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JOSÉ ANTONIO MILLÁN Palabra clave Autor


Núm. 07 Lingüista y editor, tradicional y digital
Año de publicación

La aportación digital al universo de Tema

las enciclopedias Buscar

El autor nos conduce por la historia de la enciclopedia


moderna, que nace en el siglo XVII, hasta la revolución que
supuso el lanzamiento de la Wikipedia, en el año 2001, una
obra en la Web creada con la colaboración de voluntarios y
cuyo contenido es libremente reutilizable.

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* Todos los epígrafes de este artículo provienen de «Al


adquirir una enciclopedia», poema de J. L. Borges.

«Aquí el tigre y el tártaro»


La ilusión de disponer en una sola obra de todo el saber
de una época (o de todo lo que se conoce sobre un
determinado tema) es tentadora por dos aspectos. Por
una parte, tranquiliza pensar que la totalidad del saber es
abarcable... aunque sea en una obra de decenas de
volúmenes. Y por otra, también
DESTACADOS
es agradable pensar que es
Perfil: José Antonio Millán
posible acceder inmediata y
directamente a cualquiera de sus
aspectos.

La enciclopedia moderna nace en el siglo XVII, aunque


hay obras precursoras, que no se llamaban todavía
«enciclopedias». Las recopilaciones medievales, que se
abren con obras como las Etimologías de Isidoro de
Sevilla (siglo VI), no tenían, desde luego, la pretensión de
hacer accesible el saber a cualquier persona. Se trataba
más bien, en una época de difícil acceso a las fuentes, de
compendiar diversas materias para uso de los estudiosos.
La organización interna era temática, porque la
mentalidad medieval no admitía la arbitrariedad del orden
alfabético. Pero era sencillamente inadmisible que
Altissimus, el Altísimo, uno de los atributos divinos, no
figurara antes de Abyssus, el Abismo, o infierno...

El choque conceptual que supuso el descubrimiento del


nuevo continente americano provocó la redacción de
obras que por primera vez observaban el mundo, en vez
de copiar las preexistentes. Fray Bernardino de Sahagún
escribió en 1540 una obra enciclopédica organizada
temáticamente, la Historia general de las cosas de Nueva
España, para uso de sus colegas misioneros. Y describió
la lengua, historia y costumbres de los aztecas, su
territorio, fauna, botánica... Para encarecer la utilidad de
la obra, explicó: «es para redimir mil canas, porque con
harto menos trabajo de lo que aquí me cuesta, podrán los
que quisieren saber nuevas de sus antiguallas, y todo el
lenguaje de esta gente mexicana». Este ha sido siempre
el objeto de las obras de consulta: que se pueda alcanzar
el saber con menos esfuerzo del que costaría recopilarlo
personalmente.

Portada de la Encyclopédie, editada por Diderot y


D’Alembert en el siglo XVIII. / Foto: Wikipedia.

«Aquí la escrupulosa tipografía y el azul de los


mares»
Pero las obras enciclopédicas escritas por una sola
persona tenían sus días contados, por la constante
extensión de los conocimientos humanos. En 1680 murió
el jesuita alemán y autor polígrafo Athanasius Kircher,
que una reciente obra sobre su figura bautiza justamente
como «el último hombre que lo supo todo».

Las enciclopedias modernas son de elaboración


colectiva, aunque las colaboraciones no siempre suelen
firmarse. Además están divididas en entradas, que se
clasifican no temática, sino alfabéticamente. Para la
cohesión entre los distintos artículos, y por la economía
de contenidos, se hace uso de remisiones internas.

La famosa Encyclopédie francesa (1751-1772) surgió del


éxito de una enciclopedia inglesa aparecida pocos años
antes, cuya licencia de traducción se compró. Pero
cuando Diderot y D’Alembert fueron nombrados
directores, el proyecto se amplió notablemente, hasta
constituir una obra en 17 volúmenes. El lugar que la
Encyclopédie ha logrado en la Historia proviene de su
impacto ideológico, aunque al tiempo supuso un
importante salto en la calidad y extensión de este tipo de
obras.

La Encyclopédie añadía un elemento tradicional de las


obras de consulta (al menos desde Isidoro de Sevilla): las
ilustraciones, pero en relación a obras anteriores
aumentaron en cantidad y calidad. Después de los
volúmenes de texto se publicaron 11 más de láminas,
elaboradas con una función didáctica que ya no se
separaría nunca de estas obras. Baste el ejemplo de los
distintos talleres donde se desempeñaban oficios, como
el de impresor o el de luthier.

