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Sostenible ?, ISSN-e 1575-6688, Nº. 6, 2004 (Ejemplar dedicado a: Investigación y ética), págs.

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Objeción de conciencia tecnocientífica a la investigación militar

La investigación con finalidades militares recibe mundialmente más financiación que cualquier
área de investigación civil. El modelo de progreso tecnocientífico que se estableció en muchos
países después de la Segunda Guerra Mundial. caracterizado por el predominio de los
organismos militares de investigación, continua en gran medida vigente al día de hoy. En estos
años han sido muchos los científicos que se han organizado para reclamar la parada de la
carrera armamentística y la desmilitarización de la ciencia. La objeción de conciencia
tecnocientífica en la investigación militar es la negativa a participar en cualquier tipo de
investigación con finalidades militares. La investigación militar es responsable del
agravamiento de las consecuencias de las guerras, fomenta la carrera armamentística y la
exportación de armamento al Tercer Mundo. Consume una enorme cantidad de recursos que
los estados podrían destinar a investigación para mejorar las condiciones de vida sobre la Tierra
y puede estar afectando gravemente la dirección del proceso de desarrollo tecnocientífico.
Después de diversos casos puntuales de objeción de conciencia tecnocientífica, la campaña
impulsada por la Fundació per la Pau en el Estado español explora una nueva vía de oposición
colectiva a la militarización de la tecnociencia.

***
Objeción de conciencia
tecnocientífica a la investigación militar
Guillem Marpons1
Colaborador de fundación perla Paz

De entre los muchos tipos de investigación que pueden plantear al 'Investigador' el


dilema moral de si es legítimo perseguir unos determinados resultados en
investigación, las aplicaciones militares de la tecnociencia destacan por dos
motivos. En primer lugar, porque pueden aparecer en casi cualquier área de
investigación, aunque lógicamente hay algunas donde la cuestión tiene especial
incidencia, como son la computación, la electrónica y la física.

La segunda peculiaridad la encontramos en el magnífico volumen de financiación


que la investigación militar recibe mundialmente, más que cualquier área de
investigación civil: un 30% del total mundial de recursos para investigación y
desarrollo (I + D) (Gusi, 2000), que representa 5 veces más dinero que la investigación
sanitaria o 10 veces más que la investigación agrícola. Más de medio millón de
científicos de todo el mundo están dedicados exclusivamente a la investigación con

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Quisiera agradecer la valiosa ayuda recibida de parte de Jordi Armadans y Francisco Javier
Rodríguez Alcázar.

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fines militares. Esta financiación proviene mayoritariamente de fondos públicos,


aunque suele ser la industria armamentística privada quien se beneficia de los
programas de I + D militar.

En España la situación es especialmente desafortunada porque, añadido al tantas veces


mencionado retraso que sufre el investigador, está el hecho de que alrededor del 40%
de los recursos para investigación en los últimos 5 años se han destinado a I + D militar,
porcentaje que sólo supera el de los EE.UU (Fundación para la Paz, 2002).

Los investigadores ante la militarización de la tecnociencia: un breve repaso


histórico

La postura de la comunidad científica respecto la vinculación de la tecnociencia con


los ejercidos dista mucho de ser homogénea, pero hay que destacar que, a medida que
el proceso de militarización se ha profundizado, han ido surgiendo formas de
disidencia.

A la presión creciente para constituir una ciencia al servicio de los estados-nación,


oponía a principios del siglo XX una tradición liberal que pretendía mantener la ciencia
independiente de todo control externo, incluso del estado. Aunque las aplicaciones
militares de la ciencia han existido desde su nacimiento en el siglo XVI, no es hasta la
Primera Guerra Mundial que se consolida la vinculación de la ciencia en el estado y en
el ejército. La profesionalización de la ciencia y la ingeniería, unida a un nuevo papel
de los gobiernos nacionales como importantes patrocinadores y clientes de la
tecnociencia, da lugar a la construcción de la ciencia nacional. La guerra provoca la
rotura de la comunidad científica internacional y hay un cierto declive de los ideales
universalistas que habían prevalecido en el siglo XIX. Por encima de todo, el gas, usado
por ambos bandos, como símbolo a la vez del poder y el mal uso de la ciencia, y su
consideración de aplicación particularmente execrable, a pesar de su limitada eficacia
en el combate.

