Está en la página 1de 5

La denuncia de la muerte en la poesía colombiana

Por Adalberto Bolaño Sandoval1

Denunciar la muerte y el dolor producidos por la violencia en Colombia se ha fijado en la


mente de varios poetas del país. La lista no es muy larga: Fernando Charry Lara, José Manuel
Arango, Horacio Benavides, Piedad Bonnett, María Mercedes Carranza, José Ramó n Mercado y
Juan Manuel Roca, entre otros, han mostrado có mo la poesía señ ala la “estética del dolor.”
Estos textos se han erigido como una respuesta contundente al trauma que produce la
violencia. Surge desde las entrañ as del sufrimiento como una forma de resistencia. Es, al
tiempo, rabia incontenible y esperanza. Es reflexió n y memoria.

Estos poemas cobran un cará cter histó rico pues representa, segú n los términos de Paul
Ricoeur, un trabajo de y para la memoria, con la que se logra una representació n de un hecho
desolador y colectivo, constituyéndose no solo en la escritura de la reconstrucció n de
acontecimientos dolorosos para la memoria colombiana, sino que se constituye en un ejercicio
de sanació n, que revela el rescate del posible “limbo interpretativo” (Beatriz Sarlo). Los
poemas llaman a recordar lo sensible, lo vívido y lo vivido y a releer la experiencia simbó lica y
liberadora que conllevan. Hacen ver, entonces, que el poeta instituye una hermenéutica lírica,
una interpretació n crítica del mundo, forjada en un carácter. Este efecto de sanació n,
terapéutico, del poeta, se explica como un espacio que conlleva también su propia
purificació n, transmitiéndolos hacia sus lectores. Creador y lector se encuentran en una
catarsis. Los poemas son, entonces, segú n Ricoeur, “vida purificada, clarificada, gracias a los
efectos catá rticos de los relatos tanto histó ricos como de ficció n transmitidos por nuestra
cultura”.

Piedad Bonnett: las estadísticas y las crónicas

1
Docente de la Universidad del Atlá ntico. Investigador grupo Ceilika de la Uniatlá ntico- Investigador
Grupo Comunicació n y Regió n Universidad Autó noma del Caribe. Autor del libro Jorge Luis Borges. Del
infinito a la posmodernidad. Una mirada desde la filosofía contemporánea a su narrativa.Tiene en
proceso de edició n otro libro: Poética del paisaje y la memoria en la poesía de José Ramón Mercado. Ha
escrito artículos científicos para revistas internacionales y nacionales.
Esta poeta nacida en Almafi, Antioquia, en1994 ganó el Premio Nacional de Poesía de
Colcultura por su libro El hilo de los días. En “Cuestió n de estadísticas” se transcribe una
supuesta cró nica, y má s que todo una estadística: “Fueron veintidó s, dice la cró nica.
//Diecisiete varones, tres mujeres, /dos niñ os de miradas aleladas, / sesenta y tres
disparos, /cuatro credos, / tres maldiciones hondas, apagadas”. El poema explicita, ademá s,
“un solo miedo”, “un odio que crepita” y “un millar de silencios extendiendo / sus vendas
sobre el alma mutilada”.
En apariencia una cró nica, esta poesía representa, antes que nada, una “intriga ética”, en el
sentido de desarrollar la pregunta por los otros, al poner en escena la pregunta de Dios a Caín
acerca de dó nde estaba Abel. Quiere el poema escenificar y preguntar por la identidad perdida
de quiénes son “ellos”, pero que responde, al mismo tiempo, por una recuperació n estética y
ética al orientar el “actuar humano” (Ricoeur). Esta pregunta ética, por la persona, conlleva
una respuesta narrativa: esto sucedió . Y a través de esta, fijar un testimonio de un aquí y un
ahora. El ahora cobra el sentido de memoria, de tiempo conjugado, de sufrimiento. El aquí, la
localizació n, en cualquier lugar del Caribe colombiano, o en Colombia. El hablante lírico nos
dice: Yo estoy aquí para contar sobre los otros: estoy para contar que son “veintidó s”, que
eran “diecisiete varones, tres mujeres, dos niñ os de miradas aleladas”, que ellos mostraron
“un solo miedo, un odio que crepita”.

Horacio Benavides y José Ramón Mercado: testimonios del cuerpo

Benavides nació en Bolívar, Cauca, en 1949. Ganador del el Concurso Nacional de Poesía del
Instituto Distrital de Cultura y Turismo con su libro Sin razón de florecer, ha sido un poeta casi
que secreto, y que, gracias a su ú ltimos dos poemarios, está obteniendo el reconocimiento que
merece. En el poema “Vuélveme la cabeza...” existe una voz que le recuerda a los vivos:
“Vuélveme la cabeza / no dormirá s tranquilo / mientras no me la devuelvas”. Existe en este
poema un rintintín, una forma de recorderis: “Vuélveme también los brazos”, o también
“entrégame las piernas”. Porque se trata de que el cuerpo restriegue el dolor que se recrudece
aú n má s con un posible olvido: “No importa a donde vayas / mi sangre te seguirá sin pausa”.
En este poema, de su libro Conversaciones a oscuras, Horacio Benavides retrata una parte del
dolor de la guerra: el que produce el desmembramiento, las mutilaciones. Como expresió n
visceral, recorre una experiencia dolorosa: son las experiencias del héme aquí y ahora: se
refiere a esa violencia desencadenada entre los grupos armados entre mitad de los añ os 80s y
comienzos del siglo XXI. Para los violentos, los de las víctimas son cuerpos manipulables,
cuerpos-objetos. Para el poeta, estos restos piden el cambio de posició n por lo enrevesados en
que se encuentran; señ alan, quieren, por lo menos, que los devuelvan a una posició n menos
grotesca, y que, a pesar de representar el tratamiento de cuerpos-objeto, de algo menos que la
nada, les reubiquen sus partes (“vuélveme las tripas”), porque, si no, tendrá n un castigo, una
mancha (“tendrá s eternamente náuseas”, “mi sangre te seguirá sin pausa”). Este castigo
violento puede (quiere, de alguna forma), ser pasado al lector; en el fondo constituye una
forma de trasladarle ese dolor.