«Aquí la vasta enciclopedia de Brockhaus»


La edad de oro de las enciclopedias en papel culmina con
una obra española, la Enciclopedia Universal Ilustrada
Europeo Americana (1908-1933), conocida como «la
Espasa» por el apellido de su editor. También aquí se
partió de una obra anterior: se compró la licencia en
exclusiva de famosas obras alemanas, la Brockhaus y la
Dreyer, incluyendo los derechos de un numeroso conjunto
de fotografías, grabados y láminas en color, pero la
acogida del público y la ambición del editor superaron los
límites iniciales.

Este gran proyecto enciclopédico fue apareciendo a razón


de tres volúmenes por año, pero en 1914 la salida de
nuevos tomos se detuvo, por falta de suministro de la
parte de ilustraciones, que se imprimía en Alemania, ... y
para esperar el resultado de la
Pero la mayor Gran Guerra, que tendría
revolución de las indudables consecuencias en la
enciclopedias
empezaría en enero cartografía y en los artículos de
del 2001, cuando se Historia.
lanzó la Wikipedia
En esta época de informaciones
instantáneas y actualización inmediata resulta difícil
comprender qué podía significar poner al día una obra en
papel. Cuando existían enciclopedias impresas (hasta
hace pocos años), al hacer una nueva edición había que
incorporar hechos de la actualidad, personas que habían
destacado por algún motivo, y nuevos conceptos (muchos
del campo de la ciencia y de la técnica). Pero una de las
tareas clave era matar personas, como se decía en el
argot editorial: añadir la fecha de la muerte en las
entradas de quienes en la última edición aún figuraban
como vivos y habían dejado de serlo.

«Aquí los muchos y cargados volúmenes»


La Enciclopedia Espasa creció hasta ser, según ciertos
criterios, la mayor enciclopedia en papel existente. Su
núcleo fundamental eran 70 volúmenes, pero con los
numerosos apéndices que fue necesario publicar llegaron
hasta 117. Y es que uno de los mayores condicionantes
de las enciclopedias en papel era que en el momento de
su publicación quedaban cerradas. Para recoger lo que
había ocurrido después se compilaban anexos, que
reunían los cambios que se habían producido desde la
anterior edición. Pero eso obligaba al consultante de un
tema a mirar el artículo principal, ¡y luego todos y cada
uno de los apéndices, a ver si había habido novedades!
Una solución parcial era editar un tomo de Índices que
indicara en qué distintos volúmenes estaba lo que se
quería consultar...

Las enciclopedias en papel fueron elementos clave que


no faltaron en las instituciones (bibliotecas, ateneos) y
más tarde en los hogares de España

y de otros muchos países. Pero en la década de 1990


comenzó la competencia digital, en forma de CD-ROM,
que proporcionaban una obra de consulta básicamente
muy similar a las prexistentes en papel, con la adición de
animaciones y vídeos. Las remisiones internas adoptaron
la forma de saltos hipertextuales, que permitían ir
fácilmente a la entrada señalada. Pero estas capacidades
no se utilizaron, por lo general, para crear una estructura
más rica que la de las obras en papel. Además, seguían
siendo obras autocontenidas: desde hacía siglos las
entradas contenían bibliografía (la Espasa usó cinco
millones de referencias), pero tuvo que pasar tiempo, y
desarrollarse la Internet, para que las enciclopedias
digitales comenzaran a hacer uso de los enlaces a
contenidos ajenos que estaban en la Web.

Las obras digitales abrían dos posibilidades clave. Una


era buscar en el interior de los textos, con lo que se podía
localizar algo que no figuraba como entrada principal: por
ejemplo, buscar Rigoletto y encontrar esta ópera en el
artículo dedicado a Verdi. En muchas de estas obras
electrónicas también se podía buscar con operadores
lógicos: entradas que contuvieran la palabra Martín y
Lutero, pero no King. Y la otra posibilidad fue copiar y
reutilizar fragmentos del texto, o incluso imágenes.

Podría pensarse que la redacción de una obra


enciclopédica en CD-ROM, o luego en la Web, donde la
extensión no conlleva gastos de papel, liberó a las
entradas de la tiranía de una longitud limitada, pero esto
no es exactamente así: las obras del pasado tenían a
veces entradas absurdamente largas (así en la Espasa,
donde los colaboradores cobraban por página), y para
una obra de consulta con frecuencia lo mejor no es
extenderse en detalles, sino precisar.

