Está en la página 1de 18

CAPÍTULO SEGUNDO

LA CRISTIANDAD MEDIEVAL

SUMARIO: I. LA COMUNIDAD POLÍTICA.– II. LA COMUNIDAD CULTURAL.– 1.


Un cambio cultural.– 2. El cristianismo y los pueblos germanos.– 3. La conversión de los
francos y el fortalecimiento de la sede romana.– 4. Los orígenes del Imperio Cristiano.– 5.
El dualismo cristiano.– A. El dualismo comunitario.– B. El dualismo de los órdenes:
auctoritas y potestas.– C. La «libertas Ecclesiae» el dualismo de los poderes.– III.
INDIVIDUO Y COMUNIDAD. LA INQUISICIÓN.

I. LA COMUNIDAD POLÍTICA

La desaparición del Imperio de Occidente en 476 supone una importante mutación


política en los territorios por los que se expandió el imperio romano. Se trata, sin embargo, de un
lento proceso que se inicia con la fundación de Constantinopla por Constantino en 324, a la que
traslada la capitalidad del Imperio, abandonando Roma.
Este cambio obedece a razones estratégicas de defensa del Imperio frente a la amenaza de
las invasiones de los pueblos bárbaros que, desde el siglo anterior, hostigan las fronteras
imperiales, penetrando incluso en el interior del mismo.
Esta estrategia supone el desplazamiento del centro político a Oriente con grave
detrimento de Roma, pero, además, implica una mayor desprotección de la zona occidental y la
consiguiente fragilidad ante el acoso de las invasiones barbaras. En el año 395 se produce la
división del Imperio. El emperador Teodosio a su muerte reparte el Imperio entre sus dos hijos:
el Imperio oriental lo lega a Arcadio, mientras que el occidental lo hereda Honorio.
La mejor defensa del Imperio oriental fuerza a los pueblos bárbaros a ceder en el acoso a
aquellos territorios y trasladar sus esfuerzos a la zona occidental. Toman las Galias en el año 407
y a continuación invaden la Península Ibérica en el año 409, que se reparten entre alanos,
vándalo y suevos; mientras los visigodos, al mando de Alarico, en el 410, invaden Italia, saquean
Roma y llegan hasta los territorios del sur de Italia.
Estos hechos pondrán de relieve la aparición de una nueva realidad política: los reinos
germánicos. De una forma paulatina, los antiguos territorios del Imperio son ocupados por los
pueblos bárbaros, que tras lucha internas entre ellos acaban consolidando su posición dominante.
La fragmentación política de los territorios imperiales se intenta recomponer en dos
ocasiones: primero con Justiniano, que reconquista Italia (siglo vi), y más tarde, en el siglo VIII,
con la dinastía de los Carolingios. Pipino el Breve – hijo de Carlos Martell, quien detuvo en
Poitiers en el año 732) la penetración de los árabes en Francia, una vez que habían conquistado
gran parte de la Península Ibérica – fue elegido rey por los francos en el año 751. Esta elección
marcó el inicio de una nueva concepción de la política, con un protagonismo relevante del papa.
Los hechos ocurrieron así. Pipino era mayordomo de la dinastía merovingia. Sus éxitos
políticos y militares le persuadieron de que sus obras eran una clara manifestación de que Dios le
había investido de una especial autoridad, por lo que consultó con el papa Zacarías si debían
conservar el título de rey aunque no tuvieran el poder real. «El papa respondió que lo mejor sería
nombrarle rey a él para que no se produjesen perturbaciones del orden. Apenas hubo recibido
Pipino esta respuesta, hizo cortar el cabello a Clilderico, último soberano merovingio, y le
recluyó en un monasterio».

1
Pipino prometió al papa ayudarle frente a los lombardos y conceder un patrimonio a San
Pedro (a. 754). Poco tiempo después Pipino pudo hacer realidad esta promesa, sometiendo a
Astolfo, rey de los lombardos, y obligándole a devolver al papa los territorios conquistados en el
Exarcado de Rávena. En un documento Pipino hizo constar el contenido del patrimonio que
entregaba a San Pedro.
Por primera vez se concede al papa un dominio temporal sobre unos territorios y, en
concreto, sobre la ciudad de Roma. La donación de Pipino constituye el primer acto de la
creación de los Estados Pontificios y un precedente del poder político del papa.
Este acontecimiento, no obstante, va a tener su contrapartida política para la dinastía
carolingia. Carlomagno, hijo de Pipino, conseguirá ampliar los dominios del reino franco, que
abarcará la Galia, la Germanía y el norte de Italia tras la conquista del reino de los lombardos y
convertirse en rey de los mismos. El dominio de los francos se extiende a la práctica totalidad del
Imperio de occidente, excepto la España musulmana el sur de Italia y las islas británicas.
Se habla entonces del Imperio renovado, y el papa Adriano le concede de hecho el
tratamiento de emperador. Será, sin embargo, su sucesor el papa León III quien el 25 de
diciembre del año 800, en la Iglesia de San Pedro y ante el pueblo romano, le concede los
honores propios del emperador.
Este hecho ha suscitado todo tipo de controversias. Se duda, en primer lugar, de la
propia coronación imperial, pues se interpreta que ni siquiera el propio Carlomagno quería
adquirir ese título, pues no deseaba crearse enemistades con el emperador de Bizancio, que
continuaba atribuyéndose el título de emperador de los romanos. A esta posible resistencia de
Carlomagno hay que unir las objeciones a la competencia del papa para conceder el título de
emperador. Esta facultad papal se quiso derivar de una supuesta donación de Constantino al papa
Silvestre II, en la que el emperador «regaló como un don el Imperio al pontífice romano Silvestre
y sus sucesores para siempre y perpetuamente». Este renacimiento político, cuya capitalidad
correspondió a Aquisgrán, fue acompañado de un importante renacimiento cultural.
Este esfuerzo de unificación y renovación fue, sin embargo, efímero. Los descendientes
de Ludovico Pío, hijo de Carlomagno, acabarán dividiendo el reino carolingio en tres partes: la
zona occidental, que será el futuro reino de rancia; a zona oriental, futuro reino de Germanía, y
por último, la Lotaringia, desde la desembocadura del Rhin hasta Italia central.
A finales del siglo IX y durante el siglo X esa unidad política se derrumba y retorna al
estado fragmentario anterior; sin embargo, «Europa debe un sueño, sobre todo, a la tentativa de
los carolingios; el sueño de un imperio cristiano que llevará hacia la salvación a todo el pueblo
de la cristiandad latina. Le debe también una realidad: ese eje Aquisgrán-Roma, que durante
siglos será la espina dorsal de occidente».

II. LA COMUNIDAD CULTURAL

1. Un cambio cultural

La delimitación de las etapas históricas suele hacer coincidir el final de la antigüedad y el


inicio de la Edad Media, con la desaparición del Imperio romano de occidente. Este criterio
convencional y discutible resulta claramente inapropiado cuando se aplica al campo cultural. El
verdadero cambio cultural no se produce a finales del siglo v, sino a lo largo del siglo IV,
cuando el cristianismo pasa de ser una religión perseguida a ser la religión oficial del Imperio.
¿Es compatible esta utilización política de la religión con la esencia misma del