En el periodo entre-guerras, los sectores más nacionalistas e imperialistas de la


comunidad científica abogan por una ciencia militarizada, pero limitan las sus
demandas por temor a que una asociación demasiado fuerte de la ciencia con las nuevas
armas de guerra pueda reducir el apoyo popular de la ciencia en tiempos de paz.

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Todo cambia con la llegada del nacionalsocialismo al poder y, sobre todo, con el
estallido de la Segunda Guerra Mundial. En EE.UU y en Gran Bretaña lo mejor de la
comunidad tecnocientífica -formada en una parte sustancial por científicos exiliados de
la 'Europa ocupada- se involucra a fondo en la empresa de derrotar a Alemania y
Japón. En algunas ocasiones son los propios científicos los que toman la iniciativa y
alertan sus respectivos gobiernos de las posibilidades militares de los futuros avances.
Celebre es a este respecto la carta que Einstein y Szilard dirigen al presidente Roosvelt
indicándole las posibilidades de la fisión atómica.

El presupuesto federal norteamericano en I + D experimenta un crecimiento sin


precedentes, pasando de 74 millones en 1940 a 1.590 millones en 1945. Varias
empresas, y en el caso de los EE.UU también muchas universidades, se ven favorecidas
con contratos multimillonarios con el gobierno para desarrollar partes de grandes
proyectos de armamento. Dos sobresalen especialmente por su influencia en toda la
política tecnocientífica posterior: el radar y la bomba atómica.

La idea de que la ciencia ha contribuido de manera destacada en "el éxito" en la guerra


se difunde rápidamente, a pesar del cuestionable papel marginal que las dos bombas de
Hiroshima y Nagasaki tienen, militarmente hablando. Muchos científicos que han visto
crecer sus expectativas ·profesionales durante la guerra, ven con buenos ojos continuar
bajo el paraguas de la ciencia federal controlada por intereses militares. Pero, por
encima de todo, los militares se han convencido del papel primordial que la ciencia
jugara a partir de este momento de cara a la seguridad nacional, aspecto más
importante, aunque, tras el cambio de alianzas y la confrontación con la URSS. Todo
ello explica que, acabada la guerra, los militares de las grandes potencias continúen
controlando la I + D nacional y se produzca, por primera vez en la historia, la
institucionalización a gran escala, en tiempo de paz, de la investigación militar. Esto,
al mismo tiempo que EE.UU toma el relevo en la supremacía científica mundial,
estableciéndose el nuevo modelo de tecnociencia militarizada que prevalece hasta hoy.

Sin embargo, la guerra deja sensaciones desiguales entre la comunidad científica,


incluso entre las potencias aliadas. Desde el punto de vista británico, la ciencia ha
jugado un papel fundamental en el éxito de la nación ante una prueba
durísima. Contribuciones como el radar se han complementado con pasajes casi de
leyenda como el descifrado de los códigos Enigma y Fish, o la "batalla de los rayos ",
donde los científicos han superado los retos sobrevenidos de maneras particularmente
creativas.

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Entre los científicos que han trabajado para los estadounidenses, el sentimiento que
predomina también es el de haber trabajado por una causa justa y con medios legítimos,
pero el lamento de la bomba sobre Hiroshima provoca un cierto trasiego entre la
"comunidad Manhattan". Ya antes del lamento, algunos de sus creadores se
manifiestan contrarios al uso de la bomba contra objetivos civiles en un comunicado
formal dirigido al gobierno. La fuerza que había aglutinado la comunidad alrededor del
proyecto frente al terror que Hitler fabricara la bomba atómica, se ha demostrado como
un temor infundado. La bomba se termina utilizando contra un enemigo no previsto
inicialmente, y ya prácticamente derrotado. Aparecen los sentimientos de
culpabilidad. No queda exento Robert Oppenheimer, el máximo científico responsable
del proyecto, que en 1947 muestra síntomas de remordimiento y se declara contrario a
la construcción de la bomba de hidrógeno por considerar extremadamente peligroso
que se establezca una carrera armamentista nuclear con la URSS. Este hecho le cuesta
la confianza del poder político-militar y quedar excluido de toda investigación militar
durante los años más duros del macartismo.

