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MUELLE OESTE

De Bernard Marie Koltès

TRADUCCIÓN (SIGUE EN PROCESO)


Por Roger Mirza

Y me vino a la mente el fin de toda carne


Génesis

Me gustaría ver el campo y el árbol donde pueda descansar mi cabeza


Burning Spear

En un barrio abandonado de una gran ciudad portuaria en Occidente, separado del centro
por un río, un depósito abandonado del antiguo puerto.

Personajes
Koch, Mauricio, sesenta años;
Pons, Mónica, cuarenta y dos años.
Cecilia, sesenta años;
Clara, su hija, catorce años;
Rodolfo, marido de Cecilia,
Carlos el hijo de ambos, veintiocho años.
Un joven de sobrenombre Fak, de veintidós años
aproximadamente.
Y un hombre de unos treinta años, sin nombre, que Carlos
llamará al principio dos o tres veces: Abad.
Dos años antes, en el amanecer después de una tormenta de nieve, Carlos volvía en el
ferry cuando fue advertido por los obreros que se embarcaban para trabajar en el puerto,
y con los que se cruzaba cada mañana, de una presencia anormal e inquietante junto a la
pared exterior del galpón. Fue hasta alllí y descubrió un gran bulto sombrío e inmóvil
cubierto a medias por la nieve y que parecía vagamente un jabalí muerto o dormido. Se
acercó y cuando estuvo a dos metros la forma se enderezá de golpe, grande, espesa,
agitada por temblores, con los ojos que brillaban y una gorra con orejeras sobre la
cabeza; pronunció algunas palabras ininteligibles a tal punto que hicieron reir a Carlos
quien retuvo sólo las últimas consonantes, probablemente inglesas o quizás árabes y con
las que bautizó provisoriamente al animal. Luego y como estaba de muy buen humor lo
tomó por el brazo y llevándolo al galpón le señaló un rincón donde estaría al abrigo de la
nieve. Acomodó algunos cartones para darle calor y después de haber comprobado que se
había cobijado allí desprendiendo humo denso de todo el cuerpo, Carlos se alejó silbando
y se volvió a su casa.

“Se detiene para orientarse. De pronto mira hacia sus pies. Sus pies han desaparecido”.
Víctor Hugo

Ante una pared de oscuridad.


El ruido no muy lejano de un motor de auto en marcha lenta.
Sale Mónica.

MONICA.- Y ahora: ¿dónde? ¿Por dónde? ¿Cómo? ¡Por Dios! ¿Por aquí? Hay una pared,
no podemos avanzar más; ni siquiera es una pared, no, no es nada; quizá sea una calle,
quizá una casa, quizá el río o un baldío, un asqueroso y gran agujero. Ya no veo más nada,
estoy cansada, no puedo más, tengo calor, me duelen los pies, no sé adonde ir, ¡por Dios!
Y si de golpe alguien, algo apareciera, brotando de ese agujero negro, ¿que cara
debería poner? ¿A qué me pareceré si un tipo o varios tipos, un montón de tipos, de repente
aparecieran a mi alrededor? ¡Ya quisiera intentar adoptar un air natural pero a esta hora y
con esta ropa! Voy a parecer ridícula. Oigo ruidos, oigo perros, está lleno de perros
salvajes alrededor nuestro que se arrastran por los escombros. Debería haber intentado
venir hasta aquí en coche; con la luz de los faros quizá vería, al menos lo que se arrastra por
el suelo.
Estamos delante de una pared, Mauricio, no podemos avanzar más. Dígame lo que
debemos hacer ahora, dígame pues en qué agujero prefiere que caigamos.

Sale Koch

KOCH.- Yo sé muy exactamente dónde estamos.

MONICA.-Muy exactamente, qué bien, qué fuerte, muy exactamente, felicitaciones.


Arréglese solo entonces si sabe todo muy exactamente. Al fin y al cabo no soy su madre, no
soy su mujer, no soy su nana; no tengo ganas de arriesgar el pellejo por culpa de sus
caprichos.

KOCH.- No arriesgue nada Mónica, vuelva a casa.


MONICA.- ¿Volver? ¿Cómo quiere que vuelva?. Tengo las llaves del auto.

KOCH.- Volveré por mis propios medios.

MONICA.- ¿Usted? ¿por sus medios? ¿qué medios? ¡por Dios! Si ni siquiera sabe manejar,
no sabe distinguir su izquierda de su derecha, habría sido incapaz de encontrar ese maldito
barrio solo, no sabe hacer absolutamente nada solo. Me pregunto cómo podría volver solo.

KOCH.- Llamaré un taxi.

MONICA.-Ah, sí, un taxi, qué bien. Busque un teléfono por aquí, busque; espere que pase
un coche, espere. ¡Por Dios! Estamos perdidos en este asqueroso agujero y usted habla de
taxi.

KOCH.- Hay un ferry que hace la conexión dos veces por día con el nuevo puerto.
Recuerdo muy bien el lugar donde se lo toma; pasa a las seis; lo tomaré.

MONICA.- ¿Y yo? ¿Qué hago yo? No puedo dejarlo solo aquí y no me puedo ir porque soy
la que sabe manejar; con la responsabilidad de haberlo traído hasta aquí, y usted que no
sabe hacer nada solo, y ese maldito ferry que seguramente ya ni siquiera existe, realmente
debo parecer ridícula. Habrían podido dejar al menos el alumbrado público, podríamos
quizas reconocer algo. Hay algo en el suelo que hace resbalar y no sé lo que es. En mi
familia, vea usted, yo tenía fama de ver claro de noche, a tal punto que renunciaron a
encerrarme en la bodega para asustarme. Pero tanta negrura, eso no, nunca había visto. No
debí dejar las llaves puestas en el auto, sólo faltaría que nos lo robaran. ¡Por Dios! Volver a
pie, eso nos llevaría horas, por esos barrios sin luces y sin carteles en las calles. Y además
siento que nos miran. Mauricio, se lo aseguro.
(Pausa. Sonido del motor del auto, muy lejos)
Antes había faroles aquí, era un barrio burgués, común, animado, lo recuerdo muy bien.
Había parques con árboles; había coches, había cafés y comercios, había viejos que
cruzaban la calle, niños en sus cochecitos; los antiguos depósitos del puerto servían de
estacionamiento y algunos de mercados bajo techo. Era un barrio de artesanos y de
jubilados, gente del común, inocente. No hace tanto de eso.
Pero hoy, ¡por Dios! Cualquiera que se perdiera aquí, incluso en pleno día, podría
hacerse masacrar a pleno sol y su cadáver arrojado al río sin que nadie piense en venir a
buscarlo aquí.
Todo esto es culpa de los alquileres demasiado bajos. Deberían haber animado a los
propietarios a que subieran sus alquileres, haberlos obligado incluso a subirlos. Las
cucarachas, las ratas y las cucarachas han entrado aquí como huestes triunfantes; los
propietarios dejaron que se rajaran las paredes; los vidrios rotos no han sido repuestos, los
viejos han muerto; entonces los comerciantes terminaron por abandonar estos barrios y hoy
todos esos edificios, kilómetros de calles flanqueadas por edificios que no rentan un
centavo, ni un céntimo para nadie, nada de nada, nada, es asqueroso. Sólo Dios sabe qué es
lo que vive aquí ahora, sólo Dios sabe qué es lo que nos está mirando.
(Pausa. Silencio).
Venga Mauricio; de todos modos usted no abre la boca, no tengo intención de
hablar sola toda la tarde; el motor marcha, venga.
(Silencio. Koch se aleja hacia la oscuridad)
No avance por aquí, Mauricio, el suelo está resbaladizoy usted con sus zapatos
finos. (Largo silencio). Mauricio, Mauricio, este no es el mundo de los vivos. (Silencio.
Koch desapareció en la oscuridad)
¿Dónde está usted? Ya no veo más nada. No oigo más nada. El motor! Ya no oigo el
coche.
No me deje sola, no me deje sola. (Se oye el golpear del agua contra la piedra).
¡Mauricio!

De pronto una brecha en medio de las nubes ilumina fugazmente la inmensa


fachada del galpón y la autopista desierta sobre la que cae una lluvia de hojas silenciosas;
luego la oscuridad vuelve y sólo queda el chapoteo del agua contra las paredes.

MONICA.- ¡Por Dios!

Interior del galpón; su boca da sobre la autopista. Koch entra y se apoya en la pared.

KOCH.- ¿Alguien quiere, por favor, ayudarme a cruzar este galpón y llevarme al borde del
río., allí donde se tiene una buena vista del nuevo puerto, allí donde se toma el ferry? Soy
demasiado torpe como para arriesgarme a cruzarlo solo; ¿y podría ayudarme alguien a
encontrar dos piedras para ponerlas en mis bolsillos? Prometo que eso es todo lo que
pediré.
No me guarden rencor por mi indiscreción por favor; haré el menor ruido posible.
Crean sobre todo que soy inocente de todo lo que podrían imaginar, de todo lo que
cualquier hombre imaginaría forzosamente al ver a un hombre aquí en este estado y a esta
hora y con intenciones que nadie puede adivinar; sé muy bien que se piensa entonces en
diez mil cosas, en diez mil razones y ninguna de ellas es la verdadera. Les pido que me
crean esto.
Pero es verdad que no estoy calzado como para caminar por aquí, que mi memoria
no es tan buena como para dirigirme en la oscuridad, y que todo cambió tanto, por otra
parte, que necesito imperiosamente a alguien para ayudarme a llegar del otro lado; allí
habrá quizá bastante luz como para que encuentre las piedras por mí mismo; entonces les
daré las gracias y eso será todo.

El problema es que el dinero, quiero decir el dinero líquido, las monedas, los
billetes, hace mucho que no lo tengo en mis manos, hace mucho, deben saberlo, que el
dinero ya no se transporta en monedas o en billetes, como en la Edad Media supongo, no sé
nada de historia; en todo caso sí para tomarse un trago en un bar o comprar cigarrillos; pero
como dejé de fumar y el alcohol lo bebo muy raras veces, sólo tengo encima tarjetas de
crédito; se las dejaría con gusto mis tarjetas de crédito si supieran cómo usarlas, sé que no
es fácil, pero si saben, entonces tanto mejor para ustedes; a mi me importa un rabano.

(Avanza algunos pasos en la penumbra, deposita su billetera en el suelo, retrocede).


Está a algunos metros, quizá unos doscientos pasos, estoy seguro de no
equivocarme de galpón, el lugar donde se toma el ferry, es ahí que quiero ir; es una razón
honesta, supongo, que alcanza para explicar mi presencia aquí.; de todos modos poco debe
importarles, es ahí en todo caso que quiero ir. (Hurga en sus bolsillos).

Está el encededor. Es un Dupont, funciona con una recarga, creo, no entiendo bien
cómo, pero funciona de todos modos, lo traje a propósito; y gemelos, son de oro; y también
un anillo (lo saca de su dedo).

Naderías. (Avanza, deposita los objetos sobre el suelo, retrocede).

El reloj, no tengo ganas de dejarlo en cualquier sitio; alguien podría pisarlo. Es un


rolex, funciona con una especie de pila, no sé bien realmente, no entiendo nada de eso, nada
en absoluto; es uno de los más caros de todos modos y no necesita cuerda.

(Se lo saca del puño) Les juro que este me cuesta quitármelo. Creo que es porque
fui yo mismo quien lo compró para mí, yo solo, sin ninguna razón, un día cualquiera en
Ginebra, al pasar delante de una joyería , no como ese anillo o todo el resto, regalos,
naderías. Es por eso les aseguro que me molesta ponerlo en el suelo. (Tiende la mano.
Ruidoso sonido de pájaros que emprenden vuelo muy cerca de él). Cuidado, por favor se
los pido, cuidense de pisarlo (Avanza, deposita el reloj en el suelo, vuelve a su lugar).

Ahora que ya no tengo más nada, ayúdenme.

Carlos lo toma del brazo.

CARLOS (bajito).- Los otros lo esperan allá, del otro lado, como imbéciles, como si usted
fuera a venir por el río, en una lancha de la policía, a plena luz; pero yo sabía que vendría
por detrás, en la oscuridad de atrás, deslizándose junto a las paredes, como los hijos de
puta. Estaba seguro de eso porque yo hubiera hecho lo mismo en su lugar. Quizá no se
esperaba encontrar aquí a alguien tan astuto como usted; y sin embargo se equivoca si cree
que aquí son todos tan boludos. Y por eso, créame, usted no sacará nada de nosotros, ni un
error, ni una ilegalidad, nada. No de mí en todo caso; hablo por mí

Antes incluso que usted se bajara del auto, ya lo había ubicado, había oído el ruido
del motor; incluso reconocí la marca; un jaguar, lo reconozco incluso cuando es solamente
la idea de un jaguar que pasa por la cabeza de alguien, es por eso que estoy aquí.

Cuando vi el otro día que el ferry no se detenía más, le dije a los otros: no se pongan
nerviosos; quizá sea una huelga, quizá una avería, quizá el barco ya está demasiado viejo,
quizá cualquier cosa. Pero cuando la chica vino a despertarme para decirme: no hay más
agua, pensé en seguida: quiere decir que decidieron intervenir. Comprendí en seguida que
no se corta el agua cuando no se está decidido a intervenir; es lo último que se corta, por los
incendios que podrían propagarse. Y cuando uno llega a eso es porque está decidido a
espantar hasta a la última de las ratas de los sótanos. Pero ustedes olvidaron que las ratas
son mucho más astutas que los hombres. Hablo sobre todo por mí.

A los otros les dije: desconfíen, les echaron el ojo; los observan ahora, los vigilan,
van a acechar hasta la más mínima de sus respiraciones, el menor de sus movimientos, el
menor de sus sueños; y si sospechan desde allá, desde el otro lado del río, la menor
ilegalidad en alguna de sus respiraciones o en alguno de sus sueños, vendrán corriendo a
arrancarlo del silencio y de la oscuridad de su refugio, lo alimentarán y lo harán crecer,
harán de él un crimen que exhibirán en toda la ciudad y entonces tendrán su razón y nos
habrán atrapado como imbéciles con razón.

(Más bajito aún) ¿Quiere que abandonemos el lugar, verdad? Habría que ser más
rata que un rata para encontrarse a gusto aquí. No hay más cafés, ni una boite, ni una
mujer; no hay más caminos transitables, no más electricidad, no más barcos, no más agua.
Tengo un trabajo, un verdadero trabajo, normal, que me espera en el puerto; un puesto de
gorila en un club; cuando quiera. Sepa que no tendría razones para hacerle ningún mal, sepa
sepa que no tendría razones para no ayudarlo. No tengo razones para enojarme, yo. Tengo
mi tiempo y tengo paciencia. Recuerde viejo, recuerde que suceda lo que suceda estoy de
acuerdo con usted.
Recuerde que fue usted quien me pidió para ir allá; y que si lo ayudo a ir no hago
más que estar de acuerdo con usted. El insomnio vuelve nervioso a cualquiera. De noche no
se duerme porque uno trabajaba; de día no se duerme más porque no se trabajó; entonces no
se duerme nunca más. Pero yo no tengo necesidad de dormir, no soy nervioso, nunca. Estoy
tranquilamente, por principio, de acuerdo con usted.
Por eso lo esperaba aquí junto a las paredes, en medio de la oscuridad de atrás,
como un traidor; pero ya puedo decirle que pierde su tiempo. No descubrirá nada aquí.
Mire alrededor suyo no encontrará nada.; busque por los rincones, hurgue en el suelo; ya no
queda nada, ni el más mínimo sueño, en ningún lado. Sólo queda la prudencia en todas
partes.
Conduce a Koch a través del galpón.

***

(¿Quién sos vos? El que vio al diablo, ¿quién sos vos? Trato de decirlo: entraba una noche
por el gran jardín con mi mochila escolar a la espalda, vi un hombre bajo el farol de
espaldas, me acerqué a él y volvió la cabeza, sólo la cabeza, tenía la piel rosada y pelada
con ojos azules, tiré mi mochila y me eché a correr hasta mi casa, trataba de decirlo; ¿quién
sos vos? Una idea demora lo que una hormiga en llegar desde los pies hasta los pelos para
venirme a la mente pero trato de decirlo: una noche mi padre se levantó como se levantaba
por mis hermanos cuando tosían y temblaban de fiebre y yo no tosía y no tenía fiebre, pero
me miró, de mañana le pidió a las mujeres que ya no me peinaran como peinaban a mis
hermanos, que tampoco me alimentaran más y que no habitara más bajo el mismo techo
con mis hermanos; luego me arrancó mi nombre y lo arrojó al agua del río con los
desperdicios, trato de decirlo; hay niños que nacen sin color nacidos para la sombra y los
escondites con los cabellos blancos y la piel blanca y los ojos sin color, condenados a correr
desde la sombra de un árbol a la sombra de otro árbol y al mediodía, cuando el sol no
perdona ningún rincón de la tierra, a hundirse en la arena; a ellos su destino les bate el
tambor como la lepra hace sonar las campanillas para que la gente se aparte; para otros, una
bestia alojada en su corazón, permanece en secreto y sólo habla cuando el silencio reina
alrededor de ellos; es la bestia perezosa que se despereza cuando todos duermen y se pone a
mordisquear la oreja del hombre para que se acuerde de ella; pero más lo digo y más lo
oculto, por eso no lo intentaré más, no me preguntes más quién soy” dijo Abad).

La escollera. Sobre el río flota una ligera luz blanca.


Aparece Charles.
Sirena de un barco a lo lejos, ahogada.
Aparece Koch. Pájaros que se echan a volar.

KOCH (bajito).- Tengo miedo.


CARLOS (bajito).- ¿Por qué?
KOCH.- Tengo miedo. No sé por qué.
CARLOS.- ¿Tenés un arma?
KOCH.- ¿Un arma? No. ¿Por qué?
CARLOS.- Un policía no vendría a un lugar como éste sin su arma
KOCH.- No soy policía.
CARLOS.- ¿Funcionario?
KOCH.- No.
CARLOS.- ¿Detective privado ?
KOCH.- No.
CARLOS.- Entonces ¿qué?
KOCH.- Nada, normal, un particular.
CARLOS.- Si es verdad tenés razón en tener miedo. (Muy bajo) son Westons?
KOCH.- ¿Qué?
CARLOS.- Los zapatos.
KOCH.- No soy yo quien me compra mis zapatos. (Más bajo aún). ¿Quién es?
CARLOS.- ¿Quién?
KOCH.- Ese en las sombras, que me está mirando.
CARLOS.- (más bajo aún). No te pongas nervioso. ¿Tenés un arma?
KOCH.- No, ya se lo dije, no.
CARLOS.- Nadie vendría aquí sin un arma, sin una razón.
KOCH.- Tengo mi razón.
CARLOS.-Entonces tenés un arma.
KOCH.- No.
CARLOS.-Si es verdad, estás mal del mate, viejo.

Carlos se dirige hacia Abad. Abad y Carlos se hablan al oído. Carlos vuelve hacia Koch.
CARLOS (a Koch).- Quiere saber a quién busca.
KOCH.- A nadie.
CARLOS.- Entonces ¿qué vino a hacer aquí?
KOCH.- A morir. Estoy aquí para morir.
CARLOS (bajito).- ¿Quién quiere tu muerte?
KOCH.- Nadie. Yo.
CARLOS.-¿Por qué?
KOCH.- Por cuestiones mías. Cuestiones de dinero. Debo rendir cuentas por plata que se
me ha confiado y bueno esa plata ya no existe. Para contarle un poco se trata de dinero
sagrado. No puedo presentarme al consejo de administración. Una cuestión de reputación si
usted quiere. Mi reputación se fue a pique, me importa un pito que se haya hundido, no me
importa, pero no quiero ver la zambullida.
CARLOS (bajo).- No es un buen lugar aquí para huir de la cárcel.
KOCH.- No estoy huyendo de ninguna cárcel, ¿quién habla de cárcel? ¿Ve usted a unas
buenas hermanas llevando al tribunal a un hombre honorable a quien le han ofrecido con
total confianza la gestión de su dinero? Simplemente que no tengo la edad ni las ganas de
rehacerme una personalidad.
CARLOS (más bajo).- ¿Por qué no te escapás al extranjero con ese dinero?
KOCH.- ¿qué dinero? Le digo que no sé qué se hizo de él (Después de una pausa) No logro
recordarlo. En el día a día, quizá. Sacar un poco un día, otro poco otro día, quizá. No
recuerdo gastos grandes. Llevo una vida mediana. No recuerdo ninguna locura que haya
cometido en estos últimos años. No hay que aceptar en el momento de la jubilación
volverse administrador de obras donde nadie nos vigile.
CARLOS (Después de una pausa, a Abad).- Vino en coche. No es policía. No tiene armas.
No tiene razones válidas. Está de remate.

