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18/5/2021 No-dualidad Textos | El arte de contemplar es el arte de ser

El arte de contemplar es el arte de ser


Por Consuelo Martín Extracto de:

La llamada del ser

Contemplar mientras se investiga es dejar que la mente se movilice con las verdades que
van apareciendo, dejando un espacio abierto para que la verdad penetre y para que surja
entonces espontánea desde dentro (no desde el pensamiento) la respuesta a la verdad.
Esta verdad que aparece espontánea se percibe con evidencia. ¿Y qué es una evidencia?
Es una serena paz, el equilibrio de ser lo que somos. La verdad no se piensa, se es.

El arte de contemplar es el arte de ser. El avanzar en la contemplación es avanzar en el


ser que somos verdaderamente y que se evidencia cuando contemplamos. Esto no se
puede comprender desde la idea errónea que tenemos los humanos de que una cosa es
conocer y otra es ser. Cuando pensamos, siempre lo hacemos desde la dualidad primige‐
nia de la mente que escinde lo Real en dos: el que mira y lo mirado, el contemplador y lo
contemplado. Así no podemos comprender; y por eso mismo creemos que el contemplar
nos aleja del ser, cuando es realmente lo contrario.

Creemos que la verdad está objetivada y que el yo que la contempla está aparte de la
realidad, y al pensar de esa manera no es posible que coincida el contemplar con el ser.
Pero, ¿y si no fuera así?, ¿y si la realidad fuera una y estuviera hecha de conciencia?, ¿y si
todo fuera creación de esa conciencia y, al contemplar, creáramos? De hecho, eso es lo
que sucede: la luz de la conciencia es la creadora de realidades. La luz que ve, al ver crea;
contemplar es realizar. Una vida contemplativa es, así, una vida de realización.

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Aquel que comienza a tener la mente contemplativa empieza entonces su realización, y


no antes. Antes de ello, por mucho que se esfuerce en su realidad proyectada, no descu‐
brirá lo que es el ser. El ser es «Ser», lo cual quiere decir que sólo se puede descubrir
siéndolo. Proyectando en una pantalla mental nunca llego a ser. Somos una llamada del
Ser, pero estamos constantemente inmersos en miedos, limitaciones, angustias, de
modo que nos hallamos en la ilusión de que no somos, de que nos falta algo.

De alguna manera somos conscientes de que creemos que no somos, de que hay algo
que nos falta, y de ahí surgen los deseos, emociones, etc. Se nos plantea entonces el di‐
lema de tratar de llegar a ser, de modo que proyectamos el anhelo hacia fuera para llegar
a continuación a creer que no somos. En este círculo vicioso sólo hay un punto verda‐
dero: la llamada del Ser.

En el tratar de llegar a ser ya existe una llamada del Ser. El punto básico para comenzar
una vía contemplativa dentro de la vía humana de realización reside en que intuyo que
soy. De hecho, ya soy, pero es como si no lo fuera porque no me lo creo; pero en eso ya
hay algo real en nosotros, algo que está tapado por imágenes y pensamientos pero que
ya está ahí. Y hay un camino sencillo para desvelarlo: contemplar directamente lo que
somos. Cuando nos hallamos en un vacío mental esa contemplación nos transporta ins‐
tantáneamente a lo que somos; sin embargo, lo usual es que obstaculicemos el encuen‐
tro a través de las realidades que inventamos. Por tanto, lo tengo que intentar una y otra
vez, ya que tengo muchas realidades inventadas que me están obstaculizando y que se
resumen en todo aquello que creo que soy pero que no soy.

El camino de nuestra propia tradición, desde los platónicos hasta los neoplatónicos, es la
ascesis dialéctica y la contemplación de la verdad. Es cierto que hay caminos magnífi‐
cos en Oriente, pero los de Occidente han sido pasados por alto, no se han entendido
como caminos de realización. Los estudiosos de filosofía conocen la dialéctica platónica
como una teoría, pero nunca se han planteado aplicarla a sí mismos, de modo que se ha
olvidado su capacidad realizadora. Sin embargo, es un camino muy directo y adecuado
para nosotros. Consiste en no tener en cuenta lo que creemos ser, lo que nos falta, nues‐
tros defectos y cualidades, para en cambio contemplar directamente aquello que anhela‐
mos profundamente. Ello nos lleva directamente al lugar de donde proviene nuestro an‐
helo. Eso es una ascesis contemplativa. Por ella nos ponemos en contacto directo con
los valores que vienen directamente del Ser: la belleza, la bondad y la verdad.

Investiguemos sobre ese anhelo profundo.

