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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

Rafael LÓPEZ ROSAS.


Historia Constitucional Argentina.
Buenos Aires, 1984, pp. 157-71.

Capitulo V. La Asamblea General Constituyente del Año XIII


Dentro del proceso constitucional argentino la Asamblea General Constituyente
del año XIII significa uno de los actos más trascendentales de nuestra vida
histórica. Nace en un momento crucial de nuestra nacionalidad, cuando la
inestabilidad de los gobiernos patrios y la desorientación en los planteos de la
Independencia parecen encaminados a hacer naufragar la nave del Estado.
Convocada para solucionar nuestro destino independiente y para darnos una Ley
Fundamental, no realizó ni lo uno ni lo otro, pero las ideas que en ella se
debatieron y las leyes que de su seno surgieron otorgaron justa perennidad a su
obra. Los proyectos constitucionales, si bien no llegaron a sancionarse, ni siquiera
tratarse, dejaron su valioso aporte al proceso constitucional. Las instrucciones de
los diversos pueblos marcaron quizás el rumbo definitivo de nuestro sistema
federal de gobierno o al menos el pensamiento político dominante en la época. Y
correlativamente a estas instituciones, las numerosas leyes que aprobó la
Asamblea instauraron de hecho la verdadera independencia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata. La política facciosa en el seno del congreso,
encaminada a fortalecer intereses mezquinos o el triunfo de determinadas
posiciones partidarias entorpecieron la labor constitucional; sin embargo, los
principios que se propugnaron tomaron vida desde entonces a lo largo de nuestras
luchas civiles para rematar a través de más de 40 años en la Carta del 53.

Convocatoria de la Asamblea
El viejo anhelo de los hombres de Mayo de reunir un Congreso General que
organizara al incipiente gobierno y diera sistema constitucional a las Provincias
Unidas, parecía concretarse en la firme decisión del Triunvirato surgido de la
revolución del 8 de octubre de 1812, convocando a elecciones de diputados para
una Asamblea General (24 de octubre). “Después de haber afianzado el primer
paso a la libertad y con un esfuerzo y resistencia tan general como sublime decía
el Triunvirato; después de sostener por el espacio de tres años una lucha de
ferocidad y de barbarie peninsular, de una parte, y de virtud y constancia
americana, por la otra; cuando la España no puede justificar su conducta de
constituirse en tribunal de las naciones imparciales, sin confesar, a pesar suyo, la
justicia y santidad de nuestra causa; cuando el eterno cautiverio agrega el
decreto del señor Fernando VII ha hecho desaparecer los últimos derechos con
los postreros deberes y esperanzas más ingenuas...; en fin, cuando la hidra de las
facciones se ha acallado, felizmente, con la creación de una autoridad para llenar
las intenciones de los pueblos; ¿qué otro tiempo puede esperarse para reunir en
un punto la majestad y fuerza nacional? Ésta termina debe ser, sin duda, la
memorable época en que el pueblo de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
abriendo con dignidad el sagrado libro de sus eternos derechos, por medio de
libres y legítimos representantes, vote y decrete la figura con que debe aparecer
en el gran teatro de las naciones.

Indudablemente las palabras preliminares del decreto del 24 de octubre no


podían ser más claras con respecto a las intenciones de los hombres que
convocaban a la Asamblea General. Monteagudo, alma y nervio de la Sociedad
Patriótica, expresaba a través de la circular del 5 de noviembre de ese año que
“lo único capaz de fijar el destino de los pueblos es la declaración de la
independencia en la asamblea general...(1)

Juntamente con su afán de independencia los hombres del gobierno expresan en


el decreto, respecto a la organización institucional: “La Constitución que se
sancione alentará la timidez de unos, contendrá la ambición de otros; acabará
con la vanidad inoportuna, atajará pretensiones atrevidas, destruirá pasiones
insensatas y dará, en fin, a los Pueblos, la Carta de sus derechos, y al Gobierno la
de sus obligaciones”.

