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La Espiritualidad en el Contextos Educativos

María José Moreno Mayor

La espiritualidad es leída por la sociedad en muchas ocasiones, de manera


inadecuada, dado a que es relacionada con la religión, con un sistema de creencias que
establecen el bien y el mal como una construcción moral colectiva basada en un ideal; esto
ocasiona que cuando se incluya esta dimensión en el contenido académico, algunos
docentes, estudiantes, padres o la población en general reacciones a partir de una
interpretación desacertada; cuando, de manera distanciada, la espiritualidad implica una
construcción del sujeto en la que desarrolla procesos reflexivos que le permiten
comprenderse a sí mismo, al mundo que lo rodea y las formas en que este lo permea. A
continuación, se presenta una reseña sobre la espiritualidad en los contextos educativos, a
partir de la presentación de tres productos científicos publicados en revistas científicas,
sobre los cuales se exponen las temáticas o problemáticas que abordan los autores y por
cada una se desarrolla una reflexión.

Pretendiendo demostrar a través de dos perspectivas teóricas en un artículo de


reflexión desde la disciplina de Educación específicamente desde la Licenciatura en
Docencia, Piedra (2018) busca demostrar el papel de la educación en el desarrollo y
fortalecimiento de la espiritualidad; por un lado, la sustentada en la neurociencia que
vincula la espiritualidad a las capacidades del cerebro, en la que fundamentada en Gardner
(1983) con su teoría de inteligencias múltiples, entre ellas la inteligencia existencial o
transcendente se evidencia en el planteamiento de cuestiones relacionadas con el
significado de la vida, la muerte o el amor; en Zohar y Marshall (1997) para referir que las
prácticas espirituales producen sobre las neuronas ondas electromagnéticas, además de que
constituye la base fundamental para el funcionamiento cognitivo. En la misma perspectiva
teórica, Piedra (2018), desde la línea de la genética fundamentada en los planteamientos de
Hamern (2004), plantea que hay un gen especializado por el que se gesta la dimensión y la
actividad espiritual, contando con su estudio de más de 1.000 personas de diferentes edades
y contextos sociales por el que se descubre dicha particularidad en el ADN del ser humano;
y finalmente fundamentado en Rubia (2015), Piedra (2018) indica que por las numerosas
investigaciones de este autor se confirma que el cerebro produce experiencias espirituales
que se activan por estructuras cerebrales del sistema límbico.

Por otro lado, la perspectiva sustentada en la holística que retoma el concepto de


integralidad y totalidad, haciendo hincapié en la importancia de la dimensión espiritual para
el desarrollo pleno de la condición humana, contando con que el funcionamiento del sujeto
se da como un todo y no sólo por el cerebro, teniendo en cuenta a Maslow (1943), Piedra
(2018) menciona que vincula al argumento el concepto de autorrealización como estado
espiritual en el que el sujeto es feliz, creativo, tolerante, con propósito y misión, y a Frankl
(1990) al establecer la espiritualidad de una manera integral que distingue al ser humano.

Respecto a estas dos temáticas, Piedra (2018) afirma a pesar de lo desarrollado


teóricamente sobre la integralidad de la condición humana, la sociedad continúa
fragmentando al sujeto, en lo que prevalece la condición biológica, esto coadyuvando por
los fenómenos de globalización tecnológica que relegan en el contexto educativo a las
disciplinas como el arte, la historia y la filosofía a un espacio de ocio. Esto ocasiona una
desarticulación del conocimiento y del ser humano, por lo que se debilita la percepción del
saber, teniendo como resultado sociedades que dedican mayor tiempo la a la dimensión
biológica-material.