Abad al oído de Carlos que vuelve hacia Koch

CARLOS.- Quiere saber por qué querés arreglar tus sucios asuntos aquí.
KOCH.- Conocí este barrio antes. Buscaba un lugar que se me pareciera. Quiero solamente
que me dejen acercarme al río, que me dejen recoger dos piedras. No haré ningún ruido. No
quiero que me golpeen, que se me haga daño. Ya no me queda más nada para dar.
CARLOS.- ¿Viniste solo?
KOCH.- Sí. Salvo una mujer.
CARLOS.- ¿Una mujer?
KOCH.- Ella conduce el coche. Está todavía allí, seguramente.
CARLOS.- ¿Eso es todo?
KOCH.- Es todo.
CARLOS (con brusquedad).- ¿Acaso hay huelga en el puerto?.
KOCH.- ¿Huelga? No sé nada de eso yo, ¿de qué huelga me habla? Siempre hay huelgas,
supongo. Además vivo del otro lado de la ciudad, no me ocupo de los asuntos del puerto y
nunca meto la nariz en lo ajeno.

Abad y Carlos se hablan, largamente, al oído.

CARLOS (a Koch).- No quiere.


KOCH.- ¿Por qué?
CARLOS.- Dice que un muerto aquí atraería a la policía.
KOCH.- Pavadas. El asunto se tapará. ¿Quiere que le escriba unas palabras que lo
blanqueen? Se las llevará a esa mujer.
CARLOS.- El no quiere.
KOCH.- Dígale que con dos piedras en los bolsillos mi cuerpo se pegará bien al fondo,
nadie verá nada.
CARLOS.- Se rehusa.
KOCH.- Suplíquele.
CARLOS.- No. (bajo) ¿Qué me darías a cambio?
KOCH.- Ya le di todo. Y ni siquiera recogió mi reloj.
CARLOS.- Yo no recojo.
KOCH.- Tome el coche.
CARLOS.- No me diste dinero.
KOCH.- Le di mis tarjetas de crédito.
CARLOS.- Ningún dinero.
KOCH.- Pero eso es dinero; no conozco otras formas de dinero.
CARLOS.- En tus bolsillos.
KOCH.- Ya vacié mis bolsillos. Tome mi saco si quiere y déjeme en paz con el maldito
dinero. ¿Qué es lo que quiere? Cien francos por aquí cien francos por allá, para alcohol y
cigarrillos, naderías. Los billetes y las monedas son la plata del poblre, la plata de los
salvajes. Mis cartas de crédito son dinero y mi rolex y mi coche. Está estacionado a dos
cuadras de aquí. No me diga que un coche no es dinero.
CARLOS.- (a Abad) No contesta a las preguntas. Creo que está completamente loco.
Koch se acerca del agua recoge dos piedras. Carlos se acerca a él y lo retiene por el saco.
CARLOS (a Koch muy bajito).- ¿De verdad lo vas a hacer?
KOCH.- Sí.
CARLOS.- ¿Por qué? Tenés todo lo que querés, podés irte adonde quieras. Tenés plata,
puedo oler tu plata; el olor me pica los ojos. ¿Por qué harías eso?
KOCH.- Suélteme.
CARLOS.- ¿Y las llaves?
KOCH.- Están en el coche, supongo.
CARLOS.- ¿Y la mujer?
KOCH.- Arréglese con ella.
CARLOS.- ¿Y tus zapatos?
KOCH.- Los conservo. (Carlos suelta a Koch)

Carlos mira a Abad, Abad mira a Koch, Koch pone dos piedras en sus bolsillos.

“Al segundo día, poco después del amanecer, mientras estaba en su cucheta, su
lugarteniente vino a informarle que una vela extranjera entraba en la bahía”.
Melville.

La autopista en la noche, con el sonido del agua contra las paredes.


Entra Fak, seguido de Clara.
Se detienen ante la puerta del galpón.

FAK.- Viniste hasta aquí, ahora debes pasar adentro.


CLARA.- Está demasiado oscuro ahí adentro para que entre.
FAK.- No está más oscuro allá que aquí.
CLARA.- Pues bien, justamente, aquí está totalmente oscuro.
FAK.- No está totalmente oscuro aquí puesto que te veo.
CLARA.- Pero yo no te veo, para mí, pues, está totalmente oscuro.
FAK.- Si venís allá adentro conmigo te hablaré de algo sobre algo de lo que te hablaré si
pasamos juntos los dos allá adentro.
CLARA.- No puedo pasar, mi hermano me daría una paliza.
FAK.- Tu hermano no lo sabrá.
CLARA.- Aunque no lo sepa no quiero pasar.
FAK.- ¿Por qué me seguiste hasta aquí, entonces?
CLARA.- Vine aquí sólo para tomar aire, porque bebí demasiado café, porque hacía
demasiado calor en mi casa, no para hacer nada de nada contigo.
FAK.- No te pido que hagas nada, sólo que te dejes hacer. Yo te hago pasar allí adentro y
me ocupo de todo.
CLARA.- Está muy oscuro allí adentro, soy demasiado chica y tengo miedo.
FAK.- Hay perforaciones en el techo y en las paredes, está menos oscuro adentro que
afuera por las luces del puerto que vienen del otro lado.
CLARA.- ¿Y cómo podría saberlo yo tanto como para no tener miedo?
FAK.- Sólo tenés que cerrar los ojos, ahí está cómo.
CLARA.- Es una tontería. Si cierro los ojos todo queda a totalmente a oscuras.
FAK.- Si cerraras los ojos, cómo está afuera, si oscuro o no, te daría igual, podés hacer
como si hubiera luz plena y que simplemente cerraste los ojos y que yo te conduzco, que
entramos allí adentro que los abrirás cuando yo te diga y que no vale siquiera la pena de
abrirlos nunca.
CLARA.- Si por lo menos hubiera una luz en la calle podría ver la puerta y podría decir si
paso o no. Pero ahora no veo ni la puerta y no puedo decir si quiero o no quiero. Creo que
no quiero porque no veo la puerta, al punto de que si no supiera que hay una porque la veo
todos los días cuando es de día no sabría siquiera que existe una; y si tu no me estuvieras
hablando no sabría que estás vos o alguien ahí y termino por tener miedo de verdad.
FAK.- No hay que tener miedo demasiado tiempo seguido y hay que dejar de ser alguna
vez una niña
CLARA.- Además sé exactamente por qué querés que pase ahí adentro; y por eso yo no
quiero de eso, porque sé muy exactamente de qué se trata.
FAK.- Si sos todavía una niña, no podés saber muy exactamente por qué quiero que
pasemos los dos ahí adentro, y si supieras exactamente para qué entraríamos entonces no
sos tan niña, así que no armes tanto lío pasá y ya está.
CLARA.- Puede ser que no sepa del todo con exactitud porque soy todavía un poco niña,
pero estoy segura que no son cosas muy muy buenas puesto que mi hermano me daría una
paliza si me viera ahora contigo.
FAK.- ¿Cómo podés decir de estas cosas que no son muy buenas si no sabés para nada
cómo son?
CLARA.- Quizás no sepa cómo son porque soy niña, pero no porque sea todavía un
poquitito niña podés decir cualquier cosa y que yo me lo trague.
FAK.- Pero, por favor, ¿cómo podrías saber si está bien o no bien si jamás intentaste esa
cosa con nadie? Y si hubieras intentado y dijeras: no está bien para nada, entonces diría
paciencia no entramos. Pero como yo sé que si hubieras probado no dirías no está bien sino
está absolutamente bien y pasarías ahí adentro sin meter tanto lío sé que no sabés nada, que
primero hay que probar y después solamente se puede decir yo sé.
CLARA.- Entonces ¿por qué no empezás por decirme aquí lo que dijiste que tenías que
decirme?
FAK.-Aquí no, adentro te lo diré y te daré algo después.
CLARA.-¿qué?
FAK.- Te lo daré luego.
CLARA.- No digo, seguro, quizá, que un día no pasaré ahí adentro en el caso de que
alguien muy muy lindo me diga un día: pasa; pero el problema ahí es que yo a ti te
conozco, te veo todos los días, e incluso si está oscuro ahora recuerdo perfectamente cómo
sos; entonces, sin querer decírtelo porque sé que no sería muy amable, no se puede decir
que seas tan lindo al punto de que yo diga: de acuerdo, paso con éste ahí adentro y dejo
caer a todos los demás.
FAK.-La verdad es que no podés saber si un muchacho es lindo o no, no podés saber nada
sobre un muchacho.
CLARA.-¿Y cómo, por favor, no podría saberlo? Esto es demasiado. Sé muy bien mirar a
la gente y decir: es lindo o no es lindo. De todos modos no te toca a ti decir: soy muy lindo.
Sería demasiado fácil, fuera de bromas. Todos los días veo un montón de gente, y no soy
totalmente estúpida, soy capaz de eleggir y decir con éste pasaría, con éste no.
FAK.- No podrás mirar siempre a los muchachos como una niña y por ahora no sabés
adónde hay que mirar a un muchacho y por dónde hay que juzgarlo; después que lo hayas
probado dirás: qué estúpida que era cuando decía que este muchacho es lindo y no lo es y
que este no es lindo y ahora sé bien quién era.
CLARA.- Si pasara, entonces, ¿qué dijiste que me darías?
FAK (tendiendo el puño cerrado).- Un encendedor.
CLARA.- Ni siquiera fumo.
FAK.- Es de oro y con iniciales. (Lo muestra).
CLARA (tendiendo la mano).- Entonces de acuerdo, lo tomo.
FAK.- Te lo doy si pasás ahí adentro conmigo.
CLARA (retirando la mano).- Entonces no, no lo tomo. Cuando se da algo se lo da y eso es
todo, no se pide otra cosa a cambio. Tomá.
FAK.- No pido nada justamente.
CLARA.- ¿Cómo que no pedís nada? Esto es demasiado.
FAK.- No te pido que me digas: sí, paso contigo ahí adentro, te pido que no digas: no, no
pasaré; te pido enonces que no hagas algo, por lo tanto no te pido que hagas algo; mientras
que si no pasás, rechazás, por lo tanto hacés algo y yo no te pedí que hicieras algo, al
contrario.
CLARA.- Mi hermano te dará una paliza.
FAK.- Nadie lo sabrá.
CLARA.- Hay una mujer atrás tuyo que nos mira.
Fak se da vuelta. Mónica está ahí.

MONICA.- Oyeron ustedes el pluf? Estoy casi segura de haber oído un pluf de un hombre
que se cae al agua. (Acercándose bruscamente de Fak): Es de él, Mauricio, su encendedor:
y qué hicieron de él?. (Se oye la caída de un cuerpo en el agua del otro lado del galpón)
Mi Dios! Estaba segura. (Se precipita sobre Clara). Sé buena niñita, muéstrame el camino,
debo sacarlo de allí. El agua debe estar helada y sucia y llena de petróleo y él no sabe
nadar. No se ve nada estoy perdida, llevame. (Fak se ríe). Tomá, aquí tenés dinero, te doy
dinero y te daré más. (Fak se ríe). Tontita. No te daré nada. (Se va en una dirección).
CLARA.- No es por ahí, para nada.
MONICA.- Te querés hacer rogar, es repugnante. (Va hacia otra dirección).
CLARA.- No es por ahí, tampoco, para nada.
MONICA.- ¿Por qué sos tan mala conmigo? ¿qué te hice? ¿por qué sos tan tonta?
Mostrame el comienzo del camino solo la dirección mostrame al menos un pedazo de
dirección.
CLARA.- Tomá mi zapato. (Le tiende su zapato)
MONICA.- Me importa un bledo tu zapato.
CLARA.- Entonces no te muestro el camino.
MONICA.- Dame, dámelo tu zapato (lo toma) ¿qué debo hacer, por Dios apurate, estoy
apurarada.
CLARA.- Si estás tan apurada no puedo llevarte, no puedo correr con un solo zapato.
MONICA.- Por Dios (Se precipita sobre Fak) Ayúdeme señor (Clara se rìe). No diré nada
del coche. Sé que usted recogió las llaves, pero tampoco diré nada. Volveremos a pie, me
arreglaré. Pero por lo menos lléveme hasta él, que pueda recogerlo. (Fak le tiende la mano)
Lo sabía; usted tiene aire de bueno, increíblemente bueno; será pagado por este favor. (En
el momento de trasponer la puerta del galpón al que Fak la arrastra): Está demasiado oscuro
ahí adentro, no quiero pasar por ahí, estoy segura de que hay otro camino.
FAK.- Hay agujeros en el techo y las luces del puerto vienen del otro lado; no hay otro
camino.
MONICA.- Ah, no, por favor, no me tome por una tonta. (Se oye una segunda caía de un
cuerpo en el agua) Esta vez, esta vez, es demasiado tarde, está perdido (A Fak) Pequeño
imbécil, con el aspecto que tiene no hará un kilómetro con ese coche sin ser detenido por la
policía; sería mejor que me diera las llaves en seguida, antes de que que arme lío. (Se pone
a llorar). Que reviente, pues, que se ahogue, que se le hinche la barriga, que se lo coman
los peces, que se vuelva un alga, una ostra, me importa un bledo, estoy demasiado harta de
sus boludeces.

Entra Koch empapado, llevado por Carlos.

MONICA.- Por Dios! (a Clara) No te quedes ahí como un poste, tontita, ves que está
empapado. Andá a traerme toallas. (A Fak). Deme las llaves, apúrese, no tengo la intención
de enmohecerme en este agujero hasta que se haga de día. (A Carlos) Déjelo, usted.
CARLOS (a Mónica).- Se rompió el tobillo.
MONICA.- Imbécil. Démelo. (A Clara) ¿Y?
CLARA.- No la conozco. No veo por qué tendría que servirla como una criada.
CARLOS (a Clara). Clara, apurate.
MONICA (a Clara).- Y una camisa también, para hacer vendas.
CLARA.- Mirá. (Se ríe, muestra el cielo, el día asoma bruscamente).

Koch se desmaya en los brazos de Mónica.


Carlos se acerca a Fak, choca, sin embargo, con Clara que lo arrastra a lo largo de la
pared del galpón.

***

A lo largo del galpón. Luz rosada de la aurora.


Fak mira a Clara y a Carlos, de lejos, fingiendo no mirarlos.
CLARA. -(Reteniendo a Carlos por el brazo).- ¿Es verdad que te escapás con ese coche sin
avisar y sin decir adiós, y dejando a mamá a papá, a todos, sin decir adiós?
CARLOS. -Dejame tranquilo, no tengo tiempo de hablarte. (Mira a Fak).
CLARA. -No tengo tiempo, no tengo tiempo. No tenés nada que hacer en absoluto y decís
no tengo tiempo.
CARLOS.-Estoy muy ocupado, no puedo hablarte.
CLARA. –Entonces corro a decirle a mamá que te largás en sordina con este coche y será
un terrible drama.
CARLOS. –No dije: me voy con este coche; ni siquiera dije : me voy; no dije nada en
absoluto y soy demasiado chica.
CLARA. –Ya no soy chica. Empecé ayer de mañana a beber café y bebí hasta la noche.
Nunca había pasado una noche entera sin dormir. ¿Cómo hacés para pasarte día y noche sin
dormir nunca?
CARLOS. –De día la luz me mantiene despierto y de noche como está oscuro hay que abrir
bien los ojos para ver lo que ocurre, y no se puede dormir con los ojos abiertos.
CLARA. –Los míos se cierra todo el tiempo. Quiero conocer los secretos de ustedes.
Llevame contigo, Charlie. No quiero quedarme sola aquí, no quiero ocuparme sola de
mamá; por qué las muchachas tendremos las tareas pesadas, mientras que los varones no
hacen maldita cosa y andan corriendo en coche riéndose juntos. Cuando se vayan quiero
partir con ustedes.
CARLOS. –Quién habla de partir? Ni siquiera tengo coche.
CLARA. –(Señalando a Fak).- Y éste que tiene las llaves y que espera? Conozco tus
secretos.
CARLOS.- No me está esperando. Lo que tengo no es suyo y lo que él tiene no es mío. No
sabés nada de nada.
CLARA. –Sí, sí, los conozco; ustedes son como los perros, se pelean pero terminan siempre
por lamberse el culo.
CARLOS. –Apurate Clara, andá, no puedo hablarte, estoy demasiado ocupado.
CLARA. -¿Ocupado, vos?, cuando ya ni trabajás siquiera y mamá dice que la miseria pasó
por el zaguán y está a nuestras puertas ahora; y pronto se instalará en la mesa de la cocina.
Las chicas me contaban que la miseria y las desgracias hacen engordar a las mujeres y no
quiero ser gorda; entonces decidí no dormir más hasta aclarar este asunto.
CARLOS. –No tenés de qué preocuparte sos flaca, no tenés suficientes desgracias todavía.
CLARA. –Si te fueras, cómo me defenderé yo sola?
CARLOS. –Todos debemos aprender a defendernos solos.
CLARA. –Vos enseñame; un hermano debe enseñarle a su hermana.
CARLOS. –No tengo tiempo para enseñarte.
CLARA. –Entonces es verdad que te vas a largar en sordina con ese coche. Corro a avisarle
a mamá que te largás; voy a armar un drama, quiero un drama, no se largarán, los
muchachos, sin drama, sino quiero partir con ustedes. Me ponen furiosa, los muchachos
que se divierten juntos me ponen furiosa, todo me pone furiosa, ese coche me pone tan
furiosa! Voy a beber café hasta morirme. Será muy muy largo, aprender a defenderse sola?
CARLOS. –Bastante largo, sí; muy muy largo.
CLARA. –Entonces empezá ya a enseñarme, tenemos apenas tiempo.
CHARLES. –Soy bastante bueno para defenderme, no para enseñarle a alguien.
CLARA. –No quiero que nos digamos adiós.
CARLOS. –Sin embargo no es tan importante. Un día no estaré aquí; te acordarás del
último lugar en que me habías visto, vendrás a buscarme y no estaré aquí, eso es todo.
CLARA. –No quiero decir adiós.
CARLOS. –Apurate en buscar las toallas que te pidieron.

Clara suelta a Carlos.


Carlos se acerca de Fak.
Clara los mira de lejos, fingiendo no mirarlos.

***

CARLOS. –Le voy a dar una paliza.