Concretamente, el Triunvirato fijaba a través de artículos o declaraciones las


normas fundamentales para la convocatoria, elección de los diputados y poderes
de los mismos. Respecto de estos últimos expresaba en el art. 8º: Como el motivo
poderoso que induce a la celebración de la Asamblea, tiene por objetos
principales la elevación de los pueblos a la existencia y dignidad que no han
tenido, y la organización general del Estado, los poderes de los Diputados serán
concebidos sin limitación alguna, y sus Instrucciones no conocerán otro límite que
la voluntad de los poderdantes... Bajo de este principio agrega la disposición
todo ciudadano podrá legítimamente indicar a los electores, que extiendan los
poderes e instrucciones de los diputados, lo que crea conducente al interés
general y al bien y felicidad común y territorial. Los hombres más
representativos de la época fueron elegidos como diputados de los pueblos.
Bástenos nombrar a Pedro José Agrelo, Pedro Ignacio Castro, Vicente López y
Planes, José Valentín Gómez, Bernardo de Monteagudo, Juan Julián Pérez,
Hipólito Vieytes, Juan Ramón Balcarce, Pedro de Amenábar, Nicolás Laguna,
Ugarteche y tantos otros que prestigiaron a la histórica Asamblea.

Instalación de la Asamblea
Previa una misa de acción de gracias oficiada en la catedral de Buenos Aires, la
Asamblea fue inaugurada el 31 de enero de 1813, solemnemente, en el Tribunal
del consulado. El doctor Juan José Paso la dio por inaugurada previo un
conceptuoso discurso donde expresó que en la Asamblea allí reunida “se
concentraba toda la autoridad, y de la cual debían emanar las primeras órdenes y
disposiciones que el gobierno esperaba para darle cumplimiento”. Paso
comprometía toda su autoridad y la del gobierno para autorizar y respaldar la
obra del congreso, sometiendo así sus impulsos, contrarios a la convocatoria y a la
política a encararse, demostrados en la conjuración de enero de ese año contra la
reunión de la Asamblea, donde le cupo un papel destacado.(2)
En el primer decreto que da la Asamblea, apenas instalada, proclama que en ella
“reside la representación y ejercicio de la soberanía de las Provincias Unidas del
Río de la Plata”, afirmación ratificada en el juramento de los diputados al
reconocer representada en la Asamblea “la autoridad soberana de las Provincias
Unidas del Río de la Plata”, y confirmada, como ya lo expresáramos, en los
diversos decretos que arrancaban para siempre de nuestros documentos e
instituciones la máscara fernandina. En el art. 4º del referido decreto se
consagraba la inviolabilidad de los diputados, no pudiendo ser aprehendidos 
agregaba ni juzgados sino en los casos y términos que la misma Soberana
Corporación determinara. Es éste el primer antecedente nacional sobre la
materia (fuente de los arts. 60, 61 y 62 de la Constitución de 1853). El doctor
Vicente López y Planes presentó en 10 de marzo para su tratamiento un decreto
reglamentario sobre la inviolabilidad de los diputados, el que luego de algunas
reformas fue aprobado. Constaba de 11 artículos, donde se asentaban los más
avanzados principios constitucionales sobre la materia.

El Estatuto del Supremo Poder Ejecutivo


Poca importancia se ha dado a este Estatuto dictado el 27 de febrero de 1813, en
virtud de lo dispuesto por el art. 5º del primer decreto de la Asamblea donde se
establecía que el Poder Ejecutivo debía continuar ejerciéndose por el Triunvirato,
pero en carácter precario. De acuerdo con tal estipulación nació el Estatuto del
Supremo Poder Ejecutivo. Si bien su contenido no hace sino confirmar los
principios constitucionales en boga, el examen de su articulado nos hace
reflexionar sobre su posible influencia en el proceso institucional argentino que
habría de culminar en 1853, pues, como lo afirma Longhi, su estudio sirve “como
elemento de juicio tendiente a destacar el origen de las atribuciones que
determina el actual artículo 86 de la Constitución Nacional, algunas de las cuales
son análogas hasta en su propia redacción”.(3)

Comienza el Estatuto delegando en los triunviros las facultades del Ejecutivo


hasta la sanción de la Constitución del Estado, quienes durarán seis meses en sus
funciones, debiendo rotar la presidencia en cada uno de los integrantes por el
período de treinta días. Lo más digno de destacar son las facultades que acuerda
al Ejecutivo. Entre otras: “Hacer ejecutar puntualmente las leyes y decretos
soberanos y gobernar el Estado”; mandar el ejército, armada y milicias
nacionales; administrar las rentas del Estado; mantener las relaciones exteriores;
ejercer el patronato nacional y formar los reglamentos y ordenanzas que creyera
conveniente. Entre otras atribuciones establecía el “firmar y concluir los tratados
de paz, alianza y comercio”; “nombrar los embajadores y cónsules, los jueces
criminales y civiles”, los generales y secretarios de Estado; y en caso de invasión
o inminente peligro de ella, u otro grave atentado contra la seguridad del Estado,
suspender el decreto de seguridad individual, que regía desde 1811 en época del
primer Triunvirato. Todos estos antecedentes recogidos en parte y ampliados en
la Constitución vigente, dan relevancia a este Estatuto, reformado el 26 de enero
de 1814 con la creación del gobierno unipersonal que habría de regir como
sistema hasta 1820.

