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Reflexiones Sobre La Última Propuesta de Reforma Al Régimen Penal Juvenil Argentino
Reflexiones Sobre La Última Propuesta de Reforma Al Régimen Penal Juvenil Argentino
Cita: RC D 156/2019
Encabezado:
Sin perjuicio de ello, lo cierto es que frente a la comisión de una conducta típica debe
actuar indefectiblemente la máxima herramienta del Estado: el Derecho Penal[1]. El límite
a su intervención se encuentra dado por la edad a partir de la cual se sostenga la
imputabilidad de la persona, que es una decisión privativa de cada nación. El parámetro
entonces será que más allá de la edad, sean siempre respetadas las garantías
constitucionales vigentes.
Con respecto a la minoridad en conflicto, existen varias posturas: están quienes encuentran
la solución en el rigor propio del sistema, y quienes entendemos que una respuesta solo
puede ser justa si se adecúa a los postulados de la Carta Magna y a la Convención sobre los
Derechos del Niño.
Se intentará reflexionar en adelante, sobre algunos aspectos del Proyecto de Ley sobre un
nuevo Régimen Penal Juvenil, que fuera elaborado por el Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación. Si bien el texto presenta algunos puntos discutibles, resulta en
términos generales una herramienta jurídica a destacar ya que, -si bien de manera tardía-
recepta postulados de la Convención sobre los Derechos del Niño.
Las críticas que se le han formulado a esta normativa, provienen de varios ámbitos del
derecho. Así autorizada doctrina[3], jurisprudencia[4], organismos[5] y tribunales
internacionales[6], por distintos motivos, propiciaron la necesidad de que la República
Argentina cuente con un sistema legal acorde a la Convención sobre los Derechos del Niño,
sin que ello haya ocurrido hasta este momento.
Es por ello que a pesar de la manifiesta incompatibilidad entre ambos sistemas legales, la
llamada “doctrina de la interpretación armónica” sugerida por la jurisprudencia[8], ha
contribuido en parte a limitar ciertas disposiciones de una ley anacrónica, mediante su
forzada interpretación. Es probable que, además de evitar una crisis institucional, esta
doctrina haya permitido prolongarla coexistencia de ambos sistemas.
Aunque sean varios los argumentos que indican que la Ley 22278 debe ser derogada, la
razón principal de esta necesidad radica en que violenta el principio de legalidad[9], al
permitir la disposición de un menor de edad aun cuando no hubiera cometido una conducta
típica, circunstancia que vulnera a su vez el derecho a la dignidad personal, presupuesto
elemental del derecho a la vida.
El principio de legalidad es una pieza clave para ello, ya que la claridad de la norma es la
base para el conocimiento de la conducta prohibida y de su antijuricidad[10]. Ello implica
no sólo que las causas de reproche deben estar expresamente tipificadas en la ley, sino que
además se debe estar a una estricta sujeción a los procedimientos objetivamente definidos
en la misma[11].
Desde este punto de vista, el Proyecto elaborado por el Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación, constituye una herramienta de suma importancia en la materia ya
que en su art. 6, reconoce que el adolescente gozará de todas las garantías contempladas en
la Constitución Nacional y en la Convención sobre los Derechos del Niño y demás leyes e
instrumentos ratificados por la República Argentina.
Desde otro punto de análisis, es posible remarcar que la propuesta del Ministerio de Justicia
de Derechos Humanos de la Nación, recepta el concepto “interés superior del adolescente”,
denominación equivalente a lo normado en el art. 3 de la máxima norma de la niñez, que se
refiere al “interés superior del niño”.
En su art. 7, se lo define como necesario para garantizar el disfrute pleno y efectivo de los
derechos reconocidos por la Convención sobre los Derechos del Niño y el Desarrollo
Físico, Mental, Espiritual, Moral, Psicológico y Social del adolescente.
De este modo, parecen haber sido reconocidos los lineamientos del Comité de los Derechos
del Niño de acuerdo con los cuales, los Estados deben examinar, y en su caso modificar la
legislación nacional y otras fuentes del derecho, sin perder de vista su interés superior.
Conviene subrayar que, si bien este concepto emerge del art. 3 de la Convención, puede
presentar criterios interpretativos disímiles, principalmente porque bajo el parámetro de
“interés superior del niño” pueden sugerirse disposiciones de diversa naturaleza. La norma
cuya sanción se propone, establece en el segundo párrafo del art. 7 que en función de este
interés, el magistrado interviniente podrá ordenar la intervención de órganos de protección
de los derechos de los niños adolescencia y familia en los términos de la Ley 26061.
Es posible sugerir sin embargo, que dicho estándar de interpretación cuya presencia resulta
obligada en todas las leyes y reglamentos de la República[18], sea siempre aplicado
teniendo en cuenta la opinión del niño.
Cuando un Estado ratifica un pacto internacional, sus jueces están también sometidos a él,
ya que conforman parte del mismo, lo que obliga a velar por la vigencia del sistema de
garantías de la Convención, y por la no aplicación de leyes contrarias a su objeto y fin[19].
Desde otro punto de análisis debe destacarse el que se haya incorporado a la propuesta el
principio de especialidad[20]. Así, el art. 8 establece que la sustanciación de los procesos,
el control de las medidas y ejecución de las sanciones, estarán a cargo de órganos con
capacitación especializada en el trato con adolescentes y conocimientos del máximo tratado
de la niñez.