FAK. - ¿Por qué una paliza?
CARLOS. –Porque te siguió.
FAK. –No fue ella quien me siguió, fui yo.
CARLOS. –Se la daré igual. Una chica no tiene nada que hacer en la calle a su edad.
FAK. –Es por la cantidad de café que tomó.
CARLOS. –No tiene que tomar café a su edad.
FAK. –No es tan chica, tampoco, como para no poder tomar café. Sos el hermano, es por
eso que no te das cuenta que no es tan chica, para nada, al contrario, para el café, en todo
caso.
CARLOS. –Justamente yo veo perfectamente la edad que tiene, y es por eso que digo que
no debe salir de noche, ya no es tan chica como para eso, y le daré la paliza porque te
siguió.
FAK. –Soy yo quien la seguía. Te lo juro.
CARLOS. –Entonces se la daré porque te dio la idea de hacer lo que hiciste.
FAK. –No hice nada.
CARLOS. –La seguiste.
FAK. –Cuando está tan oscuro es imposible saber quién sigue a quién, uno se encuentra así
frente a frente sin saber por qué ni quién está en frente de quién.
CARLOS. –Tuviste la idea de intentar hacerla pasar ahí adentro.
FAK. –No tuve ninguna idea, lo juro; hablaba solamente porque de noche, por casualidad,
nos encontramos frente a frente, y era necesario decir algo para no parecer estúpido.
CARLOS. –Y le pusiste la mano encima.
FAK. –No le puse nada de nada. Apenas tocado quizás y aún así no es seguro porque no se
veía nada.
CARLOS. -¿Hasta dónde la pusiste?
FAK. –Quizás hasta ahí, en ninguna otra parte, de todos modos veía lo suficiente como para
saber hasta dónde ponía la mano.
CARLOS. –No quiero que pongas tu mano en ninguna parte ni que la sigas ni que te venga
la idea de intentar hacerla pasar ahí adentro de noche sin que me digas que te vino esa idea
para que te pueda decir si podés continuar y tenerla o no. Es demasiado chica para tener una
idea por sí misma y para desconfiar y para verte venir como sé que acostumbrás hacer,
deslizándote como un pequeño dragón y hablando de una cosa con otra cosa en la cabeza,
conozco tu técnica; pero después será demasiado tarde y me tocará a mí consolarla. No
quiero tener que consolarla, prefiero darle una paliza antes si llego a adivinar la menor idea
que tengas sin que me preguntes en seguida si podés tenerla y conservarla.
FAK. –Te juro que nunca tendré una idea sin preguntarte si puedo conservarla. Por el
momento tengo la cabeza en cosas totalmente diferentes.
CARLOS. –¿Jurás que me lo pedirás?
FAK. –Seguro que juro.
CARLOS. –¿Sobre qué estás dispuesto a jurar?
FAK. – Sobre lo que que quieras que jure, juro.
CARLOS. –No veo bien sobre qué; no conozco nada sobre lo que puedas jurar y que me
importe a mí, ni nada sobre lo que puedas jurar y que te importe a ti.
FAK. – Cuando lo encuentres me lo dirás.
CARLOS. –Pues bien, por ejemplo, jurá digamos, sobre las llaves del jaguar que tenés en el
bolsillo.
FAK. – Lo juro sobre eso. (Se pone las manos en los bolsillos)
CARLOS. –No sé sobre qué juraste.
FAK. – Como sabés que tengo las llaves en mi bolsillo, sabés entonces sobre qué juré y es
algo que te importa a ti y a mí.
CARLOS. –Sacalas igual de tu bolsillo, no intentes hacerme trampa.
FAK. – No intento nada, no las saco, eso es todo.
CARLOS. –Entonces, fifty-fifty.
FAK. – ¿Fifty qué? No te pido nada, yo.
CARLOS. –La seguiste, le pusiste la man, tuviste ideas sin pedírme permiso: le daré la
paliza.
FAK. –Sos el hermano, ella es chica, es normal que le pegues; así no crecerá para cualquier
lado. No digo más, no soy su hermano.
CARLOS. –No intentes hacerme olvidar de qué hablábamos. Conozco tu táctica.
FAK. –No sabés nada de mi táctica. Hablamos de saber si yo podría, en caso de que me
viniera, tener la idea de poner la mano donde yo quiera y mantenerla puesta, y la idea de
hacer pasar a quien yo quiera donde yo quiera sin tener que decírselo a nadie, ni pedirle
nada a nadie.
CARLOS. –En mi opiniónm, podrías. (Tiende la mano).
FAK. –Y que podré conservar la idea por ejemplo de hacerla pasar ahí adentro, incluso si
ella no sabe lo que quiere decir, incluso si es mil veces demasiado chica o mil veces
demasiado grande, incluso si tiene hermanos mayores, y hacerla pasar cuando quiera sin
que le den una paliza y sin que la consuelen y sin nada de nada.
CARLOS. –Es normal, situviste la idea, podés conservarla, no digo nada más, fifty-fifty, no
hay paliza.
FAK. –¿Lo jurás?
CARLOS. –Lo juro.
FAK. -¿Sobre qué?
CARLOS. –Sobre lo mismo que tu juraste.

Fak le da las llaves.


Cecilia aparece, el sol sube en el cielo a toda velocidad.
Cuando Carlos la ve, cierra los ojos.
Fak y Clara se miran luego salen cada uno de su lado.
Al pie de la pared blanca inundada por el sol.
Cecilia se acercó a Carlos.

CECILIA. –Decime Carlos, decime lo que pensás hacer para sacar rápido rápido todo lo
que podamos sacar de él, para hacerle escupir, para desplumar a este palomo, para sangrar a
ese viejo gallo hasta la última gota de su sangre antes de que haya podido a fuerza de
traiciones y de complicidades, volver a poner en marcha su auto y se largue con la gallina y
con todas nuestras esperanzas y todo el pastel, sin dejarnos una parte, abandonándonos en
la oscuridad y en la miseria oscura sin agua y sin dinero, apenas buena para caminar en
cuatro patas y lamer la meada de los perros sobre la vereda y beber el agua de lluvia en los
tachos de basura y reventar bajo el chorro de una boca de tormenta mientras vos Carlos,
larva podrida al sol, dormís cuando deberías estar ya prendido a él como un murciélago en
sus pelos.

Carlos. –No me llames Carlos y haceme sombra.


Cecilia. –Pará de dormir y contestame primero.
Carlos. No duermo.
Cecilia. .-Siempre dormíscuando te hago una pregunta.
Carlos. –No, pienso en eso.
Cecilia. –Es lo mismo; como siempre cuando hayalgo que hacer, dormís todavía o ya
dormís, como siempre cuando te veo, siempre con los ojos cerrados al punto que ya olvidé
el color de tus ojos, al punto que al verte me pregunto si realmente tengo es ahí a mi hijo a
quien intento hablarle, si es esta larva pudriéndose al sol que un día traje de nuestro país
hasta este país de aqu´con la esperanza de hacer de él un ser humano de primera categoría;
pero al verte hoy no me queda ya nada de las esperanzas que me mantenían tan
erguidasobre el barco al llegar aquí, nada más que esta larva ignorante, incapaz y renegada,
pálida como la gente de aquí, vestida como la gente de aquí, estropeada por el sol y los
modales y la pereza de cocodrilo de la gente de acá, y que despreció la escuela, le dio la
espalda a la honorabilidad, obligado a trabajar en trabajos sin nombre, de noche, un trabajo
sin planillas de pago y sin aumentos y sin honor e incluso eso lo dejaste caer y ahora te
dejás hundir como una larva muerta en un charco, mientras que allá se seca nuestra parte
del pastel que vas a dejar escapar, sin los agradecimientos obligatorios y justos que nos
correspondepor derecho puesto que vos lo sacaste del agua.
Carlos. –No fui yo quien lo sacó del agua.
Cecilia. –Sí, fuiste vos, sí, fuiste vos, lo vi todo desde mi ventana, debe pagar por haber
tropezado con ese agujero, Carlos, deberá pagar.
Carlos. –No quiero que me llames Carlos.
Cecilia. –Es tu nombre.
Carlos. –Me llamo Charles.
Cecilia. –No delante de Dios, no delante de Dios y no delante de mí.
Charles. –Me impedís pensar.
Cecilia. –Pará de pensar y contestame.
Charles. –O se habla o se piensa, no se puede hacerlo todo.
Cecilia. –Para quién pensás? ¿Para tí solo o para todos nosotros?
Charles. –Pienso en general.
Cecilia. –Somos demasiado desgraciados y no suficientemente ricos para pensar.
Charles. –Hay que pensar para tener un plan.
Cecilia. –No tenemos necesidad de un plan.
Charles. –Yo necesito un plan para hacer algo.
Cecilia. –No hacés planes, dormís.
Charles. –No duermo, pienso.
Cecilia. –Entonces decime el resultado de ese pensamiento.
Charles. –Primero dame tiempo.
Cecilia. –Somos demasiado viejos para tomarnos nuestro tiempo; si no hacés nada, me voy
a ocupar yo misma de hacerlo largar.
Charles. –No te ocupes de nada, quedate en tu rincón, no son asuntos tuyos, sos demasiado
vieja para traficar, y enferma.
Cecilia. –Vino para todos nosotros, no para ti solamente ¿Qué? ¿Un auto llega en plena
noche, todo el mundo sale a negociar y a mí me van a dejar en mi rincón con el pretexto de
que soy demasiado vieja y enferma? Negociaré igual ya que no hacés nada.
Charles. –Si hablás todo el tiempo no puedo pensar; si no pienso no tendré un plan; si no
tengo plan, entonces no podré hacer nada, y ahora dejame tranquilo.
Cecilia. –No Carlos, no duermas, no duermas, Carlos.
Charles. –Charles, por Dios!.
Cecilia. –No te duermas.
Charles. –Tengo el sol en la cara.

Cecilia se mueve y le hace sombra.


Cecilia. –Quiero estar en tu plan, en plena mitad de tu plan, comer contigo mi parte de
pastel que es justo que yo coma antes de reventar. No quiero que tu plan sea para ti solo,
que nos dejes plantados en esta mierda en meedio de salvajes que nunca conoceré, ni las
costumbres, ni los modales, ni la religión, sin agua, sin plata, sin luz, con esta hija encima
que no sabré nunca a quien dar porque no conozco a nadie aquí y este viejo marido que no
termina nunca de largar el último aliento de guerrero y yo misma a mi cargo, tan vieja, tan
enferma, una enfermedad de aquí, cruel, solapada, sin nombre y sin santo patrón a invocar
cuando sólo podía confiar en ti para darle un nombre a mi enfermedad y no reventar por
ella como voy a reventar, sin haber conocido un solo momentito sin sufrimientos y sin
miseria, como una mosca encerrada en un placar que muere al final del día sin que el placar
haya sido siquiera entreabierto.
Charles. –No estás tan enferma ni tan vieja, sólo fingís para seguir con tus lloriqueos y no
dejarme pensar.
Cecilia. –Sí, me gusta lloriquear y seguiré llorando a los pies del cocodrilo que pescaste en
el agua y que se está secando allá y que si seguís durmiendo como un hipopotámo se va a
retirar de aquí sin nuestra recompensa; pero si no te movés, reventaré yo mismo los
neumáticos de su auto con un cuchillo de cocina y le plantaré yo misma mis dientes en el
muslo y le haré verter lágrimas hasta que quede totalmente seco. Carlos contestame.
Charles. –No quiero oir este nombre.
Cecilia. –Y yo no te llamaré de otro modo.
Charles. –Entonces no te contestaré nunca.
Cecilia. –Es un crimen cambiar el nombre con el que Dios nos conoce; lo que esté marcado
en tu cuenta será puesto en la cuenta de otro, y sólo Dios sabe que será puesto, Carlos, bajo
tu nombre.
Charles. –No contestaré.
Cecilia. –Pero si estamos solos, si nadie nos oye, si nadie, ni con buena vista, puede ver mis
viejos labios moverse, bien puedo llamarte como quiera.
Charles. –No, no quiero.
Cecilia. –Y yo no quiero, no puedo llamarte de otro modo.
Charles. –El sol se movió y lo tengo en los ojos.

Ella se mueve y le da sombra.

Cecilia (bajito). –En lo secreto, Carlos, bien al fondo de tu corazón, ¿nunca soñaste con
volver al pago para hacer allá tu vida? ¿Nunca soñás, acaso, en secreto por lo menos, en el
país del que venimos, donde todo sería más simple para tí, donde no serías extranjero,
donde se habla tu lengua y serías reconocido dignamente?. En secreto, decímelo Carlos, si
no sueñas con nuestro país donde las calles son tan limpias, donde hace tanto frío cuando
aquí uno transpira, y calor cuando nos congelamos de frío, donde la gente es cristiana y nos
respeta. Decímelo en secreto, cuantas veces ya soñaste Carlos, con los paisajes de nuestro
país, las casas de nuestro país, el agua, las tormentas, en la primavera de allá, decíme eso al
menos, Carlos.
Charles. –No me llames Carlos, no contestaré.
Cecilia. –Contestame, contestame, no te llamaré más.
Charles. –No, no pienso nunca en eso.
Cecilia. –Pero los sueños, ¿acaso no soñás?
Charles. –Nunca, no, no sueño con eso.
Cecilia. -¿En qué soñás, entonces?
Charles. – NO sueño.
Cecilia. –No te duermas, no te duermas.
Charles. –No me duermo.
Cecilia. –Pues bien no quiero yo que te vayas allá para hacer tu vida allá. No quiero que
pienses en eso; ni siquiera quiero que sueñes, Carlos, ni el más mínimo sueño, incluso en
secreto, en las primaveras de allá, los arroyos de allá, las tormentas , el agua, las calles
blancas; no quiero que sueñes con nuestro país donde la vida sería más fácil, donde la gente
es cristiana y donde se nos respeta. Quiero que te quedes aquí con nosotros, plantado con
nosotros en la mierda de acá.
Charles. –Haceme sombra.
Cecilia. –No tengo más sombra. (Llora).
Charles (abriendo los ojos). Tengo cosas que hacer. (Sale).

“La noche sopló sobre él, sopló suavemente...”


Faulkner.

Abad, todo mojado, sobre la escollera, al sol.


Charles se le acerca.

Charles. Fak me dijo que ahora querés hacer tu bisnes por separado. Tenés derecho a
guardar tus secretos; incluso un hermano tiene el derecho de tener secretos para su
hermano; pero un hermano que tenga demasiados secretos para su hermano, no es un
hermano, es un extraño, y si no es un extraño entonces es un traidor. Cuando trabajábamos
juntos, siempre hicimos fifty-fifty, ¿no? Y como no tenés familia que alimentar, vos, debés
tener un lindo paquete escondido; sos ahorrativo, entonces, yo sé que tenés un lindo
paquete escondido. Por lo tanto, es verdad, podés hacer tu bisnes por separado, Fak dice
que tenés derecho de hacerlo, Fak siempre tiene razón, vos también, y si es verdad,
entonces no tenés más que decirme adiós, tenés derecho de ir de tu lado y yo del mío. Pero
no soy yo quien partirá primero, metete bien eso en la cabeza. Sos vos el que dirá adiós
primero, no yo, morocho, no yo.
Fak dice que es porque no había ya suficientes obreros regulares acá, y que viven a lo largo
del puerto ahora; Fak dice que una compañía no puede mantener una línea si no hay
suficientes personas para utilizarla; seguramente tiene razón, es el bisnes. De todos modos,
el ferry, morocho, no parará nunca más acá, eso es lo seguro, y lo que es seguro es que
entonces es verdad que tenés quizás interés en hacer tu bisnes por separado. Fak dice que
tenés razón; tiene razón, vos tenés siempre razón; debe ser porque no hablás mucho y
guardás tus secretos; entonces, seguro, no te equivocás mucho. De todos modos, yo no haré
mi camino sin ti, contigo no tendré nunca secretos, morocho, nunca seré un traidor.
Para nosotros, morocho, se terminó la vieja técnica, tenemos la sangre demasiado podrida
para eso, hay que saber cambiar de técnica cuando se está a tiempo todavía. Mirá los
demás: todos, se fueron, todos están haciendo la guita en otra parte, de otras maneras. Hay
que saber irse cuando es todavía tiempo. No hay que tomar el camino que está demasiado
marcado para nosotros, morocho, hay que trazarse uno, al lado, el nuestro. Tenemos que
seguir el bisnes juntos. De todos modos sólo yo te comprendo, morocho, es por eso que te
debe importar que sigamos el bisnes juntos. En cuanto a tu guita, no podrás nunca hacer
nada con ella sola, morocho, nada, necesitás de mí para hablar. Yo sé muy bien lo que hay
que hacer con eso, por eso harías mejor en dármelo enseguida. Tu plata no debe pudrirse
contigo.
Mirá cómo estoy vestido; mirá mis zapatos; ella se dará cuenta en seguida que soy un pichi.
Los ricos ven la plata en los bolsillos de los otros a través de la tela, ven los bolsillos vacíos
antes siquiera de verte a ti. No quiero parecer un pichi, morocho, eso no lo quiero.
Quiero agarrar a la mujer. Dicen que a un jaguar, morocho, no lo para nadie, ni siquiera los
frenos. Cuando hayamos tenedo a la mujer, tendremos el coche, morocho, pero no con la
vieja técnica, tenemos la sangre demasiado podrida para eso y no llegaríamos lejos. El
porvenir es el bisnes y la suavidad; y para eso tenés que dejarme hacer, hay que ser
paciente; no hay que ponerse nervioso. Y entonces ya no necesitaremos frenar, morocho,
eso te lo prometo.
Sólo que no puedo ir a encontrarla sin plata en los bolsillos. Tu plata, sólo quiero
ponérmela en los bolsillos, sólo mientras le hablo, y después te la devuelvo. Quiero
solamente que no nos falten al respeto.
De todos modos, sabés muy bien, morocho, dónde está tu interés; Fak dice que nunca
perdés el rumbo, incluso si lo parece, y tiene razón. Sabés muy bien, morocho, desde el
primer día, que o te salvás conmigo o te perdés conmigo. (Se ríe). Somos hermanos,
morocho, por la sangre somos hermanos, por la guita somos hermanos, por donde nos pica
somos hermanos, no tenés realmente interés en que yo sea un piojoso, morocho, o entonces
serás el primero en rascarte. En realidad no tenés opción.
Cuando era niño tenía siempre piojos en la cabeza, bajo los brazosa, sobre el más mínimo
pelo una colonia de piojos negros instalados. Mi vieja me embadurnaba con petróleo pero
cuando se les creía eliminados volvían sobre la punta de los pies y volvía a empezar a
picarme. Entonces me cepillaba las uñas; decía: debe de haber uno que se esconde ahí
abajo; me hacía beber infusiones de retama o de asperilla para limpiar la sangre que
transporta los huevos; pero siempre había alguno que lograba esconderse y nunca se pudo
encontrar donde. Contra el último piojo, no hay nada que hacerle, hay que abandonar (Se
ríe). Al final es mucho más fácil acostumbrarse a los piojos que deshacerse de ellos.
Tu guita, sabés, no podría hacer gran cosa con ella yo solo (se ríe), no gran cosa, no, no
tenés que preocuparte (se ríe). Lo sabés, morocho, pero de repente no sabés que yo también
lo sé. Puede ser que lo haya olvidado hace un rato, puede ser que lo olvide enseguida. Pero
ahora lo sé y no te olvides, morocho, que te lo dije.
Tendría que haber nacido de otro modo. Nacer rico y tonto, nacer como niño idiota de un
banquero o de un armador, es el único sueño que vale la pena tener, morocho; fuera de esto
todo el resto ni vale la pena soñar con soñarlo. Es por eso que nosotros no soñamos con
nada, morocho, no es tu culpa ni la mía, nacimos mal eso es todo. (Recoge el dinero que
Abad depositó delante de él)
Es por eso que te quiero, morocho. (Se ríe). Es por eso que te quiero (besa los billetes). No
te olvides que te lo dije.

Charles sale
***

La autopista a la hora de la siesta.


Koch está tendido, todo mojado, al sol, con los ojos cerrados.
Mónica y Charles hablan bajito.