En escalafones más bajos de la jerarquía investigadora, la crítica a la política de


investigación dirigida por los militares se puede pagar aún más cara, y a pesar de la
conciencia de los riesgos que la nueva era nuclear comporta es muy grande la zozobra
entre la comunidad científica mundial, son las figuras de prestigio como Linus Pauling
o Niels Bohr las que se pueden identificar en esta la lucha contra el armamentismo.
Einstein se muestra en estos años especialmente crítico con el gobierno de los EE.UU,
al que ha apoyado durante la guerra pero que ahora considera máximo responsable de
la escalada militar atómica.

De entre las diferentes organizaciones de científicos destacan por su activismo en


contra del armamentismo la Federación de Científicos Americanos (FAS), nacida del
proyecto Manhattan, y la Federación Mundial de Trabajadores Científicos (WFSW),
pero sobre todo el colectivo de científicos que organiza anualmente la conferencia
Pugwash. Esta última organización tiene como objetivo reunir científicos de ambos
lados de la cortina de acero para discutir juntos propuestas de desarme y su influencia
resulta decisiva frente a establecer acuerdos como el Tratado de No Proliferación de
Armamento Nuclear (TNP) en 1970, o el referente a misiles anti-balísticos (ABM) en
1972. Científicos soviéticos destacados en el movimiento por la paz son
Millionshchikov y Artsimovich.

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El movimiento Pugwash, que continúa hoy trabajando por el desarme, nace el 1956 a
raíz de un manifiesto firmado conjuntamente por Bertrand Russell, Albert Einstein y
un buen número de científicos más, muchos de ellos premios Nobel, en el que exhortan
a la humanidad a abolir la guerra, a costa de limitaciones en la soberanía
nacional. Recordemos sus últimas palabras: " Ante nosotros está, si lo escogemos, un
continuo progreso en términos de felicidad, conocimiento y sabiduría. ¿Escogeremos
la muerte como alternativa, sólo porque somos incapaces de suprimir nuestras
querellas? Hacemos, como seres humanos, un llamamiento a los seres humanos:
Recuerda que eres humano y olvida el resto".

Nada impide, sin embargo, que el modelo de ciencia militarizada que se ha establecido
siga adelante, y el gasto en I + D militar crezca en EE.UU respecto a los años del
conflicto bélico. Durante la década de los 60, aproximadamente un 80% del
presupuesto federal en I + D es gestionado por agencias militares.

En los años 70 el gasto disminuye un poco por el clima social de protesta ante la guerra
en Vietnam y Camboya, y los vínculos de las universidades americanas con el
Departamento de Defensa son ampliamente criticados por la comunidad docente.

Pero, con la llegada de Reagan al poder el gasto militar mundial se vuelve a disparar,
y en 1983 se lanza el proyecto de I + D militar más caro de la historia, la Iniciativa
Estratégica de Defensa (SOI). Este intento de militarización del espacio consiste en una
serie de proyectos extravagantes y mayoritariamente abortados, que choca de nuevo
con un importante rechazo por parte de la comunidad académica.

La radical disminución del gasto militar en el este de Europa durante la década los 90
se ve correspondida con una merma mucho más moderada en el oeste. La
desaceleración de la investigación militar es aún mucho más suave, y vuelve a repuntar
a partir de 1999, tendencia que se reforzó con la crisis del 11 de septiembre. Llegamos
así a la situación actual que hemos descrito al inicio.

Objeción de conciencia tecnocientífica. Definición

Junto con el interés de muchos científicos de expresar su descontento con la dirección


que el proceso tecnocientífico iba tomando bajo el control de políticos y militares, y su
actitud de alertar a las autoridades y el público en general sobre los riesgos en que se
incurría, apareció, de forma natural, el derecho y la reivindicación de no colaborar con
la investigación militar. Llamamos entonces como objeción de conciencia técnico-

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científica a la investigación militar la negativa a participar en cualquier investigación


que tenga una finalidad explícitamente militar o que esté subvencionada con fondos
dedicados a la investigación con objetivos militares, por considerar esta actividad
contraria al código de conducta subjetiva del individuo.

