785); Moreto, Desdem contra desdem (1791);
Calderón, O heroico lusitano, principe constante e martyr (1794).
216 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
cuales aparecían sin nombre vendidas por los ciegos (Correia 2002: 23). Su figura
está relacionada con el desarrollo del Teatro del Barrio Alto desde 1760 y con las
figuras más importantes del momento. La mayor parte de sus traducciones fueron
en verso: A doente fingida (1769), A viuva sagaz, ou astuta, ou as quatro naçõens
(1772), A bela selvagem (1778), A mulher amorosa (1778) de Goldoni; A mulher
que não falla, ou o Hipocondriaco (1769) de Ben Jonson; A mais heroica virtude,
ou Zenobia em Armenia (1782) y Laura reconhecida (1785) de Metastasio; O
escravo em grilhoens de ouro (1782) de Bances Candamo.
Además de estos dos autores, encontramos algunos nombres que merecerían
ser objeto de estudio y que están íntimamente ligados a la historia del teatro duran-
te el siglo XVIII como autores, traductores o adaptadores: el capitán Manuel de
Sousa, Manuel Rodrigues Maia, Pedro António Pereira, Ricardo José Fortuna,
António Xavier Ferreira de Azevedo, João Batista Gomes Junior, João Xavier de
Matos, Leonardo José Pimenta, José Caetano de Figueiredo, Fernando Vermuel, Luís
Rafael Soye, António José de Paula, Sebastião Xavier Botelho, Nuno José
Columbina, Fernando Teles da Costa, Enrique José da Costa, José António da
Cunha, D.L.R., João Roberto Dufond, Alexandre António de Lima, José Manuel
de Abreu e Lima, Tomé Joaquim Gonzaga Neves, Henrique de Sousa e Almeida,
Daniel Rodrigues da Costa, Francisco Dias Gomes… (Carreira 1988: 19-20) 12.
12 Para estos y otros traductores citados en este trabajo, se impone un rastreo previo de los 23
volúmenes del Dicionário bibliográfico de Silva y Aranha (1858-1923).
13 Especialmente Manuel de Figueiredo, en cuya obra Teatro de Manuel de Figueiredo, 1804-
1810 (Lisboa, Impressão Régia), compuesta por 13 volúmenes de obras originales y adaptaciones y
publicada póstumamente casi en su totalidad, se hallan muchas observaciones acerca de la traduc-
ción de la comedia y de la tragedia.
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 217
Un campo que merece un estudio detenido por las diversas implicaciones ideo-
lógicas que asume la traducción es el de los informes (pareceres) de los censores.
La traducción-adaptación del teatro fue un medio para transmitir entre el público
14 Saraiva y Lopes comentan en su historia de la literatura (1982: 659): «Não apareceu todavia
qualquer grande personalidade que fizesse vingar este projecto [la tragedia] numa obra perdurável.
Na produção teatral dos Árcades há a mesma carência de autenticidade e coragem que condenou as
odes arcádicas ao esquecimento. Não é menos significativo que muitas energias se perdessem em
discussões meramente formais, e que quase toda a tragediografia levada à cena seja constituída por
traduções. Como contrapeso, notemos que as traduções revelam uma nítida evolução ideológica, que
se processa desde o terramoto até cerca de 1820».
218 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
espectador, pues era teatro para ser representado más que leído, las nuevas ideas
que circulaban por Europa. Como quedó dicho, el siglo XVIII está marcado por la
constante presencia de la censura. Desde el siglo XVI perviven los tres niveles tra-
dicionales: Inquisición o Santo Oficio, Tribunales Ordinarios y el Desembargo do
Paço (censura regia), que fueron sustituidos en 1768 por la Real Mesa Censoria y
en 1787 fue reformada por Pina Manique con la Real Mesa da Comissão Geral
para o Exame e a Censura dos Livros; en 1795 se produjo una nueva reforma que
reinstaló el sistema tripartito: Santo Oficio, Ordinario y Desembargo do Paço, que
durará hasta 1821. Este control por parte de la Iglesia y del Estado influyó negati-
vamente en la divulgación de las ideas y en la libertad de creación: la producción
original es casi inexistente y los teatros siguen trabajando con traducciones y adap-
taciones. Además, este clima influyó tanto en la circulación de obras como en su
adaptación.
Para el estudio de la censura en esta época son fundamentales los trabajos de
Marques (1963), Miranda (1973b) y Carreira (1988), pues nos permiten compren-
der la influencia de la censura literaria oficial en la cultura del setecientos y, más
concretamente, en las obras de teatro. Los informes muestran el papel ejercido por
los censores e incluso por los propios autores-traductores en las obras sometidas a
examen. Así, algunos textos, pese a la mala calidad de la traducción, pueden ser
aceptados por adecuarse a los valores dominantes. Es el caso de la comedia A Fa-
milia do antiquário de Goldoni, impresa en 1773, cuyo contenido era una transpo-
sición al teatro de las reformas de Pombal y, por lo tanto, reflejaba la ideología
dominante: el apoyo de la nobleza a la burguesía mercantilista, de espíritu empren-
dedor. El informe de la Mesa, aunque reconozca defectos en la obra, es favorable
«porque ao mesmo tempo que diverte, pode também servir de não pequena instrução
aos leitores ou espectadores» (Carreira 1988: 144-148). Pero también pueden ser
sentidos peligrosos para la ideología dominante: con el pretexto de proteger las obras
adulteradas por los adaptadores, la propuesta de reedición en 1769 de la obra ya
editada en 1758, O mais heróico segredo, ou Artaxerxe, de Metastasio, recibe un
informe negativo dado que el tema que trata es el del regicidio y, de acuerdo con la
lectura de Miranda, la negativa se debería al intento de asesinato de José I en 1758.