Mónica. –No me tutee y no levante la voz, por favor, hablemos cortesmente, no vale la
pena estar asustándose. Además ya ni tengo la fuerza de tener miedo. Si solamente la gente
hiciera todos sus asuntos con cortesía, sin familiaridad y sin levantar la voz, las cosas serían
mucho menos cansadoras, a pesar de todo. ¿No tendría usted un peine, un resto de peine
por lo menos, incluso si le faltan dientes?. Lo único que no soporto después de una noche
en vela es el no poder pasarme un peine. No, no tengo ganas de verlo agitarse nuevamente;
incuba su capricho, lo despertaré cuando el coche esté listo para arrancar. En cuanto a mí,
me gustaría, Señor, por lo menos saber; fijelo usted, estoy dispuesta a pagar el precio que
me pida.
Qué tímido que parece, cómo la luz vuelve todo esto amable e intimidante. Prefiero no
mirarme, mis cabellos están tan secos, deben erizarse para todos lados. Su especie de
timidez se me contagia, lo siento, dentro de cinco minutos voy a correr a esconderme allá
atrás poniéndome colorada y no es así que los negocios van a andar. Estoy tan tan canasada
y a punto de desmayarme, Señor! No me mire así, debo tener el aspecto de una bruja; por
qué no me encuentra un pedacito de viejo peine sucio en alguna parte.
Charles. –Rs de bisnes que quiero hablar. Nunca doy nada contra nada, yo; entonces es con
él que quiero discutir, no contigo. Hace tiempo ya que no sé hablarle a las mujeres. Es
cierto que con esas greñas parecés una escoba, voy a decirle a mi hermana que te ayude a
peinarte mientra hable de bisnes con él.
Mónica. –Con él, mirá pues! Con él, muy bien. Está ahí, revolcado, enfermo, con arena y
caracoles todavía en lasejas y en el fondo de la garganta, pero es con él que quiere hablar.
Se está pasando. >Vamos, inténtelo, pregúntele cómo camina un coche, háblele pues de
cabeza de DELCO (sistema de encendido, bujía) si quiere verlo mirar para otro lado. En
cuanto a su hermana la conozco, y todavía espero las toallas que fue a buscar. Pero no, ya
no espero ninguna toalla, ninguna camisa, ni un peine, ni ayuda de nadie, no espero más
nada.
Charles. –¿Te vas a desmayar?
Mónica. –Menos mal que usted es cortés por lo menos; no me siento para nada bien. No
hay ninguna razón para que plantemos nuestra carpa aquí hasta el fin del diluvio. Es
necesario que lleguemos a un arreglo. Pero no tengo plata, no me queda nada.
Charles. –Yo tengo plata, no quiero plata.
Móonica. –Muy bien; yo vi enseguida que usted no era un piojoso. Estoy demasiado harta
de los piojosos. Quiero irme, quiero volver a mi casa, quiero que este coche arranque, no
quiero llegar a la ciudad con estas greñas, ayúdeme. ¡Señor!

Se desmaya; Charles la sostiene.

Charles. –Dije que venía para ayudarla. Todavía no es de noche. No estés tan apurada.
(Después de una pausa, bajito): ¿Es la XJS, coupé?
Mónica. –Una berlina. La Vanden Plas.
Charles. –Cinco litros tres.
Mónica. –Sí. Doce cilindros.
Charles. –Doce cilindros. ¿Es verdad que tiene un problema con los frenos?
Mónica. –Boludeces. Cuatro frenos de disco, doble circuito, servofreno a depresión.
Charles. –Es extraño, una mujer que entiende de mecánica.
Mónica. –¿Tiene usted familia?
Charles. –Mi hermana.
Mónica. –¿La quiere?
Charles. –Es astuta. Aprenderá rápido. Hará algo bueno si se lo propone.
Mónica. –Sólo con mis hermanos y hermanas me entendí siempre. No habría que dejar
nunca a sus hermanos. Todo el resto son boludeces. ¿Por qué dejar a aquellos con quienes
nos entendemos bien y que no esperan nada de nosotros?.
Charles. –(Señalando a Koch). –¿No sabe siquiera manejar?
Mónica. –Ni siquiera. No sabe hacer nada. No es astuto. No aprende rápido. (Pausa). No
me mire.
Charles. –Alguien que está mal vestido es como un coche de lujo sin motor, abandonado en
un rincón. (Pausa). Hablo por mí.
Mónica. –es verdad que con su mirada tímida de perrito de caza me pega usted la timidez.
Charles (después de una pausa). –Soy demasiado viejo, ya no sé hablarle a las mujeres.
Mónica (de golpe). –Venga, venga con nosotros (Le tiende la mano). No quiero hablar más
con él. Me impedirá hablar. Venga con nosotros (Charles le da las llaves). Sí, será mucho
mejor así. (Toma las llaves, conserva la mano tendida). Apúrese, siento que la noche está al
caer, el susto me vuelve.
Charles. –Despertalo. Tenés las llaves.
Mónica. –Las llaves, las llaves, ¿qué quiiere usted que haba con sus llaves? Cree que tengo
absoluta necesidad de llaves para hacer arrancar un coche? Una ñiñita sabría hacer arrancar
un coche sin las llaves, no me tome por una tonta. (Bajito) La cabeza de DELCO (bujía). Y
además forzaron el capot, está todo abollado.
Charles. -¿Quién?
Mónica. -¿Quién?
Me lo pregunta a mí: ¿quién?. Señor! Usted, supongo.
Charles. –Sabía que nunca hay que hacer negocios con una mujer (Se ríe). Me acuerdo,
ahora. (Bajito). Si querés salir de aquí tendrás que cargarlo. Son doce kilómetros, dando la
vuelta.
Mónica. -Váyase al diablo; no me tutee.
Charles. –Si te vas en seguida, llegarás quizás antes que la noche.

Sale.

*****
(“Porque había dicho, congelados o no congelados nos reencontraremos. Usted nos
condujo, capitán, de un país templado a un país glacial, sin dejarnos el tiempo de calzar los
botines y ponernos los pantalones de lana, nos hace apurarnos, con el tiempo justo para
saltar de la casa al cuartel, del cuartel a los muelles y del muelle al barco, como pulgas
calzadas con alpargatas y ahora ¿quién nos va a reemplazar nuestras alpargatas podridas
por la nieve y el hielo, y los pies que estaban dentro? Bufó y dijo: cerrá el hocico caporal,
caminá y cerrá el hocico; el soldado se había inclinado hasta mi oreja: caporal!, le dije,
cerrá el hocico soldado y caminá; y todavía tenía respeto por las jerarquías.
Capitán, capitán, a pesar del respeto que tengo todavía por las jerarquías, por qué no les
dice a los oficiales superiores, que los hombres, los pobres hombres, se han congelado los
pies en sus alpargatas agujereadas, que no se puede avanzar más, que la niebla está
cayendo, que habría que volver a los barcos y esperar los botines, o entonces sentarse en la
nieve y congelárselos dentro de nuestros pantalones de tela, capitán, eso es lo que nos
espera, nos alejamos de los barcos, ya no los veo, no veo más a mis hombres, incluso a
usted no lo veo más: el capitán había dicho: caporal no se discute, se camina; el soldado me
había tomado del brazo: Caporal, le dije, no se discute. Entonces no vi más al capitán,
perdido en la niebla, no vi más al soldado, vi apenas su gorro hundirse en la nieve y el
hielo, y me senté para esperar órdenes, llevaba un muy pantalón de tela muy liviana como
se usan en los países templados. De modo que se largaron así, dije, con o sin cojones los
reencontraré” dijo Rodolfo.

En el galpón atravesado por rayos dorados


Cecilia, preocupada y solitaria, atraviesa largamente el galpón.
Llegada de Abad, se detiene, lo mira apenas, saca un pañuelo de su bolsillo, se lo tiende.

Cecilia. –Quiero fumar un cigarrillo, soy una vieja mujer enferma, no debo fumar bajo
ningún concepto por mi tos, mi marido no quiere bajo ningún concepto que fume, le parece
que me hace muy putona; quería traer toallas para secarte, cigarrillos para drogarte y mis
cuentos para corromperte, pero soy una muy vieja mujer sin memoria, no tengo más que un
viejo pañuelo no muy limpio y las ganas de fumar yo misma, te vas a agarrar una
congestión de primera si no te secás (Abad toma el pañuelo). Me entiendo bien con los
salvajes, soy una vieja salvaje, yo misma, mi marido dice que siempre seré una salvaje
incluso si parezco putona, hay que poder reirse si uno tiene ganas de reirse, no tengo fuego
tampoco. (Abad le tiende un cigarrillo encendido). Es el mundo al revés, pero Dios, muy
agradecida, tiene la costumbre de distinguir los animales puros de los animales impuros,
nunca nos acostaremos sobre el mismo lecho, muy agradecida, no se embarcará en nuestro
mismo barco, pero séquese de una vez. (Tose). Putona, yo (Se sienta). Quiero solamente, y
entre nosotros, fumar un cigarrillo, quiero respirar, un poco, entre salvajes. (Fuman).
Tengo que esconderme hasta la noche, cuando la noche comience a venir iré a buscar a ese
señor distinguido con mis cuentos , si comienzo demasiado temprano estaré frita, mis
cuentos sólo funcionan en las primeras horas del crepúsculo. Estoy tan cansada que apenas
me viene una ideita tengo que sentarme para retomar el aliento. ¿Qué te importa a ti, eso?
De todos modos no vio nada, es demasiado viejo, tiene seiscientos años y tenía los ojos
llenos de agua, de modo que le haré el cuento de la vieja mujer enferma cuyo hijo lo sacó
del agua y recogeré el paquete, y haré una lista como en mi casamiento, la mercadería es de
primera categoría, vi el auto de muy muy cerca al sol, por eso tengo que esconderme. Un
salvaje en este país debe saber ser discreto; vos sos discreto, muy aghradecida, si no
hubiera oído las gotas de agua que te chorrean de la cabeza prácticamente hubiera chocado
contigo; ¿qué esperás para secarte? ¿Qué le venga la congestión a él? ¿qué puede
importarte? De todos modos no recogerás nada de nada, muy agradecida. Ese señor
distinguido sabrá notar la diferencia, nunca flotaremos vos y yo en el pedazo de madera; mi
marido dice que hay que poder reirse cuando uno tiene ganas de reirse. (Tose). Cigarrillos
winston, cigarrillos de maricón. (Tira el cigarrillo). No dejes caer mi pañuelo limpio en
esta inmudicia. (Recoge el pañuelo).
Está muy sucio aquí. (Mira alrededor suyo). Es repugnante. Tengo vergüenza por usted,
nunca vi una inmudicia así. En mi país tendríamos vergüenza de de imaginar un lugar
semejante. Incluso las ratas de caño de mi país se negarían a acoplarse con las ratas de aquí.
Pero mi hijo nunca fue totalmente normal. Tanto peor, lo haré sin ti; los salvajes se
revientan entre ellos en lugar de ayudarse, se sabe. (Se levanta, se aleja de Abad). Me dijo
que había una toma de agua por aquí, una canilla, no vi nada. Al menos podría pintar
paisajes de su país sobre las paredes. Habrías podido pintar paisajes de tu país sobre las
paredes. No sé cuál es tu país, ni tu religión, ni el nombre de tu madre, nada; no sé nada de
mi hijo, y mimarido dice que no sé pintar. De todos modos ya no me acuerdo ni de mi país.
Soy una putona en salud, buena para reventar los neumáticos de los autos con un cuchillo
de cocina, y para esperar el crepúsculo. (Se ríe). Enferma, yo! Lo oigo jadear ahí atrás, debe
haberse agarrado una congestión de primera con esa agua helada, ojalá revientes con una
congestión helada vos también ya quye no querés ayudarme; debo hablarle antes de que
reviente, ¿qué son esos días que duran horas y horas? Si salgo demasiado temprano estoy
frita. (Le da la espalda a Abad, mira el techo, camina a lo largo). Al suelo, bajá,
precipitate,1 ¿no estás aún cansado de tostarnos como a larvas, no estás aún harto de
joderme?. No querés, por favor, ser bueno y hacer tu zambullida y dejarme el lugar.
(Volviendo de golpe corriendo hacia Abad). Y vos, decile a esas gotas de agua que dejen
inmediatamente de caer de tu cabezota, que dejen de crepitar bajo el sol. Ese ruido me
cansa, no tenés ningún derecho de hacer ese ruido, ninguna autorisación , nada, no tenés
derecho ninguno de existir.
¿Qué precio pagaste, vos, para vivir en paz en este país? ¿Por qué te fuiste del tuyo?
¿Asesinaste a tu madre? ¿Te metiste en política? Un hombre no deja a su país con la
vergüenza del nombre de su madre sin un crimen. Nos traen desgracias con el olor de sus
crímenes, de su vergüenza, d su silencio, de todo lo que esconden. Con ustedes, venidos acá
sin padre ni madre ni raza ni ombligo ni lengua ni nombre ni dios ni visa vino el tiempo de
las desgracias unas tras otras, por culpa de ustedes vino la desgracia subió por nuestras

1
En francés “couché, descend, dégringole” como a un perro a quien se le da una serie de órdenes (N.del T.)
escaleras, hundió nuestras puertas y fue el comienxzo de la miseria, el comienzo de la falta
de dinero, el comienzo de la oscuridad cuando es necesaria la luza y los soles que se
rehusan a aponerse, el comienzo de los barcos que ya no se detienen, del abandono de las
casas por la gente honorable, el comienzo del desorden, de los insultos, de las cucchilladas,
del miedo a la noche, del miedo al día, del miedo pegado a los hombros, del desarreglo de
los días y las noches,; el comienzo de las enfermedades inyectadas en nuestra sangre por
moscas que se esconden en sus pelos. Antes, el sol era el sol y obedecía al dedo y al ojo, y
la noche el tiempo del sueño: las puertas cerraban con llave, las ventanas cerraban con
vidrios y de las canillas corría agua.; pero ustedes bebieron hasta la última gota del agua de
nuestras canillas y no dejaron más para nadie. Antes todo estaba bien aquí; no había ni
dolor en las piernas ni dolor en la espalda, en el cuello, en los ojos, ninguna fiebre que
impida dormir, ningún dolor de barriga ni mal de pecho. Entonces nuestros cuerpos
caminaban bien erguidos, con los hombros hacia atrás y la espalda flexible. Pero su
verguenzas encorvó lentamente nuestros hombros y nos bjararon la cabez y fue el cmoieno
de nuestra desgracia: No quiero verte más, no quiero ver más nada. (Volviéndose hacia el
techo). Al suelo!2

Los rayos dorados parpadean suavemente y pierden su brillo. Cecilia sale.

*****

Mientras corren a lo largo del galpón todavía algo soleado.

Clara. –No tengo tiempo.


Fak. –Yo tampoco.
Clara. –No quiero que me hables.
Fak –No puedo hablarte puesto que no tengo tiempo.
Clara. –No quiero siquiera que me mires, incluso a toda velocidad, no quiero.
Fak. –No tengo ya necesidad de mirar porque ya te miré tranquilamente y todo sin
excepción incluso sin vestido arriba.
Clara. –No miraste nada sin ropa arriba, ¿qué estás contando?
Fak. Sí, lo miré esta mañana, lo miré.
Clara. –Y cómo lo habrías mirado, por favor, y encima tranquilamente, ahí te pasaste.
Fak. –Cuando lo lavaste todo en el río, hoy de mañana, sin excepción, te lo miré.
Clara. –Nunca me lavaré en el río, ¿qué estás contando? El agua es demasiado sucia,
tenemos una casa, está la canilla con agua limpia adentro.
Fak. –No hay más agua ahí adentro y esta mañana tu mamá te ovlig´ñoa a lavarte en el río,
y ella miraba alrededor para ver si nadie miraba mientras que te lo lavabas, pero yo estaba
sobre el techo ahía arriba y te miraba sin escepción como te veo ahora con la ropa encima
ahora.
Clara. –No veo qué cambia eso de todos modos.
Fak. –Cambia que ahora harías mejor en querer conmigo para estar iguales, y habérmelo
mirado tu también sino vas a parecer realmente demasiado tonta.

2
. De nuevo la expresión “couché” es dicha como voz de orden a un perro (N.del T.).
Clara. –No veo lo que cambió puesto que yo también te miré cuando te lavabas hoy de
mañana en el río muy tranquilamente, entonces pues ya estamos iguales y tenés que
encontrarte otra treta.
Fak. –No me miraste nada de nada porque yo no me lavo ni nada ni en el río ni en una casa
ni en ninguna especie de agua ni sucia ni limpia, nunca.
Clara. –¿Y querrías que yo quisiera contigo cuando vos mismo decís que no te lavás nunca
nada en ninguna parte? Es demasiado. Quizás que hubiera quizás querido con cualquiera
que se lavara todos los días y por todas partes y sin falta, pero ya que vos mismo decís que
sin falta no te lavás nunca no veo cómo yo podría querer si estoy siempre limpia y por todas
partes.
Fak. –Yo también, podés ver, estoy completamente limpio siempre y en cualquier parte.
Clara. -¿Cómo eso que estás limpio? Eso no me lo tragaré nunca. Acabás de decir vos
mismo que no te lavás nunca, no lo dije yo, tomá.
Fak. –Justamente, los que no se han lavado nunca, desde que son muy chiquitos, están
siempre limpios, porque la mugre se desinteresa de ellos y les resbala encima. Mientras que
los que están lavándose todo el tiempo y pasan en eso mucho tiempo, su mugre los
persigue: más se lavan más se agarra; y más tarde, cuando seas muy ggrande, deberas
lavarte cada vez más seguido y más tarde cuando seas muy vieja te lavárs todoel teiempo y
estaràs sucia todo el tiempo, mientras que yo estoy limpio hasta el fin de los tiempos.
Clara. –De todos modosm, igual sin estar iguales, nunca voy a querer porque sé yo, con
muy precision , que mi hermano tre dijo que podìas hacerlo, lo quiera yo o no; entonces yo
que lo puedas o no, jhamás lo voy a querer.
Fak. –No veo paranada lo que cambia para túi que yyo lo pueda ono, puesto que lo que
quiero ahora es que vos lo squierasa tambièn.
Clara. –Y ¿por qué, aver¿necesitás además que yo lo quiera, si ya podés.
Fak. –Porque es mucho mejor cuando todos lo quieren y verás vos misma tambien hasta
qué punto es mejor.
Clara. -Pues bien, imaginate que incluso si supiera que sería mejor si yo lo quisiera no voy
a querer aunque sea con un muchacho porque uestedes los muchachos quieren siempre
intercambiar algo contra algo y nunca dan nada, entonces no quiero nada en absoluto.
Fak. –Yo no intercambio nada, me dan o no me dan, tomo o no tomo, doy o no doy.
Clara. -¿Cómo es eso, por favor, que no intercambiás? Sin embargo vi muy claramente hoy
de mañana cómo intercambiabas con mi hermano las llaves del coche para que pueda
laregarse, a cambio de algo que sé con total precisión.
Fak. –No intercambié nada puesto que no le le dí nada para que pudiese largarse y que
tengo todavía en el bolsillo.
Clara. -¿Qué¿
Fak. –La cabeza de Delco (BUJIA)+
Clara (tendiendo la mano). –Entonces, dámela.
Fak. –Tomá (se la da).
Clara (después de una pausa). -Soy muy desgraciada
Fak. –Si fueras muy desgraciada no dirías siempre no. Alguien muy desgraciado dice sí y
alguien que dice no es siempre un poco feliz todavía.
Clara. –Y sin embargo ya no estoy ni un poco feliz para nada.
Fak. –Si fuera verdad, tenés que decir sí.
Clara. –Sí.
Fak. .-¿Cuándo, precisamente?
Clara. –Cuando esté muy oscuro, quizás súi, que diré sí.
Fak. Cuando esté oscuro lo vas a querer, ¿de verdad¿
Cñlara. –Completamente oscuro, sí, ahí voy a querer, de verdad.
Clara. –Te esperaré. (sale).
Clara. –Sí, sí. Sí. (Sale).

Sobre la escollera. Abad está en cuclillas al borde del agua.


Charles se pone en cuclillas al lado de él. El sol, bajo, se refleja sobre el agua del río.