Podría pensar que no he encontrado en mí de forma clara ese anhelo profundo de amor,
belleza y verdad. Si ya lo he encontrado, no hay nada más que hacer; sólo lo contemplo.
Pero si no lo veo claro, no importa; puedo rastrearlo desde donde me encuentre, pues to‐
dos los deseos vienen a partir de ese anhelo. ¿Dónde van a iniciarse si no? Ahí adquieren
su fuerza.

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Todos los deseos son llamadas del Ser que se han entretenido en las formas, en lo cam‐
biante. Quizá no los reconozco todavía como llamadas directas, ni tan siquiera como
esencia de esos valores primordiales, pero eso es lo que son.

Hemos de mirar bien nuestros deseos: el deseo de que me aprecien, de tener más fuerza,
seguridad, equilibrio... Todo ello lo buscamos fuera. Pero tomando, por ejemplo, el deseo
de algo bello, debo mirarlo e ir a donde veo belleza, y debo ver que esa belleza es un re‐
flejo de la belleza que me está llamando desde el Ser. Nunca voy a saciar los deseos en
las formas, veré pasar formas bellas cambiantes y me entusiasmaré o defraudaré; ellas
están reflejando belleza, pero no son la belleza. Lo que está en lo profundo de mi anhelo
es la belleza, en sí misma. Si tengo deseo de que me quieran, hay que mirar cuándo
surge, de dónde viene. ¿Me siento carente de amor? Entonces me he alejado del amor
que soy; por eso lo busco en los actos de los otros. Debo observar que esos deseos vie‐
nen directamente del amor, que es expresión del Ser.

El Ser, es decir, la Realidad me está llamando a partir de esos deseos. ¿Por qué no escu‐
cho la llamada y me pongo en contemplación de ese amor que anhelo? ¿Por qué no em‐
piezo a contemplar? Debo hacerlo insistentemente, todos los días, y preguntarme: ¿por
qué necesito amor?, ¿cuál es el amor que necesito? Si lo necesito es porque sé lo que es,
es porque ese amor está en mi conciencia y, por tanto, puedo contemplarlo en cualquier
momento. Cuando lo contemplo, le devuelvo la fuerza que le había quitado y que había
puesto en otras personas o en situaciones externas, etc. Al contemplar, recojo toda la
energía que había volcado en las formas y la remito a su origen.

Contemplar es devolver las cosas a su verdadero lugar. Cuando me percato de mi anhelo,


descubro que todo está en mí mismo y contemplo entonces directamente aquello que
me está llamando desde tantos reflejos.

A contemplar se aprende contemplando, jamás pensando. En cada momento debemos


estar en contemplación de aquello que intuimos y debemos mirarlo desde ese lugar con‐
templativo. No tiene sentido aceptar ideas sobre lo que la contemplación es, ideas que
surgen del pensamiento; debo aprender a contemplar. De esa manera, no actuaré en la
vida diaria de cualquier modo, sino que se habrá abierto ante mí un camino contempla‐
tivo y sabré cuál es la dirección de mi realización, independientemente de los aconteci‐
mientos exteriores. Estaré movido por mi visión verdadera, sin condicionamientos
externos.

La verdadera comprensión

No se puede actuar en lo humano sin inteligencia. Es necesario comprender los princi‐


pios y los fundamentos de la Realidad. Comprenderlos, que no aprenderlos (en el sentido
de abarcar el saber, que no en el de «adquirir conocimientos»).

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Ya hemos visto que comprender y ser no están separados. Cuando comprendo, soy
aquello que comprendo; no hay comprensión si no llego a ser aquello que he
comprendido.

Estamos acostumbrados a creer que cuando se habla de inteligencia se habla de infor‐


mación y conocimientos. Pero no estamos hablando de eso. La verdadera inteligencia es
comprensión. La comprensión es un abarcar total, y eso, en último término, es ser. Com‐
prender es contemplar y ser; entonces comprendes. La vida de la persona contemplativa
es un comprender constante; es ensanchar, ampliar nuestra conciencia, descubrir que no
tiene límites. Eso es verdaderamente comprender.

Cada ser humano hace aquello que comprende, porque no se puede hacer más que aque‐
llo que se comprende; así, todo el mundo actúa según su visión. Cuando la visión es es‐
trecha, lo natural es que haya caos. Entonces se buscan técnicas y caminos, pero como
no hay claridad de visión, lo normal es darse golpes contra todo, pues cuando la mirada
es limitada no hay comprensión. A los que tenemos la vocación de buscar la verdad di‐
rectamente se nos debe incitar a comprender más, a «darnos cuenta» y, por tanto, a forjar
una mente contemplativa.