Los Proyectos Constitucionales


Si bien los proyectos constitucionales presentados a la Asamblea o los que se
elaboraron para su tratamiento, no llegaron a concretarse por las circunstancias
históricas conocidas, no por eso han dejado de realizar su valioso aporte a
nuestra vida institucional. Cuatro proyectos que se conocen hasta nuestros días
fueron preparados para ser presentados a la Asamblea Constituyente. Los dos
primeros: el de la Comisión oficial y el de la Sociedad Patriótica parece ser que
fueron tratados en el seno del congreso, según se desprende de cierta
documentación donde se da cuenta de que no se puede proceder a la creación de
ninguna provincia “hasta la formación de la Constitución en que está trabajando
aquella Soberana Corporación” (comunicación del Poder Ejecutivo al pueblo de
Santa Cruz de la Sierra en 26 de agosto de 1813); y en virtud del art. 20 del
reglamento para la suspensión de las sesiones del Congreso, que establecía a la
comisión Permanente “continuar el Proyecto de Constitución mandado a formar
por decreto del 13 de mayo último”.(4) La opinión de algunos autores es que el
proyecto constitucional que trata los antecedentes mencionados refiere al
presentado por la Comisión oficial o al de la comisión interna, pues se llega a la
conclusión de que el de la Sociedad Patriótica y el Federal no tuvieron tan
siquiera entrada.

La Sociedad Patriótica presidida por Bernardo de Monteagudo acepta la invitación


que le formula el Triunvirato en fecha 3 de noviembre de 1812 para redactar un
proyecto de constitución referido a “los puntos relativos al estado y
administración de rentas, comercio interior y exterior, población, agricultura” e
igualmente al “modo más conveniente de ligar y enlazar a los pueblos entre sí por
sus recíprocos intereses”. La Sociedad Patriótica designa para tal labor a su
presidente Monteagudo, a Cosme Argerich, Juan Larrea, Francisco José Planes,
Tomás Valle y el doctor Dongo en calidad de secretario. Antonio Sáenz se
incorpora posteriormente por renuncia de Argerich.

A su vez el Triunvirato nombra en 4 de noviembre de ese año a una comisión


compuesta por Hipólito Vieytes, Valentín Gómez, Pedro José Agrelo, Manuel José
García, Nicolás Herrera, Pedro Somellera y José Luis Chorroarín, substituido
posteriormente por Gervasio Antonio de Posadas, para que redacte igualmente
otro proyecto de constitución para ser presentado al seno de la Asamblea.

El tercer proyecto fechado en 27 de enero de 1813 se cree fue redactado por una
comisión interna de la Asamblea, en sus deliberaciones preparatorias. Se conocen
algunas copias cuyas confrontaciones han servido para reestructurar
definitivamente su articulado; una de ellas se encuentra en manos del doctor
Diego Luis Molinario, según su propia afirmación; otras dos se hallan en la
Biblioteca Nacional. Su texto es muy similar a los proyectos elaborados por la
Sociedad Patriótica y la Comisión oficial, por lo que no haremos especial mención
del mismo. El cuarto proyecto, de neto corte federal, fue encontrado por el
doctor José Luis Busaniche en el año 1939 y se halla guardado en el Archivo
General de la Nación, Colección Carranza, Caja nº 27, año 1813. En su portada
manuscrita se puede leer el nombre que el autor dio a su proyecto: “Plan de una
constitución liberal federativa para las Provincias Unidas de la América del Sur.
Quarto de nuestra emancipación política”. Al pie de la obra se encuentran las
iniciales “F.S.C.”, presumiblemente su autor y que corresponderían a Felipe
Santiago Cardozo, diputado artiguista al Congreso de 1813 y uno de los hombres
letrados que colaboraron junto al caudillo oriental.

Vamos a realizar una breve exégesis sobre los proyectos de que hemos dado
cuenta.