Charles. –Adiós, morocho: busco a Fak y cuando lo haya encontrado me escapo con el
coche, solo. No hagas ninguna boludez antes de que me vaya, no reflexiones demasiado, no
te enojes, no te muevas hasta que yo me haya ido. Te pido eso, bien me lo debés.
Te enseñé todo lo que sabía, morocho, te di todo lo que tenía; cuando llegaste aquí te
escondí y no te hice preguntas. Pero lo que se da un día, siempre se tiene el derecho de
retormarlo; sólo a uno mismo uno da de verdad; a otro se le presta, y es necesario que un
día devuelva. Hoy te toca a ti devolver, morocho. Entonces hasta que la jaguar se vaya
conmigo adentro, morocho, podés creerme, no te muevas, no te pongas nervioso, no hagas
boludeces, no intentes comprender.
El ferry de la noche vendrá, quizás, y podrás tomarlo y retomar el trabajo incluso si estás
solo para retomar el trabajo: yo cambio de lado, me voy al puerto; trabajaré al principio
com gorila de alguna empresa, haré algo de plata y ya no se me verá más por aquí. Es tan
sencillo como eso, mi viejo: cada uno por su lado.
Quizás hemos trabajado juntos hasta ahora, morocho, y estaba bien; pero ahora ya no
podemos trabajar como antes; entonces es quizás tiempo de que hagamos nuestro bisnes
por separado. Quizás éramos como hermanos, sí, pero quizás sea también tiempo de que
nos separemos.
Por otra parte, nunca entendés lo que te digo, y yo no entiendo nada de lo que pensás; hacés
siempre como pienso que pensás que no tenés ganas de hacer y después te corregís; es así
que creo comprender que funcionás; pero no podrás siempre corregir, morocho.
Finalmente, nunca entendí verdaderamente nada, en ti. Entonces, vos tampoco no intentes
comprender y quedate ahí, quedate tranquilo.
Del otro lado, allá, es el arriba; acá es el abajo, aquí mismo estamos en el abajo del abajo;
no se puede ir más abajo, y no hay muchas esperanzas de subir un poco. Por más arriba que
subamos, de todos moso, nunca seremos más que el arriba del abajo. Por eso prefiero
cambiar de lado, morocho, prefiero ir allá; prefiero ser allá, lo bajo de lo alto que aquí lo
alto de lo bajo. No intentes comprender.
Nunca trabajé, morocho, nunca; ni siquiera sé cómo se hace; el trabajo de esclavo, el
trabajo honesto, no sé nada de eso, nunca tuve patrón, yo, nunca serví, nunca obedecí. Y sin
embargo es eso lo que voy a hacer ahora, cambio de lado. No podés comprender.
Es verdad que vos no tenés realmente opción, monocho. Hay demasiado camino que
recorrer para que vos pases del otro lado. Entonces quizás que el ferry se detendrá como
antes, que seguirás trabajando solo, que todo será como antes para ti; y quizás que no, pero
no quiero saberlo. Te queda Fak; entonces, no estás perdido. De todos modos incluso eso
no puedo saberlo.
Era necesario que un día u otro reventara todo para ti, morocho. Tuviste una postergación y
te ayudé en eso, pero un día u otro tenía que reventar. Cuando cortaron el agua en seguida
entendí que iba a reventar para ti, mi viejo. No habrá más lugar para ocultarte, morocho,
tenés la sangre demasiado podrida y aquí no hacen ningún esfuerzo para comprender a los
que no hablan. Tendrás que pagar. Y bueno, pagarás, es normal, no puedo pagar en tu lugar,
no hay razones para que pague contigo. Por eso me abro.
Estamos tan viejos morocho, tan viejos y tan atrasados, mi viejo. Entre varios perdemos
demasiado tiempo. Hay que intentar recuperarlo solito. Mirá los muchachos de quince años
de hoy, hacen lo que nosotros hacíamos a los veinticinco y ya tiene más guita que nosotros.
Cuando trabajamos con los puños desnudos los mocosos de quince trabajan con la piña
americano; cuando descubrimos la piña americana ya están con el cuchillo, y cuando
nosotros nos metemos tranquilamente con el cuchillo ellos ya está con las armas de fuego.
Se fueron todos, unos tras otros y cuando vuelvan serán los reyes y nosotros los esclavos.
Entonces prefiero abrirme. El porvenir, viejo, es el trabajo honesto. Al final está bien la
honestidad. Al final a mí me gusta. De todos modos ahí está la guita.
Vos sos demasiado boludo, morocho,; no logro saber lo que te gusta de verdad, pero lo que
sé es que sos demasiado boludo. Creo que nada te gusta, que nunca tenés hambre. Yo
siempre tendré hambre, siempre; incluso cuando no me quede lugar para guardar mi guita,
todavía tendré hambre. El que deje de tener hambre ya está muerto. Yo me muero de
hambre y vos ya estás muerto, y eso no pega junto.
¿Nunca sentiste el olor de la guita, morocho? Yo lo sentí hace un rato, cuando oí el ruido
del coche. La guita la siento incluso antes de que llegue, antes de que esté en el bolsillo,
antes incluso de que esté en las cajas fuertes de los bancos; siento el olor de los billetes
antes incluso de que estén impresos. Me gusta. De todos modos eso es lo que más me gusta
en el mundo.
Si hubieras querido, morocho, si hubieras querido, mi viejo, hubiéramos trabajado con un
arma y ahora seríamos los reyes. Pero sos demasiado boludo. Un fierro, morocho, no te
pide favores, ni que te levantes de mañana, ni llegar a la hora, ni que lo respetes, ni que le
digas señor, ni que le lustres las botas; no te obliga a trabajar, ni a sudar, ni a obedecer, ni a
fatigarte; no te obliga a nada y te da todo lo que quieras. Él es el único patrón que hubiera
querido tener siempre. Hoy el que no está armado es un esclavo, morocho. Sos un esclavo,
y además sos muy boludo, no quiero verte más.
No te olvides morocho, no te olvides de quedarte tranquilo hasta que haya encontrado a
Fak, hasta que me haya ido y de no pensar demasiado, morocho, para no hacer boludeces.
No te olvides que ahora te toca a ti, morocho. Me abro. Adiós.

Sale

*
“No es todavía la muerte. Ella nunca es dolorosa”. London.

La autopista. Comienzo de la tardecita, antes de la caída del sol.


Koch, en los brazos de Mónica.

Koch. –Me duele.


Mónica. –Lo sé
Koch. –Quiere volver a casa.
Mónica. –Lo sé.
Koch. –¿No sabe ya dónde está el coche?
Mónica. –Seguro que lo sé.
Koch. –Quiero volver a casa, Mónica, estoy harto de estas pavadas.
Mónica. –Ya sé, ya sé, ya sé.
Koch. –Me duele.
Mónica. –¡Señor! Mauricio. ¿Por qué se encarniza conmigo? ¿qué le hice? (Después de
una pausa) ¿Qué hice de tan grave para merecer esto?

Entra clara.

Clara (bajito). –Corran, desaparezcan, corran en seguida y sin ruido, no quiero que se los
vea más por aquí. (le tiende la cabeza de DELCO). Tome, apúrense, no pido nada a cambio.
La noche va a caer de nuevo, se lo advierto por si no se apuran.
Koch. -¿Qué es esto?
Mónica. –Mecánica, nada. (A Clara) ¿Y las toallas?
Koch. –Quiero volver a mi casa. Lléveme.
Mónica. -¿Y las camisas para vendarlo?
Koch. –Me duele.
Clara (a Mónica). –¿Y qué más todavía, eh, qué más todavía?
Mónica. –Por Dios! Acaso cree que a mí me gusta estar en este agujero.
Koch. –Quiero volver a casa, quiero volver a casa.
Mónica. –Lo sé.
Koch. -¿Perdió las llaves?
Mónica. –Las llaves, por Dios, seguro que no. No las perdí.
Koch. -¿Y entonces?
Mónica. –Usted no sabe colocar esto de vuelta, quizás tendría que llamar a un muchacho,
quizás.
Koch. –No me moleste con sus historias. Quiero volver a casa.
Mónica. –Usted quiero, felicitaciones; usted quiere, muy bien; pero no se puede, fíjese; y es
por su culpa. (A Clara) Tontita. Reventar las cubiertas, las cuatro cubiertas. Fuiste vos,
estoy segura. Me acordaré de esto. Ya pasará un milico por aquí, ¿no?, un milico en
bicicleta o a caballo, pasa de cuando en cuando un buen milico grandote, ¿no? Andá a
buscarme esas malditas toallas mientras tanto, tontita, andá a buscarme esa maldita camisa
para trozarla.
Clara. –¿Y qué más, qué más?
Mónica. –Apurate, te digo, apurate.

Clara sale, choca con Cecicila que entra arrastrando a Rodolfo.

Mónica (a Koch). –¿De qué le sirvió todo ese faroleo sino para hacernos todo ese daño para
nada? Si dijera enseguida las cosas sin mentir, en lugar de todo ese faroleo no estaríamos
atrapados aqué con su tobillo. Por Dios! Y esta gente que nos mira, lo siente, ni siquiera
sabemos lo que quieren de nosotros. Mientras que podría estar yo tranquilamente con mi
familiar, donde nos queremos sin complicaciones; usted no sabe lo que es una familiar, con
hermanos, hermanas; y yo estoy aquí por culpa de sus caprichos.
Koch. –Me muero de frío.
Mónica. –Estoy esperando esas toallas que fueron a buscar.
Clara (a Cecilia). –Es porque tomé café, mamá, tanto café que ya no sé si es de día o de
noche u otra cosa. Entonces voy a buscar una toalla para ese tipo ahí que está totalmente
empapado.
Cecilia. –Nada de toallas para nadie. ¿Dónde metiste tu zapato?
Clara. –Lo presté para saber si duermo o no
Cecilia. –Una muchacha seria duerme a esta hora en su casa; anda volando.
Clara. –Me iré a dormir cuando se hayan ido.
Cecilia. –No se irá, pagarán primero.
Clara. –Pero no puedo dormirme, mamá.
Cecilia. –Velá junto a la canilla hasta que corra agua.
Clara. –No tomé tanto café como para velar sola junto a la caniallla, mamá.
Cecilia. –Idiota. ¿No creés que tendrás que recuperar el sueño de alguna manera? No
ganaste ni un minuto con todo ese café que te tomaste a escondidas, idiota. Apurate.
Clara (llorando). –No quiero quedarme sola esta noche, en casa.
Cecilia. –Volá. (Clara sale. A Rodolfo). Mirá, Rodolfo, mirá.3 (Miran a Mónica y Koch)
Koch (a Mónica). –No me torture; tengo el pie roto, estoy agarrando una neumonía y usted
me habla de plata, no sabés más que hablar de plata.
Mónica. –Estaba segura, lo sabía.
Koch. –No sabe nada. No quiero hablar de plata.
Mónica (bajito). –¿Qué hizo con ella, por Dios, Mauricio?.
Koch. –Me olvidé.
Mónica. -¿Olvidó qué?
Koch. –Todo.
Mónica. –Está tratando zafar.
Koch. –Le juro que ya no sé más nada.
Mónica. –No mienta, no mienta.
Koch. –Me olvidé, se lo juro.
Mónica. –No me tome por una estúpida. Siete millones no se gastan comprando cigarros.
Koch. –No compro más cigarros. Me olvidé.
Mónica. –¡Qué va a ser de usted, por Dios!
Lkoch. –Quiero secarme.
Mónica. -¿Y yo?
Koch. –Vaya sola al consejo de administración, diga que estoy enfermo. Diga que me
escapé. Diga cualquier cosa. Echeme toda la culpa.
Mónica. –Nunca.
Cecilia (a Rodolfo). –Mirá, Rodolfo, mirá. ¿Ves bastante como para ver o tengo que
explicarte cómo es?
Mónica (a Koch). –No sabe hasta qué punto, Mauricio, hasta qué punto podría
comprenderlo todo, perdonarlo todo, hasta qué punto lo quiero mucho mucho, para
ayudarlo, pero sin que me mienta.
Koch. –No quiero su ayuda, no tengo nada que hacerme perdonar por usted , usted no
entiende nada de nada y no miento nunca.
Mónica. –Sí, miente, miente y yo entiendo todo (Llora).
Cecilia (a Rodolfo). –Vení, Rodolfo, es el momento.

3
Idem.
Cecilia y Rodolfo avanzan hacia Mónica y Koch.

Koch (enojándose de pronto). –¿Por qué, pero por qué me persigue con esa plata? ¿Por qué
no me dejan nunca en paz con el dinero? ¿por qué tengo que ocuparme siempre yo del
dinero de los otros?
Mónica. –Ahí viene gente, ahí vienen dos viejos, estamos salvados.
Koch. –Si todos aprendieran a ocuparse de su plata y me dejaran en paz! No hago nada
malo, no hago nada, yo, con la plata; no tenían por qué meterme ese dinero entre las patas.
Mónica (bajito). –Cállese, Mauricio, hablaremos de eso luego, cállese, ahí viene alguien.
Koch. -¿Acaso no estaba yo en edad de estar en paz? ¿Acaso no estaba en edad de
retirarme? ¿La edad en que un hombre común e inocente termina tranquilamente sus días
con sus ahorros y a quien no se lo molesta con la plata de otros? Además es culpa de
ustedes también si acepté ocuparme también de esa plata; y ahora sí van a hacer como los
demás, lo primero que van a decir es ¿pero adónde fue ese dinero? ¿qué hizo con él? Pero
debe de haberlo gastado en algo; y empezarán a buscar secretos allí donde no los hay.
Mónica. –Cállese, conténgase, demos una buena impresión, es gente muy vieja, Mauricio.
Koch. -¿Cuántos años de paz tuve en mi vida? ¿Años en que me dejaron en paz con los
negocios de los demás? ¿seis? ¿ocho? ¿a qué edad uno sabe contar? No debería de haber
aprendido a contar, demonios. Me confían dinero a propósito para arrinconarme y luego me
esperan en las esquinas para pedirme cuentas. Pues bien, no iré, eso es todo.
Mónica. –Mauricio, por favor, están escuchando. Schhhh...: van a hablar.
Cecilia ( a Koch). –Vengo a ofrecerle nuestra ayuda, señor.
Mónica (a Koch). –Lo sabía.
Koch. –Pamplinas. No quiero ayuda.
Mónica (a Cecilia). –Gracias, gracias. Por Dios! ¿Tiene teléfono?
Ceciliar (a Koch). –Ví en seguida, señor, que usted era un notable; tengo ojo para adivinar a
un notable, cualquiera sea el estado en el que esté; por eso pedí que trajeran toallas limpias
para ayudarlo; y si usted vino a lugares tan apartados no creo que haya sido por azar sino
por obra de Dios y Dios hace que los exiliados se encuentren incluso en la oscuridad para
que se presten ayuda.
Mónica. -¿Tiene un teléfono?
Cecilia (a Koch). –Sí, ví en seguida, señor, que usted tiene el ojo entrenado para adivinar a
los suyos incluso en la oscuridad, como nosotros lo hemos adivinado a usted. Vivimos aquí
como pobres perros olvidados en la oscuridad, ese hombre medio destruido por la guerra,
mi hijo que fue quien lo sostuvo en su caída y toda una familia que espera un expediente
con la visa que nunca termina de escalar los peldaños para llegar a la cima; pero la cima de
una gran ciudad es difícil de alcanzar, amenos que un notable de las altureas le de un
empujoncito. Por eso me siento tan feliz de que mi hijo haya estado ahí en el momento en
usted lo necesitaba, y que usted pueda apreciarnos en nuestro justo mérito.
Mónica. –Un teléfono, por Dios, bien ve usted que no puede caminar.
Cecilia (a Koch). –Porque de vernos así cualquiera nos tomaría por perros vagabundos;
pero nosotros nos reconocemos como somos y ese es nuetro consuelo. En nuestro país
somo gente destacada, así es; y si volviéramos mañana, las mejores familias de Lomas
Altas nos besarían la mano al bajar del barco; nos besaban la mano, señor, cuando tomamos
el barco al final de la guerra, con este pobre hombre que qued´ño medio débil y que no
podía casi caminar más, y la pérdida de aquella guerra, y el dinero que ya no valía nada.
Nos encontramos en el puerto porque quería hacer de mi hijo un ser humano de primera
categoría y allá al no valer más nada el dinero ¿de qué servía estar entre los notables, señor?
En el puerto diez barcos se aprontaban a salir en diez direcciones desconocidas, no
sabíamos cuál tomar, el niño me tironeaba de la mano izquierda, lo seguimos y henos aquí,
en la oscuridad, mientreas que allá las mejores familias siguen honrando en nuestra
ausencia el heroísmo de este hombre, señor, un hombre que perdió la mitad de sus pies y
casi toda su fuerza y casi toda su cabeza en una guerra ignorada, y que está perdiendo hoy
la vista. Pero aquí, nadie honra esa guerra, nadie honra a este hombre y aquí estamos,
reducidos a perros vagabundos, con la visa a medias, y en la oscuridad.
Mónica (a Koch). –Pero de qué guerra habla, pues? Hace siglos que no hacemos más la
guerra nosotros.
Cecilia (a Mónica). –Justamente, alguien tenía que hacerla señora.
Mónica. –Esa no es una guerra nuestra.
Cecilia (a Mónica). –El heroísmo les pertenece, señora. (A Koch) ¿Entre notables no
tenemos que sostenernos, señor?
Koch (a Cecilia). –Seguro, pero no sé nada de guerras, yo.
Mónica (bajito a Koch). –Me parecen repugnantes las payasadas de esta mujer.
Koch (bajito a Mónica). –A mí me gustan.
Mónica. –Le gustan, felicitaciones. Pregúnteles, entonces, quién nos sacará de aquí,
pregunte.
Cecilia (a Mónica). –Nosotros. Sólo estamos nosotros aquí. (A Koch) Cuente con nosotros,
señor.
Mónica (a Koch). -Cuente, cuente. Ni siquiera le traerán toallas. Se está haciendo de noche,
por Dios.
Koch (bruscamente a Cecilia). –Ayúdeme a recuperar mi reloj, se lo ruego. Lo perdí en
este galpón. Me importa.
Mónica. –Su reloj, ¡por Dios!
Cecilia (a Rodolfo). –Rodolfo adelantate y asustá al negro.4

Rodolfo se aleja hacia el galpón.

Mónica. –¿No va usted a volver allá, Mauricio? Nos quedan nuestras piernas, Mauricio, nos
quedan las mías, lo llevaré.
Cecilia (a Rodolfo). –Apurate, machorrón, apurate!5

Rodolfo desaparece.

Koch (a Mónica, mientras intenta levandarse). –Ayúdeme, pues.


Mónica. –Nunca.
Cecilia (a Koch). –Apóyese sobre mí, señor. Lo guiaré.

Koch y Cecilia se alejan.

Mónica. .-Me iré sola, sola; estoy demasiado harta de usted y sus boludeces.

4
Idem.
5
Idem.
Se da vuelta; Fak está detrás de ella.

Mónica. –¡Por Dios!

*****

La puerta del galpón; en el exterior. El cielo enrojece, el viento empieza a soplar muy
fuerte.
Rodolfo avanza, sacudido por las ráfagas.
Una ráfaga súbita le hace chocar con Charles, quien estaba escondido cerca de la puerta.

Charles (Tomándolo del brazo). –Me espiás.


Rodolfo. –Dejame, dejame.
Charles. –Qué querés decirme. Desde hoy de mañana cada vez que me doy vuelta te
sorprendo escondido atrás mío en algún rincón y cada vez que avanzo choco contigo
escondido en otro rincón, hablá, ahora, me tenés adelante.
Rodolfo. –No soy yo quien te quiere hablar, es tu madre.
Charles. –Entoncess, ¿por qué me espiás? ¿por qué te escondés de mí?
Rodolfo. –No te espío, me oculto en los rincones; no me oculto de ti, me oculto y punto,
porque soy un viejo inútil y feo y muy mal padre, por suerte que existen rincones en los que
los malos padres pueden todavía esconderse. Dejame.
Charles. –No te toco, viejo imbécil; sos vos quien me hunde las uñas en el brazo.
Rodolfo. –No, sos vos, sos vos, y me levantás la mano; no le levantes la mano a tu padre.
Charles. –No te levanto la mano, viejo imbécil, sos vos que temblás de la cabeza a los pies.
Rodolfo. –Dejame ir.
Charles. -¿Adónde, pues, querés ir?
Rodolfo. –Dejame; ahí está tu madre; hablale a tu madre, dejame.
Charles. –¿Adónde tenés que ir? ¿qué tenés que hacer, todavía? ¿Quién sos, viejo imbécil,
para ocuparte, todavía, de los asuntos de la vida?
Rodolfo. –Nada, no tengo nada que hacer; me arrastro; hay que ir hacia algún lado cuando
uno camina ¿no? Y fue tu madre la que me dijo que tenía que caminar y apurarme. Me
apuro, eso es todo. Pero te juro que no me ocupo de los negocios de la vida, no me meto en
ningún tipo de negocio, no soy yo quien se mete en nada. No me golpees, no golpees a tu
padre.
Charles. –No te toco.
Rodolfo. –Dejame.
Charles. -No te toco, viejo imbécil. Es el viento el que te hace perder el equilibrio, y los
primero fríos del invierno que te hacen temblar de la cabeza a los pies.
Rodolfo. –Ahí viene tu madre, es tu buena madre la que te quiere hablar.