La comedia A Clemencia de Tito tendrá igual suerte en 1770 y por razones idénti-
cas (Miranda 1973b: 140-144).
Los informes pueden ser útiles para comprender el conjunto de ideas, comunes
o no, de los árcades y censores sobre el estilo de las comedias. Esta concepción
utilitaria del teatro estará presente en todos los autores de la Arcadia, que escribie-
ron textos originales o traducciones, así como en los censores de la futura Real Mesa
Censoria. Miranda ha señalado que los textos en lengua italiana, impresos en el
extranjero o en Portugal, y destinados a las representaciones cortesanas o aristocrá-
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 219
ticas, para servir como libretos o guías a los asistentes a los espectáculos de ópera,
pasarían la censura sin problemas ni modificaciones significativas. Pero los textos
en lengua portuguesa eran objeto de mayor controversia y en los informes de los
censores se intuye el trasfondo de la renovación y reforma del teatro portugués.
Por ejemplo, la opinión manifestada sobre el texto Semiramide, presentada a la Mesa
con el título de Entre aggravos a constancia. En la censura se desprende lo siguiente:
mientras que para Cândido Lusitano, Correia Garção y los árcades, Metastasio y el
melodrama se presentaban como responsables de la degradación del gusto del pú-
blico y se identificaban como un grave obstáculo para alcanzar un teatro más puro
e intelectualizado, para el censor Lobo da Cunha, Metastasio era ahora el pretexto
inmediato para criticar a los que adulterando el texto metastasiano («[el traductor]
lhe introduz algumas scenas escuzadas, com episodios estranhos da Fabula, talvez
pa. se accomadar ao abuzo com que o Povo costuma gostar do Theatro») contribu-
yeron a degradar el espectáculo teatral, acentuando su bajeza y desprestigio (Mi-
randa 1973b: 133-135).
En los informes encontramos igualmente referencias a la definición de los
(sub)géneros dramáticos, que se reducen a cuatro: entremez, comédia, tragédia y
ópera. El término comédia, por ejemplo, se usaba también para calificar las traduc-
ciones más o menos fieles al texto original o las adaptaciones del texto «al gusto
portugués». Y a veces la comedia se confundía con el entremés, como las come-
dias de Molière Sganarelle, Les précieuses ridicules o Le mariage forcé, que en la
versión portuguesa aparecían como entremés (Castro 1974: 7-9).
el efecto contrario al acentuar el proceso de deterioro del teatro nacional, sobre todo
cuando la cultura exportadora era hegemónica y el modelo importado altamente pres-
tigioso, lo que llevó a fomentar la entrada de la cultura francesa conforme a la ten-
dencia del siglo.
Durante la segunda mitad del siglo sigue siendo patente el predominio de las
obras relacionadas con la medicina. Dentro de este amplio campo, sobresale el nom-
bre de Manuel Joaquim Henriques de Paiva (1752-1829), quien tradujo, entre otras
obras, Aviso ao povo… sobre a sua saude de Simon André Tissot (1777); Introductio
methodico de David Macbride (1783); Methodo novo, e facil de applicar o mercu-
rio nas enfermidades venereas: Com huma hypothese nova da acçaõ do mesmo
Mercurio nas vias salivaes de Joseph Jacob Plenck (1785) o Medicina domestica
ou tratado de prevenir, e curar as enfermidades (1787-1788, 4 vols.).
Después de las traducciones de obras médicas, destacan las traducciones de
obras matemáticas, especialmente del francés Étienne Bézout (1730-1783): Novo
curso de mathematica para uso dos oficiaes engenheiros e d’artilheiros, traducido
por el capitán Manuel de Sousa (1764); Curso de matemática (1776), muy editado
1778, 1789; Continuação do curso de matemática para uso dos guarda-bandeiras
e guarda-marinhas (1785); Curso de matematica para uso do Corpo Real de
Artilharia da Marinha (1786).
Otras obras de campos que interesaron durante el siglo XVIII: geometría,
Construcção e Analyse de Proposições Geometricas, e Experiencias practicas, que
servem de fundamento á Architectura Naval, de George Atwood, traducida del in-
glés por António Pires da Silva Pontes, 1798; arquitectura, Regra das cinco ordens
de Architectura segundo os principios de Vignola, traducido por José Calheiros de
Magalhães e Andrade, 1785 (1787, 2.ª ed.); Architectura militar para o uso da Aca-
demia Real de Fortificação, Artilharia e Desenho, de Antoni, trad. del italiano por
Pedro Joaquim Xavier (1791); historia y geografía: Historia antiga de Charles
Rollin, traducido del francés por el capitán Manuel de Sousa (1767); Novo Atlas
para uso da mocidade (1779) y Atlas moderno para uso da mocidade (1791).
Dentro de la renovación de la filosofía sobresale la figura de Bento José de
Sousa Farinha (1740-1820), pedagogo y autor de traducciones con las que preten-
dió reformar la enseñanza de la filosofía a finales del siglo XVIII. Tradujo del pro-
fesor napolitano Genovesi (1713-1769) las Lições de Lógica para uso de princi-
piantes (1785) 15 y Lições de Metafísica para uso de principiantes (1790, 1.ª par-
te) 16. De Heinecke (1684-1741), tradujo Elementos de Filosofia Moral (1785) y
Lições Académicas, que quedó manuscrita. Sus traducciones, que obtuvieron bas-
tantes reediciones, fueron utilizadas durante muchos años en la enseñanza secun-
15 Las instituciones lógicas de Genovesi despertaron gran interés: As instituições de lógica es-
critas para uso dos principiantes (trad. Miguel Cardoso en 1786), Instituições logicas escritas para
uso da mocidade (traducidas y aumentadas por Guilherme Coelho Ferreira en 1787).