En relación a este primer artículo, es relevante poner en diálogo importancia de la


integralidad del ser humano, una integralidad dada cuando se aborda la espiritualidad en los
procesos de educación, y dado a su ausencia en los mismos, se posible considerar la actual
producción de fenómenos sociales ligados a la apariencia física, a la estética, y no la
estética sensible y de expresión singular de cada sujeto, sino la estética superficial con un
síntoma colectivo, más que con sentido y la difuminación de la perspectiva crítica sobre sí
mismo y el mundo; como un asunto globalizado donde la atención está puesta sobre lo
físico, sobre un cuerpo del que se hace uso material, es ahí donde da lugar al interrogante
de ¿qué lugar tiene el cuerpo no físico, sino la necesaria construcción imaginaria del
mismo, en los procesos simbólicos significativos que se dan en la dimensión espiritual en el
contexto educativo? ¿cómo el cuerpo se involucra en las reflexiones que se dan en dicha
dimensión para fortalecer la misma en un proceso de aprendizaje?
Resulta siendo claro, desde el artículo de Piedra (2018) que el desarrollo de las
dimensiones del ser depende de los contenidos que se den en las áreas del saber (contexto
educativo), para propiciar, fortalecer y/o potencializar dicha integralidad en la condición
del ser humano.

Para continuar en el abordaje del contexto educativo, contando con las diversas
posibilidades de la actualidad, se desarrollan los planteamiento de Palacio (2015), quien
desde la disciplina de la teología construye un artículo de reflexión en el que menciona que
existen muchas alternativas de desarrollo humano a través del conocimiento, en las que se
encuentran con mayor prevalencia la globalización y el capitalismo, sin embargo, ante este
tipo de alternativas, con o sin capital, con un sistema estructurado o un esquema de ensayo-
error, el sujeto siempre se sobrepone con sus procesos de significación que emite
posteriormente en el mundo en el que vive. La espiritualidad le permite al ser humano
“avanzar en las comprensiones de la vida, de su vida, de la vida de otros; la vida se
dinamiza, resignifica y avanza a medida que el espíritu es mayor en los ambientes de
actuación de cada persona” (Palacio, 2015, p. 472).

La alternativa de la espiritualidad como un medio para el desarrollo humano, vista


por fuera del ámbito religioso, da cabida a las posibilidades de potencialización de las
competencias del ser humano, por lo que epistemológica y pedagógicamente se tiene en
cuenta la espiritualidad, esto bajo el sustento de la inteligencia intrapersonal abordada por
Gardner, así como se habla de la inteligencia espiritual que implica una condición de
apertura distinta a la vida llevando al ser humano a un plano superior en la interacción con
el otro y el mundo, por lo que ingresa en la posibilidad de la educación, puesto a que desde
la espiritualidad el sujeto avanza en la manera en como percibe y comprende al mundo, su
cultura y su propia vida, es decir, que implica un autoconocimiento del estudiante como
acto razonable y espiritual (Palacio, 2015).
Este producto genera una resonancia en el pensamiento relacionada con la
trascendencia, como algo que busca aquella alternativa de la espiritualidad para el
desarrollo de procesos educativos en los que el sujeto se cuestione sobre las maneras de
estar en el mundo, en como ha estado desarrollándose en el mundo fuera del contexto
religioso o dogmático que puede contener la religión.
Palacio (2015) da apertura para plantearse el tiempo como el condicionante más
potente del sujeto, el tiempo en que el sujeto logra construir con orientación de otro en el
contexto educativo su propia dimensión espiritual que se formula en su realidad subjetiva,
la cual posteriormente irradiará sobre el mundo que lo rodea, generando una transformación
en la forma en que se percibe y se relaciona con su contexto sociocultural.

