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Seminario Diocesano de Matamoros

Instituto de Teología

El problema del pecado y la llamada a la conversión en la


Teología Moral.

Mons. Ignacio L. Vaquera.

Aurelio Gutiérrez Arredondo

Moral Fundamental.
El problema del pecado y la llamada a la conversión en la Teología Moral.

1. El pecado como tema de la Teología Moral.


El problema del pecado en la vida práctica y dogmática de la teología cristiana resulta ser el
tema segundo en la reflexión. El mensaje cristiano contiene la alegría del triunfo de la vida sobre
la muerte, de Dios sobre el pecado, lo cual hace imposible pensar en una salvación sin la
situación de muerte o alejamiento del hombre respecto a Dios. En la desobediencia del hombre al
mandado divino está la respuesta pronta y decisiva de Dios por salvarlo.

La teología católica ha proporcionado diversas reflexiones sobre la doctrina del pecado. Sin
embargo, no se trata de un asunto exclusivo de la religión. Diversas culturas, la literatura, la
psicología, la sociología y otras más ciencias consideran en la experiencia profunda y relacional
del hombre una dimensión errada a su plenitud 1, se trata de una situación que no forma parte de
su naturaleza, pero que está en su día a día. La respuesta del hombre es, en el mejor de los casos,
una lucha constante por superarse, como resultado consciente de la no necesidad de tal situación
o condición. Aunque el término empleado por estas ciencias o culturas pudiese ser diverso, en
general se refiere a lo que para muchos evoca al pecado.

El aporte cristiano al problema del pecado se funda en la Obra de la Salvación llevada a cabo
en Jesucristo. De la misma manera en cómo la teología afirma que el hombre adquiere mayor
conocimiento de su persona mediante su libre adhesión a la voluntad de Dios, así mismo, el
pecado adquiere imagen por medio de la gracia divina que lleva al hombre al perfeccionamiento
de su ser-libre en Dios. Más, en esta ocasión no nos dedicaremos al estudio del pecado según su
dimensión dogmática, que aunque sí lo consideramos, sólo podremos nuestra atención en el
campo de la vida práctica, es decir, la Teología Moral.

En el campo práctico de la fe la Teología Moral tiene una injerencia notable, sin embargo, el
objeto de estudio de la moral católica no es el pecado, sino la llamada que Jesús nos hace a la
vida de perfección2. De aquí que la situación de pecado esté relacionada con la invitación a la
conversión. Pero, antes de emitir un juicio condenatorio o de formular una idea sobre el pecado,
1
Cfr. FERNÁNDEZ Aurelio, Teología Moral I, Moral fundamenta (2 ed.), Ediciones Aldecoa, Burgos, p.
752-755.
es preciso conocer la definición, o las definiciones, que la Iglesia en su Magisterio o la teología
católica han dicho sobre el tema. En este sentido, algunos teólogos le han designado el
calificativo de: mancha, desobediencia, anatema, irresponsabilidad, violación de la ley, ofensa a
Dios3, entre otros, no siendo así en el Magisterio de la Iglesia, ya que sólo se le considera como
falta o atentado y ofensa. El Catecismo de la Iglesia Católica menciona que:
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al
amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso
a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad
humana. Ha sido definido como «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la
ley eterna»”4.
Y más adelante, se dice “El pecado es una ofensa a Dios”5 aludiendo al Salmo 50. El orden lógico
de la concepción de pecado en la doctrina católica es el empobrecimiento de la razón, siendo éste
el medio que eleva al hombre al conocimiento, y su errada asimilación de la verdad que hace de
la conciencia la sorda voz que no dice nada y que permite todo. No se trata aquí de actos
concretos, sino de una decisión interna de la persona. El pecado se trata de una condición que
hace del hombre un pecador6, es una dimensión humana que se enraíza en lo que el hombre tiene
de más propio, que le produce ceguera, mutismo y parálisis, y que le distrae de la búsqueda de
Dios, no le permite identificar los signos de su presencia en la historia y las posibilidades de un
desarrollo adecuado7.

