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2011

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Acabamos de empezar nuestra
cuaresma, y hoy nos reunimos con el
Señor en este rato de oración para
meditar uno de los textos centrales de
este tiempo litúrgico.
¡La cuaresma es genial! ¡Cuántas cosas
aprendemos en este tiempo de
penitencia!
Entonces fue conducido Jesúa al
desierto por el Espíritu para ser
tentado por el diablo. Después de
haber ayunado cuarenta dáis con
cuarenta noches, sintió hambre.
( S. Mt. 4, 1-2)
Jesús en el desierto durante 40 días… 40
días con sus 40 noches. 40 días solito.
40 días con sus horas y minutos,
también con sus infinitos segundos.
Todo ese tiempo es tiempo de meditar y
de rezar, acompañando todo eso de
penitencia.
Y ¿por qué tanto tiempo? Porque lo que
salió de allí fue grandioso.

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Realmente esta escena solita explica
toda la cuaresma.
Willy Fog tardó 80 días en dar la vuelta
al mundo, nosotros tenemos los 40 días
de Cuaresma para convertir el corazón y
la cabeza. Un corazón y una cabeza que
se hagan más adecuados para recibir la
gracia de Dios.
Y es que para llegar a Dios el hombre
necesita caminar hacia arriba.
Hay un autor inglés que tiene una
novela que explica muy bien la forma de
actuar la gracia de Dios en el corazón del
hombre.
La novela se titula Retorno a
Brideshead, y ella cuenta muy bien cómo
el hombre necesita purificar sus ojos,
sus oídos y sobre todo su corazón para
llegar a Dios.
Es una novela sobre la conversión; pero
una conversión de un hombre que ya

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cree. Conversión de su corazón porque
hay que aprender a querer.
De eso va la novela de cómo en la vida
Dios nos va busando a través de amores
más difíciles.
El protagonista, Charles Ryder es un
personaje que va creciendo desde los
afectos más sencillos hasta unos amores
siempre más arduos y díficiles pero
siempre más auténticos.
Hay un momento en que el protagonista
se da cuenta que solol alcanzará el más
puro de los amores si limpia o purifica
los otros afectos del corazón. Ese es el
camino por el que debemos caminar
todos.
Por eso para llegar a la infinita locura
del Amor de Dios que tenía San
Josemaría debemos pasar por muchos
lavados de corazón.
Y de esto va la cuaresma de realmente
descubrir un universo para muchos

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inexplorado: el terreno de nuestro
corazón.
Te diré que en la vida hay muchas cosas
que son buenas pero las queremos no
del todo como Dios quiere.
Y estudiamos, y jugamos, e incluso
rezamos pero quizás habrás observado
que esas cosas las hacemos pensando en
que así el examen me saldrá bien, y
desaprovechamos la ocasión de hacerlas
sabiéndonos acompañados de Dios.
Nuestro Dios desde el cielo disfruta de
esas cosas buenas que hacemos no del
todo con el mejor de los amores. Y en su
bondad infinita espera que si se repite la
ocasión conseguiremos amarle más.
Es como el juego de la oca; en el que uno
va avanzando y Dios espera que
vayamos de oca a oca y tiro porque me
toca. Amarle solo a Él en todo momento.
Pues bien, para para decir con
sinceridad Te quiero el corazón del

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hombre debe pasar por la prueba y por
la tentación.
Por eso, la Cuaresma mira al desierto
donde Jesús se enfrento contra la
tentación.
Allí fue llevado por el Espíritu después
del Bautismo del Jordán. Y allí comienza
nuestra meditación.
Nuestro Señor en el desierto nos va a
enseñar a encontrar el camino que lleva
al Amor de Dios Padre que tuvo Él
incluso en la Cruz.
Nosotros sin su ejemplo estamos
perdidos.
El paraje del desierto implica muchas
cosas. Un hombre en el desierto se
encuentra solo y sin ayuda, y con
frecuencia con hambre y sed.
Jesús en el desierto representa por ello
un nueva forma de caminar del hombre
por la tierra.

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Allí donde solo hay bichos, y donde uno
se encuentra solo, y hace calor, y se tiene
sed, debe encontrar también a Dios y
poner en el su corazón.
Esto lo entendió muy bien el pasaje del
Evangelio de San Mateo que nos habla
del desierto contraponiendo el desierto
en el que se encuentra Jesús con el
paraíso en el que estuvo Adán; y donde
las fieras se portaban con el hombre con
dulzura.
En el paraíso todo hablaba de Dios y en
el desierto es el cansancio, la hartura, la
lucha y la tentación.
Cristo en el desierto para enseñarnos
que para aprender a amar a Dios el
hombre va a necesitar superar la
tentación.
El desierto realmente es por eso
realmente nuestro mundo donde todo
nos grita que no tomemos a Dios en
serio.

