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La investigación con finalidades militares recibe mundialmente más financiación que cualquier
área de investigación civil. El modelo de progreso tecnocientífico que se estableció en muchos
países después de la Segunda Guerra Mundial. caracterizado por el predominio de los
organismos militares de investigación, continua en gran medida vigente al día de hoy. En estos
años han sido muchos los científicos que se han organizado para reclamar la parada de la
carrera armamentística y la desmilitarización de la ciencia. La objeción de conciencia
tecnocientífica en la investigación militar es la negativa a participar en cualquier tipo de
investigación con finalidades militares. La investigación militar es responsable del
agravamiento de las consecuencias de las guerras, fomenta la carrera armamentística y la
exportación de armamento al Tercer Mundo. Consume una enorme cantidad de recursos que
los estados podrían destinar a investigación para mejorar las condiciones de vida sobre la Tierra
y puede estar afectando gravemente la dirección del proceso de desarrollo tecnocientífico.
Después de diversos casos puntuales de objeción de conciencia tecnocientífica, la campaña
impulsada por la Fundació per la Pau en el Estado español explora una nueva vía de oposición
colectiva a la militarización de la tecnociencia.
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Objeción de conciencia
tecnocientífica a la investigación militar
Guillem Marpons1
Colaborador de fundación perla Paz
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Quisiera agradecer la valiosa ayuda recibida de parte de Jordi Armadans y Francisco Javier
Rodríguez Alcázar.
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Todo cambia con la llegada del nacionalsocialismo al poder y, sobre todo, con el
estallido de la Segunda Guerra Mundial. En EE.UU y en Gran Bretaña lo mejor de la
comunidad tecnocientífica -formada en una parte sustancial por científicos exiliados de
la 'Europa ocupada- se involucra a fondo en la empresa de derrotar a Alemania y
Japón. En algunas ocasiones son los propios científicos los que toman la iniciativa y
alertan sus respectivos gobiernos de las posibilidades militares de los futuros avances.
Celebre es a este respecto la carta que Einstein y Szilard dirigen al presidente Roosvelt
indicándole las posibilidades de la fisión atómica.
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Entre los científicos que han trabajado para los estadounidenses, el sentimiento que
predomina también es el de haber trabajado por una causa justa y con medios legítimos,
pero el lamento de la bomba sobre Hiroshima provoca un cierto trasiego entre la
"comunidad Manhattan". Ya antes del lamento, algunos de sus creadores se
manifiestan contrarios al uso de la bomba contra objetivos civiles en un comunicado
formal dirigido al gobierno. La fuerza que había aglutinado la comunidad alrededor del
proyecto frente al terror que Hitler fabricara la bomba atómica, se ha demostrado como
un temor infundado. La bomba se termina utilizando contra un enemigo no previsto
inicialmente, y ya prácticamente derrotado. Aparecen los sentimientos de
culpabilidad. No queda exento Robert Oppenheimer, el máximo científico responsable
del proyecto, que en 1947 muestra síntomas de remordimiento y se declara contrario a
la construcción de la bomba de hidrógeno por considerar extremadamente peligroso
que se establezca una carrera armamentista nuclear con la URSS. Este hecho le cuesta
la confianza del poder político-militar y quedar excluido de toda investigación militar
durante los años más duros del macartismo.
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El movimiento Pugwash, que continúa hoy trabajando por el desarme, nace el 1956 a
raíz de un manifiesto firmado conjuntamente por Bertrand Russell, Albert Einstein y
un buen número de científicos más, muchos de ellos premios Nobel, en el que exhortan
a la humanidad a abolir la guerra, a costa de limitaciones en la soberanía
nacional. Recordemos sus últimas palabras: " Ante nosotros está, si lo escogemos, un
continuo progreso en términos de felicidad, conocimiento y sabiduría. ¿Escogeremos
la muerte como alternativa, sólo porque somos incapaces de suprimir nuestras
querellas? Hacemos, como seres humanos, un llamamiento a los seres humanos:
Recuerda que eres humano y olvida el resto".