Se puede considerar que tiene finalidad militar todo el I + D, tanto de investigación


básica como aplicada, dirigida al desarrollo, prueba y producción experimental de
nuevos armamentos, incluyendo también la mejora y la modernización de los sistemas
de armas existentes. Pero también aquellas investigaciones que, a pesar de no llevar al
desarrollo de nuevos armamentos, tienen como finalidad el uso de los resultados
producidos por parte de las Fuerzas Armadas. Como ejemplo podemos citar la
investigación operativa, una rama de la estadística desarrollada poco antes de la
Segunda Guerra Mundial por el interés del alto mando británico y norteamericano de
usarla en la gestión de los recursos y la conducción de las operaciones militares.
También pueden ser susceptibles de ser rechazadas por motivos éticos ciertas
investigaciones dentro de campos como la sociología o la psicología.

El concepto es ampliable, obviamente, a cualquier otro tipo de investigación que viole


los valores o principios morales de cada uno, pero en este trabajo nos ceñimos al caso
específico de la investigación militar.

Argumentos para la objeción de conciencia

Los motivos aquí expuestos son aplicables a la investigación militar en general, aunque
algunas personas pueden no considerar ilegítimas ciertas aplicaciones militares de la
ciencia y otras sí.

La inquietud que más bien nos asalta es que las nuevas armas desarrolladas suelen
utilizarse en el peor de los escenarios -y no es infrecuente- para destruir vidas y bienes.
Prácticamente la totalidad de armamentos utilizados en las guerras actuales han sido
desarrollados en las últimas décadas, fruto de la intensa actividad investigadora llevada
a cabo por las grandes potencias. Estos armamentos han multiplicado el potencial
devastador de las guerras actuales, haciendo que sus efectos sobre las poblaciones y
sobre el medio ambiente perduren más que nunca en el tiempo. También es remarcable
su capacidad de extender la muerte y la devastación a toda la población, civil o militar,
dejando prácticamente obsoletos los conceptos de "frente de guerra" o
"retaguardia". Basta que pensamos en los efectos a corto y largo plazo de las minas

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anti-persona o de la munición reforzada con uranio, por no hablar de la capacidad


devastadora de los bombardeos aéreos masivos o del armamento nuclear.

Actualmente, los efectos más conspicuos los sufre la población del tercer mundo, pero
el empoderamiento puesto en mejorar la tecnología militar, motor de la carrera
armamentística, ha hipotecado la seguridad de todos. La propia existencia de grandes
arsenales atómicos, químicos y biológicos supone en sí mismo un riesgo sin
precedentes que abarca incluso la posibilidad de la misma eliminación de la especie, y
varios autores consideran el uso militar de la energía atómica una realidad cada vez
más probable (si bien no tanto la de la guerra nuclear total). Una vez abierta la caja de
Pandora parece muy difícil volver a cerrarla junto con los horrores ya liberados, y los
riesgos producto del armamentismo que cada vez más exhiben un efecto acumulativo.

Esto cuestionaría una de las actitudes que más ha inducido a los científicos a legitimar
la investigación militar: la de aquellos que han creído que, poniendo su conocimiento
y esfuerzo al servicio de la maquinaria de guerra, preservaban unos valores que son
considerados susceptibles de ser defendidos por unas determinadas naciones, y no por
otras. Entre estos valores han destacado la seguridad de los ciudadanos de estas
naciones, y no pocas veces se han añadido la seguridad y la paz mundiales.

Debería ser motivo de reflexión al respecto que varios científicos hayan resultado
decepcionados por el papel que las naciones han adquirido después en la política
internacional, caso del propio Einstein. Pero quizás la mayor crítica que se puede hacer
a esta actitud es que parte de un paradigma de la seguridad que no integra
adecuadamente las amenazas que no se pueden combatir militarmente, como la
inseguridad sanitaria, alimentaria o laboral, y no contempla las raíces de los conflictos,
como las injusticias crónicas, la desigualdad, el subdesarrollo o la degradación de los
ecosistemas.

La situación también es hoy muy diferente del caso extremo de la Segunda Guerra
Mundial. En 1998, el 82% del gasto mundial en I + D militar se gastaba en los países
de la OTAN, y un 63% sólo en EEUU (SIPRI, 1999). Hay que cuestionar porqué la
OTAN sigue adscrita al modelo de superioridad tecnológica, y si este hecho no empuja
a otros países al rearme. Tampoco se puede ignorar que en numerosas ocasiones este
rearme se produce gradas a la exportación directa de armamento desde los propios
países de la OTAN o mediante transferencia de tecnología militar. El hecho puede
corresponder a una combinación de razones estratégicas coyunturales y de beneficio

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económico, pero la seguridad social de las poblaciones a largo-plazo parece quedar en


segundo término.