Desaparece en el galpón.

El interior del galpón, en la luz roja del sol poniente.


Fragor del río, a lo lejos.
Rodolfo se detiene en la mitad.
Rodolfo. –Estoy demasiado viejo, demasiado jodido, me duele demasiado al desplazarme,
te toca a ti moverte. Si te queda algo de respeto por la vejez, vení más cerca que te pueda
ver; y si no te queda respeto por la vez, vení igual para tu interés; y si ya no tenés ningún
interés vení igual porque te lo digo. (Abad se acerca de Rodolfo).
Mis ojos están quizás demasiado revueltos como para pueda verte la jeta, pero no necesito
verla, negro, para saber en seguida que no sos de los que respetan las reglas; no hacés
suficiente ruido al caminar para ser de los que las respetan, y fijate que aquí no nos gustan
los tipos que no respetan las reglas, se la ligan. El gordo de ahí afuera, se va a volver al otro
lado y les va a decir: oì gente que no se oye cuando camina allá del otro lado; y te van a dar
por la cabeza. Y si no es él quien te denuncie, será ese perro rabioso que quiere salvar el
pellejo; y si no ella, yo mismo te denuncio,m negro, viejo y estropeado como estoy, porque
somos demasiados sobre la tierra para un lugar que no alcanza. De todos modos vos sos el
que se la va a ligar solito sobre tu puta cabeza, y va a ser un golpe duro, porque no tenés
nada para amortiguar el choque, negro, no tenés pasado, ni familia, ni guerra, ni vejez, ni
interés en ninguna parte, entonces harías mejor en no tener respeto para la vejez tampoco, o
entonces es que estás realmente para ser tirado a la basura. Mientras tanto vení a ayudarme
negro.
(Hurga entre sus ropas). Estos perros me creen tan estropeado por la guerra que apenas si
podría caminar, creen que esa guerra me congeló todo, los pies, las piernas, y el cerebro;
pero si tengo tantas dificultades en caminar, eso no tiene nada que ver con la guerra; es este
aparato que pesa cinco quilos y mide 65 centímetros y que llevo encima día y noche desde
la derrota. Ayudame a sacármelo de encima, ahora, esoy harte de ser viejo. (Saca la
pistola-ametralladora de debajo de sus ropas).
Es una Kalshnikov de fabricación soviética; no es realmente moderna pero te juro que te
hace estallar la cabeza. No veo por qué se utiliza material moderno si todo lo que uno pide
es hacer estallar las cabezas, y este aparato dispara seiscientos cincuenta tiros por minuto y
con un alcance de trescientos metros, lo que te da seiscientos cincuenta cabezas estalladas
por minuto si uno se las arregla bien, no está tan mal. No tuve muchas dificultades en
llevármela, es siempre más fácil engañar a los oficiales después de una derrota que después
de una victoria, pero ahora estoy harto, es demasiado pesada. (Se sienta, descansa el arma
sobre sus rodillas).
Ahora llego a verte un poquitito mejor; pero no tengo necesidad de ver más, negro, para
estar seguro ahora, que no sos un tipo que siga las reglas; basta ver tus piernas; se
comprende enseguida que esas piernas están demasiado acostumbradas a correr; y aquí eso
no nos gusta, la gente que corre demasiado rápido. Acercate. (Abad se acerca). ¿Ya hiciste
un niño en tu vida, vos? (Abad hace que no con la cabeza) ¿Ni uno? ¿Ni un nenito? Ni
siquiera uno que no sepas, una cosita que ande perdido en algún lado? (Abad hace que no
con la cabeza). Entonces ¿hiciste por lo menos una niña? (Abad hace que no con la
cabeza). ¿Ni siquiera eso? (Rodolfo escupe al suelo). Acercate. Te tengo que explicar cómo
funciona (Hace la demostración sobre el arma). Ponés el cargador en este sentido, no de
otro modo, si no te puede reventar en la jeta; eso es el selector de tiro; esta posición es para
la ráfaga, esta otra para el tiro uno a uno; depende de la cantidad de cabezas que tener que
hgacer estallar y de la precisión del tiro; en principio un tio alcanza. (Le tiende el arma). Un
hombre que no haya hecho un hijo, por lo menos uno, muere como un perro, nada queda de
él en ningún lado, es como si no hubiera existido. Incluso si un hijo podrido, no tiene
importancia. Tu vida vale menos que la vida de una gallina, negro, no te la mereciste; es
como si no hubieras existido.
(Abad toma el arma). Ahora te veo completamente la trucha. Tu muerte te la has merecido,
por lo menos, eso es seguro. Acercate un poco más. (Abad se inclina) Pero si sólo mataste
un hombre, estás apenas igualado con tu puta muerte, tu muerte no dejará ninguna huella,
nada, como si ni siquiera te hubieras muerto; tenés que haber matado a dos para ganarle;
con dos hombres ejecutados, dejás obligatoriamente una huella tras tuyo, algo más, suceda
lo que suceda; jamás te podrán matar dos veces.
(Se levanta, se dirige hacia la salida, vuelve). Te prevengo que si no la usás para matar al
gordo, negro, iró yo mismo a pie, del otro lado, ya que ahora camino tan bien como un
granuja y les diré allá: vi a alquien del otro lado con una kalashnikov, allá, como los veo; y
eso les va a gustar; les diré: vayan muchos y rodeen el barrio, porque corre rápidoy sus
pisadas no hacen ruido en el suelo. Y te darán por la cabeza.
Reventale la cabeza al gordo, mi hijo, y que sienta venir el golpe; un tiro aquí, un tiro allá,
tomate el tiempo, hacelo cagar; hacelo por mí, mi hijo, te lo pido porque yo ya no lo puedo
hacer por mí mismo. (Llora). Tengo la mano liquidada, el cerebro estropeado, mi jodida
mano que tiembla, mirá esto, mi hijo, mirá; nunca podría, estoy seguro que le erraría y su
maldita cabezota no estallará. Vos podés hacerlo, mi hijo. Tené piedad de mí, tené piedad
de un hombre viejo que se ha congelado todo, de un hombre viejo y solo, no dejes que se te
escape, matalo.

Sigue llorando.
Cae la noche y hace desaparecer a Abad.
Rodolfo se aleja hacia la salida.
Al salir choca con Charles que estaba acechando el interior, cerca de la puerta que da a la
autopista.

La noche es total
El viento al hundirse por la puerta levanta la ropa y los cabellos de Rodolfo y de Charles.

Rodolfo (mirando por la puerta con una sonrisa). Mirá, chiquito, mirá. (Agarra a Charles
por el brazo).. Mirala cómo muestra sus piernas, tu madre; en el fondo de la noche, en el
frío, cómo descubre sus piernas: ni una vena, ni una mancha azul, ni un temblor, ni la más
mínimo señal de carne de gallina; sostiene ese montón blando y vacilante sin temblar. Mirá,
chiquito, mirá qué hermosas piernas; a pesar del frío de la noche, mirá sus piernas a esta
salvaje, sosteniendo es montón rosado y sin pelos, húmedo y sucio, mirá. ¿Cómo, con una
madre así, querés que haya sido un buen padre? Mirá a esa salvaje, hermosa y fuere que
avanza.

Entra Cecilia, sosteniendo a Koch.

Cecilia (precipitándose sobre Charles). –¡Es él, sos vos Charlie, mi Charlie! (Le besa la
mejilla).
“Hacia las siete y media la oscuridad que había sido de un negro pegajoso alrededor nuestro
se volvía gris lívido y comprendimos que el sol había salido”.
Conrad

En el galpón hundido en la oscuridad, salvo por algunos rayos de luna que pasaban por
los agujeros del techo.

Koch (a Cecilia). -¿Qué cuenta usted? No es él quien me sacó del agua.


Cecilia. –Sí, es él, seguro que es él.
Koch. –Ni siquiera está mojado.
Cecilia. –Se secó, eso es todo. (A Charles) Abrí la boca, larva, decile que tu hermana te
trajo toallas; movete, bueno para nada, ¿por qué no esás siquiera mojado?
Koch. –Quiero mi reloj.
Cecilia (a Charles). –Buscá el reloj del señor, encontralo. Ayudá al señor a caminar, ya ves
que tiene la pata rota. Movete bueno para nada. (Bajito) Tratá de no encontrarla, larva (A
Rodolfo) ¿Qué hiciste del negro, machorrón? Lo siento por los parajes.6
Koch. –La había puesto por aquí.
Cecilia. –Le digo que se secó; no tiene nada de raro. No agarra el agua, eso es todo; es un
bueno para nada. Pero vi todo por mi ventana. (Bajito). Este marrano no quiere pagar;
pagará de todos modos (A Rodolfo). ¿Y el negro, machorrón?7

Koch sostenido por Charles choca con Fak quien guía a Mónica de la mano.

Mónica (a Koch). Este señor quiso amablemente guiarme. Finalmente encontré a alguien
bueno aquí; este señor es increiblemente bueno. Venga lo voy a ayudar, veo perfectamente
claro. (Toma a Koch de los brazos de Charles). ¿Fue aquí que lo dejó? ¡Mi Dios, qué
desastre!
Charles (a Rodolfo, bajito). -¿Qué te dijo? ¿qué te dijo?
Rodolfo (a Cecilia). –Cecilia, Cecilia, decile que me deje en maldita paz.
Charles (a Rodolfo). –Sólo yo lo comprendo, sólo yo tengo derecho de hablarle, les prohibo
hablarle, les prohibo tocarlo, burdel de Dios. (Más bajo todavía). Es contra mí la cosa, viejo
imbécil, es contra mí. ¿Dónde está ahora? Decime dónde está, viejo loco, para que le hable
antes que se enoje.
Rodolfo (a Cecilia). –Decile Cecilia, decile que me deje en paz. (Llora).
Cecilia (a Charles). –No jures, andá a ayudar al gordo, no ves que los otros se ocupan de él
mientras que vos te dorás la píldora.
Charles (a Cecilia). -¿Por qué dejás que ese viejo imbécil se meta en mis asuntos?
Cecilia. –Callate. No hables así de tu padre. ¿Dónde está tu hermana? Dejanos en paz.
¿Dónde está mi pequeña Clara? (Llora).
Koch (a Mónica). -¿No habrá perdido las llaves de mi coche, espero?
Mónica. -¿El coche? Usted me hace reir. Tendremos que entrar a pie, en este estado, mi
Dios!. Lo que parecemos.
Koch. –¿Pero y las llaves, le pregunto, las llaves?
Mónica. –Las tengo, las tengo, ¿qué puede importarle?.

6
Idem.
7
Idem.
Koch. -¿Lo que me importa? Es mi coche, que yo sepa. Y además, puede servirnos para
canje.
Mónica. –Su coche, caramba, felicitaciones, su coche. Su coche, por Dios.
Rodolfo (a Cecilia). –No llores cabecita negra, o voy a acabar llorando contigo.
Cecilia (a Rodolfo). –Ven acercate. (Se sientan uno junto al otro). No me abandones,
machorrón.8
Mónica (a Koch). –Su coche, su reloj, sus caprichos, sus boludeces, y mis piernas para
llevarlo a la ciudad.
Koch (a Charles). –Más bien ayúdeme, pues, usted; debe acordarse dónde la dejé (Koch
pasa de los brazos de Mónica a los brazos de Charles).
Cecilia (a Rodolfo). –Vos, Rodolfo, vos que me enseñaste todo, vos que me sacaste del
arroyo donde me pudría para elevarme hasta la mierda de Lomas Altas y que me sacaste de
la mierda de Lomas Altas para arrastrarme en esta miercda de acá, vieja, enferma, sin
fuerzas, sin ideas, por qué cuando uno es tan viejo, la desgracia autoriza todaváía que se
nos pisotee y se baile sobre nosotros y nos hundan la cabeza en la mierda cada vez nueva
como si no hubviese tenido tiempo cuando estábamos fuertes?
Rodolfo. –Dejá de quejarte. Eocultá tus pierenas putona. (le baja las polleras a Cecilia).
Cecilia. –No me quejo, descanso. Dónde esta mi hija?
Mónica (a Fak). –Dígame aquí lo que tenía que decirme.
Fak. –No aquí, hay demasiada gente; dije que te lo diría allá arriba.
Mónica. –Cuando haya reencontrado el reloj, subiré allá.
Fak. –¿Cuando la hayamos encontrado, entonces?
Mónica. –Cuando la haya reencontrado, sí; pero va a tener su crisis si no se la encuentro.
Fak. –Emntonces, tomá, aquí está. (Tiende el reloj en su mano).
Mónica. –Démela, no diga nada, quiero darle la sorpresa.
Fak. –Cuando hayas subido conmigo allá arriba te la daré.
Mónica. –Démela primero, ya veremos después.
Fak. –Primero tenés que subir conmigo allá arriba ya que te hice pasar aquí.
Mónica. –Le daré dinero, dará una vuelta en jaguar, le daré otra cosa, no sea repugnante,
por Dios!
Koch (a Charles). –Fruslerías. Su ingenuidad, sus gustos, todo, son fruslerías. Si tuviera
tiempo le hubiera hecho hacer una pasantía en la Bolsa, habría perdido allí su fusto por las
fruslerías. Dejaría de querer algo que no existe. El dinero no existe, mi pobre amigo,
aprenderá por lo menos eso, el dinero no se pone en el bolsillo, el dinero tal como usted lo
concibe es una fruslería. Los negocios existen, eso es todo, pero usted no sabe nada de
negocios. Mire, no lo querría a usted ni siquiera como chofer, porque seguramente me
robaría los bolsillos. La plata, tal como la ama, no son más que migajas que se le arrrojan a
los perros en el patio trasero. Su gusto por la plata me asquea, usted es realmente
demasiado boludo, mi pobre amigo.
Retome su trabajo de simio, sí, está muy bien así; recupere esas baratijas que sembré por
ahí; diviértase con todo eso. Prefiero volver a mi casa. Déjeme. (Se desprende de Charles y
trastabilla). ¡Mónica!
Cecilia (de lejos, a Mónica). –¿Qué hace usted con el zapato de mi hija?.
Mónica. -¿Su hija? ¿Qué zapato? Por Dios! (A Fak). ¿Quién es esa payasa, revolcada en la
mierda?

8
Idem.
Cecilia (Precipitándose sobre Mónica). –Ladrona, gallina!

Fak se ha acercado a Clara quien ha entrado discretamente.

Mónica. –Brutos, linyeras, enfermos, piojosos, desechos humanos; estoy tan harta de estos
locos mal lavados, preferiría vivir entre las ratas y los perros, por Dios! Toda esta gente me
asquea. Me iré a vivir encerrada entre cuatro paredes de cemento, me voy a encerrar apenas
llegue a mi casa, me haré pasar la comida por un túnel para no ver más ni sentir el olor de
esa raspadura de seres humanos; me haré tapar con cemento desde los cabellos hasta los
pies con un agujero apenas para la boca y la nariz, Mauricio, quiero volver a casa. (Mónica
y Mauricio caen en los brazos el uno del otro).

Clara (a Fak). –Ya te lo dije mil veces que no fumo siquiera.


Fak. –Te puede servir para mirar el suelo (Clara toma el encendedor que le tiende Fak).
Clara. -¿Qué quiere decir lo que está escrito encima?
Cecilia (precipitándose sobre Clara). ¿Qué hacés ahí, vos?
Clara. –Busco el reloj.
Cecilia. –Volá, inmediatamente.
Clara. –No veo por qué no buscaré yo también el reloj si todo el mundo lo está buscando.
Cecilia. –No tenés nada que buscar aquí, andate para casa inmediatamente, acostate,
duerme, hundite en el jergón, desaparece en la parrilla.
Clara. –No puedo, es el café, quiero quedarme.
Cecilia. –En absoluto. Y ponete ese zapato, tonta.
Clara. –No, no quiero ponerme el zapato; quiero saber qué pasa.
Cecilia. –No tenés nada que saber, tonta, ¿quién te pidió que supieras nada? Y ponete ese
zapato.
Clara. –No, no quiero, no, no quiero.
Cecilia. –Te lo pondrás igual. (La obliga a ponerse el zapato) y ahora, volá.
Clara. –No me quiero ir.
Cecilia. –Te irás, tonta.
Clara. –Volveré.
Cecilia. –A ver si podés. (Clara sale. A Fak). Y vos terminá de dar vueltas alrededor de
esta putita.
Koch (A Mónica). –Resbalé, me pregunto sobre qué porquería. ¿Usted ve algo?
Mónica. –No, noveo nada.
Koch. –¿Oye?
Mónica. –No.
Koch. –¿No oye ese escándalo afuera?
Mónica. –Son los perros en los tachos de basura.
Koch. –Mire, Mónica, mire mi pie.
Mónica. -Está hinchado. (Estalla en sollozos). Todos me insultan, toda esta gente que no
conozco.
Koch. –Agárrese de mi brazo, Mónica. Vamos a tratar de salir de acá discretamente.
Mónica. –Diré que pusimos el dinero a rendir, mostraré planes de inversiones. En dos
horas, Mauricio, puedo preparar eso. Nos dará un margen. Soy capaz de hacer tragar eso al
consejo de administración; usted sabe que soy capaz de hacerle tragar cualquier cosa a
cualquiera.
Koch. –Sí, lo sé.
Mónica. –Sólo que será necesario que me diga a dónde fue ese dinero. No ahora, no
enseguida, pero será necesario, Mauricio.
Koch. –Sí, tendré que decírselo, lo sé. (Se echa a llorar de golpe).
Mónica. – Venga, Mauricio, discretamente; no nos miran.
Jicg, -Me duele, no puedo caminar.
Mónica. –Ya casi llegamos, estamos en la puerta. Cuélguese de mí.
Cecilia (hacia la puerta). –Oigo todavía tus pasitos, putita, querés correr a tu colchón antes
que yo llegue?
Rodolfo (gritando). –¡Se largan, se largan!9
Cecilia (a Charles). –¡Carlos, detenelo!.
Mónica. –¡Mi Dios!

Aparece Abad, con el fusil-ametralladora en la mano.

Koch (señalando a Abad). –Es él, mire Mónica; está empapado como yo.
Cecilia (a Koch). –No se acerque a ése, muerde.
Rodolfo (a Cecilia). –Callate, cabecita negra, callate.10
Cecilia (a Koch). –No se acerque, señor, no es de nuestra raza, señor, no es de una raza que
acepte los agradecimientos.
Koch. –¿Agradecimientos? ¿Agradecer qué? No tengo ninguna intención de agradecer, qué
se ha creído, más bien de insultar.
Mónica. –No farolee, Mauricio, ¡por Dios! (A Abad). Tome, ahí están las llaves, tome esas
llaves.
Koch. –No, deme esas llaves.
Mónica. –Nunca.
Cecilia (interponiéndose delante de Koch). –No la tocará (Se cuelga de Koch).
Quedémonos juntos, señor; el peligro es demasiado grande, tengámonos las manos. Dios
mismo, señor, lo ha conducido aquí por la mano para que nos unamos contras los perros y
los salvajes, no deje que nos ahoguemos en medio de los salvajes, no deje que nos
confundamos con los perros ente los cuales vivimos, deme su mano.
(Designando a Charles) Mire los pies de este niño. Los besó el papa, un Jueves Santo,
lavados y besados, entre otros diez pies de niños elegidos en Lomas Altas. Dios no puede
elegir primero y olvidar luego. Nosotros lo protegeremos, nosotros lo alimentaremos,
cuidaremos de su pie, lo serviremos como esclavos. Y si el papa besó los pies de este niño,
bien puede usted besar la mano de su madre. (Le tiende su mano).
Koch (a Cecilia). –Cállese.
Mónica. –¡Mi Dios! Nos va a matar a todos.
Cecilia. –No, no él, no él; todavía no me besó la mano.