La Enciclopedia Espasa creció hasta convertirse en la


mayor enciclopedia en papel existente. / Foto: Wikipedia.

«Aquí la dilatada miscelánea que sabe más que


cualquier hombre»
Pero la mayor revolución de las enciclopedias empezaría
en enero del 2001, cuando se lanzó la Wikipedia, una
obra en la Web creada con la colaboración de voluntarios,
y cuyo contenido era libremente reutilizable. En el 2005,
la versión en inglés ya tenía mayor extensión que la
Espasa. En la actualidad contiene más de 20 millones de
entradas, entre las 282 lenguas en que existe, creadas
por más de 31 millones de usuarios registrados.

La revolución que supuso la Wikipedia tiene varias


facetas, pero entre ellas no figura su estructura: es
básicamente como una enciclopedia del XVIII, todo lo
más con las adiciones multimedia de las obras en CD-
ROM de la década de 1990. Pero, como nadie ignora, sus
entradas pueden ser redactadas y corregidas por
cualquier usuario. Hay una comunidad de voluntarios
(que responden al nombre, bastante inadecuado, de
«bibliotecarios») que velan por que se cumplan las
normas de redacción, que a su vez se han ido fijando en
un largo proceso de discusión y búsqueda de consenso.

A lo largo del tiempo ha habido cuestiones muy


debatidas, como la posibilidad de edición por parte de
usuarios no registrados (que se permite, aunque el
sistema guarda la dirección IP desde donde se colaboró),
o el hecho de que se blinden a la edición determinados
artículos que despiertan controversia. Una cuestión que
creó un gran debate fue el propio ámbito de la Wikipedia:
¿deberían permitirse solo entradas del tipo de las que
habría en una enciclopedia clásica?, ¿o –dado que no
hay límites, como en el papel– cabría cualquier entrada
sobre cualquier tema; por ejemplo: sobre todos y cada
uno de los personajes de Pokemon? La opción que
triunfó al final fue la más tradicional.

Pero la auténtica clave de la Wikipedia es que tiene una


licencia abierta de reutilización (que se inspira en un
mecanismo análogo al que se usaba en la creación de
software): cualquier parte de su contenido puede
reutilizarse de cualquier manera, incluso comercialmente.
Esto ha propiciado la labor de los voluntarios que
colaboran en ella: su obra se va a difundir por todos los
medios. Unos serán de pago, como el libro con parte de
la versión alemana que comercializó la editorial
Bertelsmann, pero otros ayudarán de forma gratuita a los
más necesitados, como la edición en DVD que el
Ministerio argentino de Educación ha difundido para
acceso off line en escuelas de todo el país.

«Aquí el error y la verdad»


Contra lo que todos habrían pensado, una enciclopedia
escrita y corregida por personas que no son
necesariamente especialistas ha conseguido un nivel de
calidad muy aceptable. Los expertos en obras en
colaboración aluden a la «acción del enjambre», el hecho
innegable de que muchos ojos ven más que unos pocos.
De hecho un estudio ha demostrado una clara correlación
entre calidad de una entrada y el número de
intervenciones (correcciones o adiciones) que se le han
practicado.

La controversia sobre la fiabilidad de la Wikipedia ha sido


una constante, pero ha habido hitos importantes, como
cuando en el 2005 un artículo de la revista Nature
comparó una serie de entradas científicas de la edición
inglesa con las equivalentes de la Britannica (la
enciclopedia de referencia en el ámbito anglosajón), y
salía mejor parada la Wikipedia. Hay que advertir que,
como es lógico, no siempre la labor de los redactores o
editores de las enciclopedias en papel ha sido
escrupulosa, y que por tanto no tiene mucho sentido a
priori ni considerar perfectas a unas ni demonizar a otras.
De todas formas, ha habido diversos intentos de crear
enciclopedias colaborativas con control de expertos,
como Citizendium.

Con la difusión del acceso a la Web, y la disponibilidad


inmediata de contenidos muy diversos (y especialmente
la Wikipedia), enciclopedias que llevaban décadas
funcionando se encontraron ante una competencia
inesperada. Muchas respondieron pasándose también a
la Web, bajo distintas modalidades de explotación,
mientras mantenían su edición en papel o incluso en CD-
ROM. Uno de los casos más famosos es la Britannica,
que da acceso a parte de sus entradas gratis y a otras
por su sistema de suscripción.