Proyecto de la Sociedad Patriótica


El proyecto de la Sociedad Patriótica es indudablemente el más importante de
todos los textos constitucionales que giraron en torno a la Asamblea, pese a la
diversidad de principios y doctrinas que recoge y a la heterogénea información
extraída de las constituciones en boga. Sus autores tomaron, evidentemente, los
principios fundamentales de las constituciones francesas de 1791, 1793 y 1795, de
la Constitución de los Estados Unidos de 1787 y de la española de 1812. Como
antecedente patrio recogieron en el capítulo referente a los Derechos absolutos
consagrados al hombre los principios establecidos en el decreto de seguridad
individual de 23 de noviembre de 1811 dado por el primer Triunvirato. Si bien
este proyecto, como veremos más adelante, fue solamente una creación
artificiosa, pues no respondía a la realidad histórica, ni consultaba el legítimo
derecho de los pueblos, sin embargo gran parte de sus preceptos fueron recogidos
en proyectos y constituciones posteriores, tanto en el orden nacional como en el
provincial. El Estatuto provincial de 1815, el Reglamento provisorio de 1817, la
Constitución de 1819, como así también la Constitución de la provincia de
Córdoba del 30 de enero de 1821 consagraron en sus textos numerosas
disposiciones del mencionado proyecto.

A nuestro entender su falla esencial radica en el total desconocimiento de las


autonomías provinciales, o al menos de la soberanía de los pueblos; y así es como
en su capítulo XX al tratar del Gobierno Ejecutivo de cada provincia establece
que el mismo será ejercido por un prefecto nombrado por el presidente “a
propuesta de una terna de la municipalidad de la cabeza de cada provincia”. Este
principio es evidentemente análogo al que consagraron posteriormente las
constituciones de 1819 y 1826 que establecieron el sistema de “unidad
totalmente contrario a la aspiración autonómica de las provincias”. A su vez el
prefecto provincial nombraba a los prefectos subalternos de su jurisdicción,
análoga disposición de centralismo dispuesta años atrás en la creación de las
juntas provinciales, al supeditar juntas subalternas y principales al gobierno de
Buenos Aires.

El proyecto consta de 211 artículos. Proclama como los otros textos la


independencia nacional al expresar que el principio sobre que van a fundarse las
leyes es la libertad de las Provincias Unidas. Y a su vez más adelante al
establecer el derecho del sufragio de los habitantes españoles establece que
éstos no podrán ejercer tal prerrogativa mientras los derechos del Estado no sean
reconocidos por el gobierno de España. Consagra igualmente que todo hombre
libre y nacido y residente en el territorio de las Provincias Unidas es ciudadano
americano, concepto éste de la ciudadanía continental recogido en los textos
constitucionales de nuestras provincias y muy corriente en aquel entonces.
Algunos autores han querido encontrar en este artículo la aspiración de una sola
comunidad americana bajo el sistema de confederación; sin embargo, su
verdadero sentido es que dichos ciudadanos eran naturales de América y que
pertenecían a las Provincias de América del Sud que se han unido con las del Río
de la Plata como lo expresa el artículo primero del proyecto; es decir que dicho
principio no abarcaba a los nacidos en cualquier parte de América sino que
refiere exclusivamente a las llamadas Provincias del Sud ligadas a nuestro proceso
histórico desde la época del virreinato. Desde este punto de vista nuestras
constituciones provinciales consagraron a los nacidos en sus territorios como
ciudadanos americanos, con un amplio espíritu de ciudadanía.

La influencia de las corrientes francesas y norteamericanas se observan en el


capítulo II que trata sobre los derechos que se declaran al hombre en esta
asociación y cuyas fuentes debemos buscarlas en las declaraciones de los
Derechos del hombre y del ciudadano, en la declaración que precede a la
constitución francesa del 22 de agosto de 1795 y en las Declaraciones, derechos y
garantías que consagran las respectivas enmiendas de la constitución
norteamericana; y como ya referimos, su antecedentes inmediato debemos
buscarlo también en el decreto de seguridad individual de 1811.

En el capítulo VI se establece que las provincias forman un Estado indivisible,


consagrando el principio republicano de la división de poderes y la independencia
de los mismos. Al tratar sobre el poder legislativo establece el sistema bicameral,
consagrando que en la Cámara de Representantes se dará principio a las mociones
solemnes sobre las materias y negocios peculiares del Congreso. Este artículo
amplía las facultades ya consagradas en la Constitución de los Estados Unidos y
recogidas en la constitución de 1853 respecto de la facultad exclusiva de la
Cámara de Diputados de iniciar las leyes sobre contribuciones y reclutamiento de
tropas. Al establecer las facultades del Congreso, capítulo XII, sigue las
disposiciones de la constitución francesa y de la de Cádiz de 1812. Y en cuanto a
la organización de las Cámaras de Representantes y de Senadores sigue la
estructura de la Carta norteamericana de 1787.