La vocación del hombre es la opción por el Reino de los Cielos que se concretiza en la vida
en Cristo. Vivir de tal manera que las circunstancias y las decisiones que se tomen hagan del
Reino un ideal lejano e inalcanzable es lo que se consideraría como vida en pecado que se
experimenta como frustración y esclavitud de un poder misterioso del que el hombre no consigue

2
Cfr. FLECHA Andrés José Román, Teología moral fundamental, Sapientia Fidei Serie de Manuales de
Teología, Biblioteca de Autores Católicos, Madrid, 2003 (reimpresión), p. 298.
3
Cfr. ROSSI Leandro, VALSECCHI Ambrogio, Diccionario Enciclopédico de Teología Moral (4 ed),
Ediciones Paulinas, Madrid, 1980, pp. 779-780; FLECHA Andrés José Román, Teología moral
fundamental, Sapientia Fidei Serie de Manuales de Teología, Biblioteca de Autores Católicos, Madrid,
2003 (reimpresión), pp. 305-309.
4
CEC, no. 1849.
5
CEC, no. 1850.
6
Cfr. ROSSI Leandro, VALSECCHI Ambrogio, Diccionario Enciclopédico de Teología Moral (4 ed),
Ediciones Paulinas, Madrid, 1980, pp. 775.
7
Ibídem.
liberarse8. En este sentido, la llamada de Cristo a la conversión es la oferta liberadora que se nos
ofrece de una salvación que ya se nos ha sido dada.

Por otro lado, la concepción de pecado no siempre ha quedado clara en la doctrina católica.
La condición misteriosa de la que algunos hablan se ha esclarecido según el paso del tiempo y la
evolución del pensamiento filosófico y humanístico, como del teológico. Por ello, deseo hacer un
breve recorrido por la historia.

1.1. Aproximación histórica al problema del pecado en la Moral Católica.


El cristianismo comparte con el judaísmo la riqueza del monoteísmo bíblico que se testifica
en las Sagradas Escrituras, concretamente lo que corresponde al Antiguo Testamento. La noción
de pecado está ya presente en las tradiciones veterotestamentarias, aunque no mencionadas con el
término “moderno”. Así, la Iglesia primitiva, como resultado de la teología paulina, ha
evolucionada hasta concretizar esa dimensión del hombre que lo hace apartarse de su vocación.
Poco a poco, por medio del pensamiento helénico de los Santos Padres el pecado ha adquirido
una credencial de identidad propia, así hasta llegar a la época de las grandes escuelas morales de
los siglos póstumos.

La historia y la evolución del pecado, como ya se ha mencionado, se remonta a los escritos


antiguos de la tradición judía. Sin embargo, este tema lo dejaremos para cuando se momento de
hablar sobre la terminología bíblica, por ahora nos bastará con mencionar sólo algunas líneas
generales de la Sagrada Escritura, poniendo así toda nuestra atención en la Tradición y en los
siglos posteriores a los Santos Padres.

Si hablamos de los orígenes del pecado o de la condición, según lo antes dicho, el libro del
Génesis toma la primacía en las referencias bíblicas. La narración de la caída de los primeros
Padres descrita en el capítulo 2, 17 y desarrollada con más amplitud en el capítulo 3 constituye el
principio de lo que, en reflexiones posteriores, se conoce como el pecado original y que para
muchos constituye la causa de toda una serie de actitudes y acciones que giran sobre la ofensa a
Dios. Tal es la gravedad de la ofensa, que Dios emprende así la Obra de la Salvación de la
8
Cfr. ROSSI Leandro, VALSECCHI Ambrogio, Diccionario Enciclopédico de Teología Moral (4 ed),
Ediciones Paulinas, Madrid, 1980, pp. 775.
humanidad precipitada en la conciencia del hombre en la condena de la serpiente (Cfr. Gn 3, 15).
En todos los escritos veterotestamentarios está presente el amor de Dios por el pueblo, la
infidelidad y de éste. En el Nuevo Testamento la salvación preparada y anunciada con antelación
ha llegado a su cumplimiento en la persona de Jesús, el Hijo de Dios. El anuncio del Bautista
proyecta la misión de Jesús por medio de su invitación a la «conversión de sus pecados» y al
señalar al Señor como «el Cordero de Dios» (Lc 3, 3; Mt 3, 1-2; Jn 1, 36). San Pablo en sus
cartas advierte a las primeras comunidades cristianas sobre el daño que produce en el corazón del
hombre el pecado (Rom 13, 13; 1 Cor 5, 9. 11; 6, 9-10; Gál 5, 11-21; Ef 5, 5; 1 Tes 4, 3-7; 1 Tim
1, 9-10), tan es así que menciona un listado de los pecados que apartan de Dios 9 (Cfr. 1 Cor 6, 9-
10). De las dos referencias anteriores, aunada con la predicación de Jesús y su opción por los
«enfermos» (Mt 9, 12), queda claro que el efecto de la instauración del Reino de los Cielos
implica la abolición de la ley del pecado que tenía esclavizados a la humanidad. En consonancia
con el proyecto de Jesús, los Santos Padres, custodios y continuadores del depósito apostólico,
reiteran la advertencia de mantenerse alertas ante la seducción del pecado.