De la contemplación de la verdad, de la comprensión verdadera surge espontáneamente


la acción adecuada. Sin embargo, casi nadie se cree esto, de modo que vamos buscando
que otros nos den las respuestas sobre lo que debemos hacer. Cuando hay confusión en
la mente es mejor no actuar, porque entonces los actos serán causa de una confusión
aún mayor. Si estoy confuso es mejor parar y empezar a darme cuenta de lo que sucede,
en qué situación está la mente, mirar, observar serenamente qué está pasando. En el mo‐
mento en que me doy cuenta de lo que sucede, la acción surgirá espontánea. Ya no me
preocuparé, ni dudaré, ni consultaré con nadie. Una vez que haya visto con claridad, ac‐
tuaré a partir de esa visión.

Es muy importante comprender esto, porque para actuar bien no es preciso ir a buscar a
alguien que nos indique qué debemos hacer. La conducta espontánea, creativa, realiza‐
dora no resulta de que alguien me diga lo que debo hacer; es la que surge espontánea de
mi comprensión, y es expresión directa de mi propio ser. No es posible encontrar la paz al
resolver los problemas externamente, sino que es justamente al revés: cuando encuentro
la paz en mi interior, entonces los problemas se van resolviendo; no como yo pienso, sino
a su manera, en su orden justo. Seguirá habiendo toda la gama de ciclos de altibajos en
el existir, existirá la dualidad externa, pero le habré quitado el veneno de mi apego. Se‐
guirá habiendo sensorialidad, pero no habrá esa identificación con lo agradable o des‐
agradable que crea apego, rechazo, desesperación, manipulación... Todo eso se acaba.

No hay que forzar nada para conseguir algo exteriormente; lo que es preciso es ir hacia
dentro, buscar el origen, buscar los principios que lo mueven todo. La mente condicio‐
nada proyecta un mundo y una vida, y mientras vivamos en tales errores no podremos
cambiar nada. Todo lo que nos sucede son llamadas del Ser, y así es como deberíamos
mirarlo. Ir al origen es la vía.
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La tradición platónica tiene un aspecto muy bello. No está tan claro en los textos anti‐
guos, pero lo he ido clarificando con mi propia vivencia: El camino es contemplar lo ver‐
daderamente real, lo auténtico. Por ejemplo, no debo fijar mi mirada en lo negativo. De
pasada, veré todos los errores que está creando una mente confusa, pero no he de con‐
centrarme en analizar cualquier cosa que aparezca distorsionada; eso no es real, sólo es
una falta de algo. Por ejemplo, el odio no es más que la misma energía del amor, sólo que
desordenada; la agresividad es la misma energía del amor que, por distorsión, se ha dis‐
persado y alienado hasta aparecer irreconocible. ¿Cómo pueden retornar a su origen el
odio o la agresividad? Simplemente, contemplando el amor que anhelo, y entonces esa
energía, que se ha manifestado de esa manera errónea, se integra en el amor mismo.
Cuando contemplo el amor no soy más que amor, y de ahí mi conducta surgirá espontá‐
nea desde ese amor que contemplo.

Nada negativo es verdadero, y eso es lo que confiere belleza al camino contemplativo.


No hay nadie culpable de nada internamente, sólo hay una visión errónea. Cuando no nos
damos cuenta de ello, actuamos de una manera que crea conflictos. Lo inteligente es
empezar desde ese momento mismo en que aparece el conflicto: tan pronto veo que me
he equivocado, empiezo a mirar cuál es el verdadero sentido de mi vida, ¡y lo voy a encon‐
trar en mí mismo! De esta manera tan sencilla, partiendo de mis deseos puedo rastrear el
origen de los mismos.

Si anhelo fuertemente los valores primordiales, me pongo a contemplarlos. Si todavía no


tienen mucha fuerza, quizá sea porque hay capas en medio que los hacen irreconocibles.
Entonces tengo que mirar bien, tengo que reconocerlos donde quiera que estén. Por
ejemplo, si tengo un deseo fuerte de viajar, puede que sea un deseo de libertad. Cuando
lo vea debo preguntarme: ¿qué libertad busco? La contemplaré una y otra vez y me daré
cuenta de que esa libertad está en mí y que la estoy proyectando en formas. Entonces
veré que no quiero ser libre, sino que soy libertad.