En todo ello juega un papel trascendental lo que el general y presidente republicano


Eisenhower llamó por primera vez complejo industria-militar. Tres empresas
estadounidenses (Lockheed Martín, Boeing-McDonell, Douglas y Raytheon) acaparan
casi el 60% de las compras del Pentágono, gasto que justifican magnificando
sistemáticamente las amenazas de tipo militar. Lo hacen gradas a una red de
congresistas, miembros de la administración y directivos de las mismas compañías, que
se intercambian a menudo los papeles dada la significativa permeabilidad que en
EEUU hay entre los tres estamentos. Presionan constantemente en favor de un
incremento del gasto militar y el desarrollo de nuevas generaciones de armas. Las
guerras periféricas sirven después de banco de pruebas donde se detectan las
deficiencias de los nuevos ingenios, que justifican a su vez la siguiente ola de
armamentos Este círculo terrible, conocido como el efecto follow on, responde al
interés del complejo industrial-militar de recibir fondos para I + D
ininterrumpidamente, ya que sin las subvenciones estatales las principales empresas
aeronáuticas y de armamento entrarían en bancarrota.

Con el fin de prolongar la vida útil de la tecnología, y aumentar así su rentabilidad, las
anteriores generaciones de armas son exportadas masivamente, generalmente en
regiones en conflicto, lo que supone uno de los efectos más perversos de la innovación
armamentista.

Esta política de la innovación por la innovación ha dado lugar a auténticos fiascos


tecnológicos, el más dispendioso de los cuales fue el SDI. Sin llegar a fracasos tan
estrepitosos, muchas veces la utilidad militar de las armas desarrolladas no justifica su
coste desorbitado. Ha sucedido frecuentemente en los últimos años que los medios de
comunicación han dado una imagen falseada del uso de los armamentos más modernos
porque había que magnificar sus virtudes. Fue el caso de los "aviones invisibles"
durante la Primera Guerra del Golfo, que en realidad tuvieron mucho menos peso en el
ataque que aviones más antiguos, y que en las últimas guerras de los EEUU han sido
prácticamente sustituidos por los B-52. De forma similar, el uso de bombas de
trayectoria balística ha sido superior en estas guerras a los nuevos sistemas de guiado
llamados "inteligentes" (Molina, 2003).

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El uso de armamento "de precisión" se publicita especialmente porque sugiere que las
nuevas guerras son más "limpias", y evitan en parte algunos de sus efectos nocivos. En
realidad sucede lo contrario, y esta supuesta precisión se utiliza a menudo para destruir
infraestructuras civiles y provocando el pánico entre la población. Además, como ya
hemos señalado, muchos de los nuevos armamentos utilizados -caso de las bombas
dekigu fragmentación o el uranio empobrecido- son aún más discretos, pero con efectos
más graves sobre el medio ambiente que los anteriores. Y los mayores esfuerzos en
investigación se centran en la actualidad en armas teledirigidas y no tripuladas (Molina,
2003). La prioridad es disminuir los riesgos para el agresor, y como consecuencia,
abaratar el coste político de las guerras.

La segunda gran preocupación referente a la investigación militar es precisamente que,


incluso en caso de que los armamentos desarrollados no se lleguen a utilizar nunca, los
recursos tomados al resto de áreas de investigación suponen un perjuicio injustificable
en términos de oportunidades perdidas de desarrollo y mejora de las condiciones de
vida de las poblaciones. El hecho es grave si llevamos que ésta debería ser justamente
una de las principales razones de ser de la tecnociencia, si no la única. Vale la pena
destacar que la investigación por la Paz es una disciplina prácticamente ignorada por
los estados.