Parte de la Tradición, fruto de la transmisión del mensaje cristiano, se enfatiza sobre la vida
moral de los primeros cristianos. Algunos de los fragmentos de la Dídaque o de la Carta de
Bernabé, como el Seudo Bernabé y El Pastor de Hermás, entre otros muchos escritos constatan
el ejercicio de las virtudes y la realización del bien, pero también denuncian la vivencia del mal y
la práctica de los vicios10. Los Apologistas del siglo II11: Teófilo de Antioquía con sus listas de
los pecados, los testimonios de San Justino y Atenágoras sobre la naturaleza de los pecados
individuales como consecuencia del mal uso de la libertad; la doctrina del pecado en el siglo III 12
con Tertuliano, Cipriano, Ireneo, Clemente de Alejandría y Orígenes contribuye sobremanera en
una visión más antropológica sobrenatural del pecado como realidad experiencial de cualquier
hombre, así mismo que se ha una primera distinción entre los pecados mortales de los veniales.
En el siglo IV, San Ambrosio y San Jerónimo se enfrentan con varios problemas dogmáticos,

9
Cfr. FLECHA Andrés José Román, Teología moral fundamental, Sapientia Fidei Serie de Manuales de
Teología, Biblioteca de Autores Católicos, Madrid, 2003 (reimpresión), p. 331.
10
Cfr. FERNÁNDEZ Aurelio, Teología Moral I, Moral fundamenta (2 ed.), Ediciones Aldecoa, Burgos, p.
785.
11
Ibíd., pp. 788-789.
12
Ibíd., pp. 789-791.
entre ellos destaca la herejía contra el pecado original, aunado con la «causa del mal en
general»13. San Agustín tendrá una singular contribución a lo que se refiere como la doctrina del
pecado original, como del pecado individual. Ya en la obra de las Confesiones deja al descubierto
la maldad que se esconde en la vivencia del pecado siendo él mismo el testimonio vivo del cual
se vale. Aurelio Fernández presenta una síntesis muy sustancial de la idea de pecado en San
Agustín cuando se refiere:
“Desde la propia existencia, el pecado encierra esta actitud: el hombre, en el uso
de su libertad herida por el pecado, se orienta hacia bienes aparentemente buenos
-de goce y placer inmediato- en vez de hacer una recta elección en favor de valores
verdaderos que conducen a la auténtica realización personal. El pecado es, pues,
para san Agustín una falsa elección”14.

Mientras que en palabras del mismo Agustín:


“Todos los pecados se reducen a una sola realidad, que quien los comete se separa
de las cosas divinas, que son las que de verdad son estables, y se vuelve a las que
son mudables e inciertas”15.

Y en otro momento:
“La voluntad se separa del bien común e incomunicable y se vuelve a su propio
bien exterior e inferior, y así peca… Y, se vuelve a lo exterior por que el hombre
es soberbio, lascivo y curioso”16.

San Agustín con estas dos ideas desarrolla sistemáticamente una doctrina sobre el pecado
partiendo de los principios descriptivos17 de: abuso, violación de la ley eterna y de la ley natural,
pecado venial, pecado mortal y pecado social. Su vida y su pensamiento crítico produjo una
nueva manera de entender la dimensión del pecado en el hombre a la luz de la revelación.