Pero la influencia de la Wikipedia también se ha hecho


notar: hay enciclopedias clásicas que se han abierto a la
participación de voluntarios; eso sí, bajo el filtro de sus
editores. Este es el caso de la Gran Enciclopèdia
Catalana y de la enciclopedia Larousse en Francia. Pero
hay que recordar que la colaboración de los lectores no
es algo que se inventara la Wikipedia, sino que es una
tradición del mundo del saber, y muy especialmente
desde la Ilustración. En la introducción al tomo II de lo
que fue la primera enciclopedia mexicana, el Diccionario
universal de historia y de geografía (México, 1853),
leemos: «Invitamos formalmente a todos los amantes de
la ilustracion, para que nos ayuden con sus producciones.
Con que una persona en cada Estado, en cada ciudad
importante dedicara algunos ratos de ocio a estas tareas,
a vuelta de corto tiempo tendríamos tal suma de datos,
que bastarían para formar una interesante compilacion».

«Aquí la memoria del tiempo y los laberintos del


tiempo»
El procedimiento que se ha seguido para la redacción de
muchas entradas de enciclopedia ha sido por un lado ver
qué decían sobre el mismo tema las obras de consulta
anteriores (lo que ha contribuido a perpetuar errores), y
por otro acudir a artículos o libros. En el universo digital
hay disponible una masa inconmensurable de materiales
de todo tipo (textos, imágenes, audios, videos): ¿podría
existir un sistema automático que los recopilara y los
ordenara en un discurso coherente? Un proyecto así
ampliaría realmente el radio de la enciclopedia clásica,
porque daría acceso no solo a los temas que se ha
previsto que existan, sino a cualquier otro. Implementarlo
tendría mucho de sistema experto conocedor de un tema,
pero también dependería del avance que haya
experimentado la llamada web semántica (aquella que
sabe qué es lo que contiene), para poder extraer mejor la
información de diversas fuentes.

Ya hay algunos prototipos de sistemas que, partiendo de


datos más o menos estructurados, son capaces de crear
algo parecido a entradas de una enciclopedia sobre
personas, países, etc., incluyendo elementos gráficos.
Mientras que una fotografía o un vídeo serán
sencillamente localizados y reutilizados, un sistema
experto podría generar gráficos ad hoc, por ejemplo:
histogramas con la evolución de la población de un país
comparado con otro, o mapas de una región que reflejen
el índice de paro en cada zona. Ya hay aplicaciones que
recopilan informaciones y que transforman datos crudos
en gráficos, como WolframAlpha.

¿Qué panorama crea esto para las enciclopedias del


futuro? Podríamos pensar en un continuum digital del que
forman parte digitalizaciones de los libros existentes (a lo
Google Books), más bases de datos con artículos
científicos, más bibliotecas virtuales, más hemerotecas de
prensa, más aportaciones de los usuarios (tipo la
Wikipedia), más contenidos misceláneos. Ante una
pregunta concreta, un agente inteligente, al que
llamaremos Enciclopedia, reúne y evalúa informaciones y
por fin redacta un texto acompañado de elementos
multimedia.

Un sistema así tendría información perennemente


actualizada, podría indicar la procedencia de todos y cada
una de los datos que aporta, y elaboraría entradas con la
extensión y estructura que fijaran sus parámetros. Si
consultantes de a pie y expertos en las distintas materias
califican la adecuación y precisión de sus respuestas, el
agente podría aprender con el uso.

Así, de los portentosos sabios del pasado, cuya mente


compendiaba todo el saber de la época, de los ejércitos
de autores y correctores de las más grandes
enciclopedias en papel y digitales, podríamos llegar a
sutiles conjuntos de algoritmos, retroalimentados por
humanos, que, como diría Bernardino de Sahagún, echan
la «red corredera» en el océano del saber digital, para
conseguir, por otros medios, lo que ofrecía un prospecto
de la Espasa en los años 30: «Necesidad de los tiempos
es el saber. Saber pronto y de todo».

Perfil: José Antonio Millán

Lingüista y editor, tradicional y digital. Como


director editorial de Taurus Ediciones publicó la
versión española de la Enciclopedia del
lenguaje, de David Crystal. En 1995 creó, junto
con Rafael Millán, la primera versión en CD-
ROM del Diccionario de la lengua de la Real
Academia.

Durante muchos años ha ejercido la crítica de


obras lexicográficas en El País: parte de su
labor está recopilada en
http://jamillan.com/dicciona.htm.

En su tarea de analista y crítico de la emergente


edición digital (que se compendia en su blog) ha
tratado en numerosas ocasiones las
posibilidades y realizaciones del soporte
electrónico para la publicación de información y
el acceso a ella.

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