Y un tercer motivo de preocupación radica en el efecto distorsionador que la


militarización de la tecnociencia haya podido tener sobre la dirección del proceso
científico y tecnológico. Es bastante posible que el financiamiento militar haya
estimulado áreas científicas específicas que no habrían sido prioritarias en un contexto
científico guiado por fines sociales más amplios, y que por lo tanto haya relegado otros.
Bastante más controvertido es el hecho de si este financiamiento militar ha podido
modelar ciertos conceptos y teorías científicas. Sí hay ejemplos, pero, de desarrollos
tecnológicos que se han visto influenciados por las necesidades militares que los
guiaron inicialmente. Sí hay ejemplos, pero, de desarrollos tecnológicos que se han
visto influenciados por las necesidades militares que los guiaron inicialmente. Smit
(1995) cita, por ejemplo, que el reactor nuclear ligero de agua de los años 50 en que se
basan los actuales fue una decisión tecnológica debida a los usos navales que los
militares tenían en mente en aquel momento, y que se habría optado por otras
soluciones si la seguridad hubiera sido la primera prioridad.

Es un hecho muy ampliamente aceptado que las preguntas y los objetivos determinan
en buena medida los resultados de cualquier investigación, más allá de una supuesta

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lógica intrínseca a la tecnociencia. Desde este punto de vista se ha criticado el concepto


de "tecnologías de doble uso" porque parte de un principio de neutralidad tecnológica
muy cuestionable, pretendiendo que la única diferencia entre tecnologías civiles y
militares sea el uso que hacen los mercados a los que van dirigidas.

De hecho, el aprovechamiento civil de tecnologías militares es un hecho relativamente


poco frecuente, a pesar del mito que se ha generado en torno a esta posibilidad, y que
contribuye a que la investigación militar sea poco cuestionada. En general, las
tecnologías militares tienen unos requerimientos muy extremos (por ejemplo
mecánicos, etc.), y la no limitación de los costes hace que muchas de estos tecnologías
no resulten rentables en un mercado civil. Todos los esfuerzos se dedican al producto
porque generalmente la vida útil de las armas es corta y debe ser efectiva, pero en un
mercado civil la optimización del proceso de fabricación no tiene tanta importancia
como el producto. Esto aparte de el tropiezo que el secretismo superior de la I + D
militar pueda suponer.

Gran parte de la confusión proviene de que desde la Segunda Guerra Mundial y hasta
bien entrada la década de los 60’s, las agencias militares de investigación de los EE.UU
gestionaron casi la totalidad de los presupuestos de I + D nacionales, guiados por una
política de probar suerte en todas las áreas de investigación porque se tenía que obtener
la superioridad tecnológica a cualquier precio. En este contexto, muchos grupos que
recibieron dinero de agencias militares no tenían en mente resolver ninguna necesidad
civil y sí, en cambio, problemas militares. Internet y muchas otras tecnologías son
productos afines de esta política, que en ningún caso supone una transferencia de
tecnología del ámbito militar al civil. Tampoco hay evidencia de que la investigación
militar mejore la competitividad de la industria civil de un país para otros ámbitos de
desarrollo, por cuanto los países que más I + D militar han realizado desde la Segunda
Guerra Mundial han perdido empuje respecto a competidores que producían mucho
menos como Alemania y Japón (Gusi, 2000).

Finalmente, vale la pena retomar lo que llevábamos dicho sobre cómo la mayor parte
de las investigaciones actuales en tecnociencia están orientadas por la misión del I + D
militar, es la actitud más han recorrido a los científicos para abandonarse a trabajos de
valor moral discutible, seducidos por la envergadura de los retos planteados y las
facilidades para obtener financiamiento. Edward Teller -padre de la bomba de
hidrógeno- la sintetizó diciendo que el deber del científico es indagar todas las
potencialidades de un nuevo descubrimiento, pero es trabajo de los políticos y los

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representantes del pueblo decidir que se debe aplicar la tecnología y que se deja fuera.
Desgraciadamente, ni una sola democracia podría aligerar la responsabilidad del
científico sobre su trabajo. Este comprenderá los problemas técnicos mejor que un
político o un ciudadano medio, y el conocimiento siempre lleva implícita una dosis de
responsabilidad.

