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Contemplar mientras se investiga es dejar que la mente se movilice con las verdades que
van apareciendo, dejando un espacio abierto para que la verdad penetre y para que surja
entonces espontánea desde dentro (no desde el pensamiento) la respuesta a la verdad.
Esta verdad que aparece espontánea se percibe con evidencia. ¿Y qué es una evidencia?
Es una serena paz, el equilibrio de ser lo que somos. La verdad no se piensa, se es.
Creemos que la verdad está objetivada y que el yo que la contempla está aparte de la
realidad, y al pensar de esa manera no es posible que coincida el contemplar con el ser.
Pero, ¿y si no fuera así?, ¿y si la realidad fuera una y estuviera hecha de conciencia?, ¿y si
todo fuera creación de esa conciencia y, al contemplar, creáramos? De hecho, eso es lo
que sucede: la luz de la conciencia es la creadora de realidades. La luz que ve, al ver crea;
contemplar es realizar. Una vida contemplativa es, así, una vida de realización.
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18/5/2021 No-dualidad Textos | El arte de contemplar es el arte de ser
De alguna manera somos conscientes de que creemos que no somos, de que hay algo
que nos falta, y de ahí surgen los deseos, emociones, etc. Se nos plantea entonces el di‐
lema de tratar de llegar a ser, de modo que proyectamos el anhelo hacia fuera para llegar
a continuación a creer que no somos. En este círculo vicioso sólo hay un punto verda‐
dero: la llamada del Ser.
En el tratar de llegar a ser ya existe una llamada del Ser. El punto básico para comenzar
una vía contemplativa dentro de la vía humana de realización reside en que intuyo que
soy. De hecho, ya soy, pero es como si no lo fuera porque no me lo creo; pero en eso ya
hay algo real en nosotros, algo que está tapado por imágenes y pensamientos pero que
ya está ahí. Y hay un camino sencillo para desvelarlo: contemplar directamente lo que
somos. Cuando nos hallamos en un vacío mental esa contemplación nos transporta ins‐
tantáneamente a lo que somos; sin embargo, lo usual es que obstaculicemos el encuen‐
tro a través de las realidades que inventamos. Por tanto, lo tengo que intentar una y otra
vez, ya que tengo muchas realidades inventadas que me están obstaculizando y que se
resumen en todo aquello que creo que soy pero que no soy.
El camino de nuestra propia tradición, desde los platónicos hasta los neoplatónicos, es la
ascesis dialéctica y la contemplación de la verdad. Es cierto que hay caminos magnífi‐
cos en Oriente, pero los de Occidente han sido pasados por alto, no se han entendido
como caminos de realización. Los estudiosos de filosofía conocen la dialéctica platónica
como una teoría, pero nunca se han planteado aplicarla a sí mismos, de modo que se ha
olvidado su capacidad realizadora. Sin embargo, es un camino muy directo y adecuado
para nosotros. Consiste en no tener en cuenta lo que creemos ser, lo que nos falta, nues‐
tros defectos y cualidades, para en cambio contemplar directamente aquello que anhela‐
mos profundamente. Ello nos lleva directamente al lugar de donde proviene nuestro an‐
helo. Eso es una ascesis contemplativa. Por ella nos ponemos en contacto directo con
los valores que vienen directamente del Ser: la belleza, la bondad y la verdad.
Podría pensar que no he encontrado en mí de forma clara ese anhelo profundo de amor,
belleza y verdad. Si ya lo he encontrado, no hay nada más que hacer; sólo lo contemplo.
Pero si no lo veo claro, no importa; puedo rastrearlo desde donde me encuentre, pues to‐
dos los deseos vienen a partir de ese anhelo. ¿Dónde van a iniciarse si no? Ahí adquieren
su fuerza.
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Todos los deseos son llamadas del Ser que se han entretenido en las formas, en lo cam‐
biante. Quizá no los reconozco todavía como llamadas directas, ni tan siquiera como
esencia de esos valores primordiales, pero eso es lo que son.
