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Garcia y Ceberio - Manual de Terapia Sistémica Breve - Cap. 4
Garcia y Ceberio - Manual de Terapia Sistémica Breve - Cap. 4
4 El proceso terapeútico en
Terapia Sistémica Breve
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Nos referimos a los dos componentes principales de una relación terapéutica,
el rapport o vínculo afectivo, y la alianza o acuerdo en tareas y objetivos. Sin
un rapport adecuado, puede que nuestros clientes no vuelvan aunque hayamos
realizado una primera entrevista impecable desde el punto de vista técnico.
Si el cliente no se siente escuchado, entendido, aceptado, y no percibe al tera-
peuta como un interlocutor válido, acogedor y competente, entonces puede
que no se comprometa y termine desertando o realizando acciones que los
terapeutas se apresuran en calificar como “resistencia”. La alianza, por su parte,
requiere enfatizar el siguiente aspecto.
En tercer lugar, no podemos pretender realizar una terapia breve si no te-
nemos objetivos claros hacia los cuales dirigir nuestras acciones. Si a un taxista
no le decimos adónde debe llevarnos, lo más probable es que no se mueva o, si
lo hace, nos haga un recorrido circular, de modo que visitaremos las mismas
partes una y otra vez mientras se acumula la cuenta en el taxímetro. Nosotros
somos los choferes de ese taxi y nuestros clientes los pasajeros, y como es co-
mún que el cliente no tenga claro hacia dónde quiere dirigir la terapia, debe-
mos maniobrar activamente para definir una meta clara, haciendo preguntas
clarificadoras. Es relevante también mencionar que el compromiso del cliente
con los objetivos aumenta cuando los percibe como suyos y no como impues-
tos por el terapeuta. Es como si al taxista le dijeran que quieren conocer la torre
Eiffel y este los lleve a la torre Montparnasse porque tiene mejor vista. O que
un comensal pida un filete y el garzón le lleve una merluza en salsa margarita
porque la considera más deliciosa o sana.
En cuarto lugar, no podemos pretender realizar una terapia breve si no
tomamos en cuenta las herramientas que el cliente ya posee y que constitu-
yen su arsenal primario para enfrentar los desafíos que ha tenido en su vida.
Usando el símil de la guerra, no podemos ir a una batalla sin conocer con qué
armas contamos o qué habilidades hemos desarrollado previamente. Si bien
la psicoterapia no es una guerra o una batalla, sí hay algo que debemos afron-
tar y eventualmente vencer, que es el problema que llevamos para trabajar. La
perspectiva desde los recursos del cliente ahorra trechos largos, pues presupo-
ne que las personas no llegan desvalidas, sino con una serie de recursos que
han desarrollado durante su vida para enfrentar un sinfín de problemas, y que
podrían ser útiles para el problema actual. Sin embargo, muchas veces a los
consultantes, ensimismados en su problema, saturados por sus consecuencias,
no les resulta fácil visualizar aquellas ocasiones en las que fueron más fuertes
que el problema que enfrentaron, por lo que parte importante del trabajo del
terapeuta es hacer visibles estos recursos.
SESIONES INICIALES
Para desarrollar un proceso terapéutico se necesita información, que se res-
cata durante la conversación terapéutica. Para programar el trabajo posterior,
en las primeras entrevistas se deben cumplir tres objetivos centrales: conocer
a la persona, conocer el problema y establecer una relación (García y Schaefer,
2015).
Compartimos el supuesto narrativo de que la persona no es el problema,
sino que el problema es el problema (White, 1994), por lo que una conversa-
ción no puede solo centrarse en la historia de aquello que la aqueja, sino tam-
bién en la historia de la misma persona: qué hace, cuáles son sus habilidades,
intereses, preocupaciones, experiencias.
Lo anterior permite dividir la primera sesión en dos partes, la “fase social”
y la “fase de exploración del problema”. La primera se ocupa de conocer a la
persona y la segunda de profundizar en el problema que la trae a la consulta.
La fase social además cumple otras funciones, como contribuir a una relación
terapéutica cálida y bajar los niveles de ansiedad del consultante. Es esencial
que no sea estructurada ni que se ocupe en explorar acerca de la familia, la
actividad a la que se dedica, sus intereses, etc., para llenar un formulario pre-
diseñado. También es posible que esta fase social inicial se reduzca por la pre-
mura del cliente por abordar de inmediato su problema (muy corriente en las
asesorías pagadas por los clientes) o se extienda debido a que el consultante es
derivado y no sabe por qué está ahí o no quiere permanecer en ese lugar, como
es el caso de las conversaciones con niños y adolescentes. Aquí recomendamos
seguir el ritmo del cliente y, nuevamente, ser flexibles.
La exploración del problema consiste en profundizar en el motivo de con-
sulta del cliente. Por lo general, y siguiendo a Tomm (1987a, 1987b) y a García
y Schaefer (2015), para eso utilizamos algunas preguntas lineales característi-
cas, del tipo cuándo comenzó su problema, qué lo intensifica, por qué eso es
un problema para usted, qué piensa antes, durante y después de que se presen-
Las sesiones iniciales nos permiten levar anclas para alejarnos de las costas
del problema y navegar en busca de tierras de paz. Ya nos hemos cerciorado
de las reservas de recursos personales del cliente para sostener el rumbo y
hemos definido un norte y carta de navegación, así que debemos enfilar mar
adentro, con la claridad de que el capitán de esta nave es el cliente y el tera-
peuta su segundo de a bordo.
Como se dijo en el capítulo anterior, la terapia breve logra su fluidez en
la medida en que se desarrolla desde los recursos del cliente, ya sea que se
los evoque a través de sus propias experiencias o que se los haga visibles me-
diante un diálogo intencionado por el terapeuta en términos estratégicos. Este
proceso que se inicia en las primeras sesiones, adquiere vigor en las sesiones
intermedias, y será las velas de nuestro barco, que permitirán usar las circuns-
tancias de la vida como si fueran el viento que empuja nuestra nave.
En términos generales, el objetivo de la terapia breve es colaborar en proce-
sos de cambio en aquellos que consultan. Este cambio, que comenzó a ocurrir
desde que se tomó la decisión de asistir terapia, debe darse en tres ámbitos de
la persona: en lo emocional, en la dimensión más cognitiva y en el transcurrir
práctico de la vida del cliente. Podríamos decir que esa es la nave completa y
que con ella debemos llegar a buen puerto.
De este modo, en las sesiones intermedias es importante no perder de
vista estas tres dimensiones o ámbitos de la persona, como tampoco nuestro
rumbo de navegación, de forma tal que la terapia colabore en los procesos
de cambio y que el cliente pueda usar todos los recursos de la nave para
realizar un viaje directo, sin desvíos. Es decir, la terapia busca consolidarse
como una experiencia significativa completa y no quedar en conversaciones
interesantes o en el encuentro con una especie de amigo, en otras palabras,
evita quedar a la deriva.
cambio positivo puede considerarse una nueva excepción que merece ser enfati-
zada y explorada, además de posibilitar el elogio terapéutico. Es similar a la figu-
ra de reportar al capitán que vamos por buen camino y que lo está haciendo bien.
De este modo, es altamente recomendable consultar por los cambios que se
van presentando y llevar un registro que nos permita observar cómo el con-
sultante va evaluando el proceso de terapia y este va impactando en su vida
cotidiana. Podría ser nuestro “diario de ruta”.
TIERRA A LA VISTA
Para llegar a la costa hay que hacer maniobras nos acerquen a tierra, anclarse
de nuevo y bajar del barco que nos ha albergado durante toda la travesía.
Dejar la nave y pisar tierra en territorios nuevos puede producir miedo, incer-
tidumbre y llevarnos al error de creer que necesitaremos el barco aún en tierra
terapia está abierto a sus consultas. Pero en el caso contrario, cuando la evalua-
ción del terapeuta no es favorable, se debe evitar presionar para que continúe
el tratamiento, ya que puede producirse el efecto opuesto: el enojo por parte
del cliente por la descalificación de su logro y que termine la terapia, pero con
bronca y otras actitudes del mismo tenor.
Otros consultantes tienen razones personales para dar por terminado el
tratamiento, motivos que prefieren mantener en silencio, y apelan en cambio
a fórmulas corteses (hablan de las bondades del tratamiento, por ejemplo).
Insistir en que continúe las sesiones es cuanto menos una pretensión inútil. Si
el terapeuta acepta el deseo del cliente de dar por terminado el tratamiento, es
importante que la despedida se realice en un clima de afabilidad, ya que facilita
la posibilidad de reanudar el tratamiento en el caso de que descubra que probar
por su cuenta no funciona. Por el contrario, si el terapeuta disuade al cliente
de suspender la terapia, esta continuará sobre la base implícita de que el cliente
acude a requerimiento del terapeuta y no porque lo necesite verdaderamente.
Si el terapeuta cree que el problema se ha solucionado parcialmente y esta
solución a medias puede desencadenar otros problemas a futuro (y el tiempo y
los acontecimientos se lo demostrarán al cliente), puede aceptar el petitorio de
terminar pero redefiniéndolo como una suspensión temporal: “estoy de acuer-
do en que este es el momento para finalizar el tratamiento, pero tomémoslo
como vacaciones transitorias”.
Unos padres que vinieron a buscar ayuda para su hijo afirmaban que las
cosas habían mejorado bastante y que las sesiones podían espaciarse más.
Propusieron que las entrevistas se realizaran cada dos semanas. El terapeu-
ta sospechó que intentaban abandonar cortésmente el tratamiento. En vez de
presionarlos para que acudieran a la semana siguiente, les ofreció un intervalo
aun más prolongado: cuatro o seis semanas. Muchas veces el resultado es la re-
acción paradojal: en lugar de considerarlo conveniente, más tiempo de espacio
intersesión les pareció demasiado; entonces reforzaron la posición de no dejar
el tratamiento y de verse en quince días.
A veces los clientes dicen que el problema por el que iniciaron el trata-
miento ha sido resuelto a plena satisfacción, pero añaden que ahora les gus-
taría trabajar sobre otro problema. Creemos que se ganará muy poco si uno
se precipita hacerlo. Eso no significa que los clientes solo tengan derecho a
solucionar un único problema, pero sí que convendría dejar pasar un lapso de
tiempo entre dos esfuerzos terapéuticos distintos (Weakland et al., 1984). De
todas maneras, hay que analizar cada situación en particular, puesto que una
repactación de los objetivos de la terapia bajo el paradigma de otros problemas
cliente quien se lo lleva dentro. Cada aprendizaje, cada palabra, cada guía u
orientación, si fue bien instruida, quedará grabada como un sello que se capi-
talizará en otras situaciones.
El cierre, de la misma manera que todo el tratamiento, debe desarrollarse
bajo la forma de la técnica verbal del hablar el lenguaje del cliente. De esa
manera, la llegada de significados y las maniobras para el cierre aminoran el
franco resistencial que puede aparecer. Parece paradojal que los pioneros de la
terapia breve describieran resistencias de las personas al cierre del tratamiento,
mientras que en otros modelos, los clientes quieren dejar por la inversión en
años (y en dinero) que implica el trabajo terapéutico.
En el mismo orden de la paradoja, el cierre de la terapia es un cerrar para
abrir, es decir, un terapeuta breve no “da el alta” al cliente, término heredado
de la lógica médica. No otorga el alta porque no cree en un paciente enfermo,
sino que cree en un cliente con problemas. Entonces, se cierra una etapa en la
que se acertó o se acercó al objetivo propuesto, pero se dejará abierta a futuras
consultas. Un cliente cerró su trabajo terapéutico acerca de un problema deter-
minado y eso no implica que en un futuro, próximo o lejano, reconsulte con el
profesional por otros temas.
Nada es ortodoxo ni rígido en la terapia breve. Cada terapeuta posee un
estilo particular —brief style— de ejercicio del modelo. Ese modelo pasa por
el tamiz de su personalidad y por las variables del contexto en el que se aplica.
Tomando en cuenta todas las variables personales del terapeuta, indefectible-
mente el modelo muta de acuerdo con el estilo del profesional, pero no pierde
por eso su esencia epistemológica. Muchos brevistas utilizan el tronco central
y sus pasos (focalización del problema, intentos de solución, objetivos, e inter-
venciones y prescripciones), y son más plásticos con la cantidad de sesiones:
o no las programan en cantidad, o se hallan muy por arriba de las doce. Otros
aplican más algunas intervenciones verbales y usan pocas prescripciones, o
viceversa, y así en múltiples combinaciones. El estilo permite darle preeminen-
cia a ciertas intervenciones, prescripciones o cerrar las sesiones en un tiempo
específico o no. Nadie es más breve que nadie, son solo diferentes estilos den-
tro del modelo (Ceberio y Linares, 2005).
Variables como la historia, las características personales y relacionales del
terapeuta, el ciclo vital, la cultura, los mitos y valores del terapeuta, junto a va-
riables contextuales, como el lugar de atención (público o privado), la proble-
mática, las características personales y relacionales del consultante, la historia,
el tipo de terapia que se desarrolle, la clase social, son todos elementos que
hacen variar el modelo.
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