Profundizar en nuestra conciencia transforma lo externo; pero hemos de hacerlo sin es‐
pecular mentalmente, porque si especulamos no funciona. Los adolescentes tienen que
ver por ellos mismos, no seguir lo que dicen los padres o educadores. La mayoría de las
veces buscan la libertad fuera, y ni siquiera saben lo que es. Para alcanzarla deben ir di‐
rectamente a esa libertad que anhelan. Todos nosotros somos como adolescentes que
nos hemos quedado dormidos y nos sentimos frustrados en nuestro sueño. El error de
no comprender lo que es la libertad nos mantiene en un círculo vicioso: ignoro la llamada
del ser y me resigno; es algo que la sociedad nos ha enseñado. Mi vida es una vida apa‐
gada, muerta, sin sentido. ¿Por qué? Porque no he vivido interiormente esos valores pri‐
mordiales, así que no he podido expresarlos y tampoco puedo vivirlos afuera. Por eso me
siento triste y aburrido y mi vida es inauténtica.

No es buscando experiencias como nos realizamos, sino comprendiendo cualquier cosa


que se nos presente. Si vivo desde mi propio ser y vivo su llamada, soy consciente de las
situaciones cuando ellas se presentan y las experimento sin involucrarme emocional‐
mente en ellas. Eso no significa que sea apático, sino que mantengo una serena alegría

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que viene del Ser. Como no dependo de las situaciones, no hay altibajos; lo que sucede
es que soy consciente de lo que está pasando por la pantalla de mi conciencia. Esto que
aparece en la pantalla no lo miro desde el pensamiento, sino que me mantengo en una
posición contemplativa, que es el lugar verdadero. Debo encontrar ese lugar silencioso,
de mente aquietada, porque ese lugar está ahí y es la puerta que conduce a mi verdadero
ser. Al contemplar, voy siendo lo que verdaderamente soy.

Contemplando los valores

Cuando no vemos los valores primordiales del amor, la bondad y la belleza debemos con‐
fiar en llegar a tener la intuición, aunque sea pequeña, de que existen, de que son la lla‐
mada del Ser y de que la contemplación es el camino. Si no existe esa intuición, ¿cómo
vamos a confiar en algo que no hemos visto? La verdadera confianza se sustenta en la
intuición que alguna vez hayamos tenido acerca de esa verdad. Partiendo de esa con‐
fianza se irán abriendo las posibilidades de contemplar esos valores. Aunque esa intui‐
ción sea muy pequeña, ahí está la puerta. Si me quedo entonces en silencio para permitir
que eso aflore, descubro un vacío en mi mente. En esa actitud contemplativa aparece
una vida nueva.

Todo es cambiante en el tiempo. Si buscamos una seguridad en lo externo, estamos per‐


didos; ahí no hay ni equilibrio ni paz, sólo hay frustración. Tenemos que darnos cuenta de
ello y ver que las cosas son proyecciones de la realidad interna que puedo contemplar
directamente, tal como han hecho los sabios de todas las tradiciones. Si miramos a los
sabios y leemos lo que escriben a partir de esa sabiduría interior, veremos que viven
desde esos valores que todos anhelamos: la paz, la alegría, la bondad, la belleza, el amor.

Contemplar es muy fácil cuando se intuyen y anhelan los valores; y al intuirlos, se aman.
Se percibe ese anhelo directamente por amor a la belleza, a la bondad, a la justicia, por‐
que estoy mirando aquello que amo. Juan de la Cruz dijo: «Contemplar es estar amando
al amado». Es dejar lo externo para mantenerse en atención al interior; y luego ya nada
más queda, simplemente estar amando al amado. ¿Y quién es «el amado»? Es el Ser y
los valores que dimanan directamente de Él: el amor, la paz, la belleza; es lo divino y sus
expresiones.

Cuando los místicos nos hablan de la atención al interior y del recogimiento, no sabemos
lo que quieren indicar, porque estamos tan volcados hacia fuera que nos parece que lo
interno son los pensamientos. Es un error terrible estar inmerso en un mundo condicio‐
nado, ese mundo no es lo originario. Lo originario viene de antes y está más allá del pen‐
sar y el sentir. El amor a esos valores nos llevará directamente allí. No es algo técnico ni
analizable. Por amor a la belleza y a la verdad estoy contemplando esa belleza y esa
verdad.

Podría dudar sobre si amo la verdad lo suficiente; pero sí, es seguro que la amo, aunque
no me dé cuenta y la busque en mi vida allí donde no está. ¿Cómo no amar a mi propio

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ser?, ¿cómo no voy a amar lo Real, lo divino? No me doy cuenta, pero lo estoy buscando
constantemente en los reflejos, en lo externo.

Estas investigaciones que realizamos son totalizadoras. Son para ir viendo la verdad en
cada instante. No son para procesar datos y saber mucho, sino para que en cada ins‐
tante se revele la verdad y para situarnos en ella.

Contemplar es ser. Aprender a contemplar es aprender a ser. Estamos aprendiendo a ser.

Fuentes: Consuelo Martín. E A C (Gaia Ediciones 2007)

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