13
Cfr. FERNÁNDEZ Aurelio, Teología Moral I, Moral fundamenta (2 ed.), Ediciones Aldecoa, Burgos,
pp. 791-793.
14
Ibíd., p. 795.
15
De libre arbitrio I, XVI, 35. PL 32, 1.240.
16
Ibíd., II, XIX, 53. PL 32, 1.306.
17
Cfr. FERNÁNDEZ Aurelio, Teología Moral I, Moral fundamenta (2 ed.), Ediciones Aldecoa, Burgos,
pp. 795-802.
En los siglos V al XII18 se continua con la herencia agustiniana aplicándose a la vida ascética
y monástica, la literatura cristiana, la formulación de los libros penitenciales, las primeras
disertaciones morales a lo que se refiere con el sacramento de la penitencia, como de la creación
de los catálogos que clasificaban los pecados, hasta llegar a Santo Tomás de Aquino, quien
también asume el agustinianismo bajo la nueva óptica.

Fernández esquematiza la teología tomista sobre el pecado 19, pero enfatiza en la concepción
del Aquinate, por la definición:
“El pecado no es otra cosa que un acto humano malo. Un acto es humano en
cuanto es voluntario… Y es malo, en cuanto carece de la medida que le es debida,
por referencia a una regla determinada. Ahora bien, la regla de la voluntad humana
es doble: una próxima y homogénea, la razón, y otra lejana y primera, la ley
eterna, que es como la razón de Dios. Por eso San Agustín, al definir el pecado,
afirmó dos cosas: una que pertenece a la sustancia del acto humano…, por eso
dijo: “todo hecho, dicho o deseo”. La otra pertenece a la razón misma de pecado, o
sea, “contra la ley eterna”20.

Para ello, Fernández considera que las partes sustanciales de la definición tomista sería: lo
que se refiere al origen del pecado en la libertad del hombre, al pecado como un acto concreto, al
pecado en relación con la razón humana y del pecado respecto a Dios21.

Siglos más adelante, la Iglesia pronunciará con voz infalible algunos principios dogmáticos
sobre el pecado a raíz de la polémica suscitada por la Reforma Protestante 22. Los Decretos Sobre
el pecado original y Sobre la justificación corresponden a los grandes aportes del Concilio de
Trento sobre el pecado23. Por último, la doctrina formulada por el Concilio Vaticano II en la

18
Ibíd., p. 802-805.
19
Ibíd., p. 806.
20
S. Th., I-II, q.71, a.6.
21
Cfr. FERNÁNDEZ Aurelio, Teología Moral I, Moral fundamenta (2 ed.), Ediciones Aldecoa, Burgos,
pp. 807-808.
22
Cfr. FERNÁNDEZ Aurelio, Teología Moral I, Moral fundamenta (2 ed.), Ediciones Aldecoa, Burgos,
pp. 815.
23
Ibíd., p. 816.
Constitución Pastoral Gaudium et Spes no. 13, dejará notar la dimensión del pecado como
contrario al ser del hombre como «imagen de Dios».

1.2. Terminología bíblica sobre el pecado.


Después de haber realizado un brevísimo viaje por la historia y la evolución del pecado, ahora
es necesario precisar el fundamento bíblico del mismo. Para ello, nos valdremos de la
terminología que nos ofrece la Sagrada Escritura en su conjunto.

De modo general, el término hatta´t, como derivado del verbo hatta´, se trata del sustantivo
empleado para designar la realidad de pecado 24. Otros términos como Pesha´c que significa
«falta» o «infracción», o el de awon como «delito», junto con los de ma´al (perfidia), mered
(rebelión), ´awen (vanidad, mentira, maldad), y el de nebalah (locura, insensatez o impiedad)25
constituyen el catálogo terminológico que los escritos veterotestamentarios han empleado para
referirse a todo aquello que es contrario a Dios.

En la riqueza que se nos ofrece de los escritos del Nuevo Testamento, los términos griegos
adikía como «injusticia», el de hamartía (cfr. Lc 16, 1-2), al igual que parábasis como
«transgesión» y el de oféilema como «deuda», no cabe duda de que hamartía será el que mejor
designará al pecado26.

El desarrollo de los escritos del Nuevo Testamento está marcado por la invitación de Jesús a
volver a la casa del Padre. De modo particular, el Evangelio de Lucas será un opúsculo a la
misericordia divina que no se cansa de esperar al hijo arrepentido (Cfr. Lc 15, 11-32). De esta
manera, la nueva concepción del pecado supera la visión materialista del semitismo que solía
estar relacionado con la impureza del hombre y que se exponía en la vida ordinaria por medio de
catástrofes y enfermedades. Jesús viene a instaurar su Reino en aquellas personas que le reciben
con gozo y esperanza. Se trata de los hombres y mujeres de buena voluntad que esperan la
liberación del pecado.