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Encontrarse con el Señor o hacer lo que
Él quiere solo en los momentos dulces,
solo si nos hace caso pero no en todo
momento.
Un mundo que grita que no nos
comprometamos con Dios. Que eso es
muy peligroso.
Por eso Nuestro Señor va al desierto
para enseñarnos a superar la tentación
que acecha continuamente al hombre.
Me contaba un amigo hace años que se
decidió a ir a Misa todos los días en un
Colegio Mayor que cuando llevaba solo
tres días aparecieron por su habitación
más de diez residentes que no habían
entrado nunca y le animaron a no
tomarse en serio –tan en serio- a Dios.
Mi amigo me lo comentaba extrañado
porque esos que fueron iban a –algunos-
a Misa los domingos.
Pensemos si no en ese desierto en el que
nos encontramos cada uno. Parece que

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en este desierto uno no se puede
encontrar con Dios.
Un mundo que nos grita:
- “No te comprometas con Dios, no
le ames con locura”.
- - “Sé uno más de los que caen en la
tentación de no tomarse del todo
en serio a Dios.”
Ese es nuestro desierto ahí nosotros
muchas veces caemos en esa tentación.
Y hoy reconocemos que efectivamente es
así, que también nosotros caemos en la
tentación sin darnos cuenta del mal que
deja en nuestro corazón.
En ese escenario nos encontramos tú y
yo, y ante esto podríamos preguntarnos,
o preguntarle a Él:
- Señor en este mundo, yo puedo
encontrarme con Dios.

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Por eso las tentaciones a las que se
enfrentó Jesús son tentaciones que
aunque dichas por el demonio volveran
a ser dichas por el mundo mil veces más
y a veces por sus mejores amigos.
Se las dirá los que le crucificaron, se las
dirá también Pedro, su mejor amigo.
- ¡Qué dura fue tu vida Jesús! Líbranos
de la tentación.
Vayamos pues al evangelio y veamos si
encontramos respuesta a esa pregunta:
¿Señor, yo en este mundo puedo
amarte?
Después de cuarenta días de ayuno
Nuestro Señor tiene sed y hambre. Sus
ropas están pegadas a su cuerpo, pues
no hay viento, ni brisa, ni nada.
Una lucha va a empezar; en un lado,
Jesús fatigado, y cansado… nosotros le
reconocemos enseguida. Y en el otro, el
diablo, a este creo que apenas le
conocemos…

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Está cansado pero tiene unas ganas
locas de enseñarnos a ganarnos el cielo.
En esta situación, dice el Evangelio que
llega el diablo y tentó a Jesús. Tres veces
le tento:
- Si eres Hijo de Dios di que estas
piedras se conviertean en pan.
- Si eres Hijo de Dios lánzate al
vacío, olvidate del sufrimiento.
- Si quieres realmente tu voluntad
hazme caso a mí que soy mucho
más eficaz.
El demonio habló por tres veces y en las
tres tentaciones se plantea de fondo la
cuestión de Dios. En toda tentación,
surge la pregunta que realmente le
interesa al Enemigo: ¿quién es para ti
Dios?
Por eso la esencia de toda tentación, su
núcleo consiste en apartar a Dios, lo que
Él quiere, ante lo que nos parece más

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urgente y primario.
Resolver ese asunto nos interesa más y a
veces tanto que Dios resulta superfluo o
incluso molesto. Poner orden en nuestro
propio mundo por nosotros solos, sin
Dios, contando con nuestras
capacidades.
Es increíble que en tan pequeña decisión
el hombre pueda dejar de lado a Dios.
En un “ya haré la oración después”, o en
“miento”, lo peor es que uno esté
aceptando en el corazón que Dios no es
lo más importante, que en el fondo lo
que me pide Él es una ilusión.
Lo peor de todo es que esto supone
reconocer como real y verdadera solo las
realidades que nos interesan, y dejar a
Dios de lado como algo ilusorio, ésta es
la tentación que nos amenaza de muchas
maneras.
¡Qué sorpresas nos llevaremos en el día
del juicio, cuando toquemos la realidad
de su Amor! Lo más real que existe

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porque sustenta todo lo que es.
Por eso en el padrenuestro le decimos
Señor no nos dejes caer en la tentación.
Que es como decir “sé Tú lo más real
para mí, y lo demás sea para mi un
espejismo”
Pues bien, de todas formas centrémonos
en la primra tentación:
Después de haber ayunado
cuarenta días con cuarenta
noches, sintió hambre.
3 Y acercándose el tentador le dijo:
Si eres Hijo de Dios, di que estas
piedras se conviertan en panes.
4 El respondiendo dijo: Escrito
está: No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que
procede de la boca de Dios. (SMt 4,
3-4)
Esta fue la primera tentación que hace
referencia también a nuestras

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tentaciones. Si eres hijo de Dios, Dios te
hará caso siempre. Nada te pasará. Le
verás cerca siempre de ti.
Esta es la tentación, la primera de la
saga, y que tiene referencia a nuestra fe.
No es tan lejana esta tentación a lo que
se nos presenta en muchas ocasiones en
nuestra vida, cuando queremos que Dios
se acomode a nuestro planes y nosotros
somos incapaces de acomodarnos a su
plan.
Esto no me ocurre quizás nos atrevemos
a decir. Y acaso cuando no habemos
abandonado la oración, u otra cosa que
haga referencia a Dios o a los demás
porque nos parecen que no nos
alimentan lo suficiente.
Y nos propones un plan o se nos ocurre
hacer la oración y pensamos en si nos
aporta lo suficiente.
Por eso la respuesta de Jesús muestra es
sensacional:

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- No solo de pan vive el hombre sino
de toda palabra que sale de la boca
de Dios.
Preguntarnos si esto es así. Si su
palabra, las cosas que Él nos sugiere de
verdad nos alimentan: llenan nuestro
corazón.
Y Señor tienen que llenarlo en nuestra
oración, donde aprendemos a seguir su
voluntad.
Acabamos nuestra oración pidiendo a la
Virgen María que sepamos cada uno
renunciar muchas veces a lo que nos
apetece para hacer su Voluntad. Pero
que sea algo que realmente nos
alimente.

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