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Polonio

Feliz, alegre, despreocupada con unos 27 años y un amor clandestino me embarqué, nos
embarcamos, hacia Cabo Polonio. Eramos dos: un amor clandestino, una playa clandestina, una
fecha poco usual, 27 años, década del 90... la vida era una aventura, era fascinante.

Conservo tres escenas del viaje: una noche tormentosa y existencial, una gaviota enloquecida y un
McDonald’s.

El Mc. cierra la historia: han pasado unos día, estamos en Montevideo en viaje de vuelta a Buenos
Aires y ella no quiere comer. Para mi es un shock y creo comprender, un poco mejor, la dimensión
de lo vivido: ella existe más allá de mi amor, más allá de mi y de mi comprensión. Esa tarde podría
haber aprendido algo para toda mi vida, que amar no es tarea fácil. Pero no, es una lección
demasiado difícil y mi vida amorosa no es más que intentos sucesivos de falsearla (aclaro, lo que
pude haber aprendido fue que cuánto más se acercan dos almas, más misteriosas se vuelven. Y
amar, entonces, sería amar al otro).

La playa: alquilamos una casa de dos piso que estaba en una loma pelada cubierta de pasto verde.
La próxima loma, la ocupada un casita baja en la que sonaba un acordeón siempre triste. El resto,
un inmenso continente de playa y mar: viento, arena y el tronar blanco, gris, espumante tocando el
cielo.
Cuando pienso en Cabo Polonio, pienso en una isla.

La gaviota enloquecida: caminábamos en esa soledad de los elementos, eramos las únicas animales
terrestres bajo el horizonte de piedra pulverizada y agua arrojada, enloquecida y vuelta espuma.
Estábamos solas, nosotras terrestres y las gaviotas celestes: el agón o el pólemos. El ataque empieza
desde el cielo, que es desmedido, en el cuerpo de una gaviota, que es pequeña. Lo recuerdo, la
gaviota se arrojaba sobre vos; sube y se dejaba caer (sumando a su cuerpo la fuerza de la gravedad,
es un bólido alado); nosotras, pegadas al desierto de arena (pura gravedad), gritamos, corremos,
reímos, enloquecemos pisando la espuma del mar.

La tormenta y la comunión de las almas: antes de que se desplomase el cielo y se volviera


desesperado atravesar esa noche, conocimos a una mujer que vivía sola, que con energía solar tenía
luz, música y, además, marihuana (todo en los 90, una diosa). No recuerdo si fumamos con ella,
pero sí le compramos y fumamos juntas, vos y yo con la tormenta. En la cama en el altillo en la
oscuridad abrazadas sé que nos contamos cosas que no podíamos asimilar. Yo deliré (y tal vez desde
ese día no dejé de hacerlo), quería sacarte todos los miedos, ofrecerme entera y salir fortalecida de
la entrega, el amor. Deliré, y en vez de amarte pensé que estaba ante el amor, ante tu entrega que se
media por mi entrega, ante el amor como un singular de dos que brota de una intimidad y barre con
el misterio del otro. Cobardía.

Te vi otra e inapetente unos días después. Te veo otra y adorable años después.

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