Al igual que los muertos de las dictaduras de los países del cono de Suramérica (Argentina,
Chile), de Guatemala o de Honduras, esta poesía habla del furor de la Historia que distorsiona,
que acuchilla, de una historia de la violencia sin par que desea decir, denunciar: héme aquí,
aquí estoy. Así, esta poesía se hace cargo de señ alar los vacíos, los silencios, de denunciar los
actos terroristas y sus consecuencias, de constituirse en trabajo ético y político, de memoria
narrada, de reasunció n crítica y de alguna manera narració n histó rica. El poeta de alguna
manera lo declara: soy la voz de los otros, de las víctimas, y de la memoria del duelo, de sus
recuerdos traumatizantes, para proyectarlos hacia el futuro como voz de la historia, como voz
de la memoria declarativa: héme también aquí.

Como indica Denis Jodelet, el cuerpo, símbolo de identidad, de mediació n, de cultura, se


despliega ahora como lugar de la violencia, de la disolució n, del destrozo, de la borradura de la
identidad. La violencia, entonces, cobra el lugar de la destrucció n política, de un rito de
eliminació n política del otro, del “colaborador”. Destruir el cuerpo como símbolo, borrar
literalmente la identidad del otro, conlleva cosificarlo, deshumanizarlo y robarle el espacio,
des-espaciarlo, para robarle su lugar simbó lico. De allí que señ ale Ricoeur que “existe un
vínculo entre memoria corporal y memoria de los lugares, constituyéndose el cuerpo en “el
lugar primordial”, el cual debe ser respetado. Este representa el aquí y el ahora, cruce de
espacio y tiempo. La “espacialidad corporal”, el espacio del cuerpo, conviene en ser, también,
en espacio de la memoria, y la guerra, la violencia, busca eliminarlo. El terror busca suprimir
el cuerpo como lugar de (su) la identidad, sin embargo el poeta busca desentrañ ar, restituir el
cuerpo como lugar de la memoria. Cuerpo y espacio, cuerpo y memoria se conjugan. El espacio
geográ fico, político, ético, herido2, converge en el del cuerpo humano. El estigma, la
criminalizació n y la muerte remarcan el dolor.

2
Retomo el concepto de espacio herido, planteado inicialmente por Maurice Blanchot en The Writing of
the disaster, sobre el holocausto (citado por Blair, 2005, p. 13).
Existen dos poemas, ademá s, que exponen, el cuerpo como el espacio de la afrenta, del
sufrimiento. El poema de José Ramó n Mercado (1937, Sucre), “Los caídos de El Salado”, a
diferencia del anterior, teje un recorrido por ese territorio del departamento de Sucre: recodo
de Martín Alonso, vereda de San Andrés, La Sierrita, El Salado: existe una geografía de lo
ominoso, de la sevicia. Y nuevamente, el hablante cede la voz a los otros: […] “Los colgaron
como pavos en diciembre” dicen / “Les cercenaron los brazos las manos y los dedos” / “Les
cortaron los muslos les trozaron las rodillas” / El pene vergonzante los escrotos
vulnerables” […] “Por ú ltimo Jugaron fú tbol con sus cabezas asombradas” (p. 66).

A este respecto, comparémoslo con un poema en prosa de José Manuel Arango, denominado
[“Vendados y desnudos…”]: “Vendados y desnudos, fueron pateados en el vientre y los
testículos, y colgados de las manos atadas a la espalda. Les enterraron agujas bajo las uñ as.
Les metieron palos y tubos por la boca. Los sometieron a simulacros de fusilamiento. Los
privaron de alimentos y de sueñ o, obligá ndolos a permanecer de pie día y noche, desnudos.
Les aplicaron choques eléctricos. Los sumergieron en charcos de agua helada […]”.

Poesía del testimonio, del “estuve allí”, pero en este caso memoria del duelo, en la que se
identifica el sujeto (el poeta) con el objeto perdido (la memoria), guardá ndolo dentro de sí
mismo y que, en este caso, el poeta se niega a enterrarlo y lo desencripta dá ndole salida en su
obra.
Buscan estos poemas, también, dar identidad territorial a las masacres, tipo de identidad que
se corresponde con una identidad histó rica: ello indica que la poesía se muestra como una
bú squeda de estrategias que revelan, si no la verdad de la vida violenta del país, sí una
reflexió n lú cida, una comprensió n que nos ilumine, que nos haga má s humanos.

Referencias bibliográficas

Benavides, H. (2015). Conversación a oscuras. Bogotá : Frailejó n Editores.

Bonnett, Piedad (2008). Los privilegios del olvido. Antología personal. Bogotá : Fondo de Cultura
Econó mica. 
Mercado, J. R. (2009). Tratado de soledad. Cartagena de Indias: Instituto de Patrimonio y Cultura.
Alcaldía Mayor.
Ricoeur, P. (2003). La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta. También en segunda edició n,
2010.

También podría gustarte