Hemos de mirar bien nuestros deseos: el deseo de que me aprecien, de tener más fuerza,
seguridad, equilibrio... Todo ello lo buscamos fuera. Pero tomando, por ejemplo, el deseo
de algo bello, debo mirarlo e ir a donde veo belleza, y debo ver que esa belleza es un re‐
flejo de la belleza que me está llamando desde el Ser. Nunca voy a saciar los deseos en
las formas, veré pasar formas bellas cambiantes y me entusiasmaré o defraudaré; ellas
están reflejando belleza, pero no son la belleza. Lo que está en lo profundo de mi anhelo
es la belleza, en sí misma. Si tengo deseo de que me quieran, hay que mirar cuándo
surge, de dónde viene. ¿Me siento carente de amor? Entonces me he alejado del amor
que soy; por eso lo busco en los actos de los otros. Debo observar que esos deseos vie‐
nen directamente del amor, que es expresión del Ser.
El Ser, es decir, la Realidad me está llamando a partir de esos deseos. ¿Por qué no escu‐
cho la llamada y me pongo en contemplación de ese amor que anhelo? ¿Por qué no em‐
piezo a contemplar? Debo hacerlo insistentemente, todos los días, y preguntarme: ¿por
qué necesito amor?, ¿cuál es el amor que necesito? Si lo necesito es porque sé lo que es,
es porque ese amor está en mi conciencia y, por tanto, puedo contemplarlo en cualquier
momento. Cuando lo contemplo, le devuelvo la fuerza que le había quitado y que había
puesto en otras personas o en situaciones externas, etc. Al contemplar, recojo toda la
energía que había volcado en las formas y la remito a su origen.
La verdadera comprensión
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Ya hemos visto que comprender y ser no están separados. Cuando comprendo, soy
aquello que comprendo; no hay comprensión si no llego a ser aquello que he
comprendido.
Cada ser humano hace aquello que comprende, porque no se puede hacer más que aque‐
llo que se comprende; así, todo el mundo actúa según su visión. Cuando la visión es es‐
trecha, lo natural es que haya caos. Entonces se buscan técnicas y caminos, pero como
no hay claridad de visión, lo normal es darse golpes contra todo, pues cuando la mirada
es limitada no hay comprensión. A los que tenemos la vocación de buscar la verdad di‐
rectamente se nos debe incitar a comprender más, a «darnos cuenta» y, por tanto, a forjar
una mente contemplativa.
Es muy importante comprender esto, porque para actuar bien no es preciso ir a buscar a
alguien que nos indique qué debemos hacer. La conducta espontánea, creativa, realiza‐
dora no resulta de que alguien me diga lo que debo hacer; es la que surge espontánea de
mi comprensión, y es expresión directa de mi propio ser. No es posible encontrar la paz al
resolver los problemas externamente, sino que es justamente al revés: cuando encuentro
la paz en mi interior, entonces los problemas se van resolviendo; no como yo pienso, sino
a su manera, en su orden justo. Seguirá habiendo toda la gama de ciclos de altibajos en
el existir, existirá la dualidad externa, pero le habré quitado el veneno de mi apego. Se‐
guirá habiendo sensorialidad, pero no habrá esa identificación con lo agradable o des‐
agradable que crea apego, rechazo, desesperación, manipulación... Todo eso se acaba.
No hay que forzar nada para conseguir algo exteriormente; lo que es preciso es ir hacia
dentro, buscar el origen, buscar los principios que lo mueven todo. La mente condicio‐
nada proyecta un mundo y una vida, y mientras vivamos en tales errores no podremos
cambiar nada. Todo lo que nos sucede son llamadas del Ser, y así es como deberíamos
mirarlo. Ir al origen es la vía.
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La tradición platónica tiene un aspecto muy bello. No está tan claro en los textos anti‐
guos, pero lo he ido clarificando con mi propia vivencia: El camino es contemplar lo ver‐
daderamente real, lo auténtico. Por ejemplo, no debo fijar mi mirada en lo negativo. De
pasada, veré todos los errores que está creando una mente confusa, pero no he de con‐
centrarme en analizar cualquier cosa que aparezca distorsionada; eso no es real, sólo es
una falta de algo. Por ejemplo, el odio no es más que la misma energía del amor, sólo que
desordenada; la agresividad es la misma energía del amor que, por distorsión, se ha dis‐
persado y alienado hasta aparecer irreconocible. ¿Cómo pueden retornar a su origen el
odio o la agresividad? Simplemente, contemplando el amor que anhelo, y entonces esa
energía, que se ha manifestado de esa manera errónea, se integra en el amor mismo.