Algunas experiencias de objeción y cuestiones planteadas

Hay que pensar que incontables investigadores han rechazado participar en proyectos
de investigación con vínculos militares que les hayan podido ofrecer por considerarlos
contrarios a su código de conducta moral. Los informes de organizaciones como
Scientists for Global Responsibility dan fe de algunos ejemplos, y de hecho el autor
tiene constancia de más de un caso ocurrido en nuestro mismo país (España), en la
UPC. Aún en el supuesto que estas personas hayan permanecido anónimos, su propio
acto de renuncia puede haber servido para provocar la reflexión en su entorno
inmediato.

Otros casos han trascendido a la opinión pública, convirtiéndose en referencias


inestimables para el movimiento por la paz entre los científicos. Además de algunos
científicos que fueron apartados de toda investigación militar por razones de seguridad,
caso de Oppenheimer, durante los años más duros de la escalada nuclear, científicos de
uno y otro lado de la cortina de acero renunciaron a estos programas por motivos de
conciencia, como Sergei Kapitza en la URSS y Harold Urey en EE.UU.

En 1986, en Washington, 3.700 científicos se comprometieron en una conferencia de


prensa a renunciar a cualquier tipo de financiamiento que proviniera del programa SDI
del Departamento de Defensa.

El mismo año Mordechai Vanunu, un técnico que trabajaba en la instalación nuclear


de Dimona, en Israel, descubrió que en esa planta se estaban fabricando secretamente
armas nucleares. Voló a Londres para entrevistarse con periodistas del London Sunday
Times y los mostró evidencia fotográfica de como Israel había ido almacenando más
de 200 cabezas nucleares sin debate ni autorización de los ciudadanos. El reportaje se
publicó, pero después los servicios secretos de Israel drogaron y secuestrar a Vanunu
y lo llevaron de retomo en Israel donde, en un juicio, fue condenado a 18 años de
prisión por traición y espionaje. Después de pasar 11 años en régimen de máximo
allanamiento su situación penitenciaria ha aligerado un poco y su liberación definitiva
tuvo lugar en abril del 2004.

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Finalmente, en España la Fundació per la Pau está impulsando desde hace 2 años una
campaña masiva de objeción tecnocientífica donde, en una declaración dirigida a toda
la comunidad investigadora en centros públicos o privados de investigación, los
firmantes se comprometen a no participar en ningún tipo de investigación militar y
solicitan del gobierno español medidas para mejorar la investigación pública civil a
costa de los presupuestos militares. La novedad de esta nueva iniciativa es que añade
una componente política a la objeción de conciencia al plantear tal acción como un acto
de transformación social. No basta sólo con no tomar parte en la I + D militar sólo para
que lo hagan otros: hay que contribuir a crear una base social dispuesta a rebelarse
contra la militarización de la ciencia, y más aún, de la sociedad. Esta forma de
protesta se equipara así a otras acciones de rechazo en contra de varias facetas del
sistema armado de defensa como la objeción de conciencia al reclutamiento (o al
servicio militar) o la objeción fiscal.

Pero, al contrario de estas, la decisión de no participar en una investigación no tiene


por qué suponer la desobediencia ante ninguna norma o autoridad. Es el caso, por lo
menos, de aquellos investigadores que desarrollan su labor profesional en una
universidad pública, que les garantiza la libertad de escoger su campo de investigación.
Sin embargo, puede suponer la renuncia a un cargo interesante o bien remunerado, falta
financiamiento para la propia actividad investigadora o represalias sutiles dentro de la
organización donde se lleva a cabo la investigación, como la marginación profesional.
También hay que ver cómo puede afectar la libertad de conciencia el progresivo grado
de precarización del personal investigador. El nivel de represalia puede aumentar en
países poco democráticos. Y la situación puede ser también grave en centros de
investigación privados, donde un uso coherente de la objeción de conciencia puede
suponer renunciar al propio puesto de trabajo.

Un caso particular se da cuando el científico o ingeniero, además de negarse a participar


en cierta actividad, "levanta la liebre" (whistleblowing) y da a conocer a la opinión
pública un programa de investigación que considera ilegítima, como sucede en el caso
Vanunu.

Todo ello plantea dos temas interesantes y donde todavía hay que trabajar mucho. El
primero es la protección legal de la objeción tecnocientífica (y, en su caso, del
"levantamiento de liebres ''), mediante el derecho laboral. Varias organizaciones como
el lntemational Networkof Engineers and Scientist for Global Responsibility (INES)

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están trabajando en este sentido, a nivel europeo, promoviendo una cláusula de


conciencia para los investigadores. El segundo es el apoyo que la propia comunidad
científica debe dar a los compañeros y compañeras que, por motivos de conciencia, se
pueden ver enfrentados con las autoridades políticas o científicas.