16 La obra completa de Genovesi está manuscrita en el códice 49-I-19 de la Biblioteca de Ajuda
A lo largo del siglo XVIII hubo varios momentos clave en la impresión de li-
bros. La primera mitad del siglo estuvo marcada por las grandes publicaciones de
la Real Academia de Historia. Esta institución no tuvo una imprenta propia sino
224 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
que dependía de la del impresor Pascoal da Silva, quien había heredado el espolio
tipográfico de la imprenta Deslandesiana; más tarde pasó a su heredero José António
da Silva y culminaría en la imprenta Silviana, que fue continuada por sus descen-
dientes. Durante la segunda mitad destaca la Régia Oficina Tipográfica, creada en
1768, imprenta que marca el segundo gran momento del libro en Portugal, adap-
tando su formato a un proyecto que tenía como objetivo la divulgación de la cultu-
ra a las más variadas capas de la sociedad. En ella se imprimían las obras de la
Universidad de Coimbra y del Colegio de Nobles. El siguiente gran momento se
produce al final del siglo en la Casa Literaria del Arco do Cego, que se transforma-
rá en la Impressão Régia a principios del siglo XIX. Entre estas grandes imprentas
hubo multitud de otras pequeñas cuyas publicaciones, de calidad muy deficiente,
no podían competir con las anteriores (Marques 2004: 178-181).
Siguiendo a Paes Leme (1999: 77-90), la Casa Literaria del Arco do Cego tuvo
una existencia fugaz, aunque prolífica. Durante los veintiocho meses que funcionó
desde agosto de 1799 hasta diciembre de 1801, publicó más de ochenta obras. Su
creación se debió a la voluntad política de Rodrigo de Sousa Coutinho, futuro Conde
de Linhares, entonces Secretario de Estado para los Asuntos de Marina y Ultramar.
La dirección le fue asignada a fray José Mariano da Conceição Veloso (1742-1811),
religioso franciscano de origen brasileño 17, que alcanzó fama como botánico. Lle-
gó a Portugal en 1790 con la intención de publicar su Flora Fluminense, una obra
que le había llevado ocho años componer y que se publicaría póstumamente entre
1825 y 1827 en Río de Janeiro y en París.
El programa emprendido por Veloso pretendía divulgar las ciencias y las téc-
nicas, puestas al servicio del desarrollo económico del Reino y, sobre todo, de Bra-
sil. A lo largo de su historia tuvo varias denominaciones desde la Officina da Casa
Literária do Arco do Cego de 1799 hasta la Typographia Chalcographica e
Litteraria do Arco do Cego a partir de febrero de 1801. La tipografía desapareció
por decreto el 7 de diciembre de 1801, quedando reestructurada en la Impressão
Régia, adonde se incorporaron su personal, imprentas y pertenencias.
Antes de 1799 hallamos una intensa actividad del propio Veloso y de otros co-
laboradores suyos en imprentas particulares 18. Veloso tenía dos preocupaciones fun-
17 Veloso puede servir de ejemplo de los brasileños que contribuyeron a la cultura portuguesa
del XVIII. Otro importante nombre es António de Morais e Silva, traductor de las Recreações do
homem sensível de Baculard D’Arnaud (1788), de una História de Portugal (1788) y autor del pri-
mer diccionario moderno de la lengua portuguesa (1789). Por razones de espacio es imposible co-
mentar la contribución de Brasil en esta época. Remito al libro de Wilson Martins, História da
Inteligência Brasileira. Vol. I (1550-1794). São Paulo, Editora Cultrix, 1976.
18 Como la Patriarcal de João Procópio Correia da Silva: Descripção sobre a cultura do canamo
y Memoria sobre a cultura e preparação do Girofeiro aromatico vulgo cravo da India (1798);
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 225
Helmintologia portuguesa […] segundo systema do cavalheiro Carlos Linne, de Jacques Barbut
(1799); Manual de mineralogia (1799, trad. Martim Francisco Ribeiro de Andrade Machado); Sciencia
das sombras relativas ao desenho de Dupain (1799); de la imprenta de Simão Tadeo Ferreira: Me-
moria sobre a cultura da urumbeba, e sobre a criação da cochonilha extrahida de Mr. Bertholet
(1799); o de la de António Rodrigues Galhardo: Colleção de memorias inglezas sobre a cultura e
commercio do Linho Canamo tirado de differentes que devem entrar no quinto tomo do Fazendeiro
do Brazil y Cultura americana, que contém huma relação do terreno, clima, produção e agricultura
das Colonias Británicas no Norte da America, e nas Indias Occidentaes (1799, trad. Manuel José
Feliciano Fernandes Pinheiro). Estas obras presentan gran afinidad con los temas tratados en la serie
autónoma que, con el título genérico de O fazendeiro de Brasil, que se divide en dos vertientes: O
fazendeiro do Brasil cultivador, compuesto por diez volúmenes publicados entre 1798 y 1806 en las
imprentas Régia Oficina Tipográfica, Simão Tadeo Ferreira e Impressão Régia, y O fazendeiro do
Brasil criador, del que se publicó un solo volumen en 1801 en la tipografía del Arco do Cego.
19 Dissertação sobre o melhor methodo de evitar e providenciar a pobreza (1802, trad. Inácio
Paulino de Morais; Historia, e cura das enfermidades mais usuaes do boi, e do cavallo (1802, trad.