Cuando contemplo el amor no soy más que amor, y de ahí mi conducta surgirá espontá‐
nea desde ese amor que contemplo.
Profundizar en nuestra conciencia transforma lo externo; pero hemos de hacerlo sin es‐
pecular mentalmente, porque si especulamos no funciona. Los adolescentes tienen que
ver por ellos mismos, no seguir lo que dicen los padres o educadores. La mayoría de las
veces buscan la libertad fuera, y ni siquiera saben lo que es. Para alcanzarla deben ir di‐
rectamente a esa libertad que anhelan. Todos nosotros somos como adolescentes que
nos hemos quedado dormidos y nos sentimos frustrados en nuestro sueño. El error de
no comprender lo que es la libertad nos mantiene en un círculo vicioso: ignoro la llamada
del ser y me resigno; es algo que la sociedad nos ha enseñado. Mi vida es una vida apa‐
gada, muerta, sin sentido. ¿Por qué? Porque no he vivido interiormente esos valores pri‐
mordiales, así que no he podido expresarlos y tampoco puedo vivirlos afuera. Por eso me
siento triste y aburrido y mi vida es inauténtica.
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que viene del Ser. Como no dependo de las situaciones, no hay altibajos; lo que sucede
es que soy consciente de lo que está pasando por la pantalla de mi conciencia. Esto que
aparece en la pantalla no lo miro desde el pensamiento, sino que me mantengo en una
posición contemplativa, que es el lugar verdadero. Debo encontrar ese lugar silencioso,
de mente aquietada, porque ese lugar está ahí y es la puerta que conduce a mi verdadero
ser. Al contemplar, voy siendo lo que verdaderamente soy.
Cuando no vemos los valores primordiales del amor, la bondad y la belleza debemos con‐
fiar en llegar a tener la intuición, aunque sea pequeña, de que existen, de que son la lla‐
mada del Ser y de que la contemplación es el camino. Si no existe esa intuición, ¿cómo
vamos a confiar en algo que no hemos visto? La verdadera confianza se sustenta en la
intuición que alguna vez hayamos tenido acerca de esa verdad. Partiendo de esa con‐
fianza se irán abriendo las posibilidades de contemplar esos valores. Aunque esa intui‐
ción sea muy pequeña, ahí está la puerta. Si me quedo entonces en silencio para permitir
que eso aflore, descubro un vacío en mi mente. En esa actitud contemplativa aparece
una vida nueva.
Contemplar es muy fácil cuando se intuyen y anhelan los valores; y al intuirlos, se aman.
Se percibe ese anhelo directamente por amor a la belleza, a la bondad, a la justicia, por‐
que estoy mirando aquello que amo. Juan de la Cruz dijo: «Contemplar es estar amando
al amado». Es dejar lo externo para mantenerse en atención al interior; y luego ya nada
más queda, simplemente estar amando al amado. ¿Y quién es «el amado»? Es el Ser y
los valores que dimanan directamente de Él: el amor, la paz, la belleza; es lo divino y sus
expresiones.
Cuando los místicos nos hablan de la atención al interior y del recogimiento, no sabemos
lo que quieren indicar, porque estamos tan volcados hacia fuera que nos parece que lo
interno son los pensamientos. Es un error terrible estar inmerso en un mundo condicio‐
nado, ese mundo no es lo originario. Lo originario viene de antes y está más allá del pen‐
sar y el sentir. El amor a esos valores nos llevará directamente allí. No es algo técnico ni
analizable. Por amor a la belleza y a la verdad estoy contemplando esa belleza y esa
verdad.
Podría dudar sobre si amo la verdad lo suficiente; pero sí, es seguro que la amo, aunque
no me dé cuenta y la busque en mi vida allí donde no está. ¿Cómo no amar a mi propio
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ser?, ¿cómo no voy a amar lo Real, lo divino? No me doy cuenta, pero lo estoy buscando
constantemente en los reflejos, en lo externo.
Estas investigaciones que realizamos son totalizadoras. Son para ir viendo la verdad en
cada instante. No son para procesar datos y saber mucho, sino para que en cada ins‐
tante se revele la verdad y para situarnos en ella.
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