Establece en los capítulos VIII y IX un complicado sistema electoral, de difícil


aplicabilidad en las provincias del Río de la Plata, con un pueblo ajeno al manejo
de las instituciones republicanas y democráticas y por ende de escasa cultura
cívica. Estas asambleas primarias de ciudadanos y las asambleas electorales que
designan a los diputados y senadores, combinan el sufragio directo e indirecto,
dando una suerte de elección en dos grados. Este sistema que se inspiró en las
constituciones francesas de 1791 y 1795 es menos complicado aún que el
adoptado en el proyecto de la Comisión Oficial que fue creado en base al
intrincado sistema de la Constitución de Cádiz de 1812. En lo pertinente al Poder
Ejecutivo se establece que el mismo será desempeñado por un presidente que
durará 3 años en sus funciones, siendo elegido directamente por el pueblo.
Además se instituye un vicepresidente y cuatro ministros. En los demás aspectos
sobre la organización y facultades del presidente, el proyecto de Monteagudo
sigue las líneas esenciales de la Constituc8ión de los Estados Unidos.
El análisis de otros capítulos de este esbozo constitucional carece de mayor
importancia. Salvando la grave exclusión que se hace del derecho de las
soberanías provinciales, por lo demás, la organización de sus poderes, la parte
dedicada a los derechos individuales y sus firmes principios republicanos hubieran
servido de base para estructurar en el seno de la Asamblea una Constitución que
hubiese podido adaptarse al medio social en que surgía. La política facciosa echó
por tierra todas estas aspiraciones constitucionales.

El proyecto de la Comisión oficial


Este proyecto que consta de 263 artículos es más claro y preciso que el de la
Sociedad Patriótica al tratar el problema de la Independencia estableciendo que
Las Provincias del Río de la Plata forman una República libre e independiente.
República e independencia son los principios fundamentales que consagra en su
primer artículo. Define al pueblo como la reunión de todos los hombres libres de
la República y al igual que el Proyecto de la Sociedad que reconoce que los
poderes emanan de la voluntad de los pueblos, hace residir la soberanía en la
comunidad, con la expresa mención de que el ejercicio del poder soberano de la
República radica en el Congreso, en los depositarios del Poder Ejecutivo y en los
Tribunales establecidos por la ley. Verdadero régimen representativo.

En lo que refiere a la forma de gobierno no se alcanza a precisar ni a definir


sistema alguno, si bien los lineamientos esenciales se mueven dentro de los
principios republicanos. Insistimos que este proyecto, al igual que el de la
Sociedad Patriótica, a pesar de establecer cierta descentralización
administrativa, desconoce, igualmente, los derechos de las provincias por lo que
su planteamiento fundamental es una negación del sistema federal de gobierno.

Las plenas facultades políticas residen en el Poder Ejecutivo, ejercido por un


directorio compuesto de tres miembros, elegidos por el Congreso por seis años y
amovibles por terceras partes cada dos años. Este sistema habría de mantenerse
hasta la unificación del Ejecutivo en enero de 1814 con motivo del nombramiento
de Posadas como Director Supremo. Persistiendo en la práctica de los gobiernos
colegiados se estatuye un Consejo de Estado, que debe asesorar al Triunvirato en
todos los asuntos graves de gobierno y para prestar su aprobación a los proyectos
de ley; a su vez, este cuerpo debe dictaminar en los casos de suspensión a los
oficiales generales del ejército y de la armada, como así también a los secretarios
de Estado. Un cuerpo similar a éste hemos de verlo establecido en el Acuerdo de
San Nicolás. Su antecedente, aunque existen diferencias, debemos buscarlo en la
Constitución española de 1812, en el reglamento dado por las Cortes Generales y
Extraordinarias de España el 8 de junio de 1812 y en el Consejo creado por la
Constitución de Massachussets de 1780.