Vicente Coelho de Seabra Silva Teles); Arte de fazer chitas (1804, trad. António Veloso Xavier, her-
mano de fray Veloso); Arte de fazer o salino, e a potassa (1804); Arte da louça vidrada (1805, trad.
António Veloso Xavier), y Memoria sobre huma nova construção do alambique (1805, trad. João
Manso Pereira), entre otras.
226 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
En medio de este torrente de libros útiles hallamos publicadas también las tra-
ducciones poéticas de Bocage: Os Jardins ou a Arte de aformosear as paisagens,
de Jacques Delille (1800), As Plantas, de Richard Castel (1801) y O Consórcio das
Flores, de Lacroix (1801). Como veremos más adelante, hubo también un gusto
por la poesía científica y filosófica que tuvo un amplio cultivo en los últimos trein-
ta años del siglo y sirvió para anunciar el movimiento prerromántico.
20 Obras precursoras son las gramáticas de Luís de Caetano de Lima, Grammatica Franceza,
ou Arte para aprender o Francez por meio da lingua Portuguesa (1710) y Grammatica Italiana, ou
Arte para aprender a Lingua Italiana por meyo da Lingua Portuguesa (1734).
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 227
no, lengua de la que la tradujo al portugués en 1758. Otras obras: Novo epítome da
gramatica grega de Port-Royal, para uso das novas escolas, traducida del francés
por João Jacinto Magalhães (1760); de 1795 es la Nova grammatica franceza-
portugueza para se aprender com facilidade a fallar, ler, escrever, traduzir e pro-
nunciar de João António Barnoin (o Bernoin), que es ejemplo de la importancia
que tiene ya la traducción del francés a finales del siglo. Hasta principios del siglo
XIX no encontramos las primeras gramáticas o métodos de la lengua inglesa 21.
La primera arte poética portuguesa, Arte Poética ou regras da verdadeira
poesia, apareció en 1748. Su autor, Francisco José Freire, pretendía cubrir una la-
guna, ya denunciada por Verney, con una obra donde se compendiasen las reglas
esenciales para crear poesía de buena calidad, la «verdadera» frente a la poesía «fal-
sa» barroca. Como demostró Pimpão (1947), Freire se limita a traducir, adaptando
Della perfecta poesia italiana de Muratori, y a seguir muy de cerca el Arte Poética
de Luzán, de quien toma la definición de poesía basada en la imitación y en el buen
gusto. La obra persigue la instrucción de la juventud, uno de los campos donde la
traducción se refugiará en este siglo, especialmente en obras gramaticales, poéticas
y retóricas, orientadas al uso correcto de la lengua. Para ello fue determinante la
ley de 28 de junio de 1759 por la que el rey José I mandaba restaurar el estudio de
las Letras y ordenaba la creación inmediata de escuelas públicas de Retórica en to-
das las ciudades y pueblos del Reino cabezas de comarca.
Este hecho influyó para que, mediante las traducciones, Horacio y Quintiliano
ocuparan el lugar de Aristóteles. El Arte Poética de Horacio se tradujo ocho veces
en este siglo: el propio Freire fue el primer traductor: su traducción en verso suelto
data de 1758 y surge como modelo para la teoría literaria a la vez que sirve de ma-
terial didáctico y pedagógico (fue reeditada en 1778, 1784 y 1883); Miguel do Couto
Guerreiro ofrece una versión más personal en verso rimado (1772); la tercera es
una versión manuscrita de João Rosado de Vilalobos e Vasconcelos, profesor de
Retórica y Poética en Évora (1777); la de Rita Clara Freire de Andrade es exclusi-
vamente poética (1781); la de Pedro José da Fonseca, anotada (1790) y la de Jeró-
nimo Soares Barbosa, comentada y explicada (1791, reeditada en 1815); la de To-
más José de Aquino, parafrástica (1793, reeditada en 1796), y la de Joaquim José
da Costa e Sá, anotada (1794). Hay que añadir además la versión de la Marquesa
de Alorna, publicada en Londres (1812). De este modo, Aristóteles, que había pro-
porcionado los fundamentos de la teoría literaria del barroco, cede la primacía a
para aprender com facilidade e em pouco tempo a lingua ingleza (1803), Joaquim José Ventura da
Silva, Regras methodicas para se aprender o caracter da lingua ingleza (1803), Grammatica (nova)
portugueza ingleza (com dialogos, modelos de cartas e vocabulario) (1808), etc. (Cardoso 1994: 262
y ss.).
228 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
22 Oliveira también tradujo de Longino Sobre o modo de escrever a história. Homero no apa-
rece hasta 1792: Aventuras de Ulysses na ilha de Circe. Poema em oito livros. Del griego destacan
las fábulas de Esopo (1778, 1788 y 1791) y de Fedro (1785), por tratarse de un género didáctico y
fácil de adaptar a los principios morales de la religión católica.
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 229
23Noites selectas de Young, traduzidas do inglez em portuguez por José Manoel Ribeiro Pereira
[…]. Traducção augmentada com o Poema do Juizo Ultimo do mesmo Author. Lisboa: Offic. de Simão
Tadeo Ferreira, 1783, Discurso preliminar, xiv.