2
cristianismo?
La sustitución del paganismo, en cuanto sistema de creencias religiosas, por el
cristianismo no significa simplemente la sustitución de unas creencias por otras, por muy
importantes que fueran las diferencias. La diferencia más significativa se encuentra en que el
cristianismo, además de unas creencias y un culto, es también una ética. Lo que en el mundo
clásico constituye un cometido propio de la filosofía adquiere con el cristianismo una dimensión
religiosa.
La conversión cristiana supone un giro evidente de la adoración de los ídolos al «Dios
vivo y verdadero», pero además de este giro teológico, se produce un giro moral, de tal forma
que la conducta de los conversos debe ser «digna del Dios que nos llamó». La conversión supone
una transformación personal – teológica y ética –, pero también constituye el procedimiento de
incorporación a una nueva comunidad, la comunidad cristiana.
La comunidad cristiana tiene también un modelo, que no es otro que el de la polis griega.
Como ya hemos dicho anteriormente, la ciudad griega – para Aristóteles – no es sólo la
organización política perfecta, sino también el marco de la moralidad griega, pues la felicidad, en
cuanto objetivo de la política, sólo podrá conseguirse dentro de esa comunidad que era la polis.
El cristianismo es, inicialmente, un movimiento urbano; se constituye en comunidades
autónomas y se acogen al nombre de la ciudad en la que viven. Aunque el modelo de la polis
griega tuvo su esplendor en los siglos V y IV a. C, todavía ejerce una notable influencia en la
organización de las primitivas comunidades cristianas. Así los cristianos se reúnen en Asamblea,
asumiendo la denominación griega de ekklesia, a la que correspondía la elección del obispo que
asumirá la dirección de la comunidad.
El paralelismo entre el modelo griego y la incipiente organización cristiana se
complementa con las relaciones entre esas comunidades cristianas y la comunidad política. La
incorporación a una comunidad cristiana, culturalmente distinta a la comunidad política, hace
presumir que los cristianos, respetuosos con las leyes y las instituciones romanas, se consideren
extranjeros en esa comunidad política. La conversión supone la incorporación a una nueva
cultura y el abandono de la propia ciudad, lo que convierte al cristiano en un inmigrante. Aquí la
influencia judía parece evidente ‘, los cristianos eran extranjeros en la propia ciudad en que
residían, aunque formalmente pudieran ser ciudadanos romanos. Pero su ciudad ideal no era
Israel, sino la ciudad celestial, que está por venir.
Tal vez ello fuera la interpretación de las enseñanzas de Jesús: «Mi reino no es de este
mundo» y «Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios».
¿Supone esto la separación total de la política y el cristianismo? La respuesta inicial de
conversión del cristianismo en religión oficial del imperio lo convierte en una institución política
imperial bajo el manto protector y directivo del emperador.
La tendencia imperial a intervenir en los asuntos eclesiásticos, siguiendo la antigua praxis
del emperador romano como pontifex maximus, provoca la primera reacción por parte de la
Iglesia, a través de una Carta del papa Gelasio I al emperador Anastasio I en el año 494. Aquí el
papa sentará las bases de una doctrina que se conoce con el nombre de dualismo cristiano y que
va a dominar, en diferentes versiones, las relaciones entre la Iglesia y el Estado durante la Edad
Media.
Gelasio advierte al emperador que hay dos cosas por las que se rige el mundo: la
autoridad sagrada de los pontífices y el poder real. Gelasio utiliza la terminología romana,
distinguiendo la función religiosa de los pontífices y la función de gobierno del emperador.
Ambas habían estado vinculadas a la persona del emperador a partir de Augusto, pero con el

3
advenimiento del cristianismo es necesario separarlas.
Ésta es la pretensión y la advertencia que formula Gelasio al emperador Anastasio I. La
función sacerdotal – añade el papa – es más importante y a ella debe someterse el emperador:
«aunque tengas el primer lugar en dignidad sobre el género humano, sin embargo, tienes que
someterte fielmente a los que tienen a su cargo las cosas divinas y buscar en ellos los medios de
tu salvación».
El papa Gelasio distingue dos órdenes en la comunidad:
a) El espiritual o religioso, cuya dirección corresponde al papa como pontífice supremo –
pontifex maximus, según la terminología romana – le corresponde la auctoritas, la
función de relacionarse con Dios e interpretar las disposiciones divinas.
b) El temporal o político, cuyo gobierno corresponde al emperador. Al emperador le
compete la potestas, cuyo ámbito es la administración de los asuntos públicos.
La distinción de los dos órdenes – espiritual y temporal – y de la doble dirección – papa y
emperador – va a tener, en siglos sucesivos, supone en principio, la quiebra del principio de
unidad de gobierno de la comunidad; se inicia así la separación entre asuntos religiosos y asuntos
políticos, quebrando la tradicional unidad del mundo clásico que consideró la religión como una
parte de la política.
La distinción, por tanto, entre los dos órdenes no supone la ruptura efectiva de la
comunidad y, por tanto, de un dualismo comunitario. Significa, por el contrario, que esa
comunidad, presidida por la unidad cultural, va a ser gobernada por dos cabezas: el emperador y
el papa. Una bicefalia que va a plantear tensiones políticas y problemas doctrinales que, en
definitiva, se resumen en la polémica sobre la primacía entre ambas. Gelasio apunta ya la
subordinación del emperador al papa en los asuntos religiosos; pero el emperador es algo más
que el titular de un poder político. Bajo el peso de la tradición romana, Constantino se autotituló
obispo exterior de la Iglesia y procedió a la convocatoria de los primeros Concilios ecuménicos y
a la ejecución de sus decretos.
El constantinismo político tendrá una larga presencia histórica, en la que los emperadores
mantendrán una actitud de supremacía sobre la autoridad religiosa, dando lugar a lo que se ha
denominado como cesaropapismo. Doctrina y práctica seguida con especial observancia en el
Imperio bizantino.

2. El cristianismo y los pueblos germánicos

El cambio cultural que se produce en el siglo IV con la conversión del cristianismo en


religión oficial del Imperio podría haber concluido con motivo de la invasión de los pueblos
bárbaros, portadores de sus propias creencias, costumbres e instituciones, dando lugar a un nuevo
cambio cultural. Esta ruptura, sin embargo, no llega a producirse como consecuencia,
fundamentalmente, de dos factores:
a) En primer lugar, el carácter personal de las relaciones e instituciones germánicas da
lugar a un sistema dualista en los territorios conquistados. Los invasores se rigen por sus propias
leyes e instituciones y la población conquistada continúa rigiéndose por las leyes y costumbres
romanas.
b) La segunda causa obedece a la rápida difusión del cristianismo entre los pueblos
invasores. La cristianización de estas comunidades comienza antes de que se materialice la
invasión y la extinción del Imperio romano. Ello se debe a que durante un siglo estos pueblos
convivieron con los romanos en torno al limes o frontera del Imperio. Algunos clanes o tribus

4
incluso se incorporaron al ejército imperial como socios o confederados, alcanzando sus líderes
una alta jerarquía en la milicia romana.
De esta larga convivencia fronteriza surgió una “contaminación” cultural que alcanzó
también al campo religioso. Así, alrededor del a. 341, un clérigo arriano, Ulfilas, que llegaría a
ser obispo, se convirtió en apóstol de los godos, probablemente de origen germánico y educado
en Constantinopla, conforme a los usos romanos y la religión cristiana, se reincorporó a su
pueblo de origen, donde desarrolló una amplia difusión del cristianismo y tradujo la Biblia al
gótico; adaptó la liturgia a esa lengua, simplificó la doctrina, excluyendo las cuestiones
dogmáticas y la moral, dotando al culto de un cierto misticismo guerrero propio de las
costumbres germánicas.
El nuevo culto se difundió con extraordinaria rapidez entre los pueblos germánicos. Hacia
el año 376 parece ser que se produjo la evangelización y conversión de los visigodos, que
propagaron con éxito la nueva doctrina entre los ostrogodos, gépidos, hérulos y vándalos. Salvo
los francos y los anglosajones, que conservaron sus creencias paganas, el resto de los pueblos
germánicos se habían convertido ya al cristianismo arriano cuando cruzaron la frontera romana e
invadieron el Imperio.
Italia, después de la desaparición del imperio de occidente, como consecuencia de la
intervención de Odoacro en 476, caerá bajo la dominación de los ostrogodos de Teodorico. El
arrianismo de los conquistadores dificultó la convivencia con la población autóctona.
Roma, la ciudad ecuménica y la ciudad eterna de los romanos, habían perdido la
capitalidad del Imperio con la creación de Constantinopla; fruto de estas tensiones fue el intento
de equiparar la sede episcopal de Constantinopla a la sede romana. En el Concilio Ecuménico de
381 se proclamó la primacía del obispo de Constantinopla, después de la obispo de Roma, por
ser aquella ciudad la nueva Roma. La equiparación se formalizó en el Concilio de Caledonia,
donde se decía que habiendo sido justamente atribuidos algunos derechos a la sede de antigua
Roma, porque esta ciudad era la ciudad imperial, por la misma razón se atribuyen los mismos
privilegios a la nueva Roma. Con esta equiparación con la sede romana se ampliaba la
jurisdicción de la sede de Constantinopla sobre otros territorios constituyendo a Bizancio en
Patriarcado.
Un hecho de mayor importancia va a tener lugar poco tiempo después cuando se produce
el primer cisma de oriente, que durará del (483-518). Este cisma, promovido por Acacio,
patriarca de Constantinopla, va a producir una gran convulsión política y religiosa que afectará a
la propia sede romana. A la muerte del papa Anastasio II «clan favorable al acercamiento con
Bizancio llevó al Pontificado a antipapa llamado Lorenzo, e incluso obligó al verdadero papa,
San Símaco, a atrincherarse en San Pedro.
La situación de la Iglesia romana era cada vez más delicada. Sometida políticamente a los
ostrogodos arrianos de Teodorico, separada de patriarcado de Bizancio por el cisma de Acacio,
hostigada por el flanco sur por los vándalos, que expulsados de España pasaron a África,
conquistaron el Magreb y persiguieron con extraordinario celo y violencia a las comunidades
católicas.
Un horizonte más favorable se vislumbró con el advenimiento al poder del emperador
Justino, en 518. El emperador aceptó la fórmula del papa Hormisdas, que exigía el
reconocimiento de los privilegios de la sede romana, la unión del papa y la sumisión a sus
disposiciones. El cumplimiento de estos requisitos era indispensable para que se pudiera
reconocer la condición de católico.
Esta mejora de las relaciones del papa con Bizancio prosiguió con Justiniano, sobrino y