Finalmente, para el tercer artículo, se aborda el tema de la formación docente, que


son los actores que comparten el conocimiento en el contexto educativo y con quienes se
construye conocimiento, a partir del artículo de reflexión de García (2015) desarrollando
desde la disciplina de la educación, en el que se propone exponer ideas relacionada con el
amor y espiritualidad del ser humano como parte de su condición y sus implicaciones en el
desarrollo y salud del sujeto en la formación docente. El amor y la espiritualidad son
considerados por García (2015) como elementos necesarios para la formación docente,
dado a que independientemente del sexo, cultura, trabajo o edad, el sujeto es un ser
espiritual que vivencia una experiencia humana buscando un significado y realización, cabe
resaltar que no es un producto de un cumulo de experiencias o de hechos culturales, sino
una construcción de aprendizaje sobre sí mismo.
Los elementos del amor y la espiritualidad resultan menesterosos para la formación
docente, dado que se enfrentan en muchas ocasiones a sociedades que han crecido y
desarrollado en contextos autoritarios y represivos o excesivamente permisivos, donde se
hace uso y abuso de la afectividad negativa como la vergüenza, la culpa o el miedo, además
del etiquetamiento peyorativo, la falta de atención, dificultad de comunicación, entre otros.
El docente trabaja con dichas situaciones, así como con las exigencias de ser competentes
que viene de la presión de las instituciones con requerimientos para la calidad educativa y
una demanda personal, desempeñándose con sus recursos, con el menor desgaste,
obteniendo mejores resultados y un alto grado de realización, lo cual los sumerge en un
ciclo degenerativo de la eficacia del docente (García, 2015).
Por lo anterior, García (2015) manifiesta que el amor y la espiritualidad son
condiciones necesarias para la formación docente, dado a que implican un detenimiento
sobre sí mismo para exteriorizar posteriormente, en dicho primer momento sobre sí mismo
se abordan cuestionamientos sobre un autoconocimiento, de saber quien es, qué se quiere,
dónde se está y hacia donde se va, para conocerse y conocer el lugar que se tiene en el
mundo.

La espiritualidad en el contexto educativo implica un proceso de reflexión


introspectiva necesaria para un re-conocimiento propio, de las formas de ser y estar en el
mundo, así como las formas de relacionarse con él. Sin embargo, es importante considerar
también un proceso en retrospectiva en el que se gesten cuestionamientos en el aprendizaje
sobre quién fue en un pasado y lo que sucedió que actualmente se ha desarrollado sujeto
que se es, para fomentar un proceso, que desde el enfoque social-comunitario con Montero
(2004), es denominado problematización, por el que se analiza críticamente el ser en el
mundo en el que se está y lograr desnaturalizarlo para trascender.

En conclusión, la espiritualidad en los contextos educativos, dan lugar a pensarse en


la trascendencia a la que un sujeto logra llegar cuando este elemento es incorporado en los
procesos de aprendizaje, no como un asunto necesariamente vinculado a la religión o a las
posturas dogmáticas de la misma, sino como un asunto reflexivo sobre sí mismo que
potencializa competencias humanas del ser tanto en el estudiante como en el docente.
Como profesional de la psicología, cabe resaltar que esta dimensión se vincula en su
esplendor singular en cada sujeto, el cual ha de ser respetado y aprovechado en pro del
contexto educativo y los proceso que se llevan a cabo en el campo de la educación.
Por último, es evidenciable que la espiritualidad si bien es un constructo necesario
en la educación, resulta importante resaltar desde la psicología que el mismo opera como
un recurso psicológico o interno sustancial del que el sujeto puede valerse ante las
adversidades que se presenten no sólo en el contexto educativo, sino en la vida.
Referencias Bibliográficas
García, D. (2015). Amor y espiritualidad: necesidades y condiciones fundamentales en la
formación docente. IE Revista de Investigación Educativa de la REDIECH, 6(10),
7-17.
Montero, M. (2004). Procesos Psicológicos Comunitarios. En Introducción a la Psicología
Comunitaria. Desarrollo, conceptos y procesos. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Palacio, C. (2015). La espiritualidad como medio de desarrollo humano. Cuestiones
Teológicas, 42(98), 459-481.
Piedra, M. (2018). Espiritualidad y educación en la sociedad del conocimiento.
Innovaciones Educativas, XX(28), 96-105. Recuperado de

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