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 233
versiones de este autor, de gran boga por la visión idealista de la vida del campo,
fueron hechas a través del francés: Idilios e poesia pastoris (1784), en versión de
Joaquim Franco de Araújo Freire Barbosa, o las tres traducciones del poema épico
A Morte de Abel, la anónima de 1784 y la traducida por el padre José Amaro da
Silva en 1785, que se basó en la francesa de Huber (1760) al igual que la manuscri-
ta de José de Nápoles Teles de Meneses (después de 1760). Salvo contadas excep-
ciones (Ricardo Raimundo Nogueira, que tradujo del alemán en 1778 Evandro e
Alcina y las Pastoraes de Gessner; y más adelante la Marquesa de Alorna), esta
será una tendencia que dure hasta bien entrado el siglo XIX. Incluso un traductor
como Filinto Elísio traducirá el Oberon de Weiland del francés, como antes ha-
bía sucedido con O Messias de Klopstock, traducido del francés por un anónimo
en 1792.
Mucho más abundantes son las versiones directas del inglés: la comedia de Ben
Jonson, A mulher que nao fala, ou o Hipocondriaco, para ser representada en el
Barrio Alto (1769); A morte de César de Addison (1783); A Noiva de Luto, trage-
dia de William Congreve traducida por José António Cardoso de Castro (1783);
Generosidade mal entendida de Goldsmith (1789); y Viagens de Gulliver a varios
paises remotos de Swift, en traducción de J.B.G. (1793-1805, 3 vols.).
Uno de los traductores más destacados de poesía inglesa es António de Araújo
de Azevedo, Conde da Barca (1754-1817), quien tradujo O Outono ou Hylas e Egon.
Terceira Ecloga de Pope, Elegia escrita no adro de uma igreja de aldeia, Hymno à
Adversidade, Ode sobre o progresso da Poesia y Ode vendo ao longe o Collegio
d’Eton, de Thomas Gray, y Ode de Dryden para o dia de Sancta Cecilia. Según
Inocêncio da Silva, estas poesías pudieron haberse editado en Hamburgo, pero vie-
ron la luz en Lisboa en 1799 publicadas por Morgado de Mateus:
Otros dos traductores dignos de reseñarse son: José Freire da Ponte, Meditações
sobre as Sepulturas, de James Hervey, traducidas en prosa y a las que añade una
vida de Hervey y cartas, elegias y las exequias de Araberto (1787), aunque Rodrigues
(1992: I, 193) duda que sea traducción directa del inglés. Tuvo dos reediciones:
1794 y 1805. También tradujo la Elegia escrita sobre hum cemiterio do campo de
Gray (1787). El segundo nombre es José Anastácio da Cunha (1744-1787), traduc-
tor de poesía inglesa de poetas como Pope: fragmento Carta de Heloaze a Abailardo
234 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
(1785), Oração universal, A solidão; de Otway (la escena dramática Venise preserved),
en Collecção de Poesias Ineditas dos melhores Autores Portugueses (1809).
Tomo I: Canção de Sapho (85-87); Odes imitadas do allemão (269-276): Ode imi-
tada de Hoerder «Deos» (271-273); Ode «A instabilidade» (274-276); Imitação do
primeiro canto das Solidões de Cronegk (277-296).
Tomo II: Trece odas imitadas de Horacio: «A Francilia» (104-105); Ode (119-
121); «À morte de meu irmão o Marquez d’Alorna D. Pedro d’Almeida» (122-123);
«À Fortuna» (124-126); «A meu filho, o Conde d’Oeynhausen» (127-128); «Contra
a avareza» (129-130); «A Henriqueta, minha filha» (131); «A Frederica, minha filha»
(132-133); «A G.***, José Antonio Guerreiro» (134); «Sobre a projectada juncção
da valla com o alpiaçoulo, em Almeirim» (135-136); «A minha lyra» (137-138); «A
uma fonte» (139-140); Ode (140-141); Paraphrase dos Versos de Santa Thereza de
Jesus (205-210); Cantigas LXXII-LXXIII, imitadas de Anacreonte (313; 314-315);
Cantiga LXXIV, imitada de Catullo (316); Cantiga LXXV «Em dia de Anno-bom»,
imitação de um cantico allemão (317-319) 25; tres cantigas imitadas de Goethe: Can-
tiga LXXVI: «Ausencia» (320); Cantiga LXXVII: «Medida do tempo» (321); Canti-
ga LXXVIII «Cuidado» (322); Cantiga LXXIX, imitada de Burger (323-324); Can-
tiga LXXX «A uma Rosa», imitada do allemão (325-326) 26; Cantiga LXXXI, imita-
da do allemão (327); Cantiga LXXXII «Os dois Cysnes», imitada do allemão (328-
330); Cantiga LXXXIII: Imitação livre de uma cantiga ingleza de Mrs. Opie (331);
Cantiga LXXXIV: Cantiga de uma Princeza da China, casada com um Rei dos Hunos.
Traduzida de… (332); Cantiga LXXXV, imitada de Metastasio (333); Cantiga
LXXXVIII «O Valle», imitada de Lamartine (337-338); Madrigal: Imitado de***
24 Este apartado se basa en mi artículo «La Marquesa de Alorna: esbozo de una investigación
histórica», en La traducción del futuro: mediación cultural y lingüística en el siglo XXI (III Congre-
so de la AIETI), Barcelona, Pompeu Fabra, 2008, vol. II, 307-317.
25 Según Gerd Moser, sería imitación de Klopstock (apud. Brito 1997: 40).
26 Según Gerd Moser, sería imitación de Goethe (apud. Brito 1997: 40).
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 235
Tomo IV: O cimitério d’aldêa, elegia imitada de Thomas Gray (179-191) [ver-
sión bilingüe]; Imitação livre da Ballada de Oliveiro Goldsmith intitulada o Eremi-
ta, (193-207) [versión bilingüe]; Ode imitada do Conde Fulvio Testi (209-217) [ver-
sión bilingüe]; Ode a um poeta desterrado. Tradução da XIV. Meditação d’Alphonse
de Lamartine, intitulada A Gloria. (219-225) [versión bilingüe]; Epistola a Lord
Byron, imitada da II. Meditação d’Alphonse de Lamartine, intitulada O Homem (229-
265) [versión bilingüe]; Imitação livre da XXVIII. Meditação d’Alphonse de
Lamartine, intitulada Deos (267-283) [versión bilingüe].