Nada impide, sin embargo, que el modelo de ciencia militarizada que se ha establecido
siga adelante, y el gasto en I + D militar crezca en EE.UU respecto a los años del
conflicto bélico. Durante la década de los 60, aproximadamente un 80% del
presupuesto federal en I + D es gestionado por agencias militares.
En los años 70 el gasto disminuye un poco por el clima social de protesta ante la guerra
en Vietnam y Camboya, y los vínculos de las universidades americanas con el
Departamento de Defensa son ampliamente criticados por la comunidad docente.
Pero, con la llegada de Reagan al poder el gasto militar mundial se vuelve a disparar,
y en 1983 se lanza el proyecto de I + D militar más caro de la historia, la Iniciativa
Estratégica de Defensa (SOI). Este intento de militarización del espacio consiste en una
serie de proyectos extravagantes y mayoritariamente abortados, que choca de nuevo
con un importante rechazo por parte de la comunidad académica.
La radical disminución del gasto militar en el este de Europa durante la década los 90
se ve correspondida con una merma mucho más moderada en el oeste. La
desaceleración de la investigación militar es aún mucho más suave, y vuelve a repuntar
a partir de 1999, tendencia que se reforzó con la crisis del 11 de septiembre. Llegamos
así a la situación actual que hemos descrito al inicio.
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Los motivos aquí expuestos son aplicables a la investigación militar en general, aunque
algunas personas pueden no considerar ilegítimas ciertas aplicaciones militares de la
ciencia y otras sí.
La inquietud que más bien nos asalta es que las nuevas armas desarrolladas suelen
utilizarse en el peor de los escenarios -y no es infrecuente- para destruir vidas y bienes.
Prácticamente la totalidad de armamentos utilizados en las guerras actuales han sido
desarrollados en las últimas décadas, fruto de la intensa actividad investigadora llevada
a cabo por las grandes potencias. Estos armamentos han multiplicado el potencial
devastador de las guerras actuales, haciendo que sus efectos sobre las poblaciones y
sobre el medio ambiente perduren más que nunca en el tiempo. También es remarcable
su capacidad de extender la muerte y la devastación a toda la población, civil o militar,
dejando prácticamente obsoletos los conceptos de "frente de guerra" o
"retaguardia". Basta que pensamos en los efectos a corto y largo plazo de las minas
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Actualmente, los efectos más conspicuos los sufre la población del tercer mundo, pero
el empoderamiento puesto en mejorar la tecnología militar, motor de la carrera
armamentística, ha hipotecado la seguridad de todos. La propia existencia de grandes
arsenales atómicos, químicos y biológicos supone en sí mismo un riesgo sin
precedentes que abarca incluso la posibilidad de la misma eliminación de la especie, y
varios autores consideran el uso militar de la energía atómica una realidad cada vez
más probable (si bien no tanto la de la guerra nuclear total). Una vez abierta la caja de
Pandora parece muy difícil volver a cerrarla junto con los horrores ya liberados, y los
riesgos producto del armamentismo que cada vez más exhiben un efecto acumulativo.
Esto cuestionaría una de las actitudes que más ha inducido a los científicos a legitimar
la investigación militar: la de aquellos que han creído que, poniendo su conocimiento
y esfuerzo al servicio de la maquinaria de guerra, preservaban unos valores que son
considerados susceptibles de ser defendidos por unas determinadas naciones, y no por
otras. Entre estos valores han destacado la seguridad de los ciudadanos de estas
naciones, y no pocas veces se han añadido la seguridad y la paz mundiales.