Tanto las facultades atribuidas al Congreso como al Poder Ejecutivo están


tomadas de la Constitución de los Estados Unidos, y gran parte de sus
disposiciones están recogidas en los artículos 67 y 86 de nuestra Carta del 53.
Debe destacarse la creación de los secretarios de Estado, con atribuciones dentro
de sus departamentos administrativos, con obligación de refrendar los decretos
del Ejecutivo y con responsabilidad de sus actos contra la Constitución y las leyes.
El Poder Judicial lo ejerce una Suprema Corte de Justicia, tribunales superiores
en cada provincia, jueces letrados en los partidos y alcaldes en cada pueblo. Este
capítulo dedicado a la organización de la justicia es extenso y minucioso,
confundiendo en sus disposiciones principios constitucionales con reglas de simple
procedimiento tribunalicio. Se establece el juicio por jurado, la inamovilidad de
los jueces, la independencia del Poder Judicial, se consagra el hábeas corpus
como garantía de los derechos individuales establecidos en el proyecto, se
insertan principios del Decreto de seguridad individual de 1811, el juicio previo y
ley anterior para las condenas penales y civiles y la prohibición de declarar contra
sí mismo, etc. Se declara abolida la confiscación de bienes, como así también que
la infamia de una pena pase a la familia del delincuente; y se suprimen los
tormentos.

Sobre el sistema electoral ya adelantamos que está tomado de la Constitución de


Cádiz de 1812, creando así un complicado mecanismo, casi impracticable en
aquellos tiempos, con elecciones de tercer grado y numerosas asambleas políticas
que dificultaban el libre ejercicio del régimen representativo.

Referente a la ciudadanía, el concepto es más restringido que el de la Sociedad


Patriótica, ya que establece que tienen carácter de ciudadanos los hombres libres
que, nacidos y residentes en el territorio de la república, se hallen inscriptos en
el registro cívico. No consagra como el proyecto citado la ciudadanía americana
para todo el nacido en el territorio del Río de la Plata. Otorga también la
ciudadanía a los extranjeros después de cinco años de vecindad y residencia no
interrumpida en el país, o que, arraigados en él o establecidos en el comercio con
capital propio, o ejerciendo alguna útil industria y pagando las contribuciones, se
hallen inscriptos en el registro cívico (capítulo VI, art. 2º).

En materia de religión establece que la religión del Estado es la católica, con la


expresa salvedad en su artículo segundo y tercero que

ningún ciudadano puede ser forzado a pagar contribución alguna con objeto de
religión, ni perseguido o molestado en su persona o bienes por opiniones
religiosas.

Al igual que el proyecto de la Sociedad se estipula que la sede del gobierno ha de


ser precisamente fuera de Buenos Aires, idea sostenida igualmente en las
Instrucciones orientales de 1813.

El proyecto que acabamos de estudiar ha sido tratado de manera muy dispar por
nuestros constitucionalistas o historiadores. Longhi y Ravignani hacen radicar su
importancia en el aporte que él significó para los posteriores ensayos
constitucionales argentinos, y también, porque de su estudio surgen numerosas
fuentes que más tarde recogiera la Constitución de 1853. Aristóbulo del Valle
exalta sus valores y destaca que merece ser recordado “por las declaraciones que
contiene y por su manifiesta superioridad sobre todos los ensayos constitucionales
de la época”. Clemente Fregueiro lo considera como “uno de los documentos más
representativos de la historia argentina”.(5) Seco Villalba, en cambio, concluye
que el proyecto se “resiente de falta de madurez” debido a la escasez de tiempo
que tuvieron sus autores para redactarlo, criticando a su vez la “indiscriminación
de las fuentes empleadas”.(6)

A nuestro entender, el proyecto de la Comisión oficial es un acopio indiscriminado


de principios constitucionales que en nada respondían al momento histórico que
se vivía. Está tomado en gran parte de sus capítulos de la Constitución española
de 1812, de la que copia literalmente numerosos artículos; en el resto sigue los
principios norteamericanos. Tiene menos originalidad que la Constitución de la
Sociedad Patriótica y, al igual que aquélla, su pecado original radica en el
desconocimiento del derecho de las ciudades, las futuras provincias, pues
consagra un régimen unitario que se opone al ideal federativo que ya comenzaba
a levantarse en los pueblos.

Ariosto González, con quien coincidimos, expresa sobre este proyecto: “Fórmula
abstracta, concebida y realizada en la ciudad por hombres que, si conocían el
ambiente bravío y hostil de la campaña, no habían recibido su influjo, incorporó
algunos de los más inadaptables principios de otras legislaciones, en vez de
descubrir en la realidad autóctona las normas adecuadas y eficaces”.