Tomo V: Arte poetica de Horacio, ou epistola aos Pisões (7-55) [versión bilin-
güe]. Notas [añadidas por el editor] (57-66); Ensayo sobre a Critica, por Alexandre
Pope (67-125) [versión bilingüe]. Notas [añadidas por el editor] (127-142); O roubo
de Proserpina, composto em latim por Claudiano, e traduzido em verso solto portuguez
por Alcippe, Condessa d’Oeynhausen (143-309) [versión bilingüe]. Notas (311-324).
Tomo VI: Paraphrase dos Psalmos em vulgar, por Alcippe [versión bilingüe]: Livro
I dos Psalmos (I-XL) (5-136); Livro II dos Psalmos (XLI-LXXI) (137-238); Livro
III dos Psalmos (LXXII-LXXXVIII) 239-302; Livro IV dos Psalmos (LXXXIX-CV)
(303-362); Livro V dos Psalmos (CVI-CL) (363-509); Paraphrase de alguns canticos
e hymnos sagrados, não comprendidos nos Psalmos: «Cantico de Moysés» (513-516);
«Cantico de David, referido no Livro 2.º dos Reis, cap. 23» (516-517); «Cantico de
Zacharias» (518-519); Hymno (520); Hymno (521); Hymno «De Santo Ambrosio e
Santo Agostinho» (522-524).
A esta lista, extraída de las Obras Poéticas, podemos añadir las siguientes tra-
ducciones:
trad. em linguagem por uma senhora port. [D. Leonor d’Almeida, Marquesa de
Alorna]. Londres, W. Lewis, 1814, 4.º, 63 pp. (Rodrigues 1992: I, 302)
—Ensaio sobre a indifferença em materia da religião de Lamennais. Trad. de L.
[Leonor, Marquesa de Alorna], 1820 (Rodrigues 1992: I, 339)
—Paraphrase dos Salmos em vulgar por Alcippe ou L. C. d’O. hoje M. d’A. [trad.
Leonor Condessa d’Oeynhausen, Marquesa de Alorna]. Imp. Rua dos Fanqueiros,
1833, 8.º, 194 pp. (Rodrigues 1992: I, 383)
Todavía Rodrigues (1992: II, 142) apunta que la Marquesa de Alorna imita a
Delille en su poema científico Recreações botânicas (Obras Poéticas, IV, 3-116;
Notas, 117-177) 28.
Como se desprende de la anterior relación, la obra traductora de la Marquesa
de Alorna comprende traducciones de Homero, Horacio, Claudiano, Marcial,
Chateaubriand, Lamartine, Lamennais, Macpherson [poemas de Ossian], Pope y
Weiland; imitaciones de Anacreonte, Safo, Catulo, Horacio, Metastasio, Testi,
Delille, Lamartine, Gray, Goldsmith, Thomson, Bürger, Goethe y Herder; y pará-
frasis de la Biblia (los Salmos) y de versos de Santa Teresa de Jesús. Autores anti-
guos y, sobre todo, modernos (muchos de ellos contemporáneos), de diversas ten-
dencias y lenguas: griego y latín, español, francés e italiano, alemán e inglés. Marion
Ehrhardt encontró dos manuscritos en francés, que son la traducción por Alcipe
(nombre poético de la marquesa) de Empfindungen eines Christen («Pensamientos
cristianos») de Weiland, y la del primer canto del Messias, de Klopstock, además
de dos textos que comentan dos obras de Madame de Staël: Notes à l’ouvrage de
Mme de Staël sur la Littérature y Mme de Staël sur l’Allemagne, de trece y quince
páginas, respectivamente (Ehrhardt 1970: 94-96). Más tarde aparecieron tres com-
posiciones traducidas o imitadas de Safo, estudiadas por Pereira (2003: 299-315),
pertenecientes al Archivo Fronteira de la Torre del Tombo: las odas «Sonho», «À
imitação de Safo» y «Em diálogo entre Alceu e Safo».
El grueso de su actividad como traductora tuvo lugar en los últimos años del
siglo XVIII y en las dos primeras décadas del siglo XIX. A pesar de ser la primera
traductora-autora que surge en Portugal, junto con otros traductores-autores como
Filinto Elísio, Bocage y, posteriormente, António Feliciano de Castilho, Alexandre
Herculano o Camilo Castelo Branco, sus traducciones tuvieron menor influencia
en la literatura portuguesa. Un ejemplo de su carácter pionero, pero tardíamente
reconocido, son sus traducciones de poesía inglesa y alemana y, en especial, su ver-
sión del Oberon (1780) de Weiland (1733-1813). En el origen de esta traducción
está una apuesta entre Alcipe y Johann Wilhelm Christian Müller, sacerdote ale-
28Esta información procede de la Notícia biográfica del Tomo I de las Obras Completas
(1844: xxv).
LA TRADUCCIÓN EN PORTUGAL DURANTE EL SIGLO XVIII 237
[…] Alcipe não deixou, apesar das transformações imprimidas ao texto, de expri-
mir em Português tudo o que de essencial existe no texto de Weiland, dando como
resultado uma versão que se caracteriza pelo ritmo, pelo rigor narrativo e pela
harmonia da construção sintáctica. […]
Alcipe transporta o Oberon para o espaço português, nacionaliza-o, mas não o
descaracteriza, mantendo a beleza e a riqueza do original, como pretendia a aposta
com J.W.C. Müller (Brito 1997: 143).