24
Ibíd., p. 759.
25
Cfr. FLECHA Andrés José Román, Teología moral fundamental, Sapientia Fidei Serie de Manuales de
Teología, Biblioteca de Autores Católicos, Madrid, 2003 (reimpresión), p. 312.
26
Ibíd., pp. 315-319.
2. La conversión como llamada en la Teología Moral.
La oferta de la salvación es la llamada de Jesús a la vida nueva en Dios. No se trata de una
elección de los perfectos, de los más puros y fieles a la Ley, sino de los que reciben, escuchan y
ponen en práctica la Palabra de Dios (Cfr. Lc 5, 1-11; Mt 12, 46-49). El ministerio de Jesús se
resume en el anuncio del Reino de Dios y la curación de los enfermos que no excluye, sino que
incluye a todos los que libremente salen a su encuentro. El contexto dramático que nos presentan
los Evangelios es la imagen viva de la tierra fértil que espera ser sembrada con el grano de trigo
que muere para dar vida. Es la humanidad que, tocada por la desgracia y la amargura de las
consecuencias del pecado, imploran la asistencia del Sembrador. Así, el Señor Jesús sale a los
campos a la esparcir su Buena Noticia a todos los hombres, aunque no todos le hayan recibido.

La verdadera conciencia del pecado surge en el estado de conversión a Dios 27. La parábola
evangélica llamada del hijo pródigo ilumina dos conceptos de pecado. El auténtico, presente en el
hermano pequeño, para quien lo esencial están en haber roto los lazos filiales que le ataban al
padre; lo demás -el despilfarro de la herencia, la vida desvergonzada, etc.- son meramente
síntomas y efectos de aquella herida mortal y fundamental. El padre al abrazar al hijo arrepentido
se goza, porque ha vuelto a sus brazos, de volver a tener al hijo28.

La conversión como llamado se trata de:


“Llamado a la salvación, el ser humano se encuentra en un mundo que vive bajo el
signo de Adán, y del pecado. Y su alejamiento del pecado es siempre lento y
fatigoso. La virtud es siempre dinámica e histórica, como luego se dirá. Aunque
encuentre su fundamentación última en la realización del ser humano y, en la fe
cristiana, en la reproducción del modelo humano revelado en Jesucristo, su
comprensión, realización y pedagogía pasan necesariamente a través de múltiples
mediaciones temporales y locales.
Pero, aunque así no fuera, el ser humano se vería siempre situado en la itinerantica
entre el ideal de la virtud y su realización concreta. En esa dialéctica se sitúa

27
Cfr. ROSSI Leandro, VALSECCHI Ambrogio, Diccionario Enciclopédico de Teología Moral (4 ed),
Ediciones Paulinas, Madrid, 1980, pp. 777.
28
Ibíd., pp. 784.
precisamente la conversión a la que toda persona y todo cristiano han sido
llamados. La conversión se refiere en el pensamiento bíblico al arrepentimiento o
cambio de mentalidad del hombre que ha vivido alejado de Dios y de sus
mandatos y decide revisar su vida y su comportamiento para regresar a la casa del
Padre y a la alegría del reencuentro (Lc 15, 7.10). Todo eso y más aún evoca el
concepto bíblico de metánoia”29.

Bibliografía.
- FERNÁNDEZ Aurelio, Teología Moral I, Moral fundamenta (2 ed.), Ediciones Aldecoa, Burgos.
- FLECHA Andrés José Román, Teología moral fundamental, Sapientia Fidei Serie de Manuales de
Teología, Biblioteca de Autores Católicos, Madrid, 2003 (reimpresión).
- ROSSI Leandro, VALSECCHI Ambrogio, Diccionario Enciclopédico de Teología Moral (4 ed),
Ediciones Paulinas, Madrid, 1980.
- Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.
- San Agustín, De libre arbitrio.

FLECHA Andrés José Román, Teología moral fundamental, Sapientia Fidei Serie de Manuales de
29

Teología, Biblioteca de Autores Católicos, Madrid, 2003 (reimpresión), p. 339-340.

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