Hay más motivos por los que resulta interesante el enfoque colectivo de la objeción: si
queremos garantizar que la universidad mantenga su papel crítico tradicional, y se rija
por principios de universalismo, apertura y difusión del conocimiento, ¿no resultaría
peligroso que, mostrándose permisiva con grupos reducidos de científicos objetores,
encubra su permanencia como institución en un modelo de ciencia militarizada?

EEUU es el único país donde el sistema universitario ha jugado tradicionalmente un


papel relevante dentro del sistema militar de investigación. De todos modos, varias
universidades españolas han sido sub-contratadas por la industria del armamento, que
es quien recibe la mayor parte de los presupuestos ministeriales, aunque muy poco se
ha investigado al respecto. La misma UPC ha firmado convenios de transferencia de
tecnología con empresas importantes en la industria bélica, que por otra parte pueden
producir también bienes de carácter no militar, y recientemente la Universidad de
Murcia ha comenzado a impartir unos estudios de segundo ciclo llamados "Ingeniería
en sistemas de defensa". La tendencia en Europa es intentar integrar el máximo posible
la investigación militar en el sistema de búsqueda general, incluyendo la universidad,
y esto en un clima donde la universidad cada vez más se ve obligada a espabilarse en
un sistema de privatización neoliberal para encontrar fuentes de financiación.

En todo caso, la misma comunidad de científicos objetores ha comenzado a tomar


medidas al respecto y ha conseguido recientemente que 12 universidades españolas,
entre ellas la UPC, declaren en sus estatutos que no acogerán ningún proyecto de
investigación con fines militares.

Ligado con esto, no son pocas las ocasiones en que un investigador decidido a no hacer
investigación militar se siente impotente enfrentado individualmente a la tarea de
averiguar cuáles son realmente los fines últimos de la investigación que está llevando
a cabo, o algunas de las posibles futuras aplicaciones (aunque averiguarlas todas es,
evidentemente, imposible). Por ello resulta esencial, con la reivindicación del derecho
a no intervenir en investigaciones que uno no considera adecuadas, la reclamación de
máxima transparencia dentro de las universidades. Transparencia en cuanto a los

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Sostenible ?, ISSN-e 1575-6688, Nº. 6, 2004 (Ejemplar dedicado a: Investigación y ética), págs. 79-94

proyectos de investigación que se desarrollan en cada área y en cuanto al detalle de las


organizaciones que financian cada proyecto.

Por último, un par de reflexiones. La guerra ha sido el argumento políticamente más


efectivo para justificar una gran inversión pública en I + D. Pero en pleno siglo XXI,
la capacidad de la tecnociencia para transformar las condiciones de vida sobre la Tierra
es un hecho incuestionable; entre otras cosas, la historia de la investigación militar da
fe de cómo una gran inversión puede ofrecer resultados espectaculares en relativamente
pocos años, una vez fijados unos objetivos muy concretos. Debe ser una exigencia
permanente para todos los estados mantener o aumentar este esfuerzo, pero
reorientándolo a la búsqueda de la paz, la sostenibilidad, la justicia y el desarrollo de
las potencialidades humanas.

La última reflexión retoma el discurso sobre la seguridad que antes hemos empezado
por decir que la negativa a realizar investigación militar no es suficiente para y radicar
toda violencia. Puede haber tecnologías no aplicables para el armamento (es decir, a
violencia directa), pero que en cambio tengan una repercusión en cuanto a violencia
estructural. Por ejemplo, contribuyendo a agrandar las diferencias norte-sur o
facilitando el control de la población por parte de un poder no democrático. Tal
violencia estructural acabaría generando situaciones de violencia directa. Desde el
punto de vista de una cultura de paz es necesario, pues, una perspectiva amplia de
control social de la tecnociencia, con una evaluación continua de las tecnologías
desarrolladas que tenga en cuenta estos factores. La objeción de conciencia
tecnocientífica, eso sí, puede jugar un papel destacado en alcanzar este control.

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