Debería ser motivo de reflexión al respecto que varios científicos hayan resultado
decepcionados por el papel que las naciones han adquirido después en la política
internacional, caso del propio Einstein. Pero quizás la mayor crítica que se puede hacer
a esta actitud es que parte de un paradigma de la seguridad que no integra
adecuadamente las amenazas que no se pueden combatir militarmente, como la
inseguridad sanitaria, alimentaria o laboral, y no contempla las raíces de los conflictos,
como las injusticias crónicas, la desigualdad, el subdesarrollo o la degradación de los
ecosistemas.
La situación también es hoy muy diferente del caso extremo de la Segunda Guerra
Mundial. En 1998, el 82% del gasto mundial en I + D militar se gastaba en los países
de la OTAN, y un 63% sólo en EEUU (SIPRI, 1999). Hay que cuestionar porqué la
OTAN sigue adscrita al modelo de superioridad tecnológica, y si este hecho no empuja
a otros países al rearme. Tampoco se puede ignorar que en numerosas ocasiones este
rearme se produce gradas a la exportación directa de armamento desde los propios
países de la OTAN o mediante transferencia de tecnología militar. El hecho puede
corresponder a una combinación de razones estratégicas coyunturales y de beneficio
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Con el fin de prolongar la vida útil de la tecnología, y aumentar así su rentabilidad, las
anteriores generaciones de armas son exportadas masivamente, generalmente en
regiones en conflicto, lo que supone uno de los efectos más perversos de la innovación
armamentista.
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El uso de armamento "de precisión" se publicita especialmente porque sugiere que las
nuevas guerras son más "limpias", y evitan en parte algunos de sus efectos nocivos. En
realidad sucede lo contrario, y esta supuesta precisión se utiliza a menudo para destruir
infraestructuras civiles y provocando el pánico entre la población. Además, como ya
hemos señalado, muchos de los nuevos armamentos utilizados -caso de las bombas
dekigu fragmentación o el uranio empobrecido- son aún más discretos, pero con efectos
más graves sobre el medio ambiente que los anteriores. Y los mayores esfuerzos en
investigación se centran en la actualidad en armas teledirigidas y no tripuladas (Molina,
2003). La prioridad es disminuir los riesgos para el agresor, y como consecuencia,
abaratar el coste político de las guerras.
Es un hecho muy ampliamente aceptado que las preguntas y los objetivos determinan
en buena medida los resultados de cualquier investigación, más allá de una supuesta
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Gran parte de la confusión proviene de que desde la Segunda Guerra Mundial y hasta
bien entrada la década de los 60’s, las agencias militares de investigación de los EE.UU
gestionaron casi la totalidad de los presupuestos de I + D nacionales, guiados por una
política de probar suerte en todas las áreas de investigación porque se tenía que obtener
la superioridad tecnológica a cualquier precio. En este contexto, muchos grupos que
recibieron dinero de agencias militares no tenían en mente resolver ninguna necesidad
civil y sí, en cambio, problemas militares. Internet y muchas otras tecnologías son
productos afines de esta política, que en ningún caso supone una transferencia de
tecnología del ámbito militar al civil. Tampoco hay evidencia de que la investigación
militar mejore la competitividad de la industria civil de un país para otros ámbitos de
desarrollo, por cuanto los países que más I + D militar han realizado desde la Segunda
Guerra Mundial han perdido empuje respecto a competidores que producían mucho
menos como Alemania y Japón (Gusi, 2000).
Finalmente, vale la pena retomar lo que llevábamos dicho sobre cómo la mayor parte
de las investigaciones actuales en tecnociencia están orientadas por la misión del I + D
militar, es la actitud más han recorrido a los científicos para abandonarse a trabajos de
valor moral discutible, seducidos por la envergadura de los retos planteados y las
facilidades para obtener financiamiento. Edward Teller -padre de la bomba de
hidrógeno- la sintetizó diciendo que el deber del científico es indagar todas las
potencialidades de un nuevo descubrimiento, pero es trabajo de los políticos y los
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representantes del pueblo decidir que se debe aplicar la tecnología y que se deja fuera.