5
sucesor de Justino, que fue elegido emperador en 527. . Por otra parte, Justiniano llevó a cabo
una monumental obra de recopilación del Derecho romano. Bajo la dirección del gran jurista
Triboniano se compuso el Código de Justiniano (Compilación de las leyes desde el emperador
Adriano), el Digesto o Pandectas, en que se recogen las respuestas de los principales
juriconsultos romanos; las Instituta (manual para uso de estudiantes) y las Novellae (leyes y
disposiciones de Justiniano); este conjunto de obras se conoce con el nombre de Corpus Iuris
Civilis.
Interesa simplemente subrayar que esta obra monumental recoge ya la influencia de la
cultura cristiana en el mundo del Derecho. Se reconoce la religión cristiana como fundamento
del orden jurídico, y en las instituciones jurídicas se percibe la huella de espíritu humanitario y
de bien común que impregna al cristianismo.
Estas dos grandes obras constituyen un exponente claro de la preocupación religiosa de
Justiniano; de grandes aficiones teológicas y sus decididas intervenciones en el aparato
eclesiástico, le han convertido en el gran emperador cesaropapista. Nombramiento de
dignatarios eclesiásticos, convocatoria y presidencia de Concilios y ejecución de sus acuerdos,
resolución de controversias teológicas mediante decreto imperial, son algunas de las
manifestaciones de este cesaropapismo, basado en la idea de que el título de emperador
conllevaba el título de jefe de la Iglesia.
Finalmente, a partir del 555, con motivo de la incorporación de la Italia al Imperio de
oriente se estableció la obligación de que el emperador notificase la elección del papa,
prohibiendo su consagración hasta que se produjera esa ratificación. Posteriormente se delegó
esa ratificación en el Exarca de Rávena, con lo que la injerencia de Bizancio se hizo todavía más
intensa.

3. La conversión de los francos y el fortalecimiento de la sede romana

La encrucijada en la que se encontraba la sede romana, bajo la presión del arrianismo de


los reyes germánicos y las tensiones internas con la iglesia bizantina, encontró una solución
favorable con el apoyo de los reinos francos. Cuando a finales del siglo v la situación de
aislamiento del papado era más agobiante, sucedió que el rey de los francos, Clodoveo (481-
511), iniciador de la dinastía merovingia y creador del poderío franco, se convirtió directamente
del paganismo al catolicismo.
Desde el primer momento Remigio obispo de Reims prestó su apoyo a aquel joven rey
que, a diferencia de la mayoría de los reyes germánicos, profesaba el paganismo, lo que hacía
más fácil su conversión al catolicismo que si se tratara de un arriano. Se preparó su matrimonio
con la princesa Clotilde, profundamente católica. La resistencia de Clodoveo, ante los ruegos
insistentes de su esposa para que se convirtiera al catolicismo, concluyó, ante la inminencia de
una batalla decisiva: prometió convertirse al Dios de los católicos si vencía aquella batalla.
La conversión de Clodoveo supone, como era habitual, la conversión del pueblo franco.
Sus éxitos militares le permitieron ampliar su reino a lo largo de casi toda la Galia. La
hegemonía política de la familia merovingia sobre el territorio galo va a suponer también la
presencia de un reino vinculado al papa de Roma, rompiendo el cerco arriano, y la base de una
futura unificación política y religiosa de los territorios del antiguo Imperio occidental.
En Hispania la dinastía visigótica, expulsada de la Galia, domina la mayor parte del
territorio, estableciendo su centro político, cultural y religioso en Toledo. La vinculación de la
dinastía visigótica con el arrianismo concluirá con la conversión de Recaredo al catolicismo en

6
589.
Finalmente, Britania, ocupada por los sajones, en la costa meridional, anglos, asentados
en el norte y en el centro, y jutos, situados en el este, organizados en pequeños Estados,
permanecieron largo tiempo vinculados al paganismo. La penetración de los monjes irlandeses
favoreció el abandono del paganismo y su conversión al cristianismo alrededor del siglo VII.
Con Carlomagno se inicia el reconocimiento de la religión católica como base de la
doctrina de su comunidad cultural, si bien estas buenas relaciones no impiden que el propio
Carlomagno delimite los ámbitos propios del papa y del rey. La oración es el principal cometido
del papa, la acción y la defensa de la cristiandad del rey.
Hasta ahora, tres personas han estado en la cumbre de la jerarquía del mundo: 1. º El
representante de la sublimidad apostólica, el Papa, vicario del bienaventurado Pedro, príncipe de
los Apóstoles, cuya sede ocupa. Lo que le ha acontecido al actual detentador de esa sede, vuestra
bondad se ha tomado el cuidado de hacérmelo saber. 2. º Viene a continuación la titularidad de la
dignidad imperial, el emperador, que ejerce el poder secular en la segunda Roma. Por todas
partes se ha extendido la noticia de la impía forma en que ha sido depuesto este jefe de ese
Imperio no por los extranjeros, sino por los suyos y por sus conciudadanos. 3. º Viene en tercer
lugar la dignidad real, el rey de los Francos que Nuestro Señor Jesucristo os reserva para que
gobernéis el pueblo cristiano. Esta dignidad prima sobre las otras dos y las eclipsa en sabiduría
y los sobrepasa.
Establecida esta equiparación inicial, Alcuino invierte el orden inicial y no sólo sitúa al
rey de los francos sobre los otros dos (emperador y papa), sino que prácticamente reduce la
jerarquía del mundo a la figura de Carlomagno.
La coronación de Carlomagno, el día de Navidad del año 800, constituye el
reconocimiento formal de una situación de hecho. Al mar de la polémica sobre si es coronado
emperador de los romanos o los cristianos (Imperator christianum), parece lo cierto que la
ceremonia pretende expresar la primacía política y espiritual de Carlomagno en mundo católico.
El talante cesaropapista de los emperadores bizantinos se reproduce en Carlomagno.
Convoca el Concilio de Francfort (794); interviene la liturgia, corrigiendo la versión del
Padrenuestro; fomentó la enseñanza para que los cristianos pudiesen conocer mejor los secretos
de la Sagrada Escritura y no se olvidó de las cuestiones dogmaticas.