Abad se adelanta hacia Charles y le tiende el fusil-ametralladora.


Carles lo toma un instante, juega con el selector de tiro.

Koch (desprendiéndose de las dos mujeres). –Tonterías.

9
Idem.
10
Idem.
Charles se ríe, deja el arma que se cae al suelo. Sirena de una barco próximo sobre el río.
Tranquilamente, con las manos en los bolsillos, tomándose todo su tiempo, Charles sale.

Koch /después de haber recogido el arma, a Abad, apoyándose sobre él). –No delante de
ellos, no delante de esta gente. (Se dirigen los hacia la escollera).
Mónica (viendo a Koch desaparecer). –Voy a buscar a la policía.
Cecilia. –La policía, muy bien, sólo falta la policía para hacer algo acá.
Mónica (a Cecilia). -¿Tiene un teléfono?
Cecilia. –No. Pero yendo a pie.... (se apoya ligeramente en Mónica).
Mónica. -¿Qué es todo este escándalo?
Cecilia. –Son los perros. Todo el día mendigan, lamen los zapatos del hombre; gimen a sus
pies; y de noche se vengan de una jornada de solicitud y de desprecio espantando el silencio
de estas calles.
Mónica. - Mauricio, su reloj. (Fak ha salido).
Cecilia. –Que revienten (Se cae. Rodolfo se ríe y sale).
Mónica. –¡Mauricio! ¡Dios mío!
Clara (apareciendo cerca de la puerta; bajito). –Vengan, el día vuelve, vengan, van a poder
partir.

Se llevan entre las dos el cuerpo de Cecilia.


Muy tenuemente el galpón se aclara con las primeras luces del día.

*****

Sobre la escollera.
Un viento muy fuerte con lluvia y granizo atropella a Koch y Abad que se agarran de donde
pueden. El fusil-ametralladora pasa de mano en mano. Koch grita por encima del ruido.

Koch.-Apúrese, apúrese, parece el tipo de gente lenta en comprender por qué hace las
cosas. De todos modos no tiene nada que perder dejándome hacer. No es a usted es a esta
arma que me agarro. ¿Cómo funciona este aparato? No sé si llegaré a hacerlo funcionar
solo. Por supuesto que sí, podría, si lo quisiera. Muéstreme cómo y dónde apoya, qué
botón. No se ponga nervioso, estoy buscando, no lo apretaré. Tome, si tiene miedo.
Apúrese, fuerza un poco, empuje. Este viento me lastima. Créame, si vuelvo a mi casa con
esa mujer, iremos directamente a la policía, como gente de mundo que somos: así lo querrá
ella, lo querrá para vengarse de ustedes, siempre quiso estar más arriba de su condición, es
una miserable, la detesto. Los acusará de todo y yo con ella. Por eso a usted le conviene
dejarme hacer: para deshacerse de ella, deshágase de mí, y entonces le juro, ella no tendrá
ninguna razón para hacerle el menor mal.
Tome este aparato, es demasiado pesado, no logar manejar esa cosa, no tiene nada que
perder haciéndolo usted mismo. A usted le hice daño, sin querer le hice daño; porque,
porque soy un hombre de mundo, eso es todo, y usted, no; un encuentro así no puede dar
lugar a una boda. Hágalo usted mismo, eso lo vengará y a mí me liberará.
¿Por qué caminos andan sus pensamientos para que lleven tanto tiempo? ¿Por dónde andan
ahora? ¿Por la cintura? ¿Por el pecho? Acelere, por favor.
Es una miserable y la odio. Usted también me odia.Tendríamos que vivir cada uno por su
lado, con la mirada vuelta hacia el interior de las propias tierras. Habría que prohibir los
encuentros. Habría que extirpar la curisiosidad de la cabeza de la gente. Habría que odiarse
de verdad, no como un hombre normal odia a una mujer viviendo a su lado, y dentro de las
normas, no como un pobre tipo odia a un hombre de mundo, sino como la piel odia el
vitriolo.
No perdamos, por favor, más tiempo mirándonos. Tengo frío, me duelen los pies, me duele
por todas partes y no puedo más. (Le tiende la culata del arma a Abad). Bien ve usted que
estoy enfermo. Ayúdeme.

Abad posa su mano sobre el fusil-ametralladora.


Fin del amanecer, unos pájaros emprenden vuelo, el viento se calma.

En el galpón, la aurora.
Fak arrastra a Clara.
Clara. –De hecho, no está tan oscuro, había dicho que entraría cuando estuviera totalmente
a oscuras.
Fak. –Está totalmente oscuro, no puede estar más oscuro.
Clara. –No está tan oscuro, puesto que te veo.
Fak. –Me ves porque te acostumbraste a la oscuridad.
Clara. -Apurate, mamá está enferma, tengo que ocuparme de ella.
Fak. –Me apuro, sos vos que no te apurás, me obligás a arrastrarte.
Clara. –Es que no sé cómo hacer y tengo un poco de miedo porque no está totalmente
oscuro.
Fak. –Cerrá los ojos, yo te guío, no tenés más que seguirme, conozco el camino de
memoria.

Atraviesan el galpón, Clara tropieza.

Clara. -¿Por qué ni siquiera me mirás dónde pongo los pies?


Fak. –Porque te corresponde a ti mirar dónde ponés los pies y yo tengo que mirar para otras
partes.
Clara. –¿Para qué tenés que mirar para otro lado, si estás conmigo?
Fak. –Porque cuando se hace una cosa, hay que pensar ya en la siguiente que uno hará, si
no todo va demasiado rápido.
Clara. –Me dijiste que me daría tanto placer estar aquí adentro contigo.
Fak. –Sí.
Clara. –Sin embargo, no siento placer ahora.
Fak. –Ya lo tuviste.
Clara. ¿Cuándo?
Fak. –Antes.
Clara. –¿Cuando, exactamente?
Fak. –Cuando te pedía que pasaras aquí adentro conmigo.
Clara. -¿Eso es todo?
Fak. –Sí.
Clara. -¿Y qué hago ahora?
Fak. –Nada.
Clara. -¿Por cuánto tiempo no hago nada?
Fak. –No mucho.
Clara. –Tengo miedo.
Fak. –Ya te pasará.
Clara. –Tengo miedo igual.
Fak. –Es normal.

Ráfaga de tiros sobre la escollera; Fak coge a Clara; grito de Mónica en la autopista. Fak
deja a Clara.

Fak. –Ya está hecho. Tengo que ir.


Clara. –Ahora que me trajiste aquí en el medio, no me podés dejar aquí en el medio.
Fak. –No tengo sólo eso que hacer.
Clara. -¿Y qué hago yo entonces aquí en el medio?
Fak. –No sé nada, tenés que saberlo vos misma, nada.
Clara (prendiéndose de Fak). –No me dejes solita ahora.
Fak. –No grites. (La golpea y se aleja).

Clara mira a Fak desaparecer por la puerta de la escollera.

A lo largo del galpón a pleno sol.


Charles se acerca de Rodolfo.

Charles. –Vengo a decirte adiós. Tengo que irme, rápido, antes de que sea demasiado tarde.
Pero no podré partir sin decirte adiós.
Rodolfo. –Cerrá el pico. Estoy ya a medias sordo y me aturdís las orejas. Ya oí lo que tenía
ganas de oir.
Charles. –Sos medio sordo y medio ciego para todos los demás, pero estoy seguro de que a
mí me oís y me ves, porque conmigo no es necesaria la astucia. Sabés, soy tan sordo como
vos, tan ciego como vos para todo lo que nos rodea aquí, por eso quiero partir cuando
todavía puedo hacerlo. Pero a ti solo tenía que decirte adiós, vos solo habrás oído mi adiós,
sabiendo eso estaré tranquilo.
Rodolfo. –No te quiero oír a ti.
Charles. –Me oirás a pesar de todo.
Rodolfo. -¿Qué querés exactamente? No veo gran cosa y tampoco oigo bien. ¿quién sos
exactamente?
Charles. –Soy tu hijo, Charles, Carlos.
Rodolfo. – No sé nada de eso y vos tampoco, vos aún menos. ¿Quién puede seguir las
peregrinaciones del agua, desde la fuente hasta el mar y estar seguro de no equivocarse? No
tengo ninguna razón para perder mi tiempo escuchándote.
Charles. –Ayudame a partir. Todavía no hice nada malo, que merezca un castigo. ¿Te
parecería justo a ti, que en la edad en que necesito mujeres para cogerlas, trajes para
comprarlos, coches para manejarlos, en la edad en que podría ganar dinero para todo eso,
siga gastando esa edad y ese dinero cuidando la muerte de una vieja, y que cuando se muera
no me quede nada para mí? ¿Y para alimentar una niña para muchachos que ni conozco, y
cuando la recojan, ya pronta, a mí ya no me quedará nada, mi edad se habrá pasado con mi
dinero al mismo tiempo?. Es por eso que hoy me voy y te digo adiós y te pido tu bendición
como me enseñaste que un hijo debe pedir a su padre cuando deja la casa.
Rodolfo. –Pedísela a tu madre y dejame en paz, qué joder.
Charles. –No quiero pedirle nada a mi madre.
Rodolfo. –Tenés razón. Es una perra. Esa perra se aprovecha de que apenas puedo caminar
y no puedo ya escupir más que a medias. Una salvaje que se arrastraba en el arroyo; fui yo
quien la pescó como un renacuajo en el estanque, quien la lavó, quien la vistió y le enseñó
todo: cómo caminar, comer, reirse, llorar, quien le enseñó que la ttierra era redonda y que el
sol gira alrededor, quien le enseñó una lengua correcta , ella que sólo hablaba un idioma
obsceno, quien le enseñó la religión; y una vez alimentada, vestida, una vez que haya
aprendido a escupir en los escupidera y a enjugarse los dedos en los lavadedos, la salvaje se
desató en ella y se puso a trabajar para mi desgracia, sin razón alguna, para su jodido placer
de salvaje. Así la podredumbre consume un fruto sano, y jamás la salud vuelve a un fruto
podrido.
Charles. –Entonces, pensás que es justo que me vaya.
Rodolfo. –Nada, para nada, no pienso nada, soy demasiado viejo y demasiado boludo para
pensar; quiero solamente que me dejes en paz, qué joder.
Charles. –Y lo que yo quiero es no ser maldito; no me importa que todos me condenen,
pero sé que si vos oíste mi adiós sin maldecirme, no andaré dando vueltas toda mi vida sin
poder deshacerme de mi condena como aquellos a quien su padre ha maldecido, vos mismo
me enseñaste eso.
Rodolfo. –De todos modos tu madre te maldecirá; entonces dejame en paz qué joder y andá
a darte una vuelta.
Charles. –Me importa un corno la maldición de mi madre.
Rodolfo. –Tenés razón. Las mujeres maldicen de mañana y bendicen de golpe durante la
noche, y cuando se levantan de mañana vuelven a maldecir, y bendicen otra vez al
mediodía, es como un viento que sopla en un sentido y en el otro y deja los árboles bien
derechos. Pero mi maldición a mí, es como un puñado de sal que tiraría en el té y ya nada
podrá hacerlo bebible.
Charles. –Es por eso que no quiero que lo hagas.
Rodolfo. –Lo haré, a pesar de todo, lo haré a pesar de todo, podés contar conmigo.
Charles. -¿Por qué? ¿qué esperás todavía?. Te miro y veo que no podés ya casi caminar,
que estás medio sordo y ciego, que la vida te roto completamente, y que estás viejo.
Admiro al hombre fuerte, autoritario, admiro al hombre de treinta años que está alrededor
tuyo como tu sombra y del que me acuerdo un poco. Pero hoy ese hombre no es más que
una sombra y lo que existe realmente es un hombre viejo, quebrado, cuyos pedazos no
serán nunca pegados de nuevo. Mientras que yo, mirame, los pedazos están enteros y es mi
vejez la que está alrededor de mí como una sombra, pero la realidad está todavía sólida. A
ti no se te puede hacer más daño ya. Bien podés no esperar más conducir un coche, podés
abandonar la idea de coger una mujer. No se te puede impedir hacer eso, porque no lo harás
de todos modos. Pero a mí todavía me pueden hacer daño. Y si el porvenir tiene piedad de
los ancianos y los olvida, los ancianos bien pueden tener piedad de aquellos a quienes el
porvenir acecha como un enemigo.
Rodolfo. –No entiendo nada de lo que decís, la guerra y la vejez me volvieron medio débil,
ni siquiera sé exactamente quién soy, entonces ¿qué es lo que venís a reclamarme a mí?
Charles. –Sos mi padre, lo quieras o no, y esto tu viejo cerebro no puede olvidarlo.
Rodolfo. -¿Cómo estás tan seguro vos de que yo sea tu padre, cuando no lo estoy yo
mismo? De todos modos las madres son los papás y las mamás a la vez; un padre es como
un chaparrón en medio del océano, no hay tiempo para ver adónde las malditas gotas se han
ido. Además, no puedo hacer nada.
Charles. –Entonces quiero, por lo menos, que te acuerdes de mi. Sólo eso. Quiero
permanecer en el recuerdo de alguien, como me enseñaste que había que quedar en el
recuerdo de alguien para no morir, incluso en el recuerdo de un viejo cerebro como el tuyo.
Eso no me lo negarás. No podés negármelo.
Rodolfo. –Por supuesto que puedo. Lo olvido todo, no tengo más memoria. Además, ya te
olvidé.
Charles. -¿Por qué deseás mi desgracia?
Rodolfo. –Porque no te deseo nada. (Charles sale).

“¿Qué es esta casa en la que me haceis entrar y que forma un edificio tan singular? ¿Qué
significa la altura prodigiosa de los diferentes muros que lo rodean? ¿Adónde me lleva
usted?”
Marivaux
La autopista, de tarde.
Clara termina de peinar a Mónica.
Cecilia está en un rincón, sola.

Clara (a Mónica que se levanta). -¿Y ahora para dónde corre a la callada?
Mónica. –A buscar a la policía. Déjeme tontita, déjeme.
Clara. –No vaya.
Mónica. –Iré, por Dios! Usted no me lo impedirá, pequeña miserable.
Clara. -¿Por qué nos haría daño todavía, cuando todo está ya jodido para usted? ¿Para qué
le serviría, todavía, hacernos daño?
Mónica. –Les haré todo el daño que pueda, todo el daño quer tenga ganas de hacer será
para ustedes.
Clara. –Se mató él mismo, ninguno de nosotros tiene nada que ver en eso.
Mónica. -¿Él mismo? Seguro que no. ¿Él mismo? Yo lo conozco, alardeaba. (Llora). Qué
voy a hacer ahora? ¿Qué voy a hacer?
Clara. –No se vaya. El camino es muy largo, tiene para horas y horas, se perderá, va a
recorrer calles solita en medio de calles, sus zapatos van a resonar fuerte y despertar a la
gente, van a mirarla y a rodearla, la van a seguir durante horas y horas y estará perdida.
Mónica. –Déjeme; lloro.
Clara. –No se vaya, señora, no se vaya. Iré a buscar yo mismo neumáticos para su coche y
nafta para su tanque y pañuelos para sus lágrimas y cuando todo se haya calmado volverá a
su casa en coche, tranquilamente, y sabrá al menos a quien le tiene rencor y a quien no le
tiene.
Mónica. –Callate. Estoy llorando.
Clara. –La noche, señora, va a caer a todo trapo, va a caer mientras usted se está perdiendo
en calles totalmente solitarias y entonces podrá llorar que nadie le secará las lágrimas. No
se vaya en sordina, señora, no se vaya. No la molestaremos; se quedará dignamente en su
rincón, esperando que el día se vaya y vuelva y que a usted le vuelva la calma, señora,
dignamente, en su rincón.
Mónica. –Déjeme.
Cecilia (a Clara). –Vení, ayudame, no te quedes ahí sin hacer nada.

Clara mira a Mónica que se aleja.

*****

(“Lo llamo charlatán, mentiroso, bribón, porque cuando se despierta, después de un corto
sueño gimecodiciando ya otro sueño: si me tuvieras un poco en gracia, si soló te dejaras
conmover por mi tristeza y mi asco a la vida, si al menos no fueras tan cruel que por pura
maldad me privás del último lugar de mi reposo al que todo ser tiene el derecho de llegar,
escucharía ñor un instante mi ruego y te dejarías ablandar, me facilitarías el acceso a ese
lugar de reposo, puesto que te prometo que desde el momento en que lo haya alcanzado no
tendré más codicias y me atendré a eso, me acostaré ahí ynunca más dejaré el lugar, nunca
más me oirás quejarme. Pero apenas obtiene él el objeto de su ruego, apenas recorrió los
lugares que ya saciado, después de un sueño corto, se aleja del lugar con un vago pesar,
levanta la cabeza, codicia otro lecho y suplica de nuevo.
Es la perra la que lleva al hombre por la correa, el esclavo el que burla al amo, el
pájaro el que encierra al niño en su jaula. No quiero hablarle más, oirlo más, no más ceder
ni nunca más dejarme vencer por las lágrimas; ahora me toca a mí ser malo y duro y sin
corazón, y ponerle el bozal como a una bastarda mal adiestrada, luchar contra ella hasta que
se acueste cuando le diga que se acueste, se meta donde le diga que se meta, para que se
vea al fin quién obedece a quin.
Le pequé con un palo para enseñarle el respeto, pero sólo logré endurecerla y
volverla insolente; la sumergí en agua helada para enseñarle el silencio y sólo logré excitar
su curiosidad; la pinché con espinas para que con su sangre corra su maldad y los
sufrimientos que me infligía, pero sólo alcancé a darle el gusto por el sufrimiento. Sacude
la puerta, grita: déjame salir, paséame por el mundo, no me dejes encerrada como una vieja
esposa inútil y de la que te avergonzarías. Pero si la saco me inflige quemaduras como la
menstruación de las mujeres y comezones y si no la saco, entonces me arroja un sortilegio y
mi piel se pone amarilla, se cubre de granos y me vienen dolores intestinales.
Es el esclavo al que no puedo liberar, el perro al que no puedo matar, sino al
contrario, tengo que prenderme con manos y dientes a su correa, porque su nombre es el
mío y no quiero que se borre la mención de mi existencia entre los hombres, ni mi razón de
ser sea aniquilada en este mundo” dice Fak).
*

Cecilia. –Llevame hasta la cocina, vamos, movete, no quiero quedarme aquí.