Cada lingoa tem seu genio particular, suas frases, suas licenças, e querer passa-
llas literalmente para outra lingoa he desnaturalizar o Original, e a Lingoa na qual se
luz en 1844 (casi a la vez que los Eccos da Lyra Teutónica ou Tradução de algumas poesias dos
poetas mais populares d’Allemanha, publicado en 1848 por José Gomes Monteiro) y se consideran
el primer conjunto de traducciones e imitaciones con interés suficiente en Portugal como para des-
pertar la atención de autores, ya considerados románticos, como Alexandre Herculano y Almeida
Garrett (Brito 1997: 39-40). El Romanticismo portugués se implantará una generación más tarde que
en Europa en el momento del triunfo del liberalismo político (Flor 2003: 361) o hacia 1836 con la
publicación de A Voz do Profeta de Herculano, inspirada en las Paroles d’un Croyant de Lamennais,
y las primeras traducciones de Walter Scott (Saraiva y Lopes 1982: 719).
30 En el caso de la lengua griega existen fundadas sospechas de que, al menos, las imitaciones
de Safo se hicieron a través del francés, hecho aún no comprobado para la traducción del canto I de
la Ilíada (Pereira 2003: 300).
238 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
traduz. Nec verbum verbo curabis redere fidus interpres. Horacio. Em materia de
tradução a letra matta, e o espirito vivifica (ca. 1788).
O habil imitador não he Copista, nem plagiário; elle se transforma no seu Origi-
nal, evita os deffeitos deste, appropria assi as secas formosuras, adaptando-as à ma-
teria que trata, elle sabe dar huma forma e hum caracter e as faz suas (ca. 1788).
31 Salvo que se indique lo contrario, de ahora en adelante citaré esta antología sin dar los nom-
bres de los autores.
240 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
como instrumento docente. Otras obras de este traductor siguen este criterio: los
Elementos y la edición adaptada para los jóvenes de las Instituciones retóricas de
Quintiliano (1774).
Además, el objetivo didáctico condicionará el modo de traducir: «A minha
tradução não é parafrástica […] é toda literal, porque assim conserva melhor o esti-
lo romano e serve mais utilmente à Mocidade» (1998: 130), como explica Vilalobos
e Vasconcelos, y afectará a la integridad del texto que se expurgará por motivos de
moral, como comenta José António da Mata en el prólogo de su traducción a las
Odes de Horacio (1783): «como Horácio foi tão libertino […] escreveu muitas obs-
cenidades de que com todo o cuidado e diligência o expurguei nesta minha tradução,
pelo perigo que nisto corre a inocência» (1998: 134), o para salvarguardar las bue-
nas costumbres, caso de Miguel Couto Guerreiro traductor de las Cartas ou Heróides
de Ovidio (1788): «Os bons costumes clamavam que ou omitisse totalmente o que
o Autor dizia nesses lugares, ou o suprisse com pensamentos honestos e decentes»
(1998: 148). Recordemos que la censura es una constante de la cultura portuguesa y
que desde 1768 estaba en manos de la Real Mesa Censoria, organismo que examina-
ba los libros que circulaban operando al nivel de la censura previa y del control de
las lecturas de los estudiantes. A ello se refiere Vilalobos e Vasconcelos (1998: 130):
[…] o que se colhe bem da sua genérica e comum definição, pois se esta consiste
em fazer perceptível na Língua vulgar o que se acha escrito na estranha, ou em
converter qualquer idioma em outra Língua diferente, bem claro fica que sem um
perfeito conhecimento de ambas as Línguas de nenhum modo se pode fazer uma boa
tradução.
A esta concepción que recorre el siglo, debemos añadir la que resulta del con-
cepto de imitación y que procede de Correia Garção, uno de los principales teóri-
cos neoclásicos de la Arcadia Lusitana. En su disertación tercera dedicada a la for-
mación de un buen poeta (1757), Horacio le muestra el camino y el modo de conci-
liar la imitación de los antiguos «a única fonte de que manam boas odes, boas
tragédias e excelentes epopeias». Correia Garção considera que la imitación no im-
pide la creación, pero siempre bajo la guía de griegos y latinos. La reflexión se
formula en términos de imitación creadora / imitación servil o traducción, caracte-
rística de la doctrina de los árcades en relación con los autores clásicos y los portu-
gueses del siglo XVI, como reacción ante la poesía barroca:
Muitos, querendo imitar Virgílio, fazem uma má tradução desta ou daquela imagem
de tão grande poeta; e escravos de suas palavras não passam de tradutores. […]
Devemos imitar e seguir os Antigos: assim no-lo ensina Horácio, no-lo dita a razão,
e o confessa todo o mundo literário. Mas esta doutrina, este bom conselho, devem
abraçá-lo e segui-lo de modo que mais pareça que o rejeitamos, isto é, imitando e
não traduzindo.
Esta epidemia, que talvez reinava no tempo de Horácio, lhe deu razão para adver-
tir aos poetas dos vícios de que deviam fugir, quando quisessem imitar, recomendan-
do-lhes que não traduzissem palavra por palavra, como um fiel intérprete: assim
explicam este lugar os melhores comentadores da sua Poética. E não sei com que
razão o tradutor português trabalha por mostrar que Horácio nestas palavras dá regras
para as traduções (1998: 196).
242 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
Desta autoridade claramente se colhe que a Tradução, para ser boa, é preciso que
conserve com a fidelidade possível todo o carácter e índole do texto, sem que seja
necessário mostrar-se de um certo modo supersticioso em copiar o seu painel toque
por toque (1998: 92).