4. Los orígenes del Imperio cristiano

La unidad político-religiosa de gran parte del Imperio romano occidental bajo


Carlomagno constituye el anuncio de una realidad que se avecina: la constitución de una nueva
entidad política, que recibirá el nombre de Sacro Imperio romano-germánico.
El Imperio bizantino, del que todavía es parte “formalmente” la zona occidental, cada vez
queda más alejado de las inquietudes y preocupaciones de occidente, adquiriendo cada vez más
la condición de frontera. La fractura se agudizó con ocasión del cisma de Focio (867), que aún
siendo de breve duración, constituye el anticipo del cisma final que a comienzos del nuevo
milenio protagonizará Miguel Cerulario.
La cristiandad, como realidad político-religiosa que emerge durante la Alta Edad Media,
tomando como referencia el reino de los francos, la convertida dinastía visigótica española y las
islas británicas, tienen como referente religioso, dentro de la tradición cristiana, la devoción a
San Pedro y una relación cada vez mayor con el papa, como obispo y sucesor de la sede de
Pedro.

7
Estas relaciones, sin embargo, tenían como fundamento común la religión cristiana y la
convicción de la necesidad de construir una comunidad cristiana. Las divergencias nacían en el
papel que correspondía en esa comunidad al poder político y al pontífice romano. Gelasio I había
sentado las bases de la doctrina dualista que pretendía imponer el papado: la autorictas de los
pontífices y la potestas de los reyes.
Constantino por ejemplo ejerció como defensor de la fe y como responsable supremo en
los asuntos religiosos. Su cesaropapismo se extendió a cuestiones dogmáticas, de moral y de
disciplina eclesiástica. Su teoría de que al papa le correspondía orar y al rey actuar simboliza
claramente esa identificación en la competencia del poder político de la responsabilidad plena en
los asuntos temporales y en los asuntos espirituales. Carlomagno constituyó una teocracia en la
que el poder supremo – espiritual y temporal coincidían en la persona del emperador de la
cristiandad.
La fuerte personalidad de Carlomagno no encontró continuidad en su hijo y sucesor,
Ludovico el Piadoso. Su debilidad de carácter y su religiosidad le llevaron a poner el gobierno
del reino en manos de los Obispos. Éstos no sólo gobiernan, sino que, además, elaboran toda una
teoría política, según la cual en la cúspide del poder se encuentran obispos: «El Imperium
christianum no es asunto del emperador ni de príncipes, sino, ante todo, de los obispos». En la
misma línea se mostró el poderoso Hincmaro, obispo de Reims. Al obispo le corresponde vigilar,
supervisar y amonestar a los reyes, quienes no deben sobrepasar sus atribuciones en la elección
de los dignatarios eclesiásticos, cuya función debe limitar a confirmar la elección realizada por el
pueblo y el clero.
En cambio, el rey, en el ceremonial de su coronación, debe hacer profesión de fe a los
obispos, que en caso de quebrantarla podían excomulgar y deponerle por perjurio. La doctrina
episcopalista de Hincmaro de Reíms pretende el fortalecimiento de los obispos y la
subordinación de los reyes pero se opone al reconocimiento del poder temporal de los papas, por
lo que verá con enorme decepción cómo sus argumentos serán utilizados para fortalecer el poder
de los papas frente al de los reyes.
El ceremonial de la coronación de los reyes y del emperador, se inicia con Constantino,
confiere al papa un papel relevante en cuanto unge y corona al nuevo emperador. Esta facultad
papal se basa en la falsa donación de Constantino a que antes nos hemos referido. Tal vez el
éxito de este documento apócrifo favoreció la proliferación de otros documentos igualmente
falsos, entre los que destacan las falsas Decrétales isidorianas, en las que se reconoce la
competencia exclusiva de los papas y de los obispos en la convocatoria de concilio y se
condenan las intromisiones de los laicos en los asuntos eclesiásticos.
La difusión de estas colecciones coincide con la reelaboración de colecciones canónicas
que se realizan con ocasión del renacimiento carolingio, entre las que destacan el Codex
Carolinus (791), así como versiones de la colección Hispana de S. Isidoro, entre las que destaca
la Dacheriana (800).
En este ambiente de recopilación de cánones conciliares, epístola decretales y capitulares
surgen las falsificaciones del siglo IX. Su finalidad principal es liberar a la Iglesia de las
imposiciones del poder secular especialmente en el campo del Derecho patrimonial, de la
obligación de los clérigos de asumir oficios eclesiásticos, la exención de los clérigos del
sometimiento a la jurisdicción secular y el reforzamiento del poder legislativo de los papas, de
los obispos y de los Concilios.
Entre las colecciones apócrifas que tuvieron mayor éxito se encuentran las Decretales
Pseudoisidorianas de Isidorus Mercator. Aprovechando la difusión de la Hispana de San Isidoro

8
y las diversas versiones posteriores de las mismas, el autor, cuyo nombre también es falso,
incluye en la colección cartas y decretales falsas de los papas.
El intervencionismo en asuntos eclesiásticos del emperador Otón, hijo de Enrique I el
Pajarero como puede verse, va a llegar mucho más lejos que el propio Carlomagno. Controla
primero la investidura de las dignidades eclesiásticas para intervenir después en la propia
investidura del papa. Esta actitud dará lugar a dos cuestiones de especial envergadura en siglos
sucesivos: la primera, la guerra de las investiduras, que concluirá con el concordato de Worms;
la segunda, el intervencionismo del emperador en la elección del papa como contrapartida de la
intervención del papa en la coronación e incluso la deposición del emperador.
El dualismo cristiano y la separación Iglesia y Estado es un objetivo lejano. La confusión
de ambos órdenes se intensifica con el germanismo.

5. El dualismo cristiano

Bajo esta expresión se pretende explicar la separación de la política y de la religión,


basada en la famosa respuesta dada por Jesús a los fariseos, cuando le interrogaron acerca de si
los judíos debían pagar los impuestos exigidos por los romanos. La pregunta no sólo era capciosa
sino de un indudable calado político. En realidad los judíos se negaban a pagar tributos al
emperador romano, porque lo contrario supondría reconocer un poder superior, lo que era
incompatible con la concepción del pueblo judío, pueblo elegido por Dios, autónomo tanto en lo
religioso como en lo político.
La respuesta de Jesús es aparentemente simple. Tomando una moneda romana, en la que
aparece la efigie del Cesar, les dice: «Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de
Dios».
¿Cómo han interpretado los cristianos este mensaje evangélico? Ciertamente, de diversas
maneras a lo largo de la historia.

A) Dualismo Comunitario.
Las primeras comunidades cristianas surgen en el reino judío bajo el dominio del Imperio
romano, en el espacio físico y cultural de un oriente helenizado ", y asumen el modelo de
organización ateniense. Se establecen en ciudades, se reúnen en asambleas (ecclesiae) y
establecen una dirección colegiada. Cada comunidad es autónoma respecto a las otras
comunidades y cada comunidad – no sus representantes – es la que constituye la iglesia.
Las primeras comunidades conservan tradiciones judías, pero introducen algunas
costumbres propias: reuniones en común, fracción del pan, asamblea de plegarias en la noche del
sábado al domingo, etc.. Sin embargo, el alejamiento del mundo judío se hace cada vez más
patente y se consolida en el Concilio de Jerusalén al reconocer que los paganos convertidos al
cristianismo no están obligados a observar los ritos del judaísmo.
El alejamiento de la cultura judía permitirá el desarrollo de una cultura propia cristiana
que, inspirada en los textos religiosos, conformará unas costumbres y unas formas de vida
propias. Las comunidades cristianas viven en el Imperio romano, pero no participan de los
presupuestos culturales del Imperio. Respetan al emperador y sus leyes, pero viven una cultura
distinta, una cultura cristiana. Este distanciamiento de la cultura romana provocará reacciones
contrarías al cristianismo, calificado como «una locura mística venida de oriente» (Celso), que
desprecia las costumbres de nuestros antepasados y se niegan a profesar la religión tradicional.
Dos aspectos, sin embargo, van a centrar la confrontación del Imperio con los cristianos:

9
el abandono de la religión ancestral es calificado como ateísmo e impiedad, situando el problema
no en el aspecto religioso, sino político, como autores de un delito de lesa majestad. La negativa
a rendir el culto al emperador, que para los cristianos es una cuestión religiosa, es interpretada
por los romanos como un delito. El culto a Roma y a Augusto contribuye a asegurar, a lo largo
de todo el Imperio, la cohesión política y la fidelidad al emperador.
Por otra parte, los cristianos consideraban incompatible con sus creencias religiosas la
prestación del servicio militar y el uso de las armas. La concepción pacifista era incompatible
con ese deber cívico, especialmente urgente para el Imperio en momentos de escasez de personal
para mantener las levas en tiempos de guerra.
La separación entre los deberes políticos y los deberes religiosos constituyó una de las
características de las primeras comunidades cristianas, y en caso de colisión no dudaron en dar
prioridad a sus deberes religiosos, aunque ello pudiera comportar la pena de muerte. La
interpretación del dualismo cristiano en esta primera época consiste básicamente en distinguir
claramente la esfera religiosa y la esfera política, lo que, sin embargo, condujo – dada la
hostilidad de sectores de la población romana y las persecuciones dirigidas contra los cristianos –
a un cierto aislamiento y a la creación de una cultura propia.