Sus alcances en el Tratado del año 1989 son los siguientes: "… los Estados parte tomarán
todas las medidas apropiadas para promover el establecimiento de leyes, procedimientos,
autoridades e instituciones específicos para los niños de quienes se alegue que han
infringido las leyes penales o a quienes se acuse o declare culpable de haber infringido
esas leyes…".
La Convención Americana de Derechos Humanos por su parte, sostiene "… cuando los
menores puedan ser procesados, deben ser separados de los adultos y llevados ante
tribunales especializados, con la mayor celeridad posible, para su tratamiento".
Además de este principio, se incorpora el derecho del joven a ser juzgado en un plazo
razonable, concepto que ha sido denominado en el texto como “brevedad y celeridad
procesal”[21].
Se establece allí que la duración máxima del proceso estará fijada en la ley procesal, pero
que no deberá excederse de tres años, contados desde el inicio de la investigación
preparatoria o equivalente. Queda excluido de dicho plazo el tiempo que insuma el trámite
del recurso extraordinario federal. Acertadamente, el plazo se suspende mediante la
rebeldía del imputado y se puntualiza la prioridad de aquellos procesos en los que el
adolescente se encuentre bajo prisión preventiva, lo que no resulta un eximente del
cumplimiento del plazo señalado.
Habrá que evaluar entonces, como opera dicha disposición en el marco de la ejecución de la
nueva ley. Lo cierto es que actualmente, en el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, aún tratándose de delitos de poca relevancia y escueta producción de prueba, los
procesos son largos en parte quizás porque se ha establecido mayoritariamente, que el
régimen especial para aquellos casos de flagrancia no resulta aplicable para menores de
edad[22].
Para los jóvenes de quince años, la ley será aplicable cuando el delito reprimido tenga una
pena máxima de quince años de prisión o más.
Para aquéllos que tengan entre dieciocho y dieciséis años de edad, cuando se les impute un
ilícito de acción pública, con excepción de aquéllos reprimidos con pena máxima de prisión
igual o menor de dos años o que prevean multa o inhabilitación.
El permiso que otorga la norma respecto de la comisión e imputación de un delito por parte
de un menor de quince años, -más allá de su gravedad o no - permite que se efectúen ciertas
consideraciones.
En este sentido, los fundamentos de la propuesta indican que los instrumentos de derecho
internacional de los derechos humanos no fijan una edad mínima de responsabilidad penal;
esta afirmación no es del todo acertada ya que si bien cada Estado es soberano para
determinar a partir de qué edad el individuo deberá responder frente a la comisión de una
conducta ilícita, no es menos cierto que existen pronunciamientos sobre la importancia de
no disminuir los derechos conquistados y, por ende respetar los parámetros etarios
adquiridos[25].
Es por ello que a pesar de los argumentos relativos a que la ley que se propone no implica
bajar la edad de imputabilidad, sino la creación de un sistema penal juvenil homogéneo que
permita responsabilizar a niños de quince años de edad por delitos graves enumerados, lo
cierto es que se está aumentando el poder punitivo. Esto conlleva a la probable crítica sobre
la posible violación del principio de no regresividad y progresividad[26] establecido en la
Convención sobre los Derechos del Niño.
Según este principio, los progresos alcanzados en la protección de los derechos humanos
son irreversibles. De este modo, sólo es posible expandir el ámbito de protección, mas no
restringir el ejercicio de un derecho ya adquirido. Bajo este criterio se está expandiendo la
protección, al impedir que un menor de dieciséis años sea incorporado al sistema bajo una
“disposición tutelar”, como lo permite el régimen actual mas no impedir tal medida para
que el niño de 15 años se haga cargo de un proceso penal.
Son acertados los datos consignados en los fundamentos de la propuesta, en punto a que la
edad mínima de responsabilidad penal juvenil de la región oscila entre los doce y catorce
años.
Nuestro país ha sido reconocido como el que ostenta el límite etario más elevado de la
región[28], lo que no implica desconocer el principio de interpretación evolutiva de los
instrumentos de derechos humanos, circunstancia que ha conllevado a que la CIDH haya
expresado su preocupación en algunos casos en los que fue disminuida o se piensa en
disminuir la edad por la que debe responder penalmente un menor de edad[29].
Desde otro punto de vista, merece reconocerse como promisorio el precepto que reconoce
que la pena privativa de la libertad es el último recurso, debe ser fundada, revisable y por el
plazo más breve posible[30].
De esta forma se recepta el contenido del art. 40 del máximo Tratado de la niñez en punto a
las medidas alternativas a la pena, que específicamente se encuentran previstas en la
propuesta.
La remisión que extingue la acción penal y permite que se disponga la incorporación del
joven a programas comunitarios en los términos de la Ley 26061, es una medida puede
tener lugar en cualquier momento del proceso y procederá para todo delito cuya pena no
supere los diez años de prisión. También es importante destacar que esta norma debe ser
tomada por el Ministerio Público Fiscal, previo escuchar a la víctima y al adolescente[34].
Es sólo mediante los citados postulados que será posible lograrla reintegración de quien ha
cometido un ilícito cuando no contaba con dieciocho años de edad, esperándose así que
cumpla una función constructiva en la sociedad[36].