…consiste ora em dizer cousas que trazem à lembrança uma passagem conhecida
pela parecença que têm com ela, ora em fazer seu o pensamento dum Autor pelo jeito
novo que se lhe dá, quer amplificando, quer restringindo-o, ora em pintar os mesmos
objectos, debaixo, porém, de imagens diferentes, etc. (1998: 199-202).
2.4.3. Autoridades
Junto a los franceses, ocupan lugar destacado los antiguos de los cuales Horacio
es con mucho el más citado para apoyar o criticar la opción de la literalidad. Soares
Barbosa es uno de los pocos traductores que aclara el mal interpretado verso
horaciano (Nec verbum verbo curabis reddere / Fidus Interpres) en el prólogo de
su traducción de las Instituiçoens Oratorias de Quintiliano (1788), donde afirma
que la regla horaciana «é só para os imitadores, e mal aplicada vulgarmente aos
tradutores, que antes como línguas fiéis, devem procurar, sendo possível, dar palavra
por palavra» (1998: 141). Cicerón y San Jerónimo son las autoridades más citadas
desde el Vocabulário Português e Latino de Bluteau. Y así queda recogido en el
prólogo de la versión del Novo Testamento (1781) obra de António Pereira de
Figueiredo, quien toma como modelo a San Jerónimo para traducir por vez primera
la Biblia al portugués entre 1778 y 1790.
De los traductores portugueses, el más citado es João Franco Barreto, traduc-
tor de la Eneida Portuguesa de Virgilio en dos volúmenes (1664 y 1670).
A partir del último cuarto de siglo se incrementan las quejas de los traductores
por el exceso de galicismos. El traductor anónimo de la História Geral de Portu-
gal (1781) de Mr. De La Clède 34 señala como primer objetivo que el estilo de su
traducción «fosse puro sem ressábios de Francês», defiende la abundancia de la len-
gua portuguesa «uma Língua que pode apostar fartura com todas as de Europa» y
achaca que no sea más rica a la moda reciente «de pouco introduzida, de encher a
língua de Galicismos com que de majestosa que era a têm tornado lânguida e frouxa»
(1998: 115). Idea compartida por Bocage en la advertencia de su traducción del
drama Eufemia ou O Triunfo da Religião (1793) de D’Arnaud donde comenta al
lector que puso el máximo cuidado «em evitar os galicismos, de que abunda gran-
de parte das nossas traduções, e que nos enxovalham o fértil e majestoso Idioma,
só indigente e inculto na opinião das pessoas que o estudaram mal» (1998: 153).
Esta situación lleva consigo la creación de una tercera lengua, como apunta Miguel
Couto Guerreiro, representante en Portugal de la moda de les belles infidèles, quien
huyó en su versión de las Cartas (1789) de Ovidio del «vício de alguns Tradutores
que, querendo por exemplo dar traduzido um Autor Latino ou Francês […] inventam,
sem saberem o que fazem, um idioma Latino-Lusitano ou Gálico-Lusitano» (1998: 147).
Esta tendencia irá en aumento durante el siglo XIX y quedará reflejada en di-
versos textos de autores románticos como Alexandre Herculano (1837) y Almeida
Garrett (1846), recogidos por Pais en su antología (1997: 127 y ss.).
En los prólogos de los traductores hallamos también una serie de imágenes que
muestran la complejidad y el carácter ambiguo de las ideas sobre la traducción que
circulan en el Portugal de esos años y que reflejan el discurso francés desde media-
dos del siglo XVI: la diferencia entre copia y modelo, la rivalidad con el autor, la
escasa valoración del oficio de traductor, la dificultad y las reglas a las que su tra-
34 Inocêncio da Silva da como traductor al capitán Manuel de Sousa (Silva y Aranha 1862:
VI, 112).
246 JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
bajo está sometido, la poca estima por la lengua y la competencia con otras son
algunas ideas que recorren buena parte de los prólogos y que, al mismo tiempo,
sirven para justificar la utilidad de las traducciones, la defensa del método utiliza-
do por el traductor y la confianza en el valor literario de la lengua portuguesa.
El prólogo de António Lourenço Caminha, traductor de Lelio, ou Dialogo so-
bre a Amizade (1785) de Cicerón, es significativo por el cúmulo de imágenes que
recoge en torno a la labor del traductor y la importancia que concede a las traduc-
ciones. Las imágenes usadas son reflejo de la concepción lingüística de la traduc-
ción imperante en este siglo, que, como se dijo, se centra en el trasvase de elemen-
tos. Caminha abre su prólogo defendiendo la dificultad de traducir frente a la opi-
nión común que considera las traducciones «tapeçarias pelo avesso, ou como
emprego de um simples Gramático» ignorando que es una actividad a la que se
dedicaron grandes ingenios (1998: 135); en consecuencia, alaba la labor del buen
traductor pues la dificultad de «verter de uma língua para outra» es tanta como
«passar-se um espírito de um vidro para outro» (1998: 136). Siguiendo a Huet, pro-
cura que su versión sea literal, «e não uma nova composição ou paráfrase», porque
el traductor no es un compositor. Y cierra el prólogo con un conjunto de imágenes
que refuerzan una vez más la concepción de la traducción como traslado y repro-
ducción del original:
A versão há-de-ser como uma fiel embaixada, aonde o Legado não debe alterar
mais do que lhe ordenou o seu Soberano. É um fiel espelho que só copia o objecto
tal qual ele é em si próprio; ou como, finalmente, uma pintura que se copia de outro
quadro (1998: 137).
3. CONCLUSIONES
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