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Estética feminista en la ficción chilena

Profesora: Patricia Espinoza


Ayudante: Fernanda Pino
Alumna: Constanza Yáñez

Análisis
Había Antecedentes, Ana María Sanhueza

La protagonista narra en primera persona las dificultades que tiene para hacer frente
a su madre y a sí misma. La historia comienza cuando la sujeta, en diálogo interno, cae en
cuenta de que la dinámica que se sostenía en la relación continuaba repitiéndose. Aquellos
recuerdos develaban la tediosa actitud de sobreprotección que ejercía la madre hacia su
persona. Pese a que no se especifica la edad de la protagonista, se infiere que es adulta,
mayor de treinta años, vive con su progenitora y está a punto de casarse con un hombre
llamado Nelson.
El cuento corresponde a la autora Ana María Sanhueza (1971), oriunda de Valparaíso,
Periodista. Ha trabajado en los diarios La Nación y La Tercera. Fue alumna de los talleres
literarios de Pía Barros y de Sergio Goméz en la “Zona de Contacto”. Algunos de sus
cuentos han aparecido en diversos medios de prensa y antologías. Es autora junto a Pablo
Vergara de Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas.

El núcleo familiar de la protagonista lo componen ella y su madre. En algún punto de sus


vidas, el padre se va, siendo una figura ausente en toda la historia. La familia escapa al
modelo construido por el imaginario cultural de la existencia de un patriarca, hombre y
masculino. En muchas ocasiones, diferencias biológicas inciden en la conformación de esta,
por un lado, lo maternal, que se atribuye a la gestación, el parto y la lactancia de un ser
humano, donde a la madre se le exige socialmente una responsabilidad mayor a los
cuidados de su hijx por el vínculo estrecho del gestar. Por otro, lo paternal, que queda
solamente remitido a la fecundación. El hecho de que el hombre no lleve en su vientre a su
hijx, le ha permitido poder desligarse fácilmente de un sinfín de responsabilidades
emocionales y económicas, con su simple desaparición.
La madre se hace responsable de los cuidados de su hija, y adopta el autoritarismo propio
de la figura del hombre patriarcal. Recogiendo lo dicho por Celia Amorós, “el patriarcado
es un sistema de pactos entre los varones a partir de los cuales se aseguran la hegemonía
sobre las mujeres. Es un sistema de prácticas simbólicas y materiales que establece
jerarquías”. En este caso, y como señala además la autora Gerda Lerner, la familia opera
como la unidad básica del patriarcado (1986: 310), que expresa y genera constantemente las
normas y valores y que, siendo absorbido por la madre, deviene en la reproducción de la
misma estructura, pese a la ausencia del patriarca. Podemos dar cuenta de esa reproducción,
en el profundo paternalismo que ejerce la madre sobre su hija. La autora Gerda Lerner
describe al paternalismo como la relación entre un grupo dominante, considerado como
superior, y otro subordinado, considerado como inferior, en la que la dominación queda
mitigada por las obligaciones y deberes mutuos (1986: 318). La dominada (hija) cambia la
sumisión por protección. Esta protección resulta exagerada y establece una dinámica insana
entre ellas:

“obligándome a venir a almorzar desde la universidad y después desde el trabajo a la casa


para que me alimentara bien, dándome leche Nido pasados los 28 años cuatro veces al día
para que no me dé osteoporosis” (Sanhueza, 1998, 163)

Lo normal es que la leche materna, finita, el alimento natural producido por la madre sea
dada en los primeros años de vida del ser humano, cuando este es indefenso y necesita de
un otrx para sobrevivir, en ese entonces, la lactancia es un acto de amor y responsabilidad.
En este caso, la madre infantiliza a su hija ya mayor de edad, al no reconocerla como una
sujeta capaz de hacerse cargo de su propia alimentación, al mismo tiempo, que le resta
independencia y la controla. Esto entre otros factores, deviene en el establecimiento de una
dinámica de gran dependencia emocional, situación que puede catalogarse como un
micromachismo. Los micromachismos, según Luis Bonino “son actitudes de dominación
“suave” o de "bajísima intensidad", formas y modos larvados y negados de abuso e
imposición en la vida cotidiana. Son, específicamente, hábiles artes de dominio,
comportamientos sutiles o insidiosos, reiterativos y casi invisibles que los varones ejecutan
permanentemente” (2004, 1). Estos comportamientos no solo son utilizados por los
varones, sino que también por toda persona patriarcalizada. En este caso, la madre utiliza el
micromachismo de tipo encubierto, que se caracteriza por contener comportamientos
sumamente manipulativos, y que, por no ser fáciles de identificar, la sujeta no suele
percibirlos, aunque si afectan su psiquis. Algunas muestras de ellos aparecen cuando la
madre incurre en el paternalismo, la seudointimidad y seudocomunicación (comunicación
defensiva-ofensiva, los engaños y mentiras), todo ello, para ejercer su autoridad. Los
micromachismos son dispositivos mentales y corporales que muchas veces no suponen una
intencionalidad ni planificación consciente, puesto que han sido incorporados y
automatizados como hábitos de poder y forma de relacionarnos, ellos operan desde las
sombras y se visibilizan desde lo sexo-afectivo, hasta lo familiar y doméstico, entre todas
las diversidades de género, que no hacen consciente un proceso de despatriarcalización.
La madre como figura patriarcalizada, adopta estos mecanismos y los reproduce:

“diciéndome siempre que tenga cuidado porque “los hombres siempre quieren eso y que el
hombre llega hasta donde la mujer lo deja llegar, y que tú serás la primera en saber cuándo
yo ya no sea virgen, por la manera de caminar, porque lo haré con las piernas arqueadas”
(Sanhueza, 1998: 63).

Lo anterior no solo condena el acto sexual, sino que además otorga culpabilidad a la hija
por la posibilidad de que ésta decida compartir su propio cuerpo con un hombre, al mismo
tiempo que evidencia la vigilancia que tiene su madre sobre este aspecto. El control que
ejerce la madre sobre la sexualidad de su hija también está ligado al dispositivo
manipulador paternalista, y recuerda lo dicho por Gerda Lerner, en donde el control de la
conducta sexual y la dominación de esta recrea y establece una jerarquía de poder, siendo
este un aspecto de control que se remonta desde el segundo milenio a.C. (1986: 312).
La madre, además, incurre en la patologización de enfermedades y utiliza al amor y la
ternura como métodos manipulativos:
“La noche de bodas la pasamos en casa porque en la fiesta te dio un ataque al hígado.
Postergamos el viaje. “Me miras con esa cara de cordero degollado, con esa cara de
pobrecita que tú sabes poner especialmente para mi”.
“Me has dicho desde niña que si te dejo te secas” (Sanhueza, 1998: pp: 165, 170, 171).

Lo que está seco supone ausencia de vida. El hecho de que la madre se exprese y sienta de
esta forma, remite al amor romántico y a la idea instaurada del “Sin ti, me muero”, donde la
sujeta pospone la vida de sí misma en función de la vida de un otrx (de su marido, de su
hija). La cita anterior devela también el miedo a la soledad que habita en la madre, un
miedo que podría encontrar su origen cuando disuelta la conformación de la familia
patriarcal, la sujeta queda sola. En su soledad la sujeta no se halla. Tal como menciona
Cobo (sobre el análisis de Jónasdóttir), los hombres utilizan el amor como canal para
apropiarse de las mujeres (2008: 108). El proceso de explotación emocional que pudo
haberle implicado a la sujeta relacionarse con su marido la dejó incapacitada para luego,
tras la ida de éste, poder reconstruir una reserva emocional propia, un lugar propio, y la
posibilidad de crear una vida íntima, social y activa, fuera del hogar.
“para entender la explotación de las mujeres en las sociedades patriarcales hay que tener en
cuenta el uso que hacen los hombres del amor de las mujeres como el proceso más esencial
a través del cual se reproduce el patriarcado contemporáneo” (Cobo, 2008: 108).
La madre recrea el símbolo de la mujer sumisa, cuyo único sentido de vida es por y para su
familia, su marido, y del vacío que debe llenar al encontrarse sin éste, desencadenando el
apego y la sobreprotección.
Por otro lado, no se esclarece si la madre es independiente económicamente, más bien se le
representa como dueña de casa, lo que, de ser así, la posicionaría dentro del trabajo
doméstico no remunerado. Según Cobo, la columna vertebral del patriarcado se divide entre
una esfera doméstica, relegada a la condición de ser mujer, y otra público-político, relegada
a la condición de ser hombre. “La esfera doméstica es una estructura creada en torno a la
familia y la público-política tiene lugar fuera de los límites de la familia y alcanza
instituciones, organizaciones y espacios políticos, económicos y culturales. El ámbito
doméstico tiene la marca de la invisibilidad y el público-político el de la visibilidad; en el
primero de ellos se realizan trabajos no remunerados y en el segundo remunerados.” (Cobo,
2008: 106). Esta división, es esencial para la perpetuación y repetición estructural del
patriarcado, siendo la familia la instancia crucial para reproducir las estructuras de
dominación.