Clara. –Sos demasiado pesada, no podré llevarte yo sola.
Cecilia. –Tonta. (bajito). Escondeme, no quiero que Rodolfo me vea, lo oigo que se ríe ahí
atrás, vete a buscar mi chal y escondeme debajo, quiero parecer un montoncito de piedras.
(Encolerizada). Limpiá a mi alrededor, es asqueroso, vete a buscar el balde y lava.
Clara. –No hay agua.
Cecilia. –Bien que pudiste encontrar para tu café y para emperifollarte como una putita.
Vete al río con el balde.
Clara. –Es demasiado lejos, demasiado pesado, demasiado sucio, no quiero.
Cecilia. -¿Quién te enseñó a contestar? (Bajito) Llamá a tu hermano.
Clara. –Se largó.
Cecilia. –Estupideces. Llamá a tu hermano.
Clara. –No. No quiero tener más hermano.
Cecilia. -¿Qué te creés que serías sin él? ¿quién te alimentó, putita? (bajito) No quiero estar
sucia no quiero oler feo y que nadie me lo diga. Agua mi tesoro, mi flor, mi pequeño sol,
traeme agua. (Colérica). Llamá a Rodolfo inmediatamente, que llames a Rodolfo, te digo,
idiota.11
Clara. –¿Qué decís?
Cecilia. –Que venga pronto, no, que no venga, que desaparezca, que se muera, ya bastante
me jodiò toda mi puta vida.
Clara. –Pará, mamá, pará.
Cecilia. –Ese impotente me hizo echar raíces en este país de salvajes, ese castrado me metió
en la cama de los salvajes, me hizo fornicar con las larvas, hizo que se acoplara la orquídea
con el cardo, y heme aquí reventando en medio de esta mierda.12
Clara. –(corriendo, como loca). –Papá, papá, vení en seguida, no entiendo nada de lo que
dice.
Cecilia. –Quiero regresar a las Lomas Altras, no, no quiero regresar allá, el aire allá está
podrido y huele a mierda, allá he perdido todos mis colores y mis fuerzas y mi virilidad,
allá me gastaron la vida y a cambio me dieron una bolsa de guijarros que debo arrastrar
noche y día por el mar, por los puertos, hasta que me caiga de cansancio.13

Clara vuelve arrastrando a Rodolfo.

Rodolfo. –Dejame en maldita paz, bastarda.


Clara. –¿Qué te dijo, papá, qué te dijo?.
Rodolfo. –No quiero saberlo.
Cecilia. -¿Imanasqam Maria? Imanasqam ñoqa wachuchikurqani supaywan, nina
ñawiyuqwan, wachachikuwananpaq? ¿Dolores, Mariapa, maman, niykuway? ¿imanasqam
supaywan wachuspa, Mariata wachana? ¿Imanasqam? ¿Niykuway Carmen? ¿imanasqam
wachuchikurqani Doloresta wacha naypaq, paypas Mariata wachananpaq, Mariapas, qanra
chuchumeka, hatun rakayuq, paypas wachananpaq?14
Rodolfo. –Es la india que despierta (se sonríe).
Clarta. –¿Qué está diciendo?, ¿qué está diciendo, papá?
Cecilia. –Cheqnisqa kachun llapallan tuta, chay warmikunapa tutan, waytarukuspa,
pantasqa supaywan wachuchiquna tuta, payquna waytakurukuspa, satirachikuspa isqon
killamanta anchata qaqarinqaku qanra qocho patanpi; cheqnisqa kachun warmipa
qaparitynin, chawpi tutapi warmi wawata wachakuspa; chay warmi wawakunapas, wiñaspa,
waytariqunkapu, wachuchikunqaku, qaparinqaku. Cheqnisqa kachun llapa warmikunapa

11
Estas últimas palabras en español, en el original. (N.del T.).
12
En español en el original (N. del T.)
13
Idem.
14
Esta y la siguiente intervención de Cecilia figuran en quechua en el original, la versión francesa aparece en
el anexo al final de la obra y es allí que ofrecemos la traducción al castellano, para respetar el orden propuesto
por el autor.
rakan, cheqnisq kachun Runa Kamaq, cheqnispa warmita rurarqa, pantasqa, yarqasqa
runapa pisqonwan satichikunanpaq.
Rodolfo. –La india se duerme. (Cecilia mira al sol, el sol se desploma)
Cecilia no se mueve más. Clara huye.
Rodolofo de pronto furioso, se acerca de Cecilia y baja su pollera sobre sus piernas.
Muy lejos la silueta de Mónica se aleja.

El interior del galpón, en la luz rojo oscuro de la tarde.


Clara, toda sofocada y sin aliento, detiene a Charles quien se dirigía hacia la escollera.

Clara. –Y si te dijera que puedo, yo, hacerte ganar tu plata? Si te dijera que te daría yo más
tiempo del que se necesita par triunfar en la vida, Charlie, y el mejor método para ganar
más plata de la que se necesita en una vida, y el truco para ser mejor y más fuerte que todos
los demás?
Puedo hacer yo por ti, Charlie, lo que nadie nunca podría hacer por ti; puedo ocuparme de ti
como nadie nunca se ocupará de ti; puedo ser para ti, bajo tu mano, lo que nadie más tiene a
mano y así tendrás todo tu tiempo para el resto. Si te dijera, Charlie, que yo puedo amarte
com onadie jamás amará?
Vas a estropear tu tiempo, Charlie, una mitad para ganar plata y la otra mitad para buscar a
alguien que te quiera, mientras que conmigo podrías tomarte todo tu tiempo para el dinero
sin molestarte por el resto; yo te amaré como nadie jamás te amará, no tendrás más que una
sola cosa en la cabeza, una sola cosa a buscar y encontrar, sólo ocuparte de ti y de ganar
todo tu dinero.
Mirarás los otros, Charlie, mientras buscan a alguien que los ame, para amarlos más o
menos, una acá otra allá, un poco, un poquito y que presenta luego su factura; conmigo no
habrá factura, será un asunto arreglado; no necesitarás nada, ni mirarme, ni hablarme, ni
pensar en mí, ni amarme para nada, sólo tenerme a mano; y podrás querer vos a quien
quieras, y vos presentar la factura. Entonces no tendrás más que aprovecharlo todo, Charlie,
y te reirás mirando a los otros; sería demasiado tonto, Charlie, no aprovechar eso.
Si te dijera que puedo amarte, Charlie, como nadie podrá amar? Puedo yo amarte, sea de
día o de noche, en inviertno y en verano, sin importar cómo ni dónde, aquí o allá. Si te
dijera que te amo tanto, Charlie, que es de tu interés que te ame así y que siga y que pueda
seguir más, como nadie podrá amarte nunca, Charlie?

Clara mira a Charles que se aleja. De noche.

Sobre la escollera.
Abad, Charles, Fak, la kalashnikov.
Fak está arrastrando con dificultad el cuerpo de Koch hacia el agua.

Charles (a Fak). -¿Es pesado o estás cansado?


Fak. –Es pesado.
Charles. –Cuando uno se muere el alma vuela y se encuentra frente a Dios que juzga y
decide quién va al cielo y quién al infierno. Pide una media anual de lo que se ganó y para
probar la declaración hay que llevar un recibo de pago o una declaración de impuestos.
Todos aquellos a quienes se les pruebe que su salario sobrepasa cierta suma van al cielo, y
los otros al infierno. Examinan también su ropa. (Examinando el traje de Koch). Es un
Cerruti.

Abad recoge la kalashnikov, la pone en posición de golpe a golpe, dispara un tira sobre el
río. Rugido de una ola como respuesta. Fak hace caer el cuerpo al agua. Sirena de un
barco, a lo lejos.

Fak. -Estoy cansado (se tiende y cierra los ojos).


Charles (mirando el cuerpo de Koch que flota sobre el agua). –En el cielo hay casonas ricas
guardadas por dobermans con cesped y canchas de tenis; se sirve drinks antes de las
comidas e incluso los ángeles que son los servidores, están calzados con weston. En el
inferno, la gente vive en las carrocerías de las viejas cachilas. (Se ríe). Tonterías.
Fak. –Ahora sé por qué no estaba tan pesado, me olvidé de ponerle piedras en sus bolsillos.
Va a flotar.

Abad dispara sobre el río. Provoca una pequeña tormenta.


Llueve.

Charles. –Quizás con un falso recibo de sueldo (Se ríe, mira a Abad).
Fak (abriendo los ojos). –Flota (Emprenden vuelo ruidosamente unos pájaros, muy cerca
de ellos).

Abad dirige el arma hacia Charles y dispara.

Noviembre de 1983

ANEXO

1. Traducción del quechua en la muerte de Cecilia:

“Por qué María, decime, por qué haber fornicado con un chacal de ojos rojos y haberme
dado a luz? Decime, Dolores, madre de María, decime por qué haber fornicado con un
chacal y haber dado a luz a María? Y por qué, decímelo, Carmen, haber fornicado, para que
poner en tierra a Dolores quien puso a María, la puta, equipada con todo lo necesario para
poner en tierra a su vez?.

Malditas sean las noches en que emperifollan las mujeres para fornicar con el chacal
errante; ellas que se desemperifollan nueve meses después sobre una playa odiada gritando;
maldito sea el grito de las mujeres en el corazón de la noche, que dan a luz a otras mujeres
que se emperifollarán y se desemperifollarán y gritarán a su vez. Maldito sea el instrumento
de la reproducción de la mujer y maldito sea el dios que maldijo a la mujer por el
instrumento errante del hombre como un chacal hambriento”
2. Para poner en escena “Muelle oeste”

Habría que considerar a priori que todo lenguaje es irónico, y todo desplazamiento
grave; eso evitaría tomarse en serio cosas que no lo son, volver tristes escenas que deberían
ser divertidas y eliminar todo lo trágico de esta historia.
Así, en la primera escena de Mónica y de Koch en medio de la oscuridad, se le dará
su verdadero sentido a la escena si antes que nada la atención se centra en mostrar a dos
personas que intentan caminar sobre un suelo resbaladizo. Porque esta escena es sobre todo
la pregunta planteada y no resuelta de ¿quién sigue a quién? ¿quién conduce a quién?
El texto es quizás, a veces, demasiado largo para la representación; pero los actores
deben ser siempre demasiado lentos, ellos. Deben tener tendencia a no decir las palabras a
pesarlas, mostrarlas, darles un sentido. De hecho habría que decir siempre el texto como un
niño que recita una lección con un fuerte deseo de orinar, que va mu rápido hamacándose
de una pierna a la otra y que cuando terminó se precipita para hacer lo que tenía en la
cabeza desde siempre.
Nunca habría que intentar deducir la psicología de los personajes de acuerdo al
sentido de lo que ellos dicen, sino al contgrario hacerles decir las palabras en función de lo
que hacen y de lo que hemos deducido que eran.
Los fragmentos entre comillas y entre paréntesis, ecritos como monólogos de
novela, no deben, por supuesto, ser representados, pero tampoco son textos para los
programas. Tienen su lugar, cada uno, entre dos escenas, para la lectura de la pieza y es allí
que deben quedar. Porque la pieza fue escrita a la vez para ser leída y para ser representada.
Si son necesarios cortes no es obligatoriamente en los largos monólogos que hay
que hacerlos. Por supuesto que uno podría decirse: al comienzo del monólogo Charles esta
aquí, al final está allá, apurémonos, pues, a ir de un lugar al otro. Eso es un cálculo
equivocado, porque Charles, quien no viene de ningún lugar y no va a ningún lugar, tomará
de todos todo su tiempo y si se le impide eso se le impide simplemente existir; y lo que hay
que ver de Charles es precisamente el tiempo que pone en ir de un punto a otro, y su
particular andadura.
Por las mismas razones, en la primera escena de Koch, Charles y Abad, sobre la
escollera, no hay que ahorrar los pasos que Charles debe dar entre Koch y Abad, entre
Abad y Koch.
Charles no es un débil, ni un blando, ni un indeciso. Está simplemente “impedido”;
quiero decir con eso que el ligero desplazamiento que hay entre la vida y él es la única
causa verdadera de lo inacabado de sus proyectos.
No veo bien cómo se podría evitar volver monstruoso a Rodolfo; es un monstruo
porque es feliz, lo que nunca es muy lindo de ver. Quizás, hacia el final del todo, como un
criminal que un día u otro termina siempre por vanagloriarse de su crimen, se deja
sorprender en su dicha. Entonces, como el hocico de un perro que arrancamos del tacho de
basura, fugitivamente, puede parecernos familiar.
Lo peor que le puede ocurrir a Koch es que se lo haga dolorido y profundo,
mientrras que él es caprichoso y secreto. La verdadera profundidad de Koch, si tiene
alguna, proviene de la multitud de barreras que interpone entre lo que revela y su secreto; al
punto que cuando se ha creído haber descubierto por fin el corazón del problema, uno
puede estar seguro que todavía no es más que una barrera construida para impedir que
penetremos más allá , de modo que no estamos seguros en absoluto de que al final haya un
secreto, sino que Koch se presenta como una infinidad de ataúdes faraónicos encajonados
los unos en los otros y destinados a engañar la mirada: y querer profanar elinfinito misterio
de esta tumba conduciría probablemente al explorador a descubrir una última caja que
encierra algunas cenizas muertas y sin sentido.
No estaría mal llegar a deducir en lo que concierne a Fak, que es asiático, de
apariencia más bien frágil y con una fuerza temible; pero de lo que se debe estar
absolutamente convencido es de que si lo quisiera podría desparramar a toda ese gentecilla
con una patada. Pero él tiene el gusto del juego o de la competencia o del éxito; slata de
táctica en táctica y sobre el terreno habría que intentar seguirlo; porque es eso y sólo eso lo
que hace durar la pieza. Sería mejor no darle a Fak un espesor emotivo que no tiene o que
está lejos de comprender. Él es un duro de verdad.
No hay que tomar a Ceciliar por una tonta; todos lo hacen alrededor de ella. Tomar
a Cecilia por una imbécil sería tomarla por una madre, por una aristócrata en el exilio, o por
una india que posee no sé qué poderes mágicos; mientras que ella no es más que una mosca
encerrada en un placar, como lo dice ella misma, y morirá seguramente antes de que abran
la puerta.
Si la gente lo toma por un imbécil de alguna de los modos que existen de tomar a
alguien por un imbécil, conozco tres respuestas posibles:
Presentar una imperturbable dignidad;
Mostrar hasta qué punto uno puede fingir la tontería (ése fue un arte que era la
especialidad de los Negros del gueto de San Francisco, a quienes bautizaron los “mau-
mauing”, y que consistía en razonar así: el Blanco nos toma por salvajes, hagámosle una
maldita función de salvajes).
Cecilia dice: mostremos hasta qué punto soy capaz de ser una imbécil y hasta ese
punto imbécil que pretendo con los pies en la mierda de aparentar una imperturbable
dignidad.
El verdadero trabajo de la actriz que represente a Cecilia será el de mostrar que no
está haciendo lo que parece estar haciendo, y que no desea lo que está pidiendo, sino que es
como un espejo que refleja lo que se espera de ella, y lo refleja con una luz tan poderosa
que llega a deslumbrar a su compañero.
En ese infinito juego de defensa, Cecilia gasta una energía infinita; a veces pierde el
hilo y se pregunta: ¿en qué estaba? Y es también en ese juego de infinito misterio que Koch
se reconoce alguna familiaridad con ella.
Clara corre en seguimiento de Mónica; al final la alcanza. Mónica es una de esas
interminables muertes de teatro, donde el héroe herido acumula las razones de su muerte
para no decir que se muere, simplemente y sin razón. Sin embargo, Clara, que es
impaciente, bebe café aprende rápido y encuentra enseguida más lindas las muertes de
teatro que la vida, se apura en dejarse arrastrar a vivir, hasta el momento en que la vida
huye lejos de ella con un ligero clap-clap de los tacos de Charles sobre el suelo; y al final
de la pieza, se apronta a comenzar su muerte, con maldiciones in duda y los gemidos que ha
visto en Mónica.
Me di cuenta de que parecía evidente para todos que un papel de hombre debía ser
representado por un hombre, un anciano por un anciano, una joven mujer por una joven
mujer. Es de uso considerar que el papel de un negro puede ser representado por cualquiera;
se le agrega entonces una máscara o pintura, o una “razón” para ser negro, y por supuesto,
cuando se ha encontrado la “razón” se la puede esquivar. Pero, si miramos de más cerca,
teniendo en cuenta la manera en que se lo nombra, y la mancha que hacía sobre la nieve en
su primera aparición, me parece que Abad es negro de piel, absolutamente; que no hay
razones para que lo sea y es por eso que lo es absolutamente; y si se prescinde de eso, se
puede también prescindir del agua, del galpón, de Rodolfo, del sol y de la obra.
Abad se rehusa a hablar a toda persona que no sea Charles; y aún así ahorra sus
palabras y le habla al oído. No lo volví mudo porque fuera más fácil, aunque efectivamente
lo fue, sino porque era imprescindible. Abad no es un personaje en negativo en medio de la
pieza; la pieza es el negativo de Abad.
Es necesario, por lo tanto, elegir al actor que hará de Abad en función de lo que
tendrá que hacer y no en función de lo que está dispensado de hacer. Ninguna necesidad de
que sepa hablar, sin duda; pero cuando se lo ubica en un rincón al abrigo, su cuerpo debe
echar humo. Debe ser elegido en función de eso.
Finalmente, lo peor que puede ocurrirle a la pieza es que se la haga sentimental y no
graciosa (picaresca). No se debe interpretar ninguna escena de esta pieza como una escena
de amor, porque ninguna escena está escrita como escena de amor. Son escenas de
comercio, de intercambio y de tráfico, y hay que representarlas como tales. No hay ternura
en el comercio y no hay que agregar lo que no hay. El único pasaje que podría ser abordado
como una escena de amor es el diálogo entre Mónica y Charles, de tarde en la autopista,
que trata de performances técnicos, de frenos y de la cantidad de cilindros del Jaguar. Hay
que creer que el amor, la pasión, la ternura, y no sé qué más todavía, se hacen camino solos,
y que si uno se ocupa demasiado de ellos siempre los achica y los ridiculiza.
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ESTE ES EL RESUMEN QUE OFRECEN LOS EDITORES EN LA CONTRATAPA


DEL LIBRO, CON ALGUN AGREGADO MÍO (R.M.)

Un hombre quiere morir. Se prepara para arrojarse a un río, en un lugar desértico, y como
teme flotar dice: pondré pesadas piedras en los bolsillos de mi saco y así mi cuerpo se irá al
fondo del agua como un neumático de camión desinflado, nadie notará nada. Se hace
conducir en su jaguar que él mismo no sabe manejar hacia la otra orilla del río, en un barrio
abandonado de la ciudad, cerca de un galpón abandonado, en una noche más negra que de
costumbre y le dice a la que lo condujo que se vuelva para su casa.

En medio de la oscuridad total teme los encuentros, se despoja de las pocas pertenencias
que tiene y enfrenta a las sombras que habitan la noche y le piden cuentas de sus
intenciones.

Atraviesa el galpón, se acerca al muelle, pone las dos piedras en los bolsillos de su saco y
se arroja al agua diciendo: ya está. Y con el agua sucia y la boca llena de conchillas
desaparece al fondo del río como un neumático desinflado de camión.

Alguien a quien él no conoce se zambulle detrás suyo y lo saca del agua. Empapado,
temblando, se enoja y le recrimina: quién lo autorizó a sacarme del agua. Luego mirando
alrededor de sí empieza a tener miedo y le pregunta: ¿qué quiere de mí?. Al querer irse de
nuevo se da cuenta que su coche está ahí pero con el motor inservible y los neumáticos
reventados. Repite: ¿qué quieren exactamente de mí?

Agrego:
Al final es ejecutado por una ráfaga de kalashnikov.
Al mismo tiempo el amigo del hombre que lo sacó del agua planifica escapar solo de ese
lugar, a pesar de la entrega de la hermana que se le ofrece sin condiciones con tal de salir de
allí, a pesar del amigo, y a pesar del miedo a la maldición paterna. Pero también morirá de
un tiro.

Algunos consejos del propio Koltès:

Abad es un personaje en negativo, no habla con nadie salvo con Carlos y aún así le habla
al oído... pero sentado en un rincón su cuerpo debe desprender humo. Es para eso que
debe ser elegido.
Lo peor que le puede ocurir a la pieza es que se la vuelva sentimental. No se debe
interpretar ninguna de las escenas como escenas de amor, porque ninguna escena está
escrita como una escena de amor. Son escenas de comercio de intercambio, de tráfico, y
hay que representarlas como tales. No hay termura en el comercio y no hay que agregar
allí donde no existe. Hay que creer que el amor, la pasión , la ternura y no sé qué mas se
hacen su camino solitos, y si uno se ocupa demasiado de ellos los empequeñece y los
ridiculiza siempre.

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