Proyecto de la Comisión interna


El tercer proyecto que se conoce, se cree fue redactado por una Comisión interna
de la Asamblea, designada al efecto. Aunque se desconocen sus autores,
analizando su gestación y contenido, no cabe duda que los mismos se hallan
vinculados a los nombres de los que redactaron el proyecto de la Comisión oficial,
no sólo por la influencia que ese proyecto ejerció sobre el de la Comisión interna
que recogió más de cuarenta artículos del primero, sino también porque los
hombres letrados de la Asamblea, capaces de estos logros constituciones, eran
muy pocos. Cabe destacar en este aspecto que el proyecto que analizamos
recogió, a su vez, 13 artículos del proyecto de la Sociedad Patriótica, modificó
casi 80 artículos del de la Comisión oficial, y creó 35 artículos que podemos
llamar originales. Enumerar su contenido sería repetir, casi, los mismos capítulos
de los proyectos anteriores.

Consagra la independencia nacional, proclama los principios básicos de la


república (soberanía popular, régimen representativo, división de los poderes,
etc.). Adopta el sistema electoral de tercer grado (Constitución española de
1812). Establece el sistema bicameral. El Poder Ejecutivo recae en un
Triunvirato, como en el proyecto de la Comisión oficial, y copia de éste,
igualmente, la organización y facultades del Poder Judicial. Adopta la religión
católica como religión oficial pero reconoce la libertad de cultos. Las reformas
que introduce han sido tomando el modelo de la Constitución norteamericana de
1787 e inspirada en algunos apartados en la Constitución de Venezuela. Esta
influencia se advierte preponderantemente en las atribuciones del Congreso de la
Nación (Constitución de los EE. UU.) y en lo que respecta a la inviolabilidad de
domicilio y papeles privados (Constitución de Venezuela).
Seco Villalba, que ha hecho su estudio comparativo y analizado su contenido,
encuentra en esta obra una labor más consciente y provechosa que la formulada
en los anteriores proyectos. Su redacción es más esmerada y los no pocos errores
de los textos anteriores se enmiendan con positivo resultado “aprovechando 
expresa el mencionado comentarista con apropiada sindéresis los ensayos
precursores y las ventajas de una tranquila y meditada discusión”. Pese a las
deficiencias que salva o a la integración que hace de otras constituciones, este
proyecto padece del mismo centralismo que sus similares. Adopta mecanismos
impracticables y crea un articulado artificioso que no responde a la realidad
histórica de aquellos tiempos.

Proyecto Federal
El estudio de este proyecto no deja de ser interesante a pesar de su falta de
originalidad y de la copia servil de textos americanos. Consta de 64 artículos y
una nota final con cuatro artículos más. En su portada, como ya lo
adelantáramos, lleva la inscripción Plan de una Constitución liberal federativa
para las Provincias Unidas de la América del Sur. Se cree que su autor fue Felipe
Santiago Cardozo, diputado artiguista al Congreso de 1813; y a través de los
comentarios históricos este esbozo es más conocido como “Proyecto de
Confederación y perpetua unión entre las Provincias de Buenos Aires, Santa Fe,
Corrientes, Paraguay, Banda Oriental del Uruguay y Tucumán” que en realidad es
el subtítulo del trabajo.

Con respecto a la suerte que corrió este proyecto en el seno de la Asamblea nada
se sabe. Lo más probable es que haya sido presentado, pero que, a raíz de los
acontecimientos políticos contrarios a la posición asumida por Artigas, no haya
sido ni tan siquiera tenido en cuenta o tratado.

Adelantando juicio sobre lo que habremos de decir respecto de las Instrucciones


orientales del año 13, hemos de señalar que este proyecto es una amalgama de
fundamentales principios en pugna. Sus primeros artículos están tomados del Acta
de Confederación de 1777 (arts. 1, 2, 3, 4 y 5) transcribiendo más adelante
preceptos similares (arts. 28, 29 y ss.); desde el art. 6º hasta el 25, como así
también otros más, está inspirado en la Constitución federal de 1787 de los EE.
UU. En lo referente a la organización provincial sigue los lineamientos de la
Constitución de Massachussets, convirtiendo así, de esta manera, al mencionado
proyecto en una rara mezcla de federación y confederación que, sin lugar a
dudas, vuelve totalmente híbrida la obra general. El error se comprende por la
falta de ilustración y de conocimiento en materia constitucional y por la ausencia
de información sobre la realidad institucional del país del Norte, ya que se
trataba de implantar en nuestro medio un sistema confederacional que había
fracasado y que, en el momento de la constitución de la Asamblea del 13, había
sido ampliamente superado a través del sistema federal creado en la Constitución
de 1787 y sus posteriores enmiendas. Es indudable también y surge de su lectura,
que el autor de este proyecto ha tenido en sus manos las Instrucciones emanadas
en el Congreso artiguista de abril de 1813, ya que algunos de sus artículos son
copia fiel de aquéllas.
En lo referente al Poder Ejecutivo y al Poder Legislativo su fuente es la
Constitución de 1787, con la sola variante de que en este proyecto el Presidente
dura dos años, no pudiendo ser reelegido. Contrariamente a la organización
federal, cada provincia retiene toda la soberanía, tal como en el sistema de
Confederación americana: Cada provincia expresa al tratar el régimen de éstas
retiene su soberanía, libertad e independencia, y todo poder, jurisdicción y
derecho que no es delegado expresamente por esta Confederación a las
Provincias Unidas, juntas en Congreso (art. 2º). El artículo 3º de este proyecto es
copia textual del artículo 10 de las Instrucciones de Artigas, que a su vez, ha sido
tomado de los Artículos de la Confederación norteamericana (art. 3º), y dice así:

“Las dichas Provincias por la presente entran separadamente en una firme liga
de amistad con cada una de las otras para su defensa común, la seguridad de su
libertad y para su mutua y general felicidad, obligándose a asistir a cada una de
las otras contra toda violencia o ataques hechos sobre ellas, o sobre alguna de
ellas, por motivo de religión, soberanía, tráfico o algún pretexto cualquiera que
sea”.

Entre otros principios fundamentales que consagra merece destacarse la forma


republicana de gobierno que establece su artículo 61, la división de los poderes,
el Poder Legislativo bicameral; Poder Ejecutivo desempeñado por un presidente;
los derechos individuales, sección en que establece la igualdad ante la ley, la
supresión de títulos nobiliarios, la libertad de imprenta, de trabajar, etc.;
proclama el sufragio universal, el régimen representativo. En lo referente al
Poder Judicial sus disposiciones son ambiguas, no estructurándolo de una manera
precisa, si bien a lo largo del texto algunos artículos tratan de su organización,
complementando estos preceptos con normas procesales que dificultan su
entendimiento.

Concluye este proyecto con disposiciones sobre la organización de las provincias o


estados, dando en la nota final las reglas que debe observar cada Estado al darse
su Constitución. Al respecto dice:

“Además de esta Constitución General, cada provincia por separado debe formar
una, arreglada a su territorio, usos y costumbres de sus naturales, gobierno
económico de ella, reglas de policía, tráfico de comercio y demás puntos conexos
a su localidad, felicidad de sus habitantes y prosperidad de ella”. A continuación
se establecen los “puntos principales de la Constitución Provincial”.

De lo expuesto podríamos sacar en conclusión que ningún saldo positivo dejó este
proyecto, de oscura interpretación, por las razones que ya expresamos; sin
embargo, su importancia radica en que, de una manera u otra, sus autores
desearon instaurar en el Río de la Plata la corriente constitucionalista
norteamericana. En vísperas de misiones diplomáticas que tratarían de implantar
sistemas monárquicos en nuestra patria, proyectos como éste consagraban
republicanos principios, de indudable raigambre democrática y, bien o mal,
defendían los sanos ideales del Federalismo. La confusión en el sistema a
adoptar, como ya dijimos, estriba en la falta de formación jurídica y en la
inexperiencia que estos pueblos, recién nacidos a la libertad, tenían para el
manejo del gobierno.

Notas
1) Ravignani, Emilio, Circular de la Sociedad Patriótica-literaria, después de la
revolución del 8 de octubre de 1812, en Boletín Instituto Investigaciones
históricas, nº 61-63, Buenos Aires.

2) Canter, Juan, La conjuración contra la Asamblea de 1813, en Boletín de la


Junta de Historia y Numismática Americana, t. 10; La Asamblea General
Constituyente, en Historia de la Nación Argentina, vol. VI, cap. I; Archivo General
de la Nación – División Nacional. Sumarios militares, letra A, Año 1813. Sup.
Gbno. “Sobre la conspiración intentada contra la Asamblea y el Superior
Gobierno”.

3) Longhi, Luis R., Génesis e historia del Derecho Constitucional argentino y


comparado, Buenos Aires, 1945.

4) Seco Villalba, José A., Fuentes de la Constitución Argentina, p. 50 y ss.,


Buenos Aires, 1948.

5) Fregueiro, Clemente, Primera constitución argentina, en La Biblioteca, t. I.,


Buenos Aires, 1896.

6) Seco Villalba, José A., Fuentes de la Constitución argentina, Buenos Aires,


1943.

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