La hija repite las estructuras aprendidas en su hogar, también en la relación con Nelson, su
prometido. La figura de Nelson es vaga y es más bien ausente. En los escasos diálogos que
se presentan entre ellxs se devela una comunicación imprecisa y de indirectas, bordeando y
evitando hablar en concreto del problema de fondo, las intromisiones de la madre de la
protagonista;

“Está de cumpleaños el Ernesto Gómez. Trata de que no vaya la vieja”.


“-Y la vieja? Me pregunta en broma.
-Mi mamá qué? – respondo.
-No querrá ir con nosotros?
-Tonto -le digo (Sanhueza, 1998: pp 164, 168).

La incomunicación y el no decir en concreto, devela las falencias emocionales de ambxs. El


sujeto recurre a formas no verbales para expresar su disconformidad con la situación, lo que
continúa perpetuando la dinámica del no afrontar, la incapacidad de darle lugar a los
propios pensamientos y sentimientos que lo embargan, algo que también se ha encargado
de regular el patriarcado, estableciendo los roles de género, que delimitan las conductas
“propias” de lo masculino y lo femenino. Al hombre se le ha negado desde su infancia, la
visibilización de sus sentimientos y emociones, por estos atribuírseles esencialmente a lo
femenino;

“Nelson me mira de reojo. Solo me mira. Me reprocha en silencio y yo me encojo de


hombros” (Sanhueza, 1998: 166).

A través de la historia, la protagonista muestra luces de un proceso de emancipación de la


figura patriarcal que la domina. A diferencia de su madre, la protagonista si tiene un
espacio privado propio, pero se encuentra en permanente conflicto interior, y que muchas
veces se pospone en función de las manipulaciones de su madre. Este lugar propio se
visibiliza en las conversaciones que tiene consigo misma frente al espejo, en donde,
demostrando conciencia frente a la anormalidad que le significan las aprehensiones de su
madre, ensaya reiteradamente un discurso de autoconvencimiento para hacerle frente.

“He ensayado unas diez veces encerrada en el baño y frente al espejo cómo decirte que no;
que no es normal que las mamás vayan a la luna de miel; que basta con que vayas a la boda
y seas mi madrina; (…) que he tolerado demasiado al aceptar ir a las discotecs contigo y
con Nelson para que no te quedaras sola y también, para que me dejaras ir” (Sanhueza,
1998: 164).

En el momento decisivo en el que debe enfrentarla y validar su independencia y


discrepancias, la sujeta termina cediendo, siendo incapaz de condecir sus pensamientos y
sentimientos con sus actos. Estas situaciones que van en crescendo terminan doblegándola
y provocándole un profundo agotamiento y malestar. De ella se apoderó el temor de herir a
su madre, producto de los dispositivos de manipulación y control que ésta instauró. Pero
cuando la madre quiso acaparar un espacio más íntimo y privado de la pareja de recién
casados, como lo es la “luna de miel”, y estando ella, la hija y su esposo en el aeropuerto
listos para partir el viaje, en un aliento que la protagonista cataloga “de vida o muerte” hace
su último ensayo frente al espejo y toma el valor para decirle por primera vez “Tu no vas”
(Sanhueza, 1998: 173). Felizmente, se asoma el germen del feminismo, puesto que la sujeta
hace una toma de conciencia de la manipulación y dominación de la que ha sido objeto por
parte de una figura patriarcalizada, y la mueve a la acción para su liberación e
independencia, siendo esta una de las características esenciales del movimiento social-
político.

Conclusiones

La autora Ana María Sanhueza, representa a dos sujetas, una por completo sometida y otra
en vías de emancipación. Visibiliza la estructura del patriarcado y los mecanismos que
devienen de él, presentando la pugna constante en la que se encuentra la persona que decide
hacer frente a las violencias y malestares que producen estas estructuras, pero también, de
las complicaciones socio y psico-emocionales que sufre quien permanece bajo ellas.

Referencias

Ana María Sanhueza (1998). “Salidas de madre, relatos – Había Antecedentes”


Gerda Lerner (1986). “La creación del patriarcado”
Luis Bonino (2004). “Los micromachismos”
Rosa Cobo (2008). “Patriarcado y Feminismo: del dominio a la rebelión”

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