Desgraciadamente, ni una sola democracia podría aligerar la responsabilidad del
científico sobre su trabajo. Este comprenderá los problemas técnicos mejor que un
político o un ciudadano medio, y el conocimiento siempre lleva implícita una dosis de
responsabilidad.
Hay que pensar que incontables investigadores han rechazado participar en proyectos
de investigación con vínculos militares que les hayan podido ofrecer por considerarlos
contrarios a su código de conducta moral. Los informes de organizaciones como
Scientists for Global Responsibility dan fe de algunos ejemplos, y de hecho el autor
tiene constancia de más de un caso ocurrido en nuestro mismo país (España), en la
UPC. Aún en el supuesto que estas personas hayan permanecido anónimos, su propio
acto de renuncia puede haber servido para provocar la reflexión en su entorno
inmediato.
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Finalmente, en España la Fundació per la Pau está impulsando desde hace 2 años una
campaña masiva de objeción tecnocientífica donde, en una declaración dirigida a toda
la comunidad investigadora en centros públicos o privados de investigación, los
firmantes se comprometen a no participar en ningún tipo de investigación militar y
solicitan del gobierno español medidas para mejorar la investigación pública civil a
costa de los presupuestos militares. La novedad de esta nueva iniciativa es que añade
una componente política a la objeción de conciencia al plantear tal acción como un acto
de transformación social. No basta sólo con no tomar parte en la I + D militar sólo para
que lo hagan otros: hay que contribuir a crear una base social dispuesta a rebelarse
contra la militarización de la ciencia, y más aún, de la sociedad. Esta forma de
protesta se equipara así a otras acciones de rechazo en contra de varias facetas del
sistema armado de defensa como la objeción de conciencia al reclutamiento (o al
servicio militar) o la objeción fiscal.
Todo ello plantea dos temas interesantes y donde todavía hay que trabajar mucho. El
primero es la protección legal de la objeción tecnocientífica (y, en su caso, del
"levantamiento de liebres ''), mediante el derecho laboral. Varias organizaciones como
el lntemational Networkof Engineers and Scientist for Global Responsibility (INES)
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Hay más motivos por los que resulta interesante el enfoque colectivo de la objeción: si
queremos garantizar que la universidad mantenga su papel crítico tradicional, y se rija
por principios de universalismo, apertura y difusión del conocimiento, ¿no resultaría
peligroso que, mostrándose permisiva con grupos reducidos de científicos objetores,
encubra su permanencia como institución en un modelo de ciencia militarizada?
Ligado con esto, no son pocas las ocasiones en que un investigador decidido a no hacer
investigación militar se siente impotente enfrentado individualmente a la tarea de
averiguar cuáles son realmente los fines últimos de la investigación que está llevando
a cabo, o algunas de las posibles futuras aplicaciones (aunque averiguarlas todas es,
evidentemente, imposible). Por ello resulta esencial, con la reivindicación del derecho
a no intervenir en investigaciones que uno no considera adecuadas, la reclamación de
máxima transparencia dentro de las universidades. Transparencia en cuanto a los
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La última reflexión retoma el discurso sobre la seguridad que antes hemos empezado
por decir que la negativa a realizar investigación militar no es suficiente para y radicar
toda violencia. Puede haber tecnologías no aplicables para el armamento (es decir, a
violencia directa), pero que en cambio tengan una repercusión en cuanto a violencia
estructural. Por ejemplo, contribuyendo a agrandar las diferencias norte-sur o
facilitando el control de la población por parte de un poder no democrático. Tal
violencia estructural acabaría generando situaciones de violencia directa. Desde el
punto de vista de una cultura de paz es necesario, pues, una perspectiva amplia de
control social de la tecnociencia, con una evaluación continua de las tecnologías
desarrolladas que tenga en cuenta estos factores. La objeción de conciencia
tecnocientífica, eso sí, puede jugar un papel destacado en alcanzar este control.
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