Está en la página 1de 2

El licenciado P.P.

y yo
Manuel de J. Jiménez

Hoy es mi cumpleaños, queridos lectores. Al igual que Dante digo que estoy a la mitad del
camino de la vida, en una selva obscura me encuentro. Lo de la edad, varios entenderán. La
selva oscura aquí es una licencia para referirme al futuro brumoso ocasionado por esta
pandemia que no cede en muertes y llantos. Hace un año, festejaba con mis amigos y
familias en casa, con comida y abrazos. Este año las cosas son muy diferentes: estamos
solos en casa. Muchos seres queridos no se encuentran más con nosotros y continuamos
asimilando todas esas pérdidas. Nuestras cotidianidades se adaptan al encierro, al
permanente miedo de contagiarnos y a ver la vida social como un recuerdo ya lejano.
Subsisten, sin embargo, gestos que van a contracorriente de las vidas virtuales que tenemos
que vivir. Por ejemplo, el viernes, antes de cerrar mi curso de Teoría del Estado, mis
alumn@s me sorprendieron con carteles escritos a mano de feliz cumpleaños. Ante una
realidad de digitaciones, conexiones e interfaces, decidieron volver a los rasgos singulares
de la manuscrita. Leí, quizás sobre-interpretando sus intenciones, un gesto político contra el
zoomestre que tuvieron que cursar.
El 25 de enero de 1906 –hace exactamente 115 años− nació en la ciudad ecuatoriana
de Loja uno de los personajes que considero esenciales para comprender el enlace vital del
derecho y la literatura en América Latina: Pablo Arturo Palacio Suárez. Con el tiempo, será
conocido únicamente como Pablo Palacio. Él será un escritor único, pues revierte los ejes
de tiempo y forma en la novela clásica. Como ya lo he dicho en una previa entrada de este
blog, con Vida del ahorcado (1932) remueve la psiquis del sujeto condenado, señala las
fracturadas columnas de la justicia latinoamericana y dota al protagonista de una orfandad
espeluznante. Si hubiese nacido en Europa, sería más famoso que Kafka. Afín al socialismo
revolucionario, este abogado de la Universidad Central, además de ser un genio literario, se
desempeñó como Ministro de Educación y fue pieza clave en la elaboración de la
Constitución de 1938. La justicia social, vista desde la política, el derecho y la literatura,
fue su sendero ético. En algunos escritos, imagino que firma con sus iniciales “P.P.”.
Cuando supe que existía un escritor así, gracias a la recomendación del escritor
chileno Felipe Becerra, compré su obra completa e imaginé su vida. Por la edición crítica
de Wilfrido H. Corral me enteré de que un teórico llamado Stanley Fish mezclaba derecho
y literatura y después se me abrió el panorama de Law & Literature movement. Conocer al
licenciado P.P., fue en muchos sentidos el inicio de mi aventura intelectual en estos temas.
Ese escritor vanguardista, debido quizás a ese hilo delgado que separa la genialidad de la
locura, perdió la razón. En mi libro Interpretación celeste, imagino sus últimos días donde
las cosas del mundo terminan por revolverse en su cabeza:
Pablo tenía su cara como un cuchillo, su imaginación suspendida entre los vapores.
La barba rojiza le picaba las mejillas como púas y el fuego soplaba impaciente
dentro de su mirada. Él ya no era de este mundo. A menudo miraba una muselina
que oscilaba entre los muros del Hospital Luis Vernaza de Guayaquil. A menudo
imaginó que la noche se disponía a poseer el paisaje cotidiano con uñas y ojos
vagantes. Recordaba súbitamente, en un momento de lucidez, una tonada suya: “mi
vida con este frío voluminoso en las mucosas y estas corazonadas retumbando y
esta llenura del cerebro que, y esta llenura del cerebro que, y esta llenura del
cerebro que”. Después rememoraba a las siamesas o al hombre que vio morir a
puntapiés. Por último llegó a su mente Pablo Alejandrito, su hijo de cinco años,
que llora en silencio. Él no volvió a saber de sí, había tocado una raíz del cielo.

También podría gustarte