B. El dualismo de los órdenes: auctoritas y potestas


La concepción clásica de considerar a la religión una institución política permitió a los
primeros cristianos practicar el dualismo cristiano, separando claramente sus deberes con Dios y
sus deberes con el emperador, en definitiva, separar política y religión como una interpretación
del mensaje evangélico, lo que para muchos supuso la pena de muerte y pasar a integrar así la
lista de los mártires cristianos.
La presencia del cristianismo en la sociedad romana, sin embargo, se incrementó de
manera espectacular y el proceso de asimilación de ambas culturas tuvo puntos de encuentro
singulares.
La cristianización de la cultura clásica facilitará el proceso de conversión del cristianismo
en religión oficial del Imperio. Cuando Constantino reconoce en el Edicto de Milán (313) la
libertad religiosa de hecho ya estaba convirtiendo a la Iglesia en religión oficial. Cuando
Teodosio, en el Edicto «Cunctos Populos» (380) confirma oficialmente este reconocimiento, lo
que hace es convertir al cristianismo en la única religión del Imperio, prohibiendo las demás
(salvo el judaísmo), consideradas como heréticas.
El Imperio asume al cristianismo como religión oficial y la dota del mismo status político
del que gozaba el paganismo. i Qué ha ocurrido con el dualismo cristiano? Durante siglos el
emperador dirigirá e intervendrá en los asuntos eclesiásticos con la misma soltura que lo hacía
con anterioridad con el paganismo. Así, el propio Constantino, sin ser cristiano y sin ser todavía
el cristianismo la religión oficial del Imperio, convocará el primer Concilio Ecuménico en Nicea
(a. 325).
La peculiaridad de este Concilio reside en que por primera vez se celebra un Concilio de
toda la Iglesia, es decir, una asamblea eclesiástica general del ecumene, lo que equivale a decir
de la Iglesia Universal.
A la novedad de esta convocatoria se suma el hecho de que se trata de una convocatoria
imperial que se ejerce, no por delegación papal, sino como un derecho personal del emperador
derivado de su propia potestad de gobierno. De hecho el papa ni siquiera asiste a ese Concilio, al
que envía un legado pontificio; la ausencia papal, sin embargo, no ha sido un caso aislado, pues
no asistió a ninguno de los Concilios Ecuménicos celebrados durante los siglos IV y V eran,

10
convocados por los emperadores.
Estos Concilios son convocados, presididos (personalmente o por un legado), y sus
decisiones aprobadas por el emperador. La jerarquía eclesiástica reconoce durante ese período de
tiempo esa competencia imperial, siendo patentes las presiones y las injerencias de los
emperador en las condenas de determinadas herejías o de algunas autoridades eclesiásticas.
El Papa diferenciaba entre la auctoritas y la potestas como funciones distintas entre el
emperador y él.
Esta distinción, sin embargo, no fue admitida pacíficamente por los emperadores. Por una
parte, la religión es considerada un asunto político, siguiendo la tradición clásica, que – como ya
hemos visto – concebía la religión como institución política; por otra parte, la teoría del
sacerdos-imperator atribuía al emperador el carácter sacerdotal, expresión de la condición de
pontifex maximus, que habían asumido los emperadores desde Augusto. Por consiguiente, el
emperador tenía competencia para gobernar en todos los asuntos del Imperio, incluidos los
asuntos religiosos.
Justiniano ejercerá plenamente sus poderes imperiales en el ámbito eclesiástico:
convocará concilios, garantizará la ortodoxia doctrinal, castigará la herejía, vigilará la idoneidad
de los clérigos y dividirá el Imperio en cinco patriarcados (Roma, Constantinopla, Antioquía,
Jerusalén y Alejandría) iguales entre sí y sin superioridad de ninguno de ellos sobre los otros. El
papa es, simplemente, patriarca de Roma, carece de jurisdicción universal y se le reconoce tan
sólo un primado de honor como titular de la antigua sede del Imperio romano.
El dualismo cristiano de la Iglesia primitiva, perseguida o simplemente tolerada por el
Imperio, desaparece como consecuencia de la conversión del cristianismo en religión del Estado.
El dualismo cultural se convierte en monismo cultural; la unidad religiosa y cultural del Imperio
concentra en un mismo ámbito comunitario política y religión, ejerciendo el emperador su
imperium sobre la religión como un asunto político. La autonomía de la Iglesia primitiva se ve
cercenada por su conversión en religión Estado, y aunque conserve su propia jerarquía
eclesiástica, ésta queda sometida a la potestas imperial, fenómeno que se conocerá con el
nombre de cesaropapismo. El dualismo gelasiano no será tenido en cuenta y subordinación de la
jerarquía eclesiástica al poder imperial será plena.

C. La “libertas Ecclesiae”: el dualismo de los poderes

La tercera interpretación del dualismo cristiano la podemos situar en la argumentación y


defensa de la libertas Ecclesiae y en las consecuencias que de esta teoría se derivan.
La doctrina de la libertas Ecclesiae tiene una doble dimensión:
a) ad intra, hacia dentro de la propia Iglesia, defendiendo la libertad eclesiástica en su
propia organización y, en concreto, en la libertad de la elección de los cargos
eclesiásticos, lo que daría lugar a la querella de las investiduras;
b) ad extra, en sus relaciones con el emperador y los reyes, propiciando una posición
jurídica de la Iglesia, equivalente a una sociedad política reclamando la potestas
regale y haciendo prevalecer, finalmente, la supremacía de lo espiritual sobre lo
temporal.

a) La autonomía interna de la Iglesia. (ad intra)


A lo largo del siglo XI se inicia un movimiento de reforma de la Iglesia que pretende
erradicar la simonía (negociar con las cosas de la religión) la consolidación del celibato

11
eclesiástico y la intervención laica en las elecciones papales. Esta política papal la inicia León IX
con la ayuda de algunos personajes como Hildebrando y Humberto de Silva Cándida, y tiene
como finalidad liberar a la Iglesia de la tutela imperial.
En su Adversus Simoniacos (1054-1058), el cardenal Humberto recuerda que, según los
decretos de los santos padres, el que es consagrado obispo primero es elegido por el clero,
después solicitado por el pueblo y, por último, consagrado por los obispos con el consentimiento
del metropolitano.
Todavía en el Decreto de Graciano (1140) se afirma que «la elección pertenece al clero;
el consentimiento, al pueblo» (D. 62). Hasta el siglo V esta norma parece haber sido respetada ”,
si bien el emperador y los reyes a partir del siglo vi fueron usurpando este derecho, modificando
el significado de la elección canónica. Al obispo lo elegía el emperador o el rey, lo aclamaba el
pueblo y lo consagraban, posteriormente, los obispos.
El cardenal Humberto pretende recuperar la tradición de la elección canónica y condena
la práctica cesaropapista de apropiarse del nombramiento de obispos y de otros cargos
eclesiásticos. «El que haya sido consagrado – dice el cardenal Humberto – sin conformarse a
estas tres reglas (la elección canónica) no puede ser tenido por obispo verdadero y establecido, ni
contado entre los obispos creados y nombrados canónicamente. » El Concilio de Reims (1049),
presidido por el papa León IX, estipula que: «nadie puede ser promovido al gobierno eclesiástico
sin elección por el clero y el pueblo».
En este contexto, el papa Gregorio VII promulga su Dictatus Papae, donde establece que
«Sólo el romano pontífice puede deponer o restablecer a los obispos», «sólo él tiene autoridad
para ordenar clérigos de cualquiera iglesia sí así lo desea»; «sólo a él es lícito cambiar, cuando
sea necesario, obispos de una sede a otra».
¿Pretende el papa impedir la investidura laica? Es evidente que la actitud del papa
Gregorio VII y su proceso reformista pretende independizar a la Iglesia de las injerencias del
poder temporal y, al tiempo, reformar las estructuras eclesiásticas moralizando la vida interna de
la Iglesia y desterrando la corrupción del clero, auténtico escándalo en aquellos momentos. Sin
embargo, el papa no aboca todavía la competencia exclusiva en el nombramiento de obispos,
sino simplemente ratifica su competencia, de oficio o en virtud de apelación a la Santa Sede, para
intervenir en la deposición o reposición de aquellos clérigos cuyo comportamiento fuera
incompatible con los nuevos criterios morales impuestos por la reforma gregoriana.
Esto explica que casi setenta años después Graciano, en su Decreto, mantenga inalterable
el principio de la elección canónica por parte de la comunidad cristiana.
La auctoritas del obispo de Roma en relación con las otras comunidades o iglesias, ya
fuera debido a su condición de sucesor de San Pedro o de obispo de la antigua sede del Imperio
romano, se convierte así en una potestas, un poder supremo e inmediato sobre toda la Iglesia
universal.

b) La potestad espiritual. Relaciones con el poder temporal. (ad extra)


La reforma gregoriana y la libertas Ecclesiae, como una necesidad interna para alcanzar
los objetivos de dicha reforma, sino que alcanza a sus relaciones con el poder político. El
dualismo cristiano originario, que distinguía claramente la comunidad política y la comunidad
cristiana, va a ser sustituido por un dualismo jerárquico: el papa y el emperador.
La versión anterior del rex-sacerdos, en la que la distinción jerárquica se establece bajo el
principio de una cabeza, el emperador, que detenta la potestas, el imperium, pero al mismo
tiempo es ungido y participa del sacerdocio, por lo que es competente para intervenir y decidir en

12
asuntos eclesiásticos y se complementa con la figura del papa, a quien corresponde una función
sacramental, doctrinal y ética para la que está dotado de auctoritas, va a sufrir una importante
modificación a partir de Gregorio VII.
El Dictatus Papae defiende la libertad y la autonomía interna de la Iglesia y rechaza
cualquier interferencia del poder político y además, define dos ámbitos: el espiritual y el
temporal.
Al frente de ambos están las dos cabezas del Corpus Christianorum de la cristiandad, el
papa y el emperador. La novedad consiste en que la autorictas del papa se convierte en potestas
y, por tanto, la relación entre el papa y el emperador se va a situar en el campo de las relaciones
de poder. La coordinación de ambos poderes – o tal vez la descoordinación de dichos poderes –
van a protagonizar los siglos xi a XIV, conduciendo al Imperio y a la Iglesia a una crisis
profunda y, en parte, irreversible. Aparte de reafirmar su competencia exclusiva en los asuntos
internos de la Iglesia, Gregorio VII se adentra en el ámbito político o temporal y declara, en el
Dictatus Papae, las siguientes cosas: «que sólo él puede usar la insignia imperial», «que es el
único cuyos pies deben ser besados por todos los príncipes»; «que sólo a él es lícito deponer
emperadores», «que sólo a él pertenece promulgar nuevas leyes de acuerdo con las necesidades
de los tiempos»; «que la sede romana nunca ha errado ni nunca cometerá error por toda la
eternidad según el testimonio de la Escritura».
El papa no sólo asume la potestas en el ámbito espiritual, sino que inicia el camino para
su intervención en el ámbito político, anunciando, por una parte, su poder para deponer
emperadores, sino también su competencia exclusiva para crear leyes, una competencia
reservada anteriormente al emperador en virtud de su iurisdictio. Esta potestad indirecta en
asuntos políticos, acabará convirtiéndose en una potestad directa, que pretende la subordinación
del emperador al papa, doctrina que se conoce con el nombre de hierocratismo.
Gregorio VII no se limitó a hacer una declaración de principios, sino que su fuerte y
dinámica personalidad le llevó a dirigirse al emperador y a los reyes cristianos instándoles a
cumplir sus disposiciones, bajo pena de excomunión y deposición de sus cargos.
El conflicto principal, sin embargo, tendrá lugar entre el papa y el emperador. Enrique IV
continúa practicando la doctrina anterior, rex et sacerdos y, por tanto, mantiene la concepción de
que el emperador es la cabeza de la cristiandad con competencias definidas en el ámbito
eclesiástico. La nueva doctrina de Gregorio VII chocaba evidentemente contra esa concepción al
pretender someter el emperador al papa, prohibiéndole cualquier intervención en el ámbito
eclesiástico. A propósito de la provisión del episcopado de Milán, Enrique IV se niega a cumplir
las disposiciones del papa, por lo que Gregorio VII, en nombre de Dios, dispone que al rebelarse
contra la iglesia, prohibo a todos los cristianos que le sirvan como rey».
La deposición del emperador por Gregorio VII va acompañada de la liberación de sus
súbditos de la obligación de obedecerle y de la prohibición de que le reconozcan y sirvan como
rey.
La respuesta del emperador Enrique IV, siguiendo la doctrina de rex et sacerdos, no se
hace esperar, y recordando los fundamentos de aquella doctrina y los datos históricos que le
avalan, acusa a Gregorio VII: de usurpador y le conmina a que abandone la Sede Apostólica que
ha usurpado: «Deja que otro ascienda al trono de San Pedro, a otro que no disfrazará la violencia
con la religión, sino que enseñará la doctrina pura de San Pedro».
El conflicto entre el papa y el emperador tuvo consecuencias políticas importantes, pues
provocó la división de Alemania entre partidarios del papa y seguidores del emperador, dando
lugar a una cruenta guerra civil.

13
La política de Gregorio VII no se limitó a una declaración de libertad e independencia de
la Iglesia, sino que se desplegó en un reto al Imperio, intentando subordinarlo y liberando a los
reinos de su obligación de someterse al emperador. Esta liberación tenía una contrapartida: la
sumisión de esos reinos como feudos de la Sede Apostólica.
España también será objeto de especial atención por parte de Gregorio VII. La invasión
musulmana y la reconquista del territorio por los reyes de españoles a juicio de la Sede
Apostólica, supone que el reino de España pertenece a San Pedro y a la Santa Iglesia Romana en
la manera que consta en las concesiones» y, a continuación, les recuerda la obligación de pagar
el tributo feudal.
La doctrina gregoriana de la supremacía de Roma y de la unidad de la Iglesia, llevada a la
práctica por el propio papa, supone una auténtica revolución, Gregorio VII aspira a situar al
papado como cabeza suprema de la cristiandad no sólo en el ámbito religioso, sino también en el
ámbito político. La supremacía de lo espiritual – competencia del papa – sobre lo temporal –
competencia del emperador – justifica esa superioridad del papa sobre el emperador; pero
Gregorio VII va más lejos y trata de menoscabar la potestad imperial no sólo por la vía de su
posible deposición, sino también por el procedimiento de reducir el ámbito del Imperio,
liberando a algunos reinos de su sumisión al emperador y trasladando esta subordinación a la
sede de Roma.
Los sucesores de Gregorio VII prosiguieron esta política y, como lógico, se reprodujeron
los enfrentamientos entre el papa y el emperador. A la muerte de Enrique IV le sucede su hijo
Enrique V, quien se dirige a Roma, se hace coronar emperador y obliga al papa Pascual II a
llegar a un acuerdo que se materializará en el tratado de Sutri, en virtud cual el papa renunciaba
a todas las temporalidades o regalías y el emperador al derecho a la investidura, al juramento de
fidelidad de los prelados y reconocía a los Estados pontificios.
El Concordato de Sutri fracasó por la oposición de los propios eclesiásticos, que veían en
el mismo la pérdida de sus bienes temporales con ocasión de la coronación del emperador, los
prelados interrumpieron la ceremonia con gran estrépito como señal de protesta contra el tratado
Enrique V aprovecha esta rebelión para hacer prisionero al papa y sus colaboradores; al cabo de
dos meses, el papa concede al emperador el derecho a la investidura, que garantiza la elección
canónica, condición necesaria para la validez del nombramiento eclesiástico.
La concesión de este privilegio dio lugar a violentas reacciones algunos sectores
eclesiásticos, reproduciéndose la querella de las investiduras. Finalmente, el papa Calixto y el
emperador Enrique V firman el Concordato de Worms (1122), que pone fin a la querella. El
emperador renuncia a la investidura, garantiza la libertad de la elección canónica que en
Alemania debería celebrarse en presencia del propio emperador éste sólo podría intervenir como
mediador en caso de controversia, prohíbe, asimismo, la entrega de regalías posterior a la
consagración.
La querella de las investiduras es sólo el prólogo de las confrontaciones entre el papa y el
emperador. El emperador Federico I Barbarroja, amparado en el Derecho romano, recién
descubierto, sostiene el poder supremo legislativo del emperador y de la autoridad imperial y
niega que el papa tenga ningún poder. Se vuelve, por tanto, a la teoría cesaropapista, donde la
potestad' era atributo del emperador y la auctoritas la función del pontífice.
La política imperial se encamina en dos direcciones. En primer lugar se impugna la
fórmula papal, en virtud de la cual el emperador recibe de la Iglesia la corona imperial,
deduciendo de ahí que el papa nombre al emperador.
En segundo lugar, el emperador pretende eliminar cualquier vestigio de potestad temporal

14
del papa, por lo que se propone como objetivo la conquista de la península de Italia y la
supresión de los dominios pontificios en el centro de la península. Como contrapartida, el papado
continúa interviniendo directamente en asuntos políticos e incrementando su poder temporal
mediante el procedimiento de convertir a los reinos en feudos de Roma.
Esta política pontificia tuvo un claro exponente en el papa Inocencio III, quien, dotado de
una extraordinaria personalidad, eleva el pontificado a su máximo esplendor. Desde el punto de
vista doctrinal hace suyos los principios del Dictatus Papae y los desarrolla en dos famosas
Decretales: la Novit ille (1204) y la Venerabilem.
La Decretal Novit ille contempla el contencioso entre el rey de Inglaterra, Juan Sin
Tierra, y el rey de Francia, a propósito del incumplimiento por parte de este último del tratado de
paz suscrito por ambos reyes. Esta competencia, que el papa la funda en la ley divina le lleva a
que en virtud de este poder, el papa nombra un legado para que investigue el caso y adopte una
decisión, y – añade – «os ordenamos, en virtud de obediencia que nos debéis, que cuando el
mencionado abad (su legado) lleve a cabo las instrucciones apostólicas en este asunto, acepte su
decisión, la cual, en realidad, será nuestra sentencia, de una manera humilde, que la aceptéis
vosotros y que hagáis sea observada por otros, estando seguro que castigaremos vuestra
desobediencia si no la cumple».
Esta intervención papas en los asuntos políticos, apelando a razones éticas – ratione
peccati – y a su poder supremo en esa materia va a inspirar también, la Decretal Venerabilem, en
la que se atribuye la facultad de juzgar acerca de la idoneidad del emperador elegido y legitimar
su veto negándose a consagrarlo y coronarlo.
Los hechos descritos en la Decretal recogen la denuncia de al príncipes electos alemanes
contra el legado de la Sede Apostólica motivo de la elección del nuevo emperador. El papa
responde a denuncia sentando algunos principios doctrinales que reflejan la nueva concepción
del poder papal en asuntos políticos; una supremacía prácticamente no conoce límites.
Pero el punto cardinal del documento radica en la declaración de una competencia propia
del papa en el proceso de investidura del emperador el papa afirma que ya que ellos ungen,
consagran y coronan al nuevo rey tienen la facultad de no hacerlo en caso de que no reúna los
requisitos de idoneidad indispensables como por ejemplo en caso de un hereje o un idiota.
La aplicación práctica de esta doctrina le llevó a intervenir y a dictar resolución en los
principales contenciosos políticos de una época. Nombró reyes, liberó prisioneros del emperador,
impuso matrimonios reales y prohibió otros, imponiendo su ley en los diversos reinos de la
cristiandad. Significativa fue su intervención en Inglaterra, donde excomulgó y depuso a Juan
Sin Tierra.
Gregorio IX, autor de uno de los corpus jurídicos más importantes de su época (las
Decretales de Gregorio IX, ordenadas bajo la dirección del canonista español San Raimundo de
Peñafort), excomulgó y depuso en dos ocasiones a Federico II.
Su sucesor, Inocencio IV, Sinibaldo de Fieschi, gran canonista, a quien se atribuye la
elaboración de las bases de la teoría de la persona jurídica, mantuvo un duelo permanente con el
emperador. Poco tiempo después de su elevación al solio pontificio convocó un Concilio en
Lyón (1245).

c) La crisis del Imperio y del papado: la emergencia de los reinos.


Aunque la sentencia papal no fue reconocida por el emperador ni por los reyes de Francia
e Inglaterra, así como por la mayoría de los príncipes electores de Alemania, sin embargo fue
suficiente para engendrar una guerra civil, en la que participaron los partidarios de los varios

15
pretendientes a la corona imperial. A pesar de sus éxitos militares, Federico II murió en 1230 sin
resolver sus diferencias con el papado. Al contrario, el desgaste sufrido durante su mandato, a
causa de las querellas con el papa, sirvió para aniquilar el propio Imperio. Federico II fue
realidad el último emperador; sus sucesores fueron meros símbolos una institución sin autoridad
efectiva.
La eventual victoria del papado sobre el Imperio y de la doctrina hierocrática sobre la
teoría cesaropapista van a sucumbir, sin embargo a manos de una institución fortalecida por la
propia Iglesia: los reinos. Ya hemos comentado cómo a lo largo de las disputas entre el
emperador y el papa este último fue reconociendo unos poderes a los reyes que, por una parte, le
equiparaban al emperador y, por otra parte, le liberaban de la sumisión debida a una institución
universal – en la concepción medieval – como era el Imperio.
Con la expresión rex imperator in regno suo se atribuye al rey en su reino la misma
potestas o iurisdictio del emperador y, entre otros como más significativos, la facultad de crear
leyes y de juzgar. Con la expresión rex non subest superior se reconoce que el reino no está
sometido a ningún poder superior. Este principio no sólo libera al rey de su sumisión al
emperador, sino que constituye el inicio y fundamento de la teoría de la soberanía, elaborada
posteriormente y cuya paternidad se atribuye a Bodino.
En este nuevo escenario político se va a producir el acontecimiento que pondrá fin en la
práctica a la teoría hierocrática. Bonifacio VIII, siguiendo la doctrina de sus predecesores
pretendía consolidar la supremacía del papa sobre el poder temporal en un momento en el que
Bonifacio VIII, autor de la Bula, mantenía contenciosos con Felipe IV de Francia y Eduardo I de
Inglaterra. La cuestión de fondo era si los reyes tenían facultades para imponer tributos a los
clérigos o si ésta era una competencia reservada al papa, que tenía que autorizar la imposición de
dichos tributos. A pesar de la doctrina pontificia, en la práctica Bonifacio VIII claudicó ante las
pretensiones del rey de Francia.
La crisis del Imperio, tras la desaparición de Federico II y la debilidad del papado
después de su enfrentamiento con el rey de Francia, abre un período de crisis de las principales
instituciones medievales y un fortalecimiento de la figura del rey y de los reinos. La
universalidad del Imperio y de la Iglesia, de la cristiandad, en definitiva, inicia su proceso de
desintegración y conversión en entidades políticas territoriales. Si el papado debilitó al imperio,
los reinos debilitaron al papado, y al final quebraron la unidad religiosa de Europa, adecuándola
a la nueva configuración política.
Clemente V trasladó la sede papal a Avignon, donde permaneció setenta años, hasta que
en 1377 Gregorio XI la devolvió a Roma. Mantenía la facultad exclusiva de nombrar los oficios
eclesiásticos. Las consecuencias de esta situación se verán muy pronto, a la muerte de Gregorio
XI; los italianos eligieron papa a Urbano VI, elección que no satisfizo a los franceses que, a su
vez, eligieron a Clemente VII, que fijó su residencia e Avignon. Surge así el cisma de occidente.
La crisis del papado, que llegó a contemplar la presencia simultánea de tres papas, y el
mantenimiento del cisma obligó a buscar una nueva vía para alcanzar una solución al problema.
Las tesis conciliaristas comenzaron a afianzarse frente a las tesis papales. El Concilio, como
representante de la comunidad de fieles, era – según los conciliaristas – superior al papa, que
tendría que asumir y aceptar los acuerdos conciliares, Reunido el Concilio en Constanza (1413),
se procedió a elegir un nuevo papa: Martín V (1417). . Aunque posteriormente los papas
lograrían imponer su autoridad sobre el Concilio, dos cuestiones quedaron abiertas.
La primera, la reforma de la Iglesia, que no sólo no había sido resuelta, sino que se había
agravado como consecuencia' del cisma de occidente.

16
La segunda, la fundamentación de los poderes en la Iglesia, desvelada por el
conciliarismo (teoría democrática) y refutada por sus opositores (teoría absolutista). La teoría
conciliarista fue expuesta, entre otros, por Nicolás DE Cusa, que manifestó lo siguiente: «la
autoridad del concilio no depende de la cabeza del Concilio, sino del común asentimiento de
todos».
El poder surge de la elección y del consentimiento de la comunidad: «Porque si por
naturaleza los hombres tienen todos el mismo poder y son igualmente libres, la potestad
verdadera y ordenada de uno igual en poder a todos los demás no puede ser establecido más que
por la elección y el consentimiento de los otros, de la misma manera que la ley se constituye por
el consenso».

III. INDIVIDUO Y COMUNIDAD. LA INQUISICIÓN

Se puede afirmar, sin embargo, que la identificación del individuo con la comunidad es
plena, de tal manera que es difícil pensar en los derechos y deberes individuales al margen de la
condición de ciudadano o miembro de la comunidad.
En los pueblos germánicos esta identificación del individuo con la comunidad a la que
pertenece es todavía más intensa. Ello ha permitido que la conversión de los pueblos bárbaros
primero al cristianismo arriano y después al catolicismo fuera extraordinariamente rápida. Por lo
general, convertido el rey o jefe de la tribu los demás miembros se convertían con él. Éste fue el
caso de Clodoveo en el reino franco, o el de Recaredo en la España visigótica.
Los bautismos masivos que como consecuencia de esta actitud se produjeron, plantearon,
sin embargo, un nuevo problema desde el punto de vista intraeclesial. La exigencia de las
comunidades cristianas primitivas de un largo período de catecumenado que garantizara la
formación doctrinal y la solidez de la fe de los nuevos bautizados fue sustituida por unos
bautismos masivos carentes de la debida preparación doctrinal.
Durante el reinado carolingio se advirtió la necesidad de intensificar la formación
religiosa de los laicos, que debida a una escasa preparación continuaban practicando costumbres
paganas. Aunque esta situación obligó a condenar la práctica de supersticiones paganas (Concilio
de tinnes), sin embargo, el poder político no atendió las voces de quienes pedían una formación
más adecuada para recibir el bautismo, restauran el catecumenado dado que los intereses
políticos exigían éxitos rápidos y, por tanto, la conversión inmediata de los pueblos
conquistados.
A través de la predicación se intentó inculcar en los fieles los ideales de vida cristiana, el
significado de los sacramentos (bautismos, confirmación, matrimonio) y las costumbres morales
que debían adoptar l cristianos. Atendiendo a esta preocupación Alcuino DE York publicó
opúsculo Sobre los vicios y las virtudes.
La posición del individuo en la comunidad política ha dependido de las circunstancias
concretas en que se encontrara en la misma. No existe ni un reconocimiento general de derechos
o libertades ni tampoco una homogeneidad en goce de derechos ciudadanos.
Los derechos y libertades son fruto de privilegios, pactos o concesiones de la autoridad
competente, dependiendo, por tanto, del estatus concreto del ciudadano. Un campo vedado a
cualquier margen de libertad es el relativo a las creencias religiosas. En una comunidad,
cohesionada por una doctrina religiosa, cualquier fisura o disidencia pone en riesgo la unidad
religiosa y, por añadidura, la unidad política.
Siguiendo los criterios del mundo clásico, las creencias religiosas configuran una

17
institución política cuya vigencia corresponde al emperador o al rey. El poder político persigue y
condena la herejía como una violación de los deberes ciudadanos. La gravedad de las penas
oscila según las épocas, pero podría llegar a aplicarse la pena capital. Hasta el siglo XII la
represión de la herejía se confiaba a los poderes locales civiles y eclesiásticos, pero a partir del
siglo XII esa iniciativa va a corresponder al papa y al Concilio, que estimularán a las autoridades
locales a la persecución de los herejes.
En 1184 el papa Lucio III promulga la Constitución Ad Abolendam, en la que urgía y
comprometía a las autoridades locales a perseguir a los herejes, procesarlos y condenarlos con
penas de inhabilitación y confiscación de bienes.
Gregorio IX e Inocencio IV sientan las bases para la creación de Tribunales de la
Inquisición estables, atribuyendo esta misión a los frailes predicadores (domínicos). En concreto,
el papa Inocencio IV ordena al prior de los domínicos en España, fray Raimundo de Peñafort,
que nombre frailes inquisidores para que actúen en la búsqueda de herejes en la parte de la
Narbonense sometida a la autoridad de Jaime I de Aragón.
La herejía perseguida con mayor energía fue el catarismo, que se inició en los
alrededores de Orleáns en 1022 y se extendió progresivamente sin embargo, su zona de mayor
influencia estaba localizada en el Languedoc, donde a finales del siglo XII dominaba casi
totalmente la religión cátara.
Los cátaros siguen el principio dualista maniqueo y, de acuerdo con el mismo, afirman
que el Dios bueno crea el bien y Satanás el mal. Dios creó a los ángeles; Satanás, al mundo, y
por eso en él no hay nada bueno. «El cátaro vive en esta tierra para hacer penitencia, para expiar
su ruptura con Dios, que en el albor de los tiempos lo había concebido como ángel. El retorno al
cielo y la liberación es el fin supremo que suscita todas sus plegarias. La expiación terrestre y el
retorno centran todas las convicciones de la teología cátara. Para ellos, con posterioridad a la
muerte, él asciende volando de inmediato al cielo: éste es el caso del perfecto; el alma del no
perfecto debe transmigrar hasta haber cumplido la penitencia necesaria para llegar a ser
perfecto». En el plano moral destaca la exaltación del celibato, la condena de las relaciones
sexuales, la prohibición de comer carne, queso, huevos y leche, la vida comunitaria y la pobreza
de bienes.
Para acabar con el catarismo el papa Inocencio III convoca la cruzada contra esta
comunidad, organizando una fuerza militar poderosa con el objetivo de arrasar los dominios y las
tierras de los cátaros. Después de una campaña violenta entran en Tolosa – centro del catarismo
– y destruyen la ciudad. Los cátaros han perdido la batalla; los que sobreviven se refugian en
Montsegur, una fortaleza que entrará en la leyenda por su resistencia frente a los invasores y el
misterio que ha rodeado al lugar. Con la conquista del castillo de Montsegur el catarismo
desaparece.
La herejía continúa siendo objeto de persecución y se considera un delito de lesa majestad
que tiene como sanción la pena de muerte. La persecución, sin embargo, no es sólo eclesiástica;
conserva el carácter político anterior.
Siguiendo este camino cuando alborea la Edad Moderna los Reyes Católicos solicitarán
del papa la facultad de nombrar a los inquisidores, petición a la que accede el papa Sixto IV en
1478 otorgando a los reyes la facultad para nombrar tres obispos, sacerdotes etc. en cada ciudad
o diócesis de sus reinos de España, dotados, para la averiguación y castigo de los herejes, de los
mismos poderes que los ordinarios o los inquisidores pontificios. Nace así la Inquisición
española, que bajo el control político de los reyes ha contribuido eficazmente a la formación de
la leyenda